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Inmanencia y trascendencia en la génesis de la

forma | Arquine

19 julio, 2017 por Arquine | @arquine

Texto de Manuel de Landa publicado en el número 28 de la Revista


Arquine, verano del 2004 | #Arquine20Años

En la historia de la filosofía occidental parece ser una constante la concepción de la


materia como un receptáculo inerte de formas que vienen desde afuera. En otras
palabras, en la génesis de la forma y de la estructura parecen estar involucrados,
invariablemente, recursos que están más allá de las capacidades del sustrato material de
las formas y estructuras particulares. En algunos casos, estos recursos son explícitamente
trascendentes, esencias eternas que definen las formas geométricas impuestas a los
materiales, complacientes e infértiles, incapaces por sí mismos de cualquier
morfogénesis espontánea. La distinción aristotélica entre causas materiales y formales
sigue este patrón, así como la mayor parte de las filosofías platónicas y, hasta tiempos
recientes, de las teorías sobre la materia. Sin embargo —como mostró Gilles Deleuze en
su trabajo sobre Spinoza—, no todos los filósofos occidentales han seguido ese camino.
En Spinoza, Deleuze descubre otra posibilidad: que los recursos involucrados en la
génesis de la forma sean inmanentes a la materia misma.

Un ejemplo sencillo bastaría para ilustrar este punto. El más simple recurso inmanente
para la morfogénesis parecen ser los estados estables generados endógenamente.
Históricamente, los primeros de tales estados descubiertos por los científicos al estudiar
el comportamiento de la materia (gases) fueron la energía mínima y su correspondiente
entropía máxima. La forma de una burbuja de jabón, por ejemplo, emerge de las
interacciones entre las moléculas que la constituyen, en tanto son constreñidas
energéticamente a “buscar” el punto de mínima  tensión superficial. En este caso, no
existe tal cosa como la esencia de la “burbuja de jabón” que se impone desde afuera; una
forma geométrica ideal —la esfera— configurando una colección inerte de moléculas.
Más bien, una forma topológica endógena (un punto en el espacio de posibilidades
energéticas de este conjunto molecular) gobierna el comportamiento colectivo de las 
moléculas individuales de jabón, resultando en la emergencia de una forma esférica.

En su importante obra Diferencia y repetición, Deleuze utiliza repetidamente tales


“estados de posibilidades” (que llama ESPACIOS ESTADO o ESPACIOS FASE) y de
formas topológicas (o singularidades) que los configuran. A partir de la obra del
matemático Albert Lautman, Deleuze parece haber tenido conocimiento del potencial de
las singularidades topológicas para una teoría de la inmanencia y, gracias al trabajo del
científico Gilbert Simondon, de la importancia de los recursos inmanentes para el
desarrollo de un modelo alternativo de la génesis de la forma, uno donde la forma no es
impuesta desde afuera sobre la materia (lo que Simondon llama el “esquema
hilemórfico”[1]).

Con todo, mi preocupación no es establecer la genealogía exacta de las ideas deleuzianas


sobre la morfogénesis, sino explorar la manera en cómo su trabajo reciente (en
colaboración con Félix Guattari) extendió esas ideas básicas, expandiendo teóricamente
los tipos de recursos inmanentes de que dispone la materia para crear estructuras de
distintas clases —geológicas, biológicas e, incluso, socioeconómicas. En Mil mesetas, en
particular, Deleuze y Guattari desarrollan teorías de la génesis de dos tipos de estructura
muy importantes: estratos y agregados auto-consistentes (o “árboles” y “rizomas”).
Básicamente, los estratos emergen de la articulación de elementos homogéneos, mientras
que los agregados auto-consistentes (o, para usar un término que prefiero, las redes)
emergen de la articulación de elementos heterogéneos en cuanto tales[2]. Aunque
Deleuze y Guattari suelen ilustrar sus ideas sobre los procesos que hacen surgir estos dos
tipos de estructuras con ejemplos tomados de la literatura científica, su elección no es
siempre sistemática o consistente, por lo que la tarea de “confrontar” sus ideas con
aquellas de las ramas relevantes de la ciencia queda aún por hacerse (comenzando con
esta contribución).
La dicotomía entre redes y estratos puede ser aplicada de forma útil en una variedad de
contextos. Por ejemplo, las especies animales pueden considerarse instanciaciones
(instantiations) biológicas de una estructura estratificada, mientras que los ecosistemas
pueden tratarse como redes. De manera similar, las instituciones humanas gobernadas
por decisiones centralizadas, jerárquicas, pueden verse como estratos, mientras que
aquellas que emergen de formas decisionales descentralizadas pueden ser tratadas como
redes de elementos heterogéneos. Esto plantea la pregunta de si algunas (o la mayoría)
de las aplicaciones de estos términos son meramente metafóricas. Hay, sin duda, cierto
elemento metafórico en ellas, pero, a pesar de la analogía lingüística, creo en un
isomorfismo profundo y objetivo, subyaciente a las distintas instancias de estratos y
redes. Se puede dar cuenta de ese isomorfismo mediante los procesos físicos comunes a
la formación de las redes y a los estratos actuales, procesos generadores de estructuras
que convierten a las distintas aplicaciones de dichos términos en algo bastante literal. De
cualquier modo, estos procesos comunes no pueden capturarse mediante puras
representaciones lingüísticas, sino que para especificarlos nos exigen desplazarnos al
campo de los diagramas de ingeniería.

Tal vez un ejemplo ayude a clarificar este punto crucial. Cuando decimos —como solían
hacerlo los marxistas— que “la lucha de clases es el motor de la historia”, usamos
“motor” en un sentido puramente metafórico. Por otro lado, cuando decimos que “un
huracán es un motor de vapor”, no es una simple analogía lingüística; más bien, decimos
que un huracán encarna el mismo diagrama usado por los ingenieros al construir
máquinas de vapor, es decir, que contiene una reserva de calor que opera mediante
diferencias térmicas y que hace circular energía y materia mediante el llamado ciclo de
Carnot. Los espacios fase antes mencionados ejemplifican, también, un diseño y un
diagrama de este tipo. Cuando uno de esos espacios contiene una singularidad bajo
forma de circuito cerrado (técnicamente, un ciclo limitado o un atractor periódico),
todas las posibles instancias físicas de este diagrama desplegarán un comportamiento
isomórfico: una tendencia endógenamente generada para oscilar de manera estable. Ya se
trate de una estructura sociotecnológica (un transmisor de radio o un radar) o una
biológica (un ciclo metabólico) o física (una célula de convección), el mismo recurso
inmanente dictará los distintos comportamientos oscilatorios de cada estructura. Este
recurso común, que puede estudiarse mediante un diagrama capaz de mostrar las
singularidades presentes en los estados fase de dichas estructuras, indica que tales
estructuras no están ligadas sólo metafóricamente sino a un nivel objetivo, más
profundo, conectadas isomórficamente. Deleuze y Guattari se refieren a estos diagramas
comunes de los procesos morfogenéticos que admiten diversos ensamblajes físicos como
“máquinas abstractas”. La cuestión aquí es, entonces, si las máquinas abstractas también
subyacen a los procesos que generan estratos y redes.
Comencemos con las estructuras jerárquicas y, en particular, con los estratos sociales.
Como los estratos geológicos (capas apiladas de material rocoso), los estratos sociales
son, por analogía, capas apiladas (clases y castas) de material humano. En la medida en
que esto sea todo lo que se afirme, “estrato” es usado por los sociólogos, claramente,
como una metáfora. ¿Se puede afirmar que hay un isomorfismo profundo? Esto
implicaría mostrar que los procesos generativos que determinan los estratos geológicos y
sociales pueden describirse mediante el mismo esquema. En términos de los procesos
que generan los estratos geológicos o, más específicamente, la roca sedimentaria, un
acercamiento visual a las capas de piedra en el lado expuesto de una montaña revela una
característica sorprendente: cada capa contiene capas adicionales, cada una de las cuales
está compuesta por pequeñas piedras casi homogéneas en tamaño, forma y composición
química. Estas capas son las que llamamos estratos.

Ahora, dado que las piedras en estado natural no vienen en tamaños ni formas similares,
algún tipo de mecanismo selector debe intervenir para conseguir esta distribución tan
improbable, algún dispositivo mediante el cual una multitud de piedras heterogéneas se
distribuye y deposita en capas de manera más o menos uniforme. Una posibilidad ha
sido sugerida al descubrirse que los ríos actúan como verdaderas computadoras
hidráulicas (o, al menos, como mecanismos selectores). Los ríos transportan material
rocoso desde su lugar de origen (como montañas erosionadas) hasta el océano, donde se
acumulan. Durante este proceso, las piedras de distinto tamaño, forma y peso, son
afectadas de manera diferente por el agua que las transporta, y lo que las ordena son
estos efectos del agua en movimiento, llevándose a las más ligeras antes que las pesadas.
Una vez seleccionada la materia bruta en depósitos más o menos homogéneos en el
fondo del mar (es decir, cuando se ha sedimentado), tiene lugar un segundo proceso,
transformando estas colecciones de piedras en unidades de mayor escala: roca
sedimentaria, cementada por sustancias solubles (sílica o hematita, por ejemplo) que
penetran el sedimento por los poros entre las piedras. Cuando esta solución cristaliza, la
relación temporal de estas piedras se consolida en una estructura “arquitectónica” más o
menos permanente[3].
Esta doble operación —una “doble articulación”— transforma las estructuras de una
escala a otra. Deleuze y Guattari llaman a estas dos operaciones contenido y expresión
(o, alternativamente, territorialización y codificación), y nos previenen para no
confundir estos términos con las viejas “sustancia” y “forma” filosóficas, dado que cada
una de estas dos articulaciones implica tanto sustancias como formas. La sedimentación
no tiene que ver sólo con acumular piedras (sustancia), sino que también implica
seleccionarlas en capas (forma), mientras que la consolidación no sólo efectúa nuevos
acoplamientos arquitectónicos entre las piedras (forma), sino que también produce una
nueva entidad, la roca sedimentaria (sustancia)[4]. Más aún, estas nuevas entidades
pueden, a su vez, acumular y seleccionar (por ejemplo, las capas alternadas de esquisto y
arenisca que componen las montañas alpinas), y consolidarse de nuevo cuando las
fuerzas tectónicas hacen que las capas acumuladas de roca se plieguen y formen una
entidad de mayor escala —la montaña[5].

En el modelo de Deleuze y Guattari, estas articulaciones dobles constituyen la “máquina


abstracta de la estratificación” que opera no sólo en la geología sino en el ámbito
orgánico y en el socioeconómico. Según los neo-darwinistas, por ejemplo, las especies
se forman a través de la acumulación gradual de material genético, que resulta en rasgos
anatómicos y de comportamiento adaptativos cuando siguen procesos dinámicos no
lineales (como la interacción de las células durante el desarrollo embrionario). Los
genes, por supuesto, no se distribuyen o depositan al azar, sino que son seleccionados
por una variedad de presiones, que incluyen el clima, las acciones de los predadores y
parásitos, y los efectos de las elecciones entre macho y hembra al acoplarse. Por tanto,
en un sentido muy literal, el material genético se “sedimenta” como las piedras, aunque
el mecanismo de selección sea totalmente distinto. Más aún, estas colecciones flexibles
de genes pueden, como las piedras sedimentadas, perderse bajo drásticos cambios de
condiciones (como aquellas de la edad glacial), a menos de que se solidifiquen. La
consolidación genética resulta del aislamiento reproductivo, es decir, de la clausura de
un acervo genético cuando un grupo poblacional es incapaz (por razones ecológicas,
mecánicas, de comportamiento o genéticas) de acoplarse y reproducirse con otros
grupos. El aislamiento funciona como un mecanismo de “trinquete” que, conservando
los rasgos adaptativos acumulados, imposibilita que una población dada se desarrolle en
organismos unicelulares. Mediante este proceso dual de acumulación selectiva y
consolidación aislante, una población de organismos individuales llega a formar una
entidad de mayor escala: una nueva especie[6].

Podemos también encontrar esta doble articulación (y, por tanto, esta máquina abstracta)
operando en la formación de las clases sociales. En general, hablamos de “estratos
sociales” cuando una sociedad presenta una variedad de funciones diferenciadas a las
que no todos tienen el mismo acceso y cuando una parte de esas funciones (por ejemplo,
aquellas a las que sólo tiene acceso la élite gobernante) implican el control de los
recursos naturales, materiales y humanos. Mientras que la diferenciación de funciones
sociales puede ser un efecto espontáneo del flujo intensificado de energía en una
sociedad (como cuando en una sociedad anterior al establecimiento del estado alguien
con poder actúa como intensificador de la producción agrícola),  la disposición de esas
funciones en rangos, dentro de una escala de prestigio, involucra una dinámica de grupo
específica. En un modelo, por ejemplo, los miembros del grupo que han adquirido
acceso preferente a ciertas funciones pueden más adelante tener el poder para restringir
el acceso a las mismas, mientras que entre estos grupos dominantes empiezan a
cristalizarse los criterios para repartir al resto de la sociedad en subgrupos. “De la
cristalización de los criterios diferenciales de evaluación y de las posiciones de estatus
en distintas sociedades se desarrollan algunas manifestaciones específicas de
estratificación y de diferenciación de estatus —como segregar los estilos de vida en
distintos estratos, los procesos de movilidad entre los mismos, lo escarpado de la
estratificación jerárquica, algunos tipos de conciencia de estrato, así como el grado y la
intensidad de los conflictos de estrato.”[7]

Aun cuando las funciones sociales tienden a sedimentarse mediante estos mecanismos
de disposición y rango en la mayor parte de las sociedades, los rangos no son una
dimensión autónoma en la mayoría de ellas. Hay muchas sociedades en las que las élites
no están diferenciadas de manera intensiva (como un centro alrededor del cual el resto
de la población forma una periferia excluida), el excedente no se acumula (puede ser
destruido en festividades rituales) y las relaciones primordiales se mantienen. Hay, por
tanto, una segunda operación, más allá de la mera disposición de la gente en rangos,
necesaria para la formación de clases sociales o castas: a los criterios informales de
disposición debe dárseles una interpretación teleológica y una definición legal, y las
élites deben volverse guardianas de la nueva tradición instituida, es decir, quienes
legitimen el cambio y delineen los límites de la innovación. En resumen, para
transformar la acumulación tradicional de funciones sociales (y los criterios para acceder
a las mismas) en clases, se requiere su consolidación por medio de una codificación
teleológica y legal.[8]

Puedo decir ahora —literal y no metafóricamente— que las rocas sedimentarias, las
especies y las clases sociales (así como otras jerarquías institucionalizadas) son todas
construcciones históricas, productos de procesos específicos que generan estructuras, 
comenzando con una colección heterogénea de materiales en bruto (piedras, genes,
funciones sociales), para luego homogeneizarlos mediante una operación seleccionadora
y así consolidar esos grupos homogéneos en algo más amplio y permanente. Así,
mientras ciertos aspectos son diferentes (por ejemplo, sólo las instituciones humanas y,
quizás, algunas especies desarrollan una jerarquía de mando), otras, como la articulación
de componentes homogéneos en entidades de mayor escala, son los mismos para todas
las estructuras.

¿Qué hay de las redes de elementos heterogéneos? El diagrama hipotético de Deleuze y


Guattari para este tipo de estructura implica la articulación de la diversidad en cuanto tal,
pero no es tan claro como el modelo de la doble articulación. Esta máquina abstracta
debe ser contextualizada en términos de cuanto han revelado los modelos matemáticos
por computadora acerca de su formación y comportamiento, y de ahí derivar su
diagrama. Tal vez el tipo de red mejor estudiado sean los ciclos auto-catalíticos: una
serie de procesos químicos eslabonados en los que series de pares de sustancias que se
estimulan mutuamente se encadenan para formar una estructura que se reproduce en
conjunto. Básicamente, el producto que se acumula gracias a la aceleración catalítica de
una reacción química sirve como catalizador para otra reacción que, a su vez, genera un
segundo producto que catalizará al primero. Así el ciclo se vuelve auto-sustentable y
puede continuar mientras el ambiente provea la materia prima suficiente para las
reacciones químicas.

Humberto Maturana y Francisco Varela, pioneros en el estudio de los ciclos auto-


catalíticos y que desarrollaron la teoría de la “autopoiesis”, atribuyen dos características
generales a estos circuitos cerrados: primero, son sistemas dinámicos que generan
endógenamente sus propios estados estables (llamados atractores o
autovalores, eigenstates); segundo, crecen y evolucionan a la deriva.[9] En los ciclos
auto-catalíticos más simples sólo ocurren dos reacciones, donde cada una sirve de
catalizador para la otra. Pero una vez establecida esta red básica de dos nodos, surgen
nuevos nodos que pueden insertarse en la red si no ponen en riesgo su consistencia
interna. Así, pueden ocurrir nuevas reacciones químicas (utilizando materiales antes no
considerados o incluso productos residuales del ciclo original), que, al catalizar al par
original y ser catalizado por el mismo, hacen del ciclo una red de tres nodos. La red
crece, por lo tanto, pero su crecimiento no ha sido “planeado”. Se forma un nuevo nodo
(que parece satisfacer algunos requerimientos de consistencia interna) y el ciclo se
vuelve más complejo. Precisamente porque los únicos impedimentos son internos, esa
complejidad no obedece a ningún orden que haga que el ciclo, como totalidad, cumpla
con ciertas demandas externas (como la adaptación a situaciones específicas). El medio
ambiente, como fuente de materia prima, regula ciertamente el crecimiento de la red,
pero más proscribiendo que prescribiendo. Esto es lo que Maturana y Varela describen
como “crecimiento a la deriva”.[10]

La cuestión es ahora saber si, de éstos y otros estudios empíricos sobre el


comportamiento de las redes, podemos derivar un proceso generador de estructuras lo
suficientemente abstracto como para generalizar operaciones geológicas, biológicas y
sociales. El modelo de D&G implica una secuencia de acciones que involucra tres tipos
de elementos. Primero, debe reunirse un conjunto de elementos heterogéneos mediante
la articulación de superposiciones, es decir, la conexión de elementos diversos pero
yuxtapuestos. (En el caso de los ciclos auto-catalíticos, los nudos del circuito están
unidos unos a otros mediante su complementariedad funcional.) Segundo, se necesita
una clase especial de operadores, llamados elementos intercalares, para efectuar las
interconexiones al servir como conectores locales. (En nuestro caso, esta función la
cumplen catalizadores insertos entre dos sustancias químicas distintas para facilitar su
interacción.) Finalmente, las heterogeneidades interconectadas deben ser capaces de
generar endógenamente patrones de comportamiento estables, como aquellos que
ocurren a intervalos espaciales o temporales regulares.[11] El esquema de D&G para los
agregados auto-consistentes está mucho menos desarrollado que su modelo para la doble
articulación. De cualquier modo, la centralidad para su filosofía “maquínica” de una
articulación no-homogeneizadora de elementos diversos está fuera de duda. De hecho,
“lo que llaman maquínico es, precisamente, esta síntesis de heterogeneidades en cuanto
tales.”

¿Podemos encontrar elementos de este diagrama de tres elementos subyacientes en


distintos procesos morfogenéticos? Volvamos a la geología y a esa otra gran clase de
rocas ejemplificada por el granito: las rocas ígneas. El granito, a diferencia de la
arenisca, no es el resultado de la sedimentación y la cementación, sino el producto de un
proceso de construcción muy diferente. Las rocas ígneas se forman, directamente, por el
enfriamiento del magma, un fluído viscoso constituido por diversos materiales fundidos.
Cada uno de esos componentes líquidos tiene distintos umbrales de cristalización y, por
tanto, cada uno sigue su camino hacia el estado sólido a distintos puntos críticos de
temperatura. Esto significa que los elementos del magma se enfrían por separado
cristalizando secuencialmente, y aquellos que solidifican primero sirven de contenedores
para los que lo hacen después. El resultado es un conjunto complejo de cristales
heterogéneos entrelazados, lo que le da al granito su dureza particular.

En este contexto, los elementos intercalares incluyen cualquier cosa que haga surgir
articulaciones locales desde dentro —“densificaciones, intensificaciones, reforzamientos,
inyecciones, baños, así como otros muchos elementos intercalares.” Las reacciones entre
el magma líquido y las paredes de sus componentes ya cristalizados, acontecimientos de
enucleamiento dentro del líquido que inician la siguiente cristalización e, incluso,
algunos “defectos” dentro de los cristales (llamados “dislocaciones”) que promueven el
crecimiento desde adentro son ejemplos de elementos o acontecimientos intercalares.

Finalmente, las reacciones dentro del magma pueden generar endógenamente estados
estables. Estas reacciones que involucran ya sea la auto-catálisis o la catálisis cruzada,
funcionan como auténticos “relojes químicos”, donde a intervalos perfectamente
regulares se produce una acumulación alternada de material proveniente de las
reacciones. Este comportamiento rítmico no se impone en el sistema desde afuera, sino
que se genera espontáneamente desde dentro (gracias a un atractor). Cuando no se
desencadena una reacción como la que implican los relojes químicos , los intervalos
temporales se convierten en intervalos espaciales, formando los bellos patrones
concéntricos o en espiral que pueden verse, a veces, congelados en algunas rocas
ígneas.[12] El granito, por tanto, puede entenderse como una instancia de una red o
agregado autoconsistente.

Veamos ahora algunos ejemplos biológicos y culturales de articulación de la diversidad


en cuanto tal mediante auto-consistencia. Como vimos antes, las especies (o, con mayor
precisión, el acervo genético de una especie) pueden considerarse como ejemplo de una
estructura estratificada orgánica. De modo similar, un ecosistema representa la
realización biológica de un agregado auto-consistente. Mientras las especies pueden ser
estructuras altamente homogéneas (en especial si presiones selectivas han llevado los
genes a puntos fijos), un ecosistema eslabona una variedad de elementos heterogéneos
(animales y plantas de diferentes especies). Estos elementos se articulan mediante sus
interrelaciones, es decir, por su complementariedad funcional. Dado que una de las
principales características de un ecosistema es la circulación de energía y materia en
forma de alimento, esta complementariedad en particular es alimenticia: presa/predador
y parásito/huésped son dos de las más comunes parejas funcionales que generan redes
alimenticias. En esta situación, las relaciones simbióticas pueden actuar como elementos
intercalares, ayudando al proceso de construcción de redes alimenticias al establecer
acoplamientos locales. Algunos ejemplos incluyen a las bacterias que viven en los
intestinos de muchos animales, ayudándoles a digerir la comida, así como los hongos y
otros microorganismos que forman la rizósfera, la cadena alimenticia subterránea
formada por las raíces interconectadas y el suelo. Dado que las redes alimenticias
también generan estados estables de manera endógena,[13] todas las operaciones de la
máquina abstracta de D&G parecen ocurrir aquí.

En la esfera socioeconómica, los mercados precapitalistas pueden considerarse ejemplos


de redes culturales. En muchas culturas los mercados semanales han sido
tradicionalmente el lugar de encuentro de personas con necesidades heterogéneas de
bienes y suministros. Empatar demandas complementarias (por ejemplo: interrelacionar
a la gente en base a sus necesidades y suministros) es algo que se realiza
automáticamente gracias al mecanismo de precios. (Los precios no sólo transmiten
información acerca del valor monetario relativo a distintos productos, sino que también
generan incentivos para comprar y vender.) El mecanismo de precios opera cuando los
precios caen frente a una oferta excesiva y desatan la disminución de la producción de
bienes relevantes. Por supuesto que este mecanismo sólo puede imaginarse como
automático cuando los precios se fijan solos. Por tanto, debemos imaginar que no hay
ningún vendedor local que pueda manipular los precios liberando o reteniendo grandes
cantidades de cualquier producto, así como ningún gremio o cualquier otro tipo de
estructura jerárquica puede establecer arbitrariamente los precios. En ausencia de ese
tipo de manipulación, el dinero (o incluso su forma primitiva, como bloques de sal o
conchas) puede ejercer su función como elemento intercalar; es decir, ante el trueque
puro, los bienes son empatados por mero azar, pero cuando se introduce el dinero, ese
encuentro azaroso resulta innecesario y las demandas complementarias pueden, por así
decirlo, empatarse a distancia. Finalmente, los mercados parecen generar de manera
endógena, también, estados estables, en particular cuando los centros comerciales
forman circuitos de intercambio, como puede verse en el comportamiento cíclico de los
precios (como en los llamados ciclos de Kondratieff).[14]

Un punto importante a subrayar aquí es que, como argumentan Deleuze y Guattari, ni las
redes ni los estratos se dan en estado puro, sino que, por lo general, los encontramos en
estados mixtos. Aun la organización jerárquica más orientada a ciertas metas presentará
cierta deriva en su crecimiento y desarrollo, e incluso el más pequeño mercado local
implica elementos jerárquicos —cuando menos, cierta burocracia encargada de la
seguridad o del cumplimiento de los contratos. Más aún, las jerarquías dan lugar a redes
y las redes a jerarquías. Así, cuando coexisten distintas burocracias (gubernamentales,
académicas, eclesiásticas) sin que haya ninguna superestructura que coordine sus
interacciones, la totalidad del conjunto tenderá a formar una red de jerarquías,
articuladas principalmente mediante ligas locales y contingentes. De modo similar,
cuando los mercados locales crecen (como en las gigantes ferias de la Edad Media), dan
lugar a jerarquías comerciales, con un mercado de dinero en la cima, un mercado de
bienes suntuarios bajo éste y, en el fondo, un mercado de granos.[15] Una sociedad real,
entonces, consiste en mezclas complejas y cambiantes de estos dos tipos de estructuras y
sólo en rarísimas ocasiones se podrá designar una estructura como una red o un estrato
puros.

Sin embargo, si tenemos en mente la relatividad de la distinción y la ubicuidad de las


mezclas, es posible —y aleccionador— decir que las rocas sedimentarias, las especies y
las jerarquías sociales son instancias de los estratos, mientras que las rocas ígneas, los
ecosistemas y los mercados precapitalistas lo son de las redes. Si esta tipología —con la
topología inmanente que le subyace— es correcta, de ello se desprenden varias
consecuencias filosóficas interesantes. En principio, D&G han mostrado cómo hacer
comparaciones no metafóricas como éstas: cómo identificar las raíces de estos
isomorfismos profundos. Además, su concepción de las máquinas abstractas que
gobiernan varios procesos generadores de estructuras diluye no sólo la distinción entre lo
natural y lo artificial sino, también, aquella entre lo vivo y lo inerte. Apunta a un nuevo
tipo de filosofía materialista, un neo-materialismo en el que la materia-energía en bruto,
a través de una serie de procesos de auto-organización y del intenso poder inmanente de
la morfogénesis, genera todas las estructuras que nos rodean. Más aún, esta visión neo-
materialista convierte el flujo de materia-energía, más que las estructuras generadas por
éste, en la realidad primaria. Veamos este punto crucial con mayor detalle. En un
sentido, la delgada capa rocosa sobre la que vivimos y que llamamos nuestro hogar, no
es una parte fundamental sino un efecto colateral de procesos morfogenéticos más
profundos. De hecho, si esperamos lo suficiente, si logramos observar la dinámica
planetaria en escalas de tiempo geológicas, atestiguaríamos que las rocas y las montañas
que definen los rasgos más duraderos y estables de nuestra realidad se disolverían en las
grandes corrientes subterráneas de lava que empujan la tectónica de placas. Estas
estructuras geológicas representan, por así decirlo, una desaceleración local de esta
realidad en flujo permanente, un endurecimiento temporal de esos flujos de lava.

De igual manera, podemos decir que nuestros cuerpos individuales y nuestras mentes
son meras coagulaciones o desaceleraciones en los flujos de biomasa, genes y memes
(patrones de conducta establecidos y mantenidos mediante la imitación), y normas
(patrones originados y reforzados por la obligación social). Aquí, también nosotros,
como entidades biológicas y sociales, estaríamos definidos tanto por los materiales que
temporalmente enlazamos o encadenamos en nuestros cuerpos orgánicos y en nuestras
mentes culturales, y por la escala temporal de esa operación de enlace. Con escalas
mayores, lo que importa es el flujo de la biomasa a través de las cadenas alimenticias, así
como el flujo de los genes en las generaciones, no los cuerpos individuales o las especies
que emergen de estos flujos. Dada una escala de tiempo lo suficientemente amplia,
también nuestros lenguajes resultarían desaceleraciones momentáneas o espesamientos
en el flujo de normas fonológicas, semánticas y sintácticas. Los lenguajes
convencionales serían resultado de intervenciones institucionales para desacelerar el
flujo, para endurecer un conjunto de normas, mientras los dialectos y jergas emergerían
de aceleraciones en esos flujos, con lenguajes como el inglés de Jamaica o el francés de
Haití producidos en pocas generaciones.[16] La visión del mundo generada por esta
“filosofía geológica” puede encapsularse mediante ciertos términos técnicos.

Primero, el hecho que las redes y los estratos ocurran, generalmente, en combinaciones,
aconseja tener nombres técnicos para estas combinaciones. Una mezcla en la que
predominen los estratos o componentes jerárquicos será llamada una estructura con un
alto grado de estratificación, mientras que su opuesta, una combinación dominada por
los componentes en red, será una estructura con un grado bajo de estratificación. Ya
que, como dije, las jerarquías dan lugar a redes y viceversa, podemos decir que estas
mezclas sufren procesos de desestratificación y reestratificación. Finalmente, hagamos
referencia a los flujos de materia-energía relativamente sin forma ni estructura de los que
emergen las redes y los estratos: esta realidad animada desde dentro por procesos de
auto-organización y que constituye una caldera de vida no orgánica, que llamamos el
cuerpo sin órganos (CsO):

“El organismo no es el cuerpo, el CsO; más bien es un estrato dentro del


CsO, en otras palabras, un fenómeno de acumulación, coagulación y
sedimentación que, para poder extraer trabajo útil del CsO, le impone
formas, funciones, vínculos , organizaciones dominantes y jerarquizadas,
trascendencias organizadas… El CsO es la realidad glacial donde se
producen aluviones, sedimentaciones, coagulaciones, plegaduras y
retrocesos que componen un organismo —y también un significado y un
sujeto.”

Podemos emplear el término “CsO” para estos flujos informes y desestratificados en


tanto consideremos que lo que cuenta como desestratificado en cualquier escala temporal
o espacial es totalmente relativo. Es decir, los flujos de genes y biomasa son “informes”
en relación a un organismo individual, pero por sí mismos tienen formas y funciones
internas. De hecho, si expandiésemos nuestra perspectiva planetaria a una realmente
cósmica, veríamos a nuestro planeta entero —y sus flujos— como un endurecimiento
provisional en el vasto flujo de plasma que permea todo el universo. Deleuze y Guattari
hablan de cuerpos sin órganos (en plural) cuando se refieren a los procesos localmente
limitados de desestratificación, mientras que hablan de el cuerpo sin órganos (o “plano
de consistencia”) en referencia al límite absoluto e hipotético de tales procesos. Al CsO
es inmanente un conjunto de máquinas abstractas, los esquemas que capturan la
dinámica de ciertos procesos generadores de estructura. Los más generales entre
aquellos pueden ser los relacionados con la formación de estratos y agregados auto-
consistentes. Pero hay otros. Por ejemplo, cuando al mecanismo seleccionador (el cual
efectúa la primera articulación de un estrato) se acompaña la habilidad de replicarse con
variaciones (como en la selección de genes, memes y normas), emerge una nueva
máquina abstracta , en este caso una sonda ciega, o mecanismo de búsqueda, capaz de
explorar un espacio de formas posibles.[17]

Estas máquinas abstractas pueden entenderse como si estuvieran equipadas de “perillas”


para controlar ciertos parámetros, que a su vez definen los estados dinámicos de los
procesos generadores de estructuras y, por tanto, la naturaleza de las estructuras
generadas. Los parámetros clave incluyen el rigor y la fuerza del proceso de selección y
el grado de consolidación o aislamiento reproductivo para la máquina de doble
articulación; los grados de temperatura, presión, volumen, velocidad, densidad y
conectividad que sirven de parámetros en la generación de estados estables en las redes;
o las tasas de mutación y recombinación que fijan la velocidad de la sonda, así como la
fuerza del flujo de biomasa y los acoplamientos entre especies que evolucionan a la par y
dictan qué tipo de espacios pueden explorarse. Por tanto, usar estos diagramas abstractos
para representar lo que sucede en el CsO equivale a usar un sistema representativo en
términos de intensidades, ya que, finalmente, es la intensidad de cada parámetro la que
determina el tipo de dinámica implicada y, por ende, el carácter de las estructuras
generadas. De hecho, una manera de imaginar el CsO es como ese estado “glacial” de la
materia-energía que resulta de poner todas las “perillas” en cero, es decir, el grado
mínimo de intensidad, deteniendo toda producción de forma. Como lo plantean Deleuze
y Guattari:

“Un CsO está hecho de tal manera que puede ser ocupado, poblado, sólo por
intensidades. Sólo las intensidades pasan y circulan. De cualquier modo, el
CsO no es un escenario, un lugar ni un soporte sobre el que algo sucede…
No es espacio ni está en el espacio; es materia que ocupa espacio en cierto
grado —al grado de las intensidades producidas correspondientes. Es
materia intensa, sin estratificar, sin formar, matriz de la intensidad,
intensidad = 0… La producción de lo real como una magnitud intensiva
empezando en cero.”

Pienso que declaraciones como la anterior resultan más intensas entre más literalmente
las entendamos, y, como he tratado de mostrar, creo que estas declaraciones deben leerse
como —o intentando ser— literalmente verdaderas. Es decir, su contexto es el de la
filosofía física más rigurosa, que no se contenta con mediatizar los hallazgos de una
física ortodoxa —académica o industrial—, sino una filosofía que se arriesga a ir más
allá, llevando sus innovaciones conceptuales al límite. Esta “física filosófica”, pienso,
puede servir de base para un nuevo, renovado materialismo, libre de todo dogma
—esencialista o teleológico— del pasado. Por otro lado, para que los escritos de Deleuze
y Guattari puedan leerse de manera no metafórica, sus ideas deben ser conectadas, con
todo rigor, a los datos y a las teorías científicas actuales. Como una contribución a esa
tarea y al desarrollo de un neo-materialismo coherente, espero haber mostrado que
algunas ideas básicas de Deleuze y Guattari encajan, particularmente bien, con hallazgos
científicos relevantes. Si esta coherencia es auténtica, aumentar su fuerza y elucidar su
naturaleza no puede más que beneficiar tanto a la filosofía como a la ciencia.

Notas:

1.Gilles Deleuze, Difference and Repetition, traducción al inglés de Paul Patton (Nueva
York, 1994 [1968]), 163-164 (sobre Lautman), 246 (sobre Simondon). En ambos casos,
la cuestión de que se trata no es “la génesis de la forma” sino “la génesis de las
soluciones” a los problemas, donde la inmanencia se refiere a la objetividad no del
potencial morfogenético de la materia sino del “campo problemático” que gobierna la
producción de soluciones (las singularidades del espacio fase que gobiernan el
comportamiento de trayectorias específicas, como las soluciones a ecuaciones). Me
parece que se trata tan sólo de dos aspectos (el óntico y el epistémico) de la misma
cuestión. El que Deleuze está igualmente interesado en la morfogénesis del mundo físico
resulta evidente de aseveraciones como la siguiente: “No se trata de imponer una forma
en la materia (es decir, el esquema hilemórfico) sino de elaborar un material cada vez
más rico y consistente, el mejor para suscitar fuerzas cada vez más intensas. Lo que hace
que un material sea cada vez más rico es lo mismo que mantiene unidas las
heterogeneidades sin evitar que sean heterogéneas”; Gilles Deleuze y Felix Guattari, Mil
mesetas, capitalismo y esquizofrenia.

2. “Estableciendo la distinción de la manera más general, podríamos decir que se da


entre sistemas estratificados o sistemas de estratificación por un lado y, por el otro,
agregados consistentes o auto-consistentes…  Existe un sistema codificado de
estratificación siempre que, horizontalmente, hay causalidad lineal entre los elementos y,
verticalmente, jerarquías de orden entre grupos y, sosteniéndolo todo en profundidad,
una sucesión de formas enmarcantes,  cada una de las cuales informa una sustancia y, a
su vez, sirve de sustancia para otra forma (por ejemplo, la sucesión piedra-roca
sedimentaria-montaña plegada)… Por otro lado, podemos hablar de agregados
consistentes cuando, en vez de una sucesión regulada de formas sustancias, se nos
presenta una consolidación de elementos heterogéneos, órdenes que han sido corto-
circuitados o incluso causalidades inversas, y capturas entre materiales y fuerzas de
distinta naturaleza” (Deleuze y Guattari, Mil mesetas…)

3. Harvey Blatt, Gerard Middleton y Raymond Murria, Origin of Sedimentary Rocks


(Englewood Cliffs, 1972), 102 y 353.

4. Véase, por ejemplo, Gilles Deleuze, Foucault, traducción de José Vázquez Pérez
(Paidós, 1987): “Los estratos son formaciones históricas… ‘Capas sedimentarias’,
hechas de cosas y de palabras, de ver y de hablar, de visible y decible, de superficies de
visibilidad y campos de legibilidad, de contenidos y expresiones… El contenido tiene
una forma y una sustancia: por ejemplo, la prisión, y los que están encerrados en ella, los
presos… La expresión también tiene una forma y una sustancia: por ejemplo, el derecho
penal, y la ‘delincuencia’ en tanto que objeto de enunciados” (75).

5. Véase Deleuze y Guattari, Mil mesetas.  De hecho, caracterizan incorrectamente las


dos articulaciones que componen las rocas sedimentarias como “sedimentación” y luego
“plegado”. La secuencia correcta es sedimentación, cementación, y luego, a una escala
espacial diferente, acumulación cíclica de roca sedimentaria seguida del plegado (en una
montaña). En otras palabras, colapsan dos articulaciones dobles diferentes (de las que la
segunda usa los productos de la primera como materia prima). Esta corrección no
desmerece el argumento; de hecho, es reforzado al mostrar que la misma máquina
abstracta puede oerar en dos escalas temporales y espaciales distintas.

6. Véase Niles Eldridge, Macroevolutionary Dynamics: Species, Niches andAdaptative


Peaks (New York, 1989), 127.

7. S.N.Eisenstadt, “Continuities and Changes in Systems of Stratification”, en Stability


and Social Change, editado por Bernard Barber y Alex Inkeles (Boston, 1972), 65-87.

8. Ibid., 66-71.

9. Véase Humberto R. Maturana y Francisco J. Varela, The tree of Knowledge: The


Bioilogical Roots of Human Understanding (Boston, 1992), 47 y 115.

10. Francisco J.Varela, “Two Principles of Self-Organization”, en Self-Organization and


Management of Social Systems: Insights, Promises, Doubts and Questions, H.Ulrich y
G.J.B.Probst, editores (Berlín y Nueva York, 1984), 27-35.

11. Véase Deleuze y Guattari, Mil mesetas. Debo mencionar una fuente potencial de
malentendidos. En su modelo de D&G, a partir del trabajo de Eugène Dupréel, usan el
término “consolidación” para la teoría de la formación de las redes como un todo,
mientras que yo la uso para una de las dos articulaciones en la formación de estratos (lo
que ellos llaman “codificación”).

12. Véase Grégoire Nicolis e Ilya Prigogine, Exploring Complexity: An introduction


(Nueva York, 1989), 29.

13. D.A.Perry, M.P.Amaranthus y J.G.Borchers, “Bootstrapping in Ecosystems”,


BioScience 39 (1989): 230-37.
14. Véase J.D.Sterman, “Nonlinear Dynamics in World Economy: The Economic Long
Wave”, en Structure, Coherence and Chaos in Dynamical Systems, editado por Peter
Christiansen y R.D.Parmentier (Manchester, 1989), 389-413.

15. Véase Fernand Braudel, The Wheels of Comerse.

16. Para una aplicación de las teorías sociolingüísticas de D&G a la morfogénesis de las
lenguas occidentales (y de sus dialectos derivados), véase Manuel DeLanda, A thousand
Years of Nonlinear History (Nueva York, Zone Books).

17. Para una descripción a detalle de esta máquina abstracta véase Manuel DeLanda,
“Virtual Environments and the Emergence of Synthetic Reason”, en Flame Wars: The
Discourse of Cyberculture, editado por Mark Dery (Durham, 1994), 793-815.

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