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SALVADOR PARRADO
(UNED)
Valencia, 2015
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Prefacio
ste libro versa sobre las funciones que las Administraciones públicas
L motivos que justifica la adopción de una norma constituyen una fuente para
conocer qué pretenden las autoridades públicas y cuáles son sus objetivos
últimos con la disposición. La igualdad, por ejemplo, aparece en el título de
disposiciones normativas como las leyes nacionales y autonómicas de promoción
de la igualdad del género, de igualdad de las relaciones familiares ante la ruptura
de la convivencia de los padres (Ley 2/2010, Comunidad de Aragón), la igualdad
de oportunidades para las personas con discapacidad (Ley 2/2013 del Estado), y
en la ley de la igualdad de trato y la no discriminación de lesbianas, gays,
transexuales, bisexuales e intersexuales (Ley 2/2014, Comunidad de Galicia). Los
principios de eficiencia, eficacia, equidad, calidad y responsabilidad aparecen
invariablemente de forma aislada o en conjunto en la exposición de motivos de la
mayoría de las leyes y decretos legislativos. Sin embargo, es difícil encontrar una
definición del concepto en el desarrollo del articulado. El legislador debe pensar
que estos conceptos tienen aceptación unánime y universal, pero no es así. La
igualdad de acceso a la educación puede ser interpretada de maneras diferentes:
todos los escolares acceden por igual; todos tienen acceso, pero hay un cupo
asegurado para un grupo definido (minoría étnica, nivel económico de los padres);
un sistema de lotería determina quién obtiene la plaza; acceden quienes superen
un examen; son seleccionados quienes tenga una nota superior a la nota de corte
en la educación primaria… En este capítulo se consideran nueve formas de
realizar un reparto equitativo, cuatro maneras de buscar la eficiencia y tres
componentes de la eficacia. Las autoridades se enfrentan a la difícil tarea de
determinar quiénes y por qué salen favorecidos con la consecución de los
objetivos públicos de equidad, eficiencia y eficacia.
Por tanto, la definición de los objetivos públicos es controvertida y el tamaño
del listado de estos objetivos depende de la lupa del analista. No obstante, parece
haber acuerdo sobre los siguientes: equidad, eficiencia, eficacia, calidad, y
rendición de cuentas. Algunos autores añaden la “sensibilidad” (responsiveness) a
las demandas de los usuarios (Le Grand 2007), la seguridad y la libertad (Stone
2012). Estos objetivos últimos se emplean fundamentalmente en el análisis de
las políticas públicas. Este libro se centra en los objetivos aplicables más bien a
los servicios públicos y las organizaciones que los prestan. En este capítulo se
exponen los objetivos de equidad, eficiencia y eficacia. La calidad se expone en el
capítulo 9 y la rendición de cuentas en el próximo. Previamente, se tratará del
concepto de lo ‘público’ en relación a las restricciones que la autoridad y el
mercado imponen sobre las funciones desempeñadas por una organización.
La equidad
La eficiencia
La eficacia
La eficacia mide el grado con el que las Administraciones públicas alcanzan los
objetivos propuestos. Kushner y Poole (1996) identifican cuatro formas de
concebir la eficacia organizativa, aunque aquí sólo interesan tres. La primera
forma se refiere a la satisfacción con los servicios entregados. Esto se conoce
como la calidad del servicio desde el punto de vista del ciudadano en su papel de
cliente (véase el capítulo 9). La calidad del servicio ha evolucionado a lo largo del
tiempo. Entre la década de los años cincuenta y los ochenta, el concepto de
calidad se refería más bien al proceso de elaboración de los productos y los
servicios por parte del proveedor del servicio. En este período, apenas se
consultaba al usuario si estaba satisfecho con un servicio recibido, menos en el
sector público. Esta conceptuación no se vincularía con la eficacia. Sin embargo,
a partir de la década de los años ochenta, se ha aumentado la consulta a los
usuarios respecto de los servicios que reciben. En la consulta se contrastan sus
expectativas con su percepción del servicio. La idea dominante de calidad se
vincula a la satisfacción de los usuarios con los servicios públicos.
En la segunda forma, la eficacia se refiere a la obtención de recursos. Una
organización es eficaz cuando obtiene los recursos requeridos para satisfacer las
demandas de sus usuarios. Normalmente, las organizaciones del sector público
consiguen sus recursos del presupuesto, pero los recursos también pueden
proceder de las tasas a los usuarios o de competir en el mercado con
organizaciones similares. Por ejemplo, las agencias nacionales de meteorología
compiten entre sí para conseguir clientes que paguen por sus servicios.
El tercer tipo de eficacia, el más comúnmente empleado, se identifica con la
obtención de resultados. Estos resultados se conciben en términos de productos
e impactos. Los productos son los resultados que se obtienen a partir de los
recursos de la organización y de las actividades que desarrolla. En la gestión del
agua, el volumen de agua desalinizado, el porcentaje de agua potable sobre el
total de agua existente en las redes de distribución, el número de pozos
autorizados para el regadío son productos. En la seguridad ciudadana, los
productos de la acción policial son el número de delitos resueltos o el número de
delincuentes aprehendidos.
Los productos de una organización pública producen un impacto en la
sociedad. Impacto es un suceso, ocurrencia o condición que se encuentra fuera
de la actividad o programa de intervención pública, pero que es de importancia
directa para los usuarios del programa y/o para los ciudadanos. Los impactos
pueden ser directos o finales. La diferenciación entre impactos directos y finales
depende de su conexión con los productos de la autoridad pública. Por ejemplo,
una gestión adecuada del agua mediante la reparación de fugas permite una
mayor aportación de agua y más regular a una zona de regadío. La mayor
cantidad de agua (producto) puede facilitar la obtención de una mejor cosecha
(impacto directo) y un aumento de las exportaciones (impacto final).
Por tanto, la eficacia de una organización no se aprehende desde una visión
única y es problemática de definir por dos razones. Por una parte, la eficacia se
refiere a dimensiones muy diferentes. No obstante, de forma consensuada la
eficacia se vincula preferentemente a la obtención de productos e impactos. La
primera dimensión, la satisfacción de las necesidades de los usuarios, suele
considerarse un impacto (Radin 2006). En este caso, el decisor debería
preguntarse por el tipo de eficacia buscado.
Por otra parte, la eficacia dependerá de cómo hayan sido definidos los
objetivos de la acción pública. En teoría debería existir una correlación entre un
objetivo claro y la medición de los resultados obtenidos. De hecho, el movimiento
gerencialista pone énfasis en la gestión estratégica, que normalmente asume que
si se ponen objetivos claros se mejoran los resultados. Sin embargo, esta
claridad de la correlación se ve mermada porque los objetivos gubernamentales
son a menudo ambiguos y esa claridad de los objetivos de resultados no siempre
es factible. La ambigüedad o la contradicción en la formulación de los objetivos
son inherentes a muchos programas públicos. No obstante, la ambigüedad de los
objetivos no es necesariamente un problema del sistema político-administrativo,
sino una característica con la que hay que contar.
Chun y Rainey (2005) definen la ambigüedad de una meta organizativa como
el grado en que una meta o un conjunto de metas permiten un margen de
interpretación sobre el estado futuro deseado de la organización o sus resultados.
La ambigüedad aumenta al incrementarse las interpretaciones (Kelemen 2000).
Las causas que explican esta ambigüedad son básicamente tres: relaciones entre
el legislativo y el ejecutivo, ausencia de mercado y características de los
organismos públicos. En primer lugar, Lowi (1979) mantiene que los mandatos
legislativos vagos surgidos de la necesidad de compromisos entre intereses en
conflicto de distintos partidos políticos o grupos propician metas vagas para los
organismos del ejecutivo y los programas gubernamentales generando problemas
de gobernanza. En segundo lugar, los economistas mantienen que los productos
de la mayoría de las organizaciones gubernamentales están privados de la
información y los incentivos que ofrecen los mercados a través de indicadores
como los beneficios, el precio y las ventas. Esto a su vez hace que sea más
difícil para las agencias públicas clarificar sus objetivos (Downs 1967). En tercer
lugar, la ambigüedad de las metas depende de las características de las
agencias. Lee, Rainey y Chun (2009) muestran en un análisis de 115 agencias
estadounidenses que la mayor visibilidad política (political salience) de estas
agencias para el Congreso, el Presidente, y los medios de comunicación se
relaciona con mayores niveles de ambigüedad de sus metas. Adicionalmente, la
edad de la organización, el carácter público de la financiación (procedencia
presupuestaria o de tasas) y el tipo de responsabilidad (regulatoria, no regulatoria
o híbrida) también influyen en la ambigüedad de sus metas.
Algunos estudios han analizado el impacto de lo ‘público’ sobre la eficacia de
resultados. Los mecanismos causales de la teoría dimensional de lo ‘público’ son
sencillos: las organizaciones sujetas a limitaciones de la autoridad política para
la obtención de recursos se comportan de manera diferente debido a esta
‘huella’. Normalmente, lo ‘público’ implica un control regulatorio más intenso, el
aumento de la rendición de cuentas, y tal vez el aumento del control burocrático,
una mayor supervisión política, y más visibilidad pública. Las organizaciones más
‘privadas’ no suelen tener estas limitaciones y mantienen un alto grado de
autonomía para obtener resultados.
Las investigaciones no ofrecen conclusiones unánimes sobre el impacto de la
propiedad y la financiación pública en los resultados. Wheeler, Fadel, y D’Aunno
(1992) examinan los centros de tratamiento de abuso de sustancias para
pacientes ambulatorios en los Estados Unidos y concluyen que los centros del
sector privado son más rentables y eficientes que los proveedores públicos. Sin
embargo, los centros públicos ofrecen mejor acceso al servicio, apoyando así la
idea de que la propiedad privada es más eficiente y efectiva, y la propiedad
pública más equitativa. Amirkhanyan, Kim, y Lambright (2008) mantienen que los
centros públicos de la tercera edad ofrecen mayor calidad de servicio (eficacia
de la satisfacción con los servicios entregados) que sus contrapartes privadas.
Bojalil et al. (1998) encontraron que los médicos generalistas privados eran más
propensos a tomar decisiones equivocadas en el diagnóstico de la diarrea y las
infecciones respiratorias agudas de los niños en las zonas rurales de México.
Knapp et al. (1999) hallaron que los proveedores privados ofrecían menos calidad
del servicio de atención de salud mental que sus contrapartes de propiedad mixta
en el Reino Unido. El número limitado de estudios que examinan la financiación
no permite sacar aún conclusiones acerca de la vinculación entre la dimensión de
lo ‘público’ y el rendimiento. Algunos estudios apoyan la financiación privada;
para otros, la financiación no es relevante para determinar este aspecto.
Bozeman y Bretschneider (1994) y Chun y Rainey (2005), por ejemplo, encuentran
un apoyo limitado a la relación entre la financiación pública y el rendimiento.
Este capítulo ha examinado dos controversias vinculadas a lo ‘público’ y los
objetivos del servicio público. Una primera controversia se refiere a la
diferenciación versus asimilación del sector público y el privado. El movimiento
gerencialista sostiene que hay similitudes entre las organizaciones de ambos
sectores por lo que las técnicas de gestión de las empresas privadas son
transferibles a los organismos públicos. Esta similitud debe ser aceptada con
cautela debido especialmente a la segunda controversia. Esta controversia se
refiere a los objetivos públicos. Un objetivo analizado en el capítulo es la equidad,
ausente en el sector privado y condicionante del tipo de gestión realizado. Los
otros objetivos (eficacia y eficiencia) también se hallan en el sector privado. La
segunda controversia se suscita porque no existe una definición unánime de
estos conceptos y su uso determina el tipo de énfasis realizado. Incluso cuando
hay una acepción dominante (eficacia de resultados o eficiencia productiva), ésta
se aplica sobre realidades que son, en ocasiones, altamente ambiguas. Las
múltiples acepciones de lo equitativo, lo eficiente y lo eficaz son inevitables y
constituyen el punto de referencia de los gestores públicos. En una
Administración de un sistema democrático, la interacción en un ambiente
transparente entre las autoridades y los diferentes intereses afectados puede
hacer más explícita y aceptable la preferencia de una o varias acepciones sobre
otras. Esta interacción y estas constricciones están ausentes en el sector
privado.
1 The Guardian, 14 noviembre 2010.
2 The Economist 25-5-2006 - We have a few reservations.
2. La responsabilidad y la rendición de cuentas
Varios autores (Mulgan 2003, Bovens 2007 y Aucoin y Jarvis 2005) conciben la
rendición de cuentas como una relación social en el que un actor siente la
obligación de explicar y de justificar su conducta a terceros. Esto implica una
relación entre el actor que rinde cuentas y el foro ante el que se rinde cuentas
(Pollitt 2003: 89). Esta conducta se puede exigir por decisiones que afectan el
curso normal de las cosas, por ejemplo, la decisión de prohibir la circulación de
automóviles en una gran ciudad durante dos días para aminorar los problemas de
la contaminación o la decisión de prohibir el riego a los agricultores como
consecuencia de los pronósticos del tiempo y la falta de agua en los embalses.
También la exigencia de rendir cuentas se puede producir en casos de mala
administración, como por ejemplo, el aumento inusual del número de pacientes
muertos en un hospital o la malversación de fondos públicos.
A continuación se expresan cinco elementos fundamentales de la rendición de
cuentas en la conceptuación de Bovens (2005, 2007).
1) La rendición de cuentas debe ser pública. La rendición de cuentas, por
tanto, no es un ejercicio interno burocrático alejado de la luz y los taquígrafos. El
actor debe rendir cuentas de forma que el foro destinatario pueda conocer esas
explicaciones de primera mano. El director de la LSE, en el ejemplo de comienzos
del capítulo, rindió cuentas en la página web de la institución e inmediatamente
después de las atrocidades cometidas por las autoridades libias.
2) La explicación y la justificación de la conducta son elementos esenciales y
diferentes a hacer propaganda, o suministrar información genérica para el
público. La explicación, por tanto, debe referirse en concreto a las acciones sobre
las que hay cierta sospecha o acusación de mala administración o a las
decisiones que alteran el curso normal de las cosas o a los resultados que se
pretendían conseguir pero no se consiguieron. Hacer propaganda de lo bien que
está actuando una organización, haciendo referencia de pasada a un caso de mala
administración o a malos resultados, no se puede considerar rendición de
cuentas. La rendición de cuentas de la LSE se produjo para justificar la
aceptación de fondos de reputación dudosa de la Fundación Gadafi.
3) La explicación debe estar dirigida a un foro o grupo de actores en especial,
pues es en este foro donde importa especialmente la rendición de cuentas. El
director de la LSE rindió cuenta en general ante los ciudadanos, pero
especialmente ante los estudiantes actuales, los potenciales estudiantes y los
patrocinadores.
4) El actor que rinde cuentas debe sentirse obligado a hacerlo, en lugar de
dejarlo a su decisión. Si un actor no se siente obligado a dar explicaciones, no se
puede decir que haya rendición de cuentas. La obligación de dar explicaciones
puede ser formal e informal. Formalmente, los gestores públicos tienen la
obligación legal de rendir cuenta de manera regular ante sus superiores, los
organismos supervisores, los auditores o los inspectores. En casos graves, los
funcionarios públicos puede ser obligados a comparecer en los tribunales
administrativos o los penales, o a declarar ante las comisiones parlamentarias de
investigación. La obligación de dar explicaciones también puede ser informal,
impuesta por la cultura del país en el que opere la organización. Esta rendición
informal de cuentas se produce en las conferencias de prensa, las reuniones
informativas, las confesiones públicas, por ejemplo, declarando en un mitin del
partido que no se han utilizado fondos del Parlamento para sufragar gastos de
viajes privados. El director de la LSE se sintió obligado informalmente a rendir
cuentas en la página web de la institución así como en la reunión del Consejo de
la LSE.
5) Finalmente, debe haber una posibilidad de debate y juicio sobre lo hecho y
las explicaciones ofrecidas. Incluso se debe incluir la posibilidad de imponer
sanciones por parte de los destinatarios de la explicación y no debe aceptarse
como rendición de cuentas un monólogo del que da explicaciones. El destinatario
de la explicación enjuicia normalmente la conducta del actor que debe explicarse.
Por ejemplo, se pueden aprobar (o no) las cuentas anuales, se puede denunciar
una política por constituir un fracaso y pedir la dimisión de quien la propulsó, o
se puede condenar públicamente el comportamiento de un directivo o una
agencia. El enjuiciamiento realizado puede acarrear sanciones. Estas sanciones
pueden ser formales como multas o medidas disciplinarias, o informales, como
el hecho mismo de tener que rendir cuentas, con el consiguiente deterioro de la
reputación de quien da explicaciones. La decisión de dimitir del director de la LSE
no parece formar parte de una sanción del foro ante el que rindió cuentas. El
debate de rendición de cuentas se produjo, entre otros foros, en las reuniones del
Consejo de la LSE ante los colegas y los representantes de los estudiantes con
los consiguientes turnos de palabra. En cualquier caso, la reputación del director
y de la Escuela se vio sensiblemente dañada.
LA C ULP A : LA O T RA C A RA DE LA M O NEDA
Si se rinde cuentas en todos los foros pertinentes, eso es una buena noticia para
los ciudadanos, pues existe un sistema para asegurar que la conducta de los
directivos públicos es la apropiada. Sin embargo, desde el punto de vista de los
directivos públicos, rendir cuentas puede ser sinónimo de “tener un problema”.
Tal como mantiene Behn (2001: 3), los directivos públicos saben que en el
proceso de rendición de cuentas, si las cosas van bien, no pasa nada,
probablemente no se emita siquiera una palabra de alabanza. Sin embargo, si algo
va mal, la vida puede convertirse en un infierno. Además, la rendición de cuentas
ante distintos grupos (políticos, superiores jerárquicos, auditores, colegas de la
profesión) requiere distinto tipo de información y una filosofía distinta para dar
explicaciones. El director de la LSE asumió la responsabilidad de la aceptación de
los fondos y dimitió, no sin antes dejar claro a los estudiantes que sus
representantes habían participado en las votaciones en las que se habían
aceptado los fondos de la Fundación Gadafi. En realidad, también culpaba a los
estudiantes de haber aceptado los fondos, decisión que estaban criticando en
esos momentos. La culpa es el anverso de la moneda de la rendición de cuentas.
En el trasfondo del proceso de rendición de cuentas, si algo funciona mal, el
objetivo principal es encontrar al culpable.
La atribución de la culpa
Según Hood (2010), existen tres estrategias para evitar ser culpado o
responsabilizado de una mala gestión o de algo negativo en general: estrategias
de presentación, organizativas y procesuales. A continuación se examinan estos
tres tipos de estrategias.
1) Las estrategias de presentación se refieren al empleo de la argumentación
para limitar la culpa (excusas) o convertir la culpa en crédito (justificaciones) así
como otros métodos para formar y moldear la percepción y las impresiones de
los ciudadanos. Se asume que con esta estrategia se limitará o se desviará la
culpa, en vez de exacerbarla o atraerla. Hay varias maneras de llevar a cabo esta
estrategia de presentación. En algunos casos, se presentan argumentos que
desafíen la culpabilidad. Para ello se intenta mostrar que las acusaciones no son
verdad, o que si fueran verdad, las circunstancias lo habían justificado. También
se puede buscar desviar la atención de la culpa y señalar a los fenómenos
naturales como agentes imprevistos que pueden causar daños ante los que no se
puede reaccionar ni prever. Por ejemplo, el terremoto y el tsunami que afectaron
a dos centrales nucleares en Japón en 2011 fueron utilizados como exculpatorios
del diseño humano. Se argumentaba que las instalaciones se habían diseñado para
hacer frente a unos terremotos de menor intensidad (alrededor de 7,5) que el
terremoto de 8,9 puntos en la escala de Richter que asoló Japón7. En otros
casos, se intenta desarmar a los críticos mediante la aceptación de la culpa y
pidiendo perdón. Muchas veces esto se presenta a modo de disculpas
preventivas. Finalmente, en otras ocasiones se prefiere no hacer declaraciones
públicas hasta que pase la tormenta.
2 ) Las estrategias organizativas suponen una distribución de la
responsabilidad formal y de las competencias entre las instituciones y los
funcionarios públicos en el espacio o el tiempo. En este caso se asume que la
reasignación formal de responsabilidad organizativa es suficientemente creíble y
visible como para aguantar los ataques de los detractores. Hay varias formas de
implantar una estrategia organizativa para enfrentarse a la atribución de culpa.
En unos casos, se hace una rotación del personal y se reorganiza el servicio. En
otros casos, se transfiere la responsabilidad a otro centro distinto o se forma un
partenariado o se subcontrata. Por ejemplo, en Nápoles, donde la basura lleva
amontonada varios años en sus calles, Romano Prodi nombró un “zar” de la
basura en 2008 (un ex director de la policía nacional) para concentrar en él la
responsabilidad de la solución, también la dirección de la culpa, como si fuera un
pararrayos que atrajera toda la ira de los vecinos. Esta estrategia no fue muy
exitosa al menos en ese año, pues cuando Prodi perdió las elecciones, la basura
aún se amontonaba en las calles. Al final, Berlusconi, ganador de esas elecciones
envió a las fuerzas armadas para hacerse cargo de la limpieza en 2008 y
posteriormente en 2011.
3) En las estrategias procesuales se cambian las rutinas de funcionamiento
para minimizar el riesgo de la responsabilidad institucional o individual, o para
evitar ser culpado de una mala gestión. Se asume que cuando se remueve la
discrecionalidad de las personas y se establecen barreras a modo de procesos
automáticos de decisión, se puede proteger mejor a los individuos de ser
culpados. En algunos casos se protocolizan los procesos. Por ejemplo, el proceso
de admisión en las salas de urgencias se protocoliza para evitar que un paciente
muera por negligencia médica. En el ejemplo de la LSE mencionado al principio
del capítulo, la Escuela había arbitrado un proceso especial para discutir la
recepción de fondos de dudosa reputación. Éstos tenían que ser aprobados en el
Consejo de la LSE. Así se exculpaba al director y, de paso, también se culpaba a
los estudiantes que habían votado a favor de la aceptación de los fondos.
Estas estrategias no siempre tienen éxito en limitar, desviar o eliminar la
culpa. En muchos casos, se puede decir que oficialmente se han delegado las
competencias en otra organización. Sin embargo, esto no necesariamente impide
a los votantes creer que el ministro o el mismo presidente son los máximos
responsables.
***
Este capítulo se ha centrado en señalar la controversia existente entre la
necesidad de responsabilizar a los directivos públicos y a los políticos de sus
actos para que den explicaciones cuando algo funciona mal y sus estrategias de
evitar esa asunción de responsabilidades. La rendición de cuentas es condición
sine qua non para la gobernabilidad democrática y unos buenos servicios públicos.
En el sector público, un buen servicio implica la obligación de dar explicaciones
sobre cómo se presta, especialmente cuando funciona mal, en varios foros.
Como mínimo hay que atender a las demandas-necesidades de los ciudadanos, al
contenido de la legislación, y a las directrices de quienes han salido elegidos a
las urnas. Todo ello debe ejercerse en un contexto donde hay transparencia de la
información relevante para que distintos grupos puedan pedir explicaciones.
Desafortunadamente, una línea clara de rendición de cuentas y una buena
transparencia tropiezan con las estrategias para evitar la culpa. A pesar de todas
las directrices que se ofrecen para el buen gobierno, parece que políticos y
directivos públicos están muy preocupados por evitar que les responsabilicen de
la mala gestión. Quizá sea éste un panorama demasiado pesimista y no se
ajuste a todos los contextos. En cualquier caso, los mecanismos de rendición de
cuentas son desafiados por las estrategias para evitar la atribución de la culpa.
3 http://bit.ly/1yCHfog. El País 3 de marzo 2011. Consultada el 10-01 2015.
4 http://bit.ly/1u6mDhP. LSE y Libya Consultada el 10-01-2015.
5 www.transparencia.org.es. Consultada 5-12-2014.
6 En el original, el término es responsibility, pero según la definición, este
concepto se refiere a la legalidad.
7 Declaraciones de Juli Barceló, exconsejero del Consejo de Seguridad Nuclear en
El País, 12-3-2011.
3. Estrategias para la modificación de la conducta
El establecimiento de estándares
El Estado emplea la autoridad del ‘mando y control’ para alcanzar los objetivos
públicos transformados en políticas y servicios públicos. Esta autoridad se
plasma en la legislación, que se utiliza para prohibir ciertas conductas, requerir
determinadas acciones positivas, o para establecer las condiciones de entrada de
los actores privados en un sector determinado, por ejemplo. Si la prohibición es
violada, entonces se emplean las sanciones de tipo civil o penal (Morgan y Yeung
2007). Es una estrategia de mando y control por la que las reglas (mando) están
apoyadas en sanciones coercitivas, que requieren el comportamiento específico
de actores externos al gobierno para prevenir el daño social (Baldwin 1997). Son
las normas empleadas para evitar la polución de la industria o prácticas laborales
inseguras, por ejemplo. Los organismos reguladores se encargan de hacer cumplir
estas reglas (Black 1997).
La prohibición y la facilitación de la conducta normalmente se expresan con
estándares. Los estándares son afirmaciones específicas que pretenden cambiar
la conducta y requieren ser de carácter general para que se puedan aplicar
ampliamente (Hood 1986). Se expresan a veces como niveles enunciados en
términos de mínimos y/o máximos. Normalmente, el sistema normativo
establece los estándares a alcanzar y, en muchas ocasiones, la forma de
alcanzarlos (Morgan y Yeung 2007). Los estándares son de tres tipos: de
responsabilidad penal, de rendimiento y de diseño (Ogus 2004: 151).
a) El estándar de responsabilidad penal es aquél que impone una sanción
penal en el caso de que el producto o el servicio perjudiquen seriamente
a los usuarios o la población. Por ejemplo, hay regulación que requiere
que los juguetes estén diseñados para que no presenten peligros para la
salud o riesgos de lesiones físicas por ingestión, inhalación o contacto
con la piel. En casos extremos podría derivar en responsabilidad penal.
b) El estándar de diseño está vinculado a los recursos y se refiere a las
prácticas operativas (Gilad 2010). Este estándar puede prohibir u obligar
al proveedor del servicio el empleo de ciertos métodos o materiales. Por
ejemplo, un estándar de diseño es la obligación de que los automóviles
lleven un sistema de airbag en los asientos delanteros o la prohibición de
ubicar una cocina de gas en una zona sin los pertinentes canales de
ventilación. Según Baldwin, Cave y Lodge (2012), en general, es fácil
comprobar el cumplimiento de estos estándares y calcular sus costes.
Sin embargo, estos estándares son intrusivos porque el regulador
estructura parcialmente el proceso de fabricación. Con los estándares de
diseño se puede inhibir la innovación y el desarrollo de nuevos diseños de
equipos, instalaciones u operaciones, tal vez más seguras y eficientes. La
innovación se bloquea porque la empresa regulada debe acatar lo
prescrito por el organismo regulador. Esto no sería deseable en sectores
donde la tecnología punta reside en las empresas y no en el sector
público.
c) El estándar de resultados requiere que se cumpla con un cierto nivel de
calidad del producto o servicio ofrecido o del impacto ocasionado. A
cambio, el ente regulado es libre de decidir el diseño de sus
instalaciones, sus equipos y las operaciones que acomete. Por ejemplo,
un estándar es la cantidad de descargas contaminantes permitidas. Con
este tipo de estándares, las empresas tienen libertad para innovar el tipo
de instalaciones o de equipos que emplea. Estos estándares tienen dos
inconvenientes. Por una parte, no es fácil poner un límite de descargas
contaminantes pues no se puede predecir cuánto daño se puede generar
en el entorno una vez acumuladas las descargas de todas las empresas
de la zona. Por otra parte, hay más dificultades de controlar el correcto
cumplimiento del estándar, por los problemas de medición. De esta
forma, es difícil que se pueda saber si el objetivo último que se pretendía
alcanzar con el estándar (que las aguas se puedan utilizar para el baño o
el consumo humano) se ha alcanzado.
Una de las ventajas asociadas a esta estrategia de intervención es que el
coste es bajo para el Estado, en comparación con el empleo, por ejemplo, de
incentivos económicos para alcanzar los mismos objetivos gubernamentales. Esto
no significa que sea gratuito, pues existen costes asociados al cumplimiento de
la legislación (Morgan y Yeung 2007).
Por este instrumento, el gobierno intenta proteger a los ciudadanos de los abusos
del mercado mediante la regulación. La regulación se preocupa de proteger a las
partes que entran en una situación competitiva o se encuentran vinculadas por
elementos contractuales. Existen al menos cuatro áreas de regulación (Baldwin,
Cave y Lodge 2012): leyes de la competencia, regulación de contratos, aprobación
previa de un producto y establecimiento de una tarifa tope.
Las leyes de la competencia tienen como objetivo principal proteger a los
usuarios de los monopolios, los oligopolios y las prácticas anticompetitivas o
desleales. El establecimiento de precios muy por debajo del coste del producto
por los operadores dominantes con el fin de expulsar a los competidores del
mercado constituye una práctica anticompetitiva. Las leyes de la competencia se
emplean clásicamente en sectores como las telecomunicaciones y la energía.
Normalmente, una única ley de la defensa de la competencia puede ser
aplicada a diferentes sectores. Los particulares (asociaciones de consumo) o las
empresas interesadas denuncian los efectos negativos de la competencia y las
disputas se resuelven judicialmente en instancias como el Tribunal de la Defensa
de la Competencia. Este Tribunal fue abolido en España en 2007 y sus funciones
fueron adquiridas por el Consejo de la Comisión Nacional de la Competencia. No
obstante, el órgano encargado de velar y defender la competencia también puede
actuar de oficio.
Los organismos gubernamentales pueden lograr sus objetivos
especificándolos en contratos suscritos con las empresas proveedoras del
servicio. Se puede estipular, por ejemplo, que la empresa suministradora de
bienes y servicios pague a sus propios empleados al menos el salario mínimo
interprofesional o que atienda a los principios de responsabilidad social. Un
principio de responsabilidad social es que la empresa contratante asegure que
sus proveedores no emplean a menores. Aunque los aspectos normativos
tratados suelen ser incidentales al propósito principal del contrato (pues el
contrato principal puede ser la oferta del servicio de cafetería de un ministerio),
el objetivo es imponer una norma reglamentaria y unos estándares de
especificaciones en todas las contrataciones externas de las Administraciones
públicas.
La aprobación previa de un producto supone que un ente regulado no puede
comercializar un producto o servicio a no ser que reciba una autorización
específica para hacerlo. Por ejemplo, las empresas farmacéuticas no pueden
comercializar las medicinas hasta que no hayan sido aprobadas por la agencia
reguladora de medicamentos del país donde las quieran vender (Ogus 2004: 151).
El establecimiento de una tarifa tope se emplea en el sector regulatorio de la
electricidad, por ejemplo. El regulador establece un precio máximo basado en una
fórmula donde se tienen en cuenta la inflación y la eficiencia productiva. Este
precio máximo es un incentivo para que las empresas sean eficientes en la
gestión, pues los beneficios salen de ahí y se pueden mantener si el regulador no
cambia la tarifa tope muy a menudo (Lodge y Wegrich 2012). La inversión en
eficiencia productiva supone una reducción de eficiencia dinámica, pues se
desincentiva a las empresas de electricidad a realizar inversiones a largo plazo
(Helm y Tindall 2009).
Por estas normas, los entes regulados ofrecen información de utilidad a los
consumidores para que decidan qué y cómo consumir los productos y los
servicios desarrollados tanto por operadores públicos como privados. Las normas
de divulgación de la información tienen como objeto hacer que las empresas
reguladas comuniquen determinados hechos (Ogus 2004: 150). Por ejemplo, la
norma puede obligar a los regulados a que proporcionen información a los
consumidores sobre el precio, la composición, la cantidad, o la calidad de los
productos. Esta información es la que propicia la elección de los consumidores de
un producto determinado (Yeung 2005). La información de advertencia para la
salud que aparece en los paquetes de cigarros obedece a una norma de
divulgación de la información.
Un objetivo adicional de la regulación de la información es que no se ofrezca
publicidad engañosa. La manifestación de que un producto tiene efectos
beneficiosos para la salud cuando no se han pasado rigurosos controles
científicos y la publicidad de una universidad que ofrece títulos como oficiales,
sin validez en el territorio en el que se ubica, constituyen ejemplos de publicidad
engañosa. El tipo de información que debe proveerse es muy diversa. Por
ejemplo, en Alemania, los establecimientos de restauración deben publicar la
composición química de aquellos alimentos que tengan aditivos o sustancias
similares en las cartas o menús; en Rumanía y Moldavia se publica el peso de
cada plato en gramos.
El ente regulador también puede divulgar directamente cierta información con
el objetivo de ‘nombrar y avergonzar-naming and shaming’ (Hood 2007) (véase el
capítulo 6). Por ejemplo, las autoridades pueden elaborar un listado de los
alimentos que no cumplen con la regulación en materia de seguridad alimentaria,
o de las empresas que han sido sancionadas por su contaminación en un año
determinado. Se ‘nombran y avergüenzan’ estas empresas, con la esperanza de
que modifiquen su comportamiento y mejoren la calidad de los productos que
fabrican o dejen de contaminar.
Este sistema permite a los usuarios tomar decisiones sobre la aceptabilidad
de los procesos empleados en la obtención de los productos o los servicios que
consumen. La dependencia de los usuarios de la información que se facilita, no
obstante, presenta varios problemas (Baldwin, Cave y Lodge 2012; Ogus 2004).
Primero, los usuarios pueden cometer errores y no proteger adecuadamente su
salud, por no entender las implicaciones de los datos facilitados por la empresa,
por no evaluar los riesgos adecuadamente, o por no analizar toda la información
relevante. Por ejemplo, un establecimiento puede poner en una etiqueta la
cantidad de grasas nocivas y el número de calorías que aporta una hamburguesa
bien acompañada de patatas fritas. Sin embargo, eso no quiere decir que el
consumidor actúe en consecuencia, por lo que su salud se verá perjudicada a
largo plazo a pesar de tener la información para adoptar las decisiones
‘correctas’. Con estas medidas, el proceso de compra en un supermercado se
dilata, pues el usuario debe mirar las etiquetas de todos los artículos de la
competencia para elegir el más saludable al menor precio. A lo mejor, los
usuarios prefieren confiar en la experiencia y la protección ofrecidas por los
organismos reguladores públicos y los inspectores, en lugar de depender de sus
propias evaluaciones individuales de los riesgos. En este sentido, las autoridades
establecen, a veces, estándares de diseño, por ejemplo, reduciendo el porcentaje
de grasas nocivas que puede contener una hamburguesa para luchar contra la
obesidad y las enfermedades coronarias.
Segundo, los usuarios no siempre van a responder ante la información
ofrecida por el elevado precio de los productos fabricados, por ejemplo, siguiendo
buenas prácticas medioambientales (ropa ecológica), sociales (remuneraciones
muy inferiores al salario mínimo interprofesional), o de comercio justo. En
muchas ocasiones, los consumidores eligen de acuerdo al precio, en lugar de
otros factores medioambientales o sociales.
Tercero, los costos de producir y tramitar la información pueden ser
excesivos, pues muchas veces esta información está asociada a la consecución
de unos estándares, respaldados por un certificado. Por ejemplo, anunciar que una
ropa tiene etiqueta ‘verde’ o emplea productos ecológicos manifiesta diversos
problemas. Uno de ellos tiene que ver con la elección del ‘sello de calidad’ o
‘etiqueta verde’ que se precisa para demostrar que los productos se han
fabricado a partir de materias primas cultivadas con agricultura ecológica como
el algodón o el lino. Otro problema tiene que ver con los costos vinculados a la
consecución de ese ‘sello’. Los minoristas se suelen quejar de los costes que
supone certificarse como marca verde. Algunos sellos pueden rondar los 6.000
euros por un periodo limitado. A eso se le suma el gasto de las auditorías
anuales. El precio es muy alto para una empresa pequeña (El País 7-1-2012).
Cuarto, la vigilancia de la calidad de la información también tiene unos
costes y la autoridad estatal no se puede desinhibir del proceso de inspección
totalmente, pues las autoridades deben evitar que la información sea inexacta.
Estas actividades aumentan los costes de la información para los organismos
públicos.
Por último, las normas sobre cómo divulgar la información pueden ser
insuficientes si ésta no es útil para que el consumidor tome decisiones. El
anuncio en las cajetillas de tabaco “el tabaco mata” revela poco sobre la
probabilidad de que uno pueda morir por el consumo de cigarrillos. Aunque la
advertencia no es para hacer bromas, una estrategia más útil podría ser la de
ofrecer el porcentaje de personas que mueren como consecuencia de fumar
tabaco o las probabilidades que se tienen de morir por fumar tabaco.
Baldwin, Cave y Lodge (2012) sostienen que la divulgación de la información
como estrategia regulatoria es más útil para los productos cuyos riesgos no
tienen consecuencias catastróficas, o cuando esta información sirve para
detectar la diferencia entre los productos de alta y de baja calidad o los procesos
de producción no causan graves perjuicios. Adicionalmente, es importante que la
información relevante se pueda procesar a un costo razonable, que los riesgos se
puedan evaluar con precisión por las partes afectadas, y la calidad de la
información puede ser evaluada y asegurada por la autoridad estatal a un costo
aceptable. Finalmente, Fung et al. (2007) sostienen que es importante implicar a
las organizaciones no gubernamentales en el seguimiento y control de cómo se
proporciona la información, cómo se disemina y cómo se promueve la mejora de
su calidad.
Una forma diferente para eliminar los problemas de una conducta inadecuada es
manipular el diseño de los servicios, las políticas o la forma en que éstos se
prestan. El diseño se puede emplear de múltiples maneras: cambiando el entorno
físico para evitar conductas no deseadas (por ejemplo, evitando el
estacionamiento en las aceras mediante el empleo de bolardos —véase el
capítulo 4); la coproducción del servicio (aumentando la responsabilidad individual
para conseguir los objetivos de la política pública: el ejemplo de ‘Limpiemos
Serbia’ de comienzos del capítulo (véase el capítulo 9); y ‘nudges’ (intentando
controlar cómo elige la gente).
‘Nudges’, término que se preferirá a la perífrasis en castellano que lo traduce
(‘empujoncitos con el codo’), según Thaler y Sunstein (2008: 6), es “cualquier
aspecto de la arquitectura del diseño de un servicio que altera el comportamiento
de la gente en forma predecible sin prohibir cualquier opción a elegir o sin alterar
significativamente sus incentivos económicos”. Por tanto, frente a los incentivos
económicos, este enfoque se basa en otros incentivos no monetarios.
‘Nudging’ supone estructurar cómo se toman las decisiones de consumo por
parte de los usuarios. Estos autores se basan en la idea de que los usuarios
prefieren adoptar decisiones que no requieran mucha reflexividad. Según
Kahneman 2011 y Thaler y Sunstein 2008, hay dos sistemas que rigen las
decisiones de los seres humanos. Un sistema es intuitivo y automático, mientras
que el otro es reflexivo y racional. En la mayoría de los casos, las personas
adoptan decisiones de forma automática y obtienen resultados positivos, pero la
decisión automática puede llevar a errores al comprar, por ejemplo, comida
‘basura’ que está más próxima a la vista que la más saludable. En otras
ocasiones, la elección por ‘defecto’ puede ser positiva. Por ejemplo, cuando se
instala un programa de informática, el menú de instalación nos suele ofrecer dos
alternativas: instalación normal e instalación para expertos (o ‘customizada’). La
normal suele ejecutar la instalación sin preguntar más cuestiones al usuario,
quien no necesariamente sabe o quiere responder a las diversas preguntas sobre
las preferencias de instalación.
De acuerdo con Thaler y Sunstein (2008), los sistemas automáticos que
exigen poca reflexión son útiles en la medicina. Normalmente, las pastillas para
curar cualquier enfermedad se suelen administrar en momentos en los que el
paciente realiza actividades regulares (al levantarse, al acostarse, con las
comidas) y todos los días. Este método es preferible a prescribir una pastilla que
debe administrarse cada tres días, que exigiría la reflexión del paciente para
tomarla. Según la experiencia, la inercia favorece la opción que se da por defecto.
Aunque la elección se hace en aras del usuario, ofreciendo por defecto lo que
es mejor para él, ‘nudging’ implica que no se pueden suprimir otras opciones.
Poner comida saludable más al alcance de los consumidores en el mostrador de
una cafetería-autoservicio, no debería impedir que los usuarios opten por la
comida ‘basura’, ubicada en el estante más difícil de alcanzar. En su forma ideal,
el enfoque combina un elemento de paternalismo (las autoridades proponen lo
que creen mejor para el usuario) con la preservación de la libertad de elección,
de ahí su apodo de ‘paternalismo libertario’. Se espera que con pequeños cambios
en el diseño de la elección se logren cambios sustanciales en los resultados.
La esencia del enfoque consiste en utilizar los errores de decisión que
normalmente perjudican a la gente. Estos errores de decisión no siempre son
reflejo de una tendencia autodestructiva, sino simplemente consecuencia del
descuido o la inercia. Por ejemplo, en las calles de Londres aparece escrito ‘Look
right’ en los pasos de cebra y los semáforos con el objetivo de indicar el
comportamiento adecuado de los peatones extranjeros. Es una forma de prevenir
el error posible y ser atropellado por un vehículo.
Este diseño del servicio también tiene consecuencias negativas. Primero, el
diseño de la elección por defecto puede complicar la vida del usuario. Hace unos
años, la ley de protección de datos fomentaba la estrategia de ‘salida’ (opt-out),
es decir, si un usuario iniciaba una relación comercial con una empresa y esta
empresa solicitaba sus datos personales, el ciudadano solamente podía impedir
que la empresa empleara esos datos personales si expresamente lo manifestaba
por escrito en una carta enviada a la organización, algo siempre engorroso de
realizar. En la actualidad, los datos de carácter personal se rigen por un sistema
de ‘entrada’ (opt-in), es decir, el usuario debe autorizar expresamente que se
almacenen los datos personales. Segundo, la presentación de la ‘elección’ de la
opción ‘por defecto’ puede estar bien en casos en los que la causa de un
problema está claramente identificada (‘comida basura produce obesidad’). Sin
embargo, esa elección es más dudosa cuando la causa es desconocida o
discutible. En dietética, la ciencia no se ha puesto siempre de acuerdo respecto a
la bondad o maldad de determinados productos. Por último, como señala Oliver
(2013), incluso aunque el gobierno esté bien informado y sea bienintencionado, el
uso de ‘nudges’ mediante un diseño del servicio donde no se transparentan las
alternativas posibles, sino que se esconde la menos deseada, podría generar el
rechazo en la gente que considera que las autoridades manipulan. Los defensores
de ‘nudges’ mantienen que la persona puede siempre elegir, pero la elección se
basa en un mecanismo automático, no reflexivo, no consciente. Por tanto, si este
mecanismo no es consciente, Oliver (2013) mantiene que la gente difícilmente
elegirá no participar de una forma no consciente.
En los Estados Unidos, expertos en la economía de la conducta han ocupado
puestos clave en la administración de Obama. El gobierno del Reino Unido y el de
Alemania han establecido una unidad del comportamiento para asesorar a los
ministerios acerca de cómo introducir ‘nudges’.
El impacto de ‘nudges’ en los cambios de los hábitos no es concluyente, pues
hay resultados positivos y negativos. En la donación de órganos, ‘nudges’ se
emplea para beneficiar a los receptores de órganos. Los sistemas para donar
órganos difieren entre países. En el momento de escribir estas líneas, por
ejemplo, en Alemania y en el Reino Unido existía un sistema de ‘entrada’ o
consentimiento explícito (‘opt-in’) a donar un órgano. Una persona tiene que
declarar expresamente que quiere ser donante. Esto hace que el número de
donantes sea de un 10 a un 15% de la población aproximadamente. Otros países
tienen un consentimiento presunto (sistema de salida o ‘opt-out’), es decir, se
presume que los ciudadanos son donantes de órganos y su rechazo a serlo debe
ser manifestado expresamente. Esto hace, por ejemplo, que en Austria haya un
99% de donantes. Existen otras dos posibilidades para donar órganos. En algunos
casos, no hay elección y el Estado quita los órganos del cuerpo de una persona
sin ningún tipo de consentimiento expreso (por ejemplo, la remoción de la córnea
en algunos estados de los Estados Unidos). En otros casos, la elección es
explícita y obligatoria. Por ejemplo, toda persona que quiera obtener el carnet de
conducir debe rellenar un formulario consignando si es o no donante de órganos.
Si no rellena la casilla correspondiente, no se le entrega el permiso de conducir.
La regla por defecto importa. En los Estados Unidos, si no existe una tarjeta
de donante, los familiares del donante potencial rechazan las donaciones en la
mitad de los casos solicitados. En cambio, según Thaler y Sunstein (2008), la
tasa de rechazo a ser donante es mucho más baja en los países en los que se
presume el consentimiento, incluso aunque no se haya registrado el deseo del
donante. En España, existe un sistema de consentimiento presunto. No obstante,
la costumbre es preguntar siempre a los familiares, cuyos deseos son
normalmente respetados. España tiene una alta tasa de donaciones y el número
de donantes es bastante alto. Aun así, el 20% de los familiares de los
potenciales donantes rechazan la donación e incluso dos tercios de la población
española están en contra del consentimiento presunto, pues lo consideran un
abuso del Estado (Halpern et al. 2004).
En el ámbito del ahorro energético, tanto en los Estados Unidos como en el
Reino Unido, se han demostrado efectos positivos de ahorro energético (entre 2 y
3% de ahorro por término medio) si se manda una factura de la electricidad
comparando el gasto de una vivienda con la de los vecinos de una casa de
tamaño similar y el mismo número de miembros de la unidad familiar (Allcott
2011, Ayers, Raseman y Shih 2009, Cooney 2011). Este experimento claramente
muestra que los incentivos no económicos (nudges) son superiores a los
económicos. La factura de la luz supone un coste económico, pero este coste se
internaliza y la gente no se plantea ahorrar por esa vía. Sin embargo, el efecto
comparativo con los vecinos lleva a plantearse el ahorro como una opción
socialmente atractiva, en línea con lo que hacen los demás. Se produce un
sentimiento de pertenencia al grupo.
Un impacto menos positivo se ha detectado en el área de la comida
saludable. En los Estados Unidos, la legislación obligó publicar la información
sobre las calorías en las cadenas de restaurantes. Se esperaba que si la gente
conoce el contenido energético del menú, sería más propensa a elegir platos
bajos en calorías. La mayoría de los estudios no ha encontrado que la publicación
de calorías cambie la elección de alimentos (Loewenstein 2011, Elbel et al. 2009).
Un estudio de Bollingeer, Leslie y Sorensen (2010) encontró estos efectos
beneficiosos en Starbucks, que tiene una clientela con un menor índice de
obesidad que la población objeto de la legislación. Además, Loewenstein et al.
(2012) mantienen que incluso si la publicación de calorías fuera eficaz en reducir
el consumo de calorías en los restaurantes, tales beneficios podrían ser
fácilmente compensados por los efectos del picoteo. Un estudio llevado a cabo
en la cadena de sándwiches Subway demostró que la venta de bocadillos
saludables propició el cambio de hábitos de los comensales hacia bocadillos bajos
en calorías. Pero esta tendencia saludable se contrarrestaba con la petición
paralela de bebidas gaseosas y aperitivos con más calorías (Wisdom et al. 2010).
as reglas para jugar al ajedrez son claras para cada una de las fases del
L juego. Unas reglas se refieren a las posiciones iniciales de las piezas, a las
posibilidades de movimiento de cada pieza, al número de piezas que se
mueve cada vez (normalmente una, pero dos en el enroque), cómo se expulsan
del juego a las piezas del adversario con el movimiento de las propias piezas así
como la obligación de defenderse cuando se amenaza al rey y se le pone en
jaque. Otras reglas se refieren a la conducción del juego, de cómo se ubican los
jugadores, quién empieza con las blancas (se somete a las reglas del torneo
específico) y cómo se mueven las piezas. Finalmente, en el caso de que haya
una competición, también hay reglas acerca del mismo acto de mover las piezas,
de tocar las piezas (se debe mover en este caso a no ser que se toquen para
componer el tablero y declarar la intención de ubicar bien las piezas en su
cuadrante o escaque), así como el cronometraje por el que se controla el tiempo
para que cada jugador realice su movimiento14.
Por un lado, estas reglas son claras y transparentes; no se contradicen entre
sí y son consistentes; la lógica y la filosofía de cada regla son fáciles de
entender y no existe margen de interpretación. Es el mundo ideal para el diseño
de las reglas. Por otro lado, no hace falta realmente un árbitro o un agente
encargado de hacer que las reglas se cumplan. En general, los jugadores están
motivados a cumplir con las reglas y no tratan de aprovecharse de las
circunstancias con alguna treta, aunque siempre es posible. Si se internalizan
bien estas reglas y son conocidas por ambos contendientes, los problemas de
cumplimiento son mínimos. En los torneos, la presencia de un árbitro es
necesaria especialmente para controlar el tiempo y resolver las mínimas
controversias que se puedan suscitar, como la de ganar tiempo de forma ilegal
cuando el rey está sometido a jaque.
Desafortunadamente, en el mundo de los humanos, las reglas presentan
numerosos problemas de diseño y de cumplimiento. Por un lado, el diseño es
defectuoso como consecuencia de la existencia de problemas de inconsistencia,
falta de claridad e imposibilidad de entender bien la causa o la justificación de
una regla. Por otro lado, desde el punto de vista del cumplimiento, hay margen de
interpretación de las reglas, especialmente cuando éstas se contradicen y no
todos los regulados están dispuestos a cumplirlas. Los legisladores pueden soñar
con un mundo de reglas sin interpretación humana para su cumplimiento. En la
realidad, ese mundo perfecto de las reglas de ajedrez no existe y la
interpretación y la agencia humana son requeridas para que se cumplan las
reglas imperfectas. Este capítulo trata ambos aspectos.
En ausencia de unas reglas detalladas consistentes, claras, justificables y
fáciles de implantar, ¿sería mejor adoptar principios genéricos (como defender
los intereses de los clientes bancarios) para analizar si un ente regulado cumple
con la normativa? Esta disyuntiva suscita la controversia entre los que defienden
las bondades de las reglas detalladas frente a los abogados de los principios
genéricos. Desafortunadamente, ninguno de los dos sistemas nos salvaron de la
crisis financiera mundial (véase el próximo capítulo). Una segunda controversia
tratada en el capítulo se refiere a las estrategias empleadas para hacer cumplir
la normativa. Algunos defienden el sistema sancionador duro y ‘disuasorio’ desde
el primer momento para cortar de raíz el problema. Otros prefieren un sistema
‘persuasivo’ y más blando al principio y sólo recurrirían a la ‘disuasión’ si la
‘persuasión’ falla completamente.
En el capítulo anterior se exponían diversas estrategias intervencionistas del
Estado para modificar la conducta de los ciudadanos. La mayoría de estas
estrategias se basaban en normas. En el capítulo se hacía un análisis de las
características de cada estrategia así como de las ventajas y desventajas de
cada una de ellas a la hora de lograr el objetivo de modificación de la conducta
de ciudadanos, empresas y otras organizaciones. Este capítulo consta de tres
partes. En la primera se exponen las diferencias entre reglas y principio y cómo
se diseñan normas de calidad. La segunda parte se destina a analizar las
distintas alternativas para hacer cumplir la normativa. La tercera parte se
examina el impacto de las normas en los administradores públicos.
LA S REGLA S Y LO S P RINC IP IO S
Las reglas
Las reglas constituyen la mejor estimación posible del estado futuro que se
desea alcanzar. El ente regulador ha de prever cómo se aplicará una regla en el
futuro, pues pueden surgir nuevas situaciones inesperadas. A los entes
reguladores les encantaría diseñar un sistema que no permita ni la
discrecionalidad ni la intervención humana en la interpretación de la normativa y
que prevé todas las contingencias posibles. Sin embargo, conseguir esta
aspiración no es fácil, pues hay varios problemas para redactar reglas que no
precisen de la intervención humana en su aplicación. Hood (1986) menciona los
siguientes principios de unas buenas reglas que constituyen a su vez retos para
conseguir el propósito de su aplicación sin la intervención humana.
Publicidad y transparencia. Las reglas deben ser conocidas por los actores
sometidos a ellas. De otra forma, no podrán aplicarlas en sus interacciones. A
veces las reglas no son conocidas debido a su opacidad (esto se dice de gran
parte de la legislación fiscal) o por inaccesibilidad (cuando, por ejemplo, la
normativa secundaria están escondidas en un sitio web de la organización o
simplemente no tiene la publicidad adecuada). Dada la gran maraña de normas
existentes y la complejidad de algunos sectores, es difícil hacer en todo
momento que todas las reglas sean conocidas por todos los que las tienen que
aplicar. Éste es un primer obstáculo para confiar solamente en las reglas sin el
concurso de la intervención humana para aplicarlas.
Justificación e interpretación causal de la conducta a corregir. De forma
razonable se debería demostrar que las reglas van a corregir la conducta
desviada y se va a alcanzar el impacto deseado. Por ejemplo, la prohibición de
fumar en lugares públicos descansa sobre la idea de que reducirá el número de
enfermedades relacionadas con el tabaco, y posiblemente el número de muertes
vinculadas al tabaquismo, no sólo de los fumadores activos sino también de los
pasivos. Esta última afirmación ha sido controvertida. Adicionalmente, no
siempre hay recursos públicos suficientes para identificar las causas de los
problemas que derivan en conductas indeseadas o en impactos no queridos. Por
tanto, las normas actúan en ocasiones como un sistema de ‘adivinanzas’.
Ausencia de contradicciones entre normas. Idealmente las normas no
deberían contradecir otras pero esto no siempre es posible en la vida real. A
continuación se exponen dos ejemplos de esta imposibilidad: 1) Hay situaciones
tan extrañas que nadie las previó. Una norma prescribe que no se puede tirar
basura en el río y otra prohíbe acercarse a él porque es peligroso. Si se cae la
pelota de un niño en el río, solamente se puede cumplir una de las reglas
mediante el incumplimiento de la otra. 2) Las contradicciones se pueden deber a
que dos instituciones demanden distintos requisitos que solamente se pueden
cumplir si la otra institución cede. En un país de la Unión Europea, un ciudadano
extranjero solamente se puede empadronar en un municipio si tiene un número
de la seguridad social (según la legislación local), pero la seguridad social
prescribe que sólo puede otorgar un número a aquéllos que estén empadronados.
Especificación de las condiciones bajo las cuales se aplican las reglas. En un
enfoque en el que no se precise de agentes para interpretar la legislación, sería
necesario especificar todas las condiciones bajo las que se aplicará una regla
determinada. Esto requeriría que el ente regulador imaginara todas las
situaciones posibles y las incorporara en el texto. Un ejemplo clásico de los
juristas se refiere a la prohibición de vehículos en un parque público. Con esta
prohibición, ¿se prohibiría que pasara el coche de bomberos para extinguir un
incendio?, ¿se impediría colocar una estatua de un automóvil antiguo en el
parque? Siempre habrá situaciones extrañas (o menos extrañas) porque no se
explicitaron adecuadamente las condiciones de aplicación de la regla.
Objetividad de los estándares. Muchas normas requieren de estándares,
definidos en el capítulo anterior. En un país con las vías públicas cubiertas por la
nieve durante el invierno se puede prescribir como estándar de diseño, por
ejemplo, que las hendiduras de las ruedas tengan un número específico de
milímetros así como otras características especiales para que puedan adherirse
adecuadamente a la nieve y al hielo en su caso. Este ejemplo es relativamente
fácil de comprobar para los agentes encargados del cumplimiento de la
normativa. Sin embargo, si la legislación prescribe que todos los edificios
inseguros de una zona sísmica deben ser demolidos, es muy complicado
establecer estándares de seguridad sobre los que todos los inspectores estarían
de acuerdo a la hora de valorar la inseguridad. En estos casos, es posible que un
experto diga que las grietas del edificio se deben al asentamiento de los
cimientos y de la estructura y otro experto le contradiga manteniendo que las
grietas son síntoma de ruina manifiesta. Por tanto, en determinadas condiciones
es imposible alcanzar la objetividad de los estándares de forma clara y ello
dependerá de la intervención de expertos.
Los principios expuestos anteriormente son prerrequisitos de un mundo ideal
en el que las reglas gobiernan sin el concurso de la interpretación humana. Pero
ese mundo en el que se aplican todos esos principios se da en muy pocas
ocasiones, quizá solamente en el ajedrez.
En el Reino Unido, la Better Regulation Task Force (2005) desarrolló cinco
principios (proporcionalidad, rendición de cuentas, consistencia, transparencia y
normas centradas) para diseñar buenas normas. Este catálogo ha servido de
inspiración a muchos sistemas regulatorios.
Los reguladores deberían…:
a) Aprobar normas proporcionadas, de tal manera que sólo se intervenga
cuando es absolutamente necesario. Las respuestas del regulador
deberían reflejar los riesgos y el daño que se intenta prevenir. Al mismo
tiempo, los costes de la regulación deberían ser mínimos para los entes
regulados.
b ) Rendir cuentas de manera que las decisiones regulatorias estén
justificadas y puedan ser sometidas al escrutinio de terceros.
c) Buscar consistencia de las normas, procurando que no se contradigan
entre sí y reflejen enfoques regulatorios generales, es decir, que formen
parte de un todo normativo.
d) Procurar su transparencia haciendo que sean fáciles de comprender para
los entes regulados, que no necesiten de terceros para entenderlas.
e ) Centrar las normas en lo importante, es decir, en los problemas y
minimizar los efectos laterales.
Frente a las reglas detalladas se posicionan los principios, como
prescripciones más inespecíficas y requeridoras de mayor interpretación, tal
como se expone a continuación. Su virtualidad consiste en que pueden ser
interpretados de forma amplia incluyendo una mayor casuística que difícilmente
podría preverse por las reglas.
Los principios
Los principios se usan para delinear los objetivos generales de la regulación y los
valores que conforman el marco de esta regulación. Esta estrategia regulatoria
fue muy popular en las dos últimas décadas, pero tras la crisis financiera de
2007-2008, la reputación de la regulación basada en principios y la regulación
basada en el riesgo han sufrido numerosas críticas (Black 2010). Especialmente
se ha criticado que esta estrategia basada en principios ha permitido a las
empresas escapar de un control riguroso y no se ha proporcionado una protección
adecuada a los consumidores. Una regulación basada en principios se ha
implantado en áreas como la financiera, la gobernanza corporativa y contable y el
desmantelamiento de las centrales nucleares (Black 2008).
Los principios pueden complementar las reglas detalladas en la normativa o
pueden ser empleados alternativamente al aplicar la legislación. El uso de
principios descansa sobre la idea de delegar parte del proceso regulatorio a las
empresas. El reto consiste en proporcionar una declaración de principios y
valores de validez general, en lugar de reglas y requisitos específicos. Así se
establecen objetivos generales y estables incluso aunque haya pequeños cambios
en los tipos de riesgos que acechan al sistema regulatorio. Variaciones pequeñas
del riesgo no afectan a los principios, por lo que no es necesario cambiarlos
constantemente.
A continuación se ofrecen algunos ejemplos de principios aplicados a las
entidades financieras del Reino Unido antes de la crisis del crédito (Black, Hoper,
Band. 2007):
• El trato justo de los clientes es crucial para la cultura corporativa de la
entidad financiera.
• Los productos y los servicios comercializados deben satisfacer las
necesidades de los grupos de consumidores.
• Los consumidores disponen de información clara antes, durante y después
del momento de la venta del servicio.
• Cuando los consumidores reciben asesoramiento, el consejo es adecuado y
se tienen en cuenta sus circunstancias personales.
A continuación se exponen las características y la controversia suscitada por
la utilización de reglas y principios siguiendo el planteamiento de Braithwaite
(2002). La mayoría de los juristas asume que las reglas bien especificadas
aumentan la seguridad jurídica. Por el contrario, se considera que los principios
no establecen consecuencias jurídicas de forma automática cuando las
condiciones previstas se cumplen. Frente a estas dos ideas de carácter más o
menos general y universal, Braithwaite (2002) avanza varias propuestas de
certidumbre legal. Cuando el tipo de acción que se regula es simple, estable (no
cambia repentinamente a lo largo del tiempo) y no implica grandes intereses
económicos, las reglas regulan con mayor certidumbre que los principios.
Sin embargo, en los tribunales no se dirimen normalmente estas cuestiones
sencillas; la mayor parte de las sentencias involucran a las empresas y no a los
individuos, donde la situación es mucho más compleja y no fácilmente
aprehensible por reglas. La complejidad también se traslada a la organización,
pues muchas veces se puede saber que una empresa ha realizado algo
sancionable, pero es difícil identificar la persona responsable de esa acción
sancionable. Por otra parte, la vida corporativa en una sociedad post-industrial
está continuamente influida por el cambio y el flujo tecnológico, algo contario a
la condición de estabilidad propuesta anteriormente, donde las reglas confieren
mayor certidumbre legal. Finalmente, cuando las empresas luchan en los
tribunales, por lo general, un montón de dinero está en juego. Por tanto, en estas
circunstancias la propuesta de certidumbre legal es distinta. En este caso, la
propuesta de Braithwaite (2002) es la siguiente: En entornos cambiantes y
complejos, donde los grandes intereses económicos están en juego (por ejemplo,
en el ámbito de las telecomunicaciones), la seguridad jurídica se consigue mejor
a partir de principios que de reglas. Además, los principios ofrecen más
resistencia contra el ‘cumplimiento creativo’, aquel por el que se cumple la letra
de la ley pero no su espíritu. Como contrapartida, los principios son más
exigentes para los agentes que se encargan de aplicarlos o controlar su
cumplimiento.
A continuación se expone un ejemplo sobre la inspección de las residencias
de la tercera edad en Estados Unidos (donde se sigue un procedimiento de reglas
detalladas) y Australia (cuya inspección se basa en principios) para ilustrar cómo
funcionan los principios y qué virtualidad pueden tener. En Australia, el gobierno
federal, el estatal, la industria, los profesionales, los sindicatos y las
asociaciones de consumidores consensuaron 31 principios amplios en 1987. Por
ejemplo, un principio era el siguiente: “La dignidad de los residentes es respetada
por el personal de la residencia”. La creación de un ‘ambiente hogareño’ era otro
principio para que estas residencias no funcionen como hospitales, con una
impronta oficial fuerte. A pesar de la vaguedad de estos principios, Braithwaite
(2002) y su equipo de investigación encontraron que eran aplicables. Se toleraba
bajo este principio que los residentes pusieran las fotos que quisieran en la
pared, o trajeran algún mueble de su casa. Si los residentes querían tener algo
especial y era prohibido por la dirección del centro, los inspectores lo discutirían
con el gerente para ver si era razonable.
En cambio, en el estado de Illinois (Estados Unidos), la inspección de las
residencias de la tercera edad se basaba en reglas específicas. Por ejemplo, una
norma en Illinois requería contar el número de fotos en las paredes de la
habitación. Esto provocaba que se quitaran las fotos sobrantes y se escondieran
antes de las inspecciones.
Según el trabajo de Braithwaite et al. (2002), la coherencia de la inspección
era superior en las residencias de Australia que en las de Estados Unidos. En
Estados Unidos hay tantas reglas que no hay manera de retenerlas todas a la
hora de hacer una inspección. Esto hace que los inspectores se fijen en algunas.
En Australia sólo se aplican 31 principios. La interpretación de los principios no
es fácil a veces incluso en ambientes controlados. El autor de estas líneas
comprobó como un queso gallego de tetilla fue manoseado en dos controles de
aeropuerto y no pasó uno porque el empleado de seguridad y la policía
consideraban que no se adaptaba a la normativa que prescribe la prohibición de
incluir en el pasaje de mano geles o productos de consistencia similar. La
‘consistencia similar’ tiene la categoría de principio. Quien conoce este queso,
difícilmente puede decir que se parece a un gel.
Probablemente, la mejor forma de conseguir los objetivos regulatorios
consiste en combinar principios con algunas reglas detalladas para que se
produzca una conversación regulatoria entre los distintos agentes encargados de
hacer cumplir las normas y los sujetos de la regulación.
EL C UM P LIM IENT O DE LA S NO RM A S
Hay dos estrategias extremas para hacer cumplir la ley: estrategias disuasorias
y persuasivas. La estrategia disuasoria (estrategia ‘dura’) hace hincapié en la
confrontación a la hora de aplicar las normas para sancionar el incumplimiento
de las reglas. Se supone que los regulados son actores racionales capaces de
responder a los incentivos, y que si los infractores se detectan con la suficiente
frecuencia y son castigados con suficiente severidad, entonces, otros posibles
infractores serán disuadidos del incumplimiento en el futuro.
Gunningham (2010) distingue entre la estrategia disuasoria genérica y la
específica. La estrategia genérica está basada en la idea de que el castigo de una
empresa va a disuadir a las demás a adoptar una conducta prohibida similar. La
dis uas ión específica se basa en que una empresa que ha experimentado
sanciones en el pasado estará dispuesta a evitar sanciones futuras. Una
estrategia disuasoria genérica fue aplicada por la Junta de Andalucía a un
restaurante de Málaga en febrero de 2011, un mes después de que se hubiera
aprobado la ley que prohíbe fumar en los lugares públicos. La Junta notificó una
propuesta de sanción de 145.000 euros y la posibilidad de aplicar otras medidas
cautelares tales como el cierre del establecimiento y la exigencia de una fianza
al restaurante, que se había negado a cumplir con la legislación. Dado el amplio
eco en los medios que tuvo el rechazo del asador a cumplir la normativa, las
mismas autoridades se encargaron de dar alta visibilidad a esta estrategia
genérica para avisar de su firmeza en hacer cumplir la legislación a los
propietarios de otros locales. Un ejemplo de estrategia disuasoria específica está
vinculada a las multas de tráfico en zonas frecuentadas por el mismo conductor.
Si una vez le pusieron una multa por circular a más de la velocidad indicada en
determinado tramo, la multa tendrá un efecto disuasorio en sus hábitos de
conducción futuros por la zona.
L a estrategia persuasiva (estrategia ‘blanda’) intenta lograr los objetivos
generales de la legislación, en lugar de sancionar su incumplimiento. El uso del
proceso sancionador es un último recurso, ya que esta estrategia se centra en la
reparación y la obtención de resultados, no el castigo. La negociación caracteriza
esta estrategia. La amenaza de la sanción se encuentra oculta y se emplea como
una táctica, o incluso un ‘farol’. Sólo se invoca la sanción si todo lo demás falla;
en casos extremos en los que la entidad regulada sigue siendo poco cooperativa.
En la realidad, es difícil que estas dos estrategias se den en forma pura. A
continuación se exponen las opciones que configuran estas dos estrategias según
Hood (1986). Hay dos estrategias ‘blandas’ 1) Derogación o la modificación de la
norma y 2) Información, guía, consejo y advertencia. Dos estrategias son ‘duras’:
3) Detección, persecución y sanción y 4) Dificultad o imposibilidad física de
incumplimiento.
1) Derogación o modificación de la norma. Se anula o se sustituye la
normativa cuando es imposible hacer que se cumpla. Por ejemplo, en un
primer intento de prohibir fumar en los lugares públicos, la normativa era
casi de cumplimiento voluntario. Los establecimientos menores de 100
m 2 podían elegir si se podía fumar o no y los mayores de 100 m 2 debían
reservar espacios para no fumadores. La mayoría de los establecimientos
menores de 100 m 2 optaron por dejar fumar y la normativa de aplicación
de las Comunidades Autónomas hacía que la interpretación de la norma
sobre los locales mayores de 100 m 2 fuera muy variable (cortinillas para
separar fumadores de no fumadores en algunas Comunidades Autónomas
frente a paredes de obra en otras). Posteriormente, el gobierno sustituyó
esa normativa por la prohibición total de fumar en estos
establecimientos con un mayor consenso parlamentario.
2) Información, guía, consejo y advertencia. En otros casos, las autoridades
dan publicidad a la necesidad de cumplir con la normativa. Por ejemplo, al
circular por la carretera se detectan carteles para recordar la necesidad
de llevar el cinturón de seguridad mientras se conduce o de limitar (o
prohibir según los países) el consumo de alcohol antes y durante la
conducción. En ocasiones, estos recordatorios van acompañados de
campañas especiales de control de cumplimiento de la normativa o en
países como Brasil se pone un coche destrozado por un accidente cerca
de la calzada para que tenga un efecto persuasivo.
3) Detección, persecución y sanción. El énfasis principal es perseguir y
sancionar a los incumplidores como es el caso de las multas de tráfico o
de las sanciones por incumplir con las obligaciones tributarias. También
hay recompensa para quienes cumplen con la normativa, lo que implica
penalización para quienes no cumplen. Por ejemplo, la concesión de
puntos adicionales en el carnet de conducir en los casos de ausencia de
sanciones durante un período de tiempo estipulado.
4) Dificultad o imposibilidad física de incumplimiento. Por ejemplo, en vez de
poner una señal de que no se puede aparcar, se hace imposible el
aparcamiento en las aceras mediante bolardos. En otros casos, calles que
tenían antes dos vías en uno o doble sentido se han estrechado a una
sola vía para aumentar el espacio destinado a los peatones y evitar el
aparcamiento en doble fila. Todas estas medidas están destinadas a
hacer prácticamente imposible que se incumpla la normativa.
Ninguna de estas estrategias puede ser aplicada siempre y en todo momento.
Por ejemplo, las estrategias persuasivas no parecen exitosas siempre porque si
se negocia cada caso o se da marcha atrás cuando hay un mínimo de oposición,
esta disposición de las autoridades a negociar será anotada por los actores
sociales para próximas ocasiones. Los incumplidores sabrán que hay una segunda
oportunidad y los cumplidores empezarán a pensar que no es tan buena idea
cumplir, si los demás pueden salirse con la suya.
Otra posibilidad es sancionar automáticamente el incumplimiento de las
leyes. Esto podría producirse en casos de automatismos incluidos en la
legislación. Este supuesto es a veces deseable, sin embargo, existen
inconvenientes que lo desaconsejan. Una vez pagado el aparcamiento, miles de
vicisitudes pueden ocurrir a la tarjeta del aparcamiento, por ejemplo que se
manche de barro al caerse y el lector automático no la pueda leer. Si no hay
ningún empleado de la empresa en el aparcamiento (pues todo se gestiona
mediante sistemas informáticos), es imposible buscar una alternativa para salir,
por lo que, transcurridos 15 minutos, es probable que deba acudirse de nuevo a
los puntos de pago del aparcamiento, con el castigo de pagar por un día entero
por haber perdido la tarjeta. Esta sanción estaría impuesta por un sistema
automático de cumplimiento de la normativa. Este sistema sólo sería deseable y
posible si tuviera la flexibilidad para prever todas las contingencias. Si no, la
intervención humana es necesaria. De otra forma, las sanciones podrían ser
consideradas injustas y se tendrían todos los incentivos para evitar el
cumplimiento de la norma, incluso con actos violentos o vandálicos.
Las normas penetran todo el sistema administrativo. Las normas modelan las
actividades realizadas por las Administraciones públicas, la forma en la que se
llevan a cabo así como las acciones de los grupos y los individuos de la
organización para cumplirlas o incumplirlas. Las Administraciones
contemporáneas están basada en normas, que ‘racionalizan’ el trabajo de sus
empleados siguiendo la conceptuación weberiana de la racionalidad burocrática.
Feldman (2003) analizó el impacto que las normas tienen sobre las
Administraciones públicas y sus empleados, como se expone a continuación.
El impacto de las normas legales es similar al de las directrices y las
estrategias de los directivos de la organización. Por ello, se espera que los
empleados las apliquen de una forma similar. Una directriz impartida por un jefe
tiene teóricamente el mismo impacto que una regla escrita. Las normas legales
pueden tener algunos riesgos ligeramente diferentes, pues pueden ser
automáticamente invocadas en el sistema judicial. Sin embargo, la norma legal
no tiene un valor mayor que las normas no legales en el funcionamiento ordinario
de las Administraciones públicas.
Muchas normas legales pueden ser invocadas en los tribunales, otras no.
Muchos artículos de la legislación no se pueden invocar ante un tribunal porque
se puede aducir la falta de recursos de las Administraciones públicas para
ponerlos en práctica. Por ejemplo, los derechos al trabajo y a una vivienda digna
de las Constituciones de muchos países no pueden ser invocados en los
tribunales para demandar a las Administraciones públicas. Muchos de los
principios enunciados en capítulos anteriores, como la eficiencia o la eficacia, que
se encuentran explícitos en muchas normas legales tampoco pueden ser
invocados ante los tribunales. Las normas legales, en muchos casos, se hacen
cumplir más bien a partir de la voluntad política, no como consecuencia de su
valor legal. Del mismo modo, muchas de las normas no legales (directrices y
órdenes similares) se aplican y se hacen cumplir a través de instrumentos de
gestión: por ejemplo, amenazando con reducir el presupuesto si se incumple,
pagando bonos de productividad en función del rendimiento de los empleados
públicos así como otras medidas.
Todas las directrices que confieren poder a alguien deben tener un respaldo
legal. En el sentido contrario, las normas no legales no pueden menoscabar los
derechos y las libertades de los ciudadanos. Por tanto, la función principal del
sistema legislativo es dar poder a las autoridades para acometer acciones que
serían ilegales de otra manera. El sistema legal se encarga precisamente de
limitar el ejercicio del poder de las autoridades, para que este poder no se
emplee de forma arbitraria o de forma inapropiada. Cuestión diferente es la
discrecionalidad. Las normas legales no pueden encorsetar la actuación de las
autoridades de tal modo que sólo sea la norma legal la que prescriba la actividad
de la Administración. Las autoridades precisan de cierta discrecionalidad para
poder mejor cumplir con los objetivos marcados. La discrecionalidad no puede
derivar arbitrariedad, es decir, comportamiento injusto e invasivo de los derechos
de los ciudadanos.
Los empleados públicos que trabajan cercanos a los usuarios (asistentes
sociales, policías, profesores, médicos así como otros profesionales) tienen
formas diferentes de trabajar con las normas legales. Smith y Gray (1985)
establecen, a partir de un análisis del trabajo realizado por la policía, tres
maneras de cómo trabajar con las reglas. Las reglas de funcionamiento son las
reglas internalizadas por los empleados públicos y constituyen los principios que
guían su conducta. Las reglas inhibitorias son las reglas que no están
internalizadas por los empleados públicos, pero que tendrán en cuenta cuando
actúen pues esas reglas pueden ser invocadas en un sistema disciplinario o
judicial. Las reglas de presentación sirven para dar una apariencia aceptable a lo
que hacen los empleados públicos.
Un profesional experimentado en la asistencia domiciliaria a personas que no
pueden valerse de sí mismas podrá modificar su conducta en el caso de que
considere que la norma produce un resultado inaceptable. El trabajador social
intentará adecuar el procedimiento de tal forma que el resultado sea distinto
(cambiando las reglas de funcionamiento) o, intentará presentar el caso de tal
forma a sus superiores para que se consigan los resultados deseados por el
asistente social respetando la normativa legal vigente (empleo de normas de
presentación). En general, por tanto, los empleados públicos convertirán en
normas de funcionamiento aquellas normas que producen los resultados con los
que están de acuerdo. En cambio, no podrán hacer nada contra las normas
inhibitorias, pues podrían jugarse eventualmente el puesto de trabajo, por
ejemplo.
***
Este capítulo ha examinado dos controversias sin poder ofrecer una solución
a ninguna de ellas. Por una parte, es difícil determinar cuál es la combinación
adecuada de normas detalladas y principios generales e inespecíficos para
modificar la conducta de los entes regulados (entendidos como ciudadanos y
empresas). Las normas parecen funcionar en ámbitos estables y simples, pero la
mayoría de los contextos son complejos y cambiantes. La utilización de los
principios es ineludible porque es difícil diseñar un sistema perfecto de reglas
como las del ajedrez. Desafortunadamente, la aplicación de los principios no es
fácil. Por otra parte, se han analizado las estrategias persuasivas y disuasorias
en relación a los entes regulados. Falta información para optar claramente por
una u otra estrategia, pues es difícil conocer en todo momento cuál es la
motivación de los ciudadanos y las empresas a obedecer la normativa. La
disuasión genérica (castigos ejemplares para que otros no incumplan) no
presenta resultados aún concluyentes y la disuasión específica (un castigo
previene el incumplimiento futuro del ente regulado) parece tener mayor éxito.
Este supuesto implica que existe una interacción continua entre reguladores y
entes regulados. Este tipo de interacciones es el objeto del próximo capítulo.
14 Este ejemplo ha sido tomado de Hood (1986).
15 El estudio de caso en: http://bit.ly/1A4Zfpy. Consultada 15-1-2015.
5. Regímenes regulatorios y el control
LA M ET A -REGULA C IÓ N
EL C O NT RO L: LA A P LIC A C IÓ N DE LA S NO RM A S
El control sigue de forma lógica detrás del diseño del sistema normativo, y de
las estrategias para hacer cumplir las normas. Las Administraciones públicas y
sus directivos tienen como finalidad que los planes establecidos se desarrollen
dentro de un orden determinado. Para el estudio del control se va a emplear la
teoría cultural de rejilla & grupo desarrollada por Mary Douglas y adaptada
principalmente por Christopher Hood para el sector público. Esta teoría permite
estudiar el mismo fenómeno del control en distintos países empleando categorías
universales.
Hay varias formas de concebir el control. Schultze (1977) y Thompson (1993)
han identificado las estrategias de control basadas en el mercado como
alternativas al ‘mando’ jerárquico típico de los sistemas administrativos. Algunos
autores han desagregado las dimensiones del control en conceptos cibernéticos
como los detectores, los directores y los efectores (véase Hood et al. 1999). Una
de los enfoques más conocidos de los estilos de control viene de la elección
racional de McCubbins y Schwartz (1984), en la que se distinguen las estrategias
de “patrulla de la policía” (un control burocrático más o menos sistemático) y las
“alarmas de incendio (concentración de la atención en casos problemáticos).
También se identifica el control a partir de la teoría cultural (véase Hood 1998;
Hood et al. 1999), con instrumentos como la reciprocidad, la competencia, la
aleatoriedad artificial y la supervisión jerárquica como formas de control sobre
los individuos que operan en las instituciones públicas y organizaciones. La teoría
cultural ha sido aplicada para analizar el control vertical dentro de las
burocracias públicas en los diferentes sectores de un mismo nivel de gobierno
(Hood et al. 2004) o a la coordinación entre varios ministerios y organizaciones
pertenecientes a diferentes sectores (Perri 6 de 2004).
El control, como sinónimo de dirección o de gobierno, se refiere de una
manera abstracta “a lo que mantiene el estado de un sistema dado dentro de
algún subconjunto deseado de todos sus posibles estados” (Hood et al 2005: 5).
Control se utiliza a veces alternativamente a coordinación, pero la coordinación
se refiere más bien a la forma en que las diferentes partes trabajan juntas para
alcanzar ciertos objetivos comunes.
Hay muchas maneras posibles de clasificar los diferentes procesos o
mecanismos que se pueden utilizar para mantener la burocracia pública y a los
ciudadanos bajo ‘control’. Como primer paso, se pueden distinguir la supervisión
sobre la burocracia o los ciudadanos (Jørgensen 1987) sin emplear inspectores.
Bajo estas formas, un sistema se mantiene dentro de los límites sin inspectores,
como si operara en la burocracia la ‘mano invisible’ de Adam Smith aplicada al
mercado. La ‘mano invisible’ no necesariamente supone un proceso de cambio de
la cultura. Desde una perspectiva antropológica, Mary Douglas (1985: 3) describe
la cultura como “un mecanismo regulatorio general para el comportamiento
humano”. La distinción entre control ‘con’ o ‘sin’ inspectores es importante,
porque la principal lección del análisis cibernético de la burocracia es que un
sistema puede estar controlado sin necesidad de inspectores (auditores u otros
tipos de supervisores) claramente identificados y que el control del sistema no
debe llevarse a cabo solamente por la simple supervisión (cadena de mando),
sino que debe basarse en gran medida en mecanismos de autocontrol (Dunsire
1978). Sería imposible poner un policía, un inspector o un controlador detrás de
cada persona y de cada organización, aunque haya sido la aspiración de algunos
sistemas totalitarios.
La teoría cultural de la ‘rejilla’ y el ‘grupo’ (grid & group) se ha aplicado a los
regímenes normativos y los sistemas de control (Hood 1995; 1998 y Hood,
Rothstein, Baldwin 2001; Lodge, Wegrich y McElroy 2010) utilizando las cuatro
perspectivas polarizadas resultantes de la combinación de ‘rejilla’ (el
comportamiento de los individuos está determinado de forma baja o alta por las
normas) y ‘grupo’ (la conducta de los individuos está condicionada de una forma
alta o baja por los grupos sociales) (véase la tabla), lo que implica diferentes
sesgos culturales para diagnosticar los problemas sociales y ofrecer soluciones.
Tabla 1. Los sesgos culturales
Sí No
Sí Organización Organización
productiva procedimental
– Oficinas de – Hospital psiquiátrico
recaudación de – Las fuerzas armadas
impuestos en misiones de paz
– Oficinas de la
¿Se pueden seguridad social
observar los
procesos?
No Organización Organización de
artesanal (craft) batalla (coping
– Las fuerzas organization)
armadas en tiempos – Gabinetes de los
de guerra ministerios
– Auditores, fiscales – Embajadas
Si los resultados del sistema basados en metas se emplean para otorgar premios
y castigos, la tentación a manipular los datos por parte de los actores
controlados es alta. La manipulación (gaming) se produce al nivel de los
empleados públicos y de las organizaciones. La manipulación de los empleados
consiste en la alteración del programa de trabajo de tal forma que se puedan
completar las tareas asignadas y así recibir la recompensa prometida (Pearce y
Perry 1983). Este fenómeno es considerado como una actividad negativa o
disfuncional. En general, la idea que se traduce de esta ‘manipulación’ es que los
actores modificarán su conducta cuando saben que los datos que ellos producen
son empleados para ser controlados. A continuación se examinan algunas
estrategias que subvierten el objetivo principal de un sistema de gestión del
rendimiento y posteriormente se examinan estrategias para evitar la
manipulación.
liver Holmes ofrecía a los estudiantes de medicina del Reino Unido en 1871
En Estados Unidos, según Radin (2006), los profesionales (ya sean diplomáticos,
estrategas militares, profesores o médicos) han caído en desprestigio paulatino.
Numerosas encuestas manifiestan que su estatus se ha deteriorado. Esto puede
explicar el hecho de que muchas de las reformas de la gestión por resultados se
hayan centrado en atacar estos monopolios profesionales. Estos monopolios no
son sólo los mecanismos de protección de los miembros de la profesión, sino
que son métodos para eliminar los mecanismos de rendición de cuentas
normales, que uno espera en el empleo de recursos públicos. Adicionalmente, se
ataca a los expertos por cuestiones de codicia financiera, incapacidad para
concentrarse en las necesidades de los ciudadanos o clientes que sirven, y los
conflictos de interés, tanto monetarios como políticos. Rampton y Stauber (2002)
creen que los expertos adoptan una postura arrogante tomando como base su
conocimiento especializado y ha llevado a consecuencias nefastas: el fracaso de
los médicos para cumplir con el juramento hipocrático o para que los maestros
de la enseñanza primaria crean que los estudiantes de familias de nivel
socioeconómico más bajo pueden aprender o para que investigadores de las
ciencias médicas realicen proyectos de investigación que apoyan a las compañías
farmacéuticas, que financian la investigación.
El modelo basado en la confianza ha acarreado numerosas críticas. Le Grand
(2007) se pregunta si se puede confiar en que estos profesionales proporcionarán
un servicio de calidad que satisfaga a los usuarios, sin la presión de su ‘voz’, y
eficiente, sin la presión de los directivos que les impongan unas metas a
alcanzar. Según Le Grand (2003), hay una mezcla de motivaciones entre los
profesionales de los servicios públicos: algunos persiguen su interés personal y
otros intentan mejorar el bienestar de los demás. No obstante, diversos autores
también ofrecen otros argumentos para desconfiar de que unos profesionales
altruistas puedan cumplir con las metas de los servicios que prestan.
Primero, los profesionales ocupacionales del modelo ideal no tienen la
eficiencia como una de sus metas, pues se preocupan sólo de la calidad del
servicio, en la que no creen que el usuario tenga mucho que decir. La calidad del
servicio se interpreta en función de las habilidades y los conocimientos
adquiridos en el proceso de formación y de socialización. Por tanto, una alta
calidad del servicio, según Le Grand (2007), sólo se produce cuando los
profesionales están motivados principalmente por el bienestar de aquellos a los
que sirven, es decir, despliegan motu proprio un comportamiento de
“caballeros”-knights. La confianza en el comportamiento altruista o caballeresco
es un elemento esencial de este modelo de prestación de servicios. Pero, a
veces, este comportamiento pasa a ser un comportamiento de “bellacos”
(knaves), basado más bien en el interés material de los profesionales.
Segundo, estos profesionales altruistas no tienen incentivos para ser
eficientes, pues nadie les controla con metas preestablecidas o rankings de los
mejores doctores, hospitales o profesores (Le Grand 2007). Noordegraaf (2013)
apunta, por ejemplo, que una de las grandes críticas vertidas sobre el
profesionalismo ocupacional es su uso ineficiente de los recursos públicos. Esto
supone abogar por racionalizar el trabajo de los profesionales.
Tercero, según Noordegraaf (2013), los profesionales son criticados por su
utilización subjetiva y monopolística del conocimiento cuando las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación convierten a los servicios en
más transparentes y responsables. Sin embargo, ahora el proceso puede ser
opuesto. Los profesionales pueden hacer caso omiso de las instrucciones del
gobierno, subvirtiendo su política o los principios de su política, pero altruistas
desde el punto de vista de los usuarios. Por ejemplo, los médicos pueden
prescribir el tratamiento sugerido por un paciente informado gracias a lo
encontrado en la Web. La conflictividad entre médicos y pacientes ha aumentado
recientemente dado que los ‘pacientes’ están cada vez más informados (Löffler
et al. 2008). Muchas veces, los pacientes ‘saben’ el ‘tratamiento’ que les
conviene y desconfiarán del médico que les ofrezca un ‘tratamiento’ menos caro.
El médico puede caer en la tentación de no entrar en conflicto con el paciente y
prescribir una intervención cuando métodos no invasivos y más baratos podrían
tener el mismo o mejor resultado. En general, los médicos, al enfrentarse a la
angustia individual, pueden tener dificultades para imponer los límites de
recursos a los que tienen acceso.
Todas las críticas anteriores han erosionado la base de poder de los
profesionales y el modelo ideal se está debilitando considerablemente. No
obstante, el modelo profesional presenta aspectos positivos. En primer lugar, el
modelo es atractivo para los profesionales que prestan el servicio, pues fomenta
su autonomía y su independencia de un poder jerárquico que dicta qué tienen que
hacer en todo momento. Esta independencia les puede dotar de mayor
satisfacción con el trabajo para afrontar sus tareas cotidianas. En un sentido
moral más amplio, un sistema que parece confiar en la gente que trabaja en su
seno es más atractivo que uno en el que se vigila continuamente el rendimiento
de los que trabajan en él, como el sistema basado en resultados.
En segundo lugar, los profesionales, según Freidson (2001), tienen un sentido
de empresa social de aprendizaje, de progreso y de avanzar unos conocimientos
y unas habilidades especializadas. Este autor argumenta que si se ataca la
credibilidad de esta ideología profesional, se crea una atmósfera de desconfianza
hacia esa voz moral e independiente a la hora de evaluar las políticas sociales. Si
se aumenta una filosofía eficientista y economicista, se está socavando la base
de la satisfacción de estos profesionales y de su interés altruista en aras de la
sociedad. La ideología profesional, según este autor, está comprometida con la
calidad del trabajo y esto puede verse comprometida con estas críticas. En
cualquier caso, la motivación por el trabajo puede quedar muy debilitada.
En los Países Bajos, Tummers, Steijn y Bekkers (2012) muestran que las
presiones que sufren los profesionales cuando prestan el servicio tienen un
impacto relativamente alto en su satisfacción con el trabajo, lo que puede
redundar en una desmotivación del trabajo profesional. Estos autores analizaron
el impacto de las presiones gerenciales y las presiones de la política
organizativa. Las presiones gerenciales consisten en énfasis en la eficiencia y en
la transparencia financiera que derivan en alienación en el trabajo, es decir, en la
percepción de una falta de influencia y de autonomía durante el proceso de
prestación del servicio. Las presiones de la política organizativa se refieren a la
ambigüedad de metas, recursos escasos y la pugna de grupos de empleados con
valores, normas e intereses a menudo en conflicto. Los miembros de la
organización perciben este tipo de política como algo negativo.
Tummers, Steijn y Bekkers (2012) analizaron estas influencias en una
encuesta a 1.317 profesionales de salud mental que tenían que implantar una
nueva política de reembolso. La alienación debido a la estrategia gerencial y la
política organizativa explicaban un 19% de la varianza en la satisfacción en el
trabajo. En términos comparados, es un porcentaje alto dentro de las posibles
influencias sobre la satisfacción laboral. Se observó que la impotencia operativa,
concebida como falta de autonomía profesional, influía negativamente en la
satisfacción laboral de los profesionales públicos. Por lo tanto, cuando los
profesionales no tienen ninguna autonomía en la aplicación de una política, van a
estar menos satisfechos con sus puestos de trabajo. En particular, se descubrió
que la reducción de la satisfacción con el trabajo es más fuerte entre los
profesionales que trabajan en ámbitos donde la política de la organización es
conflictiva.
Este hallazgo pone de relieve la naturaleza contextual de la aplicación de
políticas por parte de los profesionales de primera línea. En algunas
organizaciones, será más relevante comprometer a los profesionales en la forma
en que la organización implementa la política. La formulación de políticas puede
ser vista como un proceso interactivo, donde la negociación entre los actores
locales es un elemento clave de una implementación exitosa.
En cualquier caso, la evolución de la prestación de servicios en estos ámbitos
altamente profesionalizados contempla también un paso intermedio. Frente a
este profesionalismo ocupacional, ha surgido la profesionalidad híbrida
(Kirkpatrick, Ackroyd, Walker 2005; Noordegraaf 2007). Desde el punto de vista
organizativo, los trabajadores profesionales se vieron envueltos en las
estructuras y los sistemas que los obligaron a rendir cuentas sobre la base de
evidencia empírica. El ‘control’ de ‘contenidos’ característico del ámbito
profesional pasa a un control organizativo, donde los profesionales son objeto de
la gestión y la medición. Pero no sólo interviene el control de los gerentes en la
desprofesionalización de los profesionales, pues los responsables políticos
también han participado en este proceso en algunos países.
EL P RO FESIO NA L H ÍBRIDO EN LA P RÁ C T IC A
Existencia de mercado
Es necesario que exista un mercado con distintos proveedores para que haya
competencia. Esto tiene consecuencias distintas para áreas de servicios con una
fuerte regulación (electricidad, gas, telefonía) y para otros servicios dominados
por profesionales como la educación o la sanidad. Las deficiencias del mercado
están vinculadas a tres fenómenos: la inexistencia de elección porque hay un
monopolio de jure o de facto, la existencia de mucha elección porque el número
de proveedores es demasiado alto y la deficiente protección de los intereses de
los consumidores cuando eligen.
La primera deficiencia del mercado se refiere a las situaciones de monopolio
donde es imposible elegir. Según Dowding (1992), dos alternativas se producen
cuando un alumno, por ejemplo, puede elegir entre una escuela cercana y otra,
más alejada, pero con mejor reputación. La alternativa de elegir una escuela
cercana y mala reputación y no elegirla no es ninguna elección. Por ejemplo, si se
quiere elegir otra escuela para el niño, los padres a veces no tienen elección real,
pues las listas de espera para acceder al colegio de elección suelen ser largas.
Esto pasa cuando los hospitales se fusionan y se ofrecen menos opciones a los
usuarios. Se crean situaciones de ‘cuasi-monopolio’.
La existencia de alternativas tiene que ver con la flexibilidad de la oferta, es
decir, la posibilidad de abrir nuevas escuelas o cerrar las que funcionan mal. Si la
oferta es flexible, se reduce la segregación, mientras que si la oferta es rígida, la
segregación aumenta (Burgess et al. 2005: 19). La flexibilidad de la oferta incluye
la posibilidad de que los ‘propietarios’ de las escuelas populares puedan ampliar
la oferta si lo desean. Esto no parece muy fácil, si no hay infraestructura para
ello.
La integración europea y la creación de un mercado único han fomentado la
liberalización de los servicios de interés general (agua, electricidad, servicios de
telecomunicaciones), sometiéndolos a la competencia (Héritier 2001). Se
esperaba que la creación de un entorno de mercado, alejado del monopolio,
propiciara una competencia por la que los usuarios se beneficiarían de precios
inferiores. En estos mercados, la opción de ‘salida’ total no es demasiado
factible, pues está asociada con costes altos o malestar individual del ciudadano.
Debido a este carácter de interés general, la igualdad en términos de
accesibilidad y la prestación de servicios son cruciales en todos los países
miembros de la Unión Europea (Clifton, Comín y Díaz-Fuentes 2005). No obstante,
los resultados de la liberalización son mixtos. En Estados Unidos, los usuarios de
las telecomunicaciones parecían mejorar cuando se introdujo la competencia
(Eppling 2003), pero en el Reino Unido, los usuarios del mercado eléctrico no han
sido capaces de identificar el proveedor que ajusta mejor su oferta al nivel de
consumo que tienen (Wilson y Waddams Price 2010).
Cuando se abre un mercado, los gobiernos adoptan normalmente medidas
para estimular la aparición de nuevos proveedores. En el caso de sustitución de
una situación de monopolio por una situación de mercado, la mayoría de los
proveedores del servicio tienen que empezar desde cero, excepto el proveedor
que solía ofrecer el servicio en régimen de monopolio. Se entra entonces en un
mercado con riesgos. Es normal que se formen conglomerados multinacionales
de provisión de servicios. Estos grupos cuentan con las habilidades necesarias
para operar en esa área, al mismo tiempo que cuentan con los recursos y el
capital que se necesita para afrontar los riesgos de una nueva aventura
empresarial (Clifton, Comín y Díaz-Fuentes 2005). En muchos casos, las
Administraciones públicas han tenido que ayudar a la creación de este mercado.
La segunda deficiencia del mercado está vinculada al exceso de proveedores.
Según Jilke (2014), a medida que la cantidad de proveedores crece, la toma de
decisiones se empobrece y hay menos probabilidades de cambio de proveedor.
Esto se debe a que las personas tienen una capacidad limitada de informarse
para la adopción de decisiones. Cuando se alcanza ese límite, las personas
tienden a no decidir y se quedan con su proveedor del servicio. Es una opción
satisfactoria, de statu quo (Samuelson y Zeckerhauser 1988), incluso aunque el
consumidor podría conseguir beneficios con el cambio. La gente, por tanto, se
queda con un proveedor determinado no sólo por los costes directos de
transacción (cambio de un proveedor a otro) sino también por los costes
indirectos de transacción, como el coste de buscar el proveedor más adecuado a
las necesidades del consumidor.
Desde la psicología se indica que el aumento del número de alternativas
puede tener resultados positivos al principio, pero con el tiempo el efecto se
vuelve negativo (Botti y Iyengar 2006). En este sentido, Shah y Wolford (2007)
proponen que el punto de inflexión se encuentra entre las 10 y las 12
alternativas. Si se supera este umbral, se convierte la elección en demasiada
elección. Esto puede darse en mercados como el de la telefonía, pero rara vez se
encuentra en el mercado de la energía o del agua para un área determinada
concreta, por ejemplo.
Los usuarios despliegan una racionalidad limitada (bounded rationality) (Simon
1947), es decir, la idea de que en la toma de decisiones, la racionalidad de los
individuos está limitada por la información que tienen, las limitaciones cognitivas
de la mente, y la cantidad finita de tiempo que se posee para tomar una
decisión. Por tanto, los padres, los pacientes, y los estudiantes se enfrentarán a
los típicos problemas de sobrecarga de información, la necesidad de simplificar
la información recibida, la aversión al riesgo, o quedarse con el statu quo, entre
otros instrumentos (Kahneman, Slovic y Tversky 1982). El exceso de información
puede confundir a los usuarios de servicios y dar lugar a la simplificación
excesiva. En ocasiones, pueden preferir elegir otros criterios aparentemente
irracionales, como por ejemplo lo que dicen otros sobre un servicio, antes que
comparar tablas de datos (Tummers, Jilke y Van de Walle 2013).
Según la investigación de Jilke (2014), el aumento del número de opciones
disponibles para los ciudadanos parece funcionar mejor en la telefonía fija que en
la telefonía móvil, sobre todo debido a características de la competitividad del
mercado, y la complejidad del servicio en general. La elección cambia cuando
aumenta el número de proveedores. Pasado cierto umbral, la elección influye
negativamente, especialmente a los grupos vulnerables. No obstante, no están
claras las circunstancias en las que el número de opciones tiene un impacto
negativo en las decisiones de cambio de los consumidores potencialmente
vulnerables. El autor no puede extender estos resultados a otros sectores, por lo
que se debería llevar a cabo una investigación ad hoc en ellos.
Finalmente, una vez que se decide la elección inicial de la plaza escolar, el
papel del consumidor se restringe considerablemente. En la mayoría de los casos,
la elección tiene una duración de cinco o siete años (los periodos de escolaridad
primaria y secundaria), ya que los niños rara vez cambian de escuela, a no ser
que se hayan presentado problemas graves. Los padres no son propensos a
trasladar a los niños de una escuela a otra frecuentemente ya que sus hijos ya
han desarrollado sus amistades en la primera escuela.
En definitiva, a veces los usuarios no quieren elegir, sino que desean recibir
un servicio de calidad y que esa calidad esté garantizada universalmente. Es
decir, que la calidad del servicio no dependa del código postal del usuario.
Una tercera deficiencia aparece cuando el gobierno no protege a los usuarios
adecuadamente en los nuevos mercados liberalizados contra el abuso y la
concentración de las empresas o las prácticas colusivas entre operadores. La
protección se hace generalmente a través de la regulación. En el sector de
servicios públicos como la electricidad, la telefonía, el gas o el agua, las
obligaciones de servicio universal constituyen parámetros que procuran asegurar
que el mercado va a funcionar según lo previsto. En muchos casos, los gobiernos
suelen intervenir en los mercados de servicios públicos para evitar la
concentración, mediante el establecimiento de los organismos reguladores
específicos, o mediante el fortalecimiento de las agencias o comisiones
independientes que vigilan el buen desarrollo de la competencia (Tummers, Jilke
Walle 2013).
Varias son las ventajas vinculadas al uso de la voz en la gestión de los servicios
públicos y, más en particular, al uso del enfoque de la calidad (Stringham 2004).
En primer lugar, se coincide en que en este modelo tienen en cuenta
directamente las necesidades y las demandas de los usuarios y cómo ellos
mismos las perciben. En segundo lugar, los mecanismos individuales de expresión
de la voz pueden ofrecer una información rica y útil para los proveedores de
servicios que quieran mejorar. En tercer lugar, la voz facilita la consecución de
servicios más eficientes. En cuarto lugar, se reducen los niveles jerárquicos de la
organización y, finalmente, se consigue mayor poder de decisión de los
empleados de los niveles bajos, lo que les confiere mayor motivación.
También existen varias desventajas de este modelo. En primer lugar, algunos
procedimientos para escuchar la voz pueden crear cierta reacción en los
empleados públicos, como es el caso de los procedimientos de quejas,
reclamaciones, denuncias y recursos. Estos procedimientos requieren de
compromiso por parte de los empleados públicos y suelen crear una actitud
defensiva entre los directivos y las personas que trabajan en la unidad a la que
se reclama, porque suelen atraer la negatividad, nunca la parte positiva.
En segundo lugar, el ejercicio de la ‘voz’ puede dar lugar a un sesgo de clase
media (las personas mejor educadas y articuladas), pues son estas personas las
que más suelen emplear estos procedimientos, incluso aunque probablemente no
sean las peor afectadas por la mala gestión del servicio. Son las que demandan
más del servicio (menos espera para determinados servicios médicos, un acceso
más rápido a especialistas, mejores maestros…) y hablan el mismo lenguaje que
los profesionales que ofrecen el servicio. Esto les puede favorecer.
En tercer lugar, hay una tendencia a aplicar la satisfacción del usuario como
único parámetro para medir la calidad. Esta visión puede ser errónea en muchos
casos por varia razones. Por una parte, ello dependerá de cómo se segmenten los
consumidores. Cuando un servicio atiende a grupos heterogéneos de usuarios,
habría que valorar si esa satisfacción varía entre grupos y cuál sería el grupo que
debería predominar de cara a las mejoras en un contexto en el que no existen
recursos para todas las demandas. Por otra parte, existen diferentes actores que
pueden determinar la calidad desde diversos puntos de vista. Los usuarios
expresarán su satisfacción percibida en relación con las expectativas. Los
directivos de la organización deben sopesar la calidad ofrecida en función de los
principios de eficiencia productiva y eficacia, al menos. Los profesionales
ocupacionales pueden desempeñar un papel importante en la determinación de la
calidad con los parámetros de la profesión, especialmente en aquellos ámbitos en
los que los usuarios no son expertos. Por ejemplo, la calidad de la enseñanza no
se puede medir sólo con las evaluaciones que los alumnos hacen de los
profesores. Una evaluación más completa requeriría la opinión de otros
profesores para determinar si un curso está bien diseñado y responde a las
necesidades laborales del mercado. Finalmente los políticos defenderán los
valores de algunos grupos determinados cuando se adopten decisiones sobre el
servicio ofrecido. En el ejemplo anterior de los parques y jardines, la definición de
calidad no puede sólo referirse a la satisfacción de los usuarios. Habría que
decidir qué usuarios en particular van a ser primados sobre los demás después
de hacer una segmentación de los mismos: ¿los escolares, las personas de la
tercera edad, los deportistas, los discapacitados, los usuarios de bicicleta, los
patinadores, los amantes de las flores y de la naturaleza salvaje? Si el espacio
es limitado y las demandas superan los recursos de la organización, los políticos
deberán decidir con sus valores qué grupos serán favorecidos (las elecciones
pueden desempeñar un importante papel) y los directivos tendrán que sopesar los
costes de la intervención y los resultados que se alcanzarán en términos de
visitantes y usuarios del parque. Por tanto, la satisfacción de los consumidores
con el servicio es un pobre predictor en muchos servicios públicos.
En cuarto lugar, algunos autores como Bovaird y Löffler (2009) proponen que
la organización tenga una única definición de calidad (adecuación a fines,
conformidad con lo especificado, satisfacción de clientes, coproducción del
servicio) para poder alinear todas las estrategias en torno a esa definición.
Algunos directivos actúan de este modo, pero esta máxima puede ser
problemática, pues un servicio está compuesto de muchos elementos distintos y
una organización puede prestar servicios muy diferentes. Por ello, diferentes
definiciones pueden tener cabida en la organización. En una universidad, las aulas
deben cumplir unos estándares de seguridad (conforme a lo especificado), tienen
que ser adecuadas a los fines para los que se emplean (no usar un anfiteatro
para seminarios de 10 personas), debe satisfacer a los alumnos en las
enseñanzas impartidas y en los procesos administrativos en los que interactúan
y los profesores requieren de su coproducción para poder elevar el nivel
educativo de los alumnos.
Finalmente, desde un punto de vista práctico, se observa la tendencia de los
servicios centrales de una organización o del gobierno a implantar una
herramienta a todas las organizaciones. Por ejemplo, durante el primer gobierno
chileno de Bachelet entre 2006 y 2010, la DIPRES (Dirección de Presupuestos)
tenía la intención de obligar a todos los ministerios a aplicar ISO 9001 con el
objetivo de que mejoraran la calidad de sus procesos. El problema de esta
estrategia es que se trata de forma igualitaria y uniformadora a organizaciones
muy desiguales. ¿Qué hacen los diplomáticos, por ejemplo, aplicando ISO 9001 en
el desempeño de sus funciones? Los directivos públicos necesitan entender mejor
sus organizaciones siguiendo el esquema de Wilson (1989) (véase el capítulo 6)
acerca de la posibilidad de observar los procesos y los resultados. ISO 9001, por
ejemplo, sólo funciona bien cuando procesos y resultados pueden ser observados.
Los servicios centrales buscan la comodidad que ofrece la burocratización y la
estandarización de las organizaciones, pero éstas requieren flexibilidad y
adaptación a sus circunstancias.
***
Le Grand (2007) mantiene que este modelo basado en la voz, por sí solo, no
ofrece incentivos para que los directivos mejoren los servicios que prestan. Si un
proveedor tiene el monopolio de la prestación de un servicio (por ejemplo, la
agencia tributaria, o la dirección general del catastro o la dirección general de
tráfico), puede ignorar las quejas de sus usuarios con relativa impunidad. En
cambio, este autor debería explicar una paradoja. ¿Por qué, a pesar, de que los
beneficiarios, los administrados-obligados, los usuarios y la mayoría de los
consumidores de servicios públicos son prácticamente ‘cautivos’ de una
organización pública concreta, hay organizaciones públicas que aplican la voz
como modelo de gestión y son organizaciones excelentes acreditadas en
diferentes foros como los ejemplos que se han mencionado? Los numerosos
premios a la gestión de la calidad muestran anualmente que muchas
organizaciones públicas abrazan el sistema de voz. A pesar de todas las
bondades que tiene el sistema de voz, no se puede ignorar que existen
controversias respecto a cómo se aplica la idea de cliente con los administrados-
obligados y los beneficiarios, al no existir una transacción económica en estos
casos. La idea de transacción social es atractiva, pues la mejora de la calidad de
los servicios individuales redunda en una mejora social. Aun así, no deja de ser
problemática la aplicación de esta máxima a situaciones concretas donde la
individualización del servicio, en aras de la calidad, pueda vulnerar alguna
dimensión del principio de igualdad.
Después de haber examinado cuatro modelos de prestación de servicios
(mando y control, voz, elección y confianza), se puede comprobar que todos ellos
tienen ventajas e inconvenientes. Le Grand (2007) apuesta por la superioridad de
los modelos que incluyen incentivos (competencia) sobre los demás. Sin
embargo, este modelo entraña también considerables problemas, dado que la
elección del proveedor del servicio no siempre es posible en el sector público de
una forma adecuada. En cualquier caso, parece que en muchas ocasiones son las
soluciones híbridas las que tienen mayor posibilidad de triunfar. De hecho, si se
observa cómo se prestan los servicios por las organizaciones públicas, se pueden
detectar propuestas mixtas en las que, al menos, se combinan dos de los
modelos descritos en este capítulo y en los anteriores.
Parte III
La gestión de los recursos de las organizaciones
públicas
20 Governance International - Andreas Pawelke (2011) Peer Training of Learner
Drivers by Offenders in Austria. http://bit.ly/12tT8zU. Consultada el 15-1-
2015.
10. El diseño organizativo y las redes de organizaciones
Las organizaciones contienen normas que los individuos que trabajan en ella
deben aplicar. El cumplimiento de las normas por parte de los individuos es
explicado a través de dos grupos de teorías institucionales que responden a
lógicas diferentes: de lo ‘apropiado’ y de la ‘consecuencia’.
La lógica de lo ‘apropiado’ establece una obligación moral a los integrantes de
la organización. El individuo observa las pautas de comportamiento organizativo e
intenta reflejar esas pautas en su actuación cotidiana. De esta forma, los códigos
de conducta de la organización sirven para separar los intereses individuales de
sus miembros de los intereses organizativos. Con esta lógica, se puede explicar
a veces el cumplimiento de las normas y los códigos de conducta de una
organización. Así, la actuación de un funcionario del ministerio de Asuntos
Exteriores es diferente a la de uno del ministerio de Medio Ambiente en una
reunión, por ejemplo. Un funcionario español, independientemente de la
organización en la que desempeñe sus funciones, también tendrá unas pautas de
comportamiento que lo diferencian de un funcionario sueco, simplemente por el
hecho de que la Administración sueca es mucho más transparente.
La lógica de la ‘consecuencia’ resalta la maximización del interés individual a
la hora de cumplir con las normas organizativas. Este planteamiento se basa en
los incentivos de las organizaciones. Estos incentivos son castigos y
recompensas de los que dispone el superior para hacer que los subordinados
cumplan con sus obligaciones. Por ejemplo, un tipo de incentivo típico es el pago
de un bono salarial adicional en caso de rendimiento positivo o por encima de lo
esperado. El sistema de incentivos en el sector público es bastante limitado para
motivar a los empleados a cumplir con las normas organizativas. Es posible
explicar parte del comportamiento de los empleados públicos sobre la base de
este planteamiento, pero ello depende de la organización y del tipo de tarea a
realizar. En cualquier caso, el sistema de incentivos monetarios no parece que
motive especialmente la actuación de los empleados públicos (véase el capítulo
11).
Existen otras lógicas institucionales, que suponen más bien una variante de la
lógica de lo apropiado, (véase Peters 2011). La lógica de lo ‘apropiado’ no
presume que el individuo va a dejar de lado su análisis racional coste-beneficio.
Simplemente se espera que la presión del entorno organizativo pueda canalizar
sus sistemas de incentivos y alinear su conducta con la requerida por la
organización; de esta forma se intenta prevenir o corregir la conducta desviada.
Las lógicas anteriores surgen de un proceso de institucionalización de la
organización. En el lenguaje común, se confunde a menudo institución y
organización. La institución “se refiere a los conceptos compartidos por los seres
humanos en situaciones repetitivas, organizadas por reglas, normas y
estrategias” (Ostrom 1999: 37). Las reglas son “las prescripciones compartidas
(que hacen referencia al deber, no deber, o poder) que son entendidas por todos y
que se cumplen y se aplican de forma predictiva en situaciones particulares por
los agentes responsables de hacer el seguimiento de su cumplimiento y de
imponer sanciones en su caso”. La definición de Scott (2008: 48) de institución
también refleja esa idea de estabilidad de la definición de Ostrom al considerar
que las instituciones están “compuestas de elementos regulatorios, normativos y
culturales-cognitivos que, junto con recursos y actividades asociadas,
proporcionan estabilidad y significado a la vida social”.
Para que exista una institución, deben darse varios requisitos siguiendo a
Ostrom (1999). En primer lugar, las instituciones se refieren a las reglas
formales y a las reglas en uso. Las reglas formales son normas plasmadas en
textos aprobados en los canales apropiados del sistema político-administrativo.
Las reglas en uso son las aplicadas por las personas, que pueden o no coincidir
con las reglas formales. Muchas de las decisiones de un departamento
universitario se adoptan en las reuniones formales del consejo del departamento.
A este consejo asisten los profesores del departamento, los representantes de
los alumnos, otros representantes definidos por los estatutos de la Universidad
cuando proceda y los representantes del personal de administración del
departamento. Sin embargo, algunas decisiones importantes se adoptan fuera o
previamente a la reunión del consejo de departamento, en reuniones exclusivas
de profesores. Por tanto, una regla en uso sería adoptar decisiones en canales no
establecidos en los estatutos formales del departamento.
En segundo lugar, la utilización de las reglas, tanto formales como
informales, debe producirse de forma repetida en el tiempo para que se hable de
una institución. Es decir, las reuniones informales de profesores exclusivamente
constituyen una institución cuando éstas se producen de forma previa a todas (o
la mayoría de) las reuniones del consejo de departamento. Si no es así, esas
reuniones informales no están institucionalizadas.
En tercer lugar, las instituciones afectan el comportamiento de los individuos.
Es decir, si un profesor del departamento sabe que las decisiones importantes y
las deliberaciones se van a producir en las reuniones informales de profesores,
procurará estar presente en esas reuniones y probablemente se preocupe menos
de asistir a la reunión formal del consejo, donde sólo se refrenda lo ya decidido.
Finalmente, otro requisito de una institución es que los valores y el
significado de la institución se comparten por los miembros de la organización y
su contexto. En el ejemplo expuesto, todos los profesores entienden como una
práctica ‘normal’ las deliberaciones y la adopción de las decisiones importantes
en sus reuniones informales profesores. Si el decano y el rector las permiten, y
no prohíben estas reuniones informales para tratar las cuestiones del
departamento, el contexto comparte estos valores, probablemente apliquen reglas
informales similares. Si los estudiantes se encuentran insatisfechos con estos
arreglos y sus representantes se movilizan para obligar a que las decisiones ¡y
las deliberaciones! se realicen en el órgano formal, el consejo del departamento,
empezará a producirse un desajuste entre los valores de los profesores del
departamento y los valores del entorno. Si esta movilización llega al decanato y
al rectorado, es muy posible que ya no se pueda ignorar esta práctica y el
decano y el rector dejen de compartir estos valores vinculados a las reglas en
uso. En esos momentos, la institucionalización de esa práctica peligra. Esto es
importante para entender la diferencia entre organización e institución.
Según Egeberg (2003), todas las instituciones (en el sentido de estructuras)
son organizaciones, pero no todas las organizaciones son instituciones. El proceso
de institucionalización de una organización requiere tiempo. Se puede fundar una
Escuela de Políticas Públicas financiada por un patrocinador privado. En su
documento de creación, se determinarán los puestos de la organización así como
las reglas que deben aplicarse a las personas que ocupen esos puestos, pero ello
no es suficiente para determinar el comportamiento de sus directivos y
profesores, su interacción con otras instituciones universitarias, con los alumnos
o incluso con las autoridades públicas. La institucionalización es el proceso por el
cual la organización se hace más compleja gracias a la incorporación de normas
formales y de uso. Estas normas y estas prácticas son las que permiten
interactuar con el entorno. En la repetición de estas normas se institucionalizan
las organizaciones. Estas normas informales y las expectativas que se generan
respecto a los papeles que los individuos deben cumplir son impersonales, es
decir, no dependen de los individuos concretos que ocupen esos puestos en la
organización. Cuando la organización se convierte en una institución, es posible
que no tenga que basarse tanto en los mecanismos de recompensas y castigos
para acometer sus tareas, porque los valores y la misión de la institución calan
en sus integrantes. Finalmente, cuando una organización se institucionaliza (se
carga de estas normas informales y valores sociales que reproduce), es muy
difícil que sea sometida a un cambio radical. Se pueden producir cambios
operativos, pero los cambios radicales que van en contra de su identidad son
más difíciles y sólo se producirán cuando haya problemas de rendimiento
organizativo.
A UT O NO M ÍA Y C O M P ET ENC IA ENT RE
O RGA NIZA C IO NES P ÚBLIC A S
Los elementos del diseño organizativo son varios. En este capítulo se aborda el
grado de especialización horizontal y vertical de una organización, el número de
proveedores a cargo de la prestación del servicio, y el tipo de relación
contractual con esos proveedores (en el próximo apartado). El modo de
financiación de las funciones desempeñadas por una organización también es
relevante para su diseño. Este aspecto se analiza en el capítulo 12.
Esta dimensión oscila entre los extremos del empleo directo por la organización
pública y la contratación externa del servicio con empresas y asociaciones sin
ánimo de lucro (Hood 1986). En muchos casos se da una postura mixta o
intermedia entre ambos. Se puede averiguar el método más adecuado mediante
la comparación del coste que supone la prestación del servicio de una manera o
de la otra.
En este ámbito se distinguen varios conceptos. Los proveedores externos son
aquellas entidades (empresas o sin ánimo de lucro) que se encuentran fuera de
las Administraciones públicas y proveen una parte o todo el servicio. Se deriva de
aquí la idea de externalización (outsourcing), que implica cualquier arreglo por el
que uno o más proveedores externos proporcionan todo el servicio. En español no
se realiza la distinción inglesa entre externalization (una parte del servicio) y
outsourcing (todo el servicio) (Alford y Flynn 2012: 21). Por último, partenariado
se refiere a cuando la provisión de un servicio determinado es compartida por
dos o más organizaciones y una de ellas, al menos, es una organización pública
(Teisman y Klijn 2002).
La gama de formas de prestación del servicio es bastante amplia tal como
se puede apreciar en el gráfico (Anttiroiko, Bailey y Valkama 2013) en una escala
que se refleja el control público sobre la prestación del servicio: de fuerte a
débil.
Ilustración 5. Continuum de sistemas de prestación de servicios públicos
Fuente: Adaptado de Anttiroiko, Bailey y Valkama (2013).
La contratación externa
Los partenariados
La gobernanza pública
LA GEST IÓ N P O R C O M P ET ENC IA S
EL DESEM P EÑO
LA C O M P ENSA C IÓ N: EL P A GO P O R RESULT A DO S
La decisión sobre cómo sufragar los gastos de una organización pública para
prestar servicios oscila entre la financiación genérica (mediante los impuestos) y
la específica (mediante tasas y otros mecanismos) (Hood 1986). Al menos, hay
cuatro variantes para financiar un servicio público: impuestos generales,
impuestos específicos, paternariados público-privados y tasas.
En primer lugar, los impuestos generales de diversa procedencia constituyen
la base de la mayor parte de la financiación del sector público. En este tipo de
financiación no se presta atención a los verdaderos costes del servicio, por lo
que la financiación dependerá de la capacidad política que tenga el responsable
del servicio para conseguir recursos o de la medida en que una crisis de la
prestación del servicio puede llamar la atención en la agenda pública y mejorar la
dotación presupuestaria de la unidad que lo proporciona. Con este tipo de
financiación, el proveedor del servicio no tiene incentivos para reducir sus costes
y puede promover el comportamiento oportunista de los usuarios. Por ejemplo, en
muchas comunidades de vecinos, el agua se paga pasando la misma cuota a
cada uno de los propietarios, con lo que no hay incentivos para reducir el
consumo de agua y algunos pondrán una piscina portátil en la terraza que se
financiará por todos. Esto es lo que los economistas denominan moral hazard, o
riesgo moral, es decir, como las personas se sienten aseguradas, consumen más
servicio del que necesitan. Este argumento se aplica, por ejemplo, a la atención
sanitaria. Se asume que las personas desean ir al médico por el placer de
hacerlo.
En segundo lugar, se puede financiar un servicio parcial o totalmente
mediante un impuesto específico. Se diferencia de una tasa pues el impuesto
puede estar pagado por personas que no disfrutan del servicio específico que
financia. En España se implantó el denominado ‘céntimo sanitario’. Este era un
impuesto sobre las ventas minoristas de determinados hidrocarburos que estuvo
vigente desde 2002 hasta 2012. Constaba de un gravamen estatal que era común
para todo el territorio de aplicación del impuesto y de un gravamen autonómico
facultativo. En total, 13 Comunidades Autónomas aprobaron tipos autonómicos. El
impuesto fue abolido porque el Tribunal de Justicia de la Unión Europea lo declaró
ilegal. Aunque la intención del ejecutivo fue la de que se aplicara a la financiación
de la sanidad, no había ningún mecanismo que lo garantizara. Por ello, la directiva
de la Unión Europea sobre este impuesto impide que se graven doblemente los
hidrocarburos a no ser que se aplique a una finalidad específica. Dado que los
impuestos sobre estos productos ya se destinan a la financiación sanitaria, entre
otras cosas, la finalidad propuesta no era específica.
Una tercera variante consiste en que el usuario paga el servicio que consume
o participa ‘realmente’ o ‘simbólicamente’ en el servicio que consume mediante
una tasa. Se diferencia de los impuestos en que la tasa financia servicios
públicos que son divisibles, es decir, se puede determinar el grado de beneficio
de quien lo disfruta y hay una contraprestación por la tasa pagada que consiste
en el servicio recibido. En algunos casos como la asistencia a un polideportivo
municipal o la inscripción en una actividad de un centro cultural, es probable que
la participación del consumidor cubra los costes operativos del servicio, como la
remuneración del monitor de la actividad. En otros casos, la participación es más
‘simbólica’, como el pago de un euro por receta emitida por el médico. En este
caso no se está haciendo un cálculo de la cobertura del servicio, sino que el
‘copago’ (tal como se suele denominar en este caso) refleja una filosofía distinta.
El ‘copago’, introducido recientemente en la sanidad en España, ya existe en
otros servicios públicos en los que el coste soportado por los usuarios mediante
tasas no cubre los costes totales del servicio. En la enseñanza universitaria, el
precio de la matrícula no cubre totalmente los costes del servicio. La reciente
controversia del ‘copago’ se debe a que se intenta introducir en servicios públicos
que tradicionalmente se han sufragado mediante los impuestos generales.
El ‘copago’ en la sanidad surge para moderar los efectos del ‘riesgo moral’.
De esta forma, el paciente sólo irá al médico cuando considere que el beneficio
esperado de la consulta sea superior al coste que debe desembolsar. De esta
forma se intenta disuadir la demanda innecesaria o reducirla para que se no se
despilfarren los recursos públicos. Este fin es superior a la idea de obtener
recursos financieros adicionales. En general, los recursos obtenidos a partir del
copago son pequeños y, si se descontaran los costes administrativos de gestión,
a lo mejor determinadas tasas de copago pueden costar hasta dinero a las
Administraciones públicas. En la atención sanitaria ya existe el copago en todas
las comunidades autónomas como consecuencia de sufragar el 40% de los
productos farmacéuticos. Los pensionistas solían recibir los medicamentos de
forma gratuita, pero la situación cambió a partir de 2014 y tienen que pagar un
porcentaje variable en función de su situación.
Algunos propugnan que el copago reduce el uso de la atención sanitaria, pero
no necesariamente muestran un descenso del gasto sanitario. Por ejemplo, la
reducción de atención sanitaria puede implicar menos visitas al médico. Sin
embargo, la reducción de estas visitas, decididas por el paciente para evitar el
copago, puede influir en la atención preventiva, con menos costes a la larga para
el sistema sanitario público. Por ejemplo, un cáncer puede no ser detectado a
tiempo por ahorrar el coste del copago. Según los defensores del copago, se
podría incluso modular su cuantía según la renta de los pacientes, para así no
perjudicar demasiado a este grupo poblacional. Esto no haría sino incrementar
considerablemente los gastos administrativos de gestión del copago.
Una alternativa para tratar el ‘riesgo moral’ consiste en reflejar el coste real
del servicio, sin necesidad de que los usuarios sufraguen una parte, que en
realidad lo hacen con los impuestos. En un municipio de España se ha
desarrollado un sistema de quejas y reclamaciones que ejemplifica esta
alternativa. Si una bombilla de una lámpara de la calle deja de funcionar, el
ayuntamiento envía una carta al ciudadano que ha denunciado este problema. En
la carta se da las gracias por haber denunciado el desperfecto y adicionalmente
se indica que en un número x de días una cuadrilla compuesta por x personas se
encargará de sustituir la bombilla que no funciona. Finalmente, se informa del
coste del cambio de la bombilla para las arcas municipales. Así, se acostumbra a
los ciudadanos a pensar que las cosas públicas son de ‘todos’ y ‘cuestan’ dinero.
Es un intento por aumentar la corresponsabilidad de la ciudadanía en el cuidado
de los elementos de la vía pública.
Finalmente, una figura contractual particular relevante para la financiación de
lo público es la concesión. Los grandes proyectos de infraestructuras están cada
vez más sometidos a grandes contratos a largo plazo. En otros países, esta
iniciativa de financiación privada (o private finance initiative según la
denominación inglesa), se corresponde en nuestro ámbito con una concesión. En
otros países se usa erróneamente la etiqueta de partenariado público-privado,
pero esto no es correcto puesto que no hay una asociación de ambas
organizaciones para prestar el servicio, sino un contrato. En este caso la
empresa privada proporciona el servicio, bajo las condiciones estipuladas en un
contrato a largo plazo. La concesión administrativa que se asemeja a estas
iniciativas de financiación privada en el ámbito internacional se refiere a aquellos
casos en los que “el sector privado se encarga del diseño, construcción,
financiación, mantenimiento y operación de las infraestructuras que
tradicionalmente han constituido la completa responsabilidad del sector público
(Blöndal 2005: 19). La concesión es una forma típica de contrato que se aplica a
las autopistas. En este caso, el concesionario normalmente construye la
autopista. Posteriormente, la tiene en “propiedad” por, digamos, 25 ó 30 años, y
la mantiene y la explota durante ese período. Después de ese período, la
autopista se transfiere al Estado. En la actualidad, los bancos se están retirando
de la financiación de estas infraestructuras por dos razones. Por una parte, las
reglas de Basilea 3 están retirando a los bancos de las inversiones que superen
los 20 años. Por otra parte, mientras en el pasado los bancos financiaban hasta
un 90% del coste de la infraestructura, este porcentaje se ha reducido hasta el
70% en la actualidad. Todo ello está resultando en una amplia brecha entre lo
invertido y lo que se debería invertir (The Economist 22-3-2014).
A pesar de que hay diferentes instrumentos para financiar los servicios públicos,
el instrumento más común es el uso de los recursos del presupuesto. Todas las
demandas de gasto no se pueden satisfacer y algunos piensan ingenuamente que
se podría medir el porcentaje de bienestar social causado por cada euro gastado
en las actividades descritas anteriormente con el objetivo de asignar más
recursos a lo que produzca más bienestar social. Desafortunadamente, la
definición de bienestar social es controvertida y, prácticamente, imposible de
operacionalizar. Se pueden emplear criterios técnicos y económicos para decidir
la ubicación de un nuevo hospital, pero no hay criterios racionales para elegir
entre un hospital y una escuela, o entre una escuela y una carretera. Los
gobiernos reconcilian de alguna manera la financiación con demandas políticas
diversas que compiten entre sí. Esta conciliación se produce a través del método
imperfecto de la negociación política. Por lo tanto, el presupuesto es un
documento político y el proceso presupuestario lleva inherente la negociación
política. En definitiva, existen limitaciones a la racionalidad técnica de la gestión
financiera. Según el trabajo seminal de Wildavsky (1975), los principales actores
involucrados en el proceso presupuestario son los ‘guardianes’ del dinero público
y los ‘gastadores’.
Wildavsky (1974) reveló la naturaleza altamente competitiva, pero incierta,
del proceso presupuestario, la complejidad inherente a las decisiones
presupuestarias, y cómo los actores presupuestarios han de especializarse,
conformarse con y basarse en métodos heurísticos (resolución de problemas
mediante la creatividad) para adoptar decisiones en entornos conflictivos. La
conducta de estos actores y sus normas caracterizan el presupuesto en ausencia
de procedimientos formales para el control financiero. En otras palabras,
Wildavsky construyó un marco para el estudio político del presupuesto, que puso
de relieve tres elementos principales de la política presupuestaria que se tratan a
continuación.
Los conflictos entre los ‘guardianes’ y los ‘gastadores’ se acentúan en
ausencia de reglas y procedimientos formales de control financiero. La diferencia
entre ‘guardianes’ y los que gastan se basa en “la expectativa de un
comportamiento asociado a las posiciones institucionales” ocupadas por estos
actores (Wildavsky 1975: 11). Estas funciones se llevan a cabo en cada etapa del
proceso presupuestario y en todos los niveles de las esferas políticas y
burocráticas. Las demandas de recursos superan normalmente la cantidad
existente. Por lo tanto, siempre hay gente que quiere más de lo que tiene y otros
que intentan mostrarles que no se puede tener tanto como les gustaría. Por ello,
se precisa de unos ‘guardianes’ o ahorradores que pongan freno a la necesidad de
satisfacer la demanda creciente, porque de otra forma se excederían los
recursos disponibles, se aumentaría el déficit y la deuda pública y se
comprometería la capacidad de las generaciones futuras para pagar esa deuda
(Wildavsky 1975: 187). La dicotomía entre ‘gastadores’ y ‘guardianes’ da lugar a
conflictos, pero para Wildavsky, esto no es un problema, pues el conflicto es la
mejor forma de resolver las decisiones presupuestarias y el conflicto requiere de
dos roles contrapuestos. La distinción de estos dos grupos permite la
especialización, aumenta la previsibilidad y, por tanto, reduce la complejidad en la
adopción de las decisiones presupuestarias. Los programas son diseñados por los
expertos que poseen conocimientos sobre un tema específico (los ‘gastadores’);
los límites de gasto y los ingresos son establecidos por los responsables de los
resultados económicos y fiscales del gobierno (los ‘guardianes’). La interacción
entre las dos partes fuerza el compromiso y requiere que ambas partes se
empleen a fondo para justificar y defender su posición: la especialización y el
conflicto institucional entre ‘gastadores’ y ‘guardianes’ producen mejores
presupuestos según la propuesta de Wildavsky.
Las estrategias de los actores y sus prácticas proporcionan una especie de
‘rutina’ a la política presupuestaria. Los sistemas presupuestarios ofrecen
opciones limitadas a los actores. En respuesta a ello se emplean unas
estrategias y prácticas para participar en el ‘juego presupuestario’. En un intento
por proteger el erario público contra los que más gastan, los ‘guardianes’ hacen
uso de su autoridad legislativa y administrativa, tratan de ejercer la persuasión
‘moral’, y gestionan los detalles del presupuesto. Los ‘guardianes’ se encuentran
en el ministerio de Hacienda, en el congreso (por ejemplo, en Estados Unidos las
comisiones del congreso se encargan de aprobar los presupuestos de las
agencias que controlan) y en los organismos encargados de velar que el gasto se
ha realizado correctamente (tribunales de cuenta, oficinas nacionales de
auditoría). Los ‘guardianes’ del ejecutivo (ministerio de Hacienda) pueden
amenazar con recortes generalizados a todos los departamentos o con un
aumento de los impuestos para sufragar los gastos crecientes. Muchas veces,
estas estrategias de racionamiento o de limitación del gasto intentan sentar las
bases de negociaciones posteriores más detalladas, que suelen producirse de
forma bilateral entre cada ministerio de línea y el ministerio de Hacienda.
Los ‘gastadores’ también tienen sus propias estrategias. Intentan aprovechar
su posición como expertos en un área específica para proteger el gasto
existente, aumentar su participación relativa del gasto público, o añadir nuevos
programas y ampliar los existentes. En este proceso, los ‘gastadores’ deben
emplear su conocimiento de la demanda del servicio y las características de su
‘clientela’ particular, pero al mismo tiempo no pueden ofrecer la imagen de estar
‘capturados’ por su clientes.
A pesar de que estas estrategias pueden derivar en el conflicto, también hay
mecanismos para reducir la complejidad y los puntos de fricción. Ambos actores
se basan normalmente en los datos de gasto de ejercicios anteriores, pues saben
que cualquier desvío desproporcionado del ejercicio anterior debería estar muy
bien justificado. El cálculo se puede basar en la inflación o en las decisiones del
gobierno sobre el porcentaje en el que se debería reducir el presupuesto de los
departamentos ministeriales, aunque ésta no es la única estrategia para reducir
el presupuesto (véase más abajo). Además, en el presupuesto tradicional, la
discusión se centra en la cantidad de recursos necesarios. Hay gastos ya
comprometidos que no se discuten (personal contratado, pensiones
comprometidas…), mientras que gastos nuevos discrecionales son objeto de
discusión (un nuevo proyecto, nuevas contrataciones…). Por tanto, la batalla
presupuestaria se libra sobre elementos y cantidades relativamente pequeñas en
relación con todo el presupuesto; no se discute todo el presupuesto cada año.
El impacto de la reforma en la política presupuestaria tiende a ser limitado.
Normalmente, los sucesivos intentos para racionalizar y tecnificar el presupuesto
han tenido un impacto limitado. La razón principal de este impacto limitado es
que la reforma presupuestaria puede alterar el equilibrio de poder entre los
‘guardianes’ y los ‘gastadores’, por lo que afectaría a los resultados del
presupuesto. Esto se debe a que las estrategias reales disponibles para los
actores presupuestarios varían de acuerdo con el sistema político, económico y
presupuestario bajo análisis. El equilibrio de fuerzas en el tiempo depende en gran
medida del grado en que ‘guardianes’ y ‘gastadores’ son capaces de tomar
ventaja de estas estrategias. El juego de la política presupuestaria se convierte
en rutina: cada jugador sabe qué esperar de la otra (Wildavsky 1974: 19). La
reforma presupuestaria altera este equilibrio y las áreas en las que previamente
había acuerdo de política presupuestaria se vuelven controvertidas. Esta es una
de las razones principales por las que la reforma presupuestaria es política y
amenaza el status quo. Por ejemplo, la reforma del presupuesto a favor de
primar los resultados sobre los recursos, típico del enfoque de la gestión pública,
va en esa dirección de alterar el juego de relaciones entre unos actores y otros,
o incluso añadir nuevos actores en este escenario.
E línea) de Seúl, la capital de Corea del Sur que tiene unos 10 millones de
habitantes, es un sistema de Administración electrónica que se implantó en
1999 para gestionar procedimientos administrativos que podían estar relacionados
con la corrupción: licencias de obras, servicios sanitarios, licencias de apertura
de negocios, y la planificación urbana, entre otros. El elemento clave del sistema
es la apertura y la transparencia total del expediente administrativo para el
ciudadano. Es como si la gestión de estos procesos se convirtiera en una pecera
que se puede observar desde todas partes. Los ciudadanos pueden comprobar el
estado de sus solicitudes en tiempo real en cada paso del procedimiento
administrativo. Por ejemplo, cuando un ciudadano solicita un permiso de
construcción, el ciudadano no tiene que llamar al oficial a cargo después de
presentar la solicitud y los documentos requeridos. A través de Internet puede
saber en cada momento cuál es el estado de su expediente, como si estuviera
haciendo el seguimiento de un paquete enviado por una empresa privada de
mensajería. El ciudadano puede conocer en tiempo real si la solicitud ha sido
recibida correctamente, quién está haciéndose cargo de ella en ese momento,
cuándo se espera que haya alguna inspección (en su caso) y cuándo se espera
que el permiso se conceda. También puede conocer si la petición ha sido
rechazada, y, si es así, por qué razones. Además, el sistema de OPEN notifica a
los ciudadanos el estatus de su solicitud mediante SMS y correo electrónico
como hacen los bancos anunciando que la nómina ha sido ingresada o se ha
producido una transacción con la tarjeta de crédito. Esta transparencia del
sistema informático, así como la rotación de los empleados encargados de las
peticiones cada cierto período de tiempo, ha contribuido a la lucha contra la
corrupción. El sistema fue adoptado por el gobierno central coreano en 2007 y fue
expandido a otros servicios de cobertura nacional con el mismo propósito (Kim,
Kim y Lee 2009).
Este es un buen ejemplo, no sólo del aumento de la transparencia de gestión
del servicio público, sino de cómo la Administración electrónica ha alcanzado una
fase de madurez. Por una parte, el sistema OPEN tuvo que integrar bases de
datos de múltiples departamentos para poder tener un sistema interoperativo.
Por otra parte, en un momento inicial de la implantación de la Administración
electrónica dio un salto desde la pura oferta de información, todavía común en
muchas organizaciones como único servicio electrónico, hasta las transacciones
más relevantes con la capacidad de hacer un seguimiento del proceso en tiempo
real. Esta evolución de la Administración electrónica que se produjo en Seúl en
muy poco tiempo ha consumido varios años en otras Administraciones tal como
se dará cuenta en este capítulo.
La Administración electrónica suele referirse al “uso de la tecnología de la
información, en particular Internet, para prestar servicios públicos de una manera
mucho más conveniente y orientada al cliente, de forma más rentable y
totalmente diferente y mejor” (Holmes 2001: 2). Una definición más amplia de la
administración electrónica es la adopción de cualquier tecnología de la
información y las comunicaciones por parte del gobierno. Las tecnologías incluyen
videoconferencia, Internet e Intranets privadas, teléfonos móviles inteligentes,
televisión interactiva así como otros instrumentos. En algunos casos, las
transacciones realizadas por teléfono, en el caso de estar apoyadas por sistemas
y programas informáticos, también formarían parte de la Administración
electrónica.
Según el World Bank (2003), estas tecnologías pueden servir a una variedad
de fines diferentes: una mejor prestación de los servicios públicos a los
ciudadanos, mejor interacción con las empresas y la industria, y mayor
autonomía del ciudadano a través del acceso a la información. Los beneficios
resultantes pueden ser una menor corrupción, mayor transparencia, una mayor
comodidad, el crecimiento de los ingresos, y / o la reducción de costes. En
definitiva, existe la idea de que los métodos de las empresas privadas pueden
ser aplicados al sector público. Bovaird (2003) define la administración
electrónica como la habilitación electrónica de servicios públicos tanto para los
usuarios internos como externos. En este texto se empleará el término
intercambiablemente con el de gobierno electrónico (traducción del inglés).
Heeks (2001: 2) acuñó el concepto de la gobernanza electrónica, en el que se
incluyen las redes informáticas organizativas internas (intranets) y externas
(Internet), que generan una gran cantidad de nuevas conexiones digitales. Estas
conexiones van más allá de las existentes entre los ciudadanos y las
administraciones e incorporan a organizaciones no gubernamentales, empresas y
comunidades.
Este capítulo se examina en primer lugar tres oleadas de madurez de la
implantación de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TICs)
en el sector público: su informatización, la prestación de servicios electrónicos y
el uso de las redes sociales como apoyo a la prestación de servicios. A
continuación se relatan tres retos de la Administración electrónica: la aún
existente brecha digital, la preocupación por la privacidad y la seguridad, y las
dificultades de aplicación. Por último, el capítulo se cierra con los enfoques
adoptados por las organizaciones para implantar la Administración electrónica.
El enfoque centralizado
El enfoque descentralizado
Este enfoque se basa en una arquitectura interna y externa casi opuesta a la
propugnada por el enfoque centralizado. En términos de la gestión de datos y de
la computación, el enfoque descentralizado descansa en ordenadores autónomos
o en una red de ordenadores para pequeños grupos dentro de la organización.
Este enfoque está asociado con la expansión de las computadoras personales en
toda la organización. Si nadie gestiona todo el sistema informático, cada unidad
desarrollará su plataforma, adquirirá sus productos y programas en atención a
sus necesidades específicas, que probablemente podrían armonizarse con las
necesidades de otras unidades, pero que no se hace porque no se cooperó
inicialmente. Desde una perspectiva externa, habría múltiples sitios web y
diferentes rutas para acceder a los datos. No habría un canal centralizado para
conectar a los miembros de la organización y a sus clientes.
En este planteamiento, la administración electrónica se desarrolla dentro de
los grupos de organización del trabajo, centrado en sus necesidades o en las de
los usuarios finales. Estos grupos desarrollan su capacitación y sus necesidades
de asistencia técnica. En estos casos, los programas y la tecnología se
adaptarían a esas necesidades particulares. Por ejemplo, imagínese que en una
Universidad cada facultad decidiera tener su propia plataforma de gestión de las
asignaturas, de gestión de las calificaciones, etc. Si un profesor ofrece la misma
asignatura en dos facultades (correspondientes a dos grados distintos), entonces
probablemente tendría que emplear distintas plataformas para relacionarse con
los alumnos tanto desde el punto de vista de gestión de la asignatura como de
las calificaciones.
El enfoque descentralizado se hace más atractivo a medida que la tecnología
para impulsar la administración electrónica tiene un tamaño menor, es más
barata, más fácil de usar, y con mayores posibilidades de atender a un grupo
amplio de usuarios. La descentralización puede ser impulsada por el deseo de los
directores de los departamentos de línea de alejar el control del gobierno
electrónico de la unidad central de servicios informáticos. Por ello, la
descentralización ofrece una serie de beneficios que se enumeran a continuación
(Heeks 2000; Jessup y Valacich 2006).
• Mayor ajuste entre los sistemas y las necesidades locales. La mayor
proximidad del usuario facilita la atención de sus necesidades reales.
• Desarrollo más rápido del sistema. Como se reduce la distancia entre el
proveedor del sistema y el usuario, el sistema se puede diseñar más
rápidamente. Su implementación y mantenimiento también se producirán
más ágilmente bajo un régimen descentralizado.
• Costes aparentemente más bajos. Se dice que son aparentemente más
bajos, porque muchos costes indirectos no son reconocidos inicialmente
(Eggers 2003). No obstante, los enfoques descentralizados parecen
presentar costes más bajos que los enfoques centralizados en ciertas
áreas, debido a su desarrollo más rápido, mayor ajuste a las necesidades
locales, mayor énfasis en los ordenadores más pequeños y en la compra
de paquetes ofimáticos ya existentes, en lugar de desarrollarlos con los
recursos de la empresa.
Este enfoque, no obstante, también presenta algunas desventajas (Heeks
2006):
• Obstáculos para compartir datos. Si hay sistemas diferentes por cada
unidad, es muy difícil que se puedan compartir los datos entre ellas. Esto
puede limitar considerablemente las actividades de la organización en los
aspectos estratégicos: compartir información financiera básica o
imposibilidad de prestar servicios globales a los clientes externos.
• Obstáculos para compartir recursos. Este enfoque descentralizado puede
dificultar el intercambio de hardware y software. Adicionalmente, si cada
sistema requiere de un conjunto único de habilidades para su desarrollo, e
implantación, es más difícil para el personal (tanto especializado en
nuevas tecnologías como los que prestan servicios) moverse entre los
diferentes sistemas de Administración electrónica. Además, al no
compartirse los recursos financieros para sufragar los costes de la
Administración electrónica, se están desaprovechando las ventajas de las
economías de escala.
• Duplicación de los esfuerzos. Los enfoques descentralizados también suelen
ser costosos, porque las unidades tienden a duplicar lo que hacen los
demás. Se duplican las cuestiones operativas y la información sobre los
usuarios. Esto provoca que los usuarios dupliquen sus esfuerzos en la
interacción con el sector público a través de sistema diferentes.
Tanto los sistemas centralizados como los descentralizados tienen ventajas
e inconvenientes a la hora de implantar las soluciones de administración
electrónica. Por ello, es posible que un sistema híbrido de estas dos soluciones
extremas sea más apropiado.
Ciudadanos *
Empresas **
Procesamiento
Reenvío de impresos cumplimentados 35 51,8 68,1 60,9
* En % de población.
** En % de empresas de 10 o más empleados. Se excluye el sector financiero.
Fuente: Orange Foundation (2011, 2012) Gimeno 2013).
LO S RET O S DE LA IM P LA NT A C IÓ N DE LA
A DM INIST RA C IÓ N ELEC T RÓ NIC A
La brecha digital
Privacidad y seguridad
La Administración electrónica puede mejorar considerablemente la prestación de
los servicios públicos, pero también aumenta el potencial de vigilancia y control
sobre los ciudadanos (Bellamy y Taylor 1998: 86). La necesidad de salvaguardar
la privacidad de los ciudadanos es un aspecto importante de la administración
electrónica. Mientras que los archivos deberían ser compartidos entre las
agencias por razones vinculadas a la prestación del servicio, esto supone invadir
la privacidad de los ciudadanos.
El uso de Internet o los correos electrónicos pueden ser rastreados mucho
más fácilmente que el correo ordinario o las llamadas telefónicas. Ambos usos
de las TICs dejan huellas electrónicas y pueden ser almacenados por un largo
período de tiempo en una forma fácilmente accesible. Con un mismo nivel de
recursos, las oficinas de inteligencia pueden controlar a más gente. La web es un
arma de doble filo: hace aumentar la transparencia con que la Administración se
conduce y los ciudadanos pueden ser más transparentes para la Administración.
Según las noticias que continuamente se reciben en los medios de
comunicación y en Internet, la seguridad informática es actualmente insuficiente.
Los hackers han sido capaces de encontrar su camino hacia el corazón de los
centros informáticos de importantes organizaciones gubernamentales, incluso en
los países más desarrollados. Existe preocupación por el empleo de las tarjetas
de crédito en Internet y la identificación electrónica de los ciudadanos aún no ha
cuajado. En España, un 70% de ciudadanos tenía DNI electrónico en 2012,
comparado con un 27% en 2010. Sin embargo, sólo el 10% de la población
emplea algún sistema de firma electrónica (eEspaña 2013).
Otro problema vinculado a la privacidad y la seguridad es el de la propiedad y
el uso de la información difundida, especialmente cuando se subcontrata la
prestación de servicios electrónicos. Muchos de los servicios electrónicos
prestados por las Administraciones públicas son subcontratados con terceros, por
lo que varias empresas tienen acceso estratégico a cantidades considerables de
información.
Por tanto, una reserva importante frente a la Administración electrónica es
que los gobiernos sabrán mucho más sobre todos los ciudadanos. El aumento
exponencial de la capacidad del gobierno para recoger y almacenar datos acerca
de la gente aumentará las preocupaciones bien fundadas acerca de la privacidad
y las libertades civiles. El precio de una mejora en la prestación de los servicios
es el aumento de la vigilancia sobre la actuación del gobierno. Las leyes de
protección de datos son instrumentos importantes; pero además se requiere que
las agencias encargadas de hacer el seguimiento de la aplicación de las leyes
sean eficaces en esta tarea.
No está claro aún cuánta información tendrían que compartir las
Administraciones públicas para integrar los servicios de carácter personal. La
información general no compromete a nadie. Cuando la información es de
carácter personal, todavía hay mucho desacuerdo sobre la dificultad de mantener
la seguridad en un sistema más integrado. En algunos casos, la información que
se ha mantenido por separado por razones de privacidad es compartida porque
los ciudadanos han dado su consentimiento a fin de recibir un mejor servicio. En
Canadá se introdujo una pregunta en los formularios de impuestos federales
solicitando la posibilidad de acceder a cierta información personal. Esto dio
buenos resultados de acuerdo con Lenihan (2002). Tal vez los ciudadanos están
menos preocupados de lo sugerido acerca de la privacidad en algunos casos.