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la terapia de Jung
Carl Jung, a partir de su famosa "confrontación con el inconsciente", la cual detalla en el Liber
novus (mejor conocido como Libro rojo) y su estudio de la tradición alquímica, en la cual encontró
confirmación de sus intuiciones, desarrolló el más sofisticado de sus métodos terapéuticos:
la imaginación activa. Esta imaginación activa es una mezcla de una psicología profunda y lo que
puede llamarse una magia de la imaginación, que se enfoca en los sueños y la fantasía, para
detonar los procesos teleológicos del inconsciente, la manifestación numinosa-curativa del
arquetipo central de la psique. La imaginación activa constituiría la aportación de Jung a la
alquimia, si bien una alquimia eminentemente psicológica, y lo convertiría no sólo en un
historiador de la alquimia sino en un alquimista propiamente, aunque indudablemente desde la
heterodoxia (aunque tal cosa como una ortodoxia alquímica es de suyo dudoso). No sólo en un
arqueólogo -como Jung soñaba ser de niño- que estudia los fósiles, sino en alguien que ensambla
los huesos y los anima: los dota de alma. En un teúrgo.
De la misma manera que para los alquimistas la prima materia está en todas partes, la materia
prima -el centro de numinosidad- de la terapia de Jung está en todas partes: puede utilizarse un
sueño, una fantasía, e incluso una emoción intensa:
Hay una visión pertinente a cada momento cósmico particular… el momento presente es, de
hecho, la eternidad. Sabemos que todo se está creando cada momento, y todo también se
pierde [cada momento]… La Obra [alquímica] no es el descubrimiento de una técnica… es
la percepción de un proceso existente. Es la percepción la que es objeto de estudio y
oración.
Siguiendo el trabajo del cabalista gnóstico David Chaim Smith, debo notar que esta noción de que
cualquier cosa es suficiente para practicar lo que Smith llama "alquimia contemplativa" aparece
de manera conspicua en las tradiciones contemplativas de Oriente. Tanto en el budismo como en
el hinduismo -particularmente en las prácticas tántricas, pero no exclusivamente- cualquier cosa
es suficiente -una imagen, un pensamiento, la respiración, etc.- para practicar una contemplación
que remite al practicante a la misma fuente, a la luz de la conciencia pura. Al final, en lo que se
medita es en la propia percepción -no en el objeto que se conoce, sino en aquello mismo que
hace posible todo conocimiento-, pues el ser humano es una imagen de la totalidad y su prima
materia no es otra cosa que su propia subjetividad, su propia conciencia, esa chispa psíquica que
Eckhart llama fünkelin, "la esencia increada del alma creada". Es la cualidad de la atención -el
fuego de la alquimia- lo que hace la diferencia y logra que la materia sea transmutada, que el
individuo mismo se depure. Lo sagrado no es quése hace, sino cómo se hace, notó Eckhart. Y,
como muestra Raimon Panikkar en sus diálogos interreligiosos, tanto en Occidente como en
Oriente se enarbola la noción de que un corazón purificado -el oro sometido al fuego- es
requerido para ver a Dios. Dios en todas partes, la prima materia en el estiércol, el oro en el lodo,
el rostro del amado en todos los rostros. Como escribe Smith, en una frase que podría pertenecer
lo mismo a la tradición alquímica occidental que a la tántrica o bhakta hindú: "La mente se purifica
a sí misma para revelar lo que siempre ha sido de todas formas. Por lo tanto la alquimia no es un
proceso de transformar el plomo en oro; es el entendimiento de que el plomo siempre fue oro", es
decir, gnosis. Esto era de lo que, según Jung, los alquimistas no eran del todo conscientes, o sólo
algunos vagamente, y por lo cual necesitaban montar su teatro químico-gnóstico de proyecciones,
como si fuere, para verse a sí mismos afuera actuando en su materia la obra que ocurría adentro.
Lo cual, sin embargo, muestra también algo en lo que Jung no enfatiza lo suficiente: la disolución
de las fronteras entre lo espiritual y lo material que llevaban a cabo los alquimistas, al menos en
su imaginación, y que constituye la esencia de la alquimia. Más que psicológica, la alquimia es
"psicoide", término que Jung usa para establecer un puente entre lo material y lo psíquico:
Ya que la psique y la materia están contenidas en el mismo mundo y, más aún, están en
continuo contacto entre sí y dependen a fin de cuentas de factores trascendentales
irrepresentables, no es sólo posible sino altamente probable que la psique y la materia sean
dos aspectos de una misma y única cosa.
Esta única cosa material-espiritual es llamada por Gerhard Dorn "unus mundus", la unidad
primordial que se dividió en el cielo y la tierra, pero que persiste en todas las cosas, "participando
en ambos extremos". En Physica Trismegisti, Dorn escribe: "Debajo del binario espiritual y
corporal yace oculta una tercera cosa, la cual es el lazo del matrimonio sagrado". A lo que Jung
comenta: "La división en dos fue necesaria para llevar este mundo unitario de su estado de
potencialidad a la realidad". Jung ve en los mitos de creación una simbolización del surgimiento
de la conciencia individual, siendo el inconsciente el estado unitario e indiferenciado del mundo,
donde todo está conectado con todo. El alquimista debe volver a oficiar esta unión original: "Una
consumación del mysterium coniunctionis puede esperarse sólo cuando la unidad del espíritu,
alma y cuerpo es unificada con el unus mundus original". El unus mundus original es el
inconsciente (las aguas caóticas); no obstante, la unión ahora debe hacerse en la conciencia, en
la luz, en el individuo individuado. Es por este hacerse en la luz de la unidad que podemos hablar
de un matrimonio, de una sagrada unción (paradójicamente, el amor necesita de la separación).
Para Jung, también "la síntesis de lo consciente con lo inconsciente" ocurre en términos de un
matrimonio, de una unión erótica de los arquetipos en el individuo. Cabe mencionar
que este unus mundus, "la unidad latente del mundo", es lo que permite explicar, según Jung y
Wolfgang Pauli, los fenómenos de sincronicidad; la aparente acausalidad de cosas como la
precognición, la telepatía y demás descansa en "un fondo trascendental psicofísico que
corresponde con un 'mundo potencial' en tanto que todas las condiciones que determinan la
forma de los fenómenos empíricos son inherentes en él".
Ha sido necesario establecer un contexto de relaciones entre la imaginación activa y la alquimia y
las tradiciones contemplativas. Regresemos al método. La siguiente serie de pasajes de MC, los
cuales citaremos extensamente, son claves. Al involucrarse atentamente con sus sueños y
fantasías el paciente descubre que:
Hemos dicho que con la imaginación activa Jung podría ocupar un lugar en la tradición de los
alquimistas. Esto es algo discutible y que tal vez requiera, para decidir al respecto, de que el
individuo experimente por propia cuenta con el método terapéutico. Menos controvertible es decir
que con su imaginación activa Jung entra en el centro de la corriente de lo que Patrick Harpur
llama "la tradición secreta de la imaginación", la cual constituye la esencia del esoterismo
occidental y donde encontramos a Plotino, Paracelso, Böhme, Swedenborg, Blake y a varios otros
(podríamos incluir también a Corbin y a sus místicos sufíes). Es un hecho psíquico que esta
fantasía está ocurriendo, y que es tan real -en tanto entidad psíquica- como tú eres real... Lo que
está creando ahora es el inicio de la individuación, cuya meta inmediata es la experiencia y la
producción del símbolo de la totalidad. Jung habla de una luz que es el entendimiento de que la
fantasía está ocurriendo, que la estamos viviendo -esta luz es la asimilación del proceso y la
realización de la potencia del inconsciente-. Lo que se entiende, lo que se presencia es la
imaginación en acción, su energía llena de sentido (su entelequia): se atestigua la Creación. el
caos que se hace cosmos en uno. La individuación repite la cosmogonía. "Dios geometriza",
escribió Platón y "que no entre aquí quien no sepa geometría" se avisaba en la puerta de su
Academia. El inconsciente produce símbolos de totalidad. Surgen espontáneamente las formas
geométricas y los mandalas: la psique se geometriza a sí misma, se ordena en consonancia con
la dinámica emergente de la totalidad: el individuo se sitúa en el centro cósmico como uno de los
cincos dhyani budas en sus palacios de luz. Uno mismo debe entrar en la fantasía, dice Jung, en
el mito viviente: en la fantasía de la divinidad de encarnar la totalidad en el individuo. La
iluminación, el Selbst, el Atman, Cristo, sólo una fantasía, mas divina: el sueño de la luz de
despertar.
El inicio de la obra es un descenso, una confrontación con la propia oscuridad, con la inmundicia
de la tierra y del alma. El nigredo, la melancolía, la depresión, la enfermedad, el elemento
saturnal. Uno se involucra y atiende a lo que dice el inconsciente -que habla a través de símbolos
y fantasías-, "para asimilar el contenido compensatorio, y así producir un significado total, el cual
es lo único que hace a la vida digna de vivirse". El inconsciente tiende a compensar, tiende a
buscar un equilibrio, un estado de integración, una coniunctio oppositorum. Esta tendencia
compensatoria puede ser vehemente y llega a colocar al individuo en un estado de psicosis.
Puede ser explicada con la idea del propio Jung: "No estamos aquí para sanar nuestras
enfermedades, sino para que nuestras enfermedades nos sanen". La salud no es la ausencia de
una enfermedad, es el estado de totalidad, de integración, de completud: la palabra inglesa
"health" (salud) viene de una raíz protogermánica que significa "entero" o "completo", misma de la
cual proviene la palabra "whole" y "wholeness". Jung advierte que este involucrarse, este
empaparse y enrollarse con el inconsciente suele producir una especie de psicosis a la que uno
se somete voluntariamente con la esperanza de salir avante:
el paciente está integrando el mismo material de fantasía ante el cual la persona insana cae
presa, pues no puede integrarlo sino que es engullida por él. En los mitos el héroe es quien
conquista el dragón, no quien es devorado por él. Y, sin embargo, ambos deben lidiar con el
mismo dragón. Y tampoco es un héroe quien nunca se ha encontrado un dragón, o quien,
habiéndolo visto, declaró después que no vio nada.
Aquí vemos cómo Jung rescata el mito y lo coloca en la encrucijada existencial. La vida secular
del individuo moderno no es capaz de proveer sentido; éste, el factor numinoso, se encuentra
solamente en el inconsciente colectivo, en los arquetipos que se actualizan y personalizan. El
individuo debe abrir la bóveda de la fantasía para que se manifieste el arquetipo. "Sólo aquel que
se ha arriesgado a luchar con el dragón y no es vencido obtiene el botín, el 'tesoro difícil de
obtener'". Donde hay dragones y serpientes, siempre hay cerca un tesoro y/o una ninfa o una
princesa. En la mitología hindú, el ave garuda obtiene el soma del cielo -el líquido de la
inmortalidad- por exigencia de las serpientes que para liberarlo a él y a su madre le exigen el
soma. Los nagas (serpientes mitológicas), por otro lado, son los guardianes de los tesoros,
incluyendo de los sutras de la Perfección de la Sabiduría (Prajnaparamita), los cuales entregan a
Nagarjuna. Roberto Calasso escribe en Ka que el soma es lo que otorga la condición de
soberano y que "nadie que aspire a la condición de soberano [al misterioso soma] puede
alcanzarla sino a través de la Serpiente y de la Ninfa. La Ninfa puede morder aquella sustancia,
masticarla, y después transmitirla con el beso en la boca del héroe, del dios, del hombre que llega
de pronto". Conocidas son las historias medievales de caballeros y dragones y princesas. Y por
supuesto, el Génesis bíblico en el que la serpiente le dice a la mujer que prueba el fruto:
"serán abiertos vuestros ojos, y seréis como dioses". Si seguimos aquí a Jung, la caída es
también el primer amanecer de la conciencia individualizada y una promesa divina; el pecado
contiene, ya latente, la redención del mundo. En la alquimia, el veneno es también la medicina. El
necesario mito heroico que todos debemos vivir, sugiere Jung, puede vivirse simbólicamente,
pues el conocimiento simbólico salva la distancia entre el sujeto y el objeto, entre el consciente y
el inconsciente. Y, como el héroe que ha enfrentado al monstruo, quien ha enfrentado su
inconsciente y su océano abisal de imágenes sale de la batalla fortalecido, sólo él:
Para concluir y resumir, podemos decir que la imaginación activa es el involucramiento del
paciente con el caudal de fantasías que son liberadas del inconsciente, específicamente dentro
de un proceso de psicología analítica. Estas fantasías, que coquetean con la psicosis, no son
fortuitas, pues una vez que se ha lidiado con los aspectos individuales del inconsciente (la
sombra) brotan del inconsciente colectivo, que Jung llama la herencia espiritual de la humanidad.
El inconsciente colectivo, con su constelación de arquetipos que existen fuera del tiempo, es un
factor trascendente que tiene, además, un propósito, un telos, un instinto hacia la totalidad, hacia
la individuación. Las fantasías, las imágenes, los símbolos que se manifiestan a través
del paciente, son el mito de la individuación que se actualiza. Un mismo tema, una misma historia
con variaciones contextuales, con plot twists personalizados que llevan a un mismo final
universal. El mito de la individuación es el mito de la cosmogonía y de la teogonía. Del
macrocosmos reflejándose en el microcosmos. O como Haeckel creyó observar en la
naturaleza: la recapitulación de la ontogenia en la filogenia. Aunque existen pruebas empíricas de
que el proceso que hemos llamado aquí "alquímico" de la imaginación activa produce un efecto
de numinosidad que es equivalente a una sanación (o resignificación vital), Jung es cauto y nos
dice que no podemos tener certeza de que la integración del todo -la piedra filosofal, la
cristalización del Selbst- ha ocurrido o puede ocurrir en el ser humano. Aunque "esta totalidad es
sólo un postulado, sin embargo, es uno necesario, ya que nadie puede afirmar que tiene completo
conocimiento de lo que es el hombre". Así quedamos en la oscuridad, pero por eso mismo en la
posibilidad de que se haga la luz "en las tinieblas del mero ser". De cualquier forma, si
acaso, cada uno deberá vivir en carne propia el eterno mito del dios luminoso, del dios que se
hace en el ser humano.