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TEMAS 2 LA ÉTICA COMO EL SABER VIVIR BIEN

1. LA ÉTICA COMO EL SABER VIVIR BIEN

El punto de partida para abordar la cuestión del saber ¿VIVIR BIEN? debe empezar por
conocer. ¿Qué significa vivir?
Respondiendo diremos que la palabra vivir tiene un primer sentido: estar vivo. Pero alcanza
un sentido pleno cuando se diferencia vivir de sobrevivir. Sobrevivir es subvivir, hallarse
privado de las alegrías que puede proporcionar la vida, satisfacer difícilmente las
necesidades elementales y alimentarias, no poder desarrollar sus cualidades y aptitudes
propias. Hay que reconocer que una parte importante de la población está condenada a
sobrevivir. Pero la mayor parte vive alternando el sobrevivir y el vivir.

Inmediatamente surgen otras interrogantes: ¿Sufrir restricciones, obligaciones es vivir


bien? ¿No es vivir de modo popular, es decir sin placeres, alegrías, satisfacciones, mientras
que vivir poéticamente sería desarrollarse en la plenitud, la comunión, el amor, el juego?
¿Y no estamos condenados a alternar lo popular y lo poético en nuestras vidas? Nuestros
momentos de plenitud ¿no son aquellos en los que sentimos que «estamos bien»? Estar bien
y bienestar son entonces sinónimos: estamos en bienestar cerca de una persona amada,
en una relación amistosa, después de una buena acción, en medio de un bello paisaje.
Pero la palabra bienestar se ha degradado al identificarlo con los conforts materiales y las
facilidades técnicas que produce nuestra civilización. Es el bienestar de los sillones
profundos, del mandar u ordenar a distancia, de las vacaciones en playas de Cancún, del
dinero siempre disponible.
De hecho, el bienestar occidental se identifica con el tener mucho, a la vez que hay
una oposición, muchas veces señalada, entre el ser y tener. La noción de buen vivir
engloba todos los aspectos positivos del bienestar occidental, rechaza los aspectos
negativos que provocan malestar y abre la vía a una búsqueda del bien vivir que comporta
aspectos psicológicos, morales, de solidaridad, de buena convivencia.

Ello así, ¿En qué consiste la ética como saber vivir?.


Como sabemos, la vida humana se diferencia de la vida animal en que el ser humano
cuenta con la capacidad de conocimiento racional. Los animales en cambio, actúan
instintivamente. El hombre, a diferencia del animal, no cuenta con un instinto que le diga
lo que ha de hacer. El animal no suele equivocarse en su conducta, su instinto es infalible,
En cambio, el ser humano tiene la vida en sus manos, su conducta no está predeterminada
por los instintos, sino que es él quien ha de dirigir su vida como el capitán de un barco dirige
su navío entre las variadas aguas de esta vida. El gran recurso que tiene el hombre para
dirigir su vida es la inteligencia y junto con ella su voluntad libre, que son las dos facultades
rectoras, las que están llamadas a gobernar la vida humana. La inteligencia humana es la
que se encarga de conocer el modo de dirigir la conducta y la voluntad de quererlo y
llevarlo a la práctica.
Pero hay que saber ejercitar bien la inteligencia y dirigir bien la voluntad porque en la
conducta práctica cabe el acierto y el error. Un gran pensador de la Antigüedad,
Aristóteles, solía decir que: “En la vida práctica hay muchas maneras de equivocarse y sólo
una de acertar”. El acierto en la vida práctica no es fácil.
Nuestra vida práctica discurre de modo muy concreto, particular, y a menudo nos
enfrentamos con situaciones no previsibles. Entonces, el hombre tiene que echar mano de
su gran recurso: la inteligencia y la voluntad, y emplearlas acertadamente. Para acertar
tiene que partir de unos principios básicos verdaderos, y proceder de tal modo que
efectivamente, la verdad se meta en la vida práctica. Cuando la razón teórica incide en
la vida práctica se habla de razón práctica. Ese proceso que sigue la razón práctica no es
fácil, ya que no está libre de influencias, internas y externas.

Externamente se cuenta con la influencia del ambiente, familiar y social en general: la


escuela, la cultura de la nación y de la época en que se vive, los medios de comunicación
social, el grupo de amigos que se frecuente, etc. Sin embargo, las mayores dificultades
están en nuestro interior, porque lo de fuera nos influye si dejamos que entre en nosotros
mismos.

Interiormente, se cuenta con el propio temperamento, con el carácter y las propias


experiencias, ya sean positivas o negativas. De modo especial contamos con nuestras
convicciones, afectos, y hábitos adquiridos, que influyen mucho en nuestra vida, aun
inconscientemente.

Entonces el Saber vivir bien es muy importante. Es quizá el saber más relevante, porque
en esto nos jugamos la vida misma. Los demás conocimientos valen muy poco si no se ha
aprendido esta difícil ciencia. ¿De qué valdría la vida si no se sabe vivirla? Sería algo
semejante a tener una inmensa fortuna y no saber utilizarla, en lugar de hacernos feliz nos
daría muchas amarguras.
Desde que tenemos uso de razón estamos en condiciones de realizar este aprendizaje.
Al comienzo, nuestros padres y maestros nos ayudarán a aprender el modo como vivir, y
poco a poco nos tendrá que facilitar que nosotros mismos dirijamos nuestra propia vida,
aunque, desde luego, podemos contar con su ayuda y consejo. Vivir rectamente no es
fácil, pero si queremos puede convertirse en algo verdaderamente apasionante. De todas
maneras, no podremos evadir la responsabilidad de dirigir la propia vida, porque no
podremos evitar las consecuencias. No da igual actuar de una manera u otra. Las
consecuencias que se desprenden de una acción son diferentes a las de otra.

Por ejemplo, no da igual estudiar o no. En el primer caso, habremos aprendido cosas
importantes que luego podremos utilizar y además habremos dado una gran alegría a
quienes esperan eso de nosotros ya que estaremos en mejores condiciones de servir. Para
aprender a vivir bien es necesario un saber ético, es decir, en primer lugar, habituarse a
reflexionar sobre nuestra actuación en la vida ordinaria, saber los principios que la sustentan
y especialmente un largo ejercicio de actos positivos.

2.POSIBILIDAD DE VIVIR BIEN, O LO QUE ES LO MISMO

Cada uno tiene la propia vida en sus manos, podemos disponer de ella como
queramos, ya que somos libres. Pero por ello mismo somos responsables de lo que hagamos
con nuestra vida. Existen muchas maneras de vivir la vida. Sin embargo, se pueden distinguir
dos maneras radicales: vivir una vida buena, que perfeccione nuestra naturaleza y vivir una
buena vida en el sentido de vida “fácil” sin principios verdaderos que la gobiernen. Una
“vida fácil” es una vida abandonada al azar.

Sin embargo, una vida aparentemente fácil es un gran riesgo. Es muy importante saber
vivir bien. ¿Qué diríamos de un sujeto que se pusiera a conducir un auto sin saber manejar?
Si puestos a conducir un auto, no supiéramos cómo hacerlo, si no tuviéramos en cuenta los
cambios, ni las carreteras, ni los semáforos, ni las señales de tráfico, ¿Estaríamos dispuestos
a hacerlo? Es un riesgo muy grande, tanto para nosotros mismos como para los demás.
¿Qué sucedería si lo hiciéramos? Es necesario saber dirigir bien nuestra vida, no sólo para
sostenerla sino para que realice lo propio de toda vida: su crecimiento. La vida humana,
no se sostiene y crece, se desvitaliza y finalmente muere. Lo más propio de nuestra vida es
el aspecto racional, que está llamado a integrar los demás aspectos. Si abandonamos esa
integración y no cuidamos de que todos los otros aspectos estén adecuadamente
integrados, si en nuestra vida práctica no ponemos en ejercicio lo mejor que tenemos,
entonces no crecemos y caemos en una “vida fácil”, que luego se complica
enormemente.
La “buena vida” es la vida abandonada a la superficialidad, al capricho de los apetitos,
al reclamo de instancias externas que siguen su propio interés. La “buena vida” es seducida
por espejismos de felicidad, de comodidad, de placer fácil. Y, sin embargo, éstos no
pueden cumplir su promesa de felicidad y a menudo dejan un pozo de vacío en la vida
humana, de manera que, si un sujeto sigue por ese camino, termina por desvitalizarse
interiormente, cayendo en situaciones verdaderamente penosas que rompen al ser
humano y le hacen cada vez más infeliz. Todos los seres humanos buscamos ansiosamente
la felicidad, pero esa tendencia a la felicidad no nos dice en cada momento qué cosas
son las que nos lleva a ser felices, y cuáles no. Descubrirlo es una tarea que le compete a
cada uno. Es posible alcanzar la felicidad en esta vida, que, si bien no es completa, es
posible. Pero esa felicidad exige un saber conducir la vida.
El premio del saber vivir es muy grande. Se pueden llegar a conocer niveles muy altos
de felicidad, de alegría. Porque lo propio de la vida es vivir, como la del ave volar, como
la del marino navegar. De la misma manera, el ser humano está hecho para ser feliz y
cuando sabe vivir, su vida crece, es cada vez más rica e interesante, y no se cambia por
nadie. A veces se ha hecho creer que la vida buena es sólo de renuncias y no se ha visto
su aspecto positivo, que es un crecimiento, una coherencia interna, una vida a “pleno
pulmón”, una vida que siempre tiene una meta de crecimiento.
Por esto la vida buena se torna en una vida muy intensa e interesante, mientras que la
buena vida es una vida floja y aburrida. La alternativa entre la vida buena y la buena vida,
es una opción que sólo se le presenta al ser humano y es cada uno quien debe decidir.
Delante de nosotros y a cada instante, tenemos esa doble posibilidad: vivir una vida plena
o una vida vacía, que no es propiamente vida.
La vida buena se abre al futuro, la buena vida se instala en el presente. La vida buena
se perfecciona, continuamente, y aunque cuenta con errores trata de superarlos. La buena
vida se desintegra y se hace cómplice del error, de la mentira, y en definitiva del mal
destruyendo al sujeto y a la sociedad. Dar cabida a la mentira en la propia vida, adherirse
al error y al mal, eso es una gran desgracia para cualquier ser humano y fuente de mucha
zozobra, inquietud e infelicidad. Tenemos que descubrir entonces, cuál es la verdad sobre
nosotros mismos, sobre nuestra vida y obrar coherentemente. Éste descubrimiento puede
hacerse a cualquier edad, pero las edades tempranas son un momento muy propicio,
porque de los “sí” y de los “no” que demos ahí depende mucho nuestra vida futura.
La ética es la ciencia que nos ayudará a saber vivir bien. Pero la ética es una ciencia
práctica, orientada a la acción. Es bastante, pero muy poco, lo que en realidad nos
ayudará a saber vivir bien es el que tratemos de llevar a nuestra propia vida aquello que
vamos aprendiendo. Se trata de aprender no sólo por aprender sino para ser buenos, es
decir para tratar de ser cada vez mejores. Sólo en esa medida aprenderemos realmente.
Esta tarea es personal, como cada vida es única e irrepetible.
3. LA ÉTICA COMO ALGO POSIBLE. LA FELICIDAD, COMO FIN ÚLTIMO DEL HOMBRE.

Para abordar esta parte, surge, pues, la pregunta: ¿Cuál es el fin operis del hombre?
¿Cuál es la finalidad impresa en la naturaleza de todo ser humano? Aristóteles se hizo esta
pregunta y respondió: el fin propio del hombre es su felicidad; todo hombre, por propia
naturaleza, necesariamente tiende a la consecución de su felicidad, y de tal manera que
cualquier otro fin en su conducta queda subordinado a esta intención suprema y, por tanto,
última: la felicidad.
Y en efecto, analizando la naturaleza humana, se nota que, en lo más íntimo de todas
las intenciones del hombre, de un modo necesario y determinado, está esa especie de
flecha o brújula que va orientando toda la conducta: el deseo de la propia felicidad. Hasta
el suicida, o el anormal, lo que en el fondo persiguen es la felicidad.
Tanta importancia adquiere este término en el sistema aristotélico, que recibe el
nombre de eudemonismo, dado que eudaimonía significa felicidad. A partir de esta base,
es como erige su Ética; pues todo consiste en conocer qué cosa es esta felicidad
(actualización de las potencias humanas, según Aristóteles) y orientar los actos hacia ese
fin, obteniéndose así una vida armónica, racional, honesta, virtuosa y perfecta.
Como conclusión podemos resumir: El hombre marca su conducta con ciertas
finalidades que elevan o denigran su misma actuación externa. Pero antes de que se
ejecute un acto humano, ya éste posee intrínsecamente, de acuerdo con su naturaleza,
una finalidad propia, a la cual es necesario ajustarse según sea el caso.
En el plano moral, el fin no justifica los medios. Que el fin justifique los medios podrá ser
cierto en el orden técnico y de la eficacia. Pero el valor moral debe afectar tanto al fin
como a los medios, y no por una subordinación horizontal, teleológica, sino por una
participación vertical con respecto a un Ideal o Bien Absoluto. La adecuación a un fin
proporciona un valor natural, ontológico. El valor moral existe cuando esa adecuación al
fin participa también de un Bien Absoluto conocido por la recta razón.

4. LA EXISTENCIA DE LAS IDEAS ÉTICAS EN TODA PERSONA SIN EXCEPCIÓN Y UTILIDAD DE LAS
MISMAS

Ya hemos visto que la Ética es un conocimiento que el hombre puede adquirir con el
fin de vivir conforme a él; que no es algo imposible sino todo lo contrario, que está al
alcance del hombre y que produce en éste una elevación de su vida, que es lo que hemos
llamado "vivir bien''. También hemos dicho que la persona humana está hecha y como
diseñada para ir alcanzando cada vez una mayor elevación o plenitud de sí misma, a
medida que va poseyendo bienes mayores; en la misma medida en que los bienes que
vayamos poseyendo estén más ajustados a nuestra estructura personal, en esa misma
medida vamos experimentando una satisfacción o goce mayor, una mayor plenitud en
nuestra persona, que en palabras comunes y corrientes es lo que recibe el nombre de
FELICIDAD.
Podemos terminar concluyendo que no es ajena a la persona la natural aspiración a la
FELICIDAD, ni imposible conseguirla, una FELICIDAD fundada en su ser personal que es
estable y no tanto en su querer subjetivo, que es variable.
Cuando decimos que su conducta está fundada en su ser personal, lo que estamos
diciendo realmente es que cada una de sus acciones coincide con la realidad de su
existencia, siendo la realidad y no la voluntariedad la que indica lo que se debe y lo que
no se debe hacer.
Ahora bien, las acciones que coinciden con la realidad personal, volvemos a repetir,
no las que están inspiradas por el capricho o por un querer puramente individual, sino
aquellas que se asientan sobre la naturaleza de la persona, son acciones que se conocen
como buenas (porque hacen bien a la persona), virtuosas (porque elevan a la persona),
debidas (porque están exigidas por la naturaleza de la persona), loables, laudables,
encomiables, etc.; son todas ellas acciones morales que sólo son posibles en cuanto que
haya un ser también moral que las ejecute y una naturaleza que las facilite.
En efecto, a ninguna persona humana le repugna que no le roben, que le respeten sus
ideas, que le paguen lo que le deben, que valoren sus actos, que le respeten su vida y sus
bienes, etc.; esa es la felicidad que proporciona la naturaleza; lo que es ya la acción
concreta depende de la deliberación y libertad humanas; con lo cual queremos expresar
que el hombre puede o no, que está al arbitrio humano, que depende de cada hombre,
ser honrado o no, delicado o no, cumplido con sus obligaciones o no, atentar contra la
vida ajena y sus bienes, etc.; pero en cambio lo que por ninguna circunstancia está al
arbitrio humano es la existencia, en su naturaleza, de algo que lo hace tender a apreciar
lo que son las buenas acciones. Por eso decimos que las ideas éticas están en toda persona
sin excepción.
La segunda parte de este punto corresponde a aclarar si una vida que se ajusta a las
exigencias morales es o no una vida útil; para ello conviene distinguir entre "lo meramente
útil", "lo beneficioso o benéfico" y "lo bueno".
Estos tres términos tienen como denominador común un provecho que recibe el ser
como efecto de una conducta; sin embargo, la diferencia entre ellos radica en la cantidad
y en la calidad del provecho recibido.
Lo "meramente útil" limita el provecho a un sector de la persona; por ejemplo, cuando
alguien se gana una lotería recibe un provecho que se limita al aspecto económico.
No sucede exactamente lo mismo en el campo del "beneficio" ya que en éste la
naturaleza del provecho permite que se amplíe a otras esferas más íntimas del ser humano;
es lo que sucede con la persona que asiste a una clase y aprende un determinado arte o
ciencia; aquí se duplica cuantitativa y cualitativamente la utilidad.
Cuando hablamos de "bien" sucede algo de mayor trascendencia y es que como
efecto de él se produce una elevación total de la persona que la podíamos traducir como
transformación buena de ella; por supuesto que esto implica o presupone que la persona
realice una actividad seria y ponderada; es lo que sucede cuando la lección recibida no
se limita a dar cuenta de ella sino a incorporarla a la propia existencia; como, por ejemplo,
quien después de haber estudiado el tema de la justicia orienta su vida según las
indicaciones aprendidas, proponiéndose realizar la justicia en todas sus acciones. La
utilidad en este tercer caso sobrepasa cualquier aspecto parcial de la persona, sin excluir
ninguno de ellos; es decir, un hombre justo está en condiciones más favorables y
permanentes de conseguir bienes de fortuna que el que sin serlo y solo por azar los
consigue.

Veamos más detenidamente este último punto: Una persona que ha estudiado el oficio
de relojero abre un pequeño local al público; llega su primer cliente y le pide que revise y
componga el reloj; como quiera que el relojero ya ha estudiado y conoce este tipo de
relojes, se da cuenta de que el desperfecto no es nada serio; sin embargo, dice a su cliente
que se trata de un trabajo delicado y costoso. A este hombre le ha faltado honradez, y
como si esto fuera poco se excede en el costo de la reparación y además atrasa el día de
la entrega. Ahora bien, aunque este relojero conoce su arte, ese conocimiento le ha
servido para fabricar un engaño elaborado y creíble; esta es una falta más. Con el tiempo
el dueño del reloj se entera de que el desperfecto no era tan grave, de que por lo tanto el
costo fue excesivo y el tiempo que el relojero empleó en repararlo sobrepasó todo límite.
Así las cosas y siendo nosotros los dueños del reloj, no solamente no volveremos a ocupar
los servicios de este relojero, sino que tampoco se lo recomendaremos a nadie, cuando no
es que tendremos que mordemos la lengua para impedimos publicar a los cuatro vientos
la indecencia, la injusticia, la falta de honradez de aquel hombre.

Hasta aquí Ud. se habrá dado cuenta que no es ningún negocio, ni siquiera
económicamente hablando, proceder faltando a la ética, pues aquel relojero tendrá
menos clientes, con riesgo de perderlos todos y de perderse a sí mismo que no habría
sucedido si la conducta hubiese sido moralmente recta. En ese caso, cada cliente se habría
convertido en un poderoso medio para ampliar la clientela y los ingresos. De todo lo anterior
se deduce que la mayor utilidad es el bien y que este debe primar en la vida de una
persona.
Finalmente, ud. coincidirá conmigo en la siguiente afirmación; “de que quien vive las
virtudes está necesariamente en mejores condiciones para conservar y aún para
aumentar, inclusive, su patrimonio, que el que es deshonesto o en algún otro sentido vicioso,
dadas por supuestas todas las condiciones que deben concurrir y que la persona debe
procurar para alcanzar el bienestar”.

5. LA ÉTICA RELACIONADO CON NUESTRA REALIDAD

El Estado Boliviano en el artículo 8 de su Constitución adopta como principios éticos


morales de la sociedad plural, el siguiente entendimiento: “(…) El pueblo boliviano, en la
construcción de un nuevo Estado, basado en el respeto e igualdad entre todos, donde
predomine la búsqueda del vivir bien, con respeto a la pluralidad jurídica de los habitantes
de esta tierra, tiene el reto histórico de construir colectivamente el Estado Unitario Social de
Derecho Plurinacional Comunitario, para avanzar hacia una Bolivia democrática e
inspiradora de la paz; el Estado, se funda en la pluralidad que asume y promueve como
principios ético-morales de la sociedad plural: ama qhilla, ama llulla, ama suwa (no seas
flojo, no seas mentiroso ni seas ladrón), suma qamaña (vivir bien), ñandereko (vida
armoniosa), tekokavi (vida buena), ivimaraei (tierra sin mal) y qhapajñan (camino o vida
noble); y, se sustenta en los valores de unidad, igualdad, inclusión, dignidad, libertad,
solidaridad, reciprocidad, respeto, complementariedad, armonía, transparencia, equilibrio,
igualdad de oportunidades, equidad social y de género en la participación, bienestar
común, responsabilidad, justicia social, distribución y redistribución de los productos y
bienes sociales, para vivir bien; son fines y funciones esenciales del Estado, además de los
que establece la Constitución Política del Estado y la ley, constituir una sociedad justa y
armoniosa, con plena justicia social, garantizando el cumplimiento de los principios, valores,
derechos y deberes reconocidos y consagrados en la Norma Suprema. (Cfr. Sentencia
Constitucional Plurinacional Nº 0076/2013, de fecha 14 de enero de 2013).

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