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Nuestra mirada en las cosas celestiales

1. Oración inicial
«Padre, quiero vivir colocando mi mirada en las cosas celestiales, no dejando que
ni los problemas, ni el pasado, ni las distracciones del mundo me desubiquen de
mi posición en Cristo Jesús. Amén.»
2. Lee la palabra de Dios
“Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es
apto para el reino de Dios” Lucas 9:62.

“El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no segará”
Eclesiastés 11:4.
3. Reflexiona
Es increíble cómo las cosas materiales y temporales nos pueden distraer de las
cosas eternas y celestiales, que son mucho más gloriosas e importantes. En esta
distracción perdemos fuerza, tiempo, propósito y bendición anhelando cosas que
se desgastan por el uso, dejando las cosas del reino de Dios y su justicia en último
lugar.
Las cosas del mundo son como aquel oropel que brilla pero no es oro, no tiene
valor, pero nos puede entretener y adormecer; en contraste, el reino de Dios es
aquel tesoro que un hombre al encontrarlo va y vende todo lo que tiene con tal de
poseerlo (Mateo 13:44). Este tesoro invaluable, lo recibimos al creer en Cristo, al
aceptar su Palabra de verdad en nuestro corazón.
Para disfrutar de este tesoro estamos llamados a fijar nuestra mirada en las cosas
de arriba (Colosenses 3:2), y dejar de mirar hacia atrás, hacia el pasado, esto
significa colocar como prioridad a Cristo, sus promesas y su gran amor; de esta
manera nos lo dice la escritura “no mirando nosotros las cosas que se ven, sino
las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se
ven son eternas” (2 Corintios 4:18).
Esto implica para nuestro diario vivir, seguir avanzando en el conocimiento de
Cristo y su Palabra, en persistir en aquello para lo cual fuimos llamados, como nos
enseña el apóstol Pablo en Filipenses 3:12-14:
“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si
logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo
mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando
ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a
la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Cristo ya nos llamó y nos salvó, pero es nuestra vocación de vida, persistir en sus
enseñanzas para comunicar este mensaje a los perdidos. Si nosotros no
procuramos tomar del buen tesoro de nuestro corazón y usarlo para que otros
vean la gloria de Dios en nosotros, ¿cómo creerán aquellos que no conocen el
reino de Dios?
Así que procuremos estar firmes en nuestra vocación y elección para no seguir
entretenidos en la dinámica del mundo, sino mejor estar en el ámbito del reino de
Cristo (2 Pedro 1:10).
4. Alaba a Dios

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