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2. De este modo el matrimonio remonta hasta antes de la caída. A través del "memorial"
del sacramento, el amor hace otra vez accesible el paraíso en la tierra. El estado
matrimonial es una vocación particular para conseguir la ple nitud en Dios y para
superar la condición pecaminosa de separación y aislamiento egocéntrico.
"Este misterio es grande; lo digo con relación a Cristo y la Iglesia" (Ef 5,32). El capítulo
quinto de la carta a los Efesios revela lo que es verdaderamente nuevo en el matrimonio
cristiano, que no se puede reducir ni al utilitarismo judío, ni al legalismo romano: la
posibilidad de transfigurar la unión de los esposos en una realidad nueva, la realidad del
Reino de Dios. El matrimonio cristiano es único, no por el hecho de una ley abstracta o
por el hecho de un interdicto moral, sino en cuanto sacramento del Reino de Dios que
nos hace penetrar en el gozo eterno del amor eterno.
Es verdad que la doctrina cristiana del matrimonio choca con la realidad práctica y
empírica de una naturaleza humana "caída", y, por lo tanto, parece un ideal irrealizable.
Pero la diferencia entre un sacramento y un ideal estriba precisamente en que el
sacramento no es una abstracción imaginaria, sino una experiencia en la que no es
solamente el hombre quien actúa, sino el hombre en unión con Dios. En el sacramento
la humanidad comulga con la realidad suprema del Espíritu Santo, quedando
plenamente humanizada, cumpliendo el destino que después de Pentecostés Cristo ha
fijado a toda la humanidad "Que ellos sean uno, como nosotros somos uno" (Jn.
17,2223). Así, en la vida divina donde el mundo se transforma por dentro, lo imposible
se hace posible si el hombre, por su libertad, recibe lo que Dios le ofrece.
4. Nuestro ritual actual del matrimonio conserva, igualmente, las huellas de su antigua
eucarística y se encuentra en él una estructura litúrgica idéntica a la de la Divina
Liturgia, con su momento de la ofrenda, de la epíclesis, de la comunión de los Santos
Dones, y su acción de gracias. En muchas oraciones se pide la castidad conyugal, la
integridad del ser. La oración para la castidad conyugal es lo opuesto a una concepción
de "remedio contra la concupiscencia", ella pide otra cosa: el milagro de la
transfiguración del eros. El; pecado carnal no es el "pecado de la carne", sino el pecado
"contra la carne", contra lo sagrado y contra la santidad de la encarnación.
para una vocación de célibe, un casado puede ser escogido para una vocación de
sacerdote, y esto en oriente es común. Sin embargo, puesto que se trata de la esfera
siempre creativa del amor, se puede concebir, y el ejemplo de Pablo nos da coraje para
ello, que un sacerdote quede célibe para una mayor disponibilidad apostólica. Esto
parece ser algo adquirido en la experiencia occidental del sacerdocio. Por lo tanto la
Iglesia puede escoger sus sacerdotes tanto entre los mejores de los célibes como entre
los mejores de los hombres casados. Lo esencial es no clericalizar al celibato, ni
descalificar al matrimonio, porque los diversos sacramentos son todos rayos del único
sol eucarístico, y no se ve por qué, si el matrimonio es un sacramento, es incompatible
con el orden. Quizás este problema no tiene solución en la Iglesia Católica, no sólo a
causa de un largo condicionamiento histórico, sino porque hace falta el ambiente
profundamente ascético, estímulo para todos hacia una castidad auténtica, que suscita la
primacía de la vida monástica en la Iglesia. Al contrario, los delirios contemporáneos
con relación a la realización del hombre a través de una "libre" sexualidad, arrastran al
clero, sobre todo cuando la mayoría de los sacerdotes, según Olivier Clement, han sido
"puestos a parte" demasiado jóvenes, debido a una concepción individualista y
sentimental de la "vocación", y, por lo tanto, pasan su crisis de adolescencia a los
cuarenta o cincuenta años.
3. Con relación a las segundas nupcias, hay que precisar que las normas canónicas con
relación a la unicidad absoluta del matrimonio del que es candidato al sacerdocio y de
su esposa, tienen relación con la esencia misma de la enseñanza de la Iglesia sobre el
matrimonio. La razón esencial es que la Iglesia no reconoce valor sacramental en su
plenitud más que al primer matrimonio, y los sacerdotes deben practicar, primero ellos,
lo que enseñan a los fieles. La indulgencia que se concede a los laicos para un segundo
matrimonio, no se concede a los sacerdotes.
1. Tratar del divorcio es siempre una cosa delicada, primero porque se toca a menudo
una realidad penosa, y segundo porque las posturas teóricas dependen, en gran parte, de
presupuestos confesionales y políticos. Por lo tanto, hay que acercarse a este misterio de
la existencia humana con mucho respeto y, además, tener presente el precepto
evangélico de no juzgar y la actitud de Jesús con la adúltera. La Iglesia insiste sobre el
STEPHANOS CHARALAMBIDIS
carácter único del matrimonio cristiano, según la imagen de la relación entre Jesús y la
Iglesia, y hemos hecho ver cómo el segundo matrimonio es una necesidad del "hombre
viejo" y no del Reino de los cielos. Sin embargo, el mensaje cristiano en este punto no
es una ley para imponer, sino un ideal atractivo a proponer. La Iglesia no pone leyes
como tiene que hacer el Estado, sino sólo inspira y santifica, porque su intención es
cambiar los corazones. Para sus hijos la Iglesia tiene que ser una madre misericordiosa y
no un poder jurídico impersonal. Es responsabilidad de los "padres espirituales" y de los
obispos ejercitar esta adaptación misericordiosa según el principio de "economía"
fundamental en el uso canónico del Oriente cristiano.
2. Según esta perspectiva, la Iglesia ortodoxa, con una aparente contradicción con su
propia naturaleza escatológica, deja a los divorciados la posibilidad de vivir la realidad
única del matrimonio cristiano en un marco que ellos han rehecho después de un primer
fracaso. La opinión de los juristas ortodoxos queda bien reflejada en el obispo Pierre
Lhuillier, de la jurisdicción del patriarcado de Mascú, cuando escribe: "Si Jesús enseña
claramente que el matrimonio no debe ser disuelto, él no dice que no pueda no serlo"1 .
Conclusión
Al término de esta investigación, por otra parte muy incompleta, se comprende cómo el
hombre y la mujer son complementarios no como funciones, sino en la compleja
totalidad de su existencia personal. El eros no es ya una fascinación impersonal de la
carne, o el uso del otro como medio de éxtasis, sino atención al otro para una comunión
de alma y cuerpo. En este difícil diálogo del verdadero amor, difícil de ajustarse y de
profundizar, pues necesita de una constante fidelidad, son dos personas que poco a poco
llegan a reconocerse en una existencia no ya dominadora o de desprecio, sino en al
comunión, en la reciprocidad del respeto, de la celebración y de la ternura, en una
existencia doble y única. En la orientación escatológica del cristiano que tiende a la
restauración virginal del ser humano, la oración de los esposos se puede formular en los
siguientes términos: "Concede, Señor, que amándonos el uno al otro, te amemos a ti".
Notas:
1
Cfr. «Le divorce selon la théologie et le droit canon de l'Eglise Orthodoxe» (Messager
Orthodoxe de l'Exarchat du Patriarche Russe en Eur. Occ., París 1969, n. 65, pp. 26-36).