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LA ADORACIÓN QUE AGRADA A DIOS - JUAN 4:20-24

(Jn 4:20-24) "Le dijo la mujer: Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros
decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme,
que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros
adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene
de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores
busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es
necesario que adoren."

Introducción

Durante su conversación con la samaritana, el Señor abordó el tema de la adoración


con una amplitud y profundidad completamente nuevas. De esta manera contestó a las
inquietudes de la mujer, dejándonos también a nosotros una información muy valiosa
que necesitamos para poder ofrecer a Dios una adoración que sea de su agrado. Porque
no debemos olvidar que adorar a Dios es un asunto muy serio que no podemos tomar a
la ligera. Y el pasaje que vamos a estudiar nos advierte de la posibilidad de creer que
estamos adorando a Dios, cuando en realidad lo que hacemos puede ser otra cosa muy
distinta. Por ejemplo, el Señor descalificó la adoración de los samaritanos cuando le dijo
a la mujer: "vosotros adoráis lo que no sabéis". Por lo tanto, es importante que
aprendamos por su Palabra cómo debemos hacerlo para no cometer errores similares.

A continuación haremos algunas aclaraciones sobre lo que es la adoración, cuáles son


sus características a la luz de la Biblia, y consideraremos también la enseñanza que
Jesús dio sobre el tema a la mujer samaritana.

1. ¿Qué es la adoración?

Adorar a Dios es la actividad más noble, elevada e importante que el ser humano puede
realizar. Fuimos creados para eso, y cuando el hombre pecó rompiendo así su relación
con Dios, él envió a su propio Hijo con el fin de redimirnos para que pudiéramos ser
nuevamente verdaderos adoradores. Esto es lo que Jesús quería dar a entender a la
mujer cuando le dijo: "el Padre tales adoradores busca que le adoren". Tan importante
es el tema, que la adoración será nuestra actividad principal durante toda la eternidad.
Lo podemos comprobar con frecuencia en el libro de Apocalipsis, donde todos los seres
celestiales adoran a Dios sin cesar.

(Ap 4:8-11) "Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por
dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo
es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir. Y siempre
que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado
en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran
delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los
siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la
gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad
existen y fueron creadas."

Ahora bien, cuando nos preguntamos qué es la adoración, encontramos que, como es
habitual en la Biblia, ésta no nos ofrece ninguna definición, sino que su forma de
enseñarnos es mostrándonos numerosos ejemplos de personas que adoraban a Dios
con el fin de que a través de ellos podamos aprender cómo debemos hacerlo nosotros.

Así pues, lo primero que observamos en las Escrituras es que un adorador es alguien
que tiene una relación personal con Dios al que ama intensamente. Notemos por
ejemplo cómo el rey David comenzaba el Salmo 18 expresando su amor a Dios: "Te
amo, oh Jehová", para inmediatamente después invocarle porque reconocía que "es
digno de ser alabado" (Sal 18:1-3). Como no puede ser de otra manera, es nuestro
amor a Dios lo que nos lleva a adorarle. Aunque, por supuesto, este amor es una pobre
respuesta al gran amor que hemos recibido de él (1 Jn 4:10). Por lo tanto, si la
adoración no surge como una respuesta genuina de nuestro amor a Dios, todo lo que
hagamos no pasará de ser simples ritos religiosos fríos y secos, carentes de significado,
y que de ninguna manera agradarán a Dios.

Ahora bien, todos sabemos que el verdadero amor a Dios implica entrega absoluta. El
Señor nos enseñó que para amarle hay que hacerlo con todo el corazón, con toda el
alma y con toda la mente (Mt 22:37). Así pues, la adoración genuina implica la entrega
de todo lo que somos como una ofrenda de amor. Podemos encontrar una buena
ilustración de esto en el sacrificio de los holocaustos que se realizaban en el Antiguo
Testamento. La particularidad que tenía este tipo de ofrenda era que el animal se
ofrecía completamente al Señor en olor grato, a diferencia de los otros sacrificios en los
que se reservaban diferentes partes para los sacerdotes o el oferente (Lv 3:1-9). Así
que, podríamos decir que la adoración es una "ofrenda del todo quemada", donde el
adorador no se queda nada para sí mismo, sino que se entrega sin reservas a Dios,
consagrándole su vida entera a él. Parece que el apóstol Pablo tenía este tipo de
sacrificio en mente cuando exhortaba a los cristianos en Roma:

(Ro 12:1) "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis
vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto
racional."

Y si meditamos un poco más en esto, rápidamente nos daremos cuenta de que la


expresión plena de este tipo de devoción la encontramos en Cristo cuando entregó su
vida al Padre en la Cruz:

(Ef 5:2) "Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a
Dios en olor fragante."

Por lo tanto, adorar a Dios implica también sumisión y obediencia. No podemos


adorarle sin haber rendido previamente nuestra voluntad ante él para servirle en todo
cuanto nos manda. Ya hemos visto un buen ejemplo de esto en el pasaje de Apocalipsis
antes citado, en el que en una escena celestial "los ancianos se postran delante del que
está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus
coronas delante del trono" (Ap 4:10). El hecho de colocar sus coronas a los pies del
Señor es una forma de expresar su sumisión, reconocimiento y entrega absoluta.

La conclusión de todo esto es que no podemos reducir nuestra adoración a unas bonitas
expresiones de nuestros labios, porque antes de que Dios escuche lo que decimos,
primeramente mira nuestros corazones. Esta fue la razón por la que tanto Jesús como
los profetas del Antiguo Testamento tuvieron que reprender reiteradamente al pueblo
de Israel:
(Mr 7:6) "Respondiendo él, les dijo: Hipócritas bien profetizó de vosotros Isaías, como
está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí."

Su problema consistía en que cuando ofrecían su adoración a Dios, lo que decían sus
labios no se correspondía con la actitud interior de sus corazones. No había obediencia
a su Palabra, lo que era una triste evidencia de su falta de amor por él (Jn 14:15).

Ahora bien, una vez que hemos señalado que la adoración surge de un corazón que
ama y se entrega completamente a la voluntad de Dios, hay que decir también que le
adoramos cuando nos dirigimos a él para expresarle la admiración que le profesamos.
Esto lo podemos hacer principalmente por medio de la oración y también del canto.

(He 13:15) "Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de
alabanza, es decir, fruto de labios que confiesen su nombre."

Por supuesto, esta admiración surge y crece en nosotros al considerar por medio de su
Palabra cómo es él; su naturaleza, sus atributos, su carácter y también sus obras. Es
entonces cuando nos rendimos a él mientras nos deleitamos en contemplar de forma
reverente su gloria.

También es importante aclarar que la adoración va más allá de nuestras acciones de


gracias por sus bendiciones recibidas. Debemos notar la diferencia entre adoración y
acción de gracias. Porque mientras que en la acción de gracias el foco de nuestra
atención está en las cosas que hemos recibido de Dios, en la adoración la atención se
centra en lo que Dios mismo es.

Podemos pensar en una sencilla ilustración que nos puede ayudar a entenderlo mejor:
Imaginemos unos novios que han quedado para verse. En un momento el chico saca un
precioso anillo que le regala a su novia. Inmediatamente la muchacha mira el regalo
fascinada mientras se lo pone en el dedo y le da las gracias a su novio. Pero según va
pasando el tiempo, el anillo pasa a un segundo plano y toda la atención de la chica
vuelve a estar puesta nuevamente en su amado, en quien no ve más que virtudes.

Y de la misma manera, nosotros también estamos maravillados de la gracia de Dios


sobre nosotros y de sus muchas bendiciones, pero más importante que cualquiera de
ellas, es Dios mismo, a quien admiramos y adoramos por quién es él. En este sentido el
apóstol Pedro hizo un breve resumen de nuestra nueva posición en Cristo, pero no se
detuvo ahí, sino que expresó que todo esto que hemos recibido por gracia nos debe
llevar a "anunciar sus virtudes" en un espíritu de auténtica adoración.

(1 P 2:9) "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo
adquirido por Dios para que anunciaseis las virtudes de aquel que os llamo de las
tinieblas a su luz admirable."

Tenemos que tener mucho cuidado con esto, porque con facilidad nos detenemos
pensando en lo que ahora somos en Cristo y en cuántas bendiciones hemos recibido de
él, y no llegamos a adorarle por lo que Dios mismo es. Si queremos ser verdaderos
adoradores tenemos que dejar de pensar en nosotros mismos para concentrar toda
nuestra atención en quién es Dios.

2. El papel de la música en la adoración


Ya hemos dicho que en la Biblia encontramos dos maneras principales de adorar a Dios:
por medio de la oración y también con el canto. En el libro de los Salmos, que
podríamos decir que servía de "himnario" para los creyentes del Antiguo Testamento,
encontramos la letra de muchos cánticos de adoración. Por cierto, este es el libro más
largo de la Biblia, lo que nos da una idea de la importancia que Dios da a la música.

Sin embargo, habiendo dicho esto, hay que decir también que es un error limitar la
adoración exclusivamente al canto, porque también encontramos otras muchas
ocasiones a lo largo de la revelación bíblica en las que diferentes personas adoraron a
Dios por medio de sus oraciones.

Y por otro lado, no todas las canciones que cantamos son de adoración y alabanza a
Dios. Y aunque en muchos círculos se asocia "la alabanza" con el periodo dedicado a la
música, esto no es exacto. Hay himnos en los que el tema es la confesión, o la petición
de protección, o la acción de gracias por algún don recibido... pero no la adoración. Así
que, si buscamos adorar a Dios con nuestra música, será necesario elegir bien las
canciones, prestando especial atención a su letra.

Además, la música, como todas las cosas buenas que Dios ha creado, se pueden usar
de una forma inapropiada. Y no cabe duda de que el uso de la música en la adoración a
Dios conlleva varios peligros de los que ninguno estamos libres. Reflexionemos sobre
algunos de ellos:
En primer lugar, en algunas culturas es muy fácil dejarse llevar por el ritmo de la música sin
pensar en nada de lo que dice su letra. En otros casos podemos tararear canciones
cristianas "pegadizas" sin reflexionar en ningún momento en su contenido. Otras veces la
música tiene ritmos tan "fuertes", que es casi imposible entender su letra. En todos estos
casos, no es posible tener una experiencia de intimidad con el Señor que nos lleve a una
auténtica adoración. Debemos recordar la exhortación del salmista: "Cantad con
inteligencia" (Sal 47:7). Porque cantar o escuchar música cristiana sin prestar atención a lo
que se dice, no es algo que debamos identificar con la adoración.
En segundo lugar, y es muy triste decirlo, parece que muchas veces los cristianos se fijan
más en los cantantes que en Dios mismo. Parecen sentir por ellos una fascinación similar a
la que los del mundo tienen por sus ídolos musicales. Pero el tiempo de adoración no es
para exhibirnos a nosotros mismos, o los dones que Dios nos ha dado, sino para dirigir
nuestras miradas hacia Dios. Siempre existe la tentación de convertir esos dones y talentos
en el centro de la adoración, usurpando así el lugar que legítimamente sólo le corresponde
al Señor. Los cantantes cristianos tienen una gran responsabilidad en este punto.
En tercer lugar, algunos cantantes cristianos, conocidos actualmente como "los grandes
adoradores", son responsables del tremendo empobrecimiento de mucha de la adoración
que hoy se ofrece a Dios por medio de la música. Sólo hay que ver la pobreza de sus letras,
que en muchos casos sólo consiste en unas sencillas frases que se repiten indefinidamente.
Esta escasez de términos y conceptos en la adoración no tiene nada que ver con la riqueza
que brota de las Sagradas Escrituras.
En cuarto lugar, también existe el peligro de pensar que Dios está más presente en nuestra
adoración cuando contamos con buenos medios técnicos, bien sea de sonido, iluminación,
coros, cantantes famosos... Pero eso no es cierto. De hecho, esto nos puede llevar
fácilmente a la arrogancia. El profeta Isaías nos ha dejado un hermoso versículo que
conviene recordar en relación a esto: "Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad,
y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y
humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón
de los quebrantados" (Is 57:15). A Dios no le impresiona nuestra super organización,
porque él es el Alto y Sublime, el que habita la eternidad. Y su presencia en nuestras vidas
sólo está garantizada por un corazón quebrantado y humilde ante él.
En quinto lugar, en muchas ocasiones se han sustituido los himnos congragacionales que
todos los creyentes podían cantar juntos, por otro tipo de canciones que sólo pueden ser
cantadas por un interprete sobre un escenario. Esto priva a la iglesia de identificarse
adecuadamente con la adoración, dejándola en manos de los "profesionales", mientras que
el resto de la congregación sólo puede dar palmas y aguantar de pie por largos periodos de
tiempo sin poder hacer otra cosa.
En sexto lugar, a nadie se le escapa el hecho de que en el día de hoy la música cristiana se
ha convertido para algunos cantantes en un importante negocio que no sólo les reporta
grandes beneficios económicos, sino también fama y popularidad similares a las de los
cantantes del mundo. Y con el fin de ampliar su mercado, no dudan en imitar los ritmos
mundanos o de alternar canciones dedicadas al Señor con otras de carácter totalmente
profano.

Ahora bien, habiendo considerado algunos de los peligros que puede haber cuando se
utiliza la música en la adoración, debemos volver a enfatizar que su uso correcto no
debe ser nunca despreciado. Por el contrario, aunque no necesitamos la música para
adorar a Dios, sin embargo, la Biblia nos enseña que es un aspecto importante de
nuestra relación con él. Como ya hemos dicho, todo el libro de los Salmos es un buen
ejemplo de esto. Y en nuestro tiempo es muy importante que el Señor siga levantando
a hermanos con dones que sean capaces de crear nuevas composiciones musicales que
nos ayuden en nuestra alabanza a Dios por medio del canto.

3. Dios y la obra de la Cruz deben estar en el centro de nuestra adoración

Aunque esto es obvio, siempre debemos recordar que sólo podemos dirigir nuestra
adoración a Dios. Es importante que tengamos cuidado con esto. No olvidemos que
Dios es celoso y no comporte la adoración de su pueblo con nadie más.

(Is 42:8) "Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a


esculturas."

(Ex 34:14) "Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre
es Celoso, Dios celoso es."

Dios tiene que ser el centro de nuestra adoración, y todo lo demás debe quedar en un
plano secundario. Es más, en último término, no necesitamos ninguna otra cosa para
adorar a Dios.

Ahora bien, ¿por qué decimos esto que parece tan evidente? Bueno, porque siempre
que queremos hacer algo para el Señor, el camino está lleno de tentaciones. Por
ejemplo, como ya hemos señalado, es relativamente fácil que el líder de alabanza se
convierta en el centro de la adoración, o que nuestra adoración esté enfocada más en el
hombre que en Dios, gloriándonos de nuestra nueva posición ante Dios en lugar de
mirar a Cristo y su obra en la cruz por medio de la cual hemos recibido todo lo que
somos y tenemos.

En este punto es importante decir también que la cruz de Cristo debería tener un lugar
central no sólo en nuestra vida y servicio, sino también en nuestra adoración. Sin la
obra de la cruz, nosotros todavía estaríamos bajo la ira de Dios, expuestos al juicio y a
la condenación. Es por la cruz que hemos encontrado la reconciliación con Dios y es allí
donde podemos apreciar de forma totalmente nítida cómo es Dios. El apóstol Pablo
expresó con claridad el lugar central que la cruz ocupaba en su ministerio y adoración:

(Ga 6:14) "Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo"

Así pues, la adoración debe estar centrada en Dios y en la obra suprema de Cristo en la
cruz. Sin embargo, debemos decir aquí que lamentamos cómo la cruz ha ido
desapareciendo de muchas de las canciones de adoración cristiana. Se habla mucho del
triunfo de Cristo, de su exaltación en gloria, de su majestad... y aunque todo es
completamente cierto y lo suscribimos sin reservas, nunca deberíamos olvidar que
Jesús fue "coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte" (He
2:9). Los profetas del Antiguo Testamento anunciaron "los sufrimientos de Cristo, y las
glorias que vendrían tras ellos" (1 P 1:11). Y las huestes celestiales adoran al Cordero
que fue inmolado (Ap 5:12). Toda adoración que no tome en cuenta la obra de la cruz
siempre será pobre e incompleta.

Por otro lado, tampoco debemos olvidar que es imposible honrar al Padre sin honrar al
Hijo.

(Jn 5:23) "Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo,
no honra al Padre que le envió."

Nunca está de más hacer énfasis en esta gran verdad, máxime cuando hay grupos
llamados cristianos que niegan la naturaleza divina del Hijo y que por lo tanto no le
adoran como Dios. Pero como vemos, la Palabra nos enseña lo contrario: "que todos
honren al Hijo como honran al Padre". Encontramos numerosos ejemplos de esto en
personas que durante el ministerio terrenal de Jesús le adoraron, lo que era
especialmente significativo si tenemos en cuenta que la mayoría de ellos eran judíos
monoteístas que de ninguna manera habrían hecho algo parecido con nadie que no
fuera Dios. Veamos algunos ejemplos:
(Mt 2:11) Los magos venidos de oriente adoraron a Jesús cuando lo encontraron en Belén.
(Mt 14:33) Los discípulos le adoraron cuando subió a la barca después de haber calmado la
tempestad.
(Mt 28:8) Las mujeres que habían ido a la tumba le adoraron después de su resurrección.
(Mt 28:17) También los once discípulos le adoraron cuando le vieron resucitado.
(Jn 9:38) Un ciego sanado por el Señor también le adoró.

Y por último, quizá debemos añadir una reflexión acerca de la adoración que la Iglesia
Católica ofrece a la virgen María. En cuanto a esto, ya hemos dicho que Dios es celoso
y no comparte su gloria con nadie más. Quien se atreva a hacerlo tendrá que darle
cuentas por ello. Además, no encontramos ni un solo ejemplo en la Biblia en la que los
cristianos dieran culto a María, ni que tampoco le atribuyeran ninguno de los títulos con
los que el catolicismo pretende honrarle, dándole a veces más importancia a ella que al
mismo Hijo de Dios.

4. La adoración no es una actividad opcional

Debemos decir también que este reconocimiento de la dignidad absoluta de Dios que
hacemos por medio de la adoración no es una actividad optativa. Dios está buscando
que su pueblo sea un pueblo de adoradores, que anuncian las virtudes de aquel que los
llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 P 2:9). Tan importante es el tema, que
aparece una y otra vez a lo largo de toda la Biblia.
Todo comenzó en el huerto del Edén cuando el hombre decidió que iba a dejar de adorar a
Dios.
Posteriormente Dios llamó a Abraham de Ur de los caldeos para formar a partir de él un
pueblo que dejando los dioses paganos que había en su entorno, adoraran al único Dios
verdadero. De esta manera, tanto Abraham, como su hijo Isaac o Jacob, se caracterizaron
por ser hombres de tienda y altar, es decir, peregrinos y adoradores.
En el libro de Éxodo vemos que Dios envió a Moisés para liberar a Israel de la esclavitud de
Egipto y que de esta manera pudieran adorarle. En este sentido es interesante notar la
lucha que Faraón sostuvo con Moisés con el propósito de impedir que el pueblo fuera adorar
a Dios. Primero se negó a ello con total rotundidad, pero después de que las diversas plagas
fueron haciendo mella en él, fue cediendo, pero siempre poniendo condiciones: en principio
obligándoles a ofrecer sus sacrificios a Dios dentro de la tierra de Egipto (Ex 8:25-27),
luego dejando que sólo fueran los varones del pueblo (Ex 10:8-11), más tarde
impidiéndoles que llevaran animales para el sacrificio (Ex 10:24-26), hasta que finalmente,
como no podía ser de otra manera, Dios ganó el pulso a Faraón y éste les dejó salir sin
condiciones para que adoraran a su Dios fuera de Egipto con todo lo que eran y tenían.
En su viaje por el desierto Dios les dio la Ley junto con diversas instrucciones acerca de
cómo debían adorarle. Además les mandó construir un tabernáculo donde Dios manifestaba
su gloria en medio de su pueblo.
Más adelante, vemos a lo largo de todos los libros históricos y proféticos del Antiguo
Testamento el énfasis y la importancia que la adoración tenía en la vida del pueblo de
Israel. En relación a esto, el rey David jugó un papel muy importante, porque tuvo en su
corazón edificar una casa permanente a Dios donde su pueblo pudiera adorarle. Y aunque él
no pudo materializar el proyecto, dejó todo preparado para que su hijo Salomón lo llevara a
cabo. Este ejemplo fue seguido también por algunos de los reyes que les sucedieron en el
trono, pero en contraste con esto, debemos subrayar el pecado de Jeroboam, el rey que
hizo pecar a Israel al levantar dos lugares de adoración idolátrica, lo que sirvió para que el
pueblo abandonara el culto a Jehová. Muchos fueron los profetas que denunciaron su
pecado y que hicieron un llamamiento a la nación para que se volvieran a la adoración al
único Dios verdadero. Desgraciadamente no tuvieron éxito, y por su insistencia en seguir a
los dioses paganos, la nación fue llevada en cautiverio; Israel a Asiria y Judá a Babilonia.
El Señor Jesucristo continuó en la misma línea que los profetas del Antiguo Testamento,
denunciando en el mismo templo la falsa adoración que Dios estaba recibiendo. Él llegó a
decir que los religiosos de su tiempo habían convertido la casa de Dios en una cueva de
ladrones (Mt 21:13), lo que le acarreó el odio homicida de los líderes religiosos de Israel.
Los apóstoles que predicaron el evangelio en medio de culturas paganas, tuvieron como
objetivo reconciliar a los hombres con el único Dios verdadero, a fin de que se volvieran
adoradores suyos. Pablo exhortaba a los idólatras de Listra de esta manera: "Os
anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo cielo y la tierra, y
todo lo que en ellos hay" (Hch 14:15). Y en otro lugar, el mismo apóstol denunció a los
paganos en Roma porque "habiendo conocido a Dios no le glorificaron como a Dios, ni le
dieron gracias", sino que "cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando
culto a las criaturas antes que al Creador" (Ro 1:21-25). Y esta actitud del hombre siempre
atrae sobre él la ira de Dios.
En el libro de Apocalipsis vemos que la actividad constante en el cielo es la adoración. De
hecho, este libro nos enseña que el acto que determina nuestro destino final es la
adoración: ¿Adoraremos a Dios o a la bestia y a su imagen? Todos adoramos algo, aunque
no nos demos cuenta de ello. Si no adoramos a Dios, adoraremos a algo o alguien más. Y
en Apocalipsis vemos que el final de nuestra historia se decide por la cuestión de a quién
adoramos.
Queda claro a lo largo de toda la revelación bíblica, que el propósito por el que hemos
sido creados y redimidos es para que seamos adoradores de Dios. Y como decíamos,
esta no es una actividad opcional, sino que como hacía el rey David, debemos
exhortarnos continuamente a nosotros mismos para adorarle:

(Sal 103:1-2) "Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios."

5. Adoración pública y privada

Muchos cristianos asumen que determinadas reuniones de la iglesia guardan una


relación especial con la adoración, y sin duda, esto es totalmente correcto. Pero cabe la
posibilidad de caer en la equivocación de pensar que sólo en esas reuniones podemos
adorar a Dios. Pensar así sería un grave error, porque Dios espera que en cada
momento de nuestras vidas le adoremos. Por eso, junto con nuestro tiempo de oración
diario debemos dedicar tiempo también a la adoración.

En realidad, los cultos que dedicamos en la iglesia para alabar a Dios son un reflejo de
lo que diariamente hacemos en la intimidad con el Señor. Si no pasamos tiempo cada
día adorando a Dios, nuestros cultos serán fríos. Y no se puede hacer responsable de
esto exclusivamente al pastor o al líder de alabanza. Cada creyente debe ir preparado
para adorar a Dios. Recordemos la ordenanza en el Antiguo Testamento que prohibía
que ningún israelita se presentase delante del Señor con las manos vacías (Ex
23:15) (Ex 34:20). El tipo de ofrendas podían variar; había becerros, ovejas, cabras o
incluso palominos. Una persona podía traer desde un animal tan grande como un
becerro, hasta uno tan pequeño como un palomino, pero de ninguna manera podía ir
con las manos vacías. Y ahora en nuestro tiempo, no podemos llegar a la iglesia para
ver que han preparado los líderes, descargando sobre ellos toda nuestra
responsabilidad de adorar a Dios. Cada uno de nosotros debemos implicarnos en ello, y
para esto es imprescindible llegar preparados desde nuestros hogares, habiendo pasado
tiempo cada día de la semana en la presencia del Señor.

6. Adoración y servicio

A veces la adoración puede parecer algo muy teórico y abstracto, pero de ninguna
manera podemos entenderlo así. El Señor Jesús nos enseñó que adoración y servicio
tienen que ir íntimamente ligadas.

(Mt 4:10) "Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios
adorarás, y a él solo servirás."

La adoración que no involucra nuestro servicio a Dios no es verdadera. Hacerlo bien


implica la entrega a Dios de nuestras energías, tiempo, trabajo, lealtad, amor, todo
cuanto somos y tenemos.

Y también implica el servicio a nuestros semejantes.

(He 13:16) "Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales


sacrificios se agrada Dios."

(Fil 4:18) "Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido
de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios."
Estos dos pasajes emplean los sacrificios del Antiguo Testamento para ilustrar que la
ayuda mutua entre los creyentes debe formar parte de la adoración que Dios desea
recibir. Por lo tanto, la adoración es algo muy práctico.

7. A Dios no le agrada cualquier tipo de "adoración"

Los profetas de la antigüedad advirtieron al pueblo de Israel que mucha de la adoración


que ofrecían a Dios, él la aborrecía. Veamos los fuertes términos en los que Dios
expresó esto:

(Is 1:12-14) "¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros


delante de mí para hollar mis atrios? No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me
es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir;
son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas
solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de
soportarlas."

(Am 5:21-24) "Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en


vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no
los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados. Quita de
mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos.
Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo."

La idea de que "todo vale" en la adoración no sólo es falsa, sino que además es
sumamente peligrosa.

8. Adorar incorrectamente puede ser peligroso

Debemos tener presente que el verdadero adorador siempre se acerca a Dios


consciente de su propia indignidad. Recordemos las palabras del profeta Isaías cuando
vio al Señor en su trono alto y sublime:

(Is 6:5) "¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y
habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey,
Jehová de los ejércitos."

O las de Job:

(Job 42:5-6) "De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me
aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza."

O las del apóstol Pedro:

(Lc 5:8) "Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de
mí, Señor, porque soy hombre pecador."

Nosotros también debemos recuperar este santo temor y reverencia ante el Señor, no
olvidando que Dios es fuego consumidor (He 12:28-28). Tomemos buena nota del caso
Nadab y Abiú, los hijos del sumo sacerdote Aarón, los cuales ofrecieron fuego extraño
que Dios no les había pedido y fueron consumidos por él dentro del mismo
tabernáculo (Lv 10:2).

9. Beneficios de la adoración
No adoramos a Dios para ser bendecidos, pero indudablemente lo somos en la medida
en que lo hacemos. No cabe duda de que a través de la adoración encontramos gozo,
bendición, satisfacción y propósito para nuestras vidas.

Además, la adoración nos transforma y nos prepara para la vida eterna. Porque ya
sabemos que ésta será nuestra ocupación primordial en el cielo, cuando nos unamos al
coro de millones de seres que ya le están adorando. Así que, la adoración nos acerca
más a lo que seremos eternamente.

Y también, en la medida que vamos creciendo en nuestra adoración a Dios, nuestra


visión de quién es él se irá ampliando y ensanchando, llegando a conocerle mucho
mejor y de forma más personal.

"El Padre tales adoradores busca que le adoren"

Después de estas consideraciones preliminares sobre lo que es la adoración,


comenzamos ahora a considerar lo que el Señor Jesucristo le enseñó a la mujer
samaritana acerca del tema. En primer lugar tenemos que detenernos en la
sorprendente afirmación que el Señor hizo: "El Padre tales adoradores busca que le
adoren".

Es probable que muchas personas piensen que Cristo llevó a cabo la obra de la cruz con
el fin de librarnos de la condenación eterna en el infierno, y sin duda este es uno de los
beneficios que recibimos todos aquellos que creemos en él, pero sin duda no es la meta
final de nuestra salvación. En nuestro pasaje el Señor le explicó a la mujer samaritana
que lo que Dios estaba buscando en último término eran auténticos adoradores. Este
era el objetivo final de su misión. Para entenderlo correctamente tenemos que
remontarnos al comienzo de la historia del hombre, cuando haciendo uso de la libertad
que Dios le había dado, decidió creer a la serpiente que le incitaba a comer del árbol
prohibido con la falsa promesa de que serían como Dios (Gn 3:5). Al hacerlo, el hombre
y la mujer dejaron de tener a Dios como el centro de sus vidas, usurpando ellos
mismos esta posición. En su nueva condición, dejaron de rendir su adoración a Dios,
alejándose así de la razón por la que habían sido creados. Esta actitud trajo graves
consecuencias para toda la raza, la más evidente fue la muerte, pero también dejó al
hombre sin una verdadera razón para vivir, algo que desde entonces produce una
constante sensación de vacío en el hombre. Ahora bien, la obra de Cristo en la cruz
tiene el propósito de restaurar la relación del hombre con Dios, no sólo perdonando sus
pecados, sino también volviendo a colocar a Dios en el centro de su vida, creando una
correcta relación donde el hombre nuevamente vuelva a adorarle como el único Dios
verdadero. Así pues, tenemos que deducir que el propósito de la conversación que
Jesús tuvo con la samaritana tenía como finalidad llevarle a ser una verdadera
adoradora de Dios. Y por supuesto, esta debe ser también nuestra meta cuando
predicamos el evangelio a las personas inconversas.

Este es el propósito por el que el hombre fue creado, y no puede haber nada más noble
y que llene su vida de una forma tan plena como adorar a Dios. Sin embargo, el pecado
ha trastornado gravemente nuestros sentidos, de tal manera que incluso después de
convertirnos seguimos experimentando dentro de nosotros mismos la tensión que nos
produce muchas veces el querer seguir siendo el centro de nuestras propias vidas. Esto
se refleja incluso hasta en la forma en la que oramos, donde manifestamos que en la
mayoría de las ocasiones nuestras preocupaciones y anhelos giran en torno a nosotros
mismos. Acudimos a Dios cargados con inmensas listas de peticiones que en la mayoría
de los casos tienen como fin librarnos de enfermedades, angustias y problemas.
Queremos recibir sus bendiciones y que nos prospere en todo lo que hacemos. Y
aunque todas estas cosas pueden ser legítimas, cuando el Señor nos enseñaba a orar,
puso en primer lugar la gloria de Dios. En (Mt 6:9-15) podemos notar que antes de que
el Señor dijera que debemos pedir por el pan nuestro de cada día, o por el perdón de
nuestros pecados, o el ser librados de tentación, primero nos enseñó a buscar la gloria
del Padre y el cumplimiento de su voluntad:

(Mt 6:9-10) "Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así
también en la tierra."

Con esto que decimos queremos mostrar que la adoración no es algo que surge de
forma natural del corazón humano, ni siquiera del creyente. De hecho, mucho de lo que
llamamos adoración no es más que una expresión de lo contentos que estamos con la
nueva condición que ahora tenemos como creyentes. Pero nos cuesta mucho colocarnos
a un lado para centrar toda nuestra atención en Dios y en su gloria. Para hacerlo es
imprescindible la obra regeneradora y santificadora del Espíritu Santo en nuestras
vidas, de otra manera nunca llegaremos a ser los adoradores que el Padre espera que
seamos.

De todo lo anterior se deduce que los adoradores que Dios está buscando son aquellos
que han entrado en una nueva relación con él por medio de la fe en su Hijo. Estos son
los adoradores que el Padre está buscando. Porque mientras que no arreglemos nuestra
relación con Dios por medio de la conversión y seamos regenerados por su Espíritu
Santo, nuestro corazón seguirá estando en rebeldía, buscando una y otra vez el volver
a ser el centro de toda la atención. Y en esa condición es imposible adorar a Dios.

"La hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre"

La mujer había preguntado sobre la adoración verdadera, y el Señor le estaba dando


las claves para saber cuáles eran sus características fundamentales. Ahora es
interesante notar que aunque el lugar designado por Dios para que su pueblo le
adorara era Jerusalén, sin embargo, Jesús le anuncia un cambio que abriría los
horizontes para una adoración universal. Estaba llegando "la hora" para este cambio.
Como veremos a lo largo de todo el evangelio de Juan, "la hora" se refiere a la
culminación de la obra de Cristo en la cruz y su posterior glorificación. Y fue el rechazo
de los mismos judíos, quienes lo llevaron a la cruz, lo que abrió las puertas para esta
nueva adoración universal, sin diferencias entre judíos y gentiles. Y uno de los aspectos
más importante de esta nueva adoración es que ya no sería en un lugar concreto. A
partir de ese momento todos los lugares sagrados han dejado de tener importancia. En
este sentido es importante no olvidar que fue en el mismo momento en el que Jesús
entregaba su vida en la cruz, que el velo del templo fue rasgado milagrosamente de
arriba a abajo (Mr 15:38). De esta manera Dios estaba diciendo que se habían
terminado las limitaciones para entrar a la presencia de Dios, quedando el camino
abierto para que todas las personas pudieran entrar, y no sólo el sumo sacerdote judío
una vez al año (He 9:6-8).

A partir de ahí Dios no está ligado a edificios, sino a su pueblo, que forma un templo
santo en el Señor:
(Ef 2:19-22) "Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los
santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los
apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien
todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en
quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu."

Dios no sustituyó el templo en Jerusalén por otro templo o iglesia en otra parte del
mundo. Ahora los verdaderos adoradores no se reúnen en un punto geográfico
concreto, o en un edificio, sino en torno a una persona: el Señor Jesucristo.

(Mt 18:20) "Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos."

La verdadera adoración es moral

Es significativo que antes de que Jesús le describiera a la mujer samaritana la clase de


adoradores que el Padre buscaba, le mandó que llamara a su marido (Jn 4:16-18). Esto
puso al descubierto la vida inmoral que la mujer estaba viviendo. Y fue necesario
hacerlo así, porque antes que de pudiera ofrecer un tipo de adoración que agrada a
Dios, su pecado debía ser expuesto, confesado y perdonado.

Con esto coincide el salmista.

(Sal 24:3-4) "¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El


limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni
jurado con engaño."

Vez tras vez los autores bíblicos insisten en que la adoración sin moralidad es
totalmente desagradable a Dios:

(Pr 15:8) "El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová"

(1 S 15:22) "¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se


obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los
sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros"

(Am 5:21,24) "Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en


vuestras asambleas? Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso
arroyo"

(Is 1:11-17) "¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios?


Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero
sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda esto de
vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios? No
me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de
reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas
solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi
alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas. Cuando extendáis vuestras
manos yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo
no oiré; llenas están de sangre vuestras manos. Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad
de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el
bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la
viuda."

Y esto mismo es lo que Jesús denunció tantas veces en el comportamiento de los


fariseos. Asistían a la sinagoga y al templo, escudriñaban las Escrituras, ayunaban,
oraban y daban diezmos. Su vestimenta, su manera de hablar y de comportarse eran
exageradamente religiosa. Sin embargo, sus corazones estaban llenos de pecado, de
codicia y de orgullo. Jesús los describió como los que "devoran las casas de las viudas y
por pretexto hacen largas oraciones" (Mr 12:40). Su corazón no se correspondía con su
religiosidad externa, por lo que el Señor los denunció con mucha seriedad:

(Mt 23:27) "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a


sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por
dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia."

Todos nosotros debemos examinarnos bien antes de adorar a Dios. Porque nuestra
adoración no será agradable si por ejemplo estamos haciendo negocios de una forma
deshonesta, si estamos manteniendo una relación inmoral o abrigando resentimiento y
venganza contra alguien que nos ha hecho daño.

Esto tiene que ver con la misma naturaleza de Dios. Veamos lo que que dijo el apóstol
Juan:

(1 Jn 1:5-6) "... Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos
comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad."

(1 Jn 2:4,9) "? El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es


mentiroso, y la verdad no está en él? El que dice que está en la luz y aborrece a su
hermano, está todavía en tinieblas."

Dios contrasta nuestras profesiones verbales con la realidad moral de lo que vivimos. Y
para que la adoración sea agradable a Dios debe haber una unión indisoluble entre
ellas.

De hecho, cuando el pecado está presente en nuestras vidas nos resulta imposible
adorarle de forma genuina. El rey David experimentó esto cuando pecó con Betsabé, la
mujer de Urías heteo (2 S 11). Y aunque él ocultó el pecado y actuó como si no hubiera
pasado nada, sin embargo, su comunión con el Señor se vio afectada inmediatamente y
se dio cuenta de que no podía adorar a Dios. El mismo David escribió un Salmo en el
que relata su angustia:

(Sal 32:3-4) "Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día.


Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en
sequedades de verano."

Pero todo cambió cuando David confesó su pecado. A partir de ahí la comunión con
Dios fue restaurada y nuevamente brotaron la adoración y la alabanza.

(Sal 32:5,11) "Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis
transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado... Alegraos en Jehová
y gozaos, justos; y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón."
"Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu"

Como hemos visto, el Señor le explicó a la mujer que la adoración aceptable a Dios no
dependía del lugar en el que se ofrece, sino del estado del corazón del que lo rinde.
Ahora vamos a ver también que la verdadera adoración se basa sobre dos hechos
primordiales: debe ser "en espíritu y en verdad".

¿Qué significa esto de adorar a Dios "en espíritu"?

En primer lugar, con estas palabras Jesús nos estaba enseñando que la naturaleza de
nuestra adoración debe estar de acuerdo con la naturaleza del Dios a quien adoramos,
y "Dios es Espíritu". Esto quiere decir que no tiene partes corporales ni limitaciones
materiales. Esta es una de las razones por las que Dios prohibió siempre en su palabra
que los hombres hicieran ninguna representación de él. El profeta Isaías lo expresó de
la siguiente manera:

(Is 40:18) "¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?"

Si leemos toda la porción de este capítulo, nos daremos cuenta que Dios estaba
indignado con su pueblo porque hacían representaciones de él que intentaban
embellecer de todas las formas posibles. Pero esto, además de ser absurdo, era algo
que Dios mismo había prohibido en la ley:

(Ex 20:4-5) "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el


cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni
las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los
padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen"

Por lo tanto, en nuestra adoración a Dios no debemos usar imágenes porque no se


corresponden con su naturaleza espiritual, ni tampoco le agradan.

En segundo lugar, la adoración "en espíritu" tiene que ver con el nuevo nacimiento o la
conversión, que como recordaremos debía ser por el Espíritu (Jn 3:5-8). De esta
manera llegamos a ser "hijos de Dios" (Jn 1:12) y así adquirimos el derecho de tratar a
Dios como nuestro Padre. Este es un detalle importante. Notemos que no dice que
"Dios busca adoradores", sino que el "Padre busca adoradores". Para la verdadera
adoración tiene que haber una relación íntima con Dios, debe ser nuestro Padre, y esto
sólo es posible por la conversión.

En tercer lugar, se trata de una adoración en la que el espíritu tiene un papel


primordial. Esto quiere decir que lo más importante es que la adoración surja del
corazón. Eso es lo que Dios mira principalmente cuando escucha nuestras oraciones. No
se fija tanto en el lugar donde lo hacemos, ni tampoco en la postura corporal que
adoptamos al hacerlo. Los samaritanos discutían sobre el lugar correcto para adorar, y
los fariseos se gloriaban en sus ritos exteriores. En nuestros días algunos cristianos
parecen creer que la adoración está íntimamente ligada con el movimiento de nuestro
cuerpo y por eso elaboran elegantes coreografías. Otros aplauden con las manos, se
balancean y gritan constantemente sus aleluyas. En contraste los hay que prefieren
adorar de rodillas, sentados o de pie. Frente a todo esto debemos volver a repetir que
la verdadera adoración es "en espíritu". Nuestros movimientos corporales no pueden
añadir nada a la adoración. Aunque siempre tendremos que tener cuidado para que
nuestra actitud al adorar sea compatible con la seriedad y reverencia que nuestro Dios
merece (He 12:28-29). Porque no sería digno de él que adoptáramos bailes sensuales
al estilo del mundo para adorar a nuestro Dios. Y de la misma manera, tampoco sería
apropiado un grado de seriedad extremo, que pareciera que el adorador se encuentra
asistiendo a un funeral. En cualquier caso, insistimos en que Dios escudriña nuestros
corazones antes de escuchar lo que nuestros labios dicen (Is 29:13). Y también
sabemos que es posible doblar la rodilla físicamente sin doblegar nuestro corazón y
voluntad ante sus mandamientos. Ninguno estamos libres de poner el énfasis en los
aspectos externos de la adoración, y en este sentido debemos recordar las frecuentes
advertencias del Señor Jesucristo sobre los peligros de una religión externa. Por esta
misma razón, no debemos hacer depender nuestra adoración de nada externo. Y quizá
en este punto podamos preguntarnos, por ejemplo, qué ocurriría en muchas iglesias si
eliminasen la música de los cultos de adoración.

En cuarto lugar, la adoración verdadera es la respuesta de nuestro espíritu al Espíritu


de Dios. Esto significa que es el Espíritu Santo el que nos permite y nos insta a adorar.
Veamos cómo lo expresaba Pablo:

(Ef 2:18) "Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo
Espíritu al Padre."

(Ro 8:15) "Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en
temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba
Padre!"

(Ro 8:26) "Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué
hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos indecibles."

En realidad, necesitamos que el Espíritu Santo venza la resistencia que hay en cada uno
de nosotros para adorar a Dios. Porque todos sabemos que la naturaleza humana es
egocéntrica, mientras que la adoración está centrada en Dios. Es por eso que
necesitamos que el Espíritu Santo nos pueda elevar de nosotros mismos, pueda
cambiarnos y enfocar nuestra devoción en Dios.

"Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en verdad"

Por otro lado, debemos adorar al Padre "en verdad". Esto nos recuerda que Dios es
racional y que la verdadera adoración debe involucrar nuestra mente.

Esto implica en primer lugar que si no pensamos lo que hacemos cuando adoramos,
Dios no recibe nuestra adoración. Cantar bellos himnos, orar de forma mecánica y
repetitiva sin pensar en lo que decimos, esto no le agrada a Dios. Como Jesús dijo, esto
no es más que "vanas repeticiones" y "palabrería" (Mt 6:7). ¿Qué sentido puede tener
incluso que expresemos hermosos términos bíblicos en frases gastadas de las que
hemos olvidado su verdadero significado?

En la verdadera adoración debe estar involucrada nuestra mente. Sin lugar a dudas,
estos conceptos son extraños en gran parte del cristianismo moderno, donde lo que
importa en la adoración son los sentimientos y el estado de ánimo. Pero el Señor repitió
varias veces que nuestro amor por él debe incluir también nuestra mente:
(Mt 22:37) "Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu
alma, y con toda tu mente."

Debemos cuidarnos de cualquier forma de adoración emocional que no utiliza


cabalmente el intelecto. Es cierto que en ocasiones parece que una adoración así está
en un nivel superior, pero eso es falso. Nuestra mente debe tomar parte activa en
nuestra adoración. Es necesario que prestemos atención y entendamos lo que
cantamos y oramos.

(1 Co 14:15-16) "¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el


entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento.
Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá
el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho..."

Dios insiste en que nuestros cultos de adoración tienen que ser comprensibles para
todos. Por esta razón el apóstol Pablo escribiendo a los Corintios dedicó un capítulo
entero para poner orden en el culto público (1 Co 14), y su finalidad era que las
personas pudieran entender lo que se decía. Con esta finalidad impidió que todos
hablaran a la vez (1 Co 14:31), también prohibió hablar en lenguas en la iglesia si no
había intérprete, porque de otra manera las personas no entenderían lo que se decía (1
Co 14:28). El jaleo, el griterío incomprensible, el bullicio no tiene nada que ver con la
verdadera adoración, más bien, puede dar la justa impresión de que estamos locos (1
Co 14:23).

Tampoco podemos convertir la adoración en una repetición ciega de frases como si se


tratara de un mantra que los budistas repiten una y otra vez sin pensar en lo que dicen,
o como el rosario que los católicos rezan a toda velocidad sin reflexionar sobre lo que
dicen, únicamente concentrados en llevar bien sus cuentas.

En segundo lugar, no existe tal cosa como una adoración verdadera basada en la
ignorancia. Jesús mismo tuvo que decir a la mujer samaritana que "vosotros adoráis lo
que no sabéis", lo que descalificaba su adoración. Y de la misma manera, el apóstol
Pablo predicó el evangelio a los atenienses para que dejaran de adorar "al Dios no
conocido" (Hch 17:23). Es imposible adorar a un Dios a quien no se conoce.

Por esta razón, Dios se ha revelado para que sus criaturas le conozcan y puedan
adorarlo tal como él es. Porque si ignoramos su Palabra, lo más probable es que
estemos adorando a un dios que es producto de nuestra propia imaginación y además
lo estaremos haciendo de una forma que le desagrada. Así pues, la verdadera
adoración debe estar arraiga en su Palabra revelada. Debemos conocer a Dios antes de
poder adorarle correctamente.

La lectura y exposición de las Escrituras deben ocupar un lugar muy importante en


nuestros cultos de adoración. De esta manera conoceremos a Dios y podremos adorarle
correctamente. Además, el considerar en la Biblia cómo los santos de la antigüedad
adoraban a Dios, también servirá para enriquecer nuestra propia adoración. Dios no
puede ser adorado por un pueblo que no conoce su Palabra. En este sentido, podemos
considerar el terrible daño que la Iglesia Católica hizo por siglos cuando prohibió al
pueblo llano tener y leer la Biblia en su propia lengua. Pero el mismo daño nos hacemos
a nosotros mismos, si teniendo ahora la libertad de disponer de la Palabra, no la leemos
ni la estudiamos.
En tercer lugar, los verdaderos adoradores se ajustan a lo enseñado por Dios en toda
su Palabra. Este era el gran problema de los samaritanos, que sólo admitían los cinco
primeros libros de la Biblia, rechazando el resto. Pero como el Señor mismo enseñó, tan
grave era quitar de la Palabra como añadir, y esto era lo que hacían por su parte los
judíos. Ellos habían añadido sus propias tradiciones, al punto de que no dejaban ver la
Palabra, y por esta razón Jesús les dijo que "en vano me honran, enseñando como
doctrinas, mandamientos de hombres" (Mt 15:9). Nada importaba que su adoración
estuviera dirigida al Dios verdadero si no tenían en cuenta lo que él había dicho.

La historia bíblica nos ha dejado abundantes testimonios del hecho de que cuando el
hombre no basa su adoración en la Palabra, fácilmente su adoración se vuelve
supersticiosa, absurda y en muchos casos cruel.

Por lo tanto, la verdadera adoración debe consistir en la respuesta espontánea del


hombre a algún concepto, a alguna percepción de carácter de Dios que aprendemos por
su Palabra y que enciende nuestro corazón.

Y esto debe ser así también cuando nuestra alabanza la expresamos a través de la
música. El apóstol Pablo exhortó sobre esto a los colosenses:

(Col 3:16) "La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y


exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros
corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales."

Notemos que para poder enseñar, exhortar o cantar al Señor, primeramente debemos
estar llenos de la Palabra de Dios.

No obstante, el conocimiento de la Palabra, no garantiza por sí mismo que vaya a haber


una verdadera adoración. Siempre es posible tener muchísimo conocimiento acerca de
la Biblia y nunca arrodillarse ante Dios en adoración. Pero tampoco el extremo opuesto
es mejor, es decir, el de aquellos que que tienen mucho "celo de Dios, pero no
conforme a ciencia" (Ro 10:2). Debemos cuidarnos de no caer en ninguno de los dos
extremos.

Preguntas

1. ¿Cómo definiría la adoración? ¿Cuáles son las características de la verdadera


adoración? Explíquelas brevemente.

2. Busque tres ejemplos en el Antiguo Testamento de oraciones en las que su tema


central sea la adoración. Analícelas brevemente resaltando las razones por las que Dios
era adorado. Busque también algunos ejemplos en los Evangelios en los que el Señor
Jesús fue adorado. Explique las razones por las que lo hicieron.

3. En la lección se ha subrayado la importancia que el tema de la adoración ha tenido a


lo largo de toda la historia de la revelación bíblica. Haga un resumen de esto, buscando
las citas bíblicas apropiadas, analizando su desarrollo e importancia desde Génesis
hasta Apocalipsis.

4. Explique brevemente qué quiere decir que la adoración que agrada a Dios debe ser
"en espíritu y verdad".
5. Dé algunas de las razones por las que usted adora a Dios

LA ADORACIÓN EN LA BIBLIA
Uno de los asuntos más controversiales en las congregaciones cristianas de hoy es los estilos de
adoración. Los que crecieron cantando los himnos tradicionales, más que nada los miembros de más
edad de la congregación, frecuentemente se confunden y sienten incómodos con la letra y los ritmos
contemporáneos que prefieren sus hermanos en Cristo más jóvenes. Casi siempre es difícil para los
creyentes más jóvenes, que han crecido en un intenso y variado ambiente cultural, comprender la
música y los himnos que para ellos son arcaicos. Tales diferencias en gustos musicales muchas veces
son generacionales, pero no siempre. Algunos hermanos mayores prefieren la música
contemporánea; de vez en cuando, los jóvenes buscan una iglesia con música más tradicional.

Cuando una iglesia trata de resolver estas preferencias adoptando exclusivamente uno u otro estilo,
o al tratar de mezclar ambos, surgen conflictos. El término popular “worship wars” [tensión por los
estilos de adoración] sin duda es muy fuerte, pero los problemas que hay en muchas congregaciones
a veces lo hace aparecer acertado. Con demasiada frecuencia, las iglesias se dividen debido a este
asunto, o muchos se van a una iglesia que tenga un estilo de adoración que sea más de su agrado.
Como resultado, el cuerpo de Cristo se debilita y pierde su sentido de misión.

El propósito de este documento no es abogar por cierto estilo en particular. Más bien, es un esfuerzo
de presentar para todos los sinceros adoradores lo que las Escrituras dicen acerca de la adoración.
¿Cómo se define bíblicamente la adoración? ¿Cuáles son las implicaciones para la  salud y la
estabilidad de las congregaciones locales?

TÉRMINOS QUE DEFINEN LA ADORACIÓN

La adoración es el acto de expresar reverencia y respeto a Dios. Comprende la actitud del corazón
como también prácticas rituales privadas y públicas, individuales y corporativas. No se limita a
ciertos componentes de una reunión religiosa, como oraciones, cantos, números especiales,
predicación, y otros. Tampoco se limita a las reuniones religiosas.

La teología bíblica siempre se debe establecer por medio de palabras y conceptos propios del
hebreo, arameo, y griego, que se hallan en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento. En este
caso, la palabra en español “adoración” parece propia para describir la debida relación de los seres
humanos con su Dios Creador como enseña la Escritura. No obstante, el entendimiento y la práctica
de la adoración cristiana se debe formar primero por el estudio del texto bíblico.

TÉRMINOS PARA “ADORACIÓN” EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Aunque en el Antiguo Testamento hay varias palabras hebreas para “adoración”, tres son
particularmente significativas. 1

Hāwâ. El más significativo es el verbo  hāwâ, que aparece 173 veces y que principalmente significa
“inclinarse” voluntariamente ante seres humanos, ídolos, o Dios. En la descripción de un acto
religioso específico, el término aparece 110 veces. Por ejemplo, cuando Abraham corrió al encuentro
de los visitantes en Génesis 18:2, “se postró en tierra”. 2

En referencia a los dioses paganos, Jehová había mandado: “No te inclinarás a ellas, ni las honrarás;
porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso…” (Éxodo 20:5). No obstante, los desobedientes
israelitas a igual que los paganos adoraban ídolos. De modo que más de la mitad de los incidentes
de adoración religiosa en el Antiguo Testamento son, en realidad, a deidades paganas. Cuando el rey
Amasías de Judá derrotó a los edomitas, confiscó sus dioses y “los puso ante sí por dioses, y los
adoró, y les quemó incienso” (2 Crónicas 25:14).

La debida adoración del Dios de Israel se halla en amonestaciones como el Salmo 29:2: “Dad a
Jehová la gloria debida a su nombre; adorad (hāwâ) a Jehová en la hermosura de la santidad”, y el
Salmo 95:6: “Venid, adoremos (hāwâ) y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro
Hacedor”. La verdadera adoración también incluye alabanza. “Después dijo David a toda la
congregación: Bendecid ahora a Jehová vuestro Dios. Entonces toda la congregación bendijo a
Jehová Dios de sus padres, e inclinándose adoraron (hāwâ)  delante de Jehová y del rey” (1 Crónicas
29:20).

Yārē’. El verbo yārē’, que aparece 317 veces, puede denotar terror hacia los humanos o los dioses
pero también respeto reverencial y adoración del Dios de Israel. Por consiguiente, Jehová dice a
Moisés que no tenga “temor (yārē’)” de Og, rey de Basán (Deuteronomio 3:2). Sin embargo, a Israel
se le ordena: “A Jehová tu Dios temerás (yārē’), y a él solo servirás” (Deuteronomio 6:13).

‘Ābad. El verbo ‘ābad, que aparece 290 veces, significa esencialmente “servir” y se usa en la vida
pública y religiosa. El concepto de servir a Dios y de adorarlo tiende a tener el mismo significado. Por
consiguiente, en Éxodo 3:12, Dios dice: “Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que
yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis (‘ābad) a Dios sobre este
monte.” En Malaquías 3:18 dice: “Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el
malo, entre el que sirve (‘ābad) a Dios y el que no le sirve.”

TÉRMINOS PARA “ALABANZA” EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Las palabras asociadas con “alabanza” se usan tan frecuentemente en el Antiguo Testamento como
las palabras por “adoración” que hemos visto arriba.

Bārak. El verbo bārak se halla 327 veces y generalmente se traduce “bendecir”. Tiene que ver con la
bendición que se da a otra persona, la bendición de Dios sobre su pueblo, y el pueblo que bendice a
Dios. Por ejemplo: “Así te bendeciré (bārak) en mi vida; en tu nombre alzaré mis manos” (Salmo
63:4).

Halāl. El verbo halāl se usa 146 veces, mayormente en los Salmos, y significa “alabar, gloriar, [o]
exaltar”, y generalmente se refiere a la alabanza a Dios, muchas veces en conjunción con música y
cantos. “Alabaré (halāl) a Jehová en mi vida; cantaré salmos a mi Dios mientras viva” (Salmo 146:2; cf.
149:1; 150).

Yādâ. El verbo yādâ, usado 111 veces, significa “alabar, (dar) gracias, [o] confesar” en reconocimiento
de su persona y obra. La mayoría de las referencias se hallan en los Salmos. Por ejemplo, el Salmo
106:1: “Alabad (yādâ) a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia” (cf.
Salmos 107:1; 136:1-3,26).

TÉRMINOS PARA “ADORACIÓN” EN EL NUEVO TESTAMENTO

El Nuevo Testamento en griego cuenta con una palabra básica para “adoración” pero hay varias otras
que se usan de vez en cuando.

Proskyneō. Usado 60 veces, proskyneō es el verbo clave en griego para “adorar”. Significa “postrarse


en adoración de alguien o algo” y parece que originalmente significaba “besar” a una deidad (lo cual
requeriría postrarse o inclinarse ante el ídolo). 3 Tal adoración propiamente debe ser dirigida solo a
Dios o Jesús. Por consiguiente, el hombre ciego de nacimiento, sanado por Jesucristo, respondió:
“Creo, Señor” y “le adoró (proskyneō)” (Juan 9:38).

Por cierto, proskyneō a veces se usa para denotar reverencia a seres humanos, ídolos, demonios, o
Satanás. Pero al solicitarse dicha adoración (Apocalipsis 9:20; 13:4,8,12), se usurpa aquello que
justamente le pertenece a Dios. 4

Latreuō. El verbo latreuō se usa 21 veces para denotar servicio orientado a lo religioso, sea a Dios o
a ídolos. En el sermón de Esteban, Dios dice de la cautiva nación de Israel: “Después de esto saldrán
[de Egipto] y me servirán (latreuō) en este lugar [Sinaí]” (Hechos 7:7; véase también Hebreos 9:14;
12:22-28). Más tarde, debido a la desobediencia de ellos, Dios “los entregó a que rindiesen
culto (latreuō) al ejército del cielo” (Hechos 7:42).

Sebō. El verbo sebō, que también significa “adorar”, se halla 10 veces en el Nuevo Testamento;
incluye los conceptos de reverencia y respeto. Un ejemplo es Mateo 15:9: “Pues en vano me
honran (sebō), enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.” La observación de Pablo en
Romanos 1:25 utiliza éste y el término anterior: “Cambiaron la verdad de Dios por la mentira,
honrando (sebō) y dando culto (latreuō) a las criaturas antes que al Creador.”

LA ADORACIÓN EN EL NUEVO TESTAMENTO

En la enseñanza del Nuevo Testamento, es claro que la adoración debe dirigirse solo a Dios, es decir
al Dios Trino. Al ser tentado por el diablo, Jesús enfáticamente declara la exclusividad de la
adoración cristiana: “Al Señor tu Dios adorarás (proskyneō), y a él sólo servirás (latreuō)” (Mateo
4:10). Jesús es adorado como Dios.

La naturaleza de la adoración tal vez mejor se describe en las palabras de Jesús dirigidas a la mujer
samaritana: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores
adorarán (proskyneō) al Padre en espíritu y en verdad (en pneumati kai aletheią); porque también el
Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en
verdad (en pneumati kai aletheią) es necesario que adoren” (Juan 4:23,24). Los traductores
frecuentemente han traducido “espíritu” con una “e” minúscula. Esta interpretación identifica al
“espíritu” como espíritu humano y por tanto hace un llamado a los adoradores humanos a adorar
con sinceridad y una debida actitud.
Sin embargo, parece que Juan deliberadamente unió los términos “espíritu” y “verdad” para que
signifiquen, en efecto, “Espíritu de verdad”. Los exégetas afirman que tal entendimiento coincide
mejor con la gramática y el flujo inmediato de pensamiento, como también el más amplio contexto
de las enseñanzas de Juan acerca del Espíritu (1:32s.; 3:5-8,34; 6:63; 7:39; 11:33; 13:21; 14:17,26;
15:26; 16:13; 20:22; y el Paracleto, 14:16,26; 15:26; 16:7). 5 Por consiguiente, Jesús dice que los
creyentes pueden de veras adorar solo con la ayuda del Espíritu de verdad que los santifica e ilumina
por medio de la verdad de la Palabra de Dios; la verdad acerca de Dios y la verdad acerca del
hombre, su pecado y salvación. “En la verdadera adoración hay un encuentro con Dios para el cual
Dios por medio de su gracia tiene que capacitar al hombre.” 6

En vista de lo dicho arriba, el comentario de Pablo parece muy apropiado: “Porque nosotros somos
la circuncisión, los que en espíritu servimos (latreuō) a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no
teniendo confianza en la carne” (Filipenses 3:3).

Tómese en cuanta, sin embargo, que Satanás muchas veces usurpa la adoración, como en la
tentación de Jesús. “Todo esto te daré, si postrado me adorares (proskyneō)” (Mateo 4:9). Hablando
del Anticristo y de la Gran Tribulación, Pablo escribe: “El cual se opone y se levanta contra todo lo
que se llama Dios o es objeto de culto (sebasma); tanto que se sienta en el templo de Dios como
Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Tesalonicenses 2:4). Acerca de este mismo tiempo, en el
Apocalipsis Juan observa: “Y adoraron (proskyneō) al dragón que había dado autoridad a la bestia, y
adoraron (proskyneō)  a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?”
(13:4; cf. vv. 8,12). Aun después de los juicios de los sellos y de las trompetas de la Gran Tribulación,
los sobrevivientes no “dejaron de adorar (proskyneō)  a los demonios, y a las imágenes de oro, de
plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar” (Apocalipsis 9:20).

LA ADORACIÓN COMO ESTILO DE VIDA

Aunque el enfoque de este documento está en la naturaleza de la adoración en los cultos de las
iglesias cristianas, la adoración debe implicar mucho más. La mujer samaritana con quien habló Jesús
tenía una fijación en lugares de adoración. Jesús le dijo que llegaría el tiempo en que no sería
importante el lugar santo de los samaritanos, el monte Gerizim, ni el templo judío en Jerusalén. Lo
que es importante, dijo Él, es que los “verdaderos adoradores” adoren al Padre “en espíritu y en
verdad” (Juan 4:23,24), sin requerir de edificios ni de ritos. Pablo exhortó a los romanos: “Así que,
hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio
vivo (thysia), santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional (latreia; del verbo latreuo)”
(Romanos 12:1). Pablo usó el lenguaje de los sacrificios y servicios del tabernáculo y del templo para
comunicar que la adoración de Dios es propiamente una constante y viva realidad en cada
dimensión de la vida del creyente. La adoración tiene que llenar el corazón de una persona en su
vida cotidiana antes de que pueda ser debidamente expresada en público.

LA MÚSICA Y LOS CANTOS EN LA ADORACIÓN

La música y los instrumentos musicales aparecen desde los comienzos del relato bíblico. Por primera
vez en Génesis 4:21, donde se menciona a Jubal como “padre de todos los que tocan arpa y flauta”.
El Antiguo Testamento menciona dieciséis o más instrumentos musicales relacionados con la
adoración, pero también en otros contextos. El Nuevo Testamento menciona cuatro (o cinco si se
incluye el “címbalo” de 1 Corintios 13:1).

El Creador mismo declara, acerca de los albores de la creación: “Cuando alababan todas las estrellas
del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios” (Job 38:7). David, “el dulce cantor de Israel” (2
Samuel 23:1), dice: “Puso [el Señor] luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios” (Salmo
40:3). Isaías profetizó: “Porque con alegría saldréis, y con paz seréis vueltos; los montes y los collados
levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso”
(Isaías 55:12).

En tiempos del rey David hubo un amplio desarrollo de músicos y cantores, debido al talento musical
de David y la reverencia que él sentía por el arca y el tabernáculo/templo como morada de Dios.
David asignó levitas como “cantores con instrumentos de música, con salterios y arpas y címbalos,
que resonasen y alzasen la voz con alegría” (1 Crónicas 15:16-22; cf. 2 Crónicas 29:25,26; 35:15).
“Además, cuatro mil porteros, y cuatro mil para alabar a Jehová, dijo David, con los instrumentos que
he hecho para tributar alabanzas” (1 Crónicas 23:5; cf. 2 Crónicas 5:12,13). En realidad, la palabra
“salmo” (psalmos, de psallō, originalmente “puntear” o “tocar”) implica el uso de instrumentos
musicales. Interrumpida por el Exilio, la tradición musical de Israel se reanudó cuando volvieron de la
cautividad, reedificaron la ciudad de Jerusalén, y completaron el segundo templo (cf. Nehemías 7:1;
12:27).

Aunque hay poca información en los Evangelios y en Hechos, Jesús, los apóstols, y los creyentes de
la iglesia primitiva seguramente se beneficiaron de los ministerios musicales de los cantantes y los
músicos del templo. Aunque el Nuevo Testamento nada dice acerca de instrumentos musicales en sí,
en las casa-iglesias de los primeros cristianos, la música y los cantos eran parte de la adoración llena
del Espíritu (Hechos 16:25; 1 Corintios 14:14,15,26; Efesios 5:19; Colosenses 3:16). Aparentemente
había una variedad de estilos y contenidos en los cantos congregacionales, aunque no hay evidencia
de que las iglesias tenían coros o que se presentara números especiales. Aunque en ciertas
denominaciones no permiten instrumentos musicales, el Nuevo Testamento no prohíbe ninguna
clase de instrumento musical.

En realidad, Apocalipsis describe varias escenas de adoración celestial con cantos e instrumentos
musicales, como también celebración verbal de la gloria y el poder de Dios. Los seres vivientes y los
ancianos de Apocalipsis 5, todos con arpas, culminan sus cantos expresando que a Dios y el Cordero
“sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 5:13). Los
144,000 cantan al Cordero “un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres
vivientes, y de los ancianos” (Apocalipsis 14:3). Los que ganan victoria sobre la bestia “cantan el
cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus
obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos”
(Apocalipsis 15:3). La visión de Juan del Señor que desciende en poder y gloria también es precedida
por aclamaciones de adoración y alabanza (Apocalipsis 19:1-8). Las palabras finales del ángel en esta
ocasión son: “Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apocalipsis
19:10).

Aunque ciertas aptitudes en el arte de la música no se mencionan específicamente en las listas de


dones espirituales del Nuevo Testamento (cf. Romans 12:6-8; 1 Corintios 12:8- 10,28; Efesios 4:11; 1
Pedro 4:10,11), recuerde que estas listas probablemente son a propósito para el caso y no
exhaustivas. Tal como Dios por su Espíritu dotó específicamente a Bezaleel y Aholiab para los diseños
y el mobiliario del tabernáculo (Éxodo 35:30-35) --otro don que no se menciona en el Nuevo
Testamento--, parece evidente que Dios dotó a David (2 Samuel 23:1; Salmos 40:3) para la música y
los salmos y que sigue dotando de manera similar a creyentes consagrados.

LUGARES Y EDIFICIOS EN LA ADORACIÓN

A través de los siglos el pueblo de Dios ha usado en la adoración ciertos lugares y edificios, muchas
veces designados por Dios mismo. Abraham edificó altares e invocó el nombre de Dios en su
peregrinaje por Canaán (Génesis 12:8; 26:25). Dios se reveló a sí mismo a Jacob en Betel; entonces
Jacob alzó una piedra por señal y derramó aceite encima de ella (Génesis 28:10-22). Jacob más tarde
volvió a Betel y edificó allí un altar (Génesis 35:1). En el encuentro que Moisés tuvo con Dios en Sinaí,
el Señor le dio una señal, de que cuando los israelitas salieran de Egipto, servirían a Dios sobre ese
monte (Éxodo 3:12). Dios tenía un lugar en particular, escogido de antemano, donde Él establecería
el pacto con su pueblo escogido.

Dios mismo dio a Moisés el plan para el tabernáculo y su mobiliario (Éxodo 39:42). Los israelitas
proveyeron los materiales mediante ofrendas voluntarias (Éxodo 35:1-29). Dios dotó por medio de su
Espíritu a Bezaleel y Aholiab para que llevaran a cabo la construcción (Éxodo 35:30-35). Cuando el
tabernáculo estuvo listo y fue dedicado, Dios honró los esfuerzos de Moisés y del pueblo al
descender sobre el mismo con su gloria (Éxodo 40:34). El tabernáculo estaba estratégicamente
localizado en medio del campamento, como símbolo de la morada de Dios con su pueblo, pero
cuidadosamente salvaguardado para significar su santidad (Números 3:38).

Aunque el primer templo en Jerusalén fue construido bajo la dirección de Salomón, el complejo fue
diseñado por David, quien dijo: “Asimismo el plano de todas las cosas que tenía en mente para los
atrios de la casa de Jehová, para todas las cámaras alrededor, para las tesorerías de la casa de Dios, y
para las tesorerías de las cosas santificadas… fueron trazadas por la mano de Jehová, que me hizo
entender todas las obras del diseño” (1 Crónicas 28:12-19). El diseño interior del templo básicamente
permaneció como Dios lo había revelado a Moisés para el tabernáculo original.

La adoración centrada en el tabernáculo y el templo utilizaba mobiliario y utensilios diseñados por


Dios, incluido el arca del testimonio, la mesa para el pan, el candelero de oro, el altar del incienso, la
fuente de bronce, y el altar del holocausto (Éxodo 37-40). Aun los utensilios para los sacrificios y
otros rituales del tabernáculo fueron determinados por el Señor y dedicados especialmente a su
servicio. El uso irreverente que hiciera Belsasar de estos utensilios del templo, que fueron
confiscados en disoluta e idólatra parranda, fue seguido del inmediato anuncio de parte de Dios del
castigo que vendría al imperio babilonio (Daniel 5).

Las muchas ceremonias de sacrificios del tabernáculo y del templo fueron instituidas por el Señor
mismo, como se registran en amplio detalle en el libro de Levítico. Por medio de equipo físico y de
ritos observables, Dios visualmente instruyó a su pueblo sobre la realidad y gravedad de sus pecados
y los medios para la expiación. Como se nos recuerda en el libro de Hebreos, los sacrificios de sangre
y otras prácticas eran figuras de la muerte expiatoria del Señor Jesucristo.

No obstante, cuando se corrompe la adoración, Dios no está permanentemente sujeto a lugares y


mobiliarios que Él anteriormente haya bendecido, ni siquiera al templo en Jerusalén y su mobiliario.
El abandono de la gloria de Dios del templo y de Jerusalén (Ezequiel 10), para luego volver al tiempo
de la purificación y restauración escatológica (Ezequiel 43:1-5), es una vívida figura del rechazo
divino de las corruptas instituciones religiosas.

Los primeros cristianos se reunían en el templo que había sido bellamente restaurado por Herodes el
Grande. Al parecer también utilizaban las sinagogas locales. Pero de inmediato también comenzaron
a usar varias casas como lugares de reunión (Hechos 2:46; 5:42; Lucas 24:53). El Aposento Alto
(Hechos 1:13), tal vez la misma habitación en que celebraron la Última Cena –que bien puede haber
sido la casa de la madre de Juan Marcos (Hechos 12:12) –, puede haber sido uno de esos lugares.
Aquila y Priscila tenían una iglesia en su casa, en Éfeso y en Roma (1 Corintios 16:19; Romanos 16:5),
y probablemente también en Corinto, lo mismo que Justo (Hechos 18:7). Ninfas tenía una iglesia en
su casa en Laodicea (Colosenses 4:15); Filemón tenía una iglesia en su casa en Colosas (Filipenses 2).
Lidia parece haber tenido una iglesia en su casa en Filipos (Hechos 16:15,40). Sin duda había
muchísimas de esas casa-iglesias.

El templo en tiempos de Jesús no era más sacrosanto que el templo de Salomón que fue destruido al
tiempo del Exilio. Jesús proclamó que Él era mayor que el templo (Mateo 12:5,6); parece haberlo
purificado tanto al principio como al final de su ministerio (Juan 2:12-22; Marcos 11:15-28; paralelos
Mateo 21:12-16; Lucas 19:45-47), y predijo la inminente destrucción del mismo debido al rechazo de
Israel (Mateo 24:1,2; cf. 23:37,38). Jesús, en su propia persona y ministerio redentor, desplazó el
templo y lo hizo obsoleto (Hechos 7:48; Hebreos 9:23-26; 8:1,2).

RITUALES EN LA ADORACIÓN

El hombre siempre ha usado ciertos objetos y rituales, o ceremonias, para facilitar la adoración. Las
iglesias tradicionales muchas veces usan la palabra “liturgia” para sus prácticas de adoración.
“Liturgia” deriva del grupo de palabras en griego leitourgeō/leitourgia que tiene que ver con servicio
público, y a menudo, religioso (Hechos 13:2). Una buena definición es “forma prescrita de ritual para
adoración pública en cualquiera de diversas iglesias cristianas”. Aunque más se usa en rituales de la
iglesia anglicana, el término “liturgia” se puede aplicar a cualquier rito religioso, sea sencillo o de
estilo anglicano.

Caín y Abel decidieron ciertas maneras de presentar sus respectivas ofrendas a Dios; siendo solo una
de ellas aceptada (Génesis 4:2-5). Las particulares formas de acercamiento a Dios de Abraham fueron
aceptadas, lo mismo que las de Isaac y de Jacob. En el tabernáculo se utilizaba una serie de rituales
ordenados por Dios, los cuales llegaron a ser aun más extensivos en el primer templo y en el
segundo.

Las primeras congregaciones cristianas tenían sus propios rituales. “Sin duda había ciertos elementos
fijos en la adoración de la congregación paulina. Pero generalmente, ‘la liturgia en las primeras
congregaciones es algo extraordinariamente vivo, y las fórmulas litúrgicas no dan señas de estar
paralizadas (sic). Todos los miembros participan en la liturgia’.“ 8 Sin embargo, esas liturgias, o
rituales, que se observan en el Nuevo Testamento, tales como las enseñanzas del bautismo en agua y
de la Santa Cena, son relativamente sencillas (pero profundas), y se pueden adaptar fácilmente en
diversas culturas. Presentan las verdades esenciales del evangelio sin la intención de prescribir cierto
perfecto ritual para celebrar los distintos acontecimientos fijos en el calendario cristiano. Lo
importante es una fiel y habitual representación del evangelio en la adoración unida. La admonición
de Pablo a la iglesia en Corinto por su falta de respeto en la Santa Cena es un modelo instructivo de
una saludable práctica ritual (1 Corintios 11:17-34).

ADORACIÓN INACEPTABLE

Mucha de la adoración registrada en la Biblia es adoración de ídolos o un equivocado esfuerzo de


adoración de Dios en términos humanos. La advertencia de Samuel al joven y desobediente rey Saúl
enfatiza la necesidad de preparar nuestro corazón. “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y
víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que
los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1 Samuel 15:22). El predicador
librepensador de Eclesiastés advierte: “Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más
para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal” (Eclesiastés 5:1).

El profeta Isaías censuró la vacía e hipócrita adoración de su día. “¿Para qué me sirve, dice Jehová, la
multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales
gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda esto de
vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios? No me traigáis más
vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no
lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas
solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas. Cuando
extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la
oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos. Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de
vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo…” (Isaías 1:11-16).

La invasiva carnalidad humana que tantas veces afectó la adoración de la comunidad del Antiguo
Testamento de vez en cuando se hace notar también en el Nuevo Testamento. Ananías y Safira
mintieron al Espíritu Santo (Hechos 5:1-11). La avaricia de Simón y su codicia de poder resultó en
una fuerte reprimenda de graves consecuencias (Hechos 8:20). Entre los corintios había divisiones y
espíritu partidario (1 Corintios 1:10-12), celos y contiendas (capítulo 5), aceptación de grave
inmoralidad (capítulo 5), como también orgullo, glotonería, embriaguez, y abuso de los pobres en la
observancia de la Santa Cena (11:17-34). El clamor de David por pureza de corazón en la adoración
suena como algo del Nuevo Testamento: “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su
lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni
jurado con engaño” (Salmo 24:3,4).

DIMENSIONES PENTECOSTALES DE LA ADORACIÓN

Muchas prácticas de adoración en el Nuevo Testamento son definitivamente pentecostales. El


muchas veces citado recordatorio de Pablo a los filipenses es fundamental: “Porque nosotros somos
la circuncisión, los que en espíritu  servimos (latreuō) a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no
teniendo confianza en la carne” (3:3). “Lo que es más notable en toda la evidencia  disponible es la
libre y espontánea naturaleza de la adoración en las iglesias paulinas, aparentemente dirigida por el
Espíritu mismo.” 8

El libro de Hechos muestra que una y otra vez el Espíritu descendió poderosamente sobre los
adoradores (2:4; 4:31; 10:44), con frecuentes y visibles bautismos en el Espíritu, en muchas ocasiones
acompañados del hablar en otras lenguas (señalado o implicado) (2:4; 8:17; 10:44; 19:6). Los
mensajes proféticos eran comunes, muchas veces con impartición sobrenatural de información y
sabiduría (11:28; 13:1,2; 20:23; 21:9,10). Las señales, maravillas, y milagros no se limitaban a los cultos
de adoración pero a veces ocurrían en esas reuniones (5:1-11; 20:7-12).

Las epístolas del Nuevo Testamento dan a entender la naturaleza pentecostal de la adoración en la
iglesia primitiva. En la que probablemente es su primera epístola, Pablo amonesta: “No apaguéis al
Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo” (1 Tesalonicenses 5:19-21).

Pablo exhorta a los creyentes a “[ser] llenos del Espíritu”. Al ser llenos, debían expresarlo “hablando
entre [ellos] con salmos, con himnos y cánticos espirituales (ǭdais pneumatikais), cantando y
alabando al Señor en [sus] corazones” (Efesios 5:18,19). Pablo expresó esto de forma similar a los
colosenses: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos
unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e
himnos y cánticos espirituales (ǭdais pneumatikais)” (Colosenses 3:16). No es fácil para los eruditos
distinguir con precisión entre salmos, himnos, y cánticos espirituales. Algunos piensan que los tres
son himnología carismática. 9 Por lo menos, el ǭdais pneumatikais pudiera ser algo como “cantar en el
Espíritu” (cf. 1 Corintios 14:15). 10 Aquí pneumatikais (“espiritual”) ciertamente implica una obra
especial del Espíritu Santo como en “don espiritual [carisma…pneumatikon]” (Romanos 1:11). Se debe
notar que los únicos lugares en que aparece la palabra canto (ǭdē), aparte de los dos pasajes
mencionados, es en Apocalipsis cuando los redimidos cantan en el cielo (Apocalipsis 5:9; 14:3; 15:3).

Lo que muchas veces no se comprende es el hecho de que “los salmos, himnos, y cánticos
espirituales son parte de la manera en que los creyentes se dirigían unos a otros en las reuniones, y
servían como medio de edificación, instrucción, y exhortación” (cf. también Colosenses 3:16,
“enseñándoos y exhortándoos unos a otros”). 11

En vista del ejercicio indisciplinado en Corinto de los dones espirituales, Pablo dedica 1 Corintios 14
a instruir en este asunto. Él enfatiza el valor de las lenguas en adoración privada (14:2,4,5), y de la
interpretación de lenguas en la adoración pública (14:26-28). Como las profecías eran algo que todos
podían comprender, se debía valorarlas y darles prioridad (14:1,3,5,24,25,29-31), algo que muchas
veces se descuida en la práctica contemporánea en que más se prioritiza las lenguas y la
interpretación de lenguas. Pablo dio normas muy prudentes respecto a la frecuencia de las profecías
y los “mensajes” en lenguas y también para “juzgar” la veracidad de éstos (14:27-31). Además alentó
a la congregación a participar activamente en el ejercicio de una amplia gama de dones: “Cuando os
reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene
interpretación” (14:1,5,12,13,26,31). Todo ello debía hacerse para edificación de la iglesia (14:5,11,26).

También hay evidencia de adoración pentecostal en otros libros del Nuevo Testamento. El escritor
del libro de Hebreos dice de la salvación del Señor: “Testificando Dios juntamente con ellos, con
señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad”
(Hebreos 2:4). El verbo que expresa el testimonio de Dios es synepimartyreō, “testificar al mismo
tiempo”, y es un participio activo que indica que Dios sigue testificando acerca de la gran salvación
en Cristo. “Este participio… implica que la evidencia corroborativa no quedó confinada al acto inicial
de predicación, sino que siguió manifestándose en la vida comunitaria.” 12 Además, “la concesión de
los dones carismáticos (merismos) del Espíritu Santo también sirvió para confirmar el mensaje
proclamado. Se supone que es la perpetuación del carisma en la vida comunitaria (cf. 6:4,5) que
provee indisputable evidencia del sello de Dios en la palabra recibida por la congregación”. 13
El apóstol Pedro también hace mención de la dimensión pentecostal de la adoración. Al escribir
acerca del uso de los dones espirituales —note el uso de charisma— exhorta: “Si alguno habla, hable
conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro 4:11).

ELEMENTOS EN LOS CULTOS DE ADORACIÓN DE LA IGLESIA PRIMITIVA

Según lo que vemos en el Nuevo Testamento, es posible que los primeros creyentes integraran en su
adoración muchas de las prácticas de la sinagoga. Los principales elementos y el orden de los
servicios en la sinagoga están bien atestiguados: el Shema [recitación de Deuteronomio 6:4], las
oraciones, la lectura de las Escrituras, una bendición sacramental, y un sermón. 15 En efecto, por un
tiempo, los creyentes tanto judíos como prosélitos continuaron con la adoración en la sinagoga
antes de que fueran excomulgados, o antes de ir a lugares más espaciosos. El estudio del Nuevo
Testamento fácilmente entrega por los menos los siguientes elementos que hubo en los cultos de los
primeros cristianos:

La Palabra de Dios. La lectura de las Escrituras era el elemento básico de los servicios de adoración
en la sinagoga (véanse Nehemías 8:8,18; 13:1; Lucas 4:16; Hechos 13:27; 15:21). Esta práctica también
fue adoptada por las iglesias del Nuevo Testamento en sus cultos de adoración. La obra misionera de
Pablo en Tesalónica lo ilustra: “Como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió
con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo
padeciese, y resucitase de los muertos” (Hechos 17:2,3). En sus dos años de predicación en Éfeso,
“todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús” (Hechos
19:10). Pablo ordenó que sus cartas se leyeran “a todos los santos hermanos” (1 Tesalonicenses 5:27;
cf. Colosenses 4:16), y a Timoteo exhortó: “Ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza” (1
Timoteo 4:13).

Predicación y enseñanza. No sólo se leía la Palabra de Dios, sino que era regularmente predicada y
enseñada. El mensaje principal de esa temprana predicación (kerygma) era la historia de Jesús y el
cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento por medio de su encarnación, ministerio,
muerte, y resurrección. La predicación del mensaje de la Cruz era lo céntrico (1 Corintios 2:2).
Aunque no podemos distinguir fácilmente la enseñanza de la predicación, los sermones en Hechos y
el contenido de las epístolas del Nuevo Testamento indican que la temprana
enseñanza (didaskalia) en gran parte trataba con doctrina, e incluía extensa instrucción ética.

Llamados al arrepentimiento. En el Nuevo Testamento no hay ciertas formas de llamados al altar,


pero hay muchos llamados al arrepentimiento que no se deben pasar por alto. Pedro concluyó su
sermón profético en el Día de Pentecostés con: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el
nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos
2:38). Esteban confrontó fuertemente a sus oyentes (Hechos 7:51-53). En su predicación misionera
Pablo y Bernabé mostraron a sus oyentes la necesitad de arrepentirse (Hechos 13:38-41). Las
epístolas del Nuevo Testamento están llenas de llamados a creer el evangelio y a cambiar de
conducta. Aun en la observancia de la Santa Cena se hace un llamado a examinar su vida antes de
participar (1 Corintios 11:27- 32).

El bautismo en el Espíritu. Tan importante es el bautismo en el Espíritu Santo que la profecía de


Juan el Bautista acerca de Jesús como el futuro Bautizador está incluida en los cuatro Evangelios, y
Jesús la repite (Hechos 1:5). Los bautismos en el Espíritu efectuados en la iglesia primitiva fueron
acontecimientos visibles, poderosos, y transformadores, con la evidencia inicial de hablar en otras
lenguas. El reduccionismo racionalista o el emocionalismo sensacionalista no pueden replicar la
vitalidad y el poder de la obra del Espíritu en la iglesia primitiva. Pedro marca la pauta: “Arrepentíos,
y bautícese cada uno de vosotros… y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). En todo el
libro de Hechos y en las epístolas del Nuevo Testamento, se enseña y se da por sentado la dinámica
experiencia inicial y la continua plenitud del Espíritu.

Credos y declaraciones de fe. Muchos de los pasajes concisos y rítmicos del Nuevo Testamento
parecen ser declaraciones de fe que se usaban en las primeras iglesias para instrucción y adoración.
Uno de los “credos” más conocidos es Filipenses 2:6-11, que comienza así: “El cual, siendo en forma
de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres.” Otros pasajes a menudo incluidos son:
Lucas 1:46-55; Juan 1:1-18; Romans 10:9; 1 Corintios 15:3-5; Efesios 5:14; Colosenses 1:15-20; 1
Timoteo 3:16; 1 Pedro 3:18-22; Apocalipsis 4:8; 5:12. 16

Himnos. Al parecer se incluyeron en los cantos de alabanza de los primeros cristianos algunos de los
pasajes mencionados arriba, juntamente con salmos, otros himnos compuestos por creyentes, y
cantos “en el Espíritu” (1 Corintios 14:15). Jesús y sus discípulos cantaron himnos (Marcos 14:26, par.
Mateo 26:30), como también Pablo y Silas cuando estuvieron encarcelados en Filipos (Hechos 16:25).
Pablo escribió a “sus iglesias” en la provincia de Asia que se espera de un pueblo lleno del Espíritu
que unos a otros se edifiquen y exhorten con “salmos, himnos, y cánticos espirituales” (1 Corintios
14:26; Efesios 5:19; Colosenses 3:16; cf. Romans 15:9). Aparentemente algunos de los himnos fueron
compuestos de antemano mientras que muchos eran espontáneos e inspirados por el Espíritu.

Oración. Hay cerca de 175 referencias a la oración en el Nuevo Testamento. En Hechos vemos a la


comunidad cristiana reunida en oración bajo diversas circunstancias: en el Aposento Alto (1:14); en
las reuniones de los nuevos creyentes después del Pentecostés (2:42); en el templo (3:1); bajo
amenaza de persecución (4:24); por los apóstoles (6:4); al buscar y apartar líderes (6:6); por el
bautismo en el Espíritu (8:15); por sanidad (9:40); y en muchas otras circunstancias. Pablo anima a los
tesalonicenses: “Estad siempre gozosos. Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:16-18). A los efesios
exhorta: “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu” (Efesios 6:18). A veces
combinaban la oración con el ayuno (Hechos 13:2). “No sabemos si en las iglesias paulinas hubo
oraciones ya establecidas; en todo caso, las oraciones espontáneas por el Espíritu eran la norma.”

Dones espirituales. Las amplias instrucciones de Pablo a los corintios acerca de los dones
espirituales y su debida función en la vida de la iglesia indican que estos dones eran parte regular de
los cultos de adoración en la iglesia primitiva (1 Corintios 12-14). A él le preocupó comunicar dones
espirituales a la ya bien establecida iglesia en Roma (Romanos 1:11) y ya había indicado a los
tesalonicenses que no “[menosprecien] las profecías” (1 Tesalonicenses 5:20). El escritor de Hebreos
recuerda a sus lectores cuán importantes habían sido los dones espirituales en su historia (Hebreos
2:4). Pedro exhortó a sus lectores que cuando alguien hablara mediante un don espiritual, “hable
conforme a las palabras de Dios (logia theou)” (1 Pedro 4:10,11). En Hechos, por supuesto, vemos
frecuentemente la operación de los dones espirituales en muchos distintos casos dentro de la iglesia
y fuera de ella.

Sanidad. Santiago escribió en su epístola que cuando un creyente estuviera enfermo, “llame a los
ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor” (Santiago 5:14).
Los dones de sanidades (1 Corintios 12:9) se pueden incluir entre los dones espirituales ya
mencionados y se ve evidencia de ellos a través del relato de Hechos. Parece que la iglesia
acostumbraba orar por la sanidad de sus miembros, aunque no tuvieran la seguridad de la
manifestación de un don espiritual. A pesar de que fue grandemente usado por Dios en milagros de
sanidades, Pablo en una ocasión tuvo que dejar a Trófimo “en Mileto enfermo” (2 Timoteo 4:20).

Ofrendas. Los hermanos de la iglesia primitiva entregaban regularmente ofrendas, probablemente


en las reuniones programadas, para suplir así las necesidades de la comunidad (Hechos 4:34-37;
5:1,2). La iglesia en Antioquía reunió una ofrenda, supuestamente monetaria, para enviar a los
hermanos en Jerusalén durante un tiempo de hambruna (Hechos 11:29,30). Pablo, que muchas veces
recibía ofrendas de las iglesias que había fundado (Filipenses 4:18), instruyó a los corintios: “Cada
primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado,
guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas” (1 Corintios 16:2).

La Santa Cena. Aunque no se estipula en el Nuevo Testamento la regularidad con que se debe


celebrar la Santa Cena, ciertamente fue parte común e importante de la adoración en la iglesia
primitiva (cf. Marcos 14:22-25; paralelos, Mateo 26:17-30; Lucas 22:7-23; 1 Corintios 11:17-34). Los
primeros creyentes “perseveraban… en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan”
(Hechos 2:46); aparentemente la cena se incluía en casi todas sus reuniones. La instrucción correctiva
de Pablo en 1 Corintios 11 muestra que la Santa Cena era parte regular de los cultos de adoración y
que muchas veces incluían una cena de comunión, el Ágape (Amor). Las instrucciones de Pablo en 1
Corintios 11:17-34 son las más tempranas indicaciones y explicaciones acerca de la Santa Cena.
Pablo, seguido después por Lucas, documenta el mandato: “Haced esto en memoria de mí” (1
Corintios 11:24,25; cf. Lucas 22:19). Pablo explica el significado del pan y de la copa como el cuerpo y
la sangre del Señor (11:24,25) y enseña que es un anuncio de “la muerte del Señor… hasta que él
venga” (11:26). Él exhorta a todos los creyentes a que participen en la Cena con reverencia y
regularidad, después de examinarse a sí mismos (11:27-32).

HACIA UNA DEFINICIÓN DE LA ADORACIÓN

La adoración bíblica tiene muchas facetas, y no todas se pueden captar en una breve definición. Sin
embargo, el resumen del estudio sobre la adoración de David Peterson expresa bien los hallazgos de
este documento.

A través de la Biblia, la adoración aceptable significa acercarse o dirigirse a Dios en los términos que
Él propone y en la manera que Él hace posible. Comprende honrarlo (sic), servirlo y respetarlo,
abandonar cualquier devoción o lealtad que impida una exclusiva relación con Él.  Aunque algunos
términos bíblicos para la adoración pueden referirse a específicos gestos de homenaje, rituales o
ministerio sacerdotal, la adoración es fundamentalmente la expresión de fe en obediencia y adoración .
Por consiguiente, en ambos Testamentos muchas veces se indica como comunión con Dios, personal
y moral, en cada esfera de la vida [énfasis nuestro]. 18

Y, captando la dinámica esencial del Espíritu en la adoración, Peterson añade: “Entonces,


fundamentalmente, la adoración en el Nuevo Testamento significa creer el evangelio y responder
con todo el ser y toda la vida a la persona y obra del Hijo de Dios, en el poder del Espíritu Santo.” 19

ORIENTACIÓN PARA LA PRÁCTICA CONTEMPORÁNEA


Varios importantes fundamentos y conclusiones para orientación de la iglesia se pueden sacar de
este estudio. Lo siguiente de ningún modo es exhaustivo:

1. La verdadera adoración se centra en el Dios Trino —Padre, Hijo, y Espíritu Santo— cuando su
pueblo lo alaba y glorifica. En primer lugar la adoración tiene que ver con el reconocimiento
de Dios por quién Él es y por lo que Él hace. En segundo término, comprende los adoradores.
2. La verdadera adoración de Dios produce una dinámica participación del Espíritu Santo que
resulta en la edificación del creyente como individuo y de la iglesia en su totalidad.
3. La verdadera adoración tiene que ver con el corazón, en que cada creyente desarrolla un estilo
de vida que confiesa y honra a Dios en palabra y obra en dondequiera que vaya.
4. La verdadera adoración conecta dinámicamente a los creyentes por medio del Espíritu unos
con otros y con la misión de Dios de redimir a la humanidad.
5. Se debe dar la debida atención y libertad a la obra del Espíritu en todos los aspectos de la
adoración: oraciones, música y cantos, ofrendas, predicación y enseñanza, llamados al
arrepentimiento, operación de los dones espirituales, y otros.
6. Al planear la adoración se debe tener presente la naturaleza espontánea de la operación de
los dones espirituales. Es necesario dar a la congregación la debida enseñanza bíblica, con
instrucción firme y amorosa, y con claras explicaciones. Las estrategias de crecimiento que
impiden la operación de ciertos dones espirituales en la adoración y la vida misionera de la
iglesia no concuerdan con la esencial dinámica del Espíritu en la fe cristiana.
7. La adoración incluye cada parte del culto, desde la invocación hasta la bendición final. Las
gozosas alabanzas de música y cantos son poderosos dones que facilitan la adoración del
pueblo de Dios, como es muy aparente en los Salmos. Sin embargo, no deben ser
considerados “la adoración” al punto de excluir otros elementos del culto. Además, la música y
los cantos, y otros puntos del programa antes de la predicación, no son “preámbulos”. Cada
parte del programa debe ofrecer alabanza y gloria a Dios.
8. Aunque la persona que dirige la música y los cantos puede haber sido designada como
“director de adoración”, el título podría ser engañoso. Un mejor título sería “ministro de
música” o algo similar. Cada persona que participa en la dirección pública de las varias partes
del culto es, en términos estrictos, un director de adoración.
9. Como cada parte del culto de adoración debe centrarse en glorificar a Dios y presentar su
Palabra para edificación de la iglesia, todo el servicio debe ser planeado e integrado, para que
en teoría y práctica dé lugar a la obra espontánea del Espíritu.
10. De igual manera, para ofrecer diligente instrucción en la Palabra de Dios, los planes para la
adoración deben hacerse a largo plazo y de manera integral, de modo que cada elemento sea
de edificación para el creyente, y para que se celebren y expliquen las fechas conmemorativas
y las principales doctrinas de la iglesia cristiana.
11. Aunque la iglesia primitiva tuvo poderosos predicadores tales como Pablo que, en ocasiones,
cautivaba por horas a la congregación (Hechos 20:7), como regla general la congregación
participaba mediante la operación de dones espirituales, oraciones, cantos, ofrendas, y otros.
12. En la adoración cristiana se debe aprovechar lo mejor en conocimientos técnicos, ofrecidos
por personas dotadas por el Espíritu, siempre con el fin de glorificar a Dios. La búsqueda de
excelencia debe también estar arraigada en humilde oración y dependencia del Espíritu, cuyo
propósito es fortalecer y guiar a todo el cuerpo en adoración.
13. Es obvio que los directores de adoración deben tomar en cuenta las formas de adoración y las
preferencias musicales de quienes al presente sirven. Pero deben también considerar en
oración los gustos de aquellos a quienes tratan de alcanzar. No hay norma musical, sea
tradicional, contemporánea, o una combinación de ambas, que por orden divina alcance a
todas las personas, todas las veces, y en todo lugar. La adoración dirigida por el Espíritu será
creativa en su misión, pero respetará el imperativo de “guardar la unidad del Espíritu en el
vínculo de la paz” (Efesios 4:3).

En todas las cosas, ¡a Dios sea la gloria!


PRINCIPLES ADORADORES EN LA BIBLIA

Por toda la tierra sopla un viento nuevo. Hay, en la iglesia cristiana, un renovado interés en la adoración.
Este interés se observa tanto en el púlpito como en la banca. Todo el mundo lo habla. La renovación se
siente en el aire.
Los que postulan las tendencias de la iglesia indican que en todas partes, independientemente del sesgo
denominacional, los creyentes tienen hambre de una auténtica experiencia cuando se reúnen para la
adoración. Welton Gaddy escribe: «La adoración es fundamental. Es el cimiento de todo lo demás que la
iglesia hace». Esta hambre de adorar a Dios de una manera bíblica pura y correcta es una respuesta
natural a la condición de nuestro tiempo.

Nuestra sociedad está confundida. La gente corre de moda en moda buscando respuestas, esperando
encontrar satisfacción a la ventura. No es sorpresa que en medio de tales corrientes el pueblo de Dios
empiece a marchar a un paso diferente. Y la Biblia es clara:

• «Mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia» (Ro 5.20b)

• «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos» (Zac 4.6b).

• «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía» (Sal
42.1).

• «Estos confían en carros, y aquéllos en caballos; mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios
tendremos memoria» (Sal 20.7).

Como nuestra cultura se vuelve cada vez más caótica, el cristiano debe adoptar una perspectiva
claramente centrada en el «YO SOY» de las Escrituras (Ex 3). Debemos estar en el mundo, pero no ser
del mundo (véase Jn 17.14). Por consiguiente, como ha escrito Richard J. Foster: «Si el Señor ha de ser
el Señor, la adoración a Él debe tener prioridad en nuestra vida».

La esencia de este llamado contemporáneo a la adoración se basa en la capacidad de dar prioridad a la


adoración como la actividad central de la vida y de hacerla significativa empleando los patrones bíblicos.
Una vida habilitada por la adoración vibrante es un testimonio claro de que la resurrección de Cristo es
verdad, no ficción.

En ese sentido, investiguemos los antecedentes bíblicos de aquellos hombres que adoraron a Dios.

I ADORADORES EN LA ÉPOCA ANTEDILUVIANA

1) ADÁN: No existe en la Biblia ninguna referencia en la que el primer hombre creado hubiese
manifestado un acto de adoración a Dios; tampoco se tiene una referencia de cuanto tiempo vivió Adán y
Eva en el paraíso antes de su caída. Pero si se puede inferir en las escrituras que la comunión de Adán
con Dios era perfecta, en Génesis 3:8, dice la palabra: “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba
en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre
los árboles del huerto”. Adán y Eva estaban familiarizados con la presencia de Dios, hasta el punto que
sabían cuando Dios estaba cerca de ellos; vivían en constante adoración a Dios, mas esta se rompió por
el pecado a causa de la desobediencia. Adán y Eva trataron de cubrirse con hojas de higuera sin
obtener ningún resultado.
2) CAÍN Y ABEL: La sangre, algo esencial para estar bien ante Dios: El asunto de los sacrificios de
sangre, como parte esencial de nuestra posición ante Dios, se presenta por medio de las ofrendas de
Caín y Abel. De acuerdo con la lección fundamental que ofreció Dios en relación con el pecado de Adán
y Eva (Gen.3.21), la ofrenda vegetal de Caín, fruto de sus propios esfuerzos, era una ofrenda para
justificarse a sí mismo y una negativa a vivir bajo el pacto revelado de Dios. La ofrenda de Caín fue
rechazada, de la misma forma que lo fue el intento de Adán de usar hojas de higuera para cubrirse. Pero
la ofrenda de Abel, un sacrificio de sangre, agradó a Dios. El sacrificio de animales en el huerto por parte
de Dios había sentado el principio de la sangre como la vía para acercársele. Quedó en evidencia que
adoptar una actitud adecuada de fe y justicia, ante un Dios hacedor de pactos era asunto de vida o
muerte, y no algo que dependía meramente de los esfuerzos humanos. Tanto la promesa de Dios en
3.15 como la fe de Adán en 3.20 se ven en 4.1. Eva trajo al mundo una nueva vida y pensó que su hijo
era la simiente prometida. Una posible traducción sería: «He adquirido varón: ¡el Señor!». «Caín»
significa «adquirido», se miraba al niño como un don de Dios. Abel significa «vanidad, vapor»: Sugiere la
futilidad de la vida separados de Dios, o quizás la desilusión de Eva porque Caín no era la simiente
prometida. Desde el mismo principio vemos una división del trabajo: puesto que a Caín se identifica con
la tierra, a Abel con el ganado. Como Dios ya había maldecido la tierra (3.17), por eso a Caín se le
identifica con esa maldición. Esta primera familia debe haber conocido un lugar definido de adoración,
por cuando ambos hijos trajeron ofrendas al Señor. Quizás se deba a que la gloria de Dios habitaba en
el árbol de la vida, con el camino guardado por el querubín (3.24).

Hebreos 11.4 indica que Abel trajo su ofrenda por fe; y Romanos 10.17 enseña que «la fe viene por el
oír». Esto significa que Dios debe haber enseñado a Adán y a su familia a cómo acercarse a Él, y 3.21
indica que se incluía el sacrificio de sangre. Hebreos 9.22 afirma que debe haber derramamiento de
sangre antes de que exista remisión de pecado, pero Caín trajo de la tierra maldita una ofrenda sin
sangre. Su ofrenda tal vez fue sincera, pero no se aceptó. No tenía fe en la Palabra de Dios, ni
dependencia en el sacrificio de un sustituto. A lo mejor Dios «respondió por fuego» (Lv 9.24) y consumió
la ofrenda de Abel, pero la de Caín se quedó en el altar. Caín tenía cierta forma de piedad y religión,
pero negó el poder (2 Ti 3.5). Primera de Juan 3.12 indica que Caín era hijo del diablo y esto significa
que practicaba una falsa justicia de la carne, no la justicia de Dios por fe. Jesús llamó «hijos del diablo»
a los fariseos que se autojustificaban y culpó a los de su calaña por la muerte de Abel (Lc 11.37–51).
Judas 11 habla acerca del «camino de Caín», que es la senda de la religión sin sangre, religión basada
en buenas obras religiosas y justicia propia. Sólo hay dos religiones en el mundo actual: (1) la de Abel,
que depende de la sangre de Cristo y su obra consumada en la cruz; y (2) la de Caín, que depende de
las buenas obras y religión que agrada al hombre. ¡La una conduce al cielo, la otra al infierno!. Santiago
1.15 nos advierte que el pecado empieza de una manera pequeña, pero crece y lleva a la muerte.

Así ocurrió con Caín. Vemos desilusión, ira, celos y por último homicidio. El odio en su corazón le llevó al
asesinato con sus manos (Mt 5.21–26). Dios vio el corazón sin fe de Caín y el semblante decaído y le
advirtió que el pecado estaba agazapado como una bestia salvaje, esperando para destruirlo. Dios le
dijo: «Él te desea, pero tú debes regir sobre él».

Lastimosamente Caín alimentó a la bestia salvaje de la tentación, ¡luego abrió la puerta y la invitó a
entrar! Caín invitó a su hermano para hablar con él y después lo mató a sangre fría. Hijo del diablo (1 Jn
3.12), Caín, como su padre, era mentiroso y homicida (Jn 8.44). En el capítulo 3 tenemos a un hombre
pecando contra Dios al desobedecer su Palabra; en el capítulo 4 vemos al hombre pecando contra el
hombre.

3) SET Y ENOS: Set: (sustitución) Hijo de Adán que nació como sustituto de su finado hermano Abel, y
progenitor de una línea santa en contraste con la de Caín (Gn 4.25, 26; 5.3–18; 1 Cr 1.1; y Lc 3.38). A
los ciento cinco años de edad (la Septuaginta dice doscientos cinco) le nació su primogénito y lo llamó
Enós. Como respuesta de Dios al primer duelo del mundo, es símbolo del fiel amor de Dios quien es
«Padre de consolaciones» (2 Co 1.3s). La Biblia menciona en Gen. 4: 26 que con estos hombres se
empezó a invocar (cultuar) el Nombre de Jehová.

4) NOE: El primer «pacto» aparece con Noé (Gn 8.20). Noé ofrece sacrificio a Dios, y vemos aparecer el
término «pacto» al comprometerse Dios a nunca más destruir la creación por medio de un diluvio. LA
SANGRE. Antes de Noé el concepto de pacto sólo puede ser inferido en la Biblia. El uso del término
«pacto» aparece por vez primera cuando se relata la relación de Dios con Noé (6.18; 9.9). El pacto se
establece mediante su ofrenda de sacrificio después del diluvio. En gratitud por su liberación, Noé
construyó un altar y ofreció sacrificios de sangre. No hay ningún mandamiento específico que exija a
Noé ofrecer sacrificios de sangre, lo cual claramente sugiere que ya se había establecido un precedente
que databa desde Abel hasta las lecciones en el huerto del Edén, donde se requirió de un sacrificio de
sangre para vestir a Adán y Eva. El sacrificio de Noé agradó a Dios, y Él respondió ofreciendo un pacto
para no volver a destruir la creación mediante un diluvio. Esta es la primera ocasión en la historia bíblica
cuando el término «pacto» se aplica a la relación entre Dios y un individuo, así como a sus
descendientes; y que se establece como un pacto de sangre. El pacto de Dios con Noé (9.1–17) :La
palabra pacto significa «cortar», refiriéndose al corte de los sacrificios que eran parte decisiva de llegar a
un acuerdo (véase Gn 15.9ss). Mediante Noé Dios hizo un acuerdo con toda la humanidad y sus
términos todavía siguen vigentes.

La base del pacto fue la sangre derramada del sacrificio (8.20–22), así como la base del nuevo pacto es
la sangre derramada de Cristo. Los términos del pacto son estos: (1) Dios no destruirá la humanidad con
agua; (2) el hombre puede comer carne de animal, pero no sangre (véase Lv 17.10ss); (3) hay temor y
terror entre el hombre y la bestia; (4) los seres humanos son responsables del gobierno humano, visto
en el principio de la pena capital (véase Ro 13.1–5).

Dios aparta el arco iris como señal y promesa del pacto. Esto no significa que el arco iris apareció por
primera vez en ese momento, sino sólo que Dios le dio un significado especial cuando hizo este pacto.
El arco iris se debe a la luz del sol y la tormenta, y sus colores nos recuerdan de la «multiforme (muchos
colores) gracia de Dios» (1 P 4.10). El arco iris aparece como un puente entre el cielo y la tierra,
recordándonos que en Cristo, Dios puso un puente sobre el abismo que separa al hombre de Dios.

Encontramos el arco iris de nuevo en Ezequiel 1.28 y Apocalipsis 4.3.

Debemos tener presente que el pacto fue con la «simiente» de Noé y esto nos incluye a nosotros hoy.
Por eso la mayoría del pueblo cristiano ha apoyado la pena capital (9.5–6). Dios prometió vengar a Caín
(4.15), pero en este pacto con Noé Dios les dio a los hombres la responsabilidad de castigar al asesino.

II ADORADORES EN LA ÉPOCA PATRIARCAL

1) ABRAHAM: Abraham, el patriarca del Antiguo Testamento, tomó en serio el llamado de Dios. No
podía ser atrapado por sus posesiones, su ambiente o sus amistades. Cuando Dios habló, Abraham
obedeció. En consecuencia, las bendiciones del Señor sobre la descendencia de Abraham es asunto de
registro histórico. Un elemento crítico en el estilo de vida de Abraham era la adoración: tiempo a solas
escuchando y momentos de adoración publica en el altar. Podemos aprender mucho del ejemplo de
Abraham. La fe en Abraham se ve como la habilidad de Abraham para dirigir, y fue probada en tres
áreas de la fe: 1) Fe para arriesgarse (12.1–5). Como hombre rico, él arriesgó todo para seguir a Dios. El
líder consagrado está dispuesto a arriesgarlo todo por su fidelidad a Dios y aventurarse en lo
desconocido. 2) Fe para confiar (17.1–27). Abraham y Sara ya hacía mucho tiempo que habían
sobrepasado la edad de procreación. El líder consagrado no cree solamente en hechos, sino que
mediante la fe va más allá de los hechos. 3) Fe para rendirse (22.1–19). Abraham sabía que el sacrificio
de su hijo arruinaría cualquier esperanza de que se cumpliera la promesa que lo señalaba como futuro
padre de muchas naciones. El líder consagrado está dispuesto a sacrificar todas las cosas preciosas
para agradar a Dios. Pasemos ahora a Génesis 13.1–4. Aquí leemos cómo Abraham regresó a un altar y
adoró al Señor. Aunque demostró seriedad respecto al llamamiento de Dios, evidenciado en su
disposición para arriesgarse, también estaba consciente de su continua necesidad de Dios. A pesar de
que Dios llama y nosotros decidimos obedecer, aún quizás necesitemos ocasiones regulares de
refrigerio, de reafirmamos, renovando así nuestro espíritu y ajustando de nuevo nuestra perspectiva. El
altar es simbólico. Allí, en el Antiguo Testamento, las personas reflexionaban acerca de Dios, dialogaban
con Él, y recibían su fortaleza para continuar en la tarea. En el altar Abraham podía ser franco y diáfano,
abriéndose, en consecuencia, para recibir sustento de Dios. «Sin adoración es difícil recordar lo que
Dios desea e incluso mucho más difícil obedecer». Pacto, berit Un pacto, alianza, tratado, acuerdo,
compromiso, fianza. Esta es una de las palabras de mayor importancia teológica en la Biblia. Aparece
más de 250 veces en el Antiguo Testamento. Un berit puede hacerse entre individuos, entre un rey y su
pueblo o entre Dios y su pueblo. Aquí el compromiso irrevocable de Dios consiste en que el Señor será
Dios de Abraham y sus descendientes para siempre. Esta es la mayor provisión del pacto con Abraham,
es la piedra angular de la relación eterna de Israel con Dios, una verdad confirmada por David (2 S
7.24), por el Señor mismo (Jer 33.24–26), y por Pablo (Ro 9.4; 11.2, 29). Todas las promesas bíblicas
están basadas en esta gloriosa declaración. La circuncisión era una parte altamente significativa del
pacto entre Dios y Abraham (vv. 10, 11).

Tiene también implicaciones simbólicas y espirituales para los adoradores modernos. El significado de la
circuncisión. El acto de la circuncisión se requirió como señal del pacto previamente establecido con
Abraham. Este no fue un nuevo pacto sino una señal externa que Abraham y sus descendientes habrían
de adoptar para mostrar que ellos eran el pueblo del pacto divino. El hecho de que este acto se realizara
en el órgano reproductivo masculino tiene, a lo menos, un doble significado: 1) cortar el prepucio
significaba apartarse de la dependencia de la carne, y 2) su esperanza de futura prosperidad no debería
descansar en su habilidad propia. La circuncisión era una aseveración de que la confianza descansaba
en la promesa y fidelidad de Dios, más bien que en su propia carne.

2) ISAAC: (risa o uno que ríe). Segundo de los patriarcas, hijo de Abraham y Sara y padre de Esaú y
Jacob. Su historia se encuentra en Gn 21.3–8; 35.27–29. Nació en la ancianidad de sus padres y por la
aparente imposibilidad de que esto pudiera ocurrir, ambos rieron ante la noticia (Gn 17.17; 18.12–15;
21.6). Impulsada por su propia esterilidad, Sara dio su esclava Agar a Abraham (Gn 16.1, 2) y de esta
unión nació Ismael. Después del nacimiento de Isaac, los celos entre Sara y Agar motivaron la
despedida de Agar e Ismael de la casa de Abraham. Años después, Dios pidió a Abraham que
sacrificara a Isaac, su único hijo, y así probó su fe mientras la devoción, humildad y sumisión de Isaac se
destacaron. Abraham obedeció, y entonces Dios reiteró su promesa de que su descendencia sería
innumerable (Gn 22.1–18). A los cuarenta años, Isaac se casó con su prima Rebeca y por medio de esta
unión la promesa se cumplió. Rebeca fue estéril durante veinte años, pero Dios intervino en respuesta a
las plegarias de Isaac y nacieron Esaú y Jacob (Gn 25.21ss). La preferencia que la madre sentía por
Jacob, y la del padre por Esaú, provocó antagonismo, discordia y largas separaciones entre los
hermanos. Cuando Isaac tenía ciento treinta años, Jacob, valiéndose de un engaño, arrebató a Esaú la
bendición paterna y los derechos de primogenitura. Antes de su muerte, Isaac reconoció que las
promesas divinas se cumplirían a través de Jacob (Gn 28.4). Murió a los ciento ochenta años y sus dos
hijos lo sepultaron en Hebrón. Según el Nuevo Testamento, Isaac fue el primer circuncidado al octavo
día (Hch 7.8); la descendencia de los elegidos se cuenta a partir de él (Ro 9.7).

Por ser hijo unigénito, nacido milagrosamente, heredero de la promesa a Abraham y destinado a ser
padre de multitudes (Heb 11.9, 12) es mucho más significativa su restauración después del sacrificio «en
sentido figurado» (Heb 11.17–19). Pablo se vale de Sara e Isaac como representaciones alegóricas de
los cristianos justificados por la fe y libres herederos de todos los beneficios espirituales (Gl 4.21–31).
Con Isaac es importante el monte Moriah (Jehová provee). Nombre de dos lugares en el Antiguo
Testamento. 1. Lugar en que Abraham había de ofrecer a su hijo Isaac (Gn 22.2). 2. Monte en el que
Salomón edificó el templo de Jerusalén (2 Cr 3.1), y donde David intercedió por su pueblo junto a la era
de Arauna (2 S 24.16–25; 1 Cr 21.15–26).
Tradicionalmente se han identificado los dos sitios. Pero algunos eruditos han objetado, en relación con
el sacrificio de Isaac, que Jerusalén no estaba lo suficientemente lejos de la región de los filisteos (donde
vivía Abraham) como para precisar tres días de camino (Gn 22.3, 4). Sin embargo, la distancia desde el
sur de Filistea hasta Jerusalén es como de 75 km, lo cual bien puede necesitar tres días de viaje.
Además, el lugar mencionado en Génesis no es el monte Moriah, sino la «tierra de Moriah», en la que
había varios montes. Probablemente el nombre se usaba también para referirse al monte en particular, y
en una forma más amplia, a la región en general.

3) JACOB: (el que toma por el calcañar o el que suplanta). Padre del pueblo hebreo, cuya vida
transcurrió, probablemente, en el siglo XVIII a.C. Fue hijo de Isaac y Rebeca y hermano gemelo de
Esaú. Nació como respuesta a la oración de fe de su padre (Gn 25.21). Su historia aparece en Gn
25.21–50.14. Desde antes de nacer, su madre supo, por revelación divina, que en su seno se originarían
dos grandes naciones ya divididas entre sí. Esaú nació primero, pero Jacob le siguió asido de su talón
(Gn 25.22–26). Según la Ley antigua, la primogenitura le correspondía a Esaú, pero Jacob, con notable
astucia, la consiguió de su hermano a cambio de un guisado (Gn 25.29–34; Heb 12.16). Aconsejado por
su madre, Jacob obtuvo con engaño la bendición paterna (Gn 27.1–29), y Esaú, indignado, prometió
matarlo (Gn 27.41). Como consecuencia, Rebeca misma se vio obligada a procurar que Isaac enviara a
Jacob a Harán, con el pretexto de elegir esposa allí (Gn 27.42–28.5; Os 12.12). Durante su viaje Jacob
tuvo una visión que le afectó profundamente: veía una escalera que llegaba hasta el cielo y ángeles de
Dios que subían y bajaban. En aquel lugar Dios confirmó a Jacob el pacto con Abraham. Jacob erigió un
altar, llamó a aquel lugar Bet-el (casa de Dios) e hizo voto ante Dios (Gn 28.11–22). Una vez en Harán
Jacob permaneció con su tío Labán, a quien sirvió siete años para poder recibir a Raquel como esposa.
Sin embargo, debió trabajar siete años más, Labán le entregó primero a Lea, su hija mayor (Gn 29.9–
28).

De Lea, Jacob tuvo seis hijos varones: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón, y una hija, Dina; de
la esclava de Lea tuvo a Gad y Aser. De la esclava de Raquel tuvo a Dan y Neftalí. Como respuesta
divina a los ruegos de Raquel también tuvo con ella dos hijos, José y Benjamín, quienes llegaron a ser
los favoritos de Jacob. Todos, excepto Benjamín que nació en el camino de Efrata (Belén) y costó la vida
de su madre (Gn 35.16–19), nacieron en Padan-aram (Gn 35.23–26). Gracias a su astucia, Jacob
prosperó tanto que provocó la envidia de los hijos de Labán. Como consecuencia, para zanjar las
desavenencias y por indicación divina, se volvió a Canaán, pero Labán lo persiguió y alcanzó.

Este le propuso celebrar un pacto (Gn 31), se separaron amistosamente y Jacob pudo proseguir su
viaje. Al pasar por Mahanaim le salieron al encuentro ángeles de Dios (Gn 32.1, 2). Por temor de su
hermano Esaú, planeó hábilmente el encuentro con él. La noche anterior luchó con el ángel de Jehová y,
en consecuencia, obtuvo una bendición. Fue entonces cuando recibió el nombre de Israel, «el que lucha
con Dios» (Gn 24.32; Os 12.3, 4), nombre que se perpetuó en «los hijos de Israel» (Gn 42.5; 45.21), y
llegó a abarcar a todo el pueblo elegido de Dios.

Jacob llamó a aquel lugar Peniel (el rostro de Dios). Después de su reconciliación con Esaú, Jacob se
instaló en Siquem (Gn 33.18), pero debido al ultraje de que fue objeto su hija Dina, y a la consecuente
venganza de Simeón y Leví contra la ciudad, tuvo que dejar Siquem.

Marchó a Bet-el, donde Dios le confirmó sus promesas (Gn 35.1–15).

Después llegó a Hebrón, a tiempo para sepultar a su padre (Gn 35.27–29). La predilección de Jacob por
José y los sueños de este le crearon serios problemas de celos entre sus hijos. Una día los propios
hermanos vendieron a José y le hicieron creer a Jacob que había muerto (Gn 37).

No sería sino años después, cuando fueron a Egipto debido a una escasez de alimentos, que Jacob y el
resto de sus hijos descubrirían que el gobernador de aquella tierra era José (Gn 42–45). Jacob y sus
demás hijos se instalaron en la tierra de Gosén, donde vivió diecisiete años más (Gn 46–47.28). Murió
cuando tenía más de ciento treinta años, rodeado de sus hijos y después de otorgar a cada uno su
bendición (Gn 48 y 49).

Lo llevaron a Canaán para sepultarlo en la cueva de Macpela, como siempre deseó (Gn 50.1–14). El
nombre de Jacob aparece en las genealogías de Jesús (Mt 1.2; Lc 3.34). Es muy significativo que se
mencione con Abraham e Isaac ocupando un lugar predominante en el Reino (Mt 8.11; Lc 13.28). Los
Evangelios Sinópticos registran la mención que Jesús hace de Éx 3.6 (Mt 22.32; Mc 12.26; Lc 20.37).
Esteban menciona a Jacob en su discurso (Hch 7.12–15, 46), y Pablo en Ro 9.11–13; 11.26. Finalmente
el patriarca aparece en Heb 11.21 como uno de los héroes de la fe.

4) MOISÉS: Caudillo y legislador que sacó de Egipto a los hebreos, los organizó como nación y los
condujo a la tierra prometida. La princesa egipcia le puso por nombre Mosheh (Éx 2.10), término cuyo
origen quizás sea egipcio. Los egiptólogos lo consideran una derivación de mesu (hijo) vocablo que más
tarde se hebraizó (mashah que significa, sacar). Su Niñez Y Preparación: Como padres de Moisés la
Biblia menciona a Amram y Jocabed, ambos de la tribu de Leví (Éx 6.20), y como sus hermanos
mayores a Aarón y María. Su madre, que se opuso a la orden del faraón de arrojar el niño al Nilo, lo
escondió primeramente por tres meses en su casa, pero luego se vio obligada a deshacerse de él. Lo
puso en el Nilo, y allí lo descubrió la hija del faraón cuando descendió a bañarse. Ella le brindó un hogar
en su residencia. Para el desarrollo de Moisés, fue de mucha importancia lo particular de su salvación,
pues la princesa que lo adoptó procuró que le enseñaran y educaran en la corte egipcia (Hch 7.22). La
afirmación de Filón de que a Moisés lo instruyeron en toda la sabiduría helenística y oriental que se
acumuló en Alejandría, no corresponde en este sentido a la realidad de los hechos. El helenismo y
Alejandría son de tiempos bastante posteriores. Aun más fantástica resulta la teoría mencionada por
Josefo de que Moisés haya sido un sacerdote de Osiris en Heliópolis y que solo más tarde adoptó el
nombre de Moisés, o la otra de que él haya intervenido militarmente y con éxito en una guerra contra
Etiopía. De todo esto la Biblia no dice nada. Con respecto a la juventud de Moisés, las Escrituras se
limitan a informar que no obstante su posición social en la corte, no se avergonzó de su origen (Heb
11.24) y que huyó de la ira del faraón a Madián, por causa de un incidente violento (Éx 2.11ss) que un
compatriota le descubrió y recriminó. Madián se encuentra en la parte sudeste de la península de Sinaí.
Aquí se casó con Séfora, la hija del sacerdote Jetro (Éx 2.21), que según 2.18 se llamaba Reuel. En su
destierro le nacieron a Moisés dos hijos, Gersón y Eliezer. Este período le fue de no menor importancia
que el tiempo de su educación en la corte del faraón. Su Llamamiento: Moisés fue llamado, mientras
pastoreaba las ovejas de su suegro, a ser el salvador de su pueblo.

Habían pasado cuarenta años desde su huida (Éx 7.10; cf. Hch 7.30), y ya tenía ochenta años cuando
se le apareció el Señor en la zarza ardiendo (Éx 3 y 6). Como paso inicial debía exigir que el faraón
dejara salir a Israel al desierto por tres días para celebrar allá una fiesta a su Dios. Todos los
argumentos que Moisés presentó para rebatir su llamado, Dios los rechazó, aunque por fin se le otorgó
la ayuda de su hermano Aarón (Éx 4). El éxodo: La situación de Israel en Egipto no había mejorado
entretanto Moisés se presentaba ante el faraón. No obstante, no encontró en el pueblo una acogida
favorable. Es evidente que la liberación no tuvo su punto de partida en el pueblo, sino en los designios
de Dios. Una vez de vuelta en Egipto, la transformación de la vara de Aarón frente al faraón fue el
preludio de los milagros que, por mano de Moisés, Dios haría en medio del pueblo opresor. El juicio
contra las costumbres egipcias tenía como propósito demostrar que Jehová era Señor también en Egipto
(Éx 8.10). Las diez Plagas confirmaron el inmenso poder del Señor de Israel, aunque una vez pasado el
efecto de cada una el faraón volvía a endurecer su corazón.

Cuando murieron los primogénitos y el lamento inundó todas las casas de los egipcios, Israel salió
apresuradamente. En lo sucesivo la Fiesta de la Pascua recordaría esta salvación del ángel de la muerte
y la salida apresurada; los primogénitos se dedicarían a Jehová también en recuerdo de la salvación de
los primogénitos israelitas en Egipto. Al éxodo siguió pronto un hecho salvador aun más impresionante:
la liberación definitiva del pueblo en el mar Rojo. Este acontecimiento fue de carácter tan trascendental
que tanto en la literatura profética como la poética del Antiguo Testamento se menciona repetidamente.
Basándose en esta intervención, Dios reclama a Israel como propiedad suya (Sal 77; 78; 105; 135; 136;
Is 11.15s; 63.11; Miq 7.15, etc.). En El Monte Sinaí: El «monte de Dios» o «monte de la manifestación
divina» fue la meta inmediata después del éxodo. En el camino se manifestaron la poca fe, la
impaciencia y la desconfianza de la muchedumbre. A cada una de estas manifestaciones, no obstante,
correspondieron demostraciones de la omnipotencia y benignidad de Dios, las señales de la columna de
fuego y de humo, el don del maná, de las codornices, del agua que brotaba de la peña, de la derrota de
los amalecitas por el poder de la oración de Moisés y la manifestación divina en el Sinaí. Por intermedio
de Moisés se realizó en el Sinaí la conclusión del pacto, y fue esta una ocasión más para demostrar su
grandeza como jefe. Cuando el pueblo se entregó a la idolatría, Moisés se ofreció a sí mismo como
ofrenda de inmolación en lugar de los rebeldes (Éx 32.31s; cf. Ro 9.3) y no descansó hasta que el Señor
prometió de nuevo ir con el pueblo.

Después de haber acampado frente al Sinaí casi un año, partieron de este lugar guiados por el cuñado
de Moisés y se dirigieron al norte. Sin embargo, las sublevaciones del pueblo se repetían, y cuando su
falta de fe llegó a tal extremo que se negaron a ir a Canaán, ni aun Moisés con su acceso a la presencia
de Dios pudo cambiar el fallo del Señor de que la generación presente no vería la tierra prometida.
Muchos puntos de la peregrinación de cuarenta años a través del desierto permanecen oscuros, porque
no siempre es posible determinar con certeza las diferentes jornadas. Además, no siempre el pueblo
estaba en marcha.

Se menciona una larga permanencia en Cades. Al final, cuando llegó el momento en que debieran haber
entrado en Canaán, y cuando por causa de los moabitas y edomitas debieron hacer un largo rodeo hacia
el sur y después al este del monte Seir, siguiendo en dirección de Transjordania, de nuevo el pueblo se
rebeló y tuvo que ser castigado. Por cuanto en un acto de rebelión aun Moisés y Aarón perdieron su fe,
tampoco ellos podrían entrar en Canaán. En otra oportunidad, las murmuraciones se castigaron con
serpientes venenosas, pero Dios mismo facilitó el remedio mediante la serpiente de bronce. Después de
ganar dos batallas en el Arnón contra los amorreos, quedó abierto el camino para ocupar el país al este
del Jordán. Los moabitas trataron de corromper a Israel mediante el hechicero Balaam sin medirse en
una batalla campal. Cuando se malogró esto, consiguieron despertar en ellos los deseos carnales a
través del culto sensual del dios Baal, lo cual provocó el juicio divino tanto sobre Israel como sobre
Madián. En El Río Jordán: Al terminar los cuarenta años de peregrinación, también llegó a su fin la vida
de Moisés. El territorio ocupado al este del Jordán, Moisés se lo adjudicó a las tribus de Rubén y Gad y a
la media tribu de Manasés, pero con la condición de que al tomar el país prestaran ayuda a sus
hermanos. En las llanuras de Moab, según nos informa Deuteronomio, Moisés repitió la Ley con las
modificaciones que se hacían necesarias porque los hijos de Israel estaban a punto de radicarse
definitivamente en el país y porque era inminente el fin de la peregrinación. Con un himno profético
Moisés predijo los caminos del pueblo y de Dios, y fue un profeta del agrado divino (Dt 32). Bendijo a las
tribus individualmente como antaño lo hiciera Jacob antes de morir (Dt 33). Desde el monte Nebo
contempló el país prometido que fuera la meta de su esperanza y de su conducción del pueblo. Después
murió en la comunión con Dios, tal como había vivido, a los 120 años de edad (Dt 34.7). Su sepulcro
nunca se descubrió. Israel lamentó su muerte durante treinta días. La Persona de Moisés: A lo largo de
toda una vida con Dios, Moisés, que originalmente tenía un temperamento violento, llegó a ser el «varón
de Dios» y aun el «siervo del Señor». No hay ningún otro en el antiguo pacto que se haya subordinado
tan completamente a la voluntad de Dios (Nm 14.11ss). Aprendió a dominarse y humillarse, de modo
que con razón pudo llamársele «muy manso más que todos los hombres» (Nm 12.3). Comprendió toda
la carga de su vocación, y fue como un «padre» del pueblo, aunque esta carga se le hizo siempre más
pesada por cuanto el pueblo era de dura cerviz. Siempre estuvo dispuesto a cargar de nuevo con las
faltas del pueblo como sacerdote frente a Dios, a defenderlo con intercesión y a cubrirlo atrayendo sobre
sí mismo la ira justa de Dios. Con todo esto, ni el pueblo ni sus parientes más cercanos comprendieron y
ayudaron a Moisés. Hasta sus hermanos se confabularon contra él. Nada pudo amargarlo
permanentemente, sin embargo, porque su humildad no era debilidad. Donde se trataba del honor de
Dios, podía ser inexorablemente severo (Éx 32.27). Cristo le llamó «profeta». De Moisés se afirma con
más frecuencia que de otros hombres de Dios, que Dios le haya hablado. Más a menudo que a otros se
le llama «siervo del Señor», o incluso «siervo de Dios». De este modo era el profeta sin igual (Nm 12.6s)
que hablaba con Dios «cara a cara» (Dt 34.10), que podía ver al Señor sin verlo. Por eso su rostro
irradiaba la gloria de Dios de modo que debía cubrirlo delante del pueblo (Éx 34.29). Como «mediador
del pacto», que imprimió a Israel su sello teocrático e hizo que fuera llamado el pueblo de Yahveh,
Moisés estableció el arca del pacto en el santo tabernáculo. Instituyó la tribu de Leví como la tribu
sacerdotal, y en medio de esta distinguió particularmente a la casa de Aarón. A ellos entregó el oficio del
sumo sacerdocio y estipuló lo esencial para los sacrificios y ofrendas, según las indicaciones divinas.
Con bastante frecuencia se destaca la intervención personal de Moisés al comunicar las disposiciones
divinas (Éx 24.3; 34.27; Dt 31.9), ya se tratara de escribir las leyes (Éx 24.4–7), de datos históricos,
como la batalla contra los amalecitas (Éx 17.14) o de referencias a los jornadas (Nm 33.2). Con razón se
le atribuye en el Nuevo Testamento una posición singular como mediador del antiguo pacto. Cristo y los
apóstoles lo consideran el autor del Pentateuco (Mc 12.26; Lc 24.44), o el mediador de la Ley, pero
también se presenta junto con los profetas como dador de la Ley, especialmente junto con Elías (Mt
17.3). A los profetas correspondía inculcar de nuevo la Ley recibida en tiempos anteriores. En este
sentido el Nuevo Testamento concluye que «la ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad
llegaron por Jesucristo» (Jn 1.17). Moisés es un ejemplo interesante de un hombre que lo arriesgó todo
para seguir el llamado de Dios.

Recuerde el momento en que Moisés notó por primera vez la zarza que ardía en fuego, sin consumirse,
se detuvo y se acercó (Ex 3). Ciertamente tenía curiosidad; sin embargo, algo mucho más profundo
estaba ocurriendo. Primero, se acercó más espontáneamente; arriesgándose al poder de la presencia de
Dios. Fue voluntario. Dios llamó y él respondió: «Heme aquí». La disposición humana de acercarse al
Señor siempre indica bendición. Es el primer paso del diálogo significativo, divino. Metafóricamente, se
abre una puerta; y de manera asombrosa, pese a nuestra debilidad humana, controlamos la velocidad y
la trayectoria de la apertura de la puerta. Nuestra actitud mueve o frustra la mano de Dios. Cuando Dios
llama, tenemos múltiples opciones, como son: 1. Podemos endurecer nuestra cerviz, dando a entender
que todo está bien en nuestras vidas: «Gracias, Dios, pero en realidad no te necesito por ahora», por así
decirlo. 2. Podemos decidir no escuchar la voz de Dios y con egoísmo seguir nuestra voluntad, nuestras
propias actividades. 3. Podemos aun intentar aplacar el llamado de Dios, diciendo en efecto: «Veamos
qué es lo que quieres, y si es algo en lo que saldré ganado, oraré al respecto». Todas estas alternativas
son claramente arrogantes, oportunistas y absolutamente insensatas. Representan un tipo de ruleta rusa
espiritual: un juego en el cual hemos elegido apostar a nuestro conocimiento finito, cuando podríamos
aprovechar plenamente la infinita sabiduría de Dios. Por otro lado, sin embargo, podemos escoger
obedecer de manera voluntaria a Dios. Los individuos que responden positivamente al llamamiento de
Dios exhiben tres valiosos rasgos de conducta: 1. Demuestran sensibilidad ante Dios. 2. Claramente
toman con seriedad la empresa de Dios en todo el mundo. 3. Fáciles de enseñar: Receptivos a la
instrucción y el consejo.

5) JOSUÉ: Josué nació en la esclavitud egipcia. Su padre era Nun, de la tribu de Efraín (1 Cr 7.20–27);
no sabemos nada acerca de su madre.

Originalmente su nombre era Óseas, que significa «salvación», pero


Moisés se lo cambió a Josué, que significa «Jehová es salvación» (Nm 13.16). Era un esclavo en Egipto
y sirvió como ministro de Moisés durante el peregrinaje de la nación (Éx 24.13). También dirigió el
ejército en la batalla contra Amalec (Éx 17) y fue uno de los dos espías que tuvieron la fe para entrar en
Canaán cuando la nación se rebeló en incredulidad (Nm 14.6ss). Como resultado de su fe, se le permitió
(junto con Caleb) entrar en la tierra prometida. La tradición judía dice que Josué tenía ochenta y cinco
años cuando ocupó el lugar de Moisés a la cabeza de la nación. Josué 1–12 (la conquista de la tierra)
abarca aproximadamente los siguientes siete años; pasó el resto de su vida dividiendo la herencia y
gobernando a la nación. Murió a los 110 años (Jos 24.29). El NT aclara que Josué es un tipo de Cristo
(Heb 4.8, en donde «Jesús» debe traducirse «Josué»). El nombre «Jesús» en el griego es equivalente a
«Josué»; ambos significan «Salvación de Dios» o «Jehová es el Salvador». Así como Josué conquistó a
enemigos terrenales, Cristo ha derrotado a todo enemigo a través de su muerte y resurrección. Fue
Josué, no Moisés (que representa la ley), quien introdujo a Israel en Canaán, y es Jesús el que nos
conduce al reposo y victoria espiritual. Así como Josué asignó a las tribus su herencia, Cristo nos ha
dado nuestra herencia (Ef 1.3ss). Los sucesos a destacarse en cuanto a la adoración de Josué son: 1-
Los monumentos del cruce (Cap. 4): Dos montones de piedras fueron levantados: uno por los doce
hombres seleccionados en la orilla del río (3.12; 4.1–8) y uno por Josué en medio del río (4.9–10).
Debían ser monumentos recordando el cruce y para nosotros nos dan maravillosas verdades
espirituales. Las doce piedras en la orilla del Jordán procedían del medio del río (v. 8), como evidencia
de que Dios dividió las aguas e hizo cruzar a su pueblo con seguridad. Las doce piedras ocultas en
medio del río sólo Dios podía verlas, pero también hablaban del cruce maravilloso de Israel. Estos dos
montones de piedras son un cuadro de la muerte y sepultura de Cristo (las piedras ocultas) y la
resurrección (las piedras en la orilla). Al mismo tiempo, ilustran la unión espiritual del creyente con
Cristo; cuando murió, nosotros morimos con Él; fuimos sepultados con Él; ¡resucitamos en victoria con
Él! Véanse Efesios 2.1–10; Gálatas 2.20; Colosenses 2.13; Romanos 6.4–5. Hoy la Iglesia tiene dos
monumentos de esta gran verdad: (1) el bautismo nos recuerda que el Espíritu de Dios nos ha bautizado
en Cristo, 1 Corintios 12.13; (2) la Cena del Señor señala hacia atrás, a su muerte, y hacia adelante, a
su Segunda Venida. Los judíos no podían lograr la victoria en Canaán y vencer al enemigo sin antes
atravesar el Jordán. Tampoco los cristianos de hoy puede vencer a sus enemigos espirituales a menos
que mueran a sí mismos, se consideren crucificados con Cristo y le permitan al Espíritu darles el poder
de la resurrección. Repase la explicación de esta verdad en los Bosquejos expositivos del Nuevo
Testamento sobre Romanos 5–8. 2- La señal del pacto (Cap. 5): Tan pronto como los judíos estuvieron
seguros en el otro lado, Dios les ordenó que recibieran la señal del pacto, la circuncisión (Gn 17).
Colectivamente como nación habían atravesado la experiencia de «muerte» al cruzar el río. Ahora
debían aplicar esa «muerte a sí mismos» individualmente. Por toda la Biblia la circuncisión física es
siempre un cuadro de una verdad espiritual. Por desgracia los judíos dieron más importancia al rito físico
que a la verdad espiritual que enseñaba (véase Ro 2.25–29). La circuncisión es un cuadro de quitarse lo
que es pecaminoso, y en el NT se ilustra con despojarse del «viejo hombre» de la carne (Col 3.1ss; Ro
8.13). No es suficiente que diga: «Morí con Cristo»; debo hacer esta verdad práctica en mi vida diaria al
«hacer morir» las obras de la carne. El judío del AT se despojaba de una pequeñísima parte de su
carne. Por medio de Cristo, no obstante, el cristiano del NT se ha despojado «del cuerpo pecaminoso
carnal» (Col 2.9–13). Esta operación en Gilgal, entonces, es una ilustración de la verdad de que cada
creyente debe vivir «crucificado con Cristo» (Gl 2.20). Los varones judíos no habían recibido esta señal
del pacto durante su peregrinaje por el desierto y por una buena razón: Su incredulidad suspendió
temporalmente su relación de pacto con Dios (Nm 14.32–34). Cuando rehusaron entrar en Canaán
debido a su incredulidad, Dios «los entregó» a años de peregrinaje hasta que muriera la vieja
generación. Ahora la nueva generación iba a recibir la señal del pacto. «El oprobio de Egipto» quizás
significa el oprobio que los egipcios (y otras naciones) acumularon sobre los judíos mientras estos
deambulaban por el desierto (véanse Éx 32.12ss; Dt 9.24–29). Su incredulidad no glorificó a Dios y las
naciones paganas dijeron: «¡El Dios de ustedes no es lo suficiente fuerte para llevarlos a Canaán!»
Ahora Dios los hacía entrar en la tierra prometida y el oprobio había desaparecido. La nueva generación
cruzó el Jordán, pero no atacaron de inmediato a Jericó. ¡Muchos de los cristianos de hoy se hubieran
precipitado a la batalla! Pero Dios sabía que su pueblo necesitaba prepararse espiritualmente para la
lucha que quedaba por delante, de modo que les hizo esperar y descansar. Mientras lo hacían,
celebraron la Pascua. Cuarenta años antes la nación fue liberada de Egipto en aquella noche de
Pascua. Dios les dio nuevo alimento: el «fruto» (espigas) de la tierra. El maná era el alimento para la
nación cuando eran peregrinos, pero ahora se establecerían en la tierra. Véanse Deuteronomio 6.10–11
y 8.3. Las espigas hablan de Cristo en la bendición de la resurrección, porque la semilla debe sepultarse
antes de que pueda dar fruto (Jn 12.24). El orden de los hechos nos recuerda de nuevo su muerte,
sepultura y resurrección: guardaron la Pascua (su muerte) y comieron del fruto de la tierra (resurrección).
La principal lección de estos capítulos es clara: no puede haber conquista sin la muerte a uno mismo
(cruzar el Jordán) e identificación con la resurrección de Cristo (los dos monumentos de piedras). Antes
de que los judíos pudieran lograr la victoria sobre el enemigo, tenían que experimentar la victoria sobre
el pecado y ellos mismos. La vida de este gran líder del pueblo de Dios no revela falla alguna en las
labores que se le encomendaron. En su juventud aprendió a designar responsabilidades como hombre;
como ciudadano, buscó lo mejor para su patria; como militar, fue honorable e imparcial. A lo largo de sus
días, Josué mostró obediencia al trabajo que Dios le asignó y lo desempeñó orgullosamente. Las
palabras «yo y mi casa serviremos a Jehová» expresan el lema de su vida (Jos 24.15).

III. ADORADORES EN LA ÉPOCA DE LOS JUECES

Así como Josué continúa la historia de Israel después de la muerte de Moisés (Jos 1.1), el libro de
Jueces toma la historia de Israel después de la muerte de Josué (Jue 1.1). Este es un libro de derrota y
desgracia, como vemos en el versículo clave (Jue.17.6). «Cada uno hacía lo que bien le parecía»; la
adoración también decayó en gran manera por la idolatría del pueblo. El Señor ya no era más el «Rey en
Israel»; las tribus se dividieron; el pueblo comenzó a mezclarse con las naciones paganas; y fue
necesario que Dios castigara a su pueblo. Tenemos un resumen del libro en Jue. 2.10–19: bendición,
desobediencia, castigo, arrepentimiento, liberación. Jueces es el libro de la victoria incompleta; es un
libro de fracaso del pueblo de Dios al no confiar en la Palabra ni tomar posesión del poder de Él.

En este libro se mencionan doce jueces diferentes que Dios levantó para derrotar a un enemigo en un
territorio en particular y dar reposo al pueblo. Estos jueces no fueron líderes nacionales; más bien fueron
líderes locales que libraron al pueblo de varios opresores. Es posible que algunos de los períodos de
opresión y descanso se superpongan. No todas las tribus participaron en cada batalla y a menudo había
rivalidad entre ellas. Que Dios llamara a estas «personas comunes» como jueces y que las usara con
tanto poder es otra evidencia de su gracia y poder (1 Co 1.26–31). El Espíritu de Dios vino sobre estos
líderes para una tarea en particular (6.34; 11.29; 13.25), aun cuando a menudo sus vidas personales no
fueron ejemplares en todo detalle. Los varios cientos de años bajo los jueces prepararon a Israel para su
petición de un rey (1 S 8). Sin embargo se destacan dos hombres en particular:

1) GEDEÓN: Hebreos 11.32 pone a Gedeón a la cabeza de la lista de los jueces. Aunque algunas veces
vaciló en su fe, todavía es «un hombre de fe» que se atrevió a confiar en la Palabra de Dios. Cuando
nos damos cuenta de que era un granjero, no un guerrero adiestrado, ¡vemos cuán maravillosa fue su fe!
Trazaremos la carrera de Gedeón en dos aspectos: Gedeón el cobarde (Jue.6.1–24): Siete años de
servidumbre bajo los madianitas condujeron a Israel a su punto más bajo. En lugar de «subir sobre las
alturas» (Dt 32.13) ¡se escondían en cuevas! A los israelitas ni siquiera se les permitía cosechar su
propio grano, lo que explica por qué hallamos a Gedeón escondido en el lagar. El profeta de Dios (vv. 7–
10) le recuerda al pueblo su incredulidad y pecado; entonces el Ángel del Señor, Cristo mismo, visitó a
Gedeón para prepararle para su victoria. Recuérdese que Dios había olvidado temporalmente a su
pueblo; ahora obraba por medio de individuos escogidos (Jue.2.18). Cuando el Ángel llamó a Gedeón
«varón esforzado y valiente» (v. 12), parecía mofa, sin embargo Dios sólo indicaba de antemano lo que
Gedeón llegaría a ser por fe. Nos recuerda las palabras de Cristo a Pedro: «Tú eres[ … ] serás» (Jn
1.42). Pero vea la incredulidad de Gedeón, que era la causa de su cobardía, en su pregunta a Dios:
«Si[ … ] por qué[ … ] en dónde[ … ] cómo[ … ] si[ … ]?» ¡Luego le pide que le dé una señal! Esto sin
duda no es el lenguaje de la fe. Gedeón confesó que Dios castigó con justicia a su pueblo (v. 13), pero
no podía entender cómo usaría a un pobre campesino como él para librar a la nación. Dios enfrentó su
incredulidad con una serie de promesas: «Jehová está contigo»; «salvarás a Israel»; «¿no te envío yo?»;
«Ciertamente yo estaré contigo» (vv. 12, 14, 16). La fe viene por el oír la Palabra de Dios (Ro 10.17).
Gedeón necesitó una señal y Dios con su gracia se la concedió (vv. 19–24). Sin embargo, no es un buen
ejemplo a seguir. «Jehová-shalom» significa «el Señor es nuestra paz» (vv. 23–24). Gedeón el
desafiador (Jue. 6.25–32): Una cosa es encontrar a Dios en el secreto del lagar, pero otra muy diferente
es erguirse por el Señor en público. Esa misma noche Dios probó la dedicación de Gedeón al pedirle
que derribara el altar idólatra de su padre a Baal y que edificara un altar a Jehová. Más que esto, debía
sacrificar el toro de su padre (tal vez reservado para Baal) sobre el nuevo altar. El testimonio cristiano
empieza en casa. Gedeón obedeció al Señor, pero mostró incredulidad al hacerlo de noche (v. 27) y al
pedir a otros diez hombres que lo ayudaran. ¡Podemos imaginar el furor del vecindario cuando a la
mañana siguiente descubrieron el altar destruido! ¿Mataron a Gedeón? ¡No! Antes bien Gedeón se
convirtió en un líder, capaz de reunir al ejército y prepararse para luchar. Dios nunca usa a un «santo
secreto» para ganar grandes batallas. Debemos salir a la luz y asumir nuestra posición, cueste lo que
cueste. Otro aspecto inherente a la disposición para seguir el llamado de Dios es la calidad del
aprendizaje. Los que se dejan enseñar crecerán en madurez espiritual. Aprenden de sus
equivocaciones, y por tanto adquieren percepción en los desafíos de la vida. Sin embargo, ser fácil de
enseñar implica más que una disposición para aprender.

Requiere un estado de humildad, lo cual es raro. Los que son enseñables toman a Dios más seriamente
que a sí mismos. No son orgullosos ni obstinados. Reconocen la infinita capacidad de Dios para hablar a
través de otros. Respetan a toda la humanidad. Pueden aprender de los ancianos y de los jóvenes.
Cosechar un espíritu fácil de enseñar es de valor para toda la vida, prohibiendo el orgullo conforme las
experiencias se acumulan y las bendiciones crecen. A Gedeón le faltaba fe pero estaba dispuesto a
aprender a confiar en Dios. Su espíritu fácil de enseñar creó el sendero para un futuro mejor.

2) SAMUEL:Eli y su familia nos muestran el estado de la adoración y el verdadero culto a Jehová. ¡Qué
trágico es cuando un siervo del Señor (y además sumo sacerdote) fracasa al no ganar a sus hijos para el
Señor! Estos hijos de Elí eran egoístas, porque ponían sus deseos antes que la Palabra de Dios y las
necesidades del pueblo; eran imperiosos; y llenos de lujuria (1 Sam.2.22). Filipenses 3.17–19 es una
descripción perfecta de estos sacerdotes impíos. Nótese la repetición de la palabra carne. Advierta
también en el versículo 18 de 1 Samuel 2, se aprecia el contraste entre los hijos de Elí y el joven
Samuel: «Pero Samuel». No hay duda de que los hijos de Elí se reían del joven Samuel y le ridiculizaban
por su ministerio fiel; pero Dios iba a intervenir y arreglar cuentas sin que pasara mucho tiempo.

Un día los Filisteos atacaron el pueblo de Israel y los ancianos al ver su derrota, mandaren por el Arca.
Ellos pensaron que podrían usarla como “contra” pero en vez de ayudarles, los filisteos capturaron el
Arca y se burlaron de la fe de los israelitas. El desenlace fue fatal, el Arca secuestrada, los hijos de Elí.
Ofni y Fines murieron. El sacerdote Elí también murió y su nuera, esposa de uno de sus hijos, dio a luz
prematuramente y al morir exclamó “traspasada es la gloria de Jehová” ( 1S. 4: 1-22). Samuel vivió
durante un período de dura crisis en Israel. Los jueces eran cada vez más incapaces de unir a la nación.
Cuando Elí y sus perversos hijos murieron, Samuel todavía era demasiado joven para dirigir al pueblo.
Los filisteos capturaron el arca, destruyeron Silo y dominaron la parte sur de Israel. No fue sino veinte
años más tarde que Dios levantó a Samuel para encabezar un gran avivamiento religioso (1 S 7.2–6).
Dios le concedió la victoria sobre los filisteos (1 S 7.5–14) y desde entonces fue líder del pueblo (1 S
7.15–17). Samuel desempeñó un papel importante en el establecimiento de la monarquía. Ya estaba
viejo, sus hijos andaban mal y el pueblo clamaba por un gobierno más fuerte. Aunque la petición no
agradó al principio a Samuel (1 S 8.6ss), Dios le pidió que ungiera a ® Saúl como «príncipe» (1 S
9.17ss). Se ha sugerido al respecto que el uso de nagid (príncipe) en vez de melec (rey) indica que
Samuel no miraba en Saúl a un rey al estilo de las demás naciones, sino a un líder militar que habría de
unir al pueblo y salvarlo de los filisteos. Samuel entristeció, por tanto, cuando Dios rechazó a Saúl a
causa de su desobediencia y Dios le ordenó ungir a David hijo de Isai como rey sobre Israel. El respeto
del pueblo por Samuel se puso de manifiesto cuando todo Israel lamentó su muerte (1 S 28.3). También
fue Samuel el que estableció el movimiento profético. De acuerdo con 1 S 19.20–22, presidía un grupo
de profetas. Fue fundador de las escuelas de Profetas que ejercieron mucha influencia religiosa y
educativa durante la monarquía. Su énfasis en la obediencia de corazón en vez de en los ritos exteriores
(1 S 15.22ss) presagia el mensaje de los grandes profetas que surgirían más tarde. La importancia de
Samuel se reconoce en Sal 99.6, donde se le compara con Moisés y Aarón; en Jer 15.1, donde se le
reconoce como intercesor y en Heb 11.32 donde se elogia por su fe y por ser un gran adorador de
Jehová.

IV. ADORADORES EN LA ÉPOCA DE LA MONARQUÍA UNIDA


Jehová Dios había sido Rey de Israel y había cuidado a la nación desde sus inicios; pero ahora los
ancianos de la nación querían un rey para que los dirigiera. Su petición la motivaron varios factores: (1)
los hijos de Samuel no eran piadosos y los ancianos temían que cuando Samuel muriera llevarían a la
nación a descarriarse; (2) la nación tuvo una serie de líderes temporales durante el período de los jueces
y los ancianos querían un gobernante más permanente; y (3) Israel quería ser como las otras naciones y
tener un rey a quien honrar. Las poderosas naciones alrededor de Israel eran una amenaza constante y
los ancianos sentían que un rey les daría más seguridad. La reacción de Samuel al pedido muestra que
comprendió por completo su incredulidad y rebelión; que estaban rechazando a Jehová. Al escoger a
Saúl la nación rechazó al Padre; mucho después, al escoger a Barrabás, rechazaron al Hijo; y cuando
escogieron a sus líderes en lugar del testimonio de los apóstoles, rechazaron al Espíritu Santo (Hch
7.51).

Aquí tenemos una ilustración de la voluntad permisiva de Dios: Les concedió su petición, pero les
advirtió lo que les costaría. Véase en Deuteronomio 17.14–20 la profecía de Moisés en cuanto a este
suceso. ¡La nación escuchó a Samuel y luego de todas maneras pidieron rey! Querían ser como las
demás naciones, aun cuando Dios los llamó a que fueran un pueblo separado de las naciones. El
capítulo 9 de 1 de Samuel, explica cómo Saúl fue traído a Samuel y ungido en privado para ser rey.
Nótese su humildad en 9.21 y también en 1 S. 10.22 cuando vaciló para ponerse ante el pueblo. Dios le
dio a Saúl tres señales especiales para confirmarle (10.1–7). Samuel también instruyó a Saúl para que
se quedara en Gilgal y esperara su regreso (10.8). El versículo 8 debería traducirse: «Cuando vayas
antes que yo a Gilgal»; o sea, en alguna fecha futura cuando Saúl tuviera el ejército listo para la batalla.
Este suceso ocurrió varios años más tarde; véase el capítulo 13 de 1 de Samuel.

Saúl tenía todo a su favor: (1) un cuerpo fuerte, 1 S. 10.23; (2) una mente humilde, 1 S. 9.21; (3) un
nuevo corazón, 1 S.10.9; (4) poder espiritual, 1 S. 10.10; (5) amigos leales, 1 S. 10.26; y, sobre todo, (6)
la dirección y oraciones de Samuel. Sin embargo, a pesar de estas ventajas, fracasó miserablemente.
¿Por qué? Porque no le permitió a Dios ser el Señor de su vida.

1) DAVID: David, otro hombre que tomó en serio el llamamiento de Dios, subsecuentemente arregló su
vida según eso, y le dio forma con su adoración a Dios. El libro de los Salmos está cargado de ricos
ejemplos del deseo de David de agradar a Dios, una vez que captó el llamado de Dios a adorarlo y
servirlo. Su búsqueda de Dios en una dimensión íntima es muy instructiva. Recordando la admonición de
Santiago 1.22: (Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros
mismos). como una precaución sabia de que no la estudiemos meramente, sino que seamos moldeados.
Ahora, en el Salmo 5.1–3 captamos el corazón de David, de un hombre que se deleitaba adorando a
Dios. En este Salmo David procura probar que el orden y la perseverancia son necesarios en la oración
diaria. La repetición de la frase: «de mañana» justifica una alternativa en la traducción: «de mañana en
mañana». También es significativo que el salmista haya usado la palabra hebrea arak en su declaración
de que dirigiría sus peticiones a Dios diariamente. Arak se emplea más frecuentemente en los escritos
mosaicos para referirse al orden de los sacrificios que debían ser ofrecidos al Señor cada día por los
sacerdotes (Éx 40.4). También se usa para describir un ejército que se organiza para la batalla (Jue
20.20–22). Tal uso indica que una «estrategia ordenada» ha sido preparada para entrar en combate.
Estas definiciones connotan un orden bien pensado en las oraciones de David, una estrategia diaria de
oración, con un propósito y una intención específicos. Una vez que David derrota a todos sus enemigos
y extiende su reino hacia el Norte, decide construir casa donde more el Omnipotente. Dios no se lo
permitió porque él fue hombre derramador de sangre y violento. Toda su vida después que entró en casa
de Saúl estuvo en guerra. Sin embargo su adoración produjo un legado del cual nosotros recogemos
hoy. Su obediencia al llamado de Dios establece un modelo. Abraham tuvo tanto éxito en el desarrollo
de la obediencia que Dios le llamó «amigo», y David fue llamado «un varón conforme al corazón de
Dios» (Hechos 13: 22).
Como dice John Perkins: «La fe auténtica es fe que obedece». Estos dos gigantes crecieron» a este
tamaño desde una postura de rodillas… ¡en adoración!.

2) SALOMÓN: (el pacífico). Tercer rey de Israel (ca. 971–931 a.C.) y segundo de los cinco hijos que
David tuvo de Betsabé (1 Cr 3.5; 14.4; 2 S 5.14; 12.24). No figura en la historia bíblica sino hasta los
últimos días de David (1 R 1.10ss), a pesar de haber nacido en Jerusalén en el inicio del reinado de
David (2 S 5.14), bajo un pacto eterno de Dios (2 S 7.12–15). Antes de su nacimiento Dios lo había
designado sucesor de David (1 Cr 22.9, 10).

Comenzó la construcción del templo en el cuarto año de su reinado (966 a.C.). Para ello consiguió cedro
y personas hábiles de Hiram de Fenicia y terminó la obra en el décimo primer año de sus funciones. En
esta ocasión Dios se le apareció por segunda vez, y le prometió poner su nombre en el templo para
siempre y afirmarlo en el trono de Israel perpetuamente si guardaba los mandamientos de Jehová, de
acuerdo con el pacto hecho anteriormente con David. Si no, Israel sería maldito y esparcido sobre la faz
de la tierra y el templo destruido, aunque el pacto con David siempre quedaría en pie y se cumpliría en
Jesucristo. Al construir el templo, Salomón siguió la política de David, quien había traído el arca a
Jerusalén para ligar el estado con el orden anfictiónico, y había unido la comunidad secular con la
religiosa bajo la corona. Samuel había rechazado a Saúl y había roto con él; Salomón rompió con
Abiatar. Después de terminar el templo, Salomón erigió en trece años un palacio espléndido con otras
tres construcciones que formaban parte de este (1 R 7.1–8). Para la construcción de estos edificios,
Salomón se aprovechó de su alianza con Hiram, rey de Tiro (ca. 969–936 a.C.), a quien le daba trigo y
aceite de olivo a cambio de piedras, madera y obreros capaces (1 R 5.1–12; 2 Cr 2.3–16).

No obedeció las amonestaciones de Dios (1 R 9.1–9; 2 Cr 7.11–22), se volvió orgulloso, se entregó a los
placeres carnales y se olvidó del Dios a quien tanto amó al principio (1 R 3.3). Por sus abominables
idolatrías y por complacer a sus numerosas esposas extranjeras (1 R 11.1–8; Neh 13.26), Dios le
anunció que lo castigaría dividiendo el reino entre su hijo Roboam y Jeroboam I (1 R 11.9–40). El
Significado del Templo para los Israelitas lo vemos en 1Reyes 8: 2-53 en lo que se conoce como la
dedicación del templo, dicha dedicación coincidió con la Fiesta de los Tabernáculos, alrededor de 11
meses luego
de haber terminado su construcción . La vara de Aarón y la porción de maná que habían sido guardados
en el arca (Heb 9.4) no estaban ya allí: habían sido robados o se habían perdido (1 S 6.19).

La nube que llenó la casa de Jehová (v. 10) y la gloria de Jehová (v. 11), son tomadas por algunos como
una alusión al Espíritu Santo. Los sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar (v. 11).

Evidentemente, la presencia del Señor no se los permitía. Salomón le explicó al pueblo por qué la nube
llenó el templo (v. 10): lo había construido para el Señor. Mucho se puede aprender de la oración de
Salomón. En primer lugar, Salomón comienza su oración alabando y adorando a Dios (vv. 22–25). En
segundo lugar, reconoce su indignidad para estar en la presencia de Dios (vv. 26–30). En tercer lugar,
Salomón solicita el perdón de los pecados cometidos por Israel en su trato con los pueblos vecinos (vv.
31, 32), de los pecados que causaron la derrota de la nación ante sus enemigos (vv. 33, 34), de los que
trajeron sequías (vv. 35, 36), y de los que dieron lugar a otros infortunios (vv. 37–40). En cuarto lugar,
implora la misericordia del Señor para aquellos extranjeros que le temen (vv. 41–43).

En quinto lugar, pide a Dios le dé a su pueblo la victoria en la batalla (vv. 44, 45). Y en sexto lugar, el rey
espera que el Señor los restaure si pecaren en el futuro (vv. 46–53). Salomón... extendió sus manos al
cielo: Para alabar y dar gracias al Señor. El levantar las manos constituye frecuentemente en la Escritura
una expresión de alabanza a Dios. El significado finalmente es que Dios habitaría en medio de su
pueblo.

V. ADORADORES EN EL PERIODO DEL REINO DIVIDIDO (931–587 a.C.)


El imperio creado por David comenzó a fragmentarse durante el reinado de Salomón. En las zonas más
extremas del reino (1 R 11.14–40), se sintió la inconformidad con las políticas reales. Las antiguas
rivalidades entre el norte y el sur comenzaron a surgir nuevamente. Luego de la muerte de Salomón, el
reino se dividió: Jeroboam llegó a ser el rey de Israel, y Roboam el de Judá, con su capital en Jerusalén
(1 R 12). El antiguo reino unido se separó, y los reinos del norte (Israel) y del sur (Judá) subsistieron
durante varios siglos como estados independientes y soberanos. La ruptura fue inevitable en el 931 a.C.
El profeta Isaías (Is 7.17) interpretó ese acontecimiento como una manifestación del juicio de Dios.

El reino de Judá subsistió durante más de tres siglos (hasta el 587 a.C). Jerusalén continuó como su
capital, y siempre hubo un heredero de la dinastía de David que se mantuvo como monarca. El reino del
norte no gozó de tanta estabilidad. La capital cambió de sede en varias ocasiones: Siquem, Penuel (1 R
12.25), Tirsa (1 R 14.17; 15.21, 33), para finalmente quedar ubicada de forma permanente en Samaria (1
R 16.24). Los intentos por formar dinastías fueron infructuosos, y por lo general finalizaban de forma
violenta (1 R 15.25–27; 16.8–9, 29). Los profetas, implacables críticos de la monarquía, contribuyeron,
sin duda, a la desestabilización de las dinastías.

Entre los monarcas del reino del norte pueden mencionarse algunos que se destacaron por razones
políticas o religiosas, Jeroboam I (931–910 a.C.) independizó a Israel de Judá en la esfera cúltica,
instaurando en Betel y Dan santuarios nacionales para la adoración de ídolos (1 R 12.25–33). Omri
(885–874 a.C.) y su hijo Ahab (874–853 a.C.) fomentaron el sincretismo religioso en el pueblo, para
integrar al reino la población cananea. La tolerancia y el apoyo al baalismo (1 R 16.30–33) provocaron la
resistencia y la crítica de los profetas (1 R 13.4). Jehú (841–814 a.C.), quien fundó la dinastía de mayor
duración en Israel, llegó al poder ayudado por los adoradores de Yavé. Inicialmente se opuso a las
prácticas sincretistas del reino (2 R 9); sin embargo, fue rechazado después por el profeta Óseas debido
a sus actitudes crueles (2 R 9.14–37).

Jeroboam II (783–743 a.C.) reinó en un período de prosperidad (2 R 14.23–29).

La decadencia final del reino de Israel surgió en el reinado de Óseas (732–724 a.C.), cuando los asirios
invadieron y conquistaron Samaria en el 721 a.C. (2 R 17).

La destrucción del reino de Israel a manos de los asirios se efectuó de forma paulatina y cruel: En primer
lugar, se exigió tributo a Menahem (2 R 15.19–20); luego se redujeron las fronteras del estado y se
instaló a un rey sometido a Asiria (2 R 15.29–31); finalmente, se integró todo el reino al sistema de
provincias asirias, se abolió toda independencia política, se deportaron ciudadanos y se instaló una clase
gobernante extranjera (2 R 17). Con la destrucción del reino del norte, Judá asumió el nombre de Israel.

El imperio asirio continuó ejerciendo su poder en Palestina hasta que fueron vencidos por los medos y
los caldeos (babilonios). El faraón Necao de Egipto trató infructuosamente de impedir la decadencia
asiria. En la batalla de Meguido murió el rey Josías (2 Cr 35.20–27; Jer 22.10–12)—famoso por
introducir una serie importante de reformas en el pueblo (2 R 23.4–20)—; su sucesor, Joacaz, fue
posteriormente desterrado a Egipto. Nabucodonosor, al mando de los ejércitos babilónicos, finalmente
triunfó sobre el ejército egipcio en la batalla de Carquemis (605 a.C.), y conquistó a Jerusalén (597 a.C.).
En el 587 a.C. los ejércitos babilónicos sitiaron y tomaron a Jerusalén, y comenzó el período conocido
como el exilio en Babilonia. Esa derrota de los judíos ante Nabucodonosor significó: la pérdida de la
independencia política; el colapso de la dinastía davídica (cf. 2 S 7); la destrucción del templo y de la
ciudad (cf. Sal 46; 48), y la expulsión de la Tierra prometida. Algunos adoradores que se destacan en
este periodo:

1) ELÍAS: Profeta cuyo ministerio se desarrollo en el Reino del Norte , bajo los reinados de Acab,
Ocozías y Joram, aproximadamente en el año 865 a.C. su nombre significa Jehová es Dios. Por su
sobrenombre, Tisbita, se cree que nació en Tisbe, en las montañas de Galaad, identificado
tradicionalmente con un lugar situado al norte del río Jaboc, hoy llamado Zerka. Se desconoce su origen
y antecedentes. Su ministerio profético se narra en 1 R 17–19; 21; 2 R 1–2. Su actividad pública
comienza cuando enfrenta a Acab, rey de Israel, para anunciarle tres años de sequía. Por indicación
divina, debió esconderse junto al arroyo de Querit, al este del Jordán, y luego en la casa de una viuda en
Sarepta, Fenicia. En ambos lugares fue alimentado milagrosamente: en el primero por cuervos, y en el
segundo mediante una milagrosa provisión de harina y aceite durante la sequía. Dios se sirvió de él para
resucitar al hijo de la viuda (1 R 17.2–24). En su segundo encuentro con Acab, concertado por medio de
Abdías su mayordomo, Elías propuso la gran concentración de los cuatrocientos cincuenta profetas de
Baal y cuatrocientos cincuenta de Asera, para demostrar delante de todo el pueblo quién era el
verdadero Dios.

Los falsos profetas fracasaron al invocar a sus dioses, pero Dios honró a su profeta y contestó su
oración enviando fuego del cielo que consumió el holocausto y el altar de Jehová que Elías construyó.
Aclaman a Jehová y Elías degüella a los profetas de Baal junto al arroyo de Cisón (1 R 18.1–46) y
anuncia a Acab la llegada de la lluvia. No obstante las manifestaciones divinas, ni el pueblo ni sus
gobernantes se arrepienten. La reina Jezabel trama la muerte de Elías, quien huye al desierto donde,
desalentado, desea la muerte.

Un ángel alimenta al profeta y le fortalece para caminar durante cuarenta días hasta Horeb, el monte de
Dios. Allí contempla la majestad de Dios en un silbo apacible y recibe una triple orden divina: la unción
de Hazael y Jehú por reyes de Siria e Israel, respectivamente, y la de Eliseo por sucesor suyo (1 R 19.1–
17). Pasadas las guerras con Siria, e indignado por la traición conjurada por Jezabel contra Nabot para
adueñarse de su viña, Elías vuelve a enfrentarse con Acab y le anuncia la sentencia que Dios decretó (1
R 21.17–24). Esta se cumple para Jezabel en 2 R 9.30–37, pero es detenida por Acab, por haberse
arrepentido, hasta el reinado de Ocozías su hijo (1 R 21.27–29; 2 R 10.10–17). Ocozías, que recibe el
anuncio de su muerte enviado por Elías, intenta arrestar al profeta por medio de tres sucesivos grupos
de personas armadas. Fuego que desciende del cielo aniquila a los dos primeros y el capitán del tercer
grupo pide clemencia. Elías perdona al tercer grupo y es conducido ante Ocozías, delante de quien
confirma su mensaje de juicio (2 R 1). Eliseo, ya ungido como sucesor de Elías, no se aparta de este. A
la vista de cincuenta de los hijos de los profetas, Elías divide las aguas del Jordán con su manto y
ambos cruzan el río. Eliseo le pide «una doble porción» de su espíritu. Mientras hablan, un carro de
fuego los separa; Elías sube al cielo en un torbellino y Eliseo recoge su manto (2 R 2.1–12). Años
después, Joram, rey de Judá y yerno de Acab, recibe una carta de Elías, escrita antes de su
arrebatamiento, prediciéndole su próxima enfermedad y muerte (2 Cr 21.12–15). El profeta Malaquías
(4.4, 6) afirmó que Elías volvería a aparecer «antes que venga el día de Jehová, grande y terrible». La
expectativa por este regreso en el Nuevo Testamento en relación con Juan el Bautista (Mt 11.14; 17.10–
13; Lc 1.17; Jn 1.21–25) y con Jesús. Elías aparece en el monte de la Transfiguración con Moisés, junto
a Jesús (Lc 9.30–33). Jacobo y Juan lo mencionan en Lc 9.54. Algunos testigos de la crucifixión
pensaron que el Señor llamaba a Elías desde la cruz (Mt 27.47–49). Pablo recuerda la escena del monte
Carmelo en Romanos 11.2–4, y Santiago (5.17, 18) destaca a Elías como hombre poderoso en oración.
En el Antiguo Testamento se mencionan otros tres Elías. Uno era descendiente de Benjamín (1 Cr 8.27)
y los otros dos pertenecían al grupo de los hijos de los sacerdotes que se unieron con mujeres
extranjeras (Esd 10.21, 26).

2) JOSAFAT: Rey de Judá (ca. 870–848 a.C.), hijo y sucesor de Asa. Durante su reinado se inició una
época de amistad entre Israel y Judá que no habían cesado de pelear entre sí desde la muerte de
Salomón. Josafat y Acab celebraron una alianza que culminó con el matrimonio de Atalía, hija de Acab,
con Joram, hijo de Josafat. Al principio el arreglo pareció muy promisorio, pero el resultado no lo fue. A
pesar de la advertencia de Micaías, Josafat salió juntamente con Acab contra Ramot de Galaad. Los
cuatrocientos profetas de Josafat habían predicho la victoria, pero Micaías profetizó la muerte de Acab,
la cual en efecto sucedió (1 R 22.13–40). Desde el punto de vista político y religioso, Josafat fue un buen
rey. Conquistó Edom, lo cual le proporcionó una fuente de ingresos fruto del comercio con los árabes.
Segundo de Crónicas dedica cuatro capítulos (17–20) a su reinado y destaca que fortificó ciudades,
colocó tropas en las ciudades efrateas que su padre había conquistado y lo temieron todos sus vecinos.
Tanto filisteos como árabes le traían tributos y regalos, y logró formar un gran ejército. Gracias a este
ejército, derrotó a una coalición moabita, amonita y edomita, después de lo cual convocó a una
asamblea popular para buscar el favor de Dios. Josafat se preocupó porque se instruyera al pueblo en la
Ley, y envió levitas y sacerdotes a los campos para impartirla. A él se atribuye también el mejoramiento
del sistema de justicia, pues estableció jueces en todas las ciudades fortificadas de Judá y una corte de
apelación en Jerusalén (1 R 22.1–50; 2 R 3.1–27).

3) EZEQUÍAS: (Jehová es fortaleza). duodécimo rey de Judá (ca. 715–687 a.C.), hijo de Acaz (2 R 18–
20; 2 Cr 29–32; Is 36–39). Lo primero que hizo Ezequías como rey fue limpiar el templo y restaurar la
verdadera adoración a Jehová. Quitó los lugares altos, rompió las imágenes y abrió las puertas del
templo. Destruyó la serpiente de bronce de Moisés porque la gente la adoraba. Celebró la Pascua en
gran escala.

Ezequías atacó a los filisteos y reconquistó las ciudades que su padre perdió. Enfrentó invasiones de los
asirios. En 722 a.C. los asirios se apoderaron de Samaria, capital de Israel, y llevaron cautivas a las diez
tribus. En 701 a.C., Senaquerib, rey de Asiria, tomó las ciudades fortificadas de Judá y sitió a Jerusalén,
a la cual ordenó que se rindiera.

Ezequías entró en el templo y extendió las cartas de los asirios ante Jehová y oró. Dios contestó, y esa
misma noche el ángel de Jehová destruyó al ejército asirio y Senaquerib regresó derrotado a Nínive.
Para la defensa y el mejoramiento del país, Ezequías realizó importantes construcciones. Hizo
depósitos, establos y apriscos. Fortificó varias ciudades con muros y torres, e hizo escudos y espadas.
Para que Jerusalén tuviera agua fresca, cubrió los manantiales de Gihón y construyó la cañería y el
estanque de Siloé, una obra de gran ingenio.

En el apogeo de su poder, Ezequías recibió mensajeros de Merodac-baladán, rey de Babilonia, a


quienes mostró todas las riquezas de su dominio. Como consecuencia de su orgullo, Isaías le profetizó
que todo se llevaría como botín a Babilonia. Ezequías también supervisó la compilación de los
proverbios de Salomón (Pr 25.1). Ezequías enfermó de gravedad y, hallándose al borde de la muerte, se
arrepintió y pidió misericordia. Dios le concedió quince años más de vida, después de los cuales murió
en paz.

4) JOSÍAS: Rey de Judá (ca. 639–609 a.C.), coronado por el pueblo a la edad de ocho años, después
que su padre, Amón, fue asesinado. Los relatos de los libros de Reyes y Crónicas concuerdan en
señalar a Josías como el más recto de los reyes de Judá. Debido sin duda a los serios problemas que
Asiria tenía con sus enemigos en el Oriente, Josías pudo conquistar rápidamente las antiguas provincias
del reino del norte y librarse en gran parte del tutelaje de los asirios. Josías extendió las fronteras de su
reino hasta alcanzar los límites que el reino unido había tenido en tiempos de David, con quien lo
comparan sus cronistas.

Paralelamente con sus conquistas territoriales, Josías emprendió una reforma religiosa de grandes
alcances e implicaciones políticas notables.

Esta reforma tuvo como principal objetivo extirpar del pueblo de Judá las prácticas cananeas y la
adoración de las diversas divinidades extranjeras. El hecho de que abarcara también a las provincias del
norte, muestra que ya Josías había conquistado dicho territorio. No obstante lo anterior, el reinado de
Josías significó un esplendor efímero para el reino de Judá. Toda su gloria, el resurgimiento de la
adoración a Jehová y las conquistas territoriales fueron apenas destellos finales en la historia del reino
del sur. Josías había visto desplomarse en pocos años el gran Imperio Asirio y la destrucción de Nínive
en el año 612 a.C., y además sabía que aunque los asirios luchaban por sobrevivir, sus días como
imperio y como pueblo estaban contados. Esto también lo sabían Sofonías, Jeremías, Nahum y
Habacuc. Pero no por ello dejaban de anunciar con insistencia la destrucción de Judá y de Jerusalén. A
cambio de los asirios, empezaba a levantarse el nuevo e inmisericorde Imperio Babilónico, y este hecho
aterraba a Josías. Tantos fueron los temores de este, que cuando faraón Necao salió con sus tropas
para combatir contra los asirios, aunque el mismo Necao trató de disuadirlo, Josías se le enfrentó en
Meguido. Allí hirieron gravemente a Josías y murió. Su muerte echó por tierra las esperanzas, sobre
todo de quienes lo habían comenzado a ver como el esperado restaurador del reino davídico (2 R
21.24–23.30; 2 Cr 33.25–35.27). Aparte de la posible defensa de Sofonías (si se le sitúa en su época),
hay una crítica muy severa de Jeremías a su reinado. En 3.6–11 expresa que su reforma fue hipócrita y,
en su famoso «sermón del templo» (7.25), denuncia la opresión, la injusticia, la inmoralidad y el culto
idólatra. Otras condenas en 6.16–21; 7.1–15; 8.4–9.

VI. ADORADORES EN EL PERIODO DE LA CAUTIVIDAD. (587–538 a.C.)

Al conquistar a Judá, los babilonios no impusieron gobernantes extranjeros, como ocurrió con el triunfo
asirio sobre Israel, el reino del norte. Judá, al parecer, quedó incorporada a la provincia babilónica de
Samaria. El país estaba en ruinas, pues a la devastación causada por el ejército invasor se unió el
saqueo de los países de Edom (Abd 11) y Amón (Ez 25.1–4). Aunque la mayoría de la población
permaneció en Palestina, un núcleo considerable del pueblo fue llevado al destierro.

Los babilonios permitieron a los exiliados tener familia, construir casas, cultivar huertos (Jer 29.5–7) y
consultar a sus propios líderes y ancianos (Ez 20.1–44). Además, les permitieron vivir juntos en Tel Abib,
a orillas del río Quebar (Ez 3.15; cf. Sal 137.1). Paulatinamente, los judíos de la diáspora se
acostumbraron a la nueva situación política y social, y las prácticas religiosas se convirtieron en el mayor
vínculo de unidad en el pueblo.

El período exílico (587–538 a.C.), que se caracterizó por el dolor y el desarraigo, produjo una intensa
actividad religiosa y literaria. Durante esos años se reunieron y se pusieron por escrito muchas
tradiciones religiosas del pueblo. Los sacerdotes—que ejercieron un liderazgo importante en la
comunidad judía, luego de la destrucción del templo—contribuyeron considerablemente a formar las
bases necesarias para el desarrollo posterior del judaísmo.

Ciro, el rey de Anshán, se convirtió en una esperanza de liberación para los judíos deportados en
Babilonia (Is 44.21–28; 45.1–7). Luego de su ascensión al trono persa (559–530 a.C.) pueden
identificarse tres sucesos importantes en su carrera militar y política: la fundación del reino medo-persa,
con su capital en Ecbatana (553 a.C.); el sometimiento de Asia Menor, con su victoria sobre el rey de
Lidia (546 a.C.); y su entrada triunfal a Babilonia (539 a.C.). Su llegada al poder en Babilonia puso de
manifiesto la política oficial persa de tolerancia religiosa, al promulgar, en el 538 a.C., el edicto que puso
fin al exilio.

Por aquella época comenzaron a aparecer las sinagogas, donde el pueblo adoraba, oraba, leía la Ley,
cantaba los salmos y comentaba los escritos proféticos. Además, un grupo de sacerdotes trabajaba
activamente con el fin de recoger y preservar los textos sagrados que constituían el patrimonio espiritual
de Israel. Entre ellos hay que mencionar especialmente a Ezequiel, quien en su doble condición de
sacerdote y profeta (cf. Ez 1.1–3; 2.5) ejerció una influencia singular.

En medio de estas condiciones favorables, muchos exiliados desistieron de volver a Palestina; otros, en
cambio, conservaron la esperanza y el deseo de retornar a la patria. Entre estos también había quienes
no ocultaban su resentimiento contra Babilonia, por los muchos males que les había infligido (Sal 137.8–
9; cf. Is 47.1–3). Estos estuvieron seguramente entre los principales animadores del movimiento de
retorno.

Hombres que se destacaron por ser verdaderos adoradores a pesar de las circunstancias en que vivía el
pueblo, descritas en el Salmo 137, son:
1) EZEQUIEL: (en hebreo, Yehezquel, o sea, Dios fortalece). Uno de los profetas mayores. Por ser hijo
de un sacerdote, Buzi (1.3), quizás lo criaron en los alrededores del templo con miras a continuar el
oficio de su padre.

Sin embargo, debido a la toma militar de su nación en 597 a.C., lo llevaron cautivo a Babilonia, junto con
el rey Joaquín y otros nobles (2 R 24.14–17). Tal vez permaneció en el cautiverio toda su vida. Se
estableció primero con los demás cautivos en Tel-abib (Ez 3.15) junto al río Quebar. Pero, como
cualquier desterrado, sus pensamientos siempre volvían a su ciudad natal y se interesaba
profundamente en todo lo que en ella pasaba. En 593 a.C., cuando ya tenía 30 años (Ez 1.1), la edad
cuando por lo general se iniciaba el ministerio sacerdotal, Ezequiel tuvo visiones por las que recibió su
vocación profética (Ez 1–3). La esposa de Ezequiel murió de repente el mismo día que Nabucodonosor
tomó a Jerusalén (586 a.C.), pero Dios le prohibió el luto al profeta (24.1, 2, 15–18). No se sabe si el
profeta tuvo hijos. El libro de Ezequiel refleja el conflicto emocional entre el hombre que se preparó para
ser sacerdote (exactitud litúrgica) y aquel que Dios llamó a ser mensajero (pasión profética). El joven que
siempre quiso oficiar en el culto del templo de Jerusalén tuvo que aprender a adorar a Dios sin templo y
sin sacrificios, en tierra extranjera, y enseñó a su pueblo a hacer lo mismo (cf. Jn 4.23). Sin embargo,
siempre mantuvo una vívida esperanza en la restauración completa del pueblo, la ciudad y el templo (Ez
33–48). El ministerio de Ezequiel duró unos veintidós años hasta 571 a.C. (Ez 29.17), y quizás aun más.
Junto con Esdras se considera como el padre del Judaísmo del poscautiverio.

2) DANIEL: El cuarto de los profetas mayores. Pertenecía a una familia noble de Judá (Dn 1.6), tal vez
incluso de sangre real (Josefo, Antigüedades, X.x.1). En 605 a.C. fue llevado a Babilonia en la primera
deportación. Fue educado en la corte de Nabucodonosor, instruido en la escritura y el idioma de los
babilonios y se le dio el nombre de ® Beltsasar. Después de unos tres años de educación y de resistir el
impacto de la cultura y la religión babilónica, según el libro de Daniel, este y sus compañeros
aventajaban a todos los demás, por lo que recibieron buenos puestos al servicio del rey. Se hizo famoso
como intérprete de visiones (Dn 2–5). Su fama creció cuando, mediante sus propias visiones, profetizó el
triunfo del reino mesiánico (Dn 7–12). Se distinguió por su valor y su tenaz observancia de la Ley. Gozó
de la protección especial de Jehová, tanto en la corte (Dn 1) como en el foso de leones (Dn 6). Con gran
sabiduría sirvió en el gobierno bajo Nabucodonosor, Belsasar y Darío el medo. Tuvo su última visión en
el tercer año de Ciro (536 a.C.) cuando ya tenía 80 años. Según una tradición rabínica, Daniel volvió a
Jerusalén con los cautivos liberados por el decreto de Ciro. Fuera del libro de Daniel, la única mención
bíblica de Daniel como profeta la hace Cristo (Mc 13.14 // Mt 24.15). Daniel fue un gran adorador en el
Daniel 6: 10, podemos apreciar como Daniel entraba en su cámara y se arrodillaba y oraba tres veces al
día por la ventana que daba en dirección a Jerusalén.

VII. ADORADORES EN EL PERIODO DE LA RESTAURACIÓN, (538–333 a.C.)

El edicto de Ciro—del cual la Biblia conserva dos versiones (Esd 1.2–4; 6.3–5)—permitió a los
deportados regresar a Palestina y reconstruir el templo de Jerusalén (con la ayuda del imperio persa).
Además, permitió la devolución de los utensilios sagrados que habían sido llevados a Babilonia por
Nabucodonosor.

Al finalizar el exilio, el retorno a Palestina fue paulatino. Muchos judíos prefirieron quedarse en la
diáspora, particularmente en Persia, donde prosperaron económicamente y, con el tiempo,
desempeñaron funciones de importancia en el imperio. El primer grupo de repatriados llegó a Judá,
dirigido por Sesbasar (Esd 1.5–11), quien era funcionario de las autoridades persas. Posteriormente se
reedificó el templo (520–515 a.C.) bajo el liderazgo de Zorobabel y el sumo sacerdote Josué (Esd 3–6),
con la ayuda de los profetas Hageo y Zacarías.

Con el paso del tiempo se deterioró la situación política, social y religiosa de Judá. Algunos factores que
contribuyeron en el proceso fueron los siguientes: dificultades económicas en la región; divisiones en la
comunidad; y, particularmente, la hostilidad de los samaritanos.
1) NEHEMÍAS: copero del rey Artajerjes I, recibió noticias acerca de la situación de Jerusalén en el 445
a.C., y solicitó ser nombrado gobernador de Judá para ayudar a su pueblo. La obra de este reformador
judío no se confinó a la reconstrucción de las murallas de la ciudad, sino que contribuyó
significativamente a la reestructuración de la comunidad judía postexílica, en cuanto al Culto y la
adoración. (Neh 10).

2) ESDRAS: fue esencialmente un líder religioso. Además de ser sacerdote, recibió el título de «maestro
instruido en la ley del Dios del cielo», que le permitía, a nombre del imperio persa, enseñar y hacer
cumplir las leyes judías en «la provincia al oeste del río Éufrates» (Esd 7.12–26). Su actividad pública se
realizó en Judá, posiblemente a partir del 458 a.C.—el séptimo año de Artajerjes I (Esd 7.7)—; aunque
algunos historiadores la ubican en el 398 a.C. (séptimo año de Artajerjes II), y otros, en el 428 a.C.
Esdras contribuyó a que la comunidad judía postexílica diera importancia a la ley. A partir de la reforma
religiosa y moral que promulgó, los judíos se convirtieron en «el pueblo del Libro». La figura de Esdras,
en las leyendas y tradiciones judías, se compara con la de Moisés.

VII. ADORADORES EN EL NUEVO TESTAMENTO

PERIODO INTERTESTAMENTARIO: La época del dominio persa en Palestina (539–333 a.C.) finalizó
con las victorias de Alejandro Magno (334–330 a.C.), quien inauguró la era helenista, la época griega
(333–63 a.C.). Después de la muerte de Alejandro (323 a.C.), sus sucesores no pudieron mantener
unido el imperio. Palestina quedó dominada primeramente por el imperio egipcio de los tolomeos o
lágidas (301–197 a.C.); posteriormente, por el imperio de los seléucidas.

Durante la época helenística, el gran número de judíos en la diáspora hizo necesaria la traducción del
Antiguo Testamento en griego, versión conocida como Los Setenta (LXX). Esta traducción respondía a
las necesidades religiosas de la comunidad judía de habla griega, particularmente la establecida en
Alejandría.

En la comunidad judía de Palestina el proceso de helenización dividió al pueblo. Por un lado, muchos
judíos adoptaban públicamente prácticas helenistas; otros, en cambio, adoptaron una actitud fanática de
devoción a la ley. Las tensiones entre ambos sectores estallaron dramáticamente en la rebelión de los
macabeos.

Al comienzo de la hegemonía seléucida en Palestina, los judíos vivieron una relativa paz religiosa y
social. Sin embargo, esa situación no duró mucho tiempo. Antíoco IV Epífanes (175–163 a.C.), un
fanático helenista, al llegar al poder se distinguió, entre otras cosas, por profanar el templo de Jerusalén.
En el año 167 a.C. edificó una imagen de Zeus en el templo; además, sacrificó cerdos en el altar (para
los sirios los cerdos no eran animales impuros). Esos actos incitaron una insurrección en la comunidad
judía.

Al noroeste de Jerusalén, un anciano sacerdote de nombre Matatías y sus cinco hijos—Judas, Jonatán,
Simón, Juan y Eleazar—, organizaron la resistencia judía y comenzaron la guerra contra el ejército sirio
(seléucida). Judas, que se conocía con el nombre de «el macabeo» (que posiblemente significa
«martillo»), se convirtió en un héroe militar.

En el año 164 a.C. el grupo de Judas Macabeo tomó el templo de Jerusalén y lo rededicó al Señor. La
fiesta de la Dedicación, o Hanukká (cf. Jn 10.22), recuerda esa gesta heroica. Con el triunfo de la
revolución de los macabeos comenzó el período de independencia judía.

Luego de la muerte de Simón—último hijo de Matatías—, su hijo Juan Hircano I (134–104 a.C.) fundó la
dinastía asmonea. Durante este período, Judea expandió sus límites territoriales; al mismo tiempo, vivió
una época de disturbios e insurrecciones. Por último, el famoso general romano Pompeyo conquistó a
Jerusalén en el 63 a.C., y reorganizó Palestina y Siria como una provincia romana. La vida religiosa judía
estaba dirigida por el sumo sacerdote, quien, a su vez, estaba sujeto a las autoridades romanas.

La época del Nuevo Testamento coincidió con la ocupación romana de Palestina. Esa situación perduró
hasta que comenzaron las guerras judías de los años 66–70 d.C., que desembocaron en la destrucción
del segundo templo y de la ciudad de Jerusalén.

Es bueno mencionar estos aspectos ya que el pueblo judío luchó contra todas estas influencias
imperiales, para mantener su monoteísmo, El imperio Romano sostenía que el Emperador era un Dios y
debía ser adorado como tal, siendo esta una de las mayores causas de persecución de los cristianos de
los tres primeros siglos después de Cristo.

1) JESÚS: Jesús nos da la clave para adorar en Juan 4:23,24 “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales
adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es
necesario que adoren.” Con esto lo que quería decir el Señor era que lo importante importa no es dónde
se rinde culto, sino la disposición de la mente y el corazón. La verdadera adoración no es una mera
fórmula o un ceremonial, sino una realidad espiritual que está en armonía con la naturaleza de Dios, que
es Espíritu. La adoración debe ser también en verdad, o sea, trasparente, sincera y de acuerdo con el
mandato bíblico. En Mateo Capitulo 6 : 1-18 Jesús nos da otras pautas para la verdadera adoración .
Cristo pone la adoración primero, puesto que la relación de uno con Dios determina su relación con el
mundo y con las demás personas. La clave es el versículo 1. El pensamiento principal es que nuestra
relación con Dios debe ser secreta, para que Dios la vea y no para que la gente la aplauda. Dios no
permitirá dos recompensas, una de los humanos y otra del cielo. Establece tres aspectos: A. Dar (vv. 2–
4). A los fariseos les encantaba hacer propaganda de sus ofrendas (Mc 12.38–40). ¡Cómo le encanta a
la gente de hoy decirles a otros cuánto ha dado! Si este es el motivo para sus ofrendas, ya tienen su
recompensa, la alabanza de la gente. Pero no tienen recompensa del Padre. B. Orar (vv. 5–15). Jesús
dice: «Cuando ores» y no «Si es que oras»; Él espera que oremos. La primera cosa que caracterizaba a
Pablo después de su conversión fue sus oraciones (Hch 22.17). Jesús enfatizó que es un pecado orar
para ser visto y oído de otros. La oración es comunión secreta con Dios, aun cuando en la Biblia
ciertamente se autoriza la oración. Sin embargo, nadie que no ora en privado debe orar en público;
porque eso sería hipocresía. Jesús destaca tres errores comunes respecto a la oración: (1) orar para ser
oído de otros (vv. 5–6); (2) orar meras palabras, repetición vacía (vv. 7–8); y (3) orar con pecado en el
corazón (vv. 14–15). Dios no nos perdona debido a que nosotros perdonamos a otros, sino sobre la base
de la sangre de Cristo (1 Jn 1.9). Sin embargo, un espíritu no perdonador estorbará una vida de oración,
y muestra que la persona no tiene una comprensión de la gracia de Dios. La llamada «Oración del
Señor» en los versículos 9–13 no fue dada para que se la recite sin sentido. Más bien es un modelo para
que lo usemos para aprender a orar. Es una «oración familiar» (nótese la repetición de «nosotros» y
«nuestros»). Pone el nombre de Dios, su reino y voluntad antes que las necesidades terrenas de la
gente. Nos previene en contra de orar egoístamente. C. Ayunar (vv. 16–18). El verdadero ayuno es del
corazón, no simplemente del cuerpo (véanse Jl 2.13; Is 58.5). Para el cristiano el ayuno es preparación
para la oración y otros ejercicios espirituales. Quiere decir dejar a un lado cosas menores para ganar
algo mayor, y esto puede incluir alimento o sueño.

2) MARIA DE BETANIA: Era hermana de Marta y Lázaro. Era sin duda discípula de Jesús, y cuando
este llegó a su casa, dejó a su hermana las preocupaciones domésticas para sentarse a los pies del
Maestro. Jesús elogió la acción de María cuando Marta reclamó la ayuda de esta (Lc 10.38–42).
Aparece especialmente en la narración de la enfermedad y muerte de Lázaro su hermano, lo cual
ocasionó otra visita de Jesús a Betania, y dio a María la oportunidad de mostrar otra vez su devoción (Jn
11.1–44) y su fe en Jesús (v. 32). Más tarde también mostró esa devoción ungiendo los pies del Señor
en una expresión de significante adoración (Lc 7.36–50), acto ocurrido casi en el inicio del ministerio de
Jesús en Galilea, en casa de un fariseo. Por otro lado, parece que Mateo (26.6–13) y Marcos (14.3–9) sí
se refieren a María sin nombrarla y con la diferencia de que el ungimiento es en la cabeza. Jesús
interpretó este acto a la luz de su muerte inminente.
3) LOS MAGOS DE ORIENTE: En el Nuevo Testamento mago se refiere tanto a los que tienen sabiduría
especial (Mt 2), como a los hechiceros (Hch 8.9; 13.6, 8). Los magos de Mt 2 debieron ser naturales de
algún país como Persia, Arabia o Babilonia donde habían vivido judíos desde hacía muchos siglos (cf. 2
R 17.6), y donde se conocería la profecía de la «estrella de Jacob» (Nm 24.17), que formaba parte de la
esperanza mesiánica del siglo I. Estos personajes adoraron a Jesús en su nacimiento dando regalos
para el Rey, estos regalos fueron Oro, incienso y mirra.

VII. ADORADORES EN LA ÉPOCA APOSTÓLICA

El día de Pentecostés, narrado en Hch 2, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos y los
llenó con el poder necesario para proclamar el evangelio por todo el mundo. A esta unción la acompañó
«un estruendo como de un viento recio» y la aparición de Lenguas «como de fuego», que se asentaron
sobre cada uno de ellos. Comenzaron a testificar en «otras lenguas» y los extranjeros presentes les
oyeron hablar «cada uno ... en su propia lengua». Se considera que esta ocasión fue el verdadero
comienzo de la Iglesia cristiana. Es digno de notar que «las primicias» de los tres mil convertidos se
presentaron al Señor en ese día. En el aposento alto donde moraban Pedro y Jacobo, Juan, Andrés,
Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de Jacobo.
Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de
Jesús, y con sus hermanos. (Hc 1: 13,14). Es importante destacar que aquel grupo de personas estaban
adorando a Dios, y de esta adoración nació la Iglesia hasta nuestro días.

Algunos adoradores mencionados en la Biblia son:

1) PABLO: (en griego, Paulus, cf. en latín, pequeño). «Apóstol a los gentiles» (Ro 11.13) llamado
también Saulo (en hebreo, pedido; Saúl). Probablemente llevaba ambos nombres desde la niñez, pero
comenzó a usar el nombre grecorromano al iniciar su ministerio entre los gentiles. Su conversión al
evangelio fue una prueba contundente de la veracidad del mensaje cristiano. Sus enseñanzas han
contribuido grandemente a la formación del pensamiento cristiano. Como autor, solamente lo supera
Lucas en la extensión de su contribución al Nuevo Testamento. Fundó iglesias en Asia Menor,
Macedonia y Grecia durante tres viajes misioneros.

Trabajó ministrando en Roma y posiblemente viajó hasta España predicando el evangelio. Sus cartas
son un dechado de doctrina y ética sobre los cuales están fundadas las bases de la iglesia cristiana.
Pablo establece los principios de cómo debe ser la adoración: Adoración verdadera: “Así que, hermanos,
os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios, que es vuestro culto raciona”. Romanos 12.1. El creyente es un Templo de Dios, su
adoración debe ser constante: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en
vosotros?” Corintios 3.16. Adoración sin impedimento, “Esto lo digo para vuestro provecho; no para
tenderos lazo, sino para lo honesto y decente, y para que sin impedimento os acerquéis al Señor.” 1
Corintios 7.35. Malas actitudes en la adoración: 1 Corintios 11.17–32. Transportan ídolos mudos:
“Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos.”
1 Corintios 12.2. Orden en la adoración: 1 Corintios 14.1–40. Participación de todos en la adoración: 1
Corintios 14.26. Evitar confusiones en la adoración: 1 Corintios 14.29–33, 40. Actividad y conducta en la
adoración: Efesios 5.19–21. Regulaciones en la adoración: 1 Timoteo 2.9–15.

2) SILAS, Silvano: «Varón principal» de la iglesia en Jerusalén (Hch 15.22) y compañero de Pablo en su
segundo viaje misional (15.40). Era judío y a la vez ciudadano romano, al igual que Pablo (16.37); tenía
el don de profecía (15.32). Al Silas de Hch generalmente se le identifica con el Silvano de las Epístolas
(2 Co 1.19; 1 Ts 1.1; etc.). Silas fue comisionado con Judas Barsabás para acompañar a Pablo y
Bernabé hasta Antioquía y junto con ellos llevó el decreto del Concilio de Jerusalén para su
confirmación.
Permaneció un tiempo en Antioquía a fin de consolar y edificar a los creyentes (Hch 15.22–35). Puesto
que el v. 34 falta en los principales manuscritos, probablemente Silas regresó con Judas a Jerusalén.
Después del desacuerdo con Bernabé, Pablo escogió a Silas como compañero, elección que
probablemente se debió a tres cualidades de Silas: era ciudadano romano, miembro de la iglesia en
Jerusalén y dirigente aprobado en su ministerio en Antioquía. Seguramente manifestó simpatía y tacto
en su labor entre los gentiles. Acompañó al apóstol por Siria, Asia Menor y Macedonia hasta Berea
(15.40–17.14), donde se quedó con Timoteo.

Después Pablo llamó a los dos desde Atenas (17.15), pero el relato implica que él ya se hallaba en
Corinto cuando lo alcanzaron (18.5). Evidentemente, 2 Co 11.9 se refiere a la llegada de Silas y Timoteo
y a la ayuda económica que llevaron a Pablo. Segunda de Corintios 1.19 alude al misterio de Silas en
Corinto. Silas (Silvano) aparece mencionado con Pablo y Timoteo en las cartas escritas desde Corinto a
Tesalónica (1 Ts 1.1; 2 Ts 1.1). Después se le menciona solo en 1 P 5.12, donde parece explicarse que
Silas colaboró también con Pedro en la escritura de las cartas de este.

Estos dos hombres Pablo y Silas oraban y cantaban Alabanzas a Dios en la prisión y las puertas de la
cárcel se abrieren. (Hc. 16 : 16-40).

RESUMEN Y CONCLUSIÓN
Adoradores Famosos en la Biblia

Antiguo Testamento

Dónde Propósito de la adoración

Gn 22.1–19 Abraham ofreció el máximo sacrificio de su único hijo en el Monte Moriah.

Éx 15.1–21 Después de que los israelitas cruzaron con seguridad el Mar Rojo, Moisés y el pueblo
entonaron un canto de alabanza al Señor.

1 S 1; 2 Ana le entregó al Señor a su hijo Samuel como acto de adoración y acción de gracias por la
oración contestada.

2 S 6.1–23 Cuando David trajo de regreso el arca del pacto al tabernáculo, danzó ante el Señor.

1 R 18.20–40 Cuando Elías oró el poder de Dios consumió con fuego el altar, y todos cayeron sobre sus
rostros y adoraron a Dios.

2 Cr 20.1–30 El rey Josafat designó cantores para que fueran delante del ejército y cantaran alabanzas.
Dios entregó en sus manos al enemigo.

2 Cr 29 El rey Ezequías volvió a establecer el culto de adoración ordenando a los sacerdotes que
limpiaran el templo y ofrecieran holocaustos. Los sacerdotes cantaban y tocaban instrumentos mientras
todo el pueblo adoraba.

2 Cr 34.1–33 El rey Josías destruyó los altares de Baal y las imágenes de madera en Israel y de este
modo restauró la verdadera adoración al pueblo.

Nuevo Testamento
Dónde Propósito de la adoración

Mt 2.1–12 Después de un largo viaje, los sabios llegaron a Belén y adoraron al niño Jesús, honrándole
con obsequios costosos.

Mt 26.30 Jesús y los discípulos cantaron un himno después de la última cena y antes de salir para el
jardín del Getsemaní.

Lc 1.46–55 Maria alabó a Dios con un canto después de oír a Elisabet bendecir al hijo que todavía no
había nacido, Jesús.

Lc 2.36–38 Ana, una viuda de muchos años, oraba y ayunaba día y noche en el templo.

Lc 21.1–4 La viuda dio en el templo todo lo que tenía como ofrenda y acto de adoración.

Jn 9.13–41 Después de que el ciego fue sanado, adoró a Jesús.

Jn 12.1–8 María, en la casa de Simón, ungió para la sepultura los pies de Jesús con un costoso perfume
como ofrenda de adoración.

Hch 16.16–40 Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas a Dios en la prisión y las puertas de la cárcel
se abrieron.

Repasando los dieciséis casos que anteceden , vemos que la Biblia esta llena de hombres que adoraron
a Dios y que dieron su vida al servicio de Él.

En resumen

En cada situación Dios es digno de recibir adoración y alabanza. Los personajes bíblicos de fe
claramente demuestran ese hecho. Todo el objetivo de nuestro estudio se cumplirá si usted, el lector,
interioriza la verdad de que:

Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa;

Tú sustentas mi suerte.

Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos,

Y es hermosa la heredad que me ha tocado.

Bendeciré a Jehová que me aconseja;

Aun en las noches me enseña mi conciencia.

A Jehová he puesto siempre delante de mí;

Porque está a mi diestra, no seré conmovido.

Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma;

Mi carne también reposará confiadamente.


Salmo 16.5–9

Ahora bien un análisis de Juan 4:21-24, nos muestra que durante el ministerio de Jesús se estaban
ofreciendo los sacrificios mosaicos en el templo, estos eran sacrificios simbólicos, ordenados hasta el
tiempo de reformar las cosas. El Señor dictamina que “ahora es” cuando los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y verdad, ha llegado la hora para realizar la adoración real.

Atrás quedó la adoración de Moisés, la adoración de David, la adoración del tabernáculo, del templo de
Jerusalén para dar lugar a la adoración verdadera.

Esto nos indica que LA ADORACIÓN VERDADERA NO ES LOCALISTA. Juan 4:21: En la Pacto
Mosaico la adoración estaba limitada al Templo de Jerusalén, no se podían ofrecer sacrificios fuera de
ese lugar. Pero con la llegada del Nuevo Pacto, todo creyente es llamado a ofrecer adoración continua
pues ahora él es el templo del Espíritu Santo. El creyente no está limitado al lugar de reunión, es
llamado a ofrecer siempre sacrificio de alabanza en todo lugar.

Hebreos 13:15. LA ADORACIÓN VERDADERA VIENE DE UN ESPÍRITU QUE CONOCE A DIOS. Juan
4:22: El conocer (Ginosko) a Dios no vine como resultado de el conocimiento teórico sino por medio de
el conocimiento vivencial que se adquiere por medio de la acción de el Espíritu Santo. Cuando creemos
en Jesucristo nos unimos a él de tal manera que llegamos a ser un espíritu con él. 1 Corintios 6:17. Esta
unión es tal real que llegamos a adquirir su misma imagen. 2 Corintios 3:18. Por eso este “saber” (Oída),
traduce ser igual, semejante, parecido. LA ADORACIÓN VERDADERA PROCEDE DE UN ESPÍRITU
PERFECTO (Teleios):Por medio de la obra de Jesucristo, nuestro espíritu fue hecho perfecto y es desde
esta posición que el creyente puede ofrecer verdadera alabanza a Dios. Esta perfección no llega como
resultado de obras o sacrificios, es fruto de la obra de Jesucristo en la cruz. Por eso el creyente debe
reconocer que pertenece hoy a la congregación de los espíritus de los justos hechos perfectos. Hebreos
12:23. DIOS BUSCA LA ADORACIÓN DEL CREYENTE QUE CREE QUE SU ESPÍRITU HA SIDO
HECHO PERFECTO. Juan 4:23. La palabra buscar (Zeteo ), traduce se necesita, hace falta, es preciso.
Cuando un creyente adora con pensamientos de culpabilidad, indignidad, no está creyendo en la obra
consumada por Jesucristo en la cruz, por lo tanto no está en fe y su adoración no es aceptada por Dios
pues proviene de un creyente incrédulo. Hebreos 10:14. LA ADORACIÓN DE UN ESPÍRITU
PERFECTO ES NECESARIA (dei). Juan 4:24: Es necesaria para Dios la persona que adora con un
espíritu perfecto porque: Basa su adoración exclusivamente en la obra de Jesucristo. Adora sentado en
los lugares celestiales. Ingresa por fe en la sangre de Jesucristo directamente en el real lugar santísimo.
(Heb. 10:19).

Ahora la pregunta es: La iglesia de hoy es adoradora antiguo testamentaria o neotestamentaria? Si


estamos dependiendo de un lugar exclusivo para adorar, si adoramos con conciencia de pecado y si
adoramos solo durante el tiempo de reunión, somos unos adorares del Antiguo Pacto. Es necesario que
renovemos nuestro entendimiento y veamos que nuestra vida debe ser una constante adoración a Cristo
y que en los cultos debemos manifestar esa expresión con un sentimiento de dar mas que de recibir.
“Derrama como agua tu corazón ante la presencia del Señor.” Lam. 2:19

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