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CIENCIA Y SEUDO-CIENTÍFICOS1

Luis María Gonzalo

En el campo científico han ido surgiendo sucesivos inquisidores empeñados en negar todo aquello que no cae
bajo el dominio de los sentidos. Para ellos, lo que no resulta observable, tangible o comprobable de forma
experimental no deja de ser pura elucubración: la existencia de un ser superior, del alma humana o de la vida
ultraterrena son posibilidades que ni siquiera contemplan. Sin embargo, estos fundamentalistas de la Ciencia
son los primeros en comportarse de forma acientífica. Hay cuestiones en las que no siguen los pasos que exige
el método científico y muchas de sus afirmaciones carecen del necesario respaldo experimental.

Hay algunos hombres que, además de estar convencidos de que son el homo scientificus por excelencia, se
imponen el deber de marcar los límites de la Ciencia y de señalar quiénes caen fuera de ellos. Estos últimos,
lógicamente, son considerados como no científicos y relegados al olvido.

Estos demarcadores del campo científico sólo consideran Ciencia la empírica, es decir, la que estudia los procesos
de la naturaleza. De hecho, han conseguido que se reserve el nombre de Ciencia a la que estudia los procesos
naturales del Universo. Para ellos, la Filosofía o la Teología no son científicas. De ahí que sea frecuente definir la
Ciencia como un "conjunto de conocimientos, ordenados sistemáticamente, acerca del universo, obtenidos por la
observación y el razonamiento, que permiten deducir principios y leyes generales".

Dando un paso más, algunos de estos inquisidores niegan la existencia de todo aquello que no cae bajo el dominio
de los sentidos: lo que no es observable como tangible o comprobable de forma experimental es pura
elucubración. Marshal Walker decía que los cientificistas no reconocen ninguna autoridad excepto la observación
empírica de la naturaleza, y establecen, en frase de Linn White, qué “la ciencia es el Tribunal Supremo de
apelación, que puede dar respuesta a todo”. Por tanto, niegan la existencia de un ser superior, del alma humana
o de una vida ultraterrena, y hasta pretenden ignorar el sentido de la vida del hombre, ya que no es observable
sensorialmente. Además, suelen mirar por encima del hombro a los que admiten esas verdades, considerándolos
como personas que continúan creyendo en mitos ya superados por la ciencia.

Ante esta postura inquisitorial, de autosuficiencia y de desprecio para los que no comparten su concepción
reduccionista, voy a hacer algunas observaciones mediante las que quiero poner en evidencia que los propios
definidores de Ciencia caen en el cientifismo, es decir, en la falsa Ciencia, porque no cumplen alguno o varios de
los requisitos exigidos por el método científico.

CIENCIA V MÉTODO CIENTIFICO

Para que los resultados obtenidos en la investigación de las ciencias de la naturaleza sean fiables deben seguir el
adecuado método científico, que tiene una serie de principios generales. Ya Francis Bacon señaló los pasos que el
método científico debía respetar: observación, hipótesis, demostración y tesis.

El método científico experimental se sostiene sobre dos pilares: la reproducibilidad y la falsabilidad (o posibilidad
de refutación). La reproducibilidad exige que el experimento ideado se pueda repetir por el mismo o por otros
investigadores, en cualquier momento y lugar. La falsabilidad, concepto introducido por Popper, indica que, antes

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Revista Nuestro Tiempo. Universidad de Navarra. N° 639, 9/2007.

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de enunciar una ley general basada en los experimentos realizados, se indague si hay algún caso que no ha seguido
esa regla, lo cual impediría formular la ley general.

El paso fundamental e imprescindible en toda investigación experimental es la comprobación de la(s) hipótesis.


Una hipótesis sólo puede pasar a teoría si se comprueba experimentalmente. Tal comprobación lleva consigo
varios aspectos: el correcto planteamiento y el número adecuado de experimentos (dependiente de la dispersión
de los valores obtenidos) que sean controlados, es decir, que además del grupo experimental haya un grupo
control; y, como se ha dicho, que sean reproducibles.

Es frecuente que los cientifistas estimen que la ciencia que cultivan es lo único que merece crédito y que, en
general, las ciencias que los alemanes consideran Geistwissenschaften (ciencias del espíritu) no deben ser
consideradas como dignas de crédito, ya que a ellas no se les pueden aplicar los requerimientos exigidos por el
método científico.

A estos cientifistas cabría llamarles como propone Phillip Abelson, fanáticos de la ciencia, y es fácil demostrar que
su fidelidad al método científico, en bastantes casos, es falsa. Los ejemplos los voy a tomar de un tema de
permanente actualidad y de gran interés científico-filosófico: el problema mente-cerebro.

PROBLEMA MENTE-CEREBRO Y NEUROIMAGEN

En Ja actualidad se puede conocer con gran precisión, mediante las técnicas de neuro-imagen, cuáles son los
centros cerebrales que participan en las acciones que realizamos, desde las más mecánicas hasta las más
intelectuales. Sirviéndose de los resultados obtenidos gracias a estas técnicas de neuro-imagen, bastantes
neurocientíficos afirman, con una ligereza impropia de un investigador serio, que en el cerebro es donde tienen
su origen y su realización los procesos mentales, así como las decisiones morales y altruistas.

Para los no versados en neurociencias. voy a exponer de forma resumida cuáles son las técnicas de neuroimagen
habitualmente utilizadas y qué datos nos proporcionan.

Las dos técnicas más empleadas son la resonancia magnética funcional (RMf) y la tomografía por emisión de
positrones (TEP).

La RMf muestra de forma gráfica el flujo de sangre en los diferentes centros nerviosos. Y mediante la integración
de las imágenes tomográficas obtenidas se consigue una imagen nítida del cerebro en la que los distintos centros
aparecen con un color diferente según la sangre que reciben. Los que reciben mayor volumen de sangre son los
que están realizando un trabajo más activo.

La TEP (PET en la designación inglesa) refleja el consumo de glucosa por las neuronas de los centros nerviosos.
Este consumo es tanto mayor cuanto más elevada es la actividad neuronal. Lo mismo que en la RMf, la integración
tomográfica de los diferentes cortes cerebrales proporciona una imagen precisa del estado funcional de las
diferentes partes del cerebro.

La RMf y la PET nos informan con precisión de los centros nerviosos que se activan al realizar tareas en las que
interviene el encéfalo. Si se activa el córtex prefrontal cuando se llevan a cabo tareas de tipo intelectual, los
reduccionistas no tienen inconveniente en afirmar que el centro de la inteligencia se encuentra en ese territorio
cerebral. Si el lóbulo temporal de unos monjes tibetanos se activa mientras meditan, ellos admiten que las
experiencias religiosas nacen en ese territorio. Sería d "God-spot' de Persinger. Y si al juzgar el aspecto ético de
una determinada acción interviene la región cingular anterior y la amígdala piensan que el asiento de la moralidad
se halla en esos centros nerviosos, como afirma Loye.

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Para los no reduccionistas, está claro que los mencionados centros cerebrales intervienen en las tareas que les
han sido asignadas, pero hay una diferencia esencial con los reduccionistas, y es que a esos centros los consideran
no como elemento agente o, si se quiere como generadores de esas actividades, sino como instrumento necesario
para que tales tareas se realicen. Es decir, dado que los materialistas eluden cualquier consideración metafísica,
no son capaces de distinguir entre causa agente y causa instrumental. Es frecuente. para explicar esta diferencia,
acudir al caso del escultor y el cincel. A nadie se le ocurre pensar que se deba atribuir al cincel la realización de la
escultura. Es cierto que el escultor no puede trabajar sin el cincel. pero el autor de la escultura es el artista. En el
caso del cerebro, este realizaría un papel comparable al cincel: sin el cerebro no podemos pensar, pero el cerebro
no es el que piensa: quien piensa es la persona.

CAMBIO DE PERSONALIDAD

Diversas observaciones clínicas corroboran los resultados obtenidos con RMf y PET. En efecto, muestran cómo
ciertas lesiones cerebrales pueden cambiar la personalidad de un individuo. es paradigmático el caso de Phineas
Gage. un día sufrió un accidente laboral que le produjo la lesión de los lóbulos prefrontales del cerebro. Solo su
juventud y su fortaleza explicaban que recobrara el conocimiento a los pocos minutos del siniestro y que, a los
dos meses, con los cuidados que le dispensaron en el centro sanitario próximo al lugar del suceso, se recuperará
y pudiera volver al trabajo. su vigor físico era el mismo de antes, no presentaba trastornos en el lenguaje, y
tampoco su inteligencia y memoria habían quedado afectadas. Sin embargo, sus compañeros de trabajo pudieron
comprobar que no era el mismo de antes: estaba malhumorado de forma habitual, se enfadaba con frecuencia,
era incapaz de planear el trabajo, mentía y su conducta era amoral. Más aún: su comportamiento irresponsable,
imprevisible y ofensivo fue la causa de que tuviera que abandonar el trabajo. es decir, la lesión de los lóbulos
prefrontales produjo un notable cambio de personalidad, que persistió hasta su muerte, ocurrida trece años
después.

Egas Moniz, neurólogo portugués y premio Nobel de Medicina, basado en unos resultados que Jacobson v Fulton
obtuvieron con chimpancés, introdujo en neurocirugía (1935) la leucotomía prefrontal. Se trata de una operación
que consiste en seccionar las conexiones que los lóbulos prefrontales tienen con otros centros nerviosos.

El paciente que escogió para la primera Ieucotomía era un esquizofrénico agresivo que, además, padecía cáncer
de páncreas. Tenía por tanto una esperanza de vida corta. La intervención se realizó sin complicaciones y la
recuperación fue rápida. Los resultados clínicos fueron buenos, pues desapareció la agresividad. Además, hubo
un hecho un tanto sorprendente: los dolores producidos por el cáncer. que en más de una ocasión le habían
llevado a intentar el suicidio, los toleraba perfectamente y los describía como si los padeciera otra persona. De
modo que el buen resultado de la primera leucotomía llevó a extender la operación en millares de pacientes,
sobre todo en Brasil y en Estados Unidos. Pero junto a los efectos positivos de la operación en relación con los
trastornos psiquiátricos, los pacientes presentaban síntomas que indicaban un profundo cambio de personalidad.
Eran síntomas que recordaban con bastante exactitud los que en su día presentó Phineas Gage. En todos ellos se
apreciaba, después de la operación, falta de iniciativa, ausencia de emotividad. No tenían metas ni ilusión por el
trabajo y mostraban una conducta en la que no existían principios éticos.

Este cambio de personalidad, más grave que el trastorno psiquiátrico que se pretendía corregir, hizo que la
intervención cayera en el olvido.

PACIENTE DE VAN WOERKOM

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Las lesiones cerebrales producen, además del cambio de personalidad que acabamos de describir, una gran
variedad de alteraciones psíquicas. A título de ejemplo, describo el caso de un paciente de Van Woerkom. Se
trataba de un tipo especial de agnosia visual: el paciente era incapaz de relacionar dos escenas consecutivas en el
tiempo. Así, cuando se le mostró una fotografía en la que aparecían dos muchachos echando líquido blanco en el
interior de un paraguas, el paciente describió perfectamente la escena. A continuación, se le presentó otra
fotografía en la que aparecía un señor respetable abriendo el paraguas y con el traje cubierto por el líquido
lechoso, mientras que, a una cierta distancia, los dos muchachos se desternillaban de risa. También esta escena
la describió el paciente bien, pero fue incapaz de ver la conexión que había entre ambas escenas. La lesión
afectaba en este caso a las fibras de conexión de las áreas de asociación visual con los centros de la memoria.

Los hechos expuestos, plenamente admisibles, pues se han comprobado en otros muchos casos, son interpretados
de diverso modo según la manera en que los investigadores conciben al hombre.

Xabier Zubiri —seguido después por diferentes pensadores y neurocientíficos— buscando una explicación acorde
con los datos que había ido aportando la ciencia, ideó la hipótesis estructurista. Para él, estructura era, en el caso
del hombre, el conjunto formado por el cuerpo y el espíritu, pero sin que se pueda hablar de separación e
independencia entre ambos componentes: uno y otro forman una unidad, una estructura.

En este sentido, ni siquiera la medicina psicosomática tendría verdadera razón de ser, pues, aunque destaca la
perfecta interacción entre psique y soma, los considera entidades distintas. Al hilo de esta hipótesis, el cerebro
humano está, como el resto de los órganos, animado por el espíritu. Por lo que sus acciones no se pueden decir
que sean materiales. Es decir, parece razonable admitir que el cerebro piensa, quiere, se emociona, pero en
cuanto que forma parte de la estructura global. Por tanto, la diferencia con los materialistas es radical. Pues estos
atribuyen el pensamiento al cerebro, órgano material.

Por su parte, la interpretación personalista, aun admitiendo la unidad cuerpo-espíritu, no considera al cerebro
como el agente de los fenómenos mentales y espirituales del hombre, sino que los hace radicar en la persona.

Quizá un ejemplo puede servir para explicar esto. Supongamos que una mosca se nos ha posado en la nariz:
enseguida reaccionamos moviendo el brazo para espantarla. El proceso de esta respuesta es el siguiente: al área
de la sensibilidad general llega la sensación producida por la mosca desplazándose por la piel: después de
integrada esta sensación, parte una orden motora al área promotora; de esta, la orden motora va al área motora,
la 4; y de aquí pasa a los centros motores de la médula espinal, que son los que inervan los músculos encargados
de realizar el movimiento para espantar la mosca. Todo este mecanismo, en principio, es puramente cerebral, lo
cual parece dar la razón a aquellos que atribuyen al cerebro el origen desarrollo de nuestras acciones, si
analizamos la respuesta a la mosca vemos que es más compleja de lo que acabamos de decir.

La reacción descrita corresponde a las que denominamos mecánicas (por ejemplo, la acomodación del ojo a la
distancia). En estas respuestas no interviene la voluntad. Ahora bien, pensemos que quien sufre el cosquilleo de
la molesta mosca es un soldado que está en una parada militar en posición de firmes y que, por tanto, no debe
realizar ningún movimiento: no puede espantar la mosca. Para vencer la reacción espontánea tiene que intervenir
su voluntad inhibiendo el movimiento de llevarse la mano a la nariz. ¿y dónde se encuentra el centro de la
voluntad? Un neurocientífico materialista nos diría que en esta inhibición intervienen varios centros cerebrales:
los centros de la memoria, ya que el soldado ha aprendido en su periodo de instrucción que cuando se encuentra
en posición de firmes debe evitar cualquier movimiento: sabe, además, que si le ven moverse será castigado. Esos
centros mnésicos son los responsables de que el soldado deje en paz a la mosca. Ahora bien, ¿qué decir si el
soldado asume el riesgo de que le vean -y le castigue-y a pesar de todo se lleva la mano a la nariz? Habría que

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echar mano de otro centro cerebral, el de la libertad de decisión, que sería superior al anterior. Podríamos
continuar así la sucesión de centros cerebrales.

La solución más sencilla y real es que quien toma la decisión de espantar la mosca o de aguantarse es el soldado,
su persona, no un centro cerebral, y que esa decisión será llevada a la práctica por intermedio de los centros
cerebrales.

EL CEREBRO Y LA PERCEPCIÓN

Es frecuente utilizar como sinónimos los términos sentir y percibir, pero son dos fenómenos totalmente diferentes:
el primero se realiza en un plano meramente fisicoquímico, mientras que el segundo es meta neuronal (si bien
necesita de la sensación como primer paso). Supongamos que se trata de una sensación visual. El proceso es el
siguiente: los rayos luminosos reflejados del objeto que miramos estimulan los conos y bastones de la retina:
estos, a su vez, estimulan las células bipolares, cuyo impulso alcanza las células ganglionares de la retina. De las
células ganglionares, el impulso nervioso —por el nervio pasa a las neuronas del cuerpo geniculado lateral (uno
de los núcleos talámicos) y de allí al área visual (área 17 de la corteza). Todavía no acaba aquí la vía visual, pues la
información que ha llegado al área 17 ha de ser integrada en las áreas de asociación visual (áreas 18 y 19) y puesta
en relación con otras sensaciones en las áreas de integración polimodal. En cada una de las neuronas de esta vía
visual tiene lugar un proceso de codificación de los impulsos nerviosos, que la siguiente neurona se encarga de
descodificar v volver a codificar para transmitirlos a la neurona que le sigue. Todo este proceso es de naturaleza
fisicoquímica y se puede cuantificar y registrar gráficamente. Muchos neurocientíficos piensan que cuando los
impulsos visuales llegan al final de esta vía, ahí es donde tenemos la imagen del objeto que estamos mirando, lo
que es un craso error. Si las neuronas del área visual y las de las áreas de integración nos pudieran decir lo que
sienten, nos dirían que no ven nada y que lo que sienten son potenciales de acción evocados por el objeto, pero
nada más. Es lo que John Eccles, premio Nobel de Medicina e ilustre neurofisiólogo, afirmó de forma gráfica: "Las
neuronas visuales no ven, lo único que hacen es disparar o inhibirse, nada más". En cambio, cuando percibimos
un objeto, una mesa, por ejemplo, la vemos con su forma, su tamaño, su color, si tiene una o varias patas, etcétera,
y no es en el interior de nuestro cerebro donde la vemos sino que la situamos fuera e independiente de nosotros.
Además, somos conscientes de que la estamos viendo, es decir, hay como un comienzo de reflexión. Estas
características de la percepción son, por tanto, meta neuronales: rebasan la capacidad funcional de las neuronas.
Kreutzfeld, conocido neuro-fisiólogo, aseguraba que "la neurofisiología no puede explicar fenómenos tales como
la percepción, la experiencia consciente... No son las neuronas, ni un centro nervioso, ni el cerebro: es la persona
como un todo la que percibe.

PENSAMIENTO METANEURONAL

Si la percepción es meta neuronal, con mayor razón lo debe ser la actividad mental. La primera actividad mental
es la abstracción, por la que formamos los conceptos (o ideas), operación que consiste en eliminar lo que es
accidental en una cosa para quedarse con su esencia. Tomemos como ejemplo un libro. Hay una gran diversidad
de libros, distintos entre sí por su tamaño, forma, color, material con el que están confeccionados, etcétera.
Estas características sensoriales son las que nos permiten distinguir unos libros de otros, pero a todos ellos les
aplicamos la designación de libro, ya que todos reúnen la condición esencial de libro. Para llegar a este concepto
de libro hemos tenido que prescindir de su forma, de su tamaño, color, material. Es decir, de la información que
nos aportan los sentidos. Luego la operación de abstraer, de prescindir de la información sensorial (fase
sensible, neurológica del conocimiento), a fin de quedarnos con lo esencial, lo inteligible, no puede ser una
operación cerebral. Entre la fase sensible y la inteligible, hay otra que es la percepción, y que, corno más arriba
hemos visto, también es meta neuronal. Entonces, si la abstracción no es una operación cerebral, ¿quién se

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encarga de realizarla? Y aquí, lo mismo que se ha dicho para la percepción, hay que afirmar que es la persona,
el compuesto sustancial de cuerpo y alma.

Otro tanto puede decirse de los sentimientos. A una madre que ama a su hijo le indigna oír que el amor que siente
por él se origina y desenvuelve en un área determinada de su cerebro, como escribió Kornberg. Algo parecido
sucedería si a una monja de clausura, que ha dejado el mundo y se ha recluido en el convento para tratar más
asiduamente a Dios y rezar por el prójimo, se le dijera que su fervor religioso no tiene otro origen que los impulsos
que nacen en un área del lóbulo temporal, según la hipótesis de Newberg. ¿Qué pensaría un hombre generoso,
que ha arriesgado su vida por salvar a un niño que estaba a punto de achorarse, si le dicen que ese acto lo ha
efectuado movido por un sentimiento egocéntrico? En efecto, es Siegel quien sostiene la curiosa hipótesis de que
el centro del altruismo envía impulsos a los centros nerviosos cuya estimulación produce sensaciones placenteras.

ERRORES DE LOS REDUCCIONISTAS

Me he referido con anterioridad al error de partida: que condiciona el resto de los errores en que caen los
reduccionistas: negar que haya algo más que la materia. Si se limitaran a decir que su investigación va dirigida a
los fenómenos naturales y, en caso de que haya otros fenómenos y ciencias que estudian lo metafísico, ellos no
se ocupan de ellos, sería admisible su postura. Lo malo es que afirman, con la seguridad que da la ignorancia, que
no hay más que materia, que sólo lo que se puede apreciar por los sentidos es ciencia, mientras que todo lo demás
es pura imaginación, que no tiene ningún fundamento en la realidad ni se puede considerar como ciencia. Además,
tienen la desfachatez de intentar explicar desde su postura reduccionista, los fenómenos que rebasan el ámbito
de la materia. Así, en el caso del problema mente-cerebro, no tienen inconveniente en afirmar que el pensamiento
es obra de las neuronas (Barlow), o que la mente es el resultado de una serie de funciones producidas por el
cerebro (Kandel), o como dijo Vogt, que el cerebro segrega el pensamiento como el hígado la bilis.

En efecto, para todos estos materialistas. el cerebro es el órgano del pensamiento. Ahora bien, si se les pide que
expliquen cómo las neuronas o el cerebro realizan las operaciones mentales, contestan que, por ahora, no se sabe
pero que, más adelante, con nuevas técnicas y nuevos descubrimientos, se podrá explicar. Pero si no lo pueden
demostrar, ¿por qué lo afirman como si lo hubieran demostrado? Quebrantan así una de las reglas más
importantes del método científico, según la cual, toda hipótesis debe ser confirmada experimentalmente.
Además, y este es el principal error, saltan de un hecho a otro sin que entre ambos hayan establecido una
conexión, como es pasar de los potenciales de acción al pensamiento.

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