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Existe la teoría de los seis grados o los seis grados de separación que afirma que
cualquier persona en el mundo podría llegar a conectarse con cualquiera a través
de tan solo seis intermediarios adecuados.
El Señor quiso valerse de una mujer cananea y ramera como instrumento de una
gran conexión divina. Se trataba de alguien poco probable de formar parte de la
red espiritual de Dios, según nuestros criterios humanos. Esta mujer fue decisiva
para la posterior ofensiva y conquista de la ciudad por parte de los hijos de Israel,
debido a la valiosa información que compartió con los dos espías. Rajab se
incorporó a Israel y fue justificada por su buena acción con los espías (Sant 2,25;
Heb 11,31), llegando su conexión hasta el Nuevo Testamento como una de las
mujeres que figuran en la genealogía de Jesús (Mt 1,5). Nunca subestimes a
alguien como David que parece insignificante porque mañana puede ser tu
rey, dijo alguien en una ocasión.
Hay ocasiones en las que tú mismo eres parte de esa conexión divina para
otra persona, aunque no te hayas percatado. La mujer de Naamán, jefe del
ejército del rey de Siria, tenía una esclava israelita que seguramente Dios había
colocado en aquellas circunstancias como una conexión divina para que Naamán
fuera curado de su lepra (2 Re 5,1-14). No creo que esta esclava llegara a
imaginarse que se hablaría de ella mucho tiempo después como parte de la red
espiritual de Dios que iluminó la vida de aquel sirio.
El Señor te ha puesto donde estás para conectarte con personas que necesitan
escuchar acerca de Él, para hacer que algo suceda y alguien pueda encontrarse
con el milagro del amor de Dios, porque tú te encuentras en el lugar y en el
momento adecuado. Al igual que sucedió con la esclava israelita, tú también serás
instrumento de una palabra y/o acción que cambiará el destino de alguien.
En otras ocasiones, sucede que hay una conexión divina que te lleva allí
donde ni siquiera imaginas. En medio del desierto y de la crisis puede surgir
una conexión que resulta imprevisible. Aquí tenemos la historia de José, el hijo
de Jacob, quien establecería el lazo de unión entre los patriarcas y el Éxodo.
Debido a la envidia de sus hermanos, fue vendido a unos comerciantes que se
dirigían a Egipto. Al llegar allí, fue comprado por un funcionario del faraón, Putifar,
que era capitán de su guardia. José fue seducido en repetidas ocasiones por la
esposa de Putifar para que se acostara con ella. Al negarse y demostrar su
honradez e integridad como hombre, fue acusado falsamente por esta mujer
egipcia que logró de manera injusta una sentencia de dos años de prisión para
José. En medio de esta crisis se dio la conexión divina que provocó el ascenso de
José a primer ministro del faraón y gobernador de Egipto con tan solo 30 años de
edad.
Hay ocasiones en las que, seguramente, la única forma que Dios tiene para
llevarte a una conexión divina es una situación de crisis que no puedes entender a
priori. No tenemos constancia de que el faraón llegara a convertirse a Dios, pero
reconoció al Dios que estaba presente en José. Resulta muy curiosa la referencia
que encontramos en los primeros versículos del libro del Éxodo en relación con un
nuevo faraón que no había conocido a José y que sometió a los hebreos a una
dura esclavitud a partir de ese momento (Ex 1,8-11).
Esta simpática anécdota se nos fue olvidando con el paso del tiempo; sin
embargo, el Señor estaba disponiendo los medios para una conexión divina
que llegaríamos a entender un año más tarde. Finalmente, después de varios
encuentros en Madrid y muchas conversaciones, aquel posible proyecto de
evangelización y trabajo posterior con los jóvenes de la JMJ no prosperó. Nos
sentimos algo frustrados, ya que habíamos puesto nuestra ilusión y empeño por
sacar adelante este plan que resultaba novedoso y muy esperanzador para la
Iglesia en España.