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PERSONAJES:
TESEO, Duque de Atenas.
QUINCIO, Carpintero.
SNUG, emsamblador.
BOTTOM, Tejedor.
SNOWT, Calderero.
ESTARVELING, Sastre.
CITAS:
TESEO.—¿Qué decís, Hermia? Tomad consejo, hermosa doncella. Vuestro padre debe
ser a vuestros ojos como un dios. Él es autor de vuestras bellezas, sois como una
forma de cera modelada por él, y tiene el poder de conservar o borrar la figura.
Demetrio es un digno caballero.
(Monólogo): ELENA.—¡Cuánto más felices pueden ser unos que otros! En toda Atenas
se me tiene por tan hermosa como ella. Pero, ¿de qué me sirve? Demetrio no piensa
así y no quiere saber lo que todos saben. Y así como él se extravía, fascinado por los
ojos de Hermia, me ciego yo admirando las cualidades que en él veo. Pero el amor
puede transformar en belleza y dignidad cosas bajas y viles, porque no ve con los ojos,
sino con la mente, y por eso pinta ciego a Cupido el alado. Ni tiene en su mente el amor
señal alguna de discernimiento; como que las alas y la ceguera son signos de
imprudente premura. Y por ella se dice que el amor es niño, siendo tan a menudo
engañado en la elección. Y como en sus juegos perjuran los muchachos traviesos, así
el rapaz amor es perjurado en todas partes; pues antes de ver Demetrio los ojos de
Hermia me juró de rodillas que era sólo mío; más apenas sintió el calor de su presencia,
deshiciéronse sus juramentos como el grano al sol. Yo le avisaré la fuga de la bella
Hermia, y mañana por la noche le acompañaré al bosque para perseguirla; que si por
este aviso me queda agradecido, recibiré en ello un alto aprecio, aunque si aspiro a
mitigar mi pena, sólo es poder mirarlo a la ida y a la vuelta.
(ACTO PRIMERO, ESCENA SEGUNDA): los actores ensayan la obra para la boda
de Teseo e Hipólita, repartiéndose los papeles.
QUINCIO.—Algunas de vuestras cabezas francesas no tienen cabello alguno, y así
seríais un actor calvo. Pero, maestro, he aquí vuestros papeles, y estoy en el deber de
insinuaros, requeriros y expresaros mi deseo de ensayarlos mañana por la noche.
Nos reuniremos en el bosque de palacio, a una milla distante de la ciudad, y a la
luz de la luna. Allí podremos hacer el ensayo, porque en la ciudad se haría conocido
nuestro plan y nos asediarían las gentes. Al mismo tiempo haré una lista de los objetos
necesarios que la representación requiere; ¡ojo!, y no faltéis.
(ACTO SEGUNDO, ESCENA SEGUNDA): OBERÓN.—En ese mismo tiempo vi,
aunque no lo podrías ver tú, volar entre la fría luna y la tierra a Cupido llevando sus
armas. Apuntó a cierta hermosa vestal entronizada hacia el oeste y lanzó una saeta de
amor con suma destreza, como para atravesar cien mil corazones; más se extinguió el
inflamado dardo de Cupido en los húmedos rayos de la casta luna, y la imperial virgen
paso sin cuidado en solitaria y tranquila meditación. Obervé, sin embargo, el sitio donde
el proyectil de Cupido cayó hiriendo una pequeña flor de occidente, blanca como la
leche, y a la cual las doncellas llaman el amor desconsolado. Tráeme esa flor; ya en
otra ocasión te mostré la planta. Su jugo, vertido sobre los dormidos párpados, hace
que el hombre o la mujer se enamore perdidamente de la primera criatura viva que vea.
Tráeme esa hierba y cuida de volver aquí antes que el leviatán pueda haber nadado
una legua.
(ACTO TERCERO ESCENA PRIMERA): Los actores ensayan su obra cerca de donde
dormía Titania. Puck convierte la cabeza de Botton en asno, haciendo que los otros
actores huyeran. Botton no cree en lo que pasó, por lo que piensa que lo hacen solo para
asustarlo, así que se pone a cantar una canción, produciendo que Titania despierte y se
enamore de él.
(ACTO TERCERO, ESCENA SEGUNDA): Oberón se da cuenta que Puck se equivoco
de ateniense, y asi que puck vierte luego el juego en el ojo de Demetrio mientras dormía,
haciendo que al despertar se enamore también de Elena. Elena piensa que le están
haciendo una mala broma entre todos al tener a Lisandro y Demetrio confesandosele.
ELENA.—¡Ah! ¡También ella toma parte en la conspiración! Ahora veo que os habéis
unido los tres para formar este desleal pasatiempo a despecho mío. ¡Oh tú, Hermia,
injuriosa e ingrata doncella! ¿Has conspirado con estos, urdiendo esta maligna broma
para ofenderme? ¿Y has olvidado las cariñosas pláticas, los juramentos fraternales, las
horas que hemos pasado juntas? ¿Lo has olvidado todo; la amistad de nuestra niñez, la
compañía inocente de nuestra infancia? Siempre estuvimos unidas, juntas en el mismo
asiento, ocupadas en la misma labor, entonando la misma canción como si nuestras
mentes, nuestras manos, nuestras voces hubieran sido una sola. Así crecimos como un
doble fruto gemelo, que parece partido en dos y, sin embargo, no se puede separar.
Éramos dos cuerpos en un solo corazón. ¿Y venís a romper todos estos lazos antiguos
para juntaros a estos hombres y escarnecer a vuestra amiga? No; esto no es amistad ni
es digno de una doncella. Nuestro sexo, tanto como yo.
(Uno a uno se van durmiendo y luego Puck vierte el antídoto en el ojo de Lisandro
únicamente)
PUCK.—Gentil enamorado, duerme profundamente en el suelo mientras aplico a tus ojos
este remedio. (Vierte el jugo en los ojos de LISANDRO.) Cuando despiertes, te deleitarás
en la vista de la que primero amaste, y quedará justificado el refrán que dice que «cada
cual debe tomar lo suyo», y nada saldrá al revés. El amante recobrará su pareja, y todo
quedará en paz.
(Los cuatro dormian, y los encuentran en el bosque Teseo, Hipolita y Egeo. termina
diciendo que Lisandro ama a Hermia, y Demetrio a Elena. Teseo les dice que los
sigan y celebraran los 3 compromisos)
DEMETRIO.—Pienso que todavía dormimos…, que soñamos. ¿Creéis que el duque
estuvo aquí y nos invitó a que lo siguiéramos?
TESEO.—Pues que le metan en la linterna, porque si no, ¿cómo podrá ser el hombre de
la luna? Este es el mayor error de todos.
PERSONAJES:
ASESINO, de Banquo.
Macduff).
Un MÉDICO inglés
Un MÉDICO escocés.
CITAS:
(ACTO 1, ESCENA 2): Malcom le cuenta a su padre (el rey), que Macbeth lo salvo del
MALCOLM — Es el oficial que, como digno e intrépido soldado, me salvó del cautiverio.
¡Salud, valiente! Cuenta al rey cómo estaba la batalla cuando la dejaste.
CAPITÁN — Muy dudosa: como dos nadadores extenuados que se agarran e impiden
su destreza. El cruel Macdonald (que bien merece el nombre de rebelde y para ello
acapara sobre sí todo un enjambre de infamias) recibió de las Islas del Oeste
soldadesca irlandesa, y la Fortuna, sonriendo a su ruin causa, parecía la puta de un
rebelde. Mas todo en vano: el bravo Macbeth (pues es digno de tal nombre),
despreciando a la Fortuna y blandiendo un acero que humeaba de muertes sangrientas,
cual favorito del Valor se abrió camino hasta afrontar al infame y, sin mediar adiós ni
despedida, lo descosió del ombligo a las mandíbulas y plantó su cabeza en las almenas.
Habían tenido una guerra contra el Rey de noruego, quien había recibido ayuda del
Barón de Cawdor (un traidor). El rey de escocia le otorga el título del traidor a
Macbeth.
REY — Nunca más traicionará el Barón de Cawdor mi íntimo afecto. Su muerte
disponed y saludad con su título a Macbeth.
ROSS — Mandaré que se haga.
REY — Lo que él ahora pierde, el noble Macbeth gana.
ROSS — Y, a cuenta de un honor aún más grande, me ha mandado que te llame Barón
de Cawdor. ¡Salud, nobilísimo barón, con este título, pues tuyo es!
MACBETH. (Aparte.) —Si el azar me quiere rey, que me corone sin mi acción.
(ACTO 1, ESCENA 4): El rey felicita a Macbeth y Banquo por su éxito en batalla, y
les dice que nombro como heredero del reino a su primogénito Malcolm, y paso a
llamarse Príncipe de Cumberland.
MACBETH. (Aparte.)—Príncipe de Cumberland: he aquí un tropiezo que me hará caer si
no lo supero, pues me impide el paso. ¡Astros, extinguíos! No vea vuestra luz mis negros
designios, ni el ojo lo que haga la mano; mas venga lo que el ojo teme ver cuando
suceda.
(El mensajero le dice a Lady Macbeth que el rey va a apsarb la noche en su hogar.)
(MONOLOGO) LADY MACBETH: Hasta el cuervo está ronco de graznar la fatídica
entrada de Duncan bajo mis almenas. Venid a mí, espíritus que servís a propósitos de
muerte, quitadme la ternura y llenadme de los pies a la cabeza de la más ciega
crueldad. Espesadme la sangre, tapad toda entrada y acceso a la piedad para que ni
pesar ni incitación al sentimiento quebranten mi fiero designio, ni intercedan entre él y su
efecto. Venid a mis pechos de mujer y cambiad mi leche en hiel, espíritus del crimen,
dondequiera que sirváis a la maldad en vuestra forma invisible. Ven, noche espesa, y
envuélvete en el humo más oscuro del infierno para que mi puñal no vea la herida que
hace ni el cielo asome por el manto de las sombras gritando: «¡Alto, alto!»
(ACTO 2, ESCENA 1): Macbeth asesina al Rey Duncan. La primera de las múltiples
alucinaciones de Macbeth.
(MONOLOGO): MACBETH: ¿Es un puñal lo que veo ante mí? ¿Con el mango hacia mi
mano? Ven, que te agarre. No te tengo y, sin embargo, sigo viéndote. ¿No eres tú,
fatídica ilusión, sensible al tacto y a la vista? ¿O no eres más que un puñal imaginario,
creación falaz de una mente enfebrecida? Aún te veo, y pareces tan palpable como este
que ahora desenvaino. Me marcas el camino que llevaba, y un arma semejante pensaba
utilizar. O mis ojos son la burla de los otros sentidos o valen por todos juntos. Sigo
viéndote, y en tu hoja y en tu puño hay gotas de sangre que antes no estaban. No, no
existe: es la idea sanguinaria que toma cuerpo ante mis ojos. Muerta parece ahora la
mitad del mundo, y los sueños malignos seducen al sueño entre cortinas. Las brujas
celebran los ritos de la pálida Hécate, y el crimen descarnado, puesto en acción por el
lobo, centinela que aullando da la hora, con los pasos sigilosos de Tarquino el
violador, camina hacia su fin como un espectro. Tierra sólida y firme, dondequiera que
me lleven, no oigas mis pisadas, no sea que hasta las piedras digan dónde voy y priven
a esta hora de un espanto que le es propio. Yo amenazo y él, con vida; las palabras el
ardor del acto enfrían.
(ACTO 2, ESCENA 2): Lady Macbeth le dice a Macbeth que se limpie la sangre y
lleve los puñales a los criados, manchándolos con esa sangre para inculparlo.
MACBETH — No voy a volver: me asusta pensar en lo que he hecho. No me atrevo a
volver.
LADY MACBETH — ¡Débil de ánimo! Dame los puñales. Los durmientes y los muertos
son como retratos; sólo el ojo de un niño teme ver un diablo en pintura. Si aún sangra,
les untaré la cara a los criados para que parezca su crimen. (Sale.)
(ACTO 2, ESCENA 3): Macduff es quien encuentra al rey muerto, ya que, este fue
quien le solicito que lo despertara temprano.
Macbeth mato a esos sirviertes, alegamndo de ue lo hizo por el impul,so de la
venganza.
Los hijos del rey:
MALCOLM — ¿Qué piensas hacer? No tratemos con ellos: al hipócrita le es muy fácil
simular una pena que no siente. Yo me voy a Inglaterra.
DONALBAIN — Y yo, a Irlanda. Nuestra suerte separada nos dará más protección.
Donde estamos, en sonrisas hay puñales; más cercano a nuestra sangre, más
sangriento.
MALCOLM — La flecha asesina aún no ha caído; no seamos el blanco. Así que, ¡a los
caballos! No nos demoremos en corteses despedidas y, sin más, partamos. Si es grande
el peligro, hurtarse a su vista es hurto legítimo.
(Salen)
(ACTO 2, ESCENA 4): Coronan de rey a Macbeth, y culpan del crimen a los hijos
del ex rey.
ROSS — ¿Se sabe quién cometió la atrocidad?
MACDUFF — Los que ha matado Macbeth.
ROSS — ¡Santo Dios! ¿Qué provecho pretendían?
MACDUFF — Los sobornaron. Malcolm y Donalbain, los dos hijos del rey, se
escabulleron y han huido. Las sospechas recaen ahora sobre ellos.
(ACTO 3, ESCENA 1): Macbeth contrata asesinos para matar a Banquo y Fleance,
ya que él es quien engendraría reyes según la profecía.
MACBETH — ¡Cómo asoma vuestro ánimo! De aquí a una hora os diré dónde
apostaros y el mejor plan respecto a tiempo y ocasión, pues hay que hacerlo esta noche
y a distancia de palacio. No olvidéis por un instante que yo debo quedar libre de
sospechas. Además, y a fin de que el trabajo sea perfecto, su hijo Fleance, que le
acompaña, cuya eliminación me importa tanto como la de su padre, habrá de compartir
su aciaga suerte. Resolved a solas; ahora vuelvo con vosotros.
ASESINOS — Señor, estamos resueltos.
(ACTO 4, ESCENA 1): Macbeth consulta por otra visión del futuro a las hnas.
Fatídicas. Estas invocan apariciones (fuerzas mayores) desde su caldero.
(Truenos. Primera aparición: cabeza cubierta con yelmo.)
MACBETH — Fuerza ignota, dime…
BRUJA PRIMERA — Sabe lo que piensas: oye sus palabras; hablarle no quieras.
APARICIÓN — ¡Macbeth, Macbeth, Macbeth! ¡Atento a Macduff, atento al Barón de
Fife! Dejadme ya.
(Desciende.)
LENNOX — Señor, dos o tres que os traen la noticia de que Macduff ha huido a
Inglaterra.
MACBETH — ¿Huido a Inglaterra?
LENNOX — Sí, mi señor.
MACBETH — Tiempo, me impides los actos horrendos. A la fugaz intención no
se le da alcance si no le sigue una acción rápida. Desde ahora, las primicias de
mi pecho serán las primicias de mi mano. Y ahora mismo, por coronar el
pensamiento, sea dicho y hecho: tomaré por sorpresa el castillo de Macduff,
ocuparé Fife; pasaré a cuchillo a su mujer, sus criaturas y su triste descendencia.
No es la bravata de un tonto: antes que se enfríe, cumpliré el propósito. Basta de
visiones. ¿Dónde están los mensajeros? Ven, llévame donde estén.
(ACTO 4, ESCENA 2): El mensajero le advierte a Lady Macduff escapar del castillo
de Macduff junto a sus hijos, pero ella se niega.
MENSAJERO — Dios os bendiga, señora. No me conocéis, pero yo sí conozco vuestro
rango. Temo que algún peligro se os acerca. Si queréis tomar consejo de un hombre
sencillo, no sigáis aquí, marchaos con vuestros hijos. Tal vez sea brutal asustaros así,
pero más atroz sería el ataque que ya tenéis muy cerca. El cielo os asista; más no puedo
quedarme.
(Sale.)
LADY MACDUFF — ¿Adónde huir? Yo no he hecho ningún daño. Aunque bien
recuerdo que estoy en el mundo, donde suele alabarse el hacer daño y hacer bien se
juzga locura temeraria. Entonces, ¿a qué acogerse a la defensa mujeril diciendo que no
he hecho ningún daño?
(Entran Asesinos.)
Los asesinos matan primero a uno de sus hijos, mientras este le grita a su madre
que escape, y ella muere detrás de telón.
Ross le cuenta a Macduff y Malcolm, que Lady Macduff, sus hijos y todos los que
se encontraban en el castillo están muertos por petición de Macbeth.
(Acto 5, escena 1): El doctor y una dama hablan sobre que Lady Macbeth perdió la
cordura.
MÉDICO — ¿De dónde ha sacado esa luz?
DAMA — La tenía a su lado. Siempre tiene una luz a su lado. Fue orden suya.
MÉDICO — ¿Veis? Tiene los ojos abiertos.
DAMA — Sí, pero la vista cerrada.
MÉDICO — ¿Qué hace ahora? Mirad cómo se frota las manos.
DAMA — Acostumbra a hacerlo como si se lavara las manos. La he visto seguir así un
cuarto de hora.
LADY MACBETH — Aún queda una mancha.
MÉDICO — ¡Chsss..! Está hablando. Anotaré lo que diga para asegurar mi memoria.
LADY MACBETH — ¡Fuera, maldita mancha! ¡Fuera digo! La una, las dos; es el
momento de hacerlo. El infierno es sombrío. ¡Cómo, mi señor! ¿Un soldado y con miedo?
¿Por qué temer que se conozca si nadie nos puede pedir cuentas? Mas, ¿quién iba a
pensar que el viejo tendría tanta sangre?
MÉDICO — ¿Os fijáis?
LADY MACBETH — El Barón de Fife tenía esposa. ¿Dónde está ahora?
¡Ah! ¿Nunca tendré limpias estas manos? Ya basta, mi señor; ya basta. Lo estropeas todo
con tu pánico.
MÉDICO — ¡Vaya! Sabéis lo que no debíais.
DAMA — Ha dicho lo que no debía, estoy segura. Lo que sabe, sólo Dios lo sabe.
LADY MACBETH — Aún queda olor a sangre. Todos los perfumes de Arabia no darán
fragancia a esta mano mía. ¡Ah, ah, ah!
(ACTO 5, ESCENA 7): Macbeth pelea con el joven Siward y lo mata. Luego, Macbeth
pelea con Macduff, ya que este busca venganza por la muerte de su esposa e hijos.
MACBETH — Tu esfuerzo es en vano. Antes que hacerme sangrar, tu afilado acero
podrá dejar marca en el aire incorpóreo. Caiga tu espada sobre débiles penachos. Vivo
bajo encantamiento, y no he de rendirme a nadie nacido de mujer.
MACDUFF — Desconfía de encantamientos: que el espíritu al que siempre has servido
te diga que del vientre de su madre Macduff fue sacado antes de tiempo.
(…)
MACBETH — No pienso rendirme para morder el polvo a los pies del joven Malcolm y
ser escarnio de la chusma injuriosa. Aunque el bosque de Birnam venga a Dunsinane y
tú, mi adversario, no nacieras de mujer, lucharé hasta el final. Empuño mi escudo
delante del cuerpo: pega bien, Macduff; maldito el que grite: «¡Basta, basta ya!»
Argumento:
En resumen, Tartufo se encuentra constituida por 5 actos:
acto I en el cual los personajes discuten sobre el protagonista;
acto II, se encuentra el problema entre Orgón y toda su familia por la decisión de
entregar en matrimonio a Mariana con el protagonista.
Los actos III y IV tratan sobre el plan que toda la familia ejecuta con el fin de
evidenciar a Tartufo.
en el acto V, el personaje principal actúa contra estos, pero es arrestado por
algunas denuncias en su contra.
Una de las características más importantes de esta obra es que a pesar de ser el
protagonista principal, Tartufo no se presenta hasta el III acto, llevando al lector a tener
una alta expectativa debido a las opiniones de cada uno de los personajes.
CITA:
(ACTO 1, ESCENA 1): La Sra. Pernelle (defensora de Tartufo) discute con
respecto a Tartufo con ELMIRA, MARIANA, DORINA, DAMIS y CLEANTE.
La Sra. Pernelle amenaza con irse al comienzo de la escena 1, y se termina
yendo al final de la misma.
DAMIS (Hijo de Orgon): El señor Tartufo estaría feliz...
SRA. PERNELLE: Es un hombre de bien a quien hay que escuchar y no puedo soportar,
sin irritarme, que lo comente un loco como tú.
DAMIS: Y yo tengo que soportar que un beato hipócrita disponga aquí de un poder
tiránico y que no podamos divertirnos sin el consentimiento de ese señor.
DORINA (Criada de Marina): Si hubiera que oírlo y seguir sus máximas, no se podría
hacer nada. Todo lo fiscaliza y lo controla ese criticón.
SRA. PERNELLE: Y todo lo que fiscaliza está bien fiscalizado. Su deseo es mostrarnos el
camino del cielo y mi hijo Orgón debería exhortarlos a todos a que lo quisieran.
DAMIS: No, abuela, ni mi padre ni nadie puede obligarme a quererlo; mentiría si dijera
otra cosa. Su modo de ser me molesta en tal forma que no sé qué va a pasar si continúa
así, y con ese miserable voy a llegar a un escándalo.
DORINA: Y lo peor es ver cómo ese desconocido se enseñorea de esta casa. Un
miserable pordiosero que cuando llegó no tenía zapatos, y su traje era como para botarlo,
y ahora abusa con todos y todo lo dispone como si fuera el dueño.
(ACTO 1, ESCENA 5): Orgón y Cleante (cuñado de Orgón) hablan sobre Tartufo.
ORGÓN: ¡Ah! si supieras como lo conocí, sentirías por él la misma inclinación. Todos los
días le veía llegar con aire dulcísimo a la iglesia y se arrodillaba muy cerca de mí. Atraía
la atención de todos los fieles por el fervor que ponía en sus plegarias, lanzaba suspiros,
prorrumpía en devotas jaculatorias y besaba a cada momento con extrema humildad el
suelo. Luego, cuando veía que yo iba a salir, se me adelantaba para ofrecerme en la
puerta agua bendita. Informado por su criado, que en todo lo imita, de la indigencia en que
se hallaba y de lo que era, le hice algún regalo, pero él con delicada modestia siempre
intentaba devolverme algo. "Es demasiado (me decía), es más de lo que necesito, yo no
merezco su simpatía". Y cuando yo rehusaba aceptar lo que me devolvía, iba a repartirlo,
a mis propios ojos, entre los pobres. En fin, el cielo lo ha traído a mi casa y desde
entonces todo parece prosperar. Veo que todo lo corrige, y hasta por mi propia esposa,
que es como decir por mi honor, vela con interés extremado. Me advierte de los galanes
que intentan cortejarla y se muestra en esto mil veces más celoso que yo. Pero no
creerás hasta dónde llega su celo: por la menor bagatela se considera pecador, una
nimiedad basta para encolerizarlo, hasta el extremo de que el otro día se acusó de haber
cogido una pulga mientras estaba en oración y haberle dado muerte con excesiva cólera.
CLEANTE: ¡Por Dios, cuñado! O estás loco o quieres burlarte de mi con estos cuentos.
¿Y qué pretendes con todo esto?
ORGÓN: ¡Cuidado! Esas palabras tienen trazas de impiedad. Tú eres algo libertino y
como te lo he dicho cien veces esto te acarreará más de alguna molestia.
CLEANTE: Es lo que dicen todos los que son como tú. Quieren que todos sean ciegos.
Tener buena vista es ser libertino, y quien no adora las apariencias no tiene ni respeto ni
fe por las cosas sagradas. Anda, que nada de lo que dices me intimida. Yo sé como
hablo, y el cielo ve mi corazón. No soy esclavo de las hipocresías. Así como hay falsos
valientes hay también falsos devotos. ¡Pues qué! ¿No sabes hacer distinción entre la
hipocresía y la devoción? ¿Quieres acaso explicar las dos con las mismas palabras y
hacer el mismo honor a la máscara que a la verdad, igualar el artificio con la sinceridad,
confundir la apariencia con la realidad, apreciar el fantasma tanto como a la persona y la
falsa moneda igual que la buena?
ORGÓN: Sí, ya veo que eres un filósofo consumado; toda la sabiduría está concentrada
en ti. Eres el único sabio, el único inspirado. Eres un oráculo, un Catón de los tiempos que
corremos y los demás somos un hato de imbéciles.
CLEANTE: No, no soy filósofo, ni poseo la ciencia de todo el mundo, pero sé distinguir lo
verdadero de lo falso. Es así como creo que no hay personas más dignas que los devotos
sinceros y que no hay en el mundo algo más noble y hermoso que el fervor del verdadero
creyente; así también sé, que no hay nada más odioso que la apariencia disfrazada de
religiosidad. Esos charlatanes, sacrílegos y farsantes para quienes la devoción es oficio y
mercadería quieren adquirir honras y dignidad a través de falsas posturas religiosas, esa
gente que a costa del cielo hace fortuna en la tierra, esos hipócritas, los encontramos a
cada paso; en cambio, los devotos de corazón es difícil distinguirlos, no son fanfarrones
de la virtud, no se hacen insoportables con la ostentación de la devoción que es en ellos
humana y sociable. No censuran nuestras acciones, porque comprenden que eso sería
pecado de orgullo, y si nos han de corregir en algo no lo hacen con palabras, sino con el
ejemplo. Jamás se ensañan contra el pobre pecador, odian, sí, el pecado, mas no quieren
defender los intereses del cielo con mayor vehemencia que la que el mismo cielo dispone.
Estos son, amigo, los verdaderos devotos, los que nos ofrecen constantemente un
ejemplo digno de imitación, y tu Tartufo no está ciertamente cortado por este patrón. Tú le
ensalzas por la devoción que muestra, pero no ves que te tiene deslumbrado con un falso
resplandor.
(Luego, Cleante le pregunta a Orgón sobre si va a cumplir su palabra sobre el
matrimonio entre Mariana y Valerio, pero este no da ninguna respuesta clara y se
va).
(ACTO 2, ESCENA 2): Entra Dorina que estuvo escuchando la conversación entre
Orgón y su hija a escondidas.
DORINA: ¡Ah! ¡Usted que es tan piadoso y se enoja tanto.
ORGÓN: Sí, me calientas la cabeza con las estupideces que dices. Cállate de una vez, te
lo mando.
DORINA: Me callo, pero sigo pensando.
ORGÓN: Piensa lo que quieras, pero ten cuidado de no hablar más. ¡Basta! (Volviéndose
a su hija) He madurado bien las cosas...
DORINA: ¡Qué ganas de hablar! (Calla cuando Orgón vuelve la cabeza}.
ORGÓN: Sin ser precisamente un jovencito, Tartufo es de tal manera...
DORINA: ¡Sí, tiene muy lindo hocico!
ORGÓN: Que aun cuando no sintieses ningún atractivo por él... (poniéndose frente a ella
y mirándola con los brazos cruzados).
DORINA: Si yo estuviera en su lugar puede estar seguro que ningún hombre se casaría
conmigo sin mi consentimiento, y si así fuera, en la noche de bodas una mujer tiene
siempre lista una venganza.
ORGÓN: ¿No quieres hacerme caso?
DORINA: Yo no hablo con usted.
ORGÓN: ¿Que estas haciendo, entonces?
DORINA: Estoy hablando sola.
MARIANA: ¡Ah! ¡Déjame en paz! En vez de hacerme bromas de mal gusto, debieras
pensar en ayudarme con tus consejos.
DORINA: A sus órdenes.
MARIANA: ¡Dorina! ¡Por favor!
DORINA: Por tonta va a tener que casarse con Tartufo.
MARIANA: ¡Pobre de mí!
DORINA: No.
MARIANA: Tú bien sabes que mi amor por Valerio…
DORINA: No, usted quiere a Tartufo, y Tartufo será su marido.
MARIANA: Ya sabes que siempre me he confiado a ti. Hazme el favor...
DORINA: No, quiero verla entartufada.
MARIANA: Pues bien, ya que mi suerte no te conmueve, déjame sola. Ya sé cuál es el
remedio para mi pena. (Hace como que se va).
DORINA: Venga para acá, que ya no estoy enojada. A pesar de todo, tengo que ayudarla.
DORINA: Pondremos en juego todos los medios. (A Mariana) Es mejor que usted ante las
exigencias de su padre finja dar su consentimiento porque así podrá aplazar más
fácilmente la fecha del supuesto matrimonio. Hay que darle tiempo al tiempo. Puede decir
que está enferma y esto naturalmente traerá algunos días de retraso, o bien podrá decir
que ha tenido malos presagios, que ha encontrado un entierro por la calle, o que ha roto
un espejo o que ha soñado con agua turbia. Hay que hacer cualquier cosa para que no la
obliguen a casarse con quien no quiere. Para que todo salga bien, lo mejor será que nadie
los vea juntos. (A Valerio) ¡Váyase rápido! Nosotros vamos a entusiasmar al señor
Cleante y a poner de nuestra parte a la señora Elmira. Adiós.
(ACTO 3, ESCENA 4): Damis (el hijo) le dice a Elmira (su mamá) que él le va a contar
a Orgón lo que ocurrió aunque ella le quietara importancia y dijera que son
tonterías sin importancia para molestar a su esposo.
ELMIRA: No, Damis. No me gusta el escándalo, una mujer se ríe de estas tonterías y no
molesta a su marido.
DAMIS: Usted tendrá sus razones para hacer lo que hace y yo tengo las mías. Yo no lo
voy a permitir. El orgullo insolente de su beatería debe ser castigado, y es mucho el mal
que ha causado entre nosotros. Ya hace demasiado tiempo que este bribón tiene
dominado a mi padre y estorba mis amores y los de Valerio. Es preciso que mi padre se
desengañe de este pérfido y la ocasión es demasiado favorable para no aprovecharla.
(ACTO 3, ESCENA 6): Damis le dijo lo que escucho a su padre pero este no le creyó
y defendió a Tartufo, terminando echando de su casa a su hijo.
DAMIS: ¿Quién? ¿Yo, a los pies de este beato hipócrita?
ORGÓN: ¡Ah, perverso! ¿Te resistes y lo insultas? ¡Un bastón! ¡Un bastón! (A Tartufo) No
me sujete. (A su hijo) ¡Sal! ¡Fuera! ¡Sal de mi casa y no tengas la audacia de volver nunca
más!
DAMIS: Sí, me iré, pero...
ORGÓN: ¡Ándate! ¡Te desheredo y te maldigo para siempre! (Vase Damis).
(ACTO 3, ESCENA 7): Orgón se disculpa con Tartufo por las supuestas calumnias, y
le dice que no le molesta que lo vean junto a su esposa, terminado declarándolo
como su heredero.
TARTUFO: Sea, no hablemos más. Ya veo cómo debo portarme de ahora en adelante. El
honor es delicado, y la amistad me obliga a prevenir los rumores y las ocasiones de
sospecha. No hablaré más con su esposa y ...
ORGÓN: No, eso no. Aunque todos se molesten la seguirá tratando. Mi mayor alegría es
hacer rabiar a la gente. Quiero que lo vean a todas horas con ella, y es más: para
hacerles rabiar más todavía, lo nombraré mi heredero universal y le haré donación de
todos mis bienes. Un amigo franco y leal a quien he escogido para yerno vale para mí
mucho más que los hijos, la esposa y todos mis parientes juntos. Voy a ordenar que se
haga de inmediato la escritura de donación. ¿Acepta lo que le propongo?
TARTUFO: ¡Hágase en todo la voluntad del cielo!
(ACTO 4, ESCENA 3): Elmira le dice a Orgón que le demostrara que todo lo que le
dicen es verdad y le dice a Dorina que traiga a Tartufo.
ELMIRA: ¡Qué hombre. Dios mío, qué hombre! Contésteme, al menos. Supongamos que
desde un sitio escogido especialmente lo hiciera ver y oír con claridad todo lo que le
decimos, ¿qué diría entonces de su hombre virtuoso?
ORGÓN: En ese caso diría... No diría nada, porque no puede ser.
ELMIRA: Es necesario entonces para convencerlo que le demuestre todo lo que le he
dicho.
ORGÓN: Sí, demuéstrelo, veremos cómo se las arreglará su astucia para cumplir esta
promesa.
(ACTO 4, ESCENA 4): Elmira le dice a Orgón que se oculte debajo de la mesa, asi
podrá escuchar la conversación.
ELMIRA: Acerque esa mesa y escóndase debajo. Sobre todo es indispensable que esté
bien escondido.
ORGÓN: ¿Y por qué debajo de la mesa?
ELMIRA: Deje que disponga todo según mis planes y luego verá. Escóndase, le digo y
cuidado con que nadie lo vea ni lo oiga.
ORGÓN: Parece un poco de más todo esto. En fin, ya veremos cómo saldrá de esta
empresa.
(ACTO 4, ESCENA 5): Elmira hace que Tartufo confiese sus sentimientos antes ella,
aunque él le pide que cumpla a su deseo como prueba de su amor por él. Ella le
termina pidiendo que vaya al pasillo a ver si su marido esta fuera.
TARTUFO: Conmigo puede estar tranquila con la seguridad de un completo secreto, pues
el mal no existe mas que cuando se ve. El escándalo es lo que constituye la ofensa, y por
lo tanto, pecar en secreto, no es pecar.
ELMIRA: (Después de haber tosido otra vez y haber dado algunos golpes a la mesa) Veo
que tengo que decidirme y consentir en lo que me pide. Es difícil llegar a este punto y
créame que lo hago muy a pesar mío, pero ya que no quiere creer nada de lo que le digo
y se empeña en que debo darle las pruebas de mi amor, me resignaré. Pero si cometo
alguna falta, peor para usted que me obliga a hacerlo. No será mía la culpa.
TARTUFO: Yo cargo con ella, señora, y la cosa en sí...
ELMIRA: Abra un poco la puerta y mire si mi marido está en la galería.
TARTUFO: No se preocupe por él. Yo lo manejo como un pelele. Por vanidad consiente
nuestras conversaciones y lo domino en tal forma que aun viéndolo todo, no se atreve a
creer nada.
ELMIRA: De todas maneras, salga un momento y mire bien que no haya nadie ahí fuera
(Vase Tartufo)
(ACTO 4, ESCENA 6): Orgón sale debajo de la mesa y habla con Elmira.
ORGÓN: (Saliendo de debajo de la mesa) ¡Qué monstruo! ¡Qué horror! ¡ No puedo
creerlo!
ELMIRA: No salga tan luego, vuelva debajo de la mesa, espere hasta el final.
ORGÓN: ¡No! ¡Del infierno no puede haber salido cosa peor!
ELMIRA: ¡Dios mío! No se deje convencer todavía, que aún podría equivocarse.
(Esconde a su mando detrás de sí).
(ACTO 4, ESCENA 7): Orgón le dice a Tartufo que se vaya de su casa, pero
este le dice que él lo va a echar, ya que esa es su casa porque se la dio.
TARTUFO: (Sin ver a Orgón) Todo está a nuestro favor, señora, he mirado por todos
lados y no hay nadie. Venga... (Mientras se acerca con los brazos abiertos para abrazarla
Elmira se retira y Tartufo se encuentra frente a Orgón).
ORGÓN: (Deteniéndolo) ¡Alto ahí! No se deje llevar por su temperamento, y no le
conviene ser tan apasionado. ¡Ah, ah, ah, el devoto señor que quería engañarme, cómo
se deja llevar por las tentaciones, casarse con mi hija y codiciar a mi mujer! Siempre dudé
de que esto fuera verdad. Pero he visto bastante y no quiero más pruebas. Con lo visto
basta y sobra.
(ACTO 4, ESCENA 8): Orgón le dice a Elmira que no es una tontería lo que
dice, ya que él le regalo todos sus bienes a Tartufo.
ORGÓN: Ahora me doy cuenta por lo que acaba de decir, de la estupidez que hice. La
donación que le hice de todos mis bienes
(ACTO 5, ESCENA 3): Orgón le contó a la Sra. Pernelle sobre Tartufo, pero
ella no le cree, dice que fue influenciado por su familia.
SRA. PERNELLE: No puedo creer que Tartufo haya querido cometer una acción tan
indigna.
ORGÓN: ¿Cómo?
SRA. PERNELLE: Los hombres de bien están rodeados de envidiosos.
ORGÓN: ¿Qué quiere decir, madre?
SRA. PERNELLE: Que aquí, en tu casa, todos odian a muerte a ese pobre hombre.
ORGÓN: ¿Qué tiene que ver con lo que le he dicho?
SRA. PERNELLE: Cien veces te lo he repetido cuando eras niño. La virtud siempre es
perseguida. Los envidiosos mueren pero la envidia no.
ORGÓN: ¿Pero qué relación tienen sus palabras con lo que ha pasado hoy?
SRA. PERNELLE: Que te habrán contado mil cuentos sobre Tartufo.
SRA. PERNELLE: No lo creo, no me cabe en la cabeza que haya querido hacer lo que tú
supones.
ORGÓN: Váyase por favor... Estoy tan furioso que no se qué le diría si no fuese mi
madre.
DORINA: (A Orgón) Es eso lo que pasa con las cosas de esta tierra. Usted no quiso creer
y ahora no le creen a usted.
(ACTO 5, ESCNEA 4): Llega el Sñor. Leal y le dice a Dorina que viene a hablar con
su señor. Orgón lo recibe, y se entera de la notificación de que debe abandonar su
casa, y le da un plazo hasta el día siguiente.
SR. LEAL: Me llamo Leal, he nacido en Normandía, y soy, a despecho de la envidia,
Receptor de Juzgado, cargo que gracias al cielo, tengo la satisfacción de haber ejercido
durante cuarenta años con mucho honor... Ahora vengo, señor, con su permiso, a
notificarle la ejecución de una decisión judicial.
ORGÓN: ¡Cómo! Y usted decía que había venido aquí...
SR. LEAL: Sin molestarse, señor, esto no es más que un requerimiento, una orden para
que salgan de aquí usted y los suyos y saquen fuera sus muebles sin demora ni remisión,
tal como lo manda la Ley.
ORGÓN: ¿Yo, salir de mi casa?
SR. LEAL: Si, señor, hágame el favor. Como usted ya lo sabe y nadie puede negarlo,
esta casa pertenece al señor Tartufo quien desde ahora, es dueño y señor de sus bienes
en virtud de un contrato de donación que usted le ha hecho y del cual soy portador. Está
todo en regla y nada puede objetarse.
SR. LEAL: Puedo darle plazo, señor, suspendiendo hasta mañana la ejecución de la
orden judicial para que pueda pasar aquí la noche siempre que sea sin escándalo ni ruido,
junto con diez agentes míos. Será preciso, además, que me entregue antes de acostarse
las llaves de la casa. Yo tendré sumo cuidado de no turbar su sueño y de no permitir que
lo molesten inútilmente. Pero mañana temprano habrá que sacar de aquí hasta el menor
mueble. Los hombres que vienen conmigo ya los he escogido fuertes para que lo ayuden
a sacar todo afuera. Creo que no se puede uno portar mejor, y como lo trato, señor, con
extremada indulgencia, le exijo también que no se me moleste en el cumplimiento de mi
deber.
(ACTO 5, ESCENA 6): Valerio le informa a Orgón que Tartufo lo acuso con el
príncipe y le conto sobre los documentos que ocultaba de un prisionero de
Estado, por lo que le aconseja escapar y le da dinero y una carroza para eso.
VALERIO: Con pesar, señor, vengo a darle una mala noticia, pero debo hacerlo en razón
del peligro en que usted se halla. Uno de mis mejores amigos, que conoce el afecto que le
tengo, acaba de avisarme que debe usted huir de aquí inmediatamente. Tartufo le ha
acusado al Príncipe, y le ha entregado para confirmar la acusación, una caja de
documentos pertenecientes a un prisionero de Estado, caja que usted guardaba en esta
casa en secreto, haciéndose cómplice del delito. Ignoro en detalle el crimen que se le
imputa, pero sé que se ha dado una orden de prisión contra usted y, que el mismo
Tartufo, para cumplir mejor la orden, acompañará al que lo debe arrestar.
VALERIO: No se demore, porque el menor descuido puede serle fatal. Tengo mi carroza
en la puerta, y aquí le ofrezco estos mil luises. No perdamos tiempo. La única manera de
librarnos de este golpe, es huyendo. Me comprometo a llevarlo a sitio seguro, y quiero
acompañarlo hasta el final en su huida.
(ACTO 5, ESCENA 7): Llega Tartufo junto a un oficial del ejército y detiene la
huida de Orgón.
TARTUFO: (Deteniendo a Orgón) Deténgase, señor, deténgase, no corra tanto. No tendrá
que ir muy lejos para hallar refugio. Dése preso en nombre del Príncipe.
ORGÓN: ¡Pero te has olvidado, ingrato, que fui yo, por caridad, el que te sacó de la
miseria?
TARTUFO: Sí, recuerdo muy bien todo lo que se me ha dado en esta casa, pero cumplir
las órdenes del Príncipe es mi primer deber. Aunque sea violento, este deber sagrado
ahoga en mi pecho todo agradecimiento, y para cumplirlo mejor sacrificaría a mi esposa, a
mis hijos, a mis amigos, y a mi mismo.
TARTUFO: (Al oficial) Líbreme de esta gritería, señor oficial, hágame el favor de cumplir
la orden que le han dado.
OFICIAL: Sí, voy a hacerlo, señor, y por eso le ruego que me acompañe a la cárcel, que
es donde tengo orden de conducirlo.
TARTUFO: ¿A quién? ¿A mi? OFICIAL: Si, a usted.
TARTUFO: ¿Y por qué voy a ir a la cárcel?
OFICIAL: No tengo que darle ninguna explicación. (A Orgón) Tranquilícese, señor,
vivimos bajo el reinado de un príncipe enemigo del fraude, un príncipe que sabe leer en el
corazón de los hombres y no se engaña con la astucia de los impostores. Este que ve
aquí (señala a Tartufo) no ha podido sorprender a la justicia. Desde el primer momento se
han descubierto todas las cobardías de su intención. Acusándolo a usted se ha
traicionado él mismo. Se ha descubierto que es un malhechor conocido de la justicia, que
se ocultaba bajo un nombre falso. Tiene pendientes varios juicios y se podrían llenar
volúmenes con la relación de las fechorías que ha cometido. El monarca condena su
cobarde ingratitud y su deslealtad para con usted, y quiere castigarle a un tiempo por éste
y por todos sus otros delitos. Si he fingido someterme a sus órdenes ha sido para ver
hasta dónde llega la desvergüenza de este bribón y librarle de él. El Príncipe quiere que
delante de usted lo despoje de los documentos de los que se decía dueño. Con soberano
poder el Príncipe rompe los compromisos del contrato de donación que le hacía dueño de
todos sus bienes y le perdona la ofensa de haber escondido papeles de su amigo. Este es
el premio que le quiere conceder por la valentía con que en otro tiempo defendió los
derechos del Estado, y así se lo demuestra.
CLEANTE: Cuñado, tranquilícese, y no se rebaje a hacer alguna indignidad. ¡Deje a este
miserable. Piense que es mejor que corrija su vida y que obtenga que el Príncipe sea
generoso al aplicarle el castigo. Vaya a agradecer el trato que le han dado.
ORGÓN: Bien dicho. Iré a agradecer, y una vez cumplido este deber, debo preocuparme
de cumplir el otro. Le daré a Mariana a este amante generoso y sincero para que se unan
en dulce matrimonio.
El Avaro- Moliere.
La acción es en París, en casa de Harpagón.
PERSONAJES:
HARPAGÓN (el avaro), padre de Cleanto y de Elisa. Está enamorado de una joven
Harpagón, pero como este se niega a darle una compensación, decide ayudar a
le da a Valerio.
UN COMISARIO
y SU PASANTE.
CITAS:
(ACTO 1, ESCENA 1): Valerio y Elisa (están solos en esta escena) están enamorados y
buscan conseguir la aprobación del padre de Elisa para unirse en matrimonio. Ella
teme que el amor de Valerio desaparezca con el tiempo y se torne melancólica, pero
Valerio le pide que no la juzgue por pecados que aún no ha cometido y le reafirma
su amor. Valerio le pide que trate de convencer a su hermano, aunque tema por su
reacción, mientras que él continuará adulando a su padre para conseguir su total
aprobación.
ELISA: Ah, Valerio, os lo suplico, no os mováis de aquí, y tratad solamente de quedar
bien a los ojos de mi padre.
VALERIO: Ya véis cómo me preocupo de ello, y las diestras complacencias que he
necesitado utilizar para introducirme en su servicio; la máscara de simpatía y de
comunidad de sentimientos bajo la cual me disfrazo para complacerle, y el personaje que
represento todos los días con él a fin de adquirir su benevolencia. Hago en ello progresos
admirables; y compruebo que para ganar a los hombres, no hay mejor camino que
adornarse a sus ojos con sus mismas inclinaciones, aseverar sus máximas, incensar sus
defectos, y aplaudir a cuanto hacen. Ningún temor hay que tener de cargar demasiado en
la complacencia; por mucho que el juego sea visible, los más sutiles se vuelven siempre
grandes tontos cuando de la adulación se trata; y no hay nada, por impertinente y ridículo
que sea, que no se les pueda hacer tragar sazonándolo con alabanzas. La sinceridad
sufre un poco en el oficio que desempeño; pero cuando se tiene necesidad de los
hombres, es preciso acomodarse a ellos; y puesto que no se les puede ganar sino por ese
medio, la culpa no es de los que adulan, sino de los que quieren ser adulados.
ELISA: ¿Pero por qué, no tratáis de ganar también el apoyo de mi hermano, por si la
sirvienta llegara a revelar nuestro secreto?
VALERLO: No es posible atraerse al uno y al otro; el espíritu del padre y el hijo son cosas
tan opuestas, que es difícil acomodar juntas esas dos confianzas. Pero por vuestra parte,
proceded vos cerca de vuestro hermano, y servíos de la amistad que hay entre vosotros
para unirlo a nuestros intereses. Me retiro porque ahí viene. Aprovechad este momento
para hablarle; y no le descubráis nuestro asunto hasta que lo juzguéis conveniente.
(ACTO 1, ESCENA 2): Cleanto está contento porque encuentra a su hermana sola y
así podrá contarle su secreto. Está enamorado de una mujer llamada Mariana, de
poca fortuna, pero encantadora. A pesar de que los padres, por su experiencia y
sabiduría, son los más indicados para escogerles pareja a sus hijos, Cleanto se
siente profundamente enamorado de Mariana y está dispuesto a ignorar los
argumentos familiares y marcharse a otro lugar con la mujer que ama si es
necesario, por lo que busca un préstamo.
Elisa aún no llega a confesarle su amor por Valerio.
ELISA: Terminemos antes vuestro asunto, y decidme quién es la que amáis.
CLEANTO: Una joven que se aloja desde hace poco en este barrio, y que parece estar
hecha para inspirar amor a cuantos la ven. La naturaleza, hermana mía, no ha creado
nada más adorable; yo me sentí transportado desde el momento en que la vi. Se llama
Mariana, y vive bajo la guarda de una anciana madre, casi siempre enferma, y por quien
esta amable niña experimenta un afecto inimaginable. La atiende, la compadece y la
consuela con una ternura que os llegaría al alma. Se aplica a las cosas que hace con el
aire más encantador del mundo, y en todas sus acciones se ven brillar mil gracias: una
dulzura llena de atractivos, una bondad alentadora, una cortesía adorable, una... Ah,
hermana, quisiera que la hubieseis visto.
CLEANTO: Ah, hermana mía, es más grande de lo que pudiera creerse. Porque, en fin,
¿puede haber nada más cruel que esta estrechez rigurosa que sobre nosotros ejercen,
que esta sequía espantosa en la que nos hacen languidecer? ¿Y de qué nos sirve tener
fortuna, si no ha de venir a nuestras manos más que en época en que estemos ya en
buena edad para gozarla, y si hasta para mantenerme ahora es preciso que me empeñe
por todos lados, si estoy reducido como vos a buscar todos los días la ayuda de los
comerciantes para tener algún medio de llevar trajes decentes? En fin, he querido
hablaros para que me ayudéis a sondear a mi padre acerca de esta pasión mía; y si lo
encuentro contrario a ella, he resuelto irme a otro país, con esta amable persona, a gozar
de la suerte que el Cielo quiera ofrecernos. Con ese objeto, estoy haciendo buscar por
todas partes dinero a préstamo; y si vuestros asuntos, hermana, son semejantes a los
míos, y sucede que nuestro padre se oponga a nuestros deseos, lo abandonaremos
ambos y nos libertaremos de esta tiranía en que nos tiene desde hace tanto tiempo su
avaricia insoportable.
(ACTO 1, ESCENA 6): (Harpagón y Elisa). Harágón le dice a Elisa que su hermano se
casara con una viuda, y ella con Anselmo durante esa tarde. Ella se niega
contantemente, diciendo que nadie razonable consentiría ese matrimonio, y él le
dice que sí, que le preguntarían a Valerio para comprobarlo.
HARPAGÓN: Vaya con los pisaverdes alfeñicados, que no tienen más vigor que un pollo.
Hija mía, eso es lo que he resuelto con respecto a mí. Con respecto a tu hermano, le
destino cierta viuda de quien me han venido a hablar esta mañana; y en cuanto a ti, te
otorgo al señor Anselmo.
ELISA: ¿Al señor Anselmo?
HARPAGÓN: Sí, un hombre maduro, prudente y discreto, que no tiene más de cincuenta
años y de quien se elogia la gran fortuna.
ELISA: Soy la humildísima servidora del señor Anselmo; pero (haciendo de nuevo una
reverencia) con vuestro permiso, no me casaré con él.
HARPAGÓN: Yo soy vuestro humildísimo lacayo; pero (imitando a Elisa) con vuestro
permiso, os casaréis con él esta tarde.
ELISA: ¿Esta tarde?
HARPAGÓN: Esta tarde.
ELISA (haciendo otra reverencia más): Eso no ocurrirá, padre.
HARPAGÓN (imitando uva vez más a Elisa): Eso ocurrirá, hija.
ELISA: No.
HARPAGÓN: sí.
ELISA: Os digo que no.
HARPAGÓN: Os digo que sí.
HARPAGÓN: No te matarás y te casarás con él. ¡Pero ved qué audacia! ¿Se ha visto
jamás a una hija hablar de esa manera a su padre?
ELISA: ¿Pero se ha visto jamás a un padre casar de esa manera a su hija?
HARPAGÓN: Es un partido que no tiene nada de criticable; y apuesto a que todo el
mundo aprobará mi elección.
ELISA: Y yo por mi parte apuesto a que no podrá ser aprobado por ninguna persona
razonable.
HARPAGÓN (apercibiendo de lejos a Valerlo): Allí está Valerio: ¿quieres que entre los
dos le hagamos juez de nuestro pleito?
ELISA: Consiento en ello.
HARPAGÓN: ¿Te inclinarás ante su juicio?
ELISA: Sí, pasaré por lo que él diga.
HARPAGÓN: Pues es cosa hecha.
(ACTO 1, ESCENA 8): (Elisa y Valerio) Elisa le pregunta a Valerio porque le dio la
razón a su padre, y él le dice que deben aceptar para ganar su aprobación y
confianza, pero que ella debe fingir enfermedad para aplazar el compromiso.
ELISA: ¿Pero qué invención encontrar si debe realizarse esta tarde?
VALERIO: Hay que pedir un aplazamiento fingiendo alguna enfermedad.
(ACTO 2, ESCENA 1): Cleanto se encuentra con su criado La Fleche y le pregunta si
ha conseguido del usurero el préstamo por 15 mil francos. La Fleche advierte que
para recibir el préstamo, el usurero ha dispuesto una serie de condiciones:
conocerlo personalmente, el pago de intereses y la compra obligatoria de una serie
de artículos que el usurero vende. De no cumplir con todas las condiciones, el
usurero no otorgará el préstamo. A Clenato le parece un abuso, pero termina
aceptando por la necesidad de ese préstamo.
CLEANTO: ¡Que la peste se lo coma con su discreción, a ese traidor, a ese verdugo! ¿Se
ha visto jamás usura semejante? ¿Y no le basta con el rabioso interés que exige para
querer toda- vía obligarme a tomar, por tres mil libras, los viejos trastos que amontona? Ni
por doscientos escudos compraría yo eso; y sin embargo es preciso que me resuelva a
consentir en lo que propone; porque se encuentra en situación de hacerme aceptarlo
todo, y el maldito me tiene con la pistola al pecho.
(ACTO 2, ESCENA 4 Y 5): Frosina quiere ver a Harpagón porque tiene asuntos de
trabajo que arreglar con él. La Fleche le advierte que probablemente no recibirá ni
un centavo del avaro, a quien califica de ser inhumano, duro y cerrado, preocupado
únicamente en sus ganancias económicas. No obstante, Frosina confía en que
recibirá una buena suma por sus servicios.
LA FLECHA: ¿Tienes algún negocio con el dueño de casa?
FROSINA: Sí, estoy tramitando para él cierto asuntillo del que espero una recompensa.
LA FLECHA: ¿Suya? A fe mía, serás muy hábil si sacas algo; y te advierto que aquí el
dinero es muy caro.
FROSINA: Hay ciertos servicios que conmueven maravillosamente.
LA FLECHA: Servidor. Tú no conoces todavía al señor Harpagón. El señor Harpagón es
el hombre menos humano de todos los hombres, el mortal más duro y agarrado entre
todos los mortales. No hay servicio que comprometa su reconocimiento hasta hacerle
abrir las manos. Alabanzas, estimación, benevolencia de palabra, y tanta amistad cuanta
os plazca; pero en cuanto a dinero, no hay de qué. Nada existe más seco ni más árido
que sus afabilidades y sus caricias; y dar es una palabra por la que tiene tanta aversión,
que no dice jamás: Os doy, sino: Os presto los buenos días.
(ACTO 2, ESCENA 6): Frosina le informa a Harpagón que la madre de Mariana está
complacida e interesada en la propuesta de matrimonio y le dice que Mariana estará
sumamente contenta en aceptar su oferta porque gusta de los hombres mayores.
Harpagón no se convence del todo porque Mariana no tiene dote y no recibirá
ninguna hacienda a cambio. Frosina intenta persuadirlo argumentando que Mariana
no le acusará problemas porque no come mucho, viste sencillo y le será de un
ahorro de 12 mil escudos al mes. Aún con dichos argumentos, Harpagón insiste en
su deseo por algún bien material y hace caso omiso a Frosina, quien finalmente, le
pide dinero para remunerar sus servicios. Como era de esperarse, Harpagón busca
la forma de evadir el pago y le ofrece únicamente el carruaje que recogerá a Frosina
y Mariana con motivo del almuerzo para Don Anselmo.
Frosina se retira molesta pero confía que le sacará al avaro algún provecho
después.
HARPAGÓN: Pero, Frosina, ¿has hablado con la madre respecto a los bienes que puede
dar a su hija? ¿Le has dicho que es necesario que se ingenie un poco, que haga algún
esfuerzo, que se sacrifique para una ocasión como ésta? Porque, en fin, nadie se casa
con una doncella sin que aporte alguna cosa.
FROSINA (sola): ¡Que la peste te devore, perro villano de todos los diablos! El roñoso ha
resistido a todos mis ataques; pero no por eso he de dejar la negociación; tengo la otra
parte, en todo caso, de la que estoy segura de sacar buena recompensa.
(ACTO 3, ESCENA 1 Y 2): Harpagón instruye a sus criados para administrar bien la
comida en honor y la bebida (agua y solo si la los invitados piden varias veces) a
Don Anselmo, y les advierte que si rompen o roban algo, será descontado de sus
sueldos. Y los empleados que le comentan que tienen su ropa manchada con aceite
y con agujeros, le índice como pararse y taparse con un sombrero para que no se
vea.
HARPAGÓN (a La Merluza): Silencio. Acomodad eso diestramente del lado de la pared,
y presentad siempre la fachada a la gente. (A Brindavoine, mostrándole cómo debe
poner su sombrero delante de su jubón para ocultar la mancha de aceite.) Y vos,
tened siempre vuestro sombrero así, cuando sirváis.
(ACTO 3, ESCENA 5): Maese Santiago, el cocinero y chofer, advierte que será
necesario comprar comida y para ello necesita mucho dinero. Valerio interviene en
defensa de los intereses de Harpagón, quien no desea gastar mucho y sugiere que
prepare buena comida con poco dinero.
Sus caballos están a punto de morir por falta de comida.
Maese Jacobo se molesta porque Valerio sólo está adulando a Harpagón.
VALERIO: Jamás he oído contestación más impertinente que ésa. Vaya una maravilla,
hacer buena comida con mucho dinero: es la cosa más fácil del mundo y no hay pobre
diablo que no pudiera hacerlo; pero para proceder como hombre hábil hay que tratar de
hacer buena comida con poco dinero.
HARPAGÓN: Que hay que limpiar mi carroza y tener mis caballos listos para conducir a
la feria...
MAESE JACOBO: ¿Vuestros caballos, señor? A fe mía, no se encuentran en estado de
servir. No os diré que yacen en su cama, las pobres bestias no la tienen, y estaría muy
mal dicho; pero vos les hacéis observar ayunos tan austeros, que no son ya nada más
que ideas o fantasmas, apariencias de caballos.
MAESE JACOBO: Señor, yo no puedo soportar a los aduladores; y me doy cuenta de que
todo lo que hace él, sus vigilancias perpetuas del pan, el vino, la leña, la sal y las
candelas, no son más que para halagaros y haceros la corte. Esto me enfurece, porque
me fastidia diariamente oír lo que dicen de vos; al fin y al cabo os tengo afecto, por muy
despechado que esté; y después de mis caballos, vos sois la persona a quien más quiero.
(ACTO 3, ESCENA 8): Mariana le confiesa a Frosina que el ser pretendida por
Harpagón le produce una gran aflicción, pues ella está enamorada de un joven, que
a modo de ver de su celestina es un mal partido porque es pobre. Frosina le
recomienda que haga a un lado su tristeza y valore las ventajas de casarse con un
hombre rico y que pronto morirá por ser viejo.
FROSINA: ¡Dios mío! Todos esos boquirrubios son muy agradables y representan muy
bien su papel; pero la mayor parte son pobres como ratas; vale más para vos tomar un
marido viejo, que os representa mucha fortuna. Os confieso que los sentidos no se
sienten muy a gusto con el partido a que me refiero, y que hay que soportar algunos
disgustillos con semejante esposo; pero eso no puede durar, y su muerte, creedme, os
dejará bien pronto en situación de tomar otro más amable, que pondrá en su lugar las
cosas.
(ACTO 3, ESCENA 11): Cleanto le dice a Mariana que su corazón no desea verla
como madrastra. Harpagón interpreta esto como una insolencia de su hijo, pero
Mariana lo excusa y se siente dichosa por lo que su amado dijo. Celanto le quita a
su padre una sortija de diamante y se la obsequia a Mariana con el pretexto de que
es de parte de Harpagón, pero éste sólo se enfurece porque su hijo ha insistido en
regalarle a Mariana su sortija de diamantes, quien finalmente la acepta para frenar
los remilgos de padre e hijo.
CLEANTO: Señora, ¿habéis visto nunca un diamante más vivo que ese que lleva mi
padre en el dedo?
MARIANA: Cierto es que brilla mucho.
CLEANTO (sacando del dedo de su padre el diamante y dándolo a Mariana): Es
preciso que lo veáis de cerca.
MARIANA: Es bellísimo, sin duda, y lanza infinidad de destellos.
CLEANTO (colocándose ante Mariana que quiere devolver el diamante): No, señora;
está en muy buenas manos. Es un presente que os ha hecho mi padre.
HARPAGÓN: ¿Yo?
CLEANTO: ¿No es cierto, padre, que queréis que la señora lo conserve por vuestro
amor?
HARPAGÓN (bajo, a su hijo): ¿Cómo?
(ACTO 4, ESCENA 1): Cleanto, Elisa, Mariana y Frosina planean hacer que Harpagón
pierda el interés en Mariana, y entre tanto, convencer a la madre de la prometida en
aceptar a Cleanto. El plan propuesto por Frosina consistía en traer una mujer con el
disfraz de marquesa rica dispuesta a casarse con Harpagón y dar toda su fortuna
como dote, y de esta forma, para lograr que su atención avara se centre en otra
persona sin tener que ofenderle.
FROSINA: Sí, tengo razón, bien lo sé. Eso es lo necesario, pero diantres si sé cómo
encontrar los medios de hacerlo. Esperad: si tuviéramos alguna mujer un poco madura,
que fuera de mi talante, y representara bastante bien como para imitar a una dama de
calidad, por medio de un tren equipado de prisa, y con un bizarro título de marquesa o de
vizcondesa que supondríamos de la baja Bretaña, yo tendría bastante habilidad para
hacer creer a vuestro padre que se trataba de una persona rica, dueña, además de sus
casas, de cien mil escudos en dinero contante y sonante; que ella estaba perdidamente
enamorada de él, y deseaba ser su mujer, hasta el extremo de donarle toda su fortuna por
el contrato de matrimonio; y no dudo de que prestaría oídos a la proposición; y cuando
deslumbrado por este engaño hubiera consentido en lo que os interesa, importaría poco
después que se desengañara y consiguiera ver claro en el efectivo de nuestra marquesa.
(ACTO 4, ESCENA 2): Harpagón le tiende una trampa a su hijo al decirle que ha
considerado la diferencia de edad con Mariana y por tanto ha considerado que ella
es mejor prometida para él. Clenato, emocionado, confiesa su secreto y Harpagón,
satisfecho de descubrir la verdad, le prohíbe seguir amando a Mariana y procura
apresurar el matrimonio de su hijo con la viuda. Clenato se rebela y está dispuesto
a todo por conservar el amor de mariana. Harpagón pide a gritos un bastón para
darle de bastonazos a su hijo.
HARPAGÓN: Eso me disgusta; porque destruye una idea que me había venido a la
mente. Al verla aquí, me he puesto a reflexionar sobre mi edad; y he pensado que podría
dar motivos de murmuración el que me casara con una persona tan joven. Esta
consideración me aconsejaba abandonar el proyecto; pero como la he hecho pedir, y me
he comprometido con ella de palabra, te la hubiera dado a ti, a no mediar la aversión que
tú le demuestras.
CLEANTO: ¿A mí?
HARPAGÓN: A ti.
CLEANTO: ¿En matrimonio?
HARPAGÓN: En matrimonio.
CLEANTO: Escuchad… es cierto que ella no es muy de mi gusto; pero por complaceros,
padre, me resolvería a desposarla, si lo queréis.
HARPAGÓN: ¿Yo? Yo soy más razonable de lo que piensas: no quiero forzar tu
inclinación.
HARPAGÓN (bajo, aparte): Me alegro de haber conocido semejante secreto; y eso era
justamente lo que yo pedía. (Alto.) Ahora, ¡ea! hijo, ¿sabéis lo que hay? Que hay que
pensar, os ruego, en deshaceros de vuestro amor; en cesar en todas vuestras
pretensiones hacia una persona que pretendo para mí; y en casaros bien pronto con la
que os destinan.
CLEANTO: ¡Sí, padre, así es como me burláis! Y bien, puesto que las cosas han llegado
a este punto, yo os declaro que no abandonaré la pasión que siento por Mariana, que no
habrá extremo al que no llegue para disputares su conquista, y que si vos tenéis en
vuestro favor el consentimiento de la madre, yo tendré tal vez otros apoyos que
combatirán por mí.
HARPAGÓN: ¿Cómo, brigante? ¿Tienes la audacia de cazar en mi coto?
CLEANTO: Sois vos quien cazáis en el mío; pues soy el primero según la fecha.
MAESE JACOBO: Dejadme hacer. (Va hacia el hijo.) Y bien, vuestro padre no es tan
irracional como vos lo presentáis; me ha dicho que son vuestros arrebatos los que lo han
encolerizado; que él no desaprueba más que vuestra manera de proceder y que estará
dispuesto a acordaros lo que deseéis, siempre que lo solicitéis con dulzura, otorgándole la
deferencia, el respeto y la sumisión que un hijo debe a su padre.
(ACTO 5, ESCENA 1): Harpagón le dice al comisario que desconfía de todos y debe
recuperar su dinero robado. El comisario aconseja proceder con sigilo para
conseguir las pruebas que los guíen al culpable.
EL COMISARIO: ¿A quién sospecháis como autor del robo?
HARPAGÓN: A todo el mundo; y deseo que arrestéis a toda la ciudad y sus alrededores.
EL COMISARIO: Si queréis creerme, preciso es no asustar a nadie, y tratar
silenciosamente de conseguir algunas pruebas a fin de proceder después con rigor para
recuperar los dineros que os robaron.
(ACTO 5, ESCENA 5): Cuando Valerio está a punto de ser aprehendido, descubre su
identidad afirmando ser el hijo de Don Tomás de Alburcy. Don Anselmo, quien
acababa de llegar y de manifestarle su apoyo a Harpagón, le pide a Valerio que
pruebe lo que dice, pues era sabido que los hijos de Alburcy habían fallecido en un
naufragio. No obstante, Valerio consiguió salvarse junto con Pedro, el criado de la
familia y posee las joyas que su madre le colocó y el sello distintivo de la familia.
Mariana avala la historia al decir ser su hermana, ya que conocía dicha historia
porque su madre se lo había contado y juntas llegaron a Nápoles en busca de su
padre, quien creían que había muerto en el naufragio. Valerio afirma que cuando
llegó a Nápoles, también en busca de su padre, conoció a Elisa.
Es entonces cuando Anselmo descubre su identidad como Don Tomás de Alburcy y
abraza con júbilo a sus hijos perdidos por 16 años. Harpagón comprende el
parentesco, pero aún preocupado por su dinero, le exige a Don Anselmo que pague
la cantidad de dinero, presuntamente robada por su hijo. Valerio comprende, de
buena vez, que se le acusa de robo material y Maese Santiago tuvo que negar su
culpa frente a todos.
ANSELMO: ¿Qué? ¿Osáis deciros hijo de Don Tomás de Alburci?
VALERIO: Sí, lo oso; y estoy pronto a sostener esta verdad contra quien sea.
ANSELMO: La audacia es maravillosa. Sabed, para confusión vuestra, que hace por lo
menos dieciséis años que el hombre de quien nos habláis pereció en el mar con sus hijos
y su mujer, mientras trataba de sustraer su vida a las crueles per
secuciones que acompañaron a los desórdenes de Nápoles, y que hicieron exilarse a
muchas nobles familias.
VALERIO: Sí; pero sabed, para confusión vuestra, que su hijo, de siete años de edad, fue
salvado junto con un criado de ese naufragio por un navío español, y que ese hijo salvado
es quien os habla; sabed que el capitán de ese navío, conmovido por mi suerte, sintió
afecto por mí; que me hizo educar como su propio hijo, y que las armas fueron mi oficio
desde que me sentí capaz de él; que desde hace poco he sabido que mi padre no estaba
muerto como lo había creído siempre; que pasando por aquí para ir a buscarle, una
aventura, decretada por el Cielo, me hizo conocer a la encantadora Elisa; que este
conocimiento me hizo esclavo de su belleza; y que la violencia de mi amor y la severidad
de su padre, me hicieron tomar la resolución de introducirme en su domicilio, enviando a
otro en busca de mis padres.
ANSELMO: ¿Pero qué otras pruebas, además de vuestras palabras, pueden asegurarnos
que esta no sea fábula edificada por vos sobre una base de verdad?
VALERIO: El capitán español; un sello de rubíes que era de mi padre; un brazalete de
ágata que mi madre me puso en el brazo; y el viejo Pedro, ese criado que conmigo se
salvó del naufragio.
MARIANA: Ay, yo puedo responder aquí a vuestras palabras, yo, a quien vos no
engañáis; pues todo cuanto decís me hace comprender claramente que sois mi hermano.
ANSELMO: ¡Oh, Cielo! ¡Cuáles son los caminos de tu poder! ¡Qué bien demuestras que
sólo a ti pertenece el hacer milagros! Abrazadme, hijos míos, y unid ambos vuestros
transportes a los de vuestro padre.
VALERIO: ¿Vos sois nuestro padre?
MARIANA: ¿Sois vos a quien mi madre ha llorado tanto?
ANSELMO: Sí, hija mía; sí, hijo; yo soy Don Tomás de Alburci, a quien el Cielo salvó de
las olas con todo el dinero que llevaba, y que habiéndoos creído muertos durante más de
dieciséis años, se preparaba, después de largos viajes, a buscar en el himeneo con esta
dulce y discreta persona el consuelo de una nueva familia. La poca seguridad que
encontré para mi vida al retornar a Nápoles, me hizo renunciar a él para siempre; y
habiendo encontrado el medio de hacer vender cuanto allí tenía, me domicilié aquí,
donde, bajo el nombre de Anselmo, he querido librarme de los pesares de ese otro
nombre que me ha causado tantas desdichas.
HARPAGÓN: ¿Es ése vuestro hijo?
ANSELMO: Sí.
HARPAGÓN: Os entablo proceso por el pago de diez mil escudos que me ha robado.
ANSELMO: ¿Él, haberos robado?
HARPAGÓN: Él mismo.
VALERIO: ¿Quién os ha dicho eso?
HARPAGÓN: Maese Jacobo.
VALERIO (a Maese Jacobo): ¿Eres tú quien lo dice?
MAESE JACOBO: Bien veis que yo no digo nada.
(ACTO 5, ESCENA 6): Cleanto aparece pidiéndole a su padre que apoye su
matrimonio con Mariana o de lo contrario no volverá a ver su dinero. Anselmo le
pide a Harpagón que reconsidere sus planes y conceda el matrimonio. Harpagón
accede con las condiciones de que Anselmo le otorgue la dote de Mariana, pague
los dos matrimonios, le compre un traje para la ocasión, le pague al comisario por
sus servicios y reciba su cofre con todo el dinero.
CLEANTO: No os atormentéis más, padre mío, ni acuséis a nadie. He conseguido
noticias de vuestro asunto, y vengo aquí a deciros que si queréis resolveros a dejarme
casar con Mariana, os será devuelto vuestro dinero.
HARPAGÓN: ¿Dónde está?
CLEANTO: No os preocupéis: está en un lugar del que yo respondo y todo depende
solamente de mí. A vos os toca decirme qué determináis: y podéis escoger: o darme a
Mariana, o perder vuestra arquilla.
HARPAGÓN: ¿No le han sacado nada?
CLEANTO: Nada en absoluto. Ved si es vuestro propósito suscribir a ese matrimonio y
unir vuestro consentimiento al de su madre, que la deja en libertad de elegir entre
nosotros dos.
ANSELMO: Hijos míos, el Cielo no me devuelve a vosotros para que me ponga en contra
de vuestros deseos. Señor Harpagón, comprendéis bien que la elección de una joven
recaerá en el hijo antes que en el padre. Vamos, no os hagáis decir lo que no se necesita
escuchar y consentid, como yo, en este doble matrimonio.
HARPAGÓN: Para tomar partido, preciso es que vea yo mi arquilla.
CLEANTO: La veréis sana y salva.
HARPAGÓN: Yo no tengo dinero para dar mis hijos en matrimonio.
ANSELMO: Y bien, yo lo tengo para ellos; que eso no os inquiete.
HARPAGÓN: ¿Os comprometéis a cubrir todos los gastos de estos dos casamientos?
ANSELMO: Sí, me comprometo a ello: ¿estáis satisfecho?
HARPAGÓN: Sí, con tal de que para las bodas me hagáis hacer un traje.
ANSELMO: De acuerdo. Vamos a gozar de la alegría que este día feliz nos aporta.