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La Tercera Guerra Púnica (Latín: Tertium Bellum Punicum) fue el último enfrentamiento

militar entre la República romana y la antigua colonia fenicia de Cartago entre los años 149 y
146 a.C. El nombre púnico proviene de la denominación que daban los romanos a los
cartagineses: Punici o Poenici.[6]
Esta guerra fue mucho más corta que las dos anteriores y consistió principalmente en el asedio
romano a la ciudad de Cartago, llevando finalmente a la destrucción total de la misma y la muerte
o esclavitud de todos sus habitantes. Terminó así la existencia de Cartago como nación
independiente.

Antecedentes
En los años posteriores a la Segunda Guerra Púnica Roma se dedicó a conquistar los
estados helenísticos del Mediterráneo oriental: Macedonia, Iliria y Siria cayeron bajo su
influencia, además del sometimiento de varios pueblos ibéricos. Cartago por su parte fue
despojada de todos sus dominios no africanos y forzada a pagar la suma de 200 talentos de
plata anuales por 50 años.
Como parte del tratado de paz, Cartago no podía tener una flota armada, tenían prohibido
declarar la guerra sin permiso romano y debieron reconocer la independencia del reino de
Numidia. Como resultado de esto dicho reino expandió su territorio a costa de los cartaginenses,
ya que los romanos casi siempre fallaron en favor de sus aliados númidas en toda disputa
exterior.
Otra consecuencia de este tratado de paz fue que al no poder gastar sus riquezas en guerras,
los ciudadanos de Cartago optaron en usarlo en convertir su ciudad en un poderoso y rico núcleo
comercial. Cuando Catón el Viejo la visitó en el 152 a. C. en vez de ver una urbe empobrecida
contempló una ciudad enriquecida gracias a su fructífero comercio, lo que llevó a considerar a
Cartago como una amenaza. Según Apiano, Catón consideraba que de permitir el florecimiento
económico de Cartago, algún día ésta volvería a declararle la guerra a Roma. Por lo cual a partir
de dicho momento siempre terminaba sus discursos con la frase ceterum censeo Carthaginem
esse delendam (Además opino que Cartago debe ser destruida).[7] Se opuso a Publio Cornelio
Escipión Nasica Córculo, que estaba a favor de no destruir a Cartago, y que por lo general
convenció al Senado, debido entre otras cosas a la oposición del bando de los Escipiones, que
consideraban que si el único gran enemigo de Roma era destruido, los romanos caerían en un
relajamiento de costumbres que les conduciría a su propia decadencia.
A esto se une estrechamente la competencia comercial que representaba Cartago para Roma,
sobre todo para la aristocracia latifundista de Campania en cuanto al comercio de vinos e higos,
lo cual motivó a que ésta apoyara a Catón. Otro factor fue sin duda la explosión demográfica
sufrida en ese momento por la población romana, lo cual ejerció una fuerte presión para
conseguir nuevas fuentes de alimentación, como las fértiles tierras del actual Túnez.

El conflicto
Inicio de la guerra
En el año 151 a. C. Numidia atacó el territorio cartaginés, sitiando una ciudad de ubicación
desconocida llamada Oroscopa en el 150,[8] lo que llevó a la caída del gobierno prorromano y la
instalación de otro más militarista. Los fenicios enviaron una expedición militar al mando de
Asdrúbal el Beotarca que fue derrotada y Cartago fue forzada a pagar una nueva indemnización,
esta vez a los númidas, justo cuando acababa de terminar de pagar la contraída con Roma
(motivo por el cual habían dado por finalizado el tratado con Roma). Lo que fue usado por el
Senado romano como casus belli para iniciar la guerra.
Sabiendo lo que significaba, los cartagineses condenaron a muerte a Asdrúbal y a los
principales miembros del partido militar, y se enviaron dos embajadas para tratar de solucionar
la situación. Sin embargo, Roma no aceptó las excusas cartaginesas, y declaró la guerra. En
consecuencia, el gobierno cartaginés, en un intento de salvar la ciudad de su destrucción,
decidió rendirse incondicionalmente.
Se entregaron 300 niños, hijos de los principales dirigentes de la ciudad, como rehenes a cambio
de garantizar a Cartago su independencia y el mantenimiento de sus territorios; también como
condición se debían cumplir las decisiones de los cónsules una vez se hubiesen asentado éstos
en suelo africano.
Cuando el ejército romano de más de 80.000 hombres desembarcó en Útica, Cartago se pasó
al bando romano.[9] Los cónsules exigieron la entrega de toda la flota y armas de asedio de la
ciudad, lo que cumplió inmediatamente. Los púnicos entregaron 200.000 equipos individuales
para soldados y 2.000 catapultas y balistas.[10] Pero cuando se dio como nueva exigencia el
traslado de la ciudad fenicia a 15,4 km (80 estadios) tierra adentro y la destrucción de sus
antigua localización los cartagineses se negaron, ya que significaba perder su dominio marítimo
y comercial junto con su identidad cultural, con lo que dio comienzo al asedio.[10]
Los cartagineses inmediatamente se atrincheraron en su ciudad y asesinaron en todos aquellos
considerados colaboracionistas. Aunque desarmada, Cartago estaba rodeada por excelentes
fortificaciones que permitirían su defensa a los mismos ciudadanos, aún con inferioridad
numérica y de equipo con relación a los romanos. Con el fin de ganar tiempo para fabricar
armas, los cartagineses enviaron una embajada a los cónsules romanos con el pretexto de un
armisticio a fin de negociar con el senado romano. El armisticio fue rechazado, pero
inexplicablemente los romanos no procedieron a asaltar de inmediato la ciudad.
Gracias a esto, los cartagineses pudieron prepararse para resistir el sitio, fabricando armas día
y noche, construyendo máquinas de guerra (cuyas cuerdas se prepararon con cabellos donados
por las mujeres) reforzando las murallas de la ciudad y amontonando provisiones en enorme
cantidad. Asdrúbal, que después de su condena a muerte consiguió escapar y formar un ejército
propio que ocupaba casi todo el territorio cartaginés, fue amnistiado y se le imploró que ayudara
a la ciudad, lo cual aceptó de inmediato. Increíblemente los romanos continuaron sin actuar y
cuando finalmente intentaron asaltar la ciudad se dieron cuenta que esta estaba totalmente lista
para defenderse, lo que quedó comprobado cuando intentaron asaltar la urbe, siendo
rechazados. Asdrúbal ordenó entonces crucificar a todos los prisioneros romanos que lograron
capturar.[10]

El asedio
Los primeros dos años de guerra, a los romanos les resultó imposible tomar Cartago, pues
contaba con enormes recursos, sólidas fortificaciones y un gran ejército que impedía su
aislamiento total, continuando esta su actividad comercial por vía marítima. Como el sitio se
prolongaba, los comandantes romanos decidieron permitir la entrada en su campamento de
"elementos de distracción": prostitutas, comerciantes, etc, lo que provocó un relajamiento de la
disciplina militar.
Finalmente entre los dirigentes romanos, molestos por la duración del asedio decidieron
nombrar al nieto adoptivo de Escipión el Africano, Publio Cornelio Escipión Emiliano, cónsul y
comandante supremo del ejército romano en África, en el año 147 a. C. Su capacidad quedó
demostrada cuando resolvió el problema en la sucesión de Masinisa, dividiendo el poder entre
sus tres herederos.
Cuando Escipión Emiliano tomó el mando expulsó a los civiles del campamento romano, como
las prostitutas y comerciantes, imponiendo de nuevo una dura disciplina. Gracias a esto derrotó
a Asdrúbal en una gran batalla que permitió el aislamiento completo de los sitiados por tierra.
La flota romana incursionó masivamente en el golfo de Túnez, impidiendo la salida de las naves
cartaginesas. Por primera vez en el curso de la guerra, Cartago, durante el invierno del año 147
a. C., estaba completamente aislada del mundo exterior, lo que provocó la rápida disminución
de sus reservas alimenticias, contribuyendo esto al brote y propagación de enfermedades que
hicieron estragos entre la población de la ciudad.

El asalto final
Al llegar la primavera del año 146 a. C. la población cartaginesa estaba tan debilitada por el
hambre y las enfermedades que los romanos decidieron que era el momento de asaltar la
ciudad. Los romanos penetraron por el puerto atravesando parte de las murallas mediante una
grieta hecha en estas por uno de sus arietes. Además, con escalas y construyendo una torre de
asalto en la muralla, consiguieron entrar pese a la fuerte resistencia de los ciudadanos. Después
de tomar las murallas los legionarios ocuparon el ágora de la ciudad donde pasaron la primera
noche, los cartagineses estaban demasiado debilitados como para contraatacar.[10]
Tras entrar en la ciudad, los romanos fueron recibidos por una verdadera lluvia de lanzas,
piedras, flechas, espadas e incluso tejas que lanzaban desde los tejados de sus casas. Los
romanos tuvieron que detener su marcha y con tablones, pasaron de vivienda en vivienda
acabando con los habitantes de la ciudad, la mayoría de los cuales lucharon hasta la muerte.
Durante seis días con sus noches los romanos y los cartagineses entablaron una gran batalla
urbana, cuyo resultado iba favoreciendo a los primeros. El objetivo de las legiones era tomar
completamente la ciudad, finalizando con la captura de la ciudadela fortificada de Birsa, ubicada
sobre la cima de una colina escarpada, en el corazón de la ciudad, punto a donde se dirigían
los defensores en su continuo retroceder. Los romanos avanzaban demoliendo muros,
abriéndose camino a través de montañas de ruinas o pasando por los techos de las casas y los
edificios. Las tropas de Escipión arrancaron las placas de oro de los templos sumando todo esto
a una gran destrucción.
Los últimos supervivientes de la batalla, unos 50.000, se refugiaron en el templo de Eshmún
(Esculapio para los romanos), situado en Birsa, junto a su necrópolis sagrada. Allí, la mayor
parte de los púnicos rogaron a Escipión que tuviera clemencia con ellos, incluso Asdrúbal, quien
había logrado escapar tras la destrucción de su ejército y dirigía la defensa de la ciudad.
Escipión prometió respetarles la vida. Sólo quedaron en el templo los desertores romanos (cerca
de un millar), que sabiendo que serían ejecutados, se suicidaron, y también la mujer de
Asdrúbal, que vestida con una túnica de gala, insultó a su marido y a los romanos diciendo
«vosotros, que nos habéis destruido a fuego, a fuego también seréis destruidos» y se lanzó a
las llamas del fuego (hay versiones que dicen que acuchilló a sus hijos y los lanzó consigo al
fuego). Los desertores también se sacrificaron en la misma pira. Una vez esto ocurrió, el
flemático Escipión Emiliano comenzó a llorar, y gritó en griego una frase de la Ilíada (libro IV):
«Llegará un día en que Ilión, la ciudad santa, perecerá, en que perecerán Príamo y su pueblo,
hábil en el manejo de la lanza». Cuando el historiador griego Polibio le pregunto por qué había
recitado aquellos versos el general romano le contesto: «Temo que algún día alguien habrá de
citarlos viendo arder Roma».[10]

Destrucción de la ciudad
Ruinas de Cartago.

Los supervivientes fueron todos reducidos a la esclavitud y la ciudad fue totalmente saqueada
tras su toma;[11] sin embargo, la mayor parte se conservaba aún en pie. Después de la caída de
Cartago se presentó en el sitio una comisión del Senado romano para decidir qué se haría con
ella. Según los indicios, el mismo Escipión Emiliano y algunos senadores eran partidarios de
que la ciudad se conservase, pero la mayor parte de la comisión se puso de parte de la opinión
de que fuese destruida, seguramente aún bajo la influencia de los deseos del ya fallecido Catón.
Por tanto, la historia oficial afirma que Escipión ordenó a las legiones destruir totalmente la
ciudad hasta los cimientos, hizo que un arado marcara surcos sobre el terreno durante 17 días,
y que después ese terreno fuera sembrado con sal (para que nada volviera a crecer allí, aunque
no hay constancia de que se llegara a arrojar sal realmente).
Las demás ciudades del norte de África que apoyaron a Cartago en todo momento corrieron la
misma suerte. Las que se rindieron desde el comienzo de la guerra, como Útica, fueron
declaradas libres y conservaron sus territorios. Las antiguas posesiones de Cartago
constituyeron la nueva provincia romana de África, descontando algunos territorios entregados
a los hijos de Masinisa como premio por su ayuda a Roma durante la guerra.

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La llamada Tercera Guerra Púnica (149 a. C.-146 a. C.) comprende casi en exclusiva la
batalla de Cartago, una operación de asedio de larga duración que acabó con el saqueo y la
destrucción completa de la ciudad de Cartago. Las causas de la guerra fueron, por un lado, el
creciente sentimiento anti-romano en Hispania y Grecia, y por el otro, el visible resurgir del
poderío militar cartaginés, reducido artificialmente por Roma tras la Segunda Guerra Púnica.
Obligada a un ejército puramente nominal por las condiciones del tratado de paz con Roma,
Cartago sufría regularmente incursiones de saqueo desde la vecina Numidia, las cuales, a raíz
del mismo tratado, eran arbitradas por el Senado romano, quien solía favorecer a ésta en la
mayoría de sus resoluciones. Tras soportar esta situación durante casi cincuenta años,
Cartago consiguió pagar todas las indemnizaciones de guerra que le debía a Roma, tras lo
cual comunicó públicamente que dejaba de considerarse ligada a las restricciones del tratado,
en contra de la opinión de Roma. Organizó un ejército para resistir a la siguiente incursión
númida, aunque perdió, lo que le supuso el pago de más indemnizaciones (esta vez a
Numidia).
Alarmados por este rebrote de militarismo cartaginés, y temiendo el resurgir del mayor
campeón de la causa anti-romana, muchos romanos abogaban por su destrucción completa a
modo preventivo. Catón el Viejo, a quien también disgustaban las muestras públicas de
opulencia que se hacían en la ciudad, tras ser testigo del resurgir del viejo enemigo en un viaje
a Cartago, solía acabar todos sus discursos en el senado, sin importar cual fuera el tema, con
la frase:
Ceterum censeo Carthaginem esse delendam («Es más, creo que Cartago debe ser destruida»)[12]
Durante el año 149 a. C., Roma realizó una serie de reclamaciones, a cual más exigente, con
la clara intención de empujar a Cartago a una guerra abierta, proporcionando un casus belli
que esgrimir ante el resto del mundo antiguo. Tras exigir la entrega de 300 hijos de la nobleza
cartaginesa como rehenes, se demandó que la ciudad fuera demolida y trasladada a otro
punto más hacia el interior de África, lejos de la costa. Esa fue la gota que colmó el vaso de la
paciencia cartaginesa. Se negaron a aceptar tal demanda, y Roma declaró el inicio de
la Tercera Guerra Púnica. La población de Cartago, que hasta el momento había confiado
principalmente en el uso de mercenarios, tuvo que tomar una parte mucho más activa en la
defensa de la ciudad. Se fabricaron miles de armas improvisadas en un corto espacio de
tiempo, llegándose incluso a emplear pelo de las mujeres cartaginesas para trenzar cuerdas
de catapulta, con lo que se logró rechazar el ataque inicial romano.
Una segunda ofensiva, liderada por Publio Cornelio Escipión Emiliano, acabó tras un asedio
de tres años de duración en el que finalmente los romanos lograron romper las murallas de la
ciudad, la saquearon, y procedieron a quemarla por completo hasta sus cimientos. Los
habitantes supervivientes fueron vendidos como esclavos, y Cartago dejó de existir hasta que
César Augusto la reconstruyera como colonia para veteranos, un siglo más tarde.

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