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Resiliencia y Riesgo

En "El libro de los abrazos", Eduardo Galeano relata:

"Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un
mar de fueguitos.
El mundo es eso -reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos
grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del
viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran
ni queman, pero otros arden con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se
acerca, se enciende".

En este relato de Galeano, se resume las dos aristas filosóficas básicas de la teoría de la
Resiliencia. La primera se relaciona con la idea de la "luminosidad". La Resiliencia se edifica desde la "zona
luminosa" del ser humano, desde sus fortalezas, asumiendo la potencialidad de cada individuo para
desarrollarse. La segunda arista consiste en la idea de la diversidad, de la diferencia. La teoría de la
Resiliencia cobra significado a partir de las diferencias en la reacción ante circunstancias adversas,
generadoras de estrés: mientras algunas personas "sucumben" a dichas circunstancias, evidenciando
desequilibrio y trastornos a diversos niveles, otras se desarrollan exitosamente a pesar de la adversidad
(Fraser, 1997).
Precisamente las preguntas principales formuladas por los investigadores sociales en los últimos
años en esta área, de una u otra manera se relacionan con el problema de la determinación del
enfrentamiento exitoso (coping) al estrés y la adversidad (Rutter, 1997).
Es justo en este espacio de incertidumbre que abre la diferencia en la reacción ante la adversidad,
donde se inscribe el concepto de Resiliencia, definido como la capacidad de un individuo de reaccionar y
recuperarse ante adversidades, que implica un conjunto de cualidades que fomentan un proceso de
adaptación exitosa y transformación, a pesar de los riesgos y la adversidad (Bernard B, 1996).
El riesgo ha sido un tema ampliamente estudiado en relación a la Resiliencia. Se define como la
combinación de un conjunto de factores, que eleva la probabilidad de que se inicien trastornos de diversos
grados, o de que se mantengan en el tiempo determinados problemas (Fraser M, 1997). Estos factores,
denominados "factores de riesgo", poseen una naturaleza multicausal, donde inciden aspectos biológicos,
psicológicos y sociales (Garmezy, 1997). Su poder crónico y acumulativo es considerado su característica
de incidencia más significativa (Garmezy y Masten, 1994).
Existe una amplia gama de investigaciones dedicadas a la identificación de factores de riesgo en la
niñez (Skuse y Benovim, 1994; Wallach, 1996; Davis, 1996; Fontaine y Green, 1995), algunos de ellos son:
pérdida de padres, divorcio de los padres, conflictos intrafamiliares, abuso infantil, maltrato físico, padres
con trastornos mentales, alcoholismo al interior de la familia, bajo nivel educacional de los padres, entre
otros. Estas investigaciones han permitido determinar un gran número de factores de riesgo, sin embargo, el
cocimiento acerca de la forma en que operan es mucho más reducido. Es por ello que en los últimos años
se ha producido un movimiento significativo hacia la investigación y especificación de los mecanismos
mediadores envueltos en el proceso de riesgo, asociados a experiencias psicosociales que incrementan el
riesgo de la psicopatología (Rutter, 1997). Esto último constituye un elemento de gran trascendencia en el
entendimiento de la situación de riesgo, ya que su desconocimiento podría conducir hacia una interpretación
superficial y errónea de la dinámica de esta situación, que a su vez se traduciría en la ejecución de acciones
interventivas en un camino equivocado (Rutter, 1997).
Los factores de riesgo deben ser vistos como un resultado de la estrecha interacción individuo-
ambiente, donde cada una de estas dos partes juega un papel activo. Es decir, el individuo (y más
específicamente, el niño) no debe considerarse un receptor pasivo de los diferentes estímulos, por el
contrario, se encuentra constantemente modulando la incidencia de estos con su conducta, sus efectos en
la determinación del carácter de riesgo (Plomin, 1994; Rutter, 1997). En este proceso de modulación se
mezclan componentes genéticos, psicológicos, sociales, situacionales.
Esto supone además, el carácter específico de los mecanismos implicados en la determinación del
riesgo: en cada individuo tendrán una dinámica propia, única, que dependerá de la articulación de los
componentes referidos con anterioridad (Fraser, 1997; Rutter, 1997).
Factores protectores
Los factores protectores son considerados ese "algo" que opera para mitigar los efectos del riesgo.
Se consideran fuerzas internas y externas que contribuyen a que el niño resista o aminore los efectos del
riesgo (Fraser, 1997), por tanto, reducen la posibilidad de disfunción y problemas en estas circunstancias
(Garmezy, 1997). Como los factores de riesgo, los protectores involucran variables genético-
constitucionales, disposiciones personales, factores psicológicos, situacionales y sociales (Garmezy, 1997;
Werner, 1995).
Consecuentemente con esto, se han definido factores protectores personales, en la familia y en la
comunidad.
Dentro de los personales se incluyen: características temperamentales que provocan respuestas
positivas en los padres y cuidadores y autonomía combinada con la capacidad de pedir ayuda (en el caso
de la niñez temprana: de 0 a 3 años). En la niñez más tardía, así como en la adolescencia: habilidades
comunicativas y de resolución de problemas, competencia escolar (Werner, 1995), sentido del humor
(Bernard, 1996), autoestima elevada, creatividad, autonomía (Bernard, 1996), tolerancia a las frustraciones
(Gordon, 1996) entre otras.
Al interior de la familia se han definido factores como: presencia de apoyo incondicional por al
menos una persona competente y emocionalmente estable, creencias religiosas que promuevan la unidad
familiar y la búsqueda de significado en los tiempos difíciles (Werner, 1995).
Dentro del ámbito comunitario se han considerado los siguientes: presencia de pares y personas
mayores en la comunidad que brinden consejo y apoyo emocional en los momentos difíciles, oportunidades
que brinden la posibilidad de transiciones positivas en la vida, como: programas de educación comunitaria a
padres, participación activa en una comunidad religiosa (Werner, 1995).
Los diferentes factores protectores, al igual que los de riesgo, no actúan aisladamente en el niño,
sino ejerciendo un efecto de conjunto donde se establecen complejas relaciones funcionales (de mediación,
influencia recíproca, formación de un patrón donde la presencia de todos los factores pertenecientes a él es
imprescindible para lograr su efecto, entre otras) que en definitiva traen como resultado la atenuación de los
efectos de las circunstancias adversas y eventos estresantes. Este proceso es denominado "moderación del
estrés" (Garmezi, 1997). El conocimiento de este proceso es imprescindible para comprender los
mecanismos que subyacen a los factores protectores y a la Resiliencia en general (Garmezy, 1985).
A partir de todas estas consideraciones sobre los factores de riesgo y protectores, así como de los
mecanismos que los subyacen, se puede concluir que la combinación de múltiples factores de origen
genético-constitucional, psicológico, social y situacional, pueden determinar un estado de riesgo o de
Resiliencia en el niño (Emery y Forehand, 1997).

Intervención
El trabajo interventivo en el área de la Resiliencia, fundamentalmente ha estado encaminado a la
promoción de factores protectores a nivel personal, con el objetivo de desarrollar estilos de enfrentamiento
efectivos a las adversidades o "coping" (Elias et al, 1997). No obstante, esta no ha sido la única vía sobre la
cual se ha realizado el trabajo interventivo. Existen intervenciones en el ámbito escolar que persiguen
promover la eficacia escolar, aunque han sido aisladas y carentes de métodos de evaluación rigurosa
(Maughan, 1994 en Rutter, 1997).
También ha habido algunos intentos de intervenir en el área comunitaria, aunque se han enfrentado
al problema de la comprensión de los mecanismos a nivel comunitario.
Se han realizado intervenciones además, en el ámbito familiar (Hayes, 1987; Rutter, 1989 en Rutter,
1997).
Esta diversidad de ámbitos de intervención ofrece una perspectiva muy alentadora con respecto a
las posibilidades de un trabajo preventivo que abarque de forma simultánea varios de estos ámbitos.
Justamente en esta idea se basa nuestro proyecto, que busca promover los factores protectores Humor,
Creatividad, desarrollo de la autovaloración y fortalecimiento de las redes de apoyo social, interviniendo
simultáneamente en el ámbito individual, familiar y comunitario

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