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Civiles, Las Víctimas del Terror

Los derechos de la población civil fueron atropellados sin descaro en la

época de violencia en el Perú. Los déspotas beligerantes –Sendero Luminoso

(SL) y Fuerzas Armadas (FFAA) - hicieron vivir una guerra aparte a los

habitantes de un país abatido, que sin armas con las cuales defenderse y sin

aliados en quienes confiar, se hundieron en el olvido y la desolación. La

guerra psicológica terminó aniquilando a un millar de compatriotas, quienes

tuvieron como único error desconocer la guerra y al enemigo. Quedó

evidenciado entonces, que en mi país “derechos” es una palabra manchada

con sangre y el abuso, es la única manera de tratar con las víctimas.

El terrorismo fue una etapa negra en la historia peruana que cobró la vida

de miles de inocentes, y eso no puede quedar en el olvido. La creación de la

Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) con el fin de recordar y honrar

a las casi 70 000 víctimas del terrorismo entre 1980 y 2000, ha sido un

primer paso para crear conciencia. Yuyanapaq – para recordar, en quechua –

es un espacio que forma parte del informe final de la CVR y mediante

material audiovisual conmemora a los inocentes fallecidos. Este ensayo se

basa en una fotografía de la exposición, tomada por Vera Lentz (Cusco, 1985)

y resume la desagradable historia del conflicto.


La historia del terrorismo es muda. La imagen de la desazón se refleja en

los ojos de la oprimida madre (Fotografía, Yuyanapaq) resignada a su suerte

y limitada a los barrotes oxidados de una cárcel en vida. Acusada de

terrorista, por creer en el cambio, o siquiera imaginárselo. Encontró ella en el

ejército peruano no a un grupo de ejemplares soldados, comprometidos con

la causa, sino a un bando de sucios violadores. El niño en sus brazos es el

fruto del terrorismo, hijo de la crisis, la guerra y el abuso. La sombra de los

barrotes se impregna en sus ojos, ojos tristes que prefieren el olvido, olvido

que la privó de libertad.

La población civil fue amedrantada entre dogmas y credos que poco o

nada entendían. Los intereses de los grupos enfrentados, llevaron a declarar

terreno de guerra, la zona neutral que habitaban los ayacuchanos,

cusqueños y aguarunas. En provecho de los combatientes, fueron acusados,

sentenciados y castigados, idealistas estudiantes e inocentes mujeres.

Conocemos los testimonios de estas víctimas, que sufrieron los abusos de la

guerra en carne propia, y se dieron cuenta que el enemigo, también estaba

en las filas de los que creían buenos.

El Ejército Peruano se olvidó de proteger al pueblo, y solo defendió los

intereses del Gobierno. Los soldados se hicieron dueños de la vida, mujeres y

riquezas del pueblo que tenían como deber defender. Cientos de muchachas

violadas, poblados saqueados y aniquilados, arrestos y juicios arbitrarios,

hombres linchados y niños huérfanos, es el saldo que dejaron las “fuerzas del
orden”. Aquel batallón que se sintió dueño del país, y arremetió contra los

desentendidos pobladores. El ejército no fue un apoyo total para la lucha

contra el terrorismo, fue un bando más que luchó contra los civiles.

El terrorismo en el Perú fue una guerra psicológica que cobró víctimas

reales y atropelló los derechos humanos. El conflicto interno enfrentó a los

peruanos que pensaban diferente, condenó a los que profesaban un credo

socioeconómico distinto; y fusiló a los que no tenían voto en la discusión

armada. Los derechos se violaron en el Perú del entonces, y acabaron con la

dignidad y humanidad del pueblo. Para citar un ejemplo, los pobladores de

Chuschi, Ayacucho perdieron su derecho a voto en 1980, pues Sendero

Luminoso quemó sus ánforas y dejo sin voto, a un poblado que no tenía voz.

Es imperdonable el abuso que se dio entre compatriotas.

Las víctimas menores de edad son el testimonio vivo de la feroz

represión. Niños huérfanos, discapacitados y traumados – hoy mayores de

edad – siguen sufriendo los rezagos del conflicto armado. Producto de las

violaciones – efectuadas por SL y las FFAA – tenemos hijos de la crisis,

criaturas que no tienen la culpa de haber sido engendradas por el abuso, el

odio y la fuerza. Los niños no tienen la culpa, pero tendrán que sobreponerse

al vínculo con el terrorismo. Nacer encarcelado – foto de Vera Lentz – y

producto de una violación, merece el apoyo de las autoridades. El problema

no acabó al atrapar a los líderes, sino al conocer a las víctimas.


La fotografía resume el sentir de los oprimidos, presos políticos, mujeres

violadas y todas aquellas personas a quienes les arrancaron la dignidad y los

derechos del alma. La injusticia, la ignorancia y el temor, desmoronaron a

una sociedad que no sabía a los que se enfrentaba. La rutina diaria era por

sobrevivir en un país que despertaba con bombas y se acostaba con

apagones. Las víctimas de Tarata, Miraflores y las de Uchuraccay, Ayacucho,

sintieron miedo, ignorancia y terror hacia un enemigo que usaba máscaras,

no daba la cara y que no conocían. El verdadero miedo que sintieron, las

inocentes víctimas del terror.

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