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Kingdom

of the Cursed
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SINOPSIS
Una hermana.
Dos príncipes pecadores.
Engaño infinito con un lado de venganza... Bienvenidos al infierno.
Después de vender su alma para convertirse en la Reina de los
Malignos, Emilia viaja a los Siete Círculos con el enigmático Príncipe de la
Ira, donde se le presenta un mundo seductor de vicio.
Ella promete hacer lo que sea necesario para vengar a su amada
hermana, Vittoria... incluso si eso significa aceptar la mano del Príncipe del
Orgullo, el rey de los demonios.
¿La primera regla en la corte de los Malignos? No confíes en nadie.
Con príncipes capaces de apuñalar por la espalda, palacios lujosos,
invitaciones misteriosas a fiestas y pistas contradictorias sobre quién mató
realmente a su gemela, Emilia se encuentra más sola que nunca. ¿Puede
siquiera confiar en Ira, su antiguo aliado en el mundo de los mortales... o él
está guardando secretos peligrosos sobre su verdadera naturaleza?
Emilia será puesta a prueba en todos los sentidos mientras busca una
serie de objetos mágicos que desbloquearán las pistas de su pasado y las
respuestas que anhela...
ÍNDICE
SINOPSIS
ALGÚN TIEMPO ANTES
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
QUINCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDÓS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE
TREINTA
TREINTA Y UNO
TREINTA Y DOS
TREINTA Y TRES
TREINTA Y CUATRO
TREINTA Y CINCO
MATERIAL BONUS
UNO
TRES
CINCO
PRÓXIMO LIBRO
KERRI MANISCALCO
ARADECIMIENTOS
NOTAS
Para ti, querido lector. Siempre.
ALGÚN TIEMPO ANTES
Érase una vez un amanecer maldito, un rey atravesaba su castillo, sus
pasos retumbaban por el pasillo, haciendo que incluso las sombras se
alejaran deslizándose para evitar ser notadas. Estaba de mal humor y se
hacía más oscuro cuanto más se acercaba a ella. Sintió su venganza mucho
antes de entrar en esta ala del castillo. Se agolpaba como una turba
enfurecida frente a la entrada de su salón del trono, pero no le prestó mucha
atención. La bruja era una plaga en esta tierra.
Una que erradicaría de una vez.
Alas con puntas plateadas de llama blanca brotaron de entre sus
omóplatos cuando abrió las puertas dobles. Chocaron con la pared, casi
partiendo la madera por la mitad, pero la intrusa no levantó la vista de su
indolente posición tendida en el trono. Su trono.
Negándose a mirar en su dirección, ella se acarició la pierna como lo
haría una amante atenta con un compañero ansioso. Su vestido se abría por
un lado, revelando una piel suave desde el tobillo hasta la cadera. Dibujó
perezosos círculos en su pantorrilla, arqueando la espalda mientras sus
dedos se elevaban. Su presencia no hizo nada para disuadirla de subir las
manos a lo largo de la parte externa de los muslos.
—Fuera.
La atención de la bruja se centró en la suya.
—Hablar contigo no ha funcionado. Ni la lógica ni el razonamiento.
Ahora tengo una nueva oferta bastante tentadora para ti. —Sobre la fina tela
de su vestido, lentamente pasó rozando los picos de sus pechos, su mirada se
volvió pesada mientras lo miraba con audacia—. Quítate los pantalones.
Él se cruzó de brazos, con expresión amenazadora. Ni siquiera su
creador pudo doblegarlo a sus caprichos. Y ella estaba lejos de ser su
creador.
—Fuera —repitió—. Vete antes de que te fuerce a hacerlo.
—Inténtalo. —Con un movimiento inhumanamente elegante, se puso
de pie, su largo vestido plateado relucía como una espada atravesando los
cielos. Atrás quedó cualquier otro intento de seducción—. Tócame y
destruiré todo lo que amas. Su Majestad.
Su tono se había vuelto burlón, como si él no fuera digno del título o el
respeto.
Él se rio entonces, el sonido tan amenazador como la daga ahora
presionada contra su esbelta garganta. Ella no era la única bendecida con una
velocidad inmortal.
—Pareces estar equivocada —casi gruñó—. No hay nada que yo ame.
Te quiero fuera de este reino antes del anochecer. Si no te has ido para
entonces, soltaré a mis sabuesos del infierno. Cuando terminen, lo que quede
será arrojado al Lago de Fuego.
Esperó para oler su miedo. En cambio, ella dio un tirón hacia adelante
y se cortó la garganta a través de la hoja con un movimiento brutal. La sangre
se derramó sobre su reluciente vestido, se esparció por el suave suelo de
mármol y le ensució los puños. Con la mandíbula apretada, él limpió la daga.
Sin inmutarse por su nuevo y perverso collar, ella se apartó de él, su
sonrisa era más cruel que la peor de sus hermanos. La herida se cosió sola.
—¿Estás seguro de eso? ¿No hay nada que anheles? —Cuando él no
respondió, su enfado estalló—. Quizá los rumores sean ciertos, después de
todo. No tienes corazón en ese pecho blindado tuyo. —Ella lo rodeó, sus
faldas mancharon un rastro de sangre a través del suelo alguna vez prístino
—. Quizás deberíamos abrirlo, echar un vistazo.
Ella miró las inusuales alas plateadas y blancas de llamas en su
espalda, su sonrisa se volvió salvaje. Las alas eran sus armas favoritas y le
daba la bienvenida al calor feroz y ardiente que hacía que sus enemigos
retrocedieran de terror o cayeran de rodillas, llorando lágrimas de sangre.
Con un rápido chasquido de sus dedos, se volvieron del color de la
ceniza, luego desaparecieron.
El pánico se apoderó de él mientras intentaba —y no pudo—
convocarlas.
—Aquí hay un truco tan desagradable como el mismo diablo.
Su voz era tanto joven como vieja mientras pronunciaba su hechizo a la
existencia. Él maldijo. Por supuesto. Por eso había derramado sangre; era
una ofrenda a una de sus despiadadas diosas.
—Desde este día en adelante, una maldición se extenderá por esta
tierra. Olvidarás todo menos tu odio. Amor, bondad, todo lo bueno de tu
mundo cesará. Un día eso cambiará. Cuando conozcas la verdadera
felicidad, también prometo tomar todo lo que amas.
Apenas había escuchado una palabra de la bruja de cabello oscuro,
mientras se esforzaba por convocar sus alas en vano. Lo que fuera que
hubiera hecho con ellas, sus amadas armas estaban realmente perdidas.
Su visión casi se había enrojecido por la sed de sangre, pero controló
su temperamento por pura fuerza de voluntad. La bruja no le serviría de nada
muerta, sobre todo si alguna vez esperaba recuperar lo robado.
Ella chasqueó la lengua una vez, como si estuviera decepcionada de
que no soltara a su monstruo interior para defenderse, y comenzó a alejarse.
No se molestó en ir tras ella. Cuando habló, su voz era tan oscura y tranquila
como la noche.
—Te equivocas.
Ella hizo una pausa, lanzando una mirada por encima de un delicado
hombro.
—¿Oh?
—El diablo puede ser desagradable, pero no hace trucos. —Su sonrisa
era la tentación encarnada—. Él regatea.
Por primera vez, la bruja pareció insegura. Se había considerado la
más astuta y letal. Había olvidado en qué salón del trono se encontraba y
cómo él se había aferrado a esa cosa maldita y miserable. Sentiría un
inmenso placer recordándoselo.
Este era el Reino de los Malignos, y él los gobernaba a todos.
—¿Te importaría llegar a un acuerdo?
UNO
El infierno no era lo que esperaba.
Haciendo caso omiso del traidor Príncipe de la Ira a mi lado, tomé un
respiro silencioso y tembloroso mientras el humo flotaba alrededor de la
magia demoníaca que él había usado para transportarnos aquí. A los Siete
Círculos.
En los breves momentos que nos llevó viajar desde la cueva de
Palermo a este reino, me había inventado varias visiones de nuestra llegada,
cada una más terrible que la anterior. En cada pesadilla, me había imaginado
una cascada de fuego y azufre lloviendo. Llamas ardiendo lo suficientemente
caliente como para quemar mi alma o derretir la carne de mis huesos. En
cambio, luché contra un escalofrío repentino.
A través del humo y la niebla persistentes, pude distinguir las paredes
talladas en una piedra preciosa opaca y extraña que se extendía más lejos de
lo que podía ver. Era de un azul profundo o de un negro, como si la parte
más oscura del mar se hubiera elevado hasta una altura imposible y se
hubiera congelado en su lugar.
Los escalofríos recorrieron mi columna vertebral. Resistí el impulso
de soplar calor en mis manos o recurrir a Ira en busca de consuelo. No era
mi amigo, y ciertamente no era mi protector. Era exactamente lo que su
hermano Envidia había afirmado: el peor de los siete príncipes demoníacos.
Un monstruo entre bestias.
Nunca podría permitirme olvidar lo que era. Uno de los Malignos. Los
seres inmortales que roban almas para el diablo y las criaturas egoístas de
medianoche de las que mi abuela nos advirtió a mi gemela y a mí que nos
escondiéramos toda nuestra vida. Ahora prometí de buena gana casarme con
su rey, el Príncipe del Orgullo, para poner fin a una maldición. O eso les
había hecho creer.
El corsé de metal que mi futuro esposo me había dado esta noche se
volvió insoportablemente frío en el aire helado. Las capas de mis faldas
oscuras y relucientes eran demasiado ligeras para proporcionar una
verdadera protección o calidez, y mis zapatillas eran poco más que retazos
de seda negra con finas suelas de cuero.
El hielo corría por mis venas. No pude evitar pensar que este era otro
plan perverso diseñado por mi enemigo para inquietarme.
Soplos de aire flotaban como fantasmas frente a mi cara. Inquietantes,
etéreos. Perturbadores. Oh diosa. Realmente estaba en el infierno. Si los
príncipes demonios no me atacaban primero, Nonna Maria ciertamente me
iba a matar. Especialmente cuando mi abuela descubriera que había
entregado mi alma a Orgullo. Sangre y huesos. El diablo.
Una imagen del pergamino que me unía a la Casa del Orgullo pasó por
mi mente. No podía creer que hubiera firmado el contrato con sangre. A
pesar de mi anterior confianza en mi plan para infiltrarme en este mundo y
vengar el asesinato de mi hermana, me sentía completamente desprevenida
ahora que estaba parada aquí.
Dondequiera que estuviera “el aquí”, exactamente. No parecía que
hubiéramos llegado a entrar en ninguna de las siete casas reales de los
demonios. No sé por qué pensé que Ira me facilitaría este viaje.
—¿Estamos esperando a que llegue mi prometido?
Silencio.
Me moví incómoda.
El humo todavía se acercaba lo suficiente como para oscurecer mi
vista completa, y con mi escolta demoníaca negándose a hablar, mi mente
comenzó a burlarse de mí con una amplia gama de temores inventivos. Por lo
que sabía, Orgullo estaba de pie frente a nosotros, esperando reclamar a su
novia en carne y hueso.
Presté atención, esforzándome por escuchar algún sonido de
acercamiento a través del humo. O cualquier cosa. No había nada aparte del
frenético latido de mi corazón.
No había gritos de los eternamente torturados y malditos. Nos rodeaba
un silencio absoluto e inquietante. Se sentía pesado, como si toda esperanza
hubiera sido abandonada hacía un milenio y todo lo que quedaba era el
aplastante silencio de la desesperación. Sería tan fácil rendirse, acostarse y
dejar entrar la oscuridad. Este reino era el invierno en toda su dura e
implacable gloria.
Y ni siquiera habíamos atravesado las puertas todavía...
El pánico se apoderó de mí. Tenía tantas ganas de volver a mi ciudad,
con su aire bañado por el mar y su gente veraniega, tanto que me dolía el
pecho. Pero había tomado mi decisión y la llevaría a cabo, no importa qué.
El verdadero asesino de Vittoria todavía estaba ahí fuera. Y cruzaría las
puertas del infierno mil veces para encontrarlo. Mi ubicación cambió, pero
mi objetivo final no.
Respiré hondo, mis emociones se asentaron con la acción.
El humo finalmente se disipó, revelando mi primera visión sin
obstáculos del inframundo.
Estábamos solos en una cueva, similar a la que habíamos dejado en lo
alto del mar en Palermo, el mismo lugar en el que establecí mi círculo de
huesos y convoqué a Ira por primera vez casi dos meses atrás, pero también
tan diferente que mi estómago dio un vuelco ante el paisaje ajeno.
Desde algún lugar por encima de nosotros, algunos charcos plateados
de luz de luna se filtraban. No era mucho, pero ofrecía suficiente iluminación
para ver el suelo desolado, con rocas esparcidas, relucientes de escarcha.
A varios metros de distancia, una puerta imponente se erguía alta y
amenazadora, no muy diferente al príncipe silencioso que estaba a mi lado.
Columnas, talladas en obsidiana que representaban a personas torturadas y
asesinadas de una manera brutal, encerraban dos puertas hechas enteramente
de calaveras. Humanos. Animales. Demonios. Algunos con cuernos, otros
con colmillos. Todo inquietante. Mi atención se posó en lo que asumí que era
el picaporte: un cráneo de alce con un enorme conjunto de astas cubiertas de
escarcha.
Ira, el poderoso demonio de la guerra y traidor de mi alma, cambió.
Una pequeña chispa de molestia me hizo mirar en su dirección. Su mirada
penetrante ya estaba enfocada en mí. Esa misma mirada fría en su rostro.
Quería arrancarle el corazón y pisotearlo para obtener un indicio de
emoción. Cualquier cosa sería mejor que la gélida indiferencia que ahora
lucía tan bien.
Se volvió contra mí en el segundo en que convino a sus necesidades.
Era una criatura egoísta. Tal como me había advertido Nonna. Y había sido
una tonta al creer lo contrario.
Nos miramos el uno al otro durante un largo rato.
Aquí, en las sombras del inframundo, sus ojos de oro oscuro brillaban
como la corona con punta de rubí en su cabeza. Mi pulso se aceleraba cuanto
más tiempo permanecían nuestras miradas encerradas en la batalla. Su agarre
sobre mí se apretó ligeramente, y fue solo entonces que me di cuenta de que
yo estaba apretando su mano hasta que mis nudillos se pusieron blancos. La
dejé caer y me alejé.
Si estaba molesto o divertido o incluso furioso, no lo sabría. Su
expresión aún no había cambiado; estaba tan remoto como lo había estado
cuando me ofreció ese contrato con Orgullo hace unos minutos. Si esa era la
forma en que él quería que las cosas fueran entre nosotros ahora, estaba bien.
No lo necesitaba ni lo quería. De hecho, diría que podría irse directamente
al infierno, pero ambos lo estábamos.
Vio como refrenaba mis pensamientos. Me obligué a mantener una
calma helada que estaba lejos de sentir. Sabiendo lo bien que podía sentir
las emociones, probablemente era inútil. Lo miré.
Haciendo todo lo posible para emular al príncipe demonio, reuní mi
tono más altivo.
—Las infames puertas del infierno, supongo.
Arqueó una ceja oscura como si preguntara si eso era lo mejor que se
me ocurría.
La ira reemplazó al miedo persistente. Al menos todavía era bueno
para algo.
—¿Es el diablo demasiado altivo y poderoso para encontrarse con su
futura reina aquí? ¿O le tiene miedo a una cueva húmeda?
La sonrisa de respuesta de Ira fue todo bordes afilados y deleite
perverso.
—Esto no es una cueva. Es un vacío fuera de los Siete Círculos.
Puso una mano en la parte baja de mi espalda y me guio hacia adelante.
Estaba tan sorprendida por la agradable sensación de él, la tierna intimidad
de su acción, que no me aparté. Las piedras se deslizaron bajo nuestros pies,
pero no emitieron ningún sonido. Aparte de nuestras voces, la falta de ruido
era lo suficientemente discordante que casi perdí el equilibrio. Ira me
estabilizó antes de soltarme.
—Es el lugar donde las estrellas temen entrar —susurró cerca de mi
oído, su cálido aliento contrastaba severamente con el aire helado. Me
estremecí—. Pero nunca el diablo. La oscuridad es seducida por él. Como lo
es el miedo.
Pasó los nudillos desnudos por mi columna vertebral, lo que provocó
que se me pusiera la piel de gallina. Mi respiración se aceleró. Me di la
vuelta y aparté su mano de un golpe.
—Llévame a ver a Orgullo. Estoy cansada de tu compañía.
El suelo retumbó debajo de nosotros.
—Tu orgullo no apareció en ese círculo de huesos la noche en que
derramaste sangre y me llamaste. Fue tu ira. Tu furia.
—Eso puede ser cierto, su alteza, pero el pergamino que firmé decía
Casa del Orgullo, ¿no es así?
Me acerqué, mi corazón se aceleraba mientras invadía su espacio. El
calor de su cuerpo irradiaba a mi alrededor como la luz del sol, cálido y
tentador. Me recordaba a casa. El nuevo dolor en mi pecho era agudo,
devorador. Afilé mi lengua como una cuchilla y apunté directamente a su
corazón helado, con la esperanza de penetrar la pared que tan expertamente
había erigido entre nosotros. Incorrecto o no, quería herirlo de la forma en
que su engaño me había destruido.
—Por lo tanto, elegí al diablo, no a ti. ¿Qué se siente, saber que
preferiría acostarme con un monstruo por la eternidad en lugar de someterme
a ti de nuevo, príncipe Ira?
Su atención bajó a mis labios y se demoró. Un brillo seductor entró en
sus ojos cuando le devolví el favor. Puede que no lo admitiera, pero quería
besarme. Mi boca se curvó en una sonrisa cruel; finalmente, había perdido
esa fría indiferencia. Lástima para él, ahora estaba prohibida.
Se quedó mirando un momento más y luego dijo con una tranquilidad
letal:
—¿Eliges al diablo?
—Sí.
Estábamos lo suficientemente cerca para compartir el aliento ahora.
Me negué a retroceder. Y él también lo hizo.
—Si eso es lo que deseas, dilo a este reino. De hecho... —Se quitó la
daga del interior de la chaqueta del traje—, si estás tan segura del diablo,
haz un juramento de sangre. Si el orgullo es realmente tu pecado de elección,
imagino que no dirás que no.
El desafío ardía en su mirada cuando me entregó la hoja, la
empuñadura primero. Tomé su daga de la Casa y presioné el afilado metal
contra la punta de mi dedo. Ira se cruzó de brazos y me miró sin expresión.
Pensó que no lo haría. Tal vez fue mi maldito orgullo, pero también sentí un
poco como si mi temperamento estuviera furioso cuando me pinché el dedo y
devolví la hoja de serpiente. Ya había firmado el contrato de Orgullo; no
había razón para dudar ahora. Lo hecho, hecho estaba.
—Yo, Emilia Maria di Carlo, elijo libremente al diablo.
Una sola gota de sangre se esparció por el suelo, sellando el voto.
Dirigí mi atención a Ira. Algo se encendió en las profundidades de sus ojos,
pero se dio la vuelta antes de que pudiera leer de qué se trataba. Metió la
daga en su chaqueta y comenzó a caminar hacia las puertas, dejándome sola
al borde de la nada.
Pensé en correr, pero no tenía adónde ir.
Miré a mi alrededor una vez más y corrí tras el demonio, poniéndome
a un paso de su lado. Envolví los brazos alrededor de mí, tratando
desesperadamente de detener los crecientes escalofríos, que solo lograron
hacerme estremecer más. Ira se había llevado su calor con él, y ahora la
parte superior del corsé de metal se clavó en mi piel con renovado vigor. Si
nos quedábamos aquí mucho más tiempo, moriría de frío. Conjuré recuerdos
de calidez, paz.
Solo había sentido este frío una vez, en el norte de Italia, y entonces
era joven y me emocionaba la nieve. Pensaba que era romántico; ahora veía
la verdad: era maravillosamente peligroso.
Muy parecido a mi actual compañero de viaje.
Mis dientes castañeteaban como pequeños martillos, el único sonido en
el vacío.
—¿Cómo podemos oírnos el uno al otro?
—Porque lo permito.
Bestia arrogante. Solté un resoplido tembloroso. Se suponía que debía
parecer exasperado, pero temí que solo delataba lo fría que estaba. Una
pesada capa de terciopelo apareció de la nada y se envolvió alrededor de
mis hombros. No sé de dónde la sacó Ira y no me importó.
La apreté más, agradecida por su calor. Abrí la boca para agradecer al
demonio, pero me detuve con una rápida sacudida interna. Ira no había
actuado por bondad o incluso por caballerosidad. Imaginaba que lo hacía en
gran parte para asegurarse de que no muriera tan cerca de cumplir su misión.
Si recordaba correctamente, la entrega de mi alma a Orgullo le
concedía la libertad del inframundo. Algo que una vez dijo que valoraba por
encima de todo.
Qué excepcionalmente maravilloso para él. Su estancia terminaba justo
cuando comenzaba la mía. Y todo lo que tuvo que hacer fue traicionarme
para asegurar el mayor deseo de su corazón.
Supuse que lo entendía bastante bien.
Ira continuó hacia la puerta y no volvió a mirar en mi dirección.
Presionó una mano contra la columna más cercana a nosotros y susurró una
palabra en una lengua extranjera, demasiado baja para que la oyera. La luz
dorada pulsó desde su palma y fluyó hacia la piedra preciosa negra.
Un momento después, las puertas se abrieron lentamente con un
crujido. No podía ver lo que había más allá y mi mente rápidamente elaboró
todo tipo de cosas terribles. El príncipe demonio no ofreció ninguna
invitación formal; se dirigía hacia la abertura que había hecho sin molestarse
en ver si lo seguía.
Respiré hondo y endurecí mis nervios.
—No importa lo que nos esté esperando, haré lo que sea necesario
para lograr mis objetivos. —Me acurruqué en mi capa y comencé a avanzar.
Ira se detuvo en el umbral del inframundo y finalmente se dignó a
mirarme de nuevo. Su expresión era más dura que su tono, lo que me detuvo
en seco.
—Una palabra de precaución.
—Estamos a punto de entrar al infierno —dije con sarcasmo—. El
discurso de precaución podría llegar un poco tarde.
No le hizo gracia.
—En los Siete Círculos hay tres reglas a seguir. Primero, nunca
reveles tus verdaderos miedos.
No lo había planeado.
—¿Por qué?
—Este mundo se volverá del revés para torturarte. —Abrí la boca,
pero él levantó una mano—. En segundo lugar, controla tus deseos o se
burlarán de ti con ilusiones que se confunden fácilmente con la realidad.
Tuviste una idea de cómo es eso cuando conociste a Lujuria. Cada uno de tus
deseos se multiplicará por diez aquí, especialmente cuando entremos en el
Corredor del Pecado.
—El Corredor del Pecado. —No lo planteé como una pregunta, pero
Ira respondió de todos modos.
—Se prueban nuevos súbditos del reino para ver con qué Casa real se
alinea mejor su pecado dominante. Experimentarás una cierta... punzada... de
emociones a medida que lo atravieses.
—Entregué mi alma a Orgullo. ¿Por qué necesito ver dónde me adapto
mejor?
—Vive lo suficiente para encontrar la respuesta por ti misma.
Tragué mi creciente malestar. Nonna siempre advirtió que las malas
noticias llegaban de a tres, lo que significaba que lo peor estaba por llegar.
—La tercera regla es...
Su atención se centró en el dedo que me había pinchado.
—Ten cuidado al hacer pactos de sangre con un príncipe del Infierno.
Y bajo ninguna circunstancia debes hacer uno que involucre al diablo. Lo
que es suyo es suyo. Solo un tonto pelearía con él o lo desafiaría.
Apreté los dientes. Los verdaderos juegos de engaño habían
comenzado claramente. Su advertencia me recordó vagamente a una nota de
nuestro grimorio familiar, y me pregunté cómo habíamos llegado a tener ese
conocimiento. Guardé esos pensamientos, centrándome en cambio en mi
creciente ira.
Sin duda, estaba avivando mis emociones con su poder homónimo. Lo
que me enfureció aún más.
—Firmar mi alma no fue suficiente. Así que recurriste al engaño. Al
menos eres consistente.
—Algún día lo verás como un favor.
Improbable. Curvé mi mano herida en un puño. Ira encontró mi mirada
de nuevo, y una sonrisa tiró de las comisuras de su sensual boca.
Indudablemente sintió mi creciente furia.
Un día, muy pronto, le haría pagar por esto.
Le di una sonrisa deslumbrante, permitiéndome imaginar lo bien que se
sentiría cuando finalmente lo destruyera. Su expresión se cerró e inclinó la
cabeza, como si leyera todos mis pensamientos y emociones y en silencio se
comprometiera a hacer lo mismo. En este odio estábamos unidos.
Sosteniendo su intensa mirada, asentí en respuesta, agradecida por su
traición. Era la última vez que caería en sus mentiras. Sin embargo, con un
poco de suerte, sería el comienzo de que él y sus malignos hermanos cayeran
por las mías. Necesitaría desempeñar bien mi papel o terminaría muerta
como las otras novias brujas.
Pasé junto a él y crucé las puertas del infierno como si fuera su dueña.
—Llévame a mi nuevo hogar. Estoy lista para saludar a mi querido
esposo.
DOS
Desde la oscuridad de la cueva salimos a una reluciente tundra en la
cima de una montaña.
Parpadeé para alejar el repentino escozor en mis ojos y contemplé este
mundo cruel e implacable. la Diosa me maldiga. Esto era lo más lejos de
casa que podía conseguir.
No había mar, ni calor, ni un sol brillante. Nos detuvimos en el hueco
de un sendero empinado cubierto de nieve, apenas lo suficientemente ancho
para caminar uno al lado del otro.
Un viento cortante rugía a través del escarpado paso de la montaña y
rasgó mi capa. Detrás de nosotros, las puertas se cerraron con un ruido
metálico que resonó con fuerza entre las montañas nevadas. Me tensé ante el
clamor inesperado. Fue el primer ruido que escuché fuera del vacío y no
podría sonar más premonitorio si lo intentara.
Me di la vuelta, mi corazón latía con fuerza, y vi cómo la magia
demoníaca surgía de las entrañas de esta tierra y se deslizaba por las
puertas. Las mismas enredaderas cubiertas de espinas de color azul violeta
que habían atado el diario de Vittoria atravesaron las cuencas de los ojos y
las mandíbulas, retorciéndose hasta que los cráneos blanquecinos brillaron
con un tono helado y sobrenatural.
El aire frío me cortó la respiración. Estaba atrapada en el inframundo,
rodeada por los Malvagi, sola. Había actuado por miedo y desesperación,
dos ingredientes esenciales para crear un desastre. Un recuerdo del cuerpo
profanado de mi gemela imprimió esa sensación en el suelo helado.
—Me dijiste que las puertas estaban rotas. —Había una impresionante
mordacidad en mi tono—. Que los demonios se estaban escapando, listos
para librar una guerra en la Tierra.
—El Cuerno de Hades ha sido devuelto.
—Por supuesto.
Se necesitaban los cuernos del diablo para cerrar las puertas.
Aparentemente, cualquier príncipe demonio podría manejarlos, y no sabía si
pedirle una aclaración a Ira. Era otra forma en que había trabajado en torno a
la regla de “no poder mentirme directamente” de mi invocación.
Si esa parte fuera siquiera cierta.
Solté un suspiro y me di la vuelta, mirando el paisaje. A nuestra
derecha se excavaba un fuerte desnivel a través del terreno cubierto de
escarcha. En la distancia, apenas visibles a través de una capa de niebla o
una tormenta lejana, las torretas de un castillo se alzaban, apuntando al cielo
con dedos delgados de acusación.
—Es eso... —Tragué con dificultad—. ¿Es ahí donde vive Orgullo?
—¿No estás tan ansiosa por conocerlo ahora? —Una expresión de
suficiencia se reflejó en los rasgos de Ira antes de volver su rostro
indiferente—. El primer círculo es el territorio de Lujuria. Piensa en el
diseño como las Siete Colinas de Roma. Cada príncipe controla su propia
región o cumbre. El círculo de Orgullo no se puede ver desde aquí. Se
encuentra hacia el centro, cerca de mi Casa.
Estar tan cerca de la fortaleza de Lujuria no era reconfortante. No
había olvidado cómo me había hecho sentir su influencia demoníaca. Cómo
había deseado a Ira y bebido demasiado vino de manzana y miel y había
bailado sin preocuparme por el universo mientras un asesino cazaba brujas.
Tampoco olvidaré nunca lo difícil que había sido volver a mis
sentidos después de que Lujuria me arrebatara cruelmente sus poderes,
dejándome como una cáscara vacía. Si no hubiera sido por la interferencia
de Ira, todavía podría estar en ese lugar oscuro y aplastante.
Casi podía sentir la desesperación arrastrando una uña afilada a través
de mi garganta ahora, suplicando, tentando... Fingí que el miedo creciente
era lodo debajo de mis zapatos y lo aplasté.
Ira me miró de cerca, su mirada brillaba con gran interés. Quizás
estaba esperando que me arrodillara y le suplicara que me acompañara de
regreso a casa. Haría falta mucho más que estar en el rincón más frío del
infierno para rebajarme ante él.
—Pensé que haría más calor —admití, ganándome una mirada
divertida del demonio—. Fuego y azufre: las obras.
—Los mortales tienen historias de advertencia peculiares sobre
dioses, monstruos y su supuesto creador, pero la verdad, como puedes ver,
es muy diferente de lo que has escuchado.
Me distraje de más preguntas por un suave clic. En una vertiente
vertiginosa a nuestra izquierda, había un puñado de árboles de ramas
desnudas, meciéndose con el viento ártico, sus ramas chocando ligeramente
entre sí. Algo en ellos me recordó a brujas ancianas sentadas juntas, usando
huesos como agujas de tejer. Si entrecerraba los ojos, casi juraba que veía el
contorno sombrío de sus figuras. Parpadeé y la imagen desapareció. Casi
inmediatamente después, un gruñido bajo flotó en el viento.
Eché un vistazo a Ira, pero no pareció notar la peculiar visión ni oír
nada digno de mención. Había sido un día muy largo, muy cargado de
emociones y mi imaginación se estaba apoderando de mí. Me sacudí la
inquietante sensación.
—Este es el Corredor del Pecado —continuó Ira, sin saberlo,
interrumpiendo mis preocupaciones—. La magia Transvenio está prohibida
en esta porción de tierra la primera vez que cruzas a este reino, por lo que
tendrás que viajar a pie.
—¿Tengo que hacerlo sola?
Ira centró su atención en mí.
—No.
Solté un suspiro lento y silencioso. Gracias a la diosa por los
pequeños favores.
—¿Por qué es necesario que la gente pase por aquí?
—Es una forma de que los recién llegados formen alianzas con otros
que comparten su pecado dominante.
Lo consideré.
—Si tiendo a la ira, estaría mejor alineada con la Casa de la Ira. —El
príncipe asintió—. Y otros que se adapten mejor a otros pecados… ¿se
sentirían rechazados por otras casas demoníacas? Digamos que un miembro
de Casa de la Ira se une a la Casa de la Pereza; ¿Se escandalizarían por el
otro de alguna manera?
—No se escandalizarían exactamente, pero cerca. Los mortales se
alinean por partidos políticos y causas. Eso no es diferente aquí, pero nos
ocupamos del vicio.
—¿Se prueba a los demonios y los humanos de la misma manera?
Ira pareció elegir cuidadosamente sus siguientes palabras.
—La mayoría de los mortales nunca llegan al Corredor del Pecado ni a
los Siete Círculos. Tienden a encerrarse en su propia isla separada fuera de
las puertas, frente a la costa occidental. Es una especie de castigo
autoinfligido.
—¿No los encierran en la Prisión de la Condena?
—La isla es la prisión. Viven en una realidad creada por ellos mismos.
En cualquier momento pueden marcharse. La mayoría nunca lo hace. Viven y
mueren en su isla y comienzan de nuevo.
Era un infierno a su manera.
—Nonna dijo que las Brujas de las Estrellas eran las guardianas entre
reinos. ¿Por qué los mortales y los Malignos necesitan guardianas si nunca
se van?
—Quizás las almas mortales, y a mis hermanos, no son lo único que
vigilan.
Vago y frustrante como siempre.
—Todavía no entiendo por qué necesito hacer la prueba en absoluto.
—Entonces te sugiero que prestes atención a mi advertencia anterior y
te concentres en sobrevivir.
Lo emitió como un desafío y una orden arrogante de dejar de hacer
preguntas. Estaba demasiado preocupada para pelear verbalmente. La
amenaza de muerte se cernía sobre mí, baja y oscura como las nubes que se
acumulaban. El estúpido príncipe arrastró su mirada sobre mí de nuevo,
demorándola en mis suaves curvas.
No llevaba mi amuleto, él todavía lo tenía en su poder, por lo que no
había confusión sobre dónde aterrizó su enfoque. Incluso cubierta por la
capa, juraba que sentía el calor de su atención como una caricia física en mi
piel.
Los pensamientos de muerte se desvanecieron.
—¿Hay algún problema con mi corpiño?
—Parece como si tu prueba hubiera comenzado. Estaba revisando tu
capa.
Exhalé lentamente y mordí varias maldiciones coloridas que me
vinieron a la mente.
Él sonrió como si mi enojo lo complaciera infinitamente. Aún
sonriendo, bajó rápidamente por el empinado paso de montaña, sus pasos
firmes y seguros a pesar de la nieve y el hielo.
No podía creerlo... ¿estaba comprimiendo la nieve para que yo pudiera
caminar a través de ella con mis delicadas zapatillas? Modales impecables
de demonio trabajando duro de nuevo.
Realmente haría cualquier cosa para entregarme sana y salva a
Orgullo.
Hablando de ese pecado en particular… levanté la barbilla, mi tono y
mi comportamiento eran más arrogantes de lo que cualquier rey o reina
mortal nacidos para gobernar podría esperar lograr. ¿Y por qué no debería
sentirme superior? Estaba a punto de gobernar el inframundo. Era hora de
que Ira mostrara algo de respeto a su reina.
—Soy perfectamente capaz de hacer mi propio camino. Puedes
escapar ahora.
—No te había tomado por el tipo de persona que actúa por
resentimiento.
—Si no puedo caminar por la nieve sin ayuda, mejor me cortaré la
garganta ahora y terminaré con esto. No necesito que tu ni nadie más me tome
de la mano. De hecho, me gustaría que me dejaras en paz. Lo haré más
rápido sin ti.
Dejó de caminar y miró por encima del hombro. Ahora no había
calidez ni burla en su expresión.
—Lucha contra el Corredor del Pecado, o te dejaré con tu orgullo
arrogante. Eres más susceptible a caer bajo la influencia de un pecado en
particular cuando muestras atributos previos de él. Esa es mi última
advertencia y toda la ayuda que daré. Tómalo por lo que es o déjalo.
Apreté los dientes e hice todo lo posible por seguir su rastro. Con cada
paso que daba más profundamente en el inframundo, sentía como si las
partes restantes de mí misma se estuvieran desprendiendo lentamente. No
pude evitar preguntarme si quedaría algo familiar para cuando regresara a
casa.
Como en respuesta a mis preocupaciones circundantes, una rabia
hirviente comenzó a arder a través de mí mientras viajábamos millas en
silencio. Sin duda, ahora estaba siendo probada por la ira. Era familiar,
bienvenida. Aunque debería asegurarme de alinearme mejor con el orgullo,
tendí a mi ira mientras seguimos nuestro camino por el sendero, cruzamos un
arroyo helado y nos detuvimos cerca de una extensión un poco más ancha y
plana que se asomaba a una cadena montañosa más pequeña.
Grupos de árboles de hoja perenne que se parecían a los dibujos de
enebro y cedro del grimorio de Nonna se desplegaban en un semicírculo
alrededor de la esquina más oriental donde nos habíamos detenido.
Por encima de ellos, nubes furiosas cruzaban el cielo. Un rayo azotaba
como la lengua de una gran bestia, y un rugido de trueno siguió un latido más
tarde. Sin pestañear, vi como la masa oscura se acercaba al galope. Había
sido testigo de muchas tormentas, pero ninguna se movía más rápido que las
diosas que buscaban venganza. Era como si la atmósfera estuviera poseída.
O tal vez este mundo estaba resentido con su habitante más nueva y
estaba dando a conocer su disgusto. Tenía mucho en común con Ira.
Unos minutos más tarde, detuvimos nuestra implacable marcha.
—Esto tendrá que ser suficiente.
Ira se quitó la chaqueta del traje y la colocó con cuidado sobre una
rama baja. Me había equivocado antes: su daga no estaba metida en su
chaqueta; llevaba una pistolera de cuero al hombro sobre su camisa
manchada de tinta, y la empuñadura dorada relució mientras se giraba. Se
desabrochó los botones de los puños, se arremangó rápidamente y luego
comenzó a juntar ramas cubiertas de hielo.
—¿Qué estás haciendo?
—Construyo un refugio. A menos que desees dormir en una tormenta,
te sugiero que agarres algunas ramas de hoja perenne y les quites el hielo.
Usaremos las que recolectes como cama.
—No dormiré contigo. —Por muchas razones, la más evidente era que
estaba comprometida con su hermano e, independientemente del aspecto de
supervivencia, dudaba de que el diablo se complaciera si me acurrucaba
junto a otro príncipe demonio.
Ira partió una rama del cedro más cercano y me miró.
—Tu elección. —Extendió un brazo—. Pero no te cuidaré para que
recuperes la salud cuando te enfermes. —Me dio una mirada dura—. Si no
quieres morir congelada, te sugiero que te muevas rápido.
No queriendo ser probada para la ira o el orgullo, o cualquier otro
pecado de nuevo, me tragué más protestas y fui a buscar ramas. Encontré
algunas a unos pasos de donde trabajaba Ira y les quité trozos de nieve y
hielo lo más rápido que pude. Sorprendentemente, me moví tan rápido como
el príncipe demonio. En unos momentos, tenía casi más de lo que podía
cargar. Lo cual era bueno ya que mis dedos se estaban poniendo rojos y
rígidos por el frío y la humedad.
Una vez que recogí un montón en mis brazos, las llevé de regreso a
nuestro campamento. Las nubes se arremolinaban enojadas y un trueno
sacudió el suelo. Nos quedaban minutos antes de que cayeran las primeras
gotas gruesas, si teníamos suerte. Ira ya había creado un pequeño refugio
circular debajo de uno de los árboles más densos y estaba en medio de
empujar la nieve hacia arriba y alrededor de las ramas que había clavado en
el suelo. Las paredes exteriores eran de nieve sólida, el techo tenía ramas de
paja y probablemente ambos tendríamos que acostarnos de lado para
encajar. No podía imaginarme sobrevivir a la noche en una cámara hecha
con ofrendas de invierno, pero Ira parecía pensar que estaríamos a salvo.
Miré hacia arriba; el gran árbol de hoja perenne que se elevaba sobre
nosotros también proporcionaría una barrera de protección adicional. Era
una ubicación inteligente para elegir.
Sin volverse, Ira extendió el brazo.
—Pásamelas.
Hice lo que me pidió no tan gentilmente, dándole una rama a la vez,
todo el tiempo soñando con darle una paliza en la cabeza con ellas. Las
colocó en una fila, asegurándose de que todo el suelo estuviera cubierto con
dos capas de hojas.
Se movió rápida y eficientemente, como si lo hubiera hecho miles de
veces antes. Y probablemente lo había hecho. No era la primera alma que
había robado para el diablo. Pero sería la última.
Una vez que colocó la última rama, comenzó a desabrocharse la
camisa, con cuidado de evitar la funda de cuero. Eso lo conservó. Los
músculos poderosos se contrajeron cuando se quitó la camisa, y no pude
evitar mirar el tatuaje de serpiente que terminaba alrededor de su brazo y
hombro derechos. Parecía más grandioso aquí, más detallado y sorprendente.
Tal vez eso se debía a que su piel se veía más oscura cuando se
contrastaba con el pálido telón de fondo de esta tierra, y las líneas doradas
metálicas se destacaban más vívidamente.
Aclaré mi garganta.
—¿Por qué te desnudas? ¿También te afecta la magia de aquí?
Miró hacia arriba. El sudor humedecía el cabello oscuro de su frente,
haciéndolo parecer mortal para variar.
—Quítate el corsé.
—Preferiría que no. —Le di una mirada de incredulidad—. ¿Qué
demonios crees que estás haciendo?
—Dándote algo que ponerte para que no te congeles el trasero en ese
metal. —Extendió su camisa, pero la retiró antes de que la agarrara, con los
ojos brillantes de alegría—. A menos que prefieras dormir desnuda.
Elección de la dama.
Mi rostro se calentó.
—¿Por qué no puedes simplemente usar magia para aparecer más
ropa?
—Cualquier uso de magia durante tu primer viaje en el Corredor del
Pecado se considera una interferencia.
—Has hecho magia con una capa.
—Antes de que cruzáramos al verdadero inframundo.
—¿Con qué vas a dormir?
Su expresión se volvió positivamente malvada mientras arqueaba una
ceja.
Oh.
Maldije a este mundo y al diablo y entré en nuestra cámara hecha de
nieve y hielo y tomé la camisa que me ofrecían. Rápidamente me quité la
capa y la dejé en el suelo. Siendo un caballero, Ira salió del refugio, el
tiempo suficiente para recuperar su chaqueta, y mirarme mientras volvía a
entrar en el pequeño espacio. Demasiados buenos modales.
Sus labios se torcieron cuando me retorcí y traté de darle la vuelta a la
estúpida prenda sin tocarlo. No se movía. Y tampoco él. Miré al demonio
como si mi situación actual fuera culpa suya. Parecía absolutamente
encantado con mi ira, el pagano.
—Necesito tu ayuda —dije finalmente—. No puedo deshacerlo por mí
misma.
El príncipe infernal inspeccionó mi corsé con el mismo nivel de
entusiasmo que si le hubiera pedido que recitara un soneto a la luz de la luna
llena, pero no se negó a mi pedido.
—Date la vuelta.
—Trata de no parecer demasiado emocionado, o podría pensar que te
gusto.
—Cuenta tus bendiciones. Que me gustaras sería algo peligroso.
Resoplé.
—¿Por qué? ¿Me arruinarías para todos los demás príncipes
demoníacos?
—Algo así.
Él sonrió y me indicó que me diera la vuelta. Sus dedos se movieron
hábilmente a través de las cintas que se entrecruzaban por mi espalda,
tirando y deshaciendo con precisión militar.
Sostuve la parte delantera de mi ropa para evitar quedarme desnuda
mientras la parte trasera se abría un momento después, exponiendo mi piel.
El aire besado por la escarcha bailaba sobre mí.
Nunca antes me había quitado un corsé tan rápido. O sus sentidos
sobrenaturales lo ayudaron, o tenía mucha práctica en desnudar mujeres.
De forma espontánea, un destello de él acostándose con alguien cruzó
por mi mente con un detalle sorprendentemente vívido. Vi uñas
perfectamente limadas clavándose en su espalda, piernas largas y
bronceadas envueltas alrededor de sus caderas, suaves gemidos de placer
escapando mientras empujaba rítmicamente.
Un sentimiento oscuro se deslizó a través de mí al pensarlo. Apreté los
dientes y, de repente, reprimí una serie de acusaciones mientras me giraba.
Si no me conociera mejor, pensaría que estaba...
—Envidiosa. —Ira detectó fácilmente mi cambio de humor.
—Deja de leer mis emociones. —Desvié mi atención de un tirón hacia
la suya. Su expresión era limpia. Atrás quedó cualquier destello de humor
irónico o maldad. Permaneció rígido, como si se obligara a convertirse en un
bloque de hielo inamovible. Aparentemente, la idea de tocarme de esa
manera era repugnante.
—El corredor seguirá poniéndote a prueba. —Observó el rubor
tiñéndome las mejillas de un profundo tono rojo, pero no hizo ningún
comentario al respecto. Su atención se desvió brevemente hacia mi cuello
antes de que volviera a traerla hacia mis ojos—. Apaga tantas emociones
como sea posible. Solo se volverán más intensas a partir de este momento.
Además del miedo, este mundo prospera tanto con el pecado como con el
deseo en igual medida.
—¿No es el deseo lo mismo que la lujuria?
—No. Puedes desear riquezas, poder o estatus. Amistad o venganza.
Los deseos son más complejos que simples pecados. A veces son buenos.
Otras veces reflejan inseguridades. Este mundo está influenciado por quienes
lo gobiernan. Con el tiempo, ha llegado a jugar con todos nosotros.
Evitando más contacto visual, se apartó, se quitó la corona y se acostó
en el borde de las ramas, yendo tan lejos como para mirar en la dirección
opuesta. Aun así, estábamos durmiendo demasiado cerca. Apenas había el
espacio de una mano entre nosotros.
Envidiosa. Por él en celo como un cerdo con alguien más.
La idea era ridícula, especialmente después de su traición, pero la
persistente sensación de celos no desapareció de inmediato. Maldije entre
dientes y me concentré más en controlar mis emociones. Lo último que
necesitaba era que este reino me atrajera más profundamente hacia esos siete
pecados dominantes alimentándose de mis sentimientos.
Dejé caer el corsé de metal/dispositivo de tortura y me puse su camisa.
Era enorme en mi cuerpo, pero no me importaba. Era cálida y olía al
príncipe. Menta y verano. Y algo inconfundiblemente masculino.
Miré a Ira. Seguía sin camisa a pesar de la frescura del aire. Aparte de
sus pantalones ajustados, solo llevaba la pistolera y la daga. Iba a ser una
noche larga y miserable.
—¿No vas a ponerte la chaqueta de nuevo?
—Deja de tener pensamientos sucios sobre mí y descansa un poco.
—Debí haberte matado cuando tuve la oportunidad.
Se dio la vuelta para estudiarme, su mirada lenta y serpenteante
mientras viajaba desde mis ojos, sobre la curva de mis mejillas y se posaba
en mis labios. Después de un largo momento, dijo:
—Duerme.
Suspiré, luego me hundí en el suelo y me cubrí con la capa como si
fuera una manta. El pequeño espacio se llenó rápidamente con el aroma de
cedro y pino. Afuera aullaba el viento. Un momento después, pequeñas
bolitas de hielo asaltaron nuestra cámara. Sin embargo, nada se filtró en
nuestro refugio.
Me quedé allí un rato, escuchando cómo la respiración del demonio se
volvía lenta y uniforme. Una vez que estuve segura de que estaba dormido, lo
miré de nuevo; dormía como si no tuviera ninguna preocupación en el
mundo: el sueño profundo de un depredador en la cúspide. Me quedé
mirando la tinta reluciente sobre sus hombros, las líneas en latín aún
demasiado pálidas y distantes para distinguirlas.
En contra de mi mejor juicio, me dejé sentir curiosidad acerca de
aquello que tenía suficiente valor o importancia para que él marcara
permanentemente su cuerpo con eso. Quería abrirle el alma y leerlo como un
libro, descubrir los secretos y las historias más profundas de cómo llegó a
ser.
Lo que era una tontería.
Traté de no darme cuenta de la forma en que nuestro tatuaje a juego
había pasado elegantemente junto a su codo ahora también. Sus lunas
crecientes dobles, flores silvestres y serpientes me recordaron una escena de
cuento de hadas capturada en un fresco en casa. Algo sobre dioses y
monstruos.
Traté desesperadamente de no pensar en lo mucho que quería trazar sus
tatuajes, primero con las yemas de los dedos y luego con la boca.
Degustando, explorando.
Especialmente no me permití pensar acerca de ser la persona con la
que él yacía y con la que había hecho el amor. Su cuerpo duro y poderoso
moviéndose sobre el mío, profundo dentro de...
Cerré ese pensamiento escandalosamente carnal, sorprendida por su
intensidad.
Tortuoso Corredor del Pecado. Obviamente, estaba siendo probada
por la lujuria y, considerando a mi compañero de cama, eso era más
peligroso que cualquier bestia del infierno merodeando afuera, sedienta de
mi sangre. No sé cuánto tiempo pasó, pero el sueño finalmente me encontró.
Un rato después, me moví. La tormenta rugía, pero eso no fue lo que
me despertó. Un aliento cálido me hizo cosquillas en el cuello con
movimientos uniformes y rítmicos. En algún momento de la noche debí
haberme movido hacia el demonio. Y, sorprendentemente, ninguno de los dos
se había movido.
Ira yacía detrás de mí, con un pesado brazo posado posesivamente
sobre mi cintura, como si desafiara a cualquier intruso a robar lo que había
reclamado como suyo. Debería alejarme. Y no solo por decoro. Estar tan
cerca de él era como jugar con fuego y ya había sentido su ardor, pero no
quería moverme. Me gustaba su brazo sobre mi cuerpo, el peso, la sensación
y el aroma de él se enroscaban a mi alrededor como una pitón. Quería que
me reclamara, casi tanto como quería que fuera mío.
En el instante en que llegó ese pensamiento, dejó de respirar de
manera constante.
Me moví poco a poco hacia atrás, presionándome contra su pecho,
todavía anhelando más contacto.
Su control sobre mí se constriñó una fracción.
—Emilia...
—¿Sí?
Ambos nos quedamos quietos ante el tono sensual de mi voz, el anhelo
que no podía ocultar. Apenas reconocía esta versión abiertamente deseosa
de mí misma. En casa, a las mujeres se les enseñaba que esos deseos eran
malos, incorrectos. Los hombres podían satisfacer sus necesidades más
básicas y nadie los llamaba impíos. Eran libertinos, pícaros, escandalosos,
pero no condenados al ostracismo por su comportamiento.
Se consideraba que un hombre con un apetito sexual saludable estaba
lleno de vitalidad, un buen partido. Experimentado para su pareja, en caso
de que alguna vez decidiera casarse. Mientras que a las mujeres se les
enseñaba a permanecer virginales, puras. Como si nuestros deseos fueran
cosas sucias y vergonzosas.
Yo no era humana, ni era miembro de la nobleza, que sufrían más
restricciones que las que nunca tendré, pero ciertamente me criaron con esas
mismas nociones.
Sin embargo, ya no estaba en el mundo mortal. Ya no estaba obligada a
seguir sus reglas.
Un escalofrío de sorpresa me atravesó. No podía decidir si era por la
emoción o el miedo de dejarme quitar esos grilletes aquí. Tal vez lo sabía, y
tal vez esa era la parte que me asustaba. Quería algo contra lo que me habían
advertido. Y ahora todo lo que tenía que hacer era extender la mano y darle
la bienvenida. Era hora de ser valiente, audaz.
En lugar de dejarme dominar por el miedo, podría volverme valiente.
Empezando ahora. Me acurruqué contra Ira de nuevo, había tomado mi
decisión. Él pasó lentamente una mano por la parte delantera de mi camisa,
jugando con los botones. Me mordí el labio para no jadear.
—Tu corazón late muy rápido.
Su boca rozó el lóbulo de mi oreja y, la diosa me maldiga, me arqueé
ante el toque, sintiendo cuánto le gustaba nuestra posición actual.
Su excitación envió un escalofrío hasta los dedos de mis pies. No
debería querer esto. No debería quererlo a él. Pero no podía borrar de mi
mente la imagen fantasma de él acostándose con otra persona, o la forma en
que eso me hacía sentir. Quería ser a la que se llevara a la cama. Quería que
me deseara de esa manera. Y solo a mí. Era un sentimiento primitivo y
antiguo.
Uno que mi futuro esposo podría no aprobar, pero no me importaba.
Quizás la única aprobación que buscaría de ahora en adelante sería la mía.
Al infierno, literalmente, con todo lo demás. Si iba a ser la reina de este
reino, abrazaría cada parte de él, y a mi verdadero yo, por completo.
—Dime —susurró, su voz se deslizándose como la seda sobre mi piel
enrojecida.
—¿Qué? —Mi propia voz salió sin aliento.
—Soy tu pecado favorito.
Por el momento, no estaba segura de poder hablar con oraciones
completas. Ira se había burlado de mí antes, me había besado con furia y
pasión, incluso, pero nunca había intentado seducirme.
Desabrochó el primer botón de mi camisa, su camisa, tomándose un
cuidado y un tiempo infinito para pasar al siguiente. Todos los pensamientos
racionales huyeron; su toque me redujo a poseer una sola necesidad
primitiva: deseo. Crudo, salvaje e interminable. No sentía vergüenza,
preocupación o temor.
Mi pecho subía y bajaba con cada latido acelerado de mi pulso. Otro
botón se deshizo. Seguido de otro. Pronto siguió el control sobre mis
emociones. Un fuego chisporroteante me consumió lentamente desde los
dedos de los pies hacia arriba. Era una maravilla que la nieve debajo de
nosotros no se hubiera derretido.
Si no me tocaba, piel con piel, ardería. El quinto botón se abrió,
dejando solo unos pocos más. Estaba a punto de arrancarme la maldita
camisa. Sintiendo mi impulso, o tal vez finalmente cediendo al suyo,
rápidamente desabrochó los botones restantes y la abrió, exponiéndome.
Por encima de mi hombro, observó mi cuerpo, su mirada se oscureció
cuando su mano callosa se deslizó por mi piel suave.
Era tan tierno, tan atento mientras acariciaba mi clavícula. Cuando
presionó su palma contra mi corazón, sintiendo su latido como si fuera la
fuente más mágica de su mundo, pensé que podría derribarlo y acostarlo en
ese mismo momento. Su ligero toque estaba en discordancia con el poderoso
y aterrador poder que emanaba de él.
—¿Estás nerviosa?
Difícilmente. Estaba embelesada. Completamente a su merced. Aunque
una mirada a su cruda expresión indicaba que lo contrario podría ser cierto.
Me las arreglé para negar con la cabeza.
Sus dedos bajaron, aprendiendo la curva debajo de mi pecho,
explorando mi estómago y haciendo una pausa para jugar con el cinturón de
serpiente que olvidé que estaba usando. Si me giraba un poco, me inclinaba
más hacia arriba, podría desabrocharlo fácilmente. Por eso se había
detenido. Estaba esperando mi decisión. Pensé que era obvio lo que quería.
—Dime
Prefería mostrárselo. Envalentonada, me di la vuelta, pasé un brazo
alrededor de su cuello y hundí mis dedos en su cabello azabache. Podríamos
estar en el infierno, pero él se sentía como el Paraíso.
Sus manos obstinadas viajaron hacia arriba para rozar mis pechos
nuevamente. Los apretó suavemente, la aspereza de su piel creaba una
agradable fricción.
Se sentía tan bien como recordaba. Incluso mejor. No pude evitar
jadear cuando su otra mano finalmente obedeció mis deseos tácitos y se
dirigió en la dirección opuesta. Viajó a través de mis costillas, más allá de
mi estómago, y se quedó justo encima de donde quería que explorara.
Un calor meloso se acumuló en mi vientre.
Ira finalmente deslizó sus dedos debajo de la banda de mi falda,
rozando la suave piel entre mis caderas, su toque ligero como una pluma. La
diosa me maldiga. En este momento, no me importaban sus mentiras o su
traición. Nada importaba excepto la sensación de sus manos sobre mi
cuerpo.
—Por favor. —Lo acerqué. Suaves labios rozaron los míos—.
Bésame.
—Dilo una vez. —Gentilmente tiró de mi trasero hacia él,
ofreciéndome un sabor perverso de lo que estaba por venir. Su palpitante
excitación avivó las llamas de mis propias pasiones. Desearía que hiciera
eso sin nuestra ropa puesta. Me froté contra su dura longitud y cualquier
control que había tenido se desvaneció. Capturó mi boca con la suya,
besándome hambrienta y posesivamente.
Una de sus manos permaneció anclada en mi cadera y la otra fue por
debajo de mis faldas, deslizándose por mi tobillo, pasando por mi
pantorrilla, luego viajó entre mis muslos mientras su beso se profundizaba y
su lengua reclamaba la mía. Sus dedos estaban casi en el centro resbaladizo
y dolorido.
Lo necesitaba allí. Gemí su nombre cuando por fin...
—Si bien tu ilusión actual suena salvajemente interesante —la voz
sedosa de Ira llegó desde el otro lado del pequeño recinto—, es posible que
desees ponerte la ropa. La temperatura está muy por debajo del punto de
congelación ahora.
Me incorporé de un tirón, parpadeando en la oscuridad. ¿Qué en los
siete infiernos...?
Me tomó un momento estabilizar mi respiración y otro orientarme. La
camisa que me había prestado había sido descartada junto con la capa, y mi
piel desnuda se arrugaba en el aire helado. Mis faldas estaban amontonadas
alrededor de mi cintura como si me las hubiera estado quitando y hubiera
fallado.
Me quedé mirando el lugar frío y vacío a mi lado, confundida.
—¿Algo está mal? —Quizás mi nueva unión con la Casa del Orgullo
nos impedía asociarnos íntimamente entre nosotros—. ¿Rompimos una
regla?
—Intenté advertirte. —No podía ver su rostro, pero escuchaba la
sonrisa satisfecha, demasiado presumida y muy masculina entrar en su voz, y
las campanas de alarma comenzaron a sonar—. Tus anhelos se burlarán de ti
y te llevarán al olvido si no puedes controlarlos. Este es un reino de pecado
y deseo. Depende de tus vicios para su supervivencia de la misma manera
que el mundo humano requiere oxígeno y agua. Si pierdes el control por un
segundo, saltará. Y no siempre de la forma en que crees que lo hará. Por
ejemplo, si estuvieras pensando en odio, podría ser una prueba para ver si lo
contrario puede ser cierto.
—Yo... —Oh diosa. Mi cerebro aturdido por la lujuria finalmente se
puso al día con lo que había sucedido. Dijo que era una ilusión. Más como
una pesadilla. Enterré mi cara ardiente en mis manos, preguntándome si
había un hechizo que pudiera usar para desaparecer—. Eso no era real...
¿nada de eso?
—Una cosa que puedo prometerte —su voz era profunda y sensual en
la oscuridad—, es que nunca dudarás de que es real cuando te toque.
Frustrada, avergonzada y furiosa por haberme sometido a desearlo,
aunque fuera por un segundo, levanté su camisa y volví a ponérmela
bruscamente antes de dejarme caer de lado.
—Alguien es engreído.
—Lo dice la persona que se frotaba contra mi...
—Termina esa frase y te sofocaré en tu maldito sueño, demonio.
La risa baja de Ira hizo que mis dedos de los pies se enroscaran y mi
imaginación volara directamente hacia los abismos de fuego del infierno. Mi
mente traicionera repitió una pequeña elección de palabras una y otra vez. Él
dijo cuando me toque, no si. Como si planeara hacer realidad esa fantasía
erótica en algún momento en el futuro. Pasó un buen rato antes de que el
sueño me encontrara de nuevo.
Solo que esta vez no soñé con ser felizmente seducida por el príncipe
prohibido.
Soñé con un asesinato violento y despiadado. Y una mujer hermosa con
ojos de luz de estrellas, gritando una maldición de venganza en la noche más
oscura.
Lo más perturbador de todo era que sentía como si la conociera. Y su
maldición estaba dirigida a mí.
TRES
El amanecer se abrió camino dentro de nuestro pequeño refugio. No es
que pudiera decir con certeza qué hora era. Este mundo parecía estar
atrapado en un estado permanente de penumbra. Quizás la culpa era de la
rápida aproximación a la próxima tormenta. Hasta ahora, “nublado” era el
estado preferido de la atmósfera aquí. Como si demostrara que mi teoría era
correcta, el viento chirrió en la distancia, levantando los pequeños vellos a
lo largo de mis brazos.
Solo había un ligero cambio en el ángulo de la luz y la forma en que Ira
dijo con brusquedad: “Es hora de moverse” lo que indicaba que de hecho
era de día. Esperé a que el arrogante príncipe se burlara de lo que sucedió
hace unas horas, pero no dio indicios de que había estado medio desnuda y
retorciéndome contra él, burlada con una ilusión pecaminosa de nuestros
cuerpos enredados.
Quizás fue solo un sueño dentro de un sueño.
Esa esperanza me sacó de nuestra cama improvisada. Me retorcí de un
lado a otro, estirando los músculos doloridos. No fue la peor noche de sueño
que había tenido, pero no fue cómoda de ninguna manera. Un baño caliente,
una muda de ropa y una buena comida eran justo lo que necesitaba.
Al pensar en la comida, mi estómago gruñó lo suficientemente fuerte
que Ira se dio la vuelta para mirarme, una ligera arruga formándose entre sus
cejas.
—No tenemos mucho más por recorrer, pero, debido al terreno, es
probable que nos tome hasta el anochecer para llegar a nuestro destino.
—Viviré.
Ira parecía escéptico sobre eso, pero mantuvo su problemática boca
cerrada.
Me quedé mirando con tristeza la parte superior del corsé de metal y
comencé a desabrocharme la camisa del demonio. Bien podría ponerme la
miserable prenda rápidamente para que pudiéramos irnos. Si bien
definitivamente podría sobrevivir sin comida por un tiempo, eventualmente
me daría dolor de cabeza si pasaba mucho más tiempo.
Vittoria había sido igual. Nuestro padre solía burlarse de nosotras,
alegando que nuestra magia quemaba un flujo constante de energía que
necesitaba reponerse, y que era algo bueno que tuviéramos un restaurante.
Nonna sacudía la cabeza y lo ahuyentaba antes de deslizarnos dulces.
Un tipo diferente de dolor se instaló cerca de mi corazón. No
importaba cuánto trataba de apagarlo, los pensamientos sobre la comida
rápidamente se convirtieron en pensamientos sobre Mar & Vid, nuestra
trattoria familiar.
Lo que fue un golpe emocional que casi me hacía doblar. Extrañaba
muchísimo a mi familia y solo había pasado una noche en el inframundo. El
tiempo podría moverse de manera diferente aquí, por lo que era posible que
solo hubiera pasado una hora en mi mundo, tal vez menos.
Esperaba que Nonna lograra encontrar un escondite seguro para todos.
Perder a mi gemela fue devastador, mi dolor todavía era lo suficientemente
poderoso como para ahogarme si lo dejaba salir a la superficie por encima
de la furia durante demasiado tiempo. Si perdiera a alguien más... Metí esas
preocupaciones en un pequeño baúl cerca de mi corazón y me concentré en
pasar el día. Un nuevo pensamiento se coló.
—¿Dónde está Antonio? —Observé a Ira con atención. No es que
pudiera leerlo mucho si optara por proteger sus emociones—. Nunca me
dijiste adónde lo enviaste.
—A algún lugar seguro.
No me dio más detalles y probablemente era mejor dejarlo así por
ahora. Teníamos cosas más importantes en las que concentrarnos. Como salir
del Corredor del Pecado sin otra insinuación de mis deseos, y luego
presentarme formalmente a Orgullo y su corte real.
Habría mucho tiempo en el futuro para hablar con Antonio, la espada
humana que uno de los príncipes demonio había influenciado para matar a mi
gemela. Y el joven con el que solía soñar con casarme antes de saber la
verdad de su odio por las brujas.
En mi prisa por prepararme, rompí un botón de mi camisa prestada y
me encogí ante el hilo deshilachado. Sabiendo lo quisquilloso que era mi
compañero de viaje con la ropa, me preparé para una conferencia. Miré
hacia arriba, una disculpa en mis labios, sorprendida cuando Ira negó con la
cabeza, cortando mis palabras antes de darles voz.
—Quédatela. —Se puso la chaqueta negra. Fruncí las cejas y
rápidamente notó la sospecha que no traté de ocultar—. Está arrugada y
arruinada. Me niego a que me vean así.
—Tu consideración es abrumadora. Podría desmayarme.
Inspeccioné su chaqueta. El lujoso material le cubría los anchos
hombros, acentuando los músculos tensos y las duras líneas de su pecho. Por
supuesto que preferiría aparecer medio desnudo en lugar de usar una camisa
arrugada frente a cualquier súbdito demoníaco. Casi puse los ojos en blanco
ante su vanidad, pero me las arreglé para mantener mi expresión neutral.
Noté algo que no había visto anoche: ahora usaba ambos amuletos. Los
primeros lengüetazos de ira burbujearon, pero apagué los sentimientos.
Había tenido suficientes pruebas por un día.
Se abrochó el botón por encima de los pantalones, dejando una imagen
sin obstáculos de su torso esculpido y el más mínimo indicio de la pistolera
de cuero. La espada forjada por el demonio no era su mejor arma: una
mirada a él y cualquiera dudaría en levantar una mano.
Los ojos de Ira brillaron con desenfrenado placer cuando vio lo que
me había llamado la atención.
—¿Quieres que lo desabroche de nuevo? ¿O preferirías hacerlo tú?
—Supéralo. Estaba pensando en lo engreído que eres, no en desearte.
—Anoche deseabas meterte debajo de mí. De hecho, fuiste bastante
insistente.
Levanté la barbilla. Él podía sentir una mentira, así que no me molesté
en decirla.
—La lujuria no requiere agradar o incluso amar a alguien. Es una
reacción física, nada más.
—Tenía la impresión de que no estabas interesada en besar a alguien
que odiabas —dijo con frialdad—. ¿Debo creer que estarías bien
acostándote con ellos ahora?
—¿Quién sabe? Tal vez sea este reino y sus perversas maquinaciones.
—Mientes.
—Bien. Tal vez estaba sola y asustada y me ofreciste una distracción.
Metí la camisa en mis faldas. Hacía mucho más calor y estaba
emocionada por dejar atrás el corsé de metal. Me incliné para recuperar mi
cinturón de serpiente y lo até alrededor de mi cintura.
Ira siguió cada uno de mis movimientos, sus ojos dorados
evaluándome. Curiosamente, parecía genuinamente intrigado por mi
respuesta.
—¿Por qué te importa, de todos modos? —pregunté—. No es como si
fueras a compartir mi cama.
—Me preguntaba qué cambió.
—Estamos en el inframundo, para empezar. —Sus ojos se
entrecerraron, detectando incluso la más mínima falsedad. Interesante—.
Déjame aclarar cualquier confusión. Eres muy agradable de ver. Y en
algunas ocasiones en las que la lógica falla, puede que te desee, pero nunca
te amaré. Disfruta de la ilusión de anoche: una fantasía es todo lo que fue y
todo lo que será.
Me dio una sonrisa burlona mientras recolocaba su corona.
—Ya lo veremos.
—Sería muy tentador hacer una apuesta, pero me niego a rebajarme a
tu nivel.
Su mirada ardía, recordándome a un fuego acumulado a punto de
encenderse de nuevo.
—Oh, creo que disfrutarías cada segundo de rebajarte a mi nivel. Cada
resbalón y zambullida de tu caída haría que tu pulso se acelere y tus rodillas
se estremezcan. ¿Querrías saber por qué?
—Para nada.
Una molesta media sonrisa apareció en su rostro. Se inclinó más cerca,
su voz bajó imposiblemente.
—El amor y el odio están arraigados en la pasión. —Sus labios
susurraron a través de mi mandíbula mientras los llevaba lentamente a mi
oído. Me quedé sin aliento por su cercanía, su calor. Se echó hacia atrás lo
suficiente para encontrarse con mi mirada, su atención se centró en mi boca.
Por un momento, pensé que iba a inclinar mi cara hacia la suya, pasar su
lengua por la comisura de mis labios y saborear mis mentiras—. Es extraño
cómo esa línea se vuelve borrosa con el tiempo.
Mis labios traidores se separaron en un suspiro. Antes de que me diera
cuenta de que incluso se había movido, salió de nuestro pequeño refugio. Un
escalofrío se deslizó por mi espalda. No era el frío lo que me inquietaba; era
la determinación que brillaba en sus ojos. Como si le hubiera declarado la
guerra y él se negara a alejarse del atractivo de la batalla. No estaba claro si
se refería a mí nunca amándolo o nunca acostándome con él, pero provocar
al general de la guerra significaba problemas de cualquier manera.
Mientras me ponía la capa, recordé las advertencias de Nonna sobre
los Malignos: cómo una vez que alguien llamaba la atención de un príncipe
demonio, no se detenía ante nada para reclamarlo.
La forma en que Ira me había mirado me hizo pensar que esas historias
eran ciertas. Y a pesar de su anterior proclamación de que yo era la última
criatura en todos los reinos que él querría, y del hecho de que ahora estaba
prometida a su hermano, algo innegablemente acababa de cambiar.
Diosa ayúdanos a los dos.

La mañana pateó y gritó hacia el mediodía como si fuera un niño


mimado haciendo un berrinche. Aparecieron ráfagas de nieve, feroces y
aulladoras, y se fueron tan rápido como habían llegado. Cuando pensé que el
clima finalmente se había vuelto moderado, el hielo nos bombardeó.
Mechones congelados de cabello oscuro se pegaban a mi cara, y mi
capa succionaba mi cuerpo como una segunda piel. Tenía frío y me sentía
miserable de una manera que nunca había experimentado en casa en mi
cálida isla. Varias partes de mi cuerpo estaban quemadas o sentían pinchazos
por el hielo, y hacía mucho que había perdido la sensibilidad en mis pies.
Esperaba no perder un dedo o tres por congelación.
Cada vez que sentía los primeros matices de desesperanza
arrastrándose, apretaba los dientes y seguía adelante, con la cabeza gacha,
mientras las ráfagas de viento continuaban golpeándome. Me negaba a
sucumbir a los elementos tan pronto en mi misión. Mi hermana nunca se
rendiría conmigo.
Haría falta algo mucho peor que el hielo para detenerme ahora.
Quizás este corredor era más que una simple prueba de pecados; tal
vez luchar contra elementos tan viciosos era una prueba de carácter. De
determinación. Y de descubrir hasta dónde estaba dispuesta a llegar una por
sus seres queridos. Tanto los demonios como este reino descubrirían esa
respuesta lo suficientemente pronto.
O Ira emitió un glamur o los elementos no se atrevieron a meterse con
su yo principesco. Su cabello no se vio afectado y su ropa permaneció seca.
Si su actitud arrogante con respecto al viaje ya no me molestaba lo
suficiente, la forma en que el clima se inclinaba a su voluntad era suficiente
para fastidiarme hasta la tumba. Era totalmente injusto que se viera tan
condenadamente bien mientras yo me veía similar a una naufraga empapada
que llegó a la orilla después de varios largos y duros meses en el mar.
Las pocas veces que no nevaba o granizaba o alguna combinación
terrible de las dos, una niebla espesa y fría se cernía sobre nosotros como un
presagio de un desagradable dios del invierno. Estaba empezando a pensar
que había un poder superior que disfrutaba jugando con los viajeros. El
tiempo pasó y siguió, aunque el sol nunca apareció del todo. Solo había
varios tonos de gris tiñendo el cielo. Ira y yo apenas hablamos después de
nuestra conversación matutina, y estaba perfectamente bien con eso. Muy
pronto estaría en la Casa del Orgullo.
Después de lo que estimé como una o dos horas de viaje, comencé a
temblar incontrolablemente. Cuanto más trataba de obligar a mis músculos a
quedarse quietos, más se rebelaban.
Nonna siempre nos dijo que encontráramos lo positivo en cualquier
situación, y ahora que estaba tan agotada emocional y físicamente por los
helados elementos, me salvé de ser evaluada por el Corredor del Pecado.
Mis escalofríos rápidamente se hicieron lo suficientemente fuertes
como para llamar la atención de Ira. Me recorrió con una mirada
calculadora, apretó la boca y caminó más rápido. Me gritó que siguiera
moviéndome. Que me diera prisa. Que levantara mis pies. Más alto, más
rápido, muévete, vamos, ahora. Era el poderoso general de la guerra y
fácilmente podía imaginar cuánto lo odiaban sus soldados por los ejercicios
que los hacía atravesar.
Cuando dolorosos alfileres y agujas comenzaron a pinchar por todo mi
cuerpo, me distraje con un nuevo juego. Quizás era el Corredor del Pecado
animándome, pero imaginé todas las formas en que Ira podría resbalarse por
un acantilado y caer en las rocas escarpadas. Lo veía todo tan claramente...
...Yo corría tras él, con el pulso acelerado mientras seguía las ramas
rotas y la destrucción dejada a su paso, su gran cuerpo chocando
violentamente contra todo en su camino hacia abajo. Una vez que lo
alcanzaba, caía de rodillas, buscando frenéticamente su pulso. Luego, movía
mis dedos a través de su sangre caliente, dibujando pequeños corazones y
estrellas con ella.
Miró por encima del hombro y frunció el ceño.
—¿Por qué estás sonriendo?
—Estoy fantaseando con pintar el mundo con tu sangre.
—Explica la mirada excesivamente indulgente. —El retorcido pagano
sonrió y el Corredor del Pecado rápidamente dejó de empujarme de la gula a
la ira. Antes de liberarme a mí misma, él dijo casualmente—: ¿Alguna vez te
he dicho que tu ira es como mi afrodisíaco personal?
No, no lo había hecho. Pero, por supuesto, el demonio que gobierna la
guerra se despertaría por el conflicto. Inhalé profundamente, tratando de
enfriar mi temperamento y la ira hacia la que todavía era empujada.
—Si deseas mantener intacto tu apéndice favorito, te sugiero que no
hables.
—Una vez que termines de pensar en mi impresionante apéndice, te
sugiero que te muevas más rápido. Tenemos un largo camino por recorrer. Y
te ves medio muerta tal como estás.
—Tu talento para hacer desmayar a una mujer es solo superado por tu
encanto, príncipe Ira.
Sus fosas nasales se ensancharon e hice un pésimo trabajo manteniendo
la diversión fuera de mi rostro. Lo que solo hizo que su ceño se hiciera más
profundo. Ira no volvió a burlarse de mí por unas horas, pero era inquietante.
Estaba motivado, tenso. Tenía la fuerte sospecha de que estaba más
preocupado de lo que dejaba ver. Hice todo lo posible para seguirle el
ritmo, concentrándome en el objetivo final en lugar del miserable presente.
Nos abrimos paso por el traicionero camino, el tiempo avanzando en
incrementos terriblemente más lentos. Empecé a resbalar más, agarrándome
justo antes de caer por el borde.
Ira me fulminaba con la mirada, reuniendo mi ira lo suficiente como
para seguir adelante, aunque solo fuera para fastidiarlo. No estaba segura de
cuánto tiempo me tomó darme cuenta, pero la conciencia hormigueó en la
parte posterior de mis confusos sentidos. Ira había explorado una buena
distancia más adelante, asegurándose de que el terreno fuera transitable,
cuando sentí que el leve cosquilleo de la inquietud se convertía en un
estímulo constante que ya no podía ignorar.
Dejé de caminar y el sonido de la nieve crujiendo continuó durante un
poco de tiempo antes de quedar inquietantemente silencioso. Lentamente
barrí mi mirada alrededor. Los árboles de hoja perenne se alineaban en esta
parte del paso, las ramas pesadas y arqueadas por la nieve espesa, lo que
hacía imposible ver más allá de ellos en la sección más oscura del bosque.
Las ramas sobrecargadas de los árboles crujieron y gruñeron. Más nieve se
agolpó.
Exhalé, mi aliento se mezclaba con la niebla. La atmósfera embrujada
era causada por el sonido de las ramas rotas cayendo. Me di la vuelta y me
congelé.
Una criatura gigante de tres cabezas parecida a un perro me miró con
la cabeza ladeada y tres pares de orejas animadas. Su pelaje era tan blanco
como la nieve que caía y sus ojos eran de un azul glaciar. Esos ojos extraños
me miraron fijamente, sus pupilas se dilataron y luego se contrajeron.
Ni siquiera respiré demasiado profundamente por temor a provocar un
ataque. Sus colmillos eran dos veces más grandes que los cuchillos de comer
y parecían igual de afilados. La criatura aspiró el aire, su nariz húmeda casi
tocando mi garganta mientras acercaba su cabeza del medio.
Tragué un grito cuando se acercó un paso, esos ojos helados se
iluminaron con...
Antes de que pudiera gritar pidiendo ayuda, cada juego de sus
mandíbulas se abrió y cerró como si quisiera morderme, pero cambió de
opinión, para su sorpresa y la mía. Sacudió la cabeza, sus ojos vidriosos y
se alejó. Un depredador que reconoce una amenaza mayor. Caí en el
terraplén y miré, estupefacta, mientras se escabullía hacia atrás en el bosque,
su mirada nunca dejó la mía mientras gruñía suavemente.
No volví a respirar hasta que desapareció de la vista. Demasiado para
causar una impresión intrépida en el inframundo.
—Sangre y huesos. ¿Qué era eso?
—Si has terminado de jugar con el cachorro, me gustaría continuar
nuestro viaje.
—¿Cachorro?
Giré mi cabeza en dirección al demonio. Ira estaba a unos pasos de
distancia, sus poderosos brazos cruzados y una sonrisa molesta en su rostro.
Sin asistencia, sin ofrecimiento de ayuda. Solo burla ante una situación que
podría haberse vuelto fea muy rápidamente. Típico de demonio.
—¡Ese era del tamaño de un caballo pequeño!
—Abstente de ensillarlo como tal. A diferencia de mis hermanos, no
les gusta ser montados.
—Que gracioso. —Me puse de pie y limpié la nieve de mi capa. Como
si no tuviera suficiente frío y humedad antes—. Podría haber sido mutilada
hasta la muerte.
—Hay una serie de demonios menores solitarios que llaman hogar a
los bosques y las tierras periféricas. Los sabuesos del infierno deberían ser
tu menor preocupación. Si has terminado con el drama, sigamos. Hemos
perdido suficiente tiempo.
Por supuesto, el demonio llamaría cachorro a un sabueso del infierno
de tres cabezas y diría que yo estaba siendo dramática por el encuentro. Pasé
junto a él, murmurando todas las obscenidades que podía recordar. Su risa
oscura hizo que mis pies se movieran más rápido, no fuera que el Corredor
del Pecado tuviera más ideas malvadas.
Continuamos viajando, afortunadamente sin más encuentros con la vida
silvestre. Nuestro mayor desafío fue la implacable tormenta. En silencio juré
que nunca volvería a fantasear con la nieve siendo romántica.
Cuando pensé que nuestra furiosa miseria estaba llegando a su fin, otra
montaña imponente apareció de la niebla. Tuve que inclinarme hacia atrás y
aun así no podía ver por encima.
Reprimí un pequeño gemido. No había ninguna posibilidad de que
pudiera arrastrar mi cuerpo congelado hacia arriba, sobre ese gigante. Mi
cabeza se sentía extraña, una combinación de mareo y agotamiento. O
vértigo. Consideré dejarme caer allí mismo. Quizás unos minutos de
descanso ayudarían.
Ira avanzó a grandes zancadas, dejándome donde estaba contemplando
mi muerte casi segura. Al igual que cuando puso una mano en las puertas del
infierno, colocó su palma contra la pared de roca. La luz dorada brilló
mientras silenciosamente ordenaba a la montaña que cumpliera sus órdenes.
O tal vez estaba susurrando una amenaza a un dios del infierno que le
debía un favor.
Estaba demasiado lejos para escucharlo y me reí al pensar en sus
demandas potenciales. Me reí por completo cuando una sección de la
montaña se deslizó hacia atrás como su propia puerta personal. Por supuesto.
Una montaña obedecía todos sus deseos. ¿Por qué no lo haría?
Lástima que no le ordenó a la tormenta como debió haber hecho antes
con el sabueso del infierno. Probablemente habría metido la cola entre las
piernas y habría corrido en la dirección opuesta.
Por alguna razón, las imágenes me hicieron quebrarme, riendo con
tanta fuerza que las lágrimas corrieron por mi rostro. Un segundo después,
olvidé qué era tan gracioso. La nieve caía en copos más pesados. Mi pulso
se hacía más lento, mi corazón se apretó. Sentí como si me estuviera
muriendo. O viajando a una isla de...
Ira estuvo frente a mí en un instante, sus fuertes manos envolvieron la
parte superior de mis brazos. No me di cuenta de que me había estado
balanceando sobre mis pies hasta que él me estabilizó. Incluso con su ayuda,
todo siguió girando salvajemente y apreté los ojos cerrados, lo que solo
empeoró las cosas.
Los abrí de nuevo y traté de concentrarme en un punto para aliviar la
sensación.
El severo rostro de Ira apareció a la vista.
Me miró con el ceño fruncido. Si tuviera la capacidad de hacerlo,
habría puesto los ojos en blanco ante su evaluación crítica de lo que fuera
que le pareciera que faltaba. No todo el mundo tenía la suerte de verse como
una deidad engañosamente hermosa mientras atravesaba el infierno. Sus
labios se torcieron.
Debí haber dicho esa última parte en voz alta.
—Quizás debería cargarte el resto del camino. Si estás hablando sobre
mi apariencia divina, debes estar tremendamente enferma.
—No. Absolutamente no.
Me tambaleé hacia la apertura que había hecho en la montaña,
desesperada por salir de la nieve. Di dos pasos en el túnel oscuro antes de
que mis piernas se extendieran desde debajo de mí y un brazo cálido y
musculoso me pasara por los hombros, manteniéndome en el lugar.
Me retorcí, humillada por ser llevada como una muñeca de trapo o una
niña. Ira no se inmutó ante mis intentos de liberarme. Como futura reina de
los Malignos, esta no era la primera impresión que quería dar. Medio
delirante, medio congelada y totalmente dependiente de un demonio.
Ira había dicho una vez que el poder lo era todo aquí, e incluso a pesar
de mi delirio, sabía que renunciar al mío por un momento me marcaría como
un objetivo fácil.
—Ponme. Abajo.
—Lo haré.
Mi cabeza rodó hacia atrás, aterrizando en el rincón entre su hombro y
cuello. Estaba deliciosamente cálido.
—Me refiero a ahora.
—Soy muy consciente de eso.
El mundo se balanceaba con cada uno de sus pasos, se oscurecía. De
repente, era un esfuerzo mantenerme despierta. Mi piel se sentía
extrañamente tensa. Todo estaba demasiado frío. El sueño haría que todo eso
desapareciera. Y entonces podría soñar. Con mi hermana. Con mi vida antes
de que hubiera convocado a un demonio. Y con el tiempo en que había
creído tontamente que el amor y el odio no estaban ni cerca de ser la misma
emoción.
—Te odio. —Mis palabras salieron más lentas de lo debido—. Te
odio de la manera más oscura.
—También soy muy consciente de eso.
—Mi futuro esposo no puede verme así.
Sentí más que lo vi sonreír.
—Conociéndote, estoy seguro de que te verá mucho peor.
—Grazie. —Imbécil. Me acurruqué contra su calidez y suspiré,
socavando mis propias demandas de que me bajara. Solo descansaría un
minuto—. ¿Crees que me gustará?
Los pasos de Ira nunca vacilaron, pero me sostuvo con un poco más de
fuerza.
—El tiempo dirá.
Me quedé dormida y me desperté en lo que esperaba que fuera solo un
momento o dos después. Entre la oscuridad del túnel y su paso firme y
rítmico, era difícil mantenerse alerta. Pensamientos y recuerdos sin sentido
se agolparon en mi cabeza y se derramaron de mis labios.
—Dijiste que no lo harías.
—¿No haría qué?
El retumbar de su voz vibró en mi pecho. Fue extrañamente
reconfortante. Presioné mi mejilla contra su corazón, escuchándolo latir más
rápido. O tal vez eso era una ilusión. Su piel desnuda resplandecía contra la
mía. Casi dolorosamente.
—Cuidarme. Dijiste que no lo harías...
No respondió. No es que esperaba que lo hiciera. No era suave ni
amable. Era duro, rudo y alimentado por la rabia y el fuego. Entendía de
batalla, guerra y estrategia. La amistad no era ninguna de esas cosas.
Especialmente una que involucraba a una bruja. Para él era una misión, una
promesa que le había hecho a su hermano, nada más. Eso lo entendía, incluso
si dolía profundamente. Tenía mis propias metas, mi propia agenda. Y no
dudaría en destruir a cualquiera que interfiriera con mis planes.
Incluso a él.
El sueño finalmente me abrazó y me relajé contra el cuerpo de Ira. Tal
vez me sorprendería metiéndonos a hurtadillas en la Casa del Orgullo a
través de una entrada secreta para evitar a los demonios entrometidos. Solo
podía esperar que me concediera un poco de misericordia.
Desde algún lugar lejano, podría haber jurado que susurró:
—Mentí.
CUATRO
—¿Está ella muerta? —Me tomó un minuto ubicarlo, pero reconocí la
voz. Anir. El humano segundo al mando de Ira. El demonio respondió con
una obscenidad que sonaba muchísimo a Por supuesto que no, maldito
idiota—. ¿Puedes culparme? Parece bastante muerta. Quizás deberías dejar
que el destino siga su curso. Nadie te culpará si su corazón se detiene. Ni
siquiera…
—Cuidado. No recuerdo haber pedido tu opinión.
Dedos callosos pincharon en mi garganta, agarraron mi muñeca. Luché
por sentarme, pero estaba atada a algo duro como una roca e inmóvil.
—Su majestad, deberíamos alertar a la matrona. No creo que esto
sea…
—Consigue una taza de agua tibia y mantas. Ahora.
Mi piel se sentía como si alguien me hubiera arrojado al fuego y me
hubiera retenido allí. Beber algo caliente o ponerme una manta era lo último
que quería hacer. Me revolví en mis cadenas y una de ellas se soltó y alisé
mi cabello hacia atrás. Brazos, no cadenas. Ira todavía me sostenía contra su
cuerpo. Traté de abrir los ojos, pero no pude. Dio unos pasos y me colocó
con cuidado sobre un colchón. Al menos esperaba que fuera eso.
Lo que significaba... mi corazón tronó. Debíamos estar en el castillo
del diablo ahora. El pánico me hizo arañar sus brazos mientras trataba de
alejarse. A pesar de mi bravuconería anterior, no quería estar sola con el rey
de los demonios. Al menos no así.
—N-no... no...
—No te muevas demasiado, o tu corazón podría detenerse.
Respiré hondo y entrecortado.
—T-tus m-modales de cuidado…
—¿Son abominables? Hay una razón por la que no soy sanador.
Quéjate más tarde. Tienes un caso leve de hipotermia. —Suavemente se
desenredó de mi agarre mortal y retrocedió. Podría haber jurado que pasó
sus labios por mi frente ardiente antes de que su peso se levantara por
completo de la cama. Cuando habló, su tono fue lo suficientemente duro
como para hacerme cuestionar si el beso había sido real—. Quédate quieta.
Tela rasgada. Mis ojos se abrieron de golpe mientras la conmoción me
recorría. Ira se inclinó sobre mi cuerpo, rasgando mi ropa congelada por el
centro como si no fuera más sustancial que un trozo de pergamino. Faldas,
camisas, cinturón. Unos cuantos tirones más y aire fresco me recorrió la piel
quemada.
Casi gemí de placer cuando me quitó la ropa húmeda y la tiró. Ni
siquiera me importaba estar desnuda frente al demonio. De nuevo.
Quería arrancarme la carne y sumergir mi cuerpo en una tina de hielo.
Lo cual era extraño teniendo en cuenta que no hacía mucho que me estaba
congelando. Mis ojos se cerraron a la deriva y no importó cuánto luché, no
pude volver a abrirlos. Imágenes extrañas pasaron por mi mente. Recuerdos
borrosos y rotos revoloteaban a través de una espesa niebla, un posible
resultado de un cerebro moribundo. O tal vez eran visiones de un futuro que
nunca conocería, burlándose de mí. Estatuas y flores. Fuego. Corazones en
frascos, una pared de calaveras.
Nada tenía sentido.
—Emilia... quédate conmigo.
Ira tomó mi mano y masajeó suavemente cada uno de mis dedos con
calor. Si estaba tratando de mantenerme despierta, no estaba funcionando.
Una paz somnolienta cayó sobre mí y me relajé bajo su toque, los recuerdos
y las imágenes extrañas se desvanecieron. Movió sus cuidadosos cuidados
de mis dedos a mi muñeca y luego lentamente por mi brazo hasta mi codo,
antes de tender a mi otra mano.
Una vez que terminó de frotar vida de nuevo en mis dedos, se movió
más abajo en la cama. Levantó mi pierna por el tobillo con una mano y usó la
otra para trabajar la sensación en mis dedos de los pies de la misma manera
que lo había hecho con mis dedos de las manos. Las yemas de sus pulgares
se deslizaron hasta el arco de mi pie, y gemí suavemente mientras usaba la
cantidad justa de presión para curar el dolor allí.
Alguien llamó a la puerta e Ira les ordenó que dejaran todo afuera.
Pasos tronaron a través de la habitación, una puerta se abrió y se cerró de
golpe, luego él regresó, cubriendo suavemente mi cuerpo con la tela más
suave que jamás había sentido.
Me atraganté con un grito. Sentí como si me hubiera derramado
queroseno y encendido una cerilla. Le di una patada a la manta y me gané un
gruñido de frustración del demonio.
—Para. —Me presionó hacia abajo y volvió a envolverme en la
manta. Un peso se instaló a mi lado un respiro después. Dos grandes brazos
rodearon mi cuerpo, acercándome más, su barbilla descansando sobre mi
cabeza. Pasó una pierna por encima de mi cadera, asegurando nuestra
conexión.
Se sintió como fuego. Y ya me estaba quemando. Traté de salir
rodando por debajo de él, apuntando al suelo. Quería arrastrarme bajo las
tablas del suelo y enterrarme en la tierra como un animal en hibernación. El
agarre de Ira nunca vaciló; estaba atrapada contra su cuerpo. Y, con su fuerza
sobrenatural, ninguna lucha rompería su agarre si optaba por aguantar. La
supervivencia entró en acción: me convertí en un gato salvaje que arañaba al
que intentaba enjaularme.
Los brazos de Ira eran dos bandas de acero.
—Suéltame.
—No.
—¿No te enseñó tu creador las formas adecuadas de tratar a las
mujeres?
—Sobrevive la noche y respetaré tus deseos entonces —espetó.
—No lo entiendes... —Estaba loca de furia y loca por la necesidad de
moverme. Sus brazos se apretaron a mi alrededor, pero nunca dolorosamente
—. Necesito estar en la tierra. Ahora tengo que ir bajo tierra.
—Ese es un síntoma común de hipotermia. La sensación pasará cuando
estés estable de nuevo. —Deslizó un brazo detrás de mis hombros y me
inclinó hacia arriba—. Bebe esto. Ahora.
Su tono indicaba que me pellizcaría la nariz y lo obligaría a bajar por
mi garganta si no escuchaba. No era niñera mimosa. Tomé un sorbo tentativo
de líquido tibio y contuve un grito. Todo estaba demasiado caliente. Ira me
recostó sobre una almohada y lentamente me cubrió con otra manta. Era
ligera como una pluma, pero dolía tremendamente. El dolor se intensificó
hasta que fue todo lo que supe.
Apreté los dientes, tratando de forzar que el castañeo se detuviera.
Afortunadamente, momentos después de beber el líquido, entré y salí de
varios grados de conciencia. Me pregunté qué habría puesto en la bebida
para adormecerme, pero no pude reunir la energía suficiente para sentirme
amenazada. Si me hubiera querido muerta, habría dejado que la naturaleza se
encargara de ese hecho.
El movimiento me sacó de mi batalla febril con lucidez algún tiempo
después. Olvidé dónde estaba. Con quién estaba. La luz cálida doraba una
gran silueta.
Entrecerré los ojos, preguntándome quién había enviado a un ángel.
Entonces lo recordé. Si el ser celestial que me miraba alguna vez había sido
un ángel, ahora era algo diferente. Algo que temer y evitar. Algo que hacía
latir los corazones y temblar las rodillas.
Era tan prohibido como la fruta que se le ofreció a Eva, pero de alguna
manera aún más tentador.
En un estado de ensueño, vi a Ira realizar las tareas más peculiares.
Rellenar una taza de líquido tibio. Ayudándome a beberlo hasta que un calor
meloso se extendió lentamente a través de mí. Tranquilo y relajante, un
contraste directo con el infierno que había sentido antes. Se ocupó de más
mantas. Madera alimentaba una enorme chimenea frente a una cama hecha de
medianoche. Las sábanas eran del blanco y plateado de las estrellas fugaces.
Eran extrañamente familiares, aunque nunca las había visto.
En un momento me di la vuelta para enfrentarlo y miré una capa de
sudor que brillaba en su piel desnuda. En algún momento de la noche se
había quitado los dos amuletos. Él también estaba envuelto en las mantas,
con los brazos envueltos alrededor de mí en un cómodo abrazo, el calor de
su cuerpo alimentando el mío. Él era extraordinario. Y no tenía nada que ver
con su apariencia física.
Arrastré mi atención a sus ojos. Manchas negras salpicaban sus iris
dorados como pequeñas estrellas rodeando sus pupilas. Me vio inspeccionar
sus rasgos, su atención escaneando mi rostro de la misma manera. Me
preguntaba qué veía cuando me miraba, cómo se sentía.
—A veces —mi voz salió áspera y suave—, a veces creo que quiero
ser tu amiga. A pesar del pasado. Quizás alinearnos nosotros mismos,
nuestras Casas separadas, es algo a considerar.
Apretó la mandíbula, como si la mera idea de una amistad o una
alianza fuera espantosa.
—Descansa.
El fuego ahora ardía en la habitación y mis párpados se cerraron como
si él les hubiera ordenado obedecer. El mundo se nubló.
—Ira… —Quería decir “gracias” pero mis palabras fueron robadas
por el sueño.
Habló en susurros y en voz baja. Me apartó el pelo de la cara con su
gran mano tatuada. Se sentía como si estuviera compartiendo un secreto, algo
vital. Importante de una manera que cambiaría para siempre mi realidad. Me
acerqué más, esforzándome por escuchar. Su voz retumbó a través de mí
como una tormenta distante, tratando de despertar algo antes de que se
durmiera de nuevo.
No pude retener nada y me quedé dormida una vez más.
La próxima vez que me desperté, el lado de la cama de Ira estaba
vacío. Sin su enorme cuerpo, y su constante ceño fruncido o sus quejas no tan
suaves, la habitación se sentía demasiado grande.
Una habitación.
Respiré hondo, alerta al instante. Lo peor de mi delirio se había ido y
la realidad se sintió como una montaña que se derrumbaba sobre mí. Ira me
había llevado a... no estaba segura. No pude ver bien dónde estaba ayer.
Limpié los restos de sueño de mis ojos y miré un puñado de constelaciones.
Fueron completamente inesperados.
Les parpadeé, el techo había sido pintado para que pareciera un cielo
lleno de estrellas. Aunque eso tampoco estaba del todo bien. En una
inspección más cercana, las constelaciones eran en realidad pequeñas luces
que brillaban suavemente en un techo pintado de un tono amoratado de azul
oscuro.
Dirigí mi atención por la cámara. Era enorme. Elegante.
Las paredes eran de un blanco puro como la nieve con paneles de
molduras decorativas, y la enorme chimenea frente a la cama tenía un borde
plateado que reflejaba las llamas en su superficie brillante. Un espejo
gigante y ornamentado colgaba sobre ella. Apliques de plata se asentaban a
ambos lados de la repisa de la repisa. Otro juego idéntico estaba en la pared
detrás de la cama. Me sorprendió ver plata y no el oro característico de Ira,
aunque tenía la sospecha de que el metal era en realidad oro blanco.
Una alfombra azul oscuro coincidía exactamente con el tono del techo,
y la cama parecía estar tallada en la misma piedra preciosa que rodeaba las
puertas del infierno. Encima de la alfombra oscura había una capa amarilla
tejida con hilo dorado.
Todas las telas parecían suaves, lujosas y olían levemente a almizcle y
aire fresco del invierno.
Al otro lado de la habitación, un juego de sillas de vidrio y una mesa a
juego estaban colocadas con buen gusto en un rincón. Si no fuera por sus
bordes brillando en el fuego ardiente, mi atención podría haberlas pasado
por alto por completo. Junto a la chimenea, un enorme armario de madera
oscura se erguía alto e imponente. En sus puertas estaban talladas pequeñas
flores, estrellas y serpientes. Lunas crecientes formaban las asas. Me
recordaron a un símbolo incompleto de la diosa triple. Junto al armario
había una puerta que conducía a otra habitación o a un pasillo.
Esto estaba muy lejos del palacio abandonado que Ira había tomado en
mi ciudad.
Me di la vuelta. A mi izquierda, otra puerta conducía a un baño, si las
salpicaduras de agua eran algún indicio. Un gran lienzo colgaba a su lado. El
marco era plateado, tan ornamentado como el espejo sobre la chimenea, y
debió costar una pequeña fortuna.
La pintura en sí parecía un bosque encantado sacado directamente de
las páginas de un cuento de hadas. Aceites de color verde oscuro y marrón
intenso daban vida al paisaje. Flores en un derroche de colores oscuros
salpicaban el primer plano. Enredaderas de hiedra se enredaban alrededor
de enormes troncos de árboles.
Los árboles frutales ofrecían golosinas maduras, desde manzanas hasta
gruesas granadas repletas de semillas, pasando por varios cítricos. La niebla
flotaba sobre el suelo cerca del centro y la escarcha cubría los pétalos de las
flores de la derecha. La paleta del artista era oscura, pero apagada. La
escena viva, pero congelada. El verano habitaba por un lado y estaba bañado
por el hielo con el invierno por el otro.
Era un jardín de temporada diferente a todos los que había visto en la
vida real. Tuve una repentina necesidad de encontrar de inmediato al artista
que lo pintó, curiosa acerca de la inspiración detrás de una pieza tan única.
Si estaba basado en una ubicación real, quería visitarla. Pero primero…
Me miré a mí misma. La única ropa que tenía había sido arrancada de
mi cuerpo en el frenético intento de Ira de calentarme, y la diosa sabía dónde
la había descartado. Suspiré y tiré de las sábanas, tratando de atarlas en un
vestido improvisado.
Alguien se aclaró la garganta.
El aumento en mi pulso indicó quién era antes de que me enfocara en
él. Mi ritmo cardíaco se disparó increíblemente más alto en el momento en
que nuestras miradas se conectaron y se cruzaron.
Ira se apoyaba contra el marco de la puerta, el cabello oscuro
alborotado y húmedo, el traje nuevo planchado perfectamente, su expresión
rayaba en la contemplación. Me examinó lentamente, su mirada aguda y
clínica en su evaluación. Una túnica de ébano bordada con flores silvestres
colgaba de las yemas de sus dedos.
—Estás despierta.
—Eres observador.
—Compórtate. Yo soy el que tiene tu bata.
Mi atención se centró en la ropa en cuestión. Estaba en una clara
desventaja, una que tenía la intención de remediar de inmediato.
—¿Dónde estamos?
—Un dormitorio, por lo que parece.
Idiota interminable.
—¿Tuyo?
Sacudió la cabeza, sin dar más detalles. Silenciosamente conté hasta
diez. Ira esperó, con un lado de la boca levantado, como si molestarme fuera
su diversión más preciada.
Si deseaba una discusión, estaba más que feliz de complacerlo. Hasta
que recordé lo que había dicho sobre la ira como afrodisíaco y me mordí la
lengua.
—¿Estamos en la Casa real del Orgullo?
—No. Esta es la Casa de la Ira.
—El contrato…
—¿Quieres ir ahí? —Su tono fue cuidadosamente neutral.
Algo en la pregunta se sintió como una trampa, y no deseaba
encontrarme en la trampa de ningún demonio tan pronto, o nunca. Tragué
saliva.
—Hice un voto de sangre.
—Eso no responde a mi pregunta.
Como si respondiera a todas las mías. Tomé una página de su libro de
secretos y le lancé una pregunta.
—¿Que importa? Lo firmé. Se hace.
—¿Quieres ir ahí? —repitió. Por supuesto que no quería ir ni
quedarme aquí, de hecho. Quería hacer lo que vine a hacer e irme a casa.
Cuanto más rápido, mejor. Apreté los labios, sin querer responder en voz
alta, y me obligué a pensar en algo agradable. Él sentía emociones y
mentiras. Y tenía una teoría que necesitaba probar. Sus ojos se entrecerraron
mientras escaneaba mi rostro, buscando la verdad escondida en él—. ¿Es un
sí?
Asentí.
Un raro ataque de emoción brilló en su rostro, pero se recuperó
rápidamente y cruzó la habitación en unos pocos pasos largos. Si no lo
hubiera estado estudiando, me habría perdido la reacción ultrarrápida.
Ahora la rabia brillaba en sus ojos. Una máscara para cubrir su dolor.
—No te preocupes. Cuando mi hermano se despierte de las fiestas y el
libertinaje casi constantes, y cuando su maldito orgullo finalmente se rinda lo
suficiente como para permitirme entrar en su odioso dominio, cumpliré mi
parte del trato.
Estaba bastante segura de que cada uno de sus dominios era odioso a
su manera, pero no me molesté en señalarlo.
—¿Necesitamos ser invitados?
—A menos que desees iniciar una disputa entre nuestras Casas, sí.
Archivé mentalmente la información. Los príncipes en disputa
ciertamente crearían una desviación de actividades aparentemente más
inocuas, como los chismes.
—Si ingresas a su territorio sin su consentimiento, ¿se toma como una
amenaza? ¿Incluso si estás cumpliendo sus órdenes? —Ira asintió—. Eso
tiene poco sentido. ¿Es porque él es el rey y quiere recordarte tu lugar?
—La actitud de realeza es uno de los pasatiempos favoritos de
algunos.
Lo cual no respondía exactamente a mis preguntas. Príncipe Ira, uno de
los temidos y poderosos siete, general de guerra y maestro de la evasión. Se
me ocurrió una idea tortuosa. Adopté mis gestos con un interés suave y
encerré mi sonrisa. Ira tenía muchas máscaras en su arsenal. Era el momento
de agregar algunas a mi colección.
—Como su novia, ¿qué pasa si decido ir sola hacia él? ¿No soy
técnicamente parte de la Casa del Orgullo? Si es así, no veo cómo debería
aplicarse esa regla a mí. A menos que todavía esté dedicado a su primera
esposa, lo que no puede ser cierto si es tan libertino como dices. Estoy
segura de que me daría la bienvenida a nuestro lecho matrimonial.
Dudaba que Ira se diera cuenta, pero la habitación se enfrió un poco.
Había tocado un nervio.
—Orgullo te dará la bienvenida con gusto a ti y a cualquier otra
persona que le fascine en su cama. Todo a la vez si él desea hacerlo y si lo
permites las noches que estés con él. Aunque sugiero fingir que es el amante
supremo, de lo contrario herirás su pecado homónimo y te encontrarás sola.
Estaba tan atónita que olvidé las semillas de la discordia que había
estado tratando de plantar.
—No puedes hablar en serio. ¿Orgullo desearía a otro en nuestra
cama? ¿Conmigo? No entiendo.
Ira vaciló un minuto.
—En ocasiones, mi hermano disfruta de múltiples amantes.
—¿Al mismo tiempo? —Sentí mi rostro arder mientras él asentía
lentamente.
—El sexo no se considera vergonzoso o pecaminoso aquí, Emilia. La
atracción y el deseo son parte del orden natural de la vida. Los mortales
ponen restricciones a tales cosas. Los príncipes del infierno no.
—Pero Lujuria… su influencia. Se considera un pecado, incluso aquí.
—Mi hermano principalmente jugaba con tu felicidad, cosas que traen
todo tipo de placer y alegría, no solo impulsos carnales. Ser evaluado o
impulsado hacia una emoción en particular generalmente significa que es
algo con lo que este reino siente que luchas. —Inclinó la cabeza—. Si estás
interesada en el sexo, pero temes la pasión o la intimidad, es posible que
experimentes un índice más alto de deseo sexual hasta que resuelvas tus
problemas personales al respecto. ¿Cuál te intimida?
Tragué saliva, incómoda con el tema del placer mientras estaba sola
con Ira y desnuda bajo mis sábanas de seda.
—Ninguna. Y no es de su incumbencia. Hablar de lo que pueda o no
pueda hacer con mi esposo es inapropiado. Especialmente contigo.
Ira arrojó la bata a mi lado en el colchón, su expresión era fría.
—De nada por mantenerte con vida. Según mi cuenta, eso es dos
veces. Y ni una pizca de gratitud por ninguna de las dos.
Su tono me hizo hervir la sangre. Me pregunté si sabía que su magia se
estaba filtrando, afectándome tan poderosamente. Quizás estar dentro de su
Casa del Pecado exacerbaba mi furia, junto con darme cuenta de que
lamentablemente no tenía experiencia en ciertas áreas. No había pensado en
acostarme con Orgullo, ni había considerado ningún otro deber de esposa
que pudiera tener que cumplir. Me sentía atrapada. Mi furor burbujeante
necesitaba una salida, e Ira parecía un juego.
—¿Necesitas siempre un agradecimiento abundante por hacer lo
decente? Empiezo a pensar que tu pecado es en realidad el orgullo, no la ira.
Tu ego definitivamente es lo suficientemente frágil. Tal vez debería
arrastrarme a tus pies o hacer un desfile en tu honor. ¿Eso te satisfará?
—Cuidado, bruja.
—¿O qué? ¿Venderás mi alma al mejor postor? —Me burlé—.
Demasiado tarde. ¡No olvidemos que, si no fuera por ti y tu engaño, ni
siquiera estaría aquí, casi muerta de frío o teniendo que preocuparme por
acostarme con tu hermano y cualquier otra persona a la que invite entre
nuestras sábanas!
—Tú elegiste la Casa del Orgullo.
—¿Por qué sigues aquí? Pensé que te irías en el momento en que
obtuvieras tu libertad. ¿No me has atormentado lo suficiente? ¿O tu deber no
está completamente cumplido hasta que mi matrimonio se consume? Si eso
es lo que estás esperando, estoy segura de que Orgullo te invitará a la sala
para dar testimonio, asegurando de que me recueste y me lo tome como una
buena reina.
Si el odio pudiera capturarse con una mirada, él lo habría dominado.
—Hay ropa para ti en el armario. Usa lo que quieras. Haz lo que
quieras. Ve a donde quieras en este castillo. Si decides dejar la Casa de la
Ira, buena suerte. Volveré cuando Orgullo envíe una citación. Hasta entonces,
buenas noches, mi lady.
Salió furioso de la habitación, sus pasos resonando en otra cámara
antes de que una puerta se abriera y cerrara y lo escuchara tronar por el
pasillo. Dejé escapar un suspiro de frustración.
Ese demonio avivaba mi ira como ningún otro.
Bestia miserable. ¿Cómo se atrevía a exigir la verdad cuando no
ofrecía ninguna a cambio? Esperé a que mi pulso se calmara. Estaba
agradecida por todo lo que había hecho anoche. Y si me hubiera dado una
oportunidad, le habría dicho que sus esfuerzos eran apreciados. No tenía que
frotar los arcos de mis pies. Eso no tenía nada que ver con la congelación y
todo que ver con la ternura.
—La diosa nos maldiga a los dos —suspiré. No había tenido la
intención de ponerme tan furiosa o de hablar de la cueva, pero los
sentimientos habían estado enconando. Lo mejor era pinchar esa herida y
acabar con ella.
A pesar de la tensa escalada de nuestro argumento, mi pequeño
experimento fue un éxito parcial; Ira solo podía detectar una mentira con
certeza cuando hablaba. Era un truco para agregar a mi diario mental.
Eché un vistazo a la puerta y consideré perseguirlo para retorcerle el
cuello o besarlo sin sentido, pero apagué esos impulsos. Para averiguar qué
le sucedió realmente a Vittoria, tendría que desenredarme de él
eventualmente. Y también podría empezar ahora. No conocía todas las reglas
y la etiqueta del reino de los demonios, pero al menos ahora sabía que los
príncipes no infringían el dominio real de los demás. Una vez que me fuera a
la Casa del Orgullo, Ira y yo no nos volveríamos a ver. Al menos no por un
tiempo.
Mi lady.
Qué tontería fue esa.
Mi atención se centró en la bata y una extraña sensación hizo que mi
corazón se acelerara. No me di cuenta mientras el demonio la sostenía al
otro lado de la habitación, pero las flores bordadas coincidían con nuestros
tatuajes.
La tinta lavanda pálida simbolizaba un compromiso que
accidentalmente había forzado entre nosotros cuando lo llamé por primera
vez. En unos momentos supo lo que había hecho y no se molestó en decirme
la verdad. Me enteré semanas después por Anir, la noche en que nos
tropezamos con otra bruja asesinada en un callejón. Ira juró que me iba a
decir, que había estado esperando hasta que se construyera nuestra confianza
para revelar nuestro matrimonio inminente, pero lo dudaba.
Todo lo que hizo fue calculado. Cada movimiento, estratégico. Había
juegos a los que todavía jugaba y agendas secretas que tenía que yo no había
empezado a descifrar todavía. Tal vez estuvieran relacionados con el
asesinato de mi hermana, y tal vez no. No importaba cuán firmemente
guardara sus secretos, de una forma u otra descubriría lo que él realmente
buscaba. Si había aprendido algo sobre él, eran las interminables distancias
que viajaría para conseguir lo que deseaba.
Miré mi brazo entintado. Pensé que los tatuajes a juego desaparecerían
cuando lancé un hechizo de deshacer para terminar el compromiso esa
misma noche. No lo hicieron.
A pesar de la magia rota, siguieron creciendo como semillas plantadas
y cuidadas. Pedazos de cada uno de nosotros alimentaban el diseño: sus
serpientes, mis flores, las lunas crecientes gemelas dentro de un anillo de
estrellas. Eran un recordatorio constante de mi inexperiencia y sus mentiras
de omisión.
Tracé los delicados tallos y pétalos replicados en la bata, la tela
sedosa y fresca. Era tan hermosa, exactamente lo que elegiría para mí si
tuviera los recursos suficientes para hacer una prenda tan fina. Él lo sabía.
Me conocía.
Quizás más de lo que le daba crédito. Y, sin embargo, él seguía siendo
un misterio para mí.
Recogí la bata, me levanté de la cama y me quedé desnuda ante el
fuego crepitante. Hace horas estaba al borde de la muerte, mi piel ardía por
el hielo, no por el fuego. Él se había quedado toda la noche, acunándome
contra su cuerpo. Un cuerpo que no estaba helado como solía afirmar Nonna
en sus historias de los Malignos. Podría haber convocado a un curandero
real para que hiciera la tarea.
También podría haberme dejado morir como sugirió Anir. Pero no lo
hizo.
Me acerqué la tela a la cara, aspiré el persistente aroma de Ira y luego
la arrojé directamente a las llamas.
CINCO
—Muerte por armario —estaba destinado a ser el epitafio de mi
lápida, gracias a la obsesión de Ira por la ropa fina y las telas exquisitas.
Había tantos vestidos, faldas, corpiños, corsés, túnicas, medias, ropa interior
delicada de encaje, camisones de seda y batas, que tuve que cerrar las
puertas talladas y dar un paso atrás. Era demasiado.
En casa había tenido un puñado de vestidos sencillos sin corsé y
vestidos hechos de muselina. Dos pares de zapatos. Sandalias y botas con
cordones. Algunas blusas y faldas caseras. Vittoria y yo solíamos compartir
ropa para que nuestro pequeño armario pareciera más grande de lo que era.
Los artículos dentro de este guardarropa no se parecían a nada que
hubiera visto en el mundo de los mortales. Y no eran simplemente los estilos
atrevidos y la escandalosa cantidad de piel que mostrarían. Fueron los
colores vibrantes, los bordados detallados y la naturaleza caprichosa de
ellos.
Respiré hondo y volví a abrir el armario. Zapatos que iban desde
pantuflas hasta zapatos de tacón pequeño y botas en un arcoíris de colores
oscuros se alineaban en la parte inferior del armario. Negros, carbones,
granates profundos, dorados e incluso algunos morados oscuros y plateados.
Cintas, encajes, cuero. Vestidos con estampados exóticos y fantásticos
con espinas, serpientes, flores, frutas y tejidos relucientes que rivalizaban
con el cielo nocturno. Sedas, tules, terciopelos y algo tan suave y esponjoso
que lo froté contra mi mejilla.
Cachemira. Un recuerdo medio olvidado cobró vida. Una pequeña
cabaña en lo profundo de un bosque helado; una columna de humo plateado
serpenteando hacia el cielo. Susurros y calderos y... y Nonna nos había dado
a Vittoria y a mí guantes de cachemira cuando visitamos a su amiga en el
norte de Italia una vez. Me gustó el material entonces y me encantaba ahora.
Saqué el vestido gris lavanda pálido y tragué saliva.
—Oh.
La moda en los Siete Círculos era mucho más ceñida y reveladora que
la ropa en mi mundo. Este vestido se ajustaría como esos guantes y llegaría
hasta la mitad del muslo. Si tuviera suerte.
Era la prenda de vestir más obscena que jamás había encontrado, más
corta que cualquier camisón diseñado para aquellas que ejercían su oficio en
casas de placer. Me pregunté cómo sería, poseer con confianza mi cuerpo y
mi sensualidad, sin disculparme ni sonreír a nadie.
De repente, me imaginé usando el vestido mientras me peleaba con el
demonio que lo había elegido...
... su mirada se oscurecería mientras me recorría de una manera
furiosamente lenta, haciendo que mi sangre hirviera. Lo empujaría contra la
superficie dura más cercana, sin aliento mientras flexionaba sus dedos sobre
la suave tela de mis muslos, considerando cuidadosamente su próximo
movimiento.
Quizás su boca problemática se mofaría y se burlaría mientras ideaba
estrategias para exprimirme el placer. Susurraría todo tipo de promesas
sucias, calentándome hasta la médula en lugar de sorprenderme. Me
inclinaría y mordería su labio inferior, una advertencia y una súplica.
Con mucho gusto le informaría que ya no tenía miedo de mis pasiones
ni estaba dispuesta a negarme a mí misma. Esa vergüenza era lo último que
sentía cuando estaba en mis brazos.
Entonces me besaría, lenta y profundamente. Una exploración
imponente de mi boca, mi cuerpo. Prueba de haber cumplido sus malvadas
promesas. Sentiría su deseo empujándome, duro, cálido y emocionante. Mi
satisfacción por afectarlo tanto se convertiría en necesidad más rápido de lo
que podría respirar. Presionaría contra él, queriendo sentir más.
No le costaría mucho subir el vestido por encima de mis caderas,
arrodillarse y besar su camino hacia arriba...
—Sangre y huesos.
Me sacudí de la ilusión mágicamente inducida. Este reino y sus
empujones tomarían mucho tiempo para que me acostumbrara. No era tan
fuerte como en el Corredor del Pecado, pero esa misma magia oscuramente
seductora estaba allí, persistente, probando, provocando.
Otra complicación lamentable. Tendría que evaluar cuidadosamente
cada uno de mis pensamientos y sentimientos. Rápidamente volví a guardar
el vestido y agarré una bata, desterrando los pensamientos de Ira.
Pensar en el príncipe de esta Casa del Pecado mientras estaba de pie
cerca de mi cama sin una puntada de ropa era un cortejo con problemas.
Después de ponerme la bata, até el cinturón de seda alrededor de mi cintura
y hojeé la ropa una vez más.
Levanté otro vestido que tenía un estilo un poco más parecido a la ropa
de casa. Bueno, los vestidos que podría tener una princesa o una mujer
noble. Éste tenía una blusa sin tirantes en forma de corsé en un interminable
negro mate. Una falda elegante que abrazaría mis caderas y se abanicaría
hasta la mitad del muslo antes de caer dramáticamente en cascada al piso.
Unos ribetes negros satinados bordeaban cada línea de la parte superior y
rodeaban la cintura. Estaba muy lejos de las simples blusas y faldas que
estaba acostumbrada a usar para trabajar.
Me golpearon punzadas de nostalgia. Todas las mejores galas del
mundo no podían reemplazar la comodidad que sentía con mi familia. Quería
estar de pie en la cocina de Mar & Vid, escuchando la sinfonía de sonidos
que mi madre, Nonna y mi hermana hacían mientras trabajábamos en nuestros
platos. Cuchillos picando, sartenes chisporroteando, cucharas tintineando y
todos tarareando alegremente mientras compartíamos chismes del mercado.
Mi padre y mi tío Nino charlando alegremente con los comensales.
El aroma de la comida sabrosa flotando alrededor... Esa vida simple y
feliz había terminado.
Lista o no, necesitaba asumir este nuevo rol y ser dueña de él.
Entonces lo haría. Tanto literal como figurativamente. Empezando de una
vez.
Recogí el vestido y entré en la habitación en la que el príncipe se
había lavado, luego me detuve.
—Diosas divinas de arriba.
Cada superficie reflejaba mi expresión de asombro. Pisos, techo,
bañera hundida, tocador… todo estaba hecho de cristal sólido, vidrio
esmerilado u oro blanco. Las velas parpadeaban en un candelabro circular.
La cámara brillaba suavemente como si hubiera cruzado desde el inframundo
y hubiera pisado directamente la superficie de la luna.
Los únicos trozos de color provenían de una variedad de maquillaje en
ordenados montones sobre el tocador. Cepillos para ojos, rostro y cabello.
Clips, tiaras y alfileres con joyas. Capullos de flores para mis cabellos.
Botes de tintas multicolores para mis labios. Oro triturado que podría
esparcirse por mi rostro o cuerpo, delicados frascos de perfume con rosas
pálidos, púrpuras y tonos para los que no tenía un nombre exacto.
Dejé a un lado la bata, tomé un perfume e inhalé. Lila y quizás
almendra con un toque de bergamota. A Vittoria le habría encantado la
variedad de riquezas perfumadas. Tragué el nudo que se estaba formando en
mi garganta y agarré el perfume de lila. Rocié un poco en cada muñeca y las
froté. Fue celestial. Olí otro que me recordó a madreselva, madera de abedul
y crema batida espesa. Quizás también un pequeño toque de gardenia. Otro
olía casi exactamente al jacinto, recordándome las exuberantes mañanas de
primavera.
Sonreí un poco para mí misma; La pasión de Vittoria por crear
perfumes me ayudó a identificar diferentes notas. Por un minuto, casi pude
cerrar los ojos y fingir que ella estaba aquí ahora. Pasó el momento, una
sombra temporal proyectada por una nube que pasaba junto al sol.
Inspeccioné cada botella y todos los artículos que Ira me había
proporcionado. Nada me sorprendió tanto como las flores frescas. Había un
jarrón de cristal en el tocador junto al maquillaje.
Flores fragantes en blanco, azul pálido y rosa dorado caían en cascada
alrededor de un puñado de helechos y eucaliptos pegados por todo el
arreglo. Las flores eran todas hermosas, casi exactamente lo que se
encontraba en el mundo humano, excepto que estaban cubiertas de hielo.
Las respiré, sorprendida de que su olor penetrara la escarcha. Mis
dedos se arrastraron sobre los pétalos helados. Me pregunté si las flores
fueron idea de Ira o si alguien más las había enviado.
Alguien como mi futuro esposo. Dejé de preguntarme. No importaba.
Mi atención se centró en la bañera de vidrio hundida; ocupaba casi
todo el centro de la habitación. Podía nadar de un lado a otro y dar vueltas.
Era una de las cosas más grandiosas que jamás había visto. Antes de
acostarme definitivamente tomaría un baño. Ahora tenía cosas que hacer,
secretos que descubrir. Y siete cortes de demonios en las que infiltrarme
lentamente, comenzando con la Casa de la Ira.
Hasta ahora, el inframundo era tremendamente diferente de lo que
había oído hablar de él por medio de la religión mortal. Tenía mucho que
aprender si tenía esperanzas de separar la verdad de la ficción mientras
estaba aquí.
Un baño rápido era para todo lo que podía disponer de tiempo. Me
quité la bata y entré, frotándome rápidamente la piel y el cabello con una
barra de jabón colocada sobre la ropa de cama doblada. El agua estaba a
una temperatura perfecta. Ni demasiado caliente ni demasiado fría, sino
deliciosamente tibia. Una parte de mí reconsideró mi plan de bañarme
rápidamente y, en cambio, pasar el resto de la noche flotando en el cielo.
Con un suspiro, me enjuagué y salí de la bañera. El trozo de lino que
encontré cerca de la orilla del agua era lo suficientemente grande como para
secarme todo el cuerpo.
Una vez que estuve bien seca, recogí la bata. La diosa me bendiga y al
demonio que ordenó este guardarropa, el vestido fue diseñado para
ponérselo sin ayuda. Lo subí por encima de mis caderas y pecho. Pequeños
cierres de gancho y agujero corrían por el costado y se abrochaban con
facilidad.
Regresé a mi dormitorio y rebusqué hasta que encontré un par de
zapatos negros de tacón cubiertos de un brillante polvo de carbón y me los
puse. Se ajustaban perfectamente, como el vestido. Ira no era más que un
perfeccionista.
Regresé a la cámara de baño, lista para abordar el asunto de mi
cabello. Mi atención se centró en el maquillaje. Nuestra familia no tenía
dinero para una variedad tan grande de artículos de lujo.
Me senté en el taburete de cristal y apliqué un poco de kohl en la línea
de las pestañas superiores. Mis dedos se cernieron sobre un hermoso
conjunto de azahares cosidos cuidadosamente en horquillas. En casa, no
cuestionaría mi elección de tejerlos en mi cabello. Pero aquí…
Elegí un violento tono rojo sangre y en su lugar me pinté los labios del
color del asesinato.

El armario y la ropa no fueron las únicas extravagancias que descubrí.


Ira me había instalado en un dormitorio digno de una reina. No solo
tenía una cámara de baño que casi rivalizaba con el tamaño total de la casa
de mi familia, también había una sala de estar, un dormitorio y otra
habitación que parecía estar diseñada para descansar o recibir invitados o
para cualquier otra actividad tranquila que yo quisiera. Había un acogedor
diván que parecía perfecto para acurrucarse con un buen libro. No estaba
segura de qué hacer con tanto espacio.
Un estante de botellas que parecían ser licores costosos llenaba una
pared en la cámara de descanso. Pasé un dedo por el vidrio frío, mirando en
cada una. Diferentes pétalos y hierbas trituradas infundían el licor en el
interior. Soborno, sin duda. Las dejé sin abrir y continué mi inspección.
Cada habitación estaba finamente decorada, el mobiliario lujoso y acogedor,
si no con un toque de elegancia. Parecía que el príncipe demonio estaba
tratando de impresionarme.
O tal vez estaba tratando de disculparse por todo el desagradable robo
de almas entre nosotros. La traición era más fácil si se servía con un fino
licor demoníaco, habitaciones personales en lujosos palacios y obsequios
caros. Al menos según él.
Aunque, supongo, también podría estar mostrando respeto por su futura
reina. Aparentemente, estar comprometida con Orgullo tenía algunos
beneficios, incluso en una Casa demoníaca rival.
Caminé por el dormitorio, dirigiéndome a la salida que encontré en
una antecámara. Iba a necesitar más que muebles decadentes y vestidos
bonitos para arreglar nuestra situación actual. Por un lado, el príncipe podría
comenzar con una disculpa. Entonces tal vez podíamos tener una
conversación honesta.
Quería arreglar lo que fuera que se estaba gestando entre nosotros
antes de irme al castillo de mi esposo. No necesitaba más animosidad entre
la Casa de la Ira y yo.
Ya tenía bastante de qué preocuparme tal como estaba.
Llamaron a la puerta justo cuando mi mano se cerraba alrededor del
pomo. La abrí de un tirón, lista para darle un infierno a Ira por ser un culo
tan lleno de granos.
—Oh. —Parpadeé hacia Anir—. No te esperaba.
—Encantado de verte de nuevo, también.
Anir sostenía una bandeja cubierta en una mano y una botella de lo que
parecía ser vino en la otra. Su largo cabello medianoche estaba recogido en
un pulcro nudo en la base de su cuello y su cicatriz brillaba plateada contra
su piel leonada. El traje que llevaba ahora era mucho más elegante que el de
la primera vez que lo conocí en Palermo. No vi su mortal espada demoníaca,
pero sabía que probablemente estaba armado.
—No quise decir…
—Lo hiciste. Y no me importa. —Guiñó un ojo—. Pensé que podrías
tener hambre. O querer emborracharte.
Mi atención se dirigió hacia el elegante corredor de piedra con arcos
que rivalizaban con cualquier gran catedral. Vacío.
—¿Tu príncipe te envió a espiarme?
—Toma algo de comida y vino y averígualo. Soy un chismoso terrible
cuando tengo metidas algunas copas.
Dudaba mucho que Anir estuviera lo suficientemente afectado como
para no importarle lo que estaba diciendo. Ira nunca confiaría en él si dejaba
escapar secretos después de unas copas de vino o licores. Arrugué la nariz
ante la botella.
—¿No es un poco temprano para beber?
—Es hasta bien entrada la noche. Dormiste la mayor parte del día.
Le di la bienvenida con el brazo y cerré la puerta detrás de él. Anir
dejó la bandeja y la botella en la mesa de cristal del rincón y tiró de la tapa
con una gran floritura. Las frutas, los embutidos, el queso duro, las aceitunas
marinadas y los crostini fueron preparados con cuidado experto.
Miré sin emoción la exhibición.
—Ira actuó como si la comida humana no fuera algo a lo que él
estuviera expuesto. ¿Otra mentira?
—No. —Anir sacó dos vasos de un pequeño armario con espejos
cerca de la mesa y nos sirvió a cada uno una generosa cantidad de vino—.
Me abastezco de suministros del mundo humano siempre que puedo. Sobre
todo queso duro, embutidos y diversos frutos secos, trigos y arroz. Cosas que
se pueden almacenar o secar fácilmente. —Me entregó mi copa de vino—.
Su alteza se aseguró de que trajera estos artículos. Pensó que tal vez
quisieras algo que te recordara a casa esta noche. Ahora que no estás cerca
de la muerte y puedes disfrutarlo.
Acepté el vaso y lo olí.
—¿Vino tinto o vino demoníaco?
—Regular, tinto humano. —Chocó su copa contra la mía—. Notarás la
diferencia cuando veas vino demoníaco. Es inconfundible.
Dejando ir esa información que sonaba siniestra, tomé un sorbo. Tenía
un tono suave y dulce. Bebí más.
—Entonces. Vino y comida humana. ¿Se supone que debes reducir mis
inhibiciones y ganarte mi confianza? Me imagino que vas a fingir que estás
borracho, ofrecerás información inocua predeterminada por tu príncipe y
verás qué secretos derramo a cambio.
—¿Siempre eres así de cínica?
—Si hay algo que he aprendido recientemente, es cuestionar a
cualquiera que esté conectado al reino de los demonios. Todos tienen su
propia agenda. Su propio juego. Si hago suficientes preguntas, eventualmente
atraparé a alguien en su mentira bien construida. Aunque, según los
príncipes, son incapaces de decir directamente una mentira. Otra invención,
estoy segura. O tal vez por eso estás aquí. Puedes mentir por Ira.
Saqué una aceituna de un plato diminuto y me la metí en la boca. El
sabor salado era un buen contrapunto al vino. Probé un poco de queso, carne
y pan. Anir me miró con expresión contemplativa, si no un poco triste.
—Simplemente no he descubierto qué más podría querer de mí ahora.
Ganó.
Anir hizo girar su vino.
—¿Qué, exactamente, crees que ganó?
—Su libertad. Su gran engaño. Haciéndome parecer una tonta por
confiar en él cuando dijo que trabajaríamos juntos. —Terminé mi vaso y
serví un segundo. Antes de tomar un sorbo, comí otra aceituna—. ¿Por qué
no me explicas la política de los demonios para que pueda averiguar qué
más ha ganado al yo firmar mi alma al diablo?
—¿Es eso lo que te dijo?
—Yo... —Pensé en la noche en que nos besamos, cuando repetí lo que
había escuchado de Envidia. No recuerdo qué dijo Ira exactamente, pero…
—. No negó la acusación. Si no le preocupaba que lo atraparan en una
mentira, ¿por qué no me diría lo contrario?
—Acta non verba. —Anir sonrió—. Vive según ese principio.
Acciones, no palabras. Cerré la boca con fuerza. Ira me trajo al
inframundo. Llegó portando un contrato con Orgullo. Fue una acción bastante
grande e innegable. No tuvo que decir nada. Recibí su mensaje, y fue tan
fuerte y claro como un cielo de verano sin nubes. Ira no tuvo reparos en
usarme para su beneficio. Una vez dijo que mentiría, engañaría, robaría o
asesinaría para conseguir su libertad. Tuve suerte de que solo me hubiera
engañado, aunque eso no era un consuelo.
—¿Qué sabes sobre la consorte de Orgullo? ¿Cómo fue asesinada?
—Interesante, si no agresivo, cambio de tema. —Anir puso un poco de
queso en una rebanada de crostini y lo remató con prosciutto—. ¿Mi consejo
no solicitado? Adopta un enfoque más sutil con la recopilación de
información aquí. Las Casas reales son antiguas y anticuadas a su manera.
No te darán nada si lo exiges o lo preguntas abiertamente. Se considera
grosero y tosco. Además, no creen en dar sin ganar. Si pides algo, es mejor
que estés preparada para pagar un precio.
Me mordí el labio inferior entre los dientes, pensando. Anir ofreció
verdad y los consejos libremente. Si tuviera que apostar por alguna amistad
aquí, tal vez debería apostar por él, independientemente de su estrecha
conexión con Ira. Dejé mi vaso en la mesa.
—No estoy segura de cómo mencionarlo de una manera más casual o
inocua. Si soy sincera, estoy un poco abrumada.
—Comprensible. Mucho está cambiando y rápidamente. Me imagino
que es difícil... procesar tantas emociones.
Fue un extraño giro de expresión.
—Debes haber viajado por el Corredor del Pecado. Dudo que tengas
que estirar mucho tu imaginación para entender cómo se siente.
—Suficientemente cierto. —Tomó un sorbo de vino con la mirada
inquisitiva—. Tendrás que ganarte la confianza de los príncipes, convertirte
en su amiga. Deja que conspiren contigo, te busquen. Si juegas con sus egos
y los pecados que representan, te ofrecerán trozos de información útil. Está
siempre preparada para revelar un secreto o hacer un trato. Elije cosas que
no te importará compartir o haber usado en su contra. Define los términos
antes de aceptarlos o, de lo contrario, desviarán las cosas a su favor.
Exhalé.
—Esperaba una solución más rápida.
—Estás involucrada en algo que abarca décadas y reinos. No existe lo
rápido ni lo fácil. Esto va más allá del derramamiento de sangre en tu isla.
Pero si empiezas por ahí, quizás aprendas más. Limita tu lista. Concéntrate
en quién crees que tiene las respuestas que buscas. ¿Qué información
necesitas más? ¿Qué será lo más beneficioso para tu objetivo general?
—No tengo una agenda. Simplemente tengo curiosidad. Si la esposa de
Orgullo fue asesinada, y cada una de sus próximas novias potenciales
también lo fue, quiero evitar ese mismo destino.
—Si eso fuera completamente cierto, no habrías venido aquí en
absoluto-.
—Estoy aquí para asegurarme de que los demonios no se escapen por
las puertas. Estoy aquí para proteger a mi familia.
Anir no respondió. Ambos sabíamos que eso era solo parcialmente
cierto. Si quería respuestas sobre la consorte de Orgullo y detalles de su
vida y muerte, tenía que ir a Orgullo. Excepto que él estaba atrapado en una
batalla infantil de ego masculino con Ira y yo necesitaba una invitación.
No había llegado a ninguna parte con Envidia, y su papel en el
asesinato de mi hermana todavía era turbio. Descubrir quién mató a la
primera consorte podría ser la ruta más útil para resolver mi misterio. Y no
había mentido del todo; Saber lo que le pasó me ayudaría. Parecía que Anir
sabía más, pero la forma en que había expresado su declaración no dejaba
lugar para entretener esa línea de preguntas. Al menos fue una pista sutil.
—¿Por qué elegiste convertirte en miembro de la Casa de la Ira?
Anir no respondió de inmediato, e inmediatamente lamenté haberle
preguntado algo que probablemente era personal. Lanzó un suspiro.
—Después del asesinato de mis padres, el enojo y la ira fueron mis
mayores consuelos. Él sintió eso, vio el camino en el que estaba y me
ofreció una salida productiva para esa furia.
No éramos diferentes.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Mmm. El tiempo es peculiar aquí. Una hora mortal puede ser una
semana. Un mes, una década. Todo lo que sé es que ha pasado un tiempo. —
Anir tomó un generoso trago de vino y entrecerró los ojos—. Tu turno. ¿Qué
le hiciste?
—No estoy segura de entender lo que quieres decir. ¿Qué pasó?
—Salió y derribó una montaña entera en el borde occidental de las
Tierras Imperecederas. Hemos recibido cartas de la Casa de la Lujuria y La
Casa de la Gula hasta ahora. Creen que los últimos días están aquí y quieren
saber si nos estamos preparando para la guerra.
—¿Por qué cada vez que un hombre hace un berrinche se culpa a una
mujer por su mal comportamiento? Si Ira actuó como un idiota, lo logró por
su cuenta. No veo por qué su temperamento es tan impactante. Él es la
encarnación viviente de la ira. Estoy segura de que lo has visto enojado.
Anir sonrió por encima de su vaso.
—¿Estás segura de que estaba molesto?
—¿Qué más podría ser?
—Elige otra emoción.
—¿Ser un bastardo orgulloso cuenta?
—Tu habitación, tus reglas. Pero no creo que estuviera enojado ni
orgulloso. —Sus ojos oscuros brillaron—. Sabes, en todos los años que lo
conozco, nunca ha acompañado personalmente a nadie a la Ciudad de Hielo.
—Cualquiera que sea la pregunta que vio en mi rostro, aclaró—: Es lo que
se conoce como la Casa de la Ira dentro de los Siete Círculos. Cuanto más
poderosa es la Casa, más frío es el círculo.
Eso explicaba todo el vidrio helado y la decoración de cristal en mi
cuarto de baño.
—No leería demasiado en su supuesta buena acción. Tuvo que
acompañarme por el contrato. Necesitaba mi alma para saldar su deuda.
—Eso se logró en el instante en que cruzaste al inframundo. Pudo
haberte dejado sola en el Corredor del Pecado. Debería haberlo hecho. —
Anir se levantó bruscamente y se dirigió hacia la puerta de la antecámara.
Dio unos golpecitos con los dedos en el marco y me miró—. Ahora está en
el balcón del séptimo piso. En caso de que quisieras pelear un poco más.
Creo que es bueno para él. Ser desafiado. Ciertamente te metes debajo de su
piel.
Como una astilla envenenada directa al corazón, sin duda. Era
tentador, y podría haberlo hecho, si no hubiera notado un objeto colocado en
el borde de la cama.
Algo que no pertenecía y que no había estado allí unos momentos
antes. Le di las buenas noches a Anir y me apreté contra la puerta cerrada,
contando en silencio el aumento de los latidos de mi corazón mientras
miraba hacia la otra habitación.
Temor. Este reino prosperaba en él. Y lo privaría de todas las formas
que pudiera.
Exhalé lentamente, conté hasta diez.
Luego me incorporé, eché los hombros hacia atrás y me acerqué al
cráneo humano.
SEIS
—Angelus mortis vive —canturreó el cráneo en el momento en que
estuve a unos centímetros de él, su voz inquietantemente similar a la de mi
gemela. Vellos finos se levantaron a lo largo de mis brazos. Era como si
Vittoria cruzara la barrera entre la vida y la muerte para enviar un mensaje,
excepto que estaba un poco mal, equivocado—. Furia. Casi libre. Doncella,
Madre, Anciana. Pasado, presente, futuro, encontrar.
—¿Vittoria? —Las mandíbulas descarnadas se aflojaron y la magia
oscura que había alimentado el cráneo desapareció. Tragué saliva, incapaz
de apartar los ojos del mensajero maldito—. Diosa de arriba.
La forma en que alguien había introducido una calavera encantada sin
que Anir o yo nos diéramos cuenta era casi tan preocupante como la magia
que se usaba para alimentarla. Nunca había oído hablar de un hechizo que
dominara los huesos de los muertos. Claro, había nigromancia, pero eso no
es lo que impulsa el cráneo. Esto ni siquiera era il Proibito. Esto era algo
más, algo más aterrador que lo Prohibido.
Dejé el cráneo donde estaba, me dejé caer en la silla de cristal y tomé
un saludable sorbo de vino, con la mente acelerada. Pensé en las lecciones
de Nonna sobre magia oscura, específicamente hechizos que usan objetos
tocados por la muerte, cómo ambos deben evitarse a toda costa. Nunca, ni
una sola vez, nos contó una historia sobre una bruja que pudiera manipular la
vida y convertirla en algo muerto hace mucho tiempo. Si eso fue lo que
sucedió. Tenía que ser magia demoníaca. Lo que significaba que el remitente
era probablemente un príncipe del infierno.
La pregunta era cuál y por qué.
Repetí el mensaje en mi mente. El ángel de la muerte vive. Furia. Casi
libre. Doncella, Madre, Anciana. Pasado, presente, futuro, encontrar.
Para simplificar y evitar el pánico por el macabro mensajero, decidí
separarlo línea por línea, comenzando con el ángel de la muerte.
Claudia, mi mejor amiga y una bruja cuya familia practicaba
abiertamente las artes oscuras, usó un espejo negro y huesos humanos en su
última sesión de adivinación, y su mente había sido burlada por las voces de
los muertos. También había mencionado algo sobre el ángel de la muerte.
Yo no creía en las coincidencias.
Me levanté y caminé por la habitación, luchando por recordar más de
las predicciones de Claudia. Esa noche estuvo llena de terror y los detalles
eran confusos. La había encontrado de rodillas en el patio fuera del
monasterio, con las uñas rotas hasta la raíz, mientras recitaba mensajes sin
sentido de los malditos y condenados. Ella me dijo que corriera, pero no
había forma de que la dejara con la supersticiosa hermandad santa. Había
dicho algo sobre un ladrón astuto que robaba las estrellas y se las bebía
hasta dejarlas secas. Que iba y venía.
Lo que debería haber sido imposible...
Yo conocía al menos a cuatro príncipes demonios que deambulaban
por Sicilia en ese momento. Ira, Envidia, Avaricia y Lujuria. Uno de ellos
tenía que ser el ángel de la muerte. Quizás no en el sentido literal, pero
ciertamente podría ser un apodo. Me detuve en seco, el corazón latía con
fuerza.
Solo un demonio encajaba en esa descripción. Incluso lo llamé Samael
una noche, el ángel de la muerte y príncipe de Roma, pensando que era una
descripción inteligente de él. Me había mirado desconcertado, justo antes de
advertirme que nunca lo volviera a llamar así. Ira.
No ocultó el hecho de que era el general de guerra. Sobresalía en
violencia. Si era la Muerte, tal vez no había sido elegido para resolver los
asesinatos; tal vez estaba furioso de que alguien mancillara su título y lo
involucrara sin el consentimiento del diablo. Eso explicaría por qué Orgullo
no quería invitarlo a su círculo. El diablo estaba castigando a Ira por
desobedecer.
Lo cual, de ser cierto, ponía en tela de juicio hasta la última
información que le había arrancado. Si Ira omitió las verdades básicas sobre
su participación, no se sabía hasta dónde llegaba su engaño.
Me froté las sienes. Ira era mi principal sospechoso tanto para el ángel
de la muerte como para la parte de furia del acertijo. Luego venían la
Doncella, la Madre y la Anciana. Esa parte era más difícil de conectar con
los asesinatos. Según nuestra historia, la Doncella, la Madre y la Anciana
eran tres diosas que gobernaban los cielos, la tierra y el inframundo.
Antiguas leyendas de brujas afirmaban que habían dado a luz a las
diosas a las que oramos, y una de ellas, la diosa del cielo y el sol, era la
madre de La Prima Strega. La Doncella, la Madre y la Anciana eran para
nuestras diosas lo que los titanes eran para los dioses en las mitologías
mortales.
Si era real y no una fábula, la diosa del inframundo, o cualquiera de
las diosas que nacieron en su reino, probablemente poseería el tipo de magia
que animaba los huesos, pero el por qué me enviaría un mensaje críptico
seguía siendo un misterio. Las diosas nunca antes habían mostrado interés en
involucrarse con brujas. Dudaba que empezaran ahora.
Independientemente de cómo encajaran la Doncella, la Madre y la
Anciana, no fue a través de una leyenda que me habían enseñado. No era
exagerado pensar que los demonios tenían sus propios cuentos e historias
sobre ellas.
Las respuestas no iban a presentarse si permanecía encerrada en mi
habitación.
Saqué una bufanda del armario y recogí la calavera, con cuidado de no
tocarla sin tela. Si Vittoria estuviera aquí, la habría cogido y bailado a través
de la habitación sin dudarlo un momento, alimentando la preocupación de
Nonna por su afinidad con los muertos. Una sonrisa casi tiró de mis labios
antes de desterrarla. Miré a mi alrededor en busca de un escondite, luego me
arrodillé, metí la calavera en el fondo del armario y cerré las puertas.
Situación resuelta, me sacudí el polvo de las manos y fui a investigar
la Casa de la Ira.
Dejé de contar cuántas escaleras de piedra había bajado en algún lugar
alrededor de una docena. Cada rellano magnífico terminaba en un piso que
se extendía por lo que parecían miles de metros. Lo que debe haber sido
magia de engaño, el castillo de Ira no podía ser tan grande.
En el siguiente rellano, me detuve para mirar por un trío de ventanas
arqueadas. Una gran masa de agua de color merlot se acumulaba en el fondo
de un valle, y el humo se elevaba en zarcillos perezosos desde su superficie.
Una rama de un árbol cercano cayó al agua e inmediatamente estalló en
llamas.
Hice una nota mental de no acercarme nunca al lago maldito a menos
que quisiera que mi carne se quemara hasta mis huesos. Dejé las ventanas y
caminé por el pasillo.
El castillo estaba construido principalmente con piedra pálida, similar
a la piedra caliza, y había algunas alas que habían sido ricamente decoradas
con tapices grandes y coloridos. Esta ala en particular tenía una imagen de
ángeles en batalla con criaturas monstruosas.
Me recordó al arte creado durante el Renacimiento; los colores
profundos y oscuros contra las paredes y columnas pálidas. Puertas talladas
en hueso se abrían a salones de baile, dormitorios y salas de estar en desuso.
Me detuve frente a un imponente conjunto de puertas dobles y tracé el
delicado tallado. Una maraña de enredaderas con flores y estrellas se
arrastraba por los bordes y la parte superior, mientras que las mismas
enredaderas se retorcían en raíces que se hundían en las entrañas de la tierra
en la parte inferior de las puertas.
Esqueletos, cráneos y cosas que dejadas para pudrirse y arruinarse
adornaban la parte inferior.
Abrí la puerta y tragué un grito ahogado. Dentro había una biblioteca
diferente a todo lo que jamás había soñado. La emoción se apoderó de mí
cuando entré en la habitación y miré las filas y filas de estantes de vidrio.
Continuaban por una eternidad.
Mi rostro se dividió en una amplia sonrisa. Las diosas deben haberme
sonreído; este era el lugar perfecto para investigar magia y mitos. Me
maravillé de los lomos de vitela en tonos de joyas de miles de libros.
Alguien los había ordenado por colores, sus encuadernaciones iban desde
los tonos más brillantes de amarillo hasta los cremas de mantequilla más
pálidos y los blancos puros como la nieve. Rojos, morados, azules, verdes y
naranjas; era un arco iris de belleza sobre un fondo de hielo.
No podía imaginarme a Ira lo suficientemente sereno para una noche
tranquila de lectura, y si lo hiciera, nunca hubiera imaginado que lo haría con
un derroche de color a su alrededor. Tal vez ébano y oro, madera oscura y
reluciente, y cuero. Elegancia masculina en su máxima expresión. Esto era…
—Cielo. Cerca del cielo, pero no tan aburrido.
Me di la vuelta, una mano presionada contra mi corazón palpitante.
—Acercarse sigilosamente a la gente es de mala educación. Pensé que
se suponía que los príncipes demoníacos tenían modales impecables.
—Los tenemos. Principalmente. —La mirada de Ira viajó sin disculpas
por mi vestido sin tirantes, y me volví insoportablemente consciente de cada
lugar donde la tela sedosa se deslizaba por mi piel. Sospeché que su lectura
tenía más que ver con asegurarse de que me vestía como la futura reina y no
me avergonzaría frente a ningún miembro de su corte, más que cualquier otra
cosa—. Mi biblioteca personal está un nivel más abajo.
—Déjame adivinar… ¿Infierno? ¿Negros, cueros, oro?
—Mucho fuego, cadenas y dispositivos de tortura también. —Su
sonrisa fue un destello rápido de dientes. Peligrosa, desarmadora. Un tipo
diferente de arma que había desarrollado a la perfección. Posiblemente la
más peligrosa de su arsenal. Especialmente aquí—. Cuando te sientas lo
suficientemente valiente, te la mostraré.
Mi estómago dio un pequeño vuelco al pensar en cadenas, espacios
oscuros e Ira.
—Nombrar a tus bibliotecas Cielo e Infierno es lo suficientemente
dramático como para adaptarse a ti, supongo. —Caminé por un pasillo lleno
de varios tonos de libros azules, el demonio me seguía. Necesitaba dejar de
mirar esa sonrisa, o este reino se aprovecharía—. ¿Has tenido noticias de
alguno de tus hermanos?
—Envidia, Lujuria y Avaricia han mostrado interés en hospedarte.
Recibimos sus tarjetas de Casa antes. —Su tono permaneció ligero, casi
sospechosamente—. Han solicitado específicamente tu presencia en las
celebraciones del Festín del Lobo. Me imagino que Pereza y Gula
eventualmente dejarán de excederse lo suficiente como para enviar
invitaciones también.
Las lupercales eran una fiesta prerromana que significaba más o menos
“Festín del Lobo”, donde los humanos sacrificaban cabras y luego ungían las
frentes de los ricos en la sangre derramada. Algunos cortaban pedazos de las
criaturas y luego corrían desnudos por las calles, golpeando a los transeúntes
con la carne. Si la celebración de los demonios era algo similar, preferiría
evitarlo.
Sin darme la vuelta, dije:
—¿Serás anfitrión de una fiesta?
Apareció ante mí, apoyado casualmente contra un estante. Velocidad
sobrenatural en demostración completa. No pude evitar recorrerlo con la
mirada. Su traje era del profundo carbón de las sombras. Me hizo pensar en
tiempo nocturno, sábanas de seda, citas secretas y cosas que no debería.
—No. Estoy esperando a ver qué hace Orgullo.
—¿Ya ha enviado una citación?
—No.
—¿Por qué estás esperando a ver lo que hace?
—Es una de las pocas veces que los siete príncipes son invitados al
mismo dominio real. Luego son tres días de pompa y circunstancia: cenas,
cacerías, un baile de máscaras y luego la fiesta. Decidimos dónde se llevará
a cabo en función de dos factores. Dónde elige ir el invitado de honor y qué
príncipe con el rango más alto decide hospedar.
—¿No tienen todos el mismo poder? —Ira negó con la cabeza, sin dar
más detalles. Guardé mi frustración—. ¿Qué pasa si el invitado de honor no
elige al príncipe con el rango más alto?
—Siempre lo hacen. Y si no lo hacen, se les recomienda
encarecidamente que lo hagan desde cualquier Casa de la que sean. Negarse
es un insulto grave y ha causado más de unos pocos baños de sangre a lo
largo de los siglos. —Por un momento fugaz, pareció hambriento de batalla.
Entonces su expresión se volvió contemplativa—. Parece que todos los
príncipes sufren oleadas de otros pecados.
Nuestras miradas se encontraron. Entendí lo que realmente quería
decir. Ira se estaba disculpando por nuestra discusión anterior. Esta
información era una rama de olivo puesta a mis pies. Podría patearla a un
lado y continuar nuestra lucha, o podría aceptarla y seguir adelante.
Reanudé mi lenta procesión por el pasillo, buscando un tema en
particular, pero proyectando indiferencia para evitar sospechas.
—¿Por qué celebran una tradición prerromana, de todos modos?
—Qué mortal de tu parte creer que ellos no se inspiraron en nuestros
ritos y rituales —se burló—. Ni siquiera tuvieron la decencia de mantener
las fechas o prácticas correctas.
Detuve mi lectura de títulos y lo estudié de cerca.
—¿Por qué realmente me estás diciendo esto? ¿Cada uno de los
príncipes del infierno se convierte en lobos gigantes y aúlla bajo la luna
llena? Tal vez debería preocuparme por ti jadeando en la puerta de mi
habitación antes del banquete.
—Usamos máscaras de lobo, pero no habrá ningún jadeo por mi parte.
A menos que lo pidas amablemente.
Tragué saliva, obligando a mis pensamientos a alejarse de donde este
reino, y este problemático príncipe, los estaba dirigiendo.
—No respondiste a mi primera pregunta. ¿Por qué me cuentas esto
ahora?
—Has sido nominada para la invitada de honor. —El humor restante
abandonó su rostro—. La votación tiene lugar el próximo mes. No tengo
ninguna duda de que serás elegida. Tu llegada es la comidilla de los Siete
Círculos. Dudo que alguien más sea la mitad de intrigante en esta temporada
de sangre.
Maravilloso.
—¿Me veré obligada a matar la cabra?
Ira sostuvo mi mirada.
—No hay cabra, Emilia.
La forma en que lo dijo hizo que se me doblaran las rodillas.
—¿Seré yo el sacrificio?
—No. —El alivio me inundó ante esa hermosa y pequeña palabra—.
Tu mayor temor o un secreto de tu corazón te será arrebatado como
sacrificio.
—No. —Mi voz fue un susurro suave, tembloroso. Lo odiaba.
—Sí. —Su voz era dura, afilada. También la odiaba—. Y sucederá
frente a todos los príncipes del infierno y todos nuestros súbditos presentes.
El miedo es poder aquí. Cuanto mayor es tu miedo, mayor es el poder que
nos das. Sería mucho mejor sacrificar tu vida. Si toman tu mayor temor, te
prometo que desearás algo tan rápido y definitivo como la muerte de un
mortal.
SIETE
—No. Me niego. —Mi voz era de acero esta vez—. Dijiste que
siempre tengo una opción.
Escarcha cubrió su expresión.
—Por acciones recientes, estaba empezando a pensar que te habías
olvidado de esa conversación.
—¿Quieres hablar de lo que pasó en la cueva ahora?
—No particularmente, no.
—Tendremos que hacerlo con el tiempo, es mejor que lo hagamos
ahora.
—Bien. —Cruzó los brazos contra su pecho—. Puedes comenzar
explicando tu decisión.
Habló como si realmente tuviera una opción, su voz teñida de ira
apenas reprimida. Estaba tan sorprendida que di un paso atrás, examinándolo
cuidadosamente. Un músculo palpitó en su mandíbula y su mirada era lo
suficientemente dura como para poner celosos a los diamantes. Ira no solo
estaba enojado, estaba indignado. Prácticamente podía sentir el calor de su
furia irradiando en el espacio entre nosotros.
La claridad se apoderó de mí.
—Querías que rechazara a Orgullo.
—Yo no dije eso.
—No tenías que hacerlo. —Por una vez, sus emociones estaban
escritas en todo su rostro. Mi sorpresa rápidamente dio paso a la molestia.
Si tan solo hubiera confiado en mí esa noche, las cosas serían muy
diferentes. Podríamos haber ideado un nuevo plan. Juntos. La ira desató mi
lengua—. Dime por qué. Exijo saber por qué querías que lo rechazara.
—Deja de empujar, Emilia. Esta conversación está terminada.
—No, realmente no lo está. ¿Me hará daño?
Los estantes más cercanos a nosotros vibraron.
—¿Crees que lo permitiría?
—No lo sé —respondí con sinceridad—. No sé qué es real, qué es una
fantasía o qué es parte de tu nuevo plan. Me trajiste aquí, a este reino, para
casarme con tu hermano.
—No confundas tus elecciones con mis acciones.
Como si tuviera buenas opciones.
—¿Se suponía que debía quedarme en casa y ver a los demonios
destrozar mi mundo? ¿Asesinar o torturar a mi familia y amigos y seguir
arrancando corazones a las brujas? Sigues aludiendo al hecho de que tenía
una opción, pero no la tuve.
—Siempre tienes opción.
—No con el reloj corriendo y los portales entreabiertos. Firmar el
contrato con Orgullo fue mi mejor opción para detener la carnicería. Tomé
una decisión con la información que tenía. Si cometí un error o si no estás
contento, por la razón que sea, tal vez deberías haber hablado conmigo esa
noche. En lugar de eso, te quedaste allí, frío y furioso, ¡y no dijiste una
palabra!
Sus ojos dorados se entrecerraron.
—¿Se te ha ocurrido que no podía?
—¿No podías qué? ¿Hablarme?
—Interferir.
—¿A través de la magia o un edicto demoníaco? —Escudriñé su
rostro, pero había reemplazado su molestia con esa máscara sin emociones
que usaba tan bien. Contuve mi temperamento, no quería pelear—. Pensé que
el diablo era el único que estaba maldito. ¿Estás insinuando que eso no es
cierto? ¿Hay algo que deba saber sobre ti?
Sus manos se flexionaron a los lados. Parecía que quería salir
corriendo a un ring de entrenamiento y eliminar su frustración.
—Quizás esa sea una pregunta que deberías haberle hecho a tu familia
mortal. Ciertamente, parecen tener lagunas selectivas en su narración.
¿Alguna vez te has preguntado por qué, bruja?
—¿Cómo te atreves a hablar de mi familia…?
Se desvaneció a sí mismo en una nube de humo, dejándome
tambaleante por la confusión. Mi familia no guardaba ningún secreto. Nonna
compartió historias durante toda nuestra vida sobre los Malignos y sus
mentiras y manipulaciones. Ella advirtió contra las artes oscuras y los pagos
exigidos a ese tipo de magia. Todo eso era cierto.
Caminé por el pasillo de libros. Ira estaba equivocado o estaba
mintiendo u omitiendo más verdades. Nonna nos contó sobre la deuda de
sangre entre la Primera Bruja —La Prima Strega— y el diablo, sobre cómo
exigió un sacrificio de sangre por algo que le habían robado.
El Cuerno de Hades, los dos amuletos que nos habían dado a mi
hermana y a mí al nacer, resultaron ser esos objetos. Sus cuernos. Ira los
juntó la noche en que me trajo el contrato de Orgullo. Los había usado para
cerrar las puertas del infierno, tal como lo había prometido, y luego me los
había ocultado.
La furia se apoderó de mí, pero rápidamente dio paso a la confusión.
Nonna sabía sobre las Brujas de las Estrellas y los cuernos del diablo y no
nos lo había dicho.
Me enteré de los cuernos a través del diario de mi hermana y de las
Brujas de las Estrella por Ira y Envidia, aunque ese no era el nombre que
habían usado. Envidia me había llamado Bruja de sombra.
Nonna no admitió haber sabido nada de ninguna de las dos de
inmediato cuando me enfrenté a ella.
Lo que me hizo preguntarme de cuántas otras cosas no había hablado.
Aprendimos lo mínimo de magia terrestre; cómo lanzar hechizos sencillos
con la ayuda de hierbas y objetos de intención. Encantos de protección.
Hechizos de sueño y hechizos inofensivos que manipulaban el rocío de un
vaso para deslizarlo por una superficie. Cosas que apenas requerían mucha
habilidad.
Una frase o palabra en latín aquí, una pizca de esto allá y se lanzaba un
hechizo, ayudado con nuestra sangre mágica. ¿Qué más había sobre la
maldición que no supiera?
O nuestra magia, para el caso.
Caminé en un círculo agitado. Ahora que estaba cuestionando las
cosas, no podía dejar de encontrar más lagunas en nuestras vidas. Nonna
pasó tanto tiempo enseñándonos las costumbres de los demonios, solo para
atrofiar nuestra educación con respecto a nuestras propias habilidades. No
pude evitar preguntarme si había una razón para eso. Nonna era demasiado
inteligente para haber olvidado lecciones valiosas.
Seguramente la magia ofensiva era tan importante como nuestros
hechizos defensivos de protección. Pero ella nunca nos enseñó ese tipo de
hechizos audaces. De hecho, parecía decidida a ocultarnos esa magia a toda
costa. ¿Había algo peligroso en que la usáramos?
A Vittoria y a mí nos dijeron que la escucháramos, que obedeciéramos
y siguiéramos las reglas o sufriríamos las consecuencias. Nunca quise enojar
a Nonna o causarle daño.
Pero Vittoria siempre empujó los límites, sin miedo a las
consecuencias.
El comentario agudo de Ira cavó profundamente, me infectó. Como fue
diseñado para hacer. Su armamento no se limitaba a acero o balas o sonrisas
maliciosas y besos embriagadores. Sus palabras eran igual de mortales
cuando apuntaban y disparaban a un objetivo. No podía escapar de la
mordaz sensación de que tal vez él tenía razón.
Había lagunas en mi educación que no podía ignorar.
Algunos hechizos venían fácilmente como a través de la memoria
corporal. Algunos los tuve que aprender y casi siempre los olvidaba. No
podía recordar dónde o cómo había descubierto el hechizo de la verdad,
solo que un día quería la verdad y salió un hechizo que robaba el libre
albedrío. Nonna se puso furiosa cuando se lo conté. En lugar de ser
recompensada por usar ese nivel de poder, fui castigada.
Caminé hasta el final de los estantes y encontré una silla lujosa y de
gran tamaño para sentarme. Un pensamiento del que no podía escapar me
siguió hasta allí. Quizás Ira no se refería solo a Nonna.
Mi hermana había encontrado el primer libro de hechizos, había usado
magia demoníaca para bloquear su diario y había unido a Avaricia y los
cambiaformas por razones que no entendía del todo, dado el hecho de que
los cambiaformas y los demonios eran enemigos naturales.
Me quedé mirando mi dedo, sorprendida de ver que todavía llevaba el
anillo de rama de olivo que Ira me había dado. Distraídamente retorcí la
banda de oro alrededor de mi dedo. Me pregunté qué más podría haber
descubierto Vittoria antes de su muerte. ¿Era toda la verdad de la maldición
del diablo y la deuda de sangre? Quizás ese conocimiento, más que cualquier
otra cosa, fue la razón por la que realmente la habían matado.
Algo enterrado en lo profundo de mi memoria se agitó y luego se alejó
flotando. Una voluta de humo que no pude captar. Tuve la impresión más
extraña de que tal vez el diablo no había sido maldecido en absoluto.
Si eso era cierto... entonces quizás los asesinatos de brujas no tenían
nada que ver con su búsqueda de una novia, y todo lo que pensé que sabía
había sido fabricado a partir del engaño. Nonna. Vittoria. Los siete príncipes
del Infierno. Al menos uno de ellos había estado mintiendo.
Y estaba más decidida que nunca a averiguar por qué.

Me tomó algunas frustrantes horas, pero finalmente encontré lo que


estaba buscando. Saqué un grimorio sobre el comienzo de la magia y me dejé
caer en una silla cerca de una esquina oscura. Barrí mi mirada alrededor del
espacio; no había sonidos ni indicios de que alguien más estuviera en la
biblioteca. No es que pareciera extraño que una bruja esté estudiando magia.
Aun así, no quería que nadie se diera cuenta de lo mucho que le faltaba a mi
educación. Abrí el libro de cuero gastado y comencé a leer.
Según la bruja que escribió este libro, nuestra magia era similar a un
músculo que debía ejercitarse. Si se ignora demasiado tiempo, se atrofia.
También lo describió como “Fuente”: un lugar dentro de nosotras fácilmente
disponible para extraer, como un pozo sin fin en nuestro núcleo.
Las sabias Tejedoras del Destino dicen que nuestro poder es un
regalo otorgado por las diosas y, por lo tanto, tiene una tendencia a imitar
sus habilidades hasta cierto punto. Algunas líneas de sangre notarán una
afinidad por ciertos hechizos, especialmente aquellos que usan los cuatro
elementos. Es una indicación de a qué diosa debe rezar una bruja para
mejorar esa magia. El menos hablado, el quinto elemento, el éter, se cree
que es el más raro, pero eso puede no ser cierto en este contexto.
Dejé de leer y dejé que la información se asentara. Y con ella, otra
emoción que preferiría no examinar de cerca. No del todo sospecha, ni
enfado, sino algo relacionado con ambos. Nonna nunca había explicado de
dónde venía nuestro poder o cómo funcionaba. Era posible que mi abuela no
lo supiera exactamente, pero yo no podía creerlo.
Esta era también la primera vez que escuchaba hablar de las Tejedoras
del Destino y rezarle a una diosa. Siempre nos habían enseñado a rezarles a
todas. Busqué en mi memoria los altares que Nonna hizo para una diosa y no
se me ocurrió ninguno. Quizás nuestra magia no estaba estrechamente
alineada con ninguno de los elementos.
Hojeé el grimorio, buscando más información sobre las Tejedoras del
Destino, pero no hubo más menciones. Volví al principio, concentrándome en
la Fuente.
La ira hacia Nonna y mi propia falta de cuestionar nuestra educación
me distrajeron.
—Enfócate.
Escéptica de mis habilidades, cerré los ojos, aclaré mis pensamientos
y traté de sentir esa fuente interna de poder. Al principio no había nada
inusual, luego el mundo se desvaneció rápidamente a mi alrededor. Se
volvió más oscuro en mi mente. No sabía nada, no era nada. Me convertí en
nada.
Era casi un vacío dentro de mí, abriéndose a una oscuridad sin fin.
Tuve la impresión más extraña de que había estado esperando a que lo
aprovechara, y una vez que reconocí su existencia, me atrajo
inmediatamente. Ahora lo sentía todo. Hice un túnel hacia abajo, hacia
abajo, hacia mi mismo centro, cerca de mi corazón que latía salvajemente, y
me detuve. Mi magia dormía aquí. No me hallaba segura de cómo lo sabía,
pero lo hacía. Puse mi conciencia en torno a la magia, tratando de tener una
mejor idea de ella. Algo antiguo, poderoso y colérico abrió un ojo, furioso
por haber sido despertado.
Me retiré de ese lugar con un grito ahogado.
—Santa diosa de arriba... ¿qué fue eso?
Hojeé las páginas del grimorio, pero no se mencionó un poder como el
que acababa de experimentar. Ciertamente no encajaba en la tierra, el aire, el
fuego, el agua o el éter. Era masivo, omnisciente, poderoso de una manera
que me preocupó. Su rabia ardía con una intensidad que borraba la razón. Si
pudiera convocar esa fuerza a voluntad... podría destruir este reino.
No es que quisiera hacer eso. Solo quería vengarme del asesino de mi
gemela. Respiré hondo y cerré los ojos, lista para intentarlo de nuevo.
—Oh, perdóname.
Levanté la vista de mi trabajo de hechizos, mi educación olvidada, y
cerré el grimorio con un fuerte golpe. Una mujer joven, con cabello negro
azabache rizado, ojos color sepia intenso y piel morena, me hizo una cortés
reverencia. Pequeños cráneos de animales estaban sujetos a su largo cabello,
similar a la forma en que yo prendía flores en el mío. Un vestido de profundo
cobrizo rojizo abrazaba cada una de sus generosas curvas. Tenía un libro
sobre arboricultura, una elección sorprendente pero interesante.
—Debes ser Emilia. Toda la corte está muy intrigada por ti. Soy
Fauna.
Le di una sonrisa tentativa. Había estado contando con el hecho de que
los chismes se utilizarían tanto aquí como en el mercado de casa.
—¿Qué tipo de rumores desagradables están circulando?
—Lo normal. Tu cabello está hecho de serpientes, tu lengua de fuego, y
cuando estás enojada, escupes llamas como los poderosos dragones de hielo
de Merciless Reach. —Sonrió ante mi mirada de sorpresa—. Es broma. Son
demasiado inteligentes para iniciar rumores mientras el príncipe Ira está en
la residencia. Como su invitada personal, estás fuera de los límites. Lo ha
dejado muy claro. Señor o dama de la Corte Real Demoníaca, si tu nombre
está en la lengua de alguien, se la arrancará.
—Más bien los mirará hasta que se marchiten y mueran si obstaculizan
su misión.
Me miró con curiosidad.
—En realidad, fue bastante literal en su amenaza. Lord Makaden tuvo
la suerte de que escapó con la suya intacta. El príncipe prometió que la
próxima vez que hable mal de ti, su lengua se pinchará fuera de la sala del
trono y permanecerá allí hasta que se pudra. La posición prominente de
Makaden en la corte es probablemente la única razón por la que no está
mutilado ahora.
Tuve que recordarme mentalmente que debía seguir respirando
mientras esa imagen tomaba forma.
—¿De verdad? ¿Ira amenazó con arrancarle la lengua a alguien?
—No es una amenaza vana. Era una advertencia a la que se debe
prestar atención. Su alteza no es misericordioso con quienes lo desafían.
Esta mañana derribó una montaña sobre Domitius, su teniente general. —La
sonrisa de Fauna se desvaneció—. Todavía están buscando entre los
escombros.
Me quedé sin palabras. Anir solo dijo que había derribado una
montaña. No mencionó que alguien hubiera sido aplastado por ello. Ira era
un príncipe del infierno. Un general de guerra. Uno de los siete temidos y
poderosos. Esta noticia no debería sorprender. Había visto su violencia
antes.
Aun así, sirvió como un recordatorio de con quién estaba tratando y
dónde me encontraba. Necesitaría jugar mi juego de manera experta cuando
fuera a cualquier otra corte.
El hecho de que Ira hubiera dañado a un oficial de alto rango no
debería haber sido una sorpresa. Probablemente se había desahogado con él
después de nuestra pelea de esta mañana. Si eso fue lo que hizo después de
una pequeña discusión, me preocupaba quién podría sentir su legendaria ira
después de nuestro último desacuerdo. La culpa hundió sus garras
profundamente, aunque lógicamente sabía que no tenía nada de qué sentirme
culpable. Él era el único responsable de sus acciones.
—¿Sabes por qué Ira lo atacó?
—Creo que Domitius sugirió servir tu corazón todavía palpitante a los
soldados. Aunque otros afirman que hizo comentarios lascivos sobre tus
atributos físicos. Algo sobre probarte para ver si eras tan dulce como
sugería tu “pecho maduro”.
—¿Y el otro? ¿Qué dijo él?
—Lord Makaden preguntó si su alteza tiene otras reglas que gobiernan
las lenguas y cómo se aplican a ti. —Vaciló—. Ninguno de los dos se
considera muy… gracioso. Su majestad tenía razón al actuar con rapidez. Un
fruto podrido estropea todo el celemín.
Encantador. Era una forma delicada de decir que los demonios habrían
actuado de acuerdo con sus declaraciones. O al menos intentado. Puede que
no esté bien versada en armas o combate, pero sí tenía cierta habilidad con
la espada, gracias al tiempo que pasaba en la cocina, troceando cadáveres.
Sabía áreas vitales a las que apuntar y no dudaría en apuntar a alguien que
pretendiera hacerme daño.
Solicitaría un arma la próxima vez que viera a Ira. Seguramente me
concedería algún medio de protección. No quería depender de él ni de nadie
más para mi seguridad.
—¿Alguno de ellos era tu amante?
—Diablos, no. —Fauna resopló—. Pronto conocerás al objeto de mis
suspiros. Mañana por la noche, de hecho.
La sospecha se acumuló dentro de mí junto con el miedo.
—¿Qué va a pasar mañana?
—Nada demasiado escandaloso o aterrador. Solo una cena con los
miembros más elitistas de la Casa de la Ira. —Su sonrisa era plena y
brillante—. No te preocupes. El príncipe Ira prohibió los “destripamientos
en las reuniones” hace al menos un siglo. Ahora las únicas hojas con las que
nos armamos son nuestras miradas afiladas. Miramos fijamente nuestro vino
y soñamos con clavar a nuestros enemigos de verdad. Considérelo una
práctica para la próxima fiesta.
—Escuché que se arranca un miedo al invitado de honor. ¿Alguien
puede ofrecerse para sustituir? —Si es así, negociaría con Ira o con el
mismo diablo si tuviera que hacerlo—. ¿Alguna nobleza superior, tal vez?
—Incluso si estuviera permitido, que bien podría estarlo, nadie se
ofrecería como voluntario. —Fauna me miró con lástima—. Definitivamente
ningún príncipe de este reino. Les daría a los otros miembros de la realeza
demasiado poder. —Sostuvo su libro con fuerza—. Te estás quedando en el
Ala de Cristal, ¿correcto?
—¿Quizás? —Levanté un hombro—. Hay mucho cristal en mi
habitación.
—Maravilloso. Me reuniré contigo antes de la cena y te acompañaré
hasta allí.
Antes de que pudiera estar de acuerdo o hacer preguntas, se apresuró a
salir de la biblioteca.
Negué con la cabeza. Mi primer día en la Casa de la Ira había sido un
desastre. Llegar con hipotermia, un cráneo encantado, discusiones con el
príncipe, secretos que mi familia podría estar guardando sobre mi magia, un
miembro mutilado del ejército de Ira y la nueva amenaza del Festín del Lobo
cerniéndose sobre todo.
Lo último que quería en el mundo era ofrecer mi peor miedo a un reino
que me torturaría con él. Pero tal vez si aprendiera a aprovechar mi poder,
podría resolver el asesinato de Vittoria y regresar a casa en el mundo de los
mortales mucho antes de que eso sucediera.
Recogí el grimorio, me levanté y me retiré a mis habitaciones,
necesitando prepararme para mañana. Dada la información sobre la montaña
derribada, no tenía ninguna duda de que la cena sería una especie de batalla
perversa. Una del que tendría suerte de poder escapar ilesa.

No terminé de vuelta en el Ala de Cristal. La curiosidad se apoderó de


mí y decidí investigar la versión del infierno de Ira. Conoce a tu enemigo... y
sus hábitos de lectura.
Encontré una escalera circular cerca de la parte trasera de la
biblioteca del arco iris y descendí con cuidado hacia la oscuridad que se
abría abajo. Mi suposición inicial de ébano, oro y cuero no estaba tan lejos
de la realidad de su biblioteca personal. Sillas de cuero oscuro, suave como
la mantequilla, estaban colocadas frente a una chimenea que ocupaba una
pared de piedra apilada. Podía pararme fácilmente en la abertura y estirar
los brazos por encima de la cabeza y aun así no llegar a la parte superior.
Varias alfombras en varios tonos de carbón y negro con detalles de hilo
dorado estaban colocadas con buen gusto alrededor de la habitación.
Aquí, los estantes eran de piedras preciosas de obsidiana, todos los
libros encuadernados con tonos oscuros de cuero. Un candelabro circular
con brazos delgados de hierro colgaba de las vigas expuestas y proyectaba
un brillo tentador sobre la habitación. Era el lugar perfecto para acurrucarse
y leer frente a un fuego crepitante. Incluso había una manta de felpa tirada
casualmente sobre el respaldo de una silla de lectura.
En un hueco del espacio principal de lectura, un juego de cadenas con
esposas colgaba de la pared. Ira no se había burlado. Se me secó la boca y
rápidamente desvié la mirada.
La tortura no fue lo primero que se me ocurrió. Y no quería que este
reino ejerciera su magia tortuosa en más emociones fugaces. Me moví por el
resto del espacio, devorando tanto como pude.
Libros y diarios sobre estrategia de guerra, historia (tanto demoníaca
como humana), rituales de brujas, grimorios e incluso algunas notas escritas
a mano se hallaban en ordenadas pilas sobre un escritorio grande e
imponente. Latín y un idioma que no sabía leer. Nada incriminatorio o útil.
Nada de diosas o su magia, o fábulas de demonios sobre la Doncella, la
Madre o la Anciana. Ni hechizos para reanimar cráneos u otros huesos.
Solo plumas y botes de tinta. Una piedra en bruto que imaginé se usaba
para afilar una hoja.
En un estante detrás del escritorio había siete volúmenes de diarios
dedicados a cada Casa demoníaca. Ocho diarios, en realidad, si el patrón en
el polvo era una indicación. Quizás una casa era tan prolífica que se había
necesitado más de un libro para obtener toda la información. Cualquiera que
fuera el caso, ahora faltaba el texto.
Aparentemente, los títulos eran lo único escrito en latín. Hojeé
algunos, pero no pude leer el idioma que contenían. La frustración se
acumuló detrás de mi esternón cuando volví a colocar los diarios en su lugar.
Nunca nada era fácil.
Una jarra parcialmente llena de líquido lavanda y una copa de cristal a
juego me llamaron la atención. Curiosa con lo que Ira se complacía, eché un
poco de licor en el vaso y lo olí. Notas de cítricos y botánicos mezclados.
Tomé un sorbo con cuidado y siseé entre dientes por la quemadura. Era
fuerte. Casi como el brandy humano, pero con un matiz de vainilla más
dulce. Si lo suavizara con un poco de crema y hielo sería divino.
Y podría ayudarme a pasar por mañana por la noche. Enviaría por un
vaso antes de la comida.
Dejé el licor a un lado y me senté en el escritorio, haciendo traquetear
el cajón. Bloqueado, naturalmente. Escondido debajo de una escultura de
serpiente de cobre que asumí que se usaba como pisapapeles, había un sobre
con una elegante escritura. Sin sentirme culpable en absoluto, leí el mensaje.

Lo volví a leer, aunque no ayudó a descifrar la única línea. Me imaginé


que la G significaba Avaricia1. Pero también podría ser Gula. Han sido
encontrados. VIII. Tanto Envidia como Avaricia habían estado detrás del
Cuerno de Hades, pero Ira nunca mostró mucho interés en los amuletos. Sin
mencionar que ahora estaba en posesión de ellos hasta que Orgullo nos
permitiera entrar en su territorio.
—Entonces, ¿qué estabas buscando, querido y reservado Ira?
Recogí el pisapapeles serpiente y lo hice rodar entre mis palmas.
—Ay.
Le di la vuelta; pequeñas crestas afiladas en un diseño geométrico que
sobresalían de la parte inferior. Era un sello de cera, no un pisapapeles. O
tal vez fuera ambos. Lo dejé a un lado y volví a escanear la nota. Algo se
destacó esta vez. No se dirigió a nadie por su nombre. Lo que significaba
que no había forma de saber si Ira era el destinatario previsto o si lo había
interceptado.
Quizás este mensaje estaba destinado al diablo, para hacerle saber que
sus cuernos habían sido recuperados. Tal vez la G simbolizara el verdadero
nombre de Ira y fue él quien enviaba la correspondencia. O tal vez no había
nada importante en todo esto y estaba tan desesperada por encontrar pistas
que las estaba inventando.
También faltaba una fecha, por lo que no había forma de saber si se
trataba de una noticia reciente o de una historia antigua. A menos que eso
fuera lo que significaba la porción VIII. No tenía idea de cómo los demonios
tabulaban el tiempo. Era finales del siglo XIX en la tierra, pero podrían ser
ocho eones aquí. O tal vez indicaba el octavo diario que faltaba. Podría
pasar la eternidad adivinando.
Guardé la nota inútil, me apropié de un bote de tinta, pluma y un poco
de pergamino, recuperé el grimorio sobre el comienzo de la magia y me
dirigí de regreso a mi habitación, más frustrada y perdida de lo que me había
sentido antes. Tenía la esperanza de que mañana trajera algo de claridad,
incluso si venía en forma de observar cómo interactuaban los demonios y
aprender cómo se movían a través de la corte.
Dada mi posición de clase trabajadora, no me había asociado con
círculos ricos en casa, así que mañana sería una prueba de lo bien que
podría mezclarme. Mi camino hacia la venganza sería lento, no un infierno
furioso. Para cuando invadiera la Casa del Orgullo, estaría bien versada en
el engaño adecuado.
Cuando el demonio responsable de la muerte de Vittoria finalmente
sintiera las llamas de mi furia, con suerte habría reducido a cenizas su Casa
del Pecado.
OCHO
Sangre seca o un merlot añejo, reducido en una cacerola y rociado
sobre un corte de carne con costra de pimienta. Me retorcí de un lado a otro
en el espejo dorado que llegaba hasta el suelo. No podía decidir qué
descripción capturaba mejor el color único del vestido que ahora usaba.
Nonna lo llamaría un presagio empapado de sangre y ofrecería oraciones a
las diosas.
Me gustaba bastante.
Obviamente, nunca había asistido a una cena de demonios reales antes,
y la nota que llegó temprano esta mañana con la elegantes letra de Ira que
indicaba que debería usar algo feroz y formal. Este vestido era ambos. Un
corpiño de corsé rígido que se hundía en una V profunda entre mis pechos,
mostrando mi piel bronceada. Una fina piel de serpiente negra estaba
bordada en la atrevida parte superior, mientras que las faldas conservaban
ese tono sólido de vino oscuro. Galas demoníacas en todo su esplendor
gótico.
Como este vestido también era sin tirantes, mi tatuaje reluciente estaba
a la vista. Decidí renunciar a los guantes para lucirlo. No llevaba joyas a
excepción del anillo que Ira me había regalado. Sería un tema de discusión
interesante, sin duda.
Y, con suerte, cumplirá bien su propósito.
Extrañaba el cornicello plateado que había usado toda mi vida, pero
tenía que aceptar que mi amuleto se había ido para siempre. Entré en la
cámara de baño y jugué con mi cabello suelto. Ayer, el estilo de Fauna había
sido suelto, salvaje y encantador, así que diseñé el mío de una manera
similar para evitar cualquier paso en falso en el atuendo. Ondas largas y
oscuras cayeron en cascada por mi espalda, y las piezas más cortas que
enmarcaban mi rostro caían hacia adelante mientras pretendía conversar con
los comensales a ambos lados de mí.
Lo cual no serviría. No quería esconderme detrás de nada esta noche.
Los señores y damas del infierno me mirarían sin barreras.
No importa cuán asustada o nerviosa estuviera, me negaba a parecerlo.
En un cajón del tocador, descubrí pequeños clips de calaveras de
pájaro y me eché hacia atrás la parte superior de mi cabello. Coloqué los
huesos con delicadeza alrededor de mi corona como una diadema de muerte
y agregué flores entre lo macabro. Allí. Ahora parecía una princesa del
Infierno, si no su futura reina.
Aunque, con los huesos en mi cabello y el familiar brillo de la ira
apenas atada brillando en mis ojos, supuse que también podría pasar por la
diosa de la muerte y la furia.
Regresé a mi dormitorio y me detuve a la mitad. Colocada en la mesa
de cristal, junto a la botella de vino que sobró de la visita de Anir la noche
anterior, había otra calavera.
—Sangre y huesos. —Casi literalmente.
Respiré hondo y me acerqué lo suficiente para que transmitiera su
mensaje. Casi de inmediato, habló con esa misma voz parecida a la de
Vittoria que hizo que se me pusiera la piel de gallina.
—Siete estrellas, siete pecados. Tanto arriba como abajo.
—Diosa de arriba. ¿Y eso qué significa?
No esperaba una respuesta y no me decepcionó demasiado cuando no
vino ninguna. Lancé un suspiro. Odiaba los acertijos. Cosas confusas e
inútiles. Saqué el tintero, la pluma y el pergamino que había tomado de la
biblioteca de Ira y garabateé notas.
Si uno de los hermanos de Ira se tomaba el tiempo de enviar mensajes
a través de cráneos poseídos, definitivamente significaba algo. A menos que
uno de los siete príncipes simplemente estuviera jugando conmigo por
aburrimiento. Lo cual dudaba, pero no descartaría. Quizás fueran lo
suficientemente mezquinos como para hacerlo.
Los siete pecados eran lo más fácil de descifrar; claramente se refería
a los príncipes del Infierno. Tanto arriba como abajo era parte de la
profecía… que era menos clara. Nadie parecía del todo seguro de lo que
significaba. Nonna dijo que estaba relacionado con Vittoria y conmigo, que
se suponía que íbamos a llevar la paz a ambos reinos mediante un gran
sacrificio. Pero incluso ella no tenía todas las respuestas. Al menos eso fue
lo que afirmó. ¿Quién sabía ya la verdad? El resto... el resto tomaría un poco
de investigación.
Comencé una nueva línea en mis notas, decidida a tener cada teoría
claramente definida para poder tacharla o agregarla con el tiempo. Tener
algo escrito siempre me ayudaba a ver de verdad.
Además, era lo que hacían los detectives en las novelas, y siempre
resolvían su misterio al final del libro. No era una experta, pero haría todo
lo posible. Anoté toda la información que pude recordar sobre la siguiente
profecía.
Me quedé sin aliento mientras releía el segundo punto. Las gemelas
señalan el fin de la maldición del diablo.
—Santa diosa de arriba. No puede ser...
¿Cómo nos perdimos eso antes? Mi mente se aceleró con pensamientos
sobre la sesión de adivinación de Claudia una vez más. Sobre cómo “él”
vagaba libre y la imposibilidad de hacerlo. No se refería al ángel de la
muerte. Nos había estado advirtiendo sobre el diablo. Si mi gemela y yo
terminamos su maldición, probablemente fue nuestro nacimiento lo que
rompió la magia que lo ataba, no una acción que habíamos tomado.
Lo que significaba que no había estado encadenado en el infierno como
creíamos.
Y no lo había estado durante casi dos décadas. Mientras yo
investigaba el asesinato de Vittoria, él había estado libre, y la diosa sabía
haciendo qué.
Entonces, ¿por qué Orgullo poseyó el cuerpo de Antonio y envió a Ira
a buscarme en su lugar? Si no se hubiera visto obligado a reinar en el
Infierno, podría haber venido él mismo a buscarme. Podría haber venido a
recoger a todas sus posibles novias. ¿Por qué delegar ese deber en Ira?
A menos que mi sospecha anterior fuera correcta y él nunca necesitó
una novia. Y los asesinatos se cometieron por otra razón.
El miedo se deslizó por mi espalda. Eché un vistazo al nuevo reloj de
mi mesita de noche.
Había deseado la mesita de noche y el reloj antes de acostarme, y
ambos habían aparecido mágicamente mientras dormía. No sabía si la
habitación se encontraba encantada para mis deseos, o si Ira simplemente
había adivinado que los necesitaría. Probablemente fue lo último. La
atención de Ira a los detalles era asombrosa. Como si no tuviera nada mejor
que hacer que enviar mesitas de noche.
La cena era a medianoche y todavía faltaba una hora para ese
momento. Lo que me daba el tiempo suficiente para volver corriendo a la
biblioteca personal del príncipe demonio. Había planeado pasar el tiempo
practicando cómo aprovechar mi fuente mágica, pero eso podría esperar.
Necesitaba recuperar el diario de la Casa del Orgullo y llevarlo a
escondidas a mi habitación. Inmediatamente. Lenguaje demoníaco o no,
encontraría alguna forma de leerlo, incluso si tuviera que regatear otra parte
de mi alma para lograrlo.

Me las arreglé para empujar la calavera y el diario robado junto a la


primera calavera, ocultándolos todos detrás de un vestido voluminoso, y
cerrar mi armario justo cuando sonó un golpe en la puerta. Exhalando en voz
baja, dije una oración rápida a la diosa de la mentira y el engaño y esperaba
no solo pasar la noche, sino salir más victoriosa de lo que había soñado.
Alisé la parte delantera de mi corpiño y crucé desde mi dormitorio a la
sala de estar que hacía las veces de antesala.
Con un poco de suerte, mi corazón acelerado se confundiría con los
nervios de la cena.
Abrí la puerta y Fauna sonrió ampliamente. Su felicidad no parecía
forzada y un nudo se aflojó en mi pecho. Quizás podría hacer un trato con
ella para leer el diario: era un demonio; sin duda poseería las habilidades
necesarias para leer el lenguaje demoníaco.
Pero todavía no estaba lista para entregar mi confianza.
Sin darse cuenta de mi evaluación silenciosa y mis pensamientos
vagabundos, su mirada viajó rápidamente sobre mí.
—Te ves preciosa, Emilia.
—Tú también. —Un eufemismo. Se veía resplandeciente con un
vestido plateado que parecía estar hecho de metal líquido. Imágenes de petos
de centurión romano cruzaron por mi mente; todo lo que necesitaba era la
falda escarlata o la capa para completar el atuendo—. Tu túnica es como una
armadura.
—Es mejor protegerse de las miradas asesinas. —Guiñó un ojo y
retrocedió hacia el pasillo, su expresión se volvió seria—. ¿Estás lista?
Deberíamos llegar pronto. Se espera que los invitados lleguen elegantemente
tarde, pero no lo suficientemente tarde como para avivar la ira real.
Mi pulso latía con fuerza. No había escuchado ni visto a Ira en
absoluto, excepto por la nota que envió con respecto a mi ropa antes. No
tenía idea de qué esperar de él esta noche: cómo actuaría frente a sus
súbditos, si ignoraría mi presencia, se burlaría de mí o me sentaría en un
lugar de honor.
Tal vez ni siquiera se molestaría en aparecer. Tal vez me arrojaría a
los lobos y vería si soy lo suficientemente cruel como para dejarme crecer
los colmillos y salir adelante por mi cuenta. Después de nuestro encuentro en
la biblioteca, ciertamente parecía guardar rencor contra mi familia. ¿Qué
mejor manera de vengarse de ellos que dejándome sola en una habitación
llena de demonios sedientos de sangre?
—¿Asistirá Ira?
—Sí.
La voz profunda y suave llamó mi atención con solo una palabra. Mis
ojos se clavaron en los suyos. Ira se hallaba en el pasillo, vestido con un
traje negro característico, su mirada se oscureció al verme. Una corona de
serpientes de obsidiana espolvoreadas con oro descansaba sobre su cabeza.
Si una sombra alta y amenazadora hubiera cobrado vida, pareciendo
peligrosa y tentadora como un pecado, se vería exactamente como él.
Me dije a mí misma que su inesperada aparición fuera de mi
dormitorio causó un aleteo en mi pulso, y que no tenía absolutamente nada
que ver con el apuesto príncipe o el brillo depredador en su mirada. La
mirada que se fijó completamente en mí como si el resto del reino pudiera
arder y él no le prestaría atención. Había algo en su forma de mirar que...
Fauna se giró para ver quién me había llamado la atención e
inmediatamente hizo una profunda reverencia.
—Su Alteza.
—Déjanos.
Con una rápida mirada de simpatía en mi dirección, Fauna se apresuró
por el pasillo y desapareció de mi vista. Una vez que el sonido de sus
zapatos de tacón se desvaneció, Ira se acercó más, su fuerte enfoque se
deslizó desde la corona de hueso de animal que llevaba, hasta su anillo en
mi dedo, y avanzó lentamente hasta los dedos de mis pies antes de volver a
subirlo. Hice lo mejor que pude para respirar en intervalos uniformes.
No podía decir si era avaricia voraz, ira o lujuria brillando en sus
ojos. Quizás fuera una combinación de los tres. Parecía que el inframundo no
solo estaba probando y estimulando mis deseos ahora, era una batalla en la
que de repente él también estaba luchando.
Cuando finalmente terminó la inspección minuciosa de mi atuendo, su
atención se centró en la mía. Una pequeña chispa me atravesó cuando
nuestras miradas chocaron y se sostuvieron.
No era casi nada, un poco de electricidad estática que uno
experimentaba después de arrastrar los pies y tocar el metal en un día árido.
Excepto... no se sentía como nada, exactamente.
Se sintió como el primer indicio de que se acercaba una tormenta
violenta. Del tipo en la que o te mantienes firme o corres para cubrirte. Era
como si el aire entre nosotros se volviera pesado y oscuro con la promesa de
la furia de la naturaleza. Si cerraba los ojos, podía imaginarme un trueno
haciendo crujir mis dientes en tanto los vientos azotaban, amenazando con
arrastrarme al torbellino y devorarme por completo. Era el tipo de tormenta
que rompía ciudades, destruía reinos.
E Ira lo controlaba todo con una mirada poderosa.
—Pareces un hermoso cataclismo.
Me reí, tratando de aliviar la extraña tensión que se cernía entre
nosotros. Su elección de palabras me hizo preguntarme qué tan bien podía
leer mis emociones. Quizás ninguno de mis secretos había estado a salvo de
él.
—Es el sueño de toda mujer ser comparada con un desastre natural.
—Una agitación violenta. Yo diría que encaja.
Una sonrisa casi apareció en su hermoso rostro. En cambio, me indicó
que me diera la vuelta. Me giré lentamente para que él pudiera darle una
mirada a mi totalidad.
La espalda del vestido era tan escandalosa como la delantera. Una V
profunda descendía hasta abajo, exponiéndome casi hasta las caderas. Una
fina cadena de oro enlazaba entre mis hombros y se balanceaba como un
péndulo contra mi columna, el único otro adorno que llevaba.
Fue solo porque me había estado esforzando por escuchar, pero oí el
más leve jadeo de su respiración cuando inhaló bruscamente. Algo parecido
a la satisfacción me atravesó.
Me preocupaba sentirme cohibida con grandes franjas de piel que se
veían entre mi frente y mi espalda, y la forma en que el vestido se pegaba
seductoramente a cada curva, pero sentí lo contrario. Me sentí poderosa.
Ahora entendía por qué Ira elegía su ropa con tanto cuidado. Llamaba la
atención sin ni siquiera abrir la boca.
Fue una apuesta que había hecho mientras me vestía y, a juzgar por los
puntos de calor en mi espalda y lo que imaginaba que era la incapacidad de
Ira para evitar que su mirada volviera a mí, creo que funcionó. En la cena
quería que todos los ojos estuvieran fijos en mí cuando entrara, que todas las
conversaciones cesasen. No me escondería detrás de las columnas y me
escabulliría sin ser detectada. Si los súbditos de Ira eran como él, no podría
ser vista como débil. Olerían mi miedo como un enjambre de tiburones
encontrando una gota de sangre en el mar y atacarían con la misma violencia
depredadora.
Fui a moverme de nuevo, pero Ira me detuvo con un ligero toque en mi
hombro. Su piel desnuda llameó contra la mía.
—Espera.
Quizás fue la forma suave en que lo dijo, o la sensación de intimidad
en su voz, pero obedecí su deseo. Con cuidado, recogió mi cabello y lo
movió hacia un lado, dejando que los mechones me hicieran cosquillas y se
burlaran mientras se deslizaban sobre mis hombros. Me mordí el labio. Los
hombros eran más erógenos de lo que jamás los había creído. O tal vez fue
solo la forma en que Ira se acercó hasta que sentí su calor contra mi piel, y
una pequeña e intrigada parte de mí anhelaba sentir más.
Me pasó un collar por la cabeza, su peso se posó justo por encima de
mi escote, y lo abrochó más lentamente de lo necesario. Pero no me quejé ni
me aparté.
Cuando terminó, pasó un dedo por mi columna, siguiendo la línea de la
delgada cadena, provocando inadvertidamente un pequeño estremecimiento.
Me tomó cada gramo de terquedad que pude reunir para no apoyarme en su
caricia. Para recordar mi odio. Porque seguramente eso es lo que era ese
sentimiento: el fuego furioso y devorador del odio.
Me volví lentamente hasta que nos enfrentamos de nuevo. Su mirada se
posó en mi collar y finalmente miré hacia abajo para ver qué me había
puesto. Inhalé bruscamente mientras mi cornicello plateado captaba la luz.
—¿Sabe el diablo que me estás dando esto?
Ira no apartó su atención del amuleto.
—Considéralo prestado, no dado.
—¿Puedes hacer eso? ¿No vendrá por ti?
Hizo un espectáculo de mirar por cada extremo del pasillo vacío antes
de mirarme de nuevo.
—¿Ves a alguien tratando de detenerme? —Negué con la cabeza—.
Entonces deja de preocuparte.
—Ciertamente no estoy... —Su boca se torció en una sonrisa
problemática mientras cesé de hablar, dejando la mentira sin decir. Dejé
escapar un suspiro silencioso—. No significa lo que crees que significa.
Deja de sonreír.
—¿Qué, exactamente, crees que creo que significa?
—No me importa lo que pienses. Simplemente he decidido ser cordial
por el momento. Y simplemente estoy tolerando nuestra situación actual
hasta que me vaya a la Casa del Orgullo.
—¿Estás segura?
—Sí.
—Entonces dime que me odias, que soy tu peor enemigo. Mejor aún,
dime que no quieres besarme.
—No estoy interesada en jugar este juego. —Arqueó una ceja,
esperando, y luché contra el impulso de poner los ojos en blanco ante su
presunción—. Bien. No quiero besarte. ¿Satisfecho?
Una chispa de comprensión brilló en su mirada. Me di cuenta un
segundo demasiado tarde de lo que había hecho; lo que había sabido en el
momento en que las palabras dejaron mis labios traidores. Dio un paso
adelante y yo rápidamente retrocedí, chocando con la pared.
Se inclinó, apoyándose a cada lado de mí, su expresión ardía lo
suficiente como para encender un fuego.
—Mentirosa.
Antes de cavarme una tumba más profunda, su boca se inclinó sobre la
mía, robándome el aliento y cualquier otra negación tan fácilmente como él
me había robado el alma.
NUEVE
Su beso me consumió y sedujo. Justo como él lo había querido. No fue
rápido ni duro ni alimentado por el odio o la furia. Era una brasa, una
promesa del fuego ardiente que vendría con un poco de cuidado. Casi lo
consideré dulce, el tipo de casto abrazo que robaban dos amantes en cortejo
cuando su acompañante no estaba mirando, hasta que lentamente levantó mis
brazos por encima de mi cabeza, inmovilizándome contra la pared por mis
muñecas. Tomó mi labio inferior entre sus dientes y mordió suavemente.
Entonces recordé: no era un ángel. Y de repente estaba demasiado dispuesta
a ser condenada.
Maldito sea este reino y sus diabólicas maquinaciones. Su necesidad
de pecado. Mi innegable necesidad por él. En este momento no había ningún
juramento de sangre con el diablo. Ningún compromiso ni obligaciones con
mi familia. Solo existía este momento, este príncipe malvado, y el calor
aumentando constantemente entre nosotros.
El cuerpo de Ira se moldeó contra el mío, duro como una roca e
inflexible en todos los lugares correctos. Cualquier hambre que sintiera fue
igualada por él. Ojalá lo odiara. Ojalá no deseara pasar mi lengua por sus
labios, o suspirar mientras él obedecía mi silenciosa demanda y
profundizaba nuestro beso.
Este nuevo beso devoraba, saqueaba, robaba. Era una disculpa, un
deseo y una feroz negativa a someterse a cualquier sentimiento verdadero,
todo en uno. Necesidad primordial en su nivel más básico. No sabría decir
si dejarme llevar por este salvaje sentimiento me asustaba o me emocionaba.
Me alejé de un tirón, respirando con dificultad.
—¿Esto es real?
—Sí.
Como para probar la verdad en su declaración, sus caderas se
movieron hacia adelante y estaba casi segura de que todo el castillo tembló
en el segundo en que nuestros cuerpos se conectaron. No había duda de
cuánto me deseaba este príncipe oscuro. Agarré las solapas de su chaqueta y
llevé sus labios a los míos.
Por un momento de corazón atronador, deseé que subiera mi vestido
allí mismo, se enterrara profundamente dentro de mí y liberara hasta el
último de mis deseos atrapados. Anhelaba olvidar dónde estaba y qué tenía
que hacer. Quería abandonar todo el dolor, el sufrimiento y la pena que
nunca se hallaban lejos. Todo lo que deseaba era el dulce olvido del tacto.
Ira fácilmente podría proporcionar eso. Y más.
Se contuvo y se separó de nuestro beso, solo para comenzar a acariciar
lánguidamente la parte superior de mi corpiño. La necesidad me atravesó y
pareció reflejarse en él. Arrastró sus manos por mis costados, apretándome
un poco más contra su cuerpo.
—Puedes destruirme todavía.
—Más temprano que tarde si no dejas de hablar y me besas de nuevo.
—Exigente criatura angelical.
Me sonrió con indulgencia y luego me complació. Este beso. Fue lento,
embriagador y me hizo darme cuenta de que no era la única en peligro de ser
destruida. Inclinó mi cara hacia arriba, trazó la línea de mi mandíbula, luego
deslizó sus dedos por mi cuello, rozándolos suavemente a través de mi punto
de pulso.
Pequeños impulsos de electricidad chispearon bajo su caricia. Casi me
había olvidado de que me había marcado, dándome una forma de convocarlo
sin usar su daga de la Casa. La pequeña, casi invisible S hormigueó. Nonna
dijo que la Marca era un gran honor, uno que rara vez se otorgaba.
Ella no había estado contenta.
Inmediatamente volví a entrar en mí misma y me obligué a dejar a un
lado la cualidad adictiva de sus besos. Casi sentí que la magia del mundo
retrocedía como la marea bajando, su decepción rompiendo en olas
reticentes a nuestro alrededor.
Ira me soltó suavemente, sintiendo el cambio emocional.
—¿Por qué? —Me las arreglé para pronunciar las palabras, mi voz
todavía llena de deseo.
—No pensé que preferirías una audiencia.
Una imagen indecente de él tomándome en la mesa del comedor pasó
por mi mente. Era tan vívida que juré que escuché sonidos de conmoción de
los invitados cuando su príncipe me mostró lo pecador que podía ser, los
vasos rompiéndose y los tenedores repiqueteando sobre la mejor porcelana
demoníaca mientras Ira nos empujaba a los dos al límite, sin hacer caso de
cualquiera que mirara.
Tragué una risita nerviosa. Esa entrada ciertamente causaría una
impresión que la Casa de la Ira no olvidaría pronto. Aparté esos
pensamientos escandalosos.
—Eso no es lo que quise decir, y lo sabes.
Aunque me pregunté por qué decidió besarme ahora.
Sus dientes se mostraron en una apariencia de sonrisa, un brillo de
complicidad asomó a sus ojos. Admitió la evasión. No pude evitar negar con
la cabeza, mis labios se curvaron en los bordes. Era un progreso, por
pequeño que fuera. O tal vez finalmente estaba aprendiendo a leerlo mejor.
Aunque sospechaba, en este momento en particular, él tampoco estaba
tratando de esconderse tanto de mí. Traté de no dejar que la cautela arruinara
el momento.
—Estaba hablando de Marcarme. No lo que sea que… —Asentí con la
cabeza entre nosotros—… es esto.
Escudriñó mi rostro durante un minuto tenso, los últimos vestigios de
calor dejaron su expresión. Ahora sus ojos eran casi completamente negros.
Esta vez no había duda del estruendo que sacudió el castillo. Giró los
hombros, como si liberara la tensión en ellos y entre nosotros.
Me tendió el brazo y todo rastro de pasión desapareció de su rostro.
Aquí estaba el príncipe frío e insensible del Infierno.
—No podemos quedarnos más. Es hora de reunirse con mi corte.

Nuestra llegada al exterior de las enormes puertas talladas en hueso


del comedor real fue un borrón. No pude recordar si Ira me había hablado en
nuestro aparentemente interminable paseo hasta aquí, o si me había escoltado
en completo y estoico silencio. Probablemente fue lo último; no me lo
imaginaba involucrado en algo tan vulgar como preguntar sobre mi día o el
clima.
No es que me hubiera dado cuenta de cualquier manera.
Había una sensación extraña en mi pecho; un leve tirón o mordisco o
una combinación peculiar de los dos. Al principio pensé que era pánico
revoloteando contra mis costillas, miedo por lo que acababa de suceder
entre nosotros, pero eso no estaba del todo bien. La sensación se estaba
acumulando lentamente, viajando desde mi corazón como un arroyo
serpenteante a lo largo de la parte inferior de mi brazo.
Ira volvió la cabeza en mi dirección, un profundo surco formándose en
su frente.
Eché un vistazo a lo que había estado mirando. Mi cornicello brillaba
con ese pálido y sobrenatural púrpura del luccicare de un humano. Había
sucedido dos veces antes. Una vez, cuando encontré a Ira de pie junto al
cadáver de mi gemela. Y de nuevo cuando encontré mi amuleto medio
enterrado en un túnel después de que lo hubieran robado. Justo antes de que
los demonios Umbra casi incorpóreos atacaran y Envidia clavara su daga de
la Casa profundamente en el vientre de Ira.
Mis manos se cerraron en puños al recordar la forma en que la sangre
de Ira se había secado en mis manos, debajo de mis uñas. El sentimiento
absoluto de...
—Respira. —Su voz era profunda y tranquila—. Haremos las
presentaciones, luego nos iremos si no deseas quedarte y cenar con ellos.
—No estoy nerviosa.
Y me sorprendió descubrir que era cierto. Solté su brazo y pasé mis
dedos sobre el frío metal del amuleto para consolarme, un viejo hábito que
probablemente nunca rompería. Los cuernos del diablo, me recordé con un
pequeño estremecimiento. No un amuleto para protegerse del mal. Este
collar ya no era el amuleto inocente que había creído que era toda mi vida.
Al contacto, una pequeña corriente pasó a mi piel, alarmándome lo
suficiente como para tirar de mi mano hacia atrás. Eso era nuevo. Dirigí mi
atención a Ira.
—¿Viste eso?
Asintió, sin apartar la mirada del cuerno del diablo encogido. La
preocupación todavía estaba presente en sus rasgos.
—¿Puedes usarlo durante la comida?
—Por supuesto —dije—. Lo he usado durante casi dos décadas.
—Si experimentas algo incómodo, dímelo de inmediato.
Parecía a punto de decir algo más, pero cambió de opinión en el último
momento. Ahora mi corazón se aceleró.
—¿Incómodo cómo?
—Cualquier cosa inusual. No importa cuán pequeño o aparentemente
inocuo sea.
Estaba a punto de hablarle de la sensación de hormigueo, pero se
desvaneció antes de que las palabras pudieran formarse en mi lengua. Tal
vez solo los nervios me dominaban. Había viajado al inframundo con uno de
los Malignos, había hecho un trato de sangre con el diablo y estaba a
segundos de reunirme con la intrigante corte de demonios del Príncipe de la
Ira.
Sin mencionar que acababa de ser asaltada por alguien que no era mi
destino y mis labios probablemente estaban hinchados por el asalto. Si bien
mis sentimientos emocionales por Ira eran mucho más complejos, no me
había disgustado el beso. De hecho, parecía haber descubierto una verdad
que no quería examinar de cerca. Me pregunté si podía acostarme con
alguien a quien odiaba, y aunque mi mente todavía se agitaba de ira por su
traición, mi cuerpo respondía a su toque.
No podía imaginarme a Orgullo tomando bien la noticia de mi
encuentro amoroso con su hermano. ¿Quién sabía si tenía espías en esta
corte, ansiosos y dispuestos a informar sobre cualquier asunto desagradable?
Si bien no me importaría sembrar semillas de discordia entre las dos Casas,
no quería alienar a mi prometido y arruinar mi oportunidad de resolver el
asesinato de Vittoria. Tenía todo el derecho a estar nerviosa. Sería extraño si
no fuera así.
Ira se inclinó y deslizó sus nudillos sobre mi cuello, su voz tan suave
como su toque. Cualquiera que fuera la magia que alimentaba su Marca de
invocación, instantáneamente me calmó.
—¿Lista?
Asentí. Estudió mi rostro y debió haber visto que de hecho estaba
preparada para mi presentación a la Casa de la Ira. Sin previo aviso, giró
sobre sus talones y pateó las puertas.
Caminó a través de ellas justo cuando chocaron con la pared, sus
pasos retumbaron como un trueno en el repentino silencio. Me quedé sin
aliento. No fue en absoluto como me había imaginado haciendo nuestra gran
entrada. Dada su inclinación por la ropa fina y los modales impecables,
pensé que sería más... gentil o refinado. Debería saberlo mejor para no
asumir nada sobre él.
Una ola de demonios elegantemente vestidos cayó de rodillas, con la
cabeza inclinada y los ojos bajos mientras él entraba en la habitación. Ira se
detuvo varios pasos dentro del gran comedor y esperó a que me dirigiera
hacia él. Mis pasos eran lentos y constantes, a diferencia de mi pulso.
Se sintió como si hubiera pasado una eternidad y solo un segundo antes
de que cruzara la habitación, el vestido susurrara sobre la piedra, y me
detuviera cerca del Príncipe de la Ira.
Cuando habló, su voz estaba mezclada con una orden real.
—Arriba. Y denle la bienvenida a Su Alteza Emilia Maria di Carlo, su
futura reina.
Las diosas deben haber estado cuidándome porque logré tragarme mi
sorpresa sin mostrarla. Me volví sutilmente hacia Ira, una pregunta en mis
ojos. Yo no había sido informada sobre la parte de “su alteza”. Imaginé que
eso sucedería después de la coronación, o lo que fuera el equivalente
demoníaco. La comisura de su boca se crispó antes de que su expresión se
endureciera de nuevo y se dirigiera al mar de demonios curiosos con ese
tono frío e implacable.
—Recuerden lo que dije sobre el respeto. Como pretendía un príncipe
del Infierno, el estatus de lady Emilia se ha elevado. Solo se dirigirán a ella
como “su alteza” o “mi lady”. Insúltenla y me responderán.
Ira miró fijamente a un señor en particular, y asumí que era el que
Fauna dijo que ya había amenazado. No me gustaría estar en el extremo
receptor de esa mirada, era lo suficientemente fría como para causar un
escalofrío en los nobles circundantes. Y no parecían el tipo de sujetos que se
acobardaban fácilmente.
—Consideren esta mi advertencia final.
Se movió hacia mí entonces, extendiendo su brazo. Puse mi mano en el
hueco de su codo y levanté mi barbilla. Caminamos uno al lado del otro
hasta una gran mesa colocada al fondo de la habitación, y sutilmente dejé que
mi mirada recorriera la cámara, bebiendo de nuestro entorno. Un tapiz
colgaba contra la pared del fondo, que representaba a un ángel guerrero
enfrascado en una batalla con demonios. Cabezas cortadas rodaban a sus
pies. Salpicadas de sangre y ojos lechosos. Una opción interesante para un
comedor.
Devolví mi atención a ese rayo de sol. La mesa a la que nos dirigíamos
estaba hecha de una sólida pieza de madera vieja y hermosa. Una guirnalda
compuesta de varios árboles de hoja perenne corría por el centro de su
longitud, junto con un candelabro de hierro con brazos delgados que se
asentaban justo encima de la vegetación. Los cirios de color crema y oro lo
decoraban de un extremo a otro, emitiendo un cómodo resplandor
parpadeante. Se colocaron platos de barro negro ante sillas doradas. Y los
utensilios para comer también se hallaban hechos del mismo oro profundo.
Era pura elegancia rústica. Bordes masculinos con inesperados trozos de
calidez. Perfecto para un príncipe guerrero. Me gustó mucho.
Ira nos dirigió hacia el centro de la mesa, donde se encontraban
ubicados dos asientos más grandes y ornamentados. No del todo tronos, pero
cerca. A diferencia de lo que me habían dicho sobre las cortes reales
humanas, no estaríamos sentados en extremos opuestos de la mesa.
Estábamos en su centro y todos los demás se desplegarían a nuestro
alrededor. Había dos pasillos de mesas de madera, similares, pero más
pequeñas a ambos lados de la habitación, creando un camino para que
camináramos.
Estas mesas no tenían asientos dorados; tenían bancos de madera a
juego. Todas tenían una gran cantidad de velas a lo largo, una pieza central
ardiente para el círculo más frío del Infierno.
Los sirvientes que no había notado que estaban cerca de la pared
dieron un paso adelante, sacando con gracia nuestras sillas mientras
caminábamos alrededor de la mesa. Ira esperó hasta que me senté antes de
tomar su asiento. Se sirvieron rápidamente vasos de vino oscuro y se
colocaron ante nosotros.
Las bayas congeladas subieron a la superficie, encantadoras y
tentadoras. Mi mirada se volvió hacia el príncipe. Estaba a punto de
preguntar por qué nadie más se había movido para tomar asiento, pero cerré
la boca.
La atención de Ira ya se encontraba fija en mí, sus ojos casi brillaban a
la luz de las velas.
Todo se desvaneció en las sombras. Era como si él y yo fuéramos los
únicos dos en la habitación, en todo el reino, y no podía evitar que mis
pensamientos volvieran a su anterior y escandalosa visión de él haciéndome
el amor hasta que viera las estrellas. Tal como los héroes libertinos de mis
novelas románticas favoritas prometían hacer con los objetos de su afecto y
lujuria.
Reino ridículo y sus inclinaciones pecaminosas. De todas las
ocasiones en que trabajó su magia tortuosa, ahora fue la peor. Aunque no
estaba tan sorprendida. Ira mencionó que este reino detecta áreas de lucha y
las pone en primer plano. Ciertamente estaba luchando entre las emociones
internas contra los anhelos físicos.
Hasta que resolviera mi guerra interna, probablemente estaría plagada
de estos impulsos.
Aparté mi atención de Ira y me moví incómoda en mi asiento, mirando
el vino. O me ayudaría a distraerme o me convertiría en una criatura salvaje,
arañando la ropa del príncipe. Pensar en su ropa fue un terrible error;
rápidamente me llevó a pensar en él sin camisa. Sangre y huesos, esta
atracción prohibida empeoraba minuto a minuto.
Quizás debería excusarme para tomar aire fresco. Miré a mi alrededor,
buscando un balcón o una terraza. Necesitaba enfriarme de inmediato.
Después de mi presentación real, había pocas dudas de que todos los
presentes sabían que me habían prometido a su hermano. Difícilmente me
parecería apropiado estar deseando abiertamente a este príncipe cuando
estaba a punto de casarme con el rey de los demonios.
Ira se inclinó, sus labios casi rozaron el pabellón de mi oreja y lo sentí
sonreír. Su voz era lo suficientemente baja, así que solo yo lo escuché.
—Una palabra y los despediré.
La tentación estalló.
—¿Parezco tan nerviosa?
—Estoy bastante seguro de que lo que estoy sintiendo no tiene nada
que ver con los nervios.
Un rubor subió por mi cuello. No tenía idea de que pudiera sentir…
excitación. Que la diosa me maldiga. Este reino sería mi muerte todavía.
Obligué a mis pensamientos a volver a la razón por la que había venido a
este mundo. No había sido seducción o querer eso lo que me hizo renunciar a
mi alma. Fue venganza. Furia. Y esas emociones eran más poderosas que
cualquier magia pecaminosa.
O cualquier príncipe pecaminosamente seductor.
Acerqué mis labios a su oído.
—¿Estás sintiendo el cuchillo con el que ahora estoy considerando
apuñalarte, su alteza?
—Si esto es un intento de cambiar el tema, estás fallando
miserablemente. —Su mano cayó debajo de la mesa, aterrizando suavemente
en mi rodilla. No cabía duda de que era un reconocimiento no verbal de mi
mentira más reciente—. Estoy aún más interesado en adónde puede llevar
esto, mi lady. Olvidas el pecado sobre el que gobierno. Me gustan bastante
los juegos de cuchillos.
—Tus súbditos nos están mirando.
Con su mano libre, tomó su vino y bebió un sorbo largo y cuidadoso.
Actuaba como si estuviéramos disfrutando de una copa juntos nosotros solos
en lugar de ser observados por los señores y las damas del Infierno.
Dejó la copa y miró a la muchedumbre silenciosa y vigilante.
—Pueden sentarse.
Me resistía a admitirlo, incluso en silencio, pero su toque mantuvo a
raya mis nervios mientras la corte real tomaba sus asientos. Era difícil
concentrarse en el miedo cuando sus largos dedos acariciaban la fina tela de
mi vestido, atrayendo toda mi atención hacia ese punto de contacto. Imaginé
que intentaba calmarme, pero su toque tuvo el efecto contrario. Mi corazón
se aceleró.
El príncipe maldito no parecía afectado en absoluto. Mi atención se
centró en su regazo.
—Un placer finalmente conocerte, lady Emilia. Te ves como una diosa
esta noche. Una verdadera hechicera para todos los tiempos.
La mano de Ira se tensó en mi pierna, antes de que lentamente
continuara arrastrando ese dedo a lo largo de la costura exterior de mi
vestido. Aparté mi mirada del príncipe. Directamente al otro lado de la
mesa, de pie detrás de su asiento, un demonio rubio sonrió. Era al que Ira
real había fulminado con la mirada antes. No le devolví la sonrisa.
—Lo siento, no creo que nos hayan presentado. ¿Usted es?
—Lord Baylor Makaden, mi lady.
De hecho, era el demonio que había hecho comentarios groseros. Se
sentó e inmediatamente comenzó a charlar con los señores y las damas a
ambos lados de él. Más nobles agradables se unieron a nosotros y enseguida
sacaron bandejas de comida.
Carnes fileteadas al horno en hojaldre. Verduras de raíz asadas
aderezadas con hierbas. Hogazas de pan crujientes que olían a especias
intrigantes. Tazones para servir llenos de salsa oscura y aderezos. Nada de
la comida me era familiar ni me recordaba a mi hogar, pero no era tan
diferente como temía. Había estado albergando preocupaciones en secreto
sobre extraños animales de ojos múltiples y despojos crudos y humeantes.
Esto era realmente una delicia.
Ira quitó su mano de mi rodilla solo para sorprenderme cortando la
carne y llenando mi plato con un poco de todo lo que había en la mesa. Otros
señores y damas observaban con las pestañas bajas, algunos lo
suficientemente atrevidos como para susurrar. Tenía la sensación de que este
no era un comportamiento típico del príncipe. Los ignoró, aunque sin duda
sintió su atención y silenciosa especulación.
—¿Te apetece salsa extra, mi lady? —preguntó.
Dirigí mi atención hacia él, con el pulso acelerado. Definitivamente
estaba montando un espectáculo, pero no tenía idea de para quién. Siguiendo
la corriente con su plan, negué con la cabeza.
—No, gracias, su alteza.
Mi uso de su título pareció complacerlo, aunque dudaba que la curva
casi imperceptible de sus labios fuera notoria para alguien más. Después de
atender mi plato, se sirvió generosas porciones y entabló una conversación
con el señor a su izquierda.
Esta era la versión que esperaba antes, el príncipe con modales
ejemplares. No el bárbaro que había pateado las puertas. Aunque ambos
aspectos de él eran intrigantes. Diosa ayúdame. No tenía ningún derecho a
encontrarlo intrigante o atractivo en absoluto.
Escuché cortésmente a la mujer noble que estaba a mi lado mientras se
quejaba de la doncella, luego de su acidez estomacal, del tapiz comido por
insectos en su salón de recepción.
La dejé hablar libremente sobre todas las cosas que la enojaban
mientras comía. Su atención vagó por mi tatuaje, el amuleto, y se posó en el
anillo de mi dedo, pero nunca preguntó por ellos. Hasta el momento, nadie se
había desviado hacia ningún tema de interés y dudaba que pudiera aprender
mucho aparte de los chismes ociosos. Esta noche la corte se comportaría de
la mejor manera.
No estaba segura de estar satisfecha, pero al menos la comida valió la
pena. Mi carne se cortó como mantequilla y tenía un sabor delicioso. Hice
todo lo posible para concentrarme en las conversaciones y no perderme en
los sabores. Quienquiera que cocinó esta comida era inmensamente
talentoso. Me encantaría verlos en la cocina, y tomar notas. Quizás podría
jugar con mis propias variaciones de salsa. Agregar un poco de sal marina y
hierbas al hojaldre para completar los sabores con los que se marinó la
carne.
Varias veces sentí una mirada intrusa y miré hacia arriba para
encontrar la atención de lord Makaden fija en mi pecho. Su expresión
hambrienta indicaba que no estaba mirando el amuleto. Lo ignoré como lo
había hecho Ira. Los gusanos como él debían permanecer desapercibidos.
Aunque esa comparación no era justa para los pobres gusanos.
La mujer a mi lado, lady Arcaline, finalmente me había informado,
dejó de obsequiarme con sus quejas llenas de ira el tiempo suficiente para
preguntar:
—¿Ha conocido a alguien de la corte fuera de la cena de esta noche?
—Sí, conocí a lady Fauna en la biblioteca.
Lady Arcaline hizo un sonido desdeñoso y se volvió hacia el demonio
que estaba al otro lado.
Con todo lo que había pasado, me olvidé de Fauna. Bebí un sorbo de
vino y miré alrededor de la habitación, sorprendida de verla charlando con
Anir y otro joven demonio al final de nuestra mesa. Era una lástima que no
estuvieran sentados más cerca; hubiera sido mucho más agradable.
Antes de que pudiera reflexionar sobre el sentimiento de camaradería
con alguien en la corte de Ira, lord Makaden se inclinó sobre la mesa,
mirándome los labios con audacia. Fue una mejora con respecto a su lectura
no tan sutil de mi escote. Fue una suerte para él que Ira todavía estuviera
enzarzado en una discusión con el señor a su izquierda y no se hubiera dado
cuenta de su cruda mirada. Estaba dispuesta a pasar por alto su idiotez a
favor de mantener la paz esta noche. Mañana sería una historia diferente.
Probé otro bocado de carne y un poco de las verduras con hierbas.
Realmente eran divinas.
—Consiéntame, lady Emilia. —La voz chirriante de Makaden me
apartó de mi comida—. ¿Alguna vez ha experimentado algo tan placentero
como la comida demoníaca antes? Con cada bocado, parece como si
estuviera en medio del éxtasis. Debo admitir que es cautivador. Envidio a su
tenedor.
Los nobles que estaban sentados más cerca de mí siguieron charlando
cortésmente, pero sentí que su atención se dirigía a nosotros. Era una
pregunta capciosa, que casi esquivaba la línea del decoro. Un detalle que
había captado durante la cena era que ciertos temas eran tan escandalosos
aquí como en el mundo de los mortales. Solo el escándalo parecía involucrar
una referencia abierta a otros pecados.
No me resistí a responder la pregunta.
—Dígame, lord Makaden, ¿siempre está tan preocupado por las bocas
de los demás? Quizás debería reconsiderar con qué Casa del Pecado se
alinea mejor.
Bebió un sorbo de vino, luego pasó un dedo por el borde, sin dejar
nunca de prestar atención a mis labios. La ira por la que había estado
luchando por mantener a fuego lento lentamente comenzó a hervir cuanto más
tiempo él miraba.
Me pregunté qué tipo de impresión le causaría a la Casa de la Ira si lo
mutilara antes del próximo plato. Dado el rechazo de Ira a los
“destripamientos en las reuniones”, imaginé que alguna vez había sido un
hecho bastante regular. Como futura reina, podría escapar a cualquier
verdadero castigo. Enfrentar la furia de Ira podría valer la pena solo para
borrar esa mirada repulsiva del rostro de Makaden.
—Me han advertido que no hable de su lengua, mi lady, así que no
comentaré sobre su agudeza. Sin embargo, ya que ha sacado el tema, no
puedo evitar preguntarme. Parece que está disfrutando la carne bastante bien,
pero ¿esa perfecta boquita suya ha probado alguna vez polla?
Mi mandíbula se apretó con tanta fuerza que me sorprendió que Ira no
oyera el rechinar de mis dientes. Lord Makaden no estaba haciendo
referencia a un plato de pollo, aunque sus palabras fueron lo suficientemente
inteligentes como para fingir lo contrario. Exhalé lentamente. Estaba tratando
de hacerme enojar.
Me negué a dejarlo triunfar.
—Si no, tendremos que remediar eso pronto. ¿Esta noche, tal vez? —
Mojó el dedo en el vino y luego succionó lentamente el líquido. La amplia
sonrisa que me dio no llegó a sus ojos llenos de odio. Brevemente fantaseé
con sacar esas cosas pequeñas de su cabeza—. Incluso se lo prepararé yo
mismo. Me han dicho, en más de una ocasión, lo bueno que es el mío.
Mi agarre se apretó sobre mi cuchillo de la cena. No quería nada más
que empujarlo en su corazón. Sin pensar mucho en las consecuencias, levanté
la hoja y me puse de pie, mi hermosa silla arañando la piedra en una
advertencia estridente.
La habitación lanzó un grito ahogado colectivo. Fue el último sonido
que se hizo antes de que comenzaran los gritos confusos de lord Makaden.
Un líquido tibio me roció el pecho y la cara. Estaba tan sorprendida que dejé
caer el cuchillo y me limpié las mejillas. Mis dedos estaban cubiertos de
líquido rojo.
Un segundo después, el olor metálico golpeó mi garganta. Sangre. La
sangre ahora estaba salpicada a través de la guirnalda de hojas perennes en
la mesa, a través de mí. Mi atención se centró en la fuente de sangre.
En el lugar colocado ante el vil señor estaba ubicada una lengua
cortada y empalada.
Miré mi cuchillo de la cena, sin pestañear, sin saber si lo había
atacado. Entonces noté la daga de la Casa de la Ira. Todavía vibraba por la
fuerza que había usado para empujarla a través del plato y luego tan lejos en
la mesa. Dejé escapar un suspiro silencioso, incapaz de apartar la mirada.
Las piedras preciosas de lavanda en los ojos de la serpiente brillaban con
furia. O tal vez sed de sangre.
Había olvidado cómo la daga se enorgullecía de sus ofrendas.
—La cena ha terminado —declaró el príncipe demonio, su voz
peligrosamente baja. Tiró de su cuchilla ensangrentada para liberarla—.
Salgan.
DIEZ
Sillas y bancos rasparon el suelo de piedra a la vez. Anir estuvo a mi
lado un momento después, su agarre firme pero gentil mientras me escoltaba
fuera del comedor real y subía un tramo de escaleras escondido detrás de un
tapiz de jardín vibrante.
Estaba tan sorprendida que no protesté. Tampoco miré para ver si Ira
nos había seguido. Quizás estaba matando al resto de Makaden. Ensartando
varios órganos para poner en picas fuera del castillo, una generosa ofrenda a
las aves carroñeras que rodeaban estos cielos malditos. Diosa arriba.
Todavía escuchaba el débil eco de los aullidos del desdichado señor. Me
enfriaron hasta la médula.
—¿Cómo? —Apenas podía comprender los últimos sesenta segundos.
Ira se había movido tan rápido que no había registrado el ataque hasta que
terminó. Y luego se quedó allí, ordenando silenciosamente a todos que se
fueran como si no hubiera despojado brutalmente a alguien de una parte del
cuerpo...
Me froté los brazos; la escalera se sintió insoportablemente fría de
repente.
—Cuida tus pasos. Las piedras son desiguales en este corredor.
Recogí mis faldas y me concentré en subir las escaleras tan rápido
como lo permitían mis zapatos y mi vestido. Mi conmoción fue dando paso
gradualmente a una emoción completamente diferente. Una que me
sorprendió tanto como el repentino estallido de violencia. Mi agarre se
apretó casi dolorosamente en mi vestido, como si ahora estuviera
estrangulando el material.
Anir nos condujo piso tras piso, ocasionalmente lanzando miradas por
encima del hombro, con la mano libre apoyada en la empuñadura de su
espada. No podía imaginar a nadie siendo lo suficientemente valiente o
estúpido como para seguirnos, especialmente después de la escena
empapada de sangre de la que escapamos.
Ira explotó por una insinuación. Si alguien intentara daño físico o
asalto, una muerte rápida sería una bondad. Y no había ningún indicio de
bondad en el rostro del príncipe demonio.
Solo furia fría.
Que era mucho peor. Un temperamento ardiente finalmente quemó,
pero el hielo que cubría las facciones del príncipe era glacial. Pasarían
siglos y su ira se mantendría fresca.
Salimos a través de un panel oculto en la parte superior de las
escaleras y una ligera sensación de hormigueo me invadió. Anir no volvió a
hablar hasta que estuvimos frente a la puerta de mi suite.
Incluso allí, su mirada penetrante recorrió el pasillo vacío como si
esperara que se materializaran problemas. No compartía su preocupación.
Mis habitaciones privadas estaban cerca del final de esta ala y solo había
otro par de puertas aquí. Independientemente de si Makaden tenía aliados,
demonios furiosos enloquecidos por el pecado de su Casa elegida, Ira los
eliminaría sin pensarlo dos veces.
Si mi ira era afrodisíaca para él, la ira de su corte probablemente
alimentaba y nutría su poder en masa. Ira se sustentaba de la furia en todos
los sentidos de la palabra.
Miré hacia el extremo opuesto del pasillo; una puerta de hierro
adornada había caído del techo, bloqueando a cualquiera que intentara entrar
en esta sección. Me dolía la mandíbula por lo fuerte que ahora la apretaba.
Estar enjaulada no me emocionaba, pero al menos había otra salida en el
panel secreto si quería irme. Una que estaba protegida mágicamente, si la
sensación de hormigueo era una indicación. Ira había usado la misma magia
en mi reino para protegerme de sus hermanos.
El hecho de que hubiera tomado precauciones en su propia casa real
no era reconfortante, pero confiaba en que nadie burlaría sus protecciones.
—Makaden se buscó eso durante décadas.
Llevé mi atención a Anir.
—Me imagino que lo hizo.
—Entonces por qué... —Su voz se apagó cuando realmente me miró—.
Estás enojada.
Incorrecto. Estaba furiosa. Era un milagro que el vapor no saliera de
mis oídos.
Si no podía manejar criaturas repugnantes como lord Makaden por mi
cuenta, nunca me ganaría el respeto de esta corte ni de ninguna otra.
Ira debería contar sus bendiciones demoníacas, no era el que estaba
aquí conmigo ahora. Llevaría su preciosa espada a su garganta, arrancaría la
ropa de mi persona y me bañaría en su sangre caliente mientras lo cortaba de
oreja a oreja.
El placer inesperado que sentí al pensar en algo tan oscuro y perverso
me hizo volver a mis sentidos. Aunque las llamas de mi furia se apagaron,
las brasas de la rabia permanecieron. No estaba tan horrorizada como
debería haber estado por mi sed de sangre casi literal.
La boca de Anir se torció hacia un lado. Debió haber leído la promesa
de asesinato que brilló en mis ojos y lo encontró divertido. Fue lo
suficientemente sabio como para no reír.
—Sus aposentos privados están al final de este pasillo. Dale diez
minutos, estoy seguro de que estará allí para entonces.
Estaba demasiado enojada para mostrar mi sorpresa. Por supuesto que
Ira me colocó cerca de él. Vigilaba de cerca a la prometida de su hermano.
Siempre el soldado obediente. Excepto cuando me había besado antes de la
cena. Dudaba que fuera parte de sus órdenes. Aunque, conociéndolo, tal vez
era otro plan retorcido que había soñado para mantenerme ocupada y no
causar problemas.
Giré sobre mis talones y cerré la puerta de mi suite detrás de mí.
Pasé el tiempo quitando la sangre y los restos de Makaden de mi
cuerpo. Me senté en el tocador de mi cuarto de baño, sumergí una toalla de
lino en el lavabo de cristal y volví el agua de un rojo rosado. Froté el resto
de la humedad mientras miraba a la mujer silenciosa en el espejo. No pude
encontrar ningún indicio de la chica que había sido antes del asesinato de mi
hermana.
Esa Emilia había perecido en la habitación con mi gemela, también le
habían arrancado el corazón, y no parecía que fuera a regresar nunca. No
importaba cuánto luchara, a quién engañara o cuánto de mi alma regateara,
nada podría traer de vuelta a mi hermana. Incluso si lograba destruir a los
que habían herido a Vittoria, no veía forma de volver felizmente a esa vida
sencilla y tranquila. En la que estaba más contenta con mis libros y recetas.
Esta nueva realidad se sentía extraña, pero apropiada. Era una vida en
la que no me estremecía ante la violencia, solo me enfurecía que el castigo
que se había recibido me fue arrebatado de mis ansiosas manos. Me pregunté
por la muerte, por los que perdíamos y cómo su pérdida nos robaba algo
vital a cambio.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla mientras dejaba a un lado la
toalla manchada de sangre.
—Suficiente —dije en voz baja, con fuerza para mí misma mientras me
ponía de pie. Planté mis manos en el tocador y me incliné, mirando mi
reflejo—. Suficiente.
Ya no había lugar para la tristeza o el dolor en mi mundo. En mi
corazón.
Me concentré intensamente en esa ira, esa chispa en mi interior cerca
de la fuente de mi magia. Era como si un pozo de lava burbujeara dentro de
mí, listo para estallar. Nunca había sentido mi poder con tanta fuerza y me di
cuenta de que no haría falta mucho para aprovecharlo. Todo lo que tenía que
hacer era alcanzarlo y agarrarlo.
Me concentré en mi magia, imaginé sacándola de donde se originaba y
convirtiéndola en un puñado de llamas. En lugar de luchar contra mí misma y
obligarla a venir, me dejé ir.
De mis pensamientos, de mis miedos. De mis preocupaciones.
Liberé todo menos mi ira. A eso me aferré como si fuera la esencia
más vital de mi universo. Porque era lo más vital en este círculo del
infierno. Si la ira del príncipe de la Ira era un glaciar, la mía era un infierno
furioso. Y no se quemaría rápidamente.
Inhalé y exhalé, imaginándome a mí misma dando nueva vida al fuego.
Si pudiera dominar mi ira, concentrarme en ella sin emoción, podría arder
con tanta fuerza y durante tanto tiempo que incluso podría derretir el hielo
impenetrable de Ira.
Extendí la palma de mi mano y susurré:
—Fiat lux.
Hágase la luz.
Blasfemo para algunos mortales, tal vez. Pero no para una bruja que
actualmente reside en el inframundo y está comprometida con el diablo. Una
pequeña bola de llamas de oro rosa flotó sobre mi palma. Crepitó como
fuego real, pero no me quemó. Esperé a que comenzara el dolor, a que mi
carne burbujeara y se hinchara. O carbonizara. Que el anillo de Ira se
derritiera de mi dedo.
El fuego solo ardió más brillante, pulsó suavemente como si dijera
hola.
Lo miré, insensible, mientras se convertía en una flor llameante. Por
una fracción de segundo, consideré arrojarlo contra la pared y ver cómo mi
habitación, y todos sus finos muebles, se incineraban. Diminutos capullos de
brasas atrapando y floreciendo en un jardín de cenizas y llamas.
Cerré lentamente mis dedos alrededor de la flor en llamas,
extinguiéndola de la forma en que debería haber extinguido la luz en los ojos
de Makaden. Todavía estaba demasiado enojada para regocijarme por lo que
acababa de hacer. La magia que no sabía que podía invocar. Más tarde,
habría tiempo para celebrar.
Ahora, tenía otras cosas que hacer. Como enfrentar al amo demoníaco
de esta casa.
Esa misma furia puso mis pies en movimiento exactamente diez
minutos desde el momento en que Anir se había ido. Me impulsó fuera de mi
habitación, por el pasillo, y facilitó irrumpir en la suite personal de Ira como
si fuera la mía.
La puerta se estrelló contra la pared, dejando las velas parpadeando
salvajemente sobre la repisa de la chimenea. Ira no se asustó ni se perturbó.
Se quedó de espaldas a mí, desnudándose. Como si supiera que vendría a él,
furiosa en lugar de asustada.
Me crucé de brazos.
—¿Y bien?
El príncipe demonio me ignoró cuidadosamente. Se quitó la camisa y
la arrojó sobre un sillón. Sus pantalones le quedaban bajos en las caderas, y
con el fuego ardiendo en la chimenea, tuve una muy buena vista de las líneas
de tinta que se curvaban sobre cada músculo finamente tallado de su espalda.
Sin hablar ni mirarme, se adentró más en su espacio personal. Lo
seguí, demasiado enojada para concentrarme en cualquier detalle de sus
habitaciones aparte de las profundas paredes de merlot y los muebles y telas
negras. Era oscuro y sensual. Como otras partes del castillo donde el
príncipe pasaba la mayor parte de su tiempo.
—Mírame. —Mi voz era baja, suave. Sonaba como una caricia,
aunque fue intencionada. La suavidad estaba destinada a distraer la atención
del acero subyacente en la orden.
Ira se volvió con intención. Había algo seductor en su forma de
moverse; poderoso y fuerte, pero fluido en todas las formas que necesitaría
para la batalla. Todo en sus movimientos indicaba que era un depredador.
Pero no tenía miedo. Ni siquiera después de su exhibición violenta. Ira nunca
me haría daño. Y me hallaba casi segura de que tenía poco que ver con el
deber.
Mirándolo ahora, con la promesa de un castigo interminable y ni una
pizca de arrepentimiento en su mirada, entendí lo que hizo, por qué lo hizo,
incluso si él todavía no lo había hecho.
Se paró ante una gran cama, las sábanas sedosas como un lago
tranquilo detrás de él. Una manta de piel de ébano cubría la parte inferior.
Pensé en desnudarme y arrojarme sobre él, provocando otra onda en la suave
perfección de su mundo. Por una fracción de segundo, casi imaginé que lo
había hecho antes. Corté ese pensamiento antes de que cualquier magia
pecaminosa pudiera afianzarse.
La expresión de Ira se volvió ilegible.
—Ya es tarde. Deberías irte.
—Necesitamos discutir lo que acaba de pasar.
—Emití una orden, Makaden la ignoró. Dos veces. Las consecuencias
quedaron claras.
Entrecerré mis ojos; su respuesta fue un poco rígida y practicada. Me
acerqué más.
—¿Eso es todo? ¿Lo atacaste por tu orden?
—Eligió insinuar que deberías probar su polla. Frente a mi corte. —
Sus hombros se movieron por el esfuerzo que estaba haciendo para controlar
su respiración, para mantener la calma. No debería haberse molestado. No
había forma de calmar la tormenta que actualmente enfurecía sus ojos—. Si
dejo pasar su desobediencia, seré visto como débil.
—Esa era mi pelea. Si interfieres cada vez que alguien dice algo poco
halagador, nadie me respetará ni me temerá. No pareceré débil para que
mantengas la fuerza. —Me moví hasta que me paré directamente frente a él,
el calor de nuestra ira combinada picando mi piel. Me pregunté si él también
sentía eso. Y si eso lo tranquilizaba—. ¿Esto fue un asunto de orgullo
masculino? Dudo mucho que tu dominio sobre tu corte sea tan tenue que un
noble detestable pueda disminuir tu gobierno.
—Sabes que el orgullo no es mi pecado.
No era la primera vez que me preguntaba si esa era toda la verdad,
pero lo dejé pasar.
—Quiero mi propia espada. Quizás si estoy armada y puedo destripar
a alguien yo misma, no volverás a actuar de manera tan autoritaria frente a
tus súbditos. Porque si lo haces, —Permití la dulzura suficiente en mi tono,
haciendo que sus ojos se entrecerraran con sospecha—, la próxima vez te
clavaré mi cuchillo. Considéralo un voto de tu futura reina.
Ira se cruzó de brazos y me miró fijamente. Sus ojos parpadearon con
una emoción que no pude identificar; sin duda estaba calculando cien
razones por las que armarme era una mala idea. Especialmente después de
mi última declaración. Esperé la discusión que parecía ansioso por dar.
—Me encargaré de que tengas tu propia espada. Y lecciones.
—No necesito ...
—Esa es mi oferta. No servirá de nada armarte solo para que te
lastimes en una pelea porque no puedes manejarla correctamente. ¿Tenemos
un trato?
—Solo una demanda razonable... ¿y estás de acuerdo conmigo? ¿Así
de fácil?
—Parece que lo estoy.
Lo miré.
—Ya pensaste en armarme.
—Soy el general de guerra; por supuesto que lo consideré.
Discutiremos otras opciones de entrenamiento por la mañana. Si vamos a
practicar lecciones físicas, también agregaremos la influencia mágica de
bloqueo. ¿Aceptas los términos de nuestro trato?
—Sí.
—Bien. Vuelve a tus habitaciones. Estoy cansado.
Dejé pasar su mala actitud sin comentarios. Todavía estaba tenso, su
propia ira no se encontraba del todo controlada. Consideré dejarlo con su
propia asquerosa compañía, pero en cambio le di una media sonrisa burlona.
—Me lo imagino. Mutilar es un asunto agotador.
Casi me devolvió la sonrisa, pero nunca llegó a sus labios.
—Buenas noches, Emilia.
—Buenas noches, celoso y poderoso asesino de lenguas.
—Dices cosas tan horribles.
Pero el destello de intriga indicó que no le importaba. Todo lo
contrario. Esperé a que se diera la vuelta y se alejara, pero parecía
enraizado en su lugar. La indecisión garabateada en sus rasgos.
Tardíamente, me di cuenta de que tampoco me había salido de la
habitación.
Me quedé quieta mientras él inclinaba mi rostro hacia arriba, sus
largos dedos acariciando el costado de mi cuello con la más ligera caricia.
Debería haber estado pensando en la daga que acababa de sostener, en la
sangre que le había manchado las manos momentos atrás. En la forma
despiadada en que había actuado. Estas manos podían sacar una lengua sin
mucho esfuerzo, pero también eran capaces de ternura. De protección.
Y, sin duda, placer.
Mojé mis labios, recordando nuestro beso anterior.
—Solo dije la verdad.
Ira me miró a los ojos antes de apartar la mirada con evidente
esfuerzo. No negó estar celoso. Tampoco pareció sorprendido por la
emoción. Me pregunté si ya lo había identificado y no estaba seguro de qué
hacer con el conocimiento. No se podía hacer mucho si alguno de los dos
contempláramos la idea. Fui prometida a su hermano. Y su deber con esa
misión siempre sería lo primero. Lo que pasó antes entre nosotros no
volvería a suceder.
Su mano se apartó, mi piel perdió instantáneamente su calor, mientras
mi mente se tambaleaba con confusión sobre mis sentimientos en conflicto.
—Veré que tengas tu espada y tu primera lección mañana. Buenas
noches.
Esta vez, no hubo vacilación de su parte. Desapareció a través de una
puerta cubierta con paneles transparentes y, sintiéndome despedida,
finalmente me di la vuelta y salí por donde había venido. Me detuve justo en
la entrada de la antecámara, mis pies no querían sacarme de la habitación.
Sabía que debía irme; había conseguido lo que había venido a buscar, pero
algo me detuvo.
Me dejé llevar por el dormitorio, más cerca de esos paneles
ondulantes, y miré a través de ellos.
Ira se había escapado a un balcón. Estaba de pie, de espaldas a mí,
mirando hacia las colinas cubiertas de nieve y las montañas que sobresalían
en la distancia, una botella de vino posada a su lado en la barandilla. La
temperatura nunca parecía afectarle. Ciertamente no le había impedido
dormir al aire libre durante la tormenta. Quizás fuera otra ventaja de la
inmortalidad.
O tal vez me había equivocado un poco antes, tal vez él no siempre fue
una furia fría. Quizás él también poseía fuego. Y su capacidad para resistir
el frío era simplemente el calor de su ira constante, hirviendo, ardiendo,
calentándolo más de lo que los elementos helados podían esperar infiltrarse.
Mi atención se desvió de nuevo hacia su bebida. La escarcha se
deslizaba por el costado del vidrio, creando pequeñas telarañas de hielo. El
líquido dentro de la botella no se parecía a nada que hubiera visto en casa;
similar al merlot o al chianti, pero no de un rojo intenso. Era de un púrpura
tan oscuro que casi parecía negro, pero esa no era la parte más inusual o
hermosa. Motas plateadas flotaban como burbujas relucientes por todas
partes. Ira llenó su vaso y lo hizo girar, haciendo que la plata brillara en un
frenesí.
Parecía que había creado su propia galaxia reluciente. Dejó el vaso en
la barandilla a su lado e inclinó la cabeza.
—Si vas a seguir acechando en mi dormitorio, es mejor que bebas
esto. Te ayudará a dormir.
Pensé en volver a mi habitación, pero la curiosidad se apoderó de mí.
Crucé el balcón y examiné el cristal sin tocarlo.
—No me hará saltar por encima de la barandilla y sumergirme en la
nieve, ¿verdad?
En lugar de contestar, apartó el vaso y bebió profundamente. Me lo
tendió y me miró. El desafío iluminaba su oscura mirada.
Brevemente fantaseé con empujarlo por la barandilla hacia el banco de
nieve de abajo, pero imaginé que me llevaría con él y algo sobre nuestros
cuerpos cayendo juntos hizo que mi corazón se acelerara. No porque temiera
caerme o lastimarme; sabía que Ira nos maniobraría para que él golpeara al
suelo. Fue donde yo aterrizaría lo que provocó el repunte de mi pulso.
Me decidí por beber el líquido de estrella. Estaba… delicioso.
—¿Y bien? —preguntó—. ¿Qué opinas?
—Me encanta.
—Pensé que podrías. —Su voz se volvió tranquila, contemplativa.
Como si no hubiera tenido la intención de hablar en voz alta o admitir eso.
Deseé poseer un poquito de su habilidad para sentir emociones. Tenía
curiosidad por saber qué estaba sintiendo, por qué sonaba resignado.
Tomé otro pequeño sorbo y me concentré en los sabores. Algo picante,
como jengibre fresco. Un poco de cítrico, parecido a la lima. Y había una
riqueza profunda que los mezclaba perfectamente. No ron, sino algo
parecido. Terminé el resto de mi vaso y contemplé servir más.
Sonrió.
—El vino Baya Demoniaca es una de las dos mejores ofertas de este
reino.
Agarré la botella y la agité un poco. El líquido brillaba como polvo de
estrellas. Era una de las cosas más magníficas que jamás había visto.
—¿Qué hace que parezca el cielo nocturno?
—Esas son semillas de baya demoniaca. Son lo suficientemente
pequeñas como para parecer burbujas. O estrellas.
Llené mi vaso y me apoyé contra la barandilla. Sentía el ambiente un
poco fresco, pero estaba lejos de tener frío. Tal vez fuera el vino que me
calentó desde adentro. Desde aquí podía ver claramente el lago ardiente que
separaba este tramo de territorio del castillo ornamentado en la distancia. Un
puente conectaba las dos franjas de tierra, las aguas oscuras se agitaban
como un caldero burbujeante debajo.
Por un segundo, consideré contarle a Ira sobre la magia que convoqué.
En su lugar, asentí con la cabeza hacia el castillo.
—¿Qué Casa real es esa?
Siguió mi mirada.
—La del Orgullo.
Tomé otro sorbo de mi bebida. Las bayas demoniacas chisporrotearon
en mi lengua. De repente, todo estaba tan silencioso que podía oír el leve
crujido cuando las burbujas estallaron en el vaso.
—¿Ya has tenido noticias de él?
—No.
—¿Sabe que estoy aquí?
—Sí.
Suspiré. Sinceramente esperaba que Orgullo se recuperara del pecado
que le daba su nombre lo suficientemente pronto y enviara su maldita
invitación. Quería resolver toda la verdad sobre el asesinato de mi hermana
y volver con mi familia antes de que fuera vieja y gris. O antes de que ellos
fueran viejos y grises. Probablemente no envejeciera mucho mientras
estuviera aquí. Ese pensamiento atravesó la armadura que había erigido
alrededor de mi corazón, así que lo aparté.
Permanecimos en un agradable silencio, cada uno perdido en nuestros
propios pensamientos en tanto bebíamos nuestras bebidas. Ira se movió un
poco, su brazo casi tocando el mío, y pensé en lo cómodo que era. Estar
aquí. Con él. Mi enemigo. Bueno, no del todo.
Las líneas de quiénes éramos y cómo me sentía por nosotros se
estaban difuminando. No tenía ni idea de si era simplemente porque él me
era familiar, y estaba desesperada por agarrarme a cualquier cosa
remotamente cómoda mientras me encontraba aquí. O si los pecados y las
ilusiones estaban haciendo todo lo posible por confundir el asunto. Cuando
nos besamos antes, no se había sentido como un adversario.
Por mucho que quisiera recibir la invitación de Orgullo, me había
gustado un poco pasar tiempo con Ira. Incluso tenía ganas de entrenar
verbalmente con él. Ver sus fosas nasales dilatarse de frustración se estaba
volviendo extrañamente entrañable. La idea debería haberme perturbado,
especialmente después del incidente de la cena. Pero no fue así.
No me hallaba segura de lo que decía sobre mí, sobre la entidad en la
que me estaba convirtiendo, pero hubo una profunda sensación de deseo
primigenio que se encendió cuando Ira usó esa cuchilla en Makaden,
defendiéndome.
Por un momento, pareció que volvíamos a ser socios. No pensé que
extrañaría nuestro tiempo juntos en Palermo, y no estaba segura de lo que
significaba que lo hiciera. Sentí que su atención se dirigía a mí.
—¿Cuál es la segunda oferta? —pregunté, encontrándome con su
mirada. Se encontraba más cerca de lo que esperaba, su atención se dirigió
brevemente a mi boca como si lo intrigara y lo sedujera. Mi corazón se
aceleró. Frunció el ceño y negó con la cabeza, pareciendo recordar que le
había hecho una pregunta. Cualquier descubrimiento que acababa de tener lo
había fascinado por completo—. Dijiste que el vino era solo el primero.
¿Qué es lo segundo mejor de este reino?
—Los Bajíos de Medialuna. —Dudó—. Es una laguna.
Esa extraña tensión flotaba entre nosotros como un hechizo que se
negaba a romperse. Arqueé una ceja, mis labios medio levantados en los
bordes.
—Déjame adivinar, ya que esto es el infierno, ¿está congelada?
—No realmente. Es uno de los pocos lugares de los Siete Círculos que
no ha sido tocado por el hielo. Se encuentra sobre un campo de lava, por lo
que el agua está más caliente que el agua del baño, independientemente de la
temperatura del aire.
—¿Tenemos que pelear con un perro de tres cabezas para llegar allí?
—No.
—¿Viajar allí es como atravesar el Corredor del Pecado? —Negó con
la cabeza, pero no dio más detalles. Me acerqué, entrecerrando los ojos.
Estaba siendo más reservado de lo normal. Lo que significaba que
definitivamente estaba ocultando algo—. ¿Dónde está?
—Olvídate de que lo mencioné. —Volvió a llenar su copa y tomó un
trago fuerte de vino, negándose a encontrar mi mirada inquisitiva—. Ya es
tarde.
—Sangre y huesos. Está aquí, ¿no? ¿Me has estado escondiendo una
fuente termal?
—No escondiendo. Hay reglas que deben seguirse antes de entrar al
agua. Dudo que te gusten. E incluso si lo hicieras, no creo que sea una buena
idea.
—Ya veo. —Se enderezó ante mi tono y miró lentamente en mi
dirección. Cuando toda su atención se centró en mí, continué—. En lugar de
pedir mi opinión, decidiste por mí. Ya que me voy a casar con el diablo, eso
me convierte en tu futura reina, ¿no es así? —No respondió—. Me gustaría
que me llevaras allí. Ahora, por favor.
—Nada hecho puede entrar al agua.
—Nada... ¿te refieres a ropa?
—Sí. Tendrás que desvestirte por completo antes de entrar al agua, mi
futura reina. —Su sonrisa era pura maldad—. No pensé que quisieras
bañarte conmigo desnuda.
—¿Eso es todo? —Lo dudaba mucho. Me había visto sin ropa en más
de una ocasión durante los últimos meses. Eso no sería un impedimento. Se
trataba de autoconservación. Para él—. Me imagino que hay algo sobre el
agua que te gustaría evitar.
Me miró lentamente. Era imposible saber lo que sentía.
—En ocasiones busca el corazón de los que entran. Y refleja su
verdad.
Sostuve su mirada. Tal vez fue el vino, o este mundo y su propensión al
pecado, o la forma en que sus ojos brillaron con triunfo, pero me negué a
ceder esta batalla.
Recordé lo que dijo Anir sobre desafiarlo. Si tenía que renunciar a
algo de mi verdad para conocerlo un poco, era un pequeño precio a pagar.
Señalé con la barbilla la botella y los vasos.
—Toma esos y visitemos esta laguna mágica. Me vendría bien un baño
tibio y relajante después de esta noche.
Su sonrisa se desvaneció.
—¿Estás segura de que eso es lo que quieres?
—Sí.
Fue una respuesta terriblemente peligrosa, que se hizo evidente por la
gruesa capa de tensión que rápidamente cayó entre nosotros de nuevo, pero
era la verdad. No quería volver a mi habitación sola, ni quería separarme de
este príncipe todavía. Una aventura nocturna en una fuente termal mágica
sonaba como la distracción perfecta. Quería un recuerdo agradable al que
aferrarme antes de acostarme. No quería repetir el incidente de la lengua
estacada una y otra vez hasta que el sueño me reclamara. Y si volviera a mi
habitación sola ahora, eso es exactamente lo que sucedería.
En lugar de acompañarme allí, Ira tomó mi mano en la suya y nos
teletransportó. La familiar sensación de ardor fue reemplazada por un ligero
y cálido cosquilleo en mi piel. Estaba lejos de ser desagradable. Jadeé
cuando la tierra sólida se formó debajo de nosotros un momento después.
Me soltó una vez que estuvo seguro de que no me iba a caer.
—La magia del Transvenio no es tan discordante cuando viajamos en
este círculo.
Quería preguntarle más sobre la magia, pero descubrí que todo el
pensamiento lógico había sido robado cuando observé nuestra nueva
ubicación. Nos encontrábamos en la orilla oscura y reluciente de una laguna.
Tenía la forma de una enorme luna creciente y el agua era de un azul glaciar
lechoso.
La niebla flotaba perezosamente sobre su superficie. Me las arreglé
para apartar la mirada de la piscina brillante el tiempo suficiente para mirar
las paredes de obsidiana que nos rodeaban. Este lago era subterráneo.
—¿Dónde estamos, exactamente?
—Debajo de la Casa de la Ira. —Caminó un poco por la orilla y luego
señaló un arco de piedra—. El lago de fuego alimenta estos bajíos desde
allí.
Miré hacia arriba, esperando ver más piedras, y me quedé sin aliento.
De hecho, la piedra nos cubría, pero alguien había pintado las fases de la
luna a través de ella, junto con un puñado de estrellas. Impresionante no era
la descripción más precisa. Etéreo, tal vez, le hacía más justicia.
Fui a meter los dedos de los pies en el agua cuando el príncipe
demonio me arrastró con cuidado hacia atrás.
—Ninguna tela de ningún tipo puede manchar el agua. Tienes que
quitarte el vestido o levantar la falda.
—¿Por qué?
Levantó un hombro.
—¿Ves esos?
Seguí su mirada mientras aterrizaba en un enorme trozo de madera
flotante. Me incliné más cerca y entrecerré los ojos.
—¿Eso es... son esos huesos?
Alejé mi atención de lo que quedaba de la desafortunada criatura y me
concentré en el príncipe a mi lado. El destello de diversión en su rostro era
casi tan pecaminoso como él.
—¿Todavía quieres darte un chapuzón?
—¿Qué pasa si traes el vino y las copas?
—No lo haría. Ven. —Ofreció la mano—. Te llevaré de regreso a tu
habitación. Puedes quedarte con el vino. Te relajará tan bien como lo
hubiera hecho la laguna. Tienes un gran baño privado propio. Eso tendrá que
ser suficiente.
O le preocupaba que la laguna revelara una verdad que quería
mantener oculta, o se encontraba convencido de que cambiaría de opinión y
volvería a la cama. Le di mi propia sonrisa burlona mientras desabrochaba
hábilmente los cierres de mi vestido. Vio cómo me deslizaba fuera del
sedoso material rojo, su garganta se balanceó un poco cuando mi ropa
interior de encaje golpeó el suelo a continuación.
Me quité el anillo y lo puse sobre una roca lisa y plana. Luego me
enderecé y sostuve su mirada.
Me quedé desnuda ante él, sintiéndome de todo menos tímida. Arqueé
una ceja.
—¿Te vas a desnudar para que podamos nadar, o planeas verme toda
la noche?
ONCE
La ropa de Ira desapareció, dejándolo desnudo y orgulloso.
Cualquier indicio de engreimiento que yo hubiera sentido desapareció
cuando lo hizo su ropa. Que el diablo me maldiga, intenté y fracasé
miserablemente en no alimentar su ego admirándolo abiertamente.
Los grandes artistas podrían intentar capturar su apariencia, pero sin
duda fracasarían. Había una cierta maestría en él que hacía imposible que su
verdadera forma fuera moldeada en algo tan mundano como el bronce o
tallado en mármol.
Mi mirada se deslizó por sus anchos hombros, bajando por su pecho
esculpido, luego lentamente fue avanzando más abajo, sobre cada cresta de
su abdomen, a través de sus caderas y más abajo hasta que finalmente vi
su…
Devolví mi atención a su rostro. Era muy obvio que se sentía atraído
por mí. Claramente, la magia pecaminosa que vibraba bajo la superficie de
este mundo lo afectaba más de lo que había imaginado. Aunque dados sus
comentarios en la cena y la forma en que nuestro beso de antes se había
vuelto hambriento y lleno de necesidad primaria, tal vez no era tan simple.
Para cualquiera de nosotros.
Mi atención traidora volvió a bajar. Traté de no quedarme mirándolo
demasiado tiempo, pero su muslo izquierdo tenía un interesante diseño
tatuado. Apuntando hacia abajo, una daga se extendía desde su cadera hasta
su rodilla. La hoja parecía tener un primer plano de rosas en su superficie,
mientras que patrones geométricos estaban grabados en su empuñadura. A
diferencia de sus otros tatuajes metálicos, este había sido hecho en escala de
grises.
Volví a enfocarme en sus ojos y esperé, con el corazón acelerado, a
que él dirigiera su atención sobre cada centímetro de mi piel expuesta. Mis
nervios zumbaban con anticipación; era la primera vez que me desnudaba
frente a él sin que fuera el resultado de algo clínico necesario para revivirme
de una muerte cercana. La mirada de Ira permaneció fija en la mía mientras
me ofrecía su mano con la palma hacia arriba. Algo dentro de mí se desinfló
un poco.
Fui a desenganchar el cornicello, pero él negó con la cabeza.
—Eso puede quedarse. Junto con las flores y los huesos de tu cabello.
Confundida, dejé caer el amuleto y entrelacé mis dedos con los suyos.
Técnicamente, dado que eran los cuernos del diablo, supuse que no contaban
como algo fabricado. Y los huesos y las flores también eran material
orgánico, así que, con suerte, Ira tenía razón y todo estaría bien.
Caminamos hasta el borde de la laguna y el agua me lamió los dedos
de los pies, cálida y sedosa.
Me observó, esperando a ver si quería continuar. Di otro paso y
prodigué la forma en la que el agua se sentía como un millón de pequeñas
burbujas en mi piel.
Una vez que estuvimos lo suficientemente profundo, Ira soltó mi mano
y se balanceó bajo el agua. Surgió un momento después, echando la cabeza
hacia atrás y arrojándome gotas. Su risa fue plena y rica y su sonrisa era una
de las más genuinas que jamás le había visto. Hizo que mi corazón
trastabillara un poco. Me sumergí en el agua antes de que él pudiera ver mi
expresión.
Cuando salí a la superficie y aparté la maraña de cabello mojado de mi
rostro, lo sorprendí mirándome. A diferencia de mí, él no intentaba ocultar
lo que sentía ahora. Pensé en los Malignos, en sus juegos pecaminosos. Las
historias de sus besos siendo lo suficientemente adictivos como para que un
mortal vendiera su alma por la oportunidad de otro. El peligro de llamar su
atención. Innegablemente, me había ganado toda la atención de Ira. Y el
único peligro que sentía era lo poderosa que eso me hacía sentir.
Aquí había una elección. Ira, la tentación encarnada, esperaba, como si
supiera adónde se habían dirigido mis pensamientos. Juraba que había algo
en lo prohibido que lo hacía más dulce al gusto.
O tal vez era solo una mentira que me decía a mí misma. Quizás
simplemente me gustaba su sabor, en contra de mi buen juicio. Me acerqué
más y lentamente lo alcancé. Contuvo el aliento cuando lo giré y tracé
tentativamente las líneas en latín tatuadas a lo largo de sus hombros. Había
sentido curiosidad por la tinta desde el primer momento en que lo había
convocado en el círculo de huesos hace tantos meses. Su piel se erizó con
cada suave pasada de mis dedos.
—Astra inclinant, sed non obligant. —Mordí mi labio inferior,
tratando de traducirlo—. Las estrellas…
Giró hasta que nos enfrentamos de nuevo, sus ojos brillando
suavemente en la oscuridad.
—Las estrellas nos predisponen; no nos obligan.
—Hermoso.
No me perdí el significado de él tatuando permanentemente en su
cuerpo que no quería ser obligado a nada. Pensé en nuestro vínculo
matrimonial, en cómo lo había forzado sin saberlo. Luego lo vinculé al
círculo de invocación durante días, negándome a liberarlo. No es de extrañar
que me despreciara entonces. Era un milagro que no me odiara ahora.
—Lo siento. —Las palabras fueron tan suaves que no estaba segura de
que me hubiera escuchado—. Por obligarte.
Se acercó y metió un mechón húmedo detrás de mi oreja, su toque
prolongándose antes de dar un paso atrás.
—El destino puede jugar su mano, intentar alentar nuestro camino o
intervenir, pero en última instancia somos libres de elegir nuestro propio
destino. Nunca lo dudes.
—Creía que no tenías libre albedrío.
Su sonrisa estaba teñida de tristeza.
—A todos se les concede la posibilidad de elegir. Pero para algunos
tiene un precio.
—¿Te hiciste ese tatuaje para recordarte tu elección?
—Sí. —Su mirada se fijó en la mía—. Creo que John Milton, un poeta
mortal, lo dijo mejor. «Mejor reinar en el Infierno que servir en el Cielo».
Te hablé del poder de elección, el atractivo que tiene para mí. Haría cosas
terribles, cosas imperdonables, para elegir mi destino. Maldito y miserable
como pueda ser. Es mío. A menos que hayas estado sin una verdadera
posibilidad de elegir, no puedes entender el atractivo que contiene.
—¿Qué hay de la serpiente? ¿Esa fue otra elección?
—Toda la tinta de mi cuerpo, con la excepción de nuestros tatuajes, fue
mi elección.
Mi atención se posó en sus labios y se quedó ahí antes de que algo un
poco más bajo me llamara la atención. Débilmente, en tinta plateada, otra
frase estaba garabateada debajo de su clavícula izquierda. Nunca la había
visto. Sin pensar, pasé la punta de los dedos por la escritura. Acta non
verba.
No tuve problemas para entender esa. Acciones, no palabras.
—¿Y el diseño en tu muslo?
Ira se quedó inmóvil y solo entonces fue cuando me di cuenta de que
me había acercado lo suficiente como para que nuestros cuerpos casi se
tocaran. Olvidé mi pregunta, olvidé todo excepto el fuego en su mirada
mientras me consumía lentamente centímetro a centímetro. No pensé que
pudiera ver mucho porque el agua me llegaba casi al cuello, pero
ciertamente no se sentía como si fuera una verdadera barrera.
Cuando me miraba con la intensidad acalorada con la que lo hacía
ahora… cualquier odio o animosidad persistente entre nosotros se consumía.
Quizás esa era la verdad que él no quería que la laguna revelara. La magia
del mundo se apoderaba de mí, alentando mis emociones hasta que tampoco
pude negar más mi creciente deseo. Su piel húmeda y resbaladiza se deslizó
contra la mía cuando cerré la distancia.
Tal vez era la belleza onírica de la escena celestial pintada en el techo
o el vapor sofocante de los Bajíos de Medialuna. O tal vez era simplemente
un anhelo hecho carne, pero ansiaba la sensación de sus manos en mi cuerpo.
Éramos dos personas en edad para consentir. Y quería que él desatara todo
su poder sensual sobre mí.
Pensé en mi fantasía anterior de él tomándome contra la pared o la
mesa.
Nunca, en toda mi vida, había reaccionado a alguien de una manera tan
carnal. Había tenido enamoramientos, sueños de besos y más, pero esto no
era un pequeño encaprichamiento. Esto era el deseo en su forma más pura.
Mi anhelo se estaba saliendo de control. Quería tocarlo, sin
contentarme ya con negarme a mí misma ni a mis pasiones. Todo lo que tenía
que hacer era dar ese primer paso.
Me puse de puntillas y le peiné el cabello húmedo hacia atrás con
suaves caricias.
Esperé para ver si ponía distancia entre nosotros. Si me decía que yo
era la última criatura en todos los reinos combinados que él querría. Su
expresión estaba casi tan tensa como su cuerpo. No podía decir si estaba
luchando contra la atracción o si estaba permitiendo obedientemente que un
enemigo lo sedujera.
Me incliné y presioné mis labios contra la tinta a lo largo de su
clavícula, dándole otra oportunidad de moverse. En lugar de hacerse a un
lado, su mano se extendió por la parte baja de mi espalda, manteniéndome en
mi lugar. Sabía, sin lugar a duda, que el poderoso guerrero me dejaría ir si
yo decidía detenerme o alejarme. Mi boca se movió a su otro hombro,
besándolo allí.
—Emilia —dijo mi nombre en voz baja. Estaba tan cerca de la versión
de él que había conjurado en el Corredor del Pecado, pero esta no era otra
fantasía. Este momento era real.
—Sé que no me dirás tu verdadero nombre. —Pasé mis manos por su
pecho. Su intensa mirada siguió cada uno de mis movimientos—. Pero se
siente un poco extraño, murmurar “Ira” en un momento como este.
Volví a cambiar mi atención hacia arriba cuando él cerró los ojos y
apoyó su frente contra la mía. El poderoso general de guerra estaba luchando
alguna batalla interior. Quizás le preocupaba que este fuera otro juego de
estrategia, uno que perdería si empezaba a jugar según mis reglas.
Yo ya no sabía si su miedo estaba justificado. Por una vez, estábamos
en igualdad de condiciones.
—Entonces tal vez no deberíamos preocuparnos más por hablar —
continué—. Al menos no esta noche. —Exploré las crestas de su abdomen y
él no se apartó ni se estremeció ante mi toque—. Quizás ambos podamos
elegir comunicarnos de una manera diferente. Sin palabras.
Pensé en nuestro último beso, en lo salvaje y desenfrenado que se
había vuelto. Fue alimentado por la necesidad y la lujuria primarias. Guie su
rostro hacia el mío y rocé mis labios en los suyos. Fue un susurro suave,
dulce. Había una pregunta en ello, una que no estaba segura de que él
respondiera.
Esta vez quería que las cosas fueran diferentes. Incluso si no estaba
destinado a durar. Podríamos tener esta noche, este momento, y rendirnos a
cualquier fuerza magnética que nos estuviera uniendo.
No había pasado ni futuro, simplemente el presente.
Este encuentro no tenía por qué significar más de lo que era. No
teníamos que enamorarnos ni olvidar nuestros planes. Esta noche podríamos
formar una tregua, una que durara solo hasta el amanecer. Por una noche,
podríamos dejar de fingir que esto no era lo que ambos deseábamos. Si me
enfrentara a esta parte desconocida de mí ahora, tal vez el reino dejaría de
atormentarme con tantas ilusiones sensuales.
Me separé de nuestro abrazo.
—A menos que no quieras esto.
Por un vibrante segundo él no reaccionó. Pensé que había juzgado mal
el momento. Entonces Ira respondió con un tierno beso y no se sintió como si
fuera mi enemigo. O como si me estuviera besando por cualquier motivo que
no fuera el hecho de que quería hacerlo. Aquí en esta recámara, lejos de los
ojos vigilantes de su corte y de los roles que se suponía que debíamos
interpretar, simplemente podríamos ser.
Él elegía esto. Como lo hacía yo. Y la elección era poder.
Sus fuertes manos se deslizaron por mis costados mientras se
acercaba, uniéndonos por completo. De repente estaba rodeada por él, su
olor, su enorme cuerpo. Todo su poder y su atención. Él se sentía como
magia viviente, tal vez incluso más que nuestros dos últimos encuentros.
Algo dentro de mí cobró vida.
Esta vez, cuando metió la lengua en mi boca, apenas pude evitar
doblarme de la pura dicha. Mis manos se deslizaron hasta sus caderas y las
suyas bajaron poco a poco hasta las mías, deslizándose bajo el agua tibia y
resbalando a lo largo de mi espalda mientras me anclaba contra él.
Me arqueé ante su toque, olvidando cualquier idea de ir despacio.
Necesitaba placer. Y quería que él me lo diera tanto como yo le daría a
cambio.
Sonrió contra mi cuello antes de presionar un casto beso debajo de mi
oreja. No tuve que ver su rostro para saber que estaba divertido con mi
respuesta.
—Su alteza es bastante exigente.
Si estaba tratando de distraerme con esa Marca de invocación de
nuevo, no estaba funcionando. Cada vez que la había tocado antes, apagaba
cualquier emoción elevada. Ahora no permitiría que eso nos distrajera a
ninguno de los dos. La parte de mí que acababa de despertar no quería
dormirse e hibernar de nuevo.
Mis manos se sumergieron bajo el agua y las arrastré lentamente hacia
arriba por sus piernas antes de apartarlas de nuevo.
Él maldijo en voz baja y sonreí.
—Sin hablar más, ¿recuerdas?
—Sigue haciendo eso y voy a maldecir a todas las deidades.
Dibujé pequeños círculos en su muslo, moviéndolos más y más arriba
hasta que toda su atención se centró exactamente en dónde él deseaba que
explorara a continuación. Dejémoslo probar lo salvaje que él me había
vuelto durante la cena.
—Es terrible, ¿no? Desear algo tan desesperadamente solo para ser
provocado cuando finalmente está al alcance.
Al parecer recibió mi mensaje alto y claro. Su mano se deslizó entre
mis piernas y con su lengua tocó la mía en el preciso momento en que
acarició esa parte dolorida de mí. Jadeé en su boca, pero fue interrumpido
cuando me atrajo más fuerte hacia él. Su excitación se presionó contra mi
cuerpo. Dura y tentadora. Tal como él.
—¿Esto está mejor, mi lady?
Oh, diosa, sí. Mucho mejor.
Lentamente dio vueltas alrededor de mi ápice con ese dedo malvado,
mientras me besaba hasta dejarme sin sentido. El calor explotaba en mis
venas con cada caricia burlona. Había tomado algunas malas decisiones en
mi vida, pero tomar a Ira como amante no sería una de ellas. Sería tan
desenfrenado como lo había imaginado y esa parte primordial de mí le daba
la bienvenida a esta nueva batalla de voluntades.
Levanté mis caderas, instándolo a continuar su exploración mientras
enrollaba mis brazos alrededor de su cuello, atrayéndolo para un beso más
profundo. Su dedo se hundió parcialmente en mi interior y me tragué un
gemido. Él lo retiró, su enfoque por completo en la reacción de mi cuerpo al
movimiento: la exhalación leve y estremecedora, la forma en que me moví
reflexivamente contra él y me sujeté con más fuerza. Él estaba aprendiendo
qué me daba más placer, variándolo un poco y repitiéndolo.
Que la Diosa me ayudara. El demonio de la guerra era un estratega a
todos los niveles.
Suavemente frotó esa parte palpitante de mí con un segundo dedo antes
de volver su atención a sus besos lentos y embriagadores. Fuego. Sin usar
magia, excepto por el exquisito poder de su toque, estaba convirtiendo mi
cuerpo en un millón de diminutas llamas de deseo.
Y él lo sabía. Toda esa provocación me estaba volviendo loca.
—¿Me llevarás a tus aposentos? —Mi voz era como el humo—.
Ahora.
—¿Eso es lo que quieres?
—Sí. —Más que nada. Me las arreglé para asentir y sus hábiles dedos
me recompensaron con otra caricia cariñosa—. Apresúrate.
Me mordió el labio inferior.
—¿Lo ordena mi reina?
—Sí. —Oh, diosa, sí.
—¿Soy ahora tu humilde servidor?
Me eché hacia atrás. Había un brillo diabólico en sus ojos. Incluso si
quisiera responder, mi respuesta fue aniquilada con su siguiente beso.
Ambos sabíamos que él no era de los que recibían órdenes. Así que no se
apresuró. La Malvada criatura se tomó su tiempo para besarme, todo el
tiempo mientras sus dedos seguían explorando, provocando, exprimiendo
placer de formas que no sabía que fueran posibles.
Me había prometido que yo no confundiría la realidad con una ilusión
cuando él me tocara. No había estado mintiendo. El Corredor del Pecado,
este reino, nada podría compararse con la magia de él.
La siguiente vez que me tocó, moví involuntariamente mis caderas
hacia adelante y él finalmente respondió a mi súplica silenciosa. Sus dedos
se deslizaron hasta el fondo y suavemente mordió mi labio para calmar mi
jadeo. Lo que solo consiguió enloquecerme más.
—Toma tu placer, mi lady. —Tentativamente repetí el movimiento de
balanceo. Me observó, su mirada ardiendo—. Justo así.
Capturó mi gemido con su siguiente beso y enterré mis manos en su
cabello, necesitando sentir más de él. De alguna manera, salté y envolví mis
piernas alrededor de sus caderas. Su brazo libre me aseguró fácilmente en
mi lugar. La sensación de la burbujeante agua tibia y la fricción de sus dedos
callosos fue suficiente para llevarme al límite con una necesidad cruda. El
instinto se hizo cargo.
Nuestros cuerpos presionados juntos, nuestras lenguas, dientes y el
hambre mutua bombeando por mis venas. Me di cuenta de que la magia del
mundo no estaba creando este anhelo; estaba aumentando lo que ya sentía. Y
sentía más de lo que nunca me había permitido admitir. Rodé mis caderas al
compás de cada una de sus profundas caricias. Sin timidez al perseguir el
placer que él me estaba dando.
En mi fervor por experimentar todas las sensaciones, me deslicé por su
cuerpo, rozando accidentalmente su dureza. Él gimió, el sonido profundo y
retumbante. Mi sonrisa fue pura alegría perversa. Repetí el movimiento y el
aire siseó a través de sus dientes. Sus besos se volvieron voraces.
Me balanceé arriba y abajo a un ritmo constante en su mano, contra él.
El calor estaba aumentando en un crescendo dentro de mí, en busca de
liberación. Sus ojos estaban vidriosos por su propia lujuria creciente, sus
dedos aún enterrados dentro de mí. Nunca lo había visto lucir fuera de
control. Eso solo se sumaba a mi placer.
—Emilia… —Lo silencié con un beso. Olvídate de su habitación. Lo
tomaría aquí. Ahora. Mi mano se cerró alrededor de su excitación y él gimió
—. Por la sangre de demonio, necesito…
—Llévame a la cama. Ahora.
El príncipe de la Ira, que no sería gobernado por nadie, se sometió a
mi orden.
Sin más burlas ni provocaciones, nos dirigió mágicamente, con los
cuerpos medio enredados, a sus aposentos.
DOCE
Los dedos de Ira todavía estaban enterrados entre mis piernas cuando
nos apoyó contra la puerta de su habitación, su respiración dificultándose y
acelerándose. Había fallado en llegar al dormitorio. Con buena razón. Mi
mano permanecía envuelta alrededor de su impresionante longitud. Seguí
acariciando su piel suave como la seda, maravillándome de la forma en que
cada golpe lo deshacía aún más.
Se sentía un poco mal sentirme orgullosa en ese momento, pero
ciertamente adoraba el hecho de que yo era la razón por la que finalmente se
rompió la correa apretada que mantenía sobre sí mismo.
No había otra razón que podía imaginar por la que nos transportaría al
corredor público que conecta nuestras suites. Al menos, la puerta que
cerraba esta ala todavía estaba abajo, y nadie podía acercarse lo suficiente
para vernos. Tampoco me verían mucho con el enorme cuerpo de Ira
cubriendo el mío. No es que importara si podían verme.
Estaba demasiado perdida en las olas de placer que crecían y
aumentaban dentro de mí como para importarme dónde estábamos o quién
estaba alrededor. Lo quería aquí mismo. Al diablo con los Siete Círculos.
Todavía no estaba casada con Orgullo. Aparte de su breve posesión de
Antonio, nunca lo conocí. Dudaba que al diablo le importara que tomara un
amante antes de que se intercambiaran nuestros perversos votos.
El nuestro ciertamente no era un matrimonio por amor. Y si a Orgullo
le importaba, ciertamente no lo demostró. Todavía no había carta, ni
invitación, ni reconocimiento de mi llegada. El príncipe del Orgullo estaba
contento a solas en su castillo y, por el momento, eso estaba más que bien
para mí.
Ira seguía besándome, seguía moviendo esos dedos mientras me
balanceaba contra mi inquebrantable agarre sobre él, y no quería nada más
que poner a esta poderosa criatura de rodillas con un éxtasis implacable.
Esta parte salvaje y sin ataduras de él era casi tan embriagadora como su
toque.
Nunca había experimentado algo como esto, tan poderoso y correcto.
Él era correcto. Y supe, con certeza infinita, que estábamos al borde de
descubrir lo bien que estábamos juntos. Tal vez siempre estuvimos
destinados a terminar aquí, perdidos en la pasión del otro.
El sonido de su placer mezclándose con el mío estaba creando su
propio hechizo, y yo estaba tan cerca de romperme, tan cerca de ese poder
que se estaba construyendo y rompiendo y...
El dolor estalló en violentos torrentes, robándome el aliento. Siempre
en sintonía con mis cambios emocionales, Ira se detuvo instantáneamente, el
hechizo eufórico roto.
—¿Estás bien?
—No. —Nunca había odiado más una palabra—. Hay un d-dolor
horrible.
—¿Dónde? —Su voz era áspera, gruesa.
—Mi corazón. —Lo solté e hice una mueca—. Sangre y huesos. Es
malo.
—Ven. Enviaré por un curandero a...
—Creo que es del Cuerno de Hades.
Ira había alcanzado el picaporte de su habitación, pero dejó caer la
mano. Su atención se centró en el amuleto que todavía llevaba y maldijo a
las diosas de manera impresionante.
Todo se desintegró en humo y una luz negra brillante. No lo había visto
moverse, pero en un momento estábamos desnudos fuera de su dormitorio al
borde de la liberación mutua, y al siguiente estábamos, parcialmente
vestidos, ante una puerta de madera con cicatrices en una torre.
Las antorchas de aspecto medieval ardían intensamente a ambos lados.
Estaba casi tan sorprendido por nuestra ubicación como por el camisón de
ébano que ahora usaba. El que aún hacía poco por ocultar mi forma. Ira
llevaba pantalones negros y nada más. Excepto tal vez una ligera mirada de
preocupación.
—¿Dónde estamos? —Levanté la mano para desenganchar el
cornicello. El dolor se estaba intensificando.
—No te quites eso. —Era como si los últimos minutos de pasión no
hubieran existido. Ira era todo bordes de granito y furia de nuevo. Excepto
que no estaba dirigida a mí. Llevó su puño a la madera y golpeó lo
suficientemente fuerte como para hacer sonar las bisagras de hierro, su voz
de acero puro—. ¡Matrona!
La siguiente ola de dolor hizo que mis rodillas se doblaran, pero me
negué a dejar que me hundiera. Incluso sin mirarme, el príncipe demonio no
se perdió nada. Su siguiente golpe hizo que se soltara una piedra. Puse una
mano en su brazo y lo apreté suavemente.
—Ira.
—Si no abres esta puerta, juro por mi sangre...
—Estás a punto de derribar toda la torre con esas tonterías, muchacho.
—La puerta se abrió, revelando a una mujer mayor con cabello largo
plateado y lavanda. Llevaba una túnica de color púrpura oscuro con un
cinturón parecido a una cuerda que me recordaba las imágenes de
sacerdotisas que había visto en pinturas y libros.
Su oscura mirada se volvió hacia mí, evaluándome.
—Hija de la Luna, bienvenida. Soy Celestia, la Matrona de
Maldiciones y Venenos. Y te estaba esperando. —Retrocedió y abrió la
puerta para dar la bienvenida—. Entra antes de que su majestad rompa el
reino.
—La próxima vez responde a tu puerta más rápido.
Ira entró primero en la cámara, alerta y listo para la batalla. Aparte de
las tinturas, los antídotos y los venenos, no estaba segura de qué enemigo
esperaba encontrar aquí, pero tenía demasiado dolor para preocuparme. Lo
seguí adentro y me detuve. La sala circular estaba compuesta de madera
oscura, piedra fría y estantes que subían hasta la torre. Una escalera se
apoyaba contra una sección como si la matrona hubiera estado catalogando
artículos en los estantes más altos cuando la interrumpieron. Una mezcla
ecléctica de aromas flotaba alrededor, mezclándose en algo agradable.
Apenas podía respirar profundamente y el olor, por muy atractivo que
fuera, comenzaba a revolverme el estómago. El sudor perlaba mi frente
mientras forzaba el aire hacia adentro y hacia afuera a través de los dientes
apretados. Para evitar concentrarme en las crecientes náuseas, dejé que mi
mirada vagara por el espacio.
En una mesa larga cerca de una solitaria ventana en arco había varios
viales de líquidos extraños: algunos humeaban, otros burbujeaban, otros
golpeaban el delgado vidrio como si probaran una ruta de escape. El líquido
sensible era algo nuevo para mí y más que un poco desconcertante.
Un estante tenía plantas y plántulas maduras, pétalos y hierbas secas.
Había cataplasmas y amuletos, calderos, estatuillas talladas de criaturas
como quimeras y deidades y dioses alados. Piedras, tanto ásperas como
lisas, y, si la savia oscura era una indicación, hojas con puntas venenosas y
agujas que brillaban a la parpadeante luz del fuego.
Velas gruesas goteaban cera sobre una repisa de madera encima de una
chimenea enorme cerca del centro de la habitación, y varillas de incienso
ardían en prolijas plumas.
Parecía como si la Matrona de Maldiciones y Venenos estuviera
preparada para cualquier persecución tortuosa.
Tragué saliva cuando la siguiente ola de dolor me atravesó. Sentí como
si mi cuerpo estuviera de repente en medio de una guerra brutal consigo
mismo. Lo que sea que estaba causando el dolor estaba ganando.
Con una mano fuerte en mi espalda, Ira me guio hasta un pequeño
taburete de madera y se volvió hacia la matrona.
—Haz algo. Ahora.
Ella chasqueó la lengua mientras cruzaba lentamente la habitación.
—Las demandas y amenazas pertenecen a los asustados y débiles.
Ninguno de ellos te queda, así que silencio.
—No me pongas a prueba.
Celestia fue a un recipiente lleno de tijeras y cizallas. Algunos tenían
asas de oro o plata, otros estaban hechos de relucientes piedras preciosas o
huesos sin brillo de mortales o criaturas del inframundo. No miré demasiado
de cerca.
Ira, sin embargo, se cernió sobre sus suministros.
—Muévete más rápido.
—Yo no interfiero en tu trabajo, muchacho, no interfieras en el mío.
Ahora deja de rondar y siéntate, o sal y elimina ese enojo en otra parte. —Su
mirada fría se volvió hacia la de él—. Hazlo por ella, no por mí.
Ira no se fue, ni se sentó, ni hizo más comentarios, pero le dio a la
matrona espacio para trabajar. Decidí que me gustaba esta mujer intrépida y
me pregunté quién era para Ira. Seguramente tenía que saber que acababa de
cortar una lengua. En ese momento, el príncipe demonio era especialmente
feroz y ella no le prestó atención. Dudaba que muchos fueran lo
suficientemente valientes como para darle la espalda, especialmente cuando
su poder estaba golpeando como una víbora enojada como lo estaba ahora.
Sin embargo, no me estaba quejando. A su manera grosera, me estaba
cuidando.
Ella tomó un par de delgadas tijeras doradas con mangos en forma de
alas de pájaro, luego tomó una jarra llena de líquido cerúleo brillante, un
frasco de hierbas secas y eligió otro frasco lleno de pétalos en tonos de azul
helado y plata. Llevó todo a su mesa de trabajo, sacó un cuenco de madera
de un gabinete seguido de un mortero.
Después de mirar todo por última vez, volvió esos ojos ancestrales
hacia mí.
—Debo tomar un mechón de tu cabello para la tintura.
—No. —El pánico se apoderó de mí, y la palabra salió de mi boca
antes de darme cuenta de que le había entregado un miedo a un extraño. Las
advertencias de Nonna sonaron en mis oídos. Siempre nos dijeron que
quemáramos nuestro cabello y uñas cortadas, en lugar de permitir que nadie
tuviera la oportunidad de usar las artes oscuras con nosotros—. ¿Es
necesario? El dolor ya está menguando. Creo que su alteza podría haber
reaccionado exageradamente.
Su mirada se suavizó.
—No tienes nada que temer de mí, niña. Beberás la tintura en su
totalidad. Luego quemaremos el cuenco. No quedará nada para aquellos que
desean hacerte daño.
Sentí la atención de Ira en mí como dos pinchazos calientes en la base
de mi cuello, pero me negué a mirarlo. Esta era mi decisión y solo mía.
Respiré hondo y asentí.
—Está bien.
Celestia cortó una pequeña porción de mi cabello, la esparció sobre
una parte de hierbas y dos partes de pétalos. Lo trituró todo junto con el
mortero y la mano hasta que se formó un polvo.
Una vez que la consistencia fue de su agrado, susurró un hechizo en una
lengua que no conocía, luego agregó algunas salpicaduras del líquido azul
brillante a la mezcla.
Vertió todo en un cáliz de plata grabado con runas y lo removió
vigorosamente.
—No será la bebida más agradable, pero las Lágrimas de Saylonia
ayudarán con el sabor.
—¿Lágrimas de Saylonia?
—Algunos dicen que es la diosa del sufrimiento y el dolor. Pero hay
más en ella que eso. Las lágrimas se acumulan en un templo en las Islas
Cambiantes.
—¿Dónde están ubicadas? ¿Aquí?
Ella deslizó su atención hacia el príncipe mientras agitaba la bebida en
la dirección opuesta, el contenido salpicando por el cambio repentino.
—Está casi lista.
Ira observó cada paso que la matrona daba hacia mí con un brillo
peligroso en sus ojos. Como si un movimiento equivocado indicara la pelea
para la que estaba preparado.
Ignoré su extraño comportamiento y volví mi atención a la mujer que se
acercaba.
—He usado el amuleto durante décadas y nunca antes había
experimentado un dolor así.
—Visitaste los Bajíos de Medialuna, ¿no es así?
—Sí. —Mi cabello estaba húmedo y no servía de nada mentir—.
¿Cómo puedes saberlo?
—Una buena suposición. Cierta magia no puede entrar en esas aguas
sin graves consecuencias. Algunos dicen que el agua perteneció una vez a las
diosas y quema lo que no pertenece. Otros creen que los Temidos buscan
recuperar lo que les quitaron. Y no les importa cómo lograr restaurar su
poder, solo que lo hagan. La venganza es una persecución brutal.
—¿Los Temidos? —Busqué en mi memoria historias o leyendas de la
infancia, pero el nombre no me resultaba familiar—. ¿Es así como llaman a
las diosas o a los príncipes demonios?
—Suficiente. —La voz de Ira era tranquila, pero su tono no dejaba
lugar para discusiones—. Algunos harían bien en guardarse supersticiones y
viejos cuentos populares para sí mismos. —Cruzó los brazos contra su
pecho, su expresión era dura—. ¿Su tintura está terminada?
Eché un vistazo al amuleto del cuerno del diablo. Ira me había dicho
que me lo dejara puesto. Le di una mirada acusadora.
—Olvidaste hablarme de los peligros. ¿Ahora estás preocupado?
Celestia entrecerró los ojos, pero no habló durante unos momentos
mientras continuaba removiendo la tintura.
—Si él hubiera sabido el efecto que tendría en ti, dudo que te hubiera
llevado allí. Es su otro secreto sobre el que debes preguntar. Es plenamente
consciente de cómo ese los afecta a ambos. Y, sin embargo, no ha
pronunciado una sola palabra. ¿Me pregunto por qué es así? Quizás
finalmente hayamos encontrado su talón de Aquiles, su majestad.
Ira se quedó sobrenaturalmente quieto. La temperatura en la habitación
se desplomó lo suficiente como para ver mi aliento. Los frascos traquetearon
cuando los estantes se sacudieron por la fuerza del poder que estaba
reteniendo, el temperamento con el que estaba luchando. La matrona
claramente había dado en el blanco a su objetivo.
Intrigada aún más por su respuesta, lo estudié de cerca. Estaba casi
irreconocible. No hubo un cambio hacia afuera en sus fríos rasgos, pero sentí
la inmensa ola de magia que atrajo como la marea.
—Cuidado —advirtió—. Estás pisando terreno peligroso.
—Bah. —Le hizo un gesto con la mano, completamente indiferente al
creciente zumbido de ira en el aire. Me entregó el cáliz y me indicó que
bebiera.
Centré mi atención en Ira, y lo que fuera que haya encendido su pecado
homónimo se desvaneció cuando se encontró con mi mirada preocupada. La
temperatura volvió a la normalidad. Asintió con la cabeza hacia la copa.
—Todo está bien. Bebe.
Me llevé el brebaje a los labios y me detuve. El olor no era ni
remotamente agradable. Me armé de valor antes de que volviera el dolor y
lo bebí todo de un trago, ignorando el sabor azucarado pero también a hierba
amarga. Mis síntomas desaparecieron.
—Estás lista, niña.
Le devolví el cáliz y la vi arrojar el cuenco de madera a las llamas. Se
quemó hasta convertirse en cenizas en cuestión de segundos.
—¿Debería quitarme el amuleto ahora?
Miró a Ira, arqueó una ceja plateada. No me di la vuelta a tiempo para
ver su reacción, pero la matrona frunció los labios. Su atención se dirigió a
mi cuello antes de encontrarse con mis ojos de nuevo.
—No. El talismán no te molestará más.
—Ten cuidado, Celestia.
—Ve a blandir una espada o lanza un puño a otro trozo de roca y vete.
¿No pensaste que me enteré de tu gran demostración de temperamento?
Domitius y Makaden son tontos. Pero solo un tonto más grande actuaría como
tú. Algunos podrían pensar que están surgiendo nuevos pecados. Deberías
estar atento, alteza. Otros están mirando. Y se interesan especialmente en tu
corte.
—Cuidado con lo que dices. —Su furia se agitó como las ráfagas de
viento de una tormenta. Ella sonrió, pero no era el tipo de expresión amorosa
que una abuela le daría a su nieto. Tenía un borde de acero. La expresión de
Ira era peor—. No acepto órdenes tuyas.
—Entonces considéralo una sugerencia. Independientemente, es
irresponsable no decírselo.
—Sí, me gustaría mucho saber de qué están hablando los dos. —Ahora
que mi dolor se había ido, me estaba molestando. Sabía que Ira todavía
guardaba secretos. Secretos que incluso Celestia sentía que tenía derecho a
conocer. Y después de lo que acaba de pasar entre nosotros en los bajíos, no
los toleraría más. Le di a Ira una mirada mordaz—. Alguien tiene que
responder a mi pregunta. Ahora.
Celestia miró entre nosotros.
—Esta es una conversación que mejor sea llevada a cabo entre ustedes
dos. A solas. —Esta vez su sonrisa fue puro problema—. Aunque quizás
quieras llevarla al Templo de la Furia, lejos de donde los puedan escuchar.
Tengo la sensación de que ustedes dos despertarán a todo el castillo.
Dicho esto, nos sacó de su cámara de tinturas y cerró de golpe la vieja
puerta de roble a nuestras espaldas. Miré al príncipe. De una forma u otra,
me diría la verdad. No podía comprender cómo Celestia sabía su secreto
cuando yo no, y mi enojo estaba dando paso a la ira. Y esa emoción no fue
provocada por esta Casa del Pecado.
¿Cuántos otros en su corte estaban al tanto de la información que me
ocultaba, que pertenecía a mí? Era inaceptable que yo fuera la única que se
mantuviera en la oscuridad.
—Quiero la verdad. No más mentiras. Me lo debes.
Parecía estar a punto de encontrar un arma para blandir. Aunque su
frustración no parecía estar dirigida a mí ni a la matrona.
Quizás estaba enojado consigo mismo. Cualquier juego o plan que
hubiera estado planeando, claramente había terminado. Y no se había
desarrollado de la manera que él esperaba.
—Mierda. —Ira se pasó una mano por el pelo y se alejó de mí—.
Pensé que tendríamos más tiempo. Pero después de esta noche, obviamente
ya no puede esperar.

Ira nos llevó a su biblioteca personal e hizo magia en la habitación


para contener nuestras voces dentro de ella. Me paré frente a la chimenea
gigante, calentándome las manos. Entre la fría temperatura en el castillo, el
agotamiento que se apoderó del dolor, mi delgado camisón y la humedad de
mi cabello, estaba helada hasta la médula.
El miedo también estaba influyendo en mis escalofríos. ¿Era posible
que le pasara algo a mi familia? Si sufrían algún daño, o algo peor, no estaba
seguro de que Ira me lo dijera.
Él sabía que eran mi debilidad tanto como mi fuerza y negociaría mi
camino de regreso a mi mundo y rompería el contrato con Orgullo. Eso sin
duda complicaría su misión y sería motivo suficiente para que no fuera
sincero conmigo.
El estado de ánimo tenso de Ira tampoco estaba ayudando a calmarme.
Invadió mis sentidos hasta que mis propios nervios se tensaron lo suficiente
como para romperse.
Caminó por la habitación como un gran animal atrapado en una jaula.
Antes de nuestro apasionado abrazo en la laguna, y luego en el pasillo fuera
de su dormitorio, nunca lo había visto más que tranquilo; incluso cuando
estaba furioso, nunca estaba tan... al borde. Era desconcertante verlo así. Sus
comentarios bruscos contra la matrona también fueron inusuales. En
ocasiones podía ser brusco, arrogante o rebosante de petulancia masculina,
pero nunca era grosero.
—¿Quieres sentarte? —Me froté los brazos—. Me estás poniendo
nerviosa.
Se acercó a su escritorio y vertió dos dedos de líquido lavanda en su
vaso. Lo tiró hacia atrás antes de volver a llenarlo rápidamente y me ofreció
el segundo trago. Negué con la cabeza.
Esperar era insoportable. Y mi estómago ya estaba atado en varios
nudos intrincados. Quería saber qué tenía que decir y por qué lo que sea que
fuera lo estaba afectando tan fuertemente. Incluso cuando atacó a Makaden
antes, no hubo arrepentimiento ni preocupación de su parte. Solo fría
eficiencia. Había cumplido una sentencia y era imparcial ante su brutalidad.
—¿Es realmente necesario el suspenso? —Mi voz estaba
sorprendentemente tranquila. Era una completa contradicción con los
frenéticos latidos de mi corazón—. Lo que tengas que decir no puede ser tan
malo.
Eso esperaba.
Finalmente dejó de moverse el tiempo suficiente para mirarme a los
ojos. Su expresión era imposible de leer. Una calma fría y desconcertante se
había apoderado de él. La inquietud se deslizó por mi espalda. Su
comportamiento me recordó a cuando una partera daba una noticia fatal.
—A principios de esta noche, preguntaste por qué te Marqué. No estoy
seguro de que comprendas completamente lo que hace. Por qué es algo que
se da tan raramente.
Lo miré, momentáneamente tomada por sorpresa por su repentino
cambio de tema y cómo la Marca de invocación jugaba un papel en esto. Al
menos entendí cómo Celestia había sabido sobre este secreto; su atención se
había desplazado brevemente a mi cuello. Pensé erróneamente que estaba
mirando mi amuleto del cuerno de diablo.
—¿Bien? —empujó, atrayendo mi atención hacia él—. ¿Qué sabes de
ella?
—Nonna dijo que le permite a alguien convocar a un príncipe del
infierno sin un objeto que le pertenezca. Que es un gran honor que no se les
da a muchos. Y que, mientras tome aliento, el príncipe demonio siempre
debe responder a la invocación. Excepto, por supuesto, cuando intenté
llamarte y no apareciste. —Mi tono se volvió helado—. Pensé que estabas
muerto.
Dio un paso atrás, su atención rápidamente recorrió mi cuerpo en
silencioso cálculo.
—Después de ser herido con la daga de la Casa de la Envidia, no me
había curado lo suficiente como para viajar entre reinos. No me di cuenta de
que mi ausencia te disgustó. —Le di una mirada sucia que pareció sacar a
relucir una traviesa inclinación de su boca. La visión se desvaneció casi
instantáneamente—. ¿Sabes por qué se hace tan raramente?
—¿Porque los príncipes son bastardos malhumorados y no les gusta
que los convoquen a voluntad?
El fantasma de una sonrisa volvió a tocar sus labios antes de
desterrarla.
—Porque es un vínculo mágico que nunca se puede romper.
—Imposible. Toda la magia se puede deshacer.
—No este vínculo. Ni siquiera en la muerte.
—Pero eres inmortal.
—Imagínate, entonces, cuánto dura ese vínculo.
Nos miramos el uno al otro mientras el peso de esa verdad se asentaba
entre nosotros. Luchaba por absorber la información, sus implicaciones. Ira
no habló, su expresión se volvió sombría mientras yo sorteaba la conmoción.
Si el vínculo duraba incluso después de la muerte, no podía entender cómo
funcionaba. Nuestras almas estarían ligadas para siempre. Excepto que había
vendido la mía y no tenía ni idea de lo que eso significaba para el vínculo. O
para él.
—Emilia. —Su voz era tranquila, pero tenía un tono dominante—. Di
algo.
—Dijiste que evitara hablar en absolutos. Tienen una tendencia a no
quedarse nunca, ¿recuerdas?
—¿Recuerdas algo que dije la noche que te atacaron las Viperidae?
Ira se acercó más, mirándome atentamente con cada uno de sus
medidos pasos. Me imaginé que sintió lo cerca que estaba de salir corriendo
y estaba haciendo todo lo posible para no hacer ningún movimiento repentino
y asustarme. Su atención se desvió hacia su Marca.
Inconscientemente, extendí la mano para tocar el lugar de mi cuello
donde el símbolo casi invisible estropeaba mi piel. Había tenido demasiado
dolor para absorber todo lo que había dicho esa noche, y luego estábamos
juntos en el baño y las pesadillas habían comenzado poco después.
Y antes de que me despertara me había dicho...
—Te dije que vivirías lo suficiente para odiarme. Y lo decía en serio.
—Extendió la mano y trazó el costado de mi garganta, su toque ligero como
una pluma—. Esa fue la noche en que te Marqué. Pero eso no es todo.
El pánico revoloteó dentro de mi caja torácica como un pájaro
atrapado.
Tuve la terrible sensación de que sabía a dónde iba esto y no quería
participar. Juré que mi tatuaje de compromiso comenzó a hormiguear,
recordándome que estaba allí. Como si lo hubiera olvidado.
Obligué a mis pies a permanecer firmemente plantados en el suelo,
aunque una gran parte de mí quería emprender el vuelo y correr hacia mis
habitaciones, cerrar la puerta con llave y no salir nunca.
—Para. —Me volví y comencé a alejarme. El nuevo miedo estaba
creciendo. No quería escuchar más de su confesión—. Llévame de vuelta a
mi habitación.
—No hasta que sepas toda la verdad.
Ira estaba ahora frente a mí, su mirada se fusionó con la mía.
Realmente despreciaba su velocidad sobrenatural. No se acercó a mí de
nuevo, no me impidió el paso ni me apretó contra una esquina, pero su
expresión estaba entrelazada con la promesa de permanecer cerca de mí
hasta que estuviera lista para escuchar su confesión completa. Sabía que
esperaría una eternidad si tenía que hacerlo, esperaría hasta que el sol se
apagara y la última estrella se desvaneciera de los cielos. Y yo no tenía ese
tipo de tiempo que perder.
Finalmente asentí con la cabeza, dándole permiso para continuar. Para
desarraigar mi mundo una vez más.
—¿La magia que usé que confundiste con un hechizo de renacimiento?
Fue la Marca. Nos ató, carne a carne, de una manera que permitió que mis
poderes te curaran. Solo saliste de ese ataque porque llevé el veneno a mi
cuerpo a través de ese vínculo mágico.
Su cuerpo inmortal. Un cuerpo que no sería cortado o destruido por
veneno o ponzoña o cualquier otra cosa que me hubiera matado. Tragué
saliva. Ira se unió a un enemigo jurado solo para que yo pudiera vivir. La
gravedad de lo que había hecho. Lo que había sacrificado para salvarme la
noche en que fui tras el amuleto de mi hermana, luché contra el demonio
Viperidae con forma de serpiente y casi había muerto, se estrelló contra mí.
No era de extrañar que hubiera estado furioso porque yo había sido tan
arrogante al respecto.
Su precio había sido más elevado de lo que jamás había imaginado.
Pero, de nuevo, también lo fue el mío.
—La Marca era más que una forma de convocarme o salvarte. Debido
a otro vínculo mágico que compartimos, también fue una aceptación parcial.
Creo que entiendes hacia dónde se dirige esta historia, pero ¿te gustaría que
continuara?
Mi corazón ahora latía muy rápido por su elección de palabras.
Aceptación. Ya no estábamos hablando de su Marca de invocación y la
magia que usó para tomar el veneno. Hablábamos de mi miedo, el que seguía
creciendo incluso ahora. No me atreví a mirarlo a los ojos.
—Rompí el hechizo después de eso.
—No suenas segura. Sin embargo, la verdad siempre ha estado ahí
para que la veas.
Miré la tinta traidora en su brazo desnudo; los tatuajes mágicos que no
habían desaparecido. Sospechaba que la reversión de mi hechizo no había
funcionado, pero había dejado a un lado esas preocupaciones. Estaba en lo
correcto. No había querido reconocer lo que significaba. Todavía no lo
hacía.
—¿Puedo? —Ira tomó mi mano, pero se detuvo antes de tocarme.
Asentí con la cabeza y gentilmente tomó mi brazo y subió la manga de mi
camisón. Sostuvo su antebrazo contra el mío, esperando hasta que la verdad
dejara de revolotear como un pájaro asustado y se instalara en mí.
No se podía negar que coincidían perfectamente. Y sabía por qué.
Arrastré mi atención de nuestros tatuajes a su rostro. Su rostro
hermoso, frío y real. El rostro que pertenecía a un dios caído. Y mi
destructor. La anticipación picó mi piel.
—¿Buscas la verdad? Permíteme darla libremente. Orgullo no te ha
convocado a su corte, ni lo intentará jamás. Al menos no por la razón por la
que crees.
—Porque…
Lo sabía, oh diosa, lo sabía. Aun así, necesitaba que dijera las
palabras.
—No eres su prometida, Emilia. —El mundo debajo de mí se inclinó.
La mirada de Ira era lo suficientemente firme como para evitar que mis
rodillas y el reino temblaran—. Eres mía.
TRECE
Eres mía. Todo lo que estaba fuera de esas tres palabras se
desvaneció. Mi conmoción, negación y total confusión simplemente
desaparecieron. Era como si hubiera salido de la biblioteca de Ira de
regreso a la nada del vacío. Mi pulso latía con fuerza en cada una de mis
células. La frase resonaba suavemente, tamborileaba contra cada uno de mis
nervios, incrustándose en mi corazón.
Se sintió como si la magia que nos unía se despertara por completo. La
admisión de Ira de alguna manera la sacó de su sueño y le dio permiso para
estirar los brazos.
Este poderoso príncipe guerrero, rebosante de vitalidad y poder
inmortal, muerte y rabia hechos carne... de repente, me vi atraída por una
visión.
Pasado o futuro o pura ilusión creada de este mundo pecaminoso, no
podía discernir. Estábamos en la cama de Ira, cientos de velas parpadeando
sobre la superficie brillante de sus sábanas de seda, sus paredes de color
oscuro y el brillo de sudor cubriendo su pecho desnudo.
Yo estaba a horcajadas sobre el príncipe demonio, mis muslos abiertos
para acomodar la amplitud de él. Él me miraba con una especie de posesión
primigenia, su mirada entrecerrada bebiendo cada centímetro de mi cuerpo
mientras mis caderas ondulaban, buscando placer, pero no completamente. Yo
nos provocaba a los dos al no cerrar del todo la pequeña distancia entre nuestros
cuerpos.
Me alcanzó, pero lo inmovilicé contra el colchón, mordisqueando
juguetonamente su boca antes de perderme en sus lentos besos. Pronto ya no
se contentó con ser un espectador; sus manos se entrelazaron a mis costados,
guiándome hacia su feroz excitación. Con una palabra susurrada de cariño y
un rápido impulso hacia arriba, nos unimos en todos los sentidos. Para la
eternidad.
Me las arreglé para tomar una respiración profunda y entrecortada,
desvaneciendo la visión. Alguna negación volvió a entrar.
—Todavía estamos comprometidos.

Los ojos de Ira se pusieron vidriosos momentáneamente, como si


hubiera estado en esa seductora ilusión conmigo y todavía sintiera los
temblores de placer meciéndose a través de él. Su tono frío no coincidía con
el calor que persistía en su mirada.
—Sí. Voy a ser tu esposo.
—Mi esposo. Tú, no Orgullo.
—Emilia ...
—Por favor.
Levanté una mano para detenerlo. Algo antiguo sacudió mis huesos.
Ignoré el sentimiento, en cambio me concentré en la ira que se desplegaba en
zarcillos ardientes, reemplazando cualquier sensación persistente de
conmoción o negación, y aclarando mi mente. Esto no podría estar
sucediendo. Era una complicación que no podía permitirme por varias
razones; la mayor siendo mi voto de vengar a mi hermana.
—Me mentiste.
Se quedó en silencio durante unos momentos y luego dijo en voz baja.
—A pesar de las circunstancias menos que ideales de nuestra unión,
nos adaptamos bien. Lo suficiente.
Lo miré sin pestañear. Con una declaración tan tremendamente
romántica, ¿quién necesitaba amor o pasión? Si no me iba a casar con
Orgullo para llevar a cabo mi plan, me iba a casar por amor. “Lo
suficientemente bien adaptados” también estaba tergiversando groseramente
la situación. Todavía deseaba estrangular a Ira con más frecuencia de lo que
deseaba besarlo o acostarme con él. Tenía la sensación de que él sentía lo
mismo. Lo que quizás era una indicación de que estábamos lo suficientemente
bien adaptados. La nuestra sería una impía unión de furia.
—¿Tu hermano es consciente de esto?
—Por supuesto.
El príncipe demonio parecía preparado para un arrebato violento; sus
pies estaban sutilmente separados a la altura de los hombros, su cuerpo
inclinado hacia adelante. Se merecía una buena bofetada por ocultarme esto,
pero apenas pude pensar en su confesión y la extraña forma en que sus
palabras, por inofensivas que fueran, de repente me calentaron la sangre.
Todo mi cuerpo zumbaba de conciencia, casi de forma sobrenatural.
Estaba consciente de cada uno de sus movimientos, desde el ligero
movimiento de sus pies hasta su respiración constante. Mi nueva conciencia
de él no alivió mi ira. En todo caso, solo la avivó más.
Nuevas realizaciones encajaron en su lugar. Si yo era miembro de Casa
de la Ira, otras casas reales, como la corte de Orgullo, nunca compartirían
chismes sobre su príncipe. Todas las esperanzas y planes que tenía de
obtener la información que necesitaba sobre la primera esposa de Orgullo se
arruinaron.
—Esto es una locura.
Había tomado el caos en el que se había convertido mi mundo después
de la muerte de Vittoria y había creado una pequeña apariencia de orden al
venir aquí. Y solo lo había logrado gracias a mi promesa hacia ella.
Ahora... ahora mi vida estaba girando fuera de control una vez más
debido a los Malignos.
Ira en particular. Mi furia finalmente explotó.
—Sigues diciéndome que tengo una opción. ¿Cuándo sucede eso
realmente? Ciertamente no cuando se trata de la Casa demoníaca que elijo. O
con qué príncipe pensé que estaba comprometida. No olvidemos mi favorita
personal, en Palermo, cuando te pregunté si me harías venir aquí. Para
gobernar en el infierno. Dijiste que nunca me obligarías. Aparentemente,
engañar es un sustituto perfectamente aceptable. Felicidades. —Aplaudí
lentamente—. Realmente conoces tu manera de doblar la verdad. Debo
admitir que estoy impresionada.
No pareció aliviado, pero relajó su postura, marginalmente. Vi el
momento exacto en que recordó la noche de la que estaba hablando, cuando
pensé que había roto nuestro compromiso con un hechizo para deshacer.
Había jurado que no me obligaría a casarme ni me llevaría al inframundo.
Aparentemente, más verdades a medias, si no mentiras completas.
—Todavía lo haces. No tienes que completar nuestro matrimonio.
Señalé con un dedo en acusación a la Marca de invocación.
—¿Y qué pasa con este vínculo inquebrantable? No parece una
elección. Me doy cuenta de que también tenías mucho que sacrificar, pero al
menos sabías lo que estabas decidiendo. Independientemente, deberías
habérmelo dicho antes. Tenía todo el derecho a saberlo.
—La Marca fue la mejor alternativa que se me ocurrió en ese
momento. Y gracias al veneno, no tenía muchas otras opciones que explorar
antes de que detuviera tu corazón. Te pedí que me concedieras permiso para
ayudar esa noche. Ahí estaba tu elección. Nos comprometiste. Yo acepté.
Como si necesitara un recordatorio de ese grave error.
—¿Alternativa a qué?
—Retrasar ciertos impulsos que crea la aceptación.
—Impulsos.
Mi boca se cerró con un clic audible cuando la comprensión se hundió.
Todos mis pensamientos y sentimientos llenos de lujuria hacia Ira se habían
ido intensificando lentamente. Habían estado erosionando mi desconfianza y
la traición que había sentido. Pensé que era solo este reino, su tendencia
hacia el deseo, alimentando mis emociones, empujándome hacia ese frenesí
casi primario de acostarme con él. Pero no fue así. También era una
necesidad antigua reclamar a mi marido. Para asegurar nuestro matrimonio.
Diosa arriba. Ira era mi prometido.
Había estado librando una batalla en muchos frentes y ni siquiera lo
sabía. No era de extrañar que resistir la tentación hubiera sido tan difícil.
Había estado luchando contra el vínculo, el reino y sus empujones para
enfrentar mis miedos de poseer mi deseo sexual sin culpa ni vergüenza.
Si estaba siendo honesta, los sentimientos conflictivos habían
comenzado mucho antes de que llegáramos a este mundo. Cuando había sido
atacado por Envidia y se desangró ante mí, algo había cambiado en ese
momento.
Y antes de eso, cuando había estado bajo el hechizo de Lujuria,
deseaba desesperadamente a Ira. Por un momento esa noche, él pareció
querer acortar la distancia entre nosotros también.
Regresé al presente.
—¿Tu aceptación del compromiso crea deseo?
—La consumación, junto con una ceremonia tradicional, completan el
vínculo matrimonial. —Buscó mi rostro, probablemente viendo si estaba a
punto de golpearlo ahora. Quería. Tremendamente—. Te ves...
—¿Enfadada? —Levanté las cejas y ladeé la cabeza. Fue lo
suficientemente sabio como para saber que el silencio que siguió era dos
veces más peligroso que levantar una mano.
—Crear fue una mala elección de palabras. Fomenta la finalización
del vínculo. En algún nivel, ya tienes que poseer esos sentimientos, o de lo
contrario no habría nada que el vínculo pudiera alentar.
—¿El reino me ha estado animando alguna vez, o es solo nuestro
vínculo?
—Ambos.
—¿Y tu Marca de invocación hace qué, exactamente?
—Marcarte somete los impulsos matrimoniales porque es su propio
vínculo inquebrantable entre nosotros. Si lo pensaras en términos de un cuerpo
de agua, sería similar a un río que se divide en dos arroyos más pequeños.
Cada uno diluye al otro hasta cierto punto, hasta que se vuelven a unir.
Por eso él pasaba los nudillos por la Marca cada vez que nos
besábamos; había estado tratando de diluir mis impulsos. También hizo eso
mientras estaba bajo la influencia de Lujuria en la hoguera. Lo que
significaba que lo había estado apisonando durante un tiempo. Y no se había
molestado en decírmelo.
No sé por qué me dolió tanto, pero lo hizo.
—¿Qué pasa si me niego a aceptar el matrimonio? ¿Todavía te querré
en mi cama?
—Los impulsos permanecerán, pero nunca forzarán tu mano, Emilia.
Esa no es la forma en que funciona el vínculo. Siempre tendrás una opción.
Como lo harías con cualquier otro compañero.
—Siempre tengo una opción —me burlé—. Excepto si quiero casarme
con el diablo.
Ira se puso rígido. Las palabras salieron de mi boca antes de que
pensara mucho en ellas. O cómo podrían afectar al príncipe. Para que él
también experimentara esos impulsos, debía poseer algún nivel de
sentimientos por mí.
Y eso era... era demasiado complicado de clasificar.
Sabía que era injusto culparlo, especialmente porque yo era quien
originalmente lo había atrapado en un compromiso matrimonial, pero no
pude evitar aferrarme a mi furia. Todos mis planes se estaban incendiando.
Si no llegaba a la Casa del Orgullo, era posible que nunca descubriese lo que
realmente le sucedió a mi gemela. La única razón por la que había firmado
ese contrato era para colocarme en el nido de víboras y evitar que más
brujas fueran asesinadas.
Ahora estaba en este reino y atrapada en una situación que no
promovería mi misión. No vine aquí para encontrar el amor ni para
convertirme en Princesa de la Casa de la Ira. Vine por venganza. Vine a ser
Reina. Estaba aquí para destruir al demonio que había matado a Vittoria y
salvar a mi familia y a la isla de un mayor peligro de los demonios
invasores. E Ira estaba complicando todo mi mundo.
—¿Por qué el secreto? —exigí—. Si no querías que firmara el contrato
de Orgullo, podrías habérmelo dicho en la cueva esa noche. ¿Por qué no
pedir que me uniera a tu Casa? No tiene sentido que me ocultaras esto.
—Prometida o no, eres libre de unirte a cualquier Casa del Pecado que
desees. Nunca me interpondré en tu camino. Y no te lo dije porque no quería
que vinieras aquí.
—¿Por qué no me quieres aquí? —Él apretó los labios. Yo no iba a dejar
que se saliera con la suya con esa respuesta de no respuesta de nuevo—.
Dime. Dime que esto tiene algo que ver con la maldición y no con otra
persona que amas. Necesito entender por qué guardas algunos secretos y
entregas otros.
—No puedo. Estate contenta con las respuestas que has obtenido.
Noté su elección de palabras. No puedo y no lo haré eran muy
diferentes. Lo miré, pero su expresión no reveló nada. Sabía que había
elegido esas palabras con cuidado.
—¿Es por eso por lo que no puedo viajar entre las cortes de demonios sin
una invitación? ¿Porque técnicamente estoy atada a tu Casa?
Asintió.
—Aún necesitarías una escolta a través del reino, ya que es peligroso
viajar sola, y necesitaríamos que una delegación de cada Casa se reuniera en
la frontera de nuestros territorios, pero sí. Como mi prometida se te
considera la futura co-gobernadora de la Casa de la Ira. Por lo tanto, sería un
acto de agresión si simplemente te presentaras en otra corte sin previo aviso
o permiso.
—¿Qué hay del contrato que firmé con la Casa del Orgullo?
—Si completamos nuestro matrimonio, se anulará.
—¿Y si no lo hacemos? ¿Qué pasa con los asesinatos de brujas?
¿Siguen sucediendo?
—No. No lo hacen.
—¿Cómo es eso posible? Toda tu misión giraba en torno a encontrarle
una novia al diablo. A menos que nunca se haya tratado realmente de eso...
Ira parecía querer decir más, pero no podía o no lo haría. Su creciente
silencio solidificó mi anterior preocupación acerca de que los asesinatos no
tenían nada que ver con que el diablo necesitara una novia para romper su
maldición. Lo que significaba que las brujas fueron asesinadas por alguna
razón que aún no había descubierto. La molestia luchó con el enojo mientras
miraba al príncipe de los secretos.
—Si eliges no hacer nada —dijo finalmente, rompiendo el silencio—,
entonces eventualmente serás enviada al Templo del Destino. Luego se
reunirá un consejo de tres sobre el asunto. Ese camino es desaconsejado,
pero, no obstante, es tu elección.
—Maravilloso. ¿El consejo hará qué? ¿Decidir entonces si me caso
contigo o con otra persona?
—Ellos decidirán el destino de todos nosotros.
Lamenté no haber aceptado la bebida que me había ofrecido antes.
Giré la cabeza, tratando de aliviar la creciente tensión. Había demasiadas
emociones luchando por el dominio en este momento. Ira se acercó a donde
yo estaba y puso el vaso en mi mano, luego comenzó a dar vueltas por la
habitación.
—¿Cómo supiste que quería la bebida? ¿Puedes sentir mis emociones
con tanta claridad, o es una ventaja adicional de nuestro vínculo de
compromiso? O tal vez la Marca de invocación. Es difícil mantener todos tus
trucos en orden.
—Tu mirada se posó en el cristal, Emilia. Simplemente leo tu lenguaje
corporal.
Lo vi caminar, mi mente dando vueltas con cada una de sus
revoluciones por la habitación. Todas sus acciones estaban empezando a
tener sentido. No me había dejado morir a causa de los elementos porque yo
era su futura esposa. También era la razón por la que se había quedado
conmigo en el Corredor del Pecado, aunque Anir dijo que no debería
haberlo hecho. Otro recuerdo volvió a mí. En Palermo, Anir había
mencionado completar el vínculo matrimonial y asegurar su Casa, algo sobre
ganar el poder total. Cuando vino a buscarme a la cueva, noté un cambio en
su poder. Se había sentido infinito. Más fuerte.
Ira podría tener algunos sentimientos o atracción física por mí, pero,
dada su naturaleza, me pregunté si había actuado en parte por instinto de
conservación.
—¿Tus súbditos lo saben?
—Sí. Todo el reino está consciente.
Por eso había hecho un ejemplo tan público de lord Makaden. El noble
no se había limitado a desobedecer una orden real; había desafiado a Ira e
insultado a su futura esposa. Lo mismo sucedió con el oficial al que le había
tirado una montaña; había amenazado con matar a la princesa de la Casa de la
Ira. Si alguno de ellos me lastimaba, a su vez disminuiría el poder de Ira
hasta cierto punto. Sabía exactamente cuánto codiciaban los príncipes del
Infierno el poder.
Lo suficiente como para unirse a alguien con quien puedan disfrutar
entre sus sábanas de vez en cuando, pero que nunca amarían de verdad. Para
la eternidad.
Lo suficientemente bien adaptados.
La elección de palabras me irritaba. Tampoco había negado que
hubiera alguien más en su vida. Alguien a quien habría elegido antes de que yo
destruyera su mundo.
—Te invité a la cama esta noche. —Mi voz era baja, pero no mansa.
Ira dejó de caminar y su mirada pesada chocó con la mía. Mi atención vagó
por su rostro—. ¿Me habrías dicho algo de esto antes de dormir juntos?
—No importa cuán tentador sea, no habría consumado nuestro
matrimonio esta noche. Hay muchas formas de dar y recibir placer sin poner
en peligro tu libre albedrío.
—¿Es esa la verdad? ¿O simplemente lo que crees que deseo
escuchar?
Me miró fijamente y apretó la mandíbula. La temperatura a nuestro
alrededor se enfrió algunos grados. Casi esperaba que los cimientos del
castillo temblaran.
—¿Qué clase de monstruo crees que soy?
No tenía una buena respuesta. Y hasta que lo hice… respiré hondo,
pensando en mis opciones. Ira había mencionado que algunos de sus
hermanos estaban interesados en recibirme en sus Casas. Quizás era hora de
una visita.
—Quiero que me acompañes a la Casa de la Envidia por la mañana. ¿Le
enviarás una nota para hacerle saber que acepto su invitación?
Ira no reaccionó durante un largo momento; parecía que no estaba
seguro de haberme escuchado correctamente. Me miró tan fijamente que
comencé a preocuparme de que pudiera ver a través de la carne y los huesos
directamente en mi alma. Mantuve mi expresión blanda y forcé pensamientos
de tranquilidad: recolectando conchas junto al mar, riendo con mi hermana y
Claudia, bebiendo vino y hablando de cosas sencillas.
Cualquier cosa para evitar que mis emociones me traicionaran.
Finalmente asintió con la cabeza. No estaba contento, eso era obvio
por la forma en que se puso tenso ante la solicitud, pero tampoco estaba
tratando de detenerme o encarcelarme.
No era su princesa mimada. Hasta ahora, mis elecciones seguían
siendo mías.
—¿Estás segura de que eso es lo que quieres? ¿Incluso después de lo
que hizo Envidia?
—Sí. —Pensé en mi próxima solicitud—. También necesito un kit de
costura.

—Ya no necesitas coser tu propia ropa, Emilia. Una costurera puede


hacer eso.
—De todos modos, me gustaría uno para emergencias.
—Muy bien. Haré que te envíen uno a tu habitación y se lo diré a mi
hermano esta noche. ¿Eso sería todo?
—Por ahora.
—Ven. —Ofreció su mano, su voz y expresión lo suficientemente
afables como para hacerme desconfiar mientras me acercaba. Ignoré la
pequeña chispa que pasó entre nosotros cuando sus dedos se cerraron
alrededor de los míos. Si él también lo sintió, no lo dejó ver—. Te llevaré a
tu habitación para empacar. Saldremos hacia la Casa de la Envidia con las
primeras luces del día.
CATORCE
Ira hizo una pequeña y aparentemente inocua solicitud propia antes de
dejarme para empacar un baúl para mi visita. Había pedido que se enviara un
vestido por la mañana, uno en el que fuera apropiado ser recibida por un
príncipe del Infierno. Independientemente de los motivos ocultos, de los
cuales estaba segura de que tenía muchos, decidí que había poco daño en
conceder su deseo y acepté rápidamente.
Me dije a mí misma que mi rápida aceptación no tenía nada que ver
con el hecho de que mi prometido estaba en mi suite privada, parado sin
camisa cerca de mi cama, luciendo como si estuviera tallado en la esencia
misma de la tentación. Mantuvo una distancia cuidadosa, casi
dolorosamente, pero no había nada que pudiera hacer para amortiguar mi
conciencia de él. El espacio entre nosotros parecía vibrar con tensión y
anticipación. No estaba segura de si solo venía de mí o si él también lo
sentía. Se había retirado al enigmático príncipe que era cordial, pero por lo
demás difícil de leer.
Yo no estaba tan tranquila. Mis emociones aún estaban alborotadas
después de conocer la verdad, y tenía todo el derecho a arroparme a salvo
en la negación hasta que las resolviera. Lejos del príncipe.
El destello de alegría finalmente irrumpió en sus fríos rasgos cuando
lo acompañé fuera de mis habitaciones y prácticamente cerré la puerta
pisándole los talones. Apoyé la cabeza contra la pared y exhalé. Una hora
antes me había sentido muy diferente. No podía meterlo en mi cama lo
suficientemente rápido.
Saqué de mi mente el recuerdo de nuestro encuentro romántico fuera de
sus habitaciones. Recordar la agradable sensación de sus manos acariciando
y explorando no haría nada para aclarar mi mente.
—Qué pesadilla.
Me apresuré a entrar en mi cuarto de baño para salpicarme la cara con
agua y me vi en el espejo, comprendiendo de inmediato su divertida
reacción. Mis ojos oscuros estaban muy abiertos y enloquecidos, mi cabello
rebelde por nuestra anterior inmersión en problemas, y mi piel estaba
sonrojada como si una fiebre tortuosa se hubiera apoderado de mí. Era un
desastre salvaje e indómito por dentro y brillaba por fuera. Ciertamente no
era la reacción ideal al matrimonio para estimular el ego o la confianza de los
hombres. Aunque no era como si a Ira le faltara en ninguna de esas áreas.
Mi mirada se enganchó en mi amuleto, sacándome brevemente de los
pensamientos sobre esposos y esposas y lazos mágicos inquebrantables.
Dada la reacción de Envidia al Cuerno de Hades la última vez, quería el
collar lejos de él. Me negaba a arriesgarme por descuido a exhibirlo ante sus
narices mientras permanecía en su Casa real.
Me lo quité y lo coloqué en el fondo del cajón de mi tocador. Le
dejaría saber a Ira dónde encontrarlo por la mañana. Cuando cerré el cajón,
noté algo que no había estado presente antes: un espejo plateado de mano y
un cepillo y un peine a juego estaban colocados encima de la mesa.
Aparecieron algún tiempo después de que me limpiara de la sangre de
lord Makaden y ahora. Admiré el grabado detallado, maravillándome de la
artesanía. Otro hermoso, y reflexivo, regalo de mi futuro esposo. Suspiré. Si
Ira comenzaba a cortejarme, no estaba segura de recordar todas las razones
por las que no éramos una pareja adecuada. De las cuales había muchas.
Primero, era un príncipe del Infierno, un enemigo mortal de las brujas.
A continuación, era reservado y no confiaba en mí más de lo que yo confiaba
en él con total revelación. También podía sentir lujuria a mi alrededor, pero
eso no equivalía a amor. Quería un verdadero compañero, igual y confidente.
Ira siempre mantendría sus conocidas cartas cerca, y no estaba segura de que
alguna vez negociara. Dada la naturaleza frágil de nuestra relación actual, es
posible que nunca lo incluyera por completo en mis planes.
Quité los cráneos de animales y los clips de flores de alrededor de la
coronilla de mi cabeza, luego pasé el peine por mis rizos sueltos, tratando
desesperadamente de ralentizar mi pulso. No sirvió.
Dejé el peine y regresé a mi dormitorio, paseando tan rápido por la
habitación que casi sudaba, demasiado agitada para intentar dormir. Por muy
atractivo que fuera hacer a un lado mis sentimientos, necesitaba resolver
algo del enredo antes de irme a la Casa de la Envidia
Ira era un príncipe apuesto y soltero, y sin duda era muy buscado por
todas las damas elegibles de la nobleza. A veces era un poco distante y
arrogante, pero también era encantador y coqueto cuando quería serlo. Una
vez incluso se había llamado a sí mismo “Su Alteza Real del Deseo
Innegable”. Y, la diosa lo maldiga, podía ver cómo eso era cierto. Si ponía su
atención en alguien, dudaba que resistirían su búsqueda romántica por mucho
tiempo.
Se acercaba a todo estratégicamente y solo sería cuestión de tiempo
antes de que el objeto de su deseo se rindiera felizmente a su cuidadosa
seducción. Ciertamente había sido un amante generoso en los Bajíos de
Medialuna, centrándose en mis necesidades como si eso le diera el máximo
placer de hacerlo. De hecho, imaginé que tenía su elección de compañeros
de cama demasiado dispuestos antes de que yo entrara en su mundo. Algunos
compitiendo por su trono y poder, otros únicamente interesados en su cuerpo.
De repente dejé de caminar cuando se me ocurrió otro pensamiento,
uno que pinchaba como las pequeñas púas en una concha de cangrejo cuando
servíamos en nuestra trattoria. Lo había pensado antes, y ahora parecía
burlarse de mí con mayores implicaciones.
Ira no había profesado amor ni afecto, solo que estábamos lo
suficientemente bien adaptados. Si bien no fue el momento romántico de mis
sueños, había algo de verdad en su declaración.
Lo conocía lo suficiente como para saber que nunca me obligaría a
hacer nada ni interferiría con mi libre albedrío, y al menos no estaría atada
al diablo. Pero no pude evitar preguntarme si habría alguien más con quien
él preferiría casarse. Antes de que accidentalmente lo convocara y nos
comprometiera, era posible que hubiera alguien en su cama y en su corazón.
Alguien en quien podría estar pensando ahora. Cuando nos conocimos,
había dejado muy claro cuánto odiaba a las brujas. Incluso si sus
sentimientos por mí se estuvieran derritiendo, tal vez nunca sería suficiente
para que me amara de verdad. ¿Tendría una amante si completábamos nuestro
vínculo matrimonial?
No me gustó la pizca de incomodidad que vino con esos pensamientos.
No importaba cuánto trataba de calmar mi cerebro, no podía dejar de
pensar en nuestro apasionado encuentro en la laguna y luego fuera de su
dormitorio. Sus manos en mi cuerpo, mi espalda presionada contra la pared,
su lengua reclamando la mía… en esos momentos él se sentía bien.
Pero eso no significaba que lo fuera. Por multitud de razones. La
pasión y la lujuria no podían borrar la falta de confianza entre nosotros o los
secretos que ambos guardábamos. Una buena relación se construía sobre una
base sólida de honestidad, y ni siquiera sabía su verdadero nombre.
Aparte de la posibilidad real de que Ira nunca se permitiera amarme
por completo, no estaba segura de si alguna vez pudriera permitirme amarlo
por completo. Acostarme con él, ciertamente. Casarme, tal vez. ¿Pero dejar
todo lo demás y aceptarlo como era, con todos sus secretos? No estaba tan
segura.
—Diosa, ayúdame. —Esto era desastroso.
Estaba dispuesta a casarme por conveniencia con Orgullo. Pero solo
porque me permitía acceder a su Casa y comprender mejor cómo el asesinato
de su esposa podría relacionarse con el de Vittoria. Uniéndome a Ira… No
estaba segura de cómo eso ayudaría en mi misión.
En todo caso, todo lo que se me ocurrió fueron más complicaciones.
Me arrojé sobre la cama e invoqué a la Fuente. Mi magia respondió casi
instantáneamente, feliz de ser usada mientras estaba distraída. Creé un jardín
de flores ardientes de oro rosa y las hice flotar hasta el techo, mi mente
regresando a los dos príncipes que actualmente ocupan la mayoría de mis
pensamientos.
No sabía nada sobre Orgullo, aparte del hecho de que era el diablo. A
Ira lo estaba empezando a conocer un poco mejor, y estar cerca de él a veces
hacía que el dolor en mi pecho disminuyese. No borraba los recuerdos de mi
gemela, nadie podría hacer eso nunca, pero cuando estaba cerca, encontraba
una perversa sensación de paz discutiendo con él.
Liberé el control de mi magia, las flores de fuego se fueron apagando
lentamente. Observé cómo los pétalos se convertían en ascuas ennegrecidas
que flotaban hasta el suelo y se apagaban antes de tocar la alfombra. Suspiré,
demasiado angustiada para emocionarme por mi uso de magia más
impresionante hasta el momento. No era el vínculo matrimonial lo que me
molestaba; era darme cuenta de que mi familia no había logrado sacarme de
las profundidades de mi dolor, pero el príncipe demonio sí.
Algunos días lo odiaba por eso, pero había una gran parte de mí que
estaba agradecida por su falta de voluntad para tolerar que mi fuego se
apagara. Me empujaba, molestaba y se burlaba de mí hasta que no quería
nada más que envolver mis manos alrededor de su cuello y apretarlo. Y era
mucho mejor estar enojada en lugar de convertirme en un fantasma de mi
antiguo yo por la tristeza y el dolor.
Había sido una noche muy larga e inquieta y este reino no hacía nada
para facilitar mi camino mientras pasaba por las emociones. Me levanté dos
veces, llegué a la puerta exterior, mi mano se cernió sobre la perilla, luego
me hice a la idea y regresé a la cama.
Estaba aquí para descubrir la verdad sobre mi gemela. Cuanto más
pensaba en Vittoria, más fácil me resultaba distanciarme de esos otros
impulsos. Y cuando esos pensamientos no fueron suficientes, continué
profundizando en la Fuente, creando una variedad de flores en llamas de
varios tamaños. Practiqué extinguir algunas flores, mientras aumentaba la
intensidad de las llamas en otras.
Cuando el vestido llegó justo antes del amanecer, junto con el anillo de
rama de olivo que Ira me había dado en el mundo de los mortales, había
estado con los ojos nublados al abrir el paquete, pero complacida. Era de
encaje negro sólido, con mangas largas ajustadas y una falda amplia, pero no
era del todo modesto. Los costados fueron cortados desde justo debajo de la
parte superior de mis costillas hasta mi cintura.
Esos bordes abiertos estaban alineados con diseños dorados
relucientes que me recordaban a las enredaderas en flor. Las serpientes
también se retorcían a través de la flora.
Tentación era como se debería haber llamado el vestido si las prendas
tuvieran nombres.
Ahora, mientras entrábamos en la antecámara oscura de color esmeralda
fuera de la sala del trono de Envidia, en medio de un mar de nobles que
esperaban vestidos con varios tonos de sedas y terciopelos de color verde
oscuro, nadie se percató de que Ira había elegido mi ropa con mayor
propósito.
Su traje perfectamente entallado era la versión masculina de mi
vestido. Chaqueta negra, chaleco negro y dorado con ese mismo diseño
floral y de serpiente, camisa negra y pantalón a juego. Los anillos de oro
brillaban en sus nudillos, más parecidos a un arma que una mera
ornamentación. Su corona estaba hecha de hojas de laurel de oro
entrelazadas con brillantes serpientes de ébano.
Yo no llevaba diadema ni tiara, pero Ira me había vestido con su firma
negra y dorada. Era su forma de mostrarle a esta corte a dónde realmente
pertenecía. A su lado.
A juzgar por los susurros y las miradas curiosas que seguían
deslizándose en nuestro camino después de que el heraldo se apresurara a
prepararse para nuestro anuncio, el plan de Ira había funcionado.
A decir verdad, había estado en su plan en el momento en que saqué el
vestido de su envoltorio de tejido oscuro. Mi príncipe no era tan sutil como
imaginaba. O tal vez no había estado apuntando a la sutileza en absoluto. La
última vez que había visto a Envidia, su hermano lo había destripado. Quizás
este acto de posesión tenía más que ver con cualquier disputa privada que
estuviera ocurriendo entre ellos.
Aunque era posible que también fuera la forma en que Ira se aseguraba de
que cualquiera de esta corte lo pensara dos veces antes de atacarme. Estaba
protegiendo su potencial aumento de poder e irritando a su hermano. Estaba
segura de que también había un profundo sentido de la caballerosidad en
juego.
Ira no quería que me sucediera ningún daño. Sabía que, más que nada,
era la verdadera fuerza impulsora detrás de sus acciones. Por eso me había
puesto el vestido que me reclamaba como parte de su Casa real tanto como
lo hacían nuestros tatuajes mágicos y su Marca real.
Estaba extendiendo su protección, y solo un tonto la rechazaría. Puede
que haya sido una tonta antes, pero, gracias a la diosa, estaba aprendiendo
rápidamente.
El heraldo señaló con la cabeza a dos guardias apostados en las
puertas dobles, luego pisoteó el suelo con un bastón con punta de esmeralda.
Las puertas se abrieron, revelando mi primer vistazo al interior de la corte
real de Envidia. Los pisos de mármol verde cazador se extendían por la sala
con forma de catedral con filas de columnas a juego a cada lado de un largo
pasillo. Grupos de miembros de la realeza elegantemente vestidos formaban
pequeños círculos por todo el espacio, con la atención fija en el heraldo.
Y las dos personas que estaban detrás de él, esperando nuestras
presentaciones.
Ira no les hizo caso, aunque sospeché que ya había trazado las salidas
y la ubicación de los guardias. En este momento, el general de guerra estaba
escondido debajo del príncipe frío. La arrogancia goteaba de él como si
hubiera esperado el recibimiento de este tribunal y no le sorprendiera.
Miré más allá de la multitud, ignorando sus miradas hasta que mi
atención aterrizó en el estrado. El príncipe de la Envidia estaba tendido en su
trono, su expresión era de completo desinterés. Parecía como si hubiera
otros cien lugares más interesantes en los que preferiría estar y un centenar
de personas más con las que preferiría asociarse. Tenía que ser un acto.
Seguramente sentía a su hermano. Y la ola de inquietud recorriendo la
habitación.
Después de una pausa embarazosa para lograr el efecto más dramático,
la voz del heraldo rompió el silencio.
—Su Alteza Real, P ríncipe Ira de la Casa de la Ira, General de Guerra y
uno de los Siete, y lady Emilia di Carlo de la Casa de la Ira.
No pensé que fuera posible que la habitación se volviera más
silenciosa, pero lo hizo. Cesaron los susurros. Los pies arrastrándose se
congelaron. Era como si toda la corte se hubiera convertido en piedra.
Excepto por su príncipe. En el momento en que nos anunciaron, Envidia se
enderezó. Esa expresión indolente fue reemplazada por un astuto interés
mientras avanzábamos lentamente por el pasillo. Lo estudié muy de cerca.
Llevaba una chaqueta de terciopelo de cola de golondrina del color de
un bosque siempre verde con una corona de plata con joyas. Su cabello
negro azabache era diferente al de la última vez que lo vi. Era más corto en
los lados y un poco más largo en la parte superior. El nuevo estilo mostraba
las duras líneas y ángulos de su rostro, los pómulos que eran lo
suficientemente afilados como para tallar algunos corazones. Su vello facial
también había desaparecido en su mayor parte, excepto por una ligera
sombra que solo servía para realzar su robusto atractivo.
Si no supiera qué tipo de monstruo despiadado acechaba bajo su piel,
me sentiría atraída por esos rasgos fascinantes.
Traté de no dejar que la inquietud se mostrara cuando sus ojos verdes
antinaturales pasaron por encima de su hermano y se fijaron en mi rostro.
Envidia había secuestrado a mi familia y luego había dañado a Ira en su
búsqueda para obtener el Cuerno de Hades. No tenía que agradarme ni
confiar en él durante la visita.
Solo necesitaba usarlo para mi beneficio.
—Hermano. Veo que has traído a tu bruja de sombra. —Su expresión
era aburrida una vez más, aunque juré que sus labios se crisparon
ligeramente en los bordes cuando Ira se tensó a mi lado—. No pensé que
quisieras compartir. Pero ciertamente la has vestido de la manera más
atractiva. Toda esa piel suplica ser adorada. Ya es hora de que encuentre la
religión, ¿no crees?
Fue solo por mi necesidad de asegurar la información que me mordí la
lengua.
—Tus modales parecen haber desaparecido junto con la longitud de tu
cabello. —Ira apretó suavemente mi mano—. Lady Emilia aceptó
amablemente tu invitación. Le habría aconsejado que la quemara y
devolviera las cenizas. Junto con una pila humeante de mierda de sabueso
del infierno.
—Sí, bueno, nunca fuiste de las sutilezas. Deja a la dama y vete.
—La llevaré a su habitación antes de irme.
—No.
Una sonrisa lenta y amenazadora se extendió por el rostro de Ira.
—Eso no fue una solicitud. La acompañaré a su habitación. Entonces
me iré.
La tensión descendió como un ejército entre los dos hermanos,
preparados y listos para atacar. No me atreví a mirar hacia atrás, pero
escuché el roce de las faldas moviéndose por el suelo como si los miembros
de la corte estuvieran poniendo mucha distancia entre ellos y los dos
miembros de la realeza.
Me pregunté con qué frecuencia podrían pelear y si usarían magia o
armas o ambos.
Ninguno de los dos príncipes rompió la mirada del otro y yo puse los
ojos en blanco mientras seguían frunciendo el ceño. Un momento más y se
desabrocharían los tirantes de los pantalones y compararían longitudes.
Envidia finalmente se echó hacia atrás, sus dedos enguantados
tamborileando los brazos de su trono. Su atención se deslizó entre su
hermano y yo, y esa media sonrisa burlona regresó.
—Muy bien. Si te saca de aquí más rápido, lo permitiré. —Señaló con
la barbilla hacia un sirviente de cabello plateado que esperaba cerca. El
demonio inmediatamente dio un paso adelante, ansioso por complacer a su
príncipe—. Guía a mi hermano y su juguete a sus aposentos privados. Si no
se ha ido en un cuarto de hora, usa la fuerza. Mi hospitalidad y mi gratitud
hacia la Casa de la Ira solo se extienden hasta ahora. Por cada minuto que
permanezca durante el tiempo asignado, planearé algo creativo para hacerle
a su preciosa hechicera.
Sutilmente miré a Ira por el rabillo del ojo. Esta vez no mordió el
anzuelo de Envidia. Ofreció una ligera inclinación de cabeza y luego le dio
la espalda a su hermano. Lo que rápidamente me di cuenta de que era, muy
posiblemente, la mayor muestra de descarado desprecio que podía ofrecer.
Su acción consideraba a Envidia indigno de su miedo. Prácticamente
podía escuchar los molares del príncipe de la Envidia rechinando mientras
nos alejábamos.
Honestamente, me sorprendió que no hubiera resistido más. Ira había
entrado en otra corte de demonios y nadie parecía sorprendido por sus
demandas. O la aceptación bastante rápida por parte de su príncipe. Tal vez
la reputación y el papel de Ira como general los hacía cautelosos.
Puso mi mano en su brazo mientras salíamos de la sala del trono y
seguimos al sirviente por una amplia y grandiosa escalera.
El castillo de Envidia estaba decorado principalmente en plateado y
verde con toques de blanco y negro. Viajamos sobre baldosas de tablero de
ajedrez y sonreí para mí misma mientras observaba el diseño del piso. Sus
invitados eran simplemente piezas de ajedrez que se movían por los pasillos
finamente decorados, destinados a invocar sentimientos de envidia. Desde
los muchos tonos de verde hasta las riquezas que se exhibían, todos
contribuían al pecado por el que se regía esta Casa.
Las estatuas de mármol se alineaban a cada lado del pasillo dorado,
pero no les di más que una mirada superficial. No quería sucumbir
inadvertidamente a sentimientos de celos por la generosidad del arte
hermoso. Ira no había ajustado la presión de su agarre, pero sentí que la
tensión se derramaba de él cuanto más nos adentramos en la fortaleza de su
hermano.
El siguiente rellano se dividió en dos alas y nos llevaron a la derecha.
El sirviente se detuvo ante una puerta cerca del final y se inclinó.
—La suite de la dama. Su baúl ya está dentro. ¿Necesitarán algo más?
—Ira negó con la cabeza. El sirviente exhaló y volvió su atención a mí—.
Toque el timbre si necesita algo.
Antes de que Ira pudiera asustar al demonio, le di una cálida sonrisa.
—Gracias.

El sirviente se quedó paralizado por un momento, luego asintió una vez


y rápidamente desapareció por el pasillo del que veníamos. Ira lo vio irse
antes de volverse hacia mí.
—El personal no espera que se le agradezca por hacer su trabajo.
—Todos los que trabajan o brindan un servicio que es una comodidad
deben ser agradecidos.
Ira me miró con expresión inescrutable antes de pasar por las habitaciones
que me habían designado. Su atención aterrizó en cada rincón, grieta y mota
de polvo como si esperara que alguna criatura infame saltara y atacara.
O tal vez lo desanimaron todos los tonos verdes y plateados.
Lo seguí, tratando de evitar que mis labios se curvaran hacia arriba
mientras él miraba debajo de la cama con dosel, luego apartó las cortinas y
sacudió las ventanas. Irrumpió en mi cuarto de baño, con la mano en la
empuñadura de su daga, su expresión feroz. Príncipe del infierno o guardia
personal. Era difícil distinguir quién era mientras atendía mi suite.
Me mordí el labio para no reírme mientras tomaba una jarra, la agitaba
un poco y se la acercaba a la nariz. Dudaba que Envidia le hubiera puesto
veneno, pero Ira no quería correr ningún riesgo.
Notó mi mirada y me observó con esa mirada feroz.
—¿Me encuentras divertido?
—¿En este momento? Mucho.
Tiró la jarra a un lado y se acercó a mí, sus movimientos lentos y
deliberados. Aquí estaba el depredador que apenas mantenía escondido bajo
toda la fina ropa. Su apariencia civilizada era simplemente una máscara, una
forma de ocultar su verdadera naturaleza. El cazador estaba ahora en plena
exhibición y su nuevo objetivo estaba firmemente fijado en su mira.
Un escalofrío me atravesó antes de que mi sonrisa se desvaneciera y
me echara hacia atrás. No detuvo su persecución hasta que la parte posterior
de mis muslos rozaron la cama. Entonces hizo una pausa, dándome la
oportunidad de escapar al otro lado. Pero no me moví. Me quedé donde
estaba.
Dio un paso más, luego se detuvo, ofreciendo una última opción antes
de borrar la distancia. Podría sentarme o permanecer de pie. Sentarse era un
problema. Estar de pie era peor. Nos ponía demasiado cerca. Me mantuve
firme.
Ira ahora estaba lo suficientemente cerca como para que, con cada una
de mis respiraciones, mi pecho rozara el suyo. A decir verdad, sentí
cualquier cosa menos miedo. Mojé mis labios y su mirada se oscureció.
—¿Qué te parece ahora? —Inclinó su rostro hacia abajo, su boca
flotando justo encima de la mía—. ¿Todavía te divierto, mi lady?
Mi pulso se aceleró. A juzgar por la mirada ardiente en sus ojos, sabía
perfectamente bien cómo me sentía en ese momento. Respiré para
estabilizarme y exhalé lentamente.
—Si decido regresar, ¿tengo que enviar una solicitud a tu Casa?
Un músculo se flexionó en su mandíbula, lo que indicaba que había
captado mi elección de palabras y no estaba contento con la posibilidad de
que no regresara. En lugar de discutir, o de dar cualquier orden arrogante, Ira
dio un paso atrás y tomó mi mano entre las suyas, dándole la vuelta con
cuidado. Llevó mi palma a sus labios, le dio un casto beso y luego cerró mis
dedos alrededor de ella. El calor se disparó por mi brazo, calentó mi sangre
y mi cuerpo zumbó de necesidad. Su inesperada ternura no estaba ayudando
a que las cosas entre nosotros se volvieran menos turbias.
—Mi casa es tu casa, Emilia. No necesitas invitación. Cuando decidas
regresar, te enviaré una escolta. —Hizo un gesto hacia la cama—. Siéntate.
Tengo algo que darte.
Mi atención se disparó a su boca y rápidamente la volví a levantar,
luchando contra la magia pecaminosa del reino, nuestro vínculo matrimonial
persistente y el atractivo general de Ira.
Ahora no era el momento de pensar en besar.
No dijo nada, ni sonrió, pero casi sentí su placer mientras trabajaba
con mis emociones. Decidiendo que no era probable que me violara aquí, me
senté en el borde del colchón.
Ira se puso de rodillas lentamente, luego levantó mi pie izquierdo y lo
colocó sobre su muslo tenso. Fui a retirarlo, pero él lo mantuvo en su lugar.
Ambos sabíamos que podía romper su agarre si realmente quería, así que me
quedé quieto.
—Si decidimos consumar nuestro matrimonio, no será en la casa de mi
hermano, por unos momentos. Te mereces más que eso. —Esperó a que me
relajara, como si eso fuera posible después de esa declaración, luego
comenzó a deslizar mi falda hacia arriba. Se detuvo cerca de mi pantorrilla
desnuda, su mirada fija en la mía—. Confía en mí.
—Dice el príncipe de las mentiras.
Se tomó el insulto con calma. Pensé en su tatuaje, en cómo las acciones
eran más valiosas para él que las palabras. La confianza era algo que se
ganaba, pero para ganarla, necesitaba permitirle un lugar por donde empezar.
Uno de nosotros tenía que dar ese primer paso.
Asentí con la cabeza para que continuara y parecía enraizado en su
lugar antes de romper el hechizo. Ira agarró mis faldas con sus puños y las
levantó más allá de mi rodilla y se detuvo con ellas a la mitad del muslo. Ni
una vez apartó su atención de mi rostro, ni permitió que su piel desnuda
rozara la mía. También se aseguró de que solo quedara expuesta mi pierna
izquierda.
—Aquí. —Señaló con la barbilla mis faldas—. Sostenlas así.
Le quité la tela y lo vi sacar una funda de cuero del interior de su traje.
Sacó la daga delgada y la levantó para que la inspeccionara. Había flores
silvestres talladas en su empuñadura y la hoja plateada brillaba lo suficiente
como para reflejar mi asombro.
—Es espectacular.
—Es suficiente por ahora. —Colocó la daga hacia atrás y deslizó la
correa de cuero alrededor de mi muslo, asegurando la hebilla en su lugar.
Deslizó un dedo por debajo de la correa y miró hacia arriba—. ¿Está
demasiado apretado?
—No, encaja perfectamente.
—Ponte de pie y camina solo para estar seguro. —Rápidamente dio un
paso atrás y desvió su atención mientras yo enderezaba mis faldas y me
ponía de pie. Caminé alrededor del dormitorio, girando y retorciéndome—.
¿Bien?
—Sí. Gracias. ¿Cómo supiste que era zurda?
Ira miró el arma ahora oculta.
—Prefieres la mano izquierda cuando cortas el pan o bebes vino. —Sin
darme la oportunidad de responder, agregó con brusquedad—. Cuando
desees volver a casa, envía una misiva. Volveré por ti.
—Yo…
No estaba segura de qué decir. Si volvía, no sabía si eso sería una
señal de mi aceptación de nuestro matrimonio. Había una atracción innegable
entre nosotros, pero ese fuego podría ser en gran parte el resultado de la
magia que intentaba tentarnos juntos, para convertirnos literal y
figurativamente en uno. No había forma de saber si ese deseo seguiría
ardiendo con tanta intensidad si nos sometíamos.
Y tenía otros planes para mi vida. Como volver con mi familia. Elegir
a Ira significaría que la puerta a mi antigua vida permanecería cerrada para
siempre. Podría visitar a mi familia de vez en cuando, pero mi mundo se
fracturaría aún más de lo que ya estaba. No creía que se suponía que el amor
verdadero pudiera robarle la vida a una persona, solo mejorarla.
—Será mejor que me instale.
El príncipe demonio mantuvo su expresión perfectamente suave, pero
vi el destello de algo que no fue lo suficientemente rápido como para
extinguir el destello en su mirada. Antes de que pudiera despedirme, se
desvaneció en su brillante luz negra y humo, dejándome al destino que había
elegido.
Y mi plan más nuevo.
QUINCE
No tuve mucho tiempo para sentarme y reflexionar sobre mi decisión.
Poco después de que Ira se fuera, llegó un sirviente con una caja de ropa y
una nota del dueño de esta casa. En menos de una hora, estaría cenando con
el príncipe de esta corte en sus aposentos privados. Aparentemente, Envidia
no quería una audiencia para nuestra reunión. O tal vez no deseaba compartir
su última “curiosidad”, como había dicho una vez.
Los nervios zumbaban como un enjambre de abejas atrapadas en mi
vientre. Envidia era despiadado, pero estaba más segura de que no me haría
daño ahora. No mientras estuviera en este reino y hacerlo podría
potencialmente iniciar una guerra entre la Casa de la Ira y la Casa de la Envidia.
Ser miembro de la Casa de la Ira ciertamente tenía algunas ventajas políticas.
Ya no era simplemente una bruja sin una corte real de demonios que me
protegiera. Envidia tendría que pensar mucho antes de clavarme una daga en
la espalda.
Aunque, lógicamente, saber eso no alivió todas mis preocupaciones.
Fue difícil hacer a un lado la noche en que tomó como rehenes a mis
padres y luego se apoderó de nuestra casa. Todavía no podía creer que
Nonna lo hubiera desterrado de regreso al inframundo usando magia que no
sabía que poseía. Ese vórtice arremolinado fue una de las cosas más
extrañas que jamás había visto.
Aparté esos recuerdos y me concentré en el aquí y ahora. Recordé lo
que había dicho Ira sobre los vencedores y las víctimas. Esta noche saldría
victoriosa. Estaba aquí para obtener información.
Y haría todo lo que estuviera en mi poder para tener éxito. Si tuviera
que ponerme el atuendo de mi enemigo, que así fuera. Era un precio
extremadamente bajo que pagar. Usaría su vestido tonto y batiría mis pestañas, todo
mientras contaba los momentos hasta que obtuviera lo que realmente
buscaba.
—Veamos qué vestido has elegido, P ríncipe de los Celos.
Abrí la caja y puse los ojos en blanco. El vestido era precioso, un
terciopelo verde cazador que era lo suficientemente oscuro como para casi
ser confundido con negro, con mangas largas ajustadas, un corpiño ceñido
que se abría casi hasta mi ombligo y faldas sueltas.
Una sola esmeralda del tamaño de un huevo de petirrojo estaba sujeta
a una reluciente cadena de plata. El collar escandalosamente opulento era
probablemente un arma bonita que Envidia deseaba que usara contra su
hermano. Podía imaginar la expresión de Ira encogiéndose cuando viera el
regalo que pertenecía a la Casa de la Envidia brillando en mi pecho.
Aparentemente, los concursos de orinar no eran simplemente un
pasatiempo mortal idiota.
Pensé en quedarme con mi vestido actual, pero imaginé que Envidia
estaría más dispuesto a compartir información si no fruncía el ceño ante el
atuendo ofensivo de la Casa de la Ira. Y tampoco quería hundirme a su nivel de
ridícula pretensión real.
Después de ponerme el vestido y remangarme para lucir mis antebrazos,
me apliqué un poco de colorete en los pómulos y los labios. Tomé el collar.
La piedra preciosa era impecable; sin duda me convertiría en la envidia de
cualquiera que la viera.
Me las arreglé para sujetarla alrededor de mi cuello cuando un
sirviente entró en mi habitación.
—Si está lista, la acompañaré a cenar, lady Emilia.
Había estado esperando unos momentos a solas para practicar la
invocación de mi magia en caso de que las cosas salieran muy mal, pero
incluso unas pocas horas no se sentirían como tiempo suficiente para superar
años de entrenamiento que me había perdido. Le sonreí al sirviente.
—Por favor, guía el camino.
Mientras me dirigía hacia la puerta, vi mi reflejo en un espejo de gran
tamaño. Parecía lista para luchar de la manera más elegante y cruel.
Realmente me estaba convirtiendo en una princesa del Infierno.
La diosa ayudara a los demonios.
Viajamos por el extremo opuesto del pasillo donde se encontraba mi
suite. Como era de esperar, Envidia me había situado en el ala real. Es mejor
mantener cerca a los enemigos, y más cerca aún a la futura cuñada. Me
pregunté si esa era una de las razones del mal humor de Ira. Los hermanos
claramente disfrutaban molestándose unos a otros tan a menudo como les era
posible. Aunque tendrían que encontrar algo más por lo que luchar. Vínculo
mágico o no, yo solo me pertenecía a mí misma.
Un guardia estoico inclinó la cabeza, luego dio un paso atrás y abrió la
puerta. Una amplia habitación se extendía ante mí, en su mayoría vestida de
oscuridad. Estaba destinada a provocar nervios.
Pero había poco que temer en las sombras. Pronto cumplirían mis
órdenes.
Entré y me detuve para evaluar completamente la habitación cuando la
puerta se cerró detrás de mí. No era un estudio ni un comedor formal. Si
estuviéramos en el mundo de los mortales, sería similar a un club de
caballeros que a menudo se describe en mis novelas románticas favoritas.
Una mesa circular con dos sillas se situaba cerca de una pared de
ventanas, ofreciendo que se filtrara un poco de luz suave. Se encendieron velas
en un impresionante candelabro plateado sobre la mesa, y algunos apliques
en los rincones más alejados también agregaban toques de luz cálida.
La mayor parte de la cámara estaba envuelta en sombras, incluida la
puerta donde yo estaba. Miré hacia arriba. El techo estaba adornado con un
fresco: seres alados en las nubes, algunos brillantes, otros tormentosos.
Mi mirada viajó por la habitación y se detuvo en la figura sombría del
príncipe. Envidia descansaba en una silla de terciopelo de gran tamaño cerca
de un rincón oscuro, con un vaso de líquido ámbar en una mano. Levantó una
pierna larga, con el tobillo apoyado en una rodilla. No podría verse más
cómodo o relajado si lo intentara. Aunque su agarre indicaba que no estaba
tan a gusto como le gustaría que creyera.
Tomó un largo sorbo de su bebida, su mirada oculta a la vista, pero
sentí que viajaba sobre mí de todos modos.
—Ciertamente sabes cómo crear problemas, mascota.
Me quedé en las sombras.
—Puede que tenga garras, alteza, pero le aseguro que no soy la mascota
de nadie. Mucho menos la tuya.
Envidia se inclinó hacia delante en un charco de luz de las velas y de
alguna manera, incluso mientras estaba sentado, logró mirarme con su regia
nariz. Sus facciones bellamente duras se convirtieron en un ceño fruncido.
—Gracias a los diablos por eso. No comparto lo que es mío.
—Mantener a los amantes a través de la fuerza no es nada de lo que
jactarse.
—La elección es atractiva, la fuerza no. Puede que no siempre haga lo
correcto. A menos que mi compañero de cama lo pida amablemente. —Me
recorrió con la mirada y me pregunté qué tan bien podía ver entre las
sombras—. Supongo que has aceptado mi invitación para jugar con
emociones envidiosas.
—¿No te gusta inspirar envidia?
—Venir aquí para poner celoso a mi hermano no hace nada por mí. —
Dejó su vaso sobre una mesa baja y sacudió una pelusa imaginaria de su
traje. Vi su hoja con punta de esmeralda asomando por su chaqueta y resistí
la repentina necesidad de usarla en él. Volvió a tomar la bebida y se la acabó
—. Usar a alguien es de mala educación desde cualquier punto de vista.
Si eso era lo que creía, mucho mejor. Di un paso hacia la luz, mirando
como su atención se redujo al tatuaje lavanda pálido en mi antebrazo. Le
había divertido la primera vez que lo vio. Ahora sabía por qué.
—La primera noche que te conocí, sabías sobre mi compromiso con
Ira. Mencionaste algo sobre las redes enredadas. Ser menos críptico hubiera
sido agradable. Especialmente si estabas buscando formar una alianza conmigo.
—En caso de que aún no lo hayas notado, no soy agradable. Tampoco
pretendo serlo. E, incluso si tuviera la conciencia afligida, habría odiado
arruinar toda la diversión. —Los labios de Envidia se torcieron en un cruel
corte cuando notó mi collar—. Fue mucho más interesante sentarse y ver
cómo se desarrollaba. Algunos de nosotros incluso apostamos por el
resultado. No puedo decirte cuánto gané de Avaricia. Pero ahora está en deuda
conmigo, y estoy seguro de que puedes imaginar lo poco que disfruta eso.
Me moví con determinación a través de la habitación. Un aparador con
una jarra y un vaso estaba esperando y, sin una invitación, me serví dos
nudillos de líquido ámbar y me senté en la silla de terciopelo junto a la de
Envidia. Sus ojos se entrecerraron, pero no señaló mi rudeza. O falta de
decoro o respeto por su rango elevado.
—Querías que me uniera a tu Casa, incluso sabiendo sobre el vínculo
de compromiso que compartía con tu hermano. —Tomé un pequeño sorbo,
anticipándome a la quemadura—. Debe ser solitario. Jugar todos esos juegos
tú solo.
—Sea lo que sea que estés intentando, sugiero que te detengas mientras
todavía me siento hospitalario.
Su tono era helado, pero no fue lo suficientemente rápido para ocultar
el destello de dolor en sus ojos. Mi primer disparo había dado en el blanco.
Dejé a un lado cualquier sentimiento de culpa. Su momento temporal de
dolor no era nada comparado con la finalidad del brutal asesinato de mi
gemela.
—Imagina eso. —Sonreí sobre mi bebida—. Y aquí estaba yo con la
impresión de que aún no me habían presentado a tus modales. Primero,
amenazas hacia mí emitidas por tu perro faldero vampiro, luego retener a mi
familia como rehén. Tampoco podemos olvidar ese pequeño incidente
desagradable en los túneles con tu ejército de demonios invisibles y, por
supuesto, destripar a Ira.
—Para alguien que está aquí en lugar de estar con su prometido,
ciertamente pareces enojada por eso. Pensé que lo considerarías un favor.
—Girar tu espada contra ti mismo habría sido el mayor favor.
Al igual que cuando Ira estaba disgustado, la temperatura a nuestro
alrededor pareció caer en picada. Había sentido el horror helado del poder y
la influencia de Envidia antes, los celos helados que erosionaban todo
sentido de moralidad. Los primeros lamidos de su poder se deslizaron por
mi columna, pero había estado esperando.
Levanté la mano, como si me apartara un mechón de cabello, y pasé
sutilmente mis dedos sobre la Marca de Ira. Rompió la influencia de este
príncipe antes de que se afianzara, tal como esperaba que sucediera.
Envidia se echó hacia atrás, su atención se dirigió a la mía. Una lenta
sonrisa se extendió por su rostro, apagando el destello de rabia.
—¿No estás llena de intriga esta noche? Y aquí me preocupaba que la
cena fuera aburrida.
Mantuve mi expresión suave, pero mi corazón se aceleró. Si intentaba
usar su poder de nuevo, no estaba segura de si mi pequeño truco funcionaría
por segunda vez. Él parecía sentir eso y estaba contemplando su próximo
movimiento. Su evaluación perezosa me recordó a un gato que estaba
decidiendo si el pájaro revoloteando cerca valía la pena el esfuerzo de dejar
su mancha de sol.
La mirada de Envidia se dirigió rápidamente a la daga de su Casa.
La sacó de su funda y pasó un dedo por la hoja. Tenía pocas dudas en
mi mente de que estaba soñando con formas creativas de usarla conmigo. Mi
mano avanzó poco a poco hacia mi propia arma, pero no levanté mis faldas
para revelarla. Pasase lo que pasase después, estaría lista.
Nos quedamos allí sentados durante un tiempo incómodamente largo,
el único sonido era el tic tac de un reloj en algún lugar de la habitación.
Envidia acarició el metal y juré que la hoja casi ronroneó. Justo cuando
estaba segura de que estaba a punto de saltar, sonó un golpe en la puerta,
rompiendo la tensión asesina entre nosotros. Envidia enfundó su daga. A su
orden, los sirvientes entraron en fila llevando bandejas esmeralda y fuentes
de comida a la mesa circular cerca del extremo más alejado de la habitación.
El príncipe se puso de pie en un elegante movimiento y ofreció el
brazo.
—Partamos el pan esta noche, no los huesos, Bruja de sombra.
Me puse de pie, ignorando su brazo extendido. No éramos amigos y no
pensé que le gustaría que fingiera en este caso. Todo lo relacionado con esta
noche se sentía como una prueba. Lo que me venía bien. Tenía una prueba
propia.
Me dirigí a la mesa y me senté mientras me sacaban una silla. Envidia
no parecía insultado, solo más divertido cuando se sentó frente a mí. Dudaba
que muchos de sus súbditos alguna vez intentaran molestarlo. Al igual que
Ira, mi negativa a sonreír ante su omnipotente poder podría intrigarlo lo
suficiente como para entretenerme. Y a mis preguntas. Hasta que se cansara
de ellas. Debía caminar con cuidado a lo largo de la línea de desafiarlo sin ir
demasiado lejos.
—In vino veritas. —Hizo un gesto con la mano a los sirvientes y llenó
nuestras copas él solo—. En el vino hay verdad. Los mortales
ocasionalmente impresionan. Aunque supongo que son especialmente
susceptibles cuando se trata de sus vicios. Dale vino al hombre y se pondrá
poético de sus sabores. Probablemente incluso lo comparará con una mujer
con la que se acostó. —Su mirada se deslizó hacia la mía—. O desea
hacerlo.
Me mordí la lengua. No creía que quisiera acostarse conmigo. Y si lo
hacía, no sería por ninguna otra razón que usarlo contra su hermano.

—¿Por qué odias a los mortales?


—Las suposiciones son la muerte de la verdad. —Tomó otro sorbo de
vino—. No sugiero deambular por este camino actual. —Señaló mi copa—.
¿Alguna vez has intentado usar tu magia en comida o bebida?
—No. ¿Por qué en los siete infiernos haría algo así?
—Ocho. Y pregunto porque puedes encantar el vino para darte la
verdad. Tal como lo harías con un hechizo de verdad. Quien lo beba estará
bajo su poder.
—¿Se supone que debo creer que me estás diciendo esto por la bondad
de tu corazón?
—No seas tonta. Te puedo asegurar que lo más cerca que estoy de la
fibra moral es ingerir cualquier fibra que se encuentre en el vino de baya
demoniaca. Tú quieres la verdad y yo también. ¿Por qué no nos aseguramos
de que ambos obtengamos lo que deseamos? Sin juegos.
Entrecerré mis ojos.
—Debes querer algo terriblemente si estás dispuesto a sacrificar esa
información a tu enemigo.
—Podemos ser amigos esta noche. —Hizo una mueca ante la palabra
amigo como si la idea le doliera. Arqueé una ceja y fingió ignorancia—. O
amantes.
Esperé para sentirlo, la magia de este mundo seduciéndome con
pensamientos de camas, cuerpos y pasión. Al igual que había sucedido casi
todas las veces que la idea de pasar la noche con Ira entraba en mi mente.
Envidia era guapo, su cuerpo ágil pero duro con músculos. Me imaginé que
sería atento a cualquier amante, incluso a uno que no le interesara
particularmente. Aunque solo fuera para volverlos locos de envidia cuando
se fuera con otras parejas.
No hubo sentimientos románticos aparte del abrumador deseo de
patearlo que sentía.
—Si dijera que sí, realmente me llevarías a la cama.
—Siempre hay sacrificios en la guerra, amor. Haría lo que fuera
necesario. Aunque difícilmente sería un sacrificio. La charla de almohadas
es bastante agradable. Hay muchos secretos que uno revela después de
aventuras tan íntimas. —Envidia miró su vino, su expresión lejana—. Ahora
sé amable y encanta nuestro vino.
Dudé. Quería respuestas honestas a mis preguntas, pero no estaba
segura de estar lista para darle lo mismo a cambio. Él podía preguntar
cualquier cosa y me vería obligado a perder mi máscara.
Valía la pena correr algunos riesgos. Y otros eran simplemente tontos.
La cabeza de Envidia se inclinó hacia un lado mientras me miraba.
—¿Vale más aferrarse a tu verdad que aprender la mía? Quizás sea el
miedo lo que te está frenando. Tal vez debería seducirte en su lugar.
—No puedes incitarme a que cumpla tus órdenes, alteza. Es prudente
considerar todos los ángulos antes de someterme a tu interrogatorio.
—Podría obligarte a que me digas lo que quiero, lo sabes. —Su voz
era ligera, casual. Las amenazas salían de su lengua con la misma facilidad
con la que comentaba sobre el tiempo. Pasé mis dedos por la Marca de
nuevo, atrayendo su atención hacia mi cuello—. A través de la violencia, mi
lady. Alexei no es el único miembro con colmillos de mi casa. Pierde
suficiente sangre y descubre que los efectos son bastante similares a los del
vino de la verdad. Con menos perjuicio para mí, naturalmente.
Por supuesto. Recurría a regalarme a sus vampiros. Pensé de nuevo en
mi gemela. Vittoria también debió haber hecho algunos negocios difíciles.
Me aparté de la mesa y alguien se apresuró a sacar mi silla. Me
llevaría algún tiempo acostumbrarme a que me trataran como si fuera un
mimado miembro de la realeza.

Caminé al lado de Envidia y tomé su copa. Susurré un hechizo de


verdad sobre él, luego repetí el proceso con las botellas de repuesto y mi
vaso.
La sonrisa de Envidia fue positivamente perturbadora cuando volví a
tomar mi asiento. Levantó su vaso.
—Saludos a una noche de verdad entre enemigos. Que nuestros
corazones solo sangren por la pérdida de nuestra dignidad y no por una daga
en nuestras espaldas.
Se bebió todo el vaso de una vez. Levanté las cejas.
—¿Es eso necesario?
—Para nada. —Volvió a llenar su copa y tomó otro gran trago—. Pero
no duele.
Tomé un sorbo tentativo de vino. No sabía diferente. Si no hubiera
pronunciado el hechizo yo misma, nunca sabría que había algo sospechoso al
respecto. Fruncí el ceño ante mi bebida.
El repentino ladrido de risa de Envidia me sacó de mis pensamientos.
—Veo que las brujas que te criaron guardaban muchos secretos. Es
absolutamente delicioso.
—¿Qué es?
—Ver cómo tu mundo perfecto se desmorona.
—Eres una persona horrible.
—Querida, sigues olvidándote. Nunca me ha afligido la humanidad. —
Levantó un hombro y bebió más—. Además, lo decía en el buen sentido. Un
fénix se levanta de las cenizas por una razón. Tu mundo debe ser destruido
para que puedas resurgir. Y te levantarás. Como siempre temieron que lo
hicieras.
—¿Cuánto tiempo antes de que funcione el hechizo de la verdad?
Terminó su vaso y rápidamente se sirvió otro.
—Ya está activo.
—¿Te agrado?
—Te encuentro tolerable. Si te encuentras con un final violento, no
derramaría una lágrima. Tampoco me alegraría. Continuaría como si nunca
hubieras estado.
Resoplé de la manera más impropia de una dama y tomé otro sorbo de
mi bebida.
—La noche en que mi nonna te atacó… parecías conocerla. ¿Cómo?
—Las maldiciones son cosas curiosas. —Se bebió otro vaso y vertió
más en su copa vacía—. A veces son como árboles. Permanecen enraizados
en el lugar donde fueron plantadas. Otras veces son como flores silvestres.
Sus semillas flotan junto con las abejas y vuelan con los pájaros. Se enredan,
crecen y prosperan fuera de ese parche original sobre el que fueron rociadas.
Algo así como llaves. No todas las llaves caben en las cerraduras. Algunas
llaves son mucho más astutas.
Esperé a que sus divagaciones sin sentido volvieran a ser una
respuesta coherente. Simplemente me devolvió la mirada.
—Eso no se acerca ni remotamente a lo que pregunté. ¿Estás borracho?
—Bastante. —Su sonrisa fue la primera real que me dio. Un hoyuelo
apareció en su mejilla derecha. Suavizó la dureza que vestía como una
armadura—. Pero lo que dije es verdad. Hay cosas que no puedo decir, sin
importar el hechizo que se use en nuestro vino, porque todavía hay mayores
poderes involucrados. Conozco a tu abuela. Aunque conozco muchos otros
secretos interesantes.
Quería saber cómo conocía a Nonna, pero no servía de nada intentar
sonsacar información que claramente no podía o no quería dar.
—Háblame de la maldición, entonces.
—Es un cuento tan antiguo que solo unos pocos conocen sus orígenes.
E incluso sus recuerdos se han vuelto cobrizos con la edad y la pátina que se
forma sobre ellos, opacando su brillo hasta que la sombra de lo que era es
todo lo que queda.
—¿De qué estás hablando?
—La historia de maldiciones y recuerdos robados. Y el
desenmarañamiento de muchas mentiras. —Se inclinó bruscamente hacia
atrás, casi volcando su silla—. Mi hermano nunca te obligará a casarte con
él. Va en contra de todo lo que representa.
—No pregunté por tu hermano.
—No, pero imagino que tienes curiosidad. ¿Ha indicado que desea que
completes el vínculo?
No quería responder, pero el hechizo de la verdad atrajo las palabras
de mis labios.
—Me lo ha dicho, pero no ha indicado cuál prefiere.
—No te preguntaré si lo has considerado. Sobre todo porque
conocemos la forma en que se acepta. Al menos en parte. —Traté de no
mostrar alivio, pero Envidia debió haber visto un ligero destello en mi
rostro. Su sonrisa era un deleite cruel—. Puede que no te obligue a casarte,
pero no esperará dócilmente en un segundo plano. Ese tampoco es su estilo.
Dará a conocer su presencia e intenciones a cada Casa real. Como lo hizo
hoy.
Tomé otro sorbo del vino de la verdad.
—¿Por qué haces eso?
—¿Perdón?
—Siempre siembras semillas de desconfianza entre tu hermano y yo.
—No necesité beber mi vino para hacer mi siguiente pregunta—. ¿Tienes
tanta envidia de él? ¿O simplemente codicias algo que no es tuyo?
—No siempre me atormentan los pensamientos envidiosos. —Sus ojos
verdes brillaron con una emoción que no se basaba en la burla o en su nombre
—. El temperamento de mi hermano hizo que me quitaran algo importante.
Espero algún día devolver el favor. No es la envidia lo que me motiva. Es
retribución. Algo que imagino que tú y yo compartimos, aunque dudo que lo
admitas, incluso con el vino de la verdad.
No lo había formulado como una pregunta, por lo que el hechizo no me
obligó a responder.
—Haría cualquier cosa para recuperar a mi hermana. Deberías
perdonar cualquier pecado que se haya interpuesto entre tú e Ira. La felicidad
debería ser lo único que importa.
—Me importa un demonio su felicidad. —Miró su vino, pero lo dejó
intacto—. Sin embargo, es obvio que a ti te importa. Más de lo que
probablemente te sientas cómoda compartiendo. ¿Estás enamorada de él?
Apreté los dientes y agarré mi vaso. No sirvió. Las palabras brotaron.
Me aferré a la expresión que usaba Envidia y dejé que la verdad saliera de
mis labios.
—No. No estoy enamorada de él. Pero no niego que haya una atracción.
Me trajo a este reino, vendió mi alma a su hermano y mintió acerca de ser mi
esposo potencial.
—La dama protesta demasiado.
—Shakespeare. —Casi puse los ojos en blanco—. Qué pomposo y
nada sorprendente que lo citaras. ¿Debería sentir envidia por tu educación
ahora?
Me miró por encima del borde de su copa, su mirada aguda.
—Es extraño, ¿no es así? que una campesina de Sicilia tenga un gusto
tan refinado para los libros. O leer cualquier cosa, para el caso.
Sentí un cosquilleo por su insinuación.
—Puede que no hayamos tenido dinero y sirvientes, alteza, pero
sabemos leer y escribir.
—Supongo que me dirás que tu habilidad se debe a los hechizos que te
enseñó tu abuela. O las recetas de tu pequeña choza de comida, o alguna otra
tontería por el estilo.
—¿A qué quieres llegar?
—Es simplemente curioso, eso es todo. Y sabes cuánto disfruto de las
curiosidades.
Sonreí. Fue la transición perfecta a mi siguiente línea de preguntas.
—¿Por qué estás tan interesado en coleccionar objetos?
—Me interesan principalmente los objetos divinos. Bueno, eso no es
del todo cierto. —Se rio, como si no pudiera creer que la verdad aún fluyera
tan libremente de él—. Ahora solo estoy interesado en un objeto
completamente divino: el Espejo de la Triple Luna.
—¿Qué es eso?
Chasqueó los dedos y apareció un sirviente. Susurró algo demasiado
bajo para que yo lo oyera y el asistente se alejó corriendo. Un momento
después, regresó con una vitrina grabada. Era sencilla, sin pretensiones.
Inmediatamente me incliné sobre la mesa, esperando tener una mejor vista.
—Es un espejo de los dioses. Diosas, debería decir. —Pasó el dedo
índice por la vitrina y luego se lo frotó contra el pulgar como si buscara
polvo—. Se dice que ha sido dotado con la magia de la Doncella, la Madre
y la Anciana, y puede mostrarte el pasado, el presente y el futuro si lo
solicitas. Solía residir en esta vitrina, o eso me han dicho.
Pasado, presente, futuro, encontrar. Los escalofríos recorrieron mi
columna vertebral. Era casi exactamente lo que había dicho la calavera
encantada, incluso hasta el aspecto de Doncella, Madre, Anciana.
Envidia abrió la tapa hacia atrás, mostrando una cama de terciopelo
aplastado de color lavanda profundo, marcado donde una vez se colocó un espejo
de mano. Hice lo mejor que pude para no reaccionar. Pero mi corazón latía
salvajemente en mi pecho. Si hubiera un objeto divino que pudiera
mostrarme el pasado, resolvería el asesinato de mi hermana.
La emoción me invadió. Esto tenía que ser lo que el cráneo quería que
encontrara. Estaba segura de ello. Si tuviera el espejo, ya no tendría que
preocuparme por casarme con Orgullo o Ira y elegir mi lugar en su Casa de
los Pecados.
—Suena como una leyenda infantil.
—Todas las leyendas contienen fragmentos de verdad. —Por un
segundo, su mirada volvió a estar lejos—. De todos modos, se dice que uno
necesita el libro de hechizos de la Anciana, la Llave de la Tentación y el
espejo para activar la magia de la diosa.
—Déjame adivinar, —Dejé caer mi voz en un susurro conspirativo—,
has recolectado todo menos el espejo.
—Querida, creo que es hora de que veas mis curiosidades tú misma.
—Envidia se puso de pie—. ¿Vamos?
DIECISÉIS
Envidia abrió las ornamentadas puertas con exagerada
espectacularidad y dio un paso atrás, de repente el caballero, y me permitió
cruzar el umbral de su cámara de curiosidades primero.
Dudosa acerca de sus verdaderas intenciones, dudé por un momento.
Dudaba que me hubiera llevado a un nido de vampiros, aunque todo era
posible cuando se trataba de él.
Recordando la daga en mi muslo, entré y me detuve al verlo.
No eran vampiros esperando, sino gigantes altos y sombríos, de pie en
su lugar. La cámara estaba inquietantemente cerca de una imagen mental que
tenía cuando conocí a Envidia en el mundo mortal. En ese entonces, me había
imaginado a humanos posados y congelados en un macabro tablero de
ajedrez. El suelo en el que estábamos ahora no formaba parte de un juego;
simplemente estaba hecho de baldosas de mármol blanco y negro. Y los
seres congelados eran obras de arte, no mortales atrapados por un príncipe
sádico del Infierno.
Las esculturas se alzaban en silenciosa bienvenida, algunas fundidas en
bronce, otras talladas en mármol. Eran inquietantes, hermosas, tan realistas
que tuve que extender la mano para asegurarme de que no estaban hechas de
carne. Nunca había estado en un museo, pero había visto ilustraciones en
libros y no podía creer el tamaño de su colección de curiosidades.
—¿Estás aturdida en silencio, o el vino se derrama por tu interior?
Parpadeé, dándome cuenta de que todavía estaba clavada en el lugar.
—Tuve una extraña sensación de déjà vu.
La atención de Envidia pasó rápidamente por mis rasgos, pero solo
levantó un hombro y lo dejó caer.
—Muchos museos y colecciones mortales están diseñados a partir de
esto. No es de extrañar que sea familiar.
—Nunca he estado en un museo.
Lo cual era suficiente de verdad para satisfacer el hechizo de verdad.
Pero no pude evitar la incómoda sensación de cómo había visto el destello
de eso hace todos esos meses. Nunca había estado en este reino, ni en esta
Casa real demoniaca. Quizás tenía un talento vidente latente que estaba
comenzando a emerger.
Según Nonna, no era raro que la magia continuara desarrollándose a lo
largo de la vida de una bruja. También tendría sentido que mi nuevo uso de
la Fuente desbloqueara otra magia. Talento latente o no, no importaba. Me
sacudí de regreso al ahora.
La habitación era cavernosa, lo suficiente como para que nuestros
pasos hicieran eco mientras nos movíamos silenciosamente al pie de la
primera escultura. Un hombre que llevaba un casco alado, bandolera y ni una
sola puntada de ropa estaba parado con una mano extendida, sosteniendo la
cabeza cortada de Medusa. Tenía una espada apretada con fuerza en la otra
mano. Algo en eso me entristeció.
Envidia se acercó a la escena, su expresión se suavizó.
—Perseo y Medusa. Hay piezas similares en la tierra mortal, pero nada
tan exquisito como esta. El escultor capturó sus ojos abatidos, su negativa a
ser convertido en piedra y maldecido.
—Es una artesanía impresionante, pero horrible.
—No todas las historias terminan felizmente, Emilia.
Lo sabía. Mi vida había dado giros inesperados, la mayoría de los
cuales no eran ideales o para mejor. Todos teníamos huesos, si no esqueletos
llenos de dolor, en nuestros armarios. Me golpeó de repente. Sutilmente miré
al príncipe demonio. Envidia estaba profundamente herido. Me pregunté
quién o qué le había roto el corazón tan profundamente. Notó mi mirada y me
miró con dureza. Las preguntas sobre su angustia no serían bienvenidas. Por
alguna razón, le di la oportunidad de no interrogarlo mientras se veía
obligado a responder con la verdad. No todos los secretos están destinados a
ser compartidos.
Pasamos en silencio a la siguiente estatua. Esta era magnífica. Mi
favorita de lejos. Un ángel, con un cuerpo poderoso esculpido en la guerra,
arqueaba la espalda, alas extendidas, los brazos echados detrás de la cabeza,
como si lo hubieran empujado desde una gran altura y estuviera maldiciendo
al que lo había derribado. Las plumas eran tan detalladas que no pude evitar
estirarme y pasar un dedo por ellas.
—El Caído. —El tono de Envidia era tranquilo, reverente—. Otra
buena pieza.
Estudié al gran ángel guerrero. Su cuerpo era similar al de Ira. No me
sorprendería que el artista se hubiera inspirado en él.
—¿Está destinado a simbolizar a Ira o a Lucifer?
—Es mi interpretación de mi hermano maldito. —Los labios de
Envidia se torcieron en una sonrisa—. Justo antes de que el diablo perdiera
sus preciosas alas. Y todos hicimos lo mismo poco después.
—¿Por qué habrías de recordar ese momento?
—Para recordar siempre. —De repente, su voz fue tan dura como la
estatua de mármol. Sacudió la cabeza, su expresión una vez más indiferente,
como si hubiera reemplazado una máscara que se había deslizado
accidentalmente—. Ven. Hay otra habitación llena de objetos que pueden
resultarle más interesantes.
Estábamos a mitad de camino de la siguiente cámara, decorada con
pinturas, bocetos y espejos en varios marcos ornamentados, cuando me fijé
en los atriles.
Me acerqué, atraída por uno en particular. Un zumbido extraño y
familiar comenzó en mi centro. Conocía ese sentimiento. Lo reconocí.
Aunque no era exactamente como lo recordaba. No hubo susurros ni voces
febriles que subieran y bajaran en una cacofonía de sonidos. Solo ese
zumbido sutil. Lo había experimentado en el monasterio la noche que
encontré a mi gemela. Y luego otra vez cuando me enfrenté a Antonio. En ese
entonces no sabía qué era ni qué quería.
Hice una pausa en el grimorio abierto. Una vitrina lo encerraba, pero
supe, sin ver su tapa, lo que era. Era el primer libro de hechizos. El libro de
hechizos personal de La Prima.
—¿Como obtuviste esto? —Mi voz era demasiado fuerte en la
habitación más pequeña—. Lo tenía conmigo la noche en que...
—¿La noche en que casi mataste al adulador humano?
Giré sobre mis talones, mirando.
—Desapareció esa noche. Pensé... un demonio Umbra. —Inhalé
profundamente—. Enviaste uno para espiarme, ¿no es así?
—Espiar es una palabra desagradable. Sin mencionar que estaba
vigilando el monasterio. Pasó que estuviste ahí. Lugar equivocado, momento
equivocado. —Metió las manos en los bolsillos y se acercó al siguiente
atril. Otro libro abierto—. Lo que llamas el primer libro de hechizos no es
un manuscrito completo. Es un tercio de un texto más grandioso y elaborado.
—Asintió con la cabeza hacia el libro—. El de la Madre y la Anciana están en
mi posesión; el de la Doncella ha desaparecido. Las diosas son seres
tramposos con magia aún más tramposa. Y meterse con una… —Silbó—. Eso es
desaconsejable.
—El primer libro de hechizos perteneció a la Primera Bruja, no a las
diosas.
—Querida, no sé qué dijeron las brujas que te criaron, ni por qué, pero
estos libros fueron escritos por las diosas. Tu supuesta Primera Bruja robó
el libro de los muertos, el libro de magia del inframundo de la Anciana. Puedo
decirte que a la Anciana no le hizo ninguna gracia.
Hablaba como si conociera a las diosas.
—¿Dónde está la Anciana ahora? Quizás debería hablar con ella yo
misma.
—Por supuesto, si la encuentras, por favor envía mis saludos.
Dejé escapar un suspiro de frustración. Algo no estaba del todo bien
con esta historia. Envidia no solo tenía un libro de hechizos que podía
encantar calaveras, sino que prácticamente había usado la frase que una
había pronunciado literalmente. Tenía que ser el remitente misterioso, pero
por alguna razón, no lo admitía.
—¿Hay hechizos de nigromancia?
—La Anciana es la diosa del inframundo. Sus hechizos reflejan la
luna, la noche y los muertos. Entre otras cosas, como emociones más oscuras
y violentas. —Me miró de cerca—. El Bosque Madera de Sangre es una
vista espectacular. Se encuentra entre mi tierra y la de Avaricia. Ninguna casa
demoniaca puede reclamarlo; por lo tanto, no necesitas una invitación para
viajar allí. El truco, sin embargo, es ganar paso a través de los territorios
que lo bordean.
Aparté mi atención del libro de hechizos.
—¿Por qué me lo cuentas?
—¿Por qué no debería?
Si estábamos siendo amistosos, también podría sacar eso a mi favor.
—Mencionaste algo llamado la Llave de la Tentación antes. ¿Es parte de
tu colección?
—Me temo que no. Aunque no por no haber intentado adquirirla por mi
parte. —Comenzó a alejarse, pero gritó por encima del hombro—. Antes de
retirarte por la noche, es posible que desees leer la placa de esta pintura. La
encuentro bastante informativa.
—¿Adónde vas?
Envidia no respondió.
Aparentemente, nuestro tiempo juntos había terminado por esta noche.
Miré en dirección al príncipe demonio mucho después de que dejara la
habitación, reflexionando sobre todo lo que había aprendido. Envidia estaba
en busca del Espejo de la Triple Luna y la Llave de la Tentación. Dos objetos
que ahora estaba muy interesada en obtener yo misma.
Cuando estuve segura de que no regresaría, me acerqué a la pintura que
me había señalado. Era un árbol inusual. Grande con madera nudosa y hojas
veteadas de ébano y plata. Había algo en la pintura que me recordó al artista
que había capturado el jardín de temporada en mi dormitorio en la Casa de la
Ira.
Las sombras y el cuidado con que el artista había mostrado cada trozo
de corteza u hoja que caía era notable; parecía como si pudiera meter la
mano en la pintura y arrancar una hoja del árbol.
Pasé los dedos por la placa plateada y leí la inscripción.

FÁBULA DEL ÁRBOL DE LAS MALDICIONES


En lo profundo del corazón del Bosque Madera de Sangre se
encuentra un árbol plantado por la propia Anciana. Se dice,
entre otros favores, que el árbol considerará hechizar a un
enemigo jurado si el deseo de maldecirlo es verdadero. Para
solicitar la Maldición de la Anciana: Graba tu verdadero nombre
en el árbol, escribe tu deseo en una hoja arrancada de sus
ramas y luego ofrécele al árbol una gota de sangre. Lleva la hoja
a casa y colócala debajo de tu almohada. Si ha desaparecido
cuando te levante s, la Anciana aceptó tu oferta y te ha
concedido tu deseo. Ella es la madre del inframundo… ten
cuidado con su bendición.

Releí la fábula, sin saber por qué Envidia la había señalado entre las
cincuenta o más pinturas que cubrían las paredes de esta habitación. Nada de
lo que hacía un príncipe del infierno era por accidente. Tenía la sensación de
que, sin saberlo, me habían metido en uno de sus planes, pero cambiaría su
engaño a mi favor.
Guardé el conocimiento y lentamente recorrí el resto de la galería,
deteniéndome en un mapa de los Siete Círculos. Cada Casa demoníaca se
asentaba en la cima de una montaña, elevándose sobre su territorio. Vi las
puertas del Infierno, el Corredor del Pecado.
Un lugar entre la Casa de la Lujuria y la Casa de la Gula estaba marcado
como VIENTOS VIOLENTOS. Me pregunté si ese era el aullido que
habíamos escuchado en el Corredor del Pecado.
Continué estudiando el boceto, memorizando tanto como pude. Al
sureste, el Bosque Madera de Sangre se encontraba entre la Casa de la Avaricia y
la Casa de la Envidia. El Río Negro atravesaba las Casas del Pecado del
oeste, dividiendo el castillo de Ira de los territorios de Avaricia y Orgullo. Se
bifurcaba en un afluente más pequeño que corría detrás del castillo de Avaricia,
pasaba por la parte inferior de la Casa del Orgullo y subía a lo largo de la
frontera norte de Envidia. Seguí la parte principal del río hasta que terminó
en el Lago de Fuego. Frente a la sección más grande del lago estaba el
castillo del diablo; la Casa del Orgullo se encontraba un poco al noroeste de la
Casa de la Envidia.
Una vez que me sentí segura de mi capacidad para recordar la mayoría
de los puntos de referencia y la configuración general de este reino, dejé el
mapa y volví a recorrer la galería. Un miembro del personal de Envidia con
librea me estaba esperando en la habitación con las esculturas.
—Su alteza envía sus disculpas, pero se ha ido del reciento. Dijo que
puede quedarse todo el tiempo que desee, pero que estará fuera durante
bastante tiempo. —El sirviente vaciló, aclarándose la garganta, como si se
sintiera incómodo con la entrega del resto del mensaje.
—¿Hay más?
—Su alteza también dijo que, si desea poner celoso al príncipe Ira,
puede dormir en la cama de su alteza esta noche. Sugiere hacerlo desnuda.
Y... cito: «Piensa en pensamientos sucios con respecto al príncipe mejor
dotado de este reino», mientras se ocupa de sí misma. Hay una pintura de
tamaño natural del príncipe Envidia en el techo, en caso de que necesite una
imagen estimulante.
Conté mentalmente hasta que pasó el impulso de cazar a Envidia.
—Me gustaría enviar un mensaje a la Casa de la Ira. Di que estaré en casa
mañana al amanecer.
—De inmediato, mi lady. —Hizo una reverencia—. ¿Le gustaría una
escolta de regreso a sus aposentos?
—Creo que puedo encontrar mi camino. Me gustaría admirar las
estatuas una vez más.
—Muy bien. Enviaré la misiva a la Casa de la Ira ahora.
Esperé hasta que se fue antes de volver a la sala de la galería. La
molestia por Envidia rápidamente dio paso a la euforia. Sabía que tendría
uso del kit de costura.
Y no tenía absolutamente nada que ver con coser desgarros en vestidos
bonitos.

Mi corazón latía con fuerza al ritmo de los cascos de los caballos


mientras el carruaje se alejaba de la Casa de la Envidia. Ira no apareció para
acompañarme a casa después de todo; envió una emisaria y un carruaje real.
La emisaria se mostró complacida al señalar que no se trataba del carruaje
personal del príncipe ni de sus corceles. Solo lo que hubiera tenido en los
establos.
Como si esa información fuera de gran importancia. No estaba segura
de cómo me sentía por su burla o el hecho de que el príncipe enviara a
alguien en su lugar. La emisaria se sentó remilgadamente en su lado del
carruaje, evitando deliberadamente el contacto visual y, por lo tanto,
cualquier conversación conmigo.
Estaba perdida con respecto a su evidente desprecio.
Estudié al demonio por debajo de las pestañas, fingiendo dormir. Su
cabello rojo oscuro estaba enrollado en intrincados nudos alrededor de la
coronilla, mientras que la parte inferior era un conjunto de rizos largos y
perfectamente estilizados. Un músculo de su mandíbula estaba tenso, como si
estuviera completamente consciente de mi escrutinio y estuviera reprimiendo
una serie de amonestaciones. Tal vez su ira latente era simplemente un
indicador de la Casa del Pecado a la que pertenecía y estaba leyendo
demasiado sobre ella.
Cambié mi atención a la ventana. Por alguna razón, había cerrado las
cortinas antes de partir. Las corrí y ella me miró.
—Mantenlas cerradas.

Respiré hondo por la nariz, centrando mi creciente molestia en su


actitud cortante. Discutir con ella no serviría de nada. Y no necesitaba un
enemigo más del que estar atenta.

—¿Cuál es tu nombre?
—Solo necesitas dirigirte a mí por mi título.
Aunque noté que se negó a llamarme por el título que Ira había exigido
que se usara para mí en su corte. No me molestó en lo más mínimo. No era
una mujer noble.
—Muy bien, Emisaria. ¿Dónde está Ira?
Su mirada fría se deslizó hacia la mía.
—Su alteza está ocupado.
No había duda del filo en su tono, o la advertencia de que no se
tolerarían más preguntas. Apoyé la cabeza contra la lujosa pared del
carruaje. Avanzamos constantemente por una montaña y me tensé para
mantenerme presionada contra mi asiento y no deslizarme hacia adelante. En
lo que parecieron eones, finalmente comenzamos a escalar de nuevo antes de
finalmente detenernos. Sin hacer caso de su ira, aparté las cortinas y tragué
un grito ahogado.
Nunca había visto el exterior frontal de la Casa de la Ira. Cuando llegué
por primera vez, había estado delirando en los brazos de Ira, y habíamos
entrado por una montaña. Su castillo era enorme, con una puerta de entrada,
torretas, torres y una enorme muralla que se extendía por todo el perímetro.
Piedra pálida con tejado de tejas negras. Era un magnífico estudio de
contrastes.
Las enredaderas, sólidas y congeladas, se adherían a las paredes.
Atravesamos las puertas y nos detuvimos en un camino semicircular.
La emisaria esperó a que un lacayo abriera el carruaje y luego aceptó su
ayuda. Se fue sin mirar atrás, su deber de recoger a la prometida descarriada
había terminado.
La miré, preguntándome por qué había sido tan fría y si había hecho
algo para ofenderla. Sabía que no lo había hecho. Aparte de mi sorpresa al
verla a ella en lugar de a Ira, había sido amigable.
Una sospecha incómoda se deslizó sobre su relación con Ira, pero la
hice a un lado. Me negaba a dejar que importara.
El lacayo me ayudó a bajar y me tomé mi tiempo para subir las
escaleras de piedra hasta la puerta principal. A mi derecha, arrinconado cerca
de la pared, había un jardín escondido dentro de un seto. Tomé nota mental
de visitarlo una vez que el clima se calentara.
Si el clima alguna vez se calentara. Como si fuera una señal, la nieve
comenzó a caer ligeramente, empolvando el castillo en una fina capa de
copos relucientes.
Me apresuré a entrar y me sacudí la capa de viaje. Aparte del lacayo,
que se ocupaba de mi baúl, no había ningún criado esperando para
atenderme, por lo que me sentí aliviada.
Regresé a mi dormitorio sin encontrarme con nadie. Sin sirvientes
limpiando el castillo o sus muchas habitaciones. Sin Fauna o Anir o Ira.
Estaba inmensamente agradecida de no haber visto a ninguno de los otros
nobles ocupantes, como el ahora sin lengua lord Makaden o la demasiado
habladora lady Arcaline.
Sin embargo, a medida que avanzaba la tarde, me sentí inquieta. No
estaba acostumbrada a tener tanto tiempo libre. En casa, siempre estaba en la
trattoria, o trabajando en mi oficio en la cocina de nuestra casa, o leyendo
cuando no me estaba cayendo en la cama, cansada hasta los huesos por un
duro día de trabajo. Además, rara vez estaba sola; mi familia siempre estaba
allí, riendo, hablando y cálida. Otras noches peinaba la playa con mi
hermana y Claudia, compartiendo secretos y nuestras esperanzas y sueños.
Hasta que asesinaron a mi gemela. Entonces mi mundo cambió
irrevocablemente.
Incapaz de soportar el giro mórbido de mis pensamientos, me dirigí a la
suite de Ira y llamé. Sin respuesta. Consideré hacer una prueba para ver si la
puerta estaba cerrada, pero me contuve. Cuando me entrometí en ella
después de su violento arrebato en la cena, tenía una excusa válida.
Caminé de regreso a mi habitación y decidí trabajar para encontrar la
Fuente nuevamente. Cerré los ojos, concentrándome en el pozo interior de
magia. Unos segundos más tarde, hice un túnel hacia mi centro y luego me
estrellé. Sentí como si hubiera chocado con una pared de ladrillos.
Traté de reunir la energía para localizarla de nuevo, pero estaba más
exhausta de lo que pensaba. Había pasado la mayor parte de la noche
anterior despierta en la cama, temerosa de que Envidia regresara con rabia.
Y la noche anterior apenas había dormido debido a la confesión de Ira.
Imaginé que para aprovechar la Fuente necesitaba descansar bien. Y yo
había hecho todo menos eso.
Saqué el diario sobre la Casa del Orgullo que había tomado prestado de
la biblioteca de Ira y hojeé lentamente cada página con la esperanza de que
algo estuviera escrito en un idioma que conociera.
Mis esfuerzos fueron en vano. Ni siquiera había dibujos o ilustraciones
que pudiera descifrar. Era sólo una página tras otra de pequeñas notas
escritas a mano en lo que podría ser un idioma demoníaco. Mi atención
seguía desviándose hacia mi baúl, hacia el objeto que había sacado de
contrabando de Envidia dentro de él.
No quería sacarlo de su escondite todavía. Tenía la sensación de que
alguien vendría a buscarlo pronto. No podía creer que hubiera sido tan fácil
de robar. Demasiado fácil, de verdad. Parte de mí esperaba que sonaran las
alarmas y que los demonios Umbra y vampiros pulularan en el momento en
que saqué el libro de hechizos de su estuche. No pasó nada. Simplemente
había caminado hasta mi habitación, lo había cosido en el interior de mi baúl
y esperado un ajuste de cuentas que nunca llegó.
Volví al aquí y ahora, hojeando las siguientes páginas. Me enfoqué en
el diario de la Casa del Orgullo, las líneas onduladas difuminándose.
Me desperté varias horas después, mi cara pegada al diario abierto.
No era mi tipo de libro, obviamente. Una novela romántica me habría
mantenido despierta hasta altas horas de la madrugada, sin pasar las páginas
lo suficientemente rápido mientras intentaba desesperadamente saborear
cada interacción llena de tensión entre el héroe y la heroína.
Me encantaba cómo la mayoría de las veces se despreciaban, y cómo
esa chispa de desdén se convertía en algo completamente diferente.
La vida real ciertamente no se parecía en nada a una novela romántica,
pero todavía quedaba una pequeña parte de mi antiguo yo que esperaba un
final feliz. No se podía negar que existía una chispa entre Ira y yo, junto con
mucho desdén, pero la probabilidad de que se convirtiera en amor era la
verdadera fantasía.
Me peiné y fui a revisar las habitaciones de Ira nuevamente. El
demonio todavía estaba fuera. O no se molestaba en abrir la puerta. Me
quedé allí, con la mano cayendo a mi costado. Era posible que estuviera
molesto por mi despido de él en la Casa de la Envidia. Pero algo sobre eso no se
sentía bien.
Había estado a mi lado durante meses en el mundo humano, y luego
durante casi dos semanas aquí. Si tenía una amante, podría haberse escabullido
para visitarla. Dudaba que hubiera esperado que regresara tan rápido.
Debería alegrarme de la soledad. No tenía a nadie mirando por encima del
hombro, ni deseos impulsados por la lujuria de completar un vínculo
matrimonial. Sin distracciones. Y sin embargo... y, sin embargo, no quería
pensar en por qué me embargaba la inquietud.
y comí en mis habitaciones, pensando en la conversación de
Pedí la cena
Envidia y todo lo que había aprendido. Específicamente, el hechizo de la
verdad usado en el vino y lo que podría significar para el resto de mi misión.
La magia funcionaba en un príncipe del infierno. Y aunque no había notado
nada diferente en nuestra bebida, no significaba que un príncipe no sintiera
la alteración. Envidia sabía lo que se avecinaba, así que no podía usarlo
como medio de juzgar.
Lo que quería era probar una teoría. Y necesitaba a Ira. Si pudiera
hechizar su vino sin que él lo supiera, podría ser una habilidad útil para
emplear en el Festín del Lobo. Todos los príncipes estarían presentes. Podría
susurrar el hechizo sobre nuestro brindis y averiguar quién fue el
responsable de la muerte de Vittoria sin que nadie se diera cuenta.
Si Ira no podía sentir el hechizo. Ese plan solo funcionaba si la prueba
era exitosa.
Me dije a mí misma que esa era la razón principal por la que había
estado paseando por el pasillo fuera de sus habitaciones a la mañana
siguiente. Escuchando cualquier señal de su regreso. Seguramente no tenía
nada que ver con extrañarlo. O crecientes sospechas de adónde había ido y
con quién podría estar. Lo cual era una tontería que pertenecía a la Casa de la
Envidia. Tal vez esas eran simplemente emociones de celos residuales que
quedaron de mi visita a esa Casa del Pecado. Si tales cosas ocurrían.
Pasaron dos días más y aún no había noticias del príncipe de la Casa.
Intenté unas cuantas veces más invocar la fuente de mi magia, pero encontré
la misma resistencia. No había información al respecto en el grimorio, así
que tenía que esperar. Eventualmente dominaría sumergirme en ese pozo. Pasé
mi tiempo en la biblioteca, buscando nuevas fábulas. Estaba interesada en
aprender más sobre el Árbol de las Maldiciones, especialmente la línea que
afirmaba que concedía más que deseos.
También busqué libros sobre la Llave de la Tentación o Espejo de la
Tripe Luna. Hasta ahora, todos mis esfuerzos fueron en vano. Finalmente,
cuando pensé que me volvería loca, sonó un golpe en mi puerta.
—Hola, lady Em. —Anir sonrió—. Estoy aquí para llevarte a una
aventura.
—¿Lady Em? —Arrugué mi nariz—. Nadie me ha llamado nunca Em.
No estoy segura de que me guste.
—Eso es porque nunca tuviste una reunión clandestina. Vamos. Ponte
una túnica y pantalones, y luego encuéntrame aquí. Vamos tarde.
—¿A dónde vamos?
Mostró otra sonrisa. Esta hizo que mi estómago se retorciera de
nervios.
—Ya verás.
Decidiendo que lo que había planeado tenía que ser mejor que sentarse
a solas en mi habitación, o vagar por la biblioteca y no encontrar nada útil,
rápidamente corrí a mi dormitorio y me puse la ropa que había sugerido.
Una vez que me puse unos zapatos planos, lo seguí al pasillo. Subimos
un tramo de escaleras y nos detuvimos cerca del final de un largo pasillo.
—Te presento... —Anir empujó la puerta para abrirla—. La sala de
armas.
—Diosas de arriba. —Respiré hondo, aunque no debería haberme
sorprendido por la grandeza, dado el papel de Ira como general de guerra.
Aquí estaba la perla de la Casa de la Ira—. Es impresionante.
—Escucho mucho eso —bromeó Anir—. Entra.
Pasé el umbral. Mi atención se movió alrededor de la cavernosa
habitación que parecía seguir y seguir. Las columnas dividían el espacio en
cámaras más pequeñas e interconectadas. Si la galería de Envidia era la
parte más reveladora de su personalidad, aquí estaba el alma de Ira al
descubierto.
Hermosa. Elegante. Mortal. Pulida a la perfección brutal y sin disculpas
por vanagloriarse en la violencia. Me quedé allí, catalogando todo.
El techo de vidrio permitía que la luz se filtrara e iluminara lo que de
otro modo sería un espacio oscuro. Las paredes y el suelo eran de mármol
negro con vetas doradas. En la sala principal a la que habíamos entrado,
había un diseño oculto, con las fases de la luna en un lado, un puñado de
estrellas en el otro y una serpiente que se tragaba la cola en forma circular,
con incrustaciones de oro en el piso. Por lo que pude ver, cada esquina de
esa sección del piso presentaba uno de los cuatro elementos. Parte del
diseño fue cubierto por una gran alfombra colocada directamente en el
centro.
Serpientes de oro se enroscaban alrededor de las columnas de mármol
de ébano, convirtiéndolas en las columnas más fantásticas y hermosas que
jamás había visto.
Espadas, dagas, escudos, arcos y flechas, y una variedad de cuchillos
brillaban en negro y dorado desde sus posiciones meticulosamente
espaciadas en las paredes.
Giré en mi lugar, disfrutando del esplendor de todo. En el fondo de la
habitación había un mosaico de una serpiente. A diferencia de los ouroboros
incrustados en el suelo, el cuerpo de esta serpiente se enroscaba en un
intrincado nudo. Me recordó a algo, pero no pude ubicarlo.
Contra la pared del fondo había un fardo de heno con un objetivo
gigante pintado en el centro. Había una pequeña mesa a la izquierda con
dagas alineadas en una fila perfecta. Las miré, mis dedos ansiaban agarrar
sus empuñaduras y lanzarlas por el aire.
—Nuestra primera lección será sobre tu postura. —Anir se trasladó al
centro de la sala de armas y señaló el espacio en el tapete frente a él. Dejé
de mirar boquiabierta y me paré donde me había indicado—. Tus pies
siempre deben estar firmemente plantados en el suelo, lo que te da una
palanca constante para arremeter, golpear o esquivar rápidamente en
cualquier dirección sin perder el equilibrio.
Me moví para reflejar su posición. Sus pies estaban un poco más separados
que sus caderas, con uno un paso adelante y el otro plantado hacia atrás.
Había algo casi familiar en la pose, pero nunca había peleado ni había
tenido motivos para recibir lecciones como esta.
—Querrás que tu peso se distribuya de manera uniforme. Asegúrate de
que tus rodillas sigan la dirección en la que apuntan tus pies.
Me tambaleé un poco, luego me ajusté. Apenas había levantado la vista
cuando Anir se precipitó hacia adelante, con el antebrazo extendido como un
ariete, e hizo contacto con mi plexo solar, enviándome volando hacia atrás.
Mis brazos se agitaron antes de aterrizar sin gracia en mi trasero.
Miré a mi maestro.
—Usted, signore, es terrible.
—Lo soy. Y usted, signorina, acaba de aprender su primera lección —
respondió. Me tendió una mano y me ayudó a ponerme de pie—. Nunca
apartes tu atención de tu oponente.
—Pensé que esta lección era sobre la postura.
—Lo es. —Guiñó un ojo—. Mirar hacia abajo no te hace ningún favor
con el equilibrio. Si tienes que mirar hacia abajo, usa los ojos, no toda la
parte superior del cuerpo. La autoconciencia es clave.
Repetimos la rutina con diversos grados de golpes en el trasero.
Incluso con el tapete acolchado en el piso, estaría adolorida por la mañana.
Con cada golpe, me volví un poco más segura en mi postura, me tambaleaba
menos. El sudor perlaba mi frente mientras peleábamos una y otra vez.
Se sentía bien, trabajar mi cuerpo, vaciar mi mente.
Algún tiempo después, Anir pidió un descanso y se secó el sudor de su
cuello y cara con un trozo de lino. Todavía estaba listo para continuar, pero di
un paso atrás, rebotando en las puntas de mis pies. Me sentía viva, mis
músculos temblaban, pero con hambre de más uso.
Se inclinó por la cintura.
—Toma cinco.
Lo seguí hasta una mesa auxiliar preparada con una jarra de agua y
vasos.
—¿Dónde está Ira? —No sé por qué lo solté, pero me parecía extraño
que el demonio de la guerra no estuviera por ningún lado mientras estábamos
en su gloriosa cámara de armas.
Anir me miró de reojo mientras se servía un vaso y se lo bebía a la
mitad.
—No pensé que te importaría su ausencia.
—No me importa. Tengo curiosidad. —Cuando no respondió, encontré mi
ridícula boca llenando el silencio—. Parecía incómodo por mi elección de
visitar la Casa de la Envidia. Había pensado que desearía verme cuando
regresara.
—¿Preguntas por mí cuando no estoy?
—No.
—Ay.
Sangre y huesos. Inmediatamente me pateé cuando la sonrisa de Anir
se ensanchó. Me serví un poco de agua y tomé un sorbo.
—Solo quise decir...
—Sin ofender. —Sus ojos brillaron divertidos—. Miéntete a ti misma
todo lo que quieras, pero tendrás que hacerlo mejor a mi alrededor.
—Bien. La verdad es que la emisaria me irritó
—¿Lady Sundra? —Anir resopló—. Me lo imagino. Su padre es duque
y nunca ha dejado que nadie olvide ese rango elevado. Siempre creyó que
haría un matrimonio ventajoso con un príncipe.
—Ah. Por eso se convirtió en emisaria. La pone muy cerca de todos los
miembros de la realeza.
—Mírate, lady Em. Ahora estás pensando como una noble astuta. Sin
embargo, la mayoría de los príncipes no tienen intenciones de quedar
atrapados en una trampa matrimonial. No importa cuántos planes intenten
familias nobles como la de ella, los príncipes están contentos como están. Su
estado natural corre desatado; no es nada personal en tu contra.
—Entonces, cuanto más alto es el rango, más exhiben los demonios el
pecado con el que se han alineado.
—Por lo que he reunido en mi tiempo aquí, sí. Aunque nadie puede
obtener el poder suficiente para derrocar a un príncipe. Son algo
completamente diferente. Es como la diferencia entre un león y un tigre.
Ambos son gatos grandes y depredadores, pero no son iguales.
—¿Y los demonios menores? Son diferentes a los nobles.
—En efecto. Y es por eso por lo que a menudo eligen vivir en las
afueras de sus círculos.
—Si lady Sundra está mejor alineada con la Casa de la Ira, ¿cómo se
casaría con un príncipe que representa un pecado diferente?
—Sería raro, pero no inaudito que cambiara de pecado.
Me apoyé contra el borde de la mesa y dejé mi vaso.
—Sabías que Ira había iniciado su aceptación del vínculo matrimonial
la noche en que las Viperidae me atacaron.
—Todos saluden a la reina del cambo de tema. —Ofreció una reverencia
dramática—. ¿Hay alguna pregunta ahí o estás buscando una confirmación?
—Sé que no soy su primera opción como esposa —respondí, todavía
pensando en la hija del duque—, pero me gustaría saber si había alguien en
quien estaba interesado antes de... todo.
La luz burlona abandonó el rostro de Anir.
—No me incumbe ni me corresponde compartir su historia.
—No te lo estoy pidiendo. Solo quiero saber si había alguien más.
—¿Cambiaría algo si lo hubiera?
Pensé en ello. Mi curiosidad estaba en juego, sin duda, pero cambiaría
las cosas. Rechazaría el vínculo y haría que nuestro destino lo decidiera el
consejo de tres que Ira había mencionado.
Si él amaba a alguien, bueno, eso me haría sentir incómoda y al mismo
tiempo despejaría mi camino hacia Orgullo. Que seguía siendo el camino
más seguro para lograr mi objetivo de venganza.
A menos, por supuesto, que le ganara a Envidia en encontrar la Llave de
la Tentación y el Espejo de la Triple Luna. Y si un príncipe demonio no podía
sentir el vino o la comida hechizada, podría obtener la verdad de esa
manera. Pero necesitaría practicar con un príncipe del infierno, y uno
todavía estaba notablemente ausente, maldito fuera.
Volví al asunto que nos ocupaba. No me gustaría estar unida en un
matrimonio sin amor con Ira si él siempre estuviese suspirando por alguien
más.
—Sí. Lo haría. Cambiaría mucho.
—Cuidado. —Una voz baja se arrastró detrás de mí—. O podría
pensar que en realidad te gustaría casarte conmigo.
DIECISIETE
Cerré los ojos y maldije en silencio antes de fulminar con la mirada a
Anir.
—En serio eres el peor.
—Apuesto siete monedas del diablo a que te sientes diferente después
de tu próxima lección. —El traidor me lanzó una sonrisa retorcida—. No
olvide su bolso mañana, lady Em.
—Cierra la puerta al salir.
La voz de Ira estaba demasiado cerca. Sentí su aliento cerca de la base
de mi cuello y pensé brevemente en correr hacia la puerta o inventar un
hechizo para hacer que el suelo me tragara entera. En cambio, cuadré los
hombros y me di la vuelta lentamente. Su enfoque estaba completamente en
el humano. Anir perdió un poco de su arrogancia juguetona, reemplazándola
con una seriedad que no había visto en él desde la noche en que lord
Makaden perdió la lengua.
—Nadie entra en esta habitación hasta que yo dé la señal de que
nuestro entrenamiento ha terminado. ¿Entendido?
—Sí, su Majestad.
Anir me ofreció una reverencia cortés y rápidamente se dirigió a la
salida. Cobarde. Sonreí para mí misma. Hablando de cobardes, fingir que el
príncipe demonio no estaba allí y que no había escuchado algo que nunca
tuve intención de que escuchara, tampoco serviría para mi intento de ser
valiente.
Me obligué a encontrarme con la imponente mirada de Ira y oculté mi
sorpresa mientras evaluaba a mi nuevo oponente. Hoy no estaba vestido
completamente de negro; vestía una brillante camisa blanca y una levita.
Observé su enorme figura, la fría actitud de sus rasgos y tragué con fuerza.
No estaba de buen humor. Decidí que ahora no era el momento para la
valentía. Un maquinador inteligente entendía el arte de la retirada. Ira no
tramaba nada bueno y yo no quería ser partícipe en descubrir lo malo que
podía ser.
—No creo que tu entrenamiento sea necesario. Anir estaba haciendo un
trabajo excepcional.
Una sonrisa se extendió por el rostro del príncipe, aunque no había ni
rastro de alegría en ella. La mirada confirmó que quedarse para este
entrenamiento era una idea terrible. Di un paso atrás y algo peligroso brilló
en los ojos de Ira.
—Él no posee las habilidades necesarias para esta lección.
—Oh, bueno, tengo un compromiso previo. Tendremos que
reprogramar.
—¿Es así?
—Sí, de hecho, lo es.
—¿Recuerdas el acuerdo que hicimos en mis aposentos?
Fui a asentir cuando una inmensa ola de letargo se apoderó de mí y de
repente encontré mi cabeza demasiado pesada para moverla. El intenso
enfoque de Ira se centró en mi cambio emocional y físico. No había
preocupación presente en su expresión, solo un duro filo que debería
haberme preocupado.
Y lo habría hecho, si no estuviera en un estado de desfallecimiento tan
horrible.
No podía conseguir preocuparme, o estar de pie, aparentemente. Mis
piernas se doblaron por su propia voluntad y me hundí en el suelo,
estrellándome en un montón de extremidades enredadas. Mi mejilla se
presionó contra la gruesa alfombra, las fibras rasposas e incómodas. Aun
así, ni siquiera me di la vuelta para ponerme cómoda. Ni siquiera parpadeé.
Para mi horror, un chorrito de saliva salió por la comisura de mi boca. No
podría importarme menos.
De hecho, descubrí que realmente nada me importaba mucho. Ni
siquiera el brillo de victoria destellando en los ojos de Ira mientras se
elevaba sobre mí.
Caminó alrededor de mi forma boca abajo.
—Mírame, Emilia.
Quería hacerlo, casi más que nada, pero la energía era demasiado
difícil de conseguir. No me quedaba nada de sobra en mis reservas. En
cambio, mis párpados empezaron a cerrarse. A pesar de mi posición indigna,
tendida en el suelo, babeando, no pude reunir la determinación para…
La sensación de pereza se rompió, como si nunca hubiera existido.
Furia, absorbente y al rojo vivo, me hizo levantarme un instante después. La
rabia hacía temblar mi cuerpo. O quizás era ira.
Me arrojé sobre el demonio.
—¡Te voy a matar!
—¿Matar? Estoy seguro de que quieres decir besar.
Ira se rio entre dientes ante mi repentino cambio de temperamento,
luego, antes de que pudiera tocarlo, la atmósfera cambió abruptamente una
vez más. De repente, ya no estaba tratando de poner mis manos alrededor de
su garganta; lo estaba arañando para acercarlo más, envolviendo mis piernas
y brazos alrededor de su cuerpo. Lo deseaba.
Que la diosa me maldiga. La necesidad de acostarme con él era
abrumadora, el dolor insoportable.
Pensaba que conocía el deseo antes en los Bajíos de Medialuna. Nada
se acercaba a esto. No podía pensar en nada más que en sus manos sobre mí.
Mis manos sobre él.
En el fondo de mi mente sabía que algo andaba terriblemente mal. Esto
era exactamente lo que Lujuria me había hecho esa noche en la playa, pero
no podía concentrarme en nada salvo en mi deseo.
Nuestra furia mutua tendría una perfecta válvula de escape en la
pasión, otorgándonos a ambos liberación mientras luchábamos por
desnudarnos, por acariciarnos en exceso, por hacer que el otro se deshiciera.
Arrastré el rostro de Ira más cerca del mío, sus ojos brillando con el mismo
deseo mientras lentamente tomaba su labio inferior entre mis dientes.
—Bésame. —Dejé su boca solo para pasar mi lengua y dientes por el
costado de su cuello, saboreando y chupando su piel mientras acercaba mis
labios a su oído—. Te necesito.
—Desear, pero nunca necesitar, mi lady. —No correspondió a mi
búsqueda, pero su sonrisa era positivamente pecaminosa mientras se alejaba
de mi toque—. En el Corredor del Pecado, fuiste puesta a prueba por la
envidia. Tengo curiosidad por saber qué te enfureció tanto. ¿Recuerdas qué
ilusión provocó eso?
Mi deseo se evaporó. Una imagen de Ira concentrado en acostarse con
una mujer que no era yo resurgió. Una vez más vi las piernas de ella
envueltas alrededor de su cuerpo, las caderas de él rodando hacia adelante
con cada profundo empuje dentro de ella. En lugar de los gemidos de ella,
ahora podía escuchar los de él.
Una emoción oscura y posesiva burbujeó dentro de mí. Estaba tan
celosa de ellos que quería matar. Mi sangre se volvió tan fría como mi tono.
—Sí.
—Dime lo que viste.
—Tú y otra mujer. En la cama.
Hubo un momento de silencio. Como si él no hubiera esperado que esa
fuera la razón.
—¿Y cómo te hizo sentir eso?
Exhalé, el sonido más parecido a un gruñido.
—Homicida.
Ira lentamente comenzó a rodearme de nuevo, su voz tranquila, pero
burlona.
—¿Eso fue antes o después de que vieras el placer que ella me había
dado? El éxtasis puro que sentí enterrado dentro de su calor.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla. No estaba triste, ni siquiera
furiosa. Ahora estaba completamente consumida por los celos. No de la otra
mujer, sino de la noche de intimidad que habían compartido. Yo quería eso.
Quería a Ira con una intensidad que arrasaba con toda la razón de mi mente.
Y ese nivel de envidia era casi tan abrumador como la noche en que conocí
al príncipe que gobernaba ese pecado.
Envidia había usado su influencia sobre mí y nunca olvidaría la
frialdad de…
La comprensión descendió en un estallido de ira, rompiendo el
hechizo.
—Tú bestia monstruosa. ¡Estás usando tus poderes sobre mí!
—Y con qué facilidad sucumbiste a ellos. —La furia de Ira se elevó
para encontrarse con la mía—. ¿Quieres que mis hermanos te manipulen? Tal
vez desees convertirte en un objeto para su diversión. Quizás empezarás por
ser mía. Quítate la ropa y baila para mi placer.
—Eres un cerdo.
—Soy mucho peor que eso. Pero un acuerdo es un acuerdo.
—No di mi consentimiento para estas sandeces.
—Mentira. Tú me pediste a mí que te armara. Lo exigiste, si mal no
recuerdo. Lo contrarresté con entrenarte contra amenazas físicas y mágicas.
¿No estuviste de acuerdo con eso?
—Sí, pero…
—Quítate la ropa.
Había un extraño eco de poder en su voz. Traté de apartarlo, intenté
luchar contra él, pero sentí la presión aumentando y desplomándose. Traté
desesperadamente de erigir una barrera emocional entre nosotros, pero Ira
no aceptaba nada. Antes de que pudiera tocar la Marca de invocación en mi
cuello, su voz sonó clara, fuerte y llena de poder dominante.
—Ahora.
La presa se rompió y también lo hizo mi voluntad. Mis dedos aflojaron
rápidamente los botones y ajustadores de mis pantalones. Salí de ellos,
permitiendo que la tela se acumulara a mis pies. Luego desapareció mi
túnica. Ira deslizó su atención de la parte superior de mi cabeza a los dedos
de mis pies y la levantó con la misma lentitud. No había lujuria, calidez o
aprecio en su mirada. Solo rabia.
Y no estaba solo en ese sentimiento. Odiaba que me hubiera obligado a
desnudarme. Elegir hacerlo en los Bajíos de Medialuna fue poderoso,
liberador. Esta no era ninguna de esas cosas. Lo haría pagar por esto. Tan
rápido como estalló mi necesidad de venganza, se desvaneció con la
siguiente oleada de su voluntad.
Fui a quitarme la ropa interior, pero su voz atravesó mi neblina.
—Déjala puesta. Balancea tus caderas.
Me concentré en la única brasa de furia que no había sido reducida por
la orden mágica de Ira. Traté con todas mis fuerzas de encender ese núcleo
de emoción que todavía me pertenecía y usarlo para aplastar su magia. Sería
yo quien decidiera cuándo desvestirme frente a él o a cualquier otra persona.
Sería yo la dueña de mi propia voluntad. Y seguiría luchando por mí misma,
sin importar cuán funesta, desesperada o vana se volviera la situación.
Sintiendo mi resolución, Ira desató más de su poder.
—Dije que balancees tus caderas.
El pensamiento consciente, la emoción y el libre albedrío fueron
encerrados en lo más profundo de mí. Todo lo que conocía era el sonido de
su voz, su deseo. Su voluntad bombeaba por mis venas, me dominaba en
todos los sentidos de la palabra. Se convirtió en uno con mi corazón.
Hice lo que me ordenó. Me convertí en pecado y vicio. Era lujuriosa.
Y lo adoraba.
Balanceándome sugestivamente, mantuve mi atención en él. Deseé que
me pidiera que me quitara la ropa interior. Entonces deseé que se quitara la
suya.
Ira se acercó, su expresión era un estudio de fría furia. No podía
entender por qué estaba disgustado. Borré la distancia restante entre nosotros
y bailé contra él, presionándome contra su cuerpo tenso. Algo en nuestra
posición me recordó otra época, otro baile. Y la misma ira que lo recorrió
en esa hoguera.
En ese entonces era una criatura difícil y ahora lo era doblemente.
—¿No es esto lo que deseas?
—Para nada. —Dio un gran paso hacia atrás, colocando una odiosa
distancia entre nosotros—. Te dirigirás a mí como maestro a partir de ahora.
Arrodíllate.
—Yo nunca… —La rabia estalló, luego se extinguió igual de rápido.
Bajé al suelo con la cabeza gacha—. ¿Le complace esto, maestro?
—Quítame la bota derecha.
Le desabroché los cordones de la bota y luego se la quité, esperando
su siguiente indicación.
—Desliza tus manos por mi pantorrilla. —Alcancé su pierna y él la
apartó hacia atrás—. Empieza por el tobillo.
Sin dudarlo, arrastré mis manos por su cuerpo y sobre el músculo de su
pantorrilla. Mis dedos rozaron algo duro. Miré hacia arriba.
—¿Lo he complacido ahora, maestro?
Ira se agachó para levantar mi barbilla, su enfoque vagando por mi
rostro. Estaba buscando algo, pero el profundo ceño fruncido indicaba que
no lo había encontrado.
—Aprende a protegerte. Eso me dará el máximo placer.
Con él, de alguna manera entendía la esencia misma del placer. Eso
podía hacerlo. Solté su pantorrilla y alcancé la banda de sus pantalones.
—Déjeme complacerlo ahora, maestro.
La temperatura a nuestro alrededor se desplomó varios grados.
—Si te quisiera de rodillas, desnuda ante mí, sin un pensamiento
propio en tu cabeza, lo haría. Si quisiera follarte para consumar nuestro
matrimonio, harías exactamente lo que te dijera. Y rogarías por más. Ni me
atrae ni me agrada. Anhelo a alguien que sea mi igual. Agarra la daga
escondida en mi pierna. Levántate.
Deslicé la hoja de la funda de cuero y me puse de pie, con el corazón
hundiéndose ante su tono áspero y el rechazo de mis avances. Alcancé su
mano, con la esperanza de atraerlo a que tomara lo que le estaba ofreciendo.
—Yo…
Una furia, indómita, abrumadora y devoradora quemó la lujuria que
había sentido. Agarré la daga con tanta fuerza que me dolía la mano. Ira no
apartó su atención de la mía mientras desabrochaba lentamente los primeros
botones de su impecable camisa.
—Presiona la hoja contra mi corazón.
Cerré la distancia entre nosotros, la punta de la daga pinchando su
piel. Ahora estaba furiosa. Era furia en carne y hueso. Y tomaría lo que me
debían a mí y a los míos.
Empezando ahora. Con este príncipe odioso.
Ira se inclinó, su voz baja y seductora.
—Esto es con lo que sueñas. Sangre y venganza. Toma tu venganza,
bruja. Recuerda lo que acabo de obligarte a hacer. Cómo caíste de rodillas,
rogando por complacerme. Deja que el odio y tu pecado favorito te
consuman.
—Cállate.
—Quizás te gustó cuando te obligué a desnudarte. Cuando te doblegué
a mi voluntad.
—¡Dije que te callaras!
—Tal vez debería mostrarte lo malvado que puedo ser.
Me quedé mirando su pecho, a la hoja perforando su piel. Un ligero
hilo de sangre rodaba por su cuerpo. A través de la ira y la furia abrumando
mis sentidos, lo recordé. Le había clavado una hoja en el corazón antes. En
el monasterio. Él había jurado que se necesitaría mucho más que una daga en
el pecho para acabar con él. En ese entonces había querido probar la verdad
en esas palabras. Ahora él me estaba ofreciendo la oportunidad de hacerlo.
Tragué con fuerza, mi garganta subiendo y bajando. Las lágrimas no
derramadas me quemaban los ojos.
Mi mano tembló, la hoja clavándose más fuerte mientras forcejeaba
contra ella.
—Toma. Tu. Venganza.
Su influencia demoníaca luchó contra mi voluntad. Y ganó.
Una lágrima se deslizó mientras me inclinaba hacia la hoja, usando el
peso de la parte superior de mi cuerpo para atravesar músculos y huesos.
Observé con furia ardiente mientras se deslizaba dentro de su pecho. La
sangre manó de la herida, manchando su camisa, poniendo resbalosos mis
dedos. No la saqué. Retorcí la daga, apretando los dientes antes de gritar lo
suficientemente fuerte como para convocar al mismísimo Satanás.
El príncipe demonio observó impasible mientras yo sacaba la hoja de
un tirón y lo apuñalaba otra vez.
Y otra vez.
Y otra vez.
DIECIOCHO
Ira eliminó toda influencia sobre mí a la vez.
Me quedé mirando la hoja sobresaliendo del pecho del demonio, todo
mi cuerpo temblando violentamente como consecuencia. Las náuseas me
recorrieron en lugar de la rabia que acababa de sentir. Solté el arma y me
eché hacia atrás, incapaz de apartar la mirada. Había tanta sangre. La sangre
de Ira.
Florecía obscenamente a través de su camisa blanca como una flor de
muerte. Y si hubiera sido alguien más, estarían muertos. Los habría matado.
Respiré aliento tras aliento, el peso de lo que podría haber sido, de lo que
hice, casi aplastándome.
Ira arrancó la daga de su pecho y la arrojó. Me estremecí cuando
chocó con la pared del fondo, el único sonido en la cámara ahora aparte de
mi respiración entrecortada. Me había hecho apuñalarlo. En el corazón.
No… no podía dejar de mirar el lugar en el que había hundido la daga. No
podía dejar de escuchar el crujido repugnante del hueso a medida que
perforaba su pecho. Luché por mantener las manos a los lados, por no
taparme los oídos y gritar hasta que ese sonido miserable cesara en mi
cabeza.
La herida ya estaba curada, pero su camisa estaba empapada de
sangre. Los recuerdos de otro pecho, otro corazón, inundaron mis sentidos.
Mi gemela. Todo lo que podía imaginar era su cuerpo brutalizado. Con qué
facilidad podría haber sido ella bajo mi hoja. Contraatacar había sido inútil.
Giré mis manos, mis pegajosas palmas manchadas de sangre hacia
arriba, y grité:
—¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a someterme a esa
depravación?
—Sí, ¿cómo me atrevo a enseñarle a mi esposa a protegerse de sus
enemigos?
—Aún no soy tu esposa. Y si esta es tu idea de demostrar por qué
deberíamos casarnos, estás loco. Eres la criatura más despreciable que he
tenido la desgracia de conocer.
—Si eso fuera cierto, te habría dejado como lo hizo Lujuria cuando te
liberé de mi voluntad.
El demonio me arrojó una bata. No lo había visto antes sostenerla,
pero no había notado nada aparte de los pecados que él quería que
experimentara.
Ahora veía mucho.
Su expresión era lo más parecido a una de muerte que jamás hubiera
presenciado. Como si su pequeña exhibición de poder lo enfureciera más
que a mí. Como si eso fuera incluso posible.
Le atravesé el corazón con una daga. Nunca había estado tan alterada
en mi vida. Y había sentido muchas emociones de rabia desde el asesinato
de mi gemela.
Agarré la bata y metí mis brazos a través de ella, odiándolo por saber
que la necesitaría. También entendí con claridad vívida por qué vestía de
blanco. Su preparación para el entrenamiento me hizo enfurecer aún más.
Indicaba que sabía exactamente qué pecados usaría, qué me influiría para
que hiciera, y había pensado con anticipación lo que necesitaría después de
su pequeña demostración de poder.
Estuve tentada de regresar a mi dormitorio en ropa interior, o
desnudarme hasta quedar en nada. Que su corte me viera en toda mi gloria.
—Adelante. —Sin duda discernió mis pensamientos de mi lenguaje
corporal. Extendió un brazo—. Ciertamente no me opondré si prefieres
caminar sin la bata.
—En serio deberías dejar de hablar ahora.
—Oblígame.
—No me tientes, demonio.
—Hazlo. —Se movió hasta que se elevó sobre mí—. Usa tu poder.
Defiéndete.
Una burla infantil. Me sumergí en mi fuente de magia, intentando
arrancar un poco de poder para derribarlo en su trasero listillo. Una pared
de nada me saludó de nuevo. Estaba tan frustrada que quería gritar. Los ojos
de Ira se entrecerraron, sin perderse nada.
—Entrenaremos todos los días hasta el Festín del Lobo. Aprenderás a
protegerte de mis hermanos. O sufrirás indignidades mayores que las que te
he demostrado hoy. Prometida, agradece que no deseo dañar tu persona.
Solo tu ego y orgullo. Si no me equivoco, se pueden reparar ambos.
—Me hiciste apuñalarte.
—Me curo rápido.
Lástima que el impacto emocional de la pequeña lección de hoy no se
curaría tan rápido. Ajusté el cinturón en mi cintura.
—Te desprecio.
—Puedo vivir con tu odio. —Un músculo en su mandíbula se tensó—.
Es mucho mejor usarlo en tu beneficio, en lugar de adorarme y sucumbir a la
depravación de este mundo.
—¿Por qué la violencia? —Mi voz sonó tranquila—. No era necesario
que desataras mi ira de esa manera.
—Te ofrecí una salida. La venganza es veneno, la muerte lenta de uno
mismo. Busca justicia. Busca la verdad. Pero si eliges resarcirte por encima
de todo lo demás, perderás más que tu alma.
—No puedes afirmar en serio que te preocupas por mi alma.
—Tu dolor no se puede extinguir con odio. Dime, ¿te sientes como
imaginabas? ¿Derramar mi sangre curó tus heridas? ¿Esa balanza de justicia
finalmente se equilibró, o te deslizaste un poco más hacia algo que no
reconoces?
Apreté mi mandíbula y lo fulminé con la mirada. Ambos sabíamos que
no me sentía mejor. En todo caso, me sentía peor.
—No lo creo. —Giró sobre sus talones y avanzó hacia la puerta—. Me
reuniré contigo aquí mañana por la noche.
—Nunca accedí a múltiples sesiones de entrenamiento.
—Tampoco estableciste parámetros durante nuestro trato. Te sugiero
que vengas preparada para la batalla, o te encontrarás una vez más en ropa
interior, de rodillas ante mí, suplicando. O apuñalando. O ambos.
Controlé mis emociones. Ira era realmente un idiota gigantesco, pero
nunca era impulsivo.
—¿El momento de esta primera lección tiene que ver con mi visita a la
Casa de la Envidia?
—No. —Ira no se volvió, pero se detuvo antes de abrir la puerta—.
Ayer se emitieron votos para elegir al invitado de honor para el Festín del
Lobo.
Y ahí estaba. Debía haber esperado que hubiera surgido alguien más
interesante para ocupar mi lugar.
—Aún crees que seré elegida.
—Tengo pocas dudas de eso.
—¿Cuál era tu plan esta noche? ¿Mostrarme cuán desalmado eres en
verdad, cuán poderoso?
—Mis hermanos estarán más que felices de mostrarte lo pecadores que
pueden ser frente a una gran audiencia entusiasta. —Tomó una respiración
profunda—. Si pensabas que Makaden era malo, su comportamiento no es
nada comparado con una reunión organizada por mi familia. Tomarán hasta
que se aburran. Luego descartarán los pedazos rotos. Y —agregó en voz baja
—, si estás tan consternada por lo que acaba de pasar aquí, solo frente a mí,
en realidad no tienes idea de lo que te espera.
—Debiste haberme advertido que comenzaríamos a entrenar esta
noche.
—Mis hermanos no preguntarán. Tampoco darán ninguna advertencia.
—No estoy prometida con tus hermanos. Si quieres una igual, te
sugiero que me trates como tal. Puede que hayamos hecho un trato, pero eso
no significa que no pueda ser advertida.
—El objetivo de esta lección era mostrar lo vulnerable que eres, no
avergonzarte.
Observé las líneas tensas de su espalda. El agarre con los nudillos
blancos que tenía en el pomo de la puerta.
—Emilia, no soy un héroe. Tampoco soy un villano. A estas alturas
deberías saber eso.
—Déjame. Esta noche he escuchado suficientes excusas.
No se movió ni un segundo, y me preparé para lo que fuera que parecía
estar luchando por decir. Salió de la habitación sin otra palabra, y la puerta
se cerró silenciosamente detrás de él. Me quedé mirando la puerta por unos
momentos, recomponiéndome.
Imaginé que este entrenamiento era tanto para su beneficio como para
el mío. Si alguien lograba tenerme medio desnuda y retorciéndome durante el
festín, o peor, el general de guerra podría recordarle a su familia cómo había
obtenido ese honor militar. Y no creía que el camino hacia ese título en
particular hubiera sido despejado sin una gran cantidad de derramamiento de
sangre por parte de Ira.
Eché un vistazo a la daga que había usado para apuñalarlo, la hoja
cubierta con su sangre seca. No pude identificar la emoción exacta
atravesándome en lugar del miedo, pero ya no sentía náuseas. Sentía que
podía respirar fuego. Y con mi capacidad para convocarlo, podría hacerlo
con un poco de práctica. La diosa ayudara a los príncipes demonios ahora.
Irrumpí en mi dormitorio y cerré la puerta con fuerza suficiente para
sacudir la gran pintura colgando cerca del cuarto de baño. De todos los
arrogantes trucos rencorosos y desagradables. Sí, había aceptado el maldito
trato, pero no sabía que era un contrato vinculante.
Mis mejillas se encendieron de furia. Perder mi sentido de control me
sacudió más que cualquiera de sus trucos demoníacos. Cuando entró en esa
sala de entrenamiento, tenía un plan y lo ejecutó sin problemas. Y había
estado a su merced. Esa. Esa era la raíz de mi ira.
—«De ahora en adelante te dirigirás a mí como maestro» —me burlé,
usando mi mejor impresión de su voz—. Monstruo odioso.
Entré en mi recámara de baño y comencé a restregar la sangre de mis
manos, mientras hervía por Ira. A pesar de que no pareció particularmente
complacido o engreído por sus esfuerzos, eso no cambiaba el hecho de que
se desató sobre mí.
Me sequé y caminé en un círculo enojado alrededor de mi habitación.
Estaba enojada con él por demostrar su punto, pero aún más enojada porque
eso me había dejado casi indefensa.
Dejando todo eso a un lado, tenía que admitir que era mucho mejor
estar sujeta a la influencia de Ira, por miserable que fuera, porque al menos
sabía que él no llevaría las cosas demasiado lejos. Podría hacerme
desnudarme y rogar, o clavar una hoja en su corazón, pero nunca se
aprovecharía de mí ni me haría lastimar a nadie más.
Me quedé mirando mis manos ahora limpias. Un pensamiento
inquietante entró en mi mente. Si un príncipe demonio lo quisiera, yo
asesinaría a alguien bajo sus órdenes. Ira lo demostró esta noche. Una parte
de mí quería apuñalarlo, pero nunca habría cruzado esa línea por mi cuenta.
Pensé en Antonio, en cómo claramente había estado bajo alguna
influencia. Si Ira podía blandir otros pecados con facilidad y fuerza, era
lógico que sus hermanos también poseyeran el talento.
Lo que significaba que cualquiera de ellos podría haber estado
manipulando a Antonio para que matara a las brujas. Su odio ya estaba ahí
por cómo murió su amada madre. No habría hecho falta mucho para que esa
emoción se prolongara, se usara en su contra.
Empujando pensamientos y preocupaciones de mi mente sobre el
asesino de mi hermana y el voto del Festín del Lobo, fui a mi armario y me
puse un sencillo vestido negro.
Miré hacia abajo cuando un destello de color blanquecino se asomó
desde la oscuridad. Una de las calaveras encantadas se había deslizado de
su cubierta cuando me quité el vestido.
Exhalé un suspiro. Aún necesitaba revisar el rompecabezas del cráneo
y averiguar si Envidia había sido quien los había enviado. La duda se
arrastró en cuanto a su participación. Tenía poco sentido para él enviar los
cráneos secretamente solo para compartir información abiertamente
conmigo.
Me incliné para volver a colocar la bufanda cuando la puerta exterior
se abrió con un crujido.
—Emilia, quería… —La atención de Ira se centró en la calavera
encantada. Cualquier cosa que hubiera estado a punto de decir terminó
olvidada de inmediato mientras cruzaba la habitación en un torbellino de
negro, oro y furia. Arrancó el cráneo de mi armario y se dio la vuelta,
observándome como si apenas me conociera—. ¿Qué…?
—A menos que quieras ser abofeteado con un hechizo desagradable, te
sugiero que reconsideres tu tono. Ya no estamos en tu ring de entrenamiento.
No toleraré la mala educación fuera de nuestras lecciones.
Inhaló profundamente. Luego exhaló. Repitió ambas acciones. Dos
veces. Con cada inhalación y exhalación, juro que la atmósfera se cargó. Se
estaban acumulando nubes de tormenta.
—Mi lady, si fuera tan amable de explicar cómo llegó esto a estar en tu
poder, me gustaría mucho saberlo.
Noté que le palpitaba una vena en la garganta. Después de lo que me
hizo hacerle, me dio una sensación perversa de júbilo el verlo tan enojado.
—¿Por qué estás aquí?
—Para disculparme. Respóndeme. Por favor.
—Alguien lo dejó. Junto con un segundo cráneo.
—¿Segundo cráneo? —habló entre dientes, como si estuviera forzando
los modales educados contra la incredulidad manifestándose en sus rasgos
—. ¿Dónde, por favor dime, está ahora?
—En mi armario. Detrás de ese vestido ridículo con faldas grandes.
Ira se metió tranquilamente en mi armario sin pronunciar una palabra
más, y recuperó el objeto en cuestión. Pareció necesitar un esfuerzo hercúleo
de su parte para mantener la calma.
—¿Podría preguntar cuándo llegó el primer cráneo?
—La noche en que Anir trajo comida y vino.
—¿La primera noche que estuviste aquí? —Su volumen subió un poco.
Asentí, lo que pareció ponerle los dientes de punta—. No pensaste que valía
la pena compartir esta información porque…
Mi sonrisa fue todo menos dulce.
—No sabía que tenía que informarte, maestro. ¿Habrías respondido
alguna de mis preguntas?
—Emilia…
—¿Qué hermano posee este tipo de magia? ¿Quién querría burlarse de
mí? Alguien debe odiarme muchísimo. Encantaron las calaveras con la voz
de mi hermana. Otra daga hermosa en mi corazón. ¿Tienes alguna idea que
ofrecer?
Arqueé mis cejas, sabiendo que no diría una palabra. Sus labios se
presionaron en una línea firme y no pude evitar la risa oscura que burbujeó
desde lo más profundo.
—Lo sospeché. Aunque puedo prometerte esto, no será la última vez
que decida mantenerlo en secreto hasta que haya investigado a fondo por mi
cuenta. —Señalé la puerta—. Vete, por favor. Ya he tenido bastante de ti esta
noche.
Sus ojos se entrecerraron ante el despido. Dudaba que alguien alguna
vez le hablara de tal manera. Ya era hora de que se acostumbrara.
—Con respecto al entrenamiento anterior…
—Soy completamente capaz de comprender el valor de la lección, sin
importar cuán espantosos sean tus métodos. En el futuro me preguntarás si
quiero entrenar, independientemente de nuestro trato. —Adopté una
expresión de indiferencia—. Si no planeas compartir información conmigo,
este interrogatorio termina ahora. Vuelve a poner los cráneos en su sitio y
vete.
—Los cráneos serán guardados en un lugar seguro.
—Esa vaguedad no funcionará conmigo. Sé específico. Si te permito
que te lleves los cráneos, ¿dónde estarán?
—En mi suite privada.
—Los veré cuando quiera. Y compartirás cualquier información que
obtengas.
Me fulminó con la mirada.
—Si estamos haciendo demandas, entonces, siempre que accedas a
cenar conmigo mañana, te concederé tu pedido.
—No puedo darte una respuesta esta noche.
—¿Y si insisto?
—Entonces mi respuesta es no, Su Alteza.
—Puedes suspender la conversación de esta noche. Negarte a cenar
conmigo. Pero hablaremos de todo. Pronto.
—No, Ira. Hablaremos de esto cuando ambos estemos listos. —Lo vi
absorber la declaración—. Daré mi consentimiento al entrenamiento, y tu
influencia, solo en ese lugar. Respetarás mis deseos en cualquier otro sitio.
—¿Si no?
Negué con la cabeza con tristeza.
—Entiendo que tu reino es diferente, y tus hermanos son diabólicos y
conspiradores, pero no todas las declaraciones son una amenaza. Al menos
no entre nosotros. Escucha esto: de aquí en adelante, si no respetas mis
deseos, no me quedaré aquí. No es para castigarte, sino para protegerme.
Perdonaré tu falta de decoro, juicio y decencia básica si prometes aprender
de este error. Sin embargo, compartirás toda la información que obtengas
sobre los cráneos, decida o no cenar contigo. ¿Tenemos un trato?
Me miró, realmente miró, y finalmente asintió.
—Acepto tus términos.
Ira recogió ambos cráneos y se detuvo, su atención aterrizando en mi
mesita de noche. Y el diario de la Casa del Orgullo.
—¿Cómo planeas leerlo? Déjame adivinar. —Su voz se volvió
sospechosamente baja—. ¿Ibas a hacer un trato con un demonio? Ofrecer un
pedazo de tu alma.
—Lo consideré.
—Permíteme que te ahorre el problema. No está escrito en un lenguaje
demoníaco. Y ningún trato que hagas con nadie, salvo yo, te dará las
respuestas que buscas con cualquiera de esos diarios. Todo lo que tenías
que hacer era preguntar y te lo habría dado.
—Quizás. ¿Pero me habrías dado una forma de leerlo?
—No sé.
Salió de la habitación, y no me moví hasta que escuché el clic de la
puerta exterior cerrándose. Luego me dejé caer contra la pared.
Conté mis respiraciones, esperando hasta estar segura de que él no
regresaría, y luego dejé que las lágrimas corrieran con fuerza y rapidez. Me
incliné, los sollozos sacudiendo mi cuerpo, consumiéndome. En cuestión de
una hora había sido objeto de múltiples pecados y había apuñalado a mi
potencial futuro esposo. Esta noche ciertamente podía clasificarse como una
noche infernal.
Me enderecé abruptamente, con el pecho agitado por el esfuerzo de
controlar mis emociones.
Limpié la humedad de mis mejillas y juré una vez más vencer a mis
enemigos. Incluso los que ya no se sentían adversarios.
DIECINUEVE
Las flores cubiertas de hielo resplandecían como cristales y las ramas
tintineaban como campanillas de invierno sobre mi cabeza a medida que
paseaba por el jardín.
Hacía tanto frío que necesitaba guantes forrados de piel y una capa
pesada de terciopelo, pero la mañana en sí era preciosa. Pacífica. No había
tenido muchos de esos días en los últimos meses, y esto se sentía decadente.
Entrecerré los ojos a través del enrejado de las ramas. Las hojas se
aferraban obstinadamente a la vida en un buen número de árboles,
congeladas hasta que el calor o el sol las liberaran.
Aún no había visto el sol a través de toda la nieve y los cielos
nublados, de modo que probablemente pasaría bastante tiempo antes de que
ocurriera el deshielo. Si alguna vez pasaba. Recordé la forma en que Ira se
había empapado de sol una tarde de descanso en el techo de su castillo
incautado en mi ciudad. En ese entonces asumí que había extrañado las fosas
ardientes de su hogar infernal. Ahora lo sabía mejor.
Racimos de flores, rosas y peonías de color rosa púrpuras y algo con
pétalos que parecían diminutas lunas plateadas en forma de medialuna,
brotaban en secciones más anchas del laberinto. Avancé lentamente a lo
largo del camino interior, los setos elevándose a ambos lados, hermosas
paredes vivientes espolvoreadas con nieve. Los jardines de La casa de la Ira
eran otro ejemplo asombroso de sus gustos refinados.
Seguí el sendero serpenteante hasta que encontré una piscina
reflectante cerca del centro.
Una estatua de mármol de una mujer desnuda estaba en el agua, una
corona de estrellas en su cabeza, dos dagas curvas en mano, su expresión una
de furia helada. Parecía como si fuera a rasgar el tejido del universo con
esas espadas terribles, y no se arrepentiría de sus acciones.
Una serpiente inmensa, del doble de la circunferencia de la parte
superior de mis brazos, se enroscaba en su tobillo izquierdo, se deslizaba
entre sus piernas mientras se aferraba a la pantorrilla y el muslo izquierdos,
luego se enroscaba alrededor de sus caderas y caja torácica. Su gran cabeza
cubría un pecho mientras su lengua se movía hacia el otro, no como si
estuviera a punto de lamer, sino como si lo bloqueara de la vista de los
transeúntes curiosos.
Me acerqué, fascinada y un poco horrorizada por ello. El cuerpo de la
serpiente en realidad ocultaba la mayor parte de su anatomía privada. Una
especie de protector malvado. Sus escamas fueron talladas con cuidado
experto, casi engañándolo a uno haciéndole creer que había sido real y se
había convertido en piedra.
Rodeé la estatua gigante. Su cabello, largo y suelto, tenía pequeñas
flores en forma de luna creciente talladas en los mechones sueltos. Cerca de
la parte inferior de su columna vertebral, un símbolo de la diosa había sido
grabado horizontalmente. Alargué la mano para acariciar a la serpiente
cuando un grave aullido agudo se escuchó desde las profundidades de la
tierra. Me eché hacia atrás y conecté con una pared de carne cálida.
Antes de que registrara el miedo o tuviera tiempo de reaccionar, un
brazo con músculos de acero se deslizó alrededor de mi cintura,
acercándome más. Una daga afilada se clavó en mi costado. Me quedé
inmóvil, respirando lo más superficialmente posible. Mi asaltante se inclinó,
su aliento cálido contra mi piel helada. Se me erizó el pelo de la nuca.
—Hola, ladroncita.
Envidia.
Empujé mi miedo en lo más profundo de mi mente, lejos de donde
pudiera detectar lo mucho que me había inquietado.
—Atacar a un miembro de la Casa de la Ira es una tontería. Y venir
aquí sin una invitación es doblemente imprudente. Incluso para ti, Su Alteza.
—Robarle a un príncipe se castiga con la muerte. —Su risa baja
careció de cualquier rastro de humor—. Pero no es por eso por lo que estoy
aquí, Bruja de sombra.
Dejó caer la daga y me soltó tan rápido que tropecé hacia adelante.
Cuadré mis hombros y lo enfrenté, mi expresión fría y dura.
—Si has venido por el libro de hechizos, tu viaje fue en vano. Me
pertenece.
Había querido decir que pertenecía a las brujas, pero se sintió como la
verdad cuando las palabras escaparon de mis labios. Envidia parpadeó
lentamente.
—Audaz y descarada. Quizás después de todo hayas encontrado esas
garras. —Su atención se deslizó sobre mí y luego hacia la estatua—. ¿Has
notado algo extraño últimamente? ¿Quizás algo extraño en tu magia?
—No.
Mostró una sonrisa rápida.
—Emilia, todos sentimos las mentiras. Permíteme ser franco. Me
robaste, pero yo te robé. Ojo por ojo.
—No me han robado nada.
—Había una maldición en el libro de hechizos. Cualquiera que lo
quitara de mi colección perdería algo vital a cambio.
Un terror frío se deslizó por mis venas. No había podido sumergirme
en mi fuente de magia desde que regresé de su casa real.
—Estás mintiendo.
—¿Lo hago? Quizás deberías lanzarme un hechizo de la verdad.
Envainó su daga y me dio otra mirada lenta a medida que esperaba.
Aunque sospechaba que sería inútil, me concentré en ese pozo de la Fuente,
intentando sumergirme en él y extraer suficiente magia para borrarlo, y a su
expresión de satisfacción, de este círculo.
No hubo nada más que una pared increíblemente gruesa donde una vez
sentí a esa bestia dormida. Siseó, como si verme le repugnara.
—No lo creo. Tú, querida, ahora no eres más que una mortal.
Se volvió y empezó a alejarse.
Echando humo, marché tras él.
—No tenías derecho a maldecirme.
—Y tú tenías incluso menos derecho a robar. Diría que estamos a
mano.
Pensé en mis planes de hechizar el vino en el Festín del Lobo.
Necesitaba recuperar mis poderes. Eso era innegociable.
—Bien. Devolveré el libro. Espera aquí mientras voy a buscarlo.
Envidia metió las manos en sus bolsillos, considerando la oferta.
—Encuentro que este es un giro de eventos mucho más interesante.
Quédate con el libro. Preferiría ver cómo se desmoronan tus planes.
—Estoy dispuesta a hacer un trato.
—Lástima que no hayas pensado antes en eso. Podría haber estado
abierto a un acuerdo que nos beneficiaría a ambos. ¿Ahora? Ahora disfrutaré
viendo cómo el destino sigue su curso.
Apreté los dientes para evitar maldecirlo, o rogarle que lo
reconsiderara. Un gemido débil volvió a surgir de las entrañas de la tierra.
La piel de gallina se erizó rápidamente a lo largo de mi cuerpo. Me volví
para mirar la estatua.
—Yo no sentiría mucha curiosidad por eso, mascota.
—Te dije que no me llames…
Me enfrenté a Envidia una vez más, solo para descubrir que ya se
había ido. Una voluta de humo verde y negro brillante flotando alrededor era
la única indicación de que había estado allí. Miré hacia atrás a la estatua y
escuché los gritos de lo que fuera que estaba siendo torturado profundamente
debajo de ella. Era triste, desesperado. Desconsolado. Un sonido que
atravesó mi armadura emocional.
Me pregunté qué estaba lo suficientemente condenado para que Ira
enterrara debajo de su malvada Casa en el inframundo, solo y miserable.
Entonces, comprendí que debía ser más horrible de lo que podría imaginar
recibir ese castigo. Ira era una espada de justicia, rápida, impasible y brutal.
Pero no era cruel. Cualquier cosa que estaba haciendo ese llanto
terrible…
No quería encontrármelo sola sin magia. Salí apresuradamente del
jardín, los sonidos de sufrimiento aún resonando en mis oídos mucho
después de haberme deslizado entre mis sábanas esa noche.

Al día siguiente, Fauna bailó con entusiasmo en el lugar afuera de mi


puerta. Sus golpes fueron tan rápidos y ligeros como las alas de un colibrí.
Abrí la puerta y sonreí. Sus pies calzados con pantuflas se movieron tan
rápido como nos hizo girar.
—¡Las invitaciones para el festín llegan esta semana!
Mi sonrisa se desvaneció. Después de la diabólica sesión de
entrenamiento de Ira, no compartía su entusiasmo. Honestamente, tampoco
me había emocionado el festín la primera vez que me lo contó. Pero ahora…
ahora encontré mi mirada desviándose hacia el reloj, saltando a cada sonido
en el pasillo. No estaba ni cerca de estar lista para resistir la influencia de
un príncipe demonio. Sin mencionar que, estar sin mi magia era otro
obstáculo que no había anticipado.
Fauna pareció pensar que no nos enteraríamos de quién era el anfitrión
durante unos días más, pero yo tenía otras sospechas. No tenía base para los
miedos que siguieron creciendo, así que hice todo lo posible por ignorar el
aire de presentimiento que se apoderó de mí como una nube de tormenta.
Mi amiga pidió té y dulces, y se quedó en mi sala de recepción con un
libro. Intenté relajarme de la misma manera, pero estaba demasiado tensa.
Después de mi encuentro en el jardín con Envidia, revisé libros sobre magia,
buscando una manera de romper una maldición o maleficio.
Era complejo: o necesitaría al que lo había lanzado para liberarme, o
tendría que descubrir la estructura intrincada de la maldición; fue descrito en
un grimorio como algo similar a una serie de hilos mágicos entretejidos.
Tendría que localizar el nudo de origen, y luego cortarlo. Si adivinaba mal o
deshacía el nudo equivocado, podía terminar cortando mágicamente el hilo
de la vida. Y morir.
El autor del libro sobre maleficios se aseguró de señalarlo varias
veces, como si alguien pudiera confundir el significado de “cortar el hilo de
la vida”.
Había contemplado brevemente visitar a la Matrona de Maldiciones y
Venenos, pero aún me enfrentaría a la posibilidad muy real de morir si ella
no localizaba el hilo correcto.
Era una apuesta que no estaba dispuesta a intentar. Al menos, aún no.
Deseé que Anir apareciera y comenzara nuestra lección temprano. El
entrenamiento físico ayudaría a quemar el exceso de nervios. Y necesitaba
desesperadamente librarme de la inquietud.
Finalmente, tarde en la noche, un sirviente entregó el sobre que había
estado temiendo. No había ningún escudo real, ni indicación de lo que
contenía, pero lo sabía. Mi nombre y título eran lo único que tenía escrito.
Indicando que no era solo una nota del príncipe de esta Casa real.
Tomé el sobre del sirviente con el mismo nivel de entusiasmo que si
fuera noticia de mi ejecución. Usé la daga delgada que Ira me había regalado
y la pasé por el borde superior, cortándolo cuidadosamente por el doblez.

ESTÁS CORDIALMENTE INVITADO A

La Casa de la Gula
PARA ESTA TEMPORADA DE SANGRE DE

El Festín del Lobo.


INVITADA DE HONOR:
LADY EMILIA DI CARLO, ACTUALMENTE DE LA CASA DE LA IRA

Si mi corazón latía con más fuerza, podría romperme una costilla. Me


habían dicho que tendría una opción, incluso si en última instancia me
hubieran instado a elegir la Casa anfitriona. No pude evitar temer que otras
reglas también serían dejadas de lado al último minuto.
Me quedé mirando la invitación, su elegancia contrastaba severamente
con el pánico que provocaba. Que me eligieran invitada de honor no era una
sorpresa; Ira ya había dejado en claro que probablemente sería la
desafortunada, pero verlo en blanco y negro hacía que todo fuera
terriblemente real.
Especialmente la parte sobre mi mayor temor o el secreto de mi
corazón siendo arrebatado por la fuerza frente a toda la asamblea. Con las
“lecciones” de Ira y la mortificación y el horror que me trajeron frescos a la
mente, sentí como si fuera a enfermar.
—¿Qué es? —Fauna dejó su libro a un lado—. ¿Su Alteza ha enviado
por ti?
—No. —Solté un suspiro—. Es la invitación al Festín del Lobo.
—¿Tan pronto? —Se levantó del diván, estirando su mano con una
emoción que no podía contener—. ¿Quién es el anfitrión de esta temporada?
—Le di la tarjeta y su boca formó una O perfecta de sorpresa a medida que
la escaneaba—. La Casa de la Gula. Interesante. Sus fiestas son legendarias
por su desenfreno. Envidia y Avaricia deben haber eliminado sus solicitudes
de anfitrión.
—Imagino que el Príncipe de la Gula tiene bastante comida.
—No solo eso. Su Casa es indulgente en todos los niveles. El alcohol
fluye de fuentes, la ropa es opcional en su jardín crepuscular, y los
encuentros a menudo se hacen en salas de vidrio recubriendo el salón de
baile. En su mundo no existe la clandestinidad. Todo está disponible para el
consumo: carne, comida, bebida, deseo carnal y cualquier tipo de vicio. Esto
debería ser todo un evento. ¿Ya sabías que él sería el anfitrión?
—Esta es la primera vez que escucho algo. ¿Has asistido a alguna de
sus fiestas?
—No. Era demasiado joven la última vez que fue anfitrión. Siempre he
tenido curiosidad. Algunas de las historias han adquirido un aura surrealista,
parecida a una fábula. Es difícil saber lo que es real y lo que es fantasía
pura. Especialmente con lo que esa escritora imprimió sobre él en su última
exposición real.
—Imagino que los columnistas tienen mucha inspiración.
—Oh, la tienen, y ella en particular. Definitivamente lo detesta. Se
rumorea que él arruinó la oportunidad de su prima de casarse con la nobleza,
razón por la cual ella tomó la pluma maldita. ¡Tanto escándalo! —suspiró
felizmente, después frunció el ceño como si un pensamiento nuevo lloviera
repentinamente en su ensueño soleado. Su atención se trasladó a la invitación
una vez más—. ¿Qué miedo crees que será arrancado de tu corazón?
—Sea lo que sea, estoy segura de que será horrible.
—Tal vez podamos trabajar en algo que no sea tan malo.
—Si tan solo preocuparme por cómo bailar en un baile sin pisar los
pies de nadie y causar una escena fuera mi mayor temor.
Mis nervios por bailar no eran exactamente una mentira. Nunca había
asistido a un baile real ni a un baile formal. Solo habíamos bailado en
festivales con otras personas de nuestro estatus. Todos aquí estarían
observando, juzgando. No debería importar lo que pensaran o si se reían de
mí, pero cuando pensaba en estar ahí parada, sintiéndome en carne viva y
expuesta, mi estómago se apretaba.
—¡Eres un genio! —Mi amiga se volvió hacia mí lentamente, su rostro
dividiéndose en una sonrisa enorme—. Podemos buscar un hechizo o poción
para que la tomes. Te convertiremos en la peor bailarina de los Siete
Círculos, digna de tu mayor temor.
—Fauna —advertí—. Solo estaba bromeando.
—No, podría funcionar. Si bebiste una poción para hacer que ese
miedo cobre vida de una manera desproporcionada, es aún más probable que
te lo arrebaten mientras estás en un baile.
—Y si se descubre nuestra artimaña, entonces ¿qué?
—Tendremos que asegurarnos de usar un hechizo o una poción experta.
—Aun así, la realeza podría sentir la traición y las mentiras.
—Simplemente tendremos que practicar para asegurarnos de que sea
perfecto.
—No hay necesidad de preocuparse por eso, porque no vamos a
engañar a nadie, Fauna.
—Deberíamos preguntarle a la Matrona si puede… —Fauna desvió su
atención de la invitación y se fijó en mi expresión—. Oh, sangre de ángel.
Parece que necesitas una distracción seria. Justo tengo el lugar en mente.
Ven. Vamos de una vez.
Me tomó del brazo sin darme la oportunidad de objetar, y nos hizo
correr a toda velocidad fuera de mis habitaciones, la invitación cayendo de
su mano, olvidada por el momento. Al menos, por ella.
El miedo golpeaba como un tambor contra mi pecho, el ritmo constante
e implacable. Y sospechaba que seguiría así hasta la fiesta temida.

La idea de Fauna de una distracción no podría haber sido más


adecuada para mí. Me arrastró por los pasillos reales, bajamos varios
tramos de escaleras, entramos en el pasillo de los sirvientes y finalmente
atravesamos las puertas de una cocina bulliciosa. Me quedé allí, bebiendo
de las vistas y los sonidos.
La cocina estaba llena de vida mientras el personal preparaba la cena
de esta noche.
Varias mesas corrían a lo largo de la habitación, con grupos de
trabajadores asignados a tareas diferentes. Algunos cortaban verduras, otros
trinchaban carnes, otros más amasaban masas para panes y bizcochos. Aún
más gente se paraba junto a cacerolas y sartenes.
Las lágrimas amenazaron, pero las ahogué. No serviría de nada llorar
frente al funcionamiento interno de la Casa de la Ira.
El cocinero nos recorrió con la mirada, luego señaló con la cabeza una
mesa cerca de una pared de ventanas. Habían sido abiertas, dejando salir el
calor de los fuegos del horno.
—Puede usar lo que desee, lady Emilia. Si no ve algo que necesita,
simplemente pregunte.
—Gracias.
—Gracias a Su Alteza. Nos dio instrucciones de asegurarnos tener
todo lo que quisiera.
—¿En serio? —Fauna apenas ocultó su chillido mientras avanzaba más
profundo en la habitación—. Qué increíblemente considerado. ¿No está de
acuerdo, lady Emilia?
—En efecto.
Eché un vistazo a mi alrededor. No se parecía en nada a nuestro
pequeño restaurante familiar, era mucho más grande y excelso, pero, aun así,
se sintió como en casa. Contra mi mejor juicio, una ola de gratitud se
apoderó de mí. Ira había adivinado que eventualmente encontraría mi camino
hasta aquí, al único lugar en este reino que me resultaría familiar como
ningún otro.
Me volví hacia el jefe de cocina.
—Gracias por dejarme entrar a tu cocina.
El cocinero inclinó la cabeza, luego regresó para ladrar órdenes a los
cocineros de la fila.
La tensión desapareció de mis extremidades cuando abrí la heladera y
vi una canasta llena de bayas regordetas. Junto a ellas había una tina de lo
que sospechosamente parecía ser ricota. Mi madre era el gran talento de los
postres en nuestra familia, pero había aprendido lo suficiente para hacer una
tarta rústica.
Reuní todos mis suministros y preparé mi estación cerca de la ventana
gigante. En unos momentos ya tenía la masa para la tarta resuelta y mezclada.
Enjuagué las bayas rápidamente y las dejé secar sobre una toalla, esperando
el azúcar con la que las revolvería. Quizás también haría natillas.
El metal chocando con metal llamó mi atención. Ira y Anir se atacaban
de un lado a otro fuera de la ventana, sus espadas y dagas chocando como un
trueno. No pude evitar quedarme boquiabierta a medida que cargaban entre
sí, azotando sus armas por el aire. Chispas volando literalmente con cada
contacto que hacían sus espadas.
Le di a Fauna una mirada acusadora.
—Veo que la cocina no fue la única distracción que tenías en mente.
Su sonrisa fue demasiado amplia para ser inocente. Se subió al alféizar
de la ventana y agarró un bolígrafo y un bloc de notas, fingiendo interés en
tomar notas de recetas mientras veía por encima de las páginas y observaba
a los dos guerreros simulando batallar. Balanceaban sus espadas por encima
de sus cabezas, sus cuerpos poderosos agitándose por el esfuerzo de las
armas pesadas y el entrenamiento.
—Mi lady, no tengo idea de lo que quiere decir. No sabía que estarían
aquí.
—Eres una mentirosa terrible. —Observé a medida que veía a Anir,
recordando a los dos charlando alegremente antes de que remoción de la
lengua de Makaden—. ¿Cuánto tiempo llevas enamorada de él?
Ella dirigió su atención a la mía bruscamente.
—¿Por qué crees que me preocupo por el mortal?
—Mencionaste suspirar por alguien cuando nos conocimos y no has
dejado de mirarlo. No voy a entrometerme si prefieres mantenerlo en secreto
ahora, pero Anir me agrada. —Asentí hacia la estación de postres que
instalé, dándole una manera de evadir el tema—. No temas tomar el rodillo y
ayudar. No tiene dientes.
Ella se rio detrás de su bloc de notas.
—Quizás no, pero ¿has visto la forma en que el príncipe te mira? Es su
mordisco lo que deberías tener en cuenta.
Rodé la masa para la corteza con un enfoque singular. Estaba haciendo
todo lo que estaba en mi poder para no mirarlo. De todos los lugares en todo
el castillo, simplemente tenía que elegir este momento para entrenar, con una
armadura de cuero sin mangas, directamente fuera de las cocinas.
Aunque supuse que Fauna era igualmente culpable de este supuesto
encuentro inesperado.
—Le gustan los dulces —dije, dándome cuenta de que ella todavía
estaba esperando una respuesta—. Es probable que esté mirando la tarta.
—Mi lady, no parece hambriento únicamente por el postre. Ojalá Anir
me mirara con tanto anhelo.
—Persíguelo.
—Créeme, si me diera alguna indicación de que estaría abierto a mis
avances, me abalanzaría sobre él. Su Alteza actualmente parece estar
experimentando el mismo dilema.
Mi atención diabólica se deslizó hacia la ventana. La luz de las
antorchas se reflejaba en una capa de sudor que Ira había conseguido
empuñando su espada. Nuestras miradas chocaron al mismo tiempo con el
metal de la espada de Anir. Fauna tenía razón. Ira parecía estar quemando la
magia de nuestro vínculo. Y estaba perdiendo la batalla. No se molestaba en
ocultar su atención.
Volví a enrollar la masa inmediatamente, usando más concentración de
la necesaria.
No podía olvidar la sensación de la hoja deslizándose en su carne.
Dejé el rodillo a un lado y comencé con las natillas, apartando el crujido
silencioso de sus huesos de mis pensamientos.
—Si puedo hablar con libertad, no es un pequeño favor lo que te ha
concedido.
—¿Qué favor?
—No insistir en que termines el vínculo matrimonial. Es de lo que
todo el mundo ha estado hablando.
Esperaba que el rubor de mis mejillas se confundiera por el calor de la
cocina. Qué fabuloso. Toda la corte estaba chismorreando sobre nosotros
acostándonos.
—Este reino ciertamente necesita aprender la diferencia entre
elecciones y favores.
Ella levantó un hombro.
—Algunos podrían argumentar que tomaste una decisión, la noche en
que comenzaste el compromiso. Que él era el que no tenía una verdadera
elección.
—Me cuesta creer que Ira sea tolerante con su corte discutiendo
nuestros asuntos personales.
—Tu posición potencial como princesa de este círculo es asunto de
todos.
—Yo…
—Mi lady, nadie la culpa. Simplemente… tener una cogobernante
otorga más poder a la realeza. Nos protege de cualquier príncipe aburrido en
otras Casas. Aquellos a los que les gusta causar problemas de vez en
cuando. Los príncipes son inmortales y, aunque la mayoría de los demonios
viven vidas extremadamente largas, nosotros no. La mayoría de los
miembros de la corte se preocupa de que nuestro príncipe no hará todo lo
que pueda por el bien de nuestro reino si llega la guerra. Hay rumores de que
podría estar debilitándose.
—Eso es ridículo —me burlé—. Es el príncipe más poderoso que he
conocido.
—Su poder no está en duda, solo su corazón. Puede seducirte con
bastante facilidad. Usar su influencia si es necesario. Y, sin embargo, te está
dando tiempo para que decidas por ti misma.
—Lo siento, pero me cuesta entender cómo ese es un concepto tan
extraño. ¿La gente de la corte en serio cree que debería obligarme a
casarme? ¿O acostarse conmigo contra mi voluntad? Hay leyes en el mundo
mortal sobre ese acto repugnante.
—Mi lady, no estaba hablando de violación. Eso no se tolera aquí sin
que Ira acabe con la vida de quien se atreva a tomar a otro contra su
voluntad. —Fauna me miró entonces—. No parezcas tan sorprendida. Los
Siete Círculos pueden estar gobernados por pecados, pero hay algunos actos
demasiado depravados incluso para nuestro reino. El castigo por la
violación es la muerte. Impartida por la mano de Ira. Otras cortes favorecen
la castración. Te lo prometo, si un príncipe decidiera seducirte,
especialmente nuestro príncipe, elegirías estar en su cama por tu propia
voluntad.
—¿Y la corte se está preguntando por qué no está intentando tentarme?
—Entre otras cosas. —Levantó un hombro cuando dejé de hacer las
natillas y me quedé mirando—. Considera esto. Si un puño de su traje está
deshilachado, las cortes se ponen a hablar. Creen que, si un príncipe no
puede controlar algo tan simple como su ropa, no hay esperanza de que se
preocupe por aquellos que viven en este círculo.
—Deben tener demasiado tiempo de inactividad si están
chismorreando sobre hilos sueltos.
—En realidad nunca se trata de la ropa. Se trata del significado
subyacente detrás del por qué el príncipe no prestaría suficiente atención, o
no se preocuparía por esos detalles pequeños.
Pensé en lo ofendido que se había sentido Ira cuando le traje esa
camisa vieja del mercado. Pensé que era simplemente arrogante y no estaba
acostumbrado a la ropa de campesino. Ahora sabía que era mucho más
profundo: si alguien de este reino lo hubiera visto, cuestionarían su reinado.
—Emilia, un gobernante distraído es peligroso. Señala debilidad.
Hace que los habitantes alineados con la Casa del Pecado se pregunten si
deberían buscar alianzas nuevas.
Y todos los príncipes del Infierno codiciaban el poder. Ira debía de
querer con mucho ahínco completar el vínculo. Pero había renunciado a la
seguridad de su Casa, al poder adicional, a los rumores en la corte, todo
para que yo pudiera tener lo que él codiciaba por encima de todo: elección.
—Mencionó algo sobre la necesidad de una ceremonia. Si nosotros…
—Respiré hondo—. Si fuéramos a…
—¿… Hacer el amor dulce, apasionado y lleno de lujuria? —preguntó
Fauna, su rostro inocente—. ¿Devorarse entre sí hasta la madrugada? ¿Gritar
el nombre del otro mientras te inclina y embiste su…?
—… sí. Eso. Nuestro matrimonio no estaría completo hasta que
también se realizara la ceremonia, ¿cierto?
—Cierto.
Fauna sonrió como si hubiera estado al tanto de la dirección en la que
mis pensamientos habían viajado.
—Independientemente de lo que haya ocurrido entre ustedes en el
pasado, no dudes ahora de él. Debe respetarte lo suficiente como para
condenar a su propia corte. Sin importar lo fugaz que sea.
Me di cuenta de que ella no había dicho nada sobre que él se
preocupara por mí o me amara. Me pregunté si tener un esposo que me
respetara compensaría la ausencia de las otras dos cosas. Quizás pertenecía
a la Casa de la Avaricia. No creía que me conformaría con un matrimonio
que no tuviera las tres cosas.
Más problemático aún… no estaba segura de cuándo había comenzado
a considerar tomar a Ira como mi esposo. Ya estaba en el inframundo. Pronto
conocería a cada príncipe y tendría la oportunidad de aprender algunos de
sus secretos. No necesitaba casarme. Y sin importar cuáles eran mis
sentimientos ahora, no renunciaría a mi familia por nadie. Mientras me
concentrara en eso, todas mis nociones románticas se desvanecerían.
Con suerte.

Más tarde esa noche llegó una nota garabateada con la letra de Ira.

Consideré ignorar su pedido, o elegir unos pantalones y una blusa solo


para demostrar que él no me mandaba ni me poseía. Pero actuar por
despecho no era el camino que quería recorrer.
Sin importar cuán satisfactorio sería ver el brillo de incredulidad en el
rostro del demonio exigente, sus lecciones me beneficiarían al final.
Y aprovecharía todas las ventajas que pudiera tener en mis manos
ahora. El Festín del Lobo se estaba acercando rápidamente, y estaría lista
para encontrarme con los demonios en su campo de juego y aplastarlos en su
propio juego. De la manera más elegante y traicionera imaginable.
Arrojé la nota a las llamas con un suspiro, y me fui a vestir para mi
cita de entrenamiento con Ira.
VEINTE
—Tan pronto como empieces a sentir la caricia de la magia, debes
agarrar tus propias emociones en un puño apretado. Gravitas naturalmente
hacia la ira; utilízala inicialmente, si es necesario.
Ira me rodeó en la sala de armas, con un brillo depredador en sus ojos
mientras pasaba su atención por el vestido. El cazador consumado
acechando a su presa. Poco sabía él, no era él quien había tendido esta
trampa en particular. Tampoco saldría victorioso.
Esta noche definitivamente era más una bestia que un hombre,
especialmente en asuntos semejantes a la batalla.
Con pantalones de cuero ajustados y una armadura sin mangas a juego
que abrochaba al frente, parecía transformado. Este no era el príncipe de
buenos modales que presidía una corte de demonios. Este era la criatura
hecha para pelear. Y era el primer vistazo que tenía del guerrero con
cicatrices de batalla fuera de su entrenamiento con Anir esta noche.
Sus dientes destellaron en una pobre imitación de una sonrisa,
aumentando mi sospecha de que ahora era todo un animal. Y le gustaba. Dejé
que mi mirada lo recorriera. Quizás yo también lo hacía.
—Se sentirá como un susurro a través de tu piel. Lo suficientemente
sutil como para apenas ser perceptible. Tu libre albedrío es todo lo que
necesitas recordar. No sucumbirás a nadie si decides no hacerlo.
La atmósfera entre nosotros estaba cargada. Después de que me
obligara a apuñalarlo, no estábamos del todo en términos amistosos, y
tampoco estábamos consumidos sólidamente por el odio. Con él luciendo
como Guerra y yo Seducción, las cosas seguramente se volverían
interesantes durante esta lección.
—Entonces, lo que estás diciendo es que me enfoque en mi mente y
voluntad. O imagine matarte para mantener el control sobre mis emociones.
Eso debería ser bastante fácil. —Sonreí—. Si domino la lección de esta
noche, creo que deberías aceptar humillarte ante mí. De hecho, me encantaría
verte de rodillas, suplicando.
Su atención volvió a centrarse en mi corpiño.
Con cintas diminutas atadas al frente. No me hacía ilusiones en cuanto
a lo que había planeado para tal vestido, especialmente si nuestro
entrenamiento se acercaba a la última sesión. Sin duda usaría una influencia
demoníaca sobre mí para deshacer todas y cada una de las cintas. No se
detendría hasta que estuviera frente a él, vestida solo con la ropa interior de
encaje que llevaba debajo.
O tal vez esos eran mis propios deseos secretos saliendo a la
superficie. Había elegido esos innombrables en particular con cuidado.
—Avaricia está interesado en las apuestas. Yo no.
—Sin embargo, parece que tu orgullo se verá afectado si gano. Por eso
no te arrodillarás ante mí. Quizás no puedas soportar la idea de rendirte a
nadie. Incluso tu potencial futura esposa.
—Emilia, no te equivoques. Cuando me arrodille ante ti, será para
conquistar, no para rendirme. Si albergas alguna duda, disfrutaré
demostrándote que estás equivocada. Ahora desabrocha mi armadura.
Su declaración estuvo mezclada con una orden mágica.
Sentí la sensación ligera de hormigueo que había descrito como su
influencia demoníaca buscando apoderarse de mis emociones, doblándolas a
la voluntad del príncipe demonio. Estaba a mitad de camino a través de la
sala de armas antes de que me sacudiera fuera del agarre pecaminoso. Una
emoción diminuta me atravesó. No necesitaba mi magia para luchar contra
él. Solo mi voluntad.
—Desabrocha mi armadura, ahora. Luego lleva tu espada a mi
cinturón y córtalo.
Esta vez, Ira usó toda la fuerza de su poder. La magia me acarició, me
impulsó a seguir adelante. Su armadura terminó deshecha y descartada en
segundos.
Deslicé mi mano debajo de mi vestido y saqué la daga escondida allí
con un movimiento rápido. La hoja estaba en su cinturón cuando recuperé el
control.
La boca de Ira se apretaba en una línea firme.
—Estás distraída.
—No puedo imaginar por qué. —Fingí pensar en ello—. Quizás tenga
que ver con la invitación que recibí para el Festín del Lobo. He oído que las
fiestas de Gula son legendarias por su libertinaje.
—La mayoría de las reuniones están cargadas de pecado y vicio. Es la
costumbre de este reino, y por lo que estamos entrenando. Pero eso no es lo
que te preocupa.
—Pensé que iba a tener opinión sobre dónde se celebraba el festín. —
Jugué con la daga—. No, no estoy deseando que llegue.
—Podrás sentir cualquier manipulación emocional para entonces. Y
estarás equipada para liberarte de su influencia si se comportan mal.
—Tampoco es eso.
Escaneó mi rostro.
—No será agradable, pero no será lo peor que vivirás.
—Como siempre, eres excepcional al aliviar los nervios. Yo… —
Negué con la cabeza, luego me incliné para volver a colocar mi daga en la
vaina de mi muslo—. No es solo el miedo lo que van a arrancarme.
—Mis hermanos no te harán daño.
—No sé bailar.
Levantó las cejas.
—No te obligarán a bailar si no quieres.
No encontré su mirada. Bailar me daría la oportunidad de pasar tiempo
con cada uno de sus hermanos. Imaginaba que habría algo de conversación
involucrada, y no quería que mi falta de refinamiento impidiera mi misión.
Como ya no podía intentar hechizar el vino, bailar y tomar una bebida
después sería perfecto para conversar.
—Probablemente tengas razón. —Forcé una sonrisa—. Es una tontería
preocuparse por eso.
Ira no respondió de inmediato. Inclinó la cabeza hacia un lado, y
entrecerró los ojos.
—Bailaste en la hoguera la noche en que te encontraste con Lujuria.
Entonces estuviste magnífica. No veo por qué tendrás problemas con un vals.
Levanté un hombro y volví mi atención a la mesa cerca de nosotros.
Varias dagas extrañas se habían alineado pulcramente. Eran de color negro
sólido con una pieza larga cortada en el centro de la empuñadura y la hoja.
—Cuchillos arrojadizos de veinte pulgadas. —Ira se acercó a la mesa
y tomó un cuchillo—. Son de acero sólido con un mango suave para no
perturbar tu agarre y tienen un peso en la parte delantera para hacer que el
lanzamiento sea más preciso. ¿Te gustaría practicar?
Pasé un dedo por el metal frío.
—Sí.
—Tómalo por la parte inferior. Trabajaremos en una técnica de giro.
Lo sostuve por el mango y apunté al objetivo de madera que Ira indicó
en el otro extremo de esta sección de la sala de armas. Voló por el aire,
aterrizó a la izquierda del centro, y cayó al suelo. El príncipe demonio
asintió y me entregó otra daga.
—El cuchillo no se clavó porque estás demasiado cerca.
—¿Cómo puedes saber eso?
—Cuando gira, si la hoja está inclinada hacia abajo cuando cae, indica
que debes dar un paso atrás. La mitad de lanzar cuchillos y hacer que
alcancen tu objetivo se trata de dónde estás parado.
Cambié de postura, luego repetí los pasos. Esta vez el golpe llegó a la
derecha del círculo rojo y se clavó. Me invadió una sensación profunda de
júbilo.
Extendí mi mano, esperando el siguiente cuchillo, y me sorprendí al
sentir los dedos de Ira envolviéndose alrededor de los míos. Me volteé,
confundida.
—¿Qué estás…?
—Vamos a comenzar una lección nueva. —Gentilmente me acercó más
—. Pon una mano en mi hombro. Y aférrate a este. Bien. —Inclinó nuestros
cuerpos, después se enderezó en toda su altura—. Los movimientos son
simples. Bailaremos en forma de caja. Retrocede sobre la punta del pie
derecho, y sigue con el izquierdo. Mantenlos a treinta centímetros de
distancia mientras nos movemos.
—No podemos bailar aquí.
—Por supuesto que podemos.
Hacíamos un par extraño. Sin su armadura, el pecho de Ira estaba
desnudo, sus pantalones de cuero moldeados a su forma, y yo estaba vestida
de seda carmesí. No pareció importarle. También actuó como si estuviera en
el mejor traje de noche.
El príncipe guerrero nos guio lentamente a través de los escalones,
manteniéndonos separados a la altura de los hombros mientras
retrocedíamos, hacia los lados y hacia adelante en una interpretación
relajada de una caja.
Observé nuestros pies, preocupada de pisar los suyos o de enredarme
en sus piernas.
—Inclina la barbilla hacia arriba de modo que puedas mirarme a los
ojos con adoración. —Sonrió ante mi ceño fruncido—. Quiero que te
concentres en lo atractivo que soy, en lo talentoso que soy para bailar y
matar, y olvides todo lo demás. Excepto por lo mucho que quieres besarme.
No pude evitarlo; me reí.
—Eres incorregible.
—Quizás. —Su voz se volvió baja y seductora mientras su mano se
deslizaba hacia la parte baja de mi espalda, acercándome un poco más—.
Pero ahora estás bailando un vals como una diosa.
La calidez de él, sus elogios, el músculo duro bajo las yemas de mis
dedos… todo me hizo balancearme más cerca. Ira apoyó sus labios contra mi
oído.
—Estás…
—¿Ahora este es un maldito salón de baile? —Anir se apoyó contra el
marco de la puerta con los brazos cruzados. Una sonrisa perezosa se
extendía por su rostro mientras batía sus pestañas—. ¿Enseñarás esta técnica
nueva a todos los soldados, Su Alteza, o solo a nosotros los bonitos?
Ira apartó la mirada de mí con lo que pareció ser un esfuerzo inmenso,
pero no nos liberó de nuestra posición.
—Un buen luchador es experto en armas. Un gran luchador es experto
en danza. Quizás te designe como el nuevo maestro de baile.
—Si bien eso suena excitante, vengo con noticias de la mazmorra. —
Anir se levantó del lugar donde se había inclinado casualmente, su expresión
seria—. Es el mortal.
Ira se tensó.
—¿Qué pasó?
La atención de Anir se deslizó hacia mí.
—Está preguntando por Emilia.
—¿Antonio? —Me alejé de Ira, mi corazón latiendo con fuerza—.
¿Está aquí?
VEINTIUNO
Esperaba que las mazmorras de la Casa de la Ira fueran subterráneas.
Oscuridad interminable interrumpida solo por fragmentos escasos de luz de
antorchas extendiéndose a lo largo de pasillos desolados. Piedras
empapadas en orina y otros malos olores de los olvidados y condenados
impregnando la esencia misma de las recámaras. Gritos de las almas
torturadas que fueron lo suficientemente abominables como para encontrarse
prisioneras en el Infierno. Me había convencido de que los lamentos que
había escuchado en los jardines se originaban en las celdas.
La realidad fue muy diferente.
Subimos una escalera amplia de piedra en una torre, el aire fresco y
limpio, mientras la luz entraba a raudales a través de una serie de ventanas
arqueadas ubicadas en lo alto. Una preciosa puerta de madera nos recibió en
la parte superior. No había guardias apostados afuera. Ningún arma apuntaba
al asesino que estaba esperando (justo más allá de las paredes de piedra
pálida) su audiencia con el príncipe y posible princesa de esta Casa del
Pecado.
Le di a Ira una mirada de incredulidad.
—¿Lo dejaste sin vigilancia?
—La puerta está cerrada con magia. Y también bloqueada desde el
exterior. —Colocó la palma contra la madera y se abrió con un clic—. Está
hechizada para abrir para los dos.
Parpadeé lentamente. Parecía haber perdido la capacidad de hablar.
Ira confiaba en mí más de lo que dejaba ver, o no me consideraba una
amenaza. Era una tontería de su parte subestimarme.
Entré en la habitación y me detuve en seco.
Antonio estaba sentado en una silla de cuero afelpado con un libro y
una taza de té humeante puesta en una mesa baja junto a él. Una manta estaba
extendida sobre su regazo. Estaba en una alcoba que daba a las montañas
nevadas del reino. Un río de ébano se deslizaba por la tierra como una
serpiente gigante. La vista era impresionante, y la habitación era mucho
mejor que el dormitorio de la santa hermandad. Esta celda de prisión era el
colmo de la comodidad acogedora.
No estaba segura de estar respirando.
Antonio alzó la vista ante nuestra llegada, sus ojos marrones cálidos y
amistosos. Atrás quedó el odio anterior con el que me había mirado. El
disgusto.
—Emilia. Viniste.
Una ola abrumadora de ira se apoderó de mí al ver su sonrisa. El tono
suave de su voz. Aquí estaba la espada humana que había matado a mi
gemela, descansando con un libro y una bebida caliente. Como si estuviera
en un descanso encantador de la santa hermandad en lugar de sufrir por sus
crímenes. Después de todo, Ira había sido sabio al mantenerme su ubicación
en secreto.
Estaba a la mitad de la habitación cuando los brazos de Ira rodearon
mi cintura y me levantaron en el aire. Su toque hizo poco para calmar el
fuego en mis venas.
Pateé, intentando asestar un golpe sobre el humano despreciable.
—¡Suéltame de una vez! ¡Lo voy a asesinar!
Ira me apretó contra su cuerpo sin darme cuartel. Me resistí contra él,
salvaje con una furia que estaba en una espiral fuera de control. Sabía en el
fondo de mi mente que mi reacción era extrema, pero había perdido la
capacidad de entrar en razón.
Todo lo que podía ver era rojo.
El rojo de la ira y el carmesí de la sangre de mi gemela, acumulándose
en el suelo duro. Manchando mis manos cuando las deslicé sobre ella y
perdí cualquier sensación de paz que me quedaba. Ahora la tomaría de él
hasta que no le quedara nada. Hasta que conociera la misma suerte de
Vittoria. Le arrancaría el maldito corazón del pecho con mis dientes si
tuviera que hacerlo.
Antonio dejó caer el libro y se hundió profundamente en la silla, con
los ojos del todo abiertos. Lo único que se interponía entre él y un ataque
feroz era el demonio. La ironía estaba justo allí.
—Mi lady, ¿recuerdas lo que dije sobre tu ira?
La voz baja del príncipe tuvo un toque de burla que apagó el infierno
ardiente de mi rabia. La pelea dejó mi cuerpo, solo para ser reemplazada
por un tipo diferente de tensión.
Ira nos hizo salir al pasillo sin soltarme, y cerró la puerta de una
patada detrás de nosotros. Me puso de pie con cuidado, mi espalda contra la
fría piedra, sus brazos colocados casualmente a cada lado de mi cuerpo.
Un destello de diversión resplandeció en sus ojos cuando le dirigí una
mirada.
—Domina tu temperamento, o mañana intentaremos esto de nuevo.
—Esto era una prueba.
—Estás fallando miserablemente.
Como él supuso que lo haría. Inhalé profundamente por la nariz, luego
exhalé por la boca. Tal como él lo había hecho la noche en que luchó por los
cráneos encantados. Repetí el ejercicio dos veces más antes de que mis
emociones se calmaran.
—Ahora estoy tranquila.
La comisura de su boca se levantó.
—Me parece fascinante que sigas mintiéndome a la cara, sabiendo muy
bien que puedo sentir cada falsedad. La rabia crea estrategias de batalla
complicadas. Si no puedes controlar tu furia, te arriesgas a resultar herida.
—Bien. Estoy más tranquila. Aunque no por mucho tiempo si sigues
presionándome.
—Eso crea una gran imagen mental.
Y tal como él pretendía, de repente ya no estaba pensando en el
asesinato, la ira o la rabia. Un pulso nuevo latió a través de mí que tenía
poco que ver con mi corazón. Mi atención se centró en sus labios malvados,
notando la curva tentadora de ellos. No había usado ni una pizca de magia o
influencia. Esta emoción llena de lujuria me pertenecía solo a mí. Y a este
reino y nuestro provocativo vínculo matrimonial.
O tal vez él no era el único cuya ira se convertía rápidamente en
pasión.
Tal vez también era un afrodisíaco para mí.
—Eres totalmente inapropiado.
—Mientes. —Ira se movió muy despacio, colocando su cuerpo al ras
contra el mío. El contacto físico fue una distracción bienvenida de la ira aun
hirviendo dentro de mí. Me concentré en el demonio, en el calor que no se
originaba en la furia—. Soy tu prometido. Y una encarnación viviente del
pecado, como me llamaste una vez. Se debe esperar una cierta cantidad de
comportamiento inapropiado. Especialmente cuando la futura princesa de la
Casa de la Ira es tan atractiva.
—Eres un pagano. Solo intentaba asesinar a un hombre.
—Precisamente. —Presionó sus labios contra mi mejilla—. ¿Estás
lista para volver a intentarlo?
—¿Para asesinarlo?
—Sugiero hablar, pero eres libre, como siempre, de elegir tu camino.
—Entonces, asesinarlo, o al menos una buena paliza.
—Inténtalo. —El desafío resonó en esa sola palabra—. Solo
terminaremos de nuevo aquí.
Como si eso fuera un disuasivo.
—¿Confías en mí?
—Es más importante para ti confiar en ti misma. —Se apartó de la
pared—. Solo tú puedes decidir cómo seguir adelante. ¿Qué te gustaría
hacer?
Pregunta peligrosa. Me gustaría abrir al asesino desde las entrañas a la
garganta y ver cómo sus apestosas tripas humeantes se derraman por el
suelo. Esa respuesta no me haría volver al interior. Y, sin importar cómo me
hubiera sentido momentos antes, no quería convertirme en alguien a quien ya
no pudiera respetar. Asesinar a un hombre, incluso a uno que había matado
violentamente a mi gemela, solo me pondría a su nivel. Por eso Ira me había
obligado a usar la daga en él la otra noche.
Sabía cómo se sentía, herir a alguien. La sangre no mancharía mis
manos. Hoy.
Ira esperó en silencio, dándome tiempo y espacio para decidir mi
próximo movimiento. Su expresión era perfectamente insulsa, sin juzgar. Sin
ningún indicio de sus pensamientos internos.
Rodé mis hombros, liberando la tensión.
—Estoy lista para preguntarle por mi hermana.

—Emilia. —Antonio se puso de pie de un salto—. Es bueno verte.


Su tono indicó que lo que en realidad quería decir era “Es bueno ver
que ya no estás gruñendo y pateando como una bestia rabiosa intentando
arrancarme la garganta”.
Sin embargo, esta reunión apenas empezaba. Aún había tiempo para
gruñir y morder. La correa que me había puesto ya se estaba resbalando. No
le devolví su sonrisa tentativa. El hecho de que hubiera decidido no
destriparlo no significaba que volviéramos a ser amigos.
Entré con cuidado en la recámara pequeña de la torre, sintiendo a Ira
muy cerca. Aparentemente, su confianza solo llegaba hasta cierto punto.
Demonio inteligente.
—¿Lo es? Imaginaría que inicialmente fue como mirar fijamente a la
cara a una de tus víctimas. Solo para descubrir que, después de todo, no
estaban muertas.
Hubo un segundo de silencio que cayó torpemente entre nosotros.
—No puedo… las palabras y las disculpas nunca serán suficientes
para compensar lo que te hice.
—Lo que le hiciste a Vittoria.
—P-por supuesto. —Su garganta se balanceó. Casi creí que la
emoción era real—. He estado tomando un tónico. —Señaló la taza humeante
sobre la mesa pequeña—. La matrona tiene talento para romper
encantamientos.
Me detuve en medio de la habitación. Ira era una sombra avecinándose
en mi periferia.
—¿Eso es lo que ahora estás clamando? La magia fue el verdadero
villano, ¿no tu odio?
Antonio me observó de cerca a medida que se acomodaba en su silla,
su mirada nunca desviándose hacia el príncipe demonio detrás de mí. No
sabía que era incapaz de usar magia, que mis amenazas eran puros ladridos y
ningún mordisco. Su miedo me hizo algo. Me incitó a atacar más fuerte.
—¿Recuerdas mi viaje a la aldea? ¿Dónde afirmaron que una diosa
estaba festejando con lobos en el reino espiritual, y enseñándoles formas de
protegerse del mal?
—Déjame adivinar. —Mi tono se volvió helado—. ¿Estás afirmando
que una diosa de hecho descendió sobre esa aldea y fue la que te maldijo?
—Emilia, Dios mío. —Pareció ofendido—. No…
—¿Esperabas el perdón? ¿Una misericordia inmerecida? Asesinaste a
mi gemela. Mataste a otras mujeres inocentes. En lugar de asumir la
responsabilidad de tus acciones, me estás contando historias supersticiosas.
Unas que, si mal no recuerdo, estuviste demasiado feliz de clamar que eran
tontas e infundadas. Reconoce tu verdad, admite tus errores, y no pierdas mi
tiempo con viejos cuentos populares o mentiras.
Giré sobre mis talones y me dirigí hacia la puerta. No confiaba en la
oscuridad creciente de mi temperamento. Ira se hizo a un lado y me dejó
pasar, su expresión aún ilegible.
Me volví en el umbral y miré al hombre que una vez creí que amaba.
Qué joven y tonta había sido entonces. Antonio había dedicado su vida a la
orden sagrada y nunca sería ni la mitad de honorable que el príncipe del
infierno que estaba a su lado.
—Cuando recuperes todos tus recuerdos, o lo que sea que estés
diciendo con lo que la matrona te está ayudando, envía a buscarme entonces.
Pero si vuelves a mentirme, vendré por ti. Te arrancaré el corazón y se lo
daré a los sabuesos del infierno. Ira no puede hacerte guardia y protegerte
para siempre.
Antonio apretó los labios.
—Sé que debo ganarme tu perdón. Emilia, por favor. Por favor,
visítame pronto de nuevo. Déjame demostrar que soy digno de confianza.
El infierno ya estaba congelado, así que no le dije que necesitaría
descongelarse en el Jardín del Edén para que yo volviera a buscar su
amistad voluntariamente.

Dejé a Ira en la torre y corrí de regreso a mis habitaciones,


dirigiéndome directamente al baño. Necesitaba lavarme la experiencia de
estar en la presencia asquerosa de Antonio. Llegué al taburete de vidrio
cerca de mi tocador cuando escuché un golpe leve.
—Adelante.
—Mi lady, soy Harlow. Debo atenderla cuando necesite ayuda.
Alcé la vista desde donde estaba sentada, recogiéndome mi cabello
largo. Una joven criada demonio, con piel lavanda y cabello color nieve, se
paraba nerviosa en la entrada. Respiré hondo y lo solté. Me negaba a dejar
que mi mal humor arruinara el resto de mi noche.
—Encantada de conocerte, Harlow. Aunque, no es necesario que te
preocupes. Puedo encargarme de preparar mi baño. —Se mordió los labios,
sus ojos posándose en la bañera hundida. Me pregunté si mi negativa parecía
un insulto en lugar de un intento de ser amistosa. Forcé una sonrisa—. Si
pudieras agregar algunos aceites y jabón al agua, sería estupendo.
—Inmediatamente. —Harlow entró corriendo en la habitación, su
expresión iluminándose—. Iré a buscar un trozo de lino y lo dejaré a un lado
para que se seque después de bañarse, lady Emilia.
—Gracias.
La criada hizo una reverencia rápida, y salió de la habitación. Sabía
que Ira había dicho que los sirvientes no esperaban que se les agradeciera
por su trabajo, pero se sentía extraño ignorar los esfuerzos de alguien por
brindar consuelo. Se ocupó del agua, extendió la toalla de lino y luego me
dejó en silencio.
Me quité la bata de seda de los hombros y la colgué de un gancho de
cristal cerca del tocador. Las velas en el candelabro parpadearon con mis
movimientos, agregando una sensación de serenidad al baño ya encantador.
Después del estallido de furia que había consumido todo pensamiento
racional provocado por Antonio, esto era exactamente lo que necesitaba.
Tiempo para simplemente respirar, remojar y dejar ir la ira.
Entré en el agua tibia, los aceites perfumados alzándose con el vapor.
Entre los dolores que surgieron de mis lecciones con Anir y la tensión que se
había enroscado en mi cuerpo por parte de Antonio, el agua se sintió como el
cielo.
Me sumergí hasta el cuello, apoyándome contra el borde de la enorme
bañera hundida. Estaba intentando vaciar mi mente y mis emociones. Cada
vez que repetí lo que Antonio dijo sobre la diosa y los cambiaformas, sentí
que estallaba esa inquietante rabia asesina.
Una vez que pasó la furia inicial, intenté apartarla. No le creía. Pero
quizás no había sido influenciado por un demonio. Era posible que una bruja
se cruzara en su camino y fingiera ser una diosa. ¿O era una cuestión de dos
mortales siendo influenciados por la magia demoníaca? Quizás la persona
que acudió a él como el ángel de la muerte había sido otra víctima. Sería
inteligente que el demonio nunca fuera visto por Antonio. Entonces, nunca
podría identificarlos.
Después de mis lecciones con Ira, sabía lo difícil que era luchar contra
un ataque mágico, pero aun así encontré el perdón y la simpatía fuera de mi
alcance. Una parte de mí odiaba admitir eso, incluso ante mí. Cuando me
ponía así de furiosa… sentía como si abandonara mi cuerpo y todo sentido
de humanidad fuera reemplazado por rabia elemental. Me hundí contra la
bañera, agotada tanto emocional como físicamente.
Debo de haberme quedado dormida; el sonido de la puerta abriéndose
me despertó de un tirón.
No se oyeron pasos ni sonidos del regreso de la criada en la suite.
Una sensación incómoda hormigueó a lo largo de mi piel. No estaba
sola en la recámara. Alguien me estaba observando. Alguien que no se
estaba identificando.
—¿Harlow?
Un trozo de lino se apretó alrededor de mi cuello. Mis dedos volaron
hacia el material cuando cesó mi flujo de aire. Me revolví en la bañera,
salpicando agua en olas violentas. Un sonido estrangulado escapó de mis
labios, pero no fue lo suficientemente fuerte como para alertar a nadie del
intento de asesinato. Mi garganta ardió, manchas blancas se filtraron en el
borde de mi visión. El pánico me hizo forcejear.
Entonces, recordé el único artículo que no me había quitado para el
baño.
Mi mano se disparó por debajo del agua y emergió con la daga
delgada que Ira me había regalado. Con un último estallido de energía,
empujé mi brazo hacia atrás y sentí un júbilo feroz cuando la hoja se hundió
en la carne blanda. El intruso jadeó y soltó la tela que me estrangulaba.
En los segundos que me tomó arrancar la tela de mi garganta y girar, se
habían ido. La única señal de que algo había sucedido era la cantidad
obscena de sangre conduciendo a la puerta. Me puse de pie tranquilamente y
me puse una bata. Luego llamé a un sirviente para que trajera a Ira. Todo el
tiempo mi pulso latió con fuerza en mis oídos. Alguien había intentado
asesinarme. Y lo apuñalé. En algún lugar vital si la cantidad de sangre en el
suelo era una indicación.
No pude reunir ni una pizca de arrepentimiento. O tal vez simplemente
estaba entumecida por la conmoción.
Sin embargo, una cosa no pasó desapercibida. Gracias a la maldición
de Envidia por robar el libro de hechizos, no tenía magia para defenderme
del ataque. Sin poder aparte del golpe físico que le había dado con la daga.
Ira apareció en una nube de humo y una luz negra resplandeciente, la
rabia grabada en sus rasgos helados.
—¿Estás lastimada?
—No. —Señalé la sangre en el azulejo—. Pero no ocurre lo mismo
con el agresor.
Ira me escaneó primero, su atención centrándose en mi cuello. Su
expresión se volvió atronadora. Imaginé que se estaba formando una marca
roja. Los mismos cimientos del castillo vibraron.
—¿Quieres acompañarme?
Eché un vistazo a mis manos, a la daga que todavía sostenía, cubierta
de sangre. Tal vez me hacía débil, pero no me atrevía a presenciar lo que
estaba a punto de ocurrir. Negué con la cabeza, sin encontrarme con la
mirada de Ira. Si hubiera una Casa de la Cobardía, probablemente sería la
reina de ella.
—Emilia, se necesita una fuerza enorme para reconocer tus límites. —
Su mano se arrastró desde mi sien hasta mi barbilla, luego la levantó
suavemente para que yo lo mirara—. Un líder de verdad delega. Tal como lo
estás haciendo ahora. Nunca dudes de tu coraje. Ciertamente yo no lo hago.
Dejando caer su mano de mi cara, Ira finalmente miró la sangre.
Avanzó hacia ella, un depredador todopoderoso en la caza, y no
pronunció una palabra más antes de desaparecer, con la daga de la Casa en
mano, luciendo como una pesadilla hecha carne.
Y, para quienquiera que acabara de atacarme en su Casa, supuse que
eso era exactamente lo que era. Que las diosas le concedieran al asaltante
una muerte rápida; Ira ciertamente no lo haría.
VEINTIDÓS
Tomé una barra de pan de una bandeja de ofrendas recién horneadas y
la llevé a mi inmensa tabla de cortar de madera. Dos cabezas de ajo, una
porción generosa de albahaca, pecorino, piñones y aceite de oliva ya
ubicados en mi puesto. El cocinero estaba terminando cuando llegué y me
informó que Ira había traído los ingredientes del mundo mortal para mí.
Aparentemente, también había comprado semillas y las había plantado
en el invernadero del castillo de modo que tuviera todas mis hierbas y
verduras familiares a mi disposición. Un toque de magia las ayudó, según el
cocinero, y había una verdadera recompensa esperándome cada vez que
quisiera recorrer el jardín interior. Hurgué en la heladera y saqué un trozo de
lo que sabía a queso de cabra, luego me puse un delantal que había
encontrado colgado de un perchero con un ejército de sábanas limpias.
Cocinar me relajaba. Mis problemas se desvanecían cuando estaba en
la cocina. Solo estábamos un plato y yo, los aromas, sonidos y la
satisfacción de crear algo enriquecedor y delicioso que superara a todo lo
demás. No había asesinatos. No había seres queridos perdidos. Ni
mentirosos ni secretos ocultos. No sabía nada de intentos de asesinato o
matrimonios provocados por un hechizo que salió mal. Sentía alegría, paz. Y
la serenidad era algo que necesitaba desesperadamente en este momento.
Corté la parte superior de una cabeza de ajo, exponiendo todos los
dientes, rocié el aceite de oliva sobre ellos, lo cubrí con papel y luego lo
coloqué en el horno para asarlo. Dirigí mi atención a la albahaca, los
piñones, el ajo y el aceite de oliva.
Picando, mezclando, vertiendo todo mi amor y energía en la salsa,
borrando el resto de la noche de mis pensamientos. Lo que buscaba no era
negación, solo un respiro breve.
Acababa de terminar de hacer el pesto cuando sentí su presencia.
Seguí trabajando, esperando que hablara. No sabía si estaba ansiosa de que
hubiera encontrado a mi atacante, o si de repente quería fingir que la noche
no había sucedido en absoluto. Cuando pasaron varios momentos, finalmente
miré hacia arriba.
—¿Hay algo que necesites decirme?
Ira se apoyaba en el extremo de la mesa en la que trabajaba, con los
brazos y los tobillos cruzados. La imagen de la calma casual. Noté que se
había cambiado a una camisa nueva y su cabello estaba ligeramente húmedo.
—Hay poco que necesito. Pero quiero mucho.
—No voy a volver esta noche a esa habitación.
—No te lo pedí. —Se enderezó y se movió a mi lado, señalando con la
cabeza la barra de pan—. ¿Puedo ayudar?
Lo miré por el rabillo del ojo.
—No queda mucho por hacer, pero puedes servirnos un poco de vino.
Tinto estaría bien.
—Será tinto.
Se fue y volvió un segundo más tarde, botella y copas en mano.
Rebuscó en la heladera y trajo un recipiente con bayas. Después de
descorchar la botella, agregó algunas bayas a cada copa, luego colocó la mía
junto a donde rebanaba el pan.
Dejé las rebanadas de pan en una bandeja para hornear y rocié aceite
de oliva encima. Las puse dentro del horno y ajusté el temporizador antes de
tomar un sorbo de vino. Ira chocó su copa contra la mía, su mirada contenta.
—Que siempre podamos festejar después de derramar la sangre de
nuestros enemigos.
Le sonreí por encima de mi copa.
—Eres un salvaje.
—Te defendiste. Si estar orgulloso me convierte en un salvaje, que así
sea.
—¿Crees que lo maté?
Arremolinó el líquido en su copa, su atención clavada en él.
—¿Importaría si lo hicieras?
—Por supuesto que importa. No quiero ser una asesina.
—Defenderte no es lo mismo que atacar sin causa o razón.
—Lo cual, por tu negativa a responder, supongo que significa que lo
hice.
—Emilia, no llevas la carga de la muerte de ese demonio. —Ira dejó
su copa y me miró con expresión dura—. Yo sí. —La sonrisa que asomó a
los bordes de su boca no fue cálida ni amistosa. Fue fría, calculadora.
Diseñada para asustar, provocar miedo y seducirlo—. Aquí estoy, la esencia
misma del mal y el pecado. ¿Soy el monstruo al que temías?
Lo miré, realmente, de verdad lo miré. No había nada abiertamente
indicativo de sus emociones en su rostro, pero había algo en la forma en que
había hecho la pregunta que me hizo formular mi respuesta cuidadosamente.
No quería que pensara que era un monstruo.
Y, que la diosa me maldiga, no lo hacía. Encontré y sostuve su mirada.
—¿Sufrió?
—No lo suficiente.
—¿Pudiste obtener información de él?
Ira negó con la cabeza.
—Su lengua fue cortada recientemente. Parece haber sido una elección
que tomó, probablemente en caso de que lo atraparan.
No sé qué locura se apoderó de mí, pero dejé mi vino y me moví hacia
donde Ira permanecía rígido, esperando el juicio. Lentamente, como si me
acercara a un animal listo para salir disparado, rodeé su cintura con mis
brazos y apoyé mi cabeza contra su pecho.
Apenas respiró durante varios momentos largos. Luego, me rodeó con
sus brazos y apoyó su barbilla sobre mi cabeza. Nos quedamos allí,
abrazados, hasta que sonó el pequeño temporizador. Incluso entonces no lo
solté de inmediato. Este demonio, esta encarnación viviente del pecado, era
mucho más que el monstruo que se suponía que era.
Me aparté gradualmente, y me puse de puntillas, presionando mis
labios contra su mejilla en un beso casto.
—Gracias.
Me apresuré al horno sin darle oportunidad de responder, y saqué las
tostadas y el ajo asado. Los coloqué en la tabla de cortar, luego agregué el
trozo de queso de cabra y el plato de pesto. Agarré dos platos pequeños y
coloqué un cuchillo de mantequilla cerca de cada elemento en la tabla.
Sonreí por mi trabajo, complacida más allá de toda medida con el resultado.
—Tendrás que servirte tú mismo, pero es fácil. —Tomé una tostada y
la unté con unos dientes de ajo asados como si fuera mermelada—. Luego
unta un poco de queso de cabra sobre el ajo. Y finalmente… —Agregué una
cucharada generosa de pesto—, rematas con el pesto.
Ira me vio trabajar, luego tomó una tostada y preparó la suya. Dio un
mordisco y su atención se centró en mí.
—Creo que esto me gusta casi más que los dulces que hiciste.
—Eso es un gran elogio, viniendo del rey cannoli. —Le sonreí—. A
veces agrego un huevo escalfado si tengo sobras del desayuno o el almuerzo.
A Vittoria le gusta…
Dejé de hablar de repente y dejé mi bocadillo a un lado.
Ira tomó mi codo ligeramente, llevándome de regreso al presente.
—¿Qué pasa?
—La extraño.
—Tu gemela.
—Sí, desesperadamente. A veces, por un segundo, olvido que se ha
ido. Entonces todo vuelve. Una parte de mí se siente terrible por olvidar. Y
la otra parte quiere arremeter. Últimamente parece que estoy en guerra
conmigo, y no puedo decidir qué parte ganará.
—No tengo ninguna experiencia personal con la muerte, pero sé que es
normal para algunos mortales.
—Aun así, me pregunto. —Lo miré a los ojos—. He estado consumida
por la rabia y la ira desde su asesinato. La intensidad de esas emociones no
me asusta, lo cual sí me asusta. Nunca solía ser así. Y entonces, esta noche…
esta noche, cuando ese demonio intentó matarme, no estaba asustada. Estaba
furiosa. Quería infligir dolor. Uno de mis primeros pensamientos después del
hecho no fue el terror, fue la ira porque no me habían enseñado magia oscura.
—Tu familia mortal debería haberte enseñado a protegerte.
Inhalé profundamente. Bien podría dejar a un lado todos mis miedos.
Después de los eventos de la noche, necesitaba purgar los sentimientos
oscuros de toda mi persona.
—A veces me preocupa que no sea el diablo quien esté maldito. Sino
yo.
Ira se quedó inmóvil.
—¿Por qué creerías eso?
—Mi gemela fue asesinada. Mi abuela atacada. Envidia tomó como
rehenes a mis padres. Y, sin embargo, ¿qué me ha pasado? Quiero decir,
aparte del intento de asesinato de esta noche. —Busqué respuestas en su
rostro—. Quizás estoy maldita y todos los que amo están en peligro. ¿Y si
soy la villana? ¿Una que es tan cruel, tan terrible, que fui castigada para
olvidar? ¿Y si las brujas asesinadas comenzaron a recordar? Tal vez soy el
monstruo y ni siquiera lo sé.
Ira guardó silencio durante un tiempo torpemente largo. Cuando
comencé a sentirme tonta por compartir tantos miedos con él, dijo en voz
baja:
—O tal vez todos incursionaron en actividades que no deberían haber
hecho. Y eres tú quien está recogiendo los pedazos de sus errores.

El vino de bayas demoníacas goteó sobre mi barbilla y se derramó


sobre mi vestido sin mangas, pero no dejé de engullirlo de la botella para
molestarme en limpiarme el desastre en mi cara. La sensación mágica
manteniéndome cautiva se desvaneció. Dejé la botella, pensando seriamente
en arrojarla sobre la mesa. Ira me dio una sonrisa de suficiencia.
Había hecho que trajeran una gran mesa dorada y dos sillas lujosas a
la sala de armas. Más tronos que no eran tronos. Complementados con
serpientes de metal (no del todo de oro o plata, sino en el medio), formando
el borde exterior de los asientos.
Bandejas de oro con frutas, postres, cremas batidas y ricos alimentos
sabrosos cubrían cada centímetro de la mesa cubierta de tela. Algunos platos
se elevaban tanto que se volcaban y derramaban por el suelo. Era un
desperdicio despreciable.
Negué con la cabeza.
—Esto es vergonzoso.
—Los cachorros festejarán como la realeza.
—Cachorros. —Resoplé—. ¿Te refieres a esos sabuesos del infierno
de tres cabezas?
—Necesito recordarte que nos pediste que entrenáramos. Deja de
evitar la lección.
—Teniendo en cuenta el hecho de que no bebo en exceso, no estoy
segura de lo que se supone que debo aprender de esta pequeña sesión. Debe
haber algo más útil que puedas enseñarme.
—Permíteme esforzarme más para demostrar el punto.
Debí haberlo sabido mejor para no asumir que el príncipe se lo
tomaría con calma durante nuestra sesión de entrenamiento la noche
siguiente. Parecía jugar con la lujuria, la envidia, la ira y la pereza más que
nada, pero esta noche me expuso al pecado de la gula. Todo, desde mi ropa,
hasta las joyas que llevaba, la comida rica que habíamos probado y el vino
que bebí, hablaba de un exceso de indulgencia.
Le había enviado una nota solicitando que se reanudaran nuestras
lecciones. Después del intento de asesinato, estaba aún más decidida a
protegerme de los príncipes demonios. Estaba luchando por encontrar el
valor de beber vino en exceso, y cómo esa habilidad me ayudaría en mis
esfuerzos.
Ira sirvió una copa enorme y me la entregó. Era la tercera vez que lo
hacía. Y eso sin contar las dos botellas de vino de bayas demoníacas que ya
había consumido durante las últimas dos horas.
Se estaba volviendo más difícil luchar contra la influencia demoníaca,
o incluso sentir ese cosquilleo ligero que indicaba que se estaba usando
magia en mí. Inhalé profundamente, respirando a través de la ola de mareo.
Solo me había emborrachado con vino una vez antes, pero reconocí las
señales.
—Bebe todo esto lo más rápido que puedas. Luego vierte otra y haz lo
mismo.
Su magia rozó la parte posterior de mis sentidos. Apreté los dientes y
me concentré en lo molesta que estaba. Sonrió por encima de una fuente de
frutos rojos cubiertos de chocolate. Entonces su poder me abrumó.
Lo mantuve a raya por otro momento tenso, después engullí la copa.
Mi cabeza dio vueltas y mi visión se duplicó. Me pasé la mano por la
boca, sonriendo como una idiota, y me serví otro trago. El vino se derramó
de la copa al suelo. Mis zapatillas de seda parecían haber estado
atravesando la escena de un crimen, pero no podía importarme menos.
Cuanto más me influyó a beber, más imposible se volvió concentrarme
en mi libre albedrío. Lo cual, finalmente tuvo sentido a través de mi estupor
ebrio.
Sus hermanos podrían empujarme a beber y, a su vez, una embriaguez
lenta haría casi imposible evitar su influencia. Cuanto más fuera de control
estuviera, más fácil sería para ellos esquivar mis defensas. Después de todo,
Ira tenía razón.
No solo estaba intentando que luchara contra la glotonería.
Me levanté de mi asiento y tropecé en mi camino hacia el lado del
demonio de la mesa, la copa vacía colgando de mis dedos. Me había hecho
vestir con un vestido plateado largo y extravagante hecho de seda. Era lujoso
hasta el punto de los excesos. No llevaba ropa interior y el material no
ocultaba ninguna parte de mi forma. Con el vino empapando la parte
delantera del corpiño, bien podría haber estado bailando un vals desnuda.
Dudaba que él hubiera planeado eso.
Ira ni siquiera había bajado la mirada por debajo de mi escote.
Siempre el caballero adecuado. Al menos cuando no estaba arrancando
lenguas o torturando a posibles asesinos hasta la muerte.
Hebras pesadas de diamantes colgaban de mi cuello. Había tantas en
longitudes diferentes, se sentía como si estuviera cargando cinco libras extra
alrededor de mi garganta. Era tan excesivo que incluso Envidia estaría
horrorizado en lugar de celoso.
Me incliné precariamente sobre Ira, mi rostro cerca del suyo. Quería
besarlo. Probablemente, primero, romper una botella y apuñalarlo. Pero
luego definitivamente besarlo.
—Me estás emborrachando a propósito. —Le di lo que pensé que era
una sonrisa descarada—. Demonio travieso.
—Estar bajo la influencia del alcohol u otras sustancias reducirá en
gran medida tu capacidad para sentir la magia de un príncipe del Infierno.
Especialmente la de Gula. Te empujará a beber poco a poco hasta que
pierdas el control y él pueda tomar el control. —Su tono se volvió duro—.
Tienes que luchar.
Estaba intentando prestar atención a la lección, pero estaba fascinada
por la forma de sus labios cuando hablaba. Me acerqué y los toqué. Los
presionó en una línea firme.
—Emilia. Enfócate.
—Oh, te prometo que lo hago. Estoy extremadamente enfocada en este
momento. Cautivada. ¿O es encantada? —Alcé mi atención. Había dos de él,
con el ceño fruncido. Parpadeé hasta que solo quedó un demonio molesto—.
¿Por qué no me has seducido?
Era difícil estar segura, pero pensé que había eliminado su influencia.
—Si no puedes luchar contra la neblina del alcohol, entonces es mejor
evitar beber nada en el banquete. Puedes aceptar un brindis, pero solo finge
tomar un sorbo.
—Te preocupas demasiado. —Alisé el surco entre sus cejas—. Nonna
dice que todo el vapor de la cocina mantendrá las arrugas alejadas. Vittoria
y yo permaneceremos siempre jóvenes. Como tú.
—Teniendo en cuenta que no eres humana, imagino que hay algo de
verdad en eso.
—Nunca respondiste a mi pregunta. Sobre la seducción. —Me
balanceé un poco sobre mis pies. Su regazo parecía lo suficientemente
cómodo. Me dejé caer sobre él. Su cuerpo se tensó, pero no me levantó.
Sonreí internamente ante esa victoria pequeña—. Fauna dijo que a toda la
corte le gustaría saberlo.
—Lady Fauna habla demasiado. Quizás debería insistir en que visite a
un pariente lejano.
—No te desquites con ella; solo me estaba pasando los chismes. Y
también me gustaría saberlo. Tal vez quiero que me seduzcas ahora. —Me
apoyé en su hombro y apoyé la barbilla en la palma de mi mano,
contemplándolo. Me di cuenta tardíamente que debía parecer una lunática,
viendo la forma en que estaba en nuestra posición actual—. Sabes, algunos
creen que la evasión es un signo de cobardía.
—Soy consciente de lo que estás haciendo, y no funcionará. —Su ceño
se profundizó—. No te estoy seduciendo porque actualmente no quiero
hacerlo. Es tan simple como eso.
Si me hubiera clavado un cuchillo en el corazón, podría haber dolido
menos.
Me di la vuelta y acerqué el plato de bayas cubiertas de chocolate. Les
agregué una cucharada de crema batida y pinché una con un tenedor. Fallé. El
tenedor conectó con el plato. Una baya se catapultó a través de la mesa. Esas
cosas malditas.
Definitivamente eran sus formas redondas y diminutas, y no mi estado
actual de embriaguez.
Apunté y entrecerré los ojos hacia el plato. Las bayas nadaban. Pero
no eran rival para mí. Apunté de nuevo y otra baya salió volando. Maldije
rotundamente.
La exhalación profunda de Ira me hizo cosquillas en el hombro
desnudo cuando alargó la mano y me quitó el tenedor. Apuñaló una baya
cubierta de chocolate y la mezcló con la crema batida.
Se detuvo un momento con el tenedor en mi boca.
—Mi lady, si siquiera dices una palabra de esto, prometo vengarme.
—Muy bien. Aunque dudo que mañana recuerde siquiera este acto de
caballerosidad extrema.
Me apoyé en su hombro, con la cabeza echada hacia atrás y esperé a
que me diera el postre. Lo hizo, con solo una fracción de vacilación. Juro
que la comida me supo aún más dulce. Me sentí como una diosa romana
mimada mientras me alimentó con una baya decadente a la vez.
—Mmm. Apenas puedo recordar una palabra de lo que ya estábamos
diciendo.
—Mentirosa. —Dejó el tenedor y acercó su boca a mi oreja, tomando
de repente el lóbulo entre sus dientes. El calor se extendió a través de mí y
los dedos de mis pies se enroscaron por la sensación. No estaba segura si Ira
lo había hecho, pero cualquier embriaguez que sintiera se desvaneció—.
Aunque, por otra parte, yo también. En cierto sentido.
VEINTITRÉS
Ira dejó una línea de besos abrasadores por mi cuello, encendiendo mi
deseo.
Las bayas cubiertas de chocolate quedaron olvidadas. Había una nueva
indulgencia siendo servida. Y con mucho gusto tomaría mi ración de este
placentero placer. Había pedido seducción y el príncipe estaba cumpliendo.
Sus manos se deslizaron a lo largo de la silueta de mi cuerpo, deteniéndose
para descansar en mi cintura.
No se sentía tan posesivo ya que parecía que se estaba controlando. O
tal vez estaba contemplando formas inteligentes de torturarme lentamente.
Jugueteó con el broche de uno de mis collares. Las excesivas vueltas de
diamantes difícilmente eran una barrera, pero quería que desaparecieran de
todos modos. No quería nada entre nosotros.
Llevó su boca a mi cuerpo de nuevo y mi mente se vació de todo lo
demás.
Eché la cabeza hacia atrás, perdida en el éxtasis mientras su lengua
acariciaba el pequeño mordisco que me había dado. Me atrajo hacia él, sus
dientes ahora raspando ligeramente donde mi hombro y mi cuello se
conectaban. Escalofríos bailaron sobre mi cuerpo de la manera más
tentadora. Esta sensación… no era pecaminosa, como los mortales
intentaban enseñarles a sus hijas. Era natural. Dichosa. Si era socialmente
aceptable que Ira tomara una amante, entonces se me debería otorgar el
mismo derecho.
Después de todo, había dos personas involucradas en tales encuentros.
Me arqueé ante su toque. Yo poseía este deseo, lo disfrutaba. Y no me
hacía lujuriosa ni lasciva. Me hacía sentir humana, en control de mis deseos.
Sin negar más mis pasiones.
Me apoyé con una mano en cada uno de sus muslos, agarrándolo
mientras él prodigaba toda su atención y besos a mi cuello, mis hombros.
Quería dar la vuelta y enfrentarlo, necesitando explorar su cuerpo con la
misma languidez. Por alguna razón, incluso con mi convicción recién
descubierta, dudé.
—¿Hay algo que quiera de mí, mi lady?
—No tienes que llamarme así cuando estamos solos. No hay necesidad
de un espectáculo.
Sonrió contra mi cuello.
—¿Alguna otra solicitud?
—Yo…
—Haz valer tus deseos. No necesitas disculparte por ellos.
—¿Incluso si quiero que te detengas?
—Especialmente entonces.
—Quítame los diamantes. Por favor.
El príncipe deshizo cada vuelta de piedras preciosas, dejándolas
tintinear contra el suelo.
—Tengo curiosidad. —Su voz era suave como el terciopelo mientras
se inclinaba y quitaba el último collar—. Sobre el Corredor del Pecado. Lo
que experimentaste esa noche en que gritaste mi nombre. Cuéntame.
No había ninguna orden mágica ni esclavitud demoníaca adjunta a su
solicitud. Solo genuina curiosidad. Me di cuenta de que la sensación de
mareo provocada por la bebida también había desaparecido. Ya no estaba
bajo la influencia de nada, salvo estar borracha de mis propias pasiones, y
no lo había estado desde antes de que él me besara por primera vez.
Tal vez fue nuestra posición actual —el hecho de que no tuviera que
ver su rostro— lo que hizo que mi confesión fuera más fácil. O tal vez
simplemente no deseaba sentir culpa o vergüenza respecto a mi cuerpo y las
cosas que deseaba y ansiaba. Reuní mi coraje, sabiendo exactamente adónde
conduciría esta admisión. Rezando que recorriera ese camino, en realidad.
—Estabas… estabas detrás de mí, así. Excepto que estábamos
acostados.
Recompensó mi honestidad con una suave caricia a lo largo de mi
brazo.
—¿Y?
—Estaba usando tu camisa y tú la desabotonabas. Tan lentamente que
me estaba volviendo loca.
—Me imagino que exigiste que la quitara. —Las yemas de sus dedos
recorrieron ligeramente mi hombro, luego mi clavícula, antes de hundirse
más abajo, provocando la piel expuesta por encima de mi escote. Mi
respiración se entrecortó cuando hizo una pausa en sus atenciones, una mano
deslizándose por debajo de un tirante de mi vestido. Sólo el fino trozo de
seda se interponía entre nosotros—. Y yo te complací. ¿Eso es correcto?
—Más o menos.
—¿Te gustaría que hiciera lo mismo ahora? —Con solo la más mínima
pausa, asentí—. Necesito escuchar las palabras, Emilia. ¿Deseas que me
detenga?
—No. —Mi agarre en sus muslos se apretó como si pudiera
mantenerlo allí para siempre—. No, no quiero.
Movió mi cabello a un lado y se reclinó en su silla, dejando suficiente
espacio entre nosotros para masajear ligeramente mis hombros. Agarrando
un tirante en cada mano, presionó sus labios contra mi columna, besándome
allí mientras me quitaba la parte superior del vestido.
El aire fresco sopló a través de mi piel enrojecida.
—¿Qué pasó después?
La fantasía y la realidad estaban chocando. Mi respiración se aceleró
con anticipación.
—Querías que te dijera que eres mi pecado favorito.
Su risa fue baja, profunda. Me hizo anhelarlo aún más.
—¿Lo soy?
—En este momento, sí.
—No lo confesaste entonces.
Escuché la pregunta a pesar de que no la había formulado de esa
manera.
—No. —Mis ojos se cerraron rápidamente antes de abrirlos de nuevo
—. Empezaste a tocarme y no pude pensar en nada más.
Acarició la parte de atrás de mi cuello antes de tocar mis pechos. El
calor me atravesó. Sus dedos trazaron las curvas exteriores, dando vueltas
más cerca de los picos en el centro. Cuando los rozó, se endurecieron.
Contuve la respiración cuando hundí los dientes en el labio inferior.
Retrocedí un poco, deseando más de su calor, y noté lo afectado que estaba.
—Dime qué hice en tu ilusión que te hizo llamarme.
Me sonrojé. No había forma de que le contara sobre esa parte. Cerré
los ojos y reuní mi determinación, obligándome a no estar avergonzada. Con
renovada confianza me permití la libertad de soltar.
—Me empujabas suavemente contra tu excitación y tu mano se
deslizaba por debajo de mis faldas. Me tocabas. Allí. Con tus dedos.
—¿Se sentía como lo hizo en los Bajíos de Medialuna?
—Casi. Se sintió increíble, por un mero instante. Entonces me
desperté.
—¿Antes de que llegaras al clímax?
—Eso… creo.
—Permíteme el honor de compensártelo ahora.
No se movió de inmediato y me di cuenta de que estaba esperando mi
consentimiento. Ira nunca tomaba sin permiso.
—Por favor.
—Con mucho gusto.
Deslizó una mano debajo del vestido de seda y su toque ligero se
deslizó sobre mi pantorrilla, contra la parte interna de mi muslo, luego trazó
lentamente patrones circulares allí, subiendo un poco más con cada atrevida
caricia, hasta que ya no pude soportarlo. Dejé de juntar mis rodillas y él
pasó un dedo por el vértice de mi cuerpo. Se sentía mejor que el Corredor
del Pecado y los Bajíos de Medialuna combinados.
Ira me inclinó hacia adelante hasta que casi estuve doblada sobre él,
luego presionó besos por mi espalda. Mi piel hormigueaba con cada pasada
de sus labios. Mientras tanto, sus dedos jugueteaban y bailaban por mi
cuerpo, llevándome a un frenesí.
Una vez que estuve convencida de que moriría por el placer, los
deslizó dentro de mí. Me quedé inmóvil, acostumbrándome a sentirlo
mientras él lentamente comenzaba a moverlos.
Incapaz de manejar lo buena que era cada sensación, me incorporé y
empujé contra él, su excitación era dura y bienvenida contra mi trasero. Hizo
una pausa en sus besos y mordió suavemente mi cuello.
Mi respiración se aceleró. Estaba persiguiendo una sensación, casi
familiar y no del todo. Era magnífica. Éxtasis como ningún otro. Sintiendo mi
creciente necesidad, los dedos de Ira se movieron más rápido y ese dolor se
convirtió en la ola de euforia más gloriosa.
Dejé de ser consciente de mí misma y excluí los pensamientos de todo
excepto esa increíble sensación. Me moví contra él, persiguiendo el éxtasis,
dándome cuenta de que Ira ahora me estaba dejando buscar mi propio placer.
Yo estaba marcando el ritmo y moviéndome tan rápido o tan lento como
deseaba. Que estuviera al mando de mi propio cuerpo, de mis propios
deseos, que ninguna regla mortal me obligara…
… perdí el control.
Grité cuando el placer atravesó mi cuerpo, en una maravillosa ola de
hormigueo tras otra, luego finalmente me desplomé contra su pecho,
respirando como si acabara de correr por mi vida.
Una vez que dejé de temblar por la liberación, Ira lentamente retiró su
mano de debajo de mis faldas y enderezó la parte superior de mi vestido. Un
largo silencio se extendió entre nosotros mientras ajustaba los tirantes con
más cuidado y atención de lo que era necesario.
Me moví en su regazo, notando que su excitación no había disminuido.
Mi corazón se aceleró. Podríamos completar uno de los siguientes pasos
para aceptar nuestro vínculo matrimonial en unos momentos.
Aquí mismo. En la sala de armas. Solo sus pantalones y mi vestido
estaban entre nosotros. Y podían ser eliminados con bastante facilidad.
Quizás era la euforia que aún corría por mis venas, nublando mis sentidos,
pero no parecía una idea tan terrible.
Si se necesitaba una ceremonia como paso final, no teníamos que
realizarla. Podríamos entregarnos al placer carnal y permanecer libres de
cualquier vínculo que nos atara por la eternidad. Me moví de tal manera que
nuestros cuerpos se rozaron íntimamente. La sensación que creó,
especialmente después del placer que él acababa de provocarme, fue un
nuevo nivel de éxtasis.
Ira no se movió. Me estaba dando permiso para elegir.
Agarré el dobladillo de mis faldas y las subí lentamente, sobre mis
muslos, mi trasero. Ahora todo lo que Ira tenía que hacer era liberarse de sus
pantalones. Me recosté y la fricción de su excitación contra mi cuerpo me
hizo tragar un gemido. Sus manos se apretaron en mis caderas.
Un rayo de alarma se disparó a través de mí, robándome el aliento. Ya
no sabía si dormir juntos era una buena idea o si mi juicio se había visto
afectado por lo que acabábamos de hacer. Probablemente fueran los nervios.
Me armé de valor, negándome a sucumbir a dudar de algo.
—Nuestro entrenamiento por esta noche ha terminado.
Con un movimiento rápido, Ira se levantó, poniéndonos de pie a los
dos. Me di la vuelta, mirándolo. Era completamente ilegible.
—¿Entrenamiento? ¿Así es como describirías lo que acaba de pasar?
—Tú pediste seducción. Yo te complací. —Se inclinó por la cintura,
ofreciendo una cortés reverencia—. Ahora que sabes lo que disfrutas,
puedes encontrar el mismo placer en tu propia mano. Buenas noches.
VEINTICUATRO
—¿Dijo qué? —Los ojos de Fauna estaban tan grandes como platos.
Enlazó su brazo con el mío y nos guio hasta un camino cubierto—. Tal vez lo
escuchaste mal. O malinterpretaste lo que él quiso decir. Eso es posible. ¿No
es así?
—De todas las cosas que pudo haber dicho después de ese momento.
—Exhalé, mi aliento nublándose en el aire helado de la mañana. Estaba
demasiado molesta para estar avergonzada. Después del incidente en la sala
de armas, no había visto a Ira por el resto de la noche—. Realmente detesto
a ese demonio.
Mi amiga resopló, pero se mordió la lengua. Caminamos por uno de
los largos tramos de parapetos cubiertos que rodeaban el castillo. Los
guardias asentían desde sus puestos en la pared cuando pasábamos. Una vez
que estuvimos lo suficientemente lejos, Fauna se inclinó.
—Quizás solo lo dijo porque te estará imaginando hacerlo de ahora en
adelante.
—Dudoso. No pudo salir de la habitación lo suficientemente rápido.
—Apuesto toda la Casa de la Avaricia a que anoche se ocupó de sí
mismo y pensó en ti mientras derramaba su simiente.
Incluso con mi recién descubierta confianza para reconocer mis deseos
y no sentir vergüenza, mi rostro se calentó por la franqueza con la que Fauna
hablaba de asuntos tan privados.
Me había llamado a primera hora de la mañana y se las había
arreglado para discutir lo que me había estado preocupando antes de que me
hubiera puesto mi capa de terciopelo. Fauna no se había sonrojado ni había
parpadeado ante el tema, uno que habría causado conmoción y escándalo en
casa. Simplemente me preguntó si le había devuelto el favor con la mano o
con la boca, luego se rio salvajemente cuando le pedí una aclaración sobre
lo último.
—Tal vez no quería tomarte en la sala de armas donde cualquiera
podría interrumpir. Vas a ser su esposa. No está fuera de discusión que él te
protegiera de miradas indiscretas.
—Por favor. —Casi solté un bufido—. La mitad de este reino se
contenta con fornicar en público. Dudo que dejara que lo disuadiera el que
alguien nos sorprendiera.
Ciertamente no le había importado la audiencia cuando habíamos
terminado en el pasillo fuera de nuestras habitaciones. Apreté los dientes
ante el recuerdo. Enfrentarlo después de ese encuentro no había sido
incómodo. No se podía decir lo mismo de la próxima vez que lo viera. No
tenía ni idea de cómo actuar.
—En realidad, los encuentros públicos no son tan comunes fuera de la
Casa de la Lujuria y la Casa de la Gula. Claro, otros príncipes muestran
libertinaje en ocasiones, como Avaricia y su infierno de juegos, pero no
tanto como esas Casas en particular. Su alteza puede querer que estés segura
de que lo estás eligiendo con la cabeza despejada. Quizás no estaba seguro
de que eso era lo que tú querías y se fue antes de hacer algo que creyó que
lamentarías.
La frustración se acumuló en mi pecho.
—Levantar mis faldas fue una clara indicación de mis deseos. Si desea
asegurar el vínculo matrimonial, no me está convenciendo de que sea algo
que él quiera.
—Por lo que describiste, mi lady, parece que la atracción física no es
el problema.
Me detuve en seco. No tenía idea de por qué esto me estaba irritando.
Independientemente de lo que sucedió la noche anterior, yo seguía sin querer
asegurar nuestro vínculo. La idea de que él sintiera lo mismo no debería
consumir mis pensamientos. Especialmente cuando tenía un centenar de otras
cosas de las que preocuparme. Como el Festín del Lobo que estaba a la
vuelta de la esquina.
Me quité de encima la molestia y me dirigí hacia la torre con mi amiga.
—Basta de hablar de príncipes por ahora. No quiero que la matrona
nos escuche y le informe a Ira.
Fauna se rio.
—Eso, te lo puedo asegurar, probablemente nunca sucederá.
—Supongo que su animosidad no es nueva.
—Para nada. —Fauna nos detuvo y luego miró a su alrededor—. Se
rumorea que tiene siglos de antigüedad. Algunos dicen que su hija fue
condenada y el príncipe no hizo nada para salvarla.
—¿Su hija está en el castillo?
—Es justamente eso… nadie lo sabe. Se especula que su alteza la
desterró de este círculo. Por un tiempo, al menos. Es posible que la matrona
la haya recuperado y la tenga oculta en algún lugar.
Por alguna razón, se me puso la piel de gallina. Pensé en el llanto que
flotaba desde debajo de la estatua de la mujer y la serpiente. No podía
imaginarme a Ira castigando a alguien enviándolo a las profundidades de la
tierra. Quizás eso era porque él no lo había hecho.
Aunque apenas la conocía, no dudaba que la matrona pudiera haber
hecho algo así. Especialmente si no era para castigar, sino para proteger.
Tal vez la criatura miserable y quejumbrosa que había escuchado era
su hija desaparecida. Y si la matrona trajo de vuelta a su hija y la mantuvo
encerrada, tenía aún más curiosidad por saber por qué. Ira sabía todo lo que
sucedía en su círculo y yo dudaba que la matrona le ocultara este secreto
durante mucho tiempo. Lo que indicaba que estaba ocultando a su hija de
otro príncipe.
Una nueva sospecha entró en mis pensamientos. Esta historia era
similar a otra que había escuchado. Una que involucraba a La Prima Strega y
su hija. Se rumoreaba que la Primera Bruja había maldecido al diablo
porque su hija se enamoró de él y se negaron a renunciar al otro.
¿Acaso la Matrona de Maldiciones y Venenos era en realidad la
Primera Bruja?
Si lo era y había maldecido al diablo, quería saber por qué estaba
actualmente en el castillo de Ira, afirmando ser otra persona. Él debía de
conocer su verdadera identidad. Lo que significaba que también sabía lo que
le había hecho a su hermano y explicaría el odio y la historia entre ellos. Así
que, ¿por qué, entonces, estaría dispuesto a guardar su secreto, a menos que
ella conociera uno de los suyos? Y si ese fuera el caso, tenía que ser un
secreto tan perverso que él estuviera dispuesto a hacer un acuerdo con un
enemigo jurado.
Dado lo que había hecho para salvarme, eso no parecía tan increíble.

—Hija de la Luna. Lady Fauna. —Celestia abrió la puerta antes de que


yo terminara de tocar. Escondí mi sonrisa. Ira estaría furioso de que hubiera
respondido tan rápido—. ¿Cómo puedo servirte?
—Tengo algunas preguntas. Sobre maldiciones.
Su deleite parecía genuino.
—Por supuesto. Has venido al lugar correcto. Adelante.
Entré en la recámara de la torre e inmediatamente me sentí invadida
por el agradable aroma de hierbas y aceites. Me tragué la punzada de
nostalgia, el repentino recuerdo de Nonna Maria haciendo velas de hechizo
en nuestra pequeña cocina familiar. Mi familia estaba a salvo. Y yo
terminaría lo que me propuse hacer y volvería para crear más recuerdos
felices con ellos. Pronto.
Me arrastré hacia el presente. Celestia se movió a través de la
recámara y sacó libros y botes de los taburetes, dejando espacio para que
nos sentáramos alrededor de su mesa de preparación. Mientras lo hacía, mi
atención se centró en los elementos que había pasado por alto durante mi
primera visita.
La matrona tenía cosas aún más extrañas y curiosas en su colección.
Desde frascos tapados con corcho llenos de ojos parpadeantes, hasta cestas
con picos de pájaros, una rebosante de garras y otra canasta llena de plumas.
Botes de pomadas, ungüentos y lociones de todo tipo.
Una calavera de pájaro con runas talladas en él estaba puesta encima
de una pila de libros encuadernados en cuero.
Ella notó lo que llamaba mi atención y asintió.
—Los cuervos simbolizan muchas cosas. Muerte, curación, fertilidad.
Sabiduría.
—¿Y las runas? —Me acerqué, pero no toqué las tallas ni los restos.
Si ella era la Primera Bruja, podría haber encantado las calaveras y
enviármelas. No estaba segura de si estaba tratando de ayudar o si mi teoría
estaba tremendamente equivocada. Ella podría ser exactamente quien decía
ser y yo estaba juntando piezas de rompecabezas que no encajaban—.
¿Animan el cráneo?
—No. —Celestia me miró con lo que parecía sospecha. Si era la
Primera Bruja, nació directamente de una diosa. No estaba segura de si
podía percibir emociones como Ira, pero hice todo lo posible por mantener
la calma—. Vienen a mí cuando medito sobre la calavera. Tallo lo que el
cuervo desea que vea. Los símbolos arcanos pueden ser un poderoso aliado
para aquellos con magia en la sangre.
Fauna se movió incómodamente, su atención centrada en los frascos
pulsando con fuerzas invisibles en el lado más alejado de la recámara. Volví
a mirar a la matrona y bajé la voz.
—¿Pueden ser utilizados para mejorar la Fuente?
—Para las brujas, sí. Para aquellos que son la Fuente, no. Los
símbolos arcanos se originan de su esencia.
—Aquellos que… te refieres a las diosas.
Celestia asintió, su mirada aguda mientras estudiaba mi rostro.
Según las leyendas de Nonna, las diosas eran la fuente original de
nuestro poder, diluido con el tiempo a través de los descendientes de la
Primera Bruja.
Miré detenidamente a la mujer de cabello plateado y lavanda. Su
rostro estaba ligeramente arrugado, pero no había una indicación clara de su
edad. Fauna había mencionado que su animosidad con Ira tenía siglos de
antigüedad, lo que significaba que probablemente era inmortal. El tono
púrpura en su cabello tampoco me pasó desapercibido. Era del mismo color
de mi tatuaje con Ira y también de cuando veía el luccicare, el aura tenue que
rodeaba a los humanos.
No podía decir si era emoción o miedo lo que corría por mis venas.
—Entonces, si una bruja usa símbolos arcanos con sus hechizos,
aumenta la potencia de ese hechizo.
—Correcto.
Deslicé mi atención a Fauna, que ahora estaba entrecerrando los ojos
en un caldero.
—¿Es posible que alguien pueda encantar una calavera y enviar un
mensaje? Quizás un príncipe del infierno o una bruja.
—Todo es posible; que sea probable es otra historia. Aquellos con
conocimiento de los símbolos arcanos podrían ser capaces de hacer tal cosa.
—Celestia me indicó que me sentara—. ¿Había algún símbolo tallado en el
hueso? —Negué con la cabeza—. Entonces dudo que un príncipe demonio o
una bruja fueran los responsables. Probablemente fue alguien mucho más
cercano a la Fuente.
Alguien como la Primera Bruja. Mantuve mi respiración uniforme, sin
querer alertar a nadie sobre mis emociones intensificadas. Si Celestia era la
Primera Bruja y su hija estaba maldita, eso significaba que la primera esposa
del diablo no estaba muerta después de todo. Y si ella en realidad vivía,
entonces definitivamente yo tenía razón sobre las brujas en mi isla siendo
asesinadas por una razón diferente.
Una que no tenía nada que ver con el diablo buscando una novia.
Y todo que ver con la venganza.
—¿Lady Emilia? —Fauna irrumpió en mis pensamientos
descontrolados—. ¿Volvemos al palacio principal?
—Sí. —Me puse de pie, luego giré para enfrentar a la matrona—. Una
última pregunta. El Árbol de las Maldiciones. Me han dicho que concede
más que deseos, que ofrece conocimiento. ¿Cómo haría uno para obtener
información en lugar de un deseo o un maleficio?
La atención de Fauna se disparó hacia mí como una flecha, pero la
ignoré. Celestia entrecerró los ojos.
—Talla el verdadero nombre de la persona sobre la que buscas
información en el tronco. Luego toma una hoja del árbol. Ten cuidado cuando
lo hagas: las hojas son tan frágiles como el cristal. Cuando desees la verdad,
rompe la hoja en presencia de aquel cuyo nombre tallaste.
Pensé en la Primera Bruja, en las leyendas y fábulas que nos habían
contado. Ninguna había usado su nombre.
—¿Qué pasa si no estoy segura del verdadero nombre de la persona?
¿Funcionará su título?
—Los nombres tienen poder. Los títulos son una demostración de
poder. Uno puede tomarse o darse por capricho, el otro no. —Celestia
sonrió de una manera que me puso los nervios de punta—. ¿Había algo más,
mi lady?
La forma en que dijo “mi lady” llevaba a su punto de vista. Era un
título de cortesía, algo dado que tenía poco significado fuera de este reino.
Mi nombre era diferente. Aparte de mi primer nombre, solo aquí sería una
princesa o una lady. En mi isla seguiría siendo Emilia Maria di Carlo para
siempre a menos que me casara. Y solo cambiaría mi apellido, nunca mi
primer nombre.
—No, gracias. Has sido de lo más… informativa.
VEINTICINCO
Dejé suavemente otro libro en el suelo. Cielo, la contraparte celestial
del infierno personal de Ira debajo, parecía como si una tormenta se hubiera
desatado a través de sus estantes de colores del arco iris. Cogí otro tomo
antiguo y lo hojeé, consciente de las delicadas páginas.
Todos los libros de esta biblioteca estaban escritos en latín, así que
entendía la mayor parte de lo que contenían. No es que haya ayudado a mi
situación.
—Sangre y huesos.
Otro grimorio, otra decepción. No había registros de la Primera Bruja,
aunque eso podría deberse al hecho de que no sabía su verdadero nombre.
En Palermo, Ira había dicho algo parecido a “la Primera Bruja, como la
llamas”, lo que significaba que ese no era el nombre por el que la conocían
los príncipes demonios. Si no podía encontrar algo pronto, tendría que
preguntárselo. Lo que preferiría evitar por varias razones. La primera era
que si él sabía que La Prima estaba aquí y la estaba albergando, no estaba
segura si frustraría mis esfuerzos por descubrir ese misterio.
Había buscado registros de Celestia, pero tampoco había mención de
la Matrona de Maldiciones y Venenos. Si fuera una sanadora de la realeza
además de una envenenadora, habría pensado que habría registros de ella en
la corte. O menciones de ella salvando vidas o quitándolas.
No había nada.
Era como si ella no existiera fuera de esa cámara de la torre. Una
prueba más de que ella podría no ser quien decía.
Me dejé caer al suelo, mis faldas se amontonaron a mi alrededor. Hoy
estaba con un hermoso vestido azul marino y dorado con flores bordadas en
mi corpiño, lo suficientemente elegante para una dama de la Corte Real
Demoníaca y lo suficientemente cómodo como para pasar horas de rodillas
en un rincón oscuro de la biblioteca, buscando respuestas.
Hojeé un diario bastante delgado lleno de notas y bocetos. Hablaba de
demonios que se habían creado a través de fuentes no naturales. No
demonios menores, pero cercanos. Estas criaturas iban desde apariencia
humana hasta una mezcla entre el mundo natural y los mortales. Me detuve en
una ilustración. Tenía forma humanoide, pero su piel era corteza de árbol, su
barba era musgo y sus dedos y extremidades eran ramas de diferentes
longitudes y anchuras.
La siguiente imagen era de un joven con un enorme par de astas de
alce. Otra mostraba a una mujer con orejas puntiagudas y cuernos de carnero
que le llegaban hasta los hombros.
Las notas hablaban de hechizos y maleficios que salieron mal,
convirtiendo a los mortales en pesadillas. Rechazados y maldecidos de su
mundo, terminaron aquí, donde podían vagar por el inframundo sin temor a
ser perseguidos.
Según el libro, la mayoría se había dispersado por el reino, terminando
en las Tierras Imperecederas al noroeste, y una cadena montañosa del este
llamada Merciless Reach.
Una nota me llamó la atención.
Las criaturas creadas a través del miedo primordial a menudo
anhelan sangre. Buscan la vida y no hay mayor símbolo de vida que el
corazón.
—Encantador. —Eran la versión de este reino de un vampiro.
Dejé ese diario ilustrado a un lado y escaneé el siguiente grimorio, con
una oreja vuelta hacia la entrada. Solo había páginas de notas sobre
hechizos, encantamientos y maleficios. Dejé caer el libro en la enorme pila a
mi lado. Luego levanté las rodillas y me apoyé en los estantes.
No importaba cuánto trataba de dejar de imaginar criaturas dándose un
festín con corazones, no podía apartar de mi mente el cuerpo mutilado de mi
hermana.
Una noche en Palermo, Ira había dicho que a la esposa de Orgullo
también le habían arrancado el corazón. También mencionó que la Primera
Bruja había usado la magia más oscura para quitar el poder de su hija y tuvo
consecuencias imprevistas.
¿Y si su corazón perdido no formaba parte del ritual del asesinato? ¿Y
si fuera una de las consecuencias que trajo La Prima? También podría haber
sido una forma de liberarla de cualquier restricción mortal. Recordé
vagamente a Nonna diciendo algo así de pasada.
Si la hija de La Prima estaba maldecida y no muerta, ella podría ser el
monstruo que corría arrancando corazones de bruja y devorándolos.
Quizás estaba motivada por la venganza contra su madre, por cualquier
humanidad que pudiera haber sido robada cuando sus poderes le fueron
arrebatados. Si el diablo era su amor eterno, tal vez se volvió loca y mató a
las posibles novias que tomarían su lugar.
O tal vez era tan simple como afirmaba la revista ilustrada: si ya no
estaba en posesión de su humanidad, tal vez anhelaba corazones por todo lo
que ya no tenía.
—Quizás hay demasiados quizás y no hay suficientes respuestas
definitivas.
Me paré y tiré de mis hombros hacia atrás. Ahora que estaba sola,
volvería con la matrona y la confrontaría directamente sobre mis sospechas.
Si ella era la Primera Bruja, no pensaba que me haría daño. Había una razón
por la que había estado enviando los cráneos encantados y no era para
asustar. Tal vez ella podría contarme más sobre el Espejo de la Triple Luna
y ofrecer alguna idea sobre dónde podría encontrarlo, o la Llave de la
Tentación.
Rocé mi mano contra la funda oculta en mi muslo. Y si ella intentara
hacerme daño, no me iría sin pelear.
La anticipación me hizo estar de pie fuera de la cámara de la torre de
la matrona en lo que me parecieron meros momentos. La decepción hizo que
mi mandíbula se apretara cuando arranqué la nota clavada en la puerta y leí
el mensaje apresuradamente escrito.
Era imposible determinar si lo decía en sentido literal o figurado. La
matrona regresaría en unos minutos o se había ido en busca de un hechizo2.
No había forma de saber cuánto tardaría esto último, pero, en la remota
posibilidad de que volviera pronto, me arremoliné fuera de su torre hasta
que la nieve comenzó a caer y me ahuyentó.
Había dado dos pasos hacia el pasillo de mi dormitorio cuando un
cosquilleo de conciencia se deslizó sobre mi piel. Ira estaba apoyado contra
la puerta de mi habitación, su atención fija en mi rostro. Me tragué la oleada
de... lo que fuera ese sentimiento y arqueé una ceja como lo había hecho él
en innumerables ocasiones. Todavía no lo había visto ni hablado con él
después de nuestra última sesión de entrenamiento. Y esta visita era muy
desagradable.
Hice una pausa a una distancia decente.
—¿Puedo ayudarte?
—Yo estaba aquí para preguntar lo mismo.
No dio más detalles, y yo no estaba de humor para jugar a hacerle mil
preguntas a Ira y recibir respuestas frustrantes. Me moví hacia mi puerta,
esperando que se hiciera a un lado, e inhalé profundamente cuando no se
movió. Crucé los brazos y esperé.
Sintiendo mi determinación, o intentando cambiar la estrategia de su
plan de batalla, Ira cambió de táctica.
—La biblioteca está hecha un desastre.
—Eso es un poco dramático. Hay algunos montones de libros
esparcidos en una sección. Limpiaré todo esta noche.
—Estás buscando información sobre la Primera Bruja.
—Estoy interesada en mi historia. Ella es parte de eso.
Su expresión se ensombreció. No fue del todo atronador, pero
ciertamente tormentoso.
—Mentira.
—Lo que pueda estar buscando no es de tu incumbencia.
—Todo en este castillo es de mi incumbencia. Tú, especialmente.
—No presiono ni fisgoneo en tus planes. Espero la misma cortesía.
—¿Incluso si he venido a ofrecer ayuda?
—Después de nuestra última “lección”, tenía la impresión de que
deseabas que yo tomara el asunto en mis propias manos de ahora en
adelante. Bastante literal.
La atención de Ira se desvió a lo largo de mi silueta. Parecía como si
estuviera repitiendo mentalmente nuestra cita en la sala de armas,
arrastrando mi vestido hasta mis muslos, tocándome y acariciándome como
si mi placer fuera el suyo. Cuando volvió su mirada a la mía, no había calor
ni indicio de la emoción que acababa de apoderarse de él. Estaba distante,
insensible. Lentamente se estaba construyendo un muro entre nosotros. No
podía decir si era alivio lo que me roía la boca del estómago o algo más.
—Saldremos hacia la Rasa real de la Gula en tres noches. Envíame un
mensaje si quieres entrenar antes.
Se giró para irse y, el diablo me maldijera, respondí:
—Bien. Reúnete conmigo en la sala de armas a medianoche.
Tendremos una última lección antes de que comiencen los juegos reales.

Llegué a la sala de armas casi media hora antes de lo previsto. Quería


marcar el tono de nuestra lección y con cada golpe del reloj, mi pulso se
aceleró. Eché un vistazo a mi reflejo en un escudo particularmente brillante
colgado en la pared, aliviada de que todavía me veía impecable por fuera,
sin importar el estado caótico de mi interior.
Sacudí mi nerviosismo y me trasladé al centro de la habitación.
Exactamente a medianoche, Ira entró en la cámara y se detuvo cerca de
la puerta. Se cerró con un chasquido que me recordó a una hoja que se
deslizaba libre de su vaina. Un sonido apropiado, dada la batalla que estaba
a punto de iniciarse entre nosotros.
Ira miró mi vestido, un corpiño negro con hombros descubiertos
cubierto de flores de cuentas pálidas y enredaderas con faldas espumosas de
champán oscuro que se abrían en un lado un poco más allá de mi rodilla.
Su atención se detuvo en mi calzado. Hice que diseñaran los zapatos
especialmente para este vestido y estaba bastante segura de que al príncipe
demonio le gustaban casi tanto como a mí.
Eran zapatos de tacón que tenían una serpiente negra reluciente que se
deslizaba desde mi tobillo hasta mi muslo. La lengua de la serpiente se
movía hacia afuera, pero estaba semicubierta por mi vestido.
Si Ira quería una imagen completa, tendría que empujar mis faldas
fuera del camino. Los zapatos se inspiraron en parte en la estatua de los
jardines.
—Esta noche vamos a ...
—... Trabajaremos en el orgullo. —Sonreí, notando que mi pintura de
labios de color baya profunda capturó su atención. Lentamente giré en el
lugar—. Hice diseñar esto para nuestra lección y estoy bastante contenta con
los resultados. Es la primera vez que creo algo completamente de mi
imaginación.
—Es hermoso.
—Lo sé. —Le guiñé un ojo e Ira se rio entre dientes—. Es la
perfección.
—Veo que tu orgullo ya está preparado y listo para la lección. —Sus
ojos brillaron con algo oscuro y peligroso—. Vamos a empezar.
—Haga lo peor que pueda, su alteza. Estoy lista.
Esta vez la magia fue como una pequeña cuenta rodando entre mis
hombros, deslizándose por mi columna, agradable y tentadora. Casi me
arqueé hacia él, recordando en el último momento apartarlo, concentrarme en
crear una barrera entre la influencia demoníaca y yo.
Inhalé profundamente, mi pecho se hinchó de júbilo. Estaba resistiendo
la influencia de Ira, y apenas estaba sudando. Luchar contra el orgullo era,
con mucho, lo más fácil que había hecho hasta ahora.
Le di una sonrisa arrogante desde donde estaba medio en las sombras.
No había dado un paso más hacia la habitación; permaneció junto a la puerta,
pareciendo listo para salir disparado. Ya era hora de que se sintiera
inestable. Cada vez que él estaba cerca últimamente, sentía como si mi
mundo se hubiera inclinado salvajemente fuera de su eje.
—Tendrás que esforzarte más. Me he vuelto bastante buena
resistiéndote.
—¿Lo crees? —La diversión brilló en sus ojos—. Suena como si
fueras un poco orgullosa.
Levanté un hombro y lo dejé caer casualmente.
—No orgullosa. Solo honesta. Has sido un profesor bastante decente,
pero esta alumna ha superado las lecciones. Acepto mis deseos. Doy la
bienvenida a cualquier desafío. Tengo poco miedo a perder. Creo que tus
hermanos deberían estar preocupados
—¿Ah sí?
—Por supuesto. No hay nada más peligroso que una mujer que es
dueña de quién es y no se disculpa con nadie. —Le di una mirada lenta—.
Creo que soy poderosa, y entonces lo soy. ¿No es ese el principio por el que
vives? Bueno, sé que soy poderosa. Sé que el poder proviene de muchas
fuentes y ahora tengo muchas armas en mi arsenal, su alteza. De hecho, puedo
poseerte ahora mismo si así lo deseo. Y serías impotente para variar.
—Presumida. Jactanciosa. Un sentido inflado de autoimagen. —Ira
comprobó cada uno de ellos con los dedos—. Tienes razón. No suena como
si estuvieras bajo una influencia orgullosa en absoluto.
—¿Sabes qué más creo? Creo que secretamente te gustaría que fuera tu
dueña. Al menos en ciertas... áreas.
Me moví con pasos deliberados y uniformes a través de la habitación,
permitiendo que mis caderas se balancearan. Mi falda se agitó hacia los
lados, mostrando la serpiente enrollando mi pierna.
Si Ira quería una lección, le daría una que no olvidaría pronto.
Lo apoyé contra la pared, mis labios se curvaron hacia arriba mientras
pasaba un dedo por su pecho, luego seguí la línea de botones hasta sus
pantalones. Demonio retorcido. Ya estaba excitado. Levanté mi mirada hacia
la suya, observando intensamente mientras deslizaba mi palma sobre el
bulto. El aire siseó a través de sus dientes. Seguí el contorno duro sobre sus
pantalones y su respiración se aceleró.
La magia demoníaca que había estado ejerciendo se rompió y se
desvaneció. Tal como sospechaba que sucedería. La moral personal de Ira se
había revelado durante cada una de nuestras lecciones, y había estado
observando con atención, aprendiendo todo lo que podía, incluso cuando no
había podido bloquear su influencia. Nunca usó magia cuando las cosas se
volvieron románticas.
—Emilia.
Fue más una súplica que una advertencia. Ahora que su influencia se
había ido, nuestra lección apenas comenzaba. Me incliné hacia él,
presionando mi pecho contra el suyo, disfrutando de la forma en que su
enfoque cambió a mi escote. Sabía exactamente lo ajustado que estaba mi
corsé y cómo nuestra nueva posición mostraba mejor mis activos desde su
punto de vista. Parecía dividido entre verse satisfecho y mantener modales
caballerosos. Lo que no serviría. Lo quería completamente deshecho.
De repente, una imagen tan vívida y real se deslizó en mis sentidos,
confundiendo la realidad con la ilusión. Por un momento sorprendente,
estuve en dos lugares a la vez.
Se oyó un leve zumbido de música filtrándose, cuerdas y pianos, el
sonido embotado e inquietante a través de las paredes. Nos escabullíamos
juntos, lejos de los ruidosos sonidos de una fiesta que se celebraba en el
pasillo. Las sombras lo escondieron de la vista, pero me encontró lo
suficientemente rápido. Su mano ahuecó mi pecho sobre mi corpiño, sus
besos saqueadores y posesivos. Mi pasión ardía tan intensamente como la
suya. Mordí su labio, desafiándolo a hacer lo mismo. Hizo algo mejor. Tiró
de la parte superior de mi vestido hacia abajo, reemplazando su mano
atrevida con su boca.
Me deslicé dentro de sus pantalones, encontrándolo duro y deseoso,
luego sonreí mientras él maldecía al primer tirón que le di. Llevé mi boca
a su oído.
—Shhh. Nos escucharán.
Lo tomé en mi mano como si hubiera sido algo que hubiera hecho
cientos de veces. Sabía exactamente lo que le gustaba y cómo provocar el
mayor placer. Su cuerpo, su corazón; Los conocía tan bien como los míos.
Usaba ese conocimiento a mi favor ahora.
A él no parecía importarle.
Momentos después, se estremeció contra mí, su respiración irregular
y entrecortada. Una vez que cesó su temblor, me puse de puntillas y lo
besé, larga y profundamente.
—Encuéntrame en el jardín esta noche a la hora de las brujas. Sabes
dónde.
Apenas había logrado volver a abrocharse los pantalones cuando
salí corriendo, mirando por encima del hombro por última vez antes de
salir de la habitación a oscuras.
Ira pronunció mi nombre y me devolvió al presente. Nunca había
tenido una visión como esa y no tenía idea de qué hacer con ello. Algo en
ella no se sentía como la magia del reino.
Se sintió como un recuerdo.
Ira trazó la curva de mi mejilla, su voz tranquila.
—Emilia...
—Yo…
Me alejé de él, dándonos a ambos la distancia que tanto necesitábamos
y consideré mis siguientes palabras con cuidado. Sentía como si estuviera
perdiendo el control de la realidad. La preocupación se deslizó en sus
rasgos, así que hice todo lo posible por recuperar ese sentimiento de orgullo.
Para manejarlo a mi favor.
Bajé deliberadamente mi atención a sus pantalones; ya no había ningún
signo de atracción o lujuria. Al parecer, mi distracción no había pasado
desapercibida.
Le ofrecí una sonrisa cortante.
—Parece que nuestra lección ha terminado.
Antes de que mi máscara se deslizara, giré sobre mis talones y salí por
la puerta. Algo extraño estaba ocurriendo. Y parecía suceder cada vez que
Ira y yo estábamos en situaciones apasionantes.
Si eran recuerdos y no ilusiones creadas a partir de este reino...
entonces podría haber descubierto otro de los secretos de Ira. Excepto que
no tenía idea de cómo podía ser posible.
Pero malditamente lo iba a descubrir.
VEINTISÉIS
Los copos de nieve bailaban perversamente fuera de mi ventana.
La escarcha se deslizaba por los cristales como enredaderas
invernales. Estaba sentada en el amplio alféizar, contemplando un mundo
cubierto por una nueva capa de nieve. La noche caía rápidamente, tiñendo
todo con profundos tonos de azul. Habían pasado dos días desde la última
vez que vi al príncipe de este círculo. Lo había estado evitando después de
la visión, todavía sin saber si era un recuerdo o una fantasía. Tenía que ser
algo que el reino conjuró, pero se sentía tan real que era difícil deshacerse
de él.
La Matrona de Maldiciones y Venenos aún no había regresado y no
quería confiarle a nadie lo que había visto o experimentado. Esperaba que
pudiera crear un tónico o que supiera de alguna magia que desbloqueara la
verdad escondida dentro de mí.
Si hubiera sido un recuerdo, entonces había estado en este reino antes.
E Ira y yo... no podía comprender cómo había fingido no conocerme en
Palermo. Sin embargo, hubo momentos en que me pregunté cómo sabía él los
detalles que no había compartido. Como dónde vivía. Mi nombre. Me
consolé pensando que tenía algo que ver con lo que pensé que era su hechizo
de renacimiento, esa noche que fui atacada por las Viperidae, habíamos
estado dentro de la mente del otro por breves segundos.
¿Era eso lo que estaba pasando ahora? Era posible que estuviera
viendo sus recuerdos, viéndolo con otra persona. Quizás estaba
experimentando el mundo a través de sus ojos, reviviendo sus recuerdos.
Sabía que los demonios podían poseer a la gente, pero nunca había oído
hablar de una bruja que hiciera lo mismo. En este punto, nada me
sorprendería.
Había pasado la mayor parte de los últimos dos días tratando de
descifrar todos los significados posibles. Ninguna teoría era demasiado
tonta. Escribí todo. Desde pensar que Ira podría ser Orgullo, hasta
considerar si yo era la Primera Bruja, maldecida con olvidar como castigo
por lo que había hecho.
Después de un tiempo, los detalles comenzaron a desdibujarse,
confundiéndome más. No podía recordar si había visto la cara de Ira, o si
era solo una impresión que había tenido de él.
Recordé que la habitación estaba oscura en la visión, los sonidos de
una fiesta distante, pero no podía recordar el sonido de la voz de mi amante.
Si había jurado en voz alta cuando encontró su liberación, o si había sido un
murmullo. Y si no estuvo Ira conmigo en la visión...
Exhalé, mi aliento creando nubes en el cristal de la ventana. Eso
complicaba aún más las cosas. Cuando llegara a la fiesta de esta noche,
podría reconocer al amante de ese recuerdo. Si bailábamos juntos,
¿desbloquearíamos otros recuerdos que se habían ocultado?
Me deslicé por el borde de la ventana y hojeé las notas que había
hecho de las calaveras encantadas. Pasado, presente, futuro, encontrar.
Pensé que estaba haciendo referencia al Espejo de la Triple Luna tras el que
estaba Envidia. Ahora me preguntaba si abarcaría más que eso.
¿Esas visiones eran parte de mi pasado o de mi futuro? Si eran
imágenes del futuro, quizás estuvieran relacionadas con la profecía. La parte
en la que podía corregir un terrible error.
Cuando estuve bajo la influencia de Lujuria, tuve esa impresión de
elección, equilibrio. Que podría condenar a todo el mundo o hacer algo bien.
¿Pero qué?
Seguí dando vueltas de regreso a la novia asesinada del diablo.
¿Podría enamorarse ser la clave para romper la maldición? En la superficie
parecía simple. Pero no era así. Necesitaría enamorarme locamente de
Orgullo. Y para lograr eso, tendría que terminar mi compromiso con Ira para
siempre.
—Diosa, ayúdame, esto es un desastre.
Orgullo estaría en la fiesta. Si había sido el amante misterioso en mi
visión, y si era parte del pasado y no del futuro, era completamente posible
que ninguno de nosotros pudiera negar la conexión candente en persona. Lo
que me asustaba.
Si fue el pasado lo que vi... entonces eso significaría que ya era la
esposa de Orgullo. Tal vez para romper la maldición tenía que enamorarme
de él de nuevo, sin ningún recuerdo de nosotros.
Una teoría tan extravagante que podría ser cierta. La cual podría ser la
verdadera razón por la que Orgullo no me había invitado a su círculo. Quizás
esto era más profundo que mi compromiso accidental con Ira.
Sin saber lo que había hecho, tal vez le había roto el corazón a Orgullo
y los había condenado a todos eligiendo al hermano equivocado. También
explicaría el odio de Ira cuando lo convoqué por primera vez y me exigió
que revirtiera el hechizo antes de que fuera demasiado tarde.
Un golpe en mi puerta exterior me sacó de mi ensoñación.
—Adelante.
Harlow hizo una rápida reverencia y luego levantó una bolsa para
vestido.
—El zapatero tendrá tus zapatos listos en breve. ¿Querías que te
preparara el vestido?
—Por favor.
A pesar de todas mis preocupaciones, había perdido por completo la
noción del tiempo. Viajaríamos a la Casa de la Gula en una hora. Esta noche
marcaba la primera de las tres noches dedicadas al Festín del Lobo, un
evento que preferiría evitar si no fuera por la información potencial que
podría reunir. Sin embargo, pensar en que me quitaran mi mayor miedo hacía
que mi ritmo cardíaco se triplicara.
Al principio me había preocupado que mi mayor temor fuera que se
revelara mi misión secreta de venganza. Ahora podría ser mi miedo por la
criatura que llora debajo de la estatua, mi familia muriendo a manos de
nuestros enemigos, mi magia nunca regresando, o la posibilidad de que mis
recuerdos hayan sido robados y la vida que había estado viviendo fuera toda
una mentira.
El mayor temor de todos seguía dando vueltas como un presagio de
muerte y perdición.
No podía dejar de pensar en que yo era la novia del diablo y que no
me habían asesinado: había sido maldecida a olvidar. Mis palmas se
humedecieron. No había forma posible de que eso fuera cierto.
Aun así, la idea me persiguió durante todo el tiempo que me preparé
para el evento de apertura de esta noche. Cierto o no, si no podía hacer a un
lado el miedo; sería revelado a cada uno de mis enemigos y sus súbditos. No
solo sería humillante, también indicaría que no había dejado atrás el pasado
cuando vendí mi alma y estaba trabajando activamente para destruir a uno de
ellos.
Si los príncipes demonios antes sospechaban de mis motivaciones para
venir aquí, tendrían esos pensamientos confirmados. Y no quería saber qué
harían para vengarse.

Bajé las escaleras con los hombros hacia atrás y la cabeza en alto.
Esperaba ver a Fauna y Anir. En cambio, el Príncipe de la Ira esperaba,
vestido para devastar, su atención clavada en la mía. No había elegido usar
uno de los colores característicos de su Casa. No es que pareciera
desanimado por el vestido de terciopelo rojo, o la forma en que se aferraba
a mis curvas antes de amontonarse alrededor de mis pies.
De hecho, casi fallé un paso cuando noté el color de su camisa. Un
arándano profundo y tentador se asomaba entre las capas de chaleco negro y
chaqueta de traje de cola de golondrina. Harlow o la costurera deben de
haberle dado información sobre mi atuendo.
Llegué al último escalón y giré lentamente en mi lugar. Mis zapatos
tenían el mismo diseño de serpiente de unas noches antes, pero eran de oro
oscuro en lugar de negros. Fue el único tributo que le hice a mi actual Casa
del Pecado. Independientemente de si alguna de mis teorías era correcta, en
esta realidad, en esta versión de mí misma, aquí era donde me sentía
cómoda. No tenía sentido negar que me alineaba con el pecado de la ira más
que con cualquier otro.
—¿Bien? —le pregunté—. ¿Cómo me veo?
La mirada de Ira se oscureció en una sombra de promesa pecaminosa.
—Sospecho que lo sabes.
—Consiénteme, entonces.
—Problemas encarnados.
—Gran alabanza procedente de uno de los Malignos. —Eché un
vistazo al vestíbulo vacío. El silencio se extendía entre nosotros, lo que no
ayudó a calmar mis crecientes nervios. Cuanto más trataba de no
concentrarme en mis teorías, más me perseguían—. ¿Dónde están Fauna y
Anir?
—A estas alturas ya están casi en territorio de Gula.
—¿Quién más se unirá a nosotros?
—Nadie. —Me tendió el brazo. Me pregunté si sabía que también se
veía como problemas. Y tentación. Pero si Orgullo era el hombre de mi
visión, Ira también podría parecer un buen recuerdo antes de que terminara
la noche. Algo punzó en mi centro al pensarlo—. Esta noche usaremos mi
carruaje. Se considera de mala educación llegar a la fiesta mediante magia
transvenio.
Acepté su brazo y salimos del inminente juego de puertas dobles.
Afuera, nuestro vehículo estaba esperando, trozos de nieve pegados al
techo como azúcar en polvo. El carruaje de Ira era más oscuro que la noche,
con motas de oro en el acabado lacado. No había ningún conductor
esperando, solo caballos.
—¿Conducirás el carruaje?
—No. Mi poder lo guiará.
—¿La magia transvenio es grosera, pero conducir un carruaje con
magia no lo es? —Negué con la cabeza—. Puedo vivir mil años y nunca
entenderé estas ridículas reglas demoníacas.
Los cuatro corceles de ébano inhalaron el aire, sus ojos rojos eran la
única señal de que no eran lo mismo que los caballos en el mundo de los
mortales. Ira se dispuso a revisar sus bridas, haciendo un leve chasquido
cuando uno de los caballos del infierno lo mordisqueó.
Hice una rápida inhalación. Me había equivocado. Sus ojos no eran lo
único que los marcaba como diferentes. Sus relucientes dientes metálicos
indicaban que eran más depredadores que simples equinos. El caballo del
infierno mordió de nuevo, con más insistencia.
—Se gentil, Muerte.
—Diosa, dame fuerza. —Observé a las otras tres bestias—. Hambre,
Pestilencia y Guerra, supongo. —La sonrisa de Ira fue suficiente
confirmación mientras miraba por encima del hombro—. No puedo creer que
les hayas puesto el nombre de los cuatro jinetes y, sin embargo, no estoy muy
sorprendida.
Se acercó a donde esperaba y luego me subió al carruaje.
—Quizás no fueron simplemente nombrados así.
Ira se sentó en el lujoso asiento de terciopelo frente a mí, su expresión
engreída cuando dejé que la información se hundiera. Con un rápido golpe en
el techo, partimos.
Las ruedas repiquetearon sobre la piedra, pero el sonido y la
sensación discordante fueron amortiguados por los asientos bien rellenos y
las alfombras de felpa en capas. Nunca había viajado dentro de un medio de
transporte tan opulento. Tampoco había viajado nunca en uno en mal estado.
Antes de mi viaje con la emisaria, lo más cerca que había estado de viajar
en carruaje fue en una calesa tirada por caballos.
Fruncí el ceño. Eso no podía ser correcto... después de desembarcar
de un barco, tuvimos que viajar en carruaje para visitar al amigo de Nonna
en el norte de Italia. Excepto que no podía recordar muy bien cómo
habíamos llegado allí.
Ira me estudió.
—Pareces como si estuvieras en medio de un molesto enigma.
Levanté un hombro.
—Supongo que son principalmente nervios.
—¿Sobre la parte de miedo del festival?
—El miedo, todo el calvario. Conociendo al resto de tus hermanos.
Bailar.
Se quedó callado un rato. Dudaba que hubiera esperado tanta
honestidad y no estaba seguro de cómo proceder. Finalmente, se movió hacia
adelante.
—No te sobrevendrá ningún daño. No lo permitiré.
—Quizás son tus hermanos los que deberían preocuparte.
—Si son lo suficientemente estúpidos como para encender tu furia,
merecen sentir el ardor.
Le sonreí.
—Y, sin embargo, todavía arrojas fósforos al queroseno todo el
tiempo.
—La ira y la furia son mis pecados preferidos. Me gusta tu
temperamento.
Después de un tiempo indeterminado de descender y ascender algunos
picos montañosos, nuestro carruaje se detuvo abruptamente. Ira miró hacia
afuera, su expresión una vez más cuidadosamente colocada en esa máscara
fría e implacable.
—Llegamos. —Cogió la manija y luego se detuvo. Sus músculos
estaban tensos debajo de su traje bien hecho. Sacudió la cabeza una vez,
luego me miró—. Si necesitas una pareja, bailaré contigo.
Antes de que pudiera reaccionar, abrió la puerta y salió del carruaje.
Su mano apareció de las sombras, esperando la mía. Me di un momento para
reunir mis emociones. No le había mentido a Ira sobre la causa de mis
nervios, pero no había expresado todas las razones detrás de mi corazón
palpitante. Ahora tendría la oportunidad de hablar con cada príncipe
demonio del infierno. Y uno de ellos, muy posiblemente, había orquestado el
asesinato de mi hermana.
Mucho se ganaría o perdería en los próximos días. Y, si el asesino de
mi hermana estaba aquí, no había forma de saber si él también intentaría
arrancarme el corazón del pecho.
Si estaba a punto de entrar en una batalla por mi vida, al menos tenía a
Ira a mi lado.
Sus dedos se apretaron sobre los míos cuando me bajé del carruaje y
me fijé en la Casa de la Gula. Era enorme, aunque inusual en diseño. Un
cruce entre terrazas romanas abiertas con altos ventanales en arco y torres
medievales. Estaba construida en la ladera de una montaña empinada y
parecía sacada de un cuento de hadas gótico
—Prepárate. —Ira me escoltó por un pequeño tramo de escaleras y se
detuvo justo afuera de la gran entrada del castillo—. El libertinaje de mi
hermano no conoce límites.
Las palabras me fallaron mientras caminábamos dentro de la Casa de
la Gula. El príncipe de este círculo no ocultaba su pecado homónimo ni
vicios. Inmediatamente después de entrar en el vestíbulo palaciego de
recepción, fuimos recibidos por la escena más escandalosa que jamás había
presenciado.
Una mesa del tamaño de cuatro colchones de gran tamaño estaba en un
lugar destacado, lo que obligaba a los invitados a apretujarse alrededor de
ella si querían entrar al castillo más allá. La mesa no estaba cubierta de
comida ni vino. Estaba llena de amantes. Algunos participaban en actos con
los que nunca había soñado.
En un extremo, una mujer yacía desnuda, con las piernas abiertas
mientras un hombre vertía un rastro de salsa de chocolate sobre sus pechos,
bajando por su estómago y atravesando el vértice de su cuerpo. Arrojó la
jarra a un lado, se arrodilló y comenzó a festejar. No hubo romance, no hubo
seducción. Solo hambre pura y animal. No es que a la mujer pareciera
importarle.
Mi atención se dirigió al extremo opuesto de la mesa, donde un joven
yacía con un brazo doblado detrás de la cabeza, mirando como su compañera
chupaba crema batida de su excitación, y otro amante entraba en ella desde
donde ella estaba inclinada. Mi rostro se encendió ante la erótica escena.
Antes de que supiera que Orgullo no era mi prometido, Ira había
mencionado a su hermano invitando amantes a nuestra cama. Ahora entendía
lo que quería decir. También supe con vívida claridad lo que Fauna había
estado preguntando cuando me preguntó acerca de llevar mi boca a Ira.
—A mi hermano le gusta sorprender a los invitados a su llegada. —La
voz baja de Ira en mi oído envió un escalofrío recorriendo mi columna—.
Sus súbditos están muy felices de participar en sus vicios favoritos. Los
amantes aquí quieren ser vistos. Desean que nos excedamos en su placer.
Nuestra atención los alimenta como sus encuentros nos alimentan. No será
así en toda la Casa.
La mano de Ira en mi espalda no arrancó mis pies de donde los había
plantado.
—¿La influencia de Gula me hará hacer eso? ¿En frente de todos?
Ira siguió mi mirada, su propia expresión inescrutable.
—No.
Estudié sutilmente al demonio a mi lado. No se vio afectado por todos
los cuerpos desnudos, gruñidos y gemidos. Podría estar mirando los
muebles, notando que estaban allí para sentarse, pero que no valían más que
una mirada. No se podía decir lo mismo de mí. Aparté mi atención de donde
el hombre estaba lamiendo y chupando con febril abandono.
—¿Como puedes estar seguro? Lujuria logró influir en mí. Al igual que
Envidia. Estoy segura de que tu hermano puede obligarme a hacer lo que le
plazca con quien le plazca que lo haga. Quizás nuestras lecciones no fueron
suficientes. Quizás…
—Respira. Nadie te tocará mientras estemos aquí, Emilia. Sería un
acto de guerra y todos estamos reunidos con el entendimiento de la paz
temporal. Perteneces a la Casa de la Ira. Si se olvidan, me complacerá
recordárselo.
Una mirada a sus rasgos duros me llevó a creer su promesa. Tenía
pocas dudas de que este príncipe desgarraría a alguien miembro por
miembro si me pusieran un dedo encima sin mi consentimiento. Quería ese
poder. Quería saberme a salvo por mi propia mano y casi juré que alguna
vez lo había hecho. Quizás por eso me sentía tan envidiosa cuando conocí a
Envidia y él usó su influencia en mí. Anhelaba el poder para defenderme a
mí misma y a mis seres queridos.
Mi atención se desvió hacia donde el hombre estaba arrodillado entre
los muslos de la mujer. Ahora la trabajaba con la boca y la mano. Una
amante se movió hacia su pecho, agregando más crema batida y lamiendo su
piel limpia antes de agregar otra cucharada.
Gula deseaba sorprender a sus invitados, ponerlos nerviosos. Excepto
que la mayoría eran de este reino y probablemente habían sido testigos de
mucho más libertinaje. No, este cuadro no era para todos sus invitados. Esto
era para mí. Para inquietar a la invitada de honor mortal mucho antes de que
yo entrara en su salón de baile.
Y casi lo había conseguido.
La desnudez, la gente que buscaba placer sexual, no importaba cuánto
tratara de superarlo, la forma mortal de pensar en ellos como seres con
comportamientos equivocados y vergonzosos seguía arrastrándome. Seguían
escandalizándome y avergonzándome porque en el fondo, todavía me
preocupaba ser arruinada por las nociones humanas de escándalo. Sobre
todo, seguía preocupándome por lo que pensarían los demás.
Suficiente. Ya había tenido suficiente de volver a caer en viejos
miedos. Caminé hacia la mesa y sumergí mi dedo en un cuenco de crema
batida, luego me volví lentamente hacia Ira mientras lo lamía. No había nada
en su expresión ahora que hablara de aburrimiento o desinterés. Rastreó
cada movimiento como si lo memorizara.
Apareció un camarero con una bandeja de copas de champán.
Le di a Ira una pequeña y tortuosa sonrisa y tomé una copa de vino
espumoso de baya demoníaca.
—Salud por estar escandalizada.
Sin esperar su respuesta, giré y pasé junto a la mesa de los amantes.
Cuando entré en el Festín del Lobo y el heraldo gritó mi nombre, me
convencí de que era la más temible de la sala.
VEINTISIETE
El Príncipe de la Gula no fue en absoluto lo que esperaba. No estaba
sentado en un trono, ni emitía la apariencia de aburrimiento frío, ni exudaba
arrogancia real. Tampoco había nada particularmente peligroso en él.
Excepto por la amenaza que suponía para los corazones.
Estaba de pie, con los brazos llenos de mujeres rollizas, cerca de una
fuente de espíritus, con una sonrisa secreta en las comisuras de una boca
deliciosa. El príncipe se inclinó para susurrar algo en los oídos de cada una
de sus compañeras, su risa sensual y llena de promesas malvadas.
Arqueé una ceja mientras él se turnó para mordisquear sus cuellos. Él
era un libertino de principio a fin. Y parecía adorado por eso.
No era tan alto como Ira, pero sus hombros eran anchos, sus caderas
estrechas y el ancho de sus muslos sugería un cuerpo en forma escondido
debajo de su traje color mora.
Su cabello castaño ligeramente despeinado tenía mechones dorados y
rojos con cierta luz, aunque la oscuridad nunca abandonó su agarre por
mucho tiempo. Llevaba una corona de bronce, adornada con piedras
preciosas multicolores. Los ojos color avellana de Gula eran una mezcla de
brillantes tonos de verde, dorado y marrón. Todos rivalizando por el
dominio, todos complaciéndose en su propia belleza.
Y ahora estaban entrenados sobre dónde estábamos Ira y yo. Una ceja
se arqueó.
—¡Hermano! Ven a conocer a mis nuevas amigas, Drusilla y Lucinda.
Recién me estaban contando la historia más interesante
—No lo dudo. —La falta de decoro de Ira no pareció sorprender a
nadie más que a mí. Colocó una mano en la parte baja de mi espalda—. Mi
esposa, Emilia di Carlo.
La atención de Gula se centró en mí. Su nariz parecía como si se
hubiera roto una o dos veces, pero esa imperfección solo lograba hacerlo
más interesante. Su mirada me recorrió y una chispa de picardía se encendió.
—Futura esposa, por lo que tengo entendido
—En realidad —interrumpí—, no he decidido aceptar el vínculo.
—¿Escuchaste eso, hermano? —Gula se apartó de sus compañeras y
pasó un brazo por los hombros de Ira—. Todavía hay esperanza para mí.
—Respira en su dirección sin su permiso expreso y te destripará. —Ira
tomó un vaso de vino de baya demoníaca de una bandeja que pasaba y lo
sorbió, la imagen de elegancia casual—. Ya le he pedido que se abstenga de
la violencia durante nuestra visita, pero si yo fuera tú, no tentaría su furia.
Los hermanos intercambiaron una larga mirada. Básicamente, Ira había
entrado y establecido sus propias reglas en la corte real de su hermano. Tal
como lo había hecho en la Casa del Pecado de Envidia. Fue una maravilla
que Gula ni siquiera arqueara una ceja ante la impertinencia de Ira.
—¿Entonces eres una pequeña zorra violenta?
—Tengo mis momentos, alteza.
Su risa fue plena y rica.
—Explica cómo has captado la atención de este. —Se inclinó y habló
en un susurro burlón, su tono serio, como si compartiera un secreto grave—.
Ira tiene un gusto insaciable por la furia. Aunque nunca se excede en ello.
Para consternación de todos. —Ira no devolvió la sonrisa de su hermano, lo
que solo logró deleitar más al príncipe de este círculo—. Quizás nos
sorprenderás a todos, querido hermano. Este puede ser el año en el que te
sueltes después de todo. Cumple con nuestras expectativas. Regálate un poco
de diversión por una vez.
—Agradece que limito mi idea de diversión, hermano.
—Bueno, la caza comienza al amanecer, así que puedes ensillar un
caballo del infierno y dar rienda suelta a tu espíritu guerrero. —Me miró,
con una sonrisa problemática en su lugar—. Tú también, Lady Emilia.
Veamos si estás igualmente inspirada por la sed de sangre.
—Yo no cabalgo.
—¿No? —Sus ojos brillaron divertidos—. Entonces me quedaré y te
haré compañía. Mientras ellos se meten en problemas, estoy seguro de que
podemos encontrar algunos nosotros mismos.
La levedad que Gula había estado sintiendo desapareció en un instante,
reemplazada por una mirada gélida. Seguí la dirección de su mirada,
sorprendida de encontrar que el objeto de su aborrecimiento era una mujer
noble hermosa y remilgada. Su cabello azul pálido estaba peinado al estilo
de las damas inglesas y su elegante vestido abotonado hasta el cuello.
Llevaba guantes de piel de cabrito que terminaban más allá de sus
codos y una expresión de repulsión cuando vio al anfitrión, su mirada
cortando desde el otro lado de la habitación. Ella se inclinó junto a su
compañera y susurró algo que hizo que la otra mujer noble se riera.
—Si me disculpas. —El estado de ánimo de Gula se ensombreció aún
más—. Hay alguien no grato entre nosotros.
Sin pronunciar una palabra más, Gula se acercó a las risueñas damas.
Me volví hacia Ira.
—¿Qué fue eso?
—Ella es una periodista de las Islas Cambiantes. Y rara vez tiene algo
halagador que decir sobre la realeza en este ámbito. Ha sido particularmente
cruel con Gula.
Pensé en los amantes de la mesa.
—A ella no le gustan sus demostraciones de exceso de indulgencia,
supongo.
—De lo contrario. —La boca de Ira se curvó hacia un lado—. Ella
llamó a su última reunión “perfectamente ordinaria y completamente
artificial. Una velada predecible y sin inspiración”.
—No puedo creer que lo hayas memorizado.
—Mi hermano lo citó tan a menudo que se quedó. Gula estaba furioso.
Desde entonces ha organizado las fiestas más lujosas, exageradas y
libertinas que ha podido.
—Quiere que ella se coma sus palabras.
—Entre otras cosas, sin duda.
No pude evitar sonreír.
—El odio es un afrodisíaco poderoso para algunos.
—En efecto. Lo es. —La atención de Ira se posó brevemente en mis
labios—. ¿Te gustaría recorrer los jardines del placer o instalarte en tus
habitaciones?
Recordé lo que había dicho Fauna sobre los jardines del crepúsculo y
mi estómago dio un vuelco nervioso. Si Ira y yo nos escabullíamos ahora,
perdería la oportunidad de conocer al resto de su familia.
Sin mencionar que no estaba segura de que estar a solas con él donde
la seducción se servía para consumo público fuera una buena idea.
Como si hubiera arrancado el pensamiento de mi mente, agregó en voz
baja:
—Orgullo hará su gran entrada en el baile de máscaras mañana. Pereza
entrará justo antes de la ceremonia del miedo. Avaricia y Envidia llegarán
elegantemente tarde esta noche.
—¿Y Lujuria?
—Me imagino que está aquí y se está complaciendo. Si bien tiende a
desviar los sentimientos de felicidad para aumentar su poder, participa en
las tentaciones carnales cuando se las ofrecen. Estas fiestas tienden a
alimentar su pecado en múltiples niveles.
Miré hacia la galería, donde un par de puertas estaban abiertas y una
brisa fría traía copos de nieve desde el patio de más allá. Diminutos orbes
plateados parpadeantes flotaban en la oscuridad.
Ir a mi dormitorio era la mejor decisión, pero me encontré diciendo:
—Demos un paseo rápido por el jardín.

Como era de esperar, la idea de Gula de un jardín de recreo era


bastante literal. Pasamos junto a amantes apenas ocultos en las sombras, los
sonidos de su piel desnuda golpeándose entre sí y los gemidos entrecortados
creaban una sinfonía extrañamente inquietante. Hice todo lo posible para
mantener mi atención fija en el camino iluminado por antorchas frente a
nosotros, sin atreverme a buscar sombras retorcidas cerca de los setos.
Ira, como siempre, no pareció verse afectado.
—¿Has recorrido los jardines antes? —Inmediatamente deseé no haber
preguntado.
—Sí. —Me miró de reojo—. Siempre examino los terrenos para
asegurarme de que no haya ninguna amenaza oculta.
Casi por orden, una mujer gritó el nombre de su amante.
—Por supuesto. —Puse los ojos en blanco—. Ciertamente suena como
si hubiera peligro aquí.
—Ejércitos ocultos, invitados no deseados, reuniones clandestinas
entre Casas intrigantes. —Ira se acercó y bajó la voz—. Pueden pasar
muchas cosas en la oscuridad, mi lady.
—No se equivoca. —La sonrisa del Príncipe de la Lujuria rayaba en
lo felino cuando se interpuso en nuestro camino y estiró los brazos por
encima de la cabeza, exponiendo una fracción de piel dorada por encima de
sus pantalones. Sus ojos color carbón me absorbieron, luego me escupieron
con desinterés—. Hola de nuevo, cariño.
—Lujuria. —A pesar de la voz interior que me instaba a correr, me
mantuve firme. Todos mis sentidos se agudizaron mientras esperaba esa
primera lamida de su aplastante influencia—. Diría que es bueno verte de
nuevo, pero...
Levanté un hombro, dejando que el resto no se dijera.
—Tendré que remediar eso. Más tarde. —Se volvió hacia su hermano.
No había ira ni destello de retribución en su expresión. Por lo que yo sabía,
la última vez que se vieron, Ira le había clavado una daga en el pecho—.
Necesito hablar contigo. En privado.
Ira vaciló antes de asentir una vez. Se volvió hacia mí.
—Pasaré por tu habitación más tarde. A menos que quieras que te
acompañe allí ahora.
—No. —Negué con la cabeza, agradecida por la excusa para dejar a
Lujuria y su problemática influencia—. Estoy segura de que encontraré mi
propio camino de regreso.
Ira asintió, pero no se movió para seguir a su hermano. Sentí su mirada
en mí hasta que doblé la esquina. A mitad del camino siguiente, apareció un
sirviente. Ira, sin duda, se las había arreglado para organizar nuestro
encuentro.
—Lady Emilia, si me sigue. Puedo mostrarle sus habitaciones.
Después de instalarme en mi habitación bien equipada, todo azul
cobalto, plateado y goteando en una sobreabundancia de lujo, esperé,
encaramada en el borde de mi cama, por lo que me parecieron horas.
Esforzándome por escuchar el ligero golpe de Ira en mi puerta.
Nunca llegó.
Al principio me preocupó que Lujuria lo hubiera atacado, en venganza
por lo ocurrido entre ellos en Palermo. Entonces apareció una nueva
preocupación. Estábamos alojados en una casa llena de libertinaje. Si Ira no
había llegado a su cama, me preguntaba si eso significaba que se había
metido en la de otra persona.
Me quedé mirando la nota que llegó bien pasada la medianoche. Papel
azul cobalto entintado con platino, el pergamino grueso y lujoso.
No había ninguna indicación de quién era el remitente, qué encontraría
si aceptaba la invitación o qué tipo de travesuras podría estar invitando a mi
ya complicado mundo. La letra no pertenecía a Ira, que todavía no había
aparecido.
Dada la rica indulgencia del papel y la tinta, imaginé que lo había
escrito Gula, pero siempre existía la posibilidad de que uno de los otros
príncipes presentes la hubiera enviado.
Usar algo “para morirse” puede que no fuera un eufemismo demoníaco.
Consideré cuidadosamente mis opciones. Podría ignorarla. Sin duda,
esa era la ruta más segura. Después del intento de asesinato en la casa de la
Ira, no era exagerado creer que era una trampa.
Con todos reunidos al amanecer para comenzar la caza, estaría sola y
vulnerable. Quienquiera que lo hubiera enviado debía de saber que había
elegido no salir con el grupo.
Y la única persona que sabía eso, aparte de Ira, era Gula.
Si mi atuendo importaba, podría indicar una fiesta clandestina. Una
donde se requerían máscaras para mantener el anonimato de los asistentes.
Un evento misterioso organizado en el inframundo, por una fuente
desconocida, no era la reunión típica que jamás había considerado.
Pero ahora... exhalé. Ahora no podía rechazar algo que pudiera
presentar una oportunidad para interrogar a un príncipe del infierno sin que
Ira me acompañara.
Le di la vuelta a la tarjeta, de un extremo a otro, pensando. El hecho de
que me hubieran pedido que me reuniera en el Jardín SilverFrost no
significaba que ahí fuera donde tenía que aparecer. Al menos no
inicialmente.
Un plan se fue formando lentamente en mi mente. Había una amplia
galería fuera del salón de baile de la torre sureste con una gran escalera que
conducía a los jardines. Llegaría temprano y esperaría en uno de los
rincones oscuros. Me levanté de la cama y rápidamente me vestí con un
vestido hecho de sombras.

Gula se acercó a la terraza vacía, la cantidad de un nudillo de licor


vertido en un vaso de cristal. Llevaba una jarra debajo del otro brazo. Yo
diría que era demasiado temprano para beber, pero no parecía haberse ido a
la cama. Había una cualidad despeinada en su cabello, una ligera arruga en
su traje. Como si su compañero de cama lo hubiera mantenido ocupado toda
la noche y hasta bien entrada la mañana. Jugaba el papel de un libertino a la
perfección.
Tomó un saludable trago de su vaso. Todos los príncipes parecían
disfrutar de su alcohol por igual, aunque las cantidades que se permitían eran
diferentes.
Me apreté más profundamente en las sombras y observé su
acercamiento a través de mis pestañas bajas, conteniendo la respiración para
evitar ser detectada. Como si la más mínima inhalación me delatara.
—No puedo decidir si me divierte o me insulta.
Todo mi cuerpo se tensó por haber sido descubierta tan rápido. Cogí
mi daga, relajándome una vez que sentí su familiar peso en mi agarre. Entré
en la luz acuosa antes del amanecer.
No tenía sentido esconderse ahora.
Esperé en silencio a que continuara. Claramente deseaba este
encuentro solo. Bien podría deslumbrarme con cualquier discurso que
hubiera preparado.
Se inclinó sobre la barandilla de piedra y contempló el decadente
jardín de abajo. Las flores plateadas cubiertas de escarcha brillaban como
diamantes.
—Quizás tu estrategia funcione estupendamente.
—¿Qué estrategia?
—Ganar la caza. En cinco minutos, todo el castillo saldrá corriendo de
los establos. —Dejó su bebida en la amplia barandilla frente a él, luego
señaló el techo oscuro en la distancia. Colinas cubiertas de nieve se
convertían en un bosque siempre verde—. Las personas rara vez notan lo
que tienen frente a ellos, especialmente cuando esperan encontrar algo más.
—No estoy segura de entender lo que quieres decir.
Se giró lentamente para mirarme, su expresión era un estudio de falso
disgusto.
—Puede que haya omitido algunos detalles importantes en la nota.
Como el premio por ganar la caza.
Mantuve la inquietud sin mostrarse en mi rostro. No pensé que fuera
nada más que un típico deporte campestre.
—No sabía que había un premio.
—Premio. Presa. Algunos podrían argumentar que son lo mismo. —Su
sonrisa estaba tallada con intenciones malvadas—. El anfitrión elige la presa
cada Temporada de Sangre. Los participantes solo descubren lo que buscan
en los establos, justo antes de que comience la caza.
Mi sangre se enfrió.
—Ira dijo que no había ningún sacrificio involucrado durante ninguna
parte del evento de tres días.
—Nunca dije nada sobre un sacrificio. Solo dije que alguien o algo
será cazado. —Me estudió más de cerca de lo que hubiera creído posible,
considerando cuánto había bebido—. Nadie mata a la presa elegida. —
Guiñó un ojo—. No somos monstruos totales.
—¿Por qué me querías enmascarada?
—Para ver si me complacerías. —Levantó un hombro y lo dejó caer.
Como si esa fuera la única razón que alguien necesitaba. Me alegré de haber
decidido no usar una máscara—. ¿Alguien te ha dicho por qué se llama
Temporada de Sangre?
—No, pero estoy segura de que será una historia encantadora.
—Si un demonio menor o un noble gana la caza, tienen la opción de
beber el elixir de la vida
—Sangre.
Mi estómago dio un vuelco cuando Gula asintió. Nonna solía decirnos
que los Malignos bebían sangre. Ahora sabía de dónde venía ese rumor.
—¿Y si gana un miembro de la realeza?
—Tenemos la opción de reclamar nuestro propio premio, si al menos
cuatro de nosotros votamos a favor. Pero beber el elixir de la vida no es la
única razón por la que lo llamamos Temporada de Sangre. El ganador de la
caza es aquel quien extrae la primera sangre. Los participantes eligen cuánto
derramar y cómo derramarla. Garras, hojas, flechas, dientes. —Su mirada se
volvió hacia los establos. Un disparo rasgó el aire y me sobresaltó—. Ah, sí.
Han encontrado los rifles de hielo. Si yo fuera tú, consideraría unirme a la
caza ahora.
—Te lo dije, yo no cabalgo.
—Es una pena. Este año están cazando un dragón de hielo. Criaturas
majestuosas y violentas. —Apartó su atención del edificio en la distancia y
me miró de nuevo—. Y en cuanto a cabalgar, lo reconsideraría. He
descubierto que a veces nuestros cuerpos recuerdan lo que nuestras mentes
no.
Gula inclinó su cabeza, luego regresó a su castillo, dejándome
contemplar sus palabras de despedida. Un segundo disparo estalló como un
trueno y siguió el sonido de una estampida, el suelo retumbó bajo mis pies.
Algo se agitó en mi sangre.
Antes de que pudiera convencerme de que no lo hiciera, me subí las
faldas y corrí hacia los establos.
VEINTIOCHO
Fuera de los establos, una yegua de color violeta pálido pateaba la
nieve con cascos de metal con púas antes de volver sus ojos de mercurio
hacia mí. La inteligencia brillaba en esos ojos líquidos mientras me acercaba
lentamente al enorme caballo del infierno. Una plateada luna creciente
brillaba en su frente y un puñado de estrellas se extendía sobre su parte
trasera como una constelación.
—¿No eres divina, niña? —Me acerqué—. No estoy segura de cuál es
tu nombre, pero necesito llamarte algo. ¿Qué tal Tanzie? Abreviatura de
Tanzanita.
Sonreí cuando el caballo inclinó la cabeza en señal de aprobación.
El momento de tranquilidad duró poco. En la distancia, se escucharon
gritos, seguidos de un rugido estremecedor. Me imaginé que pertenecía al
dragón de hielo que Gula mencionó.
La caza estaba claramente en pleno apogeo, pero yo estaba menos
preocupada por ella que por la creciente necesidad de cabalgar tan duro
como pudiera sobre los terrenos helados.
Mi corazón latía como un tambor de guerra. Cabalgar rápido por este
terreno sería peligroso, si no fuera por las herraduras con puntas de garra.
Acaricié el costado de Tanzie con confianza, sabiendo de alguna manera que
ella no toleraría nada menos de la persona a la que le permitía el honor de
montar su silla. Y qué hermosa silla de montar, oscura y aceitada, parecía
tinta congelada.
Una pequeña bolsa colgaba de un lado. Gula debe haberla preparado.
Colocando un pie en el estribo, me balanceé una y otra vez, agradecida
de haber decidido usar medias gruesas debajo de mi vestido. Elegir sentarse
a horcajadas no era una posición adecuada, pero dudaba que alguien en el
inframundo lo viera de la misma manera que los mortales.
Mis muslos se tensaron alrededor del caballo mientras me preparaba.
Chasqueé la lengua y levanté las riendas. No tuve que presionar más a la
gran bestia. Tanzie se alejó trotando del establo y bajó por una colina
inclinada, ganando velocidad en el declive en lugar de reducir la velocidad.
A juzgar por los sonidos amortiguados de los cascos que golpeaban la
nieve, la partida de caza estaba detrás de nosotras, ya fuera en el bosque o
justo al borde. No había reglas que dijeran que tenía que participar en la
cacería, pero no quería que me atraparan aquí y que me animaran a unirme a
ellos.
Mi respiración se nubló frente a mí mientras me inclinaba hacia
adelante en mi asiento, mi corazón latía al compás de cada latido de los
cascos del corcel. Rodeamos el castillo de Gula, la suave pendiente se
convirtió en un fuerte desnivel. Mi cabello suelto voló hacia atrás cuando los
vientos cortantes robaron mordiscos de mi carne. Las lágrimas me picaban
en los ojos, pero no podía parpadear, no podía evitarlo mientras me sentaba
recta en la silla a medida el caballo se precipitaba montaña abajo. Un
recuerdo se estaba agitando... Me sentía como si hubiera estado aquí antes,
corriendo contra el viento y cabalgando como un guerrero hacia la batalla.
Me olvidé de la caza, el Festín del Lobo y todos los demonios que
cabalgaban cerca. No tenía idea de adónde iba, pero algo me llamaba, en lo
profundo de mi sangre. Me gritaba recordar, dejar ir los pensamientos y
simplemente sentir.
Tanzie relinchó como si confirmara esos sentimientos. Como si
quisiera que recordara que para eso fuimos creadas. Esta sensación de
libertad suprema y deshacerse de las restricciones. Todo lo que importaba
era el suelo sobre el que nos precipitábamos y la sangre bombeando por
nuestras venas.
Cuando llegamos a la cima de una enorme colina, un campo de color
negro se elevaba como una mancha de tinta sobre la nieve. Hice un trote
lento y llevé a Tanzie más cerca de la colina reluciente. De cerca, vi que la
masa oscura no era sólida. Eran millones de diminutas flores negras que
crecían a través del hielo. Detuve a Tanzie y salté. Los pétalos de ébano
tenían puntos plateados.
Intrigada, arranqué una, sorprendida cuando la raíz entera se deslizó
fácilmente. Las extrañas raíces plateadas brillaron intensamente y luego se
secaron ante mis ojos. Magia o alguna peculiar planta infernal. Quería
estudiarlas más tarde y ver qué más podían hacer. Agarré un puñado de
flores y las metí en una pequeña bolsa de cuero sujeta a la silla.
Tanzie relinchó, pisando imperiosamente, señalando su aburrimiento
con nuestro desvío de recoger flores. Sin mirar atrás al campo ondulado,
salté de nuevo sobre el caballo y cabalgamos aún más duro que antes. Estaba
tan absorta en el aspecto sensorial del viaje, en la exaltación del aire helado
que mordía mi piel y me robaba el aliento, que no me di cuenta del castillo
que se alzaba ante nosotras. Tampoco fui consciente de que habíamos
cruzado una línea fronteriza invisible.
Fue solo cuando la primera ronda de guardias nos rodeó, con las
espadas apuntadas y listas, gritándome que me detuviera, que me di cuenta
de mi error. Había invadido el dominio de otro príncipe demonio sin
invitación. Tanzie se echó hacia atrás, luego se dejó caer el suelo, pateando
sus pies mientras un guardia silenciaba a los demás y me gritaba una orden
clara.
—Desmonta y arrodíllate.
—Parece haber un malentendido. —Me aferré a las riendas—. Estaba
viajando por los terrenos de la Casa de la Gula y no me di cuenta de que
había llegado tan lejos.
—Dije, desmonta y arrodíllate.
El guardia que había hablado salió de la formación. Su casco de hierro
de cara abierta tenía alas de aspecto mortal a cada lado. Al otro lado de la
banda superior, donde el casco se amoldaba sobre su frente, un conjunto de
marcas de garras de oro estaba grabado en el metal.
Noté que ninguno de los otros guardias compartía ese diseño, lo que lo
convertía en el líder obvio de su grupo. Otra línea de guardias apareció
desde el castillo, con flechas colocadas en sus arcos.
Les presté poca atención, centrándome en cambio en la mayor
amenaza.
Mi mirada se deslizó sobre las facciones del guardia principal,
memorizándolas en caso de que las cosas salieran mal y necesitara recordar
detalles luego de mi escape. Cabello dorado bruñido se asomaba por la
parte superior de su casco. Su piel bronceada por el sol estaba libre de toda
imperfección menos una: una cicatriz plateada pálida que cortaba
diagonalmente un par de labios arrogantes.
No podía distinguir el color de sus ojos desde donde estaba sentada,
pero la dureza en ellos nunca sería olvidada. Tanzie inhaló el aire, bailando
hacia atrás mientras los otros guardias daban otro paso adelante, cerrando
sus filas. Si desmontaba ahora, ciertamente lo lamentaría.
Me senté más recta, asumiendo mi tono más autoritario.
—Exijo hablar con el príncipe de esta Casa. Ha habido un error.
—Desmonta antes de que mi espada encuentre su camino hacia tus
entrañas.
—Tócame y te prometo que sentirás más que mi ira. —La sonrisa que
tiró de mis labios fue tan cruel como su arma—. Puede que valga la pena el
dolor solo para ver al Príncipe de la Ira despedazarte. Dudo que sea amable
con cualquiera que lastime a su princesa.
La sorpresa parpadeó en su mirada antes de que recompusiera sus
rasgos.
—Perdóname, pero no recuerdo haber recibido noticias de que fueras
invitada a nuestras tierras. —Dio un paso más cerca, alineando su espada
con mi corazón—. Lo que me otorga el permiso para eliminar la amenaza a
nuestro territorio como mejor me parezca. Ahora bájate del puto caballo,
princesa.
Si me concentrara en lo positivo en una situación muy mala, no me
encadenaron ni me escoltaron a una celda. Me llevaron a un salón lujoso y
rápidamente me encerraron dentro con un puñado de guardias armados
apostados en las puertas y ventanas. Ignoré sus miradas heladas y escudriñé
la habitación.
Los suelos y paredes de mármol blanco brillaban alegremente a la luz
parpadeante de las velas. Me rodeaban muebles de seda, lo suficientemente
dorados y ornamentados como para rivalizar con el famoso palacio del Rey
Sol en Francia. Me senté en el borde de un sofá de brocado color perla, con
los dedos ansiosos por sujetar mi daga oculta. Nadie habló. No había
escudos reales en sus uniformes, nada que indicara qué Casa Real del
Pecado había invadido accidentalmente.
No es que pudiera identificar otra cosa que no fuera la insignia de la
rana coronada de Avaricia si veía un escudo. Sabía con certeza que no
estaba en la Casa de la Ira, la Envidia o la Gula. Por lo que podía recordar,
casi todos los siete príncipes demonios ya deberían de estar en el Festín del
Lobo. La cuál era la complicación probable detrás de que los guardias no
conocieran el protocolo adecuado para tratar con un intruso. Una nota
brillante en esta triste situación era que había encontrado el escondite
perfecto para evitar la caza.
Un reloj rococó imperial sobre la repisa de la chimenea marcaba los
segundos. El guardia principal me dejó aquí y se fue, murmurando órdenes a
los dos guardias que estaban a cada lado de la puerta. Su atención se había
centrado en mí antes de que sacudieran la barbilla en reconocimiento de lo
que fuera que había dicho. Pasó un cuarto de hora. Seguramente, como
invitada de honor, alguien de la Casa de la Gula notaría mi ausencia. Con
toda seguridad, Ira vendría a buscarme.
Pasó una hora completa. Nadie vino. Pasó otra hora en lo que tenía que
ser el avance de tiempo más lento de la historia. Aun así, ningún príncipe
llegó, daga en mano, para liberarme.
Era hora de convertirme en mi propio héroe y salvarme.
Aclaré mi garganta.
—¿Qué casa real es esta?
Silencio.
Nadie se movió, ni siquiera parpadeó. Fue como si no hubiera hablado
en absoluto. Me recosté en mi asiento, poniéndome cómoda. Pasó otra hora y
justo cuando estaba a punto de volverme loca, la puerta se abrió de golpe.
Uno de los guardias bloqueó mi vista y las voces estaban demasiado bajas
para distinguir cualquier parte de la conversación. El guardia asintió y luego
cerró la puerta.
Giró en mi dirección con expresión fría.
—Levántate.
Mis rodillas se bloquearon.
—¿A dónde vamos?
—Su alteza te está liberando.
—No entiendo... ¿no desea hablar conmigo?
El rostro del guardia se dividió en una sonrisa cruel.
—Es mejor no preguntar sobre sus deseos. Sospecho que te darían
pesadillas.

El viaje de regreso a la Casa de la Gula fue frío y miserable.


No pude deshacerme de la sensación de aprensión que me seguía como
una sombra. Tanzie parecía igualmente perturbada; cabalgaba duro y rápido,
sus cascos se clavaban brutalmente en la nieve y el hielo como si no pudiera
alejarnos de la maldita Casa demoniaca lo suficientemente rápido. Llegamos
a la cima de la montaña y corrimos con todas nuestras fuerzas hacia el lado
sur del castillo. Gula se apoyaba contra la barandilla fuera de los establos,
una capa de cobalto ondeando en la brisa. Observó nuestro acercamiento,
arqueó una ceja.
—¿Ha ocurrido algo interesante?
Desmonté y di unas palmaditas en el costado de Tanzie.
—¿A qué juego estás jugando?
—¿Justo ahora? —Consultó un reloj de bolsillo—. De esos en los que
te acompaño a tus aposentos. El baile de máscaras comienza en unas horas.
Tu pequeña excursión casi nos retrasa en el horario.
Mi pequeña excursión para convertirme en prisionera. Antes de que
pudiera bromear con él, estaba frente a mí, la hoja destellando mientras
cortaba la pequeña bolsa de cuero de la silla de Tanzie.
—Esto, —Cogió una flor y la sostuvo en alto, las raíces plateadas
brillando mientras se retorcían con la ligera brisa—, es raíz de sueño. Capaz
de noquear incluso a los miembros de la realeza más poderosos. ¿Qué tipo
de planes nefastos tienes para esta noche?
—Ninguno.
—¿En serio? —Parecía decepcionado—. ¿Tienes en tu poder una
planta que la mayoría de los príncipes temen, y no tienes planes astutos para
usarla contra nosotros? —Me arrojó la bolsa de raíz de sueño—. Conspira
mejor, amiga mía. Deja que tu desviado interior se libere.
—Ahora que sé lo que hace —dije con dulzura—, me aseguraré de
ponerlo en práctica.
VEINTINUEVE
Mi vestido de pedrería era extravagante. Y pesado. Diosa de arriba,
juraba que casi pesaba un cuarto de mi peso corporal total. Se construyó un
corsé en la estrecha parte superior, y estaba lo suficientemente ajustado en
las caderas que sentía como si me hubieran sumergido en oro líquido.
Lentejuelas de metal cosidas en una serie de diseños geométricos acentuaban
mis curvas. Caderas, cintura, busto. Cada sección contaba con una mezcla de
cuentas, lentejuelas y patrones diseñados para llamar la atención.
Me retorcí en el espejo, admirando el arduo trabajo que requirió hacer
tal prenda.
Seda color champán susurraba a través de mi piel. Las faldas se
partían en el centro, unos centímetros por encima de mis rodillas, y la parte
de cuentas se ondulaba sobre seda pura e intacta. Un cinturón de oro
brillante con enredaderas y espinas traía un borde de peligro a la belleza.
Mi máscara... eso era todo Casa de la Ira. Me habían informado que
los príncipes solo podían usar máscaras de lobo, y el resto de la asamblea
era libre de usar lo que quisieran.
La media máscara que había hecho era de buen gusto. Oro oscuro con
delicadas líneas de purpurina hilada, que ofrecían el más mínimo indicio de
piel de serpiente. Dejé mi cabello suelto y salvaje, agregando algunos clips
dorados para apartarlo de mi cara. Acababa de terminar los toques finales
cuando Ira entró en la habitación y se detuvo.
No pude evitar la sonrisa tímida que se levantó en mis labios mientras
arrojaba la aguja y el hilo que había estado reteniendo en mi kit de costura.
—Creo que servirá.
Su intensa mirada se desvió hacia la máscara.
—¿Dónde encontraste eso?
Extendí la mano, rozando mis dedos contra el frío metal.
—Un caballero adecuado comenta sobre la belleza de su cita. No
donde encontró una máscara.
—¿Eres mi cita esta noche?
Su tono tenía una nota de burla. Sin embargo, por debajo sentí un hilo
de tensión. Traté de no pensar en dónde estaba anoche, por qué nunca vino a
mi habitación cuando prometió que lo haría. No tenía idea de lo que quería
Lujuria, pero podía adivinar el tipo de entretenimiento que podría buscar e
incitarle a su hermano. La tensión repentina en mi pecho se sintió demasiado
como un dolor.
—Me vas a escoltar allí. —Levanté un hombro—. No estoy segura de
qué más llamarte. Si quieres que lo intente, probablemente se me ocurran
algunas descripciones de opciones.
—De eso tengo pocas dudas.
Admiré abiertamente su traje. Ébano y oro: su chaleco también
presentaba piel de serpiente, excepto que el suyo estaba hecho
completamente de metal, como una cota de malla.
—¿Esperando una batalla?
—Solo si me pides que luche contra los pretendientes.
—¿Dónde está tu máscara?
Extendió un brazo.
—Disfruta el misterio de esto.
—Estoy a punto de ser sometida al honor de que me arrebaten mi
mayor temor o el secreto de mi corazón. Disfrutar algo de esta noche no
parece realista. Me gustaría saber qué esperar exactamente de cada parte de
la noche.
—La cena es lo siguiente. Y estoy seguro de que te resultará
agradable.
Sin ofrecer más pistas, Ira me acompañó por un impresionante conjunto
de escaleras hasta un vestíbulo lleno de asistentes enmascarados que bebían
de copas de champán y charlaban en voz baja. El ambiente de esta noche era
más tenue, pero no menos encantador.
Gula notó nuestra llegada y aplaudió una vez, atrayendo suavemente la
atención de los asistentes a la fiesta reunidos.
—Todos, por favor, vayan al comedor y tomen asiento. La fiesta está a
punto de comenzar.
Ira me llevó a nuestros lugares y me alegré de ver que a Fauna se le
había asignado el asiento contiguo al mío. Anir estaba frente a ella, y ahí era
donde terminaba mi buena suerte. Lady Sundra entró, radiante como la luz
del sol, su expresión se tornó tormentosa cuando me vio.
—Lady Sundra.
Su mandíbula se apretó, e inmediatamente me di cuenta de la trampa
involuntaria que le había puesto. Con Ira presente, la había obligado a usar
mi título.
—Lady Emilia.
Envidia entró en la habitación y se hundió en la silla frente a Ira —y
junto a una lady Sundra todavía ceñuda— con una sonrisa de complicidad
tirando de las comisuras de su boca.
Antes de que pudiera burlarse de mí con lo que fuera que se estaba
gestando en su mirada, un chef entró en la habitación.
—Buenas noches, señores, señoras y príncipes del inframundo. El tema
del menú de esta noche es Fuego y Hielo. El plato de cada tierra mortal
representará los elementos elegidos de una forma u otra. Nuestro primer
plato es una ensalada frisée con hielo. Verán por qué en breve.
Un ejército de sirvientes sacó platos individuales y los puso delante de
cada invitado al mismo tiempo. Las preocupaciones sobre lady Sundra se
desvanecieron. No pude apartar mi atención del plato. Las legumbres se
colocaron en un círculo sobre una losa de madera, semejando un nido de
pájaro arrancado de un árbol.
Rociados alrededor de las legumbres había trozos de queso y nueces
trituradas. En el centro había una forma de huevo de color rubí llena
parcialmente de líquido. No era simplemente una ensalada, era una obra de
arte, de pasión. Genio creativo a un nivel que nunca había conocido.
Me alegré de ver que no era la única que aún no había recogido un
utensilio, que no estaba lista para alterar la escultura comestible.
—Una vinagreta de fresa congelada. —El Príncipe de la Gula golpeó
el huevo falso, lo rompió y derramó el aderezo. Echó los trozos de queso y
las nueces trituradas en las legumbres de hoja, mezclándolo todo con el
aderezo. Todos siguieron su ejemplo, su charla emocionada llenó el gran
comedor.
Ira me miró, las comisuras de su boca se contrajeron cuando rompí mi
huevo de vinagreta y me maravillé del plato.
—Veo que lo estás pasando fatal.
—Terrible. —A pesar de la intrusiva atención que sentí proveniente
del lado opuesto de la mesa, le devolví la sonrisa—. Es casi demasiado
bonito para comer.
Trozos de menta finamente cortados, cebolla morada raspada e hinojo
combinaban exquisitamente con las verduras amargas. Una vez que nuestros
platos estuvieron limpios, los camareros los desecharon rápidamente, dando
paso a nuestra próxima delicia culinaria. Como si fuera un maestro y la
comida la orquesta que dirigía, reapareció el chef, anunciando con orgullo su
próximo plato.
—Nuestro segundo plato para ustedes esta noche incluye fuego. La
“vela” está hecha de grasa de tocino. A medida que se quema lentamente,
creará una salsa para que sumerjan las vieiras y las coles de bruselas con
parmesano rallado y carbonizado.
Los camareros se inclinaron y encendieron las velas de tocino al
unísono. Gula animó a todos a beber de su vino y ver cómo se derriten las
velas. Aburrido de la teatralidad, Envidia se volvió hacia el demonio
masculino sentado a su lado.
—¿Alguna noticia sobre las Estrellas de las Siete?
—Nada nuevo, su alteza. Todos los indicios conducen al bosque.
La atención de Ira se dirigió a su hermano. Bebió con cuidado su vino.
—¿Persiguiendo cuentos de hadas otra vez?
—Me pregunto, querido hermano, cuando me convierta en el más
poderoso, ¿seguirás burlándote de mí? —La sonrisa de Envidia fue cruel—.
¿O te inclinarás ante tu nuevo rey?
Lady Sundra miró sutilmente al príncipe junto a ella, su mirada
calculadora.
Apreté mis labios, tratando de evitar que las preguntas se derramaran.
Anir se inclinó sobre la mesa, con un brillo de picardía en sus ojos.
—El poder es moneda aquí. Los mortales acumulan riquezas; nuestros
miembros de la realeza hacen lo mismo con la magia.
—¿Pueden los príncipes del infierno ser destronados por demonios
menores?
—No. Siempre gobiernan sus círculos. Es básicamente una prueba de
quién tiene más poder entre ellos. Rivalidad entre hermanos, por así decirlo.
—Así que el diablo es un título que se puede pasar a diferentes
gobernantes.
Los príncipes que estaban cerca de nosotros se pusieron rígidos, pero
Anir les prestó poca atención.
—No siempre. Influye más o menos en diferentes épocas de la Tierra.
Puedes ver a lo largo de las edades cuál de los siete príncipes tenía más
poder e influencia en función del mundo mortal. Guerras, codicia,
despertares sexuales. Y, sin embargo, —Su susurro fue todo menos suave—,
parece que no puedo recordar una era de envidia.
Envidia golpeó su copa de vino contra la mesa.
—Cuida tu lengua, mortal.
—Si no…
Antes de que llegaran a los golpes, el chef reapareció, su voz llenó la
cámara.
—El tercer curso es el más interactivo. Les pido que coloquen las
rodajas de carne de res cruda y marinada sobre las brasas y las doren
rápidamente por cada lado. Una vez que la carne salga de las brasas,
espolvoreen el queso azul desmenuzado congelado sobre las tiras
Ira se movió a mi derecha, llamando mi atención. Estaba concentrado
en la puerta, donde Avaricia acababa de entrar y se inclinó cortésmente.
Llevaba un traje de bronce, su cabello y ojos coincidían con el tono exacto
del metal del que parecía haber nacido. Todavía había esa sensación de
equivocación en su mirada aguda, como si no estuviera tan acostumbrado al
boato como lo estaban sus hermanos.
Le dio a Ira un pequeño asentimiento antes de tomar asiento en el
extremo opuesto de la mesa.
—Disculpas por la tardanza. No detengas la fiesta por mí.
—Joder, siéntate ya —murmuró Gula—. ¡Chef! Trae otro plato.
Aprovechando el drama familiar que distrajo la atención de Ira, me
incliné para susurrarle al oído a Fauna.
—¿Alguna vez has oído hablar de las Estrellas de las Siete?
—Oh, te refieres a las Siete Hermanas. Por supuesto. Todos aquí lo
han hecho. En las leyendas antiguas, se les aparecían a los viajeros
necesitados, sus formas no eran más sustanciales que las sombras. Algunos
dicen que encontrarlas es una bendición, pero la mayoría cree que es una
maldición.
—¿Por qué?
—Si interrumpes su giro celestial, existe la posibilidad de que puedan
tirar y tejer el hilo equivocado del destino. A veces, los resultados de tales
interferencias son inmediatos y otros tardan décadas.
—Qué… intrigante. Si tejen hilos del destino, deben poder recordar el
pasado. Mirar los hilos que ya han tejido. —Fauna me miró con recelo, pero
asintió—. Entonces, si alguien supiera dónde están los objetos perdidos, son
las Siete Hermanas.
—Emilia… —advirtió Fauna—. No puedes buscarlas. Preguntar por
un ser vivo puede dañar tanto el pasado como el futuro.
—No estaba planeando preguntar por un ser. Solo un objeto.
—Sea lo que sea que estés planeando, detente. Es muy peligroso.
Peligroso o no, encontraría a las misteriosas tejedoras del destino. Uno
de los cráneos encantados había mencionado “Siete Estrellas” y “Siete
Pecados”. Inmediatamente adiviné los príncipes demoníacos, pero no sabía
qué significaban las siete estrellas. Ahora estaba bastante segura de haberlo
hecho. Y el demonio al que Envidia le preguntó al comienzo de la cena había
mencionado un bosque.
La emoción vibró a través de mí. Cuando visité la Casa de la Envidia,
él se propuso contarme sobre el Bosque Madera de Sangre. Nunca entendí
por qué quería que aprendiera sobre la fábula del Árbol de las Maldiciones.
Empezaba a sospechar que también había estado insinuando algo más.
Su elección de tema esta noche tampoco fue accidental. Envidia me
quería buscando a las Siete Hermanas. Y apostaba a que definitivamente
tenía que ver con los objetos mágicos que buscaba; la Llave de la Tentación
y el Espejo de la Triple Luna. Por la razón que fuera, debía de creer que yo
tendría una mejor oportunidad de reunir información de ellas.
Independientemente de sus motivos, esta información encajaba bastante bien
con los míos.
Intenté recordar el mapa que había visto en la Casa de la Envidia.
Podía ver el bosque, pero no recordaba dónde se ubicaba la Casa de la Gula
en relación con él.
—¿Dónde está el Bosque Madera de Sangre desde aquí? El Príncipe
de la Envidia mencionó que no es parte de ninguna tierra real, pero tienes
que atravesar un territorio para llegar allí.
—¿Desde aquí? —Fauna o consideró—. La ruta más rápida sería a
través del círculo de Orgullo.
Eché un vistazo a la larga mesa. Ira, Avaricia, Envidia, Gula. No vi a
Pereza, pero recordé lo que Ira había dicho sobre su entrada antes de la
ceremonia del miedo. Bebí un sorbo de vino y dejé que mi mirada recorriera
el otro lado de la habitación. Lujuria me sonrió desde el otro extremo de
nuestro lado de la mesa, haciendo un gesto burlón con el dedo.
Ignorándolo, pregunté en voz baja:
—¿Ya ha llegado el diablo?
La conversación cesó. Manos sosteniendo utensilios y vasos se
detuvieron en medio camino a la boca. Bien podría haber lanzado un hechizo
para congelar el tiempo. Aparentemente, preguntar sobre el diablo era un
tema tabú.
—Para nuestro plato final —la voz del chef atravesó la silenciosa sala
—, tenemos una combinación de fuego y hielo juntos. Crème brûlée,
quemado directamente en su asiento, cubierto con una guarnición de perlas
de frambuesa congeladas y hojas de menta trituradas.
Una vez que el chef nos dejó con nuestro postre, dedos cálidos rozaron
mi muñeca. Miré el rostro de Ira.
—Baila conmigo esta noche.
Se puso de pie, al igual que el resto de los príncipes presentes. Los
sirvientes se apresuraron a sacar sus sillas antes de desaparecer en las
sombras.
—¿Adónde vas?
—Es hora de que nos pongamos las máscaras.
—Y despojarnos de nuestra civilidad —bromeó Gula—. Nos vemos
en la mascarada.
TREINTA
Este príncipe del infierno sin duda sabía organizar un evento
inolvidable.
A pesar de la negatividad que indudablemente imprimirá la columnista
sobre la fiesta, fue entretenida. Y espectacular. El salón de baile en el que
Fauna y yo entramos goteaba decadencia por cada centímetro cuadrado. En
el mundo mortal se pensaba que el pecado de la gula estaba centrado en la
comida, pero aquí, en los Siete Círculos, era pura indulgencia.
El evento de apertura de anoche fue un mero vistazo de hasta dónde
podía llevar Gula el pecado de su elección. Vasos hechos de diamantes
derramaban vino espumoso de baya demoníaca sobre mesas y bandejas con
piedras preciosas incrustadas. Más de una docena de candelabros de cristal
colgaban de postes curvos colocados en intervalos uniformes alrededor de la
pista de baile.
Se entrelazaron guirnaldas de flores con cristales transparentes
cosidos en pétalos alrededor de los postes. Parecía como si hubiéramos
entrado en un cuento de hadas de invierno. Si el hielo estuviera hecho de
diamantes en lugar de agua. Cuando la luz de las velas atrapaba los cristales
y las piedras preciosas, parecía como si las llamas estuvieran atrapadas
dentro del hielo. El tema de Gula se transmitió de nuestra comida de una
manera grandiosa.
—Este es…
—¡Mira! —casi chilló Fauna—. Por ahí.
Los postres, que brillaban con oro comestible y se convertían en
fantásticas bestias realistas, eran tan altos como los invitados. Dragones de
hielo alados, hermosos unicornios pastel, sabuesos del infierno de tres
cabezas. Era tan intrigante como casi poco apetitoso. Los enmascarados no
parecieron encontrarlo desagradable, cavar en el costado de un unicornio,
disfrutando del pastel relleno de bayas que se parecía demasiado a la sangre
era mucho para mi gusto. Mi atención se desvió hacia una fuente de frutas
cubiertas de chocolate, apiladas tan alto como la noche en que Ira me había
puesto a prueba para este pecado.
Recorrí la habitación con la mirada, buscándolo a él ya los otros
príncipes. Ninguno de ellos había llegado todavía a esta parte de la fiesta.
Eché un vistazo a la escultura de postre del dragón de hielo.
—¿Quién ganó la caza antes?
—Creo que su alteza lo hizo. Parecía tener la intención de ganar a toda
costa.
—¿Ira lo hizo?
—¿Mmm? Oh sí. —Me agarró del codo como para evitar separarse—.
Mira allá. Los rumores eran ciertos. —El tono de Fauna se llenó de asombro
—. Tiene cámaras de citas.
Como si fuéramos polillas atraídas por la llama del libertinaje, nos
acercamos. Las infames salas de cristal se alineaban en el lado oeste del
salón de baile. La luz tenue de las velas parpadeaba dentro de ellas, y las
cortinas estaban cuidadosamente atadas, asegurando que todos los que
pasaban pudieran ver hasta el cansancio las exhibiciones románticas que
ocurrían en esas habitaciones no tan privadas.
Fauna me agarró del brazo con un agarre parecido a una pinza, su
mirada se ensanchó detrás de su máscara iridiscente con cada habitación y
pareja que pasamos. Las escenas se volvían más desinhibidas, más
atrevidas. Gracias a la diosa que estábamos enmascaradas. No importa
cuántas veces viera tales demostraciones públicas de sexualidad, no podía
evitar mi destello inicial de vergüenza.
Sentí el calor de mi rubor y supe que mi rostro debía estar casi
escarlata.
Fauna no estaba teniendo la misma reacción; estudió a las parejas,
como si memorizara determinadas posiciones. Si hubiera sacado un
cuaderno, no me habría sorprendido.
—¿Viste eso? —La voz de Fauna tenía un toque de agradecimiento—.
No tenía idea de que tanta gente pudiera caber en una cámara tan pequeña, y
mucho menos hacer lo que estaban haciendo y mantener el ritmo. Eso
requiere una habilidad tremenda
—Y resistencia. Esa es la verdadera hazaña que se exhibe.
Ella se rio y me dio un manotazo en el brazo.
—Pensar… que estos son los cuadros más dóciles. Escuché que el
jardín crepuscular es mucho más atrevido de lo que me habían dicho
originalmente.
De forma espontánea, pensé en Ira. Traté de no dejar que la sospecha
volviera a entrar.
Lo que hizo, y a quienquiera que pudiera haber visto anoche, no era de
mi incumbencia. Me regañé internamente. Si Ira estuviera aquí, sonreiría y
me mencionaría la flagrante mentira.
Antes de que pudiera examinar más mis sentimientos, un extraño
silencio descendió como un regimiento rodeando la mascarada. Examiné el
salón de baile, buscando la causa de tal reacción. Me quedé sin aliento. Seis
figuras imponentes con máscaras de lobo emergieron de las esquinas del
salón de baile. Altos, silenciosos, mortales. Había algo en todos ellos de pie
juntos —sus batallas internas y sus planes olvidados cuando se convertían en
una unidad temible— que convirtió una punzada de inquietud en una
respuesta de lucha o huida. Incluso los lords y ladies del infierno parecían
dispuestos a huir.
La tensión recorrió la multitud.
Mi atención se posó en el más grande mientras merodeaba hacia
adelante. Incluso con una máscara cubriendo su rostro, reconocería ese andar
seguro en cualquier lugar. Ira no entraba simplemente en una habitación,
entraba y la dominaba. Y ni siquiera lo estaba intentando. Todos los demás
podrían desvanecerse y él se quedaría ardiendo brillantemente. Una fuente
constante de energía y vitalidad.
Los príncipes rodearon lentamente a la multitud, como si estuvieran
pastoreando a todos. Fauna y yo caminamos arrastrando los pies junto con
todos los demás, el espacio entre nosotros se hacía más pequeño con cada
paso que dábamos. Luego, una vez que todos estuvieron cerca de la pista de
baile, los príncipes se volvieron y miraron las escaleras.
Aparté mi atención de Ira y esperé. En un movimiento bien
coreografiado, un príncipe solitario bajó la gran escalera, con las manos
metidas en los bolsillos, los zapatos brillando como piedras preciosas a la
luz parpadeante de las velas. Incluso desde el otro lado del enorme espacio,
pude escuchar el débil golpeteo de sus pasos cuando las suelas de cuero
golpearon el piso de mármol.
Fauna se inclinó más cerca.
—Ese es el Príncipe del Orgullo.
Observé cómo la figura llamativa se paseaba entre la multitud. Como
los otros príncipes, llevaba una máscara de lobo que cubría todo menos el
labio inferior y la barbilla. La suya era de plata y oro. Adornada, pero
conservando la elegancia. No miró a nadie, ni reconoció a los que hicieron
una reverencia o se inclinaron al pasar. Su cabello era castaño con hebras de
oro enrolladas. Estaba cortado a los lados y elegantemente más largo en la
parte superior. Ni un hilo estaba fuera de lugar.
Ni una arruga en su traje de cola de golondrina.
Vestido de azul marino oscuro y plateado, no se confundía con las
sombras. Se mantuvo un poco apartado, como si quisiera que recordaran a
quién pertenecían.
No me había dado cuenta de que había estado conteniendo la
respiración, mirándolo abiertamente detrás de la seguridad de mi máscara,
hasta que exhalé. El diablo estaba a solo unos metros de distancia. Una
figura vilipendiada y odiada por casi todos. Si las historias eran ciertas, aquí
estaba un ángel rebelde, arrojado del cielo.
Ahora el rey de los demonios. Tan corrompido por el pecado, tan
monstruoso, que gobernaba a los peores habitantes de cada reino. Su mirada
plateada chocó con la mía, destellando como una estrella atravesando el
cielo. Un escalofrío me recorrió la espalda. Si yo no me hubiera
comprometido accidentalmente con Ira, y si él no hubiera aceptado el
vínculo, ahora estaría mirando a mi esposo.
Orgullo me examinó de la máscara a los pies, con la cabeza inclinada
hacia un lado. Tuve la terrible sensación de que me estaba evaluando,
debatiendo cómo mostrar mejor sus habilidades mientras derribaba a su
presa. Si Ira me recordaba a veces a una pantera enjaulada, Orgullo era un
león de crin dorada.
Ambos príncipes feroces. Ambos mortales. Pero solo uno podía
mezclarse con la noche, golpear fuerte y rápido al amparo de la oscuridad y
luego escabullirse sin ser detectado. Aparté mi atención del diablo y busqué
a Ira. Había desaparecido.
—Hola, lady Venganza.
La voz baja y ligeramente ronca estaba en mi oído. Me costó todo mi
esfuerzo no mostrar sorpresa o tensión. Esperaba que no sintiera el artículo
que había pasado de contrabando en mi persona. Lentamente llevé mi
atención al príncipe a mi lado y ofrecí una ligera inclinación de cabeza. No
era mi rey. Y nunca me habían ordenado que hiciera una reverencia.
—Su Alteza.
—¿Me honrarías con un baile?
Fauna hundió los dientes en su labio inferior, prácticamente bailando
sobre las puntas de los pies mientras asentía vigorosamente en señal de
ánimo.
—Yo…
—¿Tu? —Dirigió su atención por la habitación, un brillo de
complicidad asomó a sus ojos. La multitud se echó hacia atrás, como si
estuviera aterrorizada de que su atención se posara en ellos. La pista de
baile se despejó—. ¿Hay alguien más con quien esperabas bailar primero?
Si es así, hagamos que se arrepienta de no haber preguntado antes que yo.
—Bailaré contigo, pero no hay ningún motivo oculto en ello.
—Por supuesto.
Su diversión permaneció cuando me llevó rápidamente a la pista de
baile y la orquesta inmediatamente comenzó a tocar un vals. Durante unos
segundos, no hablamos. Simplemente nos hizo girar por la habitación, mis
nervios por bailar en público eran un recuerdo olvidado mientras nos guiaba
fácilmente por los escalones. Él era encantador. Un diamante brillante
encapsulado en platino puro.
O tal vez eso era lo que quería que yo creyera. Quizás era realmente
una espada. Forjada en el fuego del infierno y mortal como el pecado.
Mientras bailábamos más cerca, esperé a que alguna chispa de memoria se
prendiera y encendiera las llamas ocultas del deseo. Si él era el amante de
mi visión, mi cuerpo no parecía reconocerlo.
Se inclinó escandalosamente cerca.
—Si estás tan intrigada por mi máscara, espera hasta que me la quite.
—Te aseguro que no estoy mirando tu máscara, majestad.
Honestamente, estoy tratando de encontrar un nuevo juego de cuernos o
colmillos.
Los ojos de Orgullo brillaron.
—Puedo ser aterrador. Cuando quiero serlo.
—Estoy segura de que puedes, pero no como alguien que conozco.
—¿Ira? —Su boca se volvió hacia abajo en los bordes mientras mi
mirada buscaba la pista de baile, esperando que su nombre fuera suficiente
para convocarlo—. No estoy acostumbrado a que las parejas de baile tan
hermosas piensen en mi hermano mientras están en mis brazos.
No pude evitarlo. Me reí en la cara del diablo.
—Eres extremadamente engreído.
—Uno de nuestros rasgos familiares más destacados. Aunque te
aseguro que mi ego está bien justificado.
—Tendré que confiar en tu palabra, alteza.
Bailamos el vals a través del piso, entre otras parejas que se habían
unido a nosotros, sus pasos firmes y suaves mientras me guiaba alrededor y
alrededor. Incluso después de la improvisada lección de Ira, me preocupaba
perder pasos o pisotear sus pies, pero su habilidad fue suficiente para
superar cualquiera de mis errores. Una parte de mí estaba decepcionada. Si
esto hubiera salido terriblemente, podría haber sido mi mayor temor actual.
—El Príncipe de la Ira es bastante serio comparado con el resto de
ustedes.
—Eso es lo que hace: sobresale en la guerra y la justicia. Ambos
asuntos serios. Y es por eso por lo que ninguno de nosotros tiene que
preocuparse por los desordenados fragmentos de las reglas. —Fruncí las
cejas—. Este reino se habría desgarrado si él no lo hubiera aterrorizado
hasta la sumisión.
—No estoy segura de entender.
Orgullo nos hizo girar hasta que pude ver a Ira apoyado contra la
columna de mármol. Su máscara estaba tirada hacia atrás y su mirada seguía
cada paso, cada deslizamiento por el salón de baile.
No parecía ni complacido ni enojado, pero había algo en su expresión
que me hizo pensar que estaba… celoso. Orgullo bajó la mano rozando mi
espina dorsal, sin duda avivando deliberadamente la molestia de Ira. Pisé su
pie y sonreí internamente mientras él hacía una mueca.
—Él, queridísima querida, es el equilibrio. Y suele ser lo único que se
interpone entre nosotros y la destrucción total. Ira es la justicia imparcial
hecha carne. Se le teme porque no duda en ejecutar una sentencia, en hacer
justicia a quienes merecen el castigo. Si debe enviar a alguien a la Prisión de
la Condenación, lo que los mortales consideran su versión del “infierno”, no
es un asunto fácil.
Hasta ahora, nadie había hablado de las almas mortales enviadas aquí.
—¿Dónde está ubicada?
—Es adorable que creas que te lo diría. ¿Le has preguntado a Ira?
Lo había hecho y estaba bastante segura de que había dicho algo sobre
una isla frente a la costa occidental.
—Tenía la impresión de que ese era tu papel.
—Las reglas son más divertidas cuando se rompen. —Levantó un
hombro—. Delegar también es parte de gobernar, ¿no es así?
Antes de que pudiera responder, nos arrastró a través de la habitación
una vez más, sus movimientos fluidos, elegantes y dominantes.
Comprendiendo que ya no estaba interesado en hablar de poder, cambié de
táctica. Esperé hasta que estuviéramos lo suficientemente lejos de otras
parejas, luego dije en voz baja:
—Sé que es privado, pero quería ofrecer mis condolencias.
Orgullo se tensó bajo mi toque. Dudaba que me hubiera dado cuenta si
no hubiéramos estado bailando, que era exactamente la razón por la que
quería abordar este tema en la pista de baile.
—Perder a alguien que amas… —continué cuando él no habló—, es un
tipo de dolor horrible. No le desearía eso ni a mi peor enemigo.
—Como estoy seguro de que mis hermanos y yo somos contados entre
los que consideras enemigos, me complace escuchar eso.
Era solo parcialmente cierto, pero no lo corregí. Con la siguiente
rotación alrededor de la pista de baile, su máscara se deslizó hacia atrás,
revelando su boca. Una pequeña cicatriz diagonal le atravesaba el labio
superior y terminaba justo debajo del inferior. Lo había visto antes y
esperaba que los rápidos latidos de mi corazón se confundieran con el ritmo
acelerado que usó mientras seguíamos bailando.
Nos acercábamos al borde de la pista de baile, acercándonos a un
nicho oculto por una serie de grandes macetas de helechos. Justo cuando nos
acercábamos, me di la vuelta y lo empujé hacia el lugar oscuro, lejos de
miradas indiscretas. No pude ver su expresión completa, pero escuché su
fuerte inhalación cuando lo presioné contra la pared y llevé mis labios a su
oído.
Sin necesidad de más estímulo, se quitó la máscara y la dejó caer al
suelo, luego se puso a trabajar para quitarme la mía, confundiendo nuestra
posición actual con algo que no era.
Una reacción que esperaba.
—Tu hermano cree que eres un libertino. Demasiado borracho de vino
y amantes para molestarse con algo de importancia. —Me aparté lo
suficiente para estudiarlo. La cautela entró en sus rasgos—. Sin embargo,
estabas guiando a tus guardias por los terrenos de la Casa del Orgullo esta
mañana, luciendo cualquier cosa menos intoxicado.
—¿Disculpa? —Fingió confusión como un actor habilidoso. Noté que
no abordó directamente mi pregunta, dándole una forma de evitar decir una
mentira—. Estoy aquí para besar, no para una inquisición. Si estás interesada
en hablar, puedo encontrar temas más interesantes.
Acercó su boca a la mía y lo detuve con una palma en el pecho.
—Permíteme hablar con más claridad, majestad. No te quedes aquí,
fingiendo como si no recordaras que fuiste tú quien me hizo desmontar de mi
caballo. ¿Por qué me retuviste como rehén en tu casa durante tanto tiempo?
¿Fue para ocultar cuántos guardias tienes patrullando tus terrenos?
—No puedes esperar que comparta información con otra Casa.
—Está bien. Responde esto por mí. ¿Por qué escondes el hecho de que
no estás tan borracho y orgulloso como te gustaría que los demás creyeran?
—Como cuestión de principio, rara vez le muestro mi verdadero rostro
a nadie. Sería prudente que hicieras lo mismo.
Mi mirada se desvió hacia su cicatriz. Dudé que esa fuera la única
razón por la que elegía esconderse.
—No apareciste en el monasterio esa noche; poseíste a Antonio. ¿Para
mantener el anonimato?
—¿No deberías estar preguntando por la maldición?
Una táctica familiar de desvío de demonios; respondiendo una
pregunta con otra.
—Sé que mi nacimiento marcó el final de tu maldición. Por lo tanto,
debes haber tenido otras razones para esconderte.
Su temperamento estalló. Mi golpe a su orgullo había alcanzado su
objetivo.
—No me estaba escondiendo. Estaba ocupado por lo demás.
—Bueno, aunque estoy segura de que podríamos hablar en círculos por
la eternidad, no te aparté para una charla frustrante.
—Entonces, vayamos a la parte divertida. —Orgullo arrastró su mano
por mi silueta y lentamente la levantó, deteniéndose cerca de mi muslo. Sus
cejas se arquearon—. ¿Qué tenemos aquí?
—Mi daga. —Sonreí cuando abruptamente me soltó la mano—. La
parte divertida es esta. Cruzaré tus tierras, dos veces, en la fecha y hora que
elija, sin ninguna interferencia de tu parte, tus guardias o cualquiera que
llame a la Casa del Orgullo o ese círculo su hogar.
—¿Por qué debería estar de acuerdo con un trato así?
—Porque conozco uno de tus secretos.
—Los talentos de dormitorio ya son ampliamente conocidos.
Su burla fue otro intento de desvío. Lo tenía acorralado y estaba
mostrando los dientes sonriendo como si no lo molestara. Entendí dónde se
originaba el término despreocupación. Orgullo exudaba perfectamente una
actitud despreocupada. Sospechosamente.
—No le diré a tu hermano sobre la raíz de sueño. Ciertamente tienes lo
suficiente para noquear a todo un ejército. Y eso, su alteza, suena como
información que estarías desesperado por guardar para ti mismo. A
diferencia de los talentos de dormitorio de los que te jactas.
Su mirada era dura, calculadora. Un músculo de su mandíbula se
contrajo cuando movió la cabeza en señal de acuerdo.
—Está bien.
—Tendrás que ser más específico.
—Puedes cruzar mis tierras, dos veces, sin ningún problema de
cualquiera que llame a mi círculo como propio. A cambio, no le dirás a mi
hermano sobre mi raíz de sueño. Listo. —Me miró con furia por la nariz—.
¿Satisfecha?
—Más de lo que posiblemente puedas imaginar, su alteza.
La sospecha se apoderó de sus rasgos. Con razón. Acababa de cometer
un grave error.
Me di la vuelta y salí de nuestro pequeño nicho, pero no llegué muy
lejos antes de que otro príncipe me interceptara. La máscara de Envidia
también había sido retirada ahora, y sus ojos verdes prácticamente brillaron
cuando miró detrás de mí.
—Bien jugado, Bruja de sombra. Una piedra, dos príncipes.
—¿Ya estás borracho?
—No en bebidas espirituosas. —Mostró la sonrisa que mostraba su
hoyuelo—. He venido a recogerte, invitada de honor. Es hora de que nos
alimentes con tu mayor temor. Y no puedo decirte lo hambriento que estoy de
repente.
TREINTA Y UNO
Vi a Fauna entre la multitud; su piel morena había palidecido
considerablemente debajo de su máscara. Mi amiga miraba a su alrededor,
como si tratara de encontrar una manera de distraer a la asamblea y detener
esta pesadilla antes de que comenzara. Anir estaba a su lado, su expresión
irradiaba suficiente ira como para ser digna de su adoptada Casa del
Pecado.
Parecía dispuesto a agarrar la espada que sabía que estaba escondida
debajo de su atuendo de noche y abrirse paso a mi lado. Su mirada dura
prometía que cualquiera que intentara detenerlo sufriría su furia. Tanto él
como Fauna sabían que no había forma de salir de esto, pero no tenía por
qué gustarles o ponérselo fácil a la realeza. A pesar de la abundancia de
preocupación que me atravesaba, su muestra de amistad animó mi ánimo.
Me aparté del brazo que me ofrecía Envidia y miré a mi alrededor en
busca de Ira. Necesitaba su familiar ceño para calmar mis nervios. Me puse
de puntillas, mirando más allá de hombros y cabezas hacia la imponente
figura del príncipe demonio. Por supuesto, volvió a desaparecer.
Tampoco vi a Lujuria o Avaricia entre la multitud. Y Pereza debía de
estar presente —había habido siete príncipes con máscaras de lobo antes—
pero también estaba notablemente ausente. O descansando en algún lugar.
Quizás había una sala de juegos a la que se habían retirado. Una parte de mí
quería correr alrededor del castillo hasta que los localizara. Lo cual solo
estaba estancando lo inevitable. Tal vez era una bendición que los siete
príncipes no estuvieran al tanto de mi mayor temor.
Orgullo se escapó del nicho donde habíamos cerrado nuestro trato y se
acercó a una columna, dejándome enfrentar esta prueba por mi cuenta. No es
que me sorprendiera.
—Ven. —Envidia no se molestó en controlar la emoción en su voz—.
Permíteme presentarte al maestro de ceremonias.
Lo seguí a través de la multitud que se separaba, con el pulso
acelerado con cada paso que dábamos más cerca de un estrado que había
sido traído. Un demonio de piel azul con ojos rojos esperaba, daga malvada
en mano. Era un milagro que mi corazón no se hubiera salido de mi cuerpo.
Sostuve cada lado de mis faldas con cuentas mientras subía las escaleras
para pararme al lado del demonio. Asintió una vez, luego levantó la hoja por
encima de su cabeza, mostrando las runas grabadas en ella, la multitud se
alborotó ante la vista.
—Sin más preámbulos, si no hay objeciones, liberaremos el mayor
temor de nuestra invitada. —El maestro de ceremonias me tendió la mano—.
Lady Emilia. Si tiene la amabilidad de ofrecer su muñeca. Debo tomar un
poco de sangre para que la magia funcione.
El pánico vibró en cada una de mis células. Apenas podía ver más allá
de las pequeñas manchas blancas que flotaban en mi visión mientras
levantaba lentamente mi brazo. Toda nuestra vida, Nonna Maria quiso que
mantuviéramos nuestra sangre lejos de nuestros enemigos. Y aquí estaba yo,
ofreciéndola gratuitamente. A una hoja grabada con runas mágicas que
robaría mis secretos.
Mantuve mi brazo firme, luchando contra el impulso de tirar de él
hacia atrás y huir.
Para su crédito, el maestro de ceremonias no irradió alegría ni triunfo.
Ofreció una mirada comprensiva y susurró:
—Un pequeño pellizco y se terminará en breve.
La hoja se sintió como hielo contra mi piel. El pánico se apoderó de
mí. Esto realmente estaba sucediendo. Cerré los ojos con fuerza, rezando en
silencio a las diosas para que esto...
—Alto. —La voz profunda hizo eco—. Seré yo quien sacrifique un
secreto del corazón.
El metal desapareció de mi piel de inmediato. Abrí los ojos, mirando
del maestro de ceremonias a la multitud. Como uno, el público se volvió y
miró con sorpresa al demonio que había hablado. Seguí sus miradas hasta
que lo encontré.
Ira estaba de pie con los brazos cruzados, su atención fija en mí.
—Con el debido respeto, su majestad, no puede sustituirse a sí
mismo...
—Gané la caza. Lo reclamo como mi premio.
El maestro de ceremonias negó con la cabeza como si considerara
cuidadosamente su fraseo.
—Yo... no creo que pueda completarse sin un gran costo para usted.
—Soy muy consciente del precio.
Observé con incredulidad cómo Ira se abría paso por el pasillo y subía
las escaleras del estrado. ¿Tenía miedo de que mi mayor temor tuviera
peores repercusiones que revelar su verdad? Ira me entrenó para resistir la
influencia demoníaca, pero nunca pareció preocupado por esta parte del
festín. ¿Siempre había sabido que me reemplazaría?
Estaba tramando algo, pero no tenía ni idea de cuál era su objetivo.
Sin apartar la mirada de la mía, se quitó la chaqueta del traje y se echó
hacia atrás la manga del brazo izquierdo. Al ver nuestros tatuajes a juego, un
murmullo se elevó entre la multitud. Aparentemente, no todos sabían que
nuestro compromiso había sido forzado.
Para ellos, una cosa era cortejar a un príncipe y, aparentemente, otra
cosa era unirlo mágicamente al matrimonio. Quizás les preocupaba que su
inesperada demostración de heroísmo fuera provocada por un hechizo
mágico. El maestro de ceremonias miró boquiabierto al príncipe demonio.
Dudaba que este príncipe hubiera ofrecido algo como esto antes. Incluso yo
no podía creerlo. Ira, el demonio que valoraba sus secretos más que nadie
que yo conociera, estaba ofreciendo uno.
Por mí. Frente a cada corte enemiga. No fue una declaración de amor,
pero estuvo cerca.
Ira finalmente apartó su atención de mí.
—Toma la daga.
—Yo... —El maestro de ceremonias buscó a tientas la hoja, claramente
incómodo con tallar a uno de los gobernantes del infierno—. Antes de
comenzar, todavía queda la cuestión de necesitar que sus hermanos voten por
que este sea su premio.
—Oh, por todos los infiernos. Suficiente. —Orgullo se disparó desde
donde había estado desplomado contra una columna, sus ojos plateados se
entrecerraron en advertencia—. Esto es increíblemente aburrido. ¿Seguro
que hay algún otro premio más divertido que reclamar? Encuentro aburridos
los secretos. —Miró a su hermano en forma desafiante—. Quizás el
sacrificio de este año venga en forma de una cita prohibida. Estoy seguro de
que podemos encontrar un voluntario dispuesto a acostarse con la invitada
de honor. Entonces mi hermano puede elegir un premio diferente.
Los demonios reunidos miraron sutilmente de Ira a su rey, conteniendo
la respiración.
—No.
El tono de Ira fue lo suficientemente frío como para rivalizar con el
hielo. Me miró, probablemente para ver si la idea me había intrigado y había
hablado demasiado rápido. Me imaginé que, si decía que sí, él se apartaría y
no pronunciaría una palabra de protesta si elegía acostarme con Orgullo. Sin
importar cuánto odiara él la idea.
Y lo odiaría. La máscara de indiferencia de Ira se había deslizado y no
la había vuelto a poner.
—Parece haber un malentendido. —La sonrisa del diablo fue
pecaminosa cuando Ira le lanzó una mirada cautelosa. Orgullo prácticamente
se acicalaba, complacido de haber puesto el cebo perfecto y de que Ira había
caído en su verdadera trampa—. No quise sugerir que yo estaría ofreciendo
servicios. Como lady Emilia es tu prometida, creo que deberías ser tú quien
se acueste con ella, hermano.
Me puse rígida. Si Ira y yo compartiéramos una cama...
...estaríamos mucho más cerca de completar nuestro vínculo
matrimonial. Y Orgullo lo sabía. No parecía molesto por la idea; en todo
caso, parecía ansioso por que me casara con su hermano. Lo que indicaba
que a él nunca le importó el contrato que firmé y que nunca había sido su
prometida. Entonces, ¿qué demonios estaba pasando realmente? Si Vittoria y
mi nacimiento habían roto la maldición del diablo, todavía no podía entender
por qué los demonios habían mentido sobre las novias.
Envidia, que había estado frunciendo el ceño ante la interrupción, se
animó de repente.
Ira me miró entonces, su expresión en blanco excepto por la ligera
tensión alrededor de su boca. Fue el único indicio de que no estaba contento
con el giro de los acontecimientos.
Lo que sea que vio en mi rostro hizo que su tono se tornara duro
cuando se dirigió a su hermano de nuevo.
—Elije otra opción o retrocede y votemos para completar la
ceremonia.
—Ya te lo dije —dijo Orgullo arrastrando las palabras—, ya me
aburrí bastante de los secretos. Es hora de una nueva tradición. Estoy seguro
de que nuestro anfitrión está dispuesto a complacerla.
Orgullo asintió con la cabeza a Gula. El príncipe de este círculo se
frotó las manos.
—En efecto. Me encanta romper las reglas. Tienes dos opciones. O
acostarse en una de las cámaras de vidrio aquí. —Se hizo a un lado y, con
una gran floritura, tiró de un cordón de oro que sujetaba las cortinas. En el
interior, un dormitorio desocupado iluminado por velas brillaba suavemente
—. O…
—Tu suite real —ofrecí, asombrando a todos, sobre todo a mí misma.
—¿Mi suite? —Ira me miró fijamente mientras asentía—. No tenemos
que cambiar las reglas, Emilia. Si quiero reclamar el miedo como mi
premio, lo haré.
—Solo si obtienes suficientes votos. —La sonrisa de Gula se ensanchó
cuando el temperamento de Ira retumbó por el salón de baile—. Puede que
hayas ganado la caza, pero este ya no es tu premio para reclamar. Estamos
sustituyendo el sacrificio de la invitada de honor. Y ella tomó su decisión.
Puedes elegir la suite real, la sala de cristal o, mejor aún, pueden quedarse
aquí. Tómala sobre el estrado o contra la columna. Entonces podemos estar
seguros de que completas la tarea.
—A menos que quieras hacerte a un lado y tener a alguien más como
voluntario —ofreció Envidia, su sonrisa demasiado inocente indicaba que
estaba usando el pecado que gobernaba para burlarse de su hermano—. Mi
voto sería Gula. Él es el anfitrión.
—No.
El tono de Ira indicaba que no había ninguna posibilidad en este
círculo del infierno de que convirtiera esto en un deporte para espectadores
e iría a la guerra si sus hermanos intentaban maniobrar.
Gula se lo tomó todo con calma y me pregunté si su estado de ánimo
alguna vez se agriaba o si estaba permanentemente feliz.
—Un encuentro en tu suite real será. —Aplaudió dos veces—. Maestro
de ceremonias. Completa el ritual.

Ira deambulaba por la tranquila suite real, un poderoso depredador


enjaulado. No importaba que su jaula fuera un dormitorio bien equipado con
champán frío, frutas cubiertas de chocolate, candelabros de cristal y sábanas
de seda. Y una prometida que ansiaba su toque.
Incluso si no hubiera ofrecido uno de sus secretos para permitirme
guardar el mío, lo querría. Era hora de dejar de mentirme. Dejar de fingir
que era solo la magia seductora de este mundo y nuestro vínculo creando
esta atracción. Yo lo deseaba. Era su imponente figura lo que buscaba en
cada habitación abarrotada. Agradecía su protección y me alineaba mejor
con su pecado.
Independientemente de nuestro pasado y las circunstancias que nos
trajeron aquí, a este momento, juntos, quería esta noche de pasión con él.
El príncipe no parecía sentir lo mismo. Se acercó a la chimenea y se
apoyó contra la repisa, mirando cómo las llamas se volvían plateadas y se
retorcían ante él. No habló durante nuestro paseo hasta aquí, ni me miró una
vez que entramos en su suite.
Sin volverse para encontrarse con mi mirada, dijo:
—No es demasiado tarde para que yo revele un secreto. No tenemos
que hacer esto. Juré que tendrías una opción. Cumplo mi palabra. Mis
hermanos no votarán en mi contra, no importa lo que hayan dicho antes.
—Yo elegí.
Finalmente se volvió, su expresión atronadora.
—Elegir entre dos opciones menos que ideales no es una elección.
Mis labios se curvaron hacia arriba.
—¿Acostarme contigo será menos que ideal?
—No tomes a la ligera la situación.
—No lo hago. —Mi voz perdió el tono burlón—. Nunca quise
renunciar a un miedo o un secreto. No puedo decir lo mismo sobre desearte.
Su enfoque se deslizó de mis ojos a mi boca.
—Esto no es lo mismo.
—¿Es esta la propuesta más romántica? No se puede negar que no lo
es. Sin embargo, no puedo decir que esté disgustada. Como eres un experto
en sentir emociones y mentiras, creo que lo sabes. Por lo tanto, me queda
creer que estás molesto porque sientes que te han robado tu elección. —Se
me ocurrió un pensamiento diferente—. O tal vez no quieres acostarte
conmigo.
—¿Es eso lo que crees?
—Si visitaste a alguien más anoche y no quieres estar conmigo, lo
entiendo. Podemos volver abajo y completaré la ceremonia del miedo. No
me debes nada.
Ira cruzó la habitación y me mantuve firme. Gentilmente puso sus
manos en mis caderas y me atrajo hacia él. Un poco de emoción me atravesó
donde nuestros cuerpos se conectaron. Incluso a través de sus pantalones y
mi vestido de pedrería, podía sentir su verdad presionada contra mí.
—¿Ves? —Su voz era áspera, profunda. Raspó contra una parte
interior de mí, haciéndome querer inclinarme más hacia él—. No es cuestión
de quererte, Emilia.
—¿Entonces qué es?
—Llámalo egoísta. Pero no quiero que ninguna fuerza exterior te lleve
a mis brazos. —Inclinó mi cara hacia arriba, sus labios flotando sobre los
míos—. Cuando decidas venir a mi dormitorio, quiero que sepas entre las
sábanas de quién te estás metiendo. Quiero que digas mi nombre.
—Sé quién eres.
—¿Lo sabes? —Sus labios se deslizaron ligeramente por mi piel, casi
tocando el área sensible de mi cuello, pero no del todo, cuando acercó su
boca a mi oído—. Me gustaría oírte decirlo.
—Tus hermanos solo dijeron “encuentro”. —Cambié abruptamente de
tema—. No especificaron que necesitábamos...
—¿Qué? —Se echó hacia atrás, torciendo la boca hacia un lado
mientras esperaba. El diablo sabía exactamente a qué me refería. Y fingiría
confusión hasta que yo lo dijera.
—Follar. O fornicar. Aunque solo escuché la primera palabra en este
círculo, repetida como una oración malvada cuando salí del jardín de placer
anoche.
Su risa fue fuerte y hermosa. Deseé poder volver a meter la grosera
palabra en mi estúpida boca mientras mis mejillas se sonrojaban y en
silencio los maldije a ellos y al demonio.
Pasó sus nudillos por mi mandíbula, su expresión se llenó de calidez.
—No, supongo que no especificaron si teníamos que fornicar. —Sus
ojos se oscurecieron hasta convertirse en oro fundido—. ¿Qué quiere que
haga en su lugar, mi lady? ¿Esto?
No tuve tiempo de responder. Dejó pequeños mordiscos de amor a lo
largo de la columna de mi garganta. Ni siquiera intenté contener el suspiro
que se me escapó cuando su lengua recorrió mi pulso.
—Dime lo que deseas y será tuyo.
Cerré los ojos y me incliné hacia su caricia. Una imagen de los
amantes esparcidos sobre la mesa de la entrada durante nuestra llegada cruzó
por mi mente. La boca de Ira se movió a lo largo de mi hombro, sus besos
eran calientes y distraían cuanto más se acercaban a mi escote.
—Quiero…
Se detuvo el tiempo suficiente para retroceder y mirarme a los ojos.
—¿Sí?
—... que me quites el vestido.
Dedos ágiles comenzaron a desabrochar los botones a lo largo del
costado de mi vestido. A diferencia de su ayuda durante nuestro viaje por el
Corredor del Pecado, no se movió con rapidez. Se tomó su tiempo, como si
supiera exactamente cómo cada botón que se deshacía me estaba volviendo
loca de deseo. Cada roce accidental de sus dedos en mi piel, cada dificultad
en mi respiración... ya estaba cerca de la combustión y mi ropa ni siquiera se
había quitado.
Deslizó las correas de un hombro, dejando un rastro de besos con la
boca abierta a medida que avanzaba. Entonces la otra correa se deslizó, su
lengua y dientes siguieron el camino. Tiró con cuidado de la parte superior
hacia abajo, deteniéndose solo cuando hubo liberado mis senos.
—Eres tan malditamente hermosa. —Parecía un hombre al que le
habían ofrecido la mejor comida que el dinero podía comprar después de
casi morir de hambre. Pero en lugar de darse un festín, planeaba disfrutar
cada bocado, saboreándolo. Un pulgar pasó lentamente sobre mi pezón,
haciendo que se tensara de placer. El calor se acumuló en mi vientre—. ¿Qué
más le gustaría, mi lady?
—Placer. Seducción. —Reuní mi coraje—. Quiero que te quedes.
Toda la noche. Conmigo. Y si incluso piensas en hacer una reverencia
después e irte como lo hiciste la última vez que me tocaste, te perseguiré y
haré que te arrepientas.
—Amenazándome de nuevo.
Su tono crudo indicó que le gustaba mucho.
—Pagano retorcido.
—Solo lo mejor para ti.
Tomó posesión de mi boca con la suya. Su beso dominaba, poseía.
Estaba muy feliz de someterme. Por un momento, pasé mi lengua por su labio
inferior, suspirando mientras él se aprovechaba y metía la suya en mi boca.
Conquistando, seduciendo. Tal como lo había solicitado.
Lo acerqué más, más fuerte, más cerca. Extrañaba esto. Lo extrañaba a
él. La forma en que se sentía, el sonido de su respiración entrecortada
cuando me tocaba, desatando sus deseos y cediendo a nuestra conexión. Sus
hábiles dedos ahuecaron mis pechos, acariciando con enloquecedoras
caricias ligeras que me dejaron deseando más. Mi vestido permaneció
envuelto alrededor de mi cintura. Quería que me lo quitara. Quería su piel
desnuda sobre la mía, sus manos libres para explorar cada centímetro de mi
cuerpo.
Lo arrastré a través de la pequeña cámara de estar hacia el dormitorio,
queriendo sentir su peso presionándome contra el colchón. En esto, me
permitió liderar, sin romper nunca su lenta exploración de mi boca. Me
siguió hasta la cama, tirando lentamente de mi vestido el resto del camino.
Levanté mis caderas, ayudando a moverlo sobre ellas mientras él lo arrojaba
a un lado.
A continuación, su chaqueta y camisa cayeron al suelo. Lo único que
quedaba entre nosotros eran mi ropa interior escandalosamente delgada y sus
pantalones.
Ira miró las cintas a mis costados, ansioso por desenvolver el regalo
que ofrecían. Y, la diosa me maldiga, quería que los hiciera pedazos. Una
lenta y triunfante sonrisa se extendió por su rostro cuando probablemente
sintió mi excitación.
Se acomodó entre mis muslos y se inclinó hacia adelante, tirando de
las cintas con los dientes. Me retorcí debajo de él, sin saber exactamente qué
era lo que quería que hiciera a continuación, pero saber su posición actual
era muy tentador.
Detuvo sus movimientos.
—¿Esto está bien?
—Sí. —Tomé su rostro y acaricié su mejilla—. Por favor, no te
detengas.
Era el permiso que había estado esperando. Sin demora, terminó la
tarea que había comenzado. Una vez que desapareció la ropa interior, me
admiró durante un largo momento, su atención ardía con su intensidad. Luché
contra el impulso de cerrar las piernas o cubrirme.
Como si hubiera leído ese miedo de mi cabeza, me miró fijamente.
—Nunca te escondas de mí. A menos que quieras que me detenga, o no
te estoy complaciendo como a ti te gusta. Eres hermosa. Y no quiero nada
más que hacer esto. —Arrastró un dedo por el centro de mi cuerpo y casi vi
estrellas—. Con mi lengua.
Me miró profundamente a los ojos, asegurándose de que viera la
verdad en los suyos, luego me acercó la boca. El primer golpe de su lengua
fue un choque de placer, electrificando todo mi sistema. Me levanté de la
cama con un hormigueo en el cuerpo por la anticipación del próximo toque.
Ira enganchó sus brazos alrededor de mis piernas y bajó la boca una
vez más. Esta vez me mantuvo en mi lugar, inclinando mis caderas hacia
arriba para permitir el mayor placer. La sangre corrió por mi cabeza. Oh,
diosa, cada toque era una dulce tortura. Justo cuando pensé que no podía
sentir nada mejor, hundió un dedo dentro de mí, su boca se movió más fuerte
contra mí.
Me retorcí debajo de él, con las manos buscando algo que agarrar,
desesperada por mantenerme en la tormenta de placer que me levantaba y me
alejaba. Agarré las sábanas mientras sus besos con la boca abierta
continuaban en ese lugar íntimo, sus dedos latiendo al compás de cada latido
de mi corazón. Me estaba deshaciendo, persiguiendo esa línea de fuego que
me atravesaba.
Mis dedos se sumergieron en su suave cabello, mi respiración fluyó en
ráfagas superficiales, mi pulso latía a través de cada glorioso centímetro de
mi cuerpo. Yo estaba tan cerca.
Los golpes de Ira se volvieron exigentes, el demonio de la guerra
ordenaba a mi cuerpo a que obedeciera su deseo y se rompiera contra su
boca. Porque lo quería. Lo deseaba.
Rodé mis caderas hacia adelante y él gruñó en aprobación, el sonido y
la vibración casi me desató. Antes de que pudiera gritar su nombre, se movió
por mi cuerpo, presionando su propia excitación contra mí, su boca
chocando con la mía. Sacudió sus caderas, la fuerza gloriosamente áspera
cuando nuestros cuerpos chocaron entre ellos. Se retiró y se movió contra mí
de nuevo. Y otra vez.
Clavé mis uñas en sus hombros y con avidez encontré sus movimientos
con los míos.
Cada embestida me empujaba más cerca de ese borde. La dura
longitud de él deslizándose contra mí creó una fricción que aumentó mi
placer. Sus malditos pantalones todavía estaban puestos, todavía
impidiéndonos conectarnos por completo, pero eso no impidió que
finalmente me hiciera añicos bajo su enorme cuerpo.
Con un gemido tan poderoso que casi hizo temblar la cama, Ira me
siguió hacia el borde.
TREINTA Y DOS
Me acosté dentro del círculo de los brazos de Ira, mi espalda apretada
contra su pecho, mientras ambos recuperábamos el aliento. Él trazó el
contorno de mi tatuaje con las yemas de los dedos, su toque ocioso despertó
un nuevo conjunto de emociones. Había algo más íntimo en la gentil acción
que cualquier acto sexual o expresión física de amor. No estaba segura de
que Ira fuera del todo consciente de que lo estaba haciendo. Lo que
complicaba más las cosas.
Me acurruqué contra él, tratando de hacer a un lado mis
preocupaciones y disfrutar el momento.
Presionó sus labios contra mi sien.
—Por favor, abstente de moverse así. Al menos durante unos minutos.
—¿Es doloroso?
Sonrió contra mi piel.
—Todo lo contrario.
Intrigada y no muy buena en seguir órdenes, lo hice de nuevo. El
cuerpo de Ira se endureció contra mí. Diosa arriba. Su sed de seducción era
insaciable.
Me di la vuelta para enfrentarlo.
—Quítate los pantalones.
Arqueó una ceja. Moví un brazo para indicar mi cuerpo desnudo.
—Me niego a ser la única completamente desnuda.
—Si me quito los pantalones, no puedo garantizar que haya mucho
descanso.
Imité su ceja arqueada y esperé. Yo nunca había dicho nada sobre
dormir. Qué atrevido de su parte asumir que había descubierto mis planes.
Con un suspiro, sus pantalones desvanecieron. Me apretó contra él y sonreí
cuando me acerqué y escuché su fuerte inhalación.
—Emilia.
—¿Sí? —Mi tono era inocencia espolvoreada con azúcar—. ¿Hay
algún problema?
Debería haberlo sabido mejor antes de burlarme del general de guerra.
Ira no jugaba limpio; jugaba para ganar. Desde atrás, se situó justo en la
entrada de mi cuerpo, provocando que mi respiración se detuviera. Me puse
tensa y suelta a la vez, lista para que él se presionara más profundamente.
—Dime, prometida. ¿Estás segura de que me quieres como tu esposo?
Agarró mi cadera con una mano y deslizó la otra debajo de mí, acercándome
más. El tenue agarre de mi autocontrol se estaba desvaneciendo. Me arqueé
hacia él—. ¿Estás lista y dispuesta a pasar la eternidad aquí conmigo?
Mi mente todavía estaba decidiendo, pero mi cuerpo estaba
resbaladizo y dispuesto. Esta vez, cuando movió las caderas, sus golpes
fueron deliberadamente lentos, tentadores. Sin sus pantalones puestos, su
piel aterciopelada se deslizaba sobre la mía, la sensación era pura felicidad.
Daría casi cualquier cosa para experimentarlo todo en este momento.
Excepto mi misión.
Con gran esfuerzo salí de debajo de sus brazos y me puse de pie. No
opuso resistencia ni peleó. Para suavizar el golpe de mi rechazo, me incliné
sobre la cama y le di un casto beso.
—¿Qué tal una copa antes de acostarnos?
Ira me miró con atención, pero no había decepción ni dolor en su
expresión. Solo victoria. Sabía que no seguiría adelante con acostarme con
él.
—¿Quieres que la consiga?
—Ya estoy levantada. Tú quédate allí. —Rodó sobre un codo y me
miró desconcertado mientras le señalaba—. No te muevas. Sin reverencias.
Lo prometiste.
—Soy un demonio atado por mi palabra.
—Bien.
Tomé mi vestido y me acerqué a la sala de estar donde esperaba el
champán helado. Con el corazón latiendo salvajemente, miré por encima del
hombro, asegurándome de que se hubiera quedado en la cama, luego dije una
oración rápida a la diosa de la mentira y el engaño para que guiara mi mano.
Le había hecho un voto a alguien a quien amaba mucho antes de
conocer a Ira. Y esta oportunidad era demasiado buena para dejarla pasar.
No importaba cuánto rugió mi corazón de dolor, anticipándose a la ruptura.
Agarré el artículo que había cosido en mis faldas, mis movimientos
seguros y rápidos. Antes de convencerme de que no lo hiciera, rocié una
pizca de la mezcla en el vaso de Ira y luego vertí el champán sobre él. Dejé
caer un trozo de fruta cubierta de chocolate en cada vaso. Burbujas
burbujearon alrededor de la intrusión no deseada, haciendo un buen trabajo
al cubrir mi traición.
Regresé al dormitorio, complacida de ver a Ira, tan respetuoso como
era, distraído por el balanceo de mis caderas. Todavía no me había
molestado en ponerme la ropa de dormir. No es que él tampoco. Su
musculoso torso estaba desnudo, aunque se había subido las sábanas
alrededor de la cintura. Palmeó el lugar junto a él, una sonrisa perezosa
curvó esos labios malvados.
En una vida diferente, felizmente podría besarlo por la eternidad.
—Por nuevos comienzos. —Le ofrecí al príncipe su bebida y luego
levanté mi propia copa—. Iucundissima somnia.
La frente de Ira se arrugó en la última parte del brindis. Si recordó que
me lo había dicho una vez, no hizo ningún comentario. Chocó su copa contra
la mía, luego bebió el champán de una vez.
Bebí el mío y conté en silencio. Su vaso cayó al suelo antes de que
terminara mi primer sorbo.
—Emilia. —Dirigió una lenta mirada hacia mí, los ojos brillando con
furia. Y traición. La temperatura cayó en picada a nuestro alrededor, luego
volvió a la normalidad mientras luchaba ferozmente contra un enemigo
invisible antes de caer lentamente hacia atrás.
El poderoso demonio de la guerra ya no era una amenaza.
Dejé mi vaso en la mesita de noche, luego alargué la mano para apartar
el cabello de su frente. Cualquier paz que hubiéramos hecho desaparecería
cuando él despertara. Era un sacrificio que estaba dispuesta a hacer, pero no
lo hacía fácil. Besé su frente, saboreando el momento antes de enderezarme.
—Sueños más dulces, su alteza.

Esta noche fui un ladrón de un tipo diferente cuando me escabullí por


el pasillo entre la suite de Ira y la mía, entrando y saliendo de las sombras
como un carterista robando bolsillos. Entré en mi habitación y corrí hacia el
baúl. Saqué los pantalones de cuero forrados de piel, el suéter grueso y los
calcetines que había traído, me puse las botas y me puse la capa de ébano
sobre los hombros en un tiempo récord. Aseguré mi daga en la pistolera de
mi muslo y tiré de ella para asegurarme de que estaba segura.
En unos momentos estaba de vuelta en el pasillo, corriendo por las
escaleras de servicio. Con la fiesta aún en marcha, nadie estaba cerca de
este extremo del castillo. Esperaba.
Con el corazón tronando en advertencia, miré a la vuelta de la esquina.
Una puerta estaba abierta en la parte trasera de la cocina, tal como
sospechaba, para dejar salir el calor creado por los fuegos del horno.
Con una rápida oración a la diosa de la mentira y el engaño, me lancé a
través del pasillo, luego disminuí la velocidad una vez que entré a la cocina.
No tenía idea de cuánto tiempo mantendría la raíz de sueño a Ira
inconsciente; dado su inmenso poder, no pensé que lo estuviera mucho
tiempo. Necesitaba estar lo suficientemente lejos para que no pudiera
atraparme antes de que cruzara al territorio de Orgullo. Corrí por la amplia
extensión que conectaba la parte trasera del castillo con los establos, sin
detenerme hasta que llegué a la entrada.
Mi mirada recorrió el exterior del edificio, aterrizando en cada rincón
y grieta, buscando cualquier señal de movimiento en la oscuridad cercana.
Los mozos de cuadra debían de estar en la cama, habiendo cuidado de los
caballos después de la caza de la mañana. Abrí la puerta lo suficiente para
deslizarme dentro y corrí a lo largo de los puestos hasta que encontré a
Tanzie. Ella aspiró a modo de saludo, sus cascos de garras plateadas
destrozaron el heno.
—Nos vamos a una aventura, dulce niña.
Rápidamente ensillé el caballo, impresionada y agradecida de haber
recordado los pasos correctos necesarios para hacerlo después de verlo
hecho en casa en algunas ocasiones. La saqué tirándola de las riendas y,
bendita sea, el caballo salió rápida y silenciosamente por la puerta
principal, como si supiera que era necesario el sigilo.
—Llévame a la Casa del Orgullo. —Me subí sobre ella y con una
rápida palmada en el costado, nos marchamos—. Vamos a visitar el Bosque
Madera de Sangre.
Tanzie salió disparada a través de la noche, la nieve se levantaba
detrás de nosotras mientras prácticamente volábamos sobre las laderas de la
Casa de la Gula. Me agarré con las rodillas, inclinándome hacia el viento.
Cada paso atronador me hacía querer mirar por encima del hombro,
convencida de que los guardias del castillo habían sido alertados y estaban
persiguiéndome. Cabalgamos a través de las colinas de la raíz de sueño, y a
nuestra derecha, donde no lo había notado antes, estaba el borde superior del
Lago de Fuego.
El azufre soplaba con una brisa fría, levantando mechones de cabello y
provocando un estremecimiento. Mantuve mi atención en el castillo que se
avecinaba en la distancia, tensa por los guardias de Orgullo. Como si se
negara a ser capturada por ningún ejército de nuevo, Tanzie se empujó más
rápido, sus cascos devorando con avidez la tierra congelada. Bordeamos el
borde de la Casa del Orgullo y lo pasamos volando, sin detenernos ni ser
detenidas.
Dejé escapar un grito de alegría. Una pequeña victoria conseguida.
Si la memoria funcionara correctamente, pasaría del círculo de
Orgullo al de Envidia. Ya me habían invitado a la tierra de Envidia y él no
había revocado ese permiso. Con un poco de suerte, pasaría y llegaría ilesa
al Bosque Madera de Sangre.
Mientras cabalgábamos como si el diablo nos persiguiera, mi mente se
aceleró con todos los pensamientos que había tratado de ocultar durante la
fiesta. Envidia estaba detrás de las Siete Hermanas. Y me había señalado el
Árbol de las Maldiciones cuando caminé por su galería. Puede que no
conozca detalles específicos sobre el bosque, pero podía encontrar ese árbol
inusual gracias a la fábula que había indicado que estaba “en el corazón” del
bosque.
Y con suerte, los seres místicos que podrían ayudarme a encontrar la
Llave de la Tentación o el Espejo de la Triple Luna estarían cerca del
temible árbol. En este punto, cualquier información que pudieran ofrecer
sobre cualquiera de los objetos mágicos sería útil.
Pasamos por la casa de la Envidia sin incidentes. Dado que el príncipe
de esa casa estaba dejando pistas sutiles en mi presencia, no pensaba que
detendría mi persecución a través de sus tierras. Demasiado pronto llegamos
al afluente más pequeño del Río Negro que dividía en dos el territorio de
Envidia y se abría en el Bosque Madera de Sangre. Tanzie redujo la
velocidad hasta casi detenerse y tocó el suelo, considerando el salto. Estaba
considerando la vista que teníamos ante nosotras. El Bosque Madera de
Sangre fue nombrado acertadamente. Incluso bajo el manto de un cielo
nocturno, vi que la corteza era de un carmesí oscuro.
En lo profundo del bosque, bocanadas de humo flotaban como niebla
fantasmal. Tenía la peor sospecha de que no lo habían creado fogatas, sino el
aliento de grandes bestias que merodeaban por el bosque carmesí. O tal vez
era de algunos de los demonios que había visto en los diarios. Los que
anhelaban corazones y sangre. Inhalé y exhalé lentamente.
—¿Lista para encontrar el Árbol de las Maldiciones, niña?
Tanzie hizo un gesto con la cabeza y luego cargó contra el río de
ébano. Obligué a mis ojos a permanecer abiertos mientras estábamos
momentáneamente en el aire, mi estómago cayendo. Aterrizamos y Tanzie no
se detuvo para recuperar el aliento; se lanzó a través del bosque, rodeando
árboles y matorrales.
Esperaba un silencio desconcertante. En realidad, un coro de insectos
chirriaba tan fuerte que era desorientador. Si hubiera algún depredador
cerca, sería imposible escuchar el ataque hasta que fuera demasiado tarde.
Tanzie parecía saber eso. Mi poderoso caballo del infierno dobló la barbilla
y se movió dentro y alrededor de cualquier obstáculo que surgiera. Decidida
a llevar ilesa a su jinete a nuestro destino.
Corrimos a través de un claro, y en el borde vi a un demonio Aper.
Lanzó su cabeza gigante al aire, y eso fue todo lo que vi; lo dejamos
babeando detrás de nosotras. Los árboles carmesíes pasaban como un
relámpago, los colores atravesaban mi visión periférica como cientos de
estrellas fugaces chorreando sangre. Me agarré con más fuerza a las riendas,
contando cada latido de mi corazón. Ya teníamos que estar acercándonos al
centro del bosque.
Unos minutos más tarde, Tanzie se detuvo abruptamente.
Allí, entre un grueso afloramiento de madera carmesí, había un árbol
plateado de gran tamaño. De hecho, lo habíamos encontrado. Me quedé
mirando un momento, asimilándolo. El Árbol de las Maldiciones era
inconfundible; más alto, más ancho y diferente en color de todos los demás
árboles del bosque. A la luz de la luna, su corteza plateada brillaba como
una enorme espada clavada profundamente en la tierra. Fue hermoso y
aterrador.
Desmonté y di unas palmaditas a Tanzie.
—Quédate aquí y mantente alerta.
Ella acarició mi hombro como si me dijera lo mismo.
Avancé lentamente hacia el árbol, ahora con la daga en la mano. Los
bichos se habían quedado en silencio. Una neblina siniestra flotaba sobre el
suelo helado, ocultando cualquier rastro de huellas recientes. Las raíces
sobresalían como los dedos podridos de gigantes muertos. Me acerqué para
inspeccionar mejor las hojas. Eran similares a un abedul común, pero eran
de ébano con vetas plateadas. Según las leyendas que había leído, eran tanto
afiladas como cuchillas y frágiles como el vidrio.
—¿Has venido a pedir un deseo de sangre?
Me di la vuelta, la capucha de mi capa cayó hacia atrás. Una figura
solitaria se apoyaba en un bastón, demasiado lejos y escondida detrás de la
niebla para distinguirla con claridad. Tanzie no estaba por ningún lado.
Agarré la empuñadura de mi daga y me moví sutilmente a la postura de
lucha que Anir me había enseñado.
—¿Quién eres?
—La mejor pregunta es, ¿quién eres tú, niña?
—Soy alguien que necesita información.
No podía ver su rostro en la niebla, pero tuve la impresión de que
estaba sonriendo.
—Qué excepcional. Verás, soy alguien que tiene información. Y espera
el pago.
Hice una pausa ante eso, reprimiendo mi respuesta inicial para
ofrecerle lo que quisiera. Eso sería peligroso en cualquier ámbito, y mucho
más en este pecaminoso.
—Te pagaré con un secreto.
—No. —La figura se acercó. La capucha de su capa estaba baja,
cubriendo su rostro—. Conozco tus secretos. Mejor que tú, me imagino.
Quiero un favor. Recopilado en el futuro a mi discreción.
La diosa me maldiga. Era un trato terrible.
—No cometeré asesinato.
—O aceptas el favor o no. Todo dependerá, supongo, de cuánto
necesites información. Considera esto como una prueba de valentía. Cuál
será. ¿Valentía o miedo?
La valentía puede ser la ausencia de miedo en la mayoría de los casos,
pero también parece un poco como actuar tontamente por una buena causa.
No me preocupaba ser valiente. Estaba interesada en cuidarme a mí misma,
en tomar la mejor decisión que pudiera. Si la mujer misteriosa realmente me
conocía mejor que yo, entonces la mejor opción era estar de acuerdo. Las
consecuencias fueran tan condenadas como mi alma.
—Acepto.
Antes de que las palabras dejaran completamente mis labios, la figura
arremetió. Sucedió tan rápido que apenas noté el pinchazo en mi brazo. Ella
me había cortado. Miré hacia arriba, lista para defenderme de cualquier otro
ataque, y me detuve mientras ella tallaba su palma y la colocaba en mi
herida.
Susurró una palabra y un destello de luz cegadora rompió el cielo
nocturno.
—Continúa, entonces, niña. Haz tus preguntas.
—Quiero encontrar a las Siete Hermanas. ¿Están ellas aquí?
—No. Habitan donde ningún pecado gobierna sobre todo.
—Eso no es una respuesta.
—Cuando sea el momento adecuado, lo entenderás.
Apreté los dientes. Bien.
—Quiero saber sobre mi gemela. Ella fue asesinada y necesito saber
qué casa demoníaca está detrás. Si alguna lo está.
—No puedes esperar encontrar respuestas al misterio de nadie más,
cuando aún no comprendes el misterio de ti misma.
—¿No es ese el propósito de nuestra pequeña conversación? No
acepté tu trato simplemente para que me lanzaras más preguntas. No puedes
decirme dónde están las Siete Hermanas, no puedes hablarme de mi gemela.
¿Con qué me puedes ayudar exactamente?
—Si esperas encontrar lo que estás buscando, debes pasar mi prueba
de coraje.
—Eso no era parte de nuestro trato.
—Oh, pero lo es. Tú, hija mía, te encuentras en el centro de tu propio
misterio. Hasta que no descubras tus secretos, no conocerás las respuestas al
misterio de tu hermana. Y eso es algo que no puedo decirte. Algunas
verdades las debes encontrar por tu cuenta. ¿Qué más te preocupa?
Tragué saliva.
—Mi magia. No puedo acceder a ella.
—Puede que conozca una manera para que la recuperes. Y encontrar
una respuesta que tu corazón anhela. Respecto a tu príncipe. —La figura de
repente se paró ante el árbol—. Quieres saber su verdad, entonces graba su
nombre en el árbol y toma una hoja.
Pensé en la fábula que había leído, una sensación de malestar
retorciéndose como un cuchillo por dentro. Esta figura vestida tenía que ser
la Anciana. La diosa del inframundo. Y ella era algo a lo que temer.
—Si hago eso y adivino mal, habrá un precio.
—Un verdadero acto de valentía no viene sin el riesgo de un gran
costo. —Su sonrisa aguda fue lo único que pude ver e hizo poco para aliviar
mis nervios—. Después de tallar su verdadero nombre y tomar la hoja,
debes romperla en su presencia. Si estás en lo correcto, lo sabrá. Si no…
Me tragué el creciente ataque de terror. Si estaba en lo cierto y ella era
la diosa del inframundo, su precio sería la muerte. Un pequeño detalle que
tanto Envidia como Celestia habían dejado fuera de mi educación.
—No lo sé con certeza.
—Sabes quién es, pero eliges permanecer en las sombras, cómoda en
la oscuridad. Tal vez no sea su verdad lo que temes, sino la tuya. Quizás te
niegas a mirarlo demasiado de cerca por lo que revela sobre ti. Él es tu
espejo. Y rara vez apreciamos lo que nos devuelve la mirada. Ahí, hija mía,
es donde entra la verdadera prueba. ¿Eres lo suficientemente valiente como
para enfrentarte a tus demonios? No muchos lo son.
Eché un vistazo a mi tatuaje mágico, el que contaba nuestra historia.
—Esta no era la pregunta por la que vine aquí.
—No. Pero es la que estás demasiado asustado para preguntar. Por
tanto, vuelvo a preguntar, Hija de la Luna, no quién es él, sino quién eres tú.
—Yo... no lo sé.
—Incorrecto. —Golpeó con su pie, desplazando la niebla con su
movimiento repentino—. Dime. ¿Quién eres tú?
—No lo recuerdo. ¡Pero lo voy a averiguar!
—Bien. Es un comienzo. —Ella me dio un pequeño asentimiento de
complicidad—. ¿Qué vas a hacer?
Miré por encima del hombro. Tanzie había vuelto de dondequiera que
la Anciana la había escondido, esos ojos líquidos solemnes. Esta elección
podría costarme la vida.
Levanté mi daga y la presioné contra el Árbol de las Maldiciones. Iba
a grabar el verdadero nombre de Ira en la madera y hacer lo que sugirió la
Anciana: enfrentar la verdad de la que había estado huyendo.
Y si estaba equivocada... tendría que rezar a las diosas que no lo
estuviera, o me uniría a Vittoria en la tumba de nuestra familia antes de que
terminara la noche.
TREINTA Y TRES
Ira no estaba en sus aposentos ni en su biblioteca. Revisé su balcón y
estaba a punto de marchar hacia los Bajíos de Medialuna cuando decidí
pasar por las cocinas.
Era uno de los últimos lugares en los que esperaba encontrar al
demonio de la guerra, pero allí estaba, de espaldas a mí, cuchillo en mano,
cortando un trozo de queso duro y agregando los cubos perfectos a una
bandeja que ya había llenado con varias frutas.
—No necesitas una invitación para unirte a mí, Emilia. —No se había
volteado para mirarme—. A menos que, por supuesto, no quieras estar en mi
compañía.
—Te buscaba. Creo que eso indica que quiero tu compañía.
—Después de que me drogaste para salir de mi dormitorio, me
preguntaba si eso había cambiado.
—Eso… no tuvo nada que ver contigo.
Continuó cortando, el cuchillo golpeando la tabla de cortar.
—Se sintió bastante personal, dado lo que había ocurrido entre
nosotros.
—Yo…
—No es necesario que te expliques.
—No iba a hacerlo. Iba a disculparme porque fuiste víctima de lo que
tenía que hacer. —El silencio se extendió entre nosotros—. ¿Cuánto tiempo
estuviste inconsciente?
—No puedes esperar que comparta esa información.
—No, supongo que no.
Caminé hacia donde trabajaba, admirando sus habilidades con el
cuchillo. La forma en que disponía las frutas y las presentaba también era
impresionante. Los higos estaban cuidadosamente cortados en cuartos, las
bayas y las uvas colocadas en atractivos montones. Incluso había encontrado
una granada.
—No pensé que disfrutaras pasar tiempo en una cocina.
—Yo tampoco. —Levantó un hombro, su mirada centrada únicamente
en su tarea—. No me interesa mucho hornear o mezclar, pero desmenuzar,
cortar y rebanar son extrañamente relajantes.
Sonreí. Por supuesto que esa parte de la cocina le atraería. En lugar de
comentar o romper el momento, tomé una rodaja de manzana del plato y me
la metí en la boca. Estaba postergándolo y bien lo sabía. Y ahí se va mi
prueba de valentía.
—En algunas religiones mortales, se dice que las manzanas son la fruta
prohibida.
Ira se detuvo por menos de un latido, pero había estado prestando
mucha atención. No apartó la atención de su misión.
—Para alguien que se crio con brujas, me sorprende que dedicaras
tanto tiempo a las creencias humanas.
Elegí otro pedazo de fruta.
—También escuché que los higos, las uvas y las granadas son
contendientes por la fruta prohibida.
—Has pensado mucho en los alimentos prohibidos.
—Visité el Árbol de las Maldiciones. —Él siguió cortando con
cuidado el trozo de queso cheddar en su tabla. Me moví al otro lado de la
mesa para poder enfrentarlo—. Hice un trato con la Anciana. Y algo que dijo
me hizo pensar en frutas prohibidas y árboles del conocimiento.
Los nudillos de Ira estaban blancos mientras apretaba el cuchillo con
más fuerza.
—¿Y?
—Quería saber sobre mi hermana, pero ella insistió en que primero
necesitaba descubrir mi verdad. Enfrentar mis miedos. Dijo que parte de mi
verdad puede ser encontrada si reconozco quién eres. —Su mirada chocó
con la mía—. Me dijo que tallara tu verdadero nombre en el árbol.
—Por favor, dime que te negaste a hacerlo. La Anciana es peor que
mis hermanos.
Negué lentamente con la cabeza y dejé la hoja color ébano con vetas
plateadas. Ira la miró fijamente, luciendo como si hubiera traído una víbora
a la habitación. Levanté mi puño para romperla y su mano salió disparada,
cubriendo la mía. Me haló hacia él, sosteniendo mi mano contra su corazón.
Latía ferozmente.
—Regresaremos y acordaremos otro trato con la Anciana.
Me eché hacia atrás lo suficiente para mirarlo a los ojos.
—Estás nervioso.
—Tallaste un nombre en un árbol que exige sangre a cambio de la
verdad. —Soltó un suspiro de frustración—. Por supuesto que estoy
receloso.
Moví mi mano libre para ahuecar su rostro. Esa no era toda la verdad
detrás de sus nervios y ambos lo sabíamos.
—Sé quién eres.
—Lo dudo muchísimo.
Su tono indicaba que, si supiera su verdad, no estaría parada tan cerca,
abrazándolo como estaba. Su secreto me aterrorizaba, pero nunca lo
superaría si no lo sacaba a la luz. Nunca descubriría quién era yo, qué le
pasó a mi gemela, si seguía temiendo la verdad. La Anciana tenía razón. Me
había acostumbrado a la oscuridad, había sido mantenida en ella durante
demasiado tiempo. Primero por Nonna y ahora por designio propio. Era hora
de dejar a un lado mis miedos y dar un paso hacia la luz.
Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, pateé la
mesa tan fuerte como pude, haciéndola caer, la fruta, el queso y la hoja
Maldita rompiéndose en los escombros.
Él envolvió sus brazos alrededor de mí, como si pudiera protegerme
del Árbol de las Maldiciones cobrando su precio. Pero no sentí ningún
ataque repentino de dolor. Tampoco me debilité ni perdí el conocimiento. No
morí. Ni siquiera sangré.
Ira me abrazó con más fuerza, su respiración dificultosa y acelerada.
Las lágrimas de repente pincharon mis ojos, pero me negué a dejarlas
caer. Estar allí de pie, a salvo en el círculo de los brazos de Ira, significaba
que tenía razón. Y la Anciana estaba en lo cierto una vez más.
Ahora que poseía la verdad, no sabía qué hacer con ella. Pensé que
había estado preparada, pensé que podría manejar su secreto siendo
descubierto. Me había equivocado.
Y me odiaba a mí misma.
Exhalé un suspiro tembloroso, necesitando un momento para digerir
completamente lo que había descubierto. Ira sintió que me hundía en mi
interior y, a regañadientes, dejó caer sus brazos y se alejó, dejando un
espacio muy necesario entre nosotros. No dijo nada, solo esperó
pacientemente a que hablara.
Sangre y huesos. Esto era difícil. Pero había pasado por cosas peores
y había sobrevivido.
Sin importar lo que pasara después, también sobreviviría a eso.
—Cuando ignoraste el nombre por el que te había llamado en el
monasterio, me pregunté si había una razón para que no reaccionaras más
enérgicamente. —Me limpié los ojos, aún sin mirarlo—. Actuaste como si
no significara nada, como si yo simplemente te molestaba. —Le sonreí a mis
manos—. Porque, según Nonna, un príncipe del infierno nunca revelará su
verdadero nombre a sus enemigos.
Podía sentir su atención taladrándome, pero todavía no podía encontrar
su mirada.
—Sé que las brujas y los demonios son enemigos. Pero hay más en
nuestra historia, ¿no es así?
—Emilia…
—Eres tentación. Seducción. —Finalmente arrastré mi atención a su
brazo y asentí ante el intrincado tatuaje de serpiente—. La serpiente en el
jardín. La que habría animado a los mortales a pecar.
Alcé más mi atención, finalmente fijándola en sus ojos. Lo asimilé,
realmente lo miré objetivamente. Su rostro, su cuerpo, toda su presencia y el
cómo se comportaba gritaban autoridad. Dominación. Y estaba diseñado
para seducir. Era la tentación hecha carne.
Su expresión se cerró mientras esperaba. Ahora, más que nunca,
deseaba desesperadamente poder sentir sus emociones. Aunque sospechaba
que estaba sintiendo las mías y por eso se había vuelto tan distante. Su
armadura estaba firmemente en su lugar. Y se estaba protegiendo de mí.
—No sé cómo has engañado a la humanidad durante tanto tiempo, pero
es como dijo Envidia. Eres el mentiroso más hábil de todos. Samael.
Su verdadero nombre pareció inquietarlo. No parecía que hubiera
respirado desde que comenzó nuestra conversación. Exhaló ahora.
—Príncipe de la Oscuridad. Rey de los Malignos. Me han llamado
muchas cosas, pero no soy un mentiroso.
Busqué su rostro. Había tenido razón. Lo supe en el momento en que el
árbol no cobró lo que le correspondía, pero la verdad era difícil de digerir.
Ira era el diablo. El mal temido en todo el mundo.
Y me había enamorado estúpidamente de su seducción. De sus
ardientes ojos dorados y su agudo ingenio. El orgullo en su apariencia. La
forma en que protegía a aquellos bajo su cuidado y elegía la justicia sobre la
venganza. No era de extrañar que el mundo de los mortales confundiera a los
dos príncipes con tanta facilidad: Orgullo e Ira ciertamente compartían
muchas similitudes.
—Tuviste muchas oportunidades para decirme que eras el diablo.
Fuiste tú a quien La Prima maldijo. ¿Acaso fue la esposa de Orgullo la que
murió o fue tu consorte?
—No te he mentido directamente.
—Deja de omitir cosas.
—A diferencia de Orgullo, nunca he tenido una consorte. Pero sí, fui
maldecido por la Primera Bruja. Como lo fueron todos mis hermanos. Mi
castigo por no ayudarla fue más excesivo: me robó algo muy importante.
Algo que haré casi cualquier cosa por recuperar.
—El Cuerno de Hades —supuse, pensando en los amuletos del cuerno
del diablo.
No los había echado de menos. En todo caso, sentía… alivio por la
ausencia de mi amuleto durante las últimas semanas. Estaba completamente
en desacuerdo con cómo me había sentido cuando él los había recuperado
por primera vez. Aunque sospechaba que tenía que ver con mi dolorosa
experiencia en los Bajíos de Medialuna.
Recordé mi preocupación porque el diablo estuviera enojado con Ira
por dejarme pedir prestado el cornicello esa noche. Qué tonta debí haberle
parecido.
—Eras el único que no parecía quererlos. Lo que supongo que indica
que los deseabas más que los demás y no querías parecer demasiado ansioso
y levantar sospechas.
—Son mis alas, no cuernos. Tu primera bruja las maldijo y las
convirtió en una burla de la tradición mortal, luego me las ocultó. —Parecía
perdido en un recuerdo. Uno que lo tenía apretando sus manos en puños a sus
costados. Cuando me miró de nuevo, una furia fría ardía en sus ojos—. A fin
de restaurarlas, necesito un hechizo que se encuentra en su grimorio.
—Tienes alas. —Porque era un ángel. Por la diosa en los cielos. Una
cosa era sospecharlo y otra era tener esa sospecha confirmada.
—Tenía.
Había un mundo de ira y dolor envuelto en su voz. Una parte de mí
quería ir hacia él, aliviar la herida emocional que aún estaba en carne viva.
En cambio, permanecí donde estaba, tambaleándome.
Sus alas eran una conexión con el mundo angelical. El reino que había
dejado atrás. Era difícil creer que el diablo lamentara algo que lo ataba al
lugar que había odiado lo suficiente como para ser expulsado por la
eternidad.
O tal vez nada de eso fuera cierto. Tal vez esos solo eran más relatos
mortales, retorcidos y ligeramente equivocados a través del paso del tiempo.
Ira no parecía la encarnación del mal. O algún gran seductor. Excepto… que
poco a poco se había incorporado a mi vida. Y a mi corazón. ¿No era eso
una prueba de seducción? ¿De un lento plan en desarrollo?
—Emilia. —Me alcanzó y me estremecí. Su mano se apartó—. Puedo
sentir tus emociones básicas, pero quiero saber cómo te sientes realmente.
—Tú eres el diablo.
—Así me lo has recordado.
—Pero Lucifer… Orgullo… No entiendo.
Lanzó un gran suspiro.
—El pecado de elección de mi hermano hace que sea casi imposible
para él negar ser el rey de los demonios. Los mortales asumen que él lo es y
su orgullo le impide admitir la verdad. Solo está demasiado complacido de
alimentar su ego. No albergo emociones de una forma u otra sobre mi
verdadero título. Es un deber para mí. Una obligación impuesta sobre mí.
Nada más. En todo caso, con Orgullo absorbiendo el prestigio, me permite
completar mi trabajo sin posturas.
—¿Algo entre nosotros ha sido real o ha sido una cuidadosa
seducción? Un poco de verdad salpicada de mentiras.
—Dime. —Sus ojos se entrecerraron—. Cuando accediste a casarte
con Orgullo, pensando que él era el diablo, ¿importaba entonces?
De forma espontánea, me vino un recuerdo.
—En los Bajíos de Medialuna, la noche en que… me llamaste tu reina.
—Viniste aquí, creyendo que serías la Reina de los Malignos. Todo
eso es cierto. Si eliges completar nuestro vínculo matrimonial, no solo serás
mi reina, sino la reina. —Revisó mi rostro, su expresión volviéndose remota
—. El único cambio es con qué hermano te casarás. Todos en este reino
saben quién soy. Mi verdadero título. Solo los mortales asumen lo contrario.
Así que, pregunto una vez más, ¿realmente importa ahora que tú sabes quién
soy?
—Honestamente, no estoy segura. Es mucho que asimilar. Eres el
demonio. El mal encarnado.
—¿Así es como me conoces?
—Fuera de este reino, es lo que el mundo entero piensa de ti.
—No me interesa lo que piensen los demás. Sólo tu. —Dio un paso
atrás e inclinó la cabeza. Sus movimientos rígidos—. Gracias por tu
honestidad. Eso es todo lo que necesitaba escuchar, mi lady.
—Ira, espera. Yo…
Desapareció en una brillante nube de humo.
TREINTA Y CUATRO
—Lo siento —le susurré a la habitación vacía. El humo flotaba en el
aire varios largos momentos después de que Ira se fuera. Lo miré fijamente,
mis ojos ardían, deseando poder lanzar un hechizo para revertir el tiempo.
Sería mucho más fácil simplemente olvidar lo que había sucedido. O, mejor
aún, olvidar la verdad de su nombre. Su título. Y la forma en que me dolía el
corazón al pensar en que algo o todo entre nosotros fuera parte de un juego
más grande.
Apoyé una cadera contra una mesa, examinando el desorden en el
suelo. Parecía una metáfora adecuada de mi vida. Cada vez que pensaba que
me estaba acercando a la verdad que rodeaba el asesinato de mi gemela, se
añadía algo nuevo al montón, distrayéndome con más basura para recoger.
Gracias a que la maldición era consciente y tenía un papel activo en el
mantenimiento de sus secretos, era casi imposible encajar las piezas del
rompecabezas.
Una vieja preocupación volvió a aparecer. Empecé a pensar que había
estado experimentando recuerdos olvidados, generalmente después o durante
algunos encuentros románticos con Ira.
Si yo no era la consorte, ¿era la Primera Bruja? Estaba casi
convencida de que la Matrona de Maldiciones y Venenos era la Primera
Bruja, pero ahora eso parecía menos probable. No podía imaginarme a Ira
manteniéndola cerca, sabiendo que ella le había robado las alas.
¿Localizar a la Primera Bruja era la verdadera razón detrás de los
asesinatos? Tendría sentido que alguien intentara encontrarla y hacerle pagar
por todo lo que había robado. Y si todos los príncipes del infierno perdieron
sus alas, o algo tan precioso, entonces podría ser cualquiera de ellos.
Si yo era la Primera Bruja, también tendría sentido por qué Ira me
había odiado la noche que lo convoqué. Entonces me había llamado criatura,
jurando que nunca sería tentado por mí cuando creí erróneamente que los
pactos demoníacos eran sellados con besos adictivos.
—Felicitaciones, Emilia —me burlé—. Te has entregado por completo
a la locura. Y paranoia.
Hablarme a mí misma en voz alta no estaba ayudando a calmar las
preocupaciones de la creciente locura. Casi me reí a carcajadas ante el
pensamiento. Quizás estaba perdiendo todo sentido de la realidad.
Tal vez hubiera un tónico que pudiera tomar para eliminar todos los
recuerdos y pensamientos tontos de mi mente. Limpia la pizarra y comienza
de nuevo.
Resoplé. Era absurdo y... y completamente posible. Había alguien en
este castillo que tenía el don de crear tónicos y tinturas. Alguien que podría
poseer las habilidades necesarias para romper cualquier maldición que se
me haya impuesto. Primera Bruja o no, me vendría bien su ayuda.
Me apresuré a visitar a la Matrona de Maldiciones y Venenos, rezando
a cada diosa en la que podía pensar para que estuviera en su torre.

—Hija de la Luna. —Celestia me miró desconcertada mientras pasaba


corriendo junto a ella y le indiqué que cerrara la puerta—. ¿Qué te trae por
aquí?
—¿Sabes quién soy?
Era difícil saber si su vacilación se debía a preocupación por mi
bienestar, o si estaba andando con cuidado en torno a la verdad.
—Sí, mi lady.
—No mi título de cortesía. ¿Nos hemos visto antes?
Ahora su escrutinio fue más agudo.
—¿Has ingerido algo peculiar?
—No. —Caminé en un círculo agitado—. Experimenté algunos
recuerdos que al principio no parecían pertenecerme. Ahora no estoy tan
segura. ¿Hay algún tónico que puedas darme? ¿Algo para detectar una
maldición o romperla?
—Siéntate. —Se deslizó hacia la mesita y los taburetes que usaba para
trabajar. La seguí y me senté en el borde, con la rodilla rebotando—. Dame
tus manos. —Me incliné sobre la mesa e hice lo que me pidió—. A veces,
olvidar puede ser un regalo.
Envolví mis manos alrededor de las suyas, los pulgares descansando
sobre sus muñecas.
—¿Hablas por experiencia?
—Hablo como quien desea un regalo así.
—¿Soy la Primera Bruja?
La expresión de Celestia se suavizó.
—No niña.
—¿Lo eres tú?
—No.
Solté sus manos y me recosté. Su pulso no se había acelerado en
ninguna de mis preguntas.
—Admito que solo estoy un poco aliviada. Cuanto más aprendo de
ella, menos suena como la heroína de nuestras fábulas.
—Cada villano se cree el héroe. Y viceversa. En verdad, hay un
pequeño villano y un héroe en cada uno de nosotros. Depende de las
circunstancias.
Miré alrededor de la cámara circular, mi atención se detuvo en el
cráneo tallado.
—He estado tratando de resolver un acertijo. Sobre una llave que no
necesariamente abre un candado. Y siete estrellas y pecados, y el ángel de la
muerte.
—Buscas la Llave de la Tentación. —Celestia exhaló un gran suspiro
—. Puedo decirte esto, Hija de la Luna, ya la has encontrado. —Devolví mi
atención a ella—. Si yo fuera tú, lo reconsideraría. Una vez que marchas por
este camino, no hay vuelta atrás.
—Quienquiera que haya matado a mi gemela debería haber pensado en
eso. —Me levanté—. ¿Está la Llave de la Tentación aquí, en la Casa de la
Ira?
—Es peligrosa. Los objetos divinos... no deben tomarse a la ligera.
—Pero está aquí.
Celestia apretó los labios. Fue suficiente confirmación para mí.
Recordé mi conversación con Envidia, cuando había confundido sus
divagaciones con la borrachera la noche que habíamos tomado el vino de la
verdad. Había mencionado que no todas las llaves aparecían de la forma en
que uno normalmente pensaba que lo hacían.
La sangre era la llave para desbloquear la magia demoníaca, por
ejemplo. Entonces, con eso en mente, no había límites para lo que realmente
podría desbloquear el Espejo de la Triple Luna. La Llave de la Tentación
podría ser un elixir, por lo que sabía. Y sin embargo... algo jugó con los
bordes de mi memoria.
Si Ira tenía un objeto divino y quería mantenerlo oculto, no había lugar
más seguro que a plena vista. Ira hacía que lo obvio fuera cuestionable,
arrojando dudas. Era la misma en que había actuado cuando lo llamé Samael
por primera vez en Palermo.
Dudaba que mantuviera la Llave de la Tentación en sus dormitorios.
Lo que me llevó a creer que la llave estaba en uno de dos lugares. Su
biblioteca personal o la sala de armas.
Me levanté, lista para salir corriendo y destrozar ambas si tenía que
hacerlo.
Celestia agarró la manga de mi vestido, deteniendo mi salida.
—Si haces esto, prepárate para las consecuencias que estarán fuera de
tu control.
—Muy poco está bajo mi control ahora, matrona. Lo único que
cambiará es que finalmente sabré la verdad.
Celestia dejó caer mi brazo y se hizo a un lado. No perdí el tiempo
corriendo hacia la sala de armas. Casi temía que Ira estuviera allí,
eliminando el exceso de emociones después de nuestra conversación. Estaba
silencioso, vacío. Me apresuré a revisar cada parte, pasando mis manos
sobre cada diseño dorado, buscando cualquier compartimiento u objeto
secreto que pudiera ser una llave.
Me detuve en el fondo de la habitación cerca del mosaico de la
serpiente. Como la primera vez que lo vi, juré que había algo familiar en él...
mi mente se aceleró, buscando un recuerdo.
—Sangre y huesos. —Agarré las raíces de mi cabello y tiré
suavemente—. Piensa.
Lo había visto antes. Apostaría lo que quedaba de mi alma. Si tan sólo
pudiera…
—Demonio tortuoso. Eres brillante. —Me tapé la boca con una mano
para evitar gritar de júbilo—. Te tengo ahora.

Me paré junto el escritorio de Ira y recogí el pisapapeles de serpiente.


O lo que originalmente había confundido con un pisapapeles. Al darle
la vuelta, estudié las crestas y el diseño geométrico con nueva perspectiva.
Ciertamente podría ser una llave. Dada la forma, encajaría muy bien en la
parte superior de un espejo de mano. Y explicaría por qué Envidia había
compartido esta información.
Sin una invitación a la Casa de la Ira, no podría registrar el castillo él
mismo. Aparecer en el jardín durante un minuto o dos era una cosa, pero
pasear por la biblioteca personal de Ira sería otra. Aunque, conociendo a Ira,
probablemente tenía el interior protegido para mantener fuera a sus
hermanos. Nada de eso importaba.
Sostuve la Llave de la Tentación contra mi pecho, sintiendo las
primeras punzadas de esperanza. No estaba segura de por qué Celestia se
preocupaba tanto por tocar un objeto divino. Hasta ahora solo me dio paz.
Alegría. Después de todos los avances y paradas, esta era una ventaja
tangible. Un verdadero hilo para tirar. Ahora todo lo que tenía que hacer era
localizar el Espejo de la Triple Luna. Y, armada con la llave, tenía un nuevo
plan formándose.
De vuelta en mi suite personal, saqué mis notas y un bolígrafo. Si
pudiera descifrar el mensaje de las calaveras encantadas, tendría una
dirección.

Toqué mis labios con una pluma, mirando las notas, deseando que la
respuesta se manifestara. El mensaje de la primera calavera ahora era un
poco más claro. Estaba segura de que se relacionaba con el Espejo de la
Triple Luna y su capacidad para ver el pasado, el presente y el futuro.
Era el mensaje de la segunda calavera que me seguía atrapando.
Sabiendo lo que sabía ahora acerca de que las siete estrellas siendo otro
nombre dado a las Siete Hermanas, y el hecho de que Envidia estaba
interesado en localizarlas, me pregunté...
Respiré hondo, distraída por un nuevo pensamiento. Si Ira mantuvo la
Llave de la Tentación a la vista, entonces tal vez hubiera hecho lo mismo con
el Espejo de la Triple Luna. Tal vez no podía decirme nada sobre la
maldición, pero había tratado de ayudar de una manera más sutil.
La vitrina que tenía Envidia encajaría en un espejo de mano. Uno
espejo así me había sido regalado antes de irme a la Casa de la Envidia. La
esperanza me hizo agarrar la llave y entrar corriendo en mi cuarto de baño,
sacando el hermoso espejo de donde lo había guardado en el tocador. Había
admirado el grabado en la parte posterior antes, pero no había considerado
que pudiera ser más que un bonito diseño.
La emoción llenó mi pecho, coloqué la Llave de la Tentación en la
parte posterior del espejo y la giré. O lo intenté. Encontrar la alineación
correcta era difícil. Lo moví un poco más, probé en varias direcciones. Giré
la llave y estudié las líneas en relieve. Parte de la emoción se disipó. No
parecían encajar, pero no quería rendirme todavía.
Después de intentar de todas las formas posibles para encajar los dos
objetos, finalmente acepté el hecho de que las piezas no coincidían.
Caminé de regreso a mi dormitorio y me dejé caer en la cama,
releyendo las notas. Lo que tenía que hacer a continuación era encontrar a las
Siete Hermanas y preguntarles si sabían dónde estaba el Espejo de la Triple
Luna. Las calaveras tenían que ser la clave para averiguarlo, si tan solo
pudiera resolver sus acertijos.

Inhalé y exhalé, vaciando la frustración y las teorías previas de mi


mente. La Anciana había dicho algo a lo que solo le había prestado atención
parcialmente. Me concentré en esa conversación, sus palabras volvían
lentamente a mí sobre las Siete Hermanas. «Viven donde ningún pecado
domina sobre todo».
Eso fue todo. Volví a mirar el mensaje entregado por la segunda
calavera.
Estaba tan convencida de que los siete pecados era la parte más fácil
de descifrar, pero eso podría no ser cierto en absoluto. Quizás era la
simplicidad de esa parte de la pista lo que se suponía que debía destacarse.
Pensé que se refería a los siete príncipes del infierno. Pero ¿y si fuera un
lugar dentro de los Siete Círculos? “Tanto arriba como abajo” se usaba
típicamente para indicar equilibrio.
La pista podría apuntar hacia el lugar donde los siete pecados se
usaban por igual, donde ninguno gobernaba por encima de los demás. Justo
como había insinuado la Anciana.
El Corredor del Pecado.
Con el corazón latiendo con fuerza, sonreí ante mis notas. Tenía que
ser eso.
Las Siete Hermanas estaban en algún lugar del Corredor del Pecado y
tenía la sensación de que estaban en posesión del espejo. Explicaría por qué
seguían moviéndose por el reino, escondiéndose de los príncipes. Eran
ladronas mágicas o guardianas de la paz.
Independientemente del papel que desempeñaban para los príncipes
demoníacos, eran mi salvación.
Empaqué apresuradamente una bolsa de suministros: la Llave de la
Tentación, el libro de hechizos de la Anciana que le había robado a Envidia,
medias adicionales y frutos secos que había robado de las cocinas, y me
puse algo más cálido.
Me quité el vestido y lo reemplacé por mis pantalones de cuero
forrados de piel, una túnica con cordones y una capa de terciopelo. Tiré de
las botas que me llegaban hasta los muslos y enganché la correa de la bolsa
mientras salía corriendo. Me detuve cerca de los establos, la parte egoísta
de mí quería llevar a Tanzie como compañía, pero no tenía idea de lo que
estaba buscando y no quería perderme nada por montar demasiado rápido.
Esto era algo que necesitaba hacer sola.
Antes de que pudiera convencerme a mí misma de no hacerlo, o llamar
la atención de cualquier miembro entrometido de la Casa de la Ira, me dirigí
hacia el borde en la parte trasera de la propiedad y me deslicé por la
empinada montaña. En un tiempo récord volví a estar en terreno semiplano.
Miré detrás de mí: la montaña que Ira había abierto con una palabra
susurrada era tan alta e imponente como la recordaba.
Esperaba volver a verla pronto.
Con una imagen de mi gemela en mi mente y determinación en mi
corazón, comencé mi caminata por el implacable paso de montaña. Esta vez
estaba preparada para la sutil punzada de las emociones. Y supe cómo
luchar contra la influencia demoníaca. Sentí las primeras lamidas de poder
deslizándose a lo largo de mi piel, buscando un lugar para hundir sus
dientes. Le enseñé mis dientes al reino. Incluso sin el uso de mi magia, no
estaba indefensa. Tenía una daga y agallas recién descubiertas.
—Haz lo peor.
Ciertamente iba a hacer el mío. Caminé penosamente a través de la
nieve que gradualmente llegó a la parte superior de mis rodillas, mis pasos
lentos e inestables. No pensé en el frío y el hielo. Eran distracciones.
Mantuve mi atención en lo que me rodeaba, buscando cualquier indicio de
las Siete Hermanas.
La primera vez que pasamos por aquí, juré que había visto mujeres
usando huesos como agujas de tejer. Me convencí de que era mi mente la que
me estaba jugando una mala pasada, pero no creía que fuera así. Si las Siete
Hermanas se me dieron a conocer entonces, recé para que lo hicieran de
nuevo, especialmente ahora que ya no caminaba con el enemigo.
A un tercio del camino hasta una enorme sección de la montaña, se
desató una tormenta de hielo. Me subí la capucha de la capa y continué.
Pequeños perdigones me golpearon una y otra vez. Como si estuvieran
furiosos con mi desafío. El reino estaba mal allí. No era el desafío lo que me
impulsó hacia adelante, dando paso tras paso insoportable a través de este
infierno. Era amor.
Este viaje pudo haber comenzado con venganza y retribución, pero por
debajo de eso, siempre había sido sobre el amor que sentía por mi gemela.
Nonna tenía razón; el amor era la magia más poderosa. Y lo aprovecharía y...
diosa arriba. Dejé de caminar, mi atención fija en algo que no se formaba
naturalmente en ningún árbol.
Entrecerré los ojos al cedro gigante y sentí que la sangre se me
escapaba de la cara mientras contemplaba una talla.

VII
—¿Hola?
Cogí mi daga y miré a mi alrededor. No había sonidos, ni huellas, ni
indicios de otro mundo de que las Siete Hermanas estuvieran cerca. Pero ese
siete grabado en el tronco... me habían enseñado a no pasar por alto las
señales. Y esa era deslumbrante.
Rodeé el árbol, sin encontrar nada más que fiera inusual en él. Tenía
un tamaño medio, si no un poco más escaso que el grupo de cedros que lo
rodeaban. Volví a poner mi arma en su funda y me arrodillé, cavando en la
nieve. Tenía que haber algo aquí.
Unos momentos dolorosos y dedos congelados más tarde, mis uñas
rasparon la tierra congelada. Intenté rascar la superficie y solo logré romper
varias uñas.
Me paré, con las manos en puños a los costados, y traté de controlar mi
temperamento. El Corredor del Pecado sintió mi momentánea falta de control
y se abalanzó. Mi pecado favorito desató mi furia y grité, el sonido
amortiguado y sofocado por la nieve recién cayendo.
Liberé todas mis emociones, pateando la nieve, arrancando ramas y
golpeando el suelo. El sudor perlaba mi frente y no podía detenerme. Llevé
mi puño al árbol y lo golpeé tan fuerte como pude.
—¡Maldita sea!
El dolor azotó mi brazo. Hice una mueca ante mis nudillos
ensangrentados, la lucha y la furia me abandonaron inmediatamente.
Malditos mensajes de tontos. Acertijos ridículos y... un pensamiento se me
ocurrió mientras la sangre goteaba en la nieve. Por una corazonada, unté unas
gotas en el árbol, justo sobre el número siete romano. No hubo momento de
vacilación: el tronco se abrió con un clic, revelando un conjunto de
escaleras ocultas en su interior. Caminé alrededor del árbol de nuevo. No
parecía posible que un tramo de escaleras tan grande cupiera dentro, pero
había terminado de hacer preguntas. Ahora era el momento de las respuestas.
Dije una oración a las diosas y entré. La puerta oculta se cerró detrás
de mí y las antorchas se encendieron. Fui a agarrar mi daga de nuevo, pero
un sentimiento innato me advirtió que no lo hiciera. No sé cómo supe con
tanta certeza que no encontraría un enemigo aquí. De hecho, temía que
cualquier acto de agresión pudiera funcionar en mi contra. Si estaba a punto
de localizar un objeto divino, necesitaba tener fe en que todo estaría bien.
Inhalé profundamente y seguí adelante. Las escaleras eran de madera,
semicirculares y curvadas alrededor de un enorme tronco. Tomé pasos
seguros y confiados, la emoción y la inquietud bombeando por mis venas a
medida que me acercaba al fondo. En el nivel del suelo me recibió una
pequeña cámara de piedra, un pedestal solitario en el centro. Y ahí estaba.
Tenía que ser. Hice una pausa, contemplando la pura belleza del espejo que
estaba en exhibición. Elaborado a partir de lo que parecía ser una
combinación de nácar y piedra lunar en bruto, era lo más magnífico que
había visto en mi vida.
Brillaba desde dentro. Me paré frente a él, sin apenas notar las
lágrimas que corrían por mis mejillas hasta que las gotas golpearon el espejo
y chisporrotearon. Dejé mi bolsa y fui a alcanzarlo cuando de repente se
encendieron velas alrededor de la cámara.
Siete sombras fantasmales parpadearon en la luz. No hablaron. No
hicieron ningún movimiento hacia mí. Esperaron. Habían llegado las Siete
Hermanas. No era miedo, sino asombro lo que sentía, en lo profundo de mi
alma. Y una sensación de familiaridad.
—Hola soy…
—Estás a punto de tomar una decisión crítica. Lo que pusiste en
movimiento aquí, no se puede deshacer. —Celestia emergió del extremo
opuesto de la cámara, con sus extraños ojos de luz de estrella brillando.
Debería haberme sorprendido por su aparición, pero no lo estaba—. Ofrezco
una última oportunidad, niña. Aléjate.
—No puedo.
Ella me miró largamente y luego me dio una sonrisa. Era una que había
visto antes, medio escondida detrás de una capa, en lo profundo del Bosque
Madera de Sangre. Ahora estaba sorprendida. La miré por otro segundo,
incapaz de creer la verdad ante mí.
—Tú eres la Anciana. —Ella asintió y tomé un respiro rápido para
digerir la información—. ¿Lo sabe Ira?
—No debemos perder el tiempo hablando de él. Voy a pedir mi favor,
hija. —Se acercó al Espejo de la Triple Luna y lo miró con amor—. Una vez
que actives el espejo, te pido que devuelva mi libro de hechizos.
—¿Eso lo único?
—No niña. —Ella volvió su atención a mí—. Lo es todo.
Celestia me hizo un gesto con la mano y un extraño cosquilleo se
apoderó de mi piel, sintiendo como si hilos invisibles fueran cortados y
estuvieran azotando mi cuerpo en rápida sucesión.
Una ola de magia burbujeó dentro de mí y me sumergí en mi fuente,
casi gritando de júbilo cuando pasé el túnel más allá de la pared que había
estallado.
Ella me miró con complicidad y señaló las sombras. Se separaron de
la pared y se movieron a su lado.
—Cuando recibas tus respuestas, ven a buscarme. Esperaré mi pago
sin demora.
TREINTA Y CINCO
Me hundí en el suelo dentro del árbol mágico y hojeé el libro de
hechizos, el papel crujió como hojas secas mientras mis dedos temblaban. Se
cayó una nota que no había estado allí antes. Lo recogí con cautela y leí las
líneas cuidadosamente escritas.

Samael. Ira. Su nota era inquietantemente similar a la advertencia


emitida por la Anciana, pero para mí, sin importar qué, no había marcha
atrás ni avance hasta que le concediera a mi hermana el descanso y la paz
eternos. Rastreé la S con la que había firmado el mensaje, su verdad que
nunca más podría negar.
No me sorprendía que Ira hubiera encontrado el grimorio robado.
Después de todo, estaba buscando un hechizo para restaurar sus alas
malditas. Sin embargo, me sorprendió que hubiera dejado el libro de
hechizos solo, incluso después de deducir que lo tomaría de su Casa del
Pecado.
Sabía de primera mano cómo la verdad podía cortar tanto como tenía
el poder de curar. Le había mostrado eso. Él había demostrado a través de
sus acciones que no era tan malvado como el mundo creía. Era una espada
de justicia y abatía a los condenados sin emoción.
Un soldado que sigue órdenes, gobernado por el deber y el honor.
Y fui incapaz de decirle que veía eso. Lo veía a él. Era el equilibrio
entre el bien y el mal. No era ni bueno ni malo; simplemente existía, tal como
me había dicho una vez.
Las velas parpadearon salvajemente, proyectando sombras alrededor
de la cámara oscura. La Anciana y las Siete Hermanas habían desaparecido,
dejándome sola con mi tarea.
Ignoré el miedo presionándome, robándome el aliento. Tal vez era mi
roce con una diosa real, algo que no había comprendido del todo en mi
mente, o tal vez era esta cámara subterránea, pero nunca había sido de las
que se volvían aprensivas con los espacios pequeños o en los sótanos. Me
negué a empezar ahora. Estaba tan cerca. Tan cerca de la verdad que me
había eludido todos estos meses.
Si todo iba bien, en minutos, finalmente sabría lo que le había
sucedido a mi hermana.
Hice una pausa. El Espejo de la Triple Luna podría mostrarme los
momentos previos a la muerte de mi gemela. O peor aún, podría ser testigo
de su asesinato de primera mano. Una cosa era encontrarme con su cuerpo
brutalizado después del hecho, pero ver cómo sucedía… me estremecí.
—Sé valiente. —Encontré el hechizo que había marcado unas noches
antes y exhalé. Esto era. No importaba lo que viera ahora, sabría quién le
había quitado la vida a Vittoria—. Pasado, presente, futuro, encontrar.
Muéstrame mi mayor deseo escondido en lo profundo de la mente del
universo.
Al principio, como el hechizo de invocación que usé en Ira, no pasó
nada. Me quedé mirando el espejo de mano, deseando que el mayor deseo de
mi corazón ocupara el primer plano de mis pensamientos. Me imaginé a mi
gemela y, por primera vez en meses, pude imaginarla con toda claridad.
Escuché su risa despreocupada, olí su aroma a lavanda y salvia blanca, sentí
la fuerza de su amor por mí.
Un vínculo tan poderoso que la muerte no pudo disminuirlo.
La luz parpadeó en el espejo, seguida de remolinos de nubes oscuras.
Parecía como si una tormenta se estuviera gestando en el cristal. La magia
zumbó a través del metal, sobresaltándome, pero me sujeté con fuerza, sin
querer apartar la mirada o dejar caer el Espejo de la Triple Luna ahora que
lo tenía.
La tormenta en su interior persistió, pero ahora entraron voces
ahogadas. Mi pulso se aceleró. Deseé que la tormenta que bloqueaba mi
vista amainara, para que me diera la oportunidad de ver a mi gemela.
Lentamente, como si la escena hubiera sido capturada en un tarro de
miel y perezosamente volcada, goteando a la vista, emergió una habitación.
Había ventanas dentro de un rincón. Afuera, montañas cubiertas de nieve se
elevaban sobre la niebla. Tomó un momento ubicarla, pero parecía la cámara
donde Ira tenía prisionero a Antonio.
El punto de vista del espejo se movió más hacia atrás, lo que permitió
ver más espacio.
Parpadeé cuando la silla de cuero de gran tamaño fue claramente
visible. Junto con el humano que había asesinado a mi gemela. Estaba en
medio de una conversación, pero con quienquiera que hablaba estaba fuera
de la vista. Entonces escuché la otra voz. Y mi corazón tartamudeó.
—... bien mi invitación.
Vittoria. Las lágrimas no derramadas picaron en mis ojos cuando me
di cuenta de que debía ser una ilusión. Antonio no había estado hablando con
una persona, probablemente alguien le envió una calavera encantada. No
tenía idea de cómo esta sonaba tan cerca de lo real, especialmente cuando la
mía había sonado un poco mal, pero quería desesperadamente que hablara de
nuevo. No importaba que la voz fuera cortante y afilada en acero, era lo más
cerca que había estado de escuchar a mi gemela en meses.
Rogué silenciosamente a la voz que hablara de nuevo.
Oraciones respondidas, una mujer se acercó a Antonio y se sentó en el
brazo de su silla. Llevaba una gasa lavanda que parecía soplar con una brisa
mágica. Cabello oscuro caía en cascada en rizos sueltos por su espalda y su
piel bronceada prácticamente brillaba. Parecía una pintura de una deidad
romana que cobraba vida. Y, sin embargo, había algo tan familiar en su pose
casual.
—Diosas santas arriba. No puede ser.
La mujer se parecía sorprendentemente a mi gemela. Al menos de
perfil. Se volvió como si sintiera una presencia mágica en la habitación que
no pertenecía. Ojos lavanda, no castaños intensos, me miraron. O a lo que
sea que sintiera sobre el espejo. Su rostro era familiar y extraño a la vez.
Era Vittoria, pero no.
Apenas podía procesar lo que estaba viendo. Mi mente se agitó
lentamente a través de mis emociones mientras ordenaba la imagen que se
me mostraba. Vittoria estaba en la Casa de la Ira. Con Antonio. Debe de
haber venido aquí antes de que la mataran. Pero Ira juró que no la conocía...
y no volvería a dudar de él. Lo que significaba que no era una imagen del
pasado. Era o el presente o el futuro. Y de alguna manera, de alguna manera,
mi hermana estaba viva. Al menos en este reino.
Las lágrimas amenazaron de nuevo, pero las contuve, sin querer
perderme ni un segundo de la imagen que se desarrollaba en el cristal
mágico. La Vittoria del espejo ladeó la cabeza, todavía mirando hacia la
magia que creaba mi presencia. Pensé en su diario, en cómo había afirmado
que podía oír objetos mágicos hablándole. Quizás el Espejo de la Triple
Luna estaba hablándole ahora.
—¡Vittoria! —grité, agitando mis manos—. ¿Puedes oírme?
—Es la hora. —Apartó la mirada de mi dirección y fijó su atención en
Antonio—. ¿Estás listo?
—Sí. —No pude ver la cara de Antonio, pero sonaba sin aliento.
Como si supiera que estaba en presencia de algo impresionante—. Prometo
mi vida a tu causa, mi ángel.
Vittoria le dio unas palmaditas en la cabeza y luego se puso de pie.
—Dame un momento, luego nos vamos.
—¡No! —grité. Si este era el presente, no podría volver a perder a mi
gemela. Casi dejé caer el espejo en mi prisa por llegar al calabozo de la
torre. Me las arreglé para colocarlo en mi bolso y corrí escaleras arriba,
dando vueltas y más vueltas hasta que llegué a la puerta del tronco del árbol.
Me lancé hacia la noche, corriendo por el Corredor del Pecado,
tropezando con las raíces y las rocas que no había notado la primera vez.
Ensangrentada y magullada, empujé más fuerte y más rápido. Tenía que
llegar a la Casa de la Ira. En mucho menos tiempo del que debería haber
sido posible, atravesé las puertas, doblándome mientras recuperaba el
aliento. La daga de Anir estaba en mi garganta.
—Sangre del diablo, Emilia. Pensé... —Envainó su espada y me
ofreció una mano—. ¿Estás herida? Ira no pudo detectarte en ninguna parte.
—¿Dónde está él?
—Estás sangrando.
No me podría importar menos.
—¿Dónde está él?
—Simplemente se fue al Corredor del Pecado. Es el único lugar donde
no puede sentirte.
—Necesito llegar a la torre del calabozo. Consigue a Ira. Ahora.
Anir gritó algo, tal vez una maldición o una súplica, pero no me atreví
a detenerme. No tenía forma de saber si la escena que me habían mostrado
era el presente o el futuro. Pero de una forma u otra, mi hermana estaba aquí
o estaría aquí, y yo no sabía si reír o gritar o derrumbarme en lágrimas.
Subí corriendo las escaleras, arriba y arriba mientras subía con una
energía y una fuerza que parecía no tener fin. Sin detenerme para
recomponerme, abrí la puerta de un tirón. Ira dijo que la había hechizado
para mi mano, y no había mentido.
—¿Antonio? —grité, entrando completamente en la habitación. Una
vela humeaba desde la mesa de la silla, como si acabara de soplarse o
apagarse con un movimiento rápido. Mi mano se movió hacia mi daga. La
habitación no era grande, solo lo suficientemente grande para albergar su
cama, el pequeño rincón de lectura y una pantalla con cortinas para ofrecer
privacidad mientras se lavaba y usaba un orinal. Me quedé mirando la
pantalla. No se oía ningún sonido detrás de ella—. ¿Hola?
Un cosquilleo de inquietud se deslizó por mi columna mientras me
dirigía lentamente hacia la pantalla y lo que se escondía más allá. Tiré de la
cortina hacia atrás y solté un suspiro de frustración.
Allí, junto a una jarra y un lavabo, había otra calavera encantada. Mi
corazón se aceleró cuando me acerqué, esperando, con el cuerpo tenso,
escuchar su mensaje. Cobró vida justo cuando cerraba la distancia con mi
último paso.
—Ven a las Islas Cambiantes, hermana. Tenemos mucho que discutir
sobre cómo romper el resto de nuestra maldición. Las respuestas esperan
tu llegada. Hasta entonces. Aléjate.
No pensé, salté a un lado y el cráneo estalló en polvo brillante, sin
dejar nada más que el escalofriante mensaje resonando en mis oídos. Me
quedé allí, con el pecho agitado mientras lo imposible se hacía real. Mi
hermana estaba viva.
Vittoria vivía.
Me atraganté con una risa loca que brotó de mi garganta. Vittoria
podría volver a casa. Podríamos volver con Nonna y nuestros padres.
Podríamos cocinar, reír y enseñar a nuestras propias hijas a cocinar en Mar
& Vid. La vida se reanudaría. Todavía podríamos tener el futuro con el que
soñamos. Juntas. Y si de alguna manera ella no pudiera regresar al mundo de
los mortales, me quedaría aquí. Sin importar qué, pronto nos reuniríamos.
Ella había estado aquí. La había echado de menos por minutos, segundos.
El alivio alegre descendió lentamente a algo más oscuro a medida que
mi conmoción se desvanecía. Vittoria había estado aquí, tan cerca, y sin
embargo se había llevado a Antonio y desapareció sin verme.
Dejó una calavera encantada con un mensaje. Como si hubiera estado
demasiado ocupada para molestarse con una simple visita a mis aposentos.
O esperar hasta que llegara aquí. Esta noche. Tenía que haberme sentido. Y
aún así se había ido. Como si yo no importara en absoluto y mi corazón
destrozado significara aún menos.
Había pasado meses perdida en la rabia y la venganza.
Meses de dolor y furia.
De luto.
Todo el tiempo, mi gemela estaba viva. Bien. Mejor que bien si su
nueva y poderosa magia era una indicación. Mi gemela había estado
encantando cráneos. Dejándolos como pistas morbosas. Cuando todo lo que
tenía que hacer era colarse en mi habitación. En cambio, jugó conmigo.
Intentó romperme.
Y casi me convirtió en un monstruo.
Inhalé profundamente y exhalé. El aire como fuego en mis pulmones.
Las lecciones de Ira sobre el control de mis emociones se incineraron ante
mi furia. Mi gemela estaba viva. Ella había venido por Antonio. Y no había
sido para atacarlo o hacerle pagar por lo que había hecho.
Por el contrario, él parecía como si hubiera recibido una bendición. La
llamó su ángel. Como en el ángel de la muerte que había mencionado la
noche en el monasterio. Pensé que se estaba refiriendo a Ira u otro príncipe
del infierno. Si nunca mató a Vittoria, eso significaba que nunca había sido
influenciado por un príncipe demonio. Todavía no tenía pruebas, pero tenía
nuevas sospechas.
Engaño. Mentiras. Traición.
Todas las palabras que había asociado con los Malignos ahora
pertenecían a Vittoria. Ella había orquestado todo: una dramaturga que
elaboraba su propio cuento retorcido, repartiendo papeles para jugadores
desprevenidos, incluida yo misma. Y estaba harta de ser un peón en su juego.
No importaba que su objetivo final fuera romper la maldición, no tenía
derecho a mentirme. A mantenerme en la oscuridad. Ya no estaba envuelta en
sombras. Estaba ardiendo de rabia.
Me picaban las manos. Miré hacia abajo, notando los pequeños cortes
en mis palmas donde mis uñas se clavaron con tanta fuerza que me rompí la
piel. Exhalé, acumulando el fuego de la ira por fin.
Tenía un nuevo plan, una nueva dirección. Con mucho gusto haría una
visita a mi amada hermana. Y yo no podría evitarlo si pronto se arrepintiera
de haber extendido su invitación. Ya era hora de que Vittoria conociera a la
bruja furiosa e implacable que había ayudado a crear.
Giré sobre mis talones y me dirigí hacia la puerta. Las Islas
Cambiantes llamaban. Pero había una última cosa que tenía que hacer antes
de dejar la Casa de la Ira.

Caminé por los pasillos, la mente dando vueltas con estrategias y


planes. Ya no me importaba quién había empezado a jugar a estos juegos.
Brujas. Los Malignos. Mi gemela. Y todas las criaturas malditas y temidas
en el medio. Si mi hermana estaba viva, eso ponía en tela de juicio los
asesinatos que ocurrieron antes y después del suyo. ¿Alguna de las brujas
estaba realmente muerta o era parte de una conspiración mayor para
acumular más poder o transferirlo? No tenía idea de qué más ganarían los
verdaderos “asesinos” cometiendo asesinatos falsos, a menos que tuvieran la
esperanza de incitar a una guerra entre reinos, y no simplemente romper la
maldición.
Y una guerra era algo que me negaba a dejar que sucediera.
Independientemente del plan de mi gemela, protegería a mi familia y al
mundo mortal a toda costa.
Cada paso que me acercaba a las habitaciones de Ira traía una mayor
sensación de claridad. Mi elección fue hecha. Y lo único que lamentaba fue
el tiempo que tardé en llegar aquí.
Pateé su puerta y miré a mi alrededor. La sala de recepción estaba
vacía, el fuego se había acumulado. Ira no había visto su suite en toda la
noche. Debía de haber comenzado a buscarme poco después de que me fui.
Incluso después de dudar de él, dudar de la bondad en su corazón. Su alma.
Me había buscado.
Me quité la capa, caminé hacia su dormitorio, agarré una botella de
vino de baya demoníaca de un estante y continué hacia su balcón. Podía
sentir mi paradero general aquí a través de nuestro tatuaje. Tenía pocas
dudas de que me encontraría lo suficientemente pronto. Abrí el corcho y bebí
un sorbo de vino directamente de la botella, mirando al lago. A esta hora, las
aguas carmesíes parecían un charco de sangre derramada. Era una especie de
presagio. Y por una vez, le di la bienvenida.
Un humo negro reluciente se elevó hacia mí con una brisa mientras el
rey de los demonios se acercaba, su voz era un retumbar bajo de trueno en
mi oído.
—Emilia.
Me volví lentamente y lo miré. El peligro acechaba en su mirada, junto
con su homónimo pecado. No era el único que estaba enojado, pero mi ira no
estaba dirigida a él; él fue el único que me mantuvo anclada. Me sumergí en
la fuente de mi magia, liberando toda la rabia y la furia que había estado
reprimiendo desde que vi a mi gemela. Mi poder respondió a mi llamado de
inmediato.
Levanté las manos, la atención se centró en el rostro de Ira cuando una
flor ardiente apareció en cada una de mis palmas. No hubo ningún destello
de sorpresa. Sin abrir los ojos ni apretar la boca. Solté mi control sobre mi
poder, permitiendo que se quemara. Las flores se carbonizaron hasta
volverse negras, las diminutas brasas de oro rosa moribundas fueron las
únicas motas de color antes de que la brisa se llevara las cenizas.
Ira sabía que poseía este talento. Este poder. Y nunca lo había
mencionado. Quería saber qué más sabía sobre mí, qué otros secretos aún no
había descubierto sobre mi pasado.
La Anciana me dijo que resolviera el misterio de mí mismo. Y tenía la
intención de hacer precisamente eso.
Quizás, sin importar lo que Celestia hubiera dicho en su cámara de la
torre, yo realmente era la Primera Bruja, y este bloqueo en mis recuerdos era
el precio que había pagado por usar magia oscura. Eso sin duda explicaría
por qué Nonna me advirtió de ciertos hechizos.
Apreté los dientes, recordando la forma en que nos hacía bendecir
nuestros amuletos durante cada luna llena. ¿Sabía ella la verdad de quién era
yo? Tenía que. Y su traición tallaba profundamente.
Tal vez, a diferencia de lo que dijo Nonna sobre nuestros amuletos que
nos escondían del diablo, mi cornicello, sus alas, en realidad se habían
usado para mantener mi poder bajo control, no el suyo. Y si eso fuera cierto,
entonces tal vez Ira tomó mi amuleto no solo para su beneficio sino para el
mío. Definitivamente, mi poder había cambiado desde su eliminación.
Exhalé, concentrándome en la pregunta a la que quería responder
primero.
—¿Cuánto tiempo has sabido que puedo convocar fuego? —Apretó los
labios. Negué con la cabeza, riendo amargamente—. Mi gemela está viva.
Aunque sospecho que eso también lo sabes.
Emoción finalmente parpadeó en sus ojos, pero permaneció en
silencio, atento. En guardia. Como si yo fuera algo a lo que temer. No se
equivocaba.
—Quiero respuestas.
No esperaría a que mi gemela me diera su versión de la verdad cuando
la viera por la mañana. Quería reunirla yo misma. Comenzando ahora. Miré
a Ira. Una vez, me dijo que estudiara a mis enemigos de cerca. Buscar algún
signo de verdad en sus gestos. No estaba hablando. Y era inusual.
—A juzgar por tu silencio, imagino que esta es la maldición en juego
de nuevo. Estamos eludiendo cosas que no quiere que yo aprenda. —Un
destello de aprobación entró en su mirada. Desapareció en el siguiente
instante—. Si acepto el vínculo matrimonial, tengo la extraña sensación de
que algo de eso cambiará. Es posible que la maldición no se rompa por
completo de esa manera, pero creo que hay algunos lazos más poderosos que
la magia oscura. Y no hay nada más peligroso que el amor, ¿verdad? La
gente lucha por ello. Mueren por ello. Cometen actos de guerra y traición y
todo tipo de pecado en su nombre.
Yo lo sabría. Había estado dispuesta a hacer cosas horribles para
vengar a mi gemela.
Algo parecido a la preocupación brilló en sus ojos.
—Los sentimientos no son hechos.
—Interesante.
Mi boca se curvó seductoramente. Ira acababa de mentir. De la manera
más cercana que pudo.
Maldita fuera la maldición, él todavía quería que ejerciera mi poder
de elección. Aceptar nuestro vínculo sin que fuerzas externas interfieran en
mi libre albedrío. El príncipe de los tratos estaba perdiendo una mano
ganadora. Y lo estaba haciendo por mí. Siempre por mí.
—Háblame de nuestros amuletos, tus alas. Quiero saber por qué
Vittoria y yo realmente los usamos. ¿Fue para mantener nuestro poder atado,
o fue como decía mi familia: una forma de ocultártelos?
—No tengo pruebas, pero creo que ambas son ciertas. También he
estado investigando la posibilidad de que se hayan hechizado para asegurar
que te olvides de ciertas cosas.
—Me hiciste usarlos en los Bajíos de Medialuna para probar eso. —
Inhalé mientras él asentía con la cabeza en confirmación. Al menos su
expresión era de culpa.
—Esperaba que las propiedades de verdad de los bajíos eliminaran
cualquier bloqueo en tu mente. No anticipé la reacción extrema que causó.
—¿Realmente cierran las puertas del infierno?
—Sí.
Internamente solté un suspiro de alivio. Al menos no todo lo que me
habían dicho era mentira.
—Tengo una última pregunta por ahora, su alteza. —Puse mi mano
sobre su pecho, sintiendo los golpes constantes bajo mi toque. Su atención se
centró en esa pequeña conexión antes de arrastrarla de regreso a la mía—.
Finge que no hay maldición. Ni esponsales mágicos. O impulsos románticos
creados por nuestro vínculo. ¿Me elegirías? Para reinar a tu lado. Para ser tu
reina. Tu amiga. Tu confidente. Tu amante.
—Emilia...
—Me engañaste para que hiciera un trato de sangre contigo antes de
que cruzara al inframundo. ¿Recuerdas lo que dijiste? —Juraba que su
corazón tartamudeó un latido antes de acelerar furiosamente su ritmo—. Me
dijiste que nunca hiciera un trato con el diablo. «Lo que es de él es de él».
—Fue una forma de hablar. Un pacto de sangre no equivale a posesión.
—Quizás no técnicamente. —Mi mano se apartó y di un paso atrás—.
Lo hiciste como otro medio de protegerme. En caso de que no quisiera
aceptar nuestro vínculo. Dijiste que ningún otro príncipe del infierno sería
tan estúpido como para desafiarte. Era tu forma secreta de ofrecerme una
salida a cualquier contrato con otra Casa demoníaca. El pacto de sangre que
hice con Orgullo incluido. ¿Me equivoco?
—No.
—No respondas ahora, pero quiero saber si lo que dijiste entonces se
mantiene.
—Tendrás que ser más específica. Dije muchas cosas.
—Si todavía soy tuya.
Él se quedó quieto. Mis palabras colgaron entre nosotros, pesadas y
persistentes. Como su mirada.
—Si lo soy, te diría que eres mío. Que te estoy eligiendo como mi
esposo. No hay nadie con quien prefiera confrontar a mis demonios, ningún
alma con la que viajaría por el infierno. Y no quiero a nadie más a mi lado
cuando vaya mañana a las Islas Cambiantes.
Se quedó callado durante un largo momento, pareciendo medir mi
sinceridad y sopesarla con sus propios sentimientos.
—¿Y si no necesito tiempo para pensarlo?
Gracias a la diosa.
Exhalé silenciosamente y me moví desde el balcón a su dormitorio,
tirando de los hilos de mi túnica hasta soltarlos mientras pasaba junto a él.
Miré por encima del hombro, notando con satisfacción el deseo que
oscurecía su mirada mientras me quitaba la camiseta del cuerpo y la dejaba
caer al suelo.
—Entonces sugiero que vengas a la cama, majestad.
MATERIAL BONUS
UNO
Príncipe de la Ira
(Originalmente el capítulo uno de Kingdom of the Wicked)

Las paredes de obsidiana en la sala del trono de Orgullo reflejaban mi


estado de ánimo oscuro, lo quisiera o no. Las antorchas colocadas en
candelabros con forma de serpiente se encendían con cada una de mis
respiraciones, el fuego reconociendo a su amo, mientras llamas
sobrenaturales escupían hacia el techo tallado en hueso. Mi hermano estaba
preocupado y no se dio cuenta. Exhalé lentamente, ignorando las sombras
humeantes que bailaban en celebración a través de los inmaculados pisos de
mármol.
Esta no era una visita bienvenida.
Una mujer joven yacía despatarrada en el altar ante el diablo, su
vestido de gasa hecho jirones hasta los muslos. Él no estaba mirando su
vestido hecho jirones o la pierna desnuda, cubierta de polvo de oro, que
colgaba de la mesa de una manera que se suponía debía ser seductora. Su
mirada estaba fija sobre su corpiño, la línea de su mandíbula estaba tensa.
Había visto esa mirada innumerables veces antes.
Usualmente conducía a derramamientos de sangre.
Esta potencial rompedora de maldiciones había sido asesinada
momentos antes de la ceremonia, su corazón arrancado de su pecho. De
nuevo el órgano faltante no podía ser encontrado. Algunos en el reino
culpaban a los demonios menores, ya que aparentemente eran los únicos con
algo que ganar con las muertes.
Yo no estaba tan seguro. Esto era demasiado calculado para aquellos
que se contentaban con luchar entre sí en los Siete Círculos por la eternidad.
Estos asesinatos apestaban a conspiración y traición del más alto nivel.
Lo que significaba una de dos cosas: o las diosas habían respondido a
las oraciones de la bruja y ella finalmente se estaba vengando o uno de mis
hermanos estaba aburrido.
Los príncipes del infierno se entregaban a juegos letales,
prefiriéndolos más que acostarse con quien se ofrecía para sus pecaminosas
actividades nocturnas. Tenía la intención de averiguar qué hermano se
jugaría el futuro de nuestro reino por capricho, y luego apuñalarlo. De todos
los juegos estúpidos que habían jugado, este nos condenaría a todos.
Las sombras a lo largo del techo produjeron garras. Casi podía
escuchar el áspero roce de sus uñas contra el hueso y luché por volver a
centrar mis pensamientos. Una hazaña considerable, ya que anhelaba clavar
una daga en el siguiente demonio menor que se cruzara en mi camino.
A juzgar por el olor metálico de la rabia que espesaba el aire, el
estado de ánimo de Orgullo se estaba volviendo tan oscuro como el mío. En
respuesta al cambio emocional, mi magia se deslizó por el espacio que nos
rodeaba: una serpiente oliendo furia en el aire y esperando atacar. Yo, junto
con los otros príncipes demonios, estaba cada vez más furioso con cada
asesinato. Había que hacer algo antes de que fuera demasiado tarde. Una
cosa era estar condenado y otra estar maldito.
—Era hermosa, ¿no es así? —preguntó Orgullo de repente.
Apreté la mandíbula. Su belleza no importaba y era un extraño aspecto
en el cual enfocarse. Como si la única tragedia fuera la pérdida de su
apariencia. Su juventud. Su alma siendo apagada como una vela era una mera
inconveniencia. Una vida efímera indigna de duelo. Y después de lo que
sucedió, había dejado de notar algo más que la belleza de las armas
finamente elaboradas de todos modos.
Estudié sus rasgos desde mi posición cerca del pie de la tarima. Ella
encajaba exactamente en el perfil. Cabello oscuro, ojos oscuros, rostro en
forma de corazón. Su piel el bronce dorado de muchos en el Mediterráneo.
Incluso en la muerte parecía una diosa digna de gobernar el infierno. Todas
lo habían hecho.
Llamas con puntas plateadas ardían con más fuerza alrededor de la
cámara, recordándome que respirara.
—Si no terminamos esto pronto —dijo Orgullo—, ya sabes lo que
sucederá.
Asentí por cortesía. No había una criatura en el inframundo que no
fuera consciente de las consecuencias. Había algunas leyes que incluso
nosotros, los príncipes del infierno, no podíamos doblar ni romper.
Ciertamente lo habíamos intentado.
—¿La sangre indica alguna Casa? —Ya había adivinado la respuesta
pero quería confirmación.
La ira azotó como un látigo a su alrededor.
—No se pudo detectar nada. La probé yo mismo.
Cuando una muerte era reciente, un príncipe demonio podía reunir
pistas de la sangre derramada. A menudo, otros demonios dejaban una leve
huella de sí mismos. Era extraño que no hubiera nada. Lo que solidificó mi
sospecha anterior: un príncipe demonio no era responsable de los corazones
perdidos.
—Necesitamos discutir la estrategia en caso de fallar.
La voz de Orgullo era hueca, y apreté los dientes para mantener mi
magia controlada. Su comportamiento apático no había pasado
desapercibido en la corte. Gruñidos de molestia provenían de al menos dos
casas: la Casa de la Pereza y la Casa de la Gula, mis dos hermanos
normalmente preocupados por asuntos más egoístas. No dudaba que Avaricia
y Envidia estuvieran conspirando en silencio, también. Hace años, se
rumoreaba que habían ayudado a asesinar a la esposa de Orgullo y a su
hermana. El ataque fue tan violento y brutal, que solo quedaron unos pocos
mechones de cabello ensangrentado de cada una de ellas.
Cuando le llegó la noticia, el diablo casi arrasó con ambas Casas,
buscando señales de su traición. Arrasó haciendas del campo. Asesinó a
nobles menores. Destripó a sus amantes y alimentó con sus entrañas a sus
sabuesos del infierno. Un mensaje para los príncipes de la Casa de la
Avaricia y la Casa de la Envidia: mírenme devorar a todos sus súbditos sin
importancia. Su ira quemó el inframundo, y los príncipes demonios
recordaron cómo se había aferrado a ese maligno trono.
Una vez que el humo y la sangre se despejaron de su devastación,
envió a otros a limpiar los escombros. No encontraron nada, y él se resistía
a golpear a otro príncipe del infierno directamente sin pruebas irrefutables.
Para evitar una guerra interna, el diablo decidió buscar venganza por su
amor perdido de una manera más sutil. Fue la decisión controlada de un
comandante.
Por una vez, su pecado maldito no se interpuso en su camino.
Ahora, en lugar de destrozar el reino de los mortales para descubrir
quién estaba matando a las del linaje que necesitábamos para poner fin a la
maldición, Orgullo se encerraba en habitaciones privadas, metiendo la nariz
en libros y grimorios que había robado a brujas legendarias. Como si no
fueran las mismas criaturas responsables de nuestro predicamento. Me había
llevado algo de tiempo, pero finalmente había juntado la verdad de lo que
había sucedido. Y la bruja solo podía esconderse por un tiempo.
Mantuve mi puño cerrado a mi lado.
—Recogeré personalmente la próxima alma.
Su atención se dirigió a la mía y una nueva chispa encendió su mirada.
Inteligencia y astucia brillaron en ella.
—¿La poderosa Casa de la Ira va a ensuciarse las manos con mi último
plan? El infierno realmente se congeló. Es un trabajo delicado. Tendrás que
jugar bien.
Me evaluó, un pequeño ceño formándose. Mi traje negro tenía una
filigrana metálica en los puños, y serpientes gemelas con bordes dorados
biseladas en lados opuestos de mis solapas, haciendo juego con la serpiente
dorada tintada permanentemente en la parte superior de mi mano y
enrollando mi antebrazo. Casi me veía respetable.
Eso, si alguien no me conocía o a la bestia que acechaba dentro.
Orgullo me miró de cerca, sabiendo exactamente qué tipo de oscuridad
persistía debajo de mi piel.
—¿Puedo confiar en que entregarás a la próxima a mi Casa real?
—Sí.
—¿Qué puedes ganar ayudándome? —preguntó, como si no lo supiera.
Esperé. Yo no jugaba a los juegos que a él le gustaban, y lo sentí buscando
un camino debajo de mi armadura emocional. La molestia parpadeó en el
aire mientras pretendía entenderlo—. Ah. No tan valiente, ¿verdad?
Muy pocos habitantes elegidos en el infierno podían comprar la
libertad recolectando almas. A lo largo de los años, casi había aportado la
cantidad necesaria para saldar mi deuda. Necesitaba una más, entonces sería
libre de elegir mi destino. Podía quedarme y gobernar mi Casa real por la
eternidad, yo podría caminar entre los humanos sin restricciones de tiempo.
La mayoría de los príncipes podían visitar el reino de los mortales ahora,
pero no podíamos habitarlo por más de unas pocas horas sin regresar al
verdadero inframundo. De lo contrario, nuestros poderes comenzarían a
disminuir, dejándonos vulnerables a los ataques. Había algunas formas raras
de evitar esta regla, pero requerían un vínculo de sangre dado libremente.
Gracias a la maldición, Orgullo nunca podía irse.
Hubo una vez, en la que yo estuve contento con la ardiente pasión del
amor y habría permanecido en este reino maligno para siempre. Fue un tonto
error que nunca volvería a cometer. Ahora ansiaba poder más que dinero o
sangre o lujuria. Y no había mayor poder que la elección. Mentiría por ello.
Robaría, engañaría, mutilaría y asesinaría. Si no lo hubiera hecho ya,
vendería mi alma por ello. Si me comprometía a traer viva a la elegida de
Orgullo, convertiría el infierno en el cielo si tuviera que hacerlo. Y el
bastardo demonio lo sabía.
—Todo tiene un precio. —Enseñé mis dientes en una apariencia de
sonrisa. La visión normalmente causaba que los hombres temblaran. Pero
este no era un mortal que se acobardaba ante mí—. ¿Quieres mi ayuda o no?
Esto se está volviendo tedioso.
Mi hermano solo me devolvió la sonrisa, una oscura diversión
destellando en sus rasgos. Casi podría ser confundido con un humano si no
fuera por las casi imperceptibles manchas rojas en sus iris plateados, o la
energía oscura que sutilmente palpitaba a su alrededor como un segundo
latido.
—No tienes que esperar mucho —dijo—. La próxima está programada
para ser recogida esta noche.
Mantuve la sorpresa fuera de mi rostro. Si ya había cazado a otra
potencial rompedora de maldiciones, tal vez no estaba planeando rendirse a
la condenación eterna o la destrucción de nuestro reino por el momento. El
latido constante de un nuevo desafío latía junto a mi corazón. Era una
llamada a la batalla, una que mi esencia misma no podía ignorar.
—Encuentra a un hombre llamado Francesco. Estará en el patio de la
catedral al anochecer y tendrá un sobre sellado con una ubicación para la
reunión. Es más seguro para él pasar el mensaje así. —Orgullo hizo un gesto
alrededor de la cámara. Las sombras y el humo se retorcían dentro de las
paredes opacas talladas en gruesas losas de obsidiana—. Estos muros tienen
oídos últimamente.
Mi hermano volvió a mirar a la joven en el altar con su expresión
ilegible. Me pregunté si él veía a su amante maldita y a su hermana en todas
las mujeres asesinadas así como yo lo hacía. Si eso lo hacía arder de rabia
por la sangre que le habían robado, o si permitía que la tristeza entrara en su
corazón. Por su bien, esperaba que ganara la rabia. No había piedad aquí en
el infierno.
—Esta próxima es prometedora —dijo, sin dejar de mirar a la mujer
muerta. Por un momento pareció que se acercaría y alisaría su cabello.
Parpadeé y su expresión era dura como el hielo. La rabia brilló en sus ojos
—. Si puedes asegurarte de que viva lo suficiente como para romper nuestra
maldición, la libertad es tuya.
Incliné la cabeza y me volví para irme.
—Una cosa más. —Algo en su voz cambió. Fue casi una burla. Me
enfrenté a él, refrenando mi magia—. No creas que he olvidado tu situación,
Ira. Si no recuerdo mal, tienes seis meses para asegurar tu propia Casa.
Querrás encargarte de eso antes de que acabe el tiempo, incluso si decides
irte. —Su sonrisa era lenta y feroz: una víbora en un pozo de serpientes
igualmente letales. Mi magia siseó en respuesta—. Sería un pecado si
comenzaras desde el principio. Especialmente tan cerca de ganar tu libertad.
Nos quedamos allí, con las miradas encerradas en una batalla
silenciosa, ninguno de nosotros estaba dispuesto a apartar la mirada primero.
Permití que un poco de la magia que había estado apisonando se liberara.
Era solo una fracción del poder que recorría mis venas, pero el techo
retumbó. Su enfoque se apartó bruscamente cuando el polvo flotó como las
cenizas de mis enemigos.
Él había olvidado de con quién estaba hablando.
Cuando su atención se posó de nuevo en mí, las llamas se reflejaron en
sus irises ahora casi negros, mientras un fuego con puntas plateadas rugía a
nuestro alrededor. Ya no podía decir si el infierno respondía a su ira o a la
mía.
—Lo tendré en cuenta, Alteza.
Esta vez, no pretendí inclinarme.
Sin pronunciar una palabra más, dejé el Reino de los Malignos.
TRES
Príncipe de la Ira
(Originalmente el capítulo tres de Kingdom of the Wicked)

Si no fuera por la distracción a causa del olor de la sangre, sería una


buena noche. Una gran carroza de madera pintada de color turquesa y
amarillo me bloqueaba de la vista mientras empujaba al traicionero mortal al
oscuro nicho junto a la catedral, su cráneo crujiendo contra la piedra. Dos
bueyes detuvieron la carroza en el patio, y sus colas se movieron ante la
conmoción detrás de ellos.
De pie orgullosamente a bordo de la carroza había una estatua de Santa
Rosalía, sosteniendo una rosa en una mano de piedra y sus faldas largas
apretadas con fuerza en la otra.
Guirnaldas de rosas y plumeria estaban colgadas a los lados del carro,
añadiendo una nota floral al aire cítrico. La creciente multitud vitoreaba
mientras la procesión entraba a raudales en la catedral, el estruendo de
cientos de voces rodando alrededor de la mezcolanza de estilos góticos,
barrocos, moriscos, normandos y neoclásicos de la arquitectura.
—¡Viva Palermo y Santa Rosalía!
—Sonreí y volví a mi impía tarea. Sus gritos ahogaban los que venían
de mi lugar oculto. Fue una suerte que llegara durante el ruidoso festival.
Más suerte aún que el desfile terminara en este patio, justo antes de que
estallaran los fuegos artificiales.
La mayoría de la gente estaba demasiado ocupada bebiendo y
celebrando la victoria de la santa de la vida sobre la muerte para notar la
violenta perturbación en el callejón oscuro. Dada su historia, resultaba
bastante irónico que yo terminara aquí, con un mortal luchando por su
patética vida. Aunque él eligió este camino, al igual que la amada santa
eligió su propio destino.
Según la leyenda, Santa Rosalía le dijo a su noble familia que se
fueran a la mierda cuando la obligaron a contraer matrimonio por
conveniencia. En cambio, se convirtió en ermitaña, eligiendo vivir la vida
sola y en sus propios términos. Siglos después de morir en una cueva
olvidada, su espíritu encontró un cazador y le pidió que recuperara sus
restos. Él llevó sus huesos de regreso a su ciudad llena de plagas para un
entierro apropiado, y las personas que estaban en el camino sanaron
milagrosamente.
Esta noche no habría curación involucrada. Yo estaba lejos de ser un
santo.
Me apoyé con fuerza en mi antebrazo, notando la incomodidad que vi
cuando el rostro del hombre se enrojeció de rabia. Quería apuñalarme con la
daga escondida en su bota. Poco sabía él que eso solo alimentaría más mi
magia. Lo que a su vez le inspiraría más violencia y furia.
Un círculo vicioso diseñado en beneficio de un príncipe demonio.
La sangre goteaba de la nariz del humano a su túnica, verla me llevó a
un casi frenesí. Las brujas creían que anhelábamos su sabor, pero los
príncipes demonios no solían beber sangre. Era el poder lo que nos
embriagaba. Y no había mayor muestra de poder, mejor seductor,
especialmente para el general de la guerra, que el inmenso poder de voluntad
que se necesitaba para frenar la sed de sangre una vez que comenzaba.
—Te hice una pregunta simple, Francesco. La repetiré una vez para tu
beneficio.
Agregué un encanto cortés a mi tono, y el hombre se estremeció. Hace
mucho tiempo aprendí que la violencia disfrazada bajo un barniz de cortesía
provocaba más terror en los mortales que cuando gruñía. Esperaban que la
brutalidad viniera vestida con cuero salpicado de sangre y escupiendo
repugnantes maldiciones, no vistiendo trajes finamente hechos y modales
aristocráticos.
Una lástima por ellos. He encontrado más víboras en palacios dorados
que en chozas destartaladas. Cualquiera lo suficientemente valiente o
estúpido como para visitar una de las siete Casas del Pecado aprendería eso
con bastante rapidez.
—¿Quién abrió mi carta y trató de volver a sellarla? ¿Tú? —Levanté
las cejas, esperando una respuesta. Él gorjeó y arañó el brazo que aún estaba
presionado contra su tráquea, sus uñas se engancharon en mi puño. Pronto se
daría cuenta de que sus esfuerzos eran infructuosos. Podía quedarme aquí
hasta que sus huesos se convirtieran en polvo.
Si yo fuera tan paciente, si…
Él rasgó una de mis malditas costuras con su agitación, destruyendo las
delicadas puntadas de filigrana dorada. Ahora tendría que buscar otra
chaqueta de traje, y ya estaba retrasado. Mi pecado de elección retumbó a
través de mí, haciendo que mi cuerpo se tensara con el esfuerzo que tomó
contener mi furia.
Cerré los ojos y conté. Una vez que el impulso de aniquilarlo pasó,
puse más peso detrás de mi agarre, ignorando la forma en que sus ojos
sobresalieron. Tomaría tan poco esfuerzo arrancarlos de su cabeza y
alimentar con ellos a mis sabuesos del infierno más tarde.
Detrás de mí, Anir suspiró. Para ser un joven corpulento, tenía un
estómago débil. Pero tenía razón. Si yo asesinaba a este mortal sería
satisfactorio, dada su traición y el costo que mujeres jóvenes habían pagado
por ello, pero no obtendría respuestas. Alivié la presión y Francesco tragó
aire como un pez. Me divertiría si no estuviera listo para arrancarle la
yugular.
—¿Te sentirías más cómodo hablando con mi espada en tu garganta?
La piel dorada de Francesco palideció.
—N-n-no. P-p-p-por favor, no.
—Excelente. Entonces esto debería ir mucho más rápido ahora. —
Sonreí con un destello de dientes que pareció poner a Francesco a punto de
orinarse—. ¿Abriste mi carta antes de entregarla?
Él asintió con la cabeza antes de responder.
—S-sí.
—¿Alguien te pidió que lo hicieras?
—N-no.
—¿Trabajas para alguien que tenga conocimiento de los asesinatos
aquí? —pregunté. Su frente se arrugó. Aparentemente, necesitaba ser más
específico. Suspiré—. Las mujeres jóvenes. Todas de cabello oscuro,
bonitas.
Tembló.
—N-n-no, signore.
Un ligero pinchazo a lo largo de mi piel indicó la mentira.
—¿Qué leíste en la carta?
—Su atención se disparó detrás de mí, buscando ayuda o misericordia.
Ninguna de las cuales encontraría.
Anir podría pensar que mis métodos eran complicados, pero era leal.
Antes de que Francesco mirara de nuevo, mi espada estaba fuera.
Sonreí cuando el primero de los fuegos artificiales destelló, convirtiendo la
superficie brillante en un dorado destellante que combinaba con mi tatuaje.
Él lentamente arrastró su atención de la daga a la serpiente entintada
enroscada bajo mi manga, y finalmente a mi cara. Vi la profundidad de su
miedo; su expresión fácilmente legible en la forma en la que la de todos los
mortales aterrorizados lo eran. Solo apartó la mirada por un segundo, sin
embargo, mi espada ahora bailaba en mis manos. Una hazaña no imposible
para un hombre, per se, pero lo suficientemente extraña como para hacer que
se le acelerara el pulso de nuevo.
Como muchos otros antes que él, estaba calculando las probabilidades
de ganar una pelea. Casi vi el momento exacto en que se dio cuenta de que lo
cortaría de oreja a oreja y desaparecería mucho antes de que incluso
comenzara a ahogarse con la sangre. Sonreí de nuevo, mi expresión prometía
que cualquier pesadilla que acababa de crear se convertiría en su realidad.
El terror, descubrí, era una herramienta excelente para este tipo de
interrogatorios. Menos sangriento para el mortal y menos tiempo perdido
para mí.
Continuó mirando, una lenta conciencia se apoderó de su expresión. Le
sostuve la mirada, desafiándolo a que formara el pensamiento. Por primera
vez notó el color de mis ojos. Conocía las leyendas. Todos habían escuchado
las historias de los siete príncipes del infierno, aunque tenían muchos
nombres para las criaturas gobernantes del inframundo.
Una vena en su cuello palpitaba de la manera más tentadora. La ignoré,
no fuera que la abriera accidentalmente con los dientes. Vi su terror
disolverse en algo más cercano a la acción. Su garganta se balanceó mientras
tragaba, su decisión tomada.
Habiendo tratado con los de su clase durante años, sabía lo que diría
antes de que pronunciara las palabras.
—No vi nada, signore.
—Las mentiras son la puerta al infierno. —Hice girar la hoja en mi
palma, apunté hacia abajo. La miró con incredulidad. Sin marcas, sin sangre.
Al menos por lo que pudo decir—. ¿Es ese el camino que te gustaría tomar?
—Sacudió la cabeza, su atención todavía estaba fija en mi mano
aparentemente ilesa. Envainé mi daga. De todos modos, era para el
espectáculo. El arma letal que poseía era mi mente—. Una vez más, con un
poco de verdad.
—Y-yo… vi una fecha, signore. —Se tragó el nudo de nuevo miedo
que olí antes de que visiblemente subiera a su garganta—. Y-y-y una
dirección. ¡Nada más, lo juro!
El aire a nuestro alrededor latía con energía. La música comenzó en el
patio, el alegre sonido de la celebración alcanzó un crescendo y el cielo se
iluminó con crepitantes rayas de color. Los cielos explotaron con un
estruendo que hizo crujir mis dientes a medida que se acercaba el final. El
poder surgió a través de mí. El mortal estaba cada vez más inquieto,
enojado. Sus emociones se filtraban y alimentaban mi siempre voraz magia.
—¿Qué fecha y dirección viste, Francesco?
—E-e-el monasterio capuchino. E-e-esta noche.
Mi daga estuvo debajo de su barbilla en un instante, la punta presionó
lo suficientemente fuerte como para que una gota de sangre se deslizara por
el metal. Hizo falta toda mi fuerza de voluntad para no clavar la daga en la
piedra y cortar su médula espinal, salvándolo a él, y a otras mujeres, de su
futura estupidez.
—Si alguna vez vuelves a hablar de esto, te cortaré la lengua. Luego
tallaré tu corazón. ¿Lo he dejado claro? —Me dio la más mínima insinuación
de un asentimiento, con cuidado de no cortar su garganta—. La próxima vez
que tengas la tarea de llevar un mensaje para mí, no permitas que la
curiosidad se apodere de ti. Esa condición a menudo resulta mortal. —
Ignoré el hilo de orina que corrió por su pierna mientras dejaba caer mi arma
—. Vete ahora.
Huyó hacia la seguridad de la celebración, sin volverse nunca.
Sentí a Anir asomándose detrás de mí, su desaprobación irradiando y
arruinando los efectos de mi ira. Apreté los dientes.
—¿Qué?
—No tenías que asustarlo hasta orinarse.
Pensé en la ira que Francesco podría haber enfrentado si alguno de mis
hermanos hubiera descubierto su traición en cambio. El mortal lo habría
pasado mucho peor que simplemente orinarse sobre sí mismo en el callejón.
Al menos ahora podía arrastrar sus pantalones sucios a casa y darles las
buenas noches a sus hijos y esposa. Es mejor que sufra su orgullo que su
vida llegue a un final violento en el Reino de los Malignos.
Levanté mi puño a la luz de los fuegos artificiales, frunciendo el ceño.
Necesitaba conseguir otra chaqueta antes de mi próxima parada. El cielo
prohibiera que no regresara al infierno con mi mejor aspecto. La Casa de la
Ira no podía permitirse el lujo de mostrar signos de debilidad. Un hilo
partido incitaría rumores de debilitamiento, y luego tendría que hacer algo
dramático para aplastarlos. Y odiaba el teatro forzado.
El humo descendió de los fuegos artificiales, borrando el olor a rosa y
plumeria con toques de azufre. Era hora de irse.
—Vamos. —Caminé más profundamente en las sombras—. Nos
quedaremos en los callejones hasta que me cambie.
Anir gruñó cuando dejamos la fiesta de la santa para hacer el trabajo
del diablo.

No importaba a qué reino viajara, el caos me ensombrecía y los


problemas acechaban aún más por detrás. Cuanto más me demoraba en un
lugar, más violencia salía de las grietas, con la esperanza de ganar mi
aprobación. Hubo un tiempo en que le daba la bienvenida. Y no fue hace
tanto tiempo que la discordia ya no me tentaba alimentando mi pecado
maldito.
Cuando giramos por la siguiente calle y entramos en un callejón más
oscuro y estrecho creado a partir del espacio entre edificios de colores
vivos, no me sorprendió el cuerpo. No necesitaba estar cerca para oler la
muerte en el aire. Empecé a sospechar antes de doblar la esquina y la silueta
caída era toda la confirmación que necesitaba. Escaneé el área,
asegurándome de que estábamos solos.
Ropa colgaba suspendida entre los edificios y se sonaba con la brisa
como dientes. El siniestro ruido podría infundir miedo en los corazones de
los mortales, pero para mí sonaba como la tapadera perfecta para un crimen.
Los golpeteos ayudarían a tapar el sonido de cualquier refriega. También
bloqueaba la vista de cualquiera que pudiera mirar hacia el callejón.
Miré el cuerpo. No había evidencia. Nada en lo que perder el tiempo
clasificando. Era un trabajo específico: el asesino había entrado y salido, sin
dejar nada más que el cuerpo atrás.
Anir notó a la víctima un momento antes de tropezar con ella. Me lanzó
una mirada irritada mientras esquivaba un creciente lago de sangre.
—La próxima vez, una pequeña advertencia estaría bien.
—Un poco menos de juicio después de un interrogatorio podría
hacerme más susceptible a la cortesía común en el futuro.
Anir entrecerró sus ojos oscuros. El movimiento siempre hacía que la
cicatriz que marcaba un camino a través de su frente resaltara más. Era el
hijo mayor de un padre norteafricano y una madre china, y había estado
jugando en un bosque cercano durante el brutal asesinato de su familia.
La cicatriz apareció más tarde, una vez que se había convertido en el
tipo de joven que otros temían. Lo encontré viajando por Sudamérica,
luchando en cuadriláteros subterráneos, magullado y ensangrentado. Algunas
batallas se libraban a muerte y se pagaban generosamente. Anir había sido un
campeón reinante durante más de un año cuando le ofrecí un puesto en la
Casa de la Ira. Le había costado el doble de ese tiempo para que la vida
volviera lentamente a sus ojos. Ahora, al menos, parecía humano de nuevo.
Principalmente.
Otra década sirviendo en la corte real de los demonios lo curaría de
eso.
Di un paso alrededor del cuerpo cuando me detuvo de un tirón.
Lentamente giré sobre mis talones, con la mirada fija en su mano ofensiva.
Ambos sabíamos que podía quitarle el brazo sin pensarlo. Dejó caer
rápidamente mi manga como si quemara.
—¿Cuál es el dilema moral ahora? —pregunté—. En caso de que lo
olvides, tenemos un poco de prisa.
Anir señaló con un dedo hacia el cuerpo que se enfriaba.
—¿No vamos a pedir ayuda?
—¿Por qué? —Incliné la cabeza hacia un lado, preguntándome en qué
nuevo nivel del infierno me había topado ahora. La noche no podía ser peor.
El joven que había golpeado hombres hasta la muerte por deporte tenía un
corazón tierno Un día lo mataría.
—Porque es lo correcto.
—Perdóname por ser tan tonto. ¿Qué propones que hagamos? ¿Llamar
a las autoridades? —No le di la oportunidad de responder—. Si fueras ellos,
¿tomarían nuestra palabra como buenos samaritanos y nos dejarías seguir
nuestro camino? ¿O mirarías tu viciosa espada demoníaca y mi
comportamiento diabólico y nos arrojarías a una celda llena de mierda y
tirarías la llave? —Él frunció los labios pero no dijo nada—. ¿Tienes más
sugerencias nobles, o podemos irnos?
—A veces eres un bastardo desalmado.
Miré el cuerpo, sin dar más detalles sobre la razón principal de mi
repentino desinterés por el altruismo. La persona que yacía en un charco de
sangre no era humana. Era una bruja.
Aunque su cabello era lo suficientemente oscuro para ajustarse al
perfil, sus ojos sin vida eran verdes y su rostro era ovalado. Ella no estaba
destinada a romper la maldición, y cualquier deuda de aquelarre que había
provocado este asesinato no era de mi incumbencia. Especialmente esta
noche. Tenía una tarea que necesitaba atención inmediata. Recogería a la
joven y la acompañaría, según los términos de su trato, a mi reino.
Entonces podría fijar el futuro de la Casa de la Ira y cobrar mi propia
deuda.
—El monasterio está a dos calles de distancia —dije—. Cuando
lleguemos, permanece en el callejón en el lado oeste del edificio. Las
habitaciones de la hermandad y las catacumbas deberían estar vacías por las
próximas pocas horas debido al festival. Asegúrate de que no nos sigan,
buscaré a la chica e inmediatamente nos trasladaré a todos a los Siete
Círculos. Si alguien de la llamada orden sagrada se acerca antes de que
emerja, mátalos en cuanto los veas.
Anir odiaba viajar entre reinos usando magia demoníaca, pero era la
forma más fácil. Esperé a que discutiera. En cambio, se ató su mechón de
cabello negro hacia atrás con una tira de cuero y asintió, un rápido
movimiento de cabeza. Infeliz, pero sabiendo que era mejor no empujar el
tema.
Sin más quejas, dejamos a la bruja muerta para que la descubriera otra
persona. Ya tenía bastantes problemas y la luna apenas había salido.
CINCO
Príncipe de la Ira
(Escena eliminada de Kingdom of the Wicked,
justo después del capítulo cuatro del borrador final)

Una hora después, el recuerdo de su grito seguía siendo tan afilado


como un hacha, atravesando mis pensamientos. Apagué el sonido tan pronto
como aparecí ante Anir y nos traje de regreso a la Casa de la Ira con un
crepitar de llamas y una voluta de humo. Había estado escuchando el eco
fantasma de sus gritos mucho después de que dejamos la isla mágica.
Debería haberla degollado y haber terminado con eso. Encontrar a su
gemela brutalizada… cumpliría su propósito, pero a un costo que dudaba
que los autores del crimen estuvieran dispuestos a pagar.
No tenían idea de lo que habían desatado en este reino.
Anir me siguió hasta la bodega, ubicada en lo profundo de la Casa de
la Ira, su expresión tensa. Tuvo la amabilidad de mantener su boca cerrada,
incluso después de notar la sangre en mi camisa. Una segunda mujer muerta
no hizo nada para mejorar mi estado de ánimo esta tarde, y ni siquiera le
había dicho a mi hermano la noticia. Ese alegre evento podía esperar.
Abrí una caja de nuestra cosecha más antigua, sin molestarme en los
vasos ni en el decoro mientras abría el corcho y bebía el vino de lilas y baya
de sauco directamente de la botella.
Anir se trasladó a una de las cajas frente a mí y se metió una cuchilla
debajo de las uñas, quitando la suciedad imaginaria. Se inclinó allí durante
un minuto antes de decir casualmente:
—Falta la daga de tu Casa.
—Lo sé. —Fue una apuesta costosa, dejarla allí con ella, pero tenía la
esperanza de que funcionara. Una extraña calidez recorrió mi pecho—.
Maldita bruja de sangre demoníaca.
—Suena como una joven encantadora. ¿La invitarás a cenar? Tienes
seis…
—No me refería a ella. —Estampé botella contra la pared, el vidrio
estalló como fuegos artificiales al romperse. Hizo poco para calmar mi ira.
Inhalé profundamente, concentrándome en la escarcha para aplastar las
llamas—. Y te reto a que termines esa frase. Soy muy consciente de cuánto
tiempo queda.
—Sácalo de tu sistema ahora. —Su sonrisa se desvaneció—. Tu
hermano está esperando.
—Bien. —Cogí una botella de vino de baya demoníaca, necesitando
algo más fuerte después de esta noche—. Ahora entenderá cómo se siente.

—Prometiste traerla ilesa a este círculo.


Orgullo no se molestó en enfrentarme. Estaba de pie frente a un libro
abierto en su sala de estrategia, sus hombros se encogieron de ira. Yo tenía
poca paciencia para su actitud. No era el único que había tenido una noche
pésima. Dejé que mi mirada recorriera la cámara familiar, catalogando
salidas y observando cada elemento por costumbre. Mapas y pergaminos
cubiertos de hechizos y todo tipo de encantamientos oscuros colgaban en las
paredes. Una sola puerta permitía la entrada y salida. No había ventanas.
Mi hermano no quería miradas indiscretas en esta cámara. Con buena
razón.
—¿Qué tan difícil es escoltar a alguien aquí? Eres el maldito Príncipe
de la Ira, el demonio de la guerra más temido. Me parece muy sospechoso
que fallaras. A menos que esta sea una estrategia de batalla tuya. Acordamos
un plan. Sería desacertado desviarse de él ahora.
Su intento de provocarme fue ridículo.
—¿Quién más sabía que me iba a encontrar con ella?
—Tú. Yo. El mensajero. Y tu lacayo mortal, supongo. —Me miró por
encima del hombro, notando mi falta de camisa con un entrecerrado de ojos
—. Una verdadera fiesta. Lástima que no hiciéramos pequeños pasteles de
miel horneados. Espolvoreáramos algunos de esos pétalos de lavanda que te
gustan. ¿Le dijiste a alguien más?
Quería saber si hablé con alguno de nuestros hermanos, pero era
demasiado orgulloso para preguntar.
—No.
—Tu daga de la Casa se ha ido. Al igual que tu camisa.
—El tema del momento. Y no es de tu incumbencia.
Me aparté de la pared en la que me había apoyado y caminé alrededor
de la mesa. Era una monstruosidad de gran tamaño de mármol blanco puro
que contrastaba con las paredes negras y el piso carmesí. Severa, como el
demonio que había hecho construir esta fortaleza muy por debajo de la parte
pública de su Casa del Pecado. Le arranqué el grimorio, leí la página que
estaba estudiando, y resoplé.
—Encantamientos para atar a una bruja a tu voluntad —leí en voz alta.
Él cogió el libro y lo cerró de golpe.
—¿Demasiado tarde para eso, ¿no?
—Extraño. No recuerdo haber pedido tu consejo. —Orgullo inclinó un
poco su cabeza hacia un lado, el movimiento más animal que cualquier otro
ser jugando a ser humano—. ¿Había algo más que quisieras agregar a tu
informe? Si no, estoy un poco ocupado. A diferencia de otros.
—¿Qué pasa con la próxima?
El fuego ardió en su mirada mientras me evaluaba.
—Podrían pasar semanas antes de que encontremos a otra del linaje
correcto. Si encuentro una coincidencia antes de la próxima luna llena, te
enviaré a buscar. Ya sabes lo tedioso que puede ser cortar diferentes hilos de
la maldición. Un movimiento en falso y estamos todos jodidos incluso más
de lo que ya lo estamos.
—Por eso fuiste nombrado para manejar la investigación.
Me dirigí hacia la puerta, observando atentamente su reflejo en el oro
impecable. Prácticamente salía humo de él. Orgullo odiaba cuando no
elogiaba sus esfuerzos hasta la saciedad.
Esperé hasta que mi mano estuvo en el pomo para contarle un pequeño
secreto que había descubierto. Miré por encima del hombro, sin molestarme
en ocultar mi sonrisa.
—Una última cosa.
Me miró fijamente.
—¿Qué?
—¿La mujer que iba a recuperar? Era una gemela. —El suelo
respondió a mi ira, retumbando debajo de nosotros mientras mi correa se
deslizaba—. Y sé quién es ella en realidad. Si alguna vez vuelves a
ocultarme un secreto así, te destruiré.
—Cuidado. —La sonrisa de Orgullo fue victoriosa—. O algunos
podrían cuestionar tus verdaderos motivos.
Una calma helada se apoderó de mí, la necesidad de batalla se
estabilizó con mi pulso. Orgullo se estaba convirtiendo en una amenaza. Una
que me quitaría sin remordimientos.
—¿Y cuáles serían esos motivos?
Antes de que respondiera, la magia me envolvió, el reino y el salón de
estrategia desapareciendo ante mis ojos. Sabía quién me había convocado.
En contra de mi buen juicio, un destello de orgullo me atravesó. Ella había
descubierto cómo usar mi daga más rápido de lo que esperaba.
A medida que el reino cambió a mi alrededor, me quedé quieto,
preparándome a que el humo se despejara. Respondiendo a mi deseo casi de
inmediato, se desvaneció. Me volví lentamente, sintiendo ya su atención en
mí, su corazón golpeando casi más fuerte que el mío. Su mirada estaba fija
en mi tatuaje, una ligera arruga en su frente. Contuve la respiración,
preguntándome si me traería un recuerdo.
Ella arrastró su atención a mi rostro y sentí que su miedo se convertía
en otra cosa.
—Imposible —susurró.
Arqueé una ceja, esperando el reconocimiento. O tal vez esperaba
molestarla, encender la furia que sentí hervir a fuego lento debajo de su piel,
llamándome. Ella extendió la mano para tocar su amuleto, y fue entonces
cuando me di cuenta de lo que todavía llevaba. Un destello de otro tiempo,
otro lugar cruzó por mi mente. Antes de que controlara mi temperamento, el
de ella inundó la cámara.
Con la daga levantada, se abalanzó sobre mí.
—¡Voy a matarte!
Ciertamente podría intentarlo. Me quedé allí, inmóvil, permitiendo que
continuara su asalto. Eventualmente se daría cuenta de que mis heridas se
curaban más rápido que su corte con la cuchilla robada.
Mientras ella se agotaba, examiné de cerca la cámara en busca de una
posible amenaza para nosotros. Era una cueva vacía cerca del océano, a
juzgar por el sonido de las olas y el olor a sal en el aire. Dudaba que hubiera
viajado lejos para trabajar en esta invocación, así que supuse que estábamos
en las afueras de su Palermo. Sorprendentemente, estábamos solos. Ninguna
otra bruja o humano estaba cerca.
La llamaría valiente por lanzar este hechizo, pero fue imprudente. Su
ira necesitaba ser dominada, o sería invadida por ella.
Estudié el círculo de invocación que había hecho: huesos, helecho y
sangre. Mi atención se centró en ella, inmediatamente entrecerrando mis ojos
al corte fresco en su brazo. Una lenta sonrisa se formó antes de que pudiera
ocultarla. Su familia mortal había guardado secretos. Ella no estaba bien
versada en magia oscura. Haría las cosas tremendamente interesantes. Y yo
disfrutaba de un buen desafío.
—¿Por. Qué. No. Sangras? ¡Monstruo! —Ella estaba salvaje mientras
pateaba y apuñalaba. Su odio e ira eran tan fuertes que casi me emborraché
con su sabor.
Cerré los ojos, atrayendo sus emociones hacia mí, permitiéndoles
retorcerse y enroscarse alrededor de las mías. Esta noche ella había
cometido un grave error. Con suerte más de uno.
Finalmente, dejó de cortar con la daga y usó su empuñadura para
golpearme. Vi cómo la sangre le resbalaba por el brazo y caía al suelo.
Dudaba que se diera cuenta de la luz pulsante que destellaba cada vez que
me alimentaba con otra gota de su fuerza vital.
Estábamos cruzando hacia un territorio peligroso.
—Un pequeño consejo, bruja. Gritar: “Voy a matarte” le quita la
sorpresa al ataque. —Gruñí cuando ella me dio un golpe rápido en el
estómago. Sus golpes se estaban desacelerando—. La próxima vez, solo
ataca. No lograrás matarme, pero sería una gran mejora en habilidad.
—Tal vez no pueda matarte, pero encontraré otras formas de hacerte
sufrir.
—Créeme, tu sola presencia lo está logrando.
Una sensación abrasadora bajó por mi brazo y mis poderes curativos
no pudieron vencerla mientras se hundía profundamente. El miedo se
apoderó de mí, una emoción extraña e inoportuna cuando la comprensión se
hundió. La miré fijamente, estudiándola de cerca. No dio ninguna indicación
externa de saber lo que había hecho, aunque me pregunté si eso era del todo
cierto.
—¿Qué hechizo usaste, bruja?
Ella maldijo con pasión, algo sucio sobre que me follara a sus
antepasados. Eso hubiera hecho explotar de risa incluso a mi hermano con
menos sentido del humor, y batallé para mantener la sonrisa fuera de mi
rostro.
Cuando se enterara de que nos acababa de comprometer, felizmente le
recordaría este momento.
Podía ver su furia con perfecta claridad y parte de mí quería condenar
las consecuencias y hacerle saber de una vez, aunque solo para ver lo
salvaje que podía volverse. Pero por ahora…
Recordé la misión que nos trajo aquí y me puse la máscara del
príncipe frío e implacable del infierno. Un papel que ella sin duda llegaría a
despreciar. Si sobrevivía.
La miré. Todavía estaba en el círculo conmigo, evaluando audazmente
cualquier daño que pudiera haber infligido. Si quisiera, podría agarrarla y
arrastrarla de vuelta al infierno. Tan pronto como tuve el pensamiento, me
alejé tambaleándome, maldiciendo.
—¿Qué hechizo usaste?
—Bueno, considerando que estás parado aquí, enojado e incapaz de
atacar, supongo que un hechizo de invocación, demonio. —Cruzó los brazos
sobre el pecho—. Y uno para protección.
El ardor en mi brazo finalmente cesó miré hacia abajo, apretando los
dientes. Ella me había marcado. Un tatuaje pálido apareció en la parte
exterior de mi antebrazo derecho. Lunas crecientes dobles en medio de un
círculo de estrellas. Por un momento, apenas pude comprender que ella
hubiera manejado algo tan imposible. Para marcar permanentemente a un
príncipe del infierno… su magia no estaba tan bloqueada como había
pensado al principio.
Lancé mi brazo hacia ella en acusación. “}
—Dime la redacción exacta de este hechizo. Necesitamos revertirlo
inmediatamente.
—No.
Respiré hondo, reuniendo mi furia.
—Necesito saber la redacción exacta. Ahora, bruja.
—Increíble —se burló—. Exigiendo cosas cuando no eres el que tiene
el poder aquí. —Ella me dio una mirada de puro disgusto, reflejando la mía
—. Yo necesito saber quién eres y por qué mataste a mi hermana. Ya que no
puedes volver a tu dimensión del infierno sin que yo te lo permita, sugiero
que sigas mis reglas.
Mi poder se deslizó, la rodeó y luego se escabulló. Me enfurecí contra
la correa mágica que me había puesto, esforzándome por liberarme. Ella
miró, una pequeña sonrisa rencorosa curvando sus labios como si supiera. Si
había algo que despreciaba más que nada, era estar atado.
—Un día me liberaré de este vínculo. Piensa cuidadosamente en eso.
Se acercó a mí, levantando la cara.
—Un día, voy a encontrar la manera de matarte. Piensa
cuidadosamente en eso. Ahora, dime quién eres y por qué querías a Vittoria
muerta.
Le ofrecí la misma sonrisa que había hecho que Francesco se orinara
en el callejón. Si estaba asustada, no se notaba.
—Muy bien. Dado que solo tienes un tiempo mínimo para retenerme
aquí, y ya has malgastado minutos preciosos con tu pobre excusa de un
intento de asesinato, jugaré tu juego. Soy el Príncipe de la Ira, general de
guerra y uno de los temidos Siete.
Pasé un dedo por su garganta, deteniéndome en la vena que palpitaba
debajo de su piel. Su repentino estallido de miedo picó mi piel,
distrayéndome. Ella apartó mi mano, hirviendo por el contacto, y salió del
círculo de invocación. Su ira fue fugazmente embriagadora.
Pero la mía era absoluta.
—Felicitaciones, bruja. Has logrado conseguir toda mi atención.
Espero que estés preparada para las consecuencias.
Me miró fijamente, sus ojos oscuros clavados en los míos. Esperé a
que el cosquilleo de su miedo se nos uniera de nuevo. Para sentir esa oleada
de deliciosa la emoción y tomarla como mía. La comisura de sus labios se
crispó. Luego, sin previo aviso, se inclinó y se echó a reír. El sonido rebotó
en las paredes de la cueva, ampliándose hasta que se apretó su estómago,
prácticamente agitada por su arrebato. Quizás estaba borracha o enojada.
—Me alegra que la muerte inminente sea tan divertida —espeté—.
Hará que sea aún más satisfactorio matarte. Y te prometo que tu muerte no
será rápida. Me regodearé en la matanza.
Ella me despidió con la mano, desestimándome como si yo fuera un
cualquiera sin ninguna consecuencia. Mi pecado retumbó a través de mí, la
furia y la ira sacudieron la jaula en la que las había encerrado. Solo en otra
ocasión en mi existencia había estado alguien tan poco impresionado o poco
perturbado por mis títulos.
—¿Por qué, te ruego digas, te estás riendo tanto?
Finalmente se enderezó, secándose las comisuras de los ojos.
—¿Cómo, exactamente, debería llamarte? ¿Su Alteza? Oh, ¿Temidos y
Poderosos Siete? ¿Comandante General del Infierno? ¿O Príncipe Ira?
Sostuve su mirada y esperé a que la diversión se desvaneciera de sus
rasgos antes de responder.
—Un día me llamarás Muerte. Por ahora, Ira servirá.
PRÓXIMO LIBRO
Los misterios infernales continúan en el siguiente libro…
KERRI MANISCALCO

Kerri Maniscalco creció en una casa semi embrujada en las afueras de la


ciudad de Nueva York, donde comenzó su fascinación por los escenarios
góticos. En su tiempo libre lee todo lo que tiene a su alcance, cocina todo
tipo de comida con su familia y amigos, y bebe demasiado té mientras habla
con sus gatos sobre los aspectos más delicados de la vida. Es la autora
número uno en ventas del New York Times y el USA Today del cuarteto
Stalking Jack the Ripper y Kingdom of the Wicked. Siempre está
emocionada de compartir los primeros fragmentos y avances en Instagram
@KerriManiscalco. Para obtener noticias y actualizaciones, visita
kerrimaniscalco.com.
Agradecimientos

Moderadora
Mari NC

Staff de traducción
Brendy Eris
LizC
Lyla
Mari NC
Naomi Mora
Otravaga
Vero

Corrección, recopilación y revisión


Mari NC

Diagramación
marapubs
Notas

[←1]
Avaricia en ingles es Greed.
[←2]
Al traducir, se pierde el juego de palabras al que se refiere Emilia con el sentido literal o figurado,
ya que en inglés aparece la frase «Gone for a spell», que se puede traducir como aparece en el
texto (sentido literal), o como «Me fui por un momento» (sentido figurado).

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