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Ciudades hidalgas de Indias

Arquitectura en Latinoamérica
Arquitecta Ms. Maria Juanita Becerra
Bogotá D.C.
28.02.2022
Luego de ser fundada, la ciudad cobraba vida. A los proyectos trascendentales se sumaban los problemas inmediatos de cada día.
Estas debían cumplir un cometido, pero era necesario sobrevivir a a las enfermedades y al hambre. Dentro de este contexto se puso a prueba
la unión entre ideología y realidad. El grupo fundador creció unas veces y disminuyó otras; el espacio físico comenzó a ocuparse de escasas
construcciones que le daban a la ciudad cierto aire de realidad: las necesidades comenzaron a suplirse de formas a lo sumo elementales; el
gobierno empezó a funcionar; las agresiones de los indígenas comenzaron a ser controladas. Era necesario,pues, decidir qué hacer con
la ciudad, al servicio de qué había que ponerla.
“Era fácil trasladar la traza del papel al terreno, pero no era fácil trasmutar una ideología en una política. Cada ciudad había sido instalada
de acuerdo con unas tesis generales y en relación con algunas circunstancias concretas. Pero su sola instalación desencadenaba un
mundo de nuevos problemas, prácticos e ideológicos, que se resolvían a veces a plena conciencia y, a veces, intuitiva y espontáneamente.
Muchos factores incidían en las decisiones: las vagas reminiscencias del objetivo originario, la peculiaridad de la sociedad urbana que se
constituía y diferenciaba generación tras generación, las posibilidades previstas para su desarrollo; pero acaso lo que más influyó, fue,
precisamente, el progresivo descubrimiento de las nuevas posibilidades reales que la ciudad y la región ofrecían, algunas de las
cuales eran seguramente muy promisorias pero exigían un reajuste de las actitudes.” José Luís Romero, pág., 69.
Las sociedades urbanas descubrieron que podrían consolidar los lazos en el marco del sistema de metrópolis, e integrarse al mercado europeo,
el cual ofrecía un variado espectro de posibilidades en función de las colonias de Indias. Esto, a través de las actividades de los
corsarios, piratas y contrabandistas.
La aparición de corsarios, piratas y contrabandistas, sumado a
la emergencia de amenazas de insurrecciones indígenas
perpetuó el carácter militar originario de algunas fundaciones.
De una u otra manera la conquista estaba asegurada; sin
embargo, hubo, a nivel local, peligros relacionados con las
reveliones de los indios. Esta circunstancia obligó a muchos de
los habitantes de estas ciudades a mantenerse en pie
de guerra. Y no solo eso: los corsarios y piratas se dedicaban a
recorrer los mares a la espera de la oportunidad para desolar
los galeones y apoderarse de las ciudades para saquearlas.

Entretanto, la vida urbana se desarrollaba creando nuevas


posibilidades, entre las que empezaron a predominar el
comercio legal y el contrabando oculto tras la servidumbre y
la clientela de capitanes envueltos en negocios.
“El gobierno colonial no podía sino ser pesado, a causa de la lejanía de las metrópolis, de la singular burocracia que predominaba en ellas y,
sobre todo, de la complejidad de los problemas que cada día le planteaba al gobierno central cada rincón del mundo colonial. Los
funcionarios ejercían un extraño poder, porque sus actos estaban permanentemente vigilados por otros funcionarios y nadie sabía cuál era el
que gozaba del favor de la corona. Un mundo de papeles se revolvía entre intrigas y cabildeos, y un mundo de personajes de diversa condición
y catadura flotaba alrededor de virreyes, capitanes generales, oidores, obispos y corregidores. En ese juego se diferenciaban las grandes
capitales —México, Lima, Bahía— de otras más pequeñas y casi aldeanas, como Bogotá, La Habana, Santiago, San Pablo o Buenos Aires;
y aun se diferenciaban todas ellas, centros de poder, de las ciudades que no tenían otra preocupación que sus problemas municipales
o aquellos que inquietaban a los ricos poseedores de su región.” José Luís Romero, pág., 71.
Estas ciudades se convirtieron en focos de actividad cultural: allí estaban los grupos de religiosos que se encargaban de la catequesis, pero a
la vez estaban los predicadores de la moral pública que ocupaban cargos administrativos. Estaban también los intelectuales, profesores de
universidades y colegios, donde se educaban los hijos de hidalgos (en unos) y los hijos de caciques (en otros). Estos esquemas culturales
fueron propios de las ciudades capitales, grandes o pequeñas, pero poco a poco se fueron extendiendo a las ciudades intermedias en
mayor o menor medida.

Más aún, lo que había alcanzado un desarrollo evidente era la economía. Así, por ejemplo, la ciudad-emporio, puerto y feria diversificó sus
actividades. El modelo de ciudad-fuerte fue gradualmente sobrepasado por otras actividades distintas a las bélicas: el comercio se intensificó,
y con ello la ciudad-emporio fue cada vez más emporio. En efecto, creció y se organizó en la ciudad el sistema de producción (agropecuaria
y minera); pero, sobre todo, se incrementaron las actividades intermediarias debido a que toda la producción se canalizaba a través de la
ciudad. Asimismo, aumentó la cantidad de productos para exportar y la importación de mercancía desde España o de contrabando,
cuya distribución se daba a lo largo de extensas rutas.
Se fueron constituyendo, al diferenciarse las actividades, los grupos económicos con los que se iría comprometiendo poco a poco el
destino de la ciudad.
“Fue un largo proceso de cambio que se desarrolló de manera tortuosa y confusa desde la fundación hasta la segunda mitad del siglo XVIII.
En el mundo en el que se establecieron, estaban destinadas a ser —como finalmente lo fueron—ciudades burguesas y mercantiles. Pero la
fuerza del proyecto originario las constreñía para que fueran ciudades marginadas del mundo mercantil. Así se constituyeron, contra la
corriente, como ciudades hidalgas, porque hidalgos quisieron ser los grupos dominantes que se formaron en ellas. Y lo fueron
mientras pudieron, aunque disimulando que estaban dispuestos.” José Luís Romero, pág. 72.
Formación de una sociedad barroca. Las sociedades que se formaron en las tierras de Indias fueron
completamente nuevas; distintas a las que se formaban en las ciudades metropolitanas; con rasgos particulares, aunque no desligados del todo
de las primeras. Ciertamente, fueron las únicas sociedades vivas, pues aquellas que poblaban las zonas productoras o mineras eran tan rígidas
que difícilmente se adaptaban a los cambios en el sistema devenidos a lo largo del tiempo. Por lo tanto, quedaron subsumidas en su propio
ordenamiento, instrumentadas y bajo el yugo de los señores.
“Los señores eran urbanos, o quizá cortesanos, aun si mostraban preferencia por vivir en las zonas de producción, hacienda o mina.
Porque era la ciudad —que ellos concebían como corte— la que les garantizaba la compacidad del grupo, la continuidad de las costumbres
y ese ejercicio de la vida noble que se había grabado en su memoria de emigrantes que abandonaban el singular mundo peninsular del siglo
XVI. En las ciudades construyeron sus casonas tan ricas como pudieron, y en ellas vivían todo el año algunos, y otros durante los meses en
que podían abandonar sus posesiones, procurando rodearse del más ostentoso boato que le permitían sus recursos.” José Luís
Romero, pág. 73.
En términos generales, fue una sociedad
dividida en privilegiados y no privilegiados.

Para esa época un gran número de hidalgos de


Indias empezaron a renunciar a su concepción
social, y muchos de ellos se convirtieron en
burgueses a pesar de que conservaran su
orgullo y, acaso, sus convicciones. Pero
durante los dos siglos que siguieron a las
fundaciones defendieron vehementemente su
condición de privilegiados, así como su
particular estilo de vida. No obstante, se
trataba de un estilo de vida ficticio, puesto que
la hidalguía fue apenas una ideología del grupo
fundador a la que traicionaban en los hechos
cediendo a las exigencias de su propósito
principal que era la riqueza, única vía para su
ascenso social. Y por ser ficticio imprimió a las
sociedades urbanas un aire cortesano, y no
burgués, que contradecía la dura realidad.
La carrera de todos tras la fortuna y el poder impidió que
se consolidaran los grupos urbanos fundadores; muchos
de sus miembros, luego de haberse enriquecido, se
lanzaban a otras aventuras más prometedoras. Pero en
muchas ciudades sus herederos, y especialmente las
herederas, fundaron linajes que obtuvieron un
importante reconocimiento.

De esos troncos genealógicos nacieron vástagos criollos


que tuvieron que sufrir el desdén de los españoles y de
los recién llegados de la península, quienes creían que los
primeros representaban la declinación de la raza. Todos
ellos conformaban la hidalguía de Indias, que a su vez
se dividían en ricos y pobres. Ricos fueron los que
obtuvieron minas y constituyeron las aristocracias;
por el contrario, ambiciosos y violentos, los hidalgos sin
fortuna fueron escándalo de las ciudades que buscaban
imponer un orden civil; y para alejarlos se los indujo a
emprender nuevas empresas.
“Lo que quedaba por debajo del conjunto de los hidalgos —ricos y pobres, reales y virtuales— era la otra subsociedad. Había en ella blancos,
europeos, generalmente dedicados a los negocios financieros o al pequeño comercio; no faltaban los judíos. Blancos también solían ser
algunos artesanos; pero empezaron a aparecer en el comercio y en las artesanías los mestizos que ascendían gracias al apoyo de su familia
paterna, o a su capacidad destacada o a su negocio. Por debajo de todos estaban los grupos sometidos, indios, negros, mestizos y mulatos del
montón, que se ocupaban en las ciudades de toda clase de menesteres, incluso de los trabajos artesanales que cumplían por cuenta de sus
amos. Otros, los más, arrastraban su miseria por los arrabales y la ocasionalmente en el centro de la ciudad, los días de mercado o en
las fuentes públicas, mientras trataban de vender algo o de obtener una limosna.” José Luís Romero, pág., 79.
Los mestizos fueron el talón de Aquíles del orden formal de la sociedad barroca de Indias, el que minaría la sociedad urbana. Había una
situación de inestabilidad. El mestizaje conspiraba contra ella, fortalecido por las posibilidades del ascenso económico, que se acrecentaron a
medida que las ciudades se arraigaron en el mundo mercantil. Y en ese mismo proceso adquirió autonomía un sector criollo blanco que
descubrió lo anacrónico de la estructura social elaborada en los dos primeros siglos coloniales, y en qué medida constituía un obstáculo
para su desarrollo. La unión de esos factores precipitaron la crisis de la sociedad hidalga en la segunda mitad del siglo XVIII.

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