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EN DEFENSA DEL ANÁLISIS HISTÓRICO.

A PROPÓSITO
DE ALGUNAS OBRAS RECIENTES SOBRE LA GUERRA DE
1856-1857 CONTRA LOS FILIBUSTEROS

Iván MOLINA JIMÉNEZ∗

Abstract
This article analyzes three recently published books that discuss over the
National Campaign (1856-57), written by Armando Vargas Araya, Juan
Rafael Quesada Camacho and Raúl Arias Sánchez. It also criticizes its theo-
retical, methodological and factual weaknesses and flaws, and the public
controversy provoked by these publications.
Keywords: National Campaign, Costa Rica, Historiography, Epistemo-
logy, Nationalism.

Resumen
Este artículo analiza tres obras recientes sobre la Campaña Nacional publi-
cadas recientemente por Armando Vargas Araya, Juan Rafael Quesada Ca-
macho y Raúl Arias Sánchez, destaca sus debilidades teóricas,
metodológicas y documentales, y sintetiza la polémica periodística provo-
cada por tales obras.
Palabras clave: Campaña Nacional, Costa Rica, Historiografía, Episte-
mología, Nacionalismo.


Iván Molina Jiménez. Catedrático de la Escuela de Historia e investigador del Centro de
Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas (CIICLA) de la Universidad de
Costa Rica. Entre sus últimas publicaciones figuran: La estela de la pluma. Cultura im-
presa e intelectuales en Centroamérica durante los siglos XIX y XX, Heredia, EUNA, 204;
Demoperfectocracia. La democracia pre-reformada en Costa Rica (1885-1949), Heredia,
EUNA, 2005; y Anticomunismo reformista, competencia electoral y cuestión social en
Costa Rica (1931-1948), San José, Editorial Costa Rica, 2007.
Historiografía R.H.A. Núm. 137

A comienzos de la década de 1970, se inició en Costa Rica una renova-


ción de los estudios históricos orientada a profesionalizar el análisis del
pasado. Esto último implicaba superar una visión de la historia descriptiva,
centrada en los individuos y los acontecimientos, y avanzar hacia un análi-
sis de los grupos sociales y de los procesos. Tal cambio de perspectiva su-
ponía, además, tratar de entender el pasado en su compleja especificidad, y
no como una simple proyección del presente. Por último, la nueva forma de
examinar la historia implicaba el compromiso de considerar toda la eviden-
cia disponible, y no solo la que apoyaba las preferencias teóricas o ideoló-
gicas del investigador.
Recientemente, han sido publicados tres obras sobre la guerra de 1856-
1857, en la que Costa Rica —con el apoyo de los otros países centroameri-
canos— enfrentó las fuerzas conducidas por el mercenario estadounidense,
William Walker: El lado oculto del presidente Mora, de Armando Vargas,
Clarín patriótico, de Juan Rafael Quesada, y Los soldados de la Campaña
Nacional, de Raúl Arias Sánchez.1 Pese a los datos nuevos que aportan (en
particular, los textos de Vargas y Arias Sánchez), esos tres libros represen-
tan una vuelta a la historia patriótica y, por tanto, un paso atrás en relación
con la profesionalización del estudio del pasado. Para demostrar adecuada-
mente este último punto, el análisis de cada una de estas obras será precedi-
do por un breve examen de las principales interpretaciones existentes sobre
la lucha contra los filibusteros.

Interpretaciones de la Campaña Nacional


Finalizada la guerra de 1856-1857, Juan Rafael Mora procuró capitalizar
políticamente la expulsión de Walker y sus fuerzas de Centroamérica. Se
configuró entonces un discurso que exaltaba de manera sistemática al presi-
dente, presentado en la documentación oficial y en la prensa como el gran
héroe de la lucha contra los filibusteros. Tras el derrocamiento de Mora, en
1859, quienes asumieron el poder elaboraron una narrativa que, al recuperar
las críticas de quienes se opusieron al régimen depuesto, enfatizaba en las

1
Quesada, Juan Rafael, Clarín patriótico: la guerra contra los filibusteros y la nacionali-
dad costarricense, Alajuela, Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, 2006; Vargas,
Armando, El lado oculto del presidente Mora: resonancias de la guerra patria contra el
filibusterismo de los Estados Unidos (1850-1860), San José, Editorial Juricentro, 2007;
Arias Sánchez, Raúl, Los soldados de la Campaña Nacional (1856-1857), San José, Edi-
torial Universidad Estatal a Distancia, 2007. Agradezco la colaboración de Daniel Pérez,
Silvia Molina y Zaira Salazar.

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irregularidades y arbitrariedades atribuidas a Mora. A la vez, comenzaron a


promocionar héroes alternativos de la guerra de 1856-1857, como Lorenzo
Salazar y Juan Santamaría; pero sin éxito.2 El primer intento hasta ahora
conocido por rehabilitar la figura de Mora ocurrió en 1873, cuando varios
diputados propusieron construir un mausoleo en el cementerio de San José
para trasladar allí los restos de Mora, ya que “el tiempo ha despejado las
nubes que oscurecían [sus] méritos y servicios”. Sin embargo, tal proyecto
no prosperó, en buena medida porque la comisión legislativa que se pro-
nunció a favor, lo complicó al recomendar que se incluyeran en el homenaje
a José Joaquín Mora, José María Cañas y a Braulio Carrillo.3
En la década de 1880 los políticos e intelectuales liberales recuperaron
sistemáticamente el conflicto de 1856-1857 con el fin de preparar a la po-
blación para una eventual guerra con Guatemala (Justo Rufino Barrios aca-
baba de decretar la unión de Centroamérica y se proponía llevarla a cabo
por la fuerza, si era necesario) e identificarla con el programa liberal de
reforma. En la versión que entonces se configuró de la Campaña, se destacó
el papel jugado por las elites nicaragüenses en la llegada de Walker a Nica-
ragua,4 y se enfatizó que el jefe filibustero no era apoyado por el gobierno
federal estadounidense, sino por los estados esclavistas del sur, contrapues-
tos al norte liberal y democrático.5
Luego de 1900, surgió en Costa Rica un círculo de intelectuales radica-
les, en el que destacaron, entre otros, Roberto Brenes Mesén, José María
Zeledón, Joaquín García Monge, Omar Dengo y Carmen Lrya. En una épo-
ca en la cual el antiimperialismo empezaba a extenderse por América Latina
tras la derrota de España por Estados Unidos (1898), esos intelectuales em-
pezaron a interpretar la guerra de 1856-1857 en un sentido antiimperialista.
Tal énfasis pronto sería reforzado por los nacionalistas del decenio de 1920
y por los comunistas luego de 1930. A diferencia de la versión liberal, este
nuevo enfoque disminuía o borraba el papel de las elites nicaragüenses en la
2
Méndez, Rafael, Imágenes del poder. Juan Santamaría y el ascenso de la nación en
Costa Rica (1860-1915), San José, Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2007,
pp. 31-68.
3
Díaz, David, “Fiesta e imaginería cívica: la memoria de la estatuaria de las celebraciones
patrias costarricenses, 1876-1921”, Revista de Historia, San José, núms. 49-50, enero-
diciembre, 2004, pp. 127-128.
4
Gobat, Michel, Confronting the American Dream: Nicaragua under U.S. Imperial Rule,
Durham, Duke University Press, 2005, pp. 196-210.
5
Palmer, Steven, “Sociedad anónima, cultura oficial: inventando la nación en Costa Rica,
1848-1900”; Molina Jiménez, Iván y Palmer, Steven, eds., Héroes al gusto y libros de
moda. Sociedad y cambio cultural en Costa Rica (1750-1900), 2da. Edición, San José,
Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2004, pp. 296-309.

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llegada de Walker, que ahora era conceptuada como una invasión, y presen-
taba a este último como un representante del imperialismo yanqui, tácita-
mente apoyado por el gobierno estadounidense.6
Ciertamente, los liberales no desconocieron el liderazgo de Juan Rafael
Mora en la guerra, pero centraron la atención en Juan Santamaría. Ocurrió
así por, al menos, dos razones básicas. Por un lado, se requería de un héroe
de origen popular, que pudiera ser presentado como el modelo a imitar por
campesinos, artesanos y trabajadores. Y por otro, convertir a Mora en un
héroe nacional era problemático no sólo por las irregularidades y arbitrarie-
dades atribuidas a su régimen, sino, sobre todo, porque había muerto fusila-
do por un gobierno costarricense. En contraste con Santamaría, Mora tenía
una dimensión controversial que podía potenciar las divisiones de la socie-
dad costarricense, en vez de disminuirlas. Pese a lo indicado, a partir del
decenio de 1880 se abrió un espacio importante para rehabilitar al presiden-
te que liderara la lucha contra los filibusteros, un reconocimiento que se
extendió a sus descendientes ya en 1895.7
La rehabilitación completa de Mora debió esperar a las primeras tres dé-
cadas del siglo XX y, al parecer, tuvo por base los textos de Lorenzo Montú-
far y sobre todo de Manuel Argüello Mora, que recuperaron la exaltación
sistemática de Mora que caracterizó el período anterior al golpe de Estado
de 1859.8 Argüello Mora había indicado, en 1898-1899, que su tío era “cua-
si adorado por el pueblo”, pero que tenía la oposición de importantes capita-
listas (un tema parcialmente adelantado por Montúfar en 1887). Además,
definió a su tío como “el libertador de América en la campaña de 1856”, y
se valió de uno de sus relatos histórico-literarios (“Elisa Delmar), ubicado
durante el intento emprendido por Mora en septiembre de 1860 para recupe-
rar el poder, para calificar los fusilamientos del ex presidente y de Cañas de
asesinatos políticos.
Fueron dos las interpretaciones que, a partir de inicios del siglo XX, re-
valorizaron la figura de Mora. La primera, conformada por los izquierdistas

6
Molina Jiménez, Iván, “La invención de Juan R. Mora”, Áncora. La Nación, 10 de junio
del 2007, p. 12; ídem, “La versión extrema sobre William Walker”, Áncora. La Nación,
20 de mayo del 2007, p. 12; Díaz, “Fiesta e imaginería cívica”, pp. 128-129.
7
Fumero, Patricia, La inauguración del Monumento Nacional. Fiesta y develización.
Septiembre 1895, Alajuela, Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, 1998, p. 85.
8
Montúfar, Lorenzo, Walker en Centroamérica, Guatemala, Tipografía La Unión, 1887,
p. 366; Argüello Mora, Manuel, Páginas de historia. Recuerdos e impresiones, San José,
Imprenta El Fígaro, 1898, pp. 17-212; ídem, Costa Rica pintoresca. Sus leyendas y tradi-
ciones. Colección de novelas, cuentos, historias y paisajes, San José, Lines, 1899, pp. 46-
59, 65-86 y 159-202.

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ya citados, contrapuso a Mora, caracterizado como un gobernante naciona-


lista, antiimperialista y antioligárquico, a los políticos liberales, proclives a
pactar con el capital extranjero. Ya en 1937, el periódico comunista, Traba-
jo, difusor de la interpretación antiimperialista de la guerra de 1856-1857,
responsabilizaba al imperialismo y a los plutócratas criollos del asesinato de
Mora, por haber tocado “…los bolsillos de los adinerados… que vieron
cortados sus abusos en la especulación cuando el Gobernante creó un Banco
Nacional”. Según los comunistas, Mora fue un prócer de estatura continen-
tal que supo enfrentarse al imperialismo yanqui.9 La otra versión, menos
radical, surgió a partir de la conmemoración del centenario del nacimiento
de Mora (1914) y de la inauguración de su estatua (1929). Se caracterizó
por exaltar a Mora por liderar la guerra de 1856-1857 (fue equiparado ya
con Bolívar) y por haber sido un gobernante probo y democrático.10
El énfasis de esos izquierdistas en Mora más que en Santamaría pudo
obedecer a los siguientes motivos. Primero, por alguna desconfianza en
relación con la figura de Santamaría, tan manipulada por los liberales y
cuyo acto heroico había sido cuestionado fuertemente por Montúfar.11 Se-
gundo, porque, en términos de la lucha contra Walker, el papel fundamental
evidentemente le correspondía a Mora. Y tercero, porque, al presentar al
presidente de 1856 como un antiimperialista, se facilitaba cuestionar a los
políticos de 1900 por su tendencia a pactar con el imperialismo estadouni-
dense. Además, el acento en Mora permitía responsabilizar de su muerte a
la oligarquía, y enfatizar la admiración que había por él en algunos círculos
intelectuales del resto del istmo, que lo consideraban el prototipo del patrio-
ta centroamericano.12
Pese a sus diferencias, ambas versiones tenían en común que dejaron de
lado las irregularidades y arbitrariedades atribuidas a Mora, así como el
papel que jugó su gobierno en impulsar el capitalismo agrario. En contraste
con tales interpretaciones, el análisis histórico no descartó esos temas, como
09
Molina Jiménez, “La invención”, p. 12; Urbina, Chester, “Antiimperialismo y reafirma-
ción nacional. Los actos de inauguración del Monumento a Juan Rafael Mora Porras
(1929)”, Diálogos. Revista Electrónica de Historia, San José, 1:4 (junio-setiembre, 2000)
[http://www.ts.ucr.ac.cr/~historia/dialogos.htm].
10
Juegos Florales de 1914. Fiesta dedicada a la memoria del prócer don Juan Rafael
Mora ex-presidente de Costa Rica con motivo del centenario de su nacimiento. 15 de
septiembre de 1914, San José, Tipografía Nacional, 1914; Jinesta, Carlos, Juan Rafael
Mora, San José, Alsina, 1929; Chacón, Lucas Raúl, Biografía del expresidente de la re-
pública general benemérito de la patria D. Juan Rafael Mora, San José, Imprenta San
José, 1929.
11
Méndez, Imágenes del poder, p. 18.
12
Agradezco a David Díaz por destacar este último punto.

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lo prueban las obras de Ricardo Fernández Guardia, Cleto González Ví-


quez, Armando Rodríguez, Carlos Monge, Carlos Meléndez y, más recien-
temente, de Carmen Fallas.13 Estos historiadores, además, destacaron el
papel de las elites nicaragüenses en la llegada de Walker a Nicaragua y, con
excepción parcial de Rodríguez, disociaron la experiencia filibustera del
gobierno federal estadounidense. Rafael Obregón Loría se apartó del enfo-
que precedente porque evitó considerar los cuestionamientos al régimen de
Mora y sugirió que hubo un apoyo tácito del gobierno de Estados Unidos a
Walker.14 Así, su versión de la guerra de 1856-1857 y de Mora, contenida
en el principal libro costarricense sobre la Campaña publicado en el siglo
XX, recuperó aspectos fundamentales de las nuevas interpretaciones surgi-
das a partir de 1900.
En la década de 1940, la versión antiimperialista de la Campaña Nacio-
nal tomó un giro inesperado, ya que la oposición a los gobiernos de Rafael
Ángel Calderón Guardia (1940-1944) y de Teodoro Picado (1944-1948),
desde 1941 cercanos a los comunistas y a partir de 1943 aliados con ellos,
utilizó la guerra de 1856-1857 para denunciar el imperialismo ruso. La in-
serción de la lucha contra Walker en la dinámica de la guerra fría, que con-
trapuso una interpretación antiimperialista de derecha con una de izquierda,
se consolidó después de 1950 y adquirió particular intensidad en el decenio
de 1980, tras el triunfo de la revolución sandinista, el inicio de la guerra
civil en El Salvador y la intervención militar creciente de Estados Unidos
en el istmo.15
Lograda la pacificación de Centroamérica y desaparecida la Unión So-
viética, la conmemoración de la Campaña Nacional rápidamente empezó a
13
Fernández Guardia, Ricardo, Cartilla histórica de Costa Rica, San José, Alsina, 1909,
p. 108; González Víquez, Cleto, Obras históricas, t. I, San José, Editorial Universitaria,
1958, pp. 211-212; Rodríguez, Armando, Juan Rafael Mora y la guerra contra los fili-
busteros, San José, Imprenta Las Américas, 1955, pp. 56-58, 65-66, 78-79 y 145-146;
Meléndez, Carlos, Dr. José María Montealegre. Contribución al estudio de un hombre y
una época poco conocida de nuestra historia, San José, Academia de Geografía e Histo-
ria, 1968, pp. 37-58; Monge, Carlos y Wender, Ernesto J., Historia de Costa Rica, San
José, Fondo de Cultura de Costa Rica, 1947, p. 204; Fallas, Carmen, Elite, negocios y po-
lítica en Costa Rica 1849-1859, Alajuela, Museo Histórico Cultural Juan Santamaría,
2004. Véase, además: Castro, Silvia, “Estado, privatización de la tierra y conflictos agra-
rios”. Revista de Historia, San José, núms. 21-22, enero-diciembre, 1990, pp. 207-230;
Vargas, Hugo, El sistema electoral en Costa Rica durante el siglo XIX, San José, Editorial
de la Universidad de Costa Rica, 2005, pp. 3, 7-8 y 18-21.
14
Obregón Loría, Rafael, Costa Rica y la guerra contra los filibusteros, Alajuela, Museo
Histórico Cultural Juan Santamaría, 1991, pp. 157 y 319-324.
15
Díaz David, Historia del 11 de abril: Juan Santamaría entre el pasado y el presente, San
José, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2006, pp. 21-25 y 76-77.

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perder importancia para el Estado costarricense. Este proceso parece haber


estado relacionado con la atención prestada por las administraciones de
Rafael Ángel Calderón Fournier (1990-1994) y de José María Figueres
Olsen (1994-1998) a la conmemoración de los cincuentenarios de las re-
formas sociales del período 1941-1943 y de la guerra civil de 1948. En tales
circunstancias, contenidos de la versión antiimperialista de izquierda fueron
apropiados por sectores opuestos a las políticas económicas neoliberales, a
la privatización de instituciones públicas, y últimamente a la aprobación de
un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos. Ante este desafío,
la respuesta gubernamental no fue disputar la interpretación de la Campaña,
sino restarle apoyo oficial a la conmemoración, un fenómeno que fue parti-
cularmente visible durante el sesquicentenario.

El lado oculto, de Armando Vargas


En la versión de la guerra de 1856-1857 que ofrece el libro de Armando
Vargas, el papel jugado por las elites nicaragüenses en la llegada de Walker
a Nicaragua y en su ascenso posterior es reducido al mínimo (p. 119), por lo
que no sorprende que Vargas se refiera a esa llegada como una invasión (p.
93). Y aunque Vargas no afirma directamente que el gobierno federal de
Estados Unidos apoyara a Walker, lo sugiere de manera tácita (pp. 58, 86-
94, 384-387). Al cuestionar a Vargas por no considerar la evidencia aporta-
da por Robert E. May de que el gobierno estadounidense tomó medidas que
afectaron las actividades de Walker (evidencia que apoya la versión de los
historiadores antes citados),16 su respuesta fue que lo que May demuestra
“es que en los archivos de los Estados Unidos no encontró papeles oficiales
que prueben alguna complicidad gubernamental con Walker”.17 Elude así
referirse al problema de fondo: la evidencia que May sí encontró.
La versión de Mora que ofrece Vargas se inscribe en las interpretaciones
surgidas a partir de 1900: equipara a Mora con Bolívar (p. 389), lo defi-
ne como padre de la democracia costarricense (p. 390) y presenta su caída
como resultado, en lo inmediato, del intento de fundar un banco que afecta-
ría a “un puñado de potentados” (p. 316). Si bien Vargas sintetiza las razo-
nes dadas por quienes derrocaron a Mora (pp. 319-321), las introduce como

16
May, Robert E., Manifest Destiny’s Underworld. Filibustering in Antebellum America,
Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2002, pp. 53, 133, 136-137, 140-
142, 146 y 160.
17
Vargas, Armando, “Mora tiene mucho que hacer aún”. La Nación, 19 de mayo del 2007,
p. 36 A.

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“imputaciones, en los más de los casos, carentes de prueba alguna” (p. 319).
Elude así confrontar la evidencia sobre las irregularidades y arbitrariedades
del régimen de Mora que sí fue considerada por los historiadores ya indica-
dos.
Señala Vargas que el objetivo principal de su libro es explorar “algunas
dimensiones externas de nuestra epopeya” y, sin duda, aporta información
nueva al respecto, en particular sobre la actividad diplomática costarricense,
la resonancia internacional de la guerra de 1856-1857 y la caída y fusila-
miento de Mora. Debe tenerse presente, sin embargo, que Vargas no es el
primero en abordar esos temas, los cuales, en los últimos años, han sido
investigados también por Clotilde Obregón, Robert E. May y, especialmen-
te, por Jorge Francisco Sáenz Carbonell y Rosa Garibaldi.18 Puesto que no
hizo un balance del estado del conocimiento sobre el tema, Vargas no reco-
noció debidamente la importante contribución de esos investigadores ni
precisó cuál es el aporte específico de su libro. Debería indicarse, además,
que en cuanto a la resonancia externa, Vargas se limita a citar, de manera
dispersa, textos sobre todo de origen periodístico, y no hizo esfuerzo alguno
por reconstruir los discursos de la prensa internacional sobre la guerra de
1856-1857.
Se ha indicado ya que Armando Vargas tendió a dejar de lado la eviden-
cia que no apoya sus puntos de vista. Se debe señalar ahora que su manejo
de las fuentes históricas también es deficiente, para lo cual se considerarán
tres casos referidos a aspectos centrales de su libro. En primer lugar, según
Vargas, en Costa Rica operaba una quinta columna de aliados de Walker (p.
106), a la que llama también bando filibustero (p. 131) y partido anexionista
(p. 133). La información que Vargas proporciona o a la que refiere en las
notas al pie (p. 135), lo que permite constatar es que existía una oposición a
Mora, cuyos cuestionamientos eran explotados por la prensa que simpatiza-
ba con los filibusteros. No hay evidencia en el libro que permita afirmar que
esa oposición era aliada de Walker. La gravedad de equiparar oposición y
quintacolumnismo se aprecia en que, si se la asume como cierta, resultaría
que José María Castro era un aliado de Walker, y que, desde 1856, tenía en
mente asesinar a Mora (p. 132). Tampoco Vargas ofrece evidencia de que,
entre los opositores al régimen, una intención tal existiera desde 1856.
18
Obregón Quesada, Clotilde, El río San Juan en la lucha de las potencias (1821-1860),
San José, Editorial Universidad Estatal a Distancia, 1993; Sáenz Carbonell, Jorge Fran-
cisco, Historia diplomática de Costa Rica (1821-1910), t. I, San José, Juricentro, 1996,
pp. 193-228; May, Manifest Destiny’s Underworld; Garibaldi, Rosa, La política exterior
del Perú en la era de Ramón Castilla. Defensa hemisférica y defensa de la jurisdicción
nacional, Lima, Fondo Editorial Academia Diplomática del Perú, 2003, pp. 252-304

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En segundo lugar, de acuerdo con Vargas, el colombiano José María To-


rres Caicedo, “sobrecogido por las victorias del Ejército Expedicionario
costarricense contra las huestes filibusteras, bautiza en 1856 a los pueblos
meridionales del Mundo de Colón con el nombre perdurable de América
Latina” (p. 342); pero no proporciona evidencia que respalde tal afirmación.
Además, el poema de Torres Caicedo citado por Vargas no menciona si-
quiera a Costa Rica ni a Mora, ni a las victorias de las tropas costarricenses.
Debe resaltarse, además, que según Walter Mignolo, la francofilia de Torres
Caicedo lo llevó a defender una posición geopolítica afín a los intereses del
imperialismo francés de la época, y que el énfasis en lo latino establecía una
diferencia no sólo con la América anglosajona, sino también con las pobla-
ciones indígenas y negras.19
Finalmente, plantea Vargas que, durante una reunión efectuada en Was-
hington en noviembre de 1859, Mora rechazó una propuesta del presidente
de Estados Unidos (Buchanan) para que, con apoyo estadounidense, uniera
y gobernara a Centroamérica (pp. 327-331). La única fuente de que existió
tal proposición es el relato escrito por el sobrino de Mora, Manuel Argüello
Mora. Al respecto, ya Carlos Meléndez, en su libro sobre José María Mon-
tealegre publicado en 1968, había indicado: “la documentación histórica
prueba que tal ofrecimiento del Presidente de los Estados Unidos no tuvo
lugar…”.20 En ninguna parte de su libro Vargas muestra cuál es la evidencia
nueva que le permite corregir la conclusión de Meléndez.
Es, por lo expuesto hasta aquí que se puede afirmar que, aunque aporta
información nueva, el libro de Vargas supone, en términos epistemológicos,
un paso atrás en relación con la profesionalización del estudio del pasado y
un regreso a las prácticas historiográficas apologéticas que caracterizaron la
revalorización de la figura de Mora a inicios del siglo XX. Tal planteamien-
to no supone cuestionar el liderazgo de Mora en la guerra de 1856-1857, ni
restarle mérito a este proceso. La reivindicación fundamental aquí planteada
es que la sociedad costarricense merece tener un conocimiento, lo más obje-
tivo posible —dentro de lo que es viable en el marco actual de las ciencias
sociales— de su pasado y su presente, y para ello es necesario considerar
críticamente toda la evidencia disponible.

19
Mignolo, Walter D., The Idea of Latin America, Oxford, Blackwell, 2005, pp. 59 y 86-87.
20
Meléndez, Dr. José María Montealegre, p. 91, Quesada también repite lo planteado por
Argüello Mora, p. 211, sin advertir al lector de la crítica formulada por Meléndez.

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El Clarín, de Juan Rafael Quesada


Juan Rafael Quesada es un historiador profesional, razón por la cual tanto
los lectores como sus colegas están en el derecho de exigir mucho más a sus
investigaciones que lo que se le podría demandar a un aficionado al estudio
del pasado. Por eso, lo primero que se debe señalar es que el libro de Que-
sada falla en proporcionar un estado del conocimiento sobre el tema de la
nacionalidad costarricense. Además, no sólo pasa por alto el trabajo de Ste-
ven Palmer (contra el cual desarrolla la tercera parte de su libro),21 sino que
también ignora los aportes de Ileana Muñoz y de Víctor Hugo Acuña, acer-
ca de la preocupación de las elites costarricenses del período anterior a 1850
por diferenciar a Costa Rica del resto de Centroamérica.22 Quesada, en nin-
guna parte de su libro, justifica tales omisiones.
Igualmente inaceptable es que Quesada haya retornado a una versión
muy cercana a la de la “democracia rural” para caracterizar el legado colo-
nial de Costa Rica (p. 64), versión que descarta no sólo los procesos de
diferenciación social, sino los mecanismos mediante los cuales las elites
explotaban a campesinos y artesanos. En tales circunstancias, sugerir que el
estudio de José Luis Vega Carballo, Orden y progreso (1981),23 constituye
una de las bases del conocimiento actual sobre el legado colonial costarri-
cense, revela de nuevo el desinterés de Quesada por ofrecer un análisis que
incorpore debidamente los resultados alcanzados por la investigación histó-
rica costarricense en el último cuarto de siglo. Tampoco se interesó Quesa-
da, al considerar el período entre 1821 y la guerra de 1856-1857, por
analizar la transición hacia el capitalismo agrario, con todos los procesos de
diferenciación y conflicto social asociados con esa profunda transforma-
ción. De hecho, aunque brevemente menciona la crisis económica de la
segunda mitad de la década de 1850 (p. 133), Quesada no estudia cuál fue el
impacto de esa crisis en los procesos de concentración y centralización de
capital.24

21
Palmer, “Sociedad anónima”, pp. 257-323.
22
Muñoz, Ileana, Educación y régimen municipal en Costa Rica 1821-1882, San José,
Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2002, pp. 3-52; Acuña, Ortega, Víctor Hugo,
“La invención de la diferencia costarricense, 1810-1870”, Revista de Historia, San José,
núm. 45, enero-junio, 2002, pp. 191-228.
23
Vega Carballo, José Luis, Orden y progreso: la formación del Estado nacional en Costa
Rica, San José, ICAP, 1981.
24
Para una síntesis de las nuevas investigaciones sobre el legado colonial y la década de
1850, véase: Molina Jiménez, Iván, ed., Costa Rica en tiempos de la Campaña Nacional
(1856-1857), San José, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2007.

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La precaria erudición de Quesada es más que evidente al plantear que el


concepto de protonacionalismo, utilizado por José Gil en un artículo publi-
cado en 1985,25 fue tomado de un libro que Eric J. Hobsbawn publicó en
1990 (pp. 195-196).26 En vista de lo anterior, no sorprende que el libro de
Robert E. May ni siquiera figure en la bibliografía citada por Quesada,
quien se limitó a consultar la conferencia de May publicada por el Museo
Histórico Cultural Juan Santamaría (p. 215).27 Sí es sorprendente, sin em-
bargo, que un académico como Quesada haya lanzado dudas sobre los
planteamientos de May por el simple hecho de su nacionalidad estadouni-
dense,28 una estrategia “de potenciales implicaciones xenofóbicas” inacep-
table en un historiador profesional. Más grave aún es la equiparación que,
en un artículo reciente, establece Quesada entre el libro de May y la Biblia
o el Corán,29 ya que de lo que se trata el debate no es de que los resultados
de la investigación de May sean de carácter sagrado, sino del hecho de que
Quesada no los tomó en cuenta.
A diferencia del libro de Vargas, el de Quesada no está elaborado en
función de exaltar sistemáticamente la figura de Juan Rafael Mora; sin em-
bargo, las referencias a Mora carecen de un indispensable sentido crítico,
como se aprecia en la siguiente cita:

…era diferente el caso de los enemigos de Mora Porras, quienes lo criticaban por
conducir al país a la guerra defensiva o preventiva, por la ‘gozosa manera de manejar
los dineros de la nación’ o por asuntos personales que llevaron a algunos a conspirar,
abiertamente contra él, incluso en medio del conflicto bélico, lo que en nuestro crite-
rio representa, en cualquier circunstancia o lugar, un ejemplo indiscutible de traición
a la patria [cursivas del original] (p. 129).

¿Qué se le debe exigir a un historiador profesional? Primero, precisión al


plantear el problema de investigación, ya que no todos los opositores de
25
Gil, José, “Un mito en la sociedad costarricense: el culto a la Virgen de los Ángeles
(1824-1935)”, Revista de Historia, Heredia, núm. 11, enero-junio, 1985, pp. 47-129.
26
Hobsbawn, Eric J., Nations and Nationalism since 1780: Programme, Myth, Reality,
Cambridge, Cambridge University Press, 1990.
27
May, Robert E., “El frente doméstico de los filibusteros”, 11 de abril. Cuadernos de
Cultura, Alajuela, núm. 14, 2006, pp. 9-60.
28
Quesada, Juan Rafael, “Walker y la ‘americanización’ de América, Semanario Universi-
dad, 7 de septiembre del 2006, p. 19. Para una crítica al punto de vista de Quesada, véase:
Molina Jiménez, Iván, “Robert E. May y la Campaña Nacional”, Semanario Universidad,
28 de septiembre del 2006, p. 18.
29
Quesada, Juan Rafael, “¿Han leído mi libro mis detractores?”, Tribuna Democrática, 5 de
junio del 2007 [http://www.tribunademocratica.com/2007/06/han_leido_mi_libro_
mis_detractores.html]

221
Historiografía R.H.A. Núm. 137

Mora Porras eran necesariamente sus enemigos, y no todos sus enemigos u


opositores estaban en contra de ir a la guerra. Y segundo, un análisis de
esos grupos y de las razones que los motivaban. Pero, en vez de eso, lo que
hay es una simple condena. Tal conclusión es, además, contradictoria con lo
que el mismo Quesada plantea en la nota 181 de su libro (p. 208), en la que
se hace eco de las irregularidades y arbitrariedades atribuidas al gobierno de
Mora Porras. Así, en el texto principal de la obra se indica que una parte de
los opositores/enemigos de Mora eran simplemente traidores a la patria, y
en otra parte del libro se sugiere que esos traidores podían tener razones
para estar opuestos a Mora.
Tal tipo de contradicciones son también evidentes en la forma en que
Quesada plantea, teóricamente, el problema de la nacionalidad. Por un
lado, afirma que, “basados en los planteamientos de Miroslav Hroch re-
chazamos de manera rotunda la idea de que una élite o el Estado pueden
inventar una nación” (p. 103); pero, por otro lado, con base en un texto de
Josefina Cuesta, asevera: “los gobiernos y los poderes públicos pueden ser
imponentes máquinas de memoria o de olvido institucionalizado, decre-
tando el recuerdo, el olvido, la amnistía, la amnesia, la condena o el per-
dón” (p. 174). ¿Por qué gobiernos y Estados no pueden hacer lo primero,
pero sí lo segundo?30
Indudablemente, el libro de Quesada proporciona información novedosa
sobre la respuesta de algunas comunidades al esfuerzo bélico (pp. 29-30 y
129-133), y acerca de la dimensión internacional de la guerra de 1856-1857
(pp. 140-168). Con respecto a lo primero, sin embargo, no hay un análisis
sistemático y a profundidad de tales datos, ni un intento de considerar la
cuestión de por qué el gobierno también se vio obligado a decretar présta-
mos forzosos y a recurrir, en algunos casos, a la confiscación de bienes para
apoyar la lucha contra los filibusteros. En relación con lo segundo, Quesa-
da, se limita a presentar ejemplos aislados. No hay en su libro un análisis
sistemático de la política exterior costarricense durante los años 1856-1857,
como el que sí ofrece Jorge Sáenz Carbonell en su Historia diplomática
(otra fuente no consultada por Quesada),31 ni una reconstrucción de los
discursos elaborados en el exterior sobre la guerra contra Walker que mues-
tre cómo esos discursos cambiaron a lo largo del tiempo.

30
Un análisis más detallado de las debilidades y contradicciones teóricas del estudio de
Quesada se encuentra en: Díaz, David, “Campaña Nacional y memoria conmemorativa.
Un análisis historiográfico”, La Campaña Nacional (1856-1857): historiografía, literatu-
ra y memoria, San José, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2007.
31
Sáenz Carbonell, Historia diplomática, t. I, pp. 193-228.

222
enero-diciembre 2006 Historiografía

Quesada ha rechazado categóricamente que en su libro se haya insinua-


do que el gobierno de Estados Unidos apoyara a Walker; sin embargo, cita
un texto de Luis Molina (p. 149) en el que se indica que las fuerzas filibus-
teras estaban apoyadas por el gobierno de Washington, afirmación que no
es desmentida o cuestionada, en ningún momento, por Quesada. Más ade-
lante (p. 157), reproduce otra cita, en la que se sugiere la complicidad del
gobierno estadounidense con Walker, complicidad que tampoco es desmen-
tida o cuestionada. Para que la memoria sea un instrumento de liberación y
no de alienación, como es el anhelo de Quesada, es preciso que esa memo-
ria tenga por base un conocimiento histórico actualizado y críticamente
considerado. Esto último, sin embargo, está ausente en su libro.

Los soldados, de Arias Sánchez


Al igual que en los libros de Vargas y Quesada, en el de Arias Sánchez
la mayor parte de las investigaciones históricas sobre el legado colonial y la
década de 1850 están ausentes. No sorprende, por tanto, que al considerar el
tamaño de la población, Arias Sánchez se basara exclusivamente en los
datos de Bernardo A. Thiel y los censos de 1864, 1883 y 1892 (pp. 2-5), y
no considerara los aportes posteriores de Héctor Pérez y Lowell Gudmund-
son.32 Igualmente, al abordar el tema del ejército antes de 1850, resalta
la ausencia de la tesis de Patricia Pacheco;33 en el examen del impacto de la
peste de cólera (p. 59), sobresale la omisión del importante aporte de Tjarks
y otros;34 y al considerar la caída y derrocamiento de Mora, se evita toda
referencia a las arbitrariedades e irregularidades atribuidas a su régimen
(pp. 80-83).
Tras minimizar el papel de las elites nicaragüenses en la llegada y el as-
censo de Walker a Nicaragua, Arias Sánchez presenta el arribo de este últi-

32
Pérez, Héctor, “Las variables demográficas en las economías de exportación· el ejemplo
del Valle Central de Costa Rica (1800-1850)”, Avances del Proyecto de historia social y
económica de Costa Rica 1821-1945, San José, núm, 7, 1978, pp. 1-13; ídem, “La pobla-
ción de Costa Rica según el obispo Thiel”, Avances del Centro de Investigaciones Histó-
ricas, San José, núm. 42, 1988, pp. 1-8; Gudmundson, Lowell, Costa Rica antes del café:
sociedad y economía en vísperas del boom exportador, San José, Editorial Costa Rica,
1990, pp. 164-192.
33
Pacheco, Patricia, “La composición social de la oficialidad del ejército costarricense:
1821-1850”, tesis de Licenciatura en Historia, Universidad de Costa Rica, 1992.
34
Tjarks, Germán, et al., “La epidemia de cólera de 1856 en el Valle Central: análisis y
consecuencias demográficas”, Revista de Historia, Heredia, núm. 3, julio-diciembre,
1976, pp. 81-129.

223
Historiografía R.H.A. Núm. 137

mo en junio de 1855 como parte del proyecto para establecer una Federa-
ción Caribe elaborado por el ex senador, ex ministro de Estados Unidos en
España y pro-esclavista, Pierre Soulé (pp. 20-25). Tal planteamiento, cuyas
fuentes Arias Sánchez no precisa, tiene el grave inconveniente de que, se-
gún la información disponible, Soulé empezó a involucrarse en las activida-
des de Walker a partir de abril de 1856, y fue precisamente en este mes
cuando planteó que Nicaragua se convertiría en el punto de partida para
crear una confederación que incluiría El Salvador, Honduras y Costa Rica.35
Las debilidades en el análisis de la política centroamericana de Estados
Unidos durante la década de 1850 (pp. 21-22, 75, 79), que caracterizan el
libro de Arias Sánchez, se explican en buena medida por su desconocimien-
to del libro de May.
Poco crítico es también el análisis que hace Arias Sánchez de los falleci-
dos en la batalla de Rivas, ya que tras rechazar la cifra de 500 muertos acep-
tada por Obregón Loría (p. 51), se basa en el “Libro de defunciones” del
capellán Francisco Calvo, sin considerar las críticas realizadas por Eladio
Prado a dicha fuente.36 En este mismo sentido, es cuestionable el enfoque
de Arias Sánchez de presentar el resultado de la batalla indicada como “una
clara victoria militar” (p. 58), cuando actualmente se reconoce que el prin-
cipal logro de ese enfrentamiento fue repeler el ataque de los filibusteros.37
Finalmente, resulta obvio, en el examen de la figura de Juan Santamaría
hecho por Arias Sánchez (pp. 61-63), está ausente la valiosa contribución
de Rafael Méndez.38
Dos aportes relevantes del libro de Arias Sánchez son los siguientes.
Primero, el énfasis en que la epidemia de cólera no se extendió entre las
tropas costarricenses debido únicamente a que los filibusteros contaminaran
los pozos de agua con cadáveres —un tema en el que insiste Armando Var-
gas y lo presenta como guerra bacteriológica (pp. 130-131)—, sino a que la
enfermedad se había vuelto endémica en Nicaragua en razón de la contami-
nación del agua (pp. 58-59). Y en segundo lugar, su crítica de aquellas ver-

35
Moore, J. Preston, “Pierre Soule: Southern Expansionist and Promoter”, The Journal of
Southern History, 21:2, may, 1955, p. 208.
36
Prado, Eladio, Juan Santamaría y el Libro de defunciones de la Campaña Nacional, San
José, Lehmann, 1926.
37
Acuña, Víctor Hugo, “Recuerdos de Walker”, Áncora. La Nación, 13 de mayo del 2007,
p. 12.
38
Méndez, Rafael, “Juan Santamaría: una aproximación al estudio del héroe: 1860-1915”,
tesis de Licenciatura en Historia, Universidad Nacional, 1993; ídem, “Juan Santamaría
y los documentos de 1891”, Revista de Historia, San José, núm. 29, enero-junio, 1994,
pp. 195-210.

224
enero-diciembre 2006 Historiografía

siones que presentan a Francisca “Pancha” Carrasco como un soldado más


y protagonista de primer orden en la lucha contra los filibusteros (pp. 63-
65), punto de vista que es repetido por Quesada (pp. 135-136 y 210).
Sin duda, el principal aporte del libro de Arias Sánchez es una valiosa
base de datos, que incluye el nombre, el grado, el origen geográfico y algu-
nos datos adicionales de los soldados y oficiales que participaron en la gue-
rra contra los filibusteros (pp. 103-394). Aunque el objetivo que motivó al
autor fue más de carácter patriótico que científico —recuperar esa informa-
ción para que las comunidades de que eran oriundos los combatientes pue-
dan reconocer y recordar eternamente a sus héroes (p. xviii)—,39 la base en
mención puede ser utilizada por otros investigadores para examinar el tras-
fondo social y cultural de las fuerzas costarricenses a partir de estudios pro-
sopográficos y de redes sociales.

Epílogo
A diferencia del centenario de la Campaña, cuando la atención fue concen-
trada de nuevo por la figura de Santamaría,40 en el 2006-2007 los grupos
opuestos al TLC destacaron la de Mora, un énfasis que ha sido respaldado
por las obras de Vargas y Quesada. Ambos libros, así como el de Arias
Sánchez, volvieron presentar la llegada de Walker a Centroamérica como
una invasión tácitamente apoyada por el gobierno de Estados Unidos. Al
descartar buena parte del conocimiento histórico producido en los últimos
30 años, y al insistir en un enfoque patriótico y episódico de la guerra de
1856-1857, los textos indicados resultaron instrumentales para los sectores
sociales ya indicados.
Ciertamente, ninguna de esas tres obras menciona el TLC; pero Quesada
y Vargas han asumido posiciones públicas en contra de ese tratado, y en
algunos de sus escritos han relacionado la Costa Rica de 1856-1857 con la
de 150 años después, con lo cual han contribuido a crear un contexto de

39
Para un caso de cómo la recuperación de esos héroes locales puede ser utilizada con fines
políticos, véase: Castro, René, “Herencia de los héroes de 1856”, La Nación, 11 de agos-
to del 2007, p. 37A.
40
Díaz, Historia del 11 de abril, pp. 37-56. En el 2007, el historiador Jorge Arturo Montoya
volvió a poner en duda la existencia de Santamaría, pero sus declaraciones, que revelan
un profundo desconocimiento del debate respectivo, no tuvieron resonancia. Artavia, Be-
tania, “Historiador afirma que Juan Santamaría no existió”, Diario Extra, 11 de abril del
2007, p. 6.

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Historiografía R.H.A. Núm. 137

interpretación de sus libros que excede los libros mismos.41 En tales cir-
cunstancias, no sorprende que los cuestionamientos a dichos textos, por sus
debilidades teóricas, epistemológicas y documentales,42 hayan sido interpre-
tados por algunas personas como intentos de desvalorizar a Mora y a la
guerra de 1856-1857, y en casos extremos, como producto de una conspira-
ción gubernamental para debilitar al movimiento que adversa el TLC.43
Evidentemente, el contexto en que se conmemoró el sesquicentenario
contribuyó en mucho a politizar el debate en torno a los libros bajo análisis,
pero tal resultado fue promovido también por Quesada y Vargas de manera
sistemática. Ambos procuraron desde un inicio ubicar el debate en el terre-
no del ataque personal,44 al punto que un distinguido académico estadouni-
dense, como Lowell Gudmundson, fue calificado de “detractor” por

41
Vargas, Armando, “Eclipse de Mora”, La República, 3 de mayo del 2004, p. 17; Quesa-
da, Juan Rafael, “Juan Rafael Mora Porras y el filibusterismo”, [http://www.ts.ucr.ac.cr
/~historia/hcostarica/2005/mora_filibust.htm]; “Armando Vargas denuncia presunto aten-
tado contra su vida”, Informa-tico, 14 de noviembre del 2005 [http://www.informa-tico.
com/php/expat.php?id=14-11-0501821&ed=152&fecha=14-11-05&foro=575].
42
Molina Jiménez, Iván, “Nuevos libros, vieja historia”, La Nación, 12 de mayo del 2007,
p. 31A; ídem, “La guerra de 1856-1857, Juan Rafael Mora y el libro de Armando Var-
gas”, Universidad, 21 de junio del 2007, p. 21; 28 de junio del 2007, p. 23; 12 de julio del
2007, p. 20; ídem, “Detrás del enjuiciamiento a Juan Rafael Mora”, Ojo, 25 de julio
del 2007, p. 18; Gudmundson, Lowell, “Walker, los ‘buenos’ y los ‘malos’”, Áncora. La
Nación, 3 de junio del 2007, p. 6; Sánchez, José León, “La historia en mora con don Jua-
nito”, Ojo, 21 de junio del 2007, p. 18.
43
Ramos, Rogelio, “Sobre algunos historiadores”, Tribuna Democrática, 25 de mayo del
2007 [http://www.tribunademocratica.com/2007/05/sobre_algunos_historiadores.html];
Loaiza, Mario, “¿Qué pretenden? ¡Desvalorizar a nuestros héroes!”, Tribuna Democráti-
ca, 29 de mayo del 2007, [http://www.tribunademocratica.com/2007/05/que_
pretenden_desvalorizar_a_nuestros_heroes.html]; Amador, José Luis, “Invenciones nece-
sarias e historiadores al gusto”, Tribuna Democrática, 30 de mayo del 2007
[http://www.tribunademocratica.com/2007/05/invenciones_necesarias_e_historiadores_
al_gusto.html]; ídem, “Historia: ¿ciencia o construcción de la identidad?”, Tribuna De-
mocrática, 12 de junio del 2007 [http://www.tribunademocratica.com/2007/
06/historia_ciencia_o_construccion_de_la_identidad.html]; Gudmundson, Lowell, “His-
torias y héroes peligrosos”. Áncora. La Nación, 22 de julio del 2007, p. 13, reproducido
en Tribuna Democrática, 21 de julio del 2007 [http://www.tribunademocratica.
com/2007/07/historias_y_heroes_peligrosos.html].
44
Vargas, “Mora tiene mucho”, p. 36A; ídem, “El monopolio de la verdad, es mentira”,
Tribuna Democrática, 17 de mayo del 2007 [http://www.tribunademocratica.com/2007/
05/el_monopolio_de_la_verdad_es_mentira.html]; ídem, “¿Enjuiciar a don Juan Rafael
Mora”, Ojo, 5 de julio del 2007, p. 19; Quesada, “Vieja y ‘nueva historia’”, La Nación,
20 de junio del 2007, p. 37A.

226
enero-diciembre 2006 Historiografía

Quesada, en tanto que Vargas lo presentó como un calumniador.45 Curio-


samente, Gudmundson recibió tan violentos calificativos por haber señalado
que tales autores establecían en sus libros “…comparaciones directas entre
las amenazas que ven en el TLC actual y el filibusterismo decimonónico”.46
Si bien esta afirmación es incorrecta, Quesada y Vargas, como se indicó ya,
contribuyeron a crear las condiciones para que sus textos pudieran ser inter-
pretados de ese modo.
En retrospectiva, es claro que el debate provocado por la crítica a las
obras comentadas enfrentó puntos de vista basadas en el paradigma de
las ciencias sociales con otros cuyo fundamento era el culto al pasado, a los
grandes hombres y un patriotismo falto de todo sentido crítico.47 La violen-
cia verbal y las imágenes religiosas que caracterizaron esta última posición
evidencian una forma de debatir que, por definición, excluye el análisis de
lo social. Independientemente de si está a favor o en contra del TLC,48 el
estudioso del pasado tiene la responsabilidad de producir conocimiento que
considere críticamente toda la evidencia disponible sobre el tema que inter-
esa. Proceder de otra manera quizá pueda servir momentáneamente a una
causa, pero no contribuirá al desarrollo de la disciplina histórica ni de una
ciudadanía crítica e informada.

45
Quesada, “¿Han leído mi libro mis detractores?”; Vargas, Armando, “Rectificación do-
ble”, La Nación, 7 de junio del 2007, p. 28A.
46
Gudmundson, “Walker, los ‘buenos’ y los ‘malos’”, p. 6.
47
La imposibilidad de diálogo entre ambos enfoques se patentiza en la otra vez en la elusi-
va respuesta de Vargas a un nuevo artículo de Gudmundson, “¡Que viva la polémica!…
sin que mueran las amistades”, Tribuna Democrática, 20 de junio del 2007
[http://www.tribunademocratica.com/2007/06/que_viva_la_polemica_sin_que_mueran_l
as_amistades.htm]. En contraste, véase el intercambio de elogios entre Quesada y Vargas.
Quesada, Juan Rafael, “Para todos los costarricenses”, La Nación, 28 de abril del 2007, p.
25A; Vargas, Armando, “Una clarinada radiante”, Tribuna Democrática, 29 de junio del
2007 [http://www.tribunademocratica.com/2007/06/una_clarinada_radiante.html], Véase,
además: Barahona Krüger, Pablo, “Dos libros, un comentario”, Universidad, 5 de julio
del 2007, p. 19.
48
Molina Jiménez, Iván, “1856, el TLC y la responsabilidad del historiador”, Universidad,
16 de agosto del 2007, p. 18. Para un torpe intento de utilizar la Campaña Nacional a fa-
vor del TLC, véase: Mohs, Edgar, “Los filibusteros y el TLC”, La Nación, 20 de julio del
2007, p. 38A.

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