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Ensayo

La Justificación en el Actuar Humano

Julieth Gonzalez Cardona

Norberto Arroyave Villa

Universidad Cooperativa De Colombia Sede Cali


Facultad De Ciencias Administrativas, Económicas Y Contables
Humanidades III
Contaduría Pública – Nocturno, Tercer Semestre

Santiago De Cali, mayo 2021


La Justificación en el Actuar Humano
Existe una frase muy popular que dice “el fin justifica los medios” que es atribuida a Nicolás
Maquiavelo. Está hace referencia a: que no importa qué clase de acciones se realicen para
lograr una meta, que no es necesario tomar una postura moral o ética que respalde la
aceptación de las acciones, siempre y cuando, se pueda acceder a un propósito determinado a
través de estas. Pero, es posible que la sociedad pueda sostenerse bajo una premisa como está,
acaso si todos actuaran de esa forma tan egoísta la sociedad como la conocemos podría
subsistir. Es por esto, que en este ensayo se analizará de manera crítica esta premisa, a través
del análisis del cuento de Rashômon de Ryūnosuke Akutagawa (1915).
El cuento empieza con una mirada rigurosa sobre la ciudad de Kioto en Japón en una
época en la cual no pasaba por sus mejores momentos ya que una serie de desafortunadas
calamidades la había azotado, dejando destrucción, miseria y desolación a su paso. El
personaje principal de esta historia se hace manifiesto en un desempleado sirviente de un
samurái, que ubicado en Rashômon, una gran torre que era en tiempos mejores un templo
ostentoso y hermoso que, ahora destruido por los habitantes del lugar, era solamente pedazos
de una estructura que albergaba criaturas salvajes y los cadáveres de las personas de la ciudad
que eran arrastradas hasta el lugar. La destrucción del lugar también significó la destrucción
de las imágenes de sus dioses, estas se volvieron pedazos de madera que fueron vendidos
como leña, la misma ausencia de los dioses reflejaba la ausencia de las leyes, aquellos
preceptos divinos que permitían a la sociedad mantenerse en paz.
El sirviente del samurái encontrándose en el portón del templo, mientras miraba la
lluvia caer en la fría y gris tarde de la desolada Kioto, pensaba que sería de él en los
momentos siguientes, ya que no tenía donde ir, ocupando su mente, con lo siguiente que haría
después que escampara, acaso esperar la muerte por inanición mientras se decidía que hacer,
o realizar cualquier acción con tal de no morir de hambre. Fue así, como después de tanto
meditarlo decidió convertirse en un ladrón, camino que seguramente lo mantendría con vida.
En esta primera parte de la historia se observa cómo el autor establece que el
personaje se encuentra en un dilema existencial, pues no sabe qué hacer ahora que su amo lo
ha despedido. Una situación que es más común de lo que se cree, y que afecta a las personas
en distintas formas. Hasta hoy día el no tener un trabajo y encontrarse a la deriva, es una
desafortunada situación para cualquier persona sin una estabilidad económica, ya que no
tener techo y comida significa estar vulnerable a una eventual muerte. Es así como las
personas sin trabajo se sienten sin rumbo y futuro, siendo esta sensación más desoladora
cuando la persona ha dedicado mucho tiempo a una empresa y le ha dedicado sus mejores
años. De igual modo una mala fortuna puede acorralar a una persona y llevarlo tomar
decisiones que en otras condiciones favorables no tendría mucho en cuenta, así como el autor
sostiene del sirviente del samurái “en circunstancias normales, lo natural habría sido volver a
casa de su amo; pero unos días antes éste lo había despedido, no obstante, los largos años que
había estado a su servicio. El suyo era uno de los tantos problemas surgidos del precipitado
derrumbe de la prosperidad de Kyoto” (Akutagawa, 1915).
Como era de esperar, el sirviente del samurái con su determinación anterior, decidió
al llegar la noche que debía refugiarse en algún lugar para dormir. Al divisar una gran
escalera que llevaba a los pisos superiores de la torre, advirtió que podía ir a algún piso
superior y pasar la noche allí sin preocuparse, ya que nadie sabía ir a esas horas a ese lugar
destruido y lleno de cadáveres. Mientras subía la escalera percibió una luz que salía del piso
donde la escalera llegaba a su fin, por lo que decidió sigilosamente mirar quien estaba en el
lugar antes de aventurarse a abordar el piso. Observó una señora mayor con rasgos decrépitos
que caminaba por el piso atravesando las telarañas y evitando pisar los cadáveres en el suelo.
Tenía una taza de té caliente que dejó en el suelo, mientras se agachaba para poner su mano
en la cabeza del cadáver de una mujer, esto era para agarrar un poco de su cabello con la
mano y arrancarlo.
El sirviente de samurái se llenó de ira al ver la escena, sentía “repugnancia” por lo que
hacía la vieja, tanto que sintió que lo que ella hacía era una manifestación viva del mal, y
rechazaba en ese mismo instante todas las manifestaciones del mal que podrían existir. Así es
como hecho justiciero mando la mano a su espada samurái y entrando precipitadamente con
las pocas fuerzas que tenía al piso, desenfundo su espada la colocó a la altura del cuello de la
mujer. Sentía que lo que ella hacía era robarle el cabello a uno de los cadáveres en Rashômon
una noche tan fría como esa era una falta imperdonable, olvidando por completo la
determinación que antes había tomado de convertirse en ladrón.
La anciana trató de escapar, pero él la tomó por el brazo y sometiéndola, se dio cuenta
que la vida de esa decrépita persona se encontraba en sus manos, con esa sensación de
superioridad, procedió a interrogarla diciendo ¿qué era lo que hacías a ese cuerpo?, ella
vaciló en responder, pero viendo algo en su atacante respondió, que ella le quitaba el cabello
para hacer pelucas. El sirviente del samurái se sentía decepcionado al escuchar esto, que su
odio a la anciana crecía aún más. La anciana justificando su acción, relato que esa mujer a la
que le quitaba sus cabellos, en vida engañaba las personas vendiéndoles carne de víbora
haciéndola pasar por pescado, insinuando que alguien que cometía un pecado tal podría ser
tratada de igual manera. Aunque, no la juzgaba del todo, sino que la excusaba en parte ya
que, si la difunta no realizaba eso, habría muerto mucho antes. Entonces ponderando lo que
ella hacía no era distinto a lo que el cadáver hacía cuando aún respiraba, el fin era mantenerse
con vida.
Así fue que con tono burlón, el sirviente de samurái, que ya no vacilaba entre morir de
hambre o convertirse en ladrón, replicando las palabras de la mujer mayor, le dijo que: así
como ella hacía un hecho que podría ser reprochable ante los ojos de los demás, el simple
objetivo de mantenerse con vida, defendía el tipo de medio que se utilizará para ese fin, así
que cualquier cosa podría ser aceptada, incluso que este mismo le hurtara a esta anciana su
ropa, para poder conseguir algo con lo que podría llegar a tener algo de comer. La mujer se
negó a entregar su ropa sin forcejear, pero este de unos cuantos pasos despojo a la mujer de
sus vestimentas amarillentas y salió por las escaleras perdiéndose en la espesa oscuridad de la
noche, la mujer recomponiéndose se levantó desnuda del suelo donde se confundía como un
cadáver más, y se dirigió a mirar por debajo de la escalera donde ya solo divisaba la
oscuridad.
El personaje de la anciana, el sirviente, y las acciones en vida relatadas del cadáver al
que se le despoja el cabello, permite realizar un análisis de las circunstancias que llevan a los
personajes a actuar por necesidad y no por una idea ética o moral. Aunque, las justificaciones
abren paso a una normatividad que se convierte en ley, y es hacer lo necesario para
mantenerse con vida, esto se cumple en los tres casos, y es factor suficiente para advertir una
máxima como: el instinto de supervivencia está por encima de todo código ético y moral. Es
cierto que una sensación de rechazo invade al sirviente de samurái cuando mira lo que la
anciana hace al cadáver, que es despojar el cabello de su cabeza, esto es lo mismo que robar
piensa este y juzga como algo imperdonable, así mismo, la anciana justifica su hacer,
ponderando el engaño que realizaba en vida el cuerpo al cual le quita el cabello, después de
esto el sirviente también justifica el robo a la anciana ya que está acepta que las acciones que
se lleven a cabo en el marco de seguir con vida puedan ser aceptadas, con este aval no hay
duda que robar es un hecho aprobado en esta lógica.
Por tanto, se puede concebir la idea que ninguna acción se puede juzgar con un solo
marco de referencia de lo moral o la ética, ya que a los ojos de la necesidad se puede
construir ciertos valores compartidos como el que establece que mantenerse con vida a toda
costa es algo válido, entonces las acciones de estos personajes parece decirnos que no existe
una distinción fija, determinista y constante de los valores que consideramos morales y
éticos, esto al referirnos a los valores internos de cada quien y los valores compartidos por
una comunidad. Esto permite indicar que:

“en el caso particular de la ética y la moral, la diferencia en sus concepciones abona el terreno
para que las representaciones sean múltiples; en espacios académicos, sociales, medios
informativos se habla de la ética con frecuencia, pero no se sabe a ciencia cierta a qué se hace
referencia cuando se invocan estos significantes” (Betancur Jiménez, 2016, p. 113).
Si toda acción debe justificarse buscando el bien propio o general, cada quien en sus
propios prejuicios está capacitado para determinar el alcance de su actuar y si es aprobado
por sí mismo como por los otros. Así mismo funcionan las leyes, son códigos de conducta
que permiten una libre expresión humana en sociedad, códigos que son compartidos y
aceptados por todos, generando una idea del buen comportamiento que es aprobado por la
moral de cada quien. Lo mostrado en el cuento, donde los dos protagonistas intentan hallar
una justificación a sus acciones para poder sobrevivir, está representando la visión de la
anciana, el poder aprobar cualquier acción para seguir con vida. Esto es una garantía a los
ojos de la moral del sirviente, que ve como ético convertirse en ladrón si eso le permite seguir
con vida, ya que esa idea parece compartirla la anciana, no parece tener nada de malo robarla
para lograr la meta que es seguir respirando con el estómago lleno.
Sin embargo, ya sea por lo anterior, que podría elevar de estatus ético una idea
popular como “la supervivencia del más fuerte”, es menester señalar que las éticas en tiempos
de crisis suelen promover valores en los que es normal agredirse uno a otros, tomando por
bandera el poder de unos sobre otros para sobrevivir a los tiempos adversos. Pero, esa no es
la ética que se busca en tiempos de paz, o que muchos filósofos desearían que se cumpla bajo
cualquier circunstancia, comprendida como algo a favor del
“bien humano que se presenta en la vida y se actúa en el obrar; debe dilucidar el ti esti
del bien del hombre, aquello que es bueno no sólo para mí, sino en absoluto, haplos,
para todos los hombres; aquel bien capaz de hacer la vida en esta tierra propia y
adecuada para el hombre” (Yarza, 1996, p.305).
Esto apunta que la ética debería ser comprendida como el buen vivir en sociedad, el
pilar fundamental de las sociedades organizadas y sin conflictos. Acaso la humanidad
subsistiría hoy día si toda su historia fuese un tiempo de crisis, por eso los tiempos de paz
formulan éticas que buscan mantener la estabilidad de las sociedades y evitar que unos se
agredan entre otros. Bajo esta mirada las éticas que buscan el bienestar de todos y de sí
mismo, son las que han construido comunidades más estables. Y la ética presentada en el
texto sería provisional, propia de tiempos de crisis.
Webgrafía

Akutagawa, R. (1915). Rashomon de Akutagawa. Academia. de


https://www.academia.edu/36301683/Akutagawa_Ryunosuke_Rashomon

Aristóteles. (s.f.). Ética a Nicómaco. Biblioteca gratuita, de http://www.ataun.eus

Betancur, G. (2016). La ética y la moral: paradojas del ser humano. (pp, 109-121). Revista
CES Psicología, 9(1), de http://www.scielo.org.co/pdf/cesp/v9n1/v9n1a08.pdf

Cultura Genial. (s.f.). El fin justifica los medios. https://www.culturagenial.com/es/el-fin-


justifica-los-medios/

Yarza, I. (1996), Ética y dialéctica. Sócrates, Platón y Aristóteles. ACTA PHILOSOPHICA,


5(2), (pp, 293-315). https://www.actaphilosophica.it/sites/default/files/pdf/yarza-19962.pdf

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