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México y su moral

José Alfredo Torres


Primera edición: 2014

© José Alfredo Torres


© Editorial Torrres Asociados

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ISBN 978-607-7945-55-0
Índice

Introducción 5

El abandono de la ética en la
universidad pública 17

El problema de la moral nacional:


el caudillismo 63

José Vasconcelos:
¿intelectual ingenuo? 97

¿Enseñanza de valores independentistas


novohispanos en la obra de
Francisco Javier Clavijero? 111
Introducción

El doctor José Alfredo Torres ha reunido en este


libro cuatro ensayos que giran en torno a pro-
blemas éticos: El problema de la moral nacio-
nal: el caudillismo; El abandono de la ética en
la universidad pública; ¿Enseñanza de valores
independentistas novohispanos en la obra de
Francisco Javier Clavijero?; y Vasconcelos:
¿intelectual ingenuo?
En el texto sobre los valores novohispanos,
estudia las características de uno de los precur-
sores de la conformación de la nación mexicana:
Francisco Javier Clavijero, a través de su obra
clásica Historia antigua de México publicada
en 1780 y de la polémica a la que dio origen (y
sigue dando, por cierto). En su estudio, Torres
valora la forma específica mediante la cual Cla-
vijero realiza la defensa de las culturas indígenas
frente a científicos europeos que, como De Paw,
hacían gala de su “docta ignorancia” al dar a co-
nocer juicios sobre la “inferioridad” de los anti-
guos pobladores de América. El autor del ensayo
acepta la tesis del filósofo Jaime Labastida en el
sentido de que entre los jesuitas, contrariamente
a lo que se ha afirmado, no se defendía una con-
cepción que pudiera llamarse propiamente “ilus-
trada”, sin embargo, agrega una precisión impor-
tante: a pesar de todo, no tuvo lugar un “atraso
filosófico, sin concesión alguna”, conforme a la
6

conclusión de Labastida, sino “una peculiar ac-


tividad política, criolla; una heterodoxia católica
de facto, sustentada en la filosofía escolástica
adaptada a la peculiaridad histórica de la Nueva
España”. Considero que el profesor Torres toca
aquí un problema que ha persistido desde los orí-
genes de México como nación: la búsqueda de
su identidad o de su originalidad que tanto ha
preocupado a antropólogos, historiadores, filó-
sofos e investigadores de nuestra cultura y que
podría tener, también aquí, un fundamento. En
torno a las posiciones de Clavijero y De Paw, el
problema ético es doble: por un lado, la valien-
te defensa y reivindicación que realiza Clavijero
ateniéndose a su conocimiento y vivencia sobre
la problemática abordada y por otro, la posición
de Cornelius De Paw, quien traiciona su voca-
ción científica y pretende contribuir a la legiti-
midad de la dominación colonial.
En “El problema de la moral nacional: el
caudillismo”, se aborda una de las características
del sistema político mexicano (y no solo) basado
en personas que, en un momento dado, logran
colocarse en el centro de las fuerzas políticas y
que obtienen a su alrededor la dependencia de
un gran número de seguidores. Así tenemos los
ejemplos de Obregón o Calles, expuestos ma-
gistralmente por Martín Luis Guzmán en su li-
bro La sombra del caudillo, o también por Juan
Rulfo en su extraordinaria obra Pedro Páramo,
en donde describe al señor de “horca y cuchillo”
que ejerce un poder omnímodo y fantasmal. El
7

caudillismo es justamente lo opuesto a una for-


mación de la voluntad democrática y surge justa-
mente por la ausencia de ésta. Ya Weber hablaba
de que una de las legitimaciones del poder era la
carismática, frente a la tradicional o legal racio-
nal. El problema de la legitimación carismática
es que resulta muy frágil porque queda elimina-
da al sucumbir el líder. No se trata de una adhe-
sión consciente a una plataforma de principios
sino a las reales o supuestas cualidades de una
persona. Este caudillismo que se origina cuando
no se tiene el poder luego se ve expresado en las
instituciones cuando el caudillo logra apoderarse
de ellas. Ahora bien, en nuestro país, al caudillis-
mo (que persiste hasta hoy) deberíamos agregar
también, desde otra perspectiva, el fenómeno del
corporativismo, ya que éste ha sido también un
obstáculo para el avance del país. El corporati-
vismo se ha logrado mediante la corrupción de
los dirigentes sindicales y su adhesión acrítica a
la política del Presidente en turno.
En su ensayo “El abandono de la ética en la
universidad pública”, el profesor Torres toca una
serie de temas cruciales en donde la ética juega
un papel central. Como se sabe, la universidad
ha sido un lugar de resonancia de todos los con-
flictos sociales y de las políticas gubernamenta-
les. Esta resonancia ha sido, en algunos periodos
de su historia, respondida con movimientos in-
telectuales y políticos y en otros mediante una
increíble pasividad.
8

En efecto, la Universidad pública no ha es-


tado (ni podía estarlo) ajena a los cambios que
se han operado en el país en los últimos treinta
años. A la Universidad pública se le encomendó
desde su fundación por Justo Sierra, entre otras
funciones, la de atender las necesidades nacio-
nales mediante la ciencia, la técnica y las huma-
nidades y, entre ellas, la filosofía, que había sido
excluida en sus variadas dimensiones por la con-
cepción positivista. Luego, en 1929, el Estado,
atendiendo a las peculiaridades de la docencia,
investigación y difusión, le otorgó la autonomía
para que se autogobernara. A mi juicio, esta me-
dida fue muy atinada porque se reconoció que la
Universidad era y es una institución muy pecu-
liar en donde se gesta el conocimiento científico-
técnico y humanista. Más tarde, en 1933-34 sur-
ge el conflicto entre los que sostenían posiciones
conservadoras, frente al gobierno que había pro-
piciado la educación socialista. Esta polémica
que trascendió el ámbito puramente académico y
que tiene diversos ángulos, ha sido abordada en
mi ensayo “La polémica Caso-Lombardo sobre
la educación socialista. Revisitada”.
Más tarde, en la década de los sesenta, el
movimiento universitario vuelve a levantarse en
demanda del respeto a la autonomía universita-
ria; pero en especial sobre temas como la modi-
ficación de los represivos artículos 145 y 145bis
del Código penal, que permitían al gobierno en-
carcelar a discreción a sus opositores mediante
el cargo de “disolución social”. Se pedía también
9

en aquel periodo la libertad de los presos políti-


cos y la destitución de los jefes policiacos que
habían agredido a la universidad. El movimiento
del 68 que encabezaron valientemente los uni-
versitarios (incluyendo al Rector Barros Sierra y
otra autoridades universitarias) tenía como tras-
fondo el profundo malestar de la sociedad por
el autoritarismo, la corrupción y la crisis eco-
nómica que ya se estaba sintiendo fuertemente
en el país. Podríamos decir que se trató de una
gesta heroica que desgraciadamente se malogró
por la actitud del gobierno de Díaz Ordaz, quien,
recordando la frase porfiriana, ordenó que “los
mataran en caliente” en la plaza de Tlaltelolco,
el 2 de octubre de 1968. Este movimiento, a pe-
sar de su fin trágico, expresó en forma espontá-
nea la necesidad de un cambio democrático.
Tanto en la década de los sesenta como
setenta, varias universidades del país se convir-
tieron en baluartes de la lucha social. La razón
fue la ausencia de libertades en el ámbito de la
sociedad civil. Fue por ello que, a partir de la
reforma política de 1977 (que permitió la activi-
dad de los partidos de oposición y despertó la es-
peranza de que nuestro país pudiera “transitar a
la democracia”), las universidades volvieron a sus
actividades regulares sin dejar de cumplir su fun-
ción social; sin embargo, en 1982, cuando se ini-
cia el neoliberalismo y todavía más evidente, en
1988, cuando se impone desde el poder a Carlos
Salinas de Gortari, las universidades públicas re-
cibieron un ultimátum: o aplican al pie de la letra
10

las directivas del gobierno a través de la SEP o no


hay presupuesto. En forma adicional, se pusieron
en marcha una serie de medidas que han tenido
el resultado de salvar a las clases intelectuales de
las crisis económicas; de propiciar la producción
científica, humanística y artística; pero también
de desactivar al único sector que puede ser me-
diador racional de las demandas populares.
Por cierto, José Alfredo Torres se refiere al
movimiento que surgió en la UNAM en 1999 en
contra del aumento de pagos. Desde hoy, pue-
de entenderse qué es lo que ocurrió: se trató de
una reacción espontánea en contra de lo que los
estudiantes concibieron como el inicio del neoli-
beralismo en la más importante universidad del
país. El resultado fue que en esta Universidad (a
diferencia de lo ocurrido en otras de los Estados)
se impidió que se tomara dicha medida, aunque
el costo fue un enorme desprestigio mediático
en su contra. Este desprestigio fue planeado por
el gobierno y los medios masivos de comunica-
ción para propiciar la crisis de la Universidad.
Afortunadamente, se pudo salir del bache y el
rector De la Fuente pudo remontar con creces
esta política. Lo que habrá que lamentar es que
los estudiantes que iniciaron el movimiento no
tenían idea de qué hacer con la Universidad ni
tampoco les interesó convocar a los universita-
rios a definir un nuevo proyecto.
Independientemente de lo anterior, en la
inmensa mayoría de las universidades públicas
del país (así como en toda la educación), el go-
11

bierno ha introducido una serie de medidas que


ha tenido el objetivo de cambiar sus estructuras
y sus fines sociales. Algunos ejemplos bastarán:
1) se ha reducido la matrícula total y miles de
estudiantes quedan fuera de las aulas universita-
rias todos los años; 2) a los profesores e investi-
gadores de tiempo completo, se les han dividido
sus percepciones en dos partes:“salario de base”
(50%) y “becas aleatorias” que se obtienen me-
diante la productividad académica (el otro 50%
que no cuenta para la jubilación); 3) el Estado
otorga becas a los investigadores mediante el
SNI (Sistema Nacional de Investigadores) , y a
los creadores mediante el Sistema Nacional de
Creadores, dependiente de Conaculta; 4) la SEP
ha diseñado formas de organización de la educa-
ción, producto de un traslado de las caracterís-
ticas de las universidades norteamericanas, sin
que las propuestas sean discutidas y aprobadas
por los profesores; 5) a las universidades se les
ha dado un mínimo para su funcionamiento y
los demás financiamientos dependen de entida-
des que se encuentran fuera de las instituciones.
En ese mismo sentido, se crearon unos “cuerpos
académicos” que dependen de la SEP y no de las
universidades, sustrayendo de éstas el impulso
de la investigación y duplicando las áreas de in-
vestigación existentes. En fin, se ha modificado
la estructura de la universidad sin el concurso
activo de los profesores e investigadores con el
propósito de introducir una tendencia producti-
vista y mercantilista. Habrá que decir aquí, en
12

forma enfática, que la Universidad pública pier-


de así su sentido social. En forma suplementaria,
diríamos que la producción teórica de las uni-
versidades se reduce a formar parte del curricu-
lum del autor; pero sus resultados no sólo no se
aprovechan e incorporan, en términos generales,
a las políticas públicas, sino que tampoco son
difundidas a un público más amplio. Tenemos
entonces un cambio drástico de la función de
la universidad por obra del neoliberalismo: an-
tes se pretendía que debería ofrecerse educación
a las mayorías, hoy no; antes se pretendía que
de la universidad pública egresara un estudiante
que, aparte de ser un profesional capaz, también
tuviera una conciencia social ya que las univer-
sidades privadas tenían la función principal de
egresar estudiantes adecuados a los intereses y a
la ideología de las empresas. Hoy la tendencia es
convertir a la universidad en una institución des-
tinada a satisfacer las necesidades del mercado,
como dice Terry Eagleton que está ocurriendo en
Inglaterra y en Europa en general. Por tanto, la
universidad deja de ser una institución autónoma
con una función social y crítica. Frente a esta si-
tuación, Alfredo Torres se pregunta en su ensayo:
“¿qué elementos ha desplegado la educación uni-
versitaria para incidir en una formación crítica, de
modo que se hubiera estado reflejando esta for-
mación en acciones influyentes de recomposición
social?”. Su propia respuesta es que ninguno.
José Alfredo Torres agrega, con razón: “En
México, la ideología del control financiero y em-
13

presarial está siendo determinante y ha afectado


el estatuto de la autonomía universitaria. La ac-
tualidad informática irradia esta ideología basán-
dose en redes, en flujos de información, en tejidos
multidireccionales; está sustituyendo a las buro-
cracias verticales (sobre la base de unas tecno-
logías de la información/comunicación flexibles,
asequibles y cada vez más poderosas), insertas
en los distintos segmentos o capas de la sociedad
como la educación, la política y la economía”.
Si todo lo anterior es así, la pregunta obli-
gada es: ¿qué debemos hacer para restituir la
función social y crítica de la universidad? O
como lo expresa el autor: “¿de qué medios valer-
se para sostener éticamente la vida universitaria
como vida valiosa para una sociedad anhelante
de respuestas por parte de los egresados? Y por
último: ¿cómo enfrentar el fenómeno desde el
interior mismo de la enseñanza áulica?”
Desde mi punto de vista, los universitarios
tienen, por su relación privilegiada con el cono-
cimiento, las condiciones necesarias para expli-
car y explicarse qué es lo que ha pasado en nues-
tro país; cuáles son las soluciones posibles y cuál
es el papel que tiene que jugar la Universidad en
el actual periodo. Lo que se requiere es, como
bien dice Torres, una ética que impulse a los uni-
versitarios a oponerse a la conversión de la ins-
titución educativa en una empresa mercantil y a
responder adecuadamente a las demandas de un
país en donde más del 50% de su población está
hundida en la pobreza.
14

Finalmente, el autor de este libro, toca la


relación entre teoría y práctica en un filósofo y
político muy polémico llamado José Vasconce-
los. En Vasconcelos tenemos a un filósofo que, a
mi juicio, no utilizó su amplio conocimiento en
la materia que le hubiera permitido diseñar una
estrategia para la toma del poder. Como se sabe,
en el campo de la filosofía y la ciencia política, ha
habido autores clásicos que desarrollaron teorías
del Estado importantes: Hobbes y Maquiavelo;
Locke y Rousseau; Hegel y Marx, etcétera. Vas-
concelos concebía a la filosofía en sus aspectos
metafísicos y estéticos. Le fue útil para reflexio-
nar sobre la formación de la cultura mexicana
y latinoamericana aunque propuso una extrava-
gante teoría de las razas. Cuando formaba parte
del Ateneo de la Juventud leía La República de
Platón, en donde se sostiene el gobierno de “los
que saben” frente a la multitud ignorante, tesis
que, traducida a términos actuales, se converti-
ría en el “dominio de los técnicos” de nefastas
consecuencias; o bien en un fracaso del propio
proyecto platónico por su rígida estructuración
de las clases y por la utopía del “filósofo-rey”.
Ante sus fracasos durante la campaña hacia
la Presidencia en 1929, Vasconcelos descubriría
–nos dice Alfredo Torres– que “no es lo mismo
lidiar con ideas que con individuos avezados en
la trampa y el engaño”. En otras palabras, Vas-
concelos confió en su carisma y en sus princi-
pios, pero no reflexionó sobre algo esencial en la
política: el estudio de las condiciones sociales e
15

históricas por las que atravesaba México, me-


diante la ciencias político-sociales y la definición
de una estrategia para llegar al poder. La política
no se hace con principios exclusivamente, sino
con el diseño de una forma práctica-instrumental
para organizar a las fuerzas opositoras y poder
tejerlas en torno a su objetivo. La ética y la po-
lítica deberán encontrase aquí en una relación
dialéctica. Con la pura ética se llega al fracaso
y con la pura política, tal vez al acceso al poder
y al beneficio individual pero dejando una estela
de víctimas. El tema es muy interesante y en el
caso de Vasconcelos, Torres dice que “se mos-
traba muy crítico, pero escasamente autocrítico,
como todo caudillo cultural”.
Como hemos visto, Alfredo Torres nos
presenta, de manera muy sugerente, varias for-
mas de intervención ética en diversos momentos
históricos de nuestro país y desde diversos ángu-
los. No me resta más que invitarlos a su lectura y
a suscitar nuevas reflexiones sobre las temáticas
abordadas. Torres hace un llamado a los ciuda-
danos pero en especial a los universitarios para
que tomen parte, desde su ámbito de acción, en
un movimiento comprometido con la justicia so-
cial que hace mucha falta en nuestro país.

Gabriel Vargas Lozano


México, D.F., 15 de enero de 2014
El abandono de la ética en la
universidad pública

Antecedentes del abandono

Antaño se ubicaba a los egresados como profe-


sionistas al servicio del Estado y su concepción
desarrollista; los componentes de una ética pro-
fesional se proyectaban en el transcurso de la
vida productiva dentro de la empresa privada o
estatal, o en los servicios; el Estado mexicano,
en general, no cobraba suficientes impuestos;
arrastraba un déficit que compensaba abriendo
puertas a la inversión extranjera y a los présta-
mos bancarios; sin embargo, subsidiaba la pro-
ducción económica. Había proteccionismo; pero
con ello se aseguraba la lealtad corporativa y el
cumplimiento de metas de crecimiento econó-
mico.1 La “lealtad corporativa” implicaba con-

1
El proteccionismo estatal y la política de sustitución
de importaciones, paradójicamente, se sostuvo mediante
el esquema de una economía dependiente “respecto de
los bienes de capital importados, es decir, de las impor-
taciones de expansión […]”; y para dejar en claro el fe-
nómeno, Jorge Eduardo Navarrete añade: “entre 1960 y
1966, la proporción de la demanda interna de equipo de
capital satisfecha a través de las importaciones se sitúa
por encima del 50%, alcanzando un máximo de 59.8% en
1965 y un mínimo de 52.0% en 1961”. La economía del
periodo, lenta pero inexorablemente, iría convirtiéndose
18

formidad con las decisiones centralizadas en el


PRI-gobierno.
La Universidad pública, por su parte,
veía colmados sus requerimientos financieros
acoplándose al interés estatal en la formación de
cuadros dirigentes y técnicos al servicio de una
producción controlada y una política unipartidis-
ta. Con todo, mantenía espacios de investigación
y crítica a las estructuras del “Estado benefac-
tor”, sustentado en ideales fracasados de justicia
distributiva.2

en mecanismo de compra de bienes de capital al extran-


jero, necesarios para la expansión industrial y el creci-
miento promedio del PIB. Cf. Jorge Eduardo Navarrete,
“Desequilibrio y dependencia: las relaciones económicas
internacionales de México en los años sesenta”, en S.
Wionczek y otros. ¿Crecimiento o desarrollo económi-
co?, México, SEP (SepSetentas, 4), 1971, pp. 156-157.
2
Sobre este tópico de los ideales revolucionarios
desperdiciados, Daniel Cosío Villegas sostenía en 1961
que “el pueblo mexicano sabe desde hace mucho tiem-
po que la Revolución Mexicana está muerta, aunque no
comprenda, o comprenda sólo a medias, por qué se oculta
este hecho en vez de difundirse”. Cosío Villegas lo de-
cía fundamentándose en el empobrecimiento de las ma-
sas, aparejado a la explosión demográfica; la influencia
política cada día mayor del sector empresarial; el poder
presidencial ilimitado, prácticamente feudal; y la pérdida
de la autoridad moral del gobierno. Existía crecimiento
económico, cierto, pero sin control suficiente de la infla-
ción, “de modo que los salarios reales de la fuerza obrera
han disminuido visiblemente, siendo los obreros quienes,
en última instancia, están pagando por el progreso indus-
trial de México”. Cf. Daniel Cosío Villegas. “La Revo-
19

¿Cuál ética proyectaba el profesionista


universitario en este contexto? Se podía iden-
tificar a un profesionista ligado a intereses in-
mediatos de empleo e inclusión dentro de la
nómina, con una visión (legítima) de bienestar
individual; pero atrapado en un comportamiento
dependiente: bastaba incorporarse al cuadro de
quienes recibían un salario y prestaciones labo-
rales-administrativas; no se necesitaba innovar,
no se requería una capacidad técnica compleja,
tampoco aptitudes democrático-políticas, sino
quedarse dentro de la empresa o la administra-
ción pública, sosteniéndose en lealtades. El Esta-
do empresario probablemente era ineficiente en
términos de gestoría económica, pero ante todo,
compensaba, otorgando prerrogativas a cambio
de mantenerse como autoridad incontestable.
Podía ser corrupto. Podía ser injusto. Pero daba
margen al profesionista, a quien dejaba satisfe-
cho y en condición de imitar los esquemas de la
moral imperante: autoritaria tal vez; corrupta tal
vez, o tal vez ineficiente. Lo seguro y efectivo
era cooptarlo, y políticamente, desactivarlo.
Gabriel Zaid escribía en 1972: la “gente
informada y capaz, o está dentro del régimen o
espera llegar a estarlo: no puede darse el lujo de
hablar y quemar sus posibilidades, que son tam-

lución Mexicana, entonces y ahora”, en R. Ross, Stanley


(coord.). ¿Ha muerto la Revolución Mexicana? Causas,
desarrollo y crisis, México, SEP (SepSetentas, 21), 1972,
v. 1, p. 145.
20

bién las de realizar sus ideas”.3 Expresar las ideas


y actuar, sólo podía hacerse dentro de los límites
fijados por el gobierno; y como una aspiración
para intentar influir, se buscaba la oportunidad
de insertarse en la burocracia gubernamental.
Influir desde lejos, al margen de las estructuras
oficiales –remataba Zaid a la sazón– “parece
utópico, no hay tal lugar en la vida nacional”. El
intelectual, la gente preparada, podía hacer algo
dentro del sistema, nunca fuera. Lo que era lo
mismo: la posibilidad de independencia crítica,
de verdad incidente, estaba cancelada, estructu-
ral e individualmente.
Villoro acotaba con claridad el límite del
intelectual mexicano reflejado especialmente en
los escritores: “la vocación del escritor está en la
libertad y universalidad del pensamiento. Pero
debe luchar por alcanzarlas. Para ello tiene que
liberarse de sus propias ilusiones. Y la primera
de ellas consiste justamente en creerse universal
y libre”.4 Una deficiencia sustancial, radicaba en
la inacción que se alimentaba con la mera expo-
sición de las ideas; ¿cómo vivir la libertad sólo
abstrayéndola, no actuándola? El intelectual,
asentaba Villoro, suele vivir de ilusiones y de pa-
labras “y olvidar la realidad económica y social
que impide realizarlas”, manteniéndose a distan-
cia de acontecimientos opresivos –incluso para
él mismo.
3
Revista Plural, Plural suplemento, 13 (Los escritores
y la política), octubre de 1972, p. 22
4
Ibid., p. 23
21

Pudiera observarse también, decíamos,


una vertiente crítica: la Universidad daba mues-
tras de no abandonar su espíritu independiente,
en ocasiones de confrontación abierta con polí-
ticas estatales aun cuando las aguas (posterior-
mente) volvieran a su cauce. Durante el régimen
cardenista, por ejemplo, el fenómeno educativo
de la Universidad Nacional adquirió un matiz
elitista, en contraposición con la educación so-
cialista que propugnaba el ascenso de las masas
y su educación para que supieran y pudieran de-
fender las conquistas alcanzadas: educándolas,
se cumpliría el dictum de una mejor distribución
de la riqueza. Cárdenas insistió en el viraje que
debía dar la Universidad, y esta demanda ya se
había reflejado en la polémica Caso-Lombardo,
manteniéndose al final la idea de Antonio Caso
sobre una educación universitaria plural, inclu-
yente y favorecedora de una élite de sabios con
méritos propios.
En las postrimerías del Estado desarrollis-
ta, la Universidad llevó a cabo una acción abierta
en contra del autoritarismo estatal y sus valores
de cerrazón democrática. La repercusión de este
capítulo en la década de los sesenta fue la épica
del 68. A posteriori muchos jóvenes se radica-
lizaron, uniéndose a movimientos guerrilleros
fuertemente reprimidos por los instrumentos po-
licíacos e institucionales como la Dirección Fe-
deral de Seguridad y el ejército.
Entre la “moral acomodaticia” y la “moral
contestataria”, ha prevalecido hasta la actualidad
22

la primera, con repercusiones profundas en la co-


munidad universitaria y la esfera social. ¿Cómo
ha intervenido la Universidad mediante la edu-
cación impartida, para comprender y orientar la
relación dialéctica entre los hechos y las ideas;
entre el comportamiento ético y el pensamiento
abstracto? Sería un intento de colocar en retros-
pectiva lo que parecer ser un abandono de la for-
mación ética en la Universidad. O dicho de otra
manera: en medio de estructuras políticas, so-
ciales y económicas en colapso, ¿qué elementos
ha desplegado la educación universitaria para
incidir en una formación crítica, de modo que
se hubiera estado reflejando esta formación en
acciones influyentes de recomposición social?
La respuesta a esta última cuestión, sería
negativa desde hace mucho, mucho tiempo: hay
una carencia preocupante, si no es que nula for-
mación ética universitaria. Monsiváis aclaraba
al respecto que en el siglo pasado “y por diferen-
tes razones, la gran mayoría de los intelectuales
mexicanos (y aquí debe incluirse a muchísimos
inquisidores de “izquierda”) se ha asimilado al
estado de cosas, ha demandado que se les aplau-
da como Conciencias Críticas o Voces del Pue-
blo o Primera Fila del País y no han sido sino
expresivas, amables, complacidas y autocom-
placientes decoraciones de la clase dirigente”.5
¿Qué ha cambiado desde entonces? Anotemos al
respecto el liderazgo que había mantenido la uni-
versidad pública en la formación de generacio-
5
Ibid., p. 24
23

nes de abogados, médicos, literatos, contadores,


científicos, intelectuales en general, engrosando
una clase media pujante, que, al mismo tiempo,
habría estado recibiendo –desde el punto de vista
ético-político– una educación sin principios de
acción social. Según argüía también Cosío Ville-
gas, en un contexto más general, el

único rayo de esperanza –bien pálido y distan-


te, por cierto– es que de la propia Revolución
salga una reafirmación de principios y una de-
puración de hombres. Quizá no valga la pena
especular sobre milagros; pero al menos me
gustaría ser bien entendido: reafirmar quiere
decir afirmar de nuevo, y depurar, en este caso,
querría decir usar sólo de los hombres puros o
limpios. Si no se reafirman los principios, sino
que simplemente se los escamotea; si no se de-
puran los hombres, sino que simplemente se
les adorna con vestidos o títulos, entonces no
habrá en México autorregeneración…6

De acuerdo con la visión apuntada, la for-


mación de la conciencia traducida en ideales
de justicia revolucionaria como la manumisión
del indígena o la organización obrera frente a la
codicia empresarial; el rechazo a la tiranía po-
lítica o la salvaguarda de la soberanía nacional,
habrían estado fuera de los intereses de una ju-
ventud monopolizada por la educación laica y
6
Cf. Daniel Cosío Villegas. “La crisis de México”,
en R. Ross, Stanley (coord.). ¿Ha muerto la Revolución
Mexicana? Causas, desarrollo y crisis, ob. cit., p 116
24

la aculturación, si antes no se hubiera obrado el


“milagro” de atraerla a una voluntad de hones-
tidad administrativa y política. Pero esto no se
logró y, antes bien, se habría transitado de una
educación “revolucionaria y justiciera” a otra
para la unidad nacional después de la Segunda
Guerra Mundial. (Unidad, por decir lo menos,
empresarial.)
El análisis crítico, sistemáticamente soste-
nido en el campo de las ciencias sociales y las
humanidades, ha tenido lugar en el espacio de
las aulas como una reflexión a priori y, en estado
latente, a posteriori, esto es, en posibilidad de
suscitar actos coyunturales: la formación ética
universitaria, la comprometida con las acciones
que transforman, se habría estado reduciendo a
la exposición verbal del análisis que permite co-
nocer, no actuar. El maestro promedio universi-
tario, ¿cómo enseñará la crítica ético-política si
él no se halla inmerso en los antagonismos impe-
rantes dentro del espacio social? ¿Cómo enseñar
lo práctico sin la práctica?
En las aulas universitarias, pues, se des-
menuza la realidad pero no se la trastoca. Quie-
nes han iniciado movimientos de protesta, han
sido los estudiantes. La huelga universitaria de
1999, por ejemplo, la iniciaron y la sostuvieron
los jóvenes de la UNAM debido a un intento
de aumentar cuotas y restringir la permanencia
y el pase automático del bachillerato a la Uni-
versidad. El rector (Francisco Barnés de Cas-
tro), sostiene Sergio Zermeño, actuó “a tontas y
25

a locas”:7 no consultó, no antepuso la crítica ni


la autocrítica, sólo impulsó la aprobación de las
medidas en el Consejo Universitario para definir
normas generales sin consenso. El sector estu-
diantil se movilizó en condiciones de afectación
de sus intereses; los jóvenes, organizados o des-
organizados (según el cristal con que se mire),
dieron ejemplo de cómo dar un vuelco a los
hechos, movidos por el momento político, mo-
vidos por la necesidad de sobrevivir cuando su
estancia en la universidad corría peligro. Su for-
mación ética sólo atiende al intelecto, pero son
capaces de reaccionar ante la emergencia. Cuan-
do todo hubo vuelto a la normalidad, la voluntad
renovadora se desactivó, hasta el advenimiento
del conglomerado #Yo soy 132. Quizá la lección
sea: esta voluntad de cambio en los estudiantes
universitarios, reacciona en momentos de emer-
gencia; pero no es permanente, sistemática, asu-
mida como una forma de vida implementada en
la cotidianidad, en el quehacer cultural, econó-
mico, educativo, etcétera.
¿Son entonces reacciones coyunturales y
azarosas? Al parecer, sí, de acuerdo a la expe-
riencia. Éticamente la enseñanza áulica desa-
tiende la voluntad del cambio, la que se necesita
para reponer la justicia, la que asume compro-
misos morales en la práctica. Aunque se analice
una y mil formas de entender la realidad e in-
7
Josu Landa y Carmen Carrión (coords.). Diálogos
para la reforma de la UNAM, No. 4 (Sergio Zermeño),
FFyL-UNAM, pp. 31-32
26

cluso cómo poder cambiarla, todo se queda en


el análisis; analizar mucho para que nada tome
un vuelco diferente, parece ser la consigna (a
pesar de que el mundo exterior incesantemente
proyecta factores de remoción del pensamiento
inerte, factores que la juventud en ocasiones no
deja pasar por alto con todo y las añosas defi-
ciencias educativas). Sería importante investigar
la conexión de los movimientos estudiantiles
con el modo de vivir la enseñanza éticamente
conservadora y áulica.

La actualidad (I): financiamiento,


autonomía universitaria y discurso
neoliberal basado en redes
informacionales

En México, la ideología del control financiero y


empresarial está siendo determinante y ha afec-
tado el estatuto de la autonomía universitaria.
La actualidad informática irradia esta ideología
basándose en redes, en flujos de información,
en tejidos multidireccionales; está sustituyen-
do “a las burocracias verticales” (“sobre la base
de unas tecnologías de la información/comu-
nicación flexibles, asequibles y cada vez más
poderosas”8), insertas en los distintos segmen-

Manuel Castells. “Flujos, redes e identidades: una


8

teoría crítica de la sociedad informacional” en Manuel


Castells, Ramón Flecha, Paulo Freire et al. Nuevas pers-
27

tos o capas de la sociedad como la educación, la


política y la economía. La universidad pública
no ha sido la excepción; entidad corporativiza-
da durante el gobierno priísta pasado y presente,
formadora de cuadros dirigentes en la economía,
la política y la cultura, satisfacía una necesidad
del desarrollismo impulsado por el Estado. Con
el alemanismo, por ejemplo, se construyó Ciudad
Universitaria y con el echeverrismo, en pleno dis-
curso del desarrollo compartido y populista, se
edificaron e impulsaron nuevas entidades univer-
sitarias como la UAM y las ENEP-UNAM. Nun-
ca ha sido asignado tanto presupuesto a la univer-
sidad pública como en la década de los setenta.
Algunas rupturas con el Estado las hubo,
particularmente en 1968, año del movimiento
estudiantil que cuestionó el autoritarismo polí-
tico (un estilo de gobernar que ya empezaba a
quedar estrecho frente a nuevas formas de or-
ganización económica y social). Igualmente, en
la segunda mitad de los setenta se organizaron
las “universidades pueblo” como las de Sinaloa,
Puebla y Guerrero, atendiendo a una educación
para las mayorías desheredadas y castigadas du-
ramente por el capitalismo. Ideológicamente se
sustentaba este proceso, entre otras doctrinas, en
el materialismo histórico. En el 68 –lo sabemos–
se reprimió a estudiantes y maestros utilizando
al ejército. Y con López Portillo, como antece-
dente, se desarticuló la “universidad pueblo”

pectivas críticas en educación, Paidós (Paidós educador,


116), Barcelona, 1994, p. 29
28

mediante la presión del financiamiento. En otras


palabras, los márgenes de independencia frente
al poder del Estado, se caracterizaban por una
amplitud que ahora consideraríamos notable.
En contraste, y siguiendo con las orienta-
ciones de Manuel Castells, las tecnologías para
la productividad alimentadas por información
privilegiada, constituyen hoy en día una lógica
invisible pero eficaz; ubican el carácter y el lu-
gar que deben tomar las instituciones sociales;
cambian “las fuentes de poder en la sociedad y
entre las sociedades. El control de la ciencia y
la técnica de las tecnologías de la información
llega a ser una fuente de poder en sí misma”.9 El
modo de entreverar imágenes, audio y mensa-
jes, para colocarlos en un diagrama impulsor de
conocimiento e impulsor de información estra-
tégica, conduce directamente al poder a las or-
ganizaciones que hayan acumulado “capacidad
de procesar realmente tal conocimiento” en es-
tructuras complejas y movibles. La universidad
pública, la investigación realizada en su interior,
las especificaciones para la evaluación del ren-
dimiento académico, la lógica salarial propuesta
en función del ingreso per cápita, la adminis-
tración gestora, los esquemas curriculares, la
normatividad laboral, los moldes de una forma-
ción por competencias, van a responder (están
respondiendo) a esa realidad virtual basada en
flujos de información, que, en efecto, son invisi-
bles, pero visibilizan a los sujetos.
9
Ibid., p. 30
29

La nota destacable es que la universidad


pública tomaba decisiones autónomas, relacio-
nadas con su funcionamiento interno. Ella de-
cidía su organización académica y administrati-
va, sus criterios de ingreso y egreso; también el
rumbo de la investigación y la extensión cultu-
ral. Abría sus puertas de par en par a los jóve-
nes clasemedieros por una presión política para
generar oportunidades de ascenso y movilidad.
Satisfacer esta demanda reportaba dividendos al
sistema político. Empero, en el momento actual,
más bien está respondiendo a una diagramación
neoliberal que ignora la autonomía y además
apremia una educación supervisada, controla-
da y financiada según lineamientos globales de
poder corporativo. ¿Qué hacer frente al hecho,
poco a poco consumado, del control político,
tanto informático, como de exclusión de los ac-
tores concretos, entre los cuales algunos están
cooperando para ahondar la marginación y la so-
brevivencia de profesores e investigadores?
La universidad pública, comenzando por la
jerarquía mayor (el rector), encara dilemas pre-
sentados por el subsidio gubernamental como
la retención del financiamiento, o la confronta-
ción con poderes locales o federales, entendien-
do que la salida se encuentra en adecuarse a las
exigencias del discurso imperante. En otras pa-
labras: aspirar a obtener los recursos necesarios
(no digamos excedentes) trae consigo ajustarse
al lenguaje de la evaluación, el rendimiento, la
calidad, la eficiencia, etc., desde un ángulo de
30

racionalidad empresarial; la Universidad Autó-


noma de Sinaloa –en boca de su rector, Víctor
Antonio Corrales Brugueño–, por ejemplo, tomó
posición respecto a la restricción presupuestal
que le impuso el gobierno del Estado. Corrales
Brugueño hizo apología de los resultados prác-
ticos, sustentados en una educación por compe-
tencias introducida por la Secretaría de Educa-
ción Pública. ¿Por qué le restringían entonces el
dinero si había cumplido con el modelo?10
Quedar bien ante la comunidad académi-
ca, estatal y nacional, se ha querido justificar
sobre la base de una educación estandarizada.
La autonomía para decidir lo más conveniente
al gremio, se observa lastimada si sólo ha po-
dido fundamentarse en decisiones emanadas del
poder federal y, tras bambalinas, de organismos
internacionales. Mantenerse como universidad

“Al hacer un recuento de los logros recientes de esta


10

política de cobertura y excelencia académica, especificó


que en el nivel medio superior, la UAS es líder en el marco
del Sistema Nacional del Bachillerato, al haber inscrito 31
Escuelas Preparatorias y 41 extensiones, lo que equivale a
más del 87% de la matrícula. En licenciatura, 61 progra-
mas educativos cuentan con el más alto nivel de reconoci-
miento de los Comités Evaluadores, y 51 más han recibido
constancias que acreditan su calidad”. El rector entiende
el cumplimiento de la responsabilidad universitaria en fun-
ción de cifras sobre la adecuación a lineamientos oficiales
diseñados desde el centro. V. Jorge Medina Viedas, “Ga-
rantizar oportunidades para los jóvenes y respetar la au-
tonomía, exige Corrales Brugueño”, Milenio, suplemento
Campus, jueves 9 de mayo de 2013, p. 9.
31

cohesionada significa evolucionar hacia una


“educación de calidad” alrededor de la compe-
titividad laboral.
Corrales Brugueño, ante la problemática
apuntada, arengó a los integrantes de la uni-
versidad “a mantenernos unidos, a que cerre-
mos filas en torno a un proyecto académico que
permita potenciar los resultados hasta ahora
conquistados”.11 Abanderó un “proyecto acadé-
mico” que defiende los valores del centro emisor;
la universidad pública, hasta el momento, ha ca-
recido de una alternativa propia frente a esos va-
lores, y también de condiciones para hacer valer
propuestas de formación liberadora; podríamos
decir que ha bajado los brazos e imita lo conside-
rado en el modelo educativo metropolitano.
Ahora bien, el resorte de la defensa colecti-
va, lo sabemos, no está más en los sindicatos uni-
versitarios, fundados en la década de los seten-
ta y arrancados de la posibilidad de negociar lo
más sensible para sus afiliados: el aumento sala-
rial; amén de haberse convertido en burocracias
aquietadas bajo múltiples presiones. La cuestión
a resolver, entonces, sería de qué manera experi-
mentar la acción colectiva, el sentido ético de la
igualdad, la libertad, la justicia académica y so-
cial, al margen de las ruinas de un sindicalismo
obsoleto. ¿Cómo resarcir la autonomía dañada?
¿Cómo encarar los esquemas que “formatean”
la vida concreta de los universitarios respecto a
la evaluación, los ingresos salariales, la super-
11
Ib.
32

visión curricular, la gestión administrativa, etc.,


todo lo cual, está siendo plasmado en redes in-
formacionales sin el consenso mínimo de los
destinatarios? Además, ¿de qué medios valerse
para sostener éticamente la vida universitaria
como vida valiosa para una sociedad anhelante
de respuestas por parte de los egresados? Y por
último: ¿cómo enfrentar el fenómeno desde el
interior mismo de la enseñanza áulica?
Todo en la actualidad se ha reducido a los
efectos de una tecnología cuyas consecuencias
para la vida dan lugar al emparejamiento artificial
de personas, actividades e incluso sentimientos,
pues donde alcance “poder lo artificial –esto es,
lo creado sobre la base de la objetivación cientí-
fico natural de la naturaleza– sustituirá y elimi-
nará por doquier a lo creado espontáneamente”.12
Desde la creación del Sistema Nacional de In-
vestigadores, instancia evaluadora de la tarea
académica, se han multiplicado los órganos de
inspección; norman a través de parámetros es-
trictos la promoción salarial y el prestigio de
profesores e investigadores y, semejante técnica
examinadora, subsume a los estudiosos en luga-
res homogéneos de eficiencia y productividad.
La tendencia global corporativa rompe –de
manera radical– con la posibilidad de consultar
a los sectores afectados por turbulencias finan-

Godina Herrera, Célida. Hombre y técnica en el


12

mundo contemporáneo. Una mirada desde la ética, Méxi-


co, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla-Faculta
de Filosofía y Letras, 2006, p. 52.
33

cieras, modelos educativos o la restricción de


políticas públicas. Robert Zoellick (presidente
del Banco Mundial) sostuvo en la reunión del G
20 en Los Cabos, Baja California Sur, que “las
políticas públicas no están generando confianza
en los mercados, por lo que es necesario traba-
jar entre los gobiernos y la iniciativa privada”.13
También dijo que parte de las soluciones está en
“invertir más en productividad”. La educación
es una política pública que deberá, en esa lógica,
generar confianza en los mercados, y la manera
de lograrlo consistirá en trabajar más de cerca
con la iniciativa privada para determinar el sello
que debería imprimírsele. Siempre y cuando lo
educativo coadyuve a incrementar las tasas de
productividad, habrá de tener perspectivas de fi-
nanciamiento –considerado como una inversión
redituable.
En consonancia, se han estado calcando
patrones inspirados en el Plan Bolonia para la
educación europea, o inspirados en instituciones
anglosajonas como el MIT o la UCLA, donde
se trabaja aplicando rigurosamente el discurso
hegemónico de habilidades y destrezas. Pero
esta mimesis, que gana terreno en la universidad
mexicana de una manera irreflexiva, trae como
consecuencia no disponer de un punto de apoyo
para incidir en la crisis profunda, moral, política
y material, que venimos arrastrando desde hace
13
I. Saldaña, I. Becerril y M. Ojeda. “Crisis amerita
tomar acciones coordinadas: FMI, BM y OCDE”, El Fi-
nanciero, lunes 18 de junio de 2012, p. 5
34

décadas. La respuesta pragmática en la educación


superior, desde este punto de vista, no ha sido
nuestra, sino “recomendada” en organigramas
internacionales con un enfoque economicista,
no social ni ético. Para evidenciar esta reproduc-
ción, basta hurgar en los programas de estudio,
comúnmente organizados mediante técnicas de
la pedagogía ingenieril, desde taxonomías tipo B.
Bloom, hasta el diseño de marcos por objetivos
(ahora llamados “competencias”), arropados –en
el fondo– por la psicología del inpout y outpout
skinnerianos. Trátase de visiones pedagógicas
gestoras, desconectadas de valores humanísticos
con compromiso social e individual.
En términos generales, la política educa-
tiva actual parece estarse reduciendo –asienta
Sara Rosa Medina– a un género de “acciones
desarticuladas, de poco impacto y se limitan a
responder, de manera reactiva, a las políticas de-
lineadas por organismos internacionales, entre
los que destaca lo manifestado por la OCDE con
respecto a la educación básica (PISA y ENLA-
CE) y a los criterios y señalamientos de la propia
OCDE, el Banco Mundial y el Banco Interame-
ricano de Desarrollo en relación con la educa-
ción media y superior”.14 Y cuando Sara Rosa

Sara Rosa Medina M. “Los organismos internacio-


14

nales y la evaluación como política educativa en Méxi-


co: elementos para un balance” en Medina M., Sara Rosa
(coord.). Políticas y educación. La construcción de un
destino, México, UNAM-Conacyt (Estudios, Posgrado en
Pedagogía, UNAM), 2011, p. 22
35

alude al “poco impacto”, estaría designando el


eco inaudible, la falta de beneficio para la so-
ciedad. Bajo distintas circunstancias, profesores
y alumnos hemos estado aceptando el esquema
economicista en la educación superior sin accio-
nes de contrapeso. Ello ha traído una merma del
sentido crítico-social en dos formas. En primer
lugar, la estructura educativa tradicional, basada
en esquemas de control del alumno –al modo en
que se ha descrito suficientemente en el curricu-
lum oculto–, se refina y profundiza mediante una
gestión exigente del rendimiento, la vigilancia
de conductas como el cumplimiento, la obedien-
cia a la norma establecida y la acción en función
de premios legitimadores (calificación, certifi-
cación, becas). Se podría comprobar fácilmente
una adecuación del mundo académico a los crite-
rios de eficiencia productivista sin poner en tela
de juicio, en los hechos, tales criterios. Se piensa
y se actúa para mantener el stablishment académi-
co, y se relegan –qué novedad– problemas como
la reprobación asociada a la pobreza, el abandono
de la escuela debido a su no pertinencia en la con-
ciencia del educando, el escaso capital cultural de
los alumnos propiciado en el ámbito de la ense-
ñanza universitaria, el autoritarismo irracional de
funcionarios o la invasión de la ideología corpo-
rativo-empresarial, traducida en diversos órdenes
de la administración universitaria.
La segunda forma acrítica y pasiva, com-
plementa la inacción frente a lo que hemos es-
tado viviendo desde hace décadas, a saber: el
36

“destino inevitable”, emanado de los documen-


tos del BM y similares. Estos documentos tie-
nen una influencia extraordinaria en los modelos
pedagógicos concretos y vigentes. Hemos ca-
minado sin mirar a nuestra condición histórica
con la finalidad de abrevar en ella y privilegiarla
ante la influencia de una política educativa he-
gemónica.15 Los compromisos adquiridos con
instituciones reguladoras de la globalización han
sido múltiples y generadores de modificaciones
vertiginosas en la educación superior; México,
aparte de formar parte de la nomenclatura en ins-
tancias como la OCDE, está en vía de inscribirse
al Acuerdo de Asociación Transpacífico, articu-
lado por nueve países representantes del 26%
del PIB global, 15% de las importaciones y 18%
de las exportaciones. Esto es, el comportamien-
to del país tendrá necesariamente que concen-
trarse en la posibilidad de colocarnos como una
entidad competitiva en el horizonte de la edu-

El Banco Mundial, en alusión a la educación global,


15

“propone –a partir de la extensión de un conjunto de ten-


dencias educativas en el mundo– propiciar un cambio en
la gestión o gobierno de la educación: de una gestión más
bien nacional a una dirección cada vez más internacional
[…] el Banco ha promovido a lo largo de más de tres dé-
cadas una administración gerencial de los recursos edu-
cativos que tome en cuenta los costos y rendimientos del
servicio educativo; que dé lugar, asimismo, a impulsar polí-
ticas que permitan ahorrar recursos y producir los máximos
rendimientos”. Cf. Lerner, Bertha. Banco Mundial. Modelo
de desarrollo y propuesta educativa (1980-2006), México,
IIS-UNAM-Bonilla Artigas Editores, 2009, p. 34
37

cación superior internacional, claramente para


cimentar un mercado, en teoría, cada vez más
desregulado. La energía de la democracia for-
mal, el ímpetu cultural y educativo, la estructura
comercial, deberán concentrarse en el descubri-
miento de las mejores vías para colocarnos en
una posición empresarial impecable, antes que
en las mejores formas de la justicia social. Ello
se está cumpliendo por decreto, por interés de
la macroeconomía. ¿Hay opciones, derivadas de
una opinión universitaria autónoma y diferente
para la educación superior? ¿Somos la otredad
académica subordinada y resignada?
Éticamente, enfrentamos una responsa-
bilidad: nos estamos quedando sin voz; nos la
han estado cancelando y no parecemos notarlo
siquiera. No sólo el presidente del Banco Mun-
dial, sino la directora gerente del Fondo Moneta-
rio Internacional, Christine Lagarde, y el secre-
tario general de la OCDE (José Angel Gurría),
ante la crisis económica y financiera mundial,
asentaron que se requiere una mayor apertura
para recibir opiniones a favor de solucionar los
problemas; lo que “amerita –sostuvieron– reali-
zar acciones coordinadas entre gobiernos e ini-
ciativa privada para recuperar la confianza de los
mercados”.16 Queda fuera, en función de lo de-
clarado, cualquier otro segmento ajeno al empre-
sarial: trabajadores (incluyendo los trabajadores
16
Saldaña, I. Becerril y E. Ortega. “Urge frente co-
mún contra la crisis”, El Financiero, lunes 18 de junio
de 2012, p. 1
38

académicos), estudiantes, amas de casa, indíge-


nas, etc. El propio presidente de la República
mexicana por entonces, Felipe Calderón Hino-
josa, propuso a los empresarios agrupados en
una reunión denominada Business 20 “a seguir
trabajando, empujando, impulsando, reclaman-
do, orientando, a los líderes del G-20 para que
el mundo cambie para bien”. Y las universidades
públicas están poniéndose a tono: están siendo
entrecruzadas por la información empresarial,
que considera la tarea educativa al servicio del
capitalismo global. El abandono de la ética se
refleja en la pérdida de la brújula social, la que
Justo Sierra orientaba hacia la democracia y la
libertad; actualmente padecemos, a contrapelo,
violencia, corrupción, pobreza y la falta de de-
mocracia. El desconcierto de la universidad pú-
blica inserta en un marco social de atraso, radica
en haber abandonado la formación ética, condi-
ción de posibilidad para impregnar a la sociedad
del saber universitario.
La dimensión ética de la educación univer-
sitaria, sería una dimensión que, de atenderse, po-
dría rescatar a la universidad pública de la crisis
profunda en la cual está sumida desde hace tiem-
po, por lo menos, desde el ascenso de la tecnocra-
cia en la década de los ochenta. El académico, el
investigador, el difusor del conocimiento, tendría
que involucrarse en una enseñanza que permitiera
la evolución hacia la convivencia justa en la po-
lítica y la economía, tomando como eje rector al
ser humano y su bienestar moral y material.
39

Entendemos que la preparación universi-


taria debería vincularse a una mayor autonomía
para pensar y actuar en un marco histórico de
dependencia económica y cultural. Si no somos
capaces de crear un paradigma educativo, de in-
vestigación y enseñanza, defensor de lo que Jus-
to Sierra llamaba la ciencia mexicana (es decir,
el desarrollo de las humanidades, la ciencia y la
técnica que permita defender la soberanía y el
bien común de los mexicanos), careceremos de
un fundamento, de una educación que ayude a
solucionar nuestro drama. Sierra era explícito al
respecto: al inaugurar la Universidad Nacional le
otorgó un cometido: formar hombres buenos que
abandonaran su torre de marfil; que subsumie-
ran las habilidades técnicas a una comprensión
y una acción humanista, ética y política, de los
problemas sociales infinitos –experimentados
en nuestro país. No será la universidad –asumía
Sierra– “una persona destinada a no separar los
ojos del telescopio o del microscopio, aunque en
torno de ella una nación se desorganice”.17
Anteponía la educación moral del univer-
sitario, entendida como una experiencia virtuosa
para darle cauce a la investigación y la tecnolo-
gía; una experiencia basada en convicciones y
compromisos para elevar las iniciativas justas al
plano de la praxis. ¿Qué sentido tendría –afirma-
ba él– iniciar una universidad con su escuela de
17
Justo Sierra. Inauguración de la Universidad Nacio-
nal, México, UNAM (Cuadernos de cultura latinoameri-
cana, 5), 1978, pp. 6-7
40

altos estudios, si sólo fuera para servir a intere-


ses egoístas?
Entender el fin ético, expuesto desde un
principio por Sierra, implica para el universita-
rio imbuirse de una historia nacional donde se
consignan nuestras tradiciones y la crónica del
presente. No se puede atender a las dificultades
desconociendo su naturaleza y su génesis. Tam-
bién debió tener influencia el acontecer interna-
cional en la época de Barreda, de Sierra, de Vas-
concelos; pero necesitamos ser capaces –como
lo fueron ellos– de asimilarlo creativamente, en
conformidad con la realidad que nos concierne.
Nuestro ser histórico y moral permite conocer-
nos a nosotros mismos y descubrir los alcances
de nuestras acciones, sin caer en la adopción
dogmática de moldes extranjeros. Sin embargo,
en la actualidad se procede al revés, comenzan-
do por el aprendizaje de la técnica (incluso la re-
ferida a la enseñanza); pero descontextualizada
y, por lo tanto, carente de un significado propio
ético y cultural. Y lo que resultaría más lamen-
table desde la perspectiva de Justo Sierra y Vas-
concelos, sería: está teniendo lugar el aprendi-
zaje de modelos importados que profundizan el
colonialismo espiritual y material. Por ejemplo,
volcarse hacia las exigencias del mercado glo-
bal vía la educación, provoca cumplirlas desde
el punto de vista de quienes dominan el merca-
do; no desde uno singular, emanado de nuestra
historia de marginación y dependencia. No se
niega que deban tomarse en cuenta las pautas de
41

la economía globalizada; no, sin embargo, deben


asimilarse privilegiando lo singular de nuestra
cultura y nuestra historia.

La actualidad (II). La crisis histórica y la


universidad pública

La caída de lo que se denominó “el milagro mexi-


cano” (el máximo histórico de crecimiento eco-
nómico se dio entre 1978 a 1982 con un 8-12%),
tuvo como colofón el despilfarro y la falta de vi-
sión para adaptarse a las condiciones internacio-
nales del mercado en términos de soberanía polí-
tica y dignidad económica; de país orgulloso por
los más de treinta años de auge, pasamos en 1982
a una nación en debacle, al punto de casi declarar
la moratoria de la deuda externa. En forma simul-
tánea, estábamos entrando a una era auspiciada
por el Consenso de Washington, matriz política
dirigida a la indiscriminada apertura de mercados
y un liberalismo individualista a ultranza; entrada
que se aceleró debido a la caída en picada de la
Nación mexicana (1985), equivalente a la banca-
rrota de la hacienda pública y una dependencia
franca respecto a la banca global.
Las condiciones de “reajuste” se pactaron
en 1986 con el FMI, el BM y bancos foráneos,
principalmente de EU. Entre aquéllas, por su-
puesto, la educación superior no estuvo exenta
de seguir un nuevo sendero, acorde a lo que nos
convertimos: una sociedad colonizada financie-
42

ramente; de ahí en adelante, la universidad se su-


peditaría a criterios extrínsecos, fundamentados
en un discurso productivista neoliberal. El dine-
ro aportado al nivel educativo universitario, pau-
latinamente, tendría que justificarse utilizando
esquemas de rendimiento y calidad. Y, una con-
secuencia inmediata, será la merma significativa
de la autonomía, puesto que el funcionamiento
interno tendría que acoplarse a parámetros exter-
nos de eficiencia y productividad. A este fenóme-
no, desde el régimen salinista, se le bautizó como
“modernización educativa”, no otra cosa sino la
adaptación al lugar que debía ocupar la formación
de trabajadores especializados en un contexto de
modificación de las fuerzas productivas a nivel
mundial, donde a México, le tocó la categoría de
país maquilador, ensamblador y abarrotero.
Una evidencia contundente ha sido el TL-
CAN; pero un dato más sobre el carácter de
nuestra economía contemporánea de “maquila”,
lo encontramos en los acuerdos de apertura co-
mercial con cuarenta y cuatro países, en relación
a los cuales, México mantiene déficit con treinta
y dos en el plano que ha dado en llamarse “eco-
nomía de exportación”: nosotros producimos
miríadas de piezas que se ensamblarán en terri-
torio ajeno al nuestro, para regresarnos el pro-
ducto terminado y caro.18
La evolución de la racionalidad técnico-
científica en juegos de intercambio de datos y

V. “Saldo negativo de la apertura comercial”, El Finan-


18

ciero, viernes 13 de abril de 2012, Informe especial, p. 10


43

flujos de información que otorgan poder, dice


Castells, ha producido relaciones de produc-
ción sumamente desiguales, y es el caso de la
sociedad mexicana en relación a otras socieda-
des poderosas y dominantes. “Los intereses do-
minantes son aquellos que responden a la racio-
nalidad científico-tecnológica y al crecimiento
económico. Los intereses alienados (más que los
dominados) son los que, a su vez, responden a
identidades sociales específicas”.19 Estamos, en
efecto, siendo alienados y alineados en estruc-
turas globales más complejas de lo imaginado,
que hacen emerger oposiciones profundas entre
las élites dominantes (favorecidas en la telaraña
informacional) y el sentido de comunalidad de
amplios sectores pugnando por conquistas como
la salud, la educación y la democracia. Estamos
siendo atrapados en una identidad implantada,
derivada del estatuto que se nos está asignando
en la globalización; y al decir, se nos está asig-
nando, queremos decir, no estamos participan-
do en la asignación. El escenario de los actores
universitarios es análogo: se ha estado montando
sin su consentimiento un diagrama académico-
laboral; pero lo censurable, desde un punto de
vista ético, es la pasividad con que se reciben los
ordenamientos y los proyectos vertebrales para
la academia y la investigación, la extensión de
la cultura y la política universitarias. Todo ello,
enmarcado en un significado de imposición apa-
19
Manuel Castells. “Flujos, redes e identidades: una teo-
ría crítica de la sociedad informacional”, en op. cit., p. 20
44

rentemente disfrazado de tecnología y progreso


inminente de la educación nacional. ¿Cuáles son
las consecuencias para la autonomía universita-
ria, surgidas de vincularla irremisiblemente a los
vericuetos financiero-empresariales? ¿Estamos
defendiéndola, siendo lo que es, lo más caro a
una comunidad de sapiencia, comprometida con
la investigación y la enseñanza?20
Dos consecuencias, en síntesis, arroja para
la universidad pública el cambio de un Estado
nacionalista y benefactor, a otro, desregulador y
modernizador de estructuras que lo integrarían
al libre mercado. La primera: una pérdida de au-
tonomía (conquistada en 1929) traducida en la
injerencia del Estado que impuso o avaló for-
matos economicistas de productividad, so pena
de regatear el financiamiento.21 La segunda: una
20
“Priva el pragmatismo. El Estado se convierte en
una especie de facilitador para vincular a la universidad
con el mundo de los negocios, para establecer alianzas
entre funcionarios públicos, académicos y empresarios.
Para el Estado y para la universidad la presencia del mer-
cado es la que regula lo social y, por tanto, orienta las
relaciones que se establecen entre los dos”. Este criterio
entroniza los valores del mercado por encima de cualquier
otro, apartándose de la conflictividad social, histórica y
humanista; y por supuesto, apartándose también de valo-
res como la autonomía universitaria. V. Humberto Muñoz
García. “Universidad pública y gobierno: relaciones ten-
sas y complejas”, en Muñoz García, Humberto (coord.).
Relaciones universidad gobierno, México, UNAM-Mi-
guel Ángel Porrúa, 2006, p. 70
21
Dice al respecto Massaro: “Al perder la iniciativa,
las universidades se enfrentaron al espectro del conflicto
45

presión fuerte para que la universidad asumiera


el discurso de una educación sostenida para el
mercado. No han sido posturas adoptadas me-
diante la reflexión, el debate o la investigación
libre y honesta, sino debidas al embate de los
poderes fácticos. Y una tercera consecuencia: la
desorientación en la conducta de profesores y
actores universitarios en general: ¿cómo actuar
ante los sucesos que avanzan a paso lento, pero
seguro, envolviendo toda la educación con un
sello neocolonialista? ¿Cómo ligarse con la so-
ciedad mediante pautas educativas que no aban-
donen la ética comunitaria ni la salvaguarda de
valores universitarios como el saber honesto, la
investigación y la autonomía?

El problema: la universidad pública desli-


gada de la crisis histórico-social

Durante el sexenio de Ernesto Zedillo, impor-


tantes cantidades de dinero se comprometieron

entre ver que sus temores eran realidad, de que la reduc-


ción de fondos llevó a que se convirtieran en instituciones
inferiores, o que el gobierno pudiera comprobar que las re-
ducciones no habían afectado sustancialmente la calidad.
De cualquier forma permitía al gobierno ser el inspector a
expensas de la autonomía institucional”. Cf. Vin Massaro.
“Respuestas institucionales al aseguramiento de calidad en
la educación superior”, en Salvador Malo y Arturo Veláz-
quez Jiménez (coords.). La calidad en la educación supe-
rior en México. Una comparación internacional, México,
UNAM-Miguel Ángel Porrúa, 1998, p. 232.
46

para refinanciar la deuda pública y privada, sa-


cando a flote a bancos y empresas en quiebra a
través del Fobaproa; pero a la vez, se produjo un
control más rígido de los salarios que perdieron
drásticamente su poder adquisitivo; la falta de
empleo comenzó a sobredimensionar una válvu-
la de escape: la economía informal. En efecto, se
privatizaron las ganancias y se socializaron las
pérdidas. Y la última crisis fue tal vez la más de-
vastadora que hemos padecido con un decreci-
miento de -8% en 2009, ahondándose la pobreza
y la desigualdad: el dato en 2011 del CONEVAL
–organismo oficial que mide la pauperización–
indica que más de la mitad de la población se
encuentra en condiciones de precariedad social y
económica. Sólo el 20% del total de mexicanos
no tiene problemas de bienestar.
Frente a esta situación, actualmente ¿cómo
se está vinculando la universidad con la socie-
dad? ¿Cómo está compensado, en otras pala-
bras, la universidad a la sociedad que la sostie-
ne y espera de sus egresados sensibilidad para
resolver los graves problemas que la aquejan?
En realidad, la universidad pública no tiene una
respuesta clara que ofrecer en términos de una
incidencia de sus egresados para transformar
el estado de hechos prevaleciente. La cuestión
debe entenderse como un problema ético, que
ha desprendido a la universidad pública de la
sociedad que la ha prohijado y la considera una
esperanza de resolución a problemas como la
desigualdad, el atraso o la violencia de todo tipo
47

(incluyendo la pobreza alimentaria, de capacida-


des o patrimonial). Si la universidad pública se
desentiende de su entorno, estará fallando en su
responsabilidad de encauzar el conocimiento, de
hacer de la verdad, justicia. El distanciamiento
universidad-sociedad, en verdad, es el auténtico
problema (ético) de riesgo para la sobrevivencia
de la propia universidad.
La universidad ahora, debería cumplir su
rol sustancialmente moral; “la universidad tie-
ne su rol, pero es difícil establecerlo, porque
parte importante de la investigación científica
es financiada por empresas privadas, nada aje-
nas a los intereses empresariales. La universi-
dad, con más de mil años de historia, necesita
analizar su lugar, con pensamiento crítico nue-
vo, teniendo una clara imagen de sí misma”.22
Si la institución universitaria asume como una
de sus prioridades, trabajar la investigación
científica para optimizar la ganancia de las
grandes empresas (dispuestas a financiar los
resultados en centros ingenieriles, biológicos,
administrativo-contables, de materiales o médi-
cos), en efecto, perderá la oportunidad de cana-
lizar dichos resultados hacia la sociedad en su
conjunto; pero de no hacerlo, se aduce, dejará
escapar ingresos urgentemente requeridos por

22
V. Introducción, en María del Rosario Guerra Gon-
zález y Rubén Mendoza Valdés (coordinadores). Enfoque
ético de la Responsabilidad Social Universitaria. Méxi-
co, UAEMex-IESU-Editorial Torres Asociados (Colec-
ción Ethos, 5), 2011, p. 5
48

la escasez de recursos públicos, cada vez más


regateados y condicionados.
Entendemos la paradoja anterior y, al mis-
mo tiempo, la necesidad de renovar “la imagen
de sí misma” de la universidad, reconstruyén-
dola en un sentido ético-social, viviéndola en el
corazón de los problemas, actuándola respon-
sablemente en franjas como el curriculum, la
libertad de cátedra, la enseñanza en el aula, la
especialización y la defensa de los valores que
rescaten la deteriorada moral pública y privada.
Sería este ethos universitario, condición necesa-
ria y suficiente de la reforma total de la institu-
ción pública de nivel superior, autónoma, laica y
humanista.
Pero el panorama no se presenta fácil, la
macroinformación virtual establece, en mapas
de localización de funciones y desempeño, estra-
tegias para la economía política de la educación.
Las líneas cruzadas de una información sin fin,
“segmentan a los países y a las personas de acuer-
do a metas específicas de cada red”; por ejemplo,
las jerarquizaciones para otorgar dinero a los pro-
yectos de investigación, se desglosan de acuerdo
a títulos profesionales, inversión bibliométrica,
intervención en cónclaves académicos, matricu-
lación en centros exclusivos para el desarrollo
técnico de los temas, aceptación de comisiones
evaluatorias, sumisión a cargas de acumulación,
etc. La exigencia es la constante movilidad cu-
rricular y productivista, sin importar la situación
personal que lo posibilite o lo haga imposible.
49

¿Cómo intervenir en estas articulaciones, en es-


tos flujos informacionales que otorgan poder a
los mejor ubicados? Se parecen a conglomera-
dos neuronales emergentes, ordenando el siste-
ma mundo, regulando los movimientos hacia los
objetos y hacia las personas. La educación por
competencias y similares tienen ese talante: se
mueven en el sentido de distribución de una ló-
gica de la conducta, atravesada por evaluaciones
múltiples (diagnóstica, etc.), tiempos, objetivos,
cronologías temáticas, portafolios de evidencias,
etapas cognitivas, estratagemas didácticas, pre-
visión de interferencias, acumulación de méri-
tos, e innumerables inserciones más, ajustables
dentro de, y por la estructura dominante.
Como pareciera estarse entendiendo, se
privilegia el bagaje individual de las competen-
cias para desenvolverse mejor en el “mundo del
empleo”; sin embargo, está quedando relegado el
bien común. Quizá lo más importante desde esta
perspectiva, sea el apuntalamiento del sujeto para
lidiar en condiciones laborales de competitividad
extrema, atendiendo al logro del éxito personal.
¡La consigna es instruir fundamentalmente para
la consumación del sujeto individual!, lo cual
contrasta con la opinión del fundador de la Uni-
versidad Nacional de México, quien no negaba
la realización personal; pero ligada a la social o
comunitaria, haciendo hincapié en ésta dentro de
los términos de una moral cívica y republicana
con miras al progreso y la justicia.
50

En consecuencia, la enseñanza teórico-


práctica de la moral no debería considerarse un
apéndice dentro de los planteamientos curricu-
lares. Si respetáramos el sentido que imprimió
Justo Sierra a una institución venerable como la
Universidad Nacional, entenderíamos la necesi-
dad de construirla sobre bases éticas sólidas y
apegadas a un perfil del profesionista con com-
promiso social. Entendemos que la formación
ética no se reduce a un cúmulo de normas guar-
dadas en la memoria para aplicarse en la vida
diaria sin crítica ni fundamento conceptual, sino
tiene lugar mediante el ejemplo y el constante
enriquecimiento de la interpretación de los pro-
blemas éticos de diversa índole, incluyendo los
de índole empresarial y práctica. Plantear el des-
ideratum educativo y ético, implica asumir una
actividad de aprendizaje consustancial a los va-
lores de la universidad; para Sierra, en los más
altos peldaños del saber, el cometido sería que
“se enseñase a investigar y a pensar, investigan-
do y pensando, y que la substancia de la inves-
tigación y el pensamiento no se cristalizase en
ideas dentro de las almas, sino que esas ideas
constituyesen dinamismos perennemente tradu-
cibles en enseñanza y en acción, que sólo así las
ideas pueden llamarse fuerzas; no quisiéramos
ver nunca en ellas torres de marfil, ni vida con-
templativa…”,23 ni mucho menos, podría haber
dicho el fundador, bonos académicos para inter-

23
Ibid., p. 21
51

cambiar por beneficios económicos en una com-


petencia sin fin.
En los planes educativos del presente, en
las evaluaciones de toda ralea, cada vez más, va
insertándose la guía fundamental de la competi-
tividad sin una consumación humanista, anulada
por la visión pragmática apabullante y creadora
de símbolos a través de, como añade Castells,
el espacio de los flujo y la concreción de suje-
tos receptivo-pasivos.24 Debemos resignificar el
símbolo de la universidad impulsado por Justo
Sierra, haciéndolo emerger en su acepción iden-
tificable con la acción ética y la especialización
del conocimiento. De otro modo, ¿qué perfil del
graduado se estará generando, de seguir enfo-
cándolo desde las competencias individualistas?
Además de lo anterior, el riesgo, visto por
Castells, del acatamiento a una estratificación de
las personas y las sociedades, basándose en la
lógica previsora de las redes, estriba en la “des-

24
Este autor sostiene: “los cambios ocurren de acuerdo
con una lógica simbólica localizada en los procesos de re-
presentación del espacio de los flujos”, refiriéndose al perfil
adoptado por los cambios sociales o de organización co-
lectiva. Ya no se puede vivir, por ejemplo, el proceso de la
democracia sin la política mediática, como recientemente
quedó demostrado en México; pero igualmente, se obser-
van cambios similares en la educación, el trabajo y la cultu-
ra. Estaríamos en una etapa novedosa de interpretación del
cambio y la correspondiente conducta ética, necesitada de
fomentarse en la educación universitaria. V. Manuel Cas-
tells. “Flujos, redes e identidades: una teoría crítica de la
sociedad informacional”, en ob. cit., p. 48
52

composición del patrón de comunicación entre


las instituciones dominantes de la sociedad que
trabajan a lo largo de redes abstractas, ahistó-
ricas, de flujos funcionales, y las comunidades
dominadas que defienden su existencia alrede-
dor del principio de la identidad irreductible,
fundamental y no comunicable”.25 Tal predic-
ción se ha convertido en realidad en torno a la
educación pragmática, que gana espacios cada
vez más amplios en la universidad pública; pero
que, a la par, va dejando rezagadas las necesida-
des de solución de una cultura universitaria en
crisis, rodeada además por la descomposición, la
corrupción y la antidemocracia en el país. An-
helamos una educación profesional, atenta a la
sociedad, la nuestra, construida sobre cimientos
históricos de colonización y rezago; compuesta
de una riqueza multiétnica; apabullada por la in-
versión extranjera y profundas desigualdades;
pero la gramática generacional tecnócrata pro-
pende, sólo, a concentrarse en los dilemas del
mercado desregulado, haciendo caso omiso del
“principio de identidad” de las comunidades que
viven un equilibrio frágil. Actuar éticamente, pa-
rece colegirse, tiene que ver también con la toma
de posición e intervención frente a las redes y los
poderes homogeneizantes.

25
Manuel Castells. “Flujos, redes e identidades: una teo-
ría crítica de la sociedad informacional”, en ob. cit., p. 44
53

Una propuesta de analogía

La identidad del académico, del investigador, ha


sufrido variaciones: ser “un buen académico se
ha vuelto equivalente a ser bien evaluado por los
programas de estímulos o ser investigador nacio-
nal. Y es que las jerarquías de los programas y
los símbolos de prestigio que distribuyen se han
convertido en factores de identidad que permiten
mantener la frente en alto, cuando la imagen de
la institución se palpa vulnerable y existe incer-
tidumbre sobre su futuro”26. Se salva el prestigio
y la imagen ascendiendo escalones en puntaje y
categorías, enmarcados por una estructura insti-
tucional en la cuerda floja; no se enaltece el aca-
démico en términos de conocimiento y trabajo
conjunto para sacar a flote el barco institucional,
menos para sacar a flote vivencias que den solu-
ción a la crisis nacional. La imagen de sí mismo
del académico se ve reflejada en marcadores esta-
dísticos, en récords periódicamente publicados en
el tablero escolar. E igualmente, cada año o cada
tres, se despliega el “avanzado” bagaje curricular
para afrontar la prueba de fuego: la aprobación, la
evaluación exitosa. Las fórmulas para llevar a la
práctica proyectos universitarios de investigación

26
María Herlinda Suárez Zozaya y Humberto Muñoz
García. “Ruptura de la institucionalidad universitaria”, en
Ordorika, Imanol (coordinador), La academia en jaque.
Perspectivas políticas sobre la evaluación de la educa-
ción superior, CRIM-UNAM-Cámara de diputados-Mi-
guel Ángel Porrúa, 2004, p. 29
54

y sus resultados, están alejadas, por no decir des-


entendidas, del quehacer necesario para el bien
común, sin pretender relegar el bien individual.
Las grandes empresas también entienden
de autoimagen, de la conexión con la sociedad
en términos de beneficencia pública controlada
institucionalmente; de “apoyo a la comunidad”
sin tocar un solo pelo de las causas profundas
que la postran. Por ejemplo, cada año “Grupo Fi-
nanciero Banamex realiza una jornada de trabajo
voluntario”27 organizando a los trabajadores de
sus distintas sucursales a nivel nacional, en lo
que denomina “Día Global por la Comunidad”.
¡Sólo cada año!, y en la última ocasión celebra-
toria añadieron las cifras siguientes: participaron
cinco mil personas en 61 ciudades de la Repúbli-
ca, incluyendo al Distrito Federal, reforestando
25 mil árboles. Es decir: atendiendo a la partici-
pación obligatoria de las cuotas sociales, se pro-
pusieron hacerlo anualmente mediante una gran
publicidad, resaltando una imagen de elevada ge-
nerosidad; lo cual, con el “trabajo voluntario” y la
aparición en páginas sociales, se logra. No se con-
cibe el trabajo comunitario como un aprendizaje
elaborado cotidianamente para la construcción
de una civilidad solidaria. Se entiende, más bien,
como trampolín para enaltecer la autoimagen.

27
“Celebra Banamex el Día Global por la Comuni-
dad”, Reforma, 24 de junio del 2012, Suplemento comer-
cial, p. 1
55

La investigación científica

¿La investigación científica especializada, a qué


finalidad responde? La respuesta a esta pregunta
está en relación directa con la calidad y el reque-
rimiento de temáticas convincentes a los eva-
luadores, quienes autorizan los recursos. Existe
una disciplina para el análisis y la orientación
de los procesos de evaluación denominada “la
evaluación de la evaluación de la investigación
científica”, cuya tarea consiste en hurgar los ele-
mentos para definir aquellos trabajos aceptables,
cotejándolos con los rechazables; Jorge Flores
y Salvador Malo sostienen que dicha disciplina
“constituye un esfuerzo internacional de gran
magnitud, que busca medir el retorno de la in-
versión en investigación a través de la relación
que se da entre su calidad y sus insumos, resulta-
dos e impactos. Esto demanda el uso de métodos
tanto cuantitativos como cualitativos, incluyen-
do entre ellos la aplicación de indicadores bi-
bliométricos y la evaluación por pares, es decir,
por investigadores expertos”.28 Se refieren a lo
que puede ser identificado como la calificación
internacional y nacional de los académicos (v.
gr., en el Sistema Nacional de Investigadores);
y, de acuerdo a las palabras vertidas, el circui-
to de indagación para evaluar debe corregir en
función de la eficiencia del producto: cuánto se
28
Jorge Flores y Salvador Malo. “La evaluación de la
evaluación de la investigación científica”, Este País, junio
de 2012, No. 254, p. 44
56

gastará en inversión y qué beneficios acarreará,


pero sin hacer alusión a problemáticas fuera del
modelo evaluador mismo, por ejemplo, en la co-
munidad nacional que eventualmente estuviera
incidiendo en el propio modelo y sus resultados.
Los autores mencionados colocan como
paradigma de evaluación del mérito académi-
co-científico, a organizaciones independientes
y públicas en Inglaterra y Francia: “el Higher
Education Funding Council for England (HE-
FCE), de Inglaterra, y la Agence d´Évaluatiion
de la Recherche et de l´Enseigneiment Supériur
(AERES) de Francia”, ejemplificando asimismo
de qué manera coadyuvan estas agencias a la
medición de la “innovación nacional” (propicia-
da en el espacio de partida de las universidades
mediante la investigación de punta); medición
procesada al observar detalladamente el periplo
investigación-innovación-productividad-com-
petitividad.
De qué manera sería posible una tradición
parecida en México, que relacione la investiga-
ción con las necesidades de las grandes empre-
sas o las pymes, si, como sabemos, en el mer-
cado doméstico las trasnacionales automotrices,
farmacéuticas, editoras, agroalimentarias o pe-
troleras, traen consigo o compran tecnología en
el extranjero. El empresario mexicano también
ha estado haciendo gala de su pragmatismo al
obtener insumos tecnológicos empaquetados y
etiquetados por los países productores. ¿Dónde
entonces podría descubrirse la “innovación na-
57

cional”, surgida de la investigación en las uni-


versidades e influyente de la trayectoria que
tomaran la producción industrial y la estructura
financiera (el grueso de los movimientos en este
rubro, como se sabe, está en manos de institucio-
nes foráneas)?
Asumiendo una mirada inicial, el científico
evaluador afiliado al Sistema Nacional de Inves-
tigadores estaría careciendo de una comprensión
de la realidad histórica y contemporánea de Mé-
xico, además de aceptar a pie juntillas el punto de
vista acerca del progreso de las tecnociencias y
su evaluación en países como Inglaterra o Fran-
cia: un gran ejemplo que –podría decir el cientí-
fico mexicano– sería aplicable a nuestro país. El
científico mexicano ha estado, quizá, en medio
de una confusión de los hechos referidos a la in-
vestigación y su evaluación en nuestro contex-
to, haciéndolo equiparable a lo circunstancial de
naciones en jauja científica y tecnológica. Allá,
les proporciona dividendos, y se asume que acá,
mediante la aplicación del mismo modelo, suce-
derá lo mismo.
Mientras continúe el planteamiento de una
investigación de calidad sustentada en la forma-
ción de capital humano (con conocimientos, ha-
bilidades y actitudes apropiadas a las necesidades
de los modelos de evaluación del primer mun-
do), la universidad pública estará difundiendo
un panegírico del productivismo, del individua-
lismo competente; pero estará desentendiéndose
de nuestra sociedad en situación de rezago –muy
58

distinta al primermundismo. De ahí la pregunta:


“¿cómo trasladar los conocimientos científicos
y tecnológicos para resolver problemas socia-
les e impactar la economía del país?”, planteada
por el presidente de la Academia Mexicana de
Ciencias, el astrónomo José Franco López.29 No
sólo –utilizando el vocablo del presidente de la
AMC– “impactar” la economía, sino las distin-
tas capas de la sociedad, y permearlas: ¿de qué
modo? En alusión a la posible respuesta –dice
Franco López– “la AMC y otras organizaciones
tendrán mucho qué decir”. Esto es, los científi-
cos, de acuerdo a la respuesta de Franco López,
no tienen una respuesta; pero algunos de ellos
insisten en asumir, desde la periferia política de
su participación como investigadores, un “círcu-
lo virtuoso” descrito como el “efecto multipli-
cador entre educación superior e investigación
científica y tecnológica […] clave del círculo
virtuoso de la ciencia y el desarrollo”.30
Ni en la ciencia natural, ni en la social, ni
en la investigación humanística; ni tampoco los
tecnólogos, se han adentrado en la complejidad
de unir los conocimientos vertidos con los “pro-
blemas sociales” y viceversa. Lo han hecho de
modo verbal, vía el análisis –en sí mismo valio-

Emir Olivares Alonso. “Los científicos no son re-


29

queridos por los tomadores de decisiones”, La jornada,


viernes 18 de mayo de 2012, p. 2a
30
Salvador Vega y León. “El Sistema Nacional de In-
vestigadores y su impacto en el sistema de educación su-
perior”, Este País, junio de 2012, No. 254, p. 51
59

so–; pero han abandonado la ética de las solucio-


nes experienciales, las que pudieran “impactar”
en la evolución compleja de los hechos (y no
sólo el económico); soluciones éticas que po-
drían dar lugar, claro, a conductas afrontadas con
el poder establecido, pues ya lo recalcó Franco
López: usualmente “los tomadores de decisio-
nes no hacen caso a los científicos”. Cierto, y
al respecto, se presentaría un par de dilemas:
1) la cúpula externa, la verdaderamente deci-
soria, no hará caso de los científicos, salvo que
asuman una inclinación abierta por la “evalua-
ción de calidad” en condiciones prefijadas; si los
juicios de los científicos “no son requeridos por
los tomadores de decisiones, ni respaldados con
recursos, mucho menos [serán] empleados para
la elaboración de políticas públicas. [Y si] lo an-
terior se traduce en una muy pobre contribución
del conocimiento al desarrollo nacional…”31,
entonces, ¿el científico –el profesional de las hu-
manidades, el académico–, qué responsabilidad
asumirá ante este panorama? Probablemente los
científicos vean satisfechas sus expectativas de
incremento monetario para beneficio de la cien-
cia, la tecnología y la innovación; pero, tratán-
dose de un subsidio oficial, es viable pensar que
seguirá siendo instrumento para reforzar lo que
hasta hoy ha venido aplicándose en la evalua-
ción y el control institucional y académico, ¿o
para qué se piensa que funcionaría una comisión
31
Emir Olivares Alonso. “Los científicos no son re-
queridos por los tomadores de decisiones”, Ib.
60

ad hoc del ramo? 2) Se tendría que modificar la


obediencia ciega a los modelos de evaluación
vigentes, si auténticamente se persiguiera con-
siderar el asunto del beneficio social. ¿Podrá
hacerse, después de que “profesores e investiga-
dores han seguido una ética individualista en la
que cuidan sus intereses personales; se dedican
a acumular puntos o currículum para ser evalua-
dos [y] no están preocupados por la conducción
institucional de sus universidades o con la vida
colegiada”32 o con la vida social? Revolucionar
la educación de la universidad, salvaguardando
el espíritu que le imprimió Justo Sierra, requeri-
ría supeditar los conocimientos a un compromi-
so ético y una praxis que condujera a formas de
convivencia más dignas y más liberadoras de la
política hegemónica y corporativa, en la que nos
hemos estado subsumiendo.
La universidad pública se está empleando
a fondo para sobrevivir a evaluaciones como las
aplicadas por el Consejo Nacional de Ciencia
y Tecnología (Conacyt), Fondo para la Moder-
nización de la Educación Superior (Fomaes),
Comités Interinstitucionales para la Evaluación
de la Educación superior (CIEES), Programa
Integral de Fomento al Posgrado (PIFOP), etc.
Sería, ciertamente, la evaluación una condición
necesaria en los tiempos actuales, pero no sufi-
ciente. No queremos egresados aptos sólo para

María Herlinda Suárez Zozaya y Humberto Muñoz


32

García. “Ruptura de la institucionalidad universitaria” en


ob. cit., p. 30
61

ser apéndices de la computadora y supeditados a


la rentabilidad de la corporación, a quienes todo
el tiempo se les evalúe su papel subordinado.
Queremos egresados, sí, bien preparados en su
especialidad; pero con un sentido ético a la hora
de responsabilizarse por una sociedad –la nues-
tra– en bancarrota moral y económica.
Jorge Flores, Premio Nacional de Ciencias
1994, y Salvador Malo, director general de la
Calidad en la Educación y el Trabajo, terminan
afinando una propuesta para mejorar la evalua-
ción experimentada en el Sistema Nacional de
Investigadores, de la manera siguiente: “El mo-
delo alternativo que se propone para evaluar los
expedientes de los investigadores descansa en:
–un formato de solicitud más simple que el ac-
tual; –un formato de evaluación más simple (y
más transparente) que el actual; –una distribu-
ción de la tarea de evaluación entre un número
mayor (y más rico) de evaluadores; –un proceso
de evaluación más ágil y con menos reuniones
presenciales de los evaluadores; –un procesa-
miento más expedito tanto de la información
de los solicitantes como de los resultados de su
evaluación”.33 Aparentemente, las exigencias a
considerar en una investigación de calidad, tan-
to para ingresar al Sistema Nacional de Inves-
tigadores, como para ratificar la permanencia,
se fundamentarían en el llenado de formularios
33
Jorge Flores y Salvador Malo. “La evaluación de la
evaluación de la investigación científica”, Este País, junio
de 2012, No. 254, p. 50
62

más sencillos, analizados por grupos de pares en


un “escenario de cinco mil solicitudes por año”.
¿Ante qué grupos y ante qué sectores se exponen
a ser evaluadas tantas solicitudes, en espera de
enjuiciar cuál es la investigación aprobada? La
respuesta parece inevitable: se trata de una bu-
rocracia compuesta de “expertos”, comisionados
para aplicar moldes que hacen tabla rasa de las
condiciones individuales y comunitarias.
En México, el imaginario del evaluador,
en un sentido amplio, parecería estar adquirien-
do el mecanismo de asumir que lo fundamental
es atender nuestra situación de crisis; pero acto
seguido, recurre al modelo europeo o sajón para
medir la “innovación nacional” a través de apli-
car parámetros abstractos sobre la calidad de la
investigación. Se deja de lado, en otras palabras,
lo propio de la crisis educativa y económica, y se
privilegia al prototipo. Es probable que se deba
a una larga historia de sometimiento, por la cual
el indígena no tenía más opción que adoptar la
cultura del conquistador, la “civilizada”, la “pa-
radigmática”; el criollo, en su prisa por construir
una nación independiente y moderna, se atrajo el
canon francés y norteamericano (hasta la fecha).
El problema de la moral
nacional: el caudillismo

La simiente del Estado posrevolucionario la


identifica Arnaldo Córdova con lo que él ha lla-
mado un contrato social para desterrar luchas
intestinas, para eliminar a los caudillos enfren-
tados entre sí y darle cumplimiento al reparto
agrario. Frenar a la burguesía y defender a la
naciente clase obrera, también fueron símbolos
defendibles entre quienes ascendieron al poder.
La gesta constitucional carrancista arrojó
un articulado que daba al Estado la propiedad
de los recursos básicos, la defensa de las masas
y el anhelo de un desarrollo nacionalista; operar
la evolución política y económica constituyó,
pues, un proceso que se había iniciado durante
el porfiriato y habría de continuar desde un án-
gulo de visión diferente, a saber: el de “las refor-
mas sociales que cobraron vida institucional con
su consagración en los artículos 27 y 123 de la
Constitución del 17”.1
Las expectativas originadas por estos pre-
ceptos se convirtieron en terreno donde se apro-
vecharía la lentitud para aplicarlos; en otras
palabras, activar lo pactado en el contenido
constitucional, dosificar el tiempo para cumplir

1
Córdova, A. La formación del poder político en Mé-
xico, México, Era (Serie popular Era, No. 15), 1979, p. 16
64

las promesas de reivindicación agraria y laboral,


se convirtió en un medio de control de la masa
campesina y obrera. El derecho quedó transfor-
mado, muy a pesar de los liberales progresistas,
en antídoto contra la insurrección popular, en
adormecimiento y entretenimiento mientras se
enarbolaba la meta de su consecución.
Alrededor de los jefes triunfantes (Ca-
rranza, Obregón, Calles) nacieron grupos orga-
nizados. Culminada la batalla militar, aparen-
temente, se habrían de extinguir los caudillos
nulificados por un poder hábil que concedió
privilegios a cambio de la integración republi-
cana. Nuevos terratenientes, nuevos empresa-
rios y políticos nacieron al amparo de la estruc-
tura institucional, aun cuando no hubieran sido
los únicos oportunistas. Llama la atención que
historiadores como Semo, Gilly y el propio Ar-
naldo Córdova, proclamaran el paso del caudi-
llismo al liderazgo ordenado; el paso del triunfo
de los alzados, acaudillados por algún paladín,
al triunfo de una cúpula inserta en el Partido
Nacional Revolucionario, y, a posteriori, en el
PRI, que –apunta Luis Villoro– se investía de
benefactor de las masas sin dejar de atender al
banquero o al empresario: nunca, a despecho de
las apariencias, en el discurso de la Revolución
Mexicana se habló de suprimir la propiedad pri-
vada. Los constitucionalistas –explica Arnaldo
Córdova– conservaron como núcleo esencial de
su programa social las instancias fundamentales
de la revolución política: la defensa a ultranza
65

del principio de la propiedad privada, el proyecto


de un desarrollo capitalista para México, la ins-
titución de un Estado de derecho independiente
de los intereses privados y un sistema jurídico de
libertades públicas (se trataba, como puede ver-
se, de las más grandes aspiraciones de las clases
medias mexicanas).2 Tales anhelos se orientarían
por un peculiar sentido del caudillismo, que nun-
ca feneció.
La figura del caudillo, cuyo don de mando
y solicitud de doblegamiento de las masas, atra-
viesa la historia mexicana adquiriendo matices
según las circunstancias; pero siempre conser-
vando una esencia como aglutinador de volunta-
des, director de vidas e intransigente a la hora de
tomar decisiones. Representa el caudillismo un
discurso guía que somete y pone al descubier-
to estructuras profundas de liderazgo, en buena
medida caótico y autoritario.
Martín Luis Guzmán ha perfilado al ca-
becilla en el paisaje revolucionario; este último
dará lugar a la modernización política, al desa-
rrollo económico y cultural en el México pos-
terior a la lucha armada iniciada en 1910. El
prototipo del caudillo impactará la conducción
del Estado hacia una aspiración: manumitir a las
masas. Puede demostrarse la honda huella que el
caudillo dejó en quienes tomarán en sus manos
la construcción de la nación después de 1920,
una vez concluida la guerra civil. Y no sólo eso,
también ha dejado su huella hasta el día de hoy,
2
Ibid., pp. 31 y 32
66

en la experiencia de dirigir, en la connotación de


“dirigencia”, afectando prácticamente todos los
niveles del ser del mexicano.
¿Quiénes eran los caudillos? ¿Respondían
a una sociedad ávida de trascender mediante el
ejemplo de cabecillas, acaparadores de volunta-
des y bienes? Plantearemos las aristas del com-
portamiento caudillista que, a grandes rasgos,
constituirá la sustancia moral de una conviven-
cia problemática, arrebatada, pero después de
todo propia y peculiar de nuestra cultura. Será
la base desde la cual deberemos sustentar la po-
sibilidad de una cohesión nacionalista –si pudie-
ra hallarse algo semejante–; es decir, de lo que
pudiera analogarnos en medio de la sistemática
dispersión observada en la existencia nacional.

Dosis exhibicionista

Bernardo Reyes, según Martín Luis Guzmán, te-


nía la esterilidad de la inconstancia: ora decide
propugnar por el maderismo, ora lo incrimina;
ora toma la decisión del destierro y a poco se
desdice, generando inquietud pero ningún acto
trascendente. “Acaso pudiera decirse de él que
se creía y se sentía un patriota, y que obraba
siempre, leal en el propósito, a impulsos de esa
convicción, pero que, en realidad, su patriotis-
mo no era bastante para señalarle dónde estaba
67

el verdadero bien de la patria”.3 Conspiraba,


equivocándose en elegir el momento oportuno o
lograr la adhesión popular, tan cara a un líder.
¿Qué creería haber logrado Bernardo Reyes al
ponerse al frente del ataque a Palacio Nacional
en 1913? ¿Habría pretendido asumirse líder por
el solo hecho de una aureola ganada durante el
régimen de Porfirio Díaz? Acaso pensaría que su
sola presencia al frente de los amotinados gene-
raría un respeto atemorizante, sostenido en in-
signias pasadas de ministro de la guerra; pero su
hora de gloria había pasado y el error de consi-
derarse personaje inmarcesible, le costó la vida.
Igualmente, Guzmán describe a ganadores
en batallas por Culiacán, Guaymas, Chihuahua;
v. gr., Salvador Alvarado, Ramón Iturbe, Juan Ca-
rrasco, todos, mílites destacados. Respecto de Al-
varado, resalta Martín Luis Guzmán su dosis de
megalomanía. Ya despidiéndose de una cita –narra
sorprendido Guzmán– soltó a cada visitante un re-
galo: ¡su fotografía! Y no contento, la repartió en
distintos tamaños conforme a la jerarquía –según la
percepción del general– de los huéspedes. Aunado
al estilo ensoberbecido y espontáneo, portaba cua-
lidades de militar efectivo, organizador brillante,
administrador puntual de huestes.4
Lo pintoresco lo encuentra Luis Guzmán
en Carrasco: Cierta mañana lo vi pasear por las

3
Martín Luis Guzmán. Caudillos y otros extremos,
México, UNAM (Biblioteca del estudiante universitario,
No. 115), 1995, pp. 84-85
4
Ib., p. 88
68

principales calles en entera concordancia con


lo que de él se decía. Iba en carroza abierta,
terciada la carabina a la espalda, cruzado de
cananas el pecho y acompañado de varios ofi-
ciales masculinos y uno femenino y notorio: la
famosa Güera Carrasco. Detrás del coche, a la
buena usanza sinaloense, una charanga hasta
de cuatro o cinco músicos.5 Transitaba exhausto
después de incontables francachelas, aun cuan-
do por ningún motivo perdiera la vertical ni la
oportunidad de exhibirse como la figura que era:
un soldado victorioso. Testigo privilegiado, Mar-
tín Luis Guzmán puede decirlo en términos am-
plios: a los caudillos se les puede clasificar; eran
“casi siempre descreídos e ignorantes, bárbaros,
audaces, sin ningún sentido de los valores huma-
nos y desconectados de todas las fuentes –falsas
o ciertas– originadoras de los impulsos hacia la
virtud”.6 La obsesión de fama y honra hace del
caudillo un ser necesitado de colocarse en el lugar
que considera le corresponde. Puede enarbolar
sus méritos de soldado valiente; puede desplazar
las insignias militares en aras de una carrera polí-
tica, o simple y llanamente buscar escenarios para
llamar la atención, concitar envidias, mostrarse
atractivo. En Mi general, el protagonista anhela
el renombre y para conseguirlo –dice­– “necesi-
taba ser uno de los grandes generales ganadores

5
Ib., pp. 109-110
6
Ib., p. 92
69

de grandes combates”.7 Al triunfo, consumado a


pulso, seguía el prestigio de propietario de tierras,
gobernador o dirigente solicitado.
Entre incontables ejemplos, está el de Ama-
ro, Secretario de Guerra y Marina durante la pre-
sidencia de Emilio Portes Gil; este último, casi
al término de su mandato (1929), repartió tierras
como nunca antes; Amaro fraccionó las suyas
para dárselas a campesinos desheredados. Ello
daba como resultado popularidad y permitía con-
servar bienes extensos. Tanto la aureola de buen
soldado como su contribución a las causas nobles,
lo colocaban en el centro de las miradas.
John W. F. Dulles en su libro Ayer en
México narra cómo, entrando Carranza a la ciu-
dad de México, Pablo González se negó rotun-
damente a formar parte del acontecimiento, ¿el
motivo?, habérsele designado cabalgar a la iz-
quierda del Presidente, mientras a Obregón se
le indicó cabalgar a la derecha. Salir en primera
plana era lo de menos, ¡lo que le dolía era pre-
sentarlo como segundón!
López y Fuentes describe a su persona-
je al borde del paroxismo ante la posibilidad de
ser un perfecto desconocido. Cierto parroquia-
no nunca supo decir el nombre del general e,
increpándole al asiduo, éste le respondió: –¡No
lo menciono, porque no sé su nombre! Palabras
hirientes a cuán más: “las copas, el horror al
7
Gregorio López y Fuentes. ¡Mi general!, en Antonio
Castro Leal (coomp.). La novela de la Revolución Mexi-
cana, México, Aguilar, 1966, p. 324
70

anonimato, la predisposición, todo hicieron que


yo –confiesa el general– estallara ante semejante
ofensa. ¡No saber mi nombre!”8 Después viene
un cuadro de venganza (hija de la frustración).
Ser un Don Nadie perfila el vacío insoportable;
perfila las carencias en que se ha vivido sin ga-
nas de volverlas a experimentar, y menos frente
a la oportunidad irrepetible para desterrarlas. El
verdadero triunfo habría sido escuchar su nom-
bre en boca de cualquiera. Este impulso aflora
en la voluntad como necesidad imperiosa y se
traduce, frecuentemente, en petulancia.
A Obregón le gustaba publicar a los cua-
tro vientos sus triunfos. “Obregón estaba muy
lejos de ser modesto”9; le atraía la alfombra roja
del halago; pero –sostiene Dulls– “es probable
que este orgullo en sus logros fuera una caracte-
rística de la que gozaran sus partidarios”.

Trasfondo idealista

Una descripción del adalid se despliega en la


obra iluminadora La sombra del caudillo. Lo tí-
pico del líder a la mexicana, lo narra Martín Luis
Guzmán con lucidez en el plano crítico-literario.
Dos anhelos inflamaban la conciencia del revo-
lucionario: la venganza por la muerte de Made-
ro y la salvación de la patria. (Podría traducirse
8
Gregorio López y Fuentes. ¡Mi general!, en ob. cit.,
p. 324
9
W. F. Dulles. Ayer en México, México, FCE, 2002, p. 23
71

lo anterior como sacar del poder al usurpador, y


construir la nación expulsando de una vez por
todas al terrateniente rico, al burgués abusivo, al
político entreguista y al ejército federal escudo
de todos ellos.) Que al caudillo le colgaba en el
pecho un blasón justiciero, es cierto; que nece-
sitaba mostrarlo en el campo de batalla y en los
espacios dejados por la tregua, también es cier-
to. Con limitaciones, conforme a Luis Guzmán,
por su falta de educación; con exhibicionismo y
presunción; con ausencia de modales ético polí-
ticos y, sin embargo, ahíto de audacia y determi-
nación. Era el jefe quien resolvía dilemas graves
de la guerra, pero improvisado en el resto.
Pese a todo, irradiaba un encantamiento
insospechado. “Sí, hijos míos [se imaginó Cata-
rino Ibáñez, general y gobernador del Estado de
México, hablándoles a mil indios en una mani-
festación política] cuando la Revolución sea la
ley en las ciudades y los campos, ya no habrá
más ricos codiciosos, más ricos explotadores de
la miseria del pobre, sino que todos seremos ri-
cos buenos, ricos revolucionarios y útiles, según
algunos lo somos ya: los que vamos, con la ayu-
da de Dios y sin quitarle nada a nadie, juntando
nuestras economías…”10 Trátase de un carisma
edificado sobre el milagro (ancestral) de resarcir
e igualar oportunidades, no importando origen
ni condición; en México, la población siempre
10
Martín Luis Guzmán. La sombra del caudillo, Mé-
xico, Porrúa (Colección de escritores mexicanos, No. 89),
1988, p. 100
72

ha estado ávida de oír palabras justicieras: siem-


pre, ahí, ha existido un campo fértil para la inter-
pelación de quienes se asumen como paradigma
del revolucionario triunfante, solícito en lograr
que –tarde o temprano– otros puedan acceder al
mismo status que él.
Innegable además el radicalismo del líder:
una especie de fanatismo religioso lo impulsa,
agravando su tendencia a cerrar los ojos frente a
los hechos, frente a posturas contrarias o a sim-
ples comentarios adversos. El general Plutarco
Elías Calles, ministro de Comunicaciones de
Carranza, infundía recelo, “su mismo radica-
lismo [da] qué pensar […]. Su rostro no inspira
abierta simpatía; la historia de su dureza infunde
una vaga sensación angustiosa –escribe Ramón
Puente–”.11 ¿Rasgos impertérritos sólo en el as-
pecto físico? No, también en la forma de decidir,
de tratar al oponente, dictar pronunciamientos,
guardar las apariencias; en ello reverbera la in-
transigencia, el orgullo irracional, la dificultad
para rebasar al propio yo. Este fenómeno tiene
su punto de intersección en una postura religiosa
inflexible.
¡Hasta en la benevolencia el caudillo es ra-
dical, por más que se le demuestre estar en el
error! Recuérdese a Carranza ante una pléyade
de generales intentando convencerlo para no
imponer a su candidato Bonillas (un civil prác-
ticamente desconocido). No existían condicio-

Puente, Ramón. Hombres de la Revolución: Calles,


11

México, FCE, 1994, p. 69


73

nes mínimas; la imposición era una bomba de


tiempo y el tiempo se agotaba. Carranza se negó,
bajo el argumento de que este país necesitaba un
Presidente civil, no militarista. ¡Craso error! En
una geografía donde pululaban soldados que se
consideraban presidenciables; donde acechaba
el mejor postor con los cañones dispuestos; don-
de los gobernadores se conducían como señores
feudales en su burgo, al final, sobrevinieron con-
secuencias desastrosas. Una de ellas, el homi-
cidio de Don Venustiano en el pueblo de Tlax-
calantongo. Se le acusó de traidor a la naciente
democracia; el pretexto era lo de menos.
Durante la competencia para suceder a
Obregón, quedaban Calles y el general Angel
Flores, grumete, estibador y soldado augusto. A
Elías Calles lo denominaban sus partidarios el
“candidato macho”, alabando su talante enérgi-
co y apegado a ideales revolucionarios (educa-
ción laica a ultranza, repartición de tierras, bene-
ficios para el trabajador urbano, etc.). El mote de
“macho” sugiere inclinación a favorecer accio-
nes extremas; sugiere, incluso, la necesidad de
encarnarlas y, hasta resulta de más decirlo, si el
personaje incumpliera estos requisitos, no satis-
faría los deseos inconscientes de la masa. Angel
Flores se retiró de la contienda, convencido de la
inutilidad de continuar; ningún indicio señalaba
insinceridad, sin embargo, al final resultó afecta-
do por una “dolencia” (murió envenenado). Per-
seguirlo cuando –en apariencia– nada indicaba
peligro, refiere grados de susceptibilidad ante la
74

más mínima sospecha de verse confrontado. Al-


gunos dirán que se trata de un especial talento
para prevenir, empero, detrás está una afición a
vivir la guerra hasta la necesaria aniquilación del
enemigo, otorgando al hecho un cariz de cruzada
religiosa. Perseguir al pagano, al hereje, al idó-
latra, dondequiera que se encuentre; extirpar el
tumor, equivale a una hecatombe entre credos.
¿Se puede actuar con miramientos? El Mi-
nistro de Guerra de Obregón, general Serrano, a
quien llegó a presentar como su brazo derecho,
como el cerebro de sus triunfos, decidió conten-
der por la presidencia de la República (1927),
precisamente ¡contra Obregón! Previamente a la
contienda, ambos pudieron entrevistarse. “Las
palabras o los reproches que se cambiaran nadie
los conoció a ciencia cierta. Pero Serrano, al re-
gresar de Cajeme –lugar de la entrevista– lanza
un manifiesto ampliamente conciliador”.12 Daba
la impresión de un encuentro amistoso, mas, el
3 de octubre de 1927, entre México y Cuerna-
vaca, Serrano y varios amigos suyos perecieron
ultimados. La simbología del “estás conmigo o
contra mí” debe entenderse según una forma de
vida, según un entramado que confiere energía a
la existencia.
En el devenir político, Calles dejará la
presidencia, pero se le premiará en lo sucesivo
con el mote de “jefe máximo de la Revolución”.
De acuerdo con Puente, asume “el papel de ár-
bitro en todos los asuntos de México, y en esta
12
Ramón Puente, ob. cit., p. 96
75

situación está obligado a mantenerse”.13 Obliga-


do a mantenerse simboliza la cúspide del líder
que estructura la vida social y política; un estilo
omnipotente de gobernar; un deseo irrefrenable
de conservar el poder tal vez en aras de cuidar
una obra (revolucionaria) conseguida a base de
enormes sacrificios. O, tal vez, sabedor de que,
sin una conducta intransigente, pasaría a tercer
o cuarto término en el ajedrez político; se ex-
pondría, como tantos, a sucumbir a manos del
enemigo en turno.
No todo resultaba armonía en el maximato
callista; surgían oposiciones por doquier y la más
recalcitrante habría sido –quizá– la del clero cató-
lico. Sin medios ni capacidad para contemporizar
entre los bandos, se desató la Guerra Cristera.
En esgrimir el sable y la pistola, fuera para
atacar o para defenderse, transcurría la vida del
poderoso. Pese a todo, Leopoldo Zea le atribuye
al carácter del mestizo el mérito de la unidad na-
cional sustentada en el acaparamiento del poder,
aunque, al fondo del camino, resultara inevitable
un sentimiento de inconformidad entre quienes
se hubieran sentido despojados; la “ambición
personal –explica Zea– y la falta de escrúpulos,
propios del carácter del mestizo que ha toma-
do la dirección de las fuerzas nacionales desde
mediados del siglo XIX, sirven de instrumento
de unidad donde han fracasado todas las ideas

13
Ib., p. 110
76

e ideales importados”.14 Paliar el ensimisma-


miento caudillista, repartir mejor los espacios
políticos utilizando la justicia, ha sido una tarea
pendiente que se ha buscado inspirándose en la
aplicación de modelos “importados” referidos a
la democracia; pero esta importación, que pudie-
ra haber propiciado un sesgo en el carácter del
mestizo como se pretendía, ha derivado –dice
Zea– en punto menos que un fiasco.
El carácter irascible e improvisado, cuya
nota destacada sería el hecho de unificar bajo un
poder omnímodo, ha prevalecido y continuará
prevaleciendo, de tal manera que deberemos to-
marlo como punto de partida para juzgar sobre el
rumbo de la moral y la política en nuestro medio.
Ahora bien, de continuar trayendo tipologías ex-
trañas que determinarán cómo deberemos ac-
tuar, señalándonos metas, negándonos un modo
de ser basado en nuestra historia de “ambición
personal” y “falta de escrúpulos”, implica, por
lo menos, un doble riesgo: o se exacerba nuestra
idiosincrasia caudillista como reacción al mode-
lo, o se reducen los efectos, soterrándolos, pero
disponiéndolos a un estallido más violento que
les dé cauce tras largo tiempo de haberlos man-
tenido reprimidos, como sucedió en la vida po-
lítica y económica durante el Porfiriato; la lava
brotó incontenible fuera del cráter asestando un
golpe mortal traducido en un movimiento arma-
do –echado a andar en 1910.

Leopoldo Zea. Conciencia y posibilidad del mexica-


14

no, México, Porrúa, 1974, p. 30


77

Puede tratarse la moral caudillista de un


fenómeno irracional y cruel, en efecto, pero
trataríase a la par de nuestra circunstancia y en
ella deberemos reparar; y a partir de ella, crear
valores que permitan transformarnos. De acuer-
do con Leopoldo Zea, nuestras “posibilidades
dependerán, en todo caso, de nuestra capacidad
para adaptar nuestros proyectos a nuestra situa-
ción, para que, a partir de la misma, vayamos
transformándola […]”.15
Para Córdova, primero ha tenido lugar el
“autoritarismo derivado […] del caudillo revo-
lucionario”, y luego, hasta escalar la cumbre, “el
autoritarismo del cargo institucional de la Presi-
dencia de la República”16; ello es verdad y po-
dría descubrirse un contraste entre un liderazgo
más representativo de la espontaneidad (caudi-
llismo) y otro más estructurado e institucional;
pero deberá entenderse que se trata del mismo
fenómeno problemático; deberá entenderse que
ambos forman parte de una génesis del caudi-
llismo, suprimiendo la tesis de ser éste ajeno al
“presidencialismo”, el cual –más bien– resulta
su continuación.
Vía este liderazgo caudillista sui generis,
se edificará la representatividad política (econó-
mica, cultural, etc.), dentro de lo que, asevera
Enrique Semo, en verdad fue una revolución bur-
guesa a la mexicana. Grupos que iban “más allá

Ib., p. 43
15

Arnaldo Córdova. La formación del poder político


16

en México, loc. cit., pp. 33 y 34


78

del capitalismo” –aclara Semo–, por ejemplo, los


magonistas o los zapatistas, “en ningún momento
logran dirigirla”; “porque el grado de desarrollo de
la sociedad no permite la solución de los problemas
que plantean estas fuerzas fundamentales”.17 Y la
aseveración de Semo, llevaría al planteamiento de
una pregunta: ¿qué notas podrían haber distingui-
do un liderazgo anarquista o de corte zapatista, en
caso de haber triunfado?
No es ociosa la pregunta, pues podría ser
posible hurgar en los procesos históricos y con-
figurar, en retrospectiva, variantes de un caudi-
llismo refractario al “burgués”, variantes, por
supuesto, insertas en una idiosincrasia auténtica-
mente popular y germinal.

Oportunismo, un seguro para


lo inseguro

En labios de Tarabana, Martín Luis Guzmán pin-


ta un requerimiento para sobrevivir en medio de
intrigas, acontecimientos adversos o caídas en
desgracia: quien se expusiera al dominó político
–donde unos pierden y otros ganan sin la certeza
de mantenerse en su sitio–, debería prevenirse.
Respondiendo Tarabana (el operador de corrup-
telas) a una crítica del amigo desinteresado y no-

Enrique Semo. Reflexiones sobre la revolución


17

mexicana en Gilly, Córdova et. alt. Interpretaciones de


la Revolución mexicana, México, UNAM-Nueva Imagen,
1980, p. 137
79

ble, Axcaná, contra los infaltables negocios tur-


bios del político, aquél los justifica sosteniendo
enérgico: “él es quien me busca a mí [se refiere al
Secretario de Guerra]. ¿Lo oyes? Él a mí. Ahora,
que al hacerlo, la razón le sobra: esa es otra cues-
tión. Muy grande imbécil sería si, desperdician-
do sus oportunidades, se expusiera a quedarse en
mitad de la calle el día que haya otra trifulca o
que el Caudillo se deshaga de él por angas o por
mangas. Pero, vuelvo a decírtelo: ¿para qué te
sirve toda tu filosofía, la tuya y la de los libros
que dicen que lees?…”18 Pone énfasis en el sen-
tido práctico frente a la supuesta inutilidad de
una cultura libresca. Se anticipa Tarabana a dos
contingencias en la vida nacional: la confronta-
ción violenta y el interés cambiante del Caudillo,
cuyas veleidades podrían conducir a deshacerse
del subordinado. De cara a este avatar, se insi-
núa, de nada valen filosofías ni especulaciones:
se requiere prevenir, no mediante la virtud –diría
Guzmán– del funcionario honesto e ilustrado,
sino mediante golpes de mazo como la intriga,
la violencia o el negocio astuto.
Un factor determinante de la inmora-
lidad –insistirá Luis Guzmán– será la falta de
pulimento espiritual; el jefe de operaciones mi-
litares de Puebla, narra: nunca había estado en
la escuela, no sabía leer ni escribir, ni contaba
con otro bagaje espiritual que sus intuiciones
militares, a que debía su carrera de político. Su
18
Martín Luis Guzmán. La sombra del caudillo, loc.
cit., p. 23
80

risa era grosera y chorreante; toda su persona,


inculta, primitiva, montaraz. Pero como ante él
los jóvenes políticos allí presentes sentían el es-
tremecimiento de tener cerca a uno de sus gran-
des hombres, a uno de los formidables adalides
necesarios a su causa…19 Digno de mencionar-
se es que, anexa al espíritu zafio, está una turba
de seguidores, tolerante de las deficiencias que
–en realidad– las ha convertido en cualidades.
Hay una simbiosis: al primero (el caudillo) se
debe la segunda (la turba) y viceversa, sin poder
imaginar cómo serían uno sin la otra en un am-
biente de guerra perpetua –que solicita de ambos
la unidad generadora de la fuerza.
La multitud adviene en torno del jefe, lo
sostiene como promesa de completud. Arnaldo
Córdova ubicará este fenómeno como un proble-
ma a resolver dentro del periodo modernizador:
“¿Por qué –interroga– conviven con las nuevas
instituciones formas arcaicas de relación políti-
ca, como son una sustancial impreparación po-
lítica de las masas y el trato, tan deleznable en
un sistema político moderno, del compadrazgo
y la lisonja cortesana?”20 Puede preguntarse asi-
mismo cómo es que devienen gobernadores o
ministros “analfabetos, con patente de incultura,
en los cargos públicos de responsabilidades más

Ib., p. 30
19

Arnaldo Córdova. La formación del poder político


20

en México, loc. cit., p. 57


81

altas”.21 Y es dable distinguir un denominador


común: han sido soldados en medio de la revuel-
ta, han desplegado capacidades de adaptación y,
aparte, los ha favorecido la buena fortuna. Todo
habría sido determinante; “como por magia”,
acota Luis Guzmán, se convertían de la noche a
la mañana en tutores de “proles huérfanas”.
Más adelante, Tarabana insistirá en la
función casi biológica de sobrevivencia ante un
clima social impredecible: la protección a la
vida y a los bienes la imparten los más violen-
tos, los más inmorales, y eso convierte en una
especie de instinto de conservación la inclina-
ción de casi todos a aliarse con la inmoralidad
y la violencia. Observa a la policía mexicana:
en los grandes momentos siempre está de parte
del malhechor o es ella misma el malhechor.22 Es
decir, cualquier salida obsta, salvo infligir agre-
sión para ganancia del vivaz. El contrato social
que impide aniquilarse unos a otros, sería letra
muerta: hasta los mismos jueces o abogados se
ven arrastrados a corromperse debido a un am-
biente superior a su poder legal. Si quisieran ha-
cer justicia, debería afirmarse: tienen vocación o
de “héroe o de mártir”.
El guerrero, el militar analfabeto, guarda
conciencia de su tosquedad; detrás de él, res-
guardándolo, marchan letrados, hombres de
confianza que influyen con quién debe asociar-
21
Martín Luis Guzmán, La sombra del caudillo, loc.
cit., p. 80
22
Ib., p. 131
82

se, cuándo actuar usando las armas, qué asun-


tos legales enfrentar, la estrategia política a se-
guir, etc.; el líder busca al intelectual con una
condición: que le ayude a mantener intactos
sus privilegios, no importa cuán escasos sean.
Al general Encarnación Reyes lo “regenteaba
tan bien” –alude Luis Guzmán a un estudiante
de Derecho que abandonó los libros para irse
“a los campos prometedores y magníficos de la
Revolución” –, que dispuesto estaba bajo su in-
flujo a defender con las balas lo que dispusieran
“los radicales progresistas con la palabra”23. La
barbarie puede advenir un privilegio y refinar-
se según la intervención del ilustrado (maestro
de escuela, abogado, estudiante, literato). Ahora
bien, deberá hacerse hincapié en que se trata de
una intelectualidad adaptable a la confrontación
de la guerra, aun cuando no sea, por supuesto, el
único tipo de intelectualidad, pero sí la arribista,
la cercana al poder.

Institucionalización oportunista

La disposición del caudillo para crear un partido


político aglutinador, responderá a la visión que
se tenía de la contienda electoral hasta 1929:
confrontaciones, desaparición física del enemi-
go, improvisación de partidos mientras pasaban
las elecciones, líderes carentes de principios.

23
Ib., p. 31
83

Un par de semanas después del asesinato


de Obregón, Calles tenía los ingredientes para
organizar el Partido Nacional Revolucionario,
que frenaría “las ambiciones de nuestros polí-
ticos disciplinándolos al programa que de an-
temano se aprobara”; se aniquilarían previsora-
mente “los desórdenes que se provocan en cada
elección” y “nuestras instituciones irán forta-
leciéndose hasta llegar a la implantación de la
democracia”.24 Estas palabras, encauzarían el
proyecto de noviembre de 1928, presentado en
la casa de Luis L. León a la cual asistieron en-
tre otros Portes Gil, Manuel Pérez Treviño, José
Manuel Puig Casauranc y Marte R. Gómez; se
nombró presidente del partido al general Plutar-
co Elías Calles; se nombró también a un comité
organizador y a los secretarios.
Calles fue autor material del Partido Na-
cional Revolucionario. En la convocatoria para
integrarlo se hace un llamado “a todas las agru-
paciones revolucionarias: a los grandes núcleos
que representan y dirigen los intereses políticos
de los Estados, lo mismo que a las agrupaciones
distritales o municipales de aislada o incompleta
organización: a los Partidos de programa revo-
lucionario integral y a los que dedican estudio
preferente a cuestiones partidarias de agrarismo
u obrerismo. A todas las ramas de la Revolución
Mexicana, en la amplia acepción del movimiento
24
Citado en Córdova, Arnaldo. La revolución en cri-
sis. La aventura del maximato, México, Cal y Arena, pp.
51-52
84

nacional que lucha por renovar la vida y mejorar


los destinos de la Patria”.25 El amplio espectro
de organizaciones, desbalagadas por aquí y por
allá, útiles para colocar en el poder a sus miem-
bros en puestos de prosapia o más modestos, im-
plicaba una medida radical para terminar con los
“desórdenes que se provocan en cada elección”.
Más aún, la distribución del poder requería con-
centrarlo en el sector “revolucionario”, si de ver-
dad se aspiraba a una estructura democrática que
lo repartiera según reglas, y no, como sucedía,
según la medida del más fuerte.
En la memoria de la Convención del
PNR (marzo de 1929) se reconoce a éste como
el sucesor de los caudillos, el “continuador de la
patriótica conducta de aquéllos e imbuido en sus
enseñanzas y experiencias”. Al redactar los es-
tatutos, nos dice Córdova26, cuidaron detallada-
mente los derechos y obligaciones de los adhe-
rentes, en especial de los partidos políticos que
tendrían el destino de la extinción, pues la prédi-
ca fundamental era unificar, lo que, después, se
denominó corporativizar. Lo propio consistía en
hacer girar alrededor de un solo eje (la presiden-
cia o el comité ejecutivo de la nueva e impecable
membresía partidista).
¿Qué estaba transformándose? El conteni-
do, no la forma. Lo sustancial de la manera de
ejercer el poder, se mantenía; lo periférico o his-
tóricamente accidental, cambiaba. Antes se para-
25
Arnaldo Córdova, Ib., p. 55
26
Ib., 62
85

ba mientes en el astuto con su modo de entender


la conducción de la masa; después la mirada se
enfocó en una instancia conductora: el partido
político. Ambas conducciones, en el fondo cau-
dillistas, una y la misma.

La lealtad

Quienes triunfaban, aparte de basar su triunfo en


la crueldad, el ingenio o la suerte, habrían debi-
do contar con la capacidad y el apego de sus par-
tidarios, sobre todo de los más cercanos. Éstos
apoyaban a su jefe en las buenas y en las malas.
Se degradaban o enaltecían; se precipitaban al
abismo o escalaban alturas: su destino lo deja-
ban al caudillo.
Después de romper con el Presidente, Ig-
nacio Aguirre, el ministro de la Guerra, deplora
amargamente el trato recibido como pago a su
“absoluta disciplina” en que –abunda– “su vo-
luntad ha sido la mía”, pues hubo de “fusilar a
enemigos comunes”, “quitar de en medio, acu-
sándolos, negándolos, traicionándolos, estorbos
y rivales sólo míos porque lo eran suyos”27. A
un hecho consumado: la obediencia ciega, ha
seguido otro: la debacle, el desamparo. Debacle
porque, una vez que se ha llegado a la ruptura,
el amigo se transforma en enemigo y, después
de los halagos, complicidades y favores especia-
les, romperán hostilidades entre sí. Desamparo
27
Martín Luis Guzmán. La sombra del caudillo, loc.
cit., pp. 56-57
86

porque, acostumbrado a tejer inmoralidades en


complicidad, el amigo de antaño queda al garete
sin un poder político que le sirva de escudo; su
fragilidad estribará en la inoperancia moral: des-
plazado a terrenos desconocidos para él, los de
la honestidad y la franqueza, caminará desorien-
tado, sin brújula que lo sitúe en las coordenadas
auténticas de una vida contrastante.
Perspicaz, Axkaná, amigo íntimo del minis-
tro desairado, observa cómo este último regurgi-
ta su mala fortuna, maldiciendo la ingratitud de,
otrora, su ídolo. Aún –piensa para sí Axkaná–
“no abre los ojos a las circunstancias que han de
obligarlo a defender, pronto y a muerte, eso mis-
mo que rechaza”. Es decir: o regresa al escenario
con las herramientas del bandidaje y la truculen-
cia enfrentando al victimario, o perece, víctima
de quien tiene las posibilidades de aniquilarlo.
No hay medias tintas ni campo para la dubita-
ción. ¿Diálogo?, imposible. Mientras uno pueda
hacer a un lado al otro, no tiene por qué haberlo.
Mientras el poder, por mínimo que se conside-
re, asegure la victoria, cualquier concesión está
fuera de lugar. Además, haya o no haya sido re-
sultado de su voluntad, el que abandona al sector
encumbrado, tiene culpa (sin miramientos). Así
se estila en la arena de una lucha categórica.
No se piense, sin embargo, que la eterna
escaramuza carece de efecto en lo más íntimo
del ser humano; no, al contrario, la desconfian-
za aflora expedita. Confesándole al Caudillo un
afán sincero por apartarse de toda contienda por
87

el poder máximo, el ministro de la Guerra re-


cibe un balde de agua fría: “¿no le engañará su
convicción cuando habla de no tener ningunas
aspiraciones?”; pregunta incómoda que, para
quien la profiere, ya contiene una respuesta. El
subordinado podrá haber guardado la intención
de una confesión honesta, sin embargo, de nada
le habrá servido, y eso le calará hondo.
Se ha sincerado por una vez en la vida y ha
topado con una pared. Además, quedó atrapado
en la zona peligrosa de los contrarios, a quienes
se anula o se extingue. Esta es la consecuencia
del recelo, definible como rasgo intrínseco del
Caudillo, intrínseco a una “voluntad, definida
siempre; con su inteligencia, práctica y de muy
pocas ideas; con su sensibilidad, remota, lenta,
refractaria a los aguijones y los escrúpulos que
desvía o detiene”28.
La lealtad puede tener un límite tolerable:
perder notoriedad. En la proporción en que se
pierde fama, probablemente debido a extraviar
el favor de quien es el indicado para conferirla,
en esa proporción se desarrolla el instinto para
no caer en el anonimato. (Más si se tienen am-
biciones. Más si se han experimentado las mie-
les del ascenso que todo lo puede.) A Obregón,
habiendo sido fiel secretario de Guerra bajo las
órdenes de Carranza, le dolió en el alma el des-
aire del Jefe: ¡ninguna palabra alentadora! ¡nin-
gún incentivo a sus extraordinarios servicios!, al
contrario, maquinó seleccionando favoritos sin
28
Ib., p. 62
88

gota de sangre derramada en la contienda. Así,


el 1º de junio del 1919, sin previo aviso recibe
Carranza un telegrama de su exsecretario (Obre-
gón), acotando que en esos momentos estaba
proclamándole a la Nación su candidatura a la
presidencia. Incluso, con todo y el enojo previsi-
ble de Carranza, le explicó que en el bando emi-
tido notificando su aspiración de ser presidente,
aludía a los defectos y la escasez de miras del
régimen carrancista.
La cosa no quedó ahí: mediante esa con-
ducta, desató una reyerta política de dimensio-
nes fabulosas; otro militar eximio, Pablo Gonzá-
lez, responsable de operaciones fundamentales
en el centro del país (Puebla, Tlaxcala, Oaxaca,
Veracruz, Morelos), también, frente a la eviden-
cia de inclinarse su jefe por un desconocido para
sucederlo en la presidencia, levantó la voz con
idénticas notas: se invistió de candidato, en reto
abierto, tanto a Obregón como a Carranza. Este
militar neolonés, padecería sin duda del mismo
síndrome: sentirse relegado injustamente, tomar-
se en serio la posibilidad de que un cualquiera
(un Cualquiera se mediría comparándolo con la
vara de los servicios personales) subiera al podio
de los elegidos.
También, desafortunadamente, al sujeto
leal se le puede juzgar por exceso. Francisco
Murguía, general cercano del Presidente Carran-
za, combatió destacadamente contra Villa y sus
huestes, en León, Guanajuato; después se le vio
segundo en una columna vencida, donde Carran-
89

za era primero liderando la fuga hacia el pueblo


de Tlaxcalantongo. Al concluir la masacre que
le quitó la vida al Presidente Carranza, a varios
militares se les aprisionó, incluyendo a Murguía.
Éste eligió, hasta el último instante, proteger al
Primer Jefe; era su deber ineludible y correcto.
Pero, intrigado cuando estaba en prisión, pregun-
tó de qué crimen se le acusaba si él había man-
tenido en alto un sentido de apego y responsabi-
lidad. La respuesta recibida fue: por “delito de
lealtad”29. Mantener la palabra honesta, resulta
peligroso si el bando propio cayó en desgracia.
Parte del escarnio contra quienes cayeron venci-
dos, incluye deturpar su sentido de obediencia a
principios irreprochables.
Algo similar ocurrió con el senador Bernar-
do Bandala en 1935. Estuvo a recibir al general
Plutarco Elías Calles, su amigo, en el aeropuerto
de Balbuena. Calles ya no tenía ni la popularidad
ni el poder de antaño; ahora, tenía la figura de
enemigo del régimen.
Veloz, al día siguiente, el Senado lo expul-
só de sus filas junto con cuatro compañeros, ¿la
razón?, serían enjuiciados por subversión. Ba-
randala adujo: “Si el único motivo, y bien lo veo,
de mi desafuero, es haber ido a recibir al aeró-
dromo al señor general Calles, que es mi amigo,
quien no es verdad que venga a hacer labor sedi-
ciosa, yo acepto el dictamen y salir del Senado,
pero no acepto que se me califique de rebelde”.

29
John W. F. Dulls. Ayer en México, loc. cit., p. 56
90

Respondiéndole, estas fueron las palabras


del senador David Ayala, “el general Calles ya
no es jefe del país, y es lógico suponer que a
sus amigos políticos y personales tenemos que
considerarlos como conspiradores”.30 Habérsele
descubierto leal, le costo la banca, pero no sólo,
también se le endilgó lo de “conspirador” sin in-
dagación de por medio y por el hecho de coo-
perar con quien ya era indeseable. Los amigos
del enemigo, son enemigos también, debido a un
giro de la fortuna.

Adeptos al líder

Para el jefe triunfante, sus adeptos buscarán cum-


plir una finalidad: paladear el triunfo tanto como
él. Debido al hecho de haber arriesgado junto a
él, se atribuirán merecimiento; habrán expuesto
bienes, familia, empleo, por afectos a la causa.
¿Qué los impulsó? ¿La búsqueda de justicia so-
cial? Ello resulta incierto, empero, es posible.
Entre los allegados quizá habría quienes tuvie-
ran una motivación especial y así lo manifiesta el
ministro de la Guerra a su contrincante político
cuando le solicita hablar sin tapujos: hablemos
–le indica– no con frases buenas para engañar a
la gente. Ni a ti ni a mí nos reclama el país. Nos
reclaman (dejando a un lado tres o cuatro tontos
y tres o cuatro ilusos) los grupos de convenen-

30
Ib., p. 603
91

cieros que andan a caza de un gancho de donde


colgarse; es decir, tres o cuatro bandas de poli-
tiqueros […]. ¡Deberes para con el país!31 De un
lado, estarían los ilusos que rayan en la utopía;
pero de otro, y serían los más, “politiqueros” a
la caza –como zopilotes– de lo que puedan atra-
par. Tal vez no se da en ellos una conciencia del
todo cínica, que se adhiriera por la mera conve-
niencia; de ahí que, Hilario, el opositor al minis-
tro de la Guerra, implante una tercera vía: “mis
andanzas en estas bolas va enseñándome que,
después de todo, siempre hay algo de nación,
algo de los intereses del país, por debajo de los
egoísmos personales a que parece reducirse la
agitación política que nosotros hacemos y que
nos hacen”.32 Esto es, resultaría imprescindible
una justificación para las andanzas en estas bo-
las: sí habría egoísmo (en grado diverso), inclu-
so hasta la desfachatez; pero quedaría redimido
el que, salvando el interés propio, también res-
catara algo de nación, algo de los intereses del
país. Adviene nítida una consecuencia: mientras
el discurso mantuviera una frescura redentora,
podría compensar la actitud ególatra; parte de
la ganancia, entonces, sería para sí, y parte, se
otorgaría al prójimo. ¿Qué quedaría si el discur-
so se vaciara de sentido justiciero? Se entiende:
sólo quedaría la autosatisfacción. Pero nótese el

31
Martín Luis Guzmán. La sombra del caudillo, loc.
cit., p. 64
32
Ib.
92

orden: sin dejar relegado el bien común, primero


está el mío.
Hilario, por otra parte, lanza una acusa-
ción de Jefe a Jefe. Si se habla de “politiqueros”,
donde ahora los veo menos es en mi bando. En-
frascados en la lucha política, gana el grupo que
se apropia del discurso virtuoso. Bastaría con-
vencer de que así ha sido, de que la discursivi-
dad contiene los ingredientes indispensables de
justicia social; bastaría confrontarla (a la discur-
sividad) con la realidad. Y entre líderes (puesto
que carecen de evidencia sobre la plena sinceri-
dad de uno hacia el otro) si antaño defendían una
causa común, hogaño, se han vuelto contrincantes
debido a procederes inexplicables, ajenos a la ex-
posición de una evidencia que avalara o delatara;
así, por ejemplo, sin acuerdo posible, el ministro
de la Guerra espeta a Hilario: “ […] Entonces has-
ta aquí hemos sido amigos […]. Hasta aquí, no.
Va ya para meses que dejamos de serlo”.
Los ataques entre los enemigos varían,
pero uno –común– es la diatriba. Denunciar se-
cretos (auténticos o ficticios) de quienes aban-
deran causas contrarias, resulta infaltable. El di-
putado Olivier, escribe Guzmán, develó al líder
de la oposición: “citó sus cuentas en los bancos;
pintó su vida –sibarítica, orgiástica– y demos-
tró por último que […] vendía al gobierno, en
doscientos o trescientos, lo que apenas costaba
sesenta y ochenta…”33 Otro embate, que tam-
bién desarma, es la compra de conciencias. Para
33
Ib., p. 157.
93

los generales sospechosos de poder iniciar una


rebelión, se abrían “de par en par, las grandes
cajas de la Tesorería”. Y otro más consiste en
“madrugar”, tomar la iniciativa, dar el golpe
primero, colocarse como mejor tirador, pues en
México, la “política de pistola sólo conjuga un
verbo: madrugar”. ¿Qué persiguen estas batallas
campales? El poder, naturalmente, no a través
del sufragio ni de procedimientos exentos de
trampa, ni dejando de lado la violencia. Todo se
vale y los personajes conspicuos hacen mutis de
las trapacerías observadas si de su lado está la
simpatía pública. Podría decirse, en síntesis, que
el personaje principal en el tinglado político es
la ambición.
De sus adeptos, el caudillo sabe ya –que
como él–, persiguen una posición ventajosa y
deberán declarar, como contrapeso, el abandera-
miento de las causas justas del momento. Claro
está, dependen del jefe, se deben a él, y no po-
dría concebirse de otra forma en una sociedad
plagada de bandos, donde imperará el más astu-
to. Ausente está la persuasión mediante la virtud
intelectual y moral (a ella se refiere el ministro
de la guerra al etiquetar a sus portadores: “ilu-
sos”, “tontos”).
Lo anterior es enseñanza efectiva, transmi-
sión de valores, diríamos. El que engrosa la bola,
ambiciona su granito de poder. Si lo obtiene a
costa de la humillación del vencido, del ahorca-
do por razón de circunstancia; en una palabra, a
costa del derrotado en la conflagración, entonces
94

ocupará un lugar en las posiciones vacantes (de-


jadas al vencedor y consideradas botín irreme-
diable: ¿no para eso se lucha?). En caso de haber
sobrevivido a la hecatombe, resta el ostracismo,
la discriminación.
El general ideado por Gregorio López
y Fuentes, atraído a las redes de una asonada,
pierde todo: posición social, política, económi-
ca. Resurge miserable y recurre a sus antiguos
empleados. “Gentes que yo ayudé y que al ver-
me en desgracia me decían “general” como otros
dicen “mozo” al que les sirve, como si no se die-
ran cuenta de que algunos tratamientos lastiman
como un insulto”34. Se había convertido en un
paria. La fortuna propició cambiarlo de lugar;
pero muy hondo le cala, después de haber tenido
poder y después de haberlo perdido. Lo más vi-
sible resulta la pedantería del encumbrado, más
exacerbada si el superior en la jerarquía, ahora,
se ha convertido en inferior. ¿Tiene esto relación
con una atmósfera de guerra interminable?
El general confiesa desalentado: se me fue
amargando el espíritu al grado de que por aque-
llos meses sólo respiré odio, mastiqué bilis y es-
cupí blasfemias. Qué otra cosa podía hacer en
una estructura cuyos puntos se articulan rígida-
mente, es decir, sin dar ninguna concesión: cada
uno en su sitio, conforme a méritos en campaña.
Pero, si la lucha fratricida obligara a reacomodos
entre vencedores y vencidos, también aparecería
otro factor disgregador: la estructura de clase.
34
Gregorio López y Fuentes, ob. cit., p. 355
95

Quienes escalan a propietarios, o quienes ya lo


eran, sostienen intereses opuestos entre ellos y
con los jornaleros. Por ejemplo, “las contradic-
ciones que separan a la corriente de Zapata de la
de Venustiano Carranza son contradicciones an-
tagónicas, históricamente irreconciliables, que
representan intereses de clase diferentes”35. Si en
el desorden revolucionario, gente humilde pero
capaz, asciende y cambia de status, al ascenso
–como botín de batalla y el necesario esfuerzo
por conservarlo con actitudes irreverentes, ens-
oberbecidas o discriminatorias–, debe añadírsele
una postura clasista dentro de la sociedad y el
Estado burgués mexicanos.
En este ir y venir de comportamientos aje-
nos a la justicia, emergerán diletantes y filoso-
fías de la regeneración moral. Para Martín Luis
Guzmán, la variedad de manifestaciones bárba-
ras debe atenderse, dice, antes que “nuestro des-
orden económico”, antes que “los repartimientos
de la tierra y otras causas análogas”; tan profun-
dos como sean estos problemas, pasan a segundo
término en comparación con los “espirituales” .
El mal, sostiene firmemente, está “en el espí-
ritu del criollo, en el espíritu del mestizo, para
quienes ha de pensarse en la obra educativa”36.

35
Enrique Semo. “Reflexiones sobre la Revolución
Mexicana” en Adolfo Gilly et alt., Interpretaciones de la
Revolución Mexicana, México, UNAM-Nueva Imagen,
1981, p. 146
36
Martín Luis Guzmán. La querella de México, Méxi-
co, Planeta-Conaculta, 2002, pp. 11-13
96

Considera como los liberales del XIX a la única


solución fundamental: la ético-educativa.
Asume que la “clase directora” tiene an-
tecedentes en líderes muelles e inmorales, des-
de Iturbide tal vez, pasando por Santa Anna,
hasta Porfirio Díaz y la catastrófica conducción
moral de los generales y arribistas revolucio-
narios. Pero la obra educativa mencionada no
sólo acaecerá en función de una clase de sujetos
decadentes, sino en función de la población en
general. Deberá ser urgente, ya, “una revisión
sincera de los valores sociales mexicanos […]
y no pulir más nuestra fábula histórica”; enten-
diéndose que nuestro naufragio moral, nuestro
hundimiento moral, será una espiral inacabable
a menos de cortarla en el punto de una educación
ética que permita la revisión, la regeneración, la
transformación.
José Vasconcelos:
¿intelectual ingenuo?

El embajador de México en Washington, Manuel


Calero, definía a Madero como un Presidente que
“no era estadista ni político, ni siquiera sujeto
equilibrado”. Calero fue secretario de Relacio-
nes del presidente Madero, y escribió además:
“iba [Madero] al Gobierno con la cabeza hin-
chada de fórmulas vanas […] su voluntad estaba
sujeta a violentos giros e inesperadas reversio-
nes […] no tenía conocimiento de los hombres,
ni estudios de administración ni experiencia
política; pero a trueque de estas deficiencias su
corazón rebosaba en patriotismo, benevolencia
y honradez”.1 Madero habló con Zapata prome-
tiéndole arreglar sus demandas; convocó a un le-
vantamiento armado que debería iniciarse el do-
mingo 20 de noviembre de 1910 a las seis de la
tarde; fue él quien salvó la vida de Félix Díaz y
Francisco Villa, a riesgo de la suya, y quien char-
ló con Porfirio Díaz en un encuentro amigable
para solicitarle que cediera poderes. Mientras se
celebraban las elecciones el 26 de junio de 1910,
estuvo encarcelado en San Luis Potosí. Supo de
la reelección de Díaz y empapado de fervor de-
mocrático invitó al ejército federal a levantarse

1
Citado en Silva Herzog, Breve Historia de la Revolu-
ción Mexicana, México, FCE, 1983. Vol. I, pp. 254 y 255
98

en armas para defender la democracia. Madero


fue el político que más admiró José Vasconcelos
por la defensa inmaculada de sus valores éticos,
defendidos con valentía.
Exiliado en EU por oponerse a Plutarco
Elías Calles, Vasconcelos le decía a Gómez Mo-
rín en una carta inusitada de abril de 1928: “la
política y la presidencia misma me tienen sin
cuidado; lo que me amarga es ver pasar el tiem-
po sin que cuaje mi obra inmaterial […]. Abju-
ro de mi vida pasada; toda junta la envuelvo en
un mismo horror. Ahora naceré de nuevo, con la
primera página de mi Metafísica…”2 Se hallaba
en un ejercicio eidético, propio del intelectual
mexicano; pero la muerte de Álvaro Obregón y
una opinión pública favorable a los civiles que
pudieran desplazar a militares nefandos, lo con-
dujeron a cambiar de parecer.
Al modo de Francisco I. Madero, asintió en
la organización de clubs políticos para la causa
de ganar la presidencia de la República. Vascon-
celos, el intelectual, no había estado inmerso en
la política mexicana después de cuatro años en
el exilio (1924 a 1928); sólo la conocía por notas
periodísticas y la versión de amigos y allegados;
pero, haciendo a un lado este importante factor,
ingresó al país como candidato independiente a
la presidencia de la República.

2
José Vasconcelos (Chicago) a M. Gómez Morín
(México D.F.), 4 de abril de 1928, AMGM, citado en Ski-
rius, John. José Vasconcelos y la cruzada de 1929, Méxi-
co, s. XXI, 1982, p. 35
99

Él afirmaría en su Estética que tratándose


de entender a otros sujetos y sus voluntades –por
ejemplo– en el plano de la conducta política, “el
uso dialéctico se queda inútil”. Es decir, respecto
a la vivencia ética y política “la voluntad ofrece
al yo un nuevo tipo de realidad, una experien-
cia sui generis” donde “el a priori mental ya
no tiene aplicación rigurosa”.3 Sin embargo, al
ingresar al país después de una larga ausencia,
y a contrapelo de su propia visión sobre el “a
priori mental” –cuyos límites deben tenerse en
cuenta en el sujeto actuante–, Vasconcelos cre-
yó haber comprendido desde su destierro, desde
un a priori kantiano, los hilos de una situación
compleja, desconocida para él, simplemente
porque carecía de la experiencia misma de ha-
berla vivido. Sobre esta cuestión, Vasconcelos
más adelante se habría mostrado contundente al
decir: “las ideas no son más que representacio-
nes nuestras de una realidad que contiene más de
lo que sospechan las ideas”.4
Decidido a entrar en la contienda electoral,
a pesar de todo, pronunció su primer discurso en
Nogales, Sonora, exaltando los valores de la de-
mocracia, la honradez y la valentía que mata la
resignación: al fanatismo –dijo allí– lo comba-
tiría “con libros, no con ametralladoras”5, alu-

3
Estética, en Genaro Fernández MacGregor. Vascon-
celos, México, SEP, 1942, p. 193
4
Ibid.
5
El proconsulado (Discurso de Nogales), en José Vas-
concelos. Memorias, México, FCE, 2007. Tomo II p. 621
100

diendo a la guerra cristera; y respecto a los ge-


nerales que gobernaban, insistió en que mientras
estuvieran en el poder no sería posible “la vida
civilizada”; los tachó al final de usurpadores y
agresores del pueblo.6 Tal y como lo había hecho
Madero con el régimen porfiriano.
Desde un principio conoció la escasez de
recursos para su campaña, contrastada con las
donaciones otorgadas a Pascual Ortiz Rubio (su
contrincante) por empresas trasnacionales y una
burocracia supeditada a Calles. También supo
desde un principio de la estrecha relación entre
el embajador norteamericano, Dwight Morrow,
Emilio Portes Gil y Plutarco Elías Calles. Du-
rante su campaña, Vasconcelos viajaba a caballo
o en coches prestados; se hospedaba en casas de
partidarios y hoteles de medio pelo, que en oca-
siones ni siquiera podía pagar; pero propagaba:
hacer el sacrificio valía la pena si echaba del po-
der a ladrones de cepa como Gonzalo N. Santos,
Amaro, Luis Morones o Calles. Vasconcelos, el
intelectual, se movía disparado por el resorte de
los ideales en circunstancias que le eran en ex-
tremo adversas; tenía fe en conseguir el apoyo
popular, no sólo mediante las votaciones, sino,
en caso necesario, recurriendo al levantamien-
to armado. Esperaba ganar la batalla de David
contra Goliat como lo hizo Madero; pero se le
olvidaron dos cosas: Madero sí tenía recursos
monetarios y relaciones efectivas en la cúpula
gobernante, además de haber interpretado certe-
6
Ibid., p. 620
101

ramente un clamor por acabar a como diera lugar


con el abuso político y económico.
John Skirius hace un apunte interesante: el
año de las elecciones, 1929, el pueblo mexicano,
contrariamente a lo expectativa de Vasconcelos,
padecía cansancio y hartazo por los sucesivos le-
vantamientos y batallas caudillistas, lo cual ha-
cía improbable un llamamiento exitoso de Vas-
concelos a la guerra civil; además, Vasconcelos
no tenía fuerzas militares a su mando ni contaba
con el apoyo de encargados de tropa. ¿En qué se
inspiraría entonces para creer que el pueblo se
sublevaría?
Cuando se pactó el fin de la guerra cristera,
dijo textualmente: “sentí un calosfrío en la espal-
da […], que así se nos privaba de toda base para
la rebelión…”7 En otras palabras, en ese instante
comprendió que –en caso de un fraude electoral–
la vía armada estaba cancelada pues los aliados
posibles (entre católicos subvertidos) habían di-
mitido. En aparente contradicción con lo hechos,
sin embargo, cada vez que pudo levantó con más
fuerza la voz, amenazando al régimen con una re-
belión en caso de anularse su “triunfo legítimo”.
El filósofo Vasconcelos, supo leer el có-
digo de los valores más profundamente huma-
nos ejemplificados por Madero, y se solidarizó;
pero como político resultó un lector deficiente
de la realidad. Le faltó perspicacia y las conse-
cuencias fueron desastrosas: en primer lugar, los
ciudadanos, en números redondos, le dieron 100
7
Ibid., p. 760
102

mil votos contra 1,800 000 mil del ganador y, en


segundo lugar, sobrevino el exilio y la represión
generalizada contra sus adeptos. Lo cual nos lle-
va a una hipótesis que él mismo asume en obras
como su Ética: los ideales –anota– no bastan.
Irónicamente, Vasconcelos recibió un libro de
obsequio enviado por el embajador norteameri-
cano Morrow: él, Morrow, lo prologaba y soste-
nía que los regímenes democráticos necesitaban
magnificar a opositores débiles con objeto de
hacer creíble la democracia.8 Se trataba de una
actitud cínica impresionante: prácticamente se
estaba jactando de haber contribuido a que Vas-
concelos fuera asimilado a una imagen de autén-
tica democracia, pero sin democracia.
Quizás el filósofo haya caído en una trampa
fenomenal tendida por el embajador y secuaces.
Diez años después, en sus memorias, reconocería:
“Al gobierno –dijo– le interesaba, según se adver-
tía, la simulación del ejercicio democrático, para
mejor consolidar sus planes del futuro…”9
Factor tampoco tomado en cuenta por
Vasconcelos, fue la conformación de la comisión
electoral, integrada por 30 representantes cama-
rales, todos del Partido Nacional Revolucionario,
supeditado a los designios callistas. ¿En qué se
basaría Vasconcelos para exigir imparcialidad en
las elecciones? Morrow se lo había planteado sin
reparos y le había dicho: “aunque yo no niego su
popularidad, usted sabe de la maquinaria oficial.
8
Ib., p. 769
9
Ib., p. 627
103

A última hora los cómputos pueden dar muchas


sorpresas…”10 Y una muestra de que todo pudo
haber estado arreglado, dice Skirius, es la cifra
de los resultados anunciada el 14 de noviembre
de 1929 por el Partido Nacional Revolucionario,
3 días antes de las elecciones, que fue la misma
aportada un día después de la contienda (el 18 de
noviembre), y publicada por el New York Times.
Esto es: la suma de los votos habría estado arre-
glada de antemano.
Ahora bien, la convocatoria a una revuelta
fue la última carta jugada por Vasconcelos: cree-
ría seguir contando con los cristeros que aún ha-
cían la guerra de guerrillas al gobierno, además
de escobaristas exiliados y uno que otro general
en activo. Vasconcelos creería también que se
desatarían tormentas populares comandadas por
émulos de Villa, Pascual Orozco o Garibaldi.
Pero se equivocó.
¿Puede hablarse entonces de una falla ga-
rrafal de parte del intelectual filósofo? También
en su Ética, Vasconcelos muestra que no es la
inteligencia abstracta factor único de la acción
apropiada; haría falta una voluntad educada en
la creatividad e imaginación práctica.
En el campo de la ética y la política, acce-
der a una unidad armónica con los hechos im-
plica –reiterará Vasconcelos– hacer juicios de
valor que “escapan al marco de la inteligencia
lógica o geométrica“. En esta franja de lo ético-
político, marchar al ritmo de los acontecimien-
10
Ib., p. 769
104

tos y encontrarse en ellos formando una misma


unidad rítmica, requiere de una educación de la
voluntad: de una voluntad estética, creadora de
experiencias en el momento oportuno y en me-
dio de realidades cambiantes. La incesante movi-
lidad de los hechos (el fluir heracliteano) exigiría
una sensibilidad especial para acertar, mediante la
cual, dice Vasconcelos, el uso “dialéctico resulta
inútil”, pues este desenvolvimiento de la voluntad
“también tiene su propia ley”, distinta a las leyes
de la lógica y las regularidades de la ciencia.11
Es posible, entonces, elaborar interpretacio-
nes verosímiles de los hechos políticos y podría-
mos llamar a este resultado una estética de la po-
lítica o una política estética; sería una aprehensión
–añade Vasconcelos en su obra sobre Pitágoras–
del ritmo impreso en los acontecimientos que sólo
una conciencia ad hoc podría descifrar.12
La debacle política de Vasconcelos, que no
tomaba en cuenta los factores aludidos, se debió,
según él, al aplastamiento de la rebelión escoba-
rista con ayuda de EU, lo que le habría restado
aliados; al acuerdo de paz entre el gobierno y los
cristeros cuya promesa de ayudar a Vasconcelos
se vino abajo; y además, concluye, al restableci-
miento del Secretario de Guerra, Joaquín Ama-
ro, que se reincorporó para tomar el mando del
ejército con todo su arsenal represivo y su lealtad

11
Estética, en Genaro Fernández Mac Gregor. Vascon-
celos, México, SEP, 1942, p. 193.
12
José Vasconcelos. Pitágoras. Una teoría del ritmo,
México, Cultura, 1921, p. 65
105

férrea a Calles. Pero Vasconcelos pareció haber


omitido desde el principio, la injerencia efectiva
de Morrow en los asuntos internos de México
y –como sugiere Garciadiego en una tesis audaz
y extraña– también habría omitido la posibilidad
de una votación real en favor de Ortiz Rubio. Es
factible, dice Garciadiego, que no hubiera exis-
tido fraude contra Vasconcelos, que Ortiz Rubio
hubiera resultado vencedor debido al desmesu-
rado contraste en la propaganda política y un
sentir popular auténticamente gobiernista.
Desde su entrada al país como candida-
to independiente, pareciera que Vasconcelos
se aventuró en un fracaso más que anunciado.
Conforme a su doctrina estético-política, no es
lo mismo lidiar con ideas que con individuos
avezados en la trampa y el engaño. Tal vez por
ello, el cónsul norteamericano en Nogales, Ari-
zona13, después de entrevistarse en diciembre de
1929 con el candidato perdedor (al mes de las
elecciones), envió un comunicado al Departa-
mento de Estado emitiendo este juicio, casi de
conmiseración: Vasconcelos, escribió, le parecía
“un scholar metido en política”14, es decir, “un
académico, un pensador metido en política”, y
pudo haber querido decir: “un intelectual con
ideales metido en la política, pobre”. Además,
en esa misma entrevista Vasconcelos se contra-

13
SU.S. Consul (Nogales) a State Dept., 5 de diciem-
bre de 1929, SD 812.00 Revolutions/33, citado en Ski-
rius, John, ob. cit., p. 171
14
Skirius, John, ob.cit., p. 171
106

dijo afirmando que despreciaba a los generales


levantiscos, cuando él –en ese preciso instante–
andaba convocando al amotinamiento.
Luego lamentaría –nos informa Skirius–
que “no pudo encontrar un ciento, ni una veinte-
na, ni siquiera una docena de hombres dispues-
tos a lanzarse a la revolución por él”.15 Incluso
llega a decirle a Juan Bustillos Oro que México,
por su abulia y cobardía, era “un país enfermo”.16
Con esta actitud, el filósofo Vasconcelos se mos-
traba muy crítico, pero escasamente autocrítico,
como todo caudillo cultural.
Su mérito fue levantar una esperanza que
permitiera echar fuera a los corruptos y arribis-
tas; una esperanza de ideales agrarios, obreristas
y democráticos. Acaso por esta levantisca mora-
lizante, sin un sustento que le hubiera permitido
triunfar, Emilio Portes Gil, en su autobiografía,
calificó a los vasconcelistas de “estudiantes y po-
líticos románticos”, “buenos para los discursos,
malos para organizar” o “románticos agraristas
sin control sobre campesinos”. En una palabra,
llenos de buenas intenciones pero sin capacidad
de transformación práctica.
Él, Vasconcelos, se sintió heredero de los
principios y el actuar maderista; pero histórica-
mente resultó una mala copia. En apunte auto-
biográfico, más parecido a un diario personal,
Madero había escrito: “estoy resuelto a luchar
con toda energía defendiendo la causa del pue-
15
Ib., p. 200
16
Ib., p. 201
107

blo”. Y para cumplirlo, dividió su lucha en dos


etapas que fueron surgiendo mientras transcu-
rrían los hechos17; la primera, llamada “idea-
lismo electoral”, incluyó publicar La sucesión
presidencial de 1910, un libro donde reconoce
la labor de Díaz pero también la necesidad de
respetar el voto y la no reelección.
Viaja a la capital para repartir su libro entre
periodistas y políticos y consigue hacerle llegar
un ejemplar a Porfirio Díaz. Después buscaría
entrevistarse con el Dictador quien lo recibió
en su casa. No logró nada; pero mantendría una
conducta que podríamos llamar de “nobleza po-
lítica” basada en el intercambio justo. Pensaba
que, en una atmósfera politiquera a la mexicana,
se podía reaccionar mediante el diálogo y el con-
vencimiento; pero una primera gran desilusión
sobrevino en abril de 1909, cuando Porfirio Díaz
se postuló para presidente y Ramón Corral para
vicepresidente.
Vasconcelos ni de lejos hubiera tomado la
iniciativa de entrevistarse con Plutarco Elías Ca-
lles. La bandera de su accionar fue de pelea a
muerte contra las fuerzas inmorales enquistadas
en el aparato político, actitud que, a la postre, lo
conduciría a la pérdida total.
A pesar de que Madero eligió como segun-
da etapa de lucha el uso de la fuerza, previsto en
el Plan de San Luis, lo hizo con la convicción
17
Hector L. Arauz López. “El plan de san Luis” en
20/10 (memoria de las revoluciones en México), No. 4,
verano 2009, pp. 215-219
108

de que se perdería el mínimo de vidas (respe-


tándoselas incluso a sus enemigos acérrimos,
e intentando mitigarles su derrota social). Mo-
mentáneamente, ello le granjeó simpatía popular
y logros políticos impactantes.
Nuestro filósofo quiso seguirle los pasos,
pero las condiciones eran otras y no lo pudo
comprender. Interpretó mal; le faltaron lo ins-
trumentos emotivos y volitivos que más tarde
apuntalaría en sus obras teóricas.
Cuando Vasconcelos cruzó de nuevo la fron-
tera con Estados Unidos, apeló a quienes él supuso
lo ayudarían a continuar –desde el nuevo exilio–
los planes de guerra contra el régimen. Entre ellos,
Vitto Alesio Robles, quien de plano se alejó de él y
al final regresó a México. También buscó a Eulalio
Gutiérrez que le dio el pronóstico más certero: “Ya
no existe el ánimo heroico de otras épocas”; “Se
quedará usted gritando en el vacío”.18 Y Tal como
lo predijera Gutiérrez, Vasconcelos continuaría es-
peranzado sin obtener resultado alguno, hasta que
él mismo escribió esta frase lapidaria: “Los días
pasaban y México, inmóvil, tomaba, desde la dis-
tancia, el aspecto de uno de esos ídolos aztecas de
cuencas vacías, tosco granito, que nunca sirvió de
aposento a un alma”.19
Vasconcelos, había perdido no sólo el apo-
yo de sus amigos, sino la fe en una movilización
popular que él, en verdad, fantaseó. Sin embar-
go, en la escritura de sus memorias hemos po-
18
José Vasconcelos. Memorias, loc. cit., p. 897
19
Ib., p. 895
109

dido encontrar la crónica de su derrota y en ella


podemos aprender de los sucesos consignados.
Encontraremos que vivió momentos de gloria al
frente de la Secretaría de Educación Pública en
la coyuntura del apoyo obregonista. El intelec-
tual Vasconcelos supo aprovechar el momento
de protección que le brindó el Caudillo; pero,
colocado en el bando crítico, expulsado de la
camarilla gobernante, se derrumbó al intentar
acceder a las altas decisiones. Cayó fulminado
(y exiliado) ante la impotencia de poder sortear
obstáculos, planteados por una sucesión de he-
chos: el caudillismo político, estructural; un
plano antidemocrático, implacable, oportunis-
ta; los intereses de Estados Unidos, directos al
dar apoyo definitivo al callismo. El intelectual
honesto, en la hora final, resultó víctima de una
educación que eliminaba el acercamiento a una
práctica necesaria; aquella parecida a la frónesis
aristotélica, en cuyo ejercicio se proyectaría la
virtud ética y política; que no la descarta, pero
no se queda en la mera teorización.
¿Enseñanza de valores independen-
tistas novohispanos en la obra de
Francisco Javier Clavijero?

La cuestión acerca de si la obra de Francisco Ja-


vier Clavijero (Historia Antigua de México) es un
texto patriótico o no, perteneciente a una literatura
ilustrada y anticipatoria de la independencia polí-
tica, o no, la resuelve Jaime Labastida señalando
la imposibilidad de considerar la existencia de un
movimiento ilustrado en el siglo XVIII mexicano.
La primera razón la fundamenta en que la Espa-
ña imperial de los Borbones carecía de corrientes
filosóficas, base de la modernidad, como el em-
pirismo inglés, el cientificismo italiano o el idea-
lismo alemán. Descartes, Bacon, Galileo, Hume,
Leibniz o Espinoza, estaban fuera del alcance de
los sabios en la Nueva España, salvo contadas ex-
cepciones como Carlos de Sigüenza y Góngora,
Francisco Javier Alegre o Rafael Landívar. La
otra razón es la lealtad al monarca: en ninguna
parte del texto de Clavijero, ni en ninguna obra
de los criollos novohispanos, sostiene Labastida,
se asume la defensa de una territorialidad, un Es-
tado, una cultura sustitutiva de la monárquica, al-
gún atisbo de erradicación del catolicismo –pilar
de la estructura colonial1–; entonces, ¿de qué se

1
En esta línea de la reflexión, Labastida sostiene: “hasta
en los filósofos novohispanos más avanzados están ausentes
112

estará hablando cuando, a semejanza de lo decla-


rado por Enrique Florescano, obras como His-
toria Antigua de México representan la defensa
de la mexicanidad criolla, ¡precursoras de la In-
dependencia!? “La Historia Antigua de México
–apunta Florescano–, al rescatar orgullosamen-
te el pasado indígena, se convirtió en símbolo
del patriotismo criollo y en argumento histórico
para demandar la independencia de la nación”.2
Sostiene el autor de la cita, una supuesta inten-
ción de Clavijero por convertir su Historia… en
“argumento histórico para demandar la indepen-
dencia de la nación”; reconoce, sin embargo, que
el autor de esta idea es David A. Brading (en Los
orígenes del nacionalismo mexicano); pero Flo-
rescano, ni de lejos, se detiene a sustentarla. El
asunto adquiere importancia debido a una ten-
dencia sobre la literatura criolla novohispana del

los rasgos que conforman la verdadera Ilustración, quiero


decir: la crítica radical a la autoridad, la utilización del mé-
todo experimental, la redacción y la publicación de todos sus
escritos en lengua vulgar, el reclamo a la razón para dilucidar
todos los asuntos, la exaltación de la tecnología moderna; un
concepto político de pueblo que va más allá de los ayunta-
mientos medievales de España; la tesis de la separación de
poderes; la manumisión de los siervos; el reparto agrario, la
economía política de mercado; la idea de que la riqueza de
las naciones reside en el trabajo… ¿a qué seguir?” Cf. Jaime
Labastida. “La Ilustración novohispana”, Revista de la Uni-
versidad de México, marzo de 2012, p. 18
2
Enrique Florescano. “Semblanza de Francisco Javier
Clavijero”, La Jornada Semanal,  31 de marzo del 2002,
núm. 369.
113

siglo XVIII: dicha literatura asumiría el carácter


de vanguardia del movimiento independentista
de México, liderado por los criollos. Pero, ¿es
viable sostenerlo?
La orden jesuítica, a la cual pertenecía Cla-
vijero, se mantuvo leal a la metrópoli pese a re-
cibir un golpe contundente en 1767 de mano de
Carlos III –cuyo reinado tomó la decisión de ex-
pulsar a los jesuitas de las colonias americanas.
Desahuciada, la legión de San Ignacio de Loyola
jamás volvió a brillar como en sus mejores tiem-
pos, en misiones indígenas, educando al pueblo
y a la élite, administrando bienes codiciados por
la corona: haciendas, colegios, donaciones. Juz-
gada por crear –según el dictamen oficial–3 un
Estado dentro del Estado en función de su cre-
ciente poder; acusada de defender el magnicidio;
tachada de ensoberbecida por las autoridades re-
gias, la orden de San Francisco Javier (uno de
sus fundadores) no chistó en acatar la sentencia
de expulsión.
Cuenta Francisco Javier Alegre, jesuita ex-
pulso, de la “resignación, modestia y mansedum-
bre” con que los religiosos se inclinaron ante la
orden carlista. Habiendo pedido información el
virrey –añade– sobre el estado de los aconteci-
mientos relativos a la aprehensión de los sacer-
dotes ignacianos, “se le respondió estuviese sin
cuidado, pues había sido mayor la turbación de
3
V. De Campomanes, Pedro R. Dictamen fiscal de
la expulsión de los jesuitas de la Nueva España (1766-
1767), Madrid, Fundación Universitaria Española, 1977.
114

los comisionados en notificar el decreto, que la


de los padres en oírlo y obedecerlo. En el Cole-
gio real de San Ildefonso, a causa de la numerosa
juventud que allí se educaba temía el comisario
don Jacinto Concha alguna inquietud. Propuso a
los padres el embarazo en que se hallaba y quedó
admirado de la facilidad con que de una leve in-
sinuación obedecieron, bien que con dolor y con
lágrimas que se oían por todas partes al dejar el
colegio y sus padres y maestros…”4
Clavijero, jesuita desterrado a Italia, com-
pone su panegírico de la civilización prehispáni-
ca en la ciudad de Bolonia; podemos encontrar
antecedentes de su obra en la Apologética His-
toria Sumaria de Bartolomé de las Casas (inda-
gatoria monumental para mostrar la grandeza de
la cultura india frente a sus detractores). De las
Casas sostuvo la superioridad moral de las cul-
turas encontradas y arrasadas por los españoles.
El culmen de la defensa lascasiana para eviden-
ciar la humanidad que caracterizaba a los indios,
tuvo lugar en la polémica de Valladolid frente al
cronista del emperador Carlos V, Ginés de Se-
púlveda, seguidor de la tesis peregrina sobre la
naturaleza no racional del habitante americano:
todavía en el siglo XVIII prevalecería la tenden-
cia a considerarlo en pie de inferioridad y “los
académicos novohispanos estaban a la defensiva

4
Francisco Javier Alegre. “La expulsión de los jesui-
tas” en Méndez Plancarte, Gabriel. Humanistas del siglo
XVIII, México, UNAM (Biblioteca del Estudiante Uni-
versitario, 24), 1991, p. 80.
115

frente a las ideas europeas sobre la debilidad de


la naturaleza física y humana en el Nuevo Mun-
do […] cuando los europeos concedían que en
verdad América era rica en recursos naturales,
pero seguían negando ‘que pueda hallarse entre
gentes que llaman bárbaros el amor a las letras y
el cultivo de las ciencias profundas’”.5 Clavijero
elabora su investigación para dejar sentado que
un mexicano (por ende, un americano) puede ha-
cer ciencia profunda, y de paso, a semejanza de
Las Casas, demostrar la existencia de un pasado
grandioso, el cual, ellos, los criollos, heredaron
en circunstancias peculiares de lealtad a la coro-
na española.
La dedicatoria que hace en su Historia Anti-
gua de México a la Real y Pontificia Universidad
de México, apunta: esta, es una historia “escrita
por un mexicano”; “más bien que una historia, es
un ensayo, una tentativa, un esfuerzo atrevido de
un ciudadano que, a pesar de sus calamidades,
se ha empleado en esto por ser útil a su patria”.
Lo ha hecho, además, para señalar una incon-
formidad: “quiero quejarme amistosamente de la
indolencia o descuido de nuestros mayores con
respecto a la historia de nuestra patria”; alude
–en su opinión– a cierto descuido de la Univer-
sidad por carecer de profesores (idóneos) a cargo
de la cátedra de historia y, como consecuencia, a
una falla en la lectura y conservación de códices
5
Dorothy Tanck de Estrada, Prólogo, en misma autora
y coordinadora, La ilustración y la educación en la Nueva
España, México, SEP-El Caballito, 1985, p. 16
116

donde se consigna la tradición. “Dignaos, entre


tanto, aceptar éste mi trabajo como un testimo-
nio de mi sincerísimo amor a la patria”.6 Firma
en Bolonia el 13 de junio de 1780, más de una
década posterior a su expulsión. Se entiende que
“ser útil a la patria” o “mantener un “sincerísimo
amor a la patria” va asociado a la investigación
de la historia indígena para reivindicar su pasado
fulgurante.
Cornelius de Pauw (1734-1799), William
Robertson (1721-1793), el abate Raynal y el
conde de Buffon, entre otros historiadores eu-
ropeos, se enfrascaron en un debate epistemo-
lógico-historiográfico que negaba confiabilidad
a crónicas antaño consideradas verídicas. Tales,
en su entender, carecían de sustento científico y
se asemejaban a un producto testimonial, subje-
tivo, fantástico, y de inmediato podrían mencio-
narse ejemplos: las Cartas de relación de Hernán
Cortés; la Breve historia de la destrucción de las
Indias, de Bartolomé de las Casas; Historia ver-
dadera de la conquista de la Nueva España, de
Bernal Díaz del Castillo; etc. La crítica se inscri-
be en los albores de la modernidad, defensora de
la razón frente al dogma; frente a la superstición
y el fanatismo; se buscaba, en compensación, el
uso de “técnicas y metodologías alternativas para
estudiar el pasado a partir de evidencias que no
fueran ni libros ni fuentes escritas. Como parte
6
V. Francisco Javier Clavijero. Historia Antigua de
México, México, Editorial Porrúa (Col. SEPAN CUAN-
TOS, 29), 2009, pp. XVII-XIX.
117

de este movimiento intelectual habrían de surgir


en el XVIII nuevas técnicas y disciplinas como
la geología: el estudio de la historia de la tierra a
partir del uso de fósiles y no de la Biblia”.7 Cla-
vijero sale al paso de la crítica europea. Apela
a un planteamiento histórico-metódico confor-
me a exigencias de la ciencia moderna; arguye
que el conocimiento de las lenguas originarias,
la lectura especializada de códices, la aportación
testimonial de pobladores oriundos, constituían
fundamentos racionales y efectivos.8
En este marco de la segunda mitad del si-
glo XVIII y principios del XIX, se ha incluido
en el rubro de “literatura ilustrada” un segmento
identificable de obras donde también se ha colo-
cado la Historia… de Clavijero. Jaime Labasti-
da, como apuntamos más arriba, cree exagerado
sostener el advenimiento de la Ilustración en la
Nueva España. Y repitamos la cuestión: ¿hubo

7
Jorge Cañizares Esguerra. “La historiografía nueva”
en Vogeley, Nancy y Ramos Medina, Manuel (coords.)
Historia de la literatura mexicana, México, s. XXI, 2011.
Vol. 3, p. 406.
8
“...no debemos olvidar que por encima de su carác-
ter ideológico el valor duradero de la Historia antigua de
México reside en sus méritos historiográficos”. Floresca-
no asienta lo principal de su reflexión: referirse a la origi-
nalidad de la obra de Clavijero por su rigor, fuentes, mé-
todo empleado, erudición, contenido preservado de caer
en la interpretación católico religiosa de la historia; todo
lo cual enaltece el trabajo del historiador representado por
Javier Clavijero, a la altura de los mejores de la época. V.
Enrique Florescano, art. citado.
118

Ilustración por estos lares? Desde el punto de


vista político, no, apuntó Labastida. La estructu-
ra de la monarquía católica en la Nueva España,
mantuvo hasta el último aliento la cosmovisión
escolástica y bíblica del mundo, con algunos
retoques modernistas en las postrimerías de su
esplendor; humanistas como Benito Díaz de
Gamarra o José Antonio Alzate, estuvieron a la
altura de los conocedores del empirismo, el ra-
cionalismo o el idealismo, y esta iniciativa los
inserta de hecho y de derecho como adelanta-
dos (de la escolástica novohispana); supieron de
la revolución epistemológica, la metodológica;
los cambios en el saber astronómico, histórico,
botánico, matemático o filosófico. Estaban a la
par, e incluso podían superar al europeo en la
explicación de múltiples fenómenos; pero nunca
transgredieron los límites del terreno político-
religioso emanado del virreinato. Es más, repre-
sentaban una extensión de la trayectoria cultural
aprobada en el núcleo imperial: “la corona espa-
ñola, desde que fue asumida por los Borbones,
propició la renovación de la economía, la políti-
ca, las ideas y las instituciones de España y sus
posesiones […] por lo que a la renovación de la
escolástica caduca se refiere, no era esa renova-
ción indicio ni siquiera de un posible desafecto
a la corona…”9 Ningún émulo de Voltaire, Dide-
rot o D´Alembert, inmerso en ideas (ni menos en
acciones) de emancipación política; ningún John
Locke; ninguna corriente antimonárquica o an-
9
Jaime Labastida, art. cit., p. 14.
119

ticolonial, se asomó –implícita o abiertamente–


por los parajes de las obras ilustradas novohis-
panas. ¿De dónde entonces proviene el mote de
“literatura ilustrada”, “patriota”, “precursora de
la independencia” “criolla mexicana y antiespa-
ñola”, o conceptos similares? Ciertamente, insis-
timos, difería el contexto europeo del virreinato
de la Nueva España; por ello es necesario darle
una interpretación a este último de tal manera
que, sin ser como la Francia o Inglaterra moder-
nas, aporte sentidos originales de renovación,
simplemente por la distancia geográfica, que no
ideológica, de España.

…la historia de Clavijero fue asimismo un tra-


bajo que respondió a las nuevas epistemolo-
gías de los europeos, es decir, una respuesta
sobre qué evidencias usar y a quién creer. Para
Clavijero la respuesta al escepticismo europeo
consistió en reconstruir el pasado a partir “de
los mejores historiadores españoles y de los
manuscritos y pinturas de los indios”. Clavi-
jero no tuvo vergüenza de usar fuentes que De
Pauw y Robertson ridiculizaron: me refiero a
Torquemada y a los códices indígenas novo-
hispanos.10

La obra clásica de Antonello Gerbi, La
disputa del Nuevo Mundo: historia de una po-
lémica, expresa en el título la frase con la cual

10
Jorge Cañizares Esguerra. “La historiografía nueva”
en ob. cit., p. 409.
120

se conoce el choque entre la percepción europea


del Novum Orbe, y la defensa de éste por quie-
nes –los criollos– “a lo largo y ancho de América
(incluso en las colonias británicas) reaccionaron
furibundos frente a semejante representación”.11
Bien se trataba, en efecto, de una arena de lucha
por “las nuevas epistemologías”; tratábase de
posturas que, en el nivel de la ciencia moderna,
buscaban justipreciar “qué evidencias usar y a
quién creer”. Historiadores de un continente y
otro, apelaban a las condiciones de posibilidad
del conocimiento verdadero, independientemen-
te del punto geográfico desde el cual se generara.
La élite de los humanistas criollos, arraigada en
la Universidad Real y Pontificia, los colegios je-
suitas y en algunos puestos de la burocracia mo-
nárquica, refunfuñó por el menosprecio europeo
y defendió una perspectiva científica y humanís-
tica propia, con aportaciones, con fundamentos
modernos, con interpretaciones –por ejemplo–
sobre la flora y la fauna americanos, costum-
bres y arte autóctono. Los pensadores de estas
regiones demostraron que podían universalizar
mediante la cientificidad exigida, denunciando a
la par defectos en la objetividad europea, la cual,
o bien observaba a distancia los acontecimientos
sin haber pisado suelo autóctono y –ergo– ca-
recería de datos necesarios y suficientes, o bien
organizaba expediciones científicas efímeras y su-
perficiales.

11
Ibid., p. 405.
121

Dentro del campo dilatado de las huma-


nidades novohispanas del siglo XVIII (inclui-
da la literatura), sin embargo, suele entenderse
la apropiación y aportación del saber basado e
incentivado por la razón moderna, como antece-
dente claro de un afán por separarse de España;
una especie de “criollismo independentista”, vi-
sionario, que distinguía el derecho a la existencia
de conocimientos vernáculos, diferenciándolos
como mandatos propios sobre los mandatos ibé-
ricos en planos tan variados como el intelectual,
el artístico o el político. Para Méndez Plancarte,
por ejemplo, “rasgo inconfundible de familia en
ese grupo de humanistas nuestros, es su acendra-
do mexicanismo: criollos todos ellos –y algunos
como Clavigero, hijos inmediatos de peninsula-
res–, no se sienten ya españoles sino mexicanos
[…] tienen ya conciencia –profética– de la pa-
tria inminente que está gestándose en las entra-
ñas de la Nueva España”.12 Méndez Plancarte
parece rayar en la exageración al pronunciarse
por una “conciencia profética de la patria inmi-
nente”, como si los humanistas novohispanos
del XVIII hubieran sostenido la bandera de una
identidad auténtica, contrapuesta a la monarquía
ibérica (supuestamente, ya ajena, ya lejana, ya,
una reliquia histórica). A pesar de lo afirmado,
un poco más adelante, Méndez Plancarte defi-
ne una especie de ansiosa renovación de la es-
12
Gabriel Pérez Plancarte. “Introducción”, en mismo
autor, Humanistas del siglo XVIII, México, UNAM (Bi-
blioteca del Estudiante Universitario, 24), 1991, p. VIII.
122

tructura colonial, pero sin salirse de los límites


impuestos por el Imperio. “Sin mengua de su
granítica fidelidad –afirma– a la ortodoxia cató-
lica, nuestros humanistas saben acoger y fecundar
las semillas renovadoras que flotan en el ambiente
de su época…”13 Entender las obras humanistas
dieciochescas producidas en la Nueva España
en términos de valores libertarios proféticos, al
mismo tiempo que de una ortodoxia rígida, pro-
voca distorsión. La primera perspectiva (liber-
taria) genera la fantasía de estar frente a obras
precursoras de la Independencia. En el imagina-
rio del lector parecería propiciarse un conjunto de
significaciones concomitantes: distanciamiento
de la metrópoli, asunción de la identidad criolla,
coordenadas políticas precursoras, construcción
antecedente de la patria, desobediencia a la mo-
narquía, aparición de una literatura cuyos rasgos
tienden hacia un humanismo autónomo (libre de
la influencia imperial), etc. Podría estarse adop-
tando, mediante la interpretación aludida, a una
semántica apartada de los acontecimientos de la
época y, de ser el caso, afloraría un rasgo típica-
mente cultural en la historia de México: hacernos
creer a nosotros mismos la existencia de utopías
que tienen escaso contacto, o ninguno, con la rea-
lidad. Dicho de otra manera: conjeturar utopías
bajo una interpretación de la realidad donde ta-
les utopías no han tenido lugar; pero, pese a ello,
adoptarlas con los simbolismos resultantes.

13
Ib., p. XIII.
123

Para situar la literatura del periodo sin caer


en el equívoco de considerarla precursora de la
emancipación política, o algo así, Magali M. Ca-
rrera hace una distinción útil. “Desde el momen-
to de su supuesto descubrimiento, los europeos
se esforzaron por distinguir a las Indias como
espacio de las Indias como lugar”.14 Separar am-
bas nociones, a saber: “Indias como espacio” de
“Indias como lugar”, conduce razonablemente a
introducir la literatura humanista (criolla y no-
vohispana) dentro de la segunda, pues hablar de
“lugar”, sostiene Carrera, es igual a identificar
“un espacio inserto en la experiencia de redes de
relaciones sociales e historias que producen sig-
nificado colectivo. Un lugar puede ubicarse en
un mapa, pero su significado no”.15 Formar parte
de un lugar, haber echado raíces, otorga asumir
el paisaje y los códigos costumbristas a través de
una experiencia intransferible de la cultura pro-
pia, constituida en referente de vitalidad. Este fe-
nómeno lo podríamos nombrar como “apego a la
tierra”, al ambiente, al comportamiento heredado.
Nadie al margen de esta atmósfera especial, vivi-
da y sentida, tendría posibilidad del “apego”.
Tal es el sentir arraigado en criollos hu-
manistas como el padre jesuita Rafael Landí-
var, quien en su obra Rusticatio Mexicana hace

14
Magali M. Carrera. “La literatura del lugar: aseso-
ramientos administrativos” en Vogeley, Nancy y Ramos
Medina, Manuel (coords.) Historia de la literatura mexi-
cana, ob. cit., p. 414.
15
Ib.
124

gala de exultación, emoción vívida, lenguaje


apologético:

Lléname a mí el placer –amor de la tierra na-


tal– de visitar las patrias campiñas siempre en
flor, y con amigos de todas partes recorrer en
piragua los lagos mexicanos, los amenos huer-
tos de Flora. Contemplaré la cordillera del Jo-
rullo –reino de Vulcano–; los manantiales cris-
talinos que se despeñan de las alturas; el zumo
de grana, así tirio como indiano…16

Y más adelante:

Es pues, ahora que los astros dejan el mar en


quieto abandono, y la onda azul incita a bo-
gar, presto, de la ribera sacaré la angosta pira-
gua para visitar los huertos de Flora, llamados
chinampas en lengua indígena. Tú, entretanto,
bellísima esposa de Céfiro, que ataviada con la
policromía de las rosas reinas en los campos,
dime, ¿quién confió las flores a las leves aguas,
y subyugó el túmido mar a la agricultura, al
mismo tiempo en que por dádiva tuya, prende
en los frutales la sonrisa de los botones?17

Canto de Landívar al ingenio indígena,


constructor de las chinampas; a los lagos trans-
parentes donde flotan huertos polícromos, hen-
chidos de frutos en botón. Es más que un paseo:

16
Landívar, Rafael. Por los campos de México. México,
UNAM (Biblioteca del Estudiante Universitario, 34), p. 7.
17
Ibid., p. 11.
125

significa un recorrido por lo irrepetible y pecu-


liar de los lagos de México. Un canto, en suma,
a la seguridad de ser parte de ese ambiente y las
formas vitales que suscita. Pero esta raigambre
no debe confundirse con la propensión a la inde-
pendencia respecto de la cultura metropolitana.
Los humanistas criollos vivieron el apego por la
patria sin el desapego por la madre patria. Al re-
vés era imposible: cómo pensar, por ejemplo, en
el aprecio del monarca en turno hacia el entorno
y su hondo significado si, a diferencia de los crio-
llos novohispanos, jamás pisaría suelo mexicano.
¿Podrá estimarse con ponderación el suelo patrio
donde se ha experimentado la vida, del mismo
modo que si nunca se le hubiera conocido?
De ahí que José Antonio de Villaseñor y
Sánchez, contador general de los Reales Azo-
gues, quien por mandato real elaboró entre
1746-1748 una “descripción comprensiva de las
regiones, recursos y pueblos de la Nueva Espa-
ña”, haya sostenido la necesaria revisión perió-
dica de la obra realizada (Theatro Americano,
o Atlas americano) para “dar a entender lo que
encierra este vasto dominio de nuestro soberano
leal, rico, fértil, abundante […] y desgraciado de
no poder lograr la vista de su rey”.18 Es decir, el
entendimiento de un lugar, desde lejos, lo con-
vierte en una cartografía con medidas, puntos de
ubicación, números cuantificando poblaciones y
recursos. Es lo que Magaly M. Carrera denominó

Magali M. Carrera. “La literatura del lugar: asesora-


18

mientos administrativos” en ob. cit., pp. 427-28.


126

el entendimiento de las “Indias como espacio”,


fundamental para la administración de los terri-
torios colonizados; pero intrascendente desde el
punto de vista de una existencia cuyo sentido se
alcanza en fusión con la zona geográfica.
José Antonio de Villaseñor y Sánchez for-
ma parte de los autores en cuyo trabajo se refleja
el movimiento íntimo de conferir un sentido a
lo “rico, fértil, abundante” de estas tierras por el
solo hecho de habitarlas y constatar su prodigali-
dad. Pero al mismo tiempo, denomina al territo-
rio “vasto dominio de nuestro soberano” apelan-
do a una lealtad debida al rey, lamentablemente
inhabilitado por su investidura y ocupaciones
para “poder lograr la vista” del extraordinario
universo geográfico y social de la América sep-
tentrional. Por tanto, considerada esta última como
mero “espacio”, resulta inaccesible en tanto “lugar”,
en tanto “lograr la vista”; al rey, junto con la buro-
cracia monárquica de la Península, les resultará
incomprensible como lugar, derivándose de tal
incomprensión una desgracia, pues nunca será lo
mismo haberse convertido en unidad indisoluble
con el espacio donde se vive, que considerarlo
una parcela más dentro de la estructura admi-
nistrativa. Para Villaseñor y Sánchez sería espe-
ranzador, quizás, una toma de conciencia regia
sobre este fenómeno, con objeto de remediar la
frialdad en el trato y darle justeza al sentir crio-
llo (siempre, recalcamos, leal a la corona). De
modo amplio entonces, conforme a la tesis de
127

Magaly M. Carrera, la percepción, incipiente si


se quiere,

de las redes interrelacionadas, es decir, del lu-


gar, es la que permea asimismo la producción
de la cultura criolla y sus literaturas en el siglo
XVIII. Esta literatura cuestionaba la abstrac-
ción europea de la Nueva España como espa-
cio cartográfico, metafórico y textual, y supo-
nía límites sociales y políticos establecidos al
catalogar y proponer una visualización de la
Nueva España más interconectada y vivida en
tanto lugar. De esta manera, más que como
conjuntos de datos, la identidad de la Nueva
España se visualiza, al ver la interrelación de
los ambientes, los habitantes y los abundantes
recursos.
Esta producción de la Nueva España como
lugar se encuentra en diversas literaturas del
siglo XVIII.19

Los “límites sociales y políticos” de los


que habla Magali R. Carrera deben trazarse en el
interior de la relación criollos-corona española:
marcan la subordinación a dictámenes culturales
y lineamientos de la administración central; pero
manteniendo el apego y significados aportados
por el ambiente y la colectivización mestiza (se
entiende: hablamos de un significado de colecti-
vidad asumido por la casta criolla; un mundo de
vida diferente al indígena y al español; pero con
puntos de contacto entre ellos). Los humanistas
19
Ib., p. 428.
128

del XVIII obviamente pertenecían a un segmento


elitista; si publicaban una gaceta literario científi-
ca ¿a quiénes iba dirigida? Si responsables de una
cátedra, lo mismo. Si, en fin, pertenecían a una
orden regular, recibían instrucciones del superior,
quien podría mantener contacto con el Papa y el
rey. La labor evangelizadora de los jesuitas, sin
embargo, más allá de los vasos comunicantes con
la casta gobernante, mantenía vínculos estrechos
con el todo social, mediante el confesionario, los
colegios para indígenas, los colegios superiores y
las misiones septentrionales.
La erudición, el saber enciclopédico, la
investigación científica se naturalizaban como
resultante de la educación moderna, para unos
cuantos, es cierto; pero haciendo efectivo el de-
recho a participar en el concierto de los nuevos
conocimientos y métodos que permitían descu-
brirlos. Así, por ejemplo, Clavijero hace un co-
mentario acre a Mr. De Paw, después de expre-
sar éste un exabrupto sobre la lengua mexicana.
(“Las lenguas de América son tan limitadas y tan
escasas de palabras, que no es posible expresar
en ellas ningún concepto metafísico. En ninguna
de ellas se puede contar más allá de tres. No es
posible traducir un libro, no ya en las lenguas
de los algonquines y de los guaraníes o paragua-
yos, pero ni aun en las de México y Perú, por no
haber en ellas suficiente cantidad de voces para
expresar nociones generales”). Ante semejante
desaguisado, Clavijero responde sapiente e iró-
129

nico20: “El que lea estas decisiones magistrales


del filósofo prusiano, se persuadirá sin duda, que
pronuncia su fallo, después de haber viajado por
toda América; pero no es así: sin salir de su ga-
binete de Berlín, sabe mejor todo lo que pasa en
América que los mismos americanos, y en el co-
nocimiento de las lenguas es superior a los que
hablan. Yo aprendí la mexicana y la oí hablar a los
mexicanos por espacio de muchos años, y no sa-
bía que fuese tan escasa de voces numerales y de
términos significativos de ideas universales, hasta
que me descubrió este gran secreto Mr. Paw. Sa-
bía que los mexicanos habían dado el nombre de
centzontlatale (esto es, 400) o más bien el de cent-
zontli (esto es, el que tiene 400 voces), a aquel pá-
jaro tan célebre por su singular dulzura y por la in-
comparable variedad de su canto. También sabía
que los antiguos mexicanos contaban por xiqui-
pilli las almendras de cacao que empleaban en el
comercio, y sus tropas en la guerra; así que, para
decir, por ejemplo, que un ejército se componía
de 40000 hombres, decían que tenía 5 xiquipillis.
Sabía yo, en fin, que los mexicanos tenían voces
numerales para expresar cuantos millares y millo-
nes querían; pero el doctor De Paw sabe todo lo
contrario, y no hay duda que lo sabrá mejor que
yo, porque tuve la desgracia de nacer en un cli-
ma menos favorable que el de Prusia”. Apelando

20
Francisco Javier Clavijero. “Disertaciones” en mis-
mo autor. Capítulos de historia y disertaciones. México,
UNAM (Biblioteca del Estudiante Universitario, 44),
1994, pp. 97-98.
130

a su conocimiento de la lengua de los antiguos


mexicanos, Clavijero pone en su lugar a De Paw,
evidenciándole la docta ignorancia y, pese a tra-
tarse de un científico europeo connotado, no por
ello resultaba irrebatible, y menos colocando en
el fondo de su reflexión prejuicios eurocéntricos.
El criollo Clavijero despliega una defensa
del náhuatl: lo ha utilizado para comunicarse con
nativos y sabe del mundo propiciado y enrique-
cido en el lenguaje primigenio. Lo adquirió, ni
siquiera desde un “gabinete” prusiano; tampoco
porque haya viajado desde un lugar lejano para
enterarse; lo adquirió viviéndolo desde tempra-
no y –asienta mordaz– porque “tuve la desgra-
cia de nacer en un clima menos favorable que
el de Prusia”. Defiende las “Indias como lugar”,
por un lado, empleando la fuerza de una crítica
irónica, cáustica, hacia formas de entendimiento
que desconocen la experiencia de asimilar una
cultura regional; pero agravadas en la desinfor-
mación supina. Por otro lado, aduciendo un con-
traejemplo, corrige a De Paw sobre la supuesta
limitación de lenguas autóctonas respecto a la
numeración y la abstracción; refrenda, de esta
manera, la capacidad epistemológica para expo-
ner datos constatables y comunicables.

Proyección política

A pesar de los servicios prestados, favorables a


la monarquía y al papado, la orden jesuita donde
131

profesaba Clavijero se vio involucrada en hechos


que podríamos llamar anticolonialistas, de modo
preponderante en las misiones del Paraguay y
entre asentamientos de Sinaloa, Sonora, Chihua-
hua o Baja California. Muchas “misiones”, en-
claves económicos y culturales católicos, reunían
pueblos indígenas en una suerte de comunitaris-
mo radical. La influencia de la Compañía de Je-
sús, asimismo, se filtraba en asuntos económicos,
políticos, religiosos y culturales de toda índole;
hacia el siglo XVIII, ya se había convertido en
una cofradía poderosa y poseedora de recursos
para cumplimentar la cruzada de la conversión
católica bajo retos asociados a la modernidad.21
La sentencia de expulsión de los jesuitas,
recordémoslo, tuvo como uno de sus argumen-
tos el acaparamiento de jurisdicciones donde los
“ropas negras” (jesuitas) trataban despóticamen-
te a emisarios reales y representantes del orden
establecido, esto según la acusación; y ello era
como decir entre otros asuntos: ponían coto a los
abusos del poder contra indígenas alojados en las

21
“…apenas había familia en toda Nueva España que
no tuviese con la Compañía particular relación, o de pa-
rentesco, o de amistad, o de alguna dependencia, a que se
añadía el título general de los estudios, en que se habían
formado la mayor parte de cuantos hombres ocupaban los
coros, las parroquias, los magistrados, los ayuntamientos,
las cátedras, los claustros y lustrosos empleos de la repúbli-
ca”. V. Francisco Javier Alegre. “Llegan misteriosas órde-
nes de la Corte”, en Elsa Cecilia Frost, (coord.) Testimonios
del exilio (Francisco Javier Alegre, Rafael de Zellis, Anto-
nio López de Priego), México, Jus, 2000, p. 31.
132

reducciones, nada gratas, por ello, a los ojos del


colonialista obseso. El cometido de los jesuitas
desde fines del XVI en que arribaron a la Nueva
España: evangelizar, proteger cristianamente a
indios chichimecas cuando las circunstancias se
prestaron, atrajo hacia la orden una experiencia
incorporada a lo que Magali denomina “Indias
como lugar”, defensora de los valores cristianos
incluso librando batallas contra funcionarios in-
fluyentes. Añadámosle que la incursión jesuita
en las esferas de poder, habría tendido a orientar
un sentido de organización eficiente que instau-
rara la justicia cristiana por encima de las des-
viaciones terrenales.
Sin apelar a la tesis (injustificada) de la
existencia ilustrada y mexicanista de una litera-
tura, germen de la rebelión independentista que
se iniciaría en 1810, pues dígase lo que se diga,
ni los jesuitas ni en general los humanistas die-
ciochescos se inclinaron hacia una tal rebelión,
sin embargo, quedó sedimentada la defensa indi-
genista y societaria en general desde un punto de
vista aristotélico, tomista y pragmático moderno
en la Compañía. Este no es un hecho fugaz, sino
una enseñanza integrada, arraigada, en conse-
cuencia, tanto en los autores intelectuales y mo-
rales como en la tierra originaria y la historia.
Francisco Javier Clavijero, partícipe de la
gesta católico-jesuita, escribe su Historia Anti-
gua de México haciendo alarde de erudición y
técnica de la investigación histórica. Se cuida de
no fundamentar su trabajo en una concepción de
133

la historia basada en la teología cristiana, y en


este tópico es, en efecto, producto de la moderni-
dad, de la razón ilustrada; pero al mismo tiempo,
el exaltar el pasado indígena –con finura y admi-
ración– lo sustenta en similitudes con el actuar
jesuita. Dice Clavijero:

Según las leyes que publicó el célebre rey Ne-


zahualcóyotl, el ladrón era arrastrado por las
calles y después ahorcado; el homicida moría
degollado. Al agente en el pecado nefando
sofocaban en un montón de cenizas, y al pa-
ciente sacaban las entrañas... Al que era causa
con malignos artificios de discordia entre dos
Estados quemaban vivo atado a un palo. Al
que se embriagaba hasta perder el juicio, si era
noble, luego lo ahorcaban y arrojaban en un río
o laguna su cadáver; si era plebeyo, la primera
vez era vendido por esclavo y a la segunda lo
ahorcaban. Preguntando aquel legislador por
qué su ley era más rigurosa respecto de los no-
bles, respondió que por ser mayor su obliga-
ción a dar buen ejemplo, era más grave su de-
lito […]. Generalmente hablando, en todas las
naciones cultas de Anáhuac se castigaba con
mucho rigor el homicidio, el hurto, la menti-
ra, el adulterio y demás excesos en materia de
incontinencia…”22

La cosmovisión moral de los jesuitas guar-


da semejanza con la civilización estudiada: des-

22
Francisco Javier Clavijero. Historia Antigua de Mé-
xico, ob. cit., pp. 311-12.
134

preciaban los nahuas “el homicidio, el hurto, la


mentira, el adulterio y demás excesos en materia
de incontinencia”, como también era el caso de
los padres en su prédica y acción evangelizadora.
Los encargados del ejemplo bíblico tenían la ma-
yor responsabilidad y se hacían acreedores, por
ello, a castigos terribles de cometer un delito, de
incurrir en falta grave, de caer en el descuido y la
molicie. La Inquisición podía castigarlos con la
hoguera, la prisión descarnada, la defenestración
eterna; pero también las normas de la Compañía
contemplaban expulsión y oprobio público. A
Nezahualcóyotl, Clavijero le reconoce celebridad
política, poética y guerrera (“fue este rey uno de
los mayores héroes de la América antigua”23); lla-
ma en general a los asentamientos prehispánicos
del Valle del Anáhuac “pueblos cultos”, y les re-
conoce una vida ordenada.
Símil entre la educación náhuatl y la pro-
movida por los jesuitas, refiere la atención hacia
los líderes de la comunidad, a quienes se dedi-
caba el urdir los hilos más finos de la formación
intelectual, estética y política. “A pesar de que
23
“A diversos delitos prescribió diferentes penas, y al-
gunos castigaba con sumo rigor, especialmente el adulterio,
el pecado nefando, el hurto, el homicidio, la embriaguez y
la traición a la patria. Dicen los historiadores texcocanos
que a cuatro hijos suyos hizo morir por reos de incesto con
su madrastra. Por otra parte era singular su clemencia con
los miserables. Estaba prohibido bajo pena de muerte en
aquel reino el tomar algo de la sementera ajena, y era tan ri-
gurosa esta ley que no era menester hurtar más de siete ma-
zorcas de maíz para incurrir en la pena”. Ibid., pp. 158-159.
135

la educación era gratuita, poco a poco fue deli-


neándose claramente un proyecto que no era
otro que la formación sólidamente católica de
niños y jóvenes que, por su posición social, ha-
brían de tener acceso a los puestos dirigentes
de su patria. Cada vez era más evidente la fra-
se cuius regio, eius religio (“según el rey, así
la religión”), de modo que el proyecto jesuita
de formar dirigentes multiplicaba su acción,
ya que cada joven –una vez que ocupara el lu-
gar al que su nacimiento lo destinaba– podría
influir sobre sus subordinados no sólo con el
ejemplo, sino por su capacidad de decisión”.24
Así en el calmécac, sitio educativo para los
hijos de los nobles y futuros dirigentes de la
sociedad náhuatl, sin pasar por alto, con mati-
ces contrastantes por supuesto, el debido cui-
dado a los plebeyos en el telpochcalli. “Había
seminarios para la nobleza y para la plebe”,
dice Clavijero.25
El cometido de los jesuitas, orden forjado-
ra del historiador Clavijero: evangelizar al indí-
gena, luchar contra el demonio, emprender una
cruzada católica entre castas y en todos los órde-
nes ad maiorem Dei gloriam (“para mayor gloria
de Dios”), adquirió la forma de una acción polí-
tica que no pretendía la separación de España ni

24
Elsa Cecilia Frost. “Estudio introductorio” en Tea-
tro profesional jesuita del siglo XVII, México, Conaculta,
1992, pp. 13-14.
25
Francisco Javier Clavijero. Historia Antigua de Mé-
xico, ob. cit., p. 290.
136

mucho menos, empero, inspirada en la justicia


divina, configuró un mestizaje utópico que alte-
ró de modo práctico y creativo el fundamento
escolástico-cristiano de la monarquía.
La diferencia de la tarea jesuita respecto
a las acciones de los primeros misioneros, por
ejemplo, los franciscanos, podría entenderse
en la reclusión espiritual de éstos, separada de
la política terrena. Pero en el caso de aquéllos,
ambas condiciones (espiritualidad y trabajo po-
lítico) se estarían cumpliendo. Un artista criollo
como Eusebio Vela, hace hablar a Fray Martín
de Valencia, prior de los doce que llegaron a
poco de la caída de Tenochtitlán:

FAY MARTÍN: Hijos y queridos míos,


No entendáis que aqueste reino
he pasado por la plata
que encierra sus minas dentro;
ni menos por pretender
mejorar fortuna, siendo
aquí más acomodado,
porque solamente vengo
a mirar por vuestro bien,
pues de él nace el mío a un tiempo,
sin pretender más riqueza
que este sayal que poseo
para vestir; que comer,
a la providencia apelo,
que ésta no puede faltar,
que mi Dios se encarga de eso,
que los bienes de la tierra
137

se quedan acá en muriendo,


y las buenas obras sirven
de escala para ir al cielo…26

En el guión de Eusebio Vela, el superior de
los franciscanos intercede para alabar las “bue-
nas obras” de recogimiento católico, únicas vá-
lidas para abrirse las puertas “de escala para ir al
cielo”; después de todo, lo material es efímero
como la riqueza, no así lo sacramental, guía se-
gura hacia lo eterno y celestial. De la comida y
lo básico, no se preocuparía mayormente, “que
mi Dios se encarga de eso”. Y frente a las adver-
sidades, dice

FRAY MARTIN: Sabe que a los religiosos


en los lances peligrosos
nos defiende la oración.27

El diálogo propuesto por el dramaturgo, es


una alegoría del misionero franciscano frente al
poder de capitanes como Hernán Cortes a quien
halaga y considera jefe militar y gobernante, im-
ponente por sus hazañas. A él le correspondería
consumar la conquista y a los sacerdotes llevar la
palabra evangélica. Dos terrenos, cada uno con
finalidades desiguales pero complementarias.

26
Eusebio Vela. “Comedia nueva del Apostolado en las
Indias y martirio de un cacique, en Teatro mexicano, histo-
ria y dramaturgia, México, Conaculta, 1993. T. IX, p. 43.
27
Ibid, p. 61.
138

Política jesuita y evangelio

Vastas extensiones de la península de Baja Cali-


fornia, con autorización real y virreinal, habían
quedado tuteladas por misioneros jesuitas: ellos
nombraban capitanes, soldados, organizaban la
economía y las actividades espirituales, la ayuda a
poblaciones desfavorecidas, la comunicación con
la metrópoli; en una palabra, habían construido
núcleos prácticamente autárquicos –desligados
de la esclavitud y la explotación. “Aquella penín-
sula, sepultada antes por tantos siglos en la más
horrorosa barbarie –acota Clavijero–, llegó a ser
casi toda cristiana en el espacio de setenta años;
de modo que desde Cabo San Lucas, hacia los
23º, hasta Cabujacaamang a los 31º, no había un
solo hombre que no conociese y adorase al ver-
dadero Dios, y que es mucho más apreciable, se
formó allí un cristianismo tan puro e inmaculado,
que se parecía al de la primitiva iglesia”.28 Los
fondos para sostener tamaña empresa, provenían
de donaciones, el erario real y fuentes alternativas
propias como haciendas en manos de la orden.
Tarde o temprano estas matrices comunitarias,
por bautizarlas así, entrarían en oposición con la
ambición y criterio colonialista de la Corona.
Clavijero utiliza la analogía entre el mundo
antiguo prehispánico y el mundo de la evangeli-
zación jesuita. Aquél se distingue por su siste-
28
Francisco Javier Clavijero. “Historia de California”
en mismo autor. Capítulos de historia y disertaciones, ob.
cit., p. 118.
139

ma de leyes que normaban la vida moral, social,


política, religiosa y cultural; reflejaba un sentido
en la posesión y labranza de tierras comunales;
se caracterizaba por el empleo de una retórica
respecto de la lealtad y la honestidad, así como
el enaltecimiento del heroísmo militar. La vida
artística se destacó en construcciones monumen-
tales; la pintura, la escultura, la danza y el arte
plumario. Se podían reconocer pueblos vigoro-
sos en expansión. A la par, la Compañía de Jesús
atendía la enseñanza y el ejemplo moral cristia-
no mediante una educación previsora y moder-
na: en las misiones se organizaban el catecismo,
los matrimonios, los bautismos, la subsistencia
agrícola, ganadera, la música, la danza; y cuan-
do había recursos, la construcción de iglesias
primorosas. Hacia el centro, colegios como el
de San Ildefonso recibían a lo más granado de
la clase dirigente, educada bajo estrictas reglas
espirituales y formadoras del intelecto. Había,
pues, analogías (en la grandeza de la ciudad del
México antiguo y la ciudad de Dios) y en éstas,
Clavijero vería un mestizaje renovador de la es-
tructura, ya que la fusión cultura antigua mexi-
cana-cultura cristiana monárquica encumbraría
valores como el comunitarismo y la justicia de
la interpretación terrenal y bíblica.
Consecuentemente, Clavijero elabora su
obra en el contexto de un par de premisas funda-
mentales: 1) el engrandecimiento de la vida ética
y política, virreinal y monárquica, se plegaría a
la voluntad del rey y el Papa, quienes aprobarían
140

con su bondad piadosa los progresos del mesti-


zaje sin apelar a la explotación del indio; 2) pero
de ninguna manera se refiere al indio coetáneo
y contemporáneo suyo, devastado por el some-
timiento, a quien habría de guiar una especie de
sínodo misionero en pos de los ideales mestizos
y teocrático-monárquicos. En este punto, habría
un tutelaje, grandioso si se quiere, pero sin parti-
cipación efectiva de aquellos estamentos despro-
tegidos y necesitados, que no inferiores. Clavije-
ro, sobre esto último, es categórico:

…protesto a Paw y a toda Europa que las al-


mas de los mexicanos en nada son inferiores a
las de los europeos; que son capaces de todas
las ciencias, aun las más abstractas, y que si
seriamente se cuidara de su educación, si des-
de niños se criasen en seminarios bajo buenos
maestros y si se protegieran y alentaran con
premios, se verían entre los americanos, filó-
sofos, matemáticos y teólogos que pudieran
competir con los más famosos de Europa.
Pero es muy difícil, por no decir imposible, ha-
cer progresos en las ciencias en medio de una
vida miserable y servil y de continuas incomo-
didades.29

Clavijero parece insinuar la necesaria aten-


ción hacia los mexicanos ubicados “en medio de
una vida miserable y servil y de continuas in-
comodidades”; pobres, semiesclavizados, discri-
29
Francisco Javier Clavijero. “Quinta disertación” en
Historia Antigua de México, ob. cit., pp. 732-733
141

minados o despojados; antes habría por conse-


cuencia que atender los factores causales. Si a
esos mexicanos se les “protegieran y alentaran”
saldrían de sus filas desde matemáticos hasta teó-
logos. Los jesuitas habían tomado en sus manos
una especie de protección salvífica. Ahora bien,
Jaime Labastida negó rotundamente que en la
Nueva España hubiera algo así como cierto mo-
vimiento ilustrado, traducido en ideas y accio-
nes como en la Francia de Denis Diderot. ¿Hubo
algo semejante? “¿Algo, insisto, que guardara
relación con los propósitos de la Ilustración,
tal como la encontramos en los enciclopedistas
franceses? Nada, por supuesto –se responde el
mismo Labastida–, y hay que asumir este atraso
filosófico, sin concesión ninguna”.30
Es verdad, carecimos en el periodo tra-
tado de un proceso al estilo francés, político y
revolucionario; pero en el actuar jesuita, sí exis-
tió un proceso revolucionado, un juego político
de emancipación y de anticolonialismo católico
fundamentado en ideas aristotélico-tomistas y en
acciones surgidas de la modernidad comercial;
proceso que, finalmente, le costó a la orden igna-
ciana la ruptura con el monarca y la represalia de
la expulsión. El movimiento de independencia
jesuita no fue como la revolución ilustrada de
Europa. Fue, si se quiere, promonárquico, y no
midió los alcances de un poder absolutista, into-
lerante con el accionar de la Compañía en contra
de formas de avasallamiento e individualismo
30
Jaime Labastida, art. cit., p.15.
142

cruel y egoísta. En este punto no hay tal “atraso


filosófico, sin concesión alguna”, conforme a lo
dicho por Labastida, sino una peculiar actividad
política, criolla; una heterodoxia católica de fac-
to, sustentada en la filosofía escolástica adaptada
a la peculiaridad histórica de la Nueva España.
Carlos de Sigüenza y Góngora estudió y
escribió sobre el pasado mexicano, lo mismo
que Juan José de Eguiara y Eguren. No lo sos-
layaron en términos de una etapa indispensable
para poder entender la cultura criolla novohispa-
na. Su reflexión erudita e interesada, rescata ese
pasado mediante el uso de técnicas modernas en
la investigación histórica, y pretende desmontar,
como Clavijero, la tendencia a menospreciar el
mundo americano en los círculos intelectuales
europeos (cuyas afirmaciones atribuían inferio-
ridad natural a los pobladores autóctonos). Pero
al mismo tiempo, Clavijero ha vivido signos re-
feridos a la acción de educar, proteger y com-
partir experiencias eficaces de resistencia contra
la explotación colonialista. La Historia Antigua
de México la escribió en el exilio para reivindi-
car culturas con las cuales ya tenía afinidades, por
ejemplo, haber observado junto con pobladores
indígenas, descendientes de una tradición demos-
tradamente egregia –desde la óptica de su obra
principal–, la gesta cercana al cristianismo primi-
tivo (geográficamente, esta realización se sitúa en
las misiones al noroeste de la Nueva España).
En 1750 el visitador José Rafael Rodríguez
Gallardo, manifestaba que las provincias de So-
143

nora y Sinaloa deberían repoblarse con colonos


de preferencia españoles, quienes se beneficia-
rían de los abundantes recursos naturales dispo-
nibles; debía comenzarse por repartir la tierra en
un régimen de propiedad particular, permitiendo
a la vez el comercio de las riquezas entre los ve-
cinos generadas.

Rodríguez Gallardo externaba de este modo su


convicción de que lo que venía frenando el po-
blamiento y, por lo tanto, la conquista efectiva
de Sonora era el hecho de que en esa provincia,
que tenía hacia la parte norte una frontera abier-
ta y era la más extensa de la gobernación, pre-
dominara el régimen comunitario de propiedad
de la tierra. No se pronunció abiertamente por
la extinción del sistema de misiones, quizá para
no aparecer como enemigo de los jesuitas; pero
en cambio se mostró acérrimamente contrario a
las prácticas segregacionistas de los misioneros
y abogó por la formación de pueblos mixtos,
en los que los vecinos españoles pudieran libre-
mente convivir con los indios de comunidad…
Las consideraciones y propuestas de Rodríguez
Gallardo coincidían en lo general con una línea
de acción política que venía cobrando fuerza en
algunos de los órganos del gobierno central del
virreinato; se compadecían también en lo general
con viejas pretensiones de mineros, comercian-
tes e, incluso, militares de la región”.31

31
Ignacio del Río. La aplicación regional de las re-
formas borbónicas en Nueva España. Sonora y Sinaloa,
1768-1787, México, UNAM, 2012, p. 119
144

La recomendación de mezclar indios con


españoles implicaba convertir a los primeros en
mano de obra sojuzgada por los segundos. Eso
lo sabían los jesuitas como consecuencia natural
y frecuente de los “pueblos mixtos”; asimismo,
los productos de la tierra cultivada en comuni-
dad, pasarían a manos de comerciantes si las mi-
siones desaparecieran. A la postre sucedió, cuan-
do las medidas administrativas ordenadas por
decreto real ya no tenían siquiera la posibilidad
de ser obstaculizadas por los padres misionales
(nunca, éstos dieron su brazo a torcer). Incluso
aquí se aplicó la respuesta expresada al rey y al
arzobispo franceses, solicitantes de modificar la
Regla de la orden para salvarla del destierro. La
respuesta fue contundente de parte del prepósito
general y del Papa: Sit aut sunt, aut non sint (que
sean como son o no sean).32

32
Cf. Elsa Cecilia Frost. Prólogo, en misma autora y
coord. Testimonios del exilio (Francisco Javier Alegre,
Rafael de Zellis, Antonio López de Priego), ob. cit., p. 15
Este libro se imprimió por primera vez bajo de-
manda en el mes de febrero de 2014.
Amatl No. 20 Col. Pedregal de Santo Domingo,
Coy. CP 04369
reprografic_1@hotmail.com

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