Está en la página 1de 7

Silencio

Era de mañana pero ya no era temprano, la ciudad estaba en pleno movimiento. La luz
del sol y los ruidos de la calle se colaban por la ventana y se entrometían en el sueño
de Lodz, un sueño liviano del que no podía escapar, y que lo mantenía durante el día
en un estado casi hipnótico, como si flotara por la vida en una sintonía errada. Pero
seguía en la cama con los ojos forzados, para mantener las imágenes en su cabeza, un
sueño tan diluido que ya eran más bien pensamientos. Lo único que podía hacerlo
levantarse, sucedió. Sonó el teléfono, y el timbre no se detendría hasta que lo
atendiera. Mejor dicho, Bel no se detendría en llamarlo hasta que se levantara y
atendiera, para contarle qué era lo nuevo que se había esfumado.

“Andá a tu cocina urgente”, dijo Bel, sin siquiera saludar, pero tampoco imponiéndose
como si se tratara de una orden. Más bien, detrás había una intención de sorprenderlo.

“Abrí la repisa de arriba de la mesada”, Lodz lo obedeció.

“¿Qué te falta ahora?”, preguntó Bel. Lodz, se tomó la cara con una mano y la pasó
desde la frente hasta la boca, para ver si la fricción lo despabilaba.

“No sé”, respondió Lodz.

“No puede ser tan difícil”, insistió Bel.

Lodz volvió a observar y notó que en el estante no había ninguna clase de plato. Ni
hondo, ni grande, ni para los pocillos de café, ninguno.

“Dentro de poco vamos a tener que comer del mismo tarro que nuestros perros”, dijo
Bel “si no es que también desaparecen”.

Lodz recorría la cocina con el teléfono inalámbrico sosteniéndolo entre su oreja y el


hombro, intentaba recordar dónde estaban los vasos de vidrio, los de losa ya no
estaban y las tazas tampoco. Mientras tanto, del otro lado, Bel se quejaba y se
quejaba. Lo entendía, pero sabía que no había nada que pudiesen hacer, su postura
era menos dramática: intentaba vivir el día a día, sin desesperar, pero a su vez sabía
que la única forma de contener a su amigo era escuchándolo.

La primera gran desaparición se había dado un año atrás, una mañana el Monte Fuji ya
no estaba. La noticia fue cubierta por todos los medios del mundo, cada posible
especialista salió a dar su opinión, desde físicos hasta médiums. Pero más allá de las
suposiciones, la realidad era una: el Monte Fuji ya no estaba.

Este suceso coincidió con otro que pasó, inicialmente, inadvertido: la extinción abrupta
de la Kerria lacca, un tipo de cochinilla de la que se extrae el material para hacer todo
tipo de laca, tintes, cera, goma, y por carácter transitivo, el ácido aleurítico, hecho
mediante el proceso de saponificación de la goma. Esto significaba la extinción de los
discos de gramófono, como aislante en electrónica, perfumería, shampú, juguetes,
acabado de maderas y por sobre todas las cosas, como recubrimiento entérico en
medicamentos.
Fueron veinticuatro horas después que los mercados y las industrias comenzaron a
desplomarse, porque se comprendió que la ausencia de la kerria lacca no era
solamente en la naturaleza, sino también en los depósitos de todo el mundo, y una vez
más, sin explicación aparente.

La sociedad, o las sociedades, continuaron con su vida, ya que la ausencia de la laca y


de Monte Fuji no parecían afectar la cotidianeidad de manera tan problemática. La laca
era reemplazable y parecían en principio, dos sucesos aislados y anecdóticos. Mientras
algunas fábricas cerraban o se reinventaban con la manufacturación de laca artificial, el
turismo en Japón se disparaba por las nubes. Todos querían presenciar con sus
propios ojos la ausencia del Monte Fuji.

Pero ahí estaba Lodz, al teléfono, un año después, aguantando las quejas de su amigo
ante las cosas que seguían desapareciendo.

Habían pasado varios meses desde los dos primeros casos hasta el tercero. En esa
ocasión se trató de un objeto que alteró el orden natural de las cosas: los lápices, todo
tipo de lápices, sin importar su color o la dureza de su grafito. Más allá de su sencillo
reemplazo, por una pluma, birome, marcadores o cualquier otro instrumento de
escritura, lo que generó la desaparición absoluta de los lápices fue el inicio de una serie
de teorías conspirativas. La primera y la más obvia fue que se trató de un intento por
parte del gobierno de los Estados Unidos de reasegurar su supremacía militar ante sus
viejos enemigos de la Segunda Guerra Mundial. Primero contra Japón y luego contra
Rusia, porque el mito indicaba que, durante la carrera espacial, mientras la NASA se
quemaba las pestañas diseñando una tinta utilizable en el espacio, la Unión Soviética
resolvió la situación con el uso de lápices. Respecto a la laca, se insinuaba que el
ataque había sido hacia la India, productor del cuarenta porciento de la sustancia a
nivel global. Estados Unidos todavía no se animaba a atacar a China pero quería
probar si su arma podía afectar un país con una población que según sus parámetros
occidentales es desmesurada.
Pero a medida que más y más objetos fueron desapareciendo, las teorías se volvieron
más crípticas y por lo tanto más ridículas. Se especulaba tanto en la Deep web como
en los multimedios de comunicación tradicionales que se trataba de la puesta en
marcha del último plan del HAARP (sigla para la entidad estadounidense High
Frequency Active Auroral Research Program o en español: Programa de Investigación
de Aurora Activa de Alta Frecuencia), una entidad ubicada en Alaska a la que
falsamente se le adjudica la investigación para la posible creación de armamentos
climáticos.

Ante la cuarta desaparición, el algodón y todo lo que lo lleve entre sus materiales, un
cibernauta finlandés decidió llevar adelante un sitio web que funcionara como base de
datos de los objetos y materiales que iban desapareciendo para tener así un registro
del deterioro del mundo y que la acumulación de perdida no llevara al olvido. Así es
como el hacker conocido como Red Hat fundó el ambicioso sitio Memorprojektor, que
traducido del esperanto significa Proyecto Memoria.

Todos los días Red Hat recibía miles de mails y mensajes con supuestos nuevos
casos. A las pocas semanas ya se trataba de una ONG con financiamiento global,
traducida a doce idiomas y con un grupo de trabajo de diez mil personas alrededor del
mundo que segmentaban, actualizaban y chequeaban la veracidad de los hechos.
Sumado a esto, también se convirtió en un portal de noticias sobre los estragos
sociales y económicos que estas desapariciones estaban generando.

Los gobiernos mostraron su ineptitud de acción ante un problema al parecer irresoluble,


y también expresaron su preocupación ante el poder que comenzaba a tomar el sitio de
Red Hat, los intentos de darlo de baja fueron patéticos y poco argumentados: “Se
encarga de publicar noticias falsas para crear más angustia y caos”, dijo John Joseph,
Presidente de la República Separatista de Cascadia, fundada tan solo cinco años antes
por los ex estados de California, Oregon, Washington y la Columbia Británica.

Los primeros que salieron a manifestarse a las calles fueron los empresarios, patrones
y trabajadores en conjunto. No solo los afectados, sino que también los que
eventualmente lo serían, aunque sin tener la certeza de cuándo. Se exigía una medida
global de cooperación internacional para contener el caos: subsidios ad eternum y
políticas de reinvención, para que todos esos miles de trabajos eslabonados no se
perdiesen. Una serie de propuestas que para cualquier gobierno tomaría décadas
ejecutar.

Pero no olvidemos a Lodz, quien ya iba por su segunda taza de café, con crema y dos
puñados de azúcar, porque las cucharas llevan semanas de haberse extinto. El pobre
hombre no utiliza el sitio de Red Hat porque tiene a su propio amigo que lo actualiza
todas las mañanas. Lodz es uno de los tantos trabajadores que ha perdido su empleo.
Le había tomado años posicionar su pequeño emprendimiento de pedales de efecto
boutique para guitarras eléctricas, pero ante la ausencia de estaño y de capacitores, no
tuvo más remedio que, a los cuarenta y tres años, volver a la casa de sus padres y
tomarse un tiempo para pensar qué hacer de su vida. Pero ese tiempo, que iba a ser
de unas semanas, se convirtió en meses en los que su único contacto con el exterior
era a partir de los objetos y materiales que desaparecían de su hogar, y si no los tenía,
se enteraba por Bel, quien sin que se lo pidiera, le hacía el parte diario todas las
mañanas de lo que se había actualizado en Memorprojektor.

Bel, en cambio, había encontrado la salvación en medio del caos. Administraba un sitio
online de apuestas sobre qué sería lo próximo a desaparecer. Se basaba en las
mismas segmentaciones que el sitio de Red Hat pero con más variables, la más
importante era cuándo. Luego se podía hilar fino hasta el hartazgo, ¿desaparecerían
primero las pilas o el litio? No se trataba de lo mismo, la pila era un objeto en sí, en
cambio la desaparición del material involucraba a su vez todo lo que estuviese
fabricado con él. El nivel de precisión con el que se apostara haría un aumento
sustancial de las ganancias.
En pocos meses Bel había amasado una fortuna, pero por las noches, al igual que
Lodz, tampoco lograba conciliar el sueño. En parte porque vivía a café, estimulantes y
bebidas energéticas a base de jengibre (la taurina ya había desaparecido, su cantidad
mínima natural en los seres vivos no había generado ninguna degradación que
posibilitara el peligro de muerte). No dormía por las noches ante el terror de la
desaparición del papel, esa alternativa implicaba no solamente diarios, revistas, libros y
materiales de embalaje, sino también el papel moneda. Eso obviamente llevaría a una
crisis absoluta de la sociedad, pero principalmente para él, una crisis absoluta ante su
sensación de superioridad e ingenio que sentía a la que había llegado por primera vez
ante una tragedia. Se creía o sentía un “self made man”, el sueño americano en
persona, pero todo eso podía desmoronarse como una torre de cartas. Por las noches
lo atacaban dudas sobre cómo sostener lo que había logrado conseguir “¿Debo
mantener el dinero en billetes o será mejor en monedas? ¿Qué desaparecerá primero?
¿Qué pasa si tengo todas mis ganancias en una cuenta bancaria y los softwares se
esfuman? ¿Cuál es la mejor opción, qué es lo que tengo que hacer? Hacía sus propias
apuestas mentales para lograr contener lo que había logrado. El terror ante lo
impredecible lo afectaba, al fin de cuentas, igual que a todos.

Sólo Lodz parecía ya despreocupado ante la inminente destrucción absoluta de la


humanidad. Sentía que al menos estaba en presencia de un hecho histórico que se
desarrollaba lentamente y dejaba ver la miseria humana. Cómo por siglos todo había
sido orquestado y estructurado para funcionar de una única manera, pero ante el
menor desequilibrio (en este caso uno nada menor sino más bien de proporciones
preocupantes, astronómicas), todo se perdía con la velocidad con la que la arena se
escurre a través de los dedos.
Sin que fuese de carácter público y mediático, en Star City, donde funciona el Centro
de Entrenamiento de Cosmonautas Yuri Gagarin, también se construyó un potente
telescopio, en cooperación con Japón. Fue desde ahí que el físico Alexei Ajmatov notó
una anomalía en respecto a lo que venía observando las últimas semanas. Su objeto a
investigar desde hacía cinco años era la Galaxia GN-z11, ubicada en la constelación de
la Osa Mayor, se trata de la más distante y antigua conocida por el humano. La GN-z11
había reducido su tamaño a la mitad. Tras una serie de juntas de urgencia a lo largo de
varios meses, en las que colaboraron las mayores potencias astronómicas, se aprobó
la hipótesis de que el Big Crunch había comenzado de manera violentamente
prematura. Esa retracción del universo, por razones que seguían intentando descifrar,
estaba afectando de manera aleatoria en distintos elementos y materiales de la Tierra.
Lo que quería decir esto, es que el fin del mundo se aproximaba más pronto de lo que
todos esperaban, pero de un modo que no permitía defenderse, porque esquivaba las
leyes conocidas. Había que partir de cero, y el tiempo no parecía ser que sobrara.

Los saqueos y la violencia tomaron las calles, los barrios, los pueblos, las ciudades y
finalmente los países, que entraron en Guerras para administrar y obtener recursos
cada vez más escasos. El contrato social había desaparecido por completo.
Lodz lo disfrutaba. Aunque no venía de una familia religiosa, supuso que así era el
apocalipsis. En su depresión, ver el decaimiento de todas las civilizaciones, le parecía
mínimamente divertido.

En mayo había sucedido algo verdaderamente grave. Aunque a esa altura discernir
qué lo era y qué no se trataba de una futilidad. Los medicamentos de todo tipo habían
desaparecido: desde la aspirina hasta los remedios oncológicos. Los gobiernos de todo
el mundo y los laboratorios hicieron hasta lo imposible para que la noticia no se filtrara,
pero era tan sencillo como abrir un botiquín y notar la ausencia de los remedios.

Esto llevó a que cientos de miles de personas lucharan por la aprobación inmediata de
una ley universal por la muerte digna. En el transcurso de la burocracia miles de
personas comenzaron a poner su voluntad en práctica, ya no había más tiempo que
esperar. Los cadáveres se encontraban tirados por todos lados, o por los suicidios o
por las guerras o por los enfrentamientos entre civiles por alimentos o lo que fuere que
se necesitara. Pero los suicidas fueron los más creativos, ejecutaban sus muertes de
las formas más inverosímiles: desde vivos en redes sociales a nuevos “challenges”, y
desde jalar monóxido de carbono a jugar a la ruleta rusa. La situación era imparable.

Bel seguía al teléfono, enumeraba, a los gritos, indignado, las cosas perdidas en la
última semana: azúcar, abedules, tijeras, cepillos de dientes, los puertos usb, el grupo
18 entero de la tabla de los elementos- los gases nobles como el helio, neón, argón y
kriptón, los perros.
Mientras Lodz escuchaba sin demasiada atención, encendió el televisor. Era uno de los
antiguos, de rayos catódicos, solo captaba los canales de aire con una resolución
olvidable. Desde la perilla que se encontraba a un costado de la pantalla sintonizó el
único canal de noticias al que podía acceder y le bajó el volumen a cero. Todos los
edificios de mas de diez pisos habían desaparecido, incluidas las personas en su
interior. Lodz pensó en mencionárselo a su amigo, pero no quería hacerlo sentir peor.
De pronto su amigo dejó de hablar, aprovechó el silencio para intentar cambiar de tema
o buscar una excusa para terminar la conversación que en verdad era un monólogo
infinito, pero notó que las palabras no salían de su boca. Subió el volumen del televisor
y notó cómo el presentador se encontraba en la misma situación. De a poco las
palabras del sócalo del noticiero desaparecieron. Lodz tomó un menú de delivery que
tenía sobre la mesada, solo aparecían las imágenes de los productos, pero no las
palabras. Ya no quedaba forma de comunicarse, era cuestión de esperar a que todo
terminara, en silencio.

También podría gustarte