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EL FIN POR HD WALDEN

Era de mañana pero ya no era, temprano, la ciudad estaba en movimiento. La luz del sol, el sonido de los
autos, de los vendedores y trabajadores que se dirigían a sus trabajos se colaban por la ventana, pero
Lodz seguía durmiendo. Lo único que pudo despertarlo fue el timbre del teléfono.

“Ve a tu cocina urgente”, dijo Bel, sin siquiera saludar. Lodz hizo caso, demasiado dormido fue hasta la
cocina.

“¿Qué te falta ahora?”, preguntó Bel. Lodz, se tomó la cara, todavía adormecido. “Dime tú”, le
respondió Lodz.

“Abrí tu estante y dime”.

Lodz obedeció, el estante estaba vacío, no había ninguna clase de plato. Ni hondo, ni para los pocillos de
café, ninguno.

“Dentro de poco vamos a tener que comer del mismo bote que nuestros perros”, dijo Bel “si no es que
también desaparecen”.

Desde la desaparición del monte Fuji, varios meses atrás, que todo se mantenía igual, no había vuelto a
haber ninguna otra desaparición.

Mientras Bel se quejaba, Lodz se hacía el desayuno: cereales con leche dentro del vaso de cristal de su
licuadora. Era el único objeto lo suficientemente grande que le quedaba como para poder comer de él.

Lo primero que había desaparecido, un año atrás, habían sido los lápices, todo tipo de lápices, sin
importar si eran de color o la dureza de su grafito. Luego, una semana más tarde, los estanques, de
todas partes del mundo. No las lagunas o los arroyos, específicamente los estanques. Los medios
comenzaron a hacer lo de siempre, crear confusión y terror, pero se tardó unos meses hasta que un
científico del Observatorio nacional de Japón pudo dar una respuesta concreta: el Universo estaba
implosionando. El retraimiento estaba funcionando fuera de toda lógica y de las leyes de la física
conocidas.

Lo más grave había sucedido en mayo, cuando desaparecieron los medicamentos de todo tipo: desde la
aspirina hasta los oncológicos. Los gobiernos de todo el mundo y los laboratorios hicieron hasta lo
imposible para que la noticia no se filtrara, pero era tan sencillo como abrir un botiquín y notas la
ausencia de los remedios.

Esto llevó a que cientos de miles de personas lucharan por la aprobación inmediata de una ley universal
por la muerte digna. En el transcurso de la burocracia miles de personas comenzaron a poner su
voluntad en práctica, ya no había más tiempo que esperar. Los cadáveres se encontraban tirados por
todos lados, y sus muertes ejecutadas de las formas más inverosímiles: desde vivos en redes sociales a
nuevos “challenges”: desde jalar monóxido de carbono a jugar a la ruleta rusa. Era imparable.
Lodz ya había terminado de desayunar, pero su amigo continuaba quejándose por teléfono, era lo único
que podía hacer, verbalizar el dolor ante la falta de entendimiento y el fastidio ante el cambio en la
cotidianeidad.
Encendió el televisor, desde el control remoto bajó el volumen a cero y avanzó hasta un canal de
noticias. Todos los edificios de mas de diez pisos habían desaparecido, incluidas las personas en su
interior. Lodz pensó en mencionárselo a su amigo, pero no quería hacerlo sentir peor. De pronto su
amigo dejó de hablar, el aprovechó para intentar cambiar de tema, pero notó que las palabras no salían
de su boca. Por mas que intentara le era imposible. Subió el volumen del televisor y notó cómo el
presentador se encontraba en la misma situación. De a poco las palabras del sócalo del noticiero
desaparecieron. Lodz tomó el periódico, solo aparecían las imágenes, las palabras habían desaparecido.
Ya no quedaba forma de comunicarse, era cuestión de esperar el fin.

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