Está en la página 1de 2

1. ¿Qué es la adoración?

El significado de la palabra griega en el Nuevo Testamento traducida más a


menudo como "adoración" (proskuneo) es "postrarse delante" o "arrodillarse
delante

Fuimos creados para eso, y cuando el hombre pecó rompiendo así su


relación con Dios, él envió a su propio Hijo con el fin de redimirnos para que
pudiéramos adorar como Dios quiere. Esto es lo que Jesús quería dar a
entender a la mujer cuando le dijo: "el Padre tales adoradores busca que le
adoren". Tan importante es el tema, que la adoración será nuestra actividad
principal durante toda la eternidad. Lo podemos comprobar con frecuencia
en el libro de Apocalipsis, donde todos los seres celestiales adoran a Dios sin
cesar.

(Ap 4:8-11) "Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y
alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de
decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que
es, y el que ha de venir. Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y
honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los
siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante del que está
sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan
sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria
y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad
existen y fueron creadas."

La naturaleza de la adoración cristiana es de adentro hacia afuera, y tiene dos


cualidades igualmente importantes. Debemos adorar "en espíritu y en verdad" (Juan
4:23-24). Adorar en espíritu no tiene nada que ver con nuestra postura física. Tiene
que ver con lo más hondo de nuestro ser y requiere varias cosas. Primero, debemos
nacer de nuevo. Sin el Espíritu Santo habitando dentro de nosotros, no podemos
responder a Dios en adoración, porque no lo conocemos. ""Nadie conoció las cosas de
Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Corintios 2:11). El Espíritu Santo dentro de nosotros es
quien vigoriza la adoración, porque en esencia está glorificándose a Sí mismo, y toda
verdadera adoración glorifica a Dios.

La segunda cualidad de la adoración verdadera es que es hecha "en verdad." Toda


adoración es una respuesta a la verdad, ¿y qué mejor medidor de la verdad que la
Palabra de Dios? Jesús le dijo a Su Padre: "Tu palabra es verdad" (Juan 17:17).
El Salmo 119 dice: "Tu ley es verdad" (v. 142) y "Tu palabra es verdad" (v. 160). Para
adorar verdaderamente a Dios, debemos comprender quién es y lo que ha hecho, y el
único sitio donde esto se ha revelado enteramente es en la Biblia

Así pues, lo primero que observamos en las Escrituras es que un adorador es


alguien que tiene una relación personal con Dios al que ama intensamente.
Notemos por ejemplo cómo el rey David comenzaba el Salmo 18 expresando
su amor a Dios: "Te amo, oh Jehová", para inmediatamente después
invocarle porque reconocía que "es digno de ser alabado" (Sal 18:1-3).
Como no puede ser de otra manera, es nuestro amor a Dios lo que nos lleva
a adorarle. Aunque, por supuesto, este amor es una pobre respuesta al gran
amor que hemos recibido de él (1 Jn 4:10). Por lo tanto, si la adoración no
surge como una respuesta genuina de nuestro amor a Dios, todo lo que
hagamos no pasará de ser simples ritos religiosos fríos y secos, carentes de
significado, y que de ninguna manera agradarán a Dios.

Ahora bien, todos sabemos que el verdadero amor a Dios implica entrega
absoluta. El Señor nos enseñó que para amarle hay que hacerlo con todo el
corazón, con toda el alma y con toda la mente (Mt 22:37). Así pues, la
adoración genuina implica la entrega de todo lo que somos como una
ofrenda de amor.

(Ro 12:1) "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que
presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que
es vuestro culto racional."

Y si meditamos un poco más en esto, rápidamente nos daremos cuenta de


que la expresión plena de este tipo de devoción la encontramos en Cristo
cuando entregó su vida al Padre en la Cruz:

(Ef 5:2) "Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y


sacrificio a Dios en olor fragante."

Por lo tanto, adorar a Dios implica también sumisión y obediencia. No


podemos adorarle sin haber rendido previamente nuestra voluntad ante él
para servirle en todo cuanto nos manda. Un buen ejemplo de esto está en el
pasaje de Apocalipsis (Ap 4:10) en el que en una escena celestial "los
ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al
que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono" .
El hecho de colocar sus coronas a los pies del Señor es una forma de
expresar su sumisión, reconocimiento y entrega absoluta.

La conclusión de todo esto es que no podemos reducir nuestra adoración a


unas bonitas expresiones de nuestros labios, porque antes de que Dios
escuche lo que decimos, primeramente mira nuestros corazones. Esta fue la
razón por la que tanto Jesús como los profetas del Antiguo Testamento
tuvieron que reprender reiteradamente al pueblo de Israel:

(Mr 7:6) "Respondiendo él, les dijo: Hipócritas bien profetizó de vosotros


Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón
está lejos de mí."

También podría gustarte