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Utilitarismo

El utilitarismo es una teoría ética que asume las siguientes tres propuestas: lo que
resulta intrínsecamente valioso para los individuos, el mejor estado de cosas es aquel en
el que la suma de lo que resulta valioso es lo más alta posible; y lo que debemos hacer
es aquello que consigue el mejor estado de cosas conforme a esto. De este modo, la
moralidad de cualquier acción o ley viene definida por su utilidad para los seres
sintientes en conjunto. Utilidad es una palabra que refiere aquello que es
intrínsecamente valioso para cada individuo. En economía, se llama utilidad a la
satisfacción de preferencias, en filosofía moral, es sinónimo de felicidad, sea cual sea el
modo en el que esta se entienda. Estas consecuencias usualmente incluyen felicidad o
satisfacción de las preferencias. El utilitarismo es a veces resumido como "el máximo
bienestar para el máximo número". De este modo el utilitarismo recomienda actuar de
modos que produzcan la mayor suma de felicidad posible en conjunto en el mundo.

Historia del Utilitarismo

James Mill.

El utilitarismo fue propuesto originalmente durante los siglos


XVIII y XIX en Inglaterra por Jeremy Bentham y su seguidor James Mill, aunque
también se puede remontar a filósofos de la Grecia Antigua como Parménides. Tanto la
filosofía de Epicuro como la de Bentham pueden ser consideradas como dos tipos de
consecuencialismo hedonista, pues juzgan la corrección de las acciones según su
resultado (consecuencialista) en términos de cantidad de placer o felicidad obtenida
(hedonismo).
Hay un debate sobre quién usó, por primera vez, el término "utilitarismo", si Bentham o
Mill: James Mill (Autobiography, ed. J. S. Cross (1924), p. 56) dice que él fue el
primero en utilizar el término "utilitarianismo" en relación con la "sociedad" que había
propuesto fundar: "Utilitarian Society". Pero en una obra de Bentham, de 1780 (solo
editada póstumamente), se descubrió que este autor lo usó primero que Mill, cuando
quiso crear la "Secta del Utilitarismo" por esos años.

"Como movimiento, dedicado a la reforma -escribió Bertrand Russell-, el utilitarismo ha


logrado, ciertamente, más que todas las filosofías idealistas juntas, y lo ha hecho sin
grandes alharacas". Otra forma en la que puede decir es "el mayor bien, para el mayor
numero de personas".

Tipos de utilitarismo
Utilitarismo negativista
Muchas teorías utilitaristas defienden la producción del máximo bienestar para el
máximo número de personas. El utilitarismo negativista cree necesario prevenir la
mayor cantidad de dolor o daño para el mayor número de personas. Los defensores de
esta interpretación del utilitarismo argumentan que ésta propone una fórmula ética más
eficaz, pues hay más posibilidades de crear daños que de crear bienestar, y los daños
mayores conllevan suicidio los más grandes bienes. Es lo contrario del utilitarismo
positivo. Defienden la producción del mínimo malestar para el máximo número de
personas.
Utilitarismo del acto contra el utilitarismo de las normas
Se han propuesto otras formas de utilitarismo. La forma tradicional de utilitarismo es la
del utilitarismo del acto, que afirma que el mejor acto es el que aporta la máxima
utilidad. Una forma alternativa es el utilitarismo de las normas, que afirma que el mejor
acto es aquel que forme parte de una norma que sea la que nos proporciona más
utilidad.
Muchos utilitaristas argumentarían que el utilitarismo no sólo comprende los actos, sino
que también los deseos y disposiciones, premios y castigos, reglas e instituciones.
Utilitarismo preferencial
En un tipo particular de utilitarismo que define a la utilidad en términos de satisfacción
de las preferencias. Los utilitaristas de la preferencia afirman que lo correcto a hacer es
aquello que produzca las mejores consecuencias, pero definiendo a las mejores
consecuencias en términos de satisfacción de las preferencias, que incluiría conceptos
como la "reputación" antes que el puro

Críticos del utilitarismo


Los críticos argumentan que esta visión se enfrenta a muchos problemas, uno de los
cuales es el de la dificultad de comparar la utilidad entre diferentes personas. Muchos de
los primeros utilitaristas creían que la felicidad podía ser medida cuantitativamente y ser
comparada a través de cálculos, aunque ninguno consiguió hacer un cálculo semejante
en la práctica.
Se ha argumentado que la felicidad de personas diferentes es inconmensurable, y que
este cálculo es imposible, pero no solo en práctica sino como principio. Los defensores
del utilitarismo responden a esto afirmando que ante este problema se encuentra
cualquiera que tenga que escoger entre dos estados alternativos que imponen serias
cargas a las personas implicadas. Si la felicidad fuera inconmensurable, la muerte de
cientos de personas no sería peor que la muerte de una.
Otro de los argumentos en contra del utilitarismo, según James Rachels en
su Introducción a la filosofía moral, es la acusación de que esta forma de actuar es
demasiado exigente y elimina la distinción entre deberes y acciones supererogatorias.
Para sustentar esto los antiutilitaristas parten de lo que reconoce el propio filósofo
utilitarista John Stuart Mill: "el utilitarista obliga a ser tan estrictamente imparcial como
un espectador desinteresado y benévolo".
Tomando en cuenta como palabra clave "obliga", los filósofos adversos a Bentham y
Mill plantearon a través de ejemplos imaginarios, dos maneras de distinguir las acciones
caritativas de las personas: aquellas que adoptan una posición utilitaria, deben forzosa y
obligatoriamente deshacerse de sus bienes para contribuir al bienestar de los demás, aún
si por esta causa su estatus social queda a la altura de los más pobres.
El utilitarista congruente debería por decisión propia o por conciencia donar parte de sus
riquezas si estas producen más felicidad que al conservarlas para sí.
Por otro lado, los utilitaristas responden a tales críticas con el argumento que los
ejemplos propuestos son totalmente imaginarios y sólo en la mente de algunos filósofos
sucederían tales cosas, siendo que la utilidad se encarga de decir por qué son o no son
convenientes en la vida real.
El filósofo utilitarista australiano J. J. C. Smart nos aclara que debemos de tener mucho
cuidado con el sentido común, porque en ocasiones éste está influenciado por nuestros
sentimientos, o sea que a veces la interpretación que hacemos de una situación
determinada puede estar inspirada por las costumbres y preceptos aprendidos de
nuestros padres, la sociedad, etc. Tal vez, ésta sea la más grande aportación del
utilitarismo, su puesta en duda del sentido común como fuente de la moral.
El utilitarismo ha sido también criticado por llegar a tales conclusiones contrarias a la
moral del "sentido común". Por ejemplo, si estuviéramos forzados a escoger entre salvar
a nuestro propio hijo o salvar a dos hijos de gente a la que no conocemos, la mayoría de
gente escogería el salvar a su propio hijo. En cambio, el utilitarismo defendería salvar a
los otros dos, pues dos personas tienen un potencial mayor de felicidad futura que una.
Los utilitaristas responden a este argumento diciendo que el "sentido común" ha sido
utilizado para justificar muchas posiciones en temas controvertidos y esta noción de
sentido común varía según el individuo, haciendo que no pueda ser una base para una
moralidad común.
John Rawls (1921-2002) rechaza el utilitarismo, tanto el normativo como el de los
actos, pues hace que los derechos dependan de las buenas consecuencias de su
reconocimiento, y esto es incompatible con el liberalismo. Por ejemplo, si la esclavitud
o la tortura es beneficiosa para el conjunto de la población podría ser justificada
teóricamente por el utilitarismo. Rawls defiende que la ética política debe partir de la
posición original.

Los utilitaristas argumentan que Rawls no tiene en cuenta el impacto indirecto de la


aceptación de políticas inhumanas.
Es importante destacar que la mayoría de críticas van dirigidas al utilitarismo de los
actos, y que es posible para un utilitarista de las normas llegar a conclusiones que sean
compatibles con los críticos.
De hecho, John Stuart Mill consideró que Immanuel Kant (1724-1804) era un utilitarista
de las normas. Según Mill los imperativos categóricos de Kant solo tienen sentido en
casos de violencia si consideramos las consecuencias de la acción. Kant afirma que el
vivir egoístamente no puede ser universalizado pues todos necesitamos el afecto en
algún u otro momento. Según Mill este argumento se basa en las consecuencias. Puede
observarse que algunas formas de utilitarismo son potencialmente compatibles con el
kantianismo y otras filosofías morales.
R. M. Hare es otro ejemplo de utilitarista que ha adaptado su filosofía al kantianismo.
No basa su teoría en el principio de la utilidad. Cree que podemos hacer consideraciones
utilitaristas al formular juicios universales. A esta filosofía él la llama prescriptivismo
universal.

John Stuart Mill.

UTILITARISMO
DicPC

I. EL UTILITARISMO EN EL XIX.

Por utilitarismo se entiende una concepción de la moral según la cual


lo bueno no es sino lo útil, convirtiéndose, en consecuencia, el principio de
utilidad en el principio fundamental, según el cual juzgar la moralidad de
nuestros actos. Es posible encontrar algunos esbozos de la doctrina utilitarista
en A. Smith, R. Malthus y D. Ricardo, si bien se trata de una doctrina moral y
social que halla sus principales teóricos en J. Bentham, James Mill y J. Stuart
Mill. Para estos autores, de lo que se trata es de convertir la moral en ciencia
positiva, capaz de permitir la transformación social hacia la felicidad colectiva.

J. Bentham, como hiciera el epicureísmo, estoicismo y Espinosa, considera que


las dos motivaciones básicas, que dirigen o determinan la conducta humana, son
el placer y el dolor. El ser humano, como cualquier organismo vivo, tiende a
buscar el placer y a evitar el dolor. Sólo dichas tendencias constituyen algo real
y, por ello, pueden convertirse en un principio inconmovible de la moralidad:
lo bueno y el deber moral han de definirse en relación a lo que produce mayor
placer individual o del mayor número de personas. Decir que un
comportamiento es bueno, significa que produce más placer que dolor. Al
margen de esto, según Bentham, los conceptos morales no son sino entidades
ficticias. La felicidad misma no sería sino existencia de placer y ausencia de
dolor. Bentham complementa este postulado básico con la aceptación de los
siguientes supuestos o principios, que constituyen su sistema: 1) que el objeto
propio del deseo es el placer y la ausencia de dolor (colocando así el egoísmo o
interés propio como el fundamento del comportamiento moral); 2) que todos los
placeres son cualitativamente idénticos y, en consecuencia, su única
diferenciación es cuantitativa (según intensidad, duración, capacidad de generar
otros placeres, pureza –medida en que no contienen dolor, cantidad de personas
a las que afecta, etc.); y 3) los placeres de las distintas personas
son conmensurables entre sí. En otros términos, si el segundo principio suponía
una indiferenciación cualitativa de los placeres para un mismo individuo, este
afirma una indiferenciación cualitativa Inter individuos. En efecto, si el origen o
la modalidad de la sensación placentera (como la del dolor) son variables
irrelevantes, el bien global de una persona cualquiera queda determinado
unívocamente por el sumatorio de las magnitudes de las distintas modalidades
de sensación. Esto tiene también un corolario, y es que, si lo dicho se asume
consecuentemente y la tendencia natural de todo ser humano es hacia la
maximización de su placer y minimización del dolor, los medios elegidos para
ello son irrelevantes prima facie. La cláusula prima facie indica no
que cualquier medio sea bueno, sino que (siendo las consecuencias las mismas
–en términos de satisfacción) la elección de uno u otro sería moralmente
indiferente. Hechas estas asunciones, es fácil ver que los asuntos morales
podrían dirimirse fácilmente recurriendo a un simple cálculo utilitarista de las
opciones o alternativas de acción puestas en juego. Finalmente, la atención
hacia otras personas (denominada en los sistemas morales tradicionales bajo los
términos de altruismo, bondad, amor, etc.) tiene cabida en el sistema de
Bentham, pero en la medida en que satisfagan los postulados anteriormente
mencionados, es decir, en cuanto contribuyan a la satisfacción del interés
propio. En la medida en que una persona necesita ser amada, para así eliminar
el dolor de su soledad, en esa misma medida debe ocuparse de los demás, con el
fin de que los demás también se ocupen de uno: los deberes para con los demás,
son deberes en la medida en que los demás nos puedan resultar útiles.

J. Stuart Mill, por su parte, asume la máxima general utilitarista, según la cual,
la tendencia natural de todo individuo hacia la felicidad presupone el esfuerzo
por aumentar el placer y disminuir el dolor. Sin embargo, no coincide con
Bentham en la necesidad de admitir los tres principios anteriormente citados.
Respecto al primero arguye que la felicidad propia no es alcanzable totalmente
sin, de una u otra forma, procurar también la felicidad de los demás. Además,
Mill admite el sacrificio, la renuncia o el comportamiento, en general, no
interesado como una actitud moral que, en ciertas circunstancias, puede
coincidir con la propia teoría utilitarista (matizando que dicho sacrificio no
constituye un bien en sí mismo, sino un bien en la medida en que contribuya a
la felicidad de los demás). Así, en El Utilitarismo, se nos dice: «En la norma
áurea de Jesús de Nazaret, leemos todo el espíritu de la ética utilitarista: "Haz
como querrías que hicieran contigo y ama a tu prójimo como a ti mismo"».
Respecto a lo segundo, Mill no cree en una indiferenciación cualitativa de los
placeres; al contrario, habla de la necesidad de distinguir placeres superiores de
otros inferiores. Finalmente, reconoce que si esta diferenciación cualitativa debe
observarse en una misma persona, ya no podemos hablar coherentemente de
la comparabilidad de los placeres entre diferentes personas. Ciertamente, es
preferible (moral y utilitariamente hablando) una persona que ha conquistado
los placeres intelectivos, aunque insatisfecha en otros terrenos, a una satisfecha
en los placeres sensoriales, pero vacía de los contemplativos. En este punto, el
utilitarismo de Mill tiene rasgos de Aristotelismo, epicureísmo (que no
hedonismo craso) y estoicismo innegables.

Estas diferencias entre los sistemas de Bentham y Mill, ha permitido que se


distingan entre dos actitudes utilitaristas subyacentes a cada sistema:
un utilitarismo psicológico (Bentham) que pretende el análisis desapasionado
—y no desprovisto de cierta ironía— de las motivaciones del comportamiento
individual y colectivo, y un utilitarismo idealista (Mill) cuya pretensión es
destacar que ciertos valores éticos tradicionales (libertad, compasión, igualdad,
etc.) son lo que más conviene (utilitaristamente hablando) al ser humano.

II. UTILITARISMO RACIONALISTA.

El utilitarismo es aquella concepción según la cual bondad y utilidad coinciden


y, en consecuencia, también deber y utilidad. Esta idea, no obstante, tiene sus
dificultades. En efecto, la utilidad es una relación triádica entre aquello de lo
que se dice la utilidad, los intereses de la persona respecto de los cuales se dice
ser útil aquello, y la circunstancia en la que se lleva a cabo la valoración o
cálculo de utilidades. Siendo esto así, cabe legítimamente hacerse algunas de las
siguientes preguntas: a) ¿útil para quién?; b) ¿respecto a qué intereses?; c) ¿no
puede esta concepción confundir intereses personales o colectivos con
postulados morales?; d) ¿cómo justificar, en última instancia, lo que es
moralmente correcto hacer, a partir de cálculos utilitarios sobre opciones
particulares?; e) ¿no nos lleva el utilitarismo a un relativismo ético absoluto, al
cambiar las ideas y los sentimientos de una sociedad en la distancia y en el
tiempo?; etc. En vistas a solucionar estas dificultades, el utilitarismo tradicional
ha adoptado en la actualidad la forma de un utilitarismo racionalista, según el
cual los principios y valores morales coinciden, en última instancia, con los
criterios racionales de un, así denominado, «egoísmo ilustrado».

Esta nueva forma de utilitarismo, ha adoptado los métodos de análisis propios


de las teorías matemáticas de la decisión y de la teoría de juegos. Algunos
autores significativos dentro de esta original forma de análisis ético, son J.
Rawls (quien elabora una teoría de la /justicia, basándose en tales modelos de
investigación), J. C. Harsanyi (para quien los juicios correctos acerca de la
justicia derivan de una situación de imparcialidad e igualdad de
oportunidades, ambas definidas según el aparato formal de la teoría de la
decisión y juegos), D. Gauthier y D. Parfit (quienes han analizado la moralidad
como resultado de la conducta racional, en contextos de interacción estratégica),
etc.

Esquemáticamente, los argumentos del utilitarismo racionalista respecto a las


dificultades señaladas, podemos enumerarlos como sigue: a) Dada la naturaleza
comunitaria de la existencia de cada /persona, todo lo que favorece los intereses
comunitarios es, a Fortiori, algo que favorece el interés individual. De donde se
sigue, por ejemplo, que (racionalmente) nadie estaría interesado en
comportamientos que perjudiquen el /bien común y, viceversa, que toda
persona (racional) estaría interesada en promover conductas que favoreciesen el
bien común. b) Aunque hay ciertos intereses que toda persona podría satisfacer
independientemente de la cooperación de los demás, o de la situación en que
otras personas se hallen, no con todos los intereses sucede así. Es más, esto
último suele suceder precisamente con aquellos intereses personales más
importantes o significativos. Así, nuestro bienestar y felicidad depende (en
muchos casos) del bienestar o felicidad de otras personas, y no podemos ser
felices a menos que estas lo sean (por ejemplo, de nuestros hijos, amigos o, en
general, de todos aquellos a quienes amamos). c) Finalmente, respecto del
presunto relativismo en que podría incurrir la ética utilitarista, hay que decir
que, pese a la influencia en la elaboración de la teoría de la racionalidad
colectiva del análisis de decisiones, en situaciones de interacción, no se excluye
el postulado de existencia de una naturaleza humana común a todos los
hombres (como hiciesen Aristóteles, el estoicismo, Espinosa, etc.), y en virtud
de cuya realización deviniesen los máximos bienes esperables y la "felicidad.

III. A MODO DE CONCLUSIÓN.

Por un lado, las tesis utilitaristas del siglo XIX (Bentham y Mill) pretendían ser,
antes que un sistema teórico abstracto, un instrumento de reforma social y
política, vinculadas a reivindicaciones de corte socialista, en una realidad
caracterizada por la explotación, la miseria o indigencia de las clases obreras
(D. Ricardo) y el problema del crecimiento indiscriminado de la población en
un medio adverso (Malthus). En este sentido, podemos considerar el
utilitarismo (independientemente de las singularidades de su sistematización
teórica y de su suficiencia o no suficiencia) como una sensibilización filosófica
hacia la realidad social, y como una defensa del /individuo frente a su
disolución /ética, económica y política. Por otro lado, el utilitarismo (en cuanto
moral consecuencialista o teleológica) se opone a la moral superflua, al /deber
por el deber (ética kantiana), al dogmatismo, al precepto moral que no se halla
legitimado o justificado teóricamente (en función de sus consecuencias); en
definitiva, se halla opuesto a toda moralidad que obstaculiza al hombre el gozo
terreno y su felicidad. El utilitarismo, en su modalidad racionalista, implica y
fomenta asimismo el análisis y la reflexión sobre nuestra conducta moral, el
/diálogo y el /consenso (es decir, la tolerancia), sin reconocer otra instancia
superior a la razón como legitimadora de lo moralmente correcto. En otros
términos, se trata de una moral que sitúa en primer lugar la /autonomía del
sujeto, dentro de un marco de racionalidad: no de una racionalidad concreta y
dogmática, sino de una racionalidad abierta, tolerante y dialógica.

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