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forma | Arquine
Un ejemplo sencillo bastaría para ilustrar este punto. El más simple recurso inmanente
para la morfogénesis parecen ser los estados estables generados endógenamente.
Históricamente, los primeros de tales estados descubiertos por los científicos al estudiar
el comportamiento de la materia (gases) fueron la energía mínima y su correspondiente
entropía máxima. La forma de una burbuja de jabón, por ejemplo, emerge de las
interacciones entre las moléculas que la constituyen, en tanto son constreñidas
energéticamente a “buscar” el punto de mínima tensión superficial. En este caso, no
existe tal cosa como la esencia de la “burbuja de jabón” que se impone desde afuera; una
forma geométrica ideal —la esfera— configurando una colección inerte de moléculas.
Más bien, una forma topológica endógena (un punto en el espacio de posibilidades
energéticas de este conjunto molecular) gobierna el comportamiento colectivo de las
moléculas individuales de jabón, resultando en la emergencia de una forma esférica.
Tal vez un ejemplo ayude a clarificar este punto crucial. Cuando decimos —como solían
hacerlo los marxistas— que “la lucha de clases es el motor de la historia”, usamos
“motor” en un sentido puramente metafórico. Por otro lado, cuando decimos que “un
huracán es un motor de vapor”, no es una simple analogía lingüística; más bien, decimos
que un huracán encarna el mismo diagrama usado por los ingenieros al construir
máquinas de vapor, es decir, que contiene una reserva de calor que opera mediante
diferencias térmicas y que hace circular energía y materia mediante el llamado ciclo de
Carnot. Los espacios fase antes mencionados ejemplifican, también, un diseño y un
diagrama de este tipo. Cuando uno de esos espacios contiene una singularidad bajo
forma de circuito cerrado (técnicamente, un ciclo limitado o un atractor periódico),
todas las posibles instancias físicas de este diagrama desplegarán un comportamiento
isomórfico: una tendencia endógenamente generada para oscilar de manera estable. Ya se
trate de una estructura sociotecnológica (un transmisor de radio o un radar) o una
biológica (un ciclo metabólico) o física (una célula de convección), el mismo recurso
inmanente dictará los distintos comportamientos oscilatorios de cada estructura. Este
recurso común, que puede estudiarse mediante un diagrama capaz de mostrar las
singularidades presentes en los estados fase de dichas estructuras, indica que tales
estructuras no están ligadas sólo metafóricamente sino a un nivel objetivo, más
profundo, conectadas isomórficamente. Deleuze y Guattari se refieren a estos diagramas
comunes de los procesos morfogenéticos que admiten diversos ensamblajes físicos como
“máquinas abstractas”. La cuestión aquí es, entonces, si las máquinas abstractas también
subyacen a los procesos que generan estratos y redes.
Comencemos con las estructuras jerárquicas y, en particular, con los estratos sociales.
Como los estratos geológicos (capas apiladas de material rocoso), los estratos sociales
son, por analogía, capas apiladas (clases y castas) de material humano. En la medida en
que esto sea todo lo que se afirme, “estrato” es usado por los sociólogos, claramente,
como una metáfora. ¿Se puede afirmar que hay un isomorfismo profundo? Esto
implicaría mostrar que los procesos generativos que determinan los estratos geológicos y
sociales pueden describirse mediante el mismo esquema. En términos de los procesos
que generan los estratos geológicos o, más específicamente, la roca sedimentaria, un
acercamiento visual a las capas de piedra en el lado expuesto de una montaña revela una
característica sorprendente: cada capa contiene capas adicionales, cada una de las cuales
está compuesta por pequeñas piedras casi homogéneas en tamaño, forma y composición
química. Estas capas son las que llamamos estratos.
Ahora, dado que las piedras en estado natural no vienen en tamaños ni formas similares,
algún tipo de mecanismo selector debe intervenir para conseguir esta distribución tan
improbable, algún dispositivo mediante el cual una multitud de piedras heterogéneas se
distribuye y deposita en capas de manera más o menos uniforme. Una posibilidad ha
sido sugerida al descubrirse que los ríos actúan como verdaderas computadoras
hidráulicas (o, al menos, como mecanismos selectores). Los ríos transportan material
rocoso desde su lugar de origen (como montañas erosionadas) hasta el océano, donde se
acumulan. Durante este proceso, las piedras de distinto tamaño, forma y peso, son
afectadas de manera diferente por el agua que las transporta, y lo que las ordena son
estos efectos del agua en movimiento, llevándose a las más ligeras antes que las pesadas.
Una vez seleccionada la materia bruta en depósitos más o menos homogéneos en el
fondo del mar (es decir, cuando se ha sedimentado), tiene lugar un segundo proceso,
transformando estas colecciones de piedras en unidades de mayor escala: roca
sedimentaria, cementada por sustancias solubles (sílica o hematita, por ejemplo) que
penetran el sedimento por los poros entre las piedras. Cuando esta solución cristaliza, la
relación temporal de estas piedras se consolida en una estructura “arquitectónica” más o
menos permanente[3].
Esta doble operación —una “doble articulación”— transforma las estructuras de una
escala a otra. Deleuze y Guattari llaman a estas dos operaciones contenido y expresión
(o, alternativamente, territorialización y codificación), y nos previenen para no
confundir estos términos con las viejas “sustancia” y “forma” filosóficas, dado que cada
una de estas dos articulaciones implica tanto sustancias como formas. La sedimentación
no tiene que ver sólo con acumular piedras (sustancia), sino que también implica
seleccionarlas en capas (forma), mientras que la consolidación no sólo efectúa nuevos
acoplamientos arquitectónicos entre las piedras (forma), sino que también produce una
nueva entidad, la roca sedimentaria (sustancia)[4]. Más aún, estas nuevas entidades
pueden, a su vez, acumular y seleccionar (por ejemplo, las capas alternadas de esquisto y
arenisca que componen las montañas alpinas), y consolidarse de nuevo cuando las
fuerzas tectónicas hacen que las capas acumuladas de roca se plieguen y formen una
entidad de mayor escala —la montaña[5].
Podemos también encontrar esta doble articulación (y, por tanto, esta máquina abstracta)
operando en la formación de las clases sociales. En general, hablamos de “estratos
sociales” cuando una sociedad presenta una variedad de funciones diferenciadas a las
que no todos tienen el mismo acceso y cuando una parte de esas funciones (por ejemplo,
aquellas a las que sólo tiene acceso la élite gobernante) implican el control de los
recursos naturales, materiales y humanos. Mientras que la diferenciación de funciones
sociales puede ser un efecto espontáneo del flujo intensificado de energía en una
sociedad (como cuando en una sociedad anterior al establecimiento del estado alguien
con poder actúa como intensificador de la producción agrícola), la disposición de esas
funciones en rangos, dentro de una escala de prestigio, involucra una dinámica de grupo
específica. En un modelo, por ejemplo, los miembros del grupo que han adquirido
acceso preferente a ciertas funciones pueden más adelante tener el poder para restringir
el acceso a las mismas, mientras que entre estos grupos dominantes empiezan a
cristalizarse los criterios para repartir al resto de la sociedad en subgrupos. “De la
cristalización de los criterios diferenciales de evaluación y de las posiciones de estatus
en distintas sociedades se desarrollan algunas manifestaciones específicas de
estratificación y de diferenciación de estatus —como segregar los estilos de vida en
distintos estratos, los procesos de movilidad entre los mismos, lo escarpado de la
estratificación jerárquica, algunos tipos de conciencia de estrato, así como el grado y la
intensidad de los conflictos de estrato.”[7]
Aun cuando las funciones sociales tienden a sedimentarse mediante estos mecanismos
de disposición y rango en la mayor parte de las sociedades, los rangos no son una
dimensión autónoma en la mayoría de ellas. Hay muchas sociedades en las que las élites
no están diferenciadas de manera intensiva (como un centro alrededor del cual el resto
de la población forma una periferia excluida), el excedente no se acumula (puede ser
destruido en festividades rituales) y las relaciones primordiales se mantienen. Hay, por
tanto, una segunda operación, más allá de la mera disposición de la gente en rangos,
necesaria para la formación de clases sociales o castas: a los criterios informales de
disposición debe dárseles una interpretación teleológica y una definición legal, y las
élites deben volverse guardianas de la nueva tradición instituida, es decir, quienes
legitimen el cambio y delineen los límites de la innovación. En resumen, para
transformar la acumulación tradicional de funciones sociales (y los criterios para acceder
a las mismas) en clases, se requiere su consolidación por medio de una codificación
teleológica y legal.[8]
Puedo decir ahora —literal y no metafóricamente— que las rocas sedimentarias, las
especies y las clases sociales (así como otras jerarquías institucionalizadas) son todas
construcciones históricas, productos de procesos específicos que generan estructuras,
comenzando con una colección heterogénea de materiales en bruto (piedras, genes,
funciones sociales), para luego homogeneizarlos mediante una operación seleccionadora
y así consolidar esos grupos homogéneos en algo más amplio y permanente. Así,
mientras ciertos aspectos son diferentes (por ejemplo, sólo las instituciones humanas y,
quizás, algunas especies desarrollan una jerarquía de mando), otras, como la articulación
de componentes homogéneos en entidades de mayor escala, son los mismos para todas
las estructuras.
En este contexto, los elementos intercalares incluyen cualquier cosa que haga surgir
articulaciones locales desde dentro —“densificaciones, intensificaciones, reforzamientos,
inyecciones, baños, así como otros muchos elementos intercalares.” Las reacciones entre
el magma líquido y las paredes de sus componentes ya cristalizados, acontecimientos de
enucleamiento dentro del líquido que inician la siguiente cristalización e, incluso,
algunos “defectos” dentro de los cristales (llamados “dislocaciones”) que promueven el
crecimiento desde adentro son ejemplos de elementos o acontecimientos intercalares.
Finalmente, las reacciones dentro del magma pueden generar endógenamente estados
estables. Estas reacciones que involucran ya sea la auto-catálisis o la catálisis cruzada,
funcionan como auténticos “relojes químicos”, donde a intervalos perfectamente
regulares se produce una acumulación alternada de material proveniente de las
reacciones. Este comportamiento rítmico no se impone en el sistema desde afuera, sino
que se genera espontáneamente desde dentro (gracias a un atractor). Cuando no se
desencadena una reacción como la que implican los relojes químicos , los intervalos
temporales se convierten en intervalos espaciales, formando los bellos patrones
concéntricos o en espiral que pueden verse, a veces, congelados en algunas rocas
ígneas.[12] El granito, por tanto, puede entenderse como una instancia de una red o
agregado autoconsistente.
Un punto importante a subrayar aquí es que, como argumentan Deleuze y Guattari, ni las
redes ni los estratos se dan en estado puro, sino que, por lo general, los encontramos en
estados mixtos. Aun la organización jerárquica más orientada a ciertas metas presentará
cierta deriva en su crecimiento y desarrollo, e incluso el más pequeño mercado local
implica elementos jerárquicos —cuando menos, cierta burocracia encargada de la
seguridad o del cumplimiento de los contratos. Más aún, las jerarquías dan lugar a redes
y las redes a jerarquías. Así, cuando coexisten distintas burocracias (gubernamentales,
académicas, eclesiásticas) sin que haya ninguna superestructura que coordine sus
interacciones, la totalidad del conjunto tenderá a formar una red de jerarquías,
articuladas principalmente mediante ligas locales y contingentes. De modo similar,
cuando los mercados locales crecen (como en las gigantes ferias de la Edad Media), dan
lugar a jerarquías comerciales, con un mercado de dinero en la cima, un mercado de
bienes suntuarios bajo éste y, en el fondo, un mercado de granos.[15] Una sociedad real,
entonces, consiste en mezclas complejas y cambiantes de estos dos tipos de estructuras y
sólo en rarísimas ocasiones se podrá designar una estructura como una red o un estrato
puros.
De igual manera, podemos decir que nuestros cuerpos individuales y nuestras mentes
son meras coagulaciones o desaceleraciones en los flujos de biomasa, genes y memes
(patrones de conducta establecidos y mantenidos mediante la imitación), y normas
(patrones originados y reforzados por la obligación social). Aquí, también nosotros,
como entidades biológicas y sociales, estaríamos definidos tanto por los materiales que
temporalmente enlazamos o encadenamos en nuestros cuerpos orgánicos y en nuestras
mentes culturales, y por la escala temporal de esa operación de enlace. Con escalas
mayores, lo que importa es el flujo de la biomasa a través de las cadenas alimenticias, así
como el flujo de los genes en las generaciones, no los cuerpos individuales o las especies
que emergen de estos flujos. Dada una escala de tiempo lo suficientemente amplia,
también nuestros lenguajes resultarían desaceleraciones momentáneas o espesamientos
en el flujo de normas fonológicas, semánticas y sintácticas. Los lenguajes
convencionales serían resultado de intervenciones institucionales para desacelerar el
flujo, para endurecer un conjunto de normas, mientras los dialectos y jergas emergerían
de aceleraciones en esos flujos, con lenguajes como el inglés de Jamaica o el francés de
Haití producidos en pocas generaciones.[16] La visión del mundo generada por esta
“filosofía geológica” puede encapsularse mediante ciertos términos técnicos.
Primero, el hecho que las redes y los estratos ocurran, generalmente, en combinaciones,
aconseja tener nombres técnicos para estas combinaciones. Una mezcla en la que
predominen los estratos o componentes jerárquicos será llamada una estructura con un
alto grado de estratificación, mientras que su opuesta, una combinación dominada por
los componentes en red, será una estructura con un grado bajo de estratificación. Ya
que, como dije, las jerarquías dan lugar a redes y viceversa, podemos decir que estas
mezclas sufren procesos de desestratificación y reestratificación. Finalmente, hagamos
referencia a los flujos de materia-energía relativamente sin forma ni estructura de los que
emergen las redes y los estratos: esta realidad animada desde dentro por procesos de
auto-organización y que constituye una caldera de vida no orgánica, que llamamos el
cuerpo sin órganos (CsO):
“Un CsO está hecho de tal manera que puede ser ocupado, poblado, sólo por
intensidades. Sólo las intensidades pasan y circulan. De cualquier modo, el
CsO no es un escenario, un lugar ni un soporte sobre el que algo sucede…
No es espacio ni está en el espacio; es materia que ocupa espacio en cierto
grado —al grado de las intensidades producidas correspondientes. Es
materia intensa, sin estratificar, sin formar, matriz de la intensidad,
intensidad = 0… La producción de lo real como una magnitud intensiva
empezando en cero.”
Pienso que declaraciones como la anterior resultan más intensas entre más literalmente
las entendamos, y, como he tratado de mostrar, creo que estas declaraciones deben leerse
como —o intentando ser— literalmente verdaderas. Es decir, su contexto es el de la
filosofía física más rigurosa, que no se contenta con mediatizar los hallazgos de una
física ortodoxa —académica o industrial—, sino una filosofía que se arriesga a ir más
allá, llevando sus innovaciones conceptuales al límite. Esta “física filosófica”, pienso,
puede servir de base para un nuevo, renovado materialismo, libre de todo dogma
—esencialista o teleológico— del pasado. Por otro lado, para que los escritos de Deleuze
y Guattari puedan leerse de manera no metafórica, sus ideas deben ser conectadas, con
todo rigor, a los datos y a las teorías científicas actuales. Como una contribución a esa
tarea y al desarrollo de un neo-materialismo coherente, espero haber mostrado que
algunas ideas básicas de Deleuze y Guattari encajan, particularmente bien, con hallazgos
científicos relevantes. Si esta coherencia es auténtica, aumentar su fuerza y elucidar su
naturaleza no puede más que beneficiar tanto a la filosofía como a la ciencia.
Notas:
1.Gilles Deleuze, Difference and Repetition, traducción al inglés de Paul Patton (Nueva
York, 1994 [1968]), 163-164 (sobre Lautman), 246 (sobre Simondon). En ambos casos,
la cuestión de que se trata no es “la génesis de la forma” sino “la génesis de las
soluciones” a los problemas, donde la inmanencia se refiere a la objetividad no del
potencial morfogenético de la materia sino del “campo problemático” que gobierna la
producción de soluciones (las singularidades del espacio fase que gobiernan el
comportamiento de trayectorias específicas, como las soluciones a ecuaciones). Me
parece que se trata tan sólo de dos aspectos (el óntico y el epistémico) de la misma
cuestión. El que Deleuze está igualmente interesado en la morfogénesis del mundo físico
resulta evidente de aseveraciones como la siguiente: “No se trata de imponer una forma
en la materia (es decir, el esquema hilemórfico) sino de elaborar un material cada vez
más rico y consistente, el mejor para suscitar fuerzas cada vez más intensas. Lo que hace
que un material sea cada vez más rico es lo mismo que mantiene unidas las
heterogeneidades sin evitar que sean heterogéneas”; Gilles Deleuze y Felix Guattari, Mil
mesetas, capitalismo y esquizofrenia.
4. Véase, por ejemplo, Gilles Deleuze, Foucault, traducción de José Vázquez Pérez
(Paidós, 1987): “Los estratos son formaciones históricas… ‘Capas sedimentarias’,
hechas de cosas y de palabras, de ver y de hablar, de visible y decible, de superficies de
visibilidad y campos de legibilidad, de contenidos y expresiones… El contenido tiene
una forma y una sustancia: por ejemplo, la prisión, y los que están encerrados en ella, los
presos… La expresión también tiene una forma y una sustancia: por ejemplo, el derecho
penal, y la ‘delincuencia’ en tanto que objeto de enunciados” (75).
8. Ibid., 66-71.
11. Véase Deleuze y Guattari, Mil mesetas. Debo mencionar una fuente potencial de
malentendidos. En su modelo de D&G, a partir del trabajo de Eugène Dupréel, usan el
término “consolidación” para la teoría de la formación de las redes como un todo,
mientras que yo la uso para una de las dos articulaciones en la formación de estratos (lo
que ellos llaman “codificación”).
16. Para una aplicación de las teorías sociolingüísticas de D&G a la morfogénesis de las
lenguas occidentales (y de sus dialectos derivados), véase Manuel DeLanda, A thousand
Years of Nonlinear History (Nueva York, Zone Books).
17. Para una descripción a detalle de esta máquina abstracta véase Manuel DeLanda,
“Virtual Environments and the Emergence of Synthetic Reason”, en Flame Wars: The
Discourse of Cyberculture, editado por Mark Dery (Durham, 1994), 793-815.
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