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La voz de la música sacra

from Revista Universitaria 119


by Publicaciones UC
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from 'Revista Universitaria N° 140'

En un año en que Silvia Soublette recibió la Medalla Centenario UC y fue


postulada al Premio Nacional de Arte, las varias décadas que lleva entregada
a la gestión, la creación y la docencia no han debilitado su vocación; ahora
vive un ciclo nuevo, componiendo obras religiosas que estrenará el 2013.
Por MIGUEL LABORDE Fotografías de ÁLVARO DE LA FUENTE

Ella comenzó a producir ahí mismo, casi adolescente; fundó el Coro Femenino de Viña del Mar y el
primer coro de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Finalmente, es en la UC de Santiago
donde crea el Conjunto de Música Antigua que será un referente en toda América y con el que recorrió
medio mundo en giras que la llevaron, incluso, a presentarse una noche, con el grupo, a los pies del
Partenón.

Ahora, viuda reciente de un personaje tan activo como fue el político Gabriel Valdés, está iniciando una
nueva vida: apoyada de cerca por sus hijos –“que han sido muy cariñosos”– está rehaciendo su historia,
la que en muchos puntos se cruza con la de la música en Chile.

—Usted ha viajado mucho, hace poco vivió en Italia al ser su esposo nombrado
embajador; ¿ha podido mantener el hilo de su carrera?

—Para componer me ha faltado paz, pero justamente ahí en Roma, de 2006 a 2008, pude escribir después
de varios años, una Misa Romana para orquesta, coro y solistas, y una Stabat Mater Dolorosa, que fueron
estrenadas este año en el IX Encuentro de Música Sacra de la UC. Ahí mismo presenté un CD, que es mi
primer disco monográfico, así es que no estaba tan alejada de mis cosas. La verdad es que tuve un
matrimonio muy feliz en ese sentido, de interés y respeto por el otro, por las cosas del otro.

—Usted nace rodeada de música…

Todo viene de antes en realidad, desde una abuela compositora, Rosa García de Soublette, y un hermano
suyo; luego sigue mi madre cantante… A mí me llega la música de oírla a ella tocando el piano en las
noches, cosas de Chopin, por ejemplo, que oíamos ya acostados, desde la cama. También es importante
mi padre, que nos llevaba a la Iglesia Luterana de Valparaíso a oír obras corales, lo que me causó un
tremendo impacto; a los 12 años empecé a ensayar con mis primos, les enseñaba voces y cantábamos.

De esa vocación que tengo por organizar y dirigir nace el Coro Femenino Viña del Mar, que formamos
en el Colegio de las Monjas Francesas, y luego el primer coro de la Pontificia Universidad Católica de
Valparaíso.
Cuando fui a hablar con el rector, porque no había ninguno y faltaba, él dudó porque yo tenía 22 años,
era una niña y pensó que no me iban a respetar los universitarios, pero con la práctica que tenía no hubo
problemas.

DESDE LA ABUELA En 1998, el destacado pianista Felipe Browne ofreció un recital cuyo programa
incluyó obras de Juan Orrego Salas y Rosa García Vidaurre, abuela paterna de Sylvia Soublette y una de
las pioneras de la composición musical en Chile. Ella y su hermano Gastón –musicólogo y académico
del Instituto de Estética UC– se dormían de niños oyendo las piezas que interpretaba su madre, al piano.
Esto sucedía en los años 20 de la ciudad jardín, cuando Viña del Mar era un balneario todavía, un mundo
armonioso y caminable con sus parques y plazas. Los hermanos Soublette Asmussen quedaron marcados
de por vida.

—¿El interés por la música antigua le llega por familia, entonces?

—Por mi padre, porque nos transmitió su admiración por la Edad Media, toda la épica de esa Europa
movida por valores; en la música, me impresionó ver que, en esa época y hasta Mozart incluso, las voces
se sumergen en la música, son frescas, cristalinas, de poco vibrato; están, como siempre en la Edad
Media, al servicio del todo. Después vienen los egos, querer dominar la escena, llenar una sala con un
volumen de voz enorme, dar un Do de pecho, todas esas cosas ajenas a la música…

Claro, tuve que vivir un proceso para llegar hasta ahí, con amigos que nos juntábamos en torno a la
música y el canto. Participábamos en la Academia de Santa Cecilia de Valparaíso, que tenía convenio
con el Conservatorio, e iban profesores de Santiago a tomar los exámenes, pero lo mejor se produjo al
llegar Federico Heinlein con su piano, porque ahí comenzó una tertulia casi diaria, con literatura y
filosofía, empezamos a dar conciertos de lieder alemanes y de canciones francesas porque nos gustaba,
justamente, su intimidad, especialmente la de los románticos como Schubert, Schumann, Brahms, Wolf,
Debussy, Ravel, Fauré, toda esa sensibilidad fina y tan distinta al espectáculo operático.

Ese interés es lo que compartiremos con Juana Subercaseaux y que nos llevará a fundar, para transmitirlo,
el Conjunto de Música Antigua de la UC. Corresponde al arte de interpretar dentro de la música, sin
querer lucirse para impresionar al público, lo que hoy echa a perder muchos conciertos y recitales con
voces tan forzadas que no duran ni diez años; no es lo antiguo por lo antiguo… Formamos mucha gente
en la UC, en un período muy bonito, con la tradición de entrar a la historia para comprender a los autores,
el ambiente que se tradujo en cada obra.

—¿Y qué la lleva a componer?

—Todo está relacionado, porque fue Federico Heinlein el que nos llevó a estudiar la época del
compositor, a fijarse en cómo dialogaba con lo que estaba sucediendo. Yo era joven, me interesaba
también lo contemporáneo, y naturalmente se despertó en mí el deseo de transmitir lo que yo sentía, lo
más personal e interior. Por entonces era algo vanguardista y ahora me fluye lo religioso, porque una va
cambiando de intereses.

—¿Y cómo se produce el traslado a Santiago, de la UCV a la UC?

—Juan Orrego Salas dirigía el coro de la UC por entonces, con el apoyo de Gabriel Valdés; nos
conocimos y me invitaron a cantar aquí. Comienza entonces mi relación con Gabriel – que terminará en
matrimonio– pero también se produce la formación de un octeto, porque él era de otra familia muy
musical, el padre cellista, mi suegra pianista, así es que con él, su cuñado Alfonso Letelier, dos de sus
hermanas y otros amigos, nos dedicamos a trabajar piezas más contemporáneas que lo de Viña; de ahí
partimos a vivir a Francia, lo que fue muy interesante para completar nuestra formación.

En mi caso, pude conocer bien las obras de Alban Berg, por ejemplo, pero se me hizo claro que las
vanguardias estaban en una búsqueda que no me atraía.

Olivier Messiaen fue un profesor que sí me interesó mucho, maestro de Boulez y Stockhausen, un
estudioso de Grecia y la India, que recorría el mundo anotando el canto de los pájaros; conversábamos
por horas, era una persona muy especial. Religioso, místico, interesado en lo que llamaba los aspectos
maravillosos de la fe, tocaba el órgano en una misma iglesia todos los domingos y su última obra la
dedicó a San Francisco de Asís, y en ella cada cantante tiene un motivo que corresponde a un pájaro de
la Umbría, la tierra del santo.

“Para componer me ha faltado paz, pero justamente ahí en Roma, del 2006 al 2008, pude escribir
después de varios años, una Misa Romana para orquesta, coro y solistas, y una Stabat Mater Dolorosa,
que fueron estrenadas este año en el IX Encuentro de Música Sacra de la UC.”

—Ahí viene la opción profesional por la música antigua…

—Exactamente. En todo caso, también es algo creativo. Mucho del repertorio lo hicimos en la UC a
partir de arreglos que hice, por ejemplo, sobre poemas de Neruda; o de Anoche estaba durmiendo de
Violeta Parra, a la que le puse una melodía que encontré en Chiloé; cosas así, que celebraron mucho
algunos críticos europeos. Me interesaba la palabra, las letras, por eso quería explorar y difundir la música
de esos siglos donde lo clave era la sensibilidad, la expresividad y, solo al final, la voz. Justo entonces,
ya en Chile, Fernando Flores me invita a entrar al Instituto de Música UC y yo formo un grupo, de
inmediato, para cantar cosas del siglo XV.

Alguien me comentó que tenía que ir a conocer un grupo de Nueva York en esa línea. Me entusiasmé y
partí, me entrevisté con su director, fui a ensayos, conocí los instrumentos que eran fantásticos y, al
volver, llegué a hablar con Monseñor Silva Santiago para organizar algo así en la UC, y él se entusiasmó
al grado de aportar algo que era una novedad: ¡un pequeño sueldo para los integrantes!... Fue algo de
gran acogida, que despertó mucho interés en toda América Latina, en Europa hasta Rusia, algo
extraordinario, que no sospechábamos.

—¿Los años de exilio interrumpieron ese vuelo?

—No, al contrario. En Nueva York, sí, porque no me interesó lo que me ofrecían, pero en un viaje a
Venezuela a ver a mi hija conocí a José Antonio Abreu, el fundador de las orquestas juveniles en América
Latina. Él se interesó mucho en la música antigua y me apoyó, así es que pude quedarme dos años y
formar la Camerata de Caracas que tiene mucho prestigio.

—¿Y el retorno a Chile?

Llegué a otro país, diferente, estaba desconcertada, pero algunos de un grupo de la UC, que habían
seguido con la música antigua y estaban en Valparaíso, se acercaron para hacer algo, y justo me llama
Raúl Sahli, del Banco Español- Chile, y me dice que querían focalizar sus aportes culturales en un solo
gran proyecto; así lo hicieron, e incluso recuperaron una sala colonial del Convento de San Francisco
para los ensayos. Ahí me dediqué a trabajar a Monteverdi, en general, el barroco temprano, del que me
había enamorado, y también temas de América Latina a partir de investigaciones de Samuel Claro; con
ese material salimos en gira por toda América Latina.

—Usted ha gestado varios programas docentes en universidades e independientes; ¿cuál


es la mayor carencia, a su juicio?

—Con el apoyo de Ricardo Claro y la Fundación Andes pudimos presentar seis óperas en seis años, de
la época que nos interesaba, barroca. Ahí abrimos un espacio para talentos jóvenes del canto, excelentes,
pero que en Chile no pueden aspirar a grandes roles y ser dirigidos por los mejores directores, porque
todo eso aquí está destinado a figuras extranjeras.

No fue fácil, era gente que trabajaba en cuatro o cinco coros, que de repente me dejaba botada porque
los habían llamado para cantar en un matrimonio por 200 mil pesos, pero es algo que hay que hacer,
como lo hizo Finlandia. Alguna municipalidad próspera debiera asumir esa tarea, un taller permanente
de ópera.

“Estoy preparando algo mayor, escenificar un oratorio de Marc Antoine Charpentier, con tres solistas
excelentes, danzas y un coro pequeño de 14 personas, para estrenarlo en el próximo encuentro de Música
Sacra que organiza anualmente el Instituto de Música en el Campus Oriente”.

—¿Y ahora, qué prepara?

—He hecho varios conciertos en el Salón de Honor de la UC, pero estoy preparando algo mayor,
escenificar un oratorio de Marc Antoine Charpentier, con tres solistas excelentes, danzas y un coro
pequeño para estrenarlo en el próximo encuentro de Música Sacra que organiza anualmente el Instituto
de Música en el Campus Oriente. Es algo que hemos preparado con el maestro Víctor Alarcón, académico
del Instituto. Eso es para marzo… Después no sé, a esta edad una no hace proyectos a largo plazo.

Estoy ocupada entretanto, y trato de estar muy ocupada, porque después de 64 años de matrimonio una
se acostumbra a compartirlo todo. Escribir memorias sirve para eso, para vivir de nuevo lo que no se
quiere olvidar; por eso no he pensado en publicarlas, son más bien privadas, de un proceso personal.

PREMIOS

Sylvia Soublette ha recibido el Premio del Círculo de Críticos de Arte de Valparaíso (1997); el Premio
Medalla de la Música del Consejo Chileno de la Música (1998); el Premio Municipal de Arte de la
Municipalidad de Santiago (2001); la Medalla a la trayectoria artística de la Sociedad del Derecho de
Autor (2002); el Premio de la Crítica al montaje de la ópera L’Incoronazzione di Poppea (2004); la
incorporación a la Academia Chilena de Bellas Artes (2003) y la Medalla Centenario de la Pontificia
Universidad Católica (2012).

CONJUNTO DE MÚSICA ANTIGUA.

Este conjunto de cámara de la UC, el primero del país con esa vocación (cofundado en 1960 por Sylvia
Soublette y Juana Subercaseaux), recorrió gran parte del mundo con sus presentaciones; uno de sus
mayores éxitos fue El descubrimiento de América, obra que llevaron, como embajadora cultural en los
años 1973 y 1974, por todo el continente.

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