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Freire, en el capítulo 2 de “pedagogía del oprimido”, realiza un análisis y crítica del sistema

educativo actual poniendo énfasis en las relaciones educador-educando del mismo.


El autor denomina la educación de este sistema como bancaria; donde los educadores son quienes
disponen de un caudal de “saber” para transmitir a los educandos, los cuales son considerados como
sujetos pasivos, receptivos, dóciles y depositarios. “En vez de comunicarse, el educador hace
comunicados y depósitos que los educandos, meras incidencias, reciben pacientemente, memorizan
y repiten. (…) el único margen de acción que se ofrece a los educandos el de recibir los depósitos,
guardarlos y archivarlos”.
Los contenidos que se narran, son sólo partes de la realidad, se encuentran desligados de la totalidad
en que se engendran y en cuyo contexto adquieren sentido. En esta educación “bancaria”, el “saber”
o conocimiento es un donativo de aquellos que se califican como sabios de quienes juzgan
ignorantes; es decir, el educador siempre será quien sabe, y los educandos quienes no saben. Por lo
tanto, se niega a la educación y al conocimiento como procesos de búsqueda. Cuanto más ejercitados
sean los educandos en el archivo de los depósitos que les son hechos, menos desarrollarán la
conciencia crítica de la que resultará luego su inserción en el mundo. Vale decir, entonces, que esta
visión “bancaria” de la educación anula el poder creador de los educandos o lo minimiza,
estimulando así su ingenuidad y no su criticidad, satisface los intereses de los opresores.
La educación “bancaria” al mantener, como hemos dicho, la ingenuidad de los educandos; logra,
dentro de su marco ideológico, adaptarlos al mundo de la opresión.
“Lo que pretenden los opresores ‘es transformar la mentalidad de los oprimidos y no la situación que
los oprime’. A fin de lograr una mejor adaptación a la situación que, a la vez, permita una mejor
forma de dominación”.
Para Freire los oprimidos siempre estuvieron dentro de la estructura que los transforma en “seres
para otro”. La solución que propone el autor es, transformar la estructura que los oprime; para así
poder convertirse en “seres para sí”. La educación debe comenzar entonces, por la superación de la
contradicción educador-educando; debe existir una conciliación entre éstos, para que ambos se
hagan, simultáneamente, educadores y educandos.
Por esto último es que Freire considera que un educador revolucionario no puede esperar
pasivamente a que esto suceda por sí sólo. Su acción, al identificarse con la de los educandos, debe
orientarse en el sentido de la liberación de ambos.
Sin ésta, no es posible la relación dialógica; ya que en la educación liberadora tanto el educador
aprende del educando, como el educando del educador; a través del diálogo. “Los hombres se
educan en comunión, y el mundo es el mediador”.
Los educandos, en esta educación liberadora, ya no serán dóciles receptores de los depósitos, sino
que se transforman en investigadores críticos en diálogo con el educador, quien a su vez es también
un investigador crítico. La educación problematizadora implica, por lo tanto, un acto de
descubrimiento de la realidad. Pretende una emersión de las conciencias de las que se genera su
inserción crítica en la realidad.
“Es por esto por lo que esta educación, en la que educadores y educandos se hacen sujetos de su
proceso, superando el intelectualismo alienante, superando el autoritarismo del educador “bancario”,
supera también la falsa conciencia del mundo. El mundo ahora, ya no es algo sobre lo que se habla
con falsas palabras, sino el mediatizador de los sujetos de la educación, la incidencia de la acción
transformadora de los hombres, de la cual resulta su humanización.

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