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ARANA SE DEFIENDE

Pablo Zumaeta su gerente aboga por su inocencia

Por: Raúl Herrera Soria


“Entre quienes saben de su vida, Arana suscita pasiones y odios, pero rara vez indiferencia” .

La historia más difundida es aquella que al referirse a los tiempos de la explotación


cauchera cuestiona los modales de los barones de las gomas naturales marcando su
estigma sobre la figura de Julio César Arana del Águila, y su presunta intervención
de manera virulenta sobre miles de familias indígenas que formaban parte de su
labor extractiva y comercializadora.

Se habla de las crueles muertes, el abuso casi demencial de Arana y sus empleados
en zonas de explotación. La liquidación voraz de la dignidad de la aborigen de la
Amazonía del Perú es un tema puesto en evidencia y la responsabilidad sobre las
figuras de quienes usufructuaban el caucho extraído de los bosques de la Amazonía.
Muchas voces se han extendido utilizando el camino más cómodo de la acusación
fácil, directa contra Arana; fueron historiadores, expertos investigadores, acuciosos
aficionados a la historia que se inspiraron en apuntes encontrados pero no
contrastados ni sometidos a los análisis de juzgamiento para sentenciar la figura
del cauchero.

Julio C. Arana fue el barón controvertido que se condujo en los años de principios
del siglo pasado, haciendo lo que se sabe más de él, desarrollando su misión de
explotación cauchera que le hizo uno de los hombres más ricos del continente; pero
asimismo Arana inspiró conceptos patrióticos durante los momentos del conflicto
limítrofe con Colombia en los que asumió actitudes de defensa de la soberanía. Su
desempeño al servicio de la sociedad fue reconocido en Loreto, al punto que se ha
identificando con su nombre a calles y avenidas de ciudades importantes debido a
su destacada participación como alcalde de Maynas y representante de Loreto en el
Congreso de la República, es decir un político destacado en su época.

Sin embargo el unísono de las críticas, acusaciones y juzgamientos se han


extendido escuchándose escasas defensas de parte del mismo Arana y su equipo de
funcionarios, y uno que otro amante o comentarista de la historia.

Para abogar por sí mismo, tuvo que argumentar con razones sostenibles una
posición abierta de rechazo a la andanada de críticas que llovía sobre él. Los
llamados “crímenes del Putumayo” resonaron en el mundo, con mucha más
contundencia en Inglaterra donde los políticos tenían claros intereses y buscaban
pretextos para intervenir en la Amazonía que dicho sea de paso había
conmocionado el mundo con su movimiento económico.

Desde entonces las habilidades en el manejo político de los temas, hechos con
especial destreza, pretendió desprender una cortina de humo para entretener el
mundo relegando la atención respecto a temas de exceso, crímenes y asesinatos que
se daban dentro del Imperio británico en Irlanda, Sudáfrica, Australia y Jamaica y
hasta con los Pieles Rojas norteamericanos.

EL COMPLOT Y CHANTAJE A LA EUROPEA


Arana frente a esta situación no tenía otra forma más que justificarse empleando
los medios que le fueron posibles en esa época, es por eso que lo hizo ante la
Cámara de los Comunes y publicó libros esclarecedores tanto en el Reino Unido
como en España; ahí están Las cuestiones del Putumayo (Barcelona, 1913), suscrito
por Pablo Zumaeta, su gerente en la Peruvian Amazon Co. Ltda., en las oficinas de
la sede de Iquitos.
El cauchero insistió de manera tenaz en explicar que él no había tenido una
vigilancia directa y personal sobre los métodos empleados para la recolección del
caucho, por lo que ignoraba si se habían cometido las crueldades espantosas que se
achacaba al personal subalterno, entre ellos los negros de Barbados, así como a
algunos de sus directores, cual es el caso del colombiano Ramón Sánchez y el
boliviano Armando Normand. Aseveró que él no podía haber dado órdenes para
cometer semejantes crímenes, basándose en la razón de que jamás habría
diezmado a la población indígena ya que eso habría ido contra sus propios intereses
(su negocio requería de mucha mano de obra y actuar con tremenda brutalidad
mermaría el número de sus peones).
En esa misma explicación se encuentra Moisés Panduro Coral, escritor y
comentarista sanmartinense radicado en Iquitos hace muchas décadas, quien dice
que “Los jefes de sección (el cuarto nivel en la estructura) ganaban comisiones
según el volumen de sus envíos de caucho, y fueron algunos de éstos, los que
ganados por la voracidad de la ganancia fácil y rápida cayeron en la vileza de las
atrocidades y crímenes cometidos, que luego le fueron endilgados a Julio C.
Arana”. Y agrega que ahora pasados más de 105 años se juzga a Arana por la
demora en corregir errores y atrocidades físicas desde el punto de vista de la
tecnología actual “…en que el Presidente de Directorio o el Gerente de una empresa
tiene teléfonos satelitales, fax, sistemas de posicionamiento global, servicios de
aviación, tecnología de caminos y otras facilidades logísticas que le permitirían
conocer al instante las irregularidades que se producirían (…) cuando para
entonces no era posible ni siquiera la comunicación radiográfica con esas lejanas
zonas y un vapor tardaba cerca de dos meses entre ir y venir del área donde se
encontraban los almacenes(…) la explotación del caucho y por ende, el maltrato al
indígena se daba tierra adentro a donde se llegaba por difíciles caminos y luego
de varios días de penoso caminar.”

“(…) los chantajes periodísticos que nos pueden ayudar a conocer un poco más
acerca de las reales motivaciones de la denuncia(…) las complejas personalidades
de los autores de los informes que se enviaron a Londres (Roger Cassement, el
cónsul inglés que murió colgado por la justicia de su país al ser descubierto como
espía alemán y William (Walter) Hardenburg un inescrupuloso aventurero
norteamericano que ofrecía al mejor postor las declaraciones juradas que
incriminaban a la compañía de Arana), pasando por los jueces del proceso
Rómulo Paredes y Carlos Valcárcel, integrantes del grupo de foráneos
denominado La Cueva.”.

LA DEFENSA Y LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES

De acuerdo a citas de Mariano Ospina Peña se tiene que “La defensa de Arana la
asumió el doctor Carlos Rey de Castro, quien señaló que el escándalo fue desatado
por las siguientes razones:

 La propaganda intensa y onerosa desatada por Colombia, país que quería


apoderarse del territorio situado entre el Putumayo y Caquetá, que entonces
disputaba al Perú.
 Algunos accionistas británicos de la Peruvian Amazon participaron en la
intriga contra Arana.
 El gobierno británico actuó movido por intereses políticos, ya que con la
excusa de ayudar a los nativos pretendía intervenir en los asuntos de
Sudamérica (era la época de la expansión de los imperialismos).
 Cassement era un neurótico, poseído por un afán enfermizo de notoriedad.
Además, a decir de Rey de Castro, recibía dinero de Colombia.
 La Sociedad Anti-esclavista y de Protección de los Aborígenes, si bien
realizaba una campaña humanitaria, tenía al mismo tiempo el propósito
oculto de aniquilar a toda empresa cauchera no británica para favorecer la
producción de la India.
 El periodista peruano Benjamín Saldaña Roca (de Iquitos) sacó a la luz estos
escándalos basándose en informes de empleados despedidos y de algunos
oportunistas, quienes previamente habían intentado chantajear a Arana,
pidiéndole dinero a cambio de guardar silencio.
 El estadounidense W. E. Hardenburg (el que publicó en la prensa londinense
los testimonios escalofriantes citados anteriormente), también fue acusado
por Arana de chantaje, así como de falsificación.
 Los negros barbadenses dieron declaraciones falsas o exageradas, a veces
llevados por su odio a los blancos y otras veces en espera de recompensas.
 Algunos empleados colombianos de la Peruvian Amazon hicieron similares
declaraciones por patriotismo.
 Otros testimonios provenían de personas de nula confianza: revoltosos,
díscolos o alborotadores.
 Los indios nativos se sumaron a la ola de acusaciones por su inclinación a la
mentira o por rencor a sus patrones.
 La prensa mundial se hizo eco del asunto por puro sensacionalismo.”

Lo suspicaz y mañoso es que las denuncias recaían sobre Arana y los otros
caucheros peruanos; quienes no fueron aludidos son los gomeros colombianos que
también habrían cometido tropelías en aquella zona.
Otro elemento de esta historia -que habrá que considerar- es el contexto
internacional entre Perú y Colombia que ayuda a comprender cuál es la
profundidad de este tema a fin de evitar caer en el recurso facilista de achacar todo
al supuesto espíritu “genocida” de Arana. Como ya se ha dicho, ambos países se
disputaban una extensa región amazónica fronteriza, entre el Putumayo y el
Caquetá. El 6 de julio de 1906 se había celebrado un modus vivendi entre ambas
naciones, que neutralizó la zona en disputa y facilitó, indirectamente, por la
ausencia de autoridades civiles, policiales o militares, la acción de gente
inescrupulosa. Cuando en octubre de 1907, la cancillería colombiana pidió
unilateralmente el cese del modus vivendi, la cancillería peruana pidió a Arana que
ayudara con sus empleados a repeler una posible invasión colombiana. Se
produjeron así choques entre peruanos y colombianos. El gobierno de Lima veía
por eso a la empresa de Arana como un símbolo tangible de la defensa del territorio
patrio. Mientras que Colombia, interesada en apoderarse de esa zona, desató una
campaña intensa y vilipendiosa contra Arana y su empresa, por lo que cobran
fuerza los argumentos de la defensa de Arana.

JUEZ PAREDES, CÓNSUL CASSEMENT Y OTROS COMPLOTAN

Pablo Zumaeta, gerente del cauchero en Iquitos hace referencias claras y


contundentes sobre el accionar de muchos elementos que conforman la historia de
acusaciones que caen sobre el cauchero, lo hace a través del Segundo Memorial,
que está contenido en el segundo folleto editado en Barcelona-1913, en la
imprenta Viuda de Luis Tasso denominado “Las cuestiones del Putumayo”.

Al momento de referirse del juez Rómulo Paredes, encargado del proceso, dice que
era nada menos que uno de los integrantes del grupo de foráneos llamado La
Cueva. Se comenta que el informe del mencionado juez está plagado de falsedades
y contradicciones. Dice que “…para proceder como se debe, en orden, tengo que
tratar del novelesco informe que el doctor Rómulo Paredes pasó al ministerio de
relaciones exteriores y que publicaron los diarios de la capital, incluso el periódico
que se edita en idioma inglés «The Perú to Day».

En el mencionado documento se reconoce y explica la actitud delictuosa de los


empleados y funcionarios de la empresa de Arana quienes se espantaron y huyeron
ante el conocimiento que la justicia iba por ellos, tal como lo explica Zumaeta. «Si
la visita del Cónsul inglés Sir Cassement al Putumayo, causó visible temor entre
los antiguos empleados de la Casa Arana, como es público y notorio, la noticia de
la visita de un juez de primera instancia a esa misma zona, con el objeto de
castigar a los criminales, produjo verdadero pánico.”

Es por eso que los amigos de las cuestionadas personas apenas tuvieron
conocimiento del viaje del cónsul y el juez, procedieron a adelantarse por diversos
atajos con la finalidad de llegar antes y advertirlos para que se alejen de la zona. En
la Chorrera y El Encanto se apresuraron a abandonar los establecimientos de la
empresa de Arana.

“Si el cónsul inglés los espantó, pues, en parte, mi aproximación concluyó por
decidirlos al abandono definitivo de las secciones; y fue tal el miedo que se
apoderó de ellos, que me han contado los tripulantes del vapor «Liberal», a mi
regreso de La Chorrera, que un día, cuando esta nave bajaba el río Putumayo en
viaje a Iquitos, se divisó una embarcación, surcando; y como se creyera que en
ella iba el juez, hubo a bordo del «Liberal» escenas de verdadera locura. Allí iban
dos bandidos notables: Abelardo Agüero y Augusto Jiménez, jefes de Abisinia,
quienes, temerosos de que se les descubriera, cometieron actos ridículos, sacando
también de su ecuanimidad a los mismos tripulantes de la nave, que se esforzaron
por ocultarlos en las bodegas”, explica Pablo Zumaeta en el Memorial.

Estos actos, sirven quizá de prueba de expiación y remordimiento, o de temor al


castigo, que dieron por resultado una fuga de asesinos en el escenario
ensangrentado; de manera que yo (dice Zumaeta) no he encontrado a mi llegada al
Putumayo a los principales criminales. La presencia de un cónsul les hizo vacilar; la
aproximación de un juez los sacó de juicio. Todos huyeron despavoridos, unos al
Brasil, otros a la Argentina, a Barbados, etc.

Estos argumentos explicados con puntualidad por la defensa de Arana, llevan a


confrontar una constante en la que propios y extraños atribuyen una conducta
sanguinaria y criminal al Barón cauchero.

ARANA NO SE DEJÓ SOMETER A LA EXTORSIÓN

Existen tantas denuncias efectuadas sobre los llamados crímenes del Putumayo, la
ponderación y las descripciones horrorosas que habrá que revisarse sobre el origen
y la intencionalidad de sus denunciantes. Se recuerda que en los años 1906 a 1907
Benjamín Saldaña Roca publicó en el semanario de Iquitos La Sanción una
denuncia severa.

El detalle no está en la misma denuncia sino el intestino propósito de su autor que


empleó “riqueza de detalles” que al parecer convencieron. Dice Zumaeta
esgrimiendo una defensa en posición de ataque, describiendo una extorsión no
satisfecha de parte de Saldaña que “ (…) pretendió se le proporcionasen algunos
elementos por la Compañía, la cual no pudo atenderle por tratarse de asuntos
ajenos por completo a su negocio; pretendió después se le diera un empleo, lo que
tampoco fue posible; y, creyéndose ofendido con esto, trató de conseguir, a todo
evento, lo que quería de la Compañía, la cual no tenía medio de servirle, pues le
habría sido perjudicial el tener negocio del género del que se le proponía, y, lo que
es más, tener un empleado sólo nominal, pues no había en la empresa nada
absolutamente que pudiera ser armonizado con las aptitudes del pretendiente.

Tomó esto a desaire, como desconfianza de su conducta y acaso falta de lealtad, y


no desperdició ocasión de emprender cruzada de difamación inventando
novelescas relaciones de crímenes espeluznantes (…) Se trató, pues, por un mismo
medio, de conseguir una venganza y realizar un chantaje.”

Sin embargo la defensa tiene más argumentos con que confronta a personajes
como Roger Cassement, aquel cónsul inglés de trayectoria sinuosa que murió
colgado por la justicia de su país al ser descubierto como espía alemán y que fue
uno de los principales agentes que actuaron en contra de Arana. A este sujeto se
dirige Pablo Zumaeta para recordarle: “…sepa el señor Cassement que, si a algún
criminal hay que juzgar, es a él que, sabiendo que los negros barbadienses al
servicio de la Compañía habían delinquido y se habían ocultado sus delitos a esta
gerencia, como los ha ocultado él, ha arrancado a esos negros de la jurisdicción
de la justicia nacional, haciéndoles retirar del Putumayo, dejándoles en la
frontera brasileña del Yavarí y reclamando de esta gerencia los alcances que
correspondían a dichos negros y los pasajes de regreso conforme con sus
contratos. Mas no era posible esperar otro proceder de quien como agente
ostensible del gobierno inglés, lo ha sido de otra o de otras entidades, pues sólo así
se explica que hubiera, con amenazas de entregarlos a la justicia peruana, si no
declaraban lo que quería y en la forma que deseaba, arrancando a esos negros
declaraciones antojadizas, ya preparadas, y que no expresan la verdad, sino
aquello que se les obligó a declarar…”

Finalmente y claro está que “… Arana, como es natural y por medio de contratos
lícitos ha aprovechado de los frutos de la explotación de gomales en el Putumayo,
no es justo, ni dable, calificarlo por ello como encubridor y aun cómplice de
delitos cuya existencia no está acreditada. Lo legal, lo natural y racional es
presumir que ha aprovechado de los frutos de la negociación perfectamente lícita
que había emprendido, mientras no se acredite lo contrario, mientras no se
pruebe su dolo criminal”.

Basado en citas y artículos de:


Pablo Zumaeta, Las Cuestiones del Putumayo, Segundo Memorial, Folleto N° 02,
1913.
Jorge Basadre Grohmann,  Historia de la República del Perú (1822 - 1933), Tomo 13.
Ospina Peña, Mariano: El Paraíso del Diablo.
Humberto Morey Alejo y Gabel Sotil García, Panorama Histórico de la Amazonía
Peruana, Iquitos, marzo de 2000.
“Arana El Patriota”, Artículo de Moisés Panduro Coral, Iquitos, 2007.

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