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¿Hablar es diluvio?
Hace quién sabe cuánto caminaban, cansados y hablando al aire. La madre de Eli todavía
lloraba en casa la muerte de su hermano; Nichil tenía tiempo en la calle; Franca María
sobrevivía mal con hurtos insignificantes; Moritura andaba con ellos porque le daban
lástima y casi no decía nada; a Maro desde hace meses lo asediaban la misma pesadilla y
unas voces. Ninguno quería estar en casa. Más allá de las afueras de la ciudad llegaron a lo
alto de una barranca al anochecer. Abajo vieron un lago sin nadie, al bajar lentamente la
barranca Nichil y Maro imaginaban que ése sería su nuevo escondite, una casa a la
intemperie. El hermano de Eli nunca aprendió a nadar, a ella le hubiera gustado estar ahí
miedo a la noche.
Todos se rieron. Moritura fue un umbral entre el agua fría y su ira al rojo vivo, pero no hizo
nada. Para contener su intenso impulso de violencia les dio la espalda y comenzó a caminar
más allá del lago hasta encontrarse con la amplia entrada de una madriguera entre la hierba.
Le gritó a los demás y entró. Todos lo siguieron. En el breve y oscuro pasillo de tierra
pisaron animales muertos, y sólo Franca María se hincó para ver que eran ratas y un conejo.
La visión de los cadáveres le dio un escalofrío que le torció el rostro y no la dejó parpadear
durante un rato. Al salir, encontraron unos dispersos muros en ruinas que se prolongaban en
todas direcciones hasta donde daba la vista. Se voltearon por todos lados pero ya no vieron
el lago ni la barranca.
A varios metros de altura podrían haber visto los quebrados senderos concéntricos
que trazaban los diezmados muros. Al entrar, Eli silbaba cualquier tonada triste y no
escucharon en la hierba las pisadas del venado que comenzó a seguirlos sigilosamente. Al
– ¡Oigo unos niños por allá! ¡Vamos a ver! – exclamó y corrió, pero allí donde Maro
escuchaba un recreo, Nichil oía el rumor de una masacre y Moritura los gritos de sus padres
regañándolo por andar fuera tan tarde. Eli y Franca María no escuchaban nada, se habían
quedado sordas.
Eli por el vértigo no gritó su sordera, corría al final de los demás y su pecho
Gritó. Maro la escuchó pero cuando se volteó no vio a sus amigos sino un cuarteto de
cuerdas conformado por cuatro famélicos arbolitos vestidos con trajes detrás de
llorar y a preguntar entre gimoteos a sus amigos dónde estaban. Todavía escuchaba el
recreo a lo lejos a pesar de haber corrido tanto. Los demás vieron a Maro convulsionarse en
pasaba.
– ¡Voy por mis papás! – gritó Moritura, pero conforme avanzaba dejó de escuchar
las voces de sus padres y entró entonces lentamente en un trance que lo hizo olvidarse de
ellos y los otros niños. Se ensimismó viendo unos trazos que muro por muro formaban un
dibujo. Cada muro añadía un trazo que al otro le faltaba. No descifraba en las líneas
ninguna figura pero sentía que ellas en él concertaban la única figura dentro de él, la que no
correspondía a nada que hubiera percibido antes. Habiéndose olvidado de todos, se sentó en
el pasto a contemplar esa constelación grabada en la piedra, Eli lo vio a lo lejos y cuando
nada, tampoco le encontraba mucho sentido a decir nada, pero esto era algo que sabía con
Sólo Nichil y Franca María se quedaron con Maro hasta que su epilepsia paró.
en la oscuridad por una habitación que conocía muy bien. Sus dos amigos lo rodearon y
caminaron con él en dirección contraria a la que habían tomado Eli y Moritura. Eli
atravesaba la avenida a la que la había llevado una de las paredes concéntricas, al voltear en
una esquina vio a sus amigos jugando en las ruedas oxidadas de un parque, fue hacia ellos y
ellos la vieron salir por detrás de uno de los muros. En los ojos de Moritura el dibujo había
vería más que un paisaje devastado. Despertó también. Franca María y Nichil vieron a Eli
una estatua de sal parecida a sus sueños nos desdibuja la mano de las reliquias dibujadas en
recargado tras el muro al que Maro los había llevado. A Moritura se le resbalaba por la
nariz un hilillo de sangre y tenía unas ojeras negrísimas, sus ojos parecían de vidrio (tenia
también un tercer ojo mutilado, pero este ni siquiera él podía sentirlo claramente). No
tomabas de un brazo y caminabas, él iba contigo, y eso hizo Franca María. Anduvieron los
cinco juntos de nuevo, entraron progresivamente a una zona donde el espacio entre los
muros se hacía más ancho y en la que había camillas dispersas. Cansado, Nichil quiso
Eli y Franca María veían moverse los labios de los demás y les dijeron que estaban
sordas, sintiendo su voz retumbar dentro de su cabeza. Volvieron a ver que los labios de los
otros se movían e intentaron comunicarse desesperadamente con señas. Del otro lado de
lado de la sordera, los otros razonaron que si en cierta zona del laberinto habían perdido el
pudo contarles del venado que había visto. Nichil se quedó unos minutos más acostado en
quedarse ahí hasta volver a estar juntos. Unas gotas de agua rápidamente se transformaron
no había ningún espacio techado cerca. El mundo se oscureció tanto que Moritura ya no
veía nada. No veía más a Nichil, ni podía ver el suelo ni sus propias manos, daba lo mismo
tener los ojos abiertos o cerrados. Los otros tres se recargaron en un muro pero la tempestad
lo desmoronó rápidamente. Ellos también sintieron que se deshacían y la tierra se los bebió
mientras intentaban moverse y escapar. Los cinco volvieron a reunirse en el cauce de un río
subterráneo. El agua les devolvió los sentidos, Franca María y Eli escucharon el agua que
las arrastraba y la tempestad arriba y el miedo de los otros tres. Maro vio a sus amigos
batallar contra la corriente, las lámparas colgadas en el techo del río y los murales que
estaban dibujados en las paredes. Eran mapas de estrellas, tenían aspecto medieval y cada
tramo se les aparecía como un relámpago. Cada que podían sacar la cabeza a la superficie,
era como si los dibujos en las paredes del túnel los golpeara y los hundiera de nuevo, aún
así, el vaivén entre el hundirse y el atestiguar esa extraña cartografía los hizo sentir un
El río los devolvió al pasto y a los muros interminables. Los escupió por el agujero
de una madriguera. Había amanecido, el suelo estaba seco. Se morían de hambre y sed.
Volvieron a la boca de la madriguera para tomar agua. La corriente del río se volvía
amigable conforme bebían. Al saciar su sed regresaron y no pudieron dejar de mirar al sol.
En el cielo aparecieron tres soles más y no sabían si era que se movían o era su mareo lo
que movía al cielo. Vieron a sus sombras en el pasto desprenderse de ellos y empezar una
fiesta a solas. No podían enfocar ni siquiera estas imágenes suyas. Intentaron sostenerse de
los muros pero al hacerlo se derrumbaban y al caer sonaban como campanarios y alaridos.
lámparas, casas, araucarias arrancadas, semáforos, todo aquello de lo que estaban hechas
las transfiguraciones del laberinto, que era lo mismo de lo que estaban hechas las ciudades.
Los cinco niños, sin embargo, no podían contemplar el panorama. Sentían el cuerpo
como lluvia y conforme avanzaban todo lo que tocaban se volvía papel. Las avenidas y
habitaciones y los murales y la fauna que los había atrapado se volvían un montón de hojas
mojadas. Ellos no sabían qué se estaban volviendo, o qué se habían vuelto. Si alguien más
estuviera allí ¿podría verlos como niños desorientados? ¿O los vería como venados, o
pueblo que sólo su padre sabía cómo se llamaba y dónde estaba. El hombre había cometido
un crimen y era buscado por autoridades y otros criminales. La casa a la que se mudaron
pertenecía a un hombre de oficio desconocido en el pueblo, por lo que era visto con malos
ojos por los demás, quienes se imaginaban era un criminal, lo cual no era del todo erróneo.
Ni Adela ni su madre entendían el idioma que los pobladores hablaban. El hombre sabía
que era español pero nada más. Ellas le sonreían a la gente cuando salían a la calle pero
nadie les devolvía el gesto. El hombre casi nunca salía y en el pueblo comenzó a
Una noche unos señores fueron a tocar a la casa para averiguar quiénes eran y qué
hacían allí. No pensaban ser intimidantes pero sí claros. La familia de Adela, sin embargo,
hombre no quería verse en una situación en la que tuviera que escapar de nuevo del pueblo
así que les invitó un vaso de agua y con señas los invitó a sentarse. Balbuceó algunas
palabras pacíficas. Los señores terminaron por abdicar de sus intentos de esclarecimiento, y
malas personas, tal vez eran mormones, venían del extranjero a hacer quién sabe qué.
Una tarde, luego de comer, Adela se sintió muy cansada y se fue a dormir. Llevaba
días durmiendo la mayor parte del tiempo y conforme más dormía más cansada se sentía.
arriba de su codo. Sin embargo, en el patio su madre vio parte de las cicatrices, se acercó a
ella, alzó la manga de la blusa de su hija y vio la figura. Le preguntó enfurecida a su hija si
se había cortado ese dibujo y ella le contestó que no lo había visto. Frente a un espejo pudo
contemplar mejor el caballo de cicatrices. El hecho la preocupó pues no sabía si las marcas
Ese mismo día el caballo de una familia apareció muerto en su establo. El animal no
tenía heridas visibles. Bien lo podrían haber envenenado. Los niños lloraron la pérdida del
animalito, mientras que a su padre lo angustiaba más la pérdida económica que suponía, no
sólo por el valor del caballo sino por las dificultades que entrañaría no tenerlo ya como
medio de transporte y trabajo. Ni Adela ni su familia se enteraron del incidente. Pero cada
dos o tres días moría un animal en el pueblo y en sus alrededores. Otro caballo, una vaca,
una gallina, un perro, un gato, un toro, incluso las palomas y tordos del parque, los conejos
y las aves del monte, y la piel de Adela comenzó a llenarse de una fauna de cicatrices.
hospital con secrecía. El hombre sabía la ciudad más cercana, y averiguó dónde se tomaban
los autobuses. Llevaron a Adela envuelta totalmente en cobijas para que nadie viera su piel
atenderlos en ese idioma, sin embargo, al encontrarlo no se les ofreció más que la posible
doctor estaban conscientes de las muertes animales que correspondían con sus cicatrices,
así que aceptaron ese diagnóstico, fueron canalizados con un psiquiatra, quien a su vez
fuera improbable, al hombre su paranoia lo hacía sentirse observado. Puso sobre la mesa
sus creencias religiosas, ya que tal vez la afección de su hija era una venganza divina contra
su gran crimen.
otro síntoma. Las cicatrices no le dolían y no tenía ningún otro tipo de malestar aparte del
imperioso sueño. La gente del pueblo reparó en que las muertes animales comenzaron a
suceder luego de que esa extraña familia se hubo mudado: como no trabajaban, bien podría
ser que asesinaran a los animales del prójimo para alimentarse. Los mismos señores que
habían ido interrogarlos poco tiempo después de que se mudaran fueron a espiar la casa una
tarde. La familia procuraba no salir de casa ni abrir las ventanas y mantener en todo
momento las cortinas cerradas. Al no ver ningún tipo de actividad se acercaron a la casa y
uno de ellos tocó a la puerta mientras los otros acechaban hacia atrás de la casa. El hombre
abrió la puerta y los saludó amigablemente, sin embargo, los señores lo interrogaron
violentamente, sin consideración alguna por su ignorancia total del idioma español. Le
preguntaron si era él el que mataba a sus animales para alimentar a su pinche familia. Él les
Antes de que los señores llegaran a su casa, Adela estaba lavándose las manos, las
cicatrices habían dibujado gorriones en las yemas de sus dedos, y al ayudar a su madre a
pelar papas habían comenzado a sangrar un poco. Se quedó absorta mirando una mancha de
agua sobre el grifo. Buscaba en el agua la forma de otro animal, tal vez alguno que ella no
hubiera visto nunca y que sólo existiera en esa tierra que no conocía y que no podía ni
me muero? ¿O por qué no llega un día Gassi y me lleva con ella, como en el sueño que
tuve hace unos días en el que llegábamos a un santuario de papalotes y gacelas? ¿Es tal
vez una gacela en el agua? ¿O una difusa bandada de cuervos transparentes? ¿Rebaños
trashumantes que llegaron hasta aquí luego de tantas vidas siendo cenizas? … ¿Por qué
estoy todo el tiempo tan cansada? … ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? … ¿Y si todas mis
cicatrices dibujan un solo animal desconocido y ese animal soy yo y el espejo me miente?
¿No es otra fauna el espejo? Me quiero morir… ¿qué es eso? … ¡Padre! ¡Vinieron a
matarnos seguro! ¡No! ¡La ventana! ¡El bosque, la hierba, el cerro! ¡Pero mi familia!
¿Vendrán a buscarnos? ¿Vendrán a matar a mi papá? ¿Por qué no cobran vida los
animales de mis cicatrices y nos protegen? ¿Qué edad tengo yo para morir? Pensaba Adela
mientras yacía abrazada por su madre en el piso del ropero observando las líneas de luz que
que guardaba debajo de la cama y bajó dispararles en la cabeza a los señores. Todo estaba
perdido. Asesino otra vez. Asesino una vez, asesino dos veces, asesino para siempre. El
hombre arrastró los cuerpos de los señores y los arrinconó donde pudo. Gritó a su esposa y
a su hija. ¿Habría escuchado alguien los disparos? En todo caso, no quedaba tiempo.
Tenían que largarse cuánto antes de ahí. La mujer salió abrazando a Adela que estaba
catatónica, tenía los ojos muy abiertos y no parpadeaba y no respondía cuando le hablaban.
Al salir, Adela vio aterrada y muda las franjas de sangre que habían dejado los
cadáveres de los señores, en ellas le pareció ver unos coyotes acechándola. La familia se
adentró en el monte que estaba detrás de la casa. Caminaron durante varias por donde la
maleza los dejara caminar más fácilmente. Al anochecer dejaron de caminar y se sentaron
largo del monte para buscar a la familia. Adela tenía mucho miedo pero aún así el
cansancio y el sueño no la dejaban un segundo a pesar del fuerte terror que sentía, a pesar
de que luchaba con todas sus energías para mantenerse despierta en caso de que fuera
Soñó que se partía en dos persona. Soñó que era dos saltimbanquis en la Edad
Media, vagabundeaban por sendas de tierra en las que se entrecruzaban fragmentos de actos
circenses por la tarde, y conversaban sobre no saber dónde terminaba la voz de uno y
comenzaba la voz de otro, pero para saberlo tenían que escuchar el alfabeto que traía en sus
cuerdas el laúd que sacaba el saltimbanqui que ya no sabía si estaba hablando con su
entrecortadamente: … en los ojos de los muertos… reparte sus caminos… Por detrás de las
figuras de estos saltimbanquis oníricos comenzaba alzarse una criatura gigante que se
confundía con los tallos y yerbas de la maleza, pero era como si estuviera dormido y
Adela no se despertó cuando sus padre comenzaron a escuchar a los lejos el rumor
de la gente del pueblo. Intentaron despertar a su hija pero no pudieron, la llevaron a cuestas.
Antes de vislumbrar las luces de la gente, se internaron más y más en la oscuridad. Se
tener conciencia de dirección alguna, como si sus vidas se hubieran borrado y el futuro se
oscuridad con la mente totalmente en blanco. Cuando por fin el cansancio los venció (y lo
mantuvieron a raya pasado el amanecer, de hecho, cuando casi volvía a anochecer) hacía
conciencia de eso, y al tirarse a dormir al pasto con su hija lo habían olvidado todo.
Cuando Adela se despertó sus padres estaban dormidos. Caminó sólo unos metros y
salió a la carretera donde se cruzó con una patrulla que se la llevó. Volvió a quedarse
dormida. Despertó en una celda. No quiso ya gritar ni preguntar, tenía ya sólo fuerzas para
llorar un poco donde sea que estuviera encerrada, fuera el pueblo de donde habían
escapado, o fuera otro, en el país en el que estaban o en otro al que hubiera llegado por la
maleza. Sólo quería recargarse en la pared y llorar sobre los animales que llevaba en los
brazos y en las rodillas. No se dio cuenta cuando volvió a quedarse dormida, su cuerpo se
había debilitado al grado de que ya no podía producir escenarios oníricos sino que sólo
extrañamente caliente, boca arriba vio el sol al abrir los ojos. Al incorporarse vio que junto
a ella estaba echada yegua. Se levantó sintiéndose descansada como no lo hacía en mucho
tiempo. La garza y el gato que llevaba cicatrizados en los párpados ya no le estorbaban. Vio
que se encontraba en un monte desde el cual podían verse casas y calles. Sin embargo,
decidió bajar el monte en dirección opuesta hacia donde no había más que maleza y maleza
hacia Adela, ella barca involuntaria en un diluvio intangible. Sin embargo, ella poco caso
hizo de la larga hilera de animales que la seguía. Tal vez la fauna de sus cicatrices no
adelantaban un poco saltando. Ella no reparaba en ellos. La gente veía a los animales
avanzar juntos y alineados hacia el monte. A ninguno le pasó por la mente seguirlos para
ver a dónde iban, y a Adela tampoco se le pasó por la mente preguntarse ningún rumbo.
Neda Tehrani
Saltabarranca
Somos vaivenes en las ciudades nómadas
Cuando hubo desaparecido toda tierra firme, pasaron algunas generaciones antes de que se
construyeran poblados errantes en el mar. A ella le gustaba ir con Clarisa (su flauta) a
hay cementerios. A Ofelia una de esas reyertas le había arrebatado a su madre. Su cuerpo se
perdió así que ella no tenía otra que imaginarse que veía a su madre cuando veía el agua.
Durante las primeras semanas no hacía más que estar con Clarisa haciendo música a orillas
de la ciudad, no contaba las horas y no sabía cuán de madrugada era cuando por fin
Pasó noches encarcelada y muchas otras en la calle. Perdió a Clarisa y ella misma decía
reconocerse pero soñaba sólo con espejos rotos. Su casa comenzó a pudrirse y a ser
saqueada, con el tiempo dejó de ir. Tres veces se arrojó al mar y tres veces la rescataron.
Para cuando la ciudad comenzó a organizar los desfiles por el año nuevo, la coca ya
deshacía el cartílago que separaba sus fosas nasales. Se colgó en el agujero una argolla que
encontró en los muelles, le gustaba respirar el óxido. Encontró unos tubos de plástico y con
cada uno intentó hacer una nueva flauta pero no pudo. Se robó una. Volvió a perderla. Una
mañana vagando por la calle se encontró a un muerto tirado en una esquina. El señor
probablemente