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La formulación
psicodinámica
de caso
Su valor para la práctica clínica.
© de los autores
ISBN: 978-9974-xxxxxxxxxxxxxxxxxXXXXXXXXXX
Printed in Uruguay - Impreso en Uruguay
La formulación
psicodinámica
de caso
Su valor para la práctica clínica.
Autores:
Bernardi, Ricardo
Varela, Berta
Miller, Delfina
Zytner, Rosa
de Souza, Laura
Oyenard, Rosario
Contribuciones de:
Direcciones de e-mail:
Autores:
Ricardo Bernardi: ric.e.bernardi@gmail.com
Berta Varela:bvarela73@gmail.com
Delfina Miller: delfinamiller@gmail.com
Rosa Zytner: rzytner@gmail.com
Laura de Souza: ldesouza56@gmail.com
Rosario Oyenard: ro.royalco@gmail.com
Contribuciones de:
Luján Alsina (*)
Marina Altmann: marina.altmann@gmail.com
Juan José Dapueto: jdapueto@gmail.com
Ana Laura Hernández: anachey@hotmail.com
Alejandra Laxague: alejandralaxague@hotmail.com
Valeria Lorenzo: valeria.lorenzo@gmail.com
Rodolfo Moguillansky: moguilla@gmail.com
Ana Mokszanski: dael@yahoo.com
Gabriela Montado: gmontado@gmail.com
Silvia Nussbaum: silvianussbaum@fibertel.com.ar
Elena Turim: elenaturim@gmail.com
Luis Villalba: luiseduardovillalba@gmail.com
(*) Con mucho dolor informamos que Luján Alsina falleció durante la prepara-
ción de este texto.
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Introducción
Ricardo Bernardi
La FPC debe reflejar la estrategia terapéutica que se utilizó en cada caso par-
ticular. Sabemos que existen diversas formas de abordaje psicodinámico y que
un mismo terapeuta puede trabajar de diferente forma con diferentes pacientes
según lo considere necesario. Algunos autores destacan la importancia de una
actitud de escucha lo más libre posible, mientras en otros casos se recomienda la
manualización de las intervenciones. Esta diversidad refleja sin duda la comple-
jidad y variedad de las situaciones clínicas, pero también la dificultad que aún
tenemos para responder con certeza a la pregunta de qué paciente logra mayor
beneficio con qué tipo de técnica y de terapeuta. Esta pregunta está aún abierta
no solo en el interior de las terapias dinámicas, sino en relación al conjunto de
los enfoques psicoterapéuticos y a su relación con los tratamientos farmacológi-
cos. Establecer las bases que permitan un avance progresivo en la respuesta para
estas preguntas supone mucha investigación empírica que pueda expresarse en
una Guía Clínica o Guía para la Práctica Clínica. No disponemos hoy día en
nuestro medio de una Guía actualizada. Existe como antecedente un trabajo del
2004 publicado en la Revista de Psiquiatría (Bernardi, R., Defey, D., Garbarino,
A., Tutté, J., & Villalba, L., 2004. Guía Clínica para la Psicoterapia. Revista de
Psiquiatría del Uruguay, 68, 99–146), que resultaría necesario revisar en función
de los cambios ocurridos, pero que mantiene su vigencia en muchos conceptos
centrales. Conviene tener presente un criterio central: así como el diagnóstico
debe ser colocado en el marco de una formulación del caso, del mismo modo
la formulación del caso debería ser colocada en el marco de los criterios que
establecen las Guías Clínicas.
La formulación del caso debe incluir la evaluación de la evolución del pa-
ciente. Se señala tanto la necesidad como las dificultades que plantea esta evalua-
ción cuando es realizada por el terapeuta tratante y la necesidad de entrenamien-
to y de recurrir a procedimientos de triangulación. En un capítulo especial se
describe un procedimiento o heurística que busca facilitar la observación de las
transformaciones producidas por el tratamiento y evaluar el grado de consenso
entre distintos clínicos usando el Modelo de los Tres Niveles para la Observación
de las Transformaciones del Paciente, el cual fue desarrollado en el marco del
Comité de Observación Clínica de la IPA.
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La FCC debe adaptarse en forma específica a diversos campos de trabajo.
Por esa razón se dedican capítulos especiales a la Formulación del Caso en ni-
ños, en psicología médica y en el trabajo con parejas. En este último caso, dada
la multiplicidad de enfoques existentes, en especial sobre la forma de articular
la patología de la pareja con la de cada uno de sus miembros, se abrió un foro
abierto a diversas opiniones sobre lo que resulta relevante incluir en la FPC de
pareja, para lo que se contó con la colaboración de Silvia Nussbaum, Rodol-
fo Moguillansky, Luján Alsina, Ana Mokszanski, Gabriela Montado y Elena
Turim. También en el caso del enfoque focal y de los aspectos situacionales se
contó con la participación de Gabriela Montado y Valeria Lorenzo. Cada una de
estas áreas específicas presenta requerimientos propios que muestran la variedad
de enfoques que es necesario tener en cuenta en la formulación de un caso. Es
importante resaltar este último aspecto: la mejor formulación del caso no es la
que se adapta a determinados criterios normativos a priori, sino la que recoge
con mayor precisión lo que ocurre en la realidad: la percepción que el terapeuta
tiene de su paciente, la forma en la que pudieron trabajar juntos y lo que el pa-
ciente logró obtener de ese trabajo desde la perspectiva del terapeuta y desde su
propia perspectiva. Por eso en los distintos capítulos hemos intentado brindar
conceptos y ejemplos clínicos que ayuden al terapeuta a formular el caso, pero
aclarando que la formulación debe reflejar lo que realmente ocurrió en la reali-
dad entre el terapeuta y el paciente.
El libro nació del trabajo conjunto de un grupo constituido por Laura de
Souza, Delfina Miller, Rosario Oyenard, Berta Varela, Luis Villalba, Rosa Zyt-
ner y quien escribe esta introducción, que realizó la propuesta inicial del tema.
Este grupo de trabajo comenzó el intercambio de ideas sobre el mismo en 2011,
a raíz del dictado de cursos de actualización sobre los criterios diagnósticos útiles
para la práctica psicoterapéutica, coordinados también por el autor de esta intro-
ducción. Estos cursos procuraron comparar los sistemas actuales de diagnóstico
psicodinámico, así como tomar en cuenta nuestras propias tradiciones con el fin
de seleccionar aquellos aspectos más útiles para nuestro trabajo. A partir del año
2013 esta línea de pensamiento llevó al grupo a jerarquizar la importancia de la
Formulación del Caso, camino que condujo a la elaboración del presente volu-
men. Este libro recoge la experiencia clínica de los autores, los cuales trabajan
en diversos ámbitos académicos y pertenecen a distintas sociedades científicas.
Recoge así la experiencia y los conocimientos de un grupo de terapeutas con di-
versa trayectoria pero entre los que se dio una marcada coincidencia de criterios
respecto a los aspectos tratados. Es sin duda un mérito de nuestra cultura psi-
coterapéutica nacional el permitir un diálogo productivo y un trabajo conjunto
entre colegas con distinta inserción institucional.
Agradecemos a la Universidad Católica del Uruguay el habernos otorga-
do el Premio Primitivo Techera 2015 a la Producción Académica, lo cual habili-
tó la publicación de este volumen.
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Corresponde también agradecer a la Sociedad Uruguaya de Psicología
Médica (SUPM) por su apoyo para la realización de los cursos mencionados.
También al Comité de Observación Clínica de la IPA, coordinado por Marina
Altmann de Litvan, comité cuyo trabajo y publicaciones constituyeron un estí-
mulo para las ideas desarrolladas en este libro. Corresponde también señalar el
permanente aliciente aportado dentro del grupo por Berta Varela para dar forma
y llevar adelante la realización del libro. Queremos agradecer a Patricia Schiavo-
ne su colaboración en la compaginación y edición de la publicación.
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Sección I
Conceptos generales sobre la FPC
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Introducción
Definición y concepto
Si bien la fcc incluye una dimensión diagnóstica, tiene objetivos más am-
plios. Un diagnóstico de tipo categorial apunta a establecer lo que un paciente
tiene en común con otros, mientras la fcc, en cambio, busca establecer lo que
es específico de ese paciente en esa relación terapéutica. Las diferencias entre
el diagnóstico categorial y la fcc han sido estudiadas por C. Mace y S. Binyon
(2005).
1. Formulación diagnóstica
Todos los enfoques jerarquizan las ideas delirantes de Jack, sus antecedentes
de consumo de sustancias y la coincidencia del desencadenamiento de sus pro-
blemas con la crisis familiar. Sin embargo, más allá de estas convergencias, las
diversas corrientes ponen el acento en distintos aspectos de la presentación. A
esto me referiré más abajo, al hablar de la formulación terapéutica.
El punto que resulta más polémico de muchas de las formulaciones inclui-
das en el libro, radica en una insuficiente discusión de los aspectos diagnósticos
y pronósticos, de los antecedentes familiares y de los aspectos psicofarmacoló-
gicos. Esto se debe en gran parte, a mi entender, a una cierta contraposición
entre formulación y diagnóstico, debida al temor de que la búsqueda de una
mayor precisión diagnóstica pueda condicionar al clínico tratante y contribuya
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a consolidar al paciente dentro de una patología. Este argumento no me resul-
ta compartible. Una perspectiva integral de la formulación debe incluir todos
los aspectos del problema. Esto vale como criterio general. Un clínico no está
obligado a llegar en las primeras entrevistas a un diagnóstico definitivo y puede
ser muy cauto en cuanto al pronóstico, pero estas mismas dudas o prevenciones
deben ser expresadas en la fcc. Del mismo modo, cuando se realiza una fcc de
un paciente que consulta por problemas de orden médico y se realiza una inter-
consulta psiquiátrica o de psicología médica, es importante que la fcc consigne
con detalle la enfermedad física y la medicación empleada al mismo tiempo que
explore su funcionamiento psíquico, el significado personal de la enfermedad
y la forma en la que afecta la calidad de vida del paciente. El paciente es una
unidad y la fcc debe incluir los aspectos biológicos, psicológicos y sociales rele-
vantes. Esto está reconocido en la Guía británica sobre la fcc y forma parte de la
tradición biopsicosocial de nuestros encares en salud mental.
2. Formulación etiopatogénica
3. Formulación terapéutica
4. Evolución
Discusión y conclusiones
Con toda razón podría preguntarse qué novedad hay en el uso de la fcc,
¿acaso no es la forma de pensar de todo clínico experimentado? La respuesta es
que sí, pero que precisamente se trata de hacerlo en forma más explícita, siste-
mática y compartida. Por eso he abogado en este trabajo por una utilización
habitual como anexo que complementa la historia clínica en los pacientes en
psicoterapia y en aquellas condiciones médicas, psiquiátricas o psicológicas en
las que los aspectos psicosociales del paciente ocupen un lugar preponderante.
Como todo instrumento clínico su uso puede acarrear ventajas pero tam-
bién traer inconvenientes. Entre los inconvenientes, puede ser utilizado de forma
apresurada u omitida, pues la formulación requiere un cierto esfuerzo y tiempo.
También puede ser utilizado en forma dogmática, al servicio del «narcisismo de
las pequeñas diferencias» (Freud, 1930/1976), para demostrar la superioridad a
priori de un determinado enfoque sobre otros, en vez de estimular un intercam-
bio productivo entre diferentes visiones clínicas. Debe reflejar la experiencia real
del terapeuta y no forzar al paciente a entrar en un esquema. Por eso es necesario
reconocer las situaciones complejas en las que la formulación solo puede ser
tentativa (González Bravo, 2009). La fcc debe mantenerse como una hipótesis
siempre incompleta, que debe ser progresivamente perfeccionada y testeada (Ee-
lls & Lombart, 2003).
Quiero ahora destacar las ventajas que pueden surgir de un uso más amplio
de la fcc.
La fcc, al hacer que se vuelvan explícitas las hipótesis implícitas del clí-
nico, lleva a una práctica más reflexiva y crítica. En el caso de la psicoterapia
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ayuda a que el terapeuta confronte en mayor grado sus ideas operativas con
su conocimiento teórico por un lado, y con la marcha del paciente por otro.
Facilita también un mayor intercambio y una mejor discusión en el seno de la
profesión entre los distintos enfoques y también favorece el intercambio entre
las distintas opiniones que existen en el interior de cada uno de ellos. Cuando
un paciente está siendo tratado por un equipo, permite que los abordajes de los
distintos integrantes sean cotejados y discutidos. En definitiva, ayuda a avanzar
en la indagación de qué tratamiento y en qué circunstancias está resultando útil
para un paciente dado, y ayuda a establecer consensos que pueden plasmarse en
guías clínicas.
El paciente por su parte tiene la posibilidad de una mayor información
sobre el tipo de tratamiento que está realizando, la cual, si es necesario, puede
hacer llegar a un nuevo terapeuta, que dispondrá así de un mejor conocimiento
sobre el tratamiento anterior. Tal vez esto pueda parecer una mayor exposición
personal de los terapeutas, pero en verdad debe ser visto como un avance en su
responsabilidad profesional.
4. Investigación
Introducción
Caso clínico
Historia clínica resumida de Diego
(Inspirado en Messer & Wolitzky 2007, modificado)
Identificación
Diego XX, 25 años, casado hace 5 años, estudiante avanzado de computa-
ción. Trabaja como corredor de seguros. Dice que esto lo estresa ya que los viajes
al interior le dificultan sus estudios.
Motivo de consulta
Consulta porque se “quedó en blanco” en un examen. En ese momento
pensó: “Nunca voy a poder; no sirvo para esto”. Después del examen se dio
cuenta de que si bien el profesor era demasiado exigente, él sabía lo que le esta-
ban preguntando.
Sabe que la institución asistencial donde consulta provee hasta un año de
psicoterapia pero no sabe si es lo que él necesita.
Padecimiento actual
“Ya me pasó dos veces de quedarme en blanco. Tengo un primo con epi-
lepsia, no sé si será algo parecido. Yo me tengo confianza, pero hay momentos
en que me quedo confuso o como congelado”. “Soy perfeccionista, lógico, or-
denado (mi esposa dice que exagero). No me gusta que las cosas estén fuera de
control, soy exigente conmigo y con los demás. Yo cumplo, pero me duele cuan-
do los otros no”. “Soy pacífico, pero a veces tengo miedo de perder el control.
Por ejemplo, de reírme en la cara del jefe cuando dice que se preocupa por los
empleados”. “A veces tengo miedo de explotar. Pero eso les pasa a todos”. “Tal
vez necesite tomar pastillas. O aprender a controlarme más. Usted dirá”. “Otros
problemas no tengo”. “Sí, como Ud. dice, por dentro llevo mucha amargura,
pero supongo que la vida no es fácil para nadie”.
“¿Qué quiere usted decir con eso de manejar los sentimientos de otra for-
ma? ¿Es que la hay? Si usted lo dice, estoy dispuesto a probar con la psicoterapia”
(ambivalente).
Descripción de la entrevista
Diego impresiona como un joven formal (aunque con toques de desaliño),
inteligente y bien dispuesto para la entrevista. Mantiene siempre el control, no
hay ideas depresivas, pero transmite una vivencia interna angustiosa e irascible.
Cuando se le pregunta por sus sentimientos los minimiza, racionaliza o los ex-
plica por las actitudes de los otros.
El entrevistador (hombre) siente a Diego ambivalente. Por un lado le pide
ayuda, pero en forma latente lo desvaloriza o desafía. Presiente que el tema de la
competencia no será fácil de manejar.
1. Diagnóstico
2. Etiopatogenia
4. Evolución
4.1 Aspectos en los cuales hubo cambios positivos, negativos o sin cam-
bio.
4.2 Otros tratamientos recibidos o indicados
1. Aspectos diagnósticos
1.4.1 Trastornos
1.4.4.1 Conflictos
1.4.4.2 Defensas
4. Aspectos evolutivos
La fcc y la fpc contemplan también las siguientes preguntas: ¿se han pro-
ducido cambios como consecuencia del tratamiento?, ¿en cuáles dimensiones se
observan los cambios?, ¿con qué resultados finaliza el tratamiento el paciente?
Este enfoque conduce a la dimensión evolutiva, con las fortalezas y debilidades
correspondientes.
Es posible realizar dos tipos de informe:
1. Datos filiatorios
2. Motivo de consulta
3. Experiencia subjetiva de la enfermedad
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Diagnóstico. Datos filiatorios, motivo de consulta y vivencia o experiencia
subjetiva de enfermedad.
Diego XX, de 25 años, casado, trabaja y estudia.
Consulta por “quedarse en blanco” al dar exámenes. Intenta controlar en
forma rígida sus sentimientos pero no lo logra, y vive en forma tensa tanto a
nivel interior como en sus vínculos.
Reconoce la naturaleza emocional de sus problemas pero por momentos
piensa que podrían ser neurológicos o resolverse con medicación. Acepta co-
menzar una psicoterapia y se muestra dispuesto a colaborar, si bien expresa cier-
tas dudas y ambivalencia.
4. Diagnóstico
Diego siente que aunque él se exige dejar a todos conformes, los otros no lo
hacen y abusan de la relación.
Los otros sienten que la complacencia de Diego no es del todo real, y en
forma latente perciben su desafío y su hostilidad.
6. Diagnóstico.
2. Etiopatogenia
3. Tratamiento
4. Evolución
Bibliografía:
Objetivo de la FPC:
1- Dimensión diagnóstica
1.4.1 Trastornos:
1.4.4.1 Conflictos
1. Individuación versus dependencia;
2. Sumisión versus control;
3. Deseo de ser protegido versus autosuficiencia;
4. Autoestima;
5. Culpa;
6. Conflicto edípico;
7. Conflicto de identidad
1.4.4.2 Defensas:
- ¿Son predominantemente: - adecuadas y flexibles o - disfuncionales,
distorsionando o restringiendo las experiencias internas y externas?
2) Dimensión etiopatogenia:
4. Evolución:
La Entrevista Clínica
y la Formulación Psicodinámica de Caso
Laura de Souza y Rosa Zytner
1) Fase de apertura,
2) Fase de exploración de episodios relacionales,
3) Evaluación de las vivencias de sí mismo y de las áreas vitales vivencia-
das y reales,
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4) Exploración de la vivencia respecto a los objetos y de los modos viven-
ciados y concretos de configurar la vida,
5) Motivación a la psicoterapia, prerrequisitos para el tratamiento y capa-
cidad de introspección.
1) Fase de apertura
Bibliografía
Sección II
Resumen
El presente trabajo destaca la importancia clínica y terapéutica que tiene
la realización, en las primeras entrevistas, de una exploración cuidadosa de la
vivencia de enfermedad del paciente, de sus creencias sobre el origen de sus
problemas y sobre la forma de tratarlos, así como de los factores personales y del
entorno, que constituyen los prerrequisitos de un tratamiento psicoterapéutico.
Para ello se toma en cuenta la experiencia clínica psicoanalítica y se discute
específicamente el aporte de tres sistemas de evaluación de la personalidad del
paciente: el Diagnóstico Psicodinámico Operacionalizado, OPD-2 (OPD G. de
Trabajo, 2008), el Manual de Diagnóstico Psicodinámico, (PDM Task Force,
2006), y el DSM-5 (American Psychiatric Association, 2013). Estas distintas
fuentes y en especial el OPD-2 ponen de manifiesto diversas dimensiones que
permiten explorar mejor las expectativas del paciente, su visión del tratamiento
y a la vez examinar los recursos y obstáculos tanto personales como situacionales
que pueden favorecer o dificultar el tratamiento. El mirar cuidadosa y metódica-
mente la enfermedad y el tratamiento desde la perspectiva del paciente permite
que la psicoterapia se desarrolle efectivamente como un trabajo entre dos.
Abstract
This paper highlights the importance of exploring during the previous in-
terviews the way the patient lives his/hers illness, its origins, consequences, and
manners of managing with it. We take in account the psychoanalytic clinical
experience and three diagnostic systems: the second version of the Operationa-
lized Diagnostic System (OPD Task Force (Eds.) 2008), Psychoanalytic Diag-
nostic Manual (PDM Task Force, 2006) and DSM-5 (American Psychiatric
Association, 2013). These sources, specially the OPD-2, introduce different di-
. Este artículo está basado en Zytner, R.; Bernardi, R. y otros (2011). La exploración diag-
nóstica de la vivencia de enfermedad del paciente. Revista de la Asociación Uruguaya de Psicoterapia
Psicoanalítica (AUDEPP), 7(4), 9–27. Para este volumen se le introdujeron algunas modificacio-
nes que consideramos relevantes.
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mensions that allow us to explore better the patient expectations, his/hers ideas
about psychotherapy, while examining personal or situational barriers that favor
or hinder treatment. Looking carefully and methodically the disease and treat-
ment from the patient perspective psychotherapy can effectively be developed
as a two work.
Introducción
D) Niños
En primer lugar debemos de tomar en cuenta que los tres sistemas compar-
ten los fundamentos para realizar la evaluación tanto de adultos como de niños.
Las diferencias están en la operacionalización de dicha evaluación, ya que en el
caso de los niños se hace un fuerte énfasis en el momento del desarrollo, en la
historia de vida así como en el entorno. Igualmente los parámetros de la evalua-
ción cubren los mismos aspectos afectivos, cognitivos, somáticos y sociales que
en el caso de los adultos.
La primera cuestión a considerar en referencia a la vivencia de enfermedad
se refiere a que quien consulta y decide acerca de la intervención no es el niño
sino quienes están a cargo de él, es decir, que el motivo de consulta y la demanda
podrán tener desde el comienzo dos expresiones: la de padres o maestros y la del
propio niño, pudiendo ambas ser diferentes.
En el caso de padres y maestros nos basamos en la información obtenida a
través de las entrevistas; en el caso de los niños tomamos en consideración no
solamente la expresión verbal sino también inferimos esta información a través
de sus producciones gráficas, su juego y su actuación, teniendo en cuenta la
alta dependencia entre lo externo, intersubjetivo y lo que se va internalizando y
transformándose en intrapsíquico.
La vivencia de enfermedad del niño va a estar sumamente condicionada
por la significación que padres y maestros den a sus síntomas así como por los
mecanismos de afrontamiento que propongan e incentiven. Por lo tanto, más
allá de que a partir de la teoría psicodinámica, la vivencia y la elaboración de la
enfermedad pueden considerarse como una consecuencia de las características
de la personalidad -específicamente de los recursos y limitaciones emocionales,
cognitivos y conductuales- debemos considerar muy especialmente que en este
caso nos encontramos con un sujeto dependiente del entorno, en desarrollo, y
con altas posibilidades de cambio.
Debemos entonces focalizar, en primer lugar, en la coincidencia de los mo-
tivos de consulta (si los padres consultan por enuresis, el niño deberá de saberlo
y evaluaremos hasta dónde lo considera un problema), sobre la demanda (el
objetivo de los padres puede ser erradicar la enuresis y el niño a la luz de los
beneficios secundarios que le aporta puede no desearlo), y a partir de allí eva-
luaremos la vivencia de cada uno al respecto tanto en lo afectivo, lo cognitivo,
lo somático o lo social. Será así, por ejemplo, muy diferente si los padres lo ven
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como un problema grave y sin solución porque a ellos les pasó lo mismo, que
si lo consideran un problema menor, efecto de los celos del niño por su recién
llegado hermanito o un problema de inmadurez física; y lo mismo sucederá si el
niño lo considera como una afrenta a la valoración que necesita que los padres
tengan de él que si lo considera como efecto de un defecto físico, o como un
mecanismo exitoso para lograr desplazar la atención hacia él.
La consideración especial de estos aspectos no solamente favorecerá un
diagnóstico más certero sino que resultará clave para definir la intervención.
Conclusiones
Bibliografía
La Formulación Psicodinámica
de los Aspectos Relacionales
Berta Varela
Las necesidades de apego fueron descritas por John Bowlby (1986) como el
vínculo afectivo que aparece tempranamente en el desarrollo entre el bebe y su
cuidador primario. La propensión a establecer vínculos afectivos se extiende a lo
largo de la vida y caracteriza la salud mental de las personas. La calidad de este
vínculo tiene consecuencias en el autoconcepto, la autorregulación y las rela-
ciones interpersonales que se establecen a lo largo de la vida. Distintos patrones
de apego se desprenden de acuerdo al tipo de relación que se establezca con el
cuidador o cuidadores primarios. Bowlby establece diferencias en la calidad del
apego del bebe con su cuidador y estas diferencias son descritas en los distintos
patrones de apego.
Los modelos de trabajo interno se forman sobre la base de las interaccio-
nes con las figuras de apego. A lo largo de los primeros años de vida se forman
las representaciones de sí mismo construidas a través de las imágenes que los
padres o cuidadores devuelven y de los otros y su forma de conducirse en la
relación. A través de interacciones repetidas con la figura de apego el niño for-
ma representaciones mentales internas y con ellas se desarrollan expectativas
acerca de la forma de respuesta del otro en las relaciones interpersonales. En el
apego seguro la figura de apego es representada como accesible y respondien-
do a las necesidades, por lo tanto la representación del sí mismo es querido y
valorado. Pero también se pueden generar imágenes múltiples, inconsistentes
y oscilantes de los otros.
La transferencia
En el OPD se evalúa la forma en que se viven las relaciones con los otros a
través de lo que se denomina el Eje 2. Como ya se ha mencionado en este libro,
el OPD consta de cinco ejes y facilita la realización de un diagnóstico psicodi-
námico multiaxial. Al Eje 1 se lo relaciona con la experiencia de enfermedad
y prerrequisitos para el tratamiento; Eje 2: relaciones interpersonales; Eje 3:
conflicto; Eje 4: estructura; Eje 5: diagnóstico sindromático (según el capítulo
V (F) del CIE-10). El eje 2 constituye un gran aporte en la medida en que este
también nos permite adentrarnos en los conflictos del paciente.
A través del eje relación se evalúa la oferta relacional habitual de los pa-
cientes, las habilidades y los recursos para las relaciones interpersonales y los
patrones disfuncionales. El OPD entiende por conducta relacional:
“la expresión de la dinámica entre los deseos más o menos conscientes respecto
a la relación con los otros, las angustias que en consecuencia se van activando
intrapsíquicamente y los temores sobre cómo podrían reaccionar los otros frente
a estos deseos” (OPD, G. de trabajo, 2008, p. 99).
Las conductas relacionales disfuncionales están determinadas por los con-
flictos internos y también por déficits o vulnerabilidades estructurales, por lo
que la observación de esta conducta o patrón relacional disfuncional le permitirá
al clínico interrogarse sobre los conflictos centrales del paciente y sobre la esta-
bilidad de la estructura.
“Los patrones relacionales disfuncionales pueden ser entendidos como constela-
ciones interpersonales específicas, dentro de las cuales los modos conductuales de
un paciente con su interlocutor se restringen a una configuración rígida. Estas
constelaciones pueden ser descritas básicamente desde la perspectiva experiencial
del paciente y de los otros (interlocutor); desde cada una de estas perspectivas se
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pueden observar además los modos conductuales del paciente y los [modos con-
ductuales] de sus objetos” (OPD, G. de trabajo, 2008, p. 109).
Este patrón de relación disfuncional o maladaptivo induce en el otro una
respuesta de tal forma que la relación se rigidiza, y se repite la misma escena.
Esto en general genera sufrimiento en el paciente.
La información diagnóstica para elaborar la conducta relacional del pacien-
te se obtiene a través de lo relatado por el paciente y por lo experimentado por el
entrevistador a través de la transferencia y la contratransferencia El método del
OPD para evaluar la conducta relacional incluye dos perspectivas y cuatro posi-
ciones. La primera evalúa cómo se percibe a sí mismo y a los otros en la relación
y la segunda perspectiva introduce la experiencia de los otros al interactuar con
el paciente. Por lo tanto, el análisis de la transferencia y la contratransferencia
tiene un papel destacado en la formulación relacional. Esta es una diferencia que
distingue al OPD de otros métodos.
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123
En este capítulo haremos una breve reseña del concepto de defensa y fun-
damentaremos su importancia para la Formulación de Caso y para la estrategia
de la psicoterapia. Distinguiremos, además, su uso y su función y mostraremos
una metodología que guíe la inferencia clínica.
Una evaluación clínica no puede considerarse completa sin que las defensas
predominantes y su función hayan sido identificadas y se haya calibrado en qué
medida el uso de las mismas conduce a la psicopatología o mantiene la salud.
La inclusión de las defensas en la Formulación de Caso permite comprender las
vías por las cuales se distorsionan la realidad interna y externa. Su identificación
da las claves necesarias para entender las alteraciones en el discurso de los pa-
cientes al comprender frente a qué situaciones y afectos se activa una defensa. El
síntoma y la defensa pueden ser fácilmente confundidos en la práctica clínica,
por lo que no es suficiente señalar la manifestación psicopatológica para inferir
que estamos frente a un mecanismo de defensa. Es necesario además reconocer
si estamos frente a un conflicto entre instancias psíquicas o frente a un déficit de
la estructuración psíquica.
La evaluación clínica de las defensas es especialmente importante en los
pacientes graves y con trastornos de la personalidad ya que no solo forman parte
del diagnóstico sino que orientan en el tratamiento.
El concepto de defensa fue uno de los primeros aportes realizados por Freud
a la teoría psicoanalítica (neuropsicosis de defensa). En la visión original de
Freud (1895/1976) el concepto de defensa aparece ligado a la observación clíni-
ca, especialmente con relación a la formación de síntomas y la psicopatología. Si
bien en sus primeras obras describe algunos de estos mecanismos de defensa no
realiza un trabajo de sistematización sobre los mismos, labor que realiza su hija
Ana Freud (1936/1987).
Para S. Freud: “Los procesos de defensa son los correlatos psíquicos del
reflejo de huida y tienen la misión de prevenir la génesis de un displacer que
proceda de fuentes internas; en el cumplimiento de esa tarea sirven al acon-
tecer anímico como una regulación automática que, es verdad, resulta ser da-
124
ñina a la postre y por eso es preciso que sea sometida al gobierno del pensar
conciente” (1905/1976, p. 220). En su obra se destacan dos momentos clave
en la conceptualización de dichos procesos, que se vinculan con las dos teorías
de la angustia y con la primera y segunda tópica. En la primera teoría Freud
plantea que la angustia se produce por la represión de la libido; en la segunda
teoría (1925/1976), en la cual distingue la angustia real de la angustia neu-
rótica, la defensa opera para manejar la angustia. De acuerdo con la segunda
tópica la angustia se encontraría en el yo que debe lidiar entre la realidad, el
ello y el superyó.
Los conflictos que ocurren entre las distintas instancias psíquicas, pulsio-
nes del ello, restricciones del superyó, generan sentimientos displacenteros y
angustia frente a los cuales el yo busca defenderse, y con ese fin puede excluir,
evitar y transformar pensamientos o sentimientos. El yo realiza un balance entre
distintos deseos y exigencias provenientes de estos distintos orígenes, las propias
necesidades internas, las exigencias, la perentoriedad de las pulsiones provenien-
tes del ello, el superyó y la realidad.
Los mecanismos de defensa son procesos que operan de forma inconcien-
te y cumplen la función de proteger al self de situaciones que pueden generar
conflicto; las defensas se ponen en juego para evitar el “peligro, la angustia o el
displacer”. Su función es, por lo tanto, la protección del yo buscando mantener
el equilibrio interno (Freud, 1937/1976). Con este propósito inhiben, manejan
o desvían deseos inconcientes, que pueden originar un conflicto.
Ana Freud, quien sistematiza el estudio de las defensas, plantea que es-
tas pueden ser adaptativas en la medida que sean flexibles. Para Norma Haan
(1977), por otra parte, su uso siempre implica un nivel de psicopatología. Geor-
ge Vaillant (1992) clasifica las defensas de acuerdo con su nivel de desarrollo y
distingue cuatro categorías: primitivas, inmaduras, neuróticas y maduras.
Las defensas pueden ser ordenadas en una jerarquía de acuerdo con su nivel
de adaptación y esta ordenación fue objeto de comprobación empírica (Vaillant,
1977; Perry, 1993). Vaillant realizó un estudio longitudinal en una población
sana y observó que las defensas son estables en el tiempo y tienen también fines
adaptativos. Para este autor no es solo el estrés de la vida el que lleva a la psi-
copatología sino la idiosincrática respuesta de la persona a los distintos eventos
estresantes. Las funciones de la defensas serán mantener los afectos dentro de
límites tolerables, integrar cambios en la autoimagen, manejar conflictos no re-
sueltos con otros, y recuperar la homeostasis psicológica al posponer o desviar
aumentos súbitos de pulsiones sexuales determinados por cambios biológicos,
como ocurre en la adolescencia (Vaillant, 1992).
No será solo la ansiedad/ angustia la única señal que mueva la defensa, sino
también experiencias como la culpa, las pérdidas y los duelos (Cramer, 2008),
los sucesos traumáticos, la amenaza a la continuidad existencial, la enfermedad
somática (Kreitler, 2004) y afectos displacenteros como la vergüenza, la amenaza
125
a la autoestima, el duelo, el desamparo (Henstchel et al., 2004), y afectos que
pueden ser concientes preconcientes e inconcientes.
Si consideramos el uso de las defensas desde el punto de vista del desarro-
llo, Ana Freud postuló teóricamente que las defensas surgen en un patrón. Más
tarde Phebe Cramer trabajó en la comprobación empírica de estas afirmaciones
(Cramer, 1991). Distintos estudios confirman que las defensas van cambiando a
lo largo de la infancia de acuerdo con un patrón predecible. En etapas tempra-
nas predomina la negación y con el desarrollo aparecen defensas más complejas.
En la medida en que la negación decrece, aparece la proyección en el comienzo
de la adolescencia.
Los distintos autores que señalan su valor adaptativo destacan que no solo
subyacen a la psicopatología sino que reflejan un proceso de curación. Son, por
lo tanto, hitos del desarrollo en tanto que permiten la autocuración, o produc-
tores de síntomas o personalidades patológicas (Vaillant, 1992). En la medida
en que las defensas sirven a la adaptación a la realidad externa y a los estresores
de la vida diaria sirven al afrontamiento de los mismos. Es por eso que algunos
autores los engloban dentro del concepto de afrontamiento.
Steffens y Kächele (1988) conceptualizan el proceso defensivo como una
regulación de las relaciones entre el self y el objeto. Las exigencias de la realidad
reactivan los conflictos intrapsíquicos desencadenando maniobras defensivas: “A
través de la defensa el yo regula los conflictos internos generados por los traumas
externos” (p. 361).
La forma en que las defensas llevan su función a cabo no es homogénea y
se diferencia en los niveles de funcionamiento y adaptación, tal como veremos
en algunos ejemplos.
Para John Perry y Marianne Kardos las defensas “son mayormente mecanis-
mos reguladores inconcientes que les permiten a los sujetos reducir la disonancia
cognitiva, y que minimizan los cambios súbitos en el entorno externo e interno
al alterar la forma en que estos eventos son percibidos” (Perry & Kardos, 1993,
p.283).
Las defensas tienen un valor adaptativo cuando mantienen una adecuada
interacción entre la persona y su entorno. Pero el uso de determinados mecanis-
mos de bajo nivel, o la rigidez de su uso, o la intensidad al distorsionar de forma
extrema la percepción de la realidad hacen que estos no mantengan el equilibrio,
sino que afectan el manejo y la interpretación de las situaciones cotidianas, re-
laciones interpersonales.
El afrontamiento
Defensas y psicoterapia
Las defensas no son estáticas sino procesos dinámicos. Por lo tanto las eva-
luaciones continuadas permiten evaluar el curso de la psicoterapia y distinguir
las variables relacionadas con los rasgos permanentes de la personalidad y con
los diferentes estados o usos de las defensas en situaciones estresantes (Perry,
2001).
Durante el curso de la psicoterapia psicodinámica se observa que las de-
fensas que utilizan los pacientes van cambiando de acuerdo con la jerarquía de
adaptación. Al comienzo de la psicoterapia usan defensas inmaduras y estas se
sustituyen por defensas del nivel neurótico (Perry & Bond, 2014). La relación
de este cambio en los niveles de adaptación y la mejoría en el funcionamiento
de los pacientes indica que las defensas se pueden relacionar con la mejoría sin-
tomática y funcional.
Para Hugo Bleichmar en la psicoterapia se abarca de manera privilegiada
el inconciente que resulta de las defensas emocionales ya que estas mantienen
el desconocimiento de la conciencia y de la deformación cognitiva. Por ello es
necesario que sean objeto de atención en el tratamiento, ya que las defensas
determinan que “el sujeto repita sus convicciones necesitadas de ser creídas y
reprima, disocie, los conocimientos adquiridos en el tratamiento”.
Las defensas son construcciones teóricas que son inferidas por evidencia
indirecta en el discurso habitual o en la sesión. Por lo tanto identificar y evaluar
estos fenómenos intrapsíquicos inconcientes requiere el desarrollo de determi-
nadas habilidades clínicas y el conocimiento de determinadas metodologías. La
evaluación de las defensas no solo orienta la psicoterapia sino que puede cons-
tituirse en una variable para observar los procesos psicoterapeúticos o de medi-
ción de resultados del tratamiento (Perry, 2004).
La Formulación de Caso debe identificar las defensas predominantes utili-
zadas por el paciente y además describir su función (Perry, 2014). Las preguntas
que guiarán al clínico serán las siguientes. ¿Qué tipo de defensas utiliza el pa-
128
ciente (maduras, neuróticas, de distorsión de la imagen, etc.)? ¿Son observables
el conflicto o los conflictos centrales del paciente? ¿En qué medida el uso de las
defensas permite la observación del conflicto? ¿Cómo se pueden entender los
cambios en las fluctuaciones en el discurso, las vacilaciones, los silencios en el
curso de la entrevista o de las sesiones en la psicoterapia? ¿Qué lugar dar a las
omisiones, las distorsiones, y a los olvidos en el discurso? ¿Son estos flexibles?
¿Frente a qué situaciones o afectos utiliza las defensas? ¿Qué tan persistente es su
uso? ¿Qué resultados obtiene? ¿Qué nivel de funcionamiento? ¿Están las repre-
sentaciones de sí mismo o de los otros distorsionadas? Si lo están, ¿por qué las
representaciones de los otros están tan distorsionadas? ¿Qué determina su per-
cepción de la realidad? ¿A qué se debe la intensidad de los afectos y la alternancia
de representaciones tan disímiles de una misma persona? ¿Cuán cercanas a la
realidad son las descripciones que traen los pacientes a la sesión o a las primeras
entrevistas? ¿Cómo juzgar el valor adaptativo?
Estas preguntas ayudarán al clínico para indicar el tratamiento y orientar
el curso de la psicoterapia y determinar en qué medida determinadas fallas en
el funcionamiento se deben a una defensa (Brown, 2008) que está operando o
son producto de una falla o defecto en el desarrollo que determina problemas
estructurales o de funciones.
El conflicto neurótico ocurre cuando se producen contradicciones motiva-
cionales debido a desencadenantes internos o externos que producen inestabi-
lidad y, por ende, la destrucción de equilibrios internos que a su vez generan la
aparición de síntomas clínicos (OPD). Estos síntomas son formaciones de com-
promiso entre deseos temores y defensas. Pero si las defensas son muy intensas,
no permiten reconocer emociones, afectos, deseos o necesidades.
Killingmo (1989) distingue dos tipos de pacientes, según su estructuración:
en unos predomina el conflicto, en tanto otros sufren déficits en áreas impor-
tantes de la estructuración del psiquismo. Los trastornos psicopatológicos por
déficit revelan las fallas en la estructuración psíquica ya que algunas dimensiones
necesarias para el funcionamiento psíquico no están del todo constituidas como
consecuencia de una falla del medioambiente.
En un nivel estructural alto las defensas son flexibles, variadas y maduras.
En los niveles bajos se caracterizan por el predominio de defensas interperso-
nales, inmaduras o de distorsión de la imagen. Al evaluar la integración estruc-
tural podemos distinguir pacientes con limitaciones o fallas de las capacidades
estructurales; allí las defensas no operan en la dinámica de conflicto inconciente
sino que cumplen otras funciones. Por lo tanto es importante evaluar no solo
los tipos de defensas usadas sino la intensidad de su uso y la extensión de la
distorsión de la realidad.
129
Personalidad y defensas
En general, para Perry (2001) y Perry et al. (2009) las personas tienden a
utilizar un grupo de defensas que se repiten frente a distintas situaciones, y que
pasarán luego a constituirse en rasgos de carácter o en la estructura defensiva de
la personalidad. Estos rasgos están conformados en parte por una constelación
de defensas que el sujeto repite frente a las mismas circunstancia y que se activa-
rán frente a las distintas situaciones estresantes que también generan conflictos.
Entre determinados grupos de defensas y los distintos desórdenes de la persona-
lidad existe una relación significativa (Perry & Bond, 2005; Presniak, Olson &
MacGregor, 2010; Vaillant & Drake, 1985). Este repertorio de defensas puede
sufrir alteraciones frente a determinadas situaciones.
Por lo que, cierta influencia del contexto también es esperable, lo cual ge-
nerará una variación del repertorio de las defensas, en especial en las situaciones
de estrés grave o en las crisis vitales. Las situaciones que generan estrés (Cramer,
2008) producen un aumento en el uso de defensas y pueden activarlas en un
nivel más bajo que el habitual. Por ejemplo, personas que utilizan defensas ob-
sesivas pueden en situaciones de estrés utilizar defensas de nivel más bajo, como
la negación.
La flexibilidad o la rigidez de los rasgos de personalidad pueden entenderse
como manifestaciones de las operaciones defensivas que se sirven de estas últi-
mas para tolerar o evitar aspectos amenazantes de la realidad interna separán-
dolos de la conciencia. La rigidez que se observa en las distintas patologías de la
personalidad se relaciona con la inflexibilidad de las operaciones defensivas. El
grado de insight que podrá tener el paciente dependerá de la rigidez de su uso y
de los conflictos frente a los cuales opera la defensa.
En el sistema diagnóstico de Kernberg las defensas ocupan un lugar desta-
cado. Este sistema provee una evaluación dimensional de la organización y pa-
tología de la personalidad, ordena los síntomas según la intensidad y gravedad,
y describe la personalidad y su psicopatología basándose en la consolidación de
la identidad, las defensas y el sentido de realidad. En las personalidades normales
predominan el uso de defensas de alto nivel y una adaptación flexible, mientras
que en el caso de las personalidades neuróticas predomina el uso de defensas ba-
sadas en la represión y se caracterizan por la rigidez. La organización borderline
de la personalidad gira en torno a la dificultad de integrar las representaciones
polarizadas de sí mismo y de los otros que se produce por el predominio de
defensas primitivas. En este nivel de organización borderline de la personalidad
(Kernberg) predominan defensas basadas en la escisión, defensas como la ideali-
zación/devaluación, identificación proyectiva, control omnipotente, negación y
ausencia de represión, o una alternancia entre escasa o excesiva represión. Tam-
bién es característico de este nivel de organización la falta de integración de la
identidad (difusión de la identidad). Se puede alterar el sentido de realidad, y la
130
rigidez del uso de las defensas. También la incapacidad para percibir los estados
mentales de los otros.
Las defensas protegen al yo porque separan las experiencias polarizadas,
inestables y contradictorias de sí mismo y los otros, y de esta manera reducen
la ansiedad. El grupo de trabajo de Kernberg (Caligor et al., 2009) sostiene que
hay una relación recíproca entre defensas basadas en la escisión y la desregula-
ción afectiva. En las personalidades borderline predomina el afecto negativo, por
lo que se crea la necesidad de aislar y proteger las emociones positivas; por esta
razón se sirven de defensas del tipo de la escisión que cumplen esta función, con
lo que se perpetúa un círculo de desregulación y escisión.
Mientras que en las personalidades borderline las defensas marcan la ten-
dencia a dirigir la agresión hacia sí mismo y la dependencia interpersonal, en las
personalidades antisociales las defensas marcan la egocentricidad, la explotación
interpersonal y la tendencia a dirigir la agresión hacia otros (Presniak, Olson,
Macgregor, 2010).
En un estudio de Perry, Presniak, & Olson (2013) en el que se estudiaron
las defensas en distintos tipos de trastornos de personalidad, personalidades
esquizoides, antisociales, borderline, y narcisistas, se observó que la defensa
predecía la varianza en las personalidades borderline. En las personalidades
esquizotípicas la varianza era menor, lo que se relaciona con el rol que juegan
los factores psicodinámicos. Se concluye entonces que el papel de las defensas
en las personalidades esquizotípicas es menor que en los otros subtipos. En
ese estudio las defensas asociadas con las personalidades borderline son las
defensas de distorsión de la imagen, escisión de la imagen de sí mismo y de
los otros, disociación y represión. Las personalidades narcisistas y antisociales
utilizan defensas como la omnipotencia y la devaluación; mientras que las
primeras utilizan además la escisión de las imágenes de sí mismos, las segundas
utilizan la negación.
Las configuraciones de la personalidad anaclíticas e introyectivas descritas
por Blatt y Shichman (1983), surgidas de una polaridad entre lo interpersonal
y la autodefinición, se acompañan del uso de distintos mecanismos defensivos.
Estas dos dimensiones permiten identificar dos tipos de experiencias de depre-
sión: anaclítica (dependiente) e introyectiva (autocrítica). Las personas depen-
dientes utilizan más defensas evitativas, del tipo negación y represión, frente a
situaciones interpersonales, mientras que los autocríticos frente a situaciones
como temor al fracaso o sentimientos de minusvalía utilizan defensas contrarias
como la proyección e intelectualización (Blatt & Zuroff, 1992).
El uso de defensas de bajo nivel adaptativo es predictivo en el curso de un
episodio de depresión mayor. Se identificaron ocho defensas (Høglend, P., &
Perry, J. C., 1998) que se relacionan con una mejoría menor de lo previsible
por su evaluación clínica inicial. Las defensas llamadas depresivas son: acting
out, rechazo de la ayuda, agresión pasiva, identificación proyectiva, escisión de
131
las imágenes de sí, escisión de las imágenes del otro, proyección y devaluación.
Los pacientes que usaron defensas adaptativas tales como autoobservación me-
joraron más de lo esperable de acuerdo con la evaluación realizada en el inicio
del tratamiento.
Las defensas psicóticas han sido menos estudiadas pero la impresión clínica
permite inferir que son determinantes de aspectos centrales de la enfermedad
psicótica. La persistencia del uso de las mismas puede influir en la severidad o
la duración de la perturbación. Este tipo de defensa puede ayudar al paciente a
su adaptación a la enfermedad al comienzo, o puede tener un impacto negativo
que lo lleve a no adherir al tratamiento o que perturbe la alianza terapéutica.
Defensas y estructura
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139
Introducción
• Evaluación Clínica
• Elaboración de la experiencia
Diagnóstico
• Buena mentalización
• Ausencia de mentalización
• Mentalización pobre
Puede tomar múltiples formas, pero en líneas generales comparten carac-
terísticas en cuanto al estilo de la narrativa, contenido de discurso y actitudes
implícitas en el relato de las experiencias que evidencian las deficiencias para
mentalizar.
149
A modo de ejemplo, citaremos algunas.
En cuanto al estilo, la narrativa puede resultar excesivamente vaga, super-
ficial o por el contrario detallada, centrada en aspectos físicos, ambientales que
alejan el foco de los estados mentales de los participantes.
Por otro lado, la mención con excesiva certeza sobre las motivaciones o
deseos de los participantes o la convicción absoluta respecto a su propia perspec-
tiva de la situación dan cuenta de las deficiencias para mentalizar. Así también,
la falta de curiosidad, la evaluación punitiva sobre las actitudes de los demás,
pueden acompañar este estilo.
En el contenido del discurso es frecuente el uso excesivo de generalizacio-
nes, “etiquetas” y razonamientos circulares como formas de comprensión, por
ejemplo “él es así”, “eso es porque es haragán”, “perdí el examen porque soy
autodestructivo”. La interpretación centrada en factores externos o en el entorno
físico más que en las personas y sus estados mentales o el excesivo hincapié en
normas, reglas prestablecidas como únicas explicaciones de los acontecimientos,
evidencian la rigidez en el funcionamiento mental que aleja de la capacidad para
mentalizar adecuadamente.
2. Balance de dimensiones
Por otro lado tanto en las fallas parciales como generalizadas, debemos
identificar el grado de balance entre los componentes de las distintas dimensio-
nes que se ponen en juego durante la mentalización. Es esperable que exista un
equilibrio dinámico, es decir que el individuo sea capaz de, por ejemplo, cen-
trarse en sí mismo en determinados momentos y luego en el otro para alcanzar
una interpretación cabal de la situación; o centrarse en las evidencias externas
frente a determinada situación sin desconocer las claves internas; o apelar a una
151
interpretación mas cognitiva, racionalizada frente a una estimulación afectiva
importante.
3. Modos no mentalizantes
Se distinguen cuatro modos principales:
Comprensión concreta: es la forma mas frecuente en que se expresa la po-
brezaen la mentalización. Evidencia la falla general en la apreciación de estados
mentales internos. Se correlaciona con el modo de equivalencia psíquica descri-
to en el desarrollo de esta capacidad en el que se equipara la realidad interna a
la externa.
Como indicadores generales de este tipo de funcionamiento puede verse
la falta de interés en los pensamientos, sentimientos, deseos de los otros, la de-
terminación por factores situacionales o externos en la interpretación de la ex-
periencia, la predisposición a la generalización masiva o el uso de preconceptos
rígidos, entre otros.
Pseudo-mentalización: Es aquella forma en la que el individuo parece estar-
mentalizando pero carece de la esencia. Puede verse la certeza con la que domina
esta capacidad con ausencia de la necesaria curiosidad e incertidumbre que con-
lleva el descubrimiento de la mente del otro.
Como mencionamos anteriormente, tiene relación con el modo aparente
de funcionamiento propio del desarrollo normal del preescolar en el que la rea-
lidad física y mental aún no se integran completamente.
Existen múltiples formas en las que la “pseudo-mentalización” puede pre-
sentarse, pero se describen tres subcategorías principales que agrupan estas va-
riedades.
-Intrusiva: no se respeta la opacidad e intimidad de la mente. El individuo
cree conocer exactamente cómo piensa o se siente el otro.
-Superactiva: uso exagerado de la mentalización con una búsqueda excesiva
de sustratos mentales en la interpretación de la experiencia. Esto generalmente
aumenta la confusión en relación a los estados mentales propios y del otro.
-Destructiva: negación de los estados mentales evidenciables en el otro,
reemplazo por falsas construcciones centradas en sí mismo. Esta categoría puede
aproximarse al mal uso de la mentalización que describiremos.
Todas estas formas de pseudo mentalización pueden aparecer como fallas
parciales, en determinados contextos, o persistentemente conformando fallas
generalizadas.
Comprensión teleológica: necesidad de evidencia física observable para
lacomprensión de los estados mentales subyacentes. Los significados implícitos
de muchas acciones, gestos, convenciones sociales pueden ser mal interpretados
o pasados por alto durante este tipo de funcionamiento. La capacidad de sim-
bolización y significación es muy primitiva, asumiendo la correspondencia casi
lineal entre acción-significado. La actuación es experimentada por el individuo
152
como un mecanismo regulador válido y eficiente, muchas veces necesario y úni-
co, frente a la activación emocional. Es importante señalar que no es el acto en
sí el que lleva el significado para el individuo pero principalmente la respuesta
actuada en contingencia con su experiencia afectiva.
Mal uso de la mentalización: Registro y comprensión de la mente del otro
para dañar o controlar. El individuo puede anticipar los deseos, expectativas del
otro y utilizar esto para seducir o manipular. Existe una aparente capacidad para
mentalizar, ya que la lectura de la mente del otro se logra a expensas de la escasa
capacidad para representar los estados mentales propios. Existe un disbalance ex-
tremo entre la capacidad para ver al otro y a sí mismo, así como también entre la
capacidad para interpretar pensamientos e interpretar sentimientos. Esto resulta
en una deficiencia severa en la posibilidad de alcanzar una verdadera empatía, al
punto de que un individuo puede saber cómo se siente el otro pero no es capaz
de dar una respuesta contingente. Esta forma de mentalizar y su utilización se
clasifica en grados de severidad basados en la intencionalidad y funcionalidad
que le da el individuo, yendo desde una forma defensiva de interacción hasta el
abuso deliberado.
Perspectiva de desarrollo
Escepticismo realista
Conocimiento de
funciones preconcientes
Conciencia del impacto
del afecto
Noción de conflicto
Interés genuino por las
diferencias
Postura autoinquisitiva
Subtotal
Percepción y
significación de estados
mentales del otro
Reconocimiento de
opacidad
Ausencia de paranoia
Contemplación reflexiva
Reconocimiento de
perspectivas
Interés genuino en
estados mentales
Apertura a la exploración
Aceptación y perdón
Predictibilidad
Subtotal
Riqueza en la experiencia
del mundo interno
Subtotal
Valoración general de la
experiencia
Relativismo
Automonitorización
Subtotal
* Tomado y adaptado de Mentalization Based Treatment for Borderline Personality Disorder, Bate-
man-Fonagy, 2006.
Evaluación general
9.5-12 Muy Buena
6.0-9.0 Buena
2.5-5.0 Moderada
0.0-2.0 Pobre
155
Formulación diagnóstica
Antecedentes:
Cuando comenzamos la evaluación usted contaba una historia de dos años de
evolución de sentirse deprimido y hacerse daño, con momentos en los que sentía que
la vida no valía la pena. Usted planteaba que el divorcio de sus padres hace tres años,
tras la depresión de su madre, el alcoholismo de su padre y su reciente relación violen-
ta con su novia eran todos factores que jugaban un papel importante para hacer que
usted se sintiera deprimido. Usted habló de sentirse culpable, como si muchas de estas
cosas fueran culpa suya y poco antes de iniciar la evaluación estuvo en una relación
que por lo que me contaba permitía un trato violento e irrespetuoso hacia usted, casi
como si estuviera siendo castigado. Entiendo que todo esto lo estaba haciendo sentir
muy mal.
Estilo de Funcionamiento:
En base a lo que estuvimos conversando y a las pruebas que completó, podemos
decir que usted tiende a ser una persona introvertida, que valora el tiempo por su
cuenta, ya que esto lo ayuda a sentirse tranquilo. Cuando está con otras personas,
como su grupo de clase o entre sus primos, parece que se preocupa demasiado por las
opiniones o reacciones que puedan tener hacia usted, con cierto temor a que lo las-
timen. Este miedo creo que hace que usted se refugie en sí mismo, se esconda y no dé
la oportunidad a que los demás se le acerquen o lo conozcan realmente, lo que lleva
a quedar muchas veces por fuera del grupo y confirmar ese miedo a ser rechazado o
sentirse mal en el grupo.
156
Sin embargo, por otro lado usted logra generar vínculos muy fuertes hacia algu-
nas personas, a veces demasiado fuertes, que siente como muy importantes para usted
y por tanto le da mucho miedo que se terminen o lo abandonen. Así parece que las
relaciones pueden a veces resultar como una montaña rusa de emociones, pasando
del amor a la ira. A veces, su estado de ánimo también puede oscilar de muy triste a
muy feliz rápidamente. Estos cambios son difíciles de manejar y por las reacciones y
sentimientos que usted transmitía, me parece que por momentos lo abruman hacien-
do que su mente se ponga en blanco y es ahí que usted dice que “deja de importarle”
y se “desconecta del mundo”. El problema con esta estrategia de afrontamiento es al
alejarse tanto de lo que usted o el otro está sintiendo, le resulta muy difícil interpre-
tar completamente las situaciones, las motivaciones detrás de los actos, los deseos,
las intenciones con las que se hacen las cosas y solo puede ver los actos o responder
con actos. En estos momentos es que usted tiende a hacer cosas que lo perjudican o a
lastimarse.
Muchas veces estas dificultades en el relacionamiento hacen que usted se coloque
en una posición de auto sacrificio y, a veces, incluso permite que otros se aprovechen
de usted. Aparece una tendencia a presentarse de forma negativa con los demás,
mostrando los aspectos más negativos de usted mismo como si fueran los únicos a co-
nocer. Creo que, como usted decía, esto tiene que ver con la tristeza que siente cuando
piensa en situaciones dolorosas del pasado, cayendo en un dolor tan profundo que no
le permite salir de lo negativo y ni siquiera ver sus cualidades positivas.
La mentalización en el tratamiento
Luego de discutido el diagnóstico con el paciente se realiza un plan de
crisis en función de los factores de riesgo identificados y se plantea la estrategia
terapéutica a seguir.
En líneas generales, se busca desarrollar un proceso terapéutico en el que la
mente del paciente sea el foco de atención. El objetivo terapéutico será conocer
más de cómo piensa y siente sobre sí mismo y sobre los otros, y comprender
cómo influye esto en su funcionamiento.
Para lograrlo es fundamental establecer claramente los objetivos, explicar la
modalidad y estructura del abordaje al paciente.
El terapeuta deberá formular y reformular la imagen del paciente en su
mente para ayudarlo a entenderse; el paciente tiene que poder verse en la mente
del terapeuta y este tiene que entenderse en la mente del paciente para lograr un
proceso terapéutico de mentalización. Ambos deben experimentar “una mente
siendo cambiada por otra mente”. Para ello habrá una postura de cuestiona-
miento permanente sobre los estados mentales propios y del paciente:
¿Qué está pasando ahora? ¿Por qué dice eso ahora? ¿Por qué se comporta de esa
manera? ¿Qué entiende de lo que está pasando por su mente? ¿Por qué me siento así
ahora? ¿Qué fue lo que hizo que cambiara su estado mental? ¿Qué nos hizo perder
la mentalización?
157
La mentalización estará presente tanto de forma implícita como explícita a
lo largo del abordaje. En lo implícito a través de la construcción de la imagen del
paciente para el paciente, presentando distintos sentidos del paciente al paciente
y buscando mantener una atención conjunta en la mente del paciente.
En lo explícito, la mentalización destacará la experiencia de “sentirse senti-
do”, es decir abriendo camino hacia la afectividad mentalizada, manteniendo la
atención no directamente en los contenidos pero en ayudar a generar múltiples
perspectivas, liberarse del estar preso en una única realidad (representación pri-
maria y equivalencia psíquica) y reconocerse a sí mismo (metarrepresentación)
para habilitar un proceso de cambio.
Bibliografia
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Winnicott, D.W. (1956). El Rol Especular de la Madre en la Familia y el Desarrollo del
Niño. En: Winnicott, D. Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.
158
La mentalización
El apego
El afecto
La mentalización
El apego
Vayamos ahora a ejemplificar lo expuesto a través del caso clínico al que hi-
cimos referencia en el capítulo sobre formulación clínica. El motivo de consulta
de Diego ya nos sitúa en el tema de la disregulación afectiva. Diego “se queda en
blanco” frente a las situaciones que lo perturban, o teme “explotar”. En definiti-
va, se pregunta: ¿Cómo sería eso de “manejar los sentimientos de otra manera”?
Esta situación lo perturba y a la vez lo caracteriza. Esta dificultad para regular
las reacciones fue vivida por él en casa, donde su padre se descontrolaba. Resulta
muy interesante observar cómo a partir de ese vínculo, él confunde diferentes
sentimientos: cariño y miedo. Ya aquí el significado de las situaciones, de los
estímulos, se confunde y entremezcla. ¿Cómo iba a poder significar adecuada-
mente las situaciones cuando su padre se burlaba de lo que él sentía? En todo
esto vemos un origen de lo que hoy es su gran preocupación: reaccionar de for-
ma descontrolada y errática frente a lo que lo conmueve. Este modelo también
fue reforzado por la madre, para quien ellos eran lo más importante pero no los
podía proteger de lo que les hacía daño. El mecanismo que hoy usa él es alejarse
para no afectarse, y cuando no puede hacerlo entonces se descontrola.
En este caso específico, en dónde no hay un trastorno definido pero sí
síntomas que alteran el desarrollo y la adaptación, resulta fundamental poder
comprender los mecanismos básicos que de alguna manera inciden en su fun-
cionamiento mental y en su adaptación y crecimiento personal. Diego “siente”
frente a lo que vivencia y ese sentir no le resulta una señal que dispare un pro-
cesamiento mental adaptativo, sino que por el contrario el afecto invade y con
ello genera una interpretación sesgada que conduce a respuestas desacertadas.
Comprender y revertir este funcionamiento mental, generando capacidad re-
flexiva fue, en este caso, la base de la intervención y del cambio. ¿Cómo se logró?
En gran medida a través de ayudarle a mentalizar su afectividad, reconocer sus
afectos, identificarlos, buscarle alternativas de respuesta, a la vez que reconocer
los móviles de los otros y poder responder a ellos. Es decir que el acento se puso
en ayudar a Diego a regular sus afectos a través de mejorar, ampliar e intensificar
sus mecanismos de mentalización.
Si pensamos ahora en el caso con el cual ejemplificamos la formulación
clínica de niño, Delmira, podemos también ver la incidencia que la falta de
170
regulación de sus afectos genera sobre su incipiente estructura de persona-
lidad.
Por un lado podemos decir que en lo que respecta a sus vínculos primarios
estos no le ofrecieron estabilidad ni consistencia, sino que al contrario fueron
erráticos, ausentes, y en realidad su mamá, que fue quien se hizo cargo de ella,
no podía ofrecer un adecuado modelo de regulación desde el momento en que
ella misma no lograba regularse. El vínculo de apego desarrollado fue inseguro
y desorganizado. No era comprendida ni comprendía a quienes le rodeaban.
En este caso la situación parece más grave que en el caso de Diego porque el
abandono y el destrato fueron mucho más importantes y desde el comienzo de
su vida. Esto sin duda que fue generando muchas dificultades para adquirir he-
rramientas y estrategias de afrontamiento básicas para poder regular sus afectos,
que parten del reconocimiento y la comprensión de lo que le pasa al niño más
allá de ofrecerle estrategias de afrontamiento.
También en este caso podemos decir que la afectividad invadía pero además
que era una afectividad claramente negativa con el efecto destructivo que esto
tiene sobre la personalidad.
En ambos casos la dinámica psíquica esta signada por la desregulación de
los afectos, originada en los vínculos primarios que no lograron consolidar un
apego seguro y no dieron la base para un proceso de mentalización eficiente.
Seguramente tanto Diego como Delmira se beneficien de poder establecer un
vínculo terapéutico en el cual se sientan comprendidos y valorados y que les
ayude a significar y resignificar cómo se sienten, cómo se consideran, y lo que les
sucede. La adquisición de nuevas estrategias de regulación conllevarán un nivel
de mentalización que contribuirá de forma fundamental a su funcionamiento
y adaptación.
Bibliografía
Addendum 2015:
. Este anexo fue publicado como artículo en la Revista de Psiquiatría del Uruguay en el año
2010. Referencia bibliográfica: Bernardi, R. (2010). DSM-5, OPD-2 y PDM: Convergencias y
divergencias entre los nuevos sistemas diagnósticos psiquiátricos y psicoanalíticos. Rev Psiquiatr
Urug, 74(2), 179–205.
173
INTRODUCCIÓN
. Si bien el texto hace referencia directa a la experiencia uruguaya, muchas de las observa-
ciones, tanto sobre el desarrollo de la psiquiatría como del psicoanálisis, tienen una validez más
general y pueden aplicarse a otras realidades latinoamericanas.
175
2010). Estas propuestas se impusieron y llevaron a que en la siguiente versión
del DSM, aparecida en 1980, el DSM-III, se produjera una amplia reformula-
ción de las categorías diagnósticas, que sirvieron de base para el DSM-IV (1994)
y el DSM-IV-TR (2000).
Los cambios introducidos en el DSM-III y el DSM-IV trajeron beneficios
e inconvenientes. Del lado de las ventajas se debe reconocer que colocaron en
primer plano las condiciones exigibles a un diagnóstico, a saber:
Contener categorías diagnósticas que tengan validez, confiabilidad y uti-
lidad clínica
Lograr que las investigaciones sean comparables
Delimitar los trastornos a los que el sistema de salud debe dar cobertura
Identificar la respuesta a los tratamientos
Facilitar los estudios epidemiológicos que permitan determinar tasas de in-
cidencia, prevalencia o remisión de los trastornos,
La necesidad de estos requisitos es indiscutible, pero el problema es encon-
trar el camino adecuado para cumplir con ellos.El DSM-III y el DSM-IV, sin
proponérselo, al enfatizar el diagnóstico en base a listas de síntomas, en el marco
de categorías discontinuas que encerraban un apreciable margen de arbitrarie-
dad, llevaron en muchos casos a una desvalorización del examen clínico minu-
cioso, volvieron innecesaria la empatía con el paciente y el atender a su contexto
familiar y social y desestimularon la comprensión psicopatológica. Aunque el
DSM siempre hizo hincapié en que no pretendía sustituir una formación clínica
profunda, los psiquiatras jóvenes buscaron memorizar síntomas más que com-
prender personas. Tampoco intentaron comparar sus observaciones con las de
los grandes maestros. Esto llevó a lo que Andreasen(Andreasen, 2007) denomi-
nó “la muerte de la fenomenología en los Estados Unidos”. El mismo panorama
se repitió en otros países. En la medida en la que el uso del DSM-III o DSM-IV
se asoció a una renuncia a la riqueza de la descripción fenomenológica y a la
complejidad de la psicopatología, se llegó a aquello mismo que se buscaba evitar,
esto es, a la irrelevancia de los conceptos diagnósticos. Una misma categoría
diagnóstica podía recubrir realidades humanas muy diferentes entre sí, cuyas
particularidades, necesarias para un encare terapéutico del paciente y no sólo de
la enfermedad, no ayudaba a reconocer.
. Las influencias dominantes en otras corrientes fueron otras, como es el caso de la corriente
inspirada en la obra de C.G. Jung.
176
(neurosis histérica, neurosis fóbica o histeria de angustia y neurosis obsesiva), en
las cuales los conflictos inconcientes juegan un papel determinante y a las que
consideraba las más aptas para el tratamiento psicoanalítico, frente a otros tipos
de neurosis (neurosis actuales, neurosis de guerra, etc.), en las que era preciso
tomar en cuenta factores de otro tipo. Con el correr del tiempo, nuevos autores
fueron agregando nuevas categorías diagnósticas (por ejemplo, O. Kernberg, H.
Kohut, A. Green entre muchos otros), lo cual aumentó la riqueza de las concep-
tualizaciones clínicas pero también aumentó el riesgo de un caos terminológico
y conceptual.
En los comienzos del grupo psicoanalítico uruguayo, junto con la obra
de S. Freud, tuvieron una fuerte gravitación las de Melanie Klein y de W.
R. Bion. Ellas llevaron a distinguir lo que se denominó la parte neurótica y
la parte psicótica de la personalidad, como dos formas distintas,existentes en
grado variable en todo individuo, de manejar la realidad interna y externa en
base a diferentes ansiedades, fantasías inconcientes y mecanismos de defensa. J.
Bleger (Bleger, 1973), psicoanalista argentino, fue tal vez quien con mayor rigor
metodológico intentó construir indicadores clínicos que permitieran operacio-
nalizar estos conceptos para su uso diagnóstico, tarea que su muerte prematura
(1972) dejó inconclusa. En las décadas siguientes, en Uruguay, la influencia del
psicoanálisis francés y en especial de la obra de Jacques Lacan llevó a revalorizar
los conceptos diagnósticos originales freudianos y a desarrollar nuevas perspec-
tivas que condujeron a prestar atención a las fallas en la estructuración psíquica
relacionadas con procesos de desmentida que llevan a déficits en los procesos de
simbolización(Schkolnik, 2007), (Casas de Pereda, 1999).
El tema del diagnóstico nunca fue en realidad una prioridad del grupo
uruguayo, en el que tuvieron escasa repercusión las variadas propuestas diag-
nósticas que se formularon en la comunidad psicoanalítica internacional. En
nuestro medio se puso mayor énfasis, como dije, en lo singular e inabarcable de
cada paciente. Esto aparejó una ventaja, pues fortaleció la escucha de aquellas
metáforas o descripciones co-construidas entre paciente y analista que permitían
captar mejor las experiencias propias del análisis. Se ha comprobado(Sandler,
1983), (Canestri, 2006), (Bernardi, 2007) que cada psicoanalista trabaja in-
fluido por teorías implícitas personales que se van desarrollando a lo largo de la
vida y enriquecen su comprensión clínica. Pero esta actitud de escucha abierta y
provisional necesita acompañarse de un segundo momento de observación clí-
nica y reflexión crítica más rigurosa, que busque traducir estas experiencias sin-
gulares en conceptos más generales, pues de lo contrario conducen a una deriva
conceptual que puede debilitar el anclaje clínico de los conceptos y vaciarlos de
significado, al utilizar distintos autores las mismas palabras para designar cosas
muy diferentes, o denominar de forma distinta a las mismas cosas.
El momento actual esoportuno para que el psicoanálisis vuelva a interesarse
por la tarea diagnóstica. Existe hoy día una creciente conciencia de que es nece-
177
sario identificar el tipo de pacientes que se beneficia más con alguno de los dife-
rentes recursos psicoterapéuticos y farmacológicos disponibles. Esto constituye
una responsabilidad profesional hacia los pacientes pero también hacia el sistema
de salud, que, como ocurre en todo el mundo, necesita información diagnóstica
sobre el tipo de pacientes que recibe las prestaciones y sobre su evolución. Este
camino requiere que la psiquiatría, el psicoanálisis y las distintas psicoterapias
encuentren la forma de hacer compartibles sus distintos lenguajes.
. Prefiero el término enfoque al de modelo, por cuanto es menos ambicioso y responde me-
jor a la situación del conocimiento actual, en que no es posible un modelo unificador global sino
aproximaciones parciales que respeten la complejidad de las relaciones entre los distintos niveles
de los fenómenos cuando se estudian problemas específicos.
. A veces se confunde diagnosticar con “etiquetar“. En realidad esto no es así, pues diag-
nosticar es conceptualizar, o sea, abstraer caracteres comunes y generalizar, mientras etiquetar sólo
puede utilizarse para designar lo singular y único, para lo cual se utilizan los nombres propios u
otras marcas que sirven como rótulos. El diagnóstico de un trastorno de personalidad no significa
cosificar una persona sino identificar un patrón recurrente de modos de pensar, sentir y actuar.
Pero también es cierto que no se puede impedir que los diagnósticos, como cualquier concepto
útil, puedan a veces ser mal empleados y sean utilizados para etiquetar, denigrar o violar la con-
fidencialidad de las personas.
. La distinción entre disciplinas idiográficas y nomotéticas se debe a Windelband, y forma
parte de una discusión más general que se dio a principios de siglo sobre las diferencias entre las
ciencias naturales y las ciencias de la cultura, polémica cuyos ecos y nuevas versiones continúa en
la actualidad.
. Tampoco es posible descuidar los problemas filosóficos subyacentes. Cuando nos pregun-
tamos si los trastornos mentales constituyen entidades reales o son simples convenciones lingüís-
ticas o construcciones cultural e históricamente condicionadas como sostiene el constructivismo,
encontrams que esta discusión puede retrotraerse a discusiones clásicas de la filosofía sobre el tipo
de realidad que poseen las entidades abstractas, como la que se dio entre el realismo, el nominalis-
mo y el conceptualismo. Estas cuestiones son inevitables, pues diagnosticar significa, precisamen-
te, relacionar lo particular con lo general. El OPD-2 comienza con una cita de Goethe que dice:
“Lo especial siempre está sujeto a lo general; lo general siempre tendrá que remitirse a lo especial”
179
significa relacionar las formulaciones abstractas de una teoría a los términos
observables en los que se apoya (Bridgman, 1927). El OPD-2, que asumió esta
tarea en forma sistemática debió hacer frente a las dificultades que plantea la
irrenunciable subjetividad del entrevistador (p. ej., en conceptos como los de
contratransferencia, etc.). Esto llevó al OPD-2 poner especial cuidado en eva-
luar la validez y confiabilidad de los conceptos usados.
Una categoría diagnóstica posee validez si recoge características centrales
del fenómeno. Es confiable o consistente si muestra que existe acuerdo entre
evaluaciones realizadas por distintos clínicos (medido por el “acuerdo entre
evaluadores”) o en distintos momentos (“confiabilidad test-retest”). Como test
estadístico de confiabilidad suele utilizarse el índice kappa de Cohen. Para la
mayoría de los trastornos, el DSM-IV logró un acuerdo entre investigadores de
nivel aceptable o excelente, sobre todo cuando se utiliza la Entrevista Clínica
Estructurada (SCID) aplicada a los trastornos del eje I. La confiabilidad test-
retest no es tan buena en el caso de los trastornos de la personalidad. El desafío
para los nuevos sistemas diagnósticos psicoanalíticos ha sido el de lograr índices
kappa igualmente o incluso más satisfactorios que el DSM-IV, exigencia que el
OPD-2 ha mostrado que puede cumplir.
Una cuestión importante que los nuevos sistemas diagnósticos debieron
enfrentar tiene que ver con la naturaleza categorial o dimensional de los fe-
nómenos en estudio. ¿Son salud y enfermedad dos categorías distintas o son
variaciones de grado dentro de un mismo continuo? La misma pregunta vale
para las diferencias entre trastornos, que pueden ser alternativamente conside-
rados como pertenecientes a clases distintas o como valores dentro de espectros
de naturaleza continua. Creo que una virtud de los nuevos sistemas diagnósticos
es evitar la dicotomía entre lo categorial y lo dimensional10 y combinar ambas
siderar. Las acciones terapéuticas (y las responsabilidades profesionales) a veces pueden guiarse
jerarquizando la continuidad entre lo sano y lo enfermo, pero en otras ocasiones (por ejemplo, si
hay que decidir internar o no internar) pasa a primer plano la necesidad de distinguir entre estados
distintos que requieren acciones también distintas.
11. La importancia dada a las diferencias estadísticas (medida a través de los valores p, que
sirven para rechazar la hipótesis nula) ha hecho perder de vista que a veces esta diferencia estadís-
tica tiene muy escasa significación clínica. Un tratamiento o fármaco puede ser estadísticamente
superior a otro o al placebo, pero esto puede deberse a que en una muestra numerosa se han pro-
ducido cambios pequeños en algunos ítems de un test, sin que esto implique cambios perceptibles
en la calidad de vida de los pacientes.
12. En el 2006, el entonces presidente de la APA, Steven Sharfstein anunció a D. J. Kupfer
como Chair y a D. A. Regier como Vice-chair del comité encargado del desarrollo del DSM-5. El
comité sobre personalidad y trastornos de la personalidad está presidido por Andrew E. Skodol.
181
con números arábigos), cuya versión definitiva se anuncia para Mayo del 201313.
Esta revisión busca ajustar el DSM a los avances de la clínica y de la investiga-
ción, de modo de que los diagnósticos sean más precisos, confiables y útiles para
la práctica psiquiátrica.
Mientras que el DSM-IV se mantuvo dentro de los lineamientos generales
del DSM-III, el DSM-5 apunta a una revisión mayor. Se propone unir los Ejes
I, II y III en un único eje, aproximándose al sistema CIE, cuya nueva versión
(CIE 11) está anunciada para 2014. También se está estudiando utilizar escalas
comunes con el CIE para los ejes IV y V. Señalaré, sin la intención de ser ex-
haustivo, algunos de los cambios propuestos. En muchos casos el diagnóstico
categorial se combinará con el dimensional, utilizando las dimensiones para des-
cribir fenómenos de distribución continua. Se incluye la evaluación dimensional
de síntomas que atraviesan los distintos trastornos (“cross cutting assessment”)
tales como la ansiedad, el humor depresivo, los trastornos del sueño, el consumo
de sustancias, etc., pues se las considera útil no sólo para el diagnóstico, sino
también para el pronóstico, la planificación y la evaluación de los resultados del
tratamiento. Con fines de prevención se incluyen formas premórbidas o iniciales
de los trastornos, por ejemplo, Síndrome de Riesgo de Psicosis. Se estudia la
inclusión de la opinión del paciente sobre su calidad de vida y sobre la atención
recibida recogida a través de un sistema computarizado (Patient Reported Outo-
mes Measurement System, PROMIS14), utilizado también para enfermedades
orgánicas. La definición de numerosos trastornos sufre algún tipo de modifica-
ción, más o menos importante, punto en el que no entraré aquí.
Estas propuestas están aún en fase de testeo empírico para saber si son apli-
cables a la práctica clínica. Pero aun cuando sean provisionales y estén abiertas
a la discusión, resulta interesante cotejarlas con los nuevos sistemas diagnósticos
psicoanalíticos. Me focalizaré en el diagnóstico de los TP, pues es uno de los
campos que sufre mayores modificaciones en el DSM-5 y que se presta mejor
para una comparación de los tres sistemas.15
El Eje 2 del DSM-IV venía siendo objeto, desde bastante tiempo atrás, de
fuertes cuestionamientos por parte de clínicos y de investigadores que le ob-
jetaban la falta de validez de las categorías diagnósticas, la inestabilidad de los
diagnósticos, la arbitrariedad de los umbrales y el alto grado de comorbilidad.
Desarrollaré algunas de estas críticas siguiendo a Shelder y Westen(J. Shedler &
Westen, 2006), pag. 576:
13. Su presentación oficial está anunciada para ocurrir en la reunión anual de la APA que
tendrá lugar en San Francisco en ese año.
14. Más información al respecto disponible en: http://www.nihpromis.org/default.aspx
15. La búsqueda realizada en Scholar.Google y en PubMed no muestra trabajos que compa-
ren entre sí el DSM-5, el OPD-2 y el PDM.
182
En el DSM-5 el diagnóstico de los TP se realiza combinando síntomas que
son muy heterogéneos entre sí en su naturaleza e importancia.
Los puntos de corte para decidir la inclusión o exclusión de de un ítem son
arbitrarios (por ejemplo: ¿cuán poca empatía es falta de empatía?).
Las categorías diagnósticas en realidad se podrían evaluar como si fueran
rasgos dimensionales (las personas pueden ser más o menos paranoides, narcisis-
tas, evitativas, dependientes, etc.).
El nivel de co-morbilidad de distintos TP es exageradamente alto (es habi-
tual que haya 4 o más diagnósticos para la misma persona), lo cual pone en duda
la validez discriminante del sistema.
La mayoría de las personas (cerca del 60%) que califican para la categoría
general de TP del DSM-IV no coincide con ninguna de las categorías diagnós-
ticas específicas.
En contrapartida, estas categorías agrupan pacientes que son demasiado
heterogéneos entre sí en aspectos relevantes.
Algunas categorías (por ej., TP paranoide) están en realidad basadas en la
reiteración con diferentes palabras de un mismo rasgo (suspicacia).
La confiabilidad test-retest es baja, lo cual indica una falta grave de confia-
bilidad del método, puesto que se trata de diagnosticar trastornos que se supone
que tienden a persistir en el tiempo.
En el plano conceptual se ha señalado que la distinción entre Eje I y Eje II
es arbitraria (D. Westen & Shedler, 2000). Se señaló también la ausencia de una
dimensión relevante: la evaluación del nivel de funcionamiento de la persona-
lidad y en especial de sus recursos y su capacidad de resiliencia así como de sus
vulnerabilidades. Esta carencia lleva a que el diagnóstico ofrezca escasa orien-
tación para planear un enfoque terapéutico más global. El sistema DSM, en
opinión de los responsables del DSM-5 (Schatzberg, Jr., Kupfer, & Regier, n.d.)
corría el riesgo de volverse irrelevante si no realizaba los cambios necesarios.
Los TP en el DSM-5
El comité sobre TP, presidido por A.E. Skodol, recomendó una reconcep-
tualización profunda de la psicopatología de la personalidad. Los TP son defi-
nidos como fallas en el desarrollo del sentido de la identidad del self16 y de la
capacidad para el funcionamiento interpersonal que serían adaptativos en el
contexto de las normas y expectativas de la cultura del individuo.
Estas fallas se manifiestan como perturbaciones nucleares del funciona-
miento de la personalidad y como características extremas de al menos algún
rasgo de la personalidad, que comienza en la adolescencia y que se mantiene a
través del tiempo aunque cambien las circunstancias. Se conservan algunos de
16. Conservo el término self, ya habitual en el lenguaje técnico, en vez de traducirlo por “sí
mismo”. A menos que se especifique lo contrario las traducciones de textos en inglés son mías.
183
los tipos categoriales del DSM-IV que mostraron mayor validez y utilidad. En
suma, los TP ya no se diagnostican sumando síntomas como en el DSM-IV,
sino combinando la evaluación en los dominios señalados, que pasaré a exami-
nar17.
17. El DSM-5 utiliza “dominio“ para referirse a las dimensiones o incluso áreas en un sen-
tido general; “rasgo“ para referirse a características de la personalidad; “facetas“, o “facetas de los
rasgos“, cuando se trata de rasgos de nivel más bajo que forman parte de un rasgo más general; y
“dimensión“ para designar un continuo de naturaleza escalar.
18. (Nota de marzo de 2011). Las categorías presentadas en el texto se basan en el borrador
del DSM-5 propuesto en Febrero de 2010. El 21 de Enero de 2011 se introdujeron algunas mo-
dificaciones con el fin de hacer más simple la evaluación. Además de algunos cambios menores en
la forma de expresar los conceptos, se suprimen las categorías 1.ii.“ Integridad del concepto de sí
mismo“ y la 2.iii. “Complejidad e integración de las representaciones de los otros“, cuyos conteni-
dos son suprimidos o colocados dentro de las otras categorías. Considero que estas modificaciones
no obligan a modificar la comparación que se realiza más abajo en la Tabla 3, ni las conclusiones
que surgen de la misma.
184
2) Funcionamiento en el dominio interpersonal
2.i) Empatía
Incluye: a) capacidad de mentalizar (o sea, de crear un modelo adecuado de
los pensamientos y emociones de otra persona); b) de apreciar las experiencias
de otros; c) atención a la variedad de las opiniones de otros; d) comprensión de
la causalidad social.
19. El trastorno esquizoide puede ser evaluado a través de los rasgos de retracción social, dis-
tanciamiento social, evitación de la intimidad, afectividad restringida y anhedonia. El trastorno
paranoide a través de los rasgos de suspicacia, evitación de la hostilidad, y creencias inusuales. El
histriónico, por los de histrionismo y labilidad emocional. El trastorno narcisista por los rasgos
de narcismo, manipulatividad, histrionismo y dureza. El dependiente, por los rasgos de sumisión,
ansiedad e inseguridad ante las separaciones.
186
individuos con este trastorno experimentan impulsos rápidamente cambiantes, in-
tensos, impredecibles y reactivos, y pueden sentirse extremadamente ansiosos o de-
primidos. Pueden también enojarse o ponerse hostiles, y sentirse incomprendidos,
destratados o victimizados...
El diagnóstico consignará:
A) El nivel de funcionamiento de la personalidad en una escala que va de
0 (sin perturbación) a 4 (perturbación extrema)
B) El grado de concordancia del caso con cada uno de los 5 prototipos de
personalidad descritos (Trastorno borderline, antisocial/psicopático, esquizotí-
pico, evitativo yobsesivo-compulsivo). El grado de concordancia con cada uno
de ellos puede ir 5 (muy bueno) a 1 (inexistente)
C) Se consignan los rasgos de la personalidad que llegan a nivel 3 (extrema-
damente descriptivo) y 2 (moderadamente descriptivo).
En base a lo anterior se llega a la decisión de si el paciente cumple con los
criterios para TP (sí / no).
Si tomamos, p. ej., para un paciente con un trastorno borderline, el diag-
nóstico se formularía señalando:Existe un TP; que posee una perturbación del fun-
cionamiento del self e interpersonal de nivel (…); con un grado (…) de coincidencia
Resulta útil revisar algunas opiniones críticas al DSM-5, pues ellas ponen a
luz aspectos que merecen ser discutidos en la actual etapa de revisión del texto.
A. Frances, quien presidió el comité anterior de la APA que elaboró el
DSM-IV (Frances, n.d.)considera que el estado actual del conocimiento no
justifica cambios de la magnitud propuesta. Considera que el DSM-5 exigirá
a los psiquiatras un reaprendizaje trabajoso, el cual será utilizado por la indus-
tria farmacéutica para sus propios fines. Esto podría llevar a nuevas “epidemias”
diagnósticas, como las que provocó el DSM-IV. Sobre su propia experiencia con
el DSM-IV comenta: “Aunque muchos otros factores estuvieron ciertamente
en juego, el súbito aumento en los diagnósticos de trastornos autistas, de déficit
atencional con hiperactividad y de trastornos bipolares, puede en parte reflejar
los cambios en las definiciones del DSM-IV. (…) La psiquiatría no debe entrar
en el negocio de fabricar inadvertidamente trastornos mentales”. Frances opina
que con el loable propósito de favorecer la prevención, la introducción de cate-
gorías de riesgo podría incrementar la medicalización (y la medicación) de casos
falsos positivos, efecto que también podría ser producido por la modificación
de los umbrales diagnósticos de otros trastornos que surge a partir de las nuevas
definiciones21(Frances, 2010). Respecto a la evaluación dimensional, en espe-
cial en los trastornos de la personalidad, si bien admite que su uso resulta más
preciso que el de las actuales categorías borrosas, encuentra que las dimensiones
propuestas son demasiado complejas, prematuras e insuficientemente testeadas
como para que resulten aplicables en la práctica clínica.
Estas críticas fueron rechazadas por quienes encabezan los trabajos para
el DSM-5, sosteniendo el valor práctico y la base en la evidencia de las nuevas
propuestas(Schatzberg et al., n.d.), (Regier, Narrow, Kuhl, & Kupfer, 2009).
Desde el campo de la psicoterapia psicoanalítica y cognitivo- conductual
también surgieron cuestionamientos. En un comentario editorial aparecido en
el American Journal of Psychiatry firmado por conocidas figuras del campo de
la psicoterapia, algunos de los cuales son co-autores del PDM, a saber: Jonathan
Shedler, Aaron Beck, Peter Fonagy, Glen O. Gabbard, John Gunderson, Otto
Kernberg, Robert Michels, y Drew Westen(Jonathan Shedler et al., 2010), se
señalan algunos puntos de acuerdo y otros de franca discordancia con las pro-
puestas del DSM-5. Los autores dan una bienvenida a la evaluación de la severi-
21. Frances menciona al respecto: el déficit atencional con hiperactividad, las adicciones, los
trastornos del espectro autista, los estados de duelo, la pedohebefilia, y otros cambios más gene-
rales, como ser la modificación de los criterios de severidad del trastorno. Cree que estos cambios
además de aumentar la medicalización podrían traer consecuencias negativas a nivel legales y a
nivel de las prestaciones de salud.
188
dad de los trastornos, pues concuerdan en que un mismo trastorno del DSM-IV
puede ir desde leves trastornos en las relaciones a una inhabilitación para la
convivencia social (p. 1026). También están de acuerdo con las descripciones
de los trastornos basadas en prototipos, pues consideran que las decisiones sobre
la pertenencia a una categoría diagnóstica, se basan en realidad en la percepción
del ajuste de un caso individual a un determinado prototipo que el clínico tiene
en mente (p. 1026)(J. Westen & Shedler, 1999), (Jonathan Shedler & Westen,
2004). Sin embargo no concuerdan en modo alguno en reducir los prototipos o
categorías diagnósticas a cinco, en base al argumento de que las otras categorías
no poseen suficiente evidencia surgida de investigaciones a su favor. Conside-
ran que ausencia de evidencia no equivale a evidencia de ausencia y que sería
un error excluir síndromes ampliamente confirmados en la práctica, pues esto
introduciría una cuña entre la realidad clínica y los diagnósticos sancionados
como válidos, por lo que instan a ampliar el sistema de prototipos de modo de
no excluir síndromes que no son raros en la población y que están desde hace
mucho identificados empíricamente (p. 1027). Igualmente críticos se manifies-
tan respeto a la inclusión de rasgos. Consideran que su definición proviene más
de la psicología académica que de la clínica y que introducen una heterogenei-
dad en los criterios diagnósticos que complica inútilmente la práctica clínica y
que difícilmente será incorpora por los psiquiatras clínicos, ya renuentes hoy a
completar el diagnóstico del eje II. Por eso creen que dichos cambios tendrán
un efecto contrario al esperado y no harán avanzar el diagnóstico de la persona-
lidad enla práctica de todos los días (p. 1028).
P. Luyten y S. Blatt (Luyten & Blatt, 2011) consideran muchos de los
supuestos sobre la naturaleza categorial de los trastornos mentales subyacentes
al DSM-III y al DSM-IV no fueron confirmados por la investigación. Creen,
en cambio, que la nueva aproximación dimensional nos coloca al borde de una
nueva era en el diagnóstico psiquiátrico, que traerá cambios radicales en la con-
ceptualización, clasificación y tratamiento de los trastornos mentales. Pero para
que esta promesa se cumpla es necesaria una mayor integración de los modelos
psicopatológicos guiados por la teoría con los modelos derivados de estudios
empíricos. Opinan que el tipo de enfoque más útil para los clínicos será el que
integre las interacciones entre los procesos psicosociales y neurobiológicos que
están presentes en el desarrollo de la personalidad y en la psicopatología.
Estas controversias sugieren algunos comentarios. Merece ser destacada la
concordancia existente sobre la utilidad de la evaluación dimensional de la seve-
ridad de los trastornos, que será la dimensión en la que me apoyaré para la com-
paración con el OPD-2 y con el PDM. La crítica a la disminución del número
de trastornos parece bien fundamentada. En realidad, la experiencia clínica lleva
más a ampliar los prototipos y a señalar subtipos dentro de ellos, que a dismi-
nuirlos. El alcance de la crítica al uso de rasgos es más difícil de evaluar. Resulta
evidente que 37 facetas son excesivas e impracticables, introduciendo una hete-
189
rogeneidad de criterios diagnósticos que resultará problemática. Sin embargo,
no me parece que la observación clínica no incluya habitualmente el prestar
atención a ciertos rasgos. Algunos de los incluidos en el DSM-5, como ser la
emocionalidad negativa, la desinhibición, etc., son características que habitual-
mente están incluidas en la mirada diagnóstica. Probablemente las experiencias
de campo del nuevo sistema puedan llevar a formulaciones más afortunadas.
24. En Chile se han desarrollado actividades en ese sentidoa cargo de Guillermo de la Parra
y Franciso Alvarado.
25. En esto juegan un papel importante las investigaciones de CCRT
192
el entrevistador) perciben en el encuentro con él. Los patrones relacionales
son disfuncionales cuando generan pautas de relación fijas que no tienen en
cuenta las características de los otros, generando malestar y sufrimiento en
uno mismo y/o en los demás. En la relación transferencial con el entrevistador
se re-escenifican estos patrones(“enactment”,(Jacobs, 1986)). Los patrones re-
lacionales son vistos como formaciones psicosociales de compromiso, que sur-
gen de deseos y temores concientes o inconcientes que se ponen en juego en
la relación con los otros y que en los pasos siguientes del proceso diagnóstico
serán relacionadas con los conflictos (Eje 3) y/o con las fallas en la estructura
psíquica (Eje 4).
Para describir los roles que el paciente y los otros cumplen en estas re-es-
cenificaciones el OPD-2 recurre al modelo circunflejo tomando en cuenta po-
siciones o modos de conducta respecto a una serie dimensiones. Las dinámicas
relacionales que se pueden construir en base a ellos, son analizadas desde cuatro
perspectivas, a saber:
- el modo en que el paciente se vivencia a sí mismo
- el modo en que vivencia a los otros
- cómo los otros lo vivencian a él
- cómo los otros se vivencian a sí mismos en sus relaciones con el paciente.
26. Existen diferentes clasificaciones de estos sistemas, pero tal vez una de las más conocidas
es la de Panksepp (1998), que menciona cinco sistemas básicos: el de búsqueda, el de placer-
sexualidad, el de rabia-autoafirmación, el de miedo-seguridad, el de separación-vínculo y el de
cuidados.
27. Nótese que los conceptos más abstractos de la teoría psicoanalítica no aparecen como
tales, sino a través de sus manifestaciones a nivel fenomenológico.
194
EJE IV: ESTRUCTURA
ENTREVISTA
29. Aunque el OPD no menciona este punto resulta interesante relacionar este factor con la
distinción realizada por S. Blatt entre los pacientes preocupados por las relaciones (anaclíticos) y
los centrados en la autorealizcción ( introyectivos) a la que volveré luego.
197
El OPD-2 detalla los aspectos históricos que acabo de resumir sucinta-
mente y considera a la suya como la cuarta generación de concepciones psi-
coanalíticas sobre la entrevista diagnóstica y como un intento de síntesis de las
propuestas anteriores. Propone una actitud básica del entrevistador que permita
la reactivación de relaciones objetales tempranas en la relación transferencial.
Pero esta postura receptiva y no estructurada debe alternar, como en el modelo
de Kernberg, con secuencias exploratorias y estructuradas. La indagación de la
relación (Eje 2) y del conflicto (Eje 3) requiere una actitud más libre e interpre-
tativa, mientras la exploración de la vivencia de la enfermedad y el diagnóstico
sindromático necesitan una postura más activamente exploratoria. El diagnósti-
co de la estructura requiere una combinación de ambas.
Se trata por tanto de un proceso de entrevista multimodal, acorde con el
enfoque multiaxial. Se inicia al modo de una conversación abierta en la que el
paciente puede desplegar libremente sus “escenificaciones” (verbales y no ver-
bales) y su oferta relacional. Similar receptividad es útil para explorar aspectos
del conflicto ligados a sus significados inconcientes. Pero a medida que interesa
poner de manifiesto la estructura psíquica pasan a ocupar el primer lugar aspec-
tos formales que sirven como indicadores de las capacidades o limitaciones del
paciente para percibirse a sí mismo y a los demás, para regular las situaciones
que lo desbordan, para fantasear, para comunicarse o para crear nuevos vínculos,
incluido con el entrevistador. O sea, para disponer de sus funciones estructura-
les. La técnica de entrevista propuesta incorpora distintos recursos, incluyendo,
en distintos momentos, preguntas, confrontaciones o señalamientos e incluso
interpretaciones de prueba con fines diagnósticos, siempre que no movilicen
inadecuadamente al paciente. El tiempo necesario para la entrevista difícilmente
es menor a la hora y media y puede exigir dos o tres horas, repartidas en varios
encuentros.
FOCO
Este eje tiene especial interés para el diálogo entre la psiquiatría y el psicoa-
nálisis en especial para la comparación con el OPD-2 y con el DSM-5. Ofrece
un perfil de funcionamiento mental que abarca nueve dimensiones:
Capacidad para la regulación, atención y aprendizaje
Capacidad para relaciones (incluyendo profundidad, amplitud y consistencia)
Cualidad de la experiencia interna (nivel de confianza y autoestima)
Experiencia afectiva, expresión y comunicación
Patrones y capacidades defensivas
Capacidad para formar representaciones internas
Capacidad para la diferenciación e integración (versus desintegración o frag-
mentación)
Capacidad de autoobservación (mentalización)
Capacidad para construir y usar estándares internos e ideales. Sentido de mo-
ralidad.
Más abajo compararé este eje del PDM con la evaluación de la funcionali-
dad de la personalidad en el DSM-5 y con las categorías del OPD-2.
Este eje tiene puntos de contacto con el eje I del OPD-2, pero está organi-
zado en forma diferente, presentando la vivencia de la enfermedad en función
de los diferentes trastornos.
Con las limitaciones del caso, pues se trata de sistemas diagnósticos aún en
etapa de discusión o sobre los que aún no existe suficiente experiencia en nues-
tro medio, quisiera extraer algunas conclusiones del cotejo de los tres sistemas
diagnósticos entre sí.
31. Entre ellos: Las Escalas de Capacidades Psicológicas (SPC); el Perfil Psicodinámico de
Karonlinska (KAPP); la Entrevista Estructurada de Organización de la Personalidad (STIPPO);
el Psychotherapy Process Q-Set (PPQS) y el Procedimiento de Evaluación de Shedler y Westen
(SWAP).
202
Más allá de sus diferencias, los tres sistemas parten de la necesidad de ope-
racionalizar sus definiciones y buscan prestar mayor atención a la complejidad
y diversidad que muestra la clínica. Esto trae un enriquecimiento en el diálogo
entre la psiquiatría y el psicoanálisis, facilitando un lenguaje común. Trae apare-
jado también un cambio en los frentes de discusión. Mientras en años anterio-
res, en nuestro medio, se destacaba la contraposición entre los psiquiatras que
aceptaban el DSM-IV y los psicoanalistas que cuestionaban la tarea diagnóstica,
ahora se destacan los nuevos temas de debate en el interior de cada una de estas
dos disciplinas. Ya he mencionado las discusiones en el interior de la psiquiatría
que acompañaron la difusión de las propuestas del DSM-5; dentro del psicoa-
nálisis, es seguro que quienes defienden los diagnósticos operacionalizados y
dimensionales no tendrán el apoyo de quienes prefieren mantener el status quo
sobre estos puntos32.
Resulta interesante distinguir cuáles son las áreas de complementariedad,
de acuerdo y de conflicto entre estos sistemas. El PDM y el OPD-2 se definen
a sí mismos como complementarios al DSM-IV y al CIE-10 respectivamente.
Esta complementariedad en relación al DSM-IV puede verse en la Tabla 1, en
la que puede verse que el PDM y el OPD-2 agregan información adicional,
organizada de acuerdo a diferentes ejes en cada uno de ellos.
34. Conviene aclarar que el OPD-2 considera al narcisismo como un sistema motivacional
más básico, que puede teñir cualquier otro conflicto (pag. 266).
35. Si bien es posible establecer cierta relación entre el tipo de trastorno y el nivel de pertur-
bación, la variabilidad es la regla. Los trastornos depresivos o depresivo-masoquistas, histéricos y
obsesivo-compulsivos presentan con más frecuencia un nivel neurótico de funcionamiento, mien-
tras los trastornos paranoides, psicopáticos, narcisistas, sádicos, sadomasoquistas hipomaníacos
somatizadores y disociativos tienden hacia el extremo borderline del continuo (PDM, pág 24
y 25). Pero es necesario reconocer que un individuo puede funcionar en un nivel neurótico en
algunos aspectos y en un nivel borderline en otros, o puede aparecer de mayor gravedad si el en-
trevistador no lo comprende adecuadamente.
208
La cuestión de la severidad del trastorno es analizada desde una interesante
perspectiva por el OPD-2, una de cuyas fortalezas es precisamente, como dije,
el intentar diferenciar la perspectiva desde el conflicto y desde la estructura. El
comprender el tipo de conflicto, temas o esquemas subyacentes, puede explicar
mejor que los rasgos las conductas a veces opuestas que una misma persona pue-
de manifestar ante problemas similares, y que pueden llevarlo, p. ej., en el caso
de un trastorno paranoide a atacar o a huir, o, en el caso de un trastorno histé-
rico, a conductas hiper o asexuales, como lo señala el PDM (pág. 31). La forma
en la que el OPD-2 describe los conflictos y los afectos-guía que los caracterizan
enriquece la entrevista. En forma similar, las dimensiones incluidas en la estruc-
tura (percepción, regulación, comunicación, vínculo) son fundamentales para
comprender las funciones que sostienen la personalidad, poniendo de manifies-
to el basamento que hace posible que los conflictos y los patrones relacionales
adquieran estabilidad y persistencia.
El DSM-5 y el PDM arriban a una perspectiva global del funcionamiento
mental, al hacer confluir los distintos aspectos en una evaluación final en una
única dimensión, mientras el OPD-2 mantiene una visión más analítica, que
discrimina las rigideces relacionadas con los conflictos con las inestabilidades
provenientes de la estructura y su manifestación en los patrones relacionales.
Pero más allá de estas diferencias en la forma de conceptualización, vemos que
los tres sistemas miran en este punto en la misma dirección y buscan apoyarse en
una base clínica similar, lo cual facilita el diálogo entre la psiquiatría y el psicoa-
nálisis36. Esto es lo que he intentado poner de manifiesto en la Tabla 3.
Desde esta perspectiva la severidad del trastorno adquiere relevancia diag-
nóstico e invita a reflexionar desde una perspectiva psicopatológica con los co-
nocimientos disponibles a través de los estudios del desarrollo. La interacción
temprana entre factores constitucionales y ambientales determina la forma en
la que se organiza personalidad. A su vez, esta organización se vuelve causa y
efecto de nuevas interacciones con el ambiente, la cual puede dar origen a las
manifestaciones iniciales de los trastornos de la personalidad. En cierta medida
los recursos de la personalidad (fortaleza, resiliencia) pueden limitar los efectos
de un ambiente desfavorable, pero también pueden dar lugar a modos de reac-
ción que potencien los factores negativos, llevando a multiplicar su efecto en
forma de cascada de eventos desfavorables. De esta manera, el tipo de trastorno
(o de predisposición caracterial, cuando no se llega al nivel de trastorno) será la
resultante de un complejo interjuego de rasgos temperamentales innatos, cuida-
dos tempranos, defensas, conflictos pautas relacionales, respuestas del entorno
36. Respecto a este diálogo interdisciplinario, conviene tener presente que los hechos clíni-
cos no son psiquiátricos ni psicoanalíticos en sí mismo, sino que constituyen referentes comunes
que cada disciplina selecciona y estudia en función de sus objetivos, métodos y tradiciones. Pero
esta especificidad no implica que no pueda existir la transferencia mutua de conocimientos y mé-
todos. Así como la interdisciplinariedad no implica la pérdida de la identidad de cada disciplina,
especificidad tampoco quiere decir aislamiento.
209
y formas de organización subjetiva de la experiencia, todo lo cual tiende puede
abrirse a nuevas experiencias o retroalimentarse en forma de círculos repetitivos.
Los sistemas diagnósticos que estamos considerando no entran en estas hipóte-
sis etiopatogénicas, sino que conducen a prestar atención a aquellas funciones
y perturbaciones de la personalidad que influyen en el resultado final de este
proceso. El poner el énfasis en la severidad de los trastornos están reforzando la
necesidad de poner en el orden del día de la investigación psiquiátrica y psicoa-
nalítica la identificación de los factores que la determinan.
Pasando ahora a aspectos prácticos y vinculados al ejercicio clínico, es ne-
cesario decir que los tres sistemas hacen necesaria una relación con el paciente
mucho más profunda que la requerida por el DSM-IV. Evaluar los aspectos re-
lacionados con el self y con la relación con los otros es una tarea más compleja y
que requiere mayor empatía, observación clínica y comprensión psicopatológica
que la que era necesaria para comparar el relato del paciente con una lista de
síntomas.Un mayor diálogo con el paciente sobre su personalidad y sus fortale-
zas y vulnerabilidades sirve, a su vez, para promover la alianza terapéutica y el
establecimiento de metas compatidas entre paciente y terapeuta. Este aspecto
constituye sin duda una contribución positiva de los nuevos sistemas a la prácti-
ca psiquiátrica. También puede, como he referido, convertirse en una debilidad
si se la tarea diagnóstica se vuelve excesivamente compleja o trabajosa. Serán
necesarios testeos empíricos cuidadosos para determinar el punto óptimo que
permita la mayor profudidad, validez y confiabilidad manteniéndose al mismo
tiempo práctica y factible en el mundo real.
Previendo la repercusión que tendrá el DSM-5 en nuestro medio y su pro-
bable creciente convergencia con el sistema CIE resulta conveniente que psi-
quiatras y psicólogos se vayan familiarizarse desde ya con el proceso que condu-
cirá a la versión definitiva. Sería útil generar grupos de consenso que cotejaran
estas propuestas con la experiencia nacional y que realizaran un intercambio
con los grupos de trabajo a nivel internacional. Por su parte, el OPD-2 y el
PDM pueden resultar de gran valor para los clínicos de dos maneras. Por un
lado pueden ser utilizadas en forma experta, para lo cual el OPD-2 ofrece cursos
de entrenamiento intensivo. Ésta es, sin duda, una posibilidad interesante para
quienes quieran profundizar en el uso del sistema y emplearlo en forma confia-
ble para fines de investigación. Pero este no es el único camino. Tanto el DSM-5
como los manuales del OPD-2 y el del PDM ofrecen valiosas descripciones
clínicas cuya lectura, aún sin entrenamiento especial, enriquece la práctica coti-
diana de psiquiatras y psicoanalistas y contribuye a la reflexión psicopatológica.
En ese sentido, el ejercicio de mirar la clínica desde estas distintas perspectivas
constituye un camino que enriquece no sólo el diálogo entre la psiquiatría y el
psicoanálisis, sino también el avance de cada una de estas disciplinas.
Setiembre de 2009
210
Bibliografía
Vemos que las descripciones que ofrecen los tres sistemas son compatibles
en una forma teóricamente consistente y clínicamente operativa. Tienen un alto
220
grado de concordancia conceptual en los ítems utilizados para la evaluación de
cada nivel, como veremos a continuación, y posibilitan combinarlos a la hora de
aplicarlos a un caso clínico, tal como aparece en los ejemplos clínicos presenta-
dos más abajo en este capítulo. Las descripciones que ofrecen los tres sistemas
(y en especial el OPD-2) son a la vez teóricamente consistentes y clínicamente
operativas. Tienen un alto grado de concordancia a la vez teórica y empírica, lo
cual permite usarlos desde el punto de vista clínico como complementarios, que
es lo que haremos a continuación para estudiar los distintos niveles del funcio-
namiento de la personalidad.
Resumiendo, en todos estos sistemas se postula un primer nivel “saludable”,
caracterizado por la disponibilidad y flexibilidad de los recursos de la personali-
dad. En el nivel neurótico esta disponibilidad está restringida por la rigidez de
los mecanismos psíquicos, lo que hace que los conflictos se vuelvan difíciles de
manejar, de modificar y también de hacer concientes. En el nivel borderline a
la existencia de una marcada rigidez se suma la falta de integración de los recur-
sos mentales, lo que hace que los conflictos se manifiesten de manera caótica
y cambiante y esté afectado el sentido de identidad y el rumbo en la vida, y la
posibilidad de vínculos interpersonales con cercanía, reciprocidad y compren-
sión mutua.
Nivel saludable
Resumiremos los datos centrales de la FPC para ver en detalle lo que tiene
que ver con el diagnóstico de nivel de funcionamiento mental.
Vicente, de 48 años, casado y con hijos, consulta porque su esposa le anunció su
intención de separarse. Aunque llevaban un año y medio en un continuo y frustrante
esfuerzo por lograr una convivencia satisfactoria sin poder lograrlo, le resulta difícil
manejar la desazón y tristeza que le provocó la decisión de su esposa. Relata senti-
mientos de culpa y sobre todo de pérdida de autoestima y preocupaciones obsesivas
sobre su desempeño sexual, que disminuyó cuando se acentuaron los conflictos conyu-
gales y de lo cual se acusa. Ocasionalmente percibió que tomaba alcohol en exceso. No
manifiesta otros trastornos sintomáticos. A lo largo de su vida debió superar diversas
situaciones difíciles, que incluso los allegados temían que lo afectaran seriamente,
pero siempre consiguió salir adelante con una actitud de lucha y de confianza en sus
recursos. Esta actitud es la que quisiera recuperar en este momento.
La primera pregunta a plantearse es si se trata de un nivel de funcionamiento
saludable que reacciona en forma proporcionada a la situación estresante o si existe un
nivel previo de funcionamiento neurótico, que no aparece en la historia pues se trataría
de perturbaciones menores que no se habrían hasta ahora manifestado a nivel clínico.
La respuesta es difícil de establecer en las primeras entrevistas, pero puede ser confirma-
da por la evolución. Vicente, con ayuda psicoterapéutica esporádica, pudo superar su
pérdida y poco a poco rehacer su vida. Sus sentimientos de ansiedad y depresión y las
preocupaciones obsesivas desaparecieron. Corresponde por tanto consignar que se trata
de un nivel de funcionamiento saludable. Para la LPFS del DSM-5 se trata del nivel
0, con ausencia de perturbaciones patológicas (sus manifestaciones se considerarían
reacciones proporcionadas al estímulo estresante). En la clasificación del PDM se trata
de una personalidad saludable, que debe enfrentar desafíos o conflictos que pueden
darse en esa etapa vital, pero que puede manejarlos con flexibilidad y comprensión de
la situación. De acuerdo al OPD-2 correspondería a una estructura de integración alto
(nivel 1), con un conflicto actual ligado a estresores actuales.
Es importante notar que un nivel saludable no implica ausencia de conflic-
tos y vulnerabilidades. Vicente ve puestas a prueba sus capacidades adaptativas por
conflictos externos y también internos. “Estrés” no es sinónimo de estímulo externo
sino que abarca la respuesta global del organismo ante ese estímulo que sobrepasa el
umbral habitual y moviliza factores internos. Las consultas psicoterapéuticas mos-
traron que Vicente debió revivir situaciones problemáticas de su vida y los temores
y defensas que jugaron en esos momentos. Esto lo llevó a desequilibrios transitorios y
motivaron su consulta.
Es importante que la consulta psicoterapéutica se ajuste a lo que Vicente necesita
en este momento. La invitación a una postura regresivante y de excesiva dependencia
del terapeuta podría no favorecer el proceso de recuperación de las propias capacida-
des anteriores. Pero sin una ayuda psicoterapéutica Vicente podría responder a la si-
tuación de crisis acentuando las manifestaciones sintomáticas que podrían llevarlo a
223
consolidar rigideces defensivas que restrinjan su capacidad de adaptación o de disfru-
te. Podrían acentuarse sus síntomas obsesivos o incrementar el consumo de alcohol.
Por eso es adecuado un seguimiento psicoterapéutico que sirva no solo para aliviar
su sufrimiento sino fundamentalmente para ayudarlo a fortalecer las funciones que
necesita para hacer frente a sus vulnerabilidades evitando defensas disfuncionales.
Conviene señalar en la FPC las áreas vulnerables. Vicente fue tomado por sor-
presa por una decisión de su pareja pese a que la crisis llevaba ya una larga duración.
Esto exige explorar sus mecanismos de defensa, en especial los ligados con la negación
y el desconocimiento de situaciones externas o sentimientos internos. No logra ligar la
disminución de su rendimiento sexual con el clima emocional que estaba viviendo,
como si el cuerpo tuviera que responder de un modo mecánico. Tampoco parece com-
prender cabalmente cómo llegó la esposa a su decisión. Esto conduce a la necesidad
de explorar su capacidad de mentalización, esto es, su facultad de comprender ade-
cuadamente los estados mentales propios y ajenos. Un punto importante es el relacio-
nado con la capacidad de anticipar las respuestas del otro a las acciones propias y de
comprender sus propias reacciones. Vicente nos dice que desde niño, ante situaciones
difíciles que preocupaban a los que lo rodeaban, él encontró en sí mismo la fuerza
para salir adelante e incluso ayudar a los demás. La pregunta, teniendo en cuenta
la vida en pareja, es hasta dónde solo toma en cuenta su propia determinación y si
quien vive con él se siente útil y reconocido, o sea, capaz de participar y de contribuir
a su vida y sus problemas. Esto sugiere la necesidad de explorar más su capacidad de
empatía, reciprocidad e intimidad.
Si Vicente no hubiera tenido que afrontar esta crisis de pareja (o dicho de otro
modo, si su esposa fuera distinta), es posible que hubiera continuado su vida sin nece-
sidad de consultar. La crisis actual, como toda crisis, implica un riesgo pero también
una oportunidad para nuevos logros, si genera los cambios necesarios.
Teniendo en cuenta lo dicho, parece adecuado consignar en la FPC: “Funcio-
namiento mental de nivel saludable que atraviesa una crisis que pone de manifiesto
algunas vulnerabilidades. Existen dificultades para comprender ciertos aspectos de
sus propias reacciones emocionales y las de quienes lo rodean, por lo que se recomien-
da explorar este punto durante un seguimiento psicoterapéutico”.
Nivel neurótico
Hugo, de 53 años, casado, con hijos, consulta por la dificultad para encarar su
vida conyugal. Siempre la sintió insatisfactoria, cree que se casó más por deseo de su
esposa que propio. La relación con ella es superficial, y cree que lo que los mantiene
unidos, además de los hijos que les importan mucho a ambos, es la inseguridad de
cada uno y el temor a enfrentar solos el futuro. Durante una separación estuvo a pun-
to de formar una nueva pareja, con una mujer que era su amante, pero no se atrevió
a dar el paso. Volvió con su familia. En realidad siempre se guió más por el deber que
por sus propios deseos. Por el deber o tal vez por la rutina, agrega. La oficina donde
ejerce su profesión continúa igual que en vida de su padre, conservando detalles que
ahora están fuera de lugar. “Es que no me veo a mí al frente de las cosas”, explica.
Cuando le toca ocupar un primer lugar siente temor o vergüenza. Siempre soñó con
nuevos rumbos también en el trabajo, pero más como un sueño que como una posibi-
lidad real. No recuerda nada especial en su infancia, salvo que siempre elegía hacer
lo que sus padres le pedían, aunque por dentro quisiera otra cosa. Nunca peleó por lo
que quería y solo pensar en hacerlo lo angustia. No existen manifestaciones sintomá-
ticas, salvo una continua desazón y sentimientos de frustración. Le cuesta escapar a
estos sentimientos, sea a nivel de sus pensamientos (por ej., dejarse llevar por proyectos
de cambio), sea en sus emociones (un pequeño disfrute imprevisto) o en conductas
que rompan sus rutinas. De alguna manera espera que una terapia le ayude a encon-
trar la fuerza y la voluntad para cambiar. El pedido implícito por momentos es que
alguien de afuera le dé la fuerza necesaria. El terapeuta siente la tentación de tomar
este papel, pero comprende que esto sería engañoso. La amante con la que fantaseó
formar pareja cumplió este papel, pero en definitiva Hugo la abandonó.
229
El cambio terapéutico que necesita Hugo no es simplemente el de poder hacer
cosas distintas impulsado desde afuera, sino modificar las estructuras internas rígidas
que lo mantienen paralizado. Es decir, poder comprender y enfrentar el temor que
le da poner en juego aspectos de sí mismo que siempre postergó sin saber bien por
qué, hacer frente a las inseguridades que esto le provoca y lograr un nuevo equilibrio
en su personalidad. En sus conflictos juega un papel importante la autoestima. Los
sentimientos de vergüenza y tal vez de culpa limitan la afirmación de sí mismo y la
adaptación a nuevos roles.
En la formulación del caso corresponde hacer notar en primer lugar que Hugo re-
conoce sus dificultades y está motivado para un cambio. Sus pautas relacionales indican
que es capaz de progresar en relaciones que lo lleven a cambios pero solo hasta cierto
punto, pasado el cual vuelve a sus pautas anteriores. Ese punto parece estar relacionado
a los temores inconcientes que le provoca un cambio. Parece importante tener esto en
cuenta porque es probable que la terapia despierte resistencias similares.
La evaluación del funcionamiento mental corresponde al nivel neurótico descri-
to en la Tabla 3. Hugo lleva una vida prácticamente asintomática y adaptada a su
ambiente, pero la calidad de su experiencia interna y la posibilidad de compartirla
con otros están claramente limitadas. Siguiendo la escala LPFS del DSM-5 encon-
tramos que la identidad personal está conservada, pero le cuesta asumir cambios
que impliquen crecimiento y autoafirmación. Las emociones intensas o imprevistas
lo perturban y atemorizan. No logra sentir con claridad sus propios deseos y se le
confunden con sus sentimientos de responsabilidad hacia lo demás. Tiene una fuerte
expectativa de encontrar en la terapia una mayor libertad interior pero siente que eso
a la vez lo atemoriza. (Los primeros sueños una vez comenzado el tratamiento con-
firman la existencia de estos temores: en ellos aparecen terremotos, tsunamis o pérdida
de control de su vehículo). Tiene capacidad de autorreflexión pero no siempre resulta
productiva, pues se enfrasca obsesivamente en detalles sin importancia perdiendo de
vista los sentimientos importantes. Pequeñas cosas pueden provocar efectos emociona-
les exagerados a nivel de su autoestima, lo cual lo lleva a una continua insatisfacción
personal y a pautas de comportamientos limitadas e insatisfactorias en la relación
con los demás. Por eso, aunque su nivel de integración estructural, evaluado según
el OPD-2 es cercano al nivel saludable (1.5) está sin embargo limitado en su capa-
cidad de ser más creativo y de sentir con más profundidad por la rigidez con la que
maneja las situaciones conflictivas concientes e inconcientes.
El nivel descrito corresponde a un nivel de perturbaciones leves en la LPFS del
DSM-5, con un nivel estructural de alto a medio de acuerdo al OPD-2. La motiva-
ción y expectativa para un cambio interno están firmes. La terapia debería colocar
como un foco prioritario los temores que le despierta este cambio (como lo confirman
sus primeros sueños).
La FPC debería consignar en la Historia Clínica respecto al nivel de funciona-
miento de la personalidad: “El funcionamiento mental se caracteriza por trastornos
de nivel neurótico, Las rigideces caracteriales y el temor al cambio son elementos
que limitan su capacidad de crecimiento y de disfrute y la posibilidad de establecer
vínculos más flexibles. La existencia de un funcionamiento indemne en numerosas
230
áreas así como la fuerte motivación para un cambio constituye un elemento de buen
pronóstico”.
Nivel borderline
EMPATÍA
- La capacidad para
considerar y comprender los
pensamientos, sentimientos y
comportamientos de otra gente
está significativamente limitada;
puede discernir aspectos muy
específicos de la experiencia
de los otros, particularmente
vulnerabilidades y sufrimiento.
- Generalmente no es capaz
de considerar perspectivas
alternativas; muy amenazado
por diferencias de opinión o
puntos de vista alternativos
- Confuso o no enterado
del impacto de sus propias
acciones en los otros; a
menudo extrañado por las
ideas o acciones de la gente,
atribuyendo a los otros
motivaciones destructivas.
INTIMIDAD
- Tiene algún deseo de formar
relaciones en su vida personal
y social pero la capacidad para
conectarse en forma positiva
y duradera está disminuida en
forma significativa.
- Las relaciones están basadas
en una necesidad absoluta
de otro(s) íntimos y/o en
expectativas de abandono o
abuso. Los sentimientos acerca
del compromiso con los otros
alternan entre el miedo o
rechazo y el deseo desesperado
de conexión.
- Escasa mutualidad: los
otros son conceptualizados
primariamente en términos
de cómo ellos afectan al self
(negativa o positivamente); los
esfuerzos cooperativos son a
menudos interrumpidos por la
percepción de ofensas [slights]
de parte de los otros.
Bibliografía
Introducción
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257
Sección III
FPC en situaciones específicas
258
259
1) Técnicas:
1.1 Serie Clínica, que evalúa las categorías nosográficas de la psiquiatría
clínica tanto desde una perspectiva semiológica como patogénica. Es
fundamental desde el punto de vista descriptivo y como indicador de
diversas opciones estratégicas.
1.2 Serie Psicodinámica, que analiza las categorías específicas desde el enfo-
que psicoanalítico (tipo e intensidad del conflicto inconciente, angustia
predominante, relaciones de objeto, defensas más habituales, etc.). Per-
mite una comprensión dinámica del padecimiento del paciente.
1.3 Serie Potencial de Salud, que evalúa el estado de las funciones adap-
tativas, creativas y elaborativas, especialmente del juicio de realidad,
capacidad de insight, tolerancia a la frustración, control de impulsos y
pensamiento anticipatorio.
1.4 Serie Terapéutica, que estudia el posicionamiento espontáneo del pa-
ciente, analizando propiedades de su transferencia y alianza terapéutica.
¿Cómo es visto el terapeuta? ¿Como un protector, compañero, un Dios,
etc.? ¿Qué capacidad tiene el paciente de comprometerse intelectual y
emocionalmente en la relación terapéutica? También se incluye la con-
tratransferencia y el momento personal del terapeuta, evaluando si es
pertinente trabajar con ese paciente, y en ese momento.
1) Espontáneas:
2.1 Serie Evolutiva, que, siguiendo a Erikson, remite a las características y
problemas específicos a resolver de cada etapa de la vida. Se pregunta si
se trata de problemas propios del nivel evolutivo y si existe correspon-
dencia entre estos y su edad.
2.2 Serie Social-Interpersonal, que explora la participación e integración
del paciente en actividades compartidas con terceros, como amistades,
vida social, etc.
2.3 Serie Vincular, que concierne a la manera como se relaciona con sus
semejantes. ¿Es una persona protectora o dependiente, dominante o
sumisa, estable o inestable? ¿Qué tipo de vínculo necesita en este mo-
mento? ¿Directivo, reasegurador, consultivo, removedor, etc.?
2.4 Serie Laboral, que evalúa la actitud ante las tareas cotidianas que im-
plican responsabilidades estables, como el trabajo y/o el estudio.
262
2.5 Serie Corporal, que indaga el papel que el paciente le asigna a su cuerpo
y la incidencia del estado sanitario del mismo en su vida. Se considera
la eventual propensión a las enfermedades, accidentes o manifestacio-
nes somáticas asociadas a sucesos vitales estresantes.
2.6 Serie Familiar, que analiza qué papel juega dicho entorno en la vida del
paciente. ¿Positivo o negativo? ¿Es el paciente portavoz de un trastorno
familiar?
2.7 Serie Prospectiva, que explora la actitud del paciente ante el futuro,
especialmente en la configuración de un proyecto personal. Como nos
dice Fiorini (2015, p. 24): “Pro-ejecto significa ‘lanzar ’hacia delante’.
El movimiento que impulsa este lanzamiento es central, decisivo, para
orientar las tareas que apuntan a la finalidad de crear un proceso. Pro-
ceso responde a la misma etimología, pro-cessus, ‘lo que avanza’ ”.
2.8 Serie Socio-Cultural, que evalúa los aspectos histórico-culturales, ideo-
lógicos e idiosincráticos en juego en determinada situación.
2.9 Serie Histórico-Genética, que analiza los determinantes históricos de
la vida del paciente presentes en la situación actual.
Identificación de la paciente
Sofía, de 22 años, es una estudiante universitaria del interior del país que
cuatro años atrás emigra a Montevideo para cursar una carrera universitaria.
Pasa a vivir con su hermana mayor que ya se encontraba en la capital, también
por motivos de estudio. Sin embargo, al momento de comenzar el tratamiento
264
vive con sus padres en su ciudad natal (CN) y viene a Montevideo algún día
puntual por temas de facultad.
Motivo de consulta
Padecimiento actual
Diagnóstico
Diagnóstico Situacional:
Serie clínica
De acuerdo al DSM-5 cursa un Trastorno por Estrés Postraumático. Posee
un buen estado de salud general. Hay un nivel de funcionamiento neurótico
con ciertos rasgos fóbicos y debilitamiento marcado de funciones yoicas que
parecen surgir del trastorno actual. No está tomando ningún tipo de medicación
ni realiza otro tipo de tratamiento al comenzar la psicoterapia.
Serie prospectiva
Los proyectos aparecen como “congelados” y la carrera la vive como un
mandato familiar. De todas maneras, en las primeras sesiones la paciente ya
logra conectarse con su historia de vida, comenzar a dibujar algunos proyectos a
corto plazo y lograr cambios en la relación con sus padres.
Etiopatogenia
La sintomatología desencadenada por la rapiña, sufrida en Montevideo,
se vincula con varias separaciones vividas como traumáticas en su niñez y ado-
Tratamiento
Sofía tiene indicación específica para psicoterapia focal ya que se trata de
una situación real y actual; focaliza espontáneamente, posee un buen nivel in-
telectual y capacidad de insight. Está motivada para el tratamiento y quiere
resolver la situación en la que se encuentra.
Sin perjuicio de lo anterior, la paciente tiende a establecer un tipo de
vínculo terapéutico de control con ansiedades persecutorias y sus capacidades
adaptativas se encuentran disminuidas, posiblemente a raíz del evento trau-
mático.
El foco del tratamiento debe situarse en su “miedo a salir a la calle en Mon-
tevideo” y su consecuente aislamiento y abandono de actividades sociales y de
estudio. El conflicto nuclear estaría relacionado con su etapa evolutiva y su
dificultad de acceso a la exogamia, con los consiguientes conflictos de individua-
ción-dependencia y sumisión-control.
Se acuerda un abordaje focal con una frecuencia semanal. La duración del
tratamiento estará en función del logro de los objetivos y la resolución de la
conflictiva focal. En el comienzo de la psicoterapia se utilizará un enfoque pre-
dominantemente de apoyo. Con el objetivo de no acrecentar sus angustias per-
secutorias se mantendrá una distancia óptima que permita a la paciente sentirse
sostenida y no invadida. Esto se desprende del análisis de la serie terapéutica.
Posteriormente, y en forma progresiva, se irán realizando intervenciones en pro-
cura de insight y elaboración del conflicto nuclear.
269
Evolución
Bibliografía
Introducción
DIAGNÓSTICO
ETIOPATOGENIA:
EVOLUCIÓN Y PRONÓSTICO:
Presentación de casos
Caso 1
Núcleo familiar:
Motivo de Consulta:
Enfermedad Actual:
Pautas de desarrollo:
Primer encuentro:
Segundo encuentro:
“Yo no quiero que me deje, no quiero pegarle, ni patearla, ni las rabietas”. De-
cile a Mamá y a la maestra, decile que yo puedo. (Flor Corazón)
Caso 2:
Presentaré ahora un material de un niño de 6 años y 8 meses a partir del cual
quisiera pensar acerca de las cuestiones planteadas anteriormente.
Pedro a los 6 años y ocho meses es derivado por la institución escolar a partir de
las burlas de que es objeto por parte de sus compañeros, a las que él responde con una
agresividad descontrolada.
283
Solicita la consulta el padre, y se presenta solo al primer encuentro, en el que
plantea el alivio que sintió cuando desde el colegio se exige una consulta que él venía
planteando a la madre, desde hacía ya largo tiempo, sin posibilidad de instrumen-
tarla ante la negativa de ella. Es un hombre grande, con aspecto fuerte, en el que
destacan sus ojos de mirada fría y cortante.
Los padres están separados desde hace 3 años por infidelidad de la madre con
una mujer con quien hoy comparte su vida. Pedro es el único hijo de esta pareja que,
al decir del padre, tenía una muy buena relación hasta que el niño nació. Luego de
esto la relación se fue deteriorando, las peleas eran muy frecuentes y la madre comien-
za a retraerse de todas sus actividades (inclusive de su trabajo) para dedicar todo su
tiempo al cuidado de este bebé. El padre plantea que esto fue transformando al niño
y que eso es lo que hoy determina las burlas de sus compañeros. Está muy enojado con
la madre y aclara que no es por su orientación sexual sino por no poder aceptar que
el niño necesita que le ayuden a transitar con una orientación sexual que él, el pa-
dre, ya tiene claro que es homosexual y que dice aceptar. Agrega que su esposa actual
le apoya, por lo cual su pedido es ese: que le ayuden acompañar a su hijo para que
pueda sostener su homosexualidad y no le suceda como a la madre que la escondió
durante 30 años con todos los “traumas que esto le significó a ella y a mí”, “de esta
forma él también va a estar bien con su madre y podrá seguir viviendo con ella... y
yo podré armar lo mío más tranquilo”.
La madre acude con su pareja y permanecen ambas sentadas juntas durante
todo el encuentro, tomándose de la mano en las ocasiones en que se hace referencia
a su vínculo. La madre es una mujer muy menuda, ansiosa, que está notoriamente
molesta por tener que acceder a este encuentro y que desde el comienzo manifiesta
que ella no cree que el problema sea Pedro sino los compañeros y en especial el colegio
que no logra manejar esta situación. Cuando se le preguntacuál situación, ella res-
ponde: “Como verá, y señala a su compañera, yo soy lesbiana y esto que hoy le digo
así me llevó mucho tiempo aceptarlo. Viví diez años con el padre de Pedro y cada
vez que se acercaba a mí me daba pavor…. un pavor solamente comparable al que
sentía cuando de niña mi padre me pegaba y manoseaba. Yo creía que era por eso
y entonces me convencía de que él no era mi padre y de que si yo podía establecer
algo bueno con él, seguramente todo eso borraría mi pánico…que no era solamente
en la cama…yo tenía pavor todo el día y mucho más cuando estaba con él…” Más
adelante expresa: “Lo bueno de todo eso es que vino Pedro, al que hoy adoro, es el
sentido de mi vida, él sí que me quitó todos los miedos…porque cuando nació ima-
gínese…varón…y yo con esos antecedentes…por eso decidí dejar todo y obligarme
a estar con él, así podíamos los dos perder ese miedo esencial y así lo hice, y así salió
y ahora que él está bien y yo también, y podemos disfrutar de esta vida real que nos
armamos, me vienen con todo esto”. Cuando se le señala su actitud de molestia con
la consulta, ella aclara…“Bueno, ahora que veo que me escucha, que no me está
diciendo lo que está bien y lo que está mal, no tendría problemas…si usted lo puede
ayudar a que no le pase lo que a mí, a que se acepte, a que sea feliz siendo como es, a
284
que no necesite disfrazarse de varón para dejar contento al mundo, todo va a andar
bien…Que no le pase como al padre y a mí que perdimos tantos años y recién ahora
somos felices…¿Usted va a ir a hablar al colegio?”
Así formulaban estos padres su demanda: que ayudara al niño a aceptar lo que
ellos veían como una clara orientación homosexual.
Pedro
En otra entrevista realiza este dibujo de una familia donde él se identifica con
la primera figura y al finalizar, mientras me contaba cómo era esta familia, escribe:
“NADIE”.
285
Consideraciones finales
Bibliografía
FOCOS TERAPÉUTICOS
¿Cuáles son los aspectos que han sido especialmente atendidos por el tera-
peuta en sus intervenciones y que puede suponerse que para el terapeuta juegan
un papel central psicodinámico en el cuadro clínico, originando o manteniendo
los conflictos? ¿Hasta dónde terapeuta, niño, cuidadores y maestros coinciden
en la necesidad de trabajar en torno a ellos?
Formulación diagnóstica:
2. Motivo de consulta
293
3. Experiencia subjetiva de los problemas de la pareja
3.1 ¿Cómo vive cada uno de los miembros los problemas de la pareja?
¿Cómo definen la situación actual de la pareja y qué esperan que
ocurra en el futuro?
3.2 Naturaleza y grado de los acuerdos y desacuerdos acerca de la natura-
leza y causas de los problemas de la pareja
3.3 Existencia de situaciones de maltrato físico, moral o económico y ac-
titud frente a ellos de cada uno
3.4 ¿Qué tipo de ayuda espera recibir cada uno y qué tipo de alianza
busca establecer con el terapeuta? (aspectos manifiestos y latentes)
6.1. Aspectos salientes en cada uno de los miembros que contribuyen a los
aspectos funcionales o disfuncionales de la relación:
6.1.1. Nivel de funcionamiento mental.
6.1.2. Patrones relacionales, conflictos y defensas, en especial aquellos
que generan problemas de dependencia, competencia o ataques a
la autoestima en el vínculo.
6.1.3. Estructura psíquica, en especial:
a) Capacidad de percibir sus propios estados afectivos y los
de su pareja. Reconocimiento y tolerancia del otro en cuan-
to diferente. Comprensión de las acciones de c/u en el otro.
b) Regulación de afectos impulsos y de la autoestima hacien-
do lugar a la autoestima de la pareja. Capacidad de com-
partir sentimientos en la intimidad, de reciprocidad y de
cuidado de sí y del otro, pudiendo pedir y dar ayuda.
c) Comunicación interna y externa: Estabilidad y riqueza
de las representaciones de los otros. Posibilidad de desear,
imaginar y comunicar la imagen de un futuro mejor com-
partido por ambos.
d) Capacidad de combinar los componentes sexuales, tiernos
y prácticos en el vínculo. Posibilidad de tolerar separaciones
y la existencia de aspectos privados de cada uno. Manejo de
la posibilidad de atracción por un tercero. Lugar de los hijos
en la pareja y capacidad de integrar el rol de padre con el de
hombre y mujer.
295
Formulación etiopatogénica:
Formulación terapéutica:
Formulación de la evolución:
Caso clínico
Julia y Pablo, de algo más de 40 años, consultan por una situación de crisis
en su relación de pareja.
En la primera entrevista Julia plantea la posibilidad de un divorcio, por falta
de expresiones afectivas del esposo, quien, por su parte no cree que los proble-
mas sean tan serios, sino que ve a su esposa afectada por experiencias previas que
la vuelven muy sensible. Ambos concuerdan en la existencia de buenos momen-
tos, aunque en otros llegan a la violencia verbal.
Julia espera que la terapia de pareja lleve a Pablo a estar más atento a sus de-
seos, mientras Pablo desea que ella reconozca sus sentimientos hacia ella. Si bien
la pareja mantiene la atracción sexual y un cierto nivel de colaboración mutua,
Pablo aparece claramente más dispuesto a lograr un entendimiento, mientras
Julia mantiene actitudes más hostiles, desconfiadas y demandantes. Sus reclamos
afectan la confianza de Pablo en sí mismo. La pareja parece superar sus crisis en
298
base sobre todo a la actitud condescendiente de Pablo, quien no parece tomar
plena conciencia de los problemas de Julia.
En Pablo predominan problemas de inhibición e inseguridad de tipo neu-
rótico. En Julia las perturbaciones son mayores, tanto a nivel sintomático (de-
presión, ansiedad, insomnio) como en relación a su capacidad de percibirse a sí
misma y a los demás, sus mecanismos proyectivos (p. ej., cuando cree percibir
una mirada irónica) y su negativa a buscar ayuda en una psicoterapia personal.
La inestabilidad emocional de Julia y sus distorsiones cognitivas orientan más
bien a un nivel borderline superior, que debe ser confirmado en entrevistas per-
sonales.
Si bien existen situaciones de estrés relacionadas con el cambio de trabajo
y de lugar de residencia, los factores que generan y mantienen el conflicto de
pareja parecen estar relacionados con el nivel de psicopatología individual de
cada uno. Esto es evidente en el caso de la tendencia proyectiva de Julia y sus
sentimientos contradictorios y poco integrados hacia la pareja (a la vez que re-
procha a Pablo su falta de interés por ella, afirma que él estaría mejor sin ella).
Pablo aparece trabado por su dificultad para tomar una actitud más activa y para
comprender la naturaleza de los problemas.
Las características de los problemas de cada uno hacen aconsejable colocar
en primer lugar la necesidad de un tratamiento individual, acompañado de en-
trevistas periódicas de pareja con un terapeuta distinto al individual. La escasa
disposición de Julia para una terapia individual, así como la no asistencia a en-
trevistas siguientes de pareja, son un factor de mal pronóstico. La psicoterapia
individual de Pablo agrega un factor de incertidumbre, pues si bien puede ayu-
darlo a actuar más positivamente en la pareja, como es su deseo actual, también
puede conducirlo a una manera diferente de ver los problemas de la pareja que
podría modificar sus sentimientos actuales.
Comentario
Puede verse que esta formulación valora el peso que tienen aquellos factores
que son propios de cada uno de los miembros de la pareja y aquellos que tienen
que ver con el vínculo de pareja como tal. No es pues un enfoque exclusiva-
mente vincular sino una aproximación que busca estudiar la dialéctica entre los
fenómenos individuales y los de pareja, estudiando cómo lo singular influye
en lo vincular y viceversa. Esto lleva también a mayor flexibilidad diagnóstica y
terapéutica, poniendo el énfasis en la investigación o tratamiento de los aspectos
de un determinado miembro de la pareja en algunos casos, o en el vínculo como
tal en otros.
299
Una primera advertencia, casi obvia, sobre el trabajo con parejas y familias
es que tenemos como referentes parejas y familias que habitan Occidente en
nuestra época. Creemos que es importante aclararlo porque pensamos que nues-
tro saber clínico no se puede extender a parejas ni familias fuera de este espacio
geográfico y de esta época.
A nuestro comentario, que tendrá un tono coloquial, desprovisto hasta
donde podamos de jerga, lo hacemos desde una grilla que tiene 3 ejes. Nos
extendemos en ella porque si no, no se entiende cómo construimos nosotros el
FPC ni cómo comprendemos el material clínico.
Los tres ejes son los siguientes:
En este eje intentamos describir la pluralidad que hay hoy en día en las
configuraciones vinculares, dar cuenta tanto de su complejidad como de los
cambios que han ocurrido en las mismas en los últimos años.
Dentro de las configuraciones actuales en nuestro espacio social y en nues-
tra época diferenciamos:
c) Criterios diagnósticos que dan cuenta de los cimientos del conflicto vincular
Bibliografía:
Moguillansky, R., Nussbaum, S., (2009). “Un nuevo sujeto para la psicoterapia: la
familia”publicado en los anales de la Federación Española de Asociaciones de Psi-
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el dos”, ponencia en el panel central sobre “Distintos modelos en psicoanálisis vin-
cular” (este panel estuvo integrado por Isidoro Berenstein, Anna Nicolo y Silvia
Nussbaum y Rodolfo Moguillansky) en el 4° Congreso Internacional de Psicoaná-
lisis de Pareja y Familia convocado por La AIPPF sobre “Sufrimiento vincular y sus
transformaciones en el psicoanálisis de pareja y familia” en Buenos Aires, Universi-
dad de Belgrano, 2010. Publicado en la Revista de la AIPPF, 2010.
Moguillansky, R., Nussbaum, S., (2013). Teoria e Clínica Vincular. Volumen 1: Funda-
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Moguillansky, R., Nussbaum, S., (2014). Teoría y Clinica Vincular Volumen 1 Funda-
mentos Teóricos para el abordaje de la pareja y la familia, Volumen 2 Discusiones
Clinicas. Buenos Aires, Editorial Lugar.
309
A punto de partida del trabajo sobre los cambios en/del vínculo en la psi-
coterapia de pareja (Alsina, L., Mokszanski, A. & Montado, G.; 2012), qui-
siéramos seguir ahondando en esta temática para una posible construcción de
indicadores de cambio.
En nuestra forma de pensar las relaciones interpersonales, de las cuales tan-
to se ocupa el psicoanálisis actual, nos centramos en la idea de que los vínculos
preceden a la construcción del sí mismo y que la vincularidad sigue construyen-
do subjetividad a lo largo de toda la vida.
La relación de pareja revela la complejidad y riqueza de los vínculos. Cada
integrante tiene una historia y un atravesamiento transgeneracional, que se en-
trelaza con lo acontecimental y lo azaroso. Si bien “traen” una historia y subjeti-
vidad previas, el espacio que van construyendo entre ambos ofrece la posibilidad
de surgimiento de lo novedoso y la construcción de nuevas subjetividades.
Las lógicas propias del vínculo generan el espacio de lo común y comparti-
do que nunca coincidirá con las lógicas de cada sujeto. Ambas lógicas se super-
ponen, interfieren, colisionan y también se suplementan.
La dinámica propia del vínculo de pareja, atravesada por las transferencias
múltiples, interferencias y la implicación del terapeuta abonan un escenario
poco apto para aislar unas variables de otras. De todos modos, nos arriesgamos a
este desafío, pretendiendo apuntar hacia la sistematización de algunos ítems/va-
riables, que intentaremos, en un futuro, operacionalizar para dar cuenta de los
conflictos propios del vínculo de pareja y de los cambios en/del vínculo en la
psicoterapia de pareja y cómo evaluarlos.
Quisiéramos aclarar que esta propuesta está basada fundamentalmente en
el trabajo con parejas heterosexuales de un determinado contexto socioeconó-
mico y cultural.
Tomamos como guía algunos elementos del “Modelo de tres niveles para
la observación de transformaciones en el paciente” (Altmann, M., Miller, D., &
Bernardi, R., 2014) e intentaremos desarrollarlo para la pareja en psicoterapia.
. Interferencias serían aquellos mojones que señalan el vector vincular en la sesión analítica,
es decir, aquellos aspectos que emergen como nuevos, generados por el vínculo entre esos dos suje-
tos (analista y paciente) en tanto otros, ajenos entre sí. Concepto que se diferencia de transferencia
en tanto despliegue del mundo infantil y de las relaciones de objeto (I. Berenstein, 2004).
. Implicación del analista, en tanto sujeto al entramado sujeto-vínculo-cultura en una clí-
nica situacional, que actúa ética y responsablemente (A. Muniz Martoy, 2009). Supone el atrave-
samiento de aspectos económicos, políticos, ideológicos -y no solamente los afectivos y fantasmá-
ticos-, como lo indicó R. Lourau (1991).
310
Nivel 1: Descripción fenomenológica de las transformaciones
. J. Puget plantea que existen tres paradojas fundantes del vínculo de pareja que son estruc-
turantes del mismo: obligación de pertenecer/opción de elección; fusión/separatividad; y recibir
lo robado/dar lo que le arrancan. Diferencia paradoja de conflicto, en tanto éste último tiene
313
bos aspectos que imponen un trabajo psíquico a través de una tensión, siempre
inestable, a sostener. Cuando no es posible, se produce una escisión y la fusión
y la separatividad aparecen como polaridades.
Destacamos, por su frecuencia en la clínica, los siguientes conflictos, to-
mando como eje los polos hiperdiscriminación vs.indiscriminación.
a) Parejas fusionales con angustias vinculadas a vivencias de desamparo. Te-
men perder la relación y, para evitarlo, subordinan o sacrifican aspectos propios.
Son muy dependientes uno del otro. La necesaria tensión entre lo singular y lo
vincular tiende a anularse, con el consiguiente empobrecimiento de ambos. La
pertenencia pasa a ser burocratizada aunque el vínculo sea desvitalizado y fuente
de sufrimiento. Las diferencias y los conflictos son evitados o minimizados.
b) Parejas hiperdiscriminadas como defensa ante el temor a perder la identi-
dad en el vínculo. Cuando la cercanía es vivida como excesiva por la emergencia
de angustias fusionales, se adoptan conductas de alejamiento. No se tolera la
dependencia hacia el otro que se encubre con conductas de pseudo independen-
cia. Se evitan situaciones de intimidad. Las diferencias y los conflictos pueden
adquirir un carácter de necesariedad para encubrir las angustias mencionadas.
c) Parejas en las que cada integrante puede ocupar uno de los extremos de
esta polarización -sea en forma estable o transitoria-. Uno se hace cargo de las
tendencias fusionales con intensas angustias de abandono y el otro de marcar
independencia y separación. Las dificultades para regular las angustias fusionales
y de separación se expresan en peleas de carácter explosivo, ciclos de separación
y reconciliación y desavenencias crónicas.
2.3.4) Reconocimiento recíproco vs.afirmación de sí mismo
La afirmación del sí mismo y el reconocimiento del otro constituyen los
polos de un delicado equilibrio. Es importante reconocer al otro como una per-
sona separada, semejante, pero distinta. La necesidad de reconocimiento supone
una paradoja: en el momento mismo de comprender nuestra independencia,
dependemos de que otro la reconozca (Benjamin, J., 1988).
¿Hay un reconocimiento mutuo y recíproco entre ambos partenaires? ¿Pue-
den reconocer al otro como un sujeto con su mundo deseante y sus necesidades
de realización? ¿Es posible mantener la tensión esencial entre afirmar al sí mismo
y reconocer al otro? (Benjamin, J. ibidem) ¿O tratan al otro sólo o predominan-
temente como un objeto o extensión del sí mismo? ¿Es posible identificar áreas
o aspectos específicos en los que falla el reconocimiento?
Los conflictos eclosionan cuando la tensión de la paradoja antes mencio-
nada no puede sostenerse, y se produce una escisión y polarización que llevan al
dominio y al sometimiento y a dialécticas de control.
posibilidades de resolución. Las paradojas pueden ser abiertas, con una vertiente creativa en tanto
se pueda sostener la tensión que imponen sin intentar resolverla (como bien lo mostró Winnicott
en su obra) o pueden ser cerradas, generadoras de patología. En la pareja estas paradojas fun-
dantes pueden dar lugar a síntomas o situaciones dilemáticas enloquecedoras, como ser fuente de
posibilidades creadoras.
314
Con la dominación se busca negar la dependencia y la necesidad de reco-
nocimiento que aporta el partenaire. La relación de dominación es asimétrica
y complementaria. Retomaremos esta temática al hablar de circulación del
poder.
2.3.5) Regulación de la estima en la pareja
El concepto “autoestima” deriva del psicoanálisis individual. Según Freud
(1914), alude a una de las formaciones del narcisismo secundario, producto del
retiro de la libido de los objetos y la formación de los ideales del yo.
Luis Hornstein (2010), en “Intersubjetividad y clínica” plantea: “El “sen-
timiento de estima de sí” es un compuesto formado por tres elementos. Uno
tiene que ver con la historia de narcización del yo. Otro, con los logros que el
yo cumple de acuerdo con el ideal. Por último, otro que tiene que ver con los
vínculos objetales (pág. 191).”
Por otra parte, pensando el narcisismo en las parejas, citamos: “En el vín-
culo de pareja, relacionamos la noción de “narcisismo” con la construcción del
“nosotros”. La forma en la cual se va construyendo este “nosotros” depende de
muchos factores que se entraman de una forma particular en cada pareja y en
cada situación” (Mokszanski, A y Turim,E 2014).
Es necesario un entramado entre esta investidura narcisista del nosotros con
el reconocimiento de la alteridad, entramado que seguirá diferentes avatares.
Habría también una amplia gama de posibilidades en lo que hace a la interre-
lación del narcisismo del yo y el narcisismo del nosotros en la construcción de
la pareja.
Muchos de los conflictos en torno a las diferencias tienen que ver con este
plano.
La pareja, ¿tiene la capacidad de regular adecuadamente las fluctuaciones en
la estima de sí mismo y del otro? ¿Cómo es la auto y hetero valoración? ¿Es posi-
tiva, negativa? ¿Es negativa para uno y positiva para el otro? ¿La auto valoración
se sustenta en la desvalorización del otro?
Los conflictos en la valoración recíproca se manifiestan en un gradiente
entre la desvalorización/denigración/anulación del otro o del sí mismo y la idea-
lización como contraparte, sea del partenaire o de una figura tercera en relación
a la pareja.
En casos extremos encontramos conductas de predación narcisista en for-
ma recíproca o unidireccional que pueden llegar a configurar una perversión
narcisista.
Debemos observar también la estabilidad o variación en el lugar que cada
integrante ocupa, así como la articulación con otras dimensiones (poder, género,
por ej)
. Desarrollos como los de J. Butler (2007) cuestionan este concepto y forma de pensar el
género, pero en la práctica clínica con parejas heterosexuales, que es la fuente principal de este
trabajo, los planteos de M Burin resultan de utilidad.
316
El género es una categoría que transversaliza todos los aspectos del vínculo
de pareja, por lo que tendremos que ver cómo se articula con otras dimensiones
del funcionamiento vincular.
Las identificaciones de género ¿tienen un carácter rígido o flexible? ¿Cómo
se relacionan con las posibilidades de expresar los afectos? ¿y con el interjuego
dependencia/independencia, fusión/separatividad? ¿con roles tradicionalmente
asociados a conductas maternales o paternales?
¿Cómo atraviesa el género los conflictos de convivencia, de tareas, manejo del
dinero, crianza de hijos, tiempos de esparcimiento personales, etc? ¿Cómo interac-
túa con las valoraciones y los juegos de poder? ¿La pareja puede generar cambios
sin que haya sentimientos de amenaza a la identidad de género? ¿Hay plasticidad en
cuanto a las representaciones sociales y los roles atribuidos a cada género? ¿apare-
cen conflictos en función de ciertos estereotipos y prescripciones culturales?
Los conflictos de género suelen aparecer en torno a las tareas y funciones de
cada uno en la casa, el cuidado de los hijos, las diferentes formas de ser, el lugar y
manejo de las emociones y sentimientos, la importancia de lo laboral, el manejo
del dinero, el cuidado de los enfermos (por ej. los padres) según las representa-
ciones sociales para lo masculino y lo femenino interiorizadas por cada uno de
los partenaires. No se trata de quién hace qué, sino de lo que eso representa en
la pareja.
2.3.8) Sexualidad
El intercambio sexual es uno de los aspectos que caracterizan al vínculo de
pareja, siendo el ámbito íntimo de la relación. Se manifiesta atravesado por to-
das las emociones y afectos propios de los seres humanos. En su complejidad, es
fuente tanto de placer como de conflictos, con arraigo tanto en la historia sexual
de cada uno como en lo producido en el encuentro de ambos. A esto se agrega el
pasaje por diferentes etapas y acontecimientos, (como el nacimiento de los hijos;
accidentes que ocasionan daños corporales o emocionales, etc.), que tienen una
fuerte incidencia en la vida sexual de la pareja.
Los conflictos pueden manifestarse en disminución de la erotización o au-
sencia del deseo, estereotipia de la vida sexual de la pareja, sentimientos de frus-
tración en relación a la frecuencia, al momento adecuado, por ciertas prácticas
sexuales preferidas por uno y rechazadas por el otro, en infidelidades y celos, etc.
Frecuentemente se convierte en un escenario de juego de poderes.
Como señala Roberto Losso (2001) “...muchas veces los trastornos sexuales
expresan (como un modo particular de lenguaje) diferentes problemas de la
pareja: rivalidad, competencia, celos, reproches, deseos de venganza, agresividad
por heridas narcisistas, fidelidad a los objetos primarios, etc.”
2.3.9) Necesidad de cuidado, protección y seguridad
La relación amorosa es un ámbito en el que se despliegan las necesidades de
otro que brinde seguridad y contención afectiva con su proximidad y que ayude
a regular las ansiedades de separación.
317
¿Pueden encontrar en el otro el sentimiento de seguridad, confianza y re-
gulación afectiva cuando lo necesitan? ¿Hay simetría entre ambos integrantes,
es decir, cada uno encuentra seguridad en el otro? ¿O predomina el cuidado de
uno hacia el otro? En tal caso ¿alguno de los integrantes de la pareja presenta
algún déficit en particular (por ej una enfermedad)? ¿Se constituyó la pareja bajo
la modalidad cuidador/ser cuidado? ¿Diferentes circunstancias vitales llevaron a
ello?
Los conflictos surgen por exceso de esta dimensión en relación a otras del
funcionamiento de la pareja, por su insuficiencia, o por falta de reciprocidad. Si
prevalece una intensa necesidad de ser cuidado emergen vivencias de abandono
o rechazo, y sentimientos de tristeza y depresión. Para evitarlo, tienden a afe-
rrarse al otro y a tratar de controlarlo. Pueden ir desde el reproche al descontrol
rabioso con la pareja, quien puede sentirse ante un “chantaje” emocional. Estas
necesidades pueden manifestarse en uno o en ambos integrantes de la pareja.
En la presentación reactiva ante las necesidades afectivas de cuidado, pro-
tección y seguridad, vemos autosuficiencia, ausencia de exigencias, actitud de
sacrificio o altruismo. Se preocupan por el otro sin pedir ni demandar conscien-
temente, lo cual es una forma indirecta de intentar obtener cuidados. (OPD,
2008)
2.3.10) Comunicación
“El acto comunicativo conceptualizado como hecho interpretativo
(Watzlawick, 1967), incluye una serie de elementos constitutivos: emisor y re-
ceptor, código compartido, conexión psicológica entre emisor y receptor. El acto
comunicativo es por definición ambiguo e incompleto, ya que se sostiene en una
continua interpretación a la búsqueda de elementos faltantes” (Hernández, S.,
en: Pachuk, C., Rasia, R., coord. (1998))
Consideramos la comunicación en sus aspectos verbales, para y pre verba-
les. Asimismo debemos tomar en cuenta las distintas modalidades del discurso.
Tomando los aportes de Silvia Gomel (1997) podemos distinguir entre
Discurso Dialógico y Monológico. En el primero se da lugar a la otredad lo
que hace posible escuchar al otro desde un lugar de inclusión, sin rivalidades ni
desconfianzas. Lo asociamos a la reciprocidad. En cambio en el Discurso Mono-
lógico hay violencia que busca anular al otro en tanto sujeto deseante. En este
tipo de discurso se suele ver la monopolización.
Los discursos paralelos sucesivos – o uno u otro- y los discursos paralelos
simultáneos revelan también las dificultades en la posibilidad de construir un
intercambio que articule el yo con el nosotros.
En cuanto al discurso nos interrogamos: ¿es compartido, es decir, hay lugar
para cada integrante del vínculo, o tiende a ser monopólico? ¿Se manejan con
discursos paralelos? ¿Tiene dimensiones autoritarias? ¿Transmite desvitalización
o vivencias de vacío? ¿Es verborrágico? ¿Cuánto lugar existe para la duda, la
moderación de la certeza, el uso del humor, el respeto por las divergencias, la
318
posibilidad asociativa, la tolerancia para el malentendido en la comunicación
entre ambos? ¿Aparecen situaciones dilemáticas de encierro paradojal? ¿Qué
efectos tiene en el vínculo?
Los conflictos en el área de la comunicación se presentan frecuentemente
por la intolerancia al malentendido, reproches, atribuciones y distorsiones. Es
frecuente que cada integrante de la pareja atribuya al otro la causa y responsabi-
lidad de lo que ocurre sin visualizar la compleja interacción entre ambos. Es un
trabajo importante pasar de la linealidad acusatoria a la complejidad del “entre”
o de la interacción conjunta.
2.3.11) Circulación del poder. Sumisión vs. Dominación. Violencia
Los estudios de Foucault sobre el poder fueron fundamentales para la teo-
ría vincular. Foucault estudia el Poder a través del antagonismo de estrategias
que permiten visualizar cómo es ejercido. El poder no se detenta, circula (M.
Foucault,1992)). Lo piensa como un modo en que ciertas acciones inducen o
modifican otras, en un entramado en que se concatenan entre sí. Una relación
de poder supone una relación entre sujetos libres, en la que cada uno tenga la
posibilidad de responder, reaccionar y, otro es fundamental, medios de escapa-
toria. De lo contrario se trata de exceso de poder y violencia.
La teoría vincular concibe las relaciones de poder como organizador in-
consciente del vínculo, de la zona de encuentro, que permite hacer algo con otro
en torno al juego con las diferencias que la alteridad y la ajenidad imponen.
¿Cómo es el interjuego de poder en la pareja? ¿Hay cierta simetría o hay
predominio de uno sobre otro? ¿Cómo se despliegan los dinamismos ofensivos
y defensivos? ¿Qué está en juego? ¿A qué estrategias recurren? ¿Qué envergadura
alcanza la agresividad?
Los conflictos mayores surgen cuando las relaciones de poder no se sostie-
nen y cesa la circulación que las caracteriza, siendo sustituidas por estados de
asimetría y de dominación que pueden tener distinta intensidad y gravedad. La
dominación tiene como correlato la sumisión, pues se produce una escisión y
polarización entre los integrantes del vínculo.
En el modo activo, la tendencia agresiva dominante busca el control a tra-
vés de la imposición de las ideas y deseos propios. Frecuentemente devalúan y
denigran al otro para sentir poder. En el modo pasivo puede aparecer una sumi-
sión pasivo/agresiva lo que puede despertar irritación. Parecen “sacrificarse” por
los demás (OPD, 2008).
La dominación – sumisión puede llegar a formas de alienación, en las que
se renuncia al pensamiento propio para pasar a existir en la subordinación a una
figura fuertemente idealizada investida como portadora de saber y poder.
Entendemos por violencia: el “ejercicio absoluto del poder de uno o más
sujetos sobre otro, que queda ubicado en un lugar de desconocimiento, esto es,
. Muy alejado del concepto de poder en su acepción vulgar, que implica frecuentemente
una valoración negativa.
319
no reconocido como sujeto de deseo y reducido, en su forma extrema, a un puro
objeto. Dicho de otro modo, consideramos a la violencia por su eficacia, la de
anular al otro como sujeto diferenciado…” (Rojas, C. en: Pachuk, C. y Friedler,
R. coord.,1998)
2.3.12) Trabajo vincular con las diferencias
La alteridad impone un trabajo vincular con las diferencias en la pareja.
En las sesiones suelen aparecer mencionadas las diferencias sexuales, de género,
socio-económicas, culturales, físicas, de personalidad, de historia, etc.
Tomamos las diferencias como producto del trabajo vincular y no en un
sentido reificado (Mokszanski, A y Turim, E, 2014).
Algunas diferencias se viven como deseables desde el punto de vista de la
complementariedad, al buscar en el otro aquello que se vive como déficit, ca-
rencia o anhelo. Dicha complementariedad puede tornarse disfuncional con el
paso del tiempo y lo que se valoraba pasa a causar sufrimiento.
Nos preguntaremos en relación a las diferencias: ¿Cuáles son las que la
pareja siente como fuente de enriquecimiento y cuáles de conflictos? Cómo se
viven éstas últimas? ¿Cómo las semantizan? ¿Qué hace con ellas la pareja, que
estrategias y mecanismos de defensa despliega?
Los conflictos con las diferencias derivan fundamentalmente de que son
vividas en forma binaria, disyuntiva y jerárquica. Si además circula la idea de
que el amor ha de ser homogeneizante y tender a la completud, tenemos el ger-
men de múltiples dificultades. La heterogeneidad puede ser difícil de tolerar y
aparecen múltiples estrategias para borrar, invisibilizar y naturalizar ciertas dife-
rencias, cuando las exigencias narcisistas aspiran a la coincidencia. Señalaremos
algunas situaciones por su recurrencia en la clínica.
a) Las diferencias pueden ser vividas como ataque a la autoestima, a la
persona, o al vínculo, jugándose en el territorio de las valoraciones y
los ideales, lo que supone una amenaza a la ilusión de complementa-
riedad. El temor a no contar con la valoración, el reconocimiento y el
amor del otro da lugar a múltiples conflictos.
b) Por otra parte, en la dinámica entre el anhelo de fusión y el temor a la
indiscriminación, las diferencias podrán ser anuladas o hipertrofiadas
de acuerdo a las necesidades del momento.
c) La desmentida de la percepción o sentimientos del otro, así como el
minimizarlos, lo cual genera violencia.
d) Se puede no sólo desmentir sino también repudiar o forcluir aquello
que se siente como una amenaza al vínculo, a través de pactos narcisis-
Bibliografía
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322
Introducción
Historia Clínica
Padecimiento actual:
Diagnóstico de trastornos
Defensas
Estructura
Etiopatogenia
Evolución
EVOLUCIÓN
Objetivo de la FPC
1. Dimensión diagnóstica
1. Formulación diagnóstica
1.1 Datos filiatorios
1.2 Motivo de consulta
1.3 Experiencia subjetiva de la enfermedad
Preguntas:
a) ¿Cuáles son sus creencias sobre su enfermedad?
b) ¿Considera que sus problemas son de naturaleza sobre todo somática, psí-
quica y/o social?
c) ¿Qué tipo de ayuda espera recibir?
d) ¿Hasta dónde paciente y terapeuta coinciden acerca de la naturaleza
de los problemas?
e) ¿Hasta dónde paciente y terapeuta coinciden acerca del tratamiento nece-
sario?
1.4.1 Trastornos:
Somáticos: enfermedades y tratamientos en curso (medicamentos, inter-
venciones, etc.). Psicológicos: DSM, CIE Sociales: Ej: marginación, discrimi-
nación
1.4.4.1 Conflictos
1. Individuación versus dependencia .
2. Sumisión versus control .
3. Deseo de ser protegido versus autosuficiencia .
4. Autoestima .
5. Culpa .
6. Conflicto edípico .
7. Conflicto de identidad.
1.4.4.2 Defensas
¿Son las defensas predominantemente adecuadas y flexibles o disfuncionales,
distorsionando o restringiendo las experiencias internas y externas?
¿Las defensas permiten el despliegue de un tipo de afrontamiento adecuado a la
situación o dan lugar a un afrontamiento pasivo, o inadecuado?
¿Cuán rico es el diálogo consigo mismo y con los demás, basado en experiencias
afectivas, self corporal, fantasías, sueños, sexualidad, representaciones simbólicas y
capacidad de juego y creatividad?
¿Cuán profundas y estables y diferenciadas son las relaciones con objetos internos
y externos? ¿Hasta dónde puede iniciar y terminar relaciones y tolerar separaciones?
¿Cómo maneja las relaciones que implican la existencia de un tercero?
2. Dimensión etiopatogenia
4. Evolución:
Bibliografía
Sección VI
FPC y evaluación de la evolución
346
347
Ejemplo clínico
Los dos integrantes de una pareja mal avenida están en terapia. Desde que
ambos están en terapia la relación entre ellos se volvió más difícil pues cada uno se
volvió más intransigente en sus posiciones. Casualmente ambos terapeutas super-
visan, sin saberlo, con el mismo supervisor. Ambos describen los problemas de sus
pacientes de modo similar: son pacientes que necesitan valorarse más y aumentar
su autoestima y valorar más sus opiniones, pero chocan con la obstinación y con
la falta de comprensión de sus cónyuges; dudan de la eficacia de la terapia del
otro. En determinado momentos, a través de distintos detalles, el supervisor se da
cuenta de esta situación. Explora entonces con más atención el tipo de sentimientos
contratransferenciales de ambos terapeutas. Los dos tienen fuertes contratransferen-
cias concordantes con sus paciente y defienden la postura que toman en las riñas
familiares, viendo como un logro terapéutico el que defiendan con más vigor sus
posiciones. No logran ver, en cambio, en qué posición cada uno de ellos deja a
la otra persona, dada la forma en la que expresan sus opiniones. El supervisor se
imagina que, incluso, si los juntara y les contara la situación, ambos discutirían
entre ellos acusando al otro de estar llevando mal la terapia. En este caso es claro
que en ambos predominan identificaciones concordantes que favorecen un “idilio”
entre terapeuta y paciente, que excluye todo sentimiento conflictivo que pueda
surgir en la relación terapéutica. El paciente se lleva bien dentro de la terapia y
todo el conflicto es vivido fuera. Eso no ayuda a que se puedan trabajar los aspectos
disfuncionales (por ej.: falta de empatía, de reciprocidad, de capacidad para bus-
car soluciones negociadas que respeten a las dos partes, etc.) de los vínculos de cada
uno de los pacientes. La solución que encontró el supervisor fue la de invitar a los
supervisandos a imaginarse en el papel de la otra parte, y comenzar haciéndolo él,
jugando el papel de “abogado del diablo”.
Lilienfeld et al. (2014) señalan numerosos sesgos que pueden ser causa de
una valoración espúrea de la efectividad de un tratamiento. Señalan 26 tipos de
sesgos, que pueden ser agrupados en tres grandes categorías.
La primera de ellas tiene que ver con la percepción errónea de cambios
en el paciente cuando ellos en realidad pueden no haber ocurrido o tratarse de
cambios de tipo paliativo que, aunque pueden traer alivio al paciente, no son
357
aquellos a los que se aspira en primer término.. Paciente y terapeuta pueden
ilusionarse de muchas maneras, a veces viendo cambios que no existen, otras
veces considerando como cambios positivos de fondo lo que puede ser un
acostumbramiento al problema, una mejor comprensión del mismo sin que
cambie, una mayor tolerancia, un recordarlo como más grave antes cuando en
realidad era similar, etc. Otro tipo de errores dentro de esta categoría puede
tener que ver con generalizar un cambio que ocurre en las sesiones como si
modificara la vida del paciente, pero que no necesariamente es generador de
cambios en la vida fuera del consultorio. Por ejemplo, un “buen” paciente
puede volcar su agresividad fuera de la sesión. Analista y paciente pueden
prestar atención a aspectos en los que se dan logros, no viendo problemas que
persisten. Es importante notar que estos sesgos pueden afectar tanto al pacien-
te como al terapeuta e influir incluso en los tests. Se ha señalado que un re-test
puede dar resultados más favorables, no porque haya cambiado el problema en
sí sino porque el paciente se acostumbró a verlo con menos gravedad y pone
puntajes mejores.
Un segundo grupo de sesgos pueden llevar a atribuir a la terapia logros que
en realidad se deben a factores extra terapéuticos, tales como la remisión espon-
tánea, la regresión a la media (el paciente vino en un momento muy malo y
luego vuelve a un estado promedio), la naturaleza psíquica de ciertos trastornos,
la adquisición de mayor madurez frente a algunas situaciones, etc.
Por último, los logros pueden ser atribuidos a ciertos factores específicos
de un determinado enfoque psicoterapéutico cuando en realidad surgen de los
factores no específicos de la situación terapéutica: efecto placebo, la expectativa
de algo nuevo o como una forma de justificar el esfuerzo realizado. Cada uno de
estos factores requiere salvaguardas metodológicas que no son fáciles de imple-
mentar en una investigación y resultan mucho más difícil en una investigación
clínica.
Que estos sesgos sean posibles no quiere decir que necesariamente ocu-
rran, pero es importante tener presente que indudablemente pesan en la manera
como los terapeutas nos juzgamos a nosotros mismos y a nuestro trabajo.
Lilienfeld hace notar que el terapeuta promedio tiende a evaluarse a sí mis-
mo por encima del percentil 80 (o sea entre el 20% más competente). Esto no
es exclusivo de los terapeutas. También la mayoría de los conductores tienden a
colocarse en el 10% con mejor desempeño (Kahneman, 2011).
Tampoco es fácil predecir fracasos. Un estudio citado también por Lilien-
feld señala que en un estudio con 550 pacientes, solo se predijo un desenlace
desfavorable para el 0,5% cuando en la realidad esto se dio en un 7,3% de los
casos.
Es importante notar que la existencia de limitaciones o la posibilidad de
sesgos no implican que haya que dejar de lado el juicio clínico o la investigación
empírica. En especial respecto al juicio clínico no se trata de quitarle valor, sino
358
de estar atento a la posibilidad de errores de apreciación y tomar en cuenta los
procedimientos que pueden reducirlos. En el corazón de estos procedimien-
tos está el recurrir a formas de triangulación que llevan a corroborar la intui-
ción clínica y el “pensar rápido” (Kahneman, 2011) con datos de otras fuentes,
posibilitando caminos más reflexivos y críticos. Dentro de estos procesos de
triangulación cabe señalar la “segunda mirada” (Baranger & Baranger, 1982)
cita que lleva a tomar distancia del material clínico buscando una perspectiva
más abarcadora que permite tomar en cuenta nuevos datos. Esta ampliación
del campo visual puede ser considerado una forma de triangulación (Edelson,
1988, p. 340).
La formulación del caso y su consignación en la Historia Clínica ayuda a
la evaluación de sus resultados y al seguimiento del caso. Son también recursos
útiles para la evaluación clínica la supervisión o la discusión del caso con colegas.
En otro capítulo se presentará el Modelo de los tres niveles para observar las
transformaciones del paciente (3-LM) (Bernardi, 2014), en el que la discusión
grupal permite triangular diversas perspectivas teóricas y clínicas, buscando el
consenso entre los expertos.
La marcha de la terapia y sus resultados, así como los datos que pueden
obtenerse del seguimiento del paciente a más largo plazo luego de terminada la
terapia, deben ser consignados en la Historia Clínica.
Un informe completo debe revisar todos los elementos de la formulación
inicial del caso y consignar qué modificaciones se produjeron.
Un informe abreviado de la evolución del paciente durante la terapia debe
al menos establecer:
1) Las metas que se propuso el terapeuta y en qué medida se lograron.
2) Qué problemas y vulnerabilidades persisten.
3) En qué medida el paciente puede continuar sin terapia, apoyándose
en sus recursos internos y externos (especificándolos) o en qué medida con-
vendría que continuara con ayuda psicoterapéutica del mismo tipo o de otra
naturaleza.
El caso de Hugo (ver capítulo sobre niveles de funcionamiento mental)
puede servir como ejemplo de este tipo de informe.
La psicoterapia de Hugo lleva 60 sesiones que por razones circunstanciales se
desarrollaron en forma quincenal. Algunos sueños repetidos dan una idea de los
focos centrales del tratamiento. Hugo sueña con inundaciones en las que no atina
a nadar a pesar de saber hacerlo. Distintas circunstancias permiten identificar los
conflictos en juego en diferentes momentos. “Nadar” significa a veces el atreverse
a explorar hasta dónde es posible desarrollar nuevos aspectos positivos en su vida
familiar. Otras veces, explorar las posibilidades de una nueva relación. Con mucha
360
frecuencia este sueño u otros similares reflejan el temor a realizar cambios que sien-
te imprescindibles en su trabajo. “Nadar” está siempre ligado a dejar situaciones
de dependencia, asumir riesgos de fracaso externo y abandonar el perfeccionismo
interno que lo paraliza pero que a la vez nutre su narcisismo arcaico (“nada” en
vez de nadar, pero es mejor “nada” que algo imperfecto). Progresivamente Hugo
va pudiendo tener nuevas experiencias que le permiten sentir entusiasmo frente a
la posibilidad de cambios que signifiquen un posicionamiento distinto frente a sus
problemas y una mayor autoconfianza. Aunque quisiera que estos cambios fueran
más radicales, puede comprender más sus dificultades internas y aceptar que sólo es
posible avanzar gradualmente.
Lo dicho puede consignarse en la FPC de la siguiente forma:
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363
Este primer nivel del modelo, como lo dice el título, procura la observación
y descripción fenomenológica de los cambios del paciente. El término “feno-
menológico” debe entenderse como la descripción directa de la experiencia del
analista, incluyendo su contratransferencia. En este primer nivel es importante
que se utilice un lenguaje espontáneo, como el que se da en el diálogo informal
entre colegas.
Existen una serie de preguntas que guían la discusión grupal, que pueden
encontrarse al final de este artículo. La primera de ellas busca recoger la impre-
sión global que produce el material: ¿Sugiere la existencia de cambios positivos,
negativos, o la no existencia de cambios? ¿En qué áreas de la vida del paciente
los cambios son más perceptibles?
La pregunta siguiente tiene especial importancia. Está referida a si se per-
ciben cambios en la forma cómo el paciente usa (en sentido winnicottiano)
al analista y a la forma cómo el paciente usa sus propios recursos mentales y
corporales al servicio del cambio. Cuando hablamos de cambios en la vida del
paciente nos basamos en las narraciones recogidas por el analista. En cambio,
366
cuando observamos los cambios en el uso del analista y de los propios recursos
mentales del paciente, nos apoyamos en fenómenos de naturaleza más proce-
dimental, que tienen lugar en la relación misma con el analista en las sesiones
y en la forma en que este nos transmite en el grupo cómo ha reaccionado ante
ellos.
La forma en la que el paciente busca cambiar a través del análisis tiene mu-
cho que ver con el modo en el que vive su enfermedad y entiende su tratamiento.
La Escala de Heidelberg (OPD, 2008, p. 408), (Grande, Dilg, Jakobsen, Keller,
& Krawietz, 2009) constituye un instrumento muy útil para evaluar el cambio
estructural del paciente, los cuales son de efecto duradero. Los niveles inferiores
de la escala describen la actitud de pacientes que rechazan hacerse cargo de sus
problemas (“lo que me pasa es de origen somático”, “mis problemas son a causa
de los otros”, etc.). A medida que el paciente progresa, puede ir aceptando cuál
es su contribución al sufrimiento del que se queja, y cómo se compromete con
las metas de la terapia. Suelen aparecer entonces momentos de desconcierto,
tristeza e indefensión, al comprobar que las viejas formas de enfrentar los pro-
blemas ya no son válidas pero aún no dispone de las que podrían reemplazarlas.
El paso siguiente implica procesos de reestructuración en el área del foco (nivel
6 de la escala), en el que se da espontáneamente la vivencia de que es posible
experimentar su vida y comportarse de otra forma. A continuación (nivel 7 de
la escala), surgen procesos de integración y reconstrucción de la relación con la
realidad interna y externa. Estos procesos también podrían analizarse desde la
perspectiva de la mentalización.
Quisiera llamar la atención sobre algunos puntos que a mi entender abren
nuevos campos de investigación a partir de lo que señala esta escala. ¿Cómo ocu-
rren los cambios en el paciente? Vimos más arriba que los focos de la evaluación
de los cambios no necesariamente son los mismos que los focos del trabajo tera-
péutico pues se suma un efecto general, dado por la forma en la que el paciente
maneja sus conflictos y vulnerabilidades estructurales. Como señala el OPD-2
(p. 408), el paciente puede conservar sus temas conflictivos modificando la for-
ma en que estos se incorporan a su vida. Del mismo modo puede lograr un ma-
nejo de alternativas más controlado y constructivo frente a sus vulnerabilidades
estructurales. En ambos casos es la forma en que estas características y rasgos se
integran en su personalidad y su funcionamiento en la vida (OPD, 2008). Esto
es sabido desde siempre: el paciente en terapia no nace de nuevo, pero puede
aprender a usar de modo diferente sus fortalezas y debilidades. Esto fue descrito
muchas veces como un efecto gestáltico, que permite que pase a ser parte del
fondo algo que en tanto figura central era fuente de problemas. Hoy día se han
propuesto modelos más complejos del cambio que la idea de gestalt, inspirados
en las transiciones que se dan en los sistemas dinámicos no lineales. Los cambios
críticos, los fenómenos caóticos, el papel de los atractores, la interdependencia
de diversos resonadores, etc. se han convertido en factores que permiten nue-
367
vas formas de modificación para las psicoterapias psicoanalíticas (Galatzer-Levy,
2009b), (Galatzer-Levy, 2009a).
El primer nivel del 3-LM busca captar en qué medida los pacientes ven sus
problemas y su vida bajo una nueva luz. Más que revisar en forma sistemática
el material, el 3-LM toma como hilo conductor aquellas partes que tienen una
resonancia especial en el analista y en los miembros del grupo. Por lo general
se trata de metáforas o escenas que transmiten en forma vívida e insaturada
el núcleo de los problemas del paciente. Algunas de ellas, que aparecen desde
el comienzo y se convierten en los focos del trabajo terapéutico y pueden ser
considerados “puntos de anclaje” que sirven de fondo sobre el que es posible
identificar los cambios ulteriores. Tienen la virtud de provocar en los miembros
del grupo asociaciones con otros fragmentos del material a veces distantes en el
tiempo, lo que, uniendo las perspectivas de los diversos participantes, permite
una visión en red o multidimensional del material. En la medida en que se trata
de analistas con distintas formaciones y trayectorias puede considerarse que esto
constituye un procedimiento de triangulación de perspectivas y teorías acorde
con lo que postula la metodología de investigación cualitativa.
Las preguntas de esta categoría buscan ver los cambios en las pautas de rela-
ción dentro y fuera del análisis. En especial la forma en la que el paciente ve a los
otros y se ve a sí mismo en los vínculos, y cómo puede suponerse (o experimentar-
se en la contratransferencia) que los otros ven al paciente y se sienten con él. Los
conflictos y las dificultades de funcionamiento mental tienden a expresarse en los
vínculos, y por eso es importante que el material incluya episodios relacionales.
Los conflictos y defensas deben ser vistos en relación a las funciones estruc-
turales que sostienen el funcionamiento mental. Siguiendo al OPD-2, el modelo
considera cuatro áreas: a) Percepción de sí mismo y de los otros. Mentalización.
Identidad; b) Regulación de afectos, impulsos y autoestima. c) Comunicación
interna y externa. Elaboración. Simbolización y d) Vínculos con objetos inter-
nos y externos.
La relación entre conflictos y déficits estructurales es un tema controvertido
que ha dado origen a diversas hipótesis y enfoques terapéuticos. El 3-LM no
busca recomendar una u otra visión sobre cómo abordar los problemas de con-
flicto o déficit, sino describir qué ocurre en cada uno de estos polos y por qué
caminos se dan los cambios a nivel de la práctica real.
5) Tipo de trastorno
5) TIPO DE TRASTORNO
5.A.) ¿Es posible identificar un tipo de trastorno de personalidad u otro tipo de tras-
torno mental o físico?
373
5.B.) ¿Cuán severo son las perturbaciones del funcionamiento de la personalidad?
¿Hasta dónde está condicionado el trabajo analítico por las vulnerabilidades estruc-
turales del funcionamiento mental?
5.C.) ¿Cómo cambiaron estos aspectos?
El 3-LM incluye cuestionarios para evaluar los cambios del paciente y la evalua-
ción del método de trabajo para ser aplicados antes y después de la sesión. Los
resultados hallados —aún en estudio— sugieren una alto grado de concordancia
entre los participantes en la evaluación de los cambios y en la utilidad del mo-
delo. En varios casos se observó en los pacientes un cambio positivo a través de
tratamientos de varios años. El cambio abarca por lo común muchas de las áreas
comprendidas en el modelo y el grado de modificación de cada ítem en el cues-
tionario que se incluye a continuación es frecuentemente de un punto y medio
a dos puntos y medio en la escala de cuatro que se incluye más abajo.
Que los trastornos mentales se modifican, sea por terapia o por los factores de
la misma vida, es algo bien sabido. El papel de la psicoterapia está comprobado
por la investigación empírica sistemática de proceso y resultados, que muestran
resultados positivos en las diversas escalas que evalúan el cambio. Estudios como
el de Zanarini (Ed.) (Frances, Frankenburg, Hennen, & Silk, 2003) muestran
que la evolución longitudinal de pacientes con trastorno borderline de la per-
sonalidad, ponen de manifiesto que en pacientes en tratamiento o sin él existen
remisiones del trastorno a lo largo de los años en una proporción mayor a la
esperada. Son necesarios aún estudios desde múltiples perspectivas para tener
una visión más global del problema. El 3-LM constituye un instrumento que
busca contribuir a estos avances desde el ángulo de la opinión consensuada de
los clínicos.
374
Anexo: Cuestionarios
ENCUESTA 1
Comentarios:…….
375
ENCUESTA 2
UTILIDAD DEL MODELO PARA OBSERVAR Y Muy poco Algo Bastante Mucho
COMPRENDER LOS CAMBIOS o nada
1. ¿En qué medida le resultó útil la actividad grupal
para afinar la observación del material?
2. ¿En qué medida le resultó útil para conceptualizar
las dimensiones del cambio?
3. ¿En qué medida siente que las hipótesis
explicativas teóricas manejadas resultan satisfactorias
para comprender los cambios?
Bibliografía
Bibliografía
Índice