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-Con claridad soñó que el que lo creaba, moría.

Al día siguiente no pudo despertar


ninguno de los dos. -Dibujo, (Ana María Mopty de Kiorcheff).
-En mitad de la noche, la sábana se despertó y salió a trabajar. (Eugenio Mandarini).

-Cuando se abrieron las puertas del infierno descubrimos que la mayoría de los
demonios ya estaban fuera. (Anónimo)
-Antes de caer pude ver cómo mis sueños se escapaban rápidamente por los pasillos
del metro. (Ricardo Reques).
-Mi pareja me pidió un poco de tiempo. Yo retrasé 5 minutos el temporizador de la
bomba. (Anónimo)
-El ciego agonizante descubrió que le esperaba una oscuridad mayor que la que le
había envuelto en vida. -Al otro lado.
-Con dos años se subió al tobogán más alto del parque y se tiró de cabeza. Su madre
aún sigue esperando a que baje. -David Generoso.
-Mientras subía y subía, el globo lloraba al ver que se le escapaba al niño. (Miguel Saiz
Álvarez).
-El escenario del crimen estaba lleno de actores. Todos muertos.
-Cuando estaba escribiendo el cuento más breve de su vida, la muerte escribió otro más
breve todavía (Juanjo Ibáñez).
-Despertaron en la misma cama, pero cada uno estaba en otro lugar desde hacía
tiempo. -David Generoso.
– Cuando la Muerte vino a reclamar su alma el jugador dijo que la había perdido en una
apuesta.
El suicida se cuelga del cuello con el cable telefónico. La ciudad queda a oscuras.
(Antonio Di Benedetto).
-No tuvo que apretar el gatillo: bastó que lo forzara a morderse la lengua. -Lengua de
víbora (Jaime Valdivieso).
Ya casi estábamos llegando al pueblo cuando la autoestopista dijo: “En esa curva me
maté”
Le regaló un collar de luciérnagas para volver a ella de noche. A los dos meses murieron
los insectos y él ya no supo encontrarla. -David Generoso.
-Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. -El Dinosaurio (Augusto
Monterroso).
Le propuso matrimonio. Ella no aceptó. Y fueron muy felices. -Enamorado.
-El terrorista llevaba una bomba de relojería en la mochila. Entró en pánico al ver que su
reloj se había parado. -Bomba.
-“Te devoraré”, dijo la pantera. “Peor para ti”, dijo la espada. -Amenazas (William
Ospina).
-“Yo te voy a sacar derecho, mocoso”, le dijo mi vecina al hijo y le dobló la espalda con
los golpes. 
 Me encantas, bruja, en tu vuelo nocturno. Así le dijo, lo que siempre había querido
escuchar. Pero siguió de largo. Era el día de los malos augurios. 
Los niños entraron a la casa y destrozaron las jaulas. La mujer encontró los cuerpos
muertos y enloqueció. Los pájaros no regresaron. -Pequeños cuerpos (Triunfo
Arciénegas).
-A la altura del sexto piso se angustió: había dejado el gas abierto. -El suicida (José
María Peña Vázquez).
Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios
y, antes de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde
hace catorce años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio. -La carta (Luis
Mateo Díez).
-Y luego, había el niño de nueve años que mató a sus padres y pidió al juez clemencia
porque él era huérfano. -Carlos Monsiváis.
Todo se imaginó Superman, menos que caería derrotado en aquella playa caliente y que
su cuerpo fundido, serviría después para hacer tres docenas de tornillos de acero, de
regular calidad. -Fundición y forja (Jairo Aníbal Niño).
Aquella mujer que, al cerrar con llave la puerta de su dormitorio en una casa
desconocida, oyó una débil voz entre las cortinas de la cama diciéndole: ‘Ahora estamos
encerrados por toda la noche’.

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