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sobreproteger
faircompanies.com/articles/educacion-ensenar-autosuficiencia-critica-vs-sobreproteger
Los padres de hoy deben decidir si enseñan a sus hijos a ser curiosos y autosuficientes o,
por el contrario, caen en el derrotismo de las predicciones, que reiteran la mala herencia
que recibirán los más pequeños.
Si bien toda predicción honesta debe ser considerada con precaución, los indicadores para
los próximos años nos bombardean con el mal futuro de nuestros hijos.
Recopilando información para esta entrada, he decidido parar una vez recabados los
principales lugares comunes con que desayunamos cada día, gracias a su presencia en la
agenda informativa diaria.
Según estas informaciones, se dice que los niños de ahora en los países desarrollados:
Y la lista podría continuar hasta cerrar esta entrada. Hay comentaristas que aprovechan
cualquier información o estudio que refrendaría cualquiera de estas tendencias para, acto
seguido, relacionarla con la situación política y cualquiera de las dificultades actuales.
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Según este hilo argumental, vamos a peor y, más que crisis de modelo, hay un retroceso
patente que ya dura un lustro y se atisba un cambio radical en la tendencia. La educación
de los más pequeños, así como su futuro, son poco halagüeños, se concluye.
Pero, tomando los mismos datos, se puede optar por otras conclusiones. Por ejemplo: que
pagar las deudas cuanto antes y retomar un cierto equilibrio presupuestario aumentará la
autonomía en el futuro, tanto la colectiva -gasto público- como la familiar.
Y, a menos deudas, mayor capacidad para destinar lo que haya a lo que se decida con
mayor autonomía, ya que desaparece la presión del prestatario.
Muchos padres actuales nos revelamos contra el derrotismo argumental imperante. Tanto
padres como niños, tenemos mucho en nuestras manos para mejorar. Por de pronto, la
autonomía individual, la capacidad de introspección, el uso de los mecanismos de
racionalidad.
Como la psicología positiva, las filosofías de vida clásicas alertan del riesgo de dejarse
influir por las dinámicas gregarias, propias de la efervescencia colectiva de un signo u
otro.
La negatividad, dicen algunos estudios, se comporta y muta como un virus, pero también
ocurre algo parecido con la capacidad para mantener una actitud personal que fomente el
bienestar duradero, no importa lo grandes que sean las dificultades.
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Los niños actuales, se nos dice, van de cabeza a la base de la pirámide de Maslow, ya que
deberán asegurarse primero lo que hasta ahora dábamos por sentado, como la seguridad
en el entorno familiar y en la sociedad donde residen, una alimentación correcta, una
buena educación, el afecto de sus mayores, un entorno estimulante, etc.
La realidad es más tozuda que las predicciones y la crisis actual no puede dilapidar los
valores de un individuo o una familia, si bien sí puede influir en éste o aquél presupuesto
coyuntural.
No hay que partir de la reinvención de la rueda, dicen los estudios, para garantizar un
buen futuro para los más pequeños, más allá de los funestos augurios.
Por ejemplo, The New York Times recoge las conclusiones de Diana Baumring, profesora
de psicología y experta en desarrollo de la Universidad de California en Berkeley, que ha
dedicado su carrera a estudiar los efectos de la educación en los más pequeños.
Baumring sostiene que, para hablar de una educación paternal óptima, hay que alejarse
de los extremos: ni la desatención, ni la sobreatención y agasajamiento (el “coaching”
practicado por los padres hiperactivos, o “helicopter parents”).
Este término medio educativo consistiría en otorgar una caja de herramientas cognitiva a
los niños, que ellos mismos desarrollarán a lo largo de su vida. Dentro de ella, aparecen
herramientas ya destacadas por las filosofías de vida clásicas y la psicología humanista:
los padres se involucran, se muestran receptivos y, pese a establecer altas expectativas,
respetan la autonomía del niño.
El niño debe aprender a obrar usando la razón y entender los riesgos de ceder a todos los
deseos impulsivos de los mecanismos de gratificación instantánea que hemos
desarrollado como especie, tales como la predilección por los azúcares, los alimentos
grasos y precocinados, el comportamiento gregario más impulsivo, etc.
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Para ello, debe comprender por sí mismo las ventajas de racionalizar cada situación,
aprender a esperar, desarrollar la fuerza de voluntad (que, según otros psicólogos, actúa
como un músculo y, como éstos, se puede potenciar o atrofiar), obtener los beneficios de
la planificación a largo plazo, la llamada gratificación aplazada.
Según la psicóloga Diana Baumring en The New York Times, este tipo de padres “parecen
dar con la dosis adecuada de participación parental y, en general, educan a unos hijos que
les va mejor académica, social y psicológicamente que a los niños cuyos padres son tanto
permisivos y menos involucrados, como controladores y más implicados”.
Carol Dweck, también profesora de psicología social y del desarrollo, en este caso en la
Universidad de Stanford, ha investigado por qué los padres que no dan a sus hijos todo lo
que éstos piden -mostrando una atención equilibrada e imperativa cuando es necesario-,
tienen éxito, al lograr que los vástagos se desenvuelvan mejor en la edad adulta.
En uno de sus experimentos, Carol Dweck conduce a un grupo de niños a una estancia,
donde les invita a resolver un puzle, que la mayoría resuelve sin problemas. Dweck se
adula a continuación a algunos de ellos, expresándoles lo brillantes y capaces que son.
De manera consistente, son los niños a los que no adula los más motivados para resolver
puzles cada vez más complicados. Asimismo, estos niños, que no han recibido el premio
de la condescendiente adulación del adulto, muestran mayores niveles de confianza y
emprenden retos intelectuales.
La psicóloga Carol Dweck cree que esta aparente paradoja se explica por la reacción
humana ante la adulación y la condescendencia, y las mostradas ante el sentimiento de
autonomía anímica e intelectual: al no recibir -ni esperar- la gratificación instantánea de
la adulación, el niño que resuelve el puzle por interés refuerza su instinto de superación,
fuerza de voluntad y curiosidad (gratificación aplazada).
Las tesis de Diana Baumrind y Carol Dweck son consistentes con los resultados de un
conocido estudio de Stanford en 1972, que ha pasado a la posteridad con el nombre de la
golosina empleada en la investigación: el “experimento del malvavisco” (ese dulce
esponjoso y coloreado, a menudo de color rosa, conocido como “nube” en España).
A cada niño se ofrecía una nube de caramelo para comerla al instante, o se le invitaba a
esperar un rato si quería conseguir dos nubes, en lugar de una. A continuación, el adulto
abandonaba la estancia y el niño permanecía solo ante la nube.
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Los niños capaces de esperar para lograr un mejor resultado debían hacer frente por su
propia cuenta a la tentación de tener, ante ellos, el premio contante y sonante. Los que lo
lograron consiguieron también mayor éxito académico y en la vida que los niños más
impulsivos, que habían sucumbido a los cantos de sirena de lo inmediato.
Estos estudios, así como los ensayos que compilan literatura científica similar, tales como
Willpower: Rediscovering the Greatest Human Strength -de Roy F. Baumeister,
psicólogo social, y John Tierney, periodista científico de The New York Times-, o How
Children Succeed, de Paul Tough, nos recuerdan que buena parte del bienestar duradero,
infantil y adulto, recae sobre la capacidad del individuo para actuar con autonomía y
racionalidad en la cotidianeidad.
Y, por muy dura que sea la situación coyuntural en el seno familiar, en la escuela o en la
sociedad en su conjunto, el individuo -niño o adulto- tiene la última palabra para
desarrollar y usar su capacidad de introspección, de desenvolverse mediante una
conducta constructiva y que contraponga los riesgos de las conductas impulsivas a los
beneficios de la conducta que tiene en cuenta la trayectoria y el largo plazo.
Según Baumring, los niños más felices y exitosos, los que muestran más confianza
académica y emocional, cuentan con padres que no hacen por ellos lo que pueden hacer
por sí mismos; padres que no proyectan sus propias frustraciones y necesidades en sus
hijos.
“La tarea central de crecer consiste en desarrollar una conciencia autosuficiente, segura y
en general acorde con la realidad”. Una frase que podrían haber firmado Sócrates,
Aristóteles (eudemonismo), Séneca (estoicismo), o Abraham Maslow (psicología
humanista).
Filosofías de vida y psicología moderna nos recuerdan que asistir a un niño o adulto de
manera innecesaria o prematura puede reducir la motivación y autonomía, aumentando
su dependencia y la falta de habilidad para mantener las barreras parentales o sociales
que más dañan el desarrollo de un individuo.
Cuando existen objetivos, aprender a esperar genera sus réditos, así como cambiar lo que
está al alcance de uno, usando la introspección: nuestra propia conducta, calidad de vida,
bienestar duradero, que paradójicamente aparecería cuando somos capaces de controlar
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la llamada de la gratificación instantánea.
Mostrar a nuestros hijos su autonomía, dejarles acertar y equivocarse por cuenta propia,
enfrentarlos al experimento de la nube de caramelo; existen distintas maneras de
fomentar entre los más pequeños los mecanismos de gratificación aplazada que, una vez
interiorizados, les ayudarán durante el resto de su vida.
Y lo que sirve para la primera etapa de la vida sirve para la edad adulta. Intentar cambiar
algo que no está en nuestras manos, como la situación actual, puede fomentar la
frustración.
Sócrates y filósofos posteriores, que tomaron su uso del cultivo de la racionalidad para
lograr el bienestar, aconsejaban, por el contrario, actuar sobre nosotros mismos y esta
actitud racional y de acuerdo con la naturaleza serviría como ejemplo para otros.
Encendido de la llama
Por ejemplo, está en nuestras manos el fomentar una alimentación que evite el
equivalente dietético a la gratificación instantánea (alimentos ricos en azúcares, y grasas,
precocinados, bebidas carbonatadas, bollería industrial).
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Hay estudios que relacionan obesidad y sobrepeso infantil con problemas de aprendizaje.
Mejores alimentos, para el estómago y el espíritu, ser conscientes de que hay que
encender la chispa de la autonomía y curiosidad intelectuales, más que llenar un
“recipiente” de conocimientos, y poco más. Haya crisis o no, los niños de ahora están tan o
más preparados para la aventura de la vida como las generaciones precedentes.
Exponer que los niños actuales de los países ricos están condenados a la miseria, el
analfabetismo y otras plagas bíblicas, es pintar la realidad y el futuro explicando parte de
la realidad y haciéndolo con un negativismo interesado.
Más que niños con menor espíritu crítico y capacidades, si hacemos caso del “efecto
Flynn“, nos dirigimos a todo lo contrario, con generaciones sucesivas compuestas por
individuos más inteligentes que sus antecesores.
Sócrates: “No puedo enseñar nada a nadie. Sólo puedo hacer que piensen”.
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