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Cuatro poemas

Gerardo Daniel Jiménez 1

La muda Linilla

Es como si a través de todas las tormentas

pudiera escuchar el susurro de dos voces

que me hicieran avanzar por direcciones opuestas.

¿Cabría esto como una explicación?

A veces me parece que todas las tempestades

son un laúd más del polvo.

He llegado a cierta edad sólo como un parque hecho pedazos:

no sé qué cantaré después.

No sabría deletrear exactamente

la angustia que me despierta todo esto.

Mientras tanto Ágata me cuenta

que su sobrina casi se fractura el tobillo

en una clase de basquetbol.

Aquí me gustaría decir algo como

“me siento como un oleaje de lunares muy cansados”

pero no sería demasiado falso.

1
Gerardo Daniel Jiménez (Aguascalientes, 1994) escribe. Actualmente es alumno de la Maestría en Literatura
Mexicana de la Universidad Veracruzana. Ha publicado poemas en revistas como Letras Libres, Radiador, La
Libélula, Abiert@ y Replicante!
Me quedo mirando unos mechones sueltos del tapiz.

Llevamos aquí no sé cuántos…

a veces no sé qué día es hasta muy tarde.

Pero ahora Glena comienza a platicarnos

de unas imágenes que descarta distraída con los dedos.

Me gustaría estar en una tierra lejana

ganándome la vida leyendo el futuro

en los residuos de las tazas del café.

Estafaría a todos los turistas con rimas italianas viejísimas.

Me creerían ingenioso.

Tan solo de propinas ganaría más a la semana

que aquí todo el mes en la taquilla de la terminal autobusera.

Intercambiaría correspondencia con damas extranjeras

como gente de hace muchos siglos.

Me acuerdo de una vez que Glena y yo

nos quedamos oyendo a un saxofonista

tocando de madrugada en una avenida

porque nunca supimos dónde estaba la calle a la que íbamos.

Ahora nos quedamos viendo el tiempo

pasar en vasos de agua de jamaica

que nos servimos sólo por hacer algo.


A veces me pongo detectivesco conmigo mismo

pero al poco rato el forcejeo pierde tensión,

escucho los acordes que me faltan de la cotidianidad,

repitiéndose incesantemente, pero nunca como la primera vez.

Ahora escucho la misma música triste

marchitándose en nueve televisiones antiguas.

Escucho lo que unas macetas cuarteadas

dicen sobre las cenizas y los puentes y los párpados

que nos dibuja la sangre seca en la ventana.

Hablo y hablo pero del otro lado de la película

los subtítulos escriben

cosas que yo no digo en un idioma que no existe.

Cuando hablo de una lámpara quebrándose

en la pantalla aparecen frases sobre un balcón nublado

donde nos miramos como a los niños muertos que seremos algún día.

Si dibujo en el espejo un reloj

allá afuera sólo se ven dos criminales

navajeándose en un callejón.

No sé adónde va la cinematografía que me envuelve;

yo creía ser unas cuantas calles circulares.

Como una playa con los ojos cerrados


pinto negras estas palabras.

¿Hablar es diluvio?

Somos las cenizas de una parábola. Un susurro también puede ser montaña, el susurro

también puede sembrar montañas. Ojalá el fondo de la tristeza fuera una música, qué

dichosos seríamos, pero es un espantoso texto. ¿Por qué es la muerte la única bocanada

de aire fresco que queda? Sabiduría que sólo puede suspirarse entre el polvo. El infierno,

con una sola ojeada, abarca todos los corazones, desentierra todos los destinos. El alma es

una alquimia que se apaga. En esos espejos invertidos, los sueños son una muerte muda.

Al abrir los ojos, mis párpados sepultan no sé cuántos mundos, estremecen algo de tierra

invisible para sepultar universos que sólo siento porque siento sus tumbas. Mi cuerpo es

un panteón que se deshoja – sólo despedazándome puedo leer lo que se fue –. Mis ojos

están ciegos por todos los universos que tuvieron que dejar partir. Las huellas se

acumulan sin trazar ningún camino. Las catedrales son la mirada devastada de los circos.

Contemplan las sombras chinescas dentro de nuestras neuronas.

A veces puede percibirse en ambas cierta dramaturgia.

Mi memoria es una galería que se deshoja en las alturas

un foro cuyas voces se apagan entre la estática.

El ojo del tiempo no distingue entre el humo y aquello que construimos.

¿De cuántas noches está hecho el caos?

¿De cuántas noches está hecho el orden?


Todo lo que aparenta tener un orden

sólo es un caos que avanza muy despacio.

Caminamos hacia el ídolo llamado Infancia.

Lo vemos deshojando mundos nonatos.

Miramos los interminables peregrinajes de los otros hacia la Infancia, mientras el ídolo

corre en círculos soplando en el aire esos pétalos, esos escombros, manteniéndolos en el

aire, no sea que la borrasca nos arranque los rostros y nos dé otros nuevos. El círculo que

traza corriendo es el único ojo desde el que podemos llorar, llorar lágrimas

verdaderamente extranjeras, hermanas de los espejos que sólo pueden duplicar panteones,

coreografías color histeria.

¿No existen los comienzos? ¿O por qué las mañanas tienen el color de las cenizas? Si

oscurezco las palabras, ellas se voltean hacia sueños impresionistas y yo me quedo ciego

detrás de ellas. Nos quedamos pensando en las ventanas abiertas de nuestra casa: no

sabemos marcharnos definitivamente. ¿Somos vasos sanguíneos en la cabeza de qué

exiliados? En cada huella que dejamos nace una laguna donde nos reflejamos cayendo

por un abismo.
Aqua Alsietina

Qué si todas las palabras dibujan el mismo túnel cabizbajo.

Ando como un lentísimo diluvio;

tengo la mirada de unos cerros ambulantes a lo lejos.

Soy la casa constante del caballo, del tordo

los demonios del judaísmo, el petirrojo, la araña

las hormigas, la fauna de los espejos, los animales icosaédricos

y los saltimbanquis desolados en altos acueductos umbríos.

También a mí vienen los cuervos

a arrancarme la comida de la boca.

No busques constelaciones en mi viruela.

Mi anemia; la muerte dibujando árboles; yo desapareciendo

trazamos juntos una senda entre dos soles apagándose.

Minerva anda sonámbula por los más frágiles puentes de madera

¿qué palabras diluye en el rumor del agua?

¿y qué otras dentro de las cuentas de su rosario amnésico?

En el transparente puente de sus meditaciones oníricas


se sienta a arpegiar la memoria de sus ancestros y los míos.

Suenan como una alameda pensativa que volviera a derrumbarse

sobre ríos casi secos, llenos de ciudades titilantes.

Ella escribe de nuevo los desiertos

con las palabras de todas las novelas antiguas:

“Ah el azar fallido de sus alfabetos”

se lee desde el otro lado de sus ojos neblinosos.

El mundo nos escribe con palabras más sabias

y aún así nos borramos como a una luna en la arena.


Cayeron oxidados los satélites sobre los consultorios

Nos inclinamos desvanecidos como cántaros

y derrama nuestra vida un hilo tenue

que se seca antes de tocar cualquier suelo

¿y a eso lo llamamos nacer, tornasol o la paciencia?

¿Por qué suenan como paisajes nuestras sensaciones?

¿Es tanta la vastedad que las oculta?

Mira difusas entre la niebla las lunas de las lámparas

metáforas de los planetas enterrados en nuestro pecho

astros sin forma, pues nunca dejarán de borrarse

los ojos que los buscan

jamás los pisaremos, sólo sirven para eclipsarnos.

El insomnio nos destapa como monumentos rotos.

El lienzo donde estamos trazados es una llovizna lejana.

Mira ese lago inerte: es la más triste de las estatuas.

Aquí cayeron los antepasados como un bosque pensante.

Sólo en ecos podemos sentir,

con una mano desganada, caminos irrepetibles.

Escribimos con sombras: somos velas que tiemblan.

La mirada es hermana de atardeceres cansados.


Han confundido, tan unidas,

su tumba con nuestros párpados ennegrecidos.

Titilan todavía las atmósferas deshechas

cuando el viento sopla estas hebras de césped

que llevan las palabras de los muertos.

Nos habitan unas ventanas apagadas.

Ellas nos desaparecen del mundo reflejado

en esos otros ventanales donde cotidianos

miran ustedes sus invariables panoramas.

Llevamos tanto tiempo esperando.

Somos ya otro mundo deshabitado para siempre

pero con el mismo firmamento: esa es nuestra única herida.

Lentísimo parpadeo entre un universo y otro.

Muertos nos reuniremos por fin:

ciudades anochecidas momentáneamente

por un mismo eclipse.

Nuestros parpadeos son fantasma

de alguien que caminaba desvanecido sin pensar nada.

Nos habitan porcelanas que nunca nos han reflejado caminar.

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