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“He tenido el privilegio de conocer personalmente a Jen Wilkin desde hace

varios años. Es una mujer que ha sido cautivada por el Dios de la Biblia, y
Nadie como Él es el resultado del tiempo que ha pasado contemplando Su
majestad. No somos restaurados espiritualmente contemplándonos a
nosotros mismos, sino al contemplar la belleza de nuestro Creador y
confesando: ‘Yo no puedo, pero Él sí puede’. Mi oración es que este libro te
ayude a profundizar en el conocimiento del único Dios y que, si perteneces
a Él, esto traiga paz y descanso a tu alma”.

Matt Chandler , pastor principal de The Village Church,


Dallas, Texas; presidente de Acts 29 (red de plantación de
iglesias), coautor de Redención

“En un mundo que ha humanizado a Dios y divinizado al hombre, Jen


Wilkin nos trae las mejores noticias que pudiéramos imaginar: nuestro Dios
es infinitamente más grande, más poderoso, más majestuoso y más
maravilloso de lo que pudiéramos comprender. Jen nos insta a levantar
nuestra mirada para meditar en Sus atributos y reconocer nuestros propios
límites con humildad. Al hacerlo, nuestros corazones se llenarán de gozo y
asombro ante semejante Dios, Aquel que se humilló para salvarnos y
amarnos”.

Nancy DeMoss Wolgemuth , autora; presentadora de radio,


Aviva nuestros corazones
“Mi esposa y yo amamos a Jen Wilkin. Ella representa una nueva
generación de mujeres evangélicas insatisfechas con el status quo
precisamente por su fidelidad a la Escritura. Su enseñanza es provocadora y
revolucionaria, pero no pretende ser algo novedoso. Este libro es totalmente
bíblico, y pinta un futuro alentador para el evangelicalismo”.

J. D. Greear , pastor principal de The Summit Church,


Durham, Carolina del Norte; autor de Gaining By Losing
[Ganando al perder ]

“Nadie como Él es mucho más que una lección de escuela dominical sobre
los atributos de Dios, pues despierta un sentir tanto de familiaridad como de
gozo en torno a las características del Altísimo a quien adoramos. Este libro
nos pone en nuestro lugar: por debajo del Dios que reina sobre todo”.
Kate Shellnutt , editora asociada de la revista Christianity Today , Her.meneutics

“Este libro me hizo desear que Jen Wilkin fuera mi mejor amiga. Pero más
que eso, me hizo agradecer que el Dios de Jen Wilkin es mi Dios. Es raro
encontrar libros que sean teológicamente ricos, graciosos, personales y
penetrantes, ¡así que no te pierdas este!”.

Nancy Guthrie , maestra de Biblia; autora de la serie de


estudios bíblicos Seeing Jesus in the Old Testament [Viendo a
Jesús en el Antiguo Testamento ]

“Muchas de nosotras atribuimos a Dios las características de nuestros


padres terrenales. En este estudio, Jen nos muestra el fundamento que
necesitamos para conocer y relacionarnos con nuestro Padre celestial: la
misma Escritura. Nadie como Él es un recurso útil que nos recuerda que
‘conocer al Santo es tener discernimiento’ (Pro 9:10)”.

Wendy Horger Alsup , madre; autora de Practical Theology


for Women [Teología práctica para mujeres ] y The Gospel-
Centered Woman [La mujer centrada en el evangelio ]

“¿Qué sucede cuando las mujeres aprenden sobre los atributos de Dios? ¡Lo
alaban por quien es Él! Jen Wilkin ha escrito un libro útil que presenta los
atributos que solo pertenecen a Dios y a la vez expone nuestras propias
tendencias de tratar de producir imitaciones en los demás o en nosotras
mismas. El conocimiento de Dios es fundamental para nuestra fe y nos
protege de la mala teología. Jen nos anima a ver cómo los atributos
incomunicables de Dios afectan nuestra propia espiritualidad”.

Aimee Byrd , autora de Housewife Theologian [Teóloga y ama


de casa ] y Theological Fitness [Salud teológica ]

“Este maravilloso libro está lleno de verdad y lleno de Dios, lo que significa
que es muy bueno para mi alma. Jen analiza los atributos de Dios y nos
recuerda todas las maneras en que no somos Dios ni tenemos que serlo. El
libro me bendijo como esposa, madre y cristiana. Si la verdadera sabiduría
empieza con el conocimiento de Dios y de nosotras mismas, entonces este
es un libro lleno de sabiduría”.
Trisha DeYoung , esposa de Kevin DeYoung, autor de ¿ Qué
enseña la Biblia realmente acerca de la homosexualidad? y
Súper ocupados

“Muchas de nosotras creemos que tendremos más tranquilidad y un mejor


conocimiento de nosotras mismas si exploramos nuestro ser interior. Sin
embargo, Jen Wilkin cree que un mejor conocimiento de uno mismo viene
de conocer y adorar a Aquel que es el conocimiento en Sí mismo. En Nadie
como Él , Jen nos invita a aprender cómo la naturaleza de Dios transciende
la nuestra, y por qué esas cosas que nos diferencian son buenas noticias. En
realidad, ¡son las mejores noticias!”.

Hannah Anderson , autora de Made for More [Hechas para


más ] y Humble Roots [Raíces humildes ]

“En mi ministerio con estudiantes universitarios, rara vez me preguntan


sobre moralidad o teología. Estos estudiantes piden sabiduría. Los jóvenes
anhelan saber cómo funciona el mundo y cómo funcionar bien dentro de él.
Jen nos encamina por el sendero correcto al llevarnos al punto de partida: el
asombro sobrecogedor ante nuestro Creador. Para que nuestras vidas tengan
sentido, debemos entender cómo lo eterno se conecta con lo terrenal. Este
es un recurso que me gustaría ver en las manos de todos nuestros
estudiantes”.

Ben Stuart , director ejecutivo de Breakaway Ministries


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#NadieComoÉl

Nadie como Él
10 maneras en que Dios es diferente a nosotras
Jen Wilkin

© 2019 por Poiema Publicaciones

Traducido del libro None Like Him: 10 Ways God Is Different from Us (and Why That’s a Good
Thing) © 2016 por Jen Wilkin. Publicado por Crossway, un ministerio editorial de Good News
Publishers; Wheaton, Illinois 60187, U.S.A.

A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de La Santa Biblia, Nueva
Versión Internacional © 1986, 1999, 2015, por Biblica, Inc. Usada con permiso. Las citas bíblicas
marcadas con la sigla NBLH han sido tomadas de La Nueva Biblia Latinoaméricana de Hoy © 2005,
por The Lockman Foundation; las citas marcadas con la sigla RVC, de La Santa Biblia, Versión
Reina Valera Contemporánea © 2009, 2011, por Sociedades Bíblicas Unidas.

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Contenido
Recomendaciones
Página de derechos
Introducción: Convirtiéndonos en mujeres que temen a Dios
1. Infinito
2. Incomprensible
3. Autoexistente
4. Autosuficiente
5. Eterno
6. Inmutable
7. Omnipresente
8. Omnisciente
9. Omnipotente
10. Soberano
Conclusión: Asombroso y maravilloso
Notas de texto
INTRODUCCIÓN

Convirtiéndonos en
mujeres que temen a Dios
Engañoso es el encanto y pasajera la belleza;
La mujer que teme al Señor es digna de alabanza.
Proverbios 1:30

Si cinco años atrás me hubieras dicho que un día escribiría un libro para
mujeres cristianas y que comenzaría con una cita de Proverbios 31, lo más
probable es que te hubiera respondido con alguna especie de insulto. Sin
duda, ningún otro capítulo de la Biblia se cita más que este cuando se trata
de dirigirse a las mujeres, así que entiendo que a muchas ya les resulte algo
empalagoso. En cuanto al asunto que nos ocupa, pienso que Proverbios
31:30 merece una segunda mirada —por lo que dice sobre las mujeres, pero
particularmente por lo que dice sobre Dios.
En casa de mi madre hay dos retratos pequeños y ovalados de un hombre
y una mujer que datan de finales del siglo XVIII. Ellos son David y Nancy
Coy de Homer, Nueva York, los bisabuelos de mi bisabuela por parte de mi
madre. Nos referimos a ellos cariñosamente como “los antepasados”,
ciudadanos honorables de estirpe congregacionalista y presbiteriana, cuyos
ceños fruncidos parecen decididos a impedir que la civilización decaiga.
Sus expresiones me hacen pensar que la vida no fue fácil para ellos. La cara
de Nancy es la misma que pondría alguien cuando no entiende un chiste.
Sospecho que si el pintor hubiera incluido el torso de Nancy,
descubriríamos que tenía Su Biblia bien agarrada. Ese retrato, al igual que
los demás retratos de mujeres de su época, es la imagen que nos viene a la
mente cuando escuchamos hablar de “una mujer que teme a Dios”. Hoy en
día nos suena arcaico, quizás hasta cómico, pero en los días de Nancy se
habría reconocido como un gran elogio, una referencia directa a Proverbios
31:30.
En la actualidad, si quisiéramos elogiar a una mujer por ser piadosa,
quizás diríamos algo como: “Está tan enamorada de Jesús”, o: “Su relación
con el Señor es tan profunda”. El retrato estereotípico de esta mujer sería
una de esas fotos que solemos ver en Instagram o Facebook: una mujer
sonriente con los brazos abiertos en un campo soleado y lleno de flores,
como si fuera una toma fija de Julie Andrews en la primera escena de La
novicia rebelde . No es la peor manera de imaginarse la piedad, pero es muy
distinta a la imagen de Nancy. Y eso me hace preguntarme por qué las
mujeres modernas tenemos un concepto tan diferente de la “mujer que teme
a Dios”. No estoy sugiriendo que Nancy tenía una mejor versión. En
realidad, me pregunto si una percepción correcta de esta mujer es más un
punto medio entre el ceño fruncido y la sonrisa empalagosa.
Una confesión que tal vez no te sorprenda tanto a estas alturas: Si tuviera
que escoger el versículo de la Biblia que más me haya impresionado, no
habría sido uno de Proverbios 31. Sería el versículo 10 del Salmo 111. Lo
encontré cuando tenía poco más de 20 años, una época en la que sentía una
necesidad urgente de crecer en sabiduría, pero no sabía por dónde empezar.
¿Debería estudiar teología? ¿Buscar una mentora? ¿Memorizar la Escritura?
En ese entonces, mi fe estaba marcada principalmente por un sentimiento:
mi profundo amor por Dios. Pero sabía que necesitaba sabiduría para
discernir cómo seguir al Dios que decía adorar. Y un día me topé con este
versículo, el cual contestó mi pregunta de una forma muy inesperada:

El principio de la sabiduría
es el temor del Señor (Sal 111:10).

Tuve que leerlo varias veces para asimilarlo. De todos los posibles puntos
de partida para hallar sabiduría, nunca se me habría ocurrido el temor del
Señor. No era un versículo que me motivara a empezar a cantar, abrir mis
brazos y dar vueltas en el campo como Julie Andrews. El Dios del que me
hablaban en mi infancia era un Papá dulce y súper cariñoso, igual que mi
padre terrenal. La idea del temor del Señor era extraña para mí. ¿Cómo
podría el camino de la sabiduría empezar por el temor del Señor? Mientras
leía el versículo, mis ojos querían sustituir la palabra temor por amor . ¿No
se supone que el principio de la sabiduría sea el amor del Señor? ¿Cómo es
que la Biblia dice que el amor perfecto echa fuera el temor, y luego dice que
el temor es el primer paso hacia la sabiduría?
Siempre vi a Dios como alguien accesible, como ese “Padre nuestro ” de
la Oración del Señor. Y lo es. Ciertamente es un Padre misericordioso y
glorioso. Pero el temor del Señor nos lleva a entender que Él es más que
eso. También está “en los cielos”, y Su nombre es santo. Es un Dios
cercano, pero también es trascendente. El temor del Señor nos lleva a
asimilar que ese Padre que ahora llamamos “nuestro” también es Señor del
universo y hace Su voluntad entre las naciones.
Sé que muchas no crecieron con un papá terrenal que fuese tierno y
cariñoso, mucho menos con la idea de que Dios fuera así. A pesar de que
conocemos la gracia de la salvación, muchas suponemos que Dios (al igual
que Nancy) siempre está mirándonos con el ceño fruncido. Sin embargo, la
Biblia nos describe a un Dios que ni nos recrimina ni nos consiente, un Dios
que es “Padre nuestro” y que a la vez está “en los cielos”. Para tener ese
balance hay que entender cómo el Salmo 111:10 usa la palabra temor . Y
para eso debemos recurrir a la Carta a los hebreos .
El autor de esta carta procuró distinguir entre el temor a la ira
consumidora de Dios y el temor a la santidad de Dios. Ambos nos hacen
temblar, pero solo el segundo nos lleva a la adoración y al arrepentimiento.
Por causa de Cristo, tú y yo no tenemos que llegar asustadas al aterrador y
estruendoso monte Sinaí; más bien llegamos con expectación al glorioso y
accesible monte Sión (Heb 12:18-24). Se nos exhorta a que “adoremos a
Dios como a Él le agrada, con temor reverente, porque nuestro Dios es
fuego consumidor” (vv 28-29). El verdadero temor al Señor está
caracterizado por un asombro reverente, no por un miedo que nos lleva a
huir.

El asombro reverente ante el Señor


es el principio de la sabiduría.
Cuando tememos correctamente al Señor, no nos conducimos como
aquellas que le tienen miedo. Cristo, nuestro Mediador, nos garantiza que
podemos acercarnos con confianza al trono de Dios. No temblamos como
los demonios, pues ellos temen a la ira de Dios, y con razón. Más bien,
nosotras temblamos como aquellas que comprenden que la ira de Dios hacia
nosotras fue propiciada en la cruz. Cuando tememos correctamente a Dios,
lo reconocemos por quien es en realidad: un Dios que no tiene límites y, por
tanto, totalmente diferente a cualquier persona o cosa que conozcamos. Si
queremos ser sabias, tenemos que empezar por aquí.
Pero consideremos el mensaje opuesto al Salmo 111:10. La Palabra de
Dios nos dice que el temor del Señor es el principio de la sabiduría, y
también nos dice que el temor del hombre es el principio de la necedad .
Esta es la doble exhortación de Proverbios 31:30 que necesitamos
comprender con urgencia:

Engañoso es el encanto y pasajera la belleza


[el temor del hombre es el principio de la necedad];
[pero] la mujer que teme al Señor es digna de alabanza
[el temor al Señor es el principio de la sabiduría].

Cuando perdemos de vista que Dios es majestuoso, inevitablemente


llenaremos ese vacío en nuestra visión con la “majestad” de alguien más.
Adoraremos a nuestro cónyuge o a un líder. Rendiremos culto a nuestros
hijos o a una amiga. Incluso sentiremos temor reverente hacia nosotras
mismas. Y esto es una completa necedad. No solo es insensato adorar a
alguien que no sea Dios, sino que es la mejor definición de la
irracionalidad. Y es agotador.
Así que el propósito de este libro es hacer a un lado los estereotipos para
presentar un concepto bíblico de la “mujer que teme a Dios”. En las páginas
siguientes quiero que consideremos la majestad de un Dios sin límites.
Además, quiero que meditemos en Sus perfecciones, de manera que lleguen
a ser para nosotras el objeto más racional de nuestra reverencia y asombro.
Tenemos que abandonar nuestra tendencia a exigir que otros sean —o
incluso que nosotras mismas seamos— lo que solo Él es.
La vida es demasiado corta y preciosa como para malgastarla temiendo a
las cosas equivocadas en las formas equivocadas. Propongo que
aprendamos un temor santo a un Dios como ningún otro. Solo entonces
podremos ser libres del temor al hombre, dejar de adorarnos a nosotras
mismas y así adorar a Dios con todo nuestro corazón. Quiero que lleguemos
a ser mujeres que temen a Dios en el verdadero sentido de la palabra, que
estemos firmes y gozosas al pie del monte Sión, ofreciendo una verdadera
adoración a nuestro Padre que está en los cielos. Y, al hacerlo así,
empezaremos a ser sabias.
1

Infinito

Un Dios sin límites

Señor, adoramos la gran variedad de Tus diseños,


El abismo desconocido de Tu providencia,
Demasiado profundos para ser expresados por mortales,
Demasiado oscuros para ser vistos por sentidos tan débiles.
Isaac Watts

El día en que nací, el médico que me trajo al mundo escribió claramente en


mi acta de nacimiento: 3.5 kg, 53 cm. Esta fue la primera prueba certificada
de que yo no era Dios.
Desde ese entonces presento evidencias diarias que confirman esa verdad,
pero ese 4 de febrero de 1969, mucho antes de que formara mi primer
pensamiento rebelde, pronunciara mi primera sílaba desafiante o diera mi
primer paso desobediente, el abismo entre la identidad de Dios y la mía ya
se había establecido firmemente por el simple hecho de que yo era medible.
Toda discusión sobre cómo Dios no es como nosotras debe iniciar con el
reconocimiento de que somos medibles y que Él no lo es. Dios es infinito,
no está sujeto a límites. Desafía cualquier medida. Su infinitud sustenta
todos Sus atributos: Su poder, conocimiento, amor y misericordia no solo
son grandes, sino que son infinitos e inmensurables. Nadie puede colocarlos
en una balanza ni medirlos con una regla.
Esto hace que la tarea de escribir un libro sobre los atributos de Dios sea
abrumadora. Uno de mis himnos favoritos habla de lo inmensurable que es
Su amor. El autor reflexiona sobre lo inútil que es tratar de captarlo:

Si pudiéramos llenar de tinta todo el mar,


y todo el cielo fuera un gran papel;
si cada hombre fuera un escritor
y cada tallo un pincel;
nunca podrían abarcar el amor de Dios,
pues se secaría todo el mar;
ni les alcanzaría el papel,
aun si fuese de cielo a cielo. 1

Soy una pobre escritora que trabaja con poca tinta y un pequeño papel. Y
mi tarea es compartir al menos unas pocas reflexiones sobre diez de los
atributos de Dios. Diez. Nunca he sido más consciente de mis límites. Pero
quiero hacer mi parte en este esfuerzo continuo por describir lo
indescriptible. Escritores fieles como Stephen Charnock, Arthur Pink, A. W.
Tozer y R. C. Sproul han explorado el carácter ilimitado de Dios para mi
gran beneficio, y lo han hecho con una profundidad que sobrepasa mi
capacidad. Sin embargo, en estas páginas espero reflejar la visión elevada
de Dios que tenían estos autores y así plantear una serie de preguntas
fundamentales: “Si sé que Dios es _______, ¿cómo afecta esto la manera en
que vivo?” ¿Qué cambio medible debería ocurrir como resultado de mi
meditación en los atributos inmensurables de Dios, tal como se describen en
la Biblia?

POR QUÉ NOS ENCANTA MEDIR


Como seres humanos limitados que somos, nos encanta medir.
Enumeramos, contamos, cuantificamos y calculamos. Si echas un vistazo
en tu despensa, notarás que cada envase te muestra el peso de su contenido.
Cada etiqueta te dirá la cantidad de calorías, grasa y carbohidratos que tiene
ese producto. Tu indicador de gasolina te señalará cuánto combustible hay
en tu tanque. El reloj te indicará cuánto tiempo tienes para preparar la cena.
Tu presupuesto te advertirá cuánto puedes gastar. Tu cuenta en las redes
sociales medirá tu círculo de amigos. Estamos felizmente rodeadas de
sistemas de medición.
Nuestra obsesión por medir no es una tendencia reciente. Los pueblos
antiguos llevaban un registro de los movimientos en los cielos; todavía
podemos ver algunos de esos instrumentos de medición en grabados sobre
piedras y círculos monolíticos. Ellos medían las mareas y las estaciones, el
paso del tiempo. La medición es una de las obsesiones más antiguas del ser
humano limitado, quien, al percibir sus propios límites, busca trascenderlos
mediante la cuantificación de su mundo. Medir las cosas nos da la
impresión de que las podemos controlar en cierta medida.
Una de mis películas favoritas es Hoosiers [Más que ídolos ] de 1986.
Narra la historia de un equipo de baloncesto de un pequeño pueblo en
Hickory, Indiana, que triunfó bajo el liderazgo de su entrenador, Norman
Dale. No es difícil predecir el final de la película, y la verdad es que la
música es un poco desesperante. Aparte de que Gene Hackman y Barbara
Hershey se ganaron el premio al beso más torpe en toda la historia del cine.
Pero a los 94 minutos sucede algo genial.
Habiendo llegado a las finales estatales en 1951, el equipo liderado por
Dale y formado por jóvenes granjeros del pueblo le dio un primer vistazo al
lugar donde se llevaría a cabo el juego del campeonato: un gimnasio
enorme, fácilmente diez veces más grande que los gimnasios de secundaria
donde habían estado jugando toda la temporada. Mientras los ojos de los
jugadores se agrandaban al ver aquel lugar, Dale sacó una cinta métrica.
Luego pidió a uno de los chicos que midiera y reportara la distancia que
había desde el tablero hasta la línea de tiro libre. Cuatro metros y medio.
Después pidió a otros dos jugadores que midieran la distancia desde el piso
hasta la red. Tres metros.
Dale, sonriendo levemente, hizo la siguiente observación: “Se habrán
dado cuenta de que son las mismas medidas que tiene nuestro gimnasio en
Hickory”.
La escena es brillante porque ilustra una verdad universal: ser capaz de
medir algo nos da seguridad. Nos da tranquilidad y una sensación de
control.
Los humanos tratamos de medir no solo nuestros entornos, sino también a
nuestros semejantes. Cuando conocemos a alguien, o consideramos la
viabilidad de un candidato político, o entrevistamos a alguien para un
trabajo, evaluamos sus puntos fuertes y débiles. “Medimos” su carácter y
sus habilidades, por así decirlo. Tratamos de cuantificar sus atributos, de
juzgar cuán dignos son de nuestra confianza o apoyo, y de mantener
expectativas razonables respecto a esa persona.
Igualmente nos medimos a nosotras mismas y a otros para hacer
comparaciones. Preguntas como: “¿Soy inteligente?”, “¿Soy rico?” o “¿Soy
una persona moral?” se responden con: “¿Comparado con quién?”.
Escogemos nuestras referencias con mucho cuidado, y solemos aseguramos
de medirnos favorablemente al rodearnos de personas cuyas deficiencias
nos hacen sentir superiores. Nos convencemos de que, comparadas con X,
sin duda somos bastante inteligentes, ricas o morales. Pero a menos que nos
comparemos con alguien que sea más inteligente, más rico y más moral que
nosotros, preservaremos el mito de nuestra propia supremacía. Creeremos
que no tenemos rival. Y es aquí donde un Dios inmensurable comienza a
derrumbar nuestra supuesta grandeza.

EL DIOS INMENSURABLE QUE MIDE


Para la mente humana, que siempre quiere cuantificar la creación y sus
habitantes para así controlar y sentirse superior en comparación, la Deidad
presenta un problema. El Dios de la Biblia es infinito —inmensurable,
incalculable, incontenible, libre, totalmente ilimitado. Por más que
insistamos, nunca tendremos sus medidas. No podemos confinarlo a límites
físicos o mentales. No podemos controlarlo, y nunca nos sentiremos
superiores al compararnos con Él. Zofar, el compañero de Job, expresó muy
bien nuestro dilema:

¿Puedes adentrarte en los misterios de Dios


o alcanzar la perfección del Todopoderoso?
Son más altos que los cielos;
¿qué puedes hacer?
Son más profundos que el sepulcro; ¿qué puedes saber?
Son más extensos que toda la tierra;
¡son más anchos que todo el mar! (Job 11:7-9).

David alabó la infinitud de la grandeza de Dios:

Grande es el Señor, y digno de toda alabanza;


su grandeza es insondable (Sal 145:3).

Salomón reconoció lo ilimitado que es Dios:

Pero ¿será posible, Dios mío, que Tú habites en la tierra? Si los cielos,
por altos que sean, no pueden contenerte, ¡mucho menos este templo que
he construido! (1R 8:27).

Paradójicamente, Aquel que es inmensurable es la medida de todas las


cosas. Observa este hermoso contraste en Isaías 40:

¿Quién ha medido las aguas con la palma de su mano,


y abarcado entre sus dedos la extensión de los cielos?
¿Quién metió en una medida el polvo de la tierra?
¿Quién pesó en una balanza las montañas y los cerros?
¿Quién puede medir el alcance del Espíritu del Señor,
o quién puede servirle de consejero? (Is 40:12-13)
En pocas palabras, ¿quién ha medido todo? Dios lo ha hecho. ¿Quién ha
medido a Dios? Nadie.
En una paradoja impresionante, el Dios inmensurable dio medidas para
arcas y tabernáculos, templos y ciudades. El Dios que no tiene restricciones
pone límites a los océanos. Cuenta los pelos que hay en cada cabeza.
Enumera las estrellas y los granitos de arena. Nuestro Dios establece la
longitud de nuestras extremidades y la circunferencia de nuestro cráneo.
Mide nuestros días, que son breves, con la palma de Su mano, y lo hace con
amor y propósito. Todas Sus medidas son perfectas. Todo lo que hace está
perfectamente limitado. Sin embargo, Él es infinito: sin límites, sin
medidas, sin restricciones.

UN DIOS SIN LÍMITES


Lo que Zofar expresó, lo que David y Salomón adoraron, lo que Isaías
comprendió fue esto: Dios no tiene rivales. No solo eso, sino que mide y
decreta los límites de Su creación. Como seguidoras de Cristo, debemos
dedicarnos por completo a identificar y celebrar los límites que Dios ha
decretado para nosotras. En amor, nos enseña esos límites a través de Su
Palabra, de las pruebas y de la disciplina. Nos humilla a través de esos
medios para recordarnos que no somos Dios, y tampoco lo es nadie que
conozcamos.
No hay nadie como nuestro Dios. El Dios de la Biblia es incomparable e
infinitamente superior a toda Su creación. Afirmar que alguien o algo es
como Él es tratar de expresar lo ilimitado en términos limitados. Cualquier
comparación sería insuficiente. Cuando tratamos de expresar las
perfecciones de Dios, nos enfrentamos a la misma dificultad de los
escritores bíblicos cuando intentaron buscar un lenguaje adecuado para
describir las visiones celestiales. Sin embargo, debemos empeñarnos en
intentarlo. Al igual que los israelitas, con sandalias todavía húmedas por la
arena del Mar Rojo, sentimos el peso de la pregunta que queda suspendida
en el aire:
¿Quién, Señor, se te compara entre los dioses?

¿Quién se te compara en grandeza y santidad?


Tú, hacedor de maravillas,
Nos impresionas con Tus portentos (Éx 15:11).

También el salmista se maravilló:

¿Quién como el Señor nuestro Dios,


que tiene Su trono en las alturas
y se digna contemplar los cielos y la tierra? (Sal 113:5-6).

Sin duda, la respuesta es nadie. La creación, con límites de tiempo y


espacio, no puede competir con las magnificencias de un Dios sin límites —
y mucho menos expresarlas plenamente. Sin embargo, desde los primeros
momentos de nuestra existencia, nuestra intención ha sido competir con Él.

SER COMO DIOS


Tan pronto como mi primer hijo pudo gatear, comenzó a explorar los límites
de su mundo. ¿Qué se le permitía tocar? ¿Qué estaba fuera de sus límites?
Cualquier padre o madre puede decirte con seguridad que si colocas a un
niño en una habitación vacía con veinte objetos diferentes, de los cuales
puede tocar todos excepto uno, ocurrirá un fenómeno interesante. Al
principio quizás jugará contento con aquellos objetos que puede tocar, pero
en poco tiempo volteará su mirada hacia el objeto prohibido. Pronto
comenzará a acercarse a ese objeto; quizás extienda una mano hacia él, pero
sin tocarlo de verdad. Una suave advertencia verbal quizás lo lleve a desviar
la mirada hacia uno de los padres y a reconsiderar sus acciones, pero al
final, a menos que uno de ellos intervenga físicamente, es casi seguro que
pondrá las manos sobre el único objeto de los veinte que sabe no era para
él.
Recuerdo que traté de disimular mi risa al ver este proceso. El dilema
moral de mi hijo era muy evidente, y resultó cómico tanto por su honestidad
como por su familiaridad. No superamos el deseo de poner a prueba
nuestros límites. Con los años, quizás desarrollemos suficiente dominio
propio como para no meter nuestros dedos mojados de baba en los
tomacorrientes eléctricos ni escribir nuestros nombres en la pared con
marcador permanente, pero seguiremos insistiendo en hacer aquello que no
debemos hacer, en alcanzar aquello que no debemos tocar. Nos encanta
pasarnos de la raya, exceder los límites y saltarnos la valla porque llevamos
en nuestro interior la creencia distorsionada de que nuestro Padre celestial
quiere privarnos de algo que es necesario o placentero. Aun cuando
disfrutamos de Sus bendiciones, somos muy conscientes de los límites que
ha establecido, y cuestionamos su validez. Aunque nos da diecinueve
objetos y nos advierte para que nos alejemos de un peligro, sospechamos
que no se trata de algo peligroso, sino de algo deseable.
Vemos este mismo patrón en las primeras páginas de la Biblia. Nuestros
padres, Adán y Eva, que fueron colocados en un ambiente diseñado con
amor para su seguridad y deleite, confundieron el haber sido creados a la
imagen de Dios como un permiso para ser como Dios. No fue suficiente
llevar Su imagen dentro de los límites de la existencia humana. No, tenían
que ser iguales a Él. El Creador les estaba ocultando algo. Pero una voz
astuta les sugirió que podrían llegar a vivir sin límites:

Pero la serpiente le dijo a la mujer: — ¡No es cierto, no van a morir! Dios


sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y
llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal (Gn 3:4-5).

Y así fue que lo finito quiso alcanzar lo infinito, y a partir de ese


momento empezamos a ver este patrón destructivo en la historia humana.

¿REFLEJO O RIVAL?
Así ha sido desde entonces: los seres humanos que fueron creados para
llevar la imagen de Dios quieren llegar a ser como Dios . Fuimos diseñados
para reflejar Su gloria, pero escogemos competir con ella. Lo hacemos
cuando queremos aquellos atributos que solo son aplicables a Dios, aquellos
que pertenecen únicamente a un Dios sin límites. En lugar de adorar y
confiar en la omnisciencia de Dios, deseamos saberlo todo. En vez de
celebrar y reverenciar Su omnipotencia, procuramos el poder absoluto en
nuestras propias esferas de influencia. En lugar de descansar en la
inmutabilidad de Dios, resaltamos nuestros patrones pecaminosos y nos
declaramos inmutables e inalterables. Al igual que nuestro padre Adán y
nuestra madre Eva, anhelamos aquello que está designado exclusivamente
para Dios. Lo hacemos al rechazar los límites que Dios ha establecido para
nosotras y al desear —e incluso exigir— esa libertad de los límites. Aun
como personas redimidas, anhelamos el fruto prohibido de la rivalidad.
Los teólogos han elaborado dos listas que describen a Dios. Una lista
contiene atributos que se aplican exclusivamente a Dios. La otra contiene
atributos que se aplican a Dios y también a nosotras.

Dios es
Solo Dios es
(y nosotras podemos ser)

Infinito Santo

Incomprensible Justo

Autoexistente Amoroso

Autosuficiente Justo

Eterno Bueno

Inmutable Misericordioso

Omnipresente Compasivo

Omnisciente Paciente

Omnipotente Celoso (por Su gloria)

Fiel

Recto

Veraz

Cada uno de los atributos en ambas listas se aplica perfectamente a Dios.


Después de que el Espíritu Santo habita en nuestro interior, la lista de la
derecha puede aplicarse a nosotras. A medida que caminamos en
obediencia a los mandamientos de Dios, iremos madurando en cada una de
estas áreas. Cuando hablamos de ser “[transformadas] según la imagen de
[Cristo]”, esta es la lista a la que nos referimos. Nos muestra cómo reflejar
quien es Dios como lo hizo Cristo.
El problema que quiero examinar en las páginas de este libro tiene que
ver con la manera en que tratamos la lista de la izquierda. A pesar de que
solo se aplica a Dios, queremos que sea aplicable a nosotras. Pone de
manifiesto la manera en que intentamos competir con Dios. Nos gusta esta
lista de atributos más que la de la derecha. Si quieres comprobar esta
verdad, hazte estas dos preguntas:

1. ¿Cuántas personas se pasan el día pensando en cómo mostrar un amor


ilimitado hacia otros?
2. ¿Cuántas personas se pasan el día pensando en cómo obtener un poder
ilimitado sobre otros?

Aunque sabemos que la lista de la derecha es para nuestro bien y para la


gloria de Dios, nos sentimos atraídas a la lista de la izquierda, una lista que
no es para nuestro bien ni busca dar gloria a Dios. En realidad, busca
robarle Su gloria. Es una lista que nos susurra, como la serpiente susurró a
Eva: “…llegarán a ser como Dios”. La inclinación natural del corazón
pecaminoso es a codiciar esta lista, pero debido a que se nos ha dado un
nuevo corazón con nuevos deseos, debemos aprender a desear la lista de la
derecha. Esa lista representa la vida abundante que Jesús vino a darnos.
Así que este libro se ocupará de la lista de atributos que solo se aplican a
Dios. Examinaremos las formas en que invertimos nuestro tiempo y
nuestros esfuerzos para poder cumplir con esta lista y así liberarnos de
nuestros límites como seres finitos. Y aprenderemos a dejarle esta lista al
Dios infinito.
Debemos recuperar la verdad que fue oscurecida por la serpiente: en
lugar de ser como Dios en Su divinidad ilimitada, somos llamados a ser
como Dios dentro de los límites de nuestra humanidad. La única forma en
que podremos llevar Su imagen apropiadamente es aceptando nuestros
límites. Llevar Su imagen significa ser totalmente humano, no ser divino.
Significa ser seres limitados que reflejen las perfecciones de un Dios sin
límites.
Nuestros límites nos enseñan el temor al Señor. Son advertencias que nos
guardan de creer erróneamente que podemos ser como Dios. Cuando
alcanzo el límite de mi fuerza, adoro a Aquel cuya fuerza nunca flaquea.
Cuando alcanzo el límite de mi razón, adoro a Aquel cuya razón es
insondable.
Así que es lógico que nuestra egolatría trate con frecuencia de
convencernos de que somos (o deberíamos ser) ilimitadas. Pero no solo nos
rehusamos a aceptar nuestros límites, sino que tendemos a querer lo mismo
para los demás.

¿POR QUÉ NO DURAN LAS LUNAS DE MIEL?


Sucede tarde o temprano en toda relación: alguien te decepcionará. Solemos
tener un término que describe las primeras etapas de una relación: “la fase
de la luna de miel” —ese tiempo donde todo es color de rosa y todo parece
posible, menos la decepción. Amamos la fase de la luna de miel porque no
requiere esfuerzo. La otra persona en la relación se ha mostrado totalmente
digna de nuestro amor y confianza, y no podemos creer que invertimos
tanto tiempo en relaciones que nos parecían inaceptables cuando era posible
tener este tipo de conexión. Es un deleite colmar de afecto a esa persona.
Siempre será así.
Pero de repente pasa algo —una llamada telefónica sin contestar, una
opinión de la que no estábamos al tanto, una mala costumbre que no
habíamos notado, un defecto de carácter que ocultaba, algún punto débil.
Descubrimos que esa persona —nuestro héroe, nuestro cónyuge o nuestra
mejor amiga— no es tan digna de amar. Ha sido puesta en la balanza y no
pesa lo que debería pesar. Y viene la desilusión. Nos enfrentamos con un
dilema: ¿Trataremos de subirlos nuevamente al pedestal que ocupaban
durante la fase de la luna de miel o dejaremos que sean lo que realmente
son?
Asumo que estás familiarizada con este ciclo en las relaciones. Todas lo
hemos experimentado. Algunas tuvimos un padre que veíamos como un
superhéroe hasta que llegamos al comienzo de la edad adulta. Otras hemos
tenido alguna amiga cercana que pensábamos era digna de toda nuestra
confianza, hasta que no lo fue. Algunas hemos tenido pastores o esposos o
líderes políticos que creíamos nunca nos decepcionarían, para luego
descubrir que ellos también tenían sus límites. No es casualidad que nos
refiramos a este tipo de decepción como la caída de un ídolo. Cuando le
pedimos a otro ser humano que sea infinitamente digno de confianza en
cualquier área, le estamos pidiendo a un humano que sea Dios.
Por eso Jesús nos instruye sobre cómo amar a aquellos que no son más
que humanos limitados (Mt 22:34-40). Nos llama a amar a Dios y al
prójimo tan ilimitadamente como nos sea posible. Sin embargo, para amar
así debemos aprender a morir diariamente a nuestra inclinación a medir y
comparar nuestros límites.
O, en realidad, quizás tendremos que aprender a medir como Dios mide, a
contar como Dios cuenta.
Él cuenta nuestras aflicciones. No son infinitas. Son medibles: se pueden
contar, se pueden contener, se pueden registrar:

Tú llevas la cuenta de mis huidas;


Tú has puesto mis lágrimas en Tu redoma;

más bien, las has anotado en Tu libro (Sal 56:8 RVC).

Él mide nuestros pecados, pero Su inmensurable gracia los sobrepasa.


Somos seres finitos, así que el número de nuestros pecados es finito:

Pero, allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia


(Ro 5:20).

Él no lleva la cuenta de nuestros pecados para usarlos en nuestra contra,


gracias a Cristo:

¡Dichosos aquellos a quienes


se les perdonan las transgresiones
y se les cubren los pecados!
¡Dichoso aquel cuyo pecado
el Señor no tomará en cuenta ! (Ro 4:7-8).
Por esta razón, Dios nos insta a que aprendamos a considerar a los demás
como Cristo nos considera a nosotros:

No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad


consideren a los demás como superiores a ustedes mismos
(Fil 2:3).

Nos llama a reconsiderar las medidas de nuestros logros humanos:

Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia , ahora lo considero
pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón
del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he
perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo (Fil 3:7-8).

Y cambia de maldición a bendición la medida de nuestra adversidad:

Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que


enfrentarse con diversas pruebas (Stg 1:2).

¿Será que este proceso de crecer en el temor del Señor es solo cuestión de
volver a aprender cómo contar? Al aprender a adorar a Dios por lo
inmensurable que es, al aprender a medir nuestro pecado, las circunstancias
y a otros con precisión, podríamos finalmente decir junto con David:
“Bellos lugares me han tocado en suerte; ¡preciosa herencia me ha
correspondido!” (Sal 16:6). Esa es la mentalidad que nos llevará a dejar la
rivalidad y a empezar la reflexión.
Nuestras actas de nacimiento anuncian que somos limitados. Nuestros
límites son por diseño. Negar o aceptar esta verdad básica marcará la
diferencia en la manera en que amemos a Dios y a los demás. Mi oración es
que, a medida que vayas leyendo esta descripción limitada de un Dios sin
límites, incremente tu dependencia en Dios, quien es infinitamente
confiable.
Nota : Al final de cada capítulo encontrarás versículos, preguntas y una
oración para ayudarte a recordar y aplicar lo que has leído. Considera llevar
un diario en el que copies o escribas en tus propias palabras cada uno de los
versículos sugeridos para meditar, anotando lo que cada uno de ellos aporta
a tu comprensión del atributo que se trató en el capítulo. Luego puedes
contestar las preguntas y escribir una oración en respuesta a lo que el
Espíritu te ha ido mostrando.

VERSÍCULOS PARA MEDITAR


1 Reyes 8:27
Salmo 119:96
Isaías 40:12-13
Job 11:7-9
Salmo 145:3
Romanos 11:33

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR


1. ¿Cuál es tu reacción emocional ante la idea de que Dios no puede ser
medido?

2. ¿Cómo has intentado “medir” a Dios? ¿Qué límites has puesto (o has
querido poner) a Su carácter o voluntad?

3. ¿Contra cuáles limites o barreras de las que Dios ha establecido te da


más ganas de rebelarte? ¿Cómo puede esa barrera ser para tu bien? ¿Y
para la gloria de Dios?

4. ¿Hay alguien en tu vida cuyos límites te cueste aceptar? ¿Hay alguien


en tu vida que necesite aprender a aceptar los tuyos? ¿Cómo podrías
establecer límites que muestren amor en esa relación?

ORACIÓN
Escribe una oración al Señor pidiéndole que te muestre las maneras en que
has tratado de “medirlo”. Pídele que te muestre cómo tu propia limitación
puede darle gloria. Pídele que te muestre las maneras en que has pensado
que Él tiene límites en cuanto a quién es o a lo que puede hacer. Alábalo
porque es inmensurable.
2

Incomprensible

Un Dios infinitamente misterioso

Grande es el Señor, y digno de toda alabanza;


Su grandeza es insondable.
Salmo 145:3

Todo el que haya crecido en un pueblo pequeño seguramente ha


comprobado que nadie es profeta en su propia tierra.
En mi pueblo natal, aunque no es terriblemente pequeño, nos
sorprendemos bastante cuando alguno de nosotros triunfa. Es lo que llamo
el síndrome de pueblo pequeño. Cuando conocemos a los padres de alguien,
la iglesia a la que asistía y la casa donde creció —y sobre todo si
estudiamos con esa persona en la escuela— nos sentimos capaces de
cuantificar los límites de su potencial con bastante precisión. Creemos saber
quién no llegará muy lejos en la vida, y cuando alguno sobrepasa nuestras
expectativas, nos choca tanto que se convierte en la comidilla del pueblo
durante años.
Una amiga creció en el mismo pueblo que un actor famoso de
Hollywood. Cuando le pregunté si hubo algunos indicios tempranos de
grandeza, mi amiga me dijo que solo recordaba que era bien parecido y
conocido por las chicas del lugar como “uno que besaba mal”. (Ahora cada
vez que lo veo en la pantalla besando a alguna actriz, no puedo evitar
buscar señales de rechazo en la cara de la mujer).
Sospecho que en la vida de toda persona exitosa hay quienes ven su éxito
con cierto menosprecio por “haberlos conocido cuando…”. Y todas
podemos identificarnos en alguna medida con la experiencia de ser
desacreditadas o subestimadas por las personas que nos rodean. Considera
este otro caso del síndrome de pueblo pequeño:
Salió Jesús de allí y fue a Su tierra, en compañía de Sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga.
— ¿De dónde sacó este tales cosas? —decían maravillados muchos
de los que le oían—. ¿Qué sabiduría es esta que se le ha dado? ¿Cómo
se explican estos milagros que vienen de Sus manos? ¿No es acaso el
carpintero, el hijo de María y hermano de Jacobo, de José, de Judas y
de Simón? ¿No están Sus hermanas aquí y con nosotros?
Y se escandalizaban a causa de Él. Por tanto, Jesús les dijo:
— En todas partes se honra a un profeta, menos en su tierra, entre sus
familiares y en su propia casa (Mr 6:1-4).
Las personas de Nazaret pensaban que conocían a Jesús, y esa
familiaridad les llevó a despreciar Su enseñanza. No podían tolerar que
fuera algo más de lo que sabían que era. Creían que su conocimiento de Él
era completo y preciso, y por eso les resultó fácil desecharlo. Lo vieron
como un simple hombre, uno a quien podían medir.

UN CONOCIMIENTO LIMITADO
En el capítulo anterior vimos que Dios no es medible. Como parte del
propósito de este libro es aprender más acerca de Dios, debemos hablar
sobre cómo esa ausencia de límites afecta Su cognoscibilidad (posibilidad
de ser conocido). Es importante que sepamos quién es Dios, pues no solo
afecta la manera en que pensamos sobre Él, sino la manera en que
pensamos sobre nosotras mismas. El conocimiento de Dios y de uno mismo
siempre van de la mano. En realidad, no hay un verdadero conocimiento del
yo sin el conocimiento de Dios. No podemos entender correctamente
nuestras propias limitaciones como seres humanos hasta que nos
comparamos con un Dios sin límites. Al aprender lo que es verdadero
respecto a Él, aprendemos lo que es verdadero respecto a nosotras mismas.
Pero ¿qué tanto le conocemos? Al no tener límites, el conocimiento de Dios
se extiende al infinito.
Dios es incomprensible. Esto no quiere decir que no pueda ser conocido,
pero sí quiere decir que no puede ser plenamente conocido. Sus hijos tienen
el privilegio y el deber de dedicar sus vidas, tanto esta como la venidera, a
descubrir quién es Él. Según Jesús, conocer a Dios es el objetivo
fundamental de la vida: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el
único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú has enviado” (Jn 17:3). Es
un placer esforzarnos para crecer en nuestro conocimiento de Él.
Todo a nuestro alrededor nos habla acerca de quién es Dios. Romanos 1
dice que todo el que pueda contemplar la creación sabe algo sobre Dios. El
Gran Cañón dibuja los contornos de Su carácter con grandes pinceladas: Su
majestad, Su eternidad, Su omnipotencia —todas se anuncian a simple
vista. Pero el creyente, en quien mora el Espíritu Santo, puede obtener un
conocimiento aun más profundo de Dios por medio de la Biblia. La
Escritura bosqueja Su carácter con una pluma de punta fina para aquellos
que tienen ojos para ver, elaborando a través de sesenta y seis libros la
historia de quién es Él, de lo que ha hecho y de lo que hará.
Habiendo dicho esto, la realidad es que como humanos no podemos
conocer completamente a Dios. Los cristianos llevan miles de años
meditando en la naturaleza y el carácter de Dios. Se han escrito muchos
libros sobre Dios, pero la suma de ellos no contiene la plenitud de Sus
atributos. Una mente finita no puede comprender ni explicar completamente
a un Dios infinito. Incluso el teólogo más talentoso se quedará corto en su
comprensión de quién es Dios. Solo Él se conoce plenamente a Sí mismo.
Dicho de otra forma: el único experto en Dios es Dios mismo.

SUFICIENTE CONOCIMIENTO
Pero no temas: aunque no podamos conocerlo plenamente, podemos
conocerlo lo suficiente . Lo que nos revelan la creación y la Biblia es
suficiente para nuestra salvación y santificación. No solo eso, sino que es
más que suficiente para mantenernos contemplándolo y reflexionando hasta
que le veamos cara a cara. Si pudiéramos conocerlo plenamente, le
tendríamos en poco.
No terminaremos de contemplar a Dios en esta vida. Aunque solo le
conozcamos parcialmente, le amamos profundamente. Si Él decidiera
revelarnos lo que no sabemos sobre Él, esa información solo nos llevaría a
amarle más. Sin duda, en la eternidad disfrutaremos de una revelación cada
vez mayor de las cosas que aún no sabemos sobre Dios. Como es
infinitamente bueno, podemos estar seguras de que todo lo que Él no haya
querido revelar sobre Sí mismo también es bueno.
No podemos afirmar lo mismo acerca de nosotras mismas o de los demás.
Si pudieras saber todo lo que no sabes sobre mí, sabrías tanto lo bueno
como lo malo. Todos tenemos trapos sucios ocultos en el armario. En un
sentido, Dios tiene un armario lleno de secretos infinitos sobre Sí mismo,
pero solo contiene tesoros invaluables, no trapos sucios. Si conociéramos
los atributos secretos de Dios, solo producirían en nosotros mayor deleite y
seguridad. Lo desconocido de Dios no debe llevarnos a temer una posible
duplicidad que destruya nuestra fe, sino a anhelar la infinidad de
perfecciones que estaremos descubriendo por toda la eternidad.
Aquí volvemos a ver la inmensa diferencia entre Dios y Sus criaturas.
Debido a que Dios es infinito, es incomprensible —no puede ser conocido
plenamente. Debido a que los seres humanos somos finitos, sí podemos ser
conocidos plenamente. Y las implicaciones de esa cognoscibilidad deberían
afectar la manera en que vivimos.

DERRIBANDO EL MITO DE LA INCOMPRENSIBILIDAD

HUMANA
La primera vez que tomé un test de personalidad fue en la universidad. Era
el test de Meyers-Briggs, un indicador muy bien fundamentado que
clasifica a los participantes en una de dieciséis personalidades diferentes
según sus respuestas a noventa y cuatro preguntas. No podía esperar a tener
los resultados, y si alguna vez has tomado un test de personalidad seguro te
sentiste igual. Nos gustan estas pruebas porque nos informan sobre nuestro
tema favorito: nosotras mismas.
Los resultados de mi prueba fueron claros, colocándome en una categoría
que quizás no sorprendería a nadie que me conociera. Lo único confuso
fueron mis sentimientos respecto a los resultados. Por un lado, me encantó
comprender mejor cómo mis preferencias y juicios determinaban mis
respuestas al mundo que me rodeaba. Por otro lado, me sentí un poco
desanimada al saber cuán predecible podía ser. ¿Cómo podía una serie de
preguntas comunes y corrientes clasificarme tan fácilmente en la categoría
correcta? Y ¿por qué había tan pocas categorías? Pensándolo bien, ¿por qué
tenía que haber categorías? Ya no me veía tan “única”. No solo eso, sino
que la prueba valoraba tanto mis fortalezas como mis debilidades. Sentí que
se había revelado un secreto. Si el test podía diagnosticar mis defectos con
tanta facilidad, entonces seguramente todo el que me conoce podría hacer lo
mismo.
La premisa del test de Meyers-Briggs, y de todos los demás test de
personalidad, es que las conductas y las preferencias pueden generalizarse.
Encuentran orden en lo que percibimos como combinaciones aleatorias de
preferencias y juicios. Y desafían nuestra apreciada creencia de que somos
criaturas complejas. Creo que también señalan lo diferentes que somos de
Dios: Los seres humanos queremos pensar que somos incomprensibles, que
no se nos puede comprender plenamente, pero no es así.
Podemos ser conocidos. Totalmente.
Pero no mediante un test de personalidad o por otra persona. Los demás
pueden comprender nuestras fortalezas y debilidades, nuestras virtudes y
defectos, mediante la observación o con indicadores como el de Meyers-
Briggs, pero no pueden conocernos plenamente. Una de las razones por las
que esto es cierto es que somos expertos cuando se trata de ocultar lo que
no queremos revelar, incluso de aquellos que amamos y en quienes
confiamos. Tenemos una gran habilidad para mostrar nuestras mejores
cualidades y esconder nuestros defectos. Y como a la mayoría de las
personas no les interesa explorar las profundidades de nuestro carácter, nos
salimos con la nuestra. “El hombre mira la apariencia exterior” (1S 16:7
NBLH), y se contenta con ello, pues está tan enfocado en esconder sus
propios defectos que tiene poco tiempo para interesarse en los defectos
ocultos del prójimo.
No, nuestro prójimo no puede conocernos plenamente, pero mucho más
preocupante es que nosotras no nos conocemos plenamente a nosotras
mismas, pues no podemos. Una de las verdades más aterradoras que la
Biblia nos ruega que admitamos es que no conocemos nuestros propios
corazones. Al reflexionar sobre esto, el salmista preguntaba: “¿Quién es
consciente de sus propios errores?” (Sal 19:12). El profeta Jeremías advertía
que nuestros corazones se caracterizan ante todo por un engaño
generalizado que nos impide conocernos a nosotros mismos:

Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio.


¿Quién puede comprenderlo? (Jer 17:9).

No conocemos nuestros propios corazones. Tengo plena consciencia de


esta verdad cada vez que escucho un sermón sobre el tema del pecado.
Conforme el predicador va desarrollando su exposición sobre el pecado X,
comienzo a elaborar una lista mental de todas las personas que conozco que
deberían escuchar este mensaje y arrepentirse. Repaso las listas de aquellos
que me han ofendido con ese pecado X, pensando cómo puedo mostrarles la
sabiduría de este sermón de manera casual para abrirles los ojos. Pero raras
veces se me ocurre que el mensaje es para mí. Soy tan ajena a mis propias
inclinaciones pecaminosas que escucho el sermón para juzgar a otros, en
lugar de juzgar mi propia condición. Estoy tan ciega a mi propia esclavitud
al pecado X que no me doy cuenta de que esa amonestación es para mí .

CONOCIBLE Y CONOCIDA
Quiero creer que soy un caso especial, la excepción a toda regla, alguien
que tiene una circunstancia particular y desconocida por los demás. Cuando
escucho una amonestación, suelo pensar que es un error. Si las personas me
conocieran realmente, sabrían que no se trata de una falta. Y a mi corazón
engañoso le encantaría perpetuar esta mentira durante el resto de mi vida.
¡Gracias a Dios que no permite tal cosa! En Su gracia, me muestra el espejo
de Su Palabra para revelar lo que hay en mi corazón. Recuerdo que soy
totalmente conocible y conocida.
Dios no solo es un experto en Sí mismo. También es un experto en mí.

Señor, Tú me examinas,
Tú me conoces.
Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto;
aun a la distancia me lees el pensamiento.
Mis trajines y descansos los conoces;
todos mis caminos te son familiares.
No me llega aún la palabra a la lengua
cuando Tú, Señor, ya la sabes toda.
Tu protección me envuelve por completo;
me cubres con la palma de Tu mano.
Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión;
tan sublime es que no puedo entenderlo (Sal 139:1-6).

Él me conoce totalmente —cada pensamiento, cada intención, cada idea,


cada juicio, cada respuesta al mundo a mi alrededor— sin la necesidad de
un test de personalidad. Comprende mis mayores fortalezas y los pecados
que más me asedian. Conoce tan bien mis tentaciones que las llama “común
al género humano” (1Co 10:13). Conoce perfectamente lo mejor y lo peor
de mí, y ni le impresiona ni le horroriza. Me acepta como soy por causa de
Cristo. Nada está oculto ante Aquel que formó mi ser más íntimo, y como
me conoce plenamente, tengo plena libertad para amar al Dios que conozco
solo en parte. Aunque no lo conozco totalmente, lo poco que conozco es
suficiente para que Él sea digno del amor más profundo que el corazón
humano pueda producir.
Y este amor me lleva a cambiar el mito de la incomprensibilidad humana
por la misericordia de la cognoscibilidad humana. Aprendo a confiar en la
pericia de Dios.
PERICIA DIVINA
No , no soy una experta en mi prójimo . Solo Dios lo es . Puede que me
sienta bien al diagnosticar rápidamente los defectos de mi vecino y
prescribirle un tratamiento, pero mi perverso corazón me engaña con la
mentira de que tengo la habilidad para hacerlo. Reconocer esto debe
ayudarme a ser compasiva hacia los que tengo cerca. En lugar de asumir
que entiendo sus motivaciones y dificultades, puedo asumir que ninguno de
nosotros puede diagnosticar perfectamente el problema. Pero Dios sí puede.
Eso me apresurará a interceder por ellos en lugar de juzgarlos. Si Dios me
conoce plenamente y no me rechaza, ¿cuánta más gracia debo extender a mi
prójimo, a quien solo conozco en parte?
No , no soy una experta en mí misma . Solo Dios me conoce plenamente .
Su Palabra da un diagnóstico verdadero sobre mi condición, guiando mis
pensamientos e intenciones hacia el camino de la vida. Entender esto debe
ayudarme a reconocer mi inclinación a creer mi propia versión de lo que
soy. En lugar de pensar inmediatamente en cómo un mensaje es relevante
para otros, primero debo examinar mi propio corazón.
Y no , no soy una experta en Dios . Solo Dios se conoce plenamente a Sí
mismo . Tal conocimiento debe llevarme a adorar. Las profundidades de las
riquezas, la sabiduría y el conocimiento de Dios deben ponerme de rodillas.
Sus juicios indescifrables y caminos impenetrables deben inspirar en mí una
reverencia apropiada. Y el hecho de que Él se haya revelado en maneras
que mi mente finita puede comprender debería motivarme a celebrar, a
dedicar mi vida al deleitoso descubrimiento de lo que ha revelado sobre Sí
mismo.
Él se revela a aquellos que le buscan, y al ver quién es Él, nos vemos a
nosotras mismas con mayor claridad.
Algún día veremos a Dios sin los límites de nuestra razón terrenal.
Aunque ahora conocemos en parte, un día conoceremos de manera perfecta,
incluso tal y como hemos sido conocidos (1Co 13:12). Todavía seremos
criaturas finitas que tratan de comprender lo infinito, pero finalmente
podremos verle sin que la suciedad del pecado empañe nuestra visión.
Tendremos toda la eternidad para explorar Sus perfecciones. Y como
conocerle es amarle, a medida que aumente nuestro conocimiento de Él
aumentará nuestro amor por Él. Descubrir todas Sus glorias por la eternidad
será como una eterna Navidad —¡siempre quedará algún otro regalo por
abrir! Mientras tanto, ocupémonos con entusiasmo en conocer todo lo que
se pueda conocer de Él en esta vida. Mi oración es que los capítulos
siguientes nos ayuden a hacer precisamente eso.

VERSÍCULOS PARA MEDITAR


Job 11:7-9
Salmo 147:5
Salmo 145:3
Romanos 11:33-35

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

1. ¿Qué sientes al pensar que Dios no puede ser conocido plenamente?


Enumera algunos sentimientos positivos y algunos negativos. Explica
tus respuestas.

2. Escribe tres afirmaciones sobre Dios. ¿Cómo las aprendiste?

3. Piensa en algún momento en el que te sentiste malentendida. ¿Por qué


es difícil ver y admitir nuestro propio pecado en un malentendido?
¿Cómo puede la certeza de que Dios te conoce perfectamente afectar la
manera en que reaccionas en este tipo de situaciones?

4. Piensa en una persona difícil en tu vida. ¿Qué tan bien la conoces?


¿Cómo cambiaría la manera en que interactúas con esta persona si
admitieras que tu conocimiento es limitado?

ORACIÓN
Escribe una oración al Señor reconociendo que tu conocimiento de Él es
limitado. Agradécele por algunas formas específicas en las que Él se ha
revelado a ti. Pídele que te conceda humildad para que puedas verte como
una persona que no es experta en Él, en ti misma ni en otros. Agradécele
que Él sí te conoce y acepta plenamente en Cristo. Alábalo porque
sobrepasa tu entendimiento.
3

Autoexistente

Un Dios infinitamente creativo

Todo lo que brilla y es hermoso;


Toda criatura grande y pequeña;
Todo lo que es sabio y maravilloso:
Todo lo hizo el Señor, nuestro Dios.
Cecil F. Alexander

“¿No te parece súper creativa?”, preguntó efusivamente mi amiga durante


un baby shower .
Mientras contemplaba la habitación solo daba gracias internamente
porque en mi época no existía Pinterest. Este evento era una maravilla —era
evidente que hasta el más mínimo detalle había sido planificado
meticulosamente. Una casa común había sido transformada en una fantasía
de azúcar, lazos y brillo. Desde las letras que había hecho a mano hasta la
variedad de pajillas en los vasos de cristal, todo apuntaba a la genialidad de
la anfitriona. Había elaborado una reunión tan espectacular que la llegada
del bebe parecía correr el riesgo de ser decepcionante.
Sí, tengo que admitir que esta chica es creativa. Toda la evidencia afirma
que ella es capaz de entrar a una tienda de manualidades y, en vez de
sentirse abrumada y quedar paralizada ante tantos artículos, comenzaría a
armar combinaciones mágicas de pintura, papel y limpiapipas que muchas
no podríamos ni imaginar.
La odio.
Bueno, no la odio —la admiro a regañadientes. Y reconozco que aunque
no soy la anfitriona más creativa cuando se trata de organizar una fiesta, hay
otras áreas de creatividad en las que he tenido la oportunidad de brillar.
Todas las tenemos. Son áreas en las que ejercemos los dones que Dios nos
ha dado, y todas están relacionadas con la creatividad humana. Un músico
dotado crea arreglos de notas que elevan nuestro sentido auditivo. Un poeta
talentoso crea arreglos de palabras que elevan nuestras emociones. Un chef
habilidoso crea combinaciones de sabores que elevan nuestro sentido del
gusto. Un gran artista crea arreglos de colores que elevan nuestro sentido de
la vista. Aun las que no nos consideramos extraordinarias en ninguna de
estas áreas reconoceríamos que tenemos cierta habilidad para combinar
varias cosas comunes. Tomamos montones de datos y los convertimos en
gráficos circulares. Usamos herramientas para convertir ciertos materiales
en máquinas. Tomamos huevos, mantequilla, queso y cebolla y los
convertimos en una tortilla. Crear no es opcional. Todos creamos.
Sin embargo, la capacidad de nuestra creatividad está limitada por la
simple verdad de que somos humanos. En un sentido, podríamos decir que
nunca nadie ha sido verdaderamente creativo. Ni Miguel Ángel, ni
Shakespeare, ni Mozart, ni siquiera mi amiga —la decoradora ninja . Todos
somos imitadores que usan la paleta de colores, las longitudes de onda y los
bloques de construcción de Otro. La persona más creativa que conoces es
una estafadora que descaradamente reordena y recombina materiales que ya
existen en nuevas formas. La realidad es que nunca nadie ha creado algo.
Nadie excepto Dios.

DIOS, ES CAUSA DE SÍ MISMO


A diferencia de otros libros, la Biblia no se toma el tiempo para primero
enganchar al lector. Nos sorprende con sus palabras iniciales: “Dios, en el
principio, creó los cielos y la tierra” (Gn 1:1).
Dios, que es increado, creó todo. Sin reunir materiales, sin consultar guías
de colores, sin hablar con diseñadores —Dios habló y el universo empezó a
existir. De la nada creó algo. A diferencia de los humanos, quienes crean
reordenando lo que ya existe, Dios creó solo con el poder de Su palabra, y
donde antes no había nada, apareció algo de forma milagrosa.
A diferencia de todo lo que Dios ha hecho, Él mismo no tiene origen.
Nadie le dio vida. No comenzó a ser, simplemente siempre ha sido. Antes
de que creara todo lo que conocemos (y billones de cosas que ni siquiera
sabemos que existen), Él era . Es autoexistente, no depende de nada ni de
nadie. En nuestro caso, “… en Él vivimos, nos movemos y existimos…”
(Hch 17:28), pero Él no necesita de nada ni de nadie para tener vida. Él
tiene “vida en Sí mismo” (Jn 5:26). Aquel que no tiene origen es el origen
de la vida para todos.
W. Tozer capturó esta idea de una manera muy hermosa:
El hombre es un ser creado, derivado y subordinado, que en sí mismo no
posee nada, sino que para existir depende de Aquel que lo creó a Su
propia imagen. La realidad de Dios es necesaria para la realidad del
hombre. Si no existiera Dios, el hombre no podría existir. 2

Derivados y subordinados. Completamente dependientes. Eso es lo que


somos.
Sin origen, la fuente de toda vida. Independencia absoluta. Ese es Dios.
Los humanos debemos confesar: “Yo soy porque Él es”. Solo Dios puede
afirmar: “YO SOY EL QUE SOY”.

DIOS: APARTADO Y DUEÑO DE TODO


Si fueras a elaborar dos listas, una que incluyera todo lo que fue increado y
otra que incluyera todo lo que fue creado, no te tomaría mucho tiempo
escribirlas. Sería algo así:

Increado Creado

Dios (Todo lo demás)

Dios ha creado todo, tanto lo espiritual como lo material. Los ángeles lo


consideran digno de recibir la gloria, la honra y el poder porque Él “[creó]
todas las cosas ; por [Su] voluntad existen y fueron creadas” (Ap 4:11). No
creó para satisfacer alguna necesidad ni para remediar Su soledad o
aburrimiento. Creó porque está en Su misma naturaleza.
Por tanto, debemos considerar lo que implica el hecho de que Dios haya
creado todas las cosas. Primero, debemos concluir que la creación de Dios
no es igual a Dios. A diferencia de otras religiones, el cristianismo no
enseña que la creación es parte de Dios mismo. Él es nuestro origen, pero
Él es un ser apartado. No somos fragmentos de la Deidad. Si lo fuéramos,
entonces el culto a la creación sería apropiado. El culto a la naturaleza y a
uno mismo sería aceptable. Sin embargo, es evidente que la Biblia denuncia
estas cosas como idolatría.
Segundo, como Dios creó todas las cosas, también es dueño de todo. Si
todo lo que ha sido creado le debe su existencia a Él, entonces nada de lo
creado puede pertenecerle a otra cosa creada. Dios no es dueño del ganado
de los cerros porque los haya comprado. Le pertenecen porque los hizo. Ser
dueño supone derechos y responsabilidades. Como Dios es dueño de todo,
es responsable de su cuidado y tiene el derecho de hacer con ello lo que
quiera.
Debido a que no hemos creado nada y no somos dueñas de nada, no
tenemos derechos ante nuestro Creador, y Él no nos debe nada.
Sin embargo, sí se nos ha dado derechos y responsabilidades respecto a
nuestros prójimos. Debido a que hemos sido creados a la imagen de Dios,
tenemos tanto el derecho a la vida como la responsabilidad de protegerla.
Ninguna persona tiene derecho a quitarnos la vida, porque Dios es el origen
y el dador de la vida. Cuidamos de las vidas de nuestros prójimos y de la
creación, pero no somos sus dueños. Esta es la imagen que se nos da en
Génesis 1 y 2: Dios le dice al hombre y a la mujer, dos criaturas que Él
mismo había colocado en un jardín de Su creación, que deben administrar y
cultivar la tierra. Pero desde la Caída, más que ver a nuestro mundo y a
nuestros semejantes como responsabilidad nuestra, los hemos visto como
objetos de nuestra adoración.
Este es el mensaje de Romanos 1. Al ver la creación, deberíamos ser
movidos a adorar a Aquel que la creó. Contemplar cualquier parte de ella y
atribuirle el mérito a cualquier otra cosa que no sea Él es pura locura. Es
inútil. Es perverso. Es idolatría. “Porque desde la creación del mundo las
cualidades invisibles de Dios, es decir, Su eterno poder y Su naturaleza
divina, se perciben claramente a través de lo que Él creó, de modo que
nadie tiene excusa” (Ro 1:20).
Adorar a la creación en vez de al Creador no nos lleva a proteger la vida
ni a administrar la creación. Nos lleva a devaluar la vida y a destruir la
creación. Esto se debe a que toda adoración a la creación es realmente
adoración a uno mismo. Tanto el aborto como la trata de personas, la
violencia doméstica y el abuso infantil son evidencias cotidianas de cómo
adoramos a los demás. En lugar de tratar a las personas como portadoras de
la imagen de Dios, las tratamos como productos consumibles y
prescindibles, y el valor que le asignamos depende de qué tanto satisfacen
nuestros deseos. Solo tienes que echar un vistazo a nuestros vertederos y a
los paisajes que hemos destruido para ver el desorden de nuestra adoración.
En vez de administrar los recursos, los tratamos como productos
consumibles y prescindibles, y el valor que le asignamos depende de qué
tanto sacian nuestros caprichos. Cuando adoramos a algo creado y no a
Dios, terminamos destruyendo y desechando a ese objeto de nuestra
adoración. Y al destruir y desechar, revelamos que el verdadero objeto de
nuestra adoración somos nosotras mismas. Declaramos descaradamente:
“YO SOY”.
DERRIBANDO EL MITO DE LA CREATIVIDAD HUMANA
No solo adoramos a la creación en lugar de adorar al Dios increado, sino
que nos convencemos de que somos como Él en Su capacidad de crear algo
de la nada. Confundimos la administración con la posesión, pensando que
somos nosotras mismas quienes damos la vida.
Tomamos los dones que Dios nos ha dado —como el liderazgo, la
administración y la misericordia— y los usamos para alimentar nuestro
“complejo de creadoras”, empleándolos para edificar nuestros propios
reinos y no el Suyo. Miramos esos pequeños reinos que creemos haber
creado y declaramos nuestro dominio sobre ellos: “¡Hice esto de la nada!
¡Le di vida!”. Empezamos a creer que somos sus creadoras y dueñas.
En Daniel 4 encontramos una historia semejante. Por la mano del Señor,
Nabucodonosor ascendió con gran poder como rey de Babilonia. Un día se
paseaba por la terraza del palacio real de Babilonia, y mientras contemplaba
su reino reveló su complejo de creador: “¡Miren la gran Babilonia que he
construido como capital del reino! ¡La he construido con mi gran poder,
para mi propia honra!” (Dn 4:30). En pocas palabras, estaba diciendo: “YO
SOY EL QUE SOY”.
A lo cual Dios básicamente responde: “Bueno, en realidad, no lo eres”.
Es cierto que Nabucodonosor había apilado piedras (que ya existían) para
hacer palacios, reorganizado una gama de colores (que ya existían) para
formar jardines colgantes, reordenado estructuras de poder (que ya existían)
para lograr una inmensa monarquía, pero lo había hecho porque era la
voluntad del Creador. Él no había creado algo de la nada. Y el Creador
quería que reconociera esta verdad. Así que, por un tiempo, Dios lo
removió del poder, le quitó los dones que le había dado y lo hundió en el
polvo de donde había venido. En esencia, la lección que aprendemos es la
siguiente: “Nabucodonosor, hemos visto lo que puedes hacer con algo.
Ahora veamos lo que puedes hacer con nada”. El que una vez fue un rey
poderoso pasó a vivir entre animales salvajes como uno de ellos.
Cuando concluyó el tiempo de humillación del rey, su salud mental fue
restaurada:

“Pasado ese tiempo yo, Nabucodonosor, elevé los ojos al cielo, y recobré
el juicio. Entonces alabé al Altísimo; honré y glorifiqué al que vive para
siempre:

Su dominio es eterno;
Su reino permanece para siempre.
Ninguno de los pueblos de la tierra
merece ser tomado en cuenta.
Dios hace lo que quiere
con los poderes celestiales
y con los pueblos de la tierra.
No hay quien se oponga a Su poder
ni quien le pida cuentas de Sus actos.

Recobré el juicio, y al momento me fueron devueltos la honra, el


esplendor y la gloria de mi reino. Mis consejeros y cortesanos vinieron a
buscarme, y me fue devuelto el trono. ¡Llegué a ser más poderoso que
antes! Por eso yo, Nabucodonosor, alabo, exalto y glorifico al Rey del
cielo, porque siempre procede con rectitud y justicia, y es capaz de
humillar a los soberbios” (Dn 4:34-37).

Por muchos años pensé que el punto de esta historia era que Dios había
entregado a Nabucodonosor a la locura como castigo por su orgullo. Pero
ahora veo que al quitarle su poder y autoridad, Dios simplemente quería
revelar la locura detrás de su complejo de creador. Es pura locura
atribuirnos esa gloria. Pero lo hacemos todo el tiempo.
Lo hacemos con nuestras familias . Le dimos vida a nuestros hijos, ¿no?
Invertimos los mejores años de nuestras vidas y la mayor parte de nuestro
dinero para crear un hogar y un futuro para ellos. Ellos nos deben
obediencia y adoración. Más les vale que reconozcan nuestros esfuerzos
cuando sean exitosos. Esa idea es la que nos hace gritar con furia desde las
gradas cuando nuestro hijo no juega como LeBron. 3
Lo hacemos con nuestros trabajos . Construimos esta profesión de la
nada, ¿no? Todos estos años hemos estado invirtiendo nuestra energía y
nuestros talentos para llegar hasta aquí. Sin nosotras, esta empresa estaría
en serios problemas. Merecemos cada centavo y cada onza de alabanza que
recibimos. Y así nos convertimos en la jefa que da órdenes como edictos o
en la empleada que siempre termina renunciando y buscando otro trabajo
donde la aprecien y la valoren.
Lo hacemos con el ministerio . Vemos la necesidad y vamos a cubrirla,
¿no? Damos desinteresadamente de nuestro tiempo y nuestros dones. Nadie
más podría haber logrado tanto como nosotras. Nada de esto hubiera
sucedido sin nuestro sacrificio y nuestra visión. Puede que ahora no
tengamos el reconocimiento que nos merecemos, pero nuestra mansión en
los cielos va a ser enorme. Y así es como nos atribuimos el mérito por las
vidas que han sido cambiadas, y dejamos de escuchar la crítica amorosa
porque, obviamente, el ministerio es nuestra especialidad.
Sea cual sea nuestra esfera de influencia, nos convencemos de que
merecemos ser reconocidas por crear aquello que somos llamadas a
administrar. Nos adoramos a nosotras mismas y no al Creador que creó
todas las cosas —incluyéndonos a nosotras mismas. De hecho, exigimos
que se nos dé el crédito para validar nuestros esfuerzos.
Demencia. Locura. Delirio total. Y Dios nos hace una pregunta muy
sencilla: “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1Co 4:7).
Toda adoración se le debe a Dios, no porque la demande (aunque lo hace
y con razón), sino porque nos hizo. Él es nuestro origen. Y todo lo bueno
que podamos construir, lograr o “crear” no procede de nosotras, sino de Él.

EL ASUNTO DE LA PROCEDENCIA
Los humanos le dan mucha importancia a la procedencia de las cosas. El
programa de televisión Antiques Roadshow 4 ha mantenido el interés de los
televidentes por más de treinta y cinco años con una fórmula sencilla:
determinar la procedencia de objetos que no han sido valorados
apropiadamente. Una mesa lateral que se compró en una venta de garaje por
veinte dólares resultó ser una antigüedad que valía quinientos mil dólares.
Un cuadro de una tienda de segunda mano resultó ser un van Dyck que
valía seiscientos setenta y tres mil dólares. Muchas veces lo que determina
el valor es quién hizo el artículo. Cualquiera quedaría con ganas de ir
corriendo al cuarto trasero en busca de tesoros escondidos. ¿Qué podríamos
tener a mano sin ser conscientes de su verdadero valor?
Para responder a esta pregunta solo tenemos que mirarnos al espejo.
Nuestro valor, el tuyo y el mío, viene de nuestra procedencia. Muchas veces
leemos el Salmo 139 para subir nuestra autoestima. Sin embargo, cuando el
Salmo 139 dice que hemos sido hechas asombrosa y maravillosamente, lo
hace para que elevemos nuestra mirada hacia nuestro Creador. Es un texto
sobre quién nos creó antes de ser un texto sobre lo que creó. Está apuntando
hacia el valor que viene de nuestra procedencia.
¡Qué libertad tenemos al reconocer que solo Dios crea! Ya no tenemos
que afanarnos bajo el engaño de nuestra propia importancia. No tenemos
que buscar nuestro valor en las personas o en las posesiones. No depende
del éxito o del fracaso de nuestros proyectos personales. Poseemos la marca
de nuestro Hacedor. Nuestro deber no es ser originales, sino adorar a Aquel
que es el origen de todas las cosas. Somos libres para explorar los límites de
la creatividad humana para la gloria de nuestro Creador. Somos libres para
amar y apreciar a otros con mucho sacrificio sin demandar que nos adoren.

LA PALABRA SIGUE DANDO VIDA


Más aún, somos libres para depender de Dios cuando hayamos perdido la
esperanza en alguna relación o situación en particular. Recuerda que nuestro
Creador se especializa en crear de la nada. No podemos crear esperanza
donde hay desesperanza o amor donde hay desamor. No podemos crear
arrepentimiento en un corazón no arrepentido, pero podemos clamar al Dios
que sí puede hacerlo. En ese primer gran acto de la Creación, Dios
milagrosamente hizo algo de la nada. Y se goza al continuar esa obra en los
corazones de los hombres. Dios puede restaurar relaciones y circunstancias,
o puede que sencillamente escoja darte esperanza en medio de la
adversidad. No todo será renovado en esta vida, pero Su promesa de que
cultivará en nosotros el fruto del Espíritu significa que podemos tener vida
abundante, ya sea que mejoren o no las relaciones y las circunstancias.
El Evangelio de Juan revela la identidad exacta de la Palabra creadora de
Génesis 1:

En el principio ya existía el Verbo,


y el Verbo estaba con Dios,
y el Verbo era Dios.
Él estaba con Dios en el principio.
Por medio de Él todas las cosas fueron creadas;
sin Él, nada de lo creado llegó a existir.
En Él estaba la vida,
y la vida era la luz de la humanidad (Jn 1:1-4).

Jesucristo, Aquel en quien reside la vida, creó algo de la nada en Génesis


1. Y lo sigue haciendo hoy: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una
nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo!” (2Co 5:17).
Dios toma un corazón en el que no existe la justicia, habla la Palabra de
vida, y donde no había nada, ahora hay algo: la justicia de Cristo. Donde no
había justicia, ahora está Su justicia. Llegamos a ser nuevas creaciones,
creadas en Jesucristo para hacer la buena obra de la creatividad humana —
usando los dones que Él nos da para administrar y renovar un mundo
estropeado por el pecado.
¿Quieres pruebas de que Dios crea algo de la nada? No busques más allá
de tu salvación. Todo el que ha sido redimido ha tenido su “momento
Nabucodonosor”, cuando nuestras motivaciones quedaron expuestas y
pudimos comprender que todo lo que tenemos nos ha sido dado.
Dios, en Su misericordia, restaura nuestra cordura y nos levanta para
servir. Gózate en la gran esperanza de que el Dios que es infinitamente
creativo continúa haciendo lo que solo Él puede hacer. Desde ya, utiliza los
dones que Él te ha dado para crear un hogar para tu familia, una trayectoria
profesional, un ministerio; pero recuerda que lo haces como una
administradora. Desde ya, habla y actúa de tal manera que dirijas a los que
te rodean hacia la belleza del evangelio, pero recuerda que solo Dios puede
crear justicia en el corazón de otra persona. Experimentarás libertad al
entender que tu creatividad es un eco cuyo propósito es inspirar a otros a
adorar a tu Creador.
Cuando creemos esto, podemos crear libremente para la gloria de Dios y
el deleite de nuestros corazones.

VERSÍCULOS PARA MEDITAR


Génesis 1:1
Juan 5:26
Apocalipsis 4:11
Éxodo 3:14
2 Corintios 5:17
Juan 1:1-4
Colosenses 1:15-17

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

1. ¿Por qué es importante entender que solo Dios es increado?

2. ¿En cuáles áreas tiendes a verte como creadora? ¿Cómo crees que ese
complejo de creadora ha afectado tu capacidad para cuidar de los demás
y administrar la creación?

3. Describe una ocasión en la que Dios te haya recordado que, sin Él, no
eres nada ni tienes nada. ¿Cómo cambió tu perspectiva después de eso?

4. ¿Cómo puede el entendimiento de que Dios es el único que realmente


crea liberarte para ejercer la creatividad humana sin caer en el orgullo?

ORACIÓN
Escribe una oración al Señor en la que confieses uno de esos “reinos” que
pensaste haber creado con tus propias manos. Pídele que te ayude a recordar
que tu valor reside en Aquel que te creó, no en lo que puedas crear.
Agradécele porque Él es el único que puede crear de la nada.
4

Autosuficiente

Un Dios de provisiones infinitas

Sin escasez, sin exceso, eres Tú quien gobiernas con poder.


Walter Chalmers Smith

Te necesito en todo momento, Señor de toda gracia.


Annie S. Hawks

En 1989, el mundo publicitario conoció a un nuevo ícono en la forma de un


conejito rosado y peludo que tocaba un tambor. El conejito de Energizer,
con sus sandalias azules y sus gafas de sol, marchaba por las pantallas de
televisión y las vallas publicitarias acompañado por el eslogan: “Energía
que sigue… y sigue… y sigue…” 5 como evidencia de la energía duradera
que podemos esperar de una batería Energizer. La campaña fue tan exitosa
en aquella época que la expresión “conejito de Energizer” pasó a formar
parte de nuestro vocabulario para describir a alguien o algo que pareciera
tener energía propia e ilimitada.
El conejito de Energizer se aprovechó de ese deseo generalizado que los
humanos han tenido por siglos de diseñar una máquina alimentada por una
fuente inagotable de energía, una que nunca haya que recargar ni
reemplazar. Aunque tuvo predecesores más antiguos, el primer diseño
registrado de una máquina de movimiento perpetuo se remonta al siglo XII
en la India. Era una rueda que pretendía permanecer en movimiento
indefinidamente una vez que se iniciaba. Le siguieron muchos otros
diseños, y la mayoría eran ruedas de algún tipo con contrapesos. Algunas
fueron diseñadas para llevar a cabo tareas específicas (como mover agua), y
otras solo con el propósito de explorar la idea del movimiento perpetuo.
Desde los tiempos de esos primeros diseños se reconocía la probabilidad
de que las leyes de la física impidieran que existiera tal invento, pero hoy en
día seguimos fascinados con la idea de una máquina que sea autosuficiente;
siendo “máquinas” humanas que siempre necesitan el combustible del
sueño, el agua, la comida, el aire, el descanso —sin mencionar un
sinnúmero de necesidades relacionales y espirituales— la idea de que
pudiera existir una manera de liberarnos al menos de algunas de estas
necesidades permanentes es, sin duda, una idea seductora. Por ejemplo, la
obsesión actual de nuestra cultura con las bebidas que contienen cafeína
evidencia nuestro deseo de ser criaturas que no necesiten dormir.

SIN NECESIDADES, PERO AMOROSO


A diferencia del conejito de Energizer, las personas no tenemos que
seguir… y seguir… y seguir… y seguir. Solo Dios puede hacer eso. Solo
Dios es autosuficiente. Nuestro Dios es un Dios que no tiene necesidades.
Lo que pretende ser el conejito de Energizer, lo que aspira ser la rueda del
movimiento perpetuo, Dios ya lo es: una fuente autónoma de sustento
perpetuo y perfecto.

El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él es Señor del cielo y de
la tierra. No vive en templos construidos por hombres, ni se deja servir
por manos humanas, como si necesitara de algo . Por el contrario, Él es
quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas (Hch 17:24-25).

Él creó y sustenta todas las cosas, pero no fue creado ni es sustentado por
nadie. Por toda la eternidad ha provisto perfectamente para Sí mismo sin
necesidad de ayuda alguna; nunca tiene hambre ni sed, nunca le ha faltado
nada, y su fuerza es inagotable. Como creó todas las cosas, nada de lo que
ha creado podría ser necesario para Su existencia. Si así fuera, entonces
habría existido desde la eternidad, al igual que Él. Nuestro Dios es
autosuficiente, no necesita de nadie ni de nada, pero todo lo creado necesita
de Él.
No es el caso nuestro.
Esto es nuevo para algunas de nosotras, pues nos enseñaron a creer que
Dios creó a las personas porque necesitaba amor o compañía. Nos gusta
pensar que Su intención al crearnos fue llenar un vacío con forma humana
en un corazón trascendente. Sin embargo, no hay vacíos en Su ser; no hay
espacios que deba llenar para estar completo. Él ya está completo, pues la
comunión y el amor dentro de la Trinidad son eternos y perfectos. El Padre
siempre ha amado al Hijo, quien siempre ha amado al Espíritu, quien
siempre ha amado al Padre. La Trinidad no fue impulsada a crearnos por
falta de amor o compañía. Nos creó con alegría y nos ama infinitamente,
pero no nos necesita.
La Escritura nunca lo presenta como alguien que nos necesita.
Imaginémonos que Dios hubiera saludado a Abram en Ur diciéndole:
“Abram, conocerte le dio sentido a mi vida. Ahora estoy completo”.
Imaginémonos que Dios le hubiera dicho a Moisés desde la zarza ardiente:
“Moisés, eres un líder talentoso, sabio y compasivo. Sin ti estaría perdido.
Eres mi otra mitad”. Esta clase de sentimientos suenan bien en las comedias
románticas y en las tarjetas de aniversario, pero no tienen nada que ver con
la forma en que Dios se relaciona con nosotros. Son puramente humanas en
su expresión. Dios nunca ha declarado que nos necesita y nunca lo hará.
Nosotras debemos decir: “Te necesito en todo momento”. Él es quien puede
decir: “YO SOY”.
Lo necesitamos en todo momento, pero Él nunca nos necesita. No nos
necesita para vivir, ni para recibir amor o adoración, ni para que le demos
gloria, y tampoco para darle razón a Su existencia. Él siempre ha tenido
todo lo que necesita en Sí mismo.
Estas son las mejores noticias que podríamos escuchar, porque si Dios
nos necesitara de alguna manera, sin duda lo decepcionaríamos. Quizás no
de inmediato, pero sí con el tiempo. Incluso las más fieles entre nosotras
pecan más de lo que quisieran admitir. Gracias a Dios que Sus planes no
dependen de mi fidelidad, que Su gozo no depende de mi buen
comportamiento, y que Su gloria no depende de mi desempeño. Voy dando
tropezones mientras me enfoco en mis propios planes y metas,
deteniéndome de vez en cuando para darle la reverencia que Él siempre
merece. Mi rendimiento no lo perturba ni le hace daño. Se complace en ser
glorificado, ya sea a través de mí o a pesar de mí, pero no me necesita en lo
más mínimo. Y aun así me ama, profunda y eternamente, por ninguna otra
razón que “el buen propósito de Su voluntad” (Ef 1:3-6).

UNA NECESIDAD ES UN LÍMITE


Si Dios necesitara de algo fuera de Sí mismo, podría ser controlado por esa
necesidad. Una necesidad es un límite y, como hemos visto, Dios no tiene
límites. Como no necesita nada fuera de Sí mismo, no puede ser controlado,
coaccionado, manipulado ni chantajeado por otro que poseyera lo que le
faltara.
Estas son buenas noticias para nosotras.
Los humanos conocemos muy bien la relación entre la necesidad y el
control. Piensa en el hambre, por ejemplo. ¿Qué sucede cuando estás
realmente hambrienta en un estadio o en un parque de diversiones? De
repente estás dispuesta a pagar un dineral por un plato de nachos y un
refresco. ¿Por qué? Porque el encargado del parque sabe que tu nivel de
necesidad influirá sobre las decisiones que tomes, y que no tienes otras
opciones de comida. Cuanto más hambrienta estés, más vas a pagar a los
vendedores de comida. Nuestras necesidades influyen sobre nuestras
decisiones. Una necesidad de dinero puede influenciarnos a robar. Una
necesidad de intimidad puede influenciarnos a tener una aventura amorosa.
Una necesidad de atención puede influenciarnos a hablar en cierto tono o a
vestirnos con cierto estilo. Cuanto mayor sea nuestra necesidad, mayores
serán las posibilidades de ser coaccionadas o convencidas para que
paguemos un precio muy alto para satisfacerla. Solo pregúntale a un adicto.
Nuestras necesidades nos debilitan frente a las tentaciones.
Por eso cuando Santiago 1:13 nos dice que Dios no puede ser tentado,
podemos creerlo. No hay incentivo que podamos ofrecerle al Altísimo.
¿Qué posibilidad habría de tentar a Aquel cuyas necesidades y deseos están
completamente satisfechos en Sí mismo? Gracias a Dios, ningún humano
posee algo que Dios necesite, así que no hay nada con lo cual coaccionarlo
o manipularlo.

POR QUÉ NECESITAMOS


Pero los humanos tenemos un sinfín de necesidades, una realidad que
quisiéramos cambiar o al menos ocultar. Los estadounidenses, en particular,
le damos un gran valor a la independencia. Amamos la autonomía y vemos
la dependencia como una señal de fracaso, una deficiencia de algún tipo,
una falta de planificación apropiada o de ambición. Los cristianos, en
particular, pueden interpretar la necesidad física, económica o espiritual
como una señal de que Dios ha retirado Su bendición debido a algún
fracaso por parte nuestra. Pero ¿por qué lo interpretamos así? Es casi como
si nuestro razonamiento no pudiera separar la presencia de la necesidad de
la presencia del pecado . Pero ¿es el pecado la causa de la necesidad
humana?
Génesis 1 – 3 nos muestra claramente que no es así. En el Edén, antes de
la Caída, Adán y Eva fueron creados con necesidades. Desde antes de
comer del fruto dependían de Dios para la provisión de aire, comida, agua,
tierra y luz. Ellos tenían necesidades, tanto físicas como espirituales, antes
de que el pecado entrara en escena. Dios los creó con necesidades para que
acudieran a la Fuente de todo lo necesario, admitieran su necesidad y le
adoraran. En cambio, buscaron la autonomía.
Al igual que ellos, nosotras vemos la necesidad humana como una
deficiencia y la autosuficiencia humana como un gran logro. Nos
convertimos en malabaristas. Aun cuando nuestras vidas estén colapsando,
nos pintamos una sonrisa y logramos fingirlo otro domingo más en la
iglesia, negando así nuestra necesidad de autenticidad. Tomamos otro
préstamo, negando así nuestra necesidad de estabilidad económica.
Ignoramos nuestros síntomas de enfermedad, negando así nuestra necesidad
de atención médica. Trabajamos hasta tarde en la noche, negando así
nuestra necesidad de descanso. Nos matamos de hambre hasta llegar a una
talla 2, negando así nuestra necesidad de alimento. Yo estoy bien, estoy
mejor que bien, y ciertamente no necesito ayuda.
Le damos la espalda al Dios a quien debimos haber acudido en nuestra
necesidad porque creemos que también somos autosuficientes. Dios, en Su
infinita sabiduría, nos creó para necesitarle. Y asimismo nos creó para
necesitarnos unos a otros. Génesis 2 nos recuerda que no es bueno que el
hombre esté solo. Más bien, es bueno para él estar en una relación. El
Nuevo Testamento expande esta idea para incluir a la comunidad de los
creyentes, y la compara con un cuerpo cuyas partes se necesitan entre sí, y
para el cual la autosuficiencia es tanto ilógica como inconcebible: “Ni el ojo
puede decir a la mano: ‘No te necesito’, ni puede la cabeza decir a los pies:
‘No los necesito’” (1Co 12:21 RVC).
Fuimos creados para necesitar a Dios y a los demás. Negar esto nos pone
en peligro. No somos dependientes por causa del pecado, sino por diseño
divino. Es cierto que podemos necesitar de formas pecaminosas, y que
solemos confundir nuestras necesidades con nuestros deseos, pero no
fuimos creadas para ser autosuficientes. Y tampoco es parte de nuestro
diseño como nuevas criaturas en Cristo.
La santificación es el proceso mediante el cual aprendemos dependencia,
no autonomía.

DESENMASCARANDO LA AUTONOMÍA
¿Cuáles son las evidencias de autonomía en la vida del creyente? ¿Cómo
podemos saber cuándo hemos dejado de depender de Dios y de los demás?
Cuando negamos que necesitamos a Dios, nuestra autonomía se revela de
las siguientes maneras:

• Falta de oración. Nuestra independencia nos lleva a dejar de buscar a


Dios con peticiones, alabanzas, confesión y acciones de gracias. Como
nos vemos a nosotras mismas como las proveedoras, dejamos de
conversar con nuestro verdadero Proveedor.

• Falta de memoria . Al igual que Israel en el Antiguo Testamento,


olvidamos la incuestionable provisión de Dios en el pasado. Al igual que
Israel, confiamos nuestras necesidades presentes y futuras al ídolo del
yo, el cual hemos adoptado de la cultura que nos rodea.

• Enojo en medio de las pruebas . Cuando las dificultades nos obligan a


enfrentar nuestros límites, nos enojamos al ver nuestra necesidad. Somos
incapaces de considerarnos dichosas en medio de las pruebas (Stg 1:2),
pues las vemos como un veredicto sobre nuestras debilidades y no como
una oportunidad para aprender a depender de Dios.

• Falta de convicción de pecado . Somos cada vez más incapaces de


reconocer nuestra necesidad de arrepentimiento personal. Cuando
escuchamos un sermón o leemos un texto de la Escritura, lo escuchamos
como una amonestación general y no como algo específico para nuestra
vida.

Cuando negamos nuestra necesidad de los demás, nuestra autonomía se


evidencia de las siguientes maneras:

• Evasión de la comunidad cristiana . Como no queremos ayuda ni


pensamos que la necesitamos, nos aseguraremos de no entrar en
relaciones profundas y auténticas con otros creyentes.

• Encubrimiento . Si debemos interactuar con otros creyentes, ocultamos


la verdadera condición de nuestras vidas para preservar nuestra
autonomía.

• Falta de rendición de cuentas . Al creer nuestra propia mentira de que


lo tenemos todo bajo control, somos cada vez más renuentes a pedir o a
recibir consejo o corrección de otro creyente. Cuando recibimos
comentarios no solicitados sobre nuestro pecado, los rechazamos.

• Falta de humildad . Nuestra independencia nos impide pedir o recibir


ayuda de los demás, aun cuando la necesidad sea evidente. Si recibimos
ayuda no solicitada, sentimos vergüenza e incluso resentimiento.
• Agotamiento . Al rehusarnos a pedir o aceptar ayuda excedemos
nuestros límites físicos y emocionales, así que vivimos en un estado
continuo de ansiedad y cansancio.

DERRIBANDO EL MITO DE LA AUTONOMÍA


Sentir intranquilidad ante nuestra vulnerabilidad no es irracional. Nuestras
necesidades son reales, y no sabemos cómo ni cuándo serán satisfechas. Los
Evangelios contienen varias historias en las que Jesús suplió necesidades
físicas en formas milagrosas. Satisfizo el hambre física de los cinco mil.
Restauró la salud de muchos enfermos. Calmó aguas peligrosas y las hizo
seguras. Incluso resucitó a algunos que habían muerto.
En Su deidad, Jesús satisfizo milagrosamente las necesidades de muchos,
pero ese mismo Jesús, en Su humanidad, supo lo que era tener necesidades.
El Jesús humano experimentó todas las necesidades humanas. Necesitó
alimento, agua, aire, techo, vestido. Necesitó descanso. Necesitó de la
cercanía y el consuelo de Sus discípulos. El Dios encarnado no fue una
versión del conejito de Energizer. Sabemos que Dios no puede ser tentado,
pero Jesús, en Su humanidad, fue tentado en todas las formas en que lo
somos nosotras. Y nos dejó un ejemplo de cómo responder a la tentación
que surge de la necesidad. Estando hambriento y sediento después de 40
días de ayuno, debilitado por Su necesidad, Jesús respondió a las ofertas de
autonomía de Satanás afirmando la voluntad y la soberanía de Su Padre. No
es extraño que la Biblia ordene el ayuno. Ayunar nos recuerda nuestra
necesidad, nuestra falta de autonomía. Es una forma rápida de recordar
nuestros límites.
Y el sufrimiento debe tener ese mismo efecto, como vemos en la vida de
Jesús. En Su momento de mayor necesidad física, durante el sufrimiento
insoportable de la crucifixión, Jesús encomendó Su espíritu en las manos
del Padre. ¿Por qué Jesús alimentó, sanó y dio vida? Porque al satisfacer
estas necesidades físicas, nos apuntaba hacia nuestra mayor necesidad
espiritual —en el momento de Su mayor necesidad física, satisfizo nuestra
mayor necesidad espiritual al morir en nuestro lugar. Por el castigo que
recibió, ahora podemos alimentarnos del Pan de vida, somos sanados de la
enfermedad del pecado, resucitamos de la muerte espiritual, y tenemos paz
con Dios. Además, pasamos a formar parte de la comunidad y el consuelo
de la iglesia.
Él proveyó para nuestra mayor necesidad. ¿Cuánto más suplirá nuestras
demás necesidades conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús?
Debemos dejar de lado la idolatría de la autonomía. Solo Dios es
autosuficiente. Él es el único que no tiene necesidades. Tú las tienes, y tu
prójimo también. Alaba al Señor por lo diferente que es de nosotras en este
sentido. Confiésale tu inclinación a confiar en tus propios recursos en lugar
de reconocerlo como tu Proveedor. Acude a Él y preséntale tus necesidades
para que Él las satisfaga.
No solo eso, sino que debes procurar la ayuda de otros, y recibirla con
gentileza cuando se te da. Ofrécete a proveer para las necesidades de otros
antes de que te lo pidan, incluso de aquellos que no pertenecen a la familia
de Dios. Quién sabe si al suplir algunas de sus pequeñas necesidades
pudieras abrir una puerta para conversar sobre su mayor necesidad. El
Reino de los cielos pertenece a los pobres en espíritu. Su Rey nos conoce y
nos salva, no en nuestra autosuficiencia, sino en nuestra insuficiencia.
Benditos aquellos que necesitan. Y más bendito es Aquel que suple todas
nuestras necesidades conforme a Sus riquezas en gloria (Fil 4:19).

VERSÍCULOS PARA MEDITAR


Salmo 50:7-12
Filipenses 4:19
Hechos 17:24-25
Hebreos 1:3a

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

1. ¿Por qué es importante reconocer que solo Dios es autosuficiente?

2. ¿Qué te ha tentado a creer que Dios te necesita? ¿En qué áreas eres más
propensa a creer que no necesitas de Él?

3. ¿Cuál es la necesidad humana que más te molesta? ¿Cómo puede esa


limitación ser para tu bien? ¿Y para la gloria de Dios?

4. ¿Cuáles de las evidencias de autonomía mencionadas en este capítulo


has visto en tu propia vida? Enuméralas.

ORACIÓN
Escribe una oración al Señor pidiéndole que te muestre cómo tus propias
necesidades pueden enseñarte a depender de Él. Alábalo porque no necesita
nada, pero suple toda necesidad. Agradécele por satisfacer tu mayor
necesidad mediante la obra de Cristo. Pídele que te enseñe a reconocer la
bendición de la necesidad humana como un recordatorio de Su fidelidad al
sustentar a Sus hijos.
5

Eterno

Un Dios cuyos días son infinitos

¡Eres Dios desde la eternidad,


trasciendes todo tiempo y espacio!
¡La plenitud de lo eterno,
sin principio y sin final!
Lowell Mason

Es imposible predecir el momento en que una brecha generacional causará


estragos en una actividad familiar. Era una cena familiar inusual —mi
esposo Jeff y yo, mis suegros y mi cuñada Emily con su esposo. Había
pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvimos todos reunidos
alrededor de la mesa. La familia de Jeff es muy sencilla y amorosa, así que
las comidas siempre estaban llenas de risas y conversación. Había notado
que mi cuñada estaba un poco más callada de lo habitual, pero no le di
mayor importancia. Luego, en medio de un silencio en la conversación,
clavó la mirada en su vaso de agua y dijo rápidamente: “Me hice un
tatuaje”.
El silencio fue ensordecedor. Mis suegros se quedaron paralizados con los
tenedores en el aire y la boca abierta. Las cejas de Jeff llegaban al techo. El
esposo de Emily evitaba todo contacto visual. Y yo solo trataba de evitar
que me diera un ataque de risa.
“¿Te hiciste… un tatuaje ?”, logró repetir Jeff. En ese momento seguro
recordó los dos días en que tuvo un arete, antes de que le informaran que
dejárselos implicaría pagar su propia matrícula universitaria.
Más silencio. Entonces Emily dijo: “Bueno, saben que siempre he
querido uno”.
No, no lo sabíamos. No podía recordar una sola conversación sobre el
tema, y a juzgar por las caras de mis suegros, ellos tampoco.
Todavía nos reímos hasta llorar cuando recordamos esa cena. Con el
tiempo los padres de Jeff hicieron las paces con la decisión de su hija.
Emily llevaba semanas queriendo decirles, y como sabía la forma en que
podrían reaccionar, escogió el escenario más seguro para hacerlo. Y mis
suegros, con la madurez y gracia que caracteriza a los de su generación,
decidieron olvidar el asunto. Por un momento pensé que Jeff se animaría a
perforarse la oreja otra vez ahora que el camino estaba libre.
Todos somos producto de nuestra generación, estrechamente unidos a la
historia en que nacimos. Vivimos entre setenta y ochenta años, y somos
moldeados por los acontecimientos que ocurren durante esos años. Una
diferencia de treinta años puede causar que dos personas vean el mismo
asunto desde dos ángulos completamente diferentes. Somos criaturas de una
época particular, así que nuestra perspectiva es limitada.
En esto, no podríamos ser más diferentes de Dios.
AJENO AL TIEMPO
“‘Yo soy el Alfa y la Omega —dice el Señor Dios—, el que es y que era y
que ha de venir, el Todopoderoso’” (Ap 1:8). Las primeras líneas del libro
de Apocalipsis nos declaran que Dios no está limitado por el tiempo, pues
Él mismo es quien determina sus principios y sus finales. En la Escritura
encontramos múltiples referencias a Su naturaleza eterna. La Biblia
empieza diciendo: “En el principio”, y luego se dedica por completo a
describir al Dios que ordena los tiempos y los momentos, pero que no está
sujeto a ellos en lo más mínimo. Dios existe fuera del tiempo, así que es
libre para actuar como quiera dentro del mismo. Él es el Dios del pasado,
del presente y del futuro; controla el tiempo según Su perfecta voluntad, sin
restricciones. Para Él, el pasado no representa oportunidades perdidas, el
presente no es motivo de ansiedad, y no hay nada desconocido en el futuro.
Él era, es y ha de venir.
Además, todas las acciones de Dios dentro del tiempo ocurren en el
momento preciso. Nunca llega antes o tarde, nunca está sujeto a la tiranía de
una fecha límite, nunca está apurado, nunca está tratando de ponerse al día
con una agenda que trata de llevarlo a toda velocidad. Eclesiastés 3 nos dice
que Él asigna a “todo… su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo
que se hace bajo el cielo” (v 1). Pero no nos parece que es así. Cuando
vemos el momento en que ocurren ciertas cosas en nuestra vida,
comenzamos a pensar que quizás nuestro Dios se desconecta por
temporadas.
No nos cuesta reconocer que hay un tiempo apropiado para todo, pero
según nuestra propia idea de lo que eso significa. El tiempo para sanar es
cualquier tiempo en que alguien esté enfermo. El tiempo para guardar
silencio es cuando ya me cansé de decir lo que pienso. El tiempo para morir
es al final de una vida plena, ni un minuto antes. Sin embargo, vemos que la
tragedia y la comedia, la vida y la muerte, el luto y la danza se presentan en
cualquier momento. Y nuestra mente humana no logra entender cómo
encajan todas las piezas.
Por lo cual el escritor de Eclesiastés añade: “Dios hizo todo hermoso en
su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando
el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a
fin” (Ec 3:11).
Dicho de otra manera, Dios —el que puede sacar belleza de toda
situación— ha dado a los humanos un anhelo por la eternidad, pero nuestra
comprensión limitada no nos permite percibir lo que Él hace entre el
principio del tiempo y su final.
Pensamos en los tiempos y las temporadas, y nos preguntamos: “¿Cómo
puede Dios hacer que esto sea hermoso?”. Esperamos que haga todo
hermoso en nuestro tiempo . Pero el que determina el principio y el fin no
opera de acuerdo a nuestro calendario. Él dispondrá todas las cosas según
Sus propósitos. Cada pena o aflicción que experimentemos será redimida
para bien, pero no siempre lo veremos. Quizás nos vayamos a la tumba sin
ver al malvado recibiendo lo que merece. Quizás seamos sepultadas sin
recibir el perdón de un ser amado. Quizás muramos sin ver la resolución de
nuestra propia historia, susurrando con nuestro último aliento que no
entendemos. No, “no [alcanzamos] a comprender la obra que Dios realiza”
dentro de los límites de nuestro nacimiento y nuestra muerte. Pero esto no
significa que los tiempos de Dios no sean perfectos. El problema es que no
los vemos como Él los ve.

APRENDIENDO A MEDIR EL TIEMPO


Aquí debo reconocer mi gran deuda, no a un teólogo sino a una maestra de
kindergarten. Aunque ella no lo sabe, la Sra. Greak, quien enseñó a mis
hijos a escribir sus nombres y a levantar sus manos de forma educada, me
enseñó una lección vital sobre el tiempo.
En una reunión con todos los padres explicaba lo difícil que era enseñar
el concepto del tiempo a un niño de cinco años. Cada lunes pedía a los
niños que sacaran sus cuadernos y escribieran en la parte superior de la
página: “Hoy es lunes. Ayer fue domingo. Mañana es martes”. La clase
seguía sus instrucciones sin problema.
La dificultad comenzó el martes cuando repetía el proceso. Tan pronto
dio la instrucción para que escribieran: “Hoy es martes”, los estudiantes
empezaron a mirarse unos a otros con preocupación. Y cuando les pidió
que escribieran “Ayer fue lunes”, una niña levantó la mano.

— Sra. Greak, usted nos dijo que hoy es lunes .


— No, ayer fue lunes. Hoy es martes.
Más miradas preocupadas. Otra mano levantada.
— Sra. Greak, usted nos dijo que ma ñana es martes .
— No, hoy es martes. Mañana es miércoles.
Después de esta declaración, los niños se enojaron. Desde su
perspectiva, la Sra. Greak había expresado una completa contradicción: les
había dicho que hoy era lunes y luego que hoy era martes. ¿Cuál era?
¿Podía esta mujer enseñarles a sumar si ni siquiera lograba recordar qué
día era hoy?
Por supuesto, ambas declaraciones eran ciertas. Pero como los niños de
cinco años no entienden el concepto de ayer, hoy y mañana, pusieron en
duda su razonamiento. El problema no era el mensaje. El problema era la
capacidad limitada del oyente para entenderlo.
Ese es nuestro caso.
Leemos la promesa de que Dios hizo todo hermoso en su momento, y
miramos las penas y aflicciones en nuestras vidas y en las de los demás. Y
empezamos a pensar que no se puede confiar en la Biblia. Olvidamos que
recibimos instrucciones de Uno cuya perspectiva no solo es diferente a la
nuestra, sino que es infinitamente mayor. No debemos desanimarnos ni
sorprendernos cuando no logramos entender los tiempos de Aquel que
transciende el ayer, el hoy y el mañana.
No podemos esperar entender nuestra propia historia ni la historia de la
humanidad de este lado de la gloria, pero podemos confiar nuestro ayer,
nuestro hoy y nuestro mañana al que era, que es y que ha de venir.

VIVIENDO EN EL PRESENTE
Confiar en Dios con respecto a nuestro tiempo significa hacer un buen uso
del tiempo que Él nos ha concedido. Suena simple, pero no lo es. Efesios
5:15-16 afirma: “Así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan
como necios, sino como sabios, aprovechando al máximo cada momento
oportuno , porque los días son malos”. La Reina Valera Actualizada traduce
“aprovechando al máximo cada momento oportuno” como “redimiendo el
tiempo”. Se nos manda a que redimamos el tiempo, a que recuperemos o
rescatemos nuestro tiempo de ocupaciones inútiles y lo usemos para la
gloria de Dios. Pero ¿cómo podemos hacerlo? Quisiera sugerirte tres
maneras.

1. LIBÉRATE DEL PASADO


Redimir el tiempo requiere que el pasado se quede en el pasado. Podemos
aferrarnos al pasado al ser indulgentes con dos emociones distintas: la
nostalgia pecaminosa o el remordimiento. La nostalgia pecaminosa nos
lleva a idolatrar tiempos en los que la vida era “mejor” o “más simple”, lo
que resulta en insatisfacción con nuestras circunstancias presentes. Puede
que añoremos los tiempos que vivimos antes de que llegaran ciertas malas
noticias o en los que nuestra salud estaba mejor. Puede que queramos volver
a los días en que nuestros hijos vivían en casa o en que un ser amado seguía
con vida. El cambio de estaciones en la vida puede causar un anhelo natural
por la manera en que las cosas solían ser, y aunque no necesariamente es
pecaminoso, puede llegar a serlo. Se nos permite entristecernos cuando
terminan las temporadas felices, pero no resentir su pérdida. Hay una
diferencia entre echar de menos el pasado y codiciarlo. El antídoto para la
codicia es siempre la gratitud: podemos luchar contra un amor pecaminoso
por el pasado al contar las bendiciones que disfrutamos en el presente.
El remordimiento, por otro lado, nos lleva a vivir enfocadas en errores y
aflicciones del pasado, lo cual nos roba el gozo de nuestras circunstancias
presentes y muchas veces nos hace volver a ciertos patrones pecaminosos.
Cuando era niña aprendí a cantar las palabras de Charles Wesley: “Rompe
cadenas del pecar, al preso librará”. 6 Cuántas veces he necesitado esas
palabras como un recordatorio de que el poder de mis pecados pasados (o
los pecados pasados de otros contra mí) ha sido anulado en el nombre de
Jesús. Él sustituye mi historial de pecado por Su santidad. Cuando me
desanimo porque volví a caer en algún pecado del pasado, el “que levanta
mi cabeza” me recuerda que, aunque aún no soy lo que seré, no soy lo que
era. Me saca del pasado y me trae al presente con la seguridad de que hoy
Él me sigue santificando poco a poco. Evita que me enfoque en las heridas
del pasado al recordarme que debo perdonar, así como he sido perdonada.
Podemos luchar contra las “malas noticias” del pasado al recordar y confiar
en las buenas noticias del evangelio.

2. LIBÉRATE DEL FUTURO


Redimir el tiempo requiere que el futuro se quede en el futuro. Nos
aferramos al futuro cuando somos indulgentes con dos emociones distintas:
la anticipación pecaminosa y la ansiedad. Permitimos la anticipación
pecaminosa al siempre estar codiciando la próxima etapa de la vida. El
adolescente quiere ser un estudiante universitario. La joven mamá no puede
esperar a que sus niños dejen de usar pañales. La empresaria no puede
esperar a jubilarse. Anhelar el futuro no es malo en sí mismo. Ver una etapa
futura de la vida como un escape del presente sí lo es. Al igual que en el
caso de la nostalgia pecaminosa, la anticipación pecaminosa se reprime con
la gratitud por las bendiciones que disfrutamos en el presente.
Alimentamos la ansiedad cuando vivimos con temor al futuro. Tememos
la incertidumbre o las posibilidades: la pérdida de un trabajo, una posible
enfermedad o el simple hecho de no saber (o no poder controlar) lo que
depara el mañana. Nuestras oraciones se caracterizan más por el anhelo de
conocer el futuro que por el anhelo de vivir el presente para el Señor. Jesús
nos recuerda que no debemos estar ansiosas por el futuro, “porque el día de
mañana traerá sus propias preocupaciones. ¡Ya bastante tiene cada día con
su propio mal!” (Mt 6:34 RVC). El antídoto para la ansiedad es recordar y
confesar que el futuro está seguro en las manos de Dios. Esto no significa
que no nos preparemos para el futuro, pero debemos hacerlo por prudencia
y no por temor.

3. VIVE PLENAMENTE EL PRESENTE


Redimir el tiempo requiere estar completamente presente en el presente.
Malgastamos nuestro hoy cuando alimentamos dos pecados distintos: la
pereza o el estar siempre ocupadas. Tanto la perezosa como la que siempre
está ocupada rechazan sutilmente al Dios que ordenó los límites del tiempo.
La perezosa cree que siempre habrá más tiempo para encargarse de sus
responsabilidades. Hoy puede hacer lo que quiera. Se caracteriza por
posponer las cosas, incumplir los plazos y poner excusas. Al igual que una
que derrocha el dinero, la perezosa derrocha el tiempo sin considerar el
costo, pues cree que tiene un crédito ilimitado de horas. La perezosa no cree
que el tiempo que Dios ha dado sea valioso. Pero Él nos llama a redimir el
presente, a ser diligentes como la hormiga, que almacena cuando es tiempo
de almacenar (Pro 6:6).
La persona que siempre está ocupada cree que nunca habrá tiempo
suficiente para manejar sus muchas responsabilidades. También cree que
puede hacer lo que quiera con su tiempo, llenando sus días de actividades y
quejándose de que no hay más horas en el día. Se caracteriza por el
agotamiento y el exceso de obligaciones. Al igual que una tacaña, exprime
cada pizca de productividad de cada minuto del día, pues cree que el
descanso es para cuando muramos. La que siempre está ocupada cree que el
tiempo que Dios ha dado no es suficiente. Debemos redimir el presente
dejando tiempo para la práctica de la quietud y para guardar el día de
reposo. Estas disciplinas nos ayudarán a permanecer confiadas a los pies de
nuestro Señor.
Cuando trabajamos para redimir el tiempo, reflejamos a nuestro Creador.
Dios es el ejemplo máximo en esto: Él redime todo el tiempo, y redime en
el momento preciso. Somos llamadas a redimir los años que Él nos ha dado
como parte de nuestra adoración a Él.

DERRIBANDO EL MITO DE LA ETERNIDAD HUMANA


Si vas al centro de tu Biblia encontrarás el Salmo 90, y allí verás el
contraste que hace Moisés entre la naturaleza eterna de Dios y la naturaleza
fugaz del hombre.

Señor, Tú has sido nuestro refugio


generación tras generación.
Desde antes que nacieran los montes
y que crearas la tierra y el mundo.
desde los tiempos antiguos
y hasta los tiempos postreros, Tú eres Dios.
Tú haces que los hombres vuelvan al polvo,
cuando dices: “¡Vuélvanse al polvo, mortales!”.
Mil años para Ti, son como el día de ayer, que ya pasó;
son como unas cuantas horas de la noche (Sal 90:1-4).

Nota que la atemporalidad de Dios se contrasta con la brevedad del


hombre. Dios no está sujeto al tiempo —siempre ha sido y siempre será.
Los años no lo controlan; pero Él determina los nuestros. Moisés respondió
a este conocimiento con una súplica: “Enséñanos a contar bien nuestros
días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría” (Sal 90:12).
Enséñanos. Tenemos algo que aprender de Tu condición eterna y de
nuestra condición efímera. Ayúdanos a comprender la sabiduría de contar
nuestros días.
Tenía veintisiete años cuando aprendí que mis días estaban contados. Mi
revelación vino a través de una llamada inesperada. Sostenía a mi hijo de
seis meses, con dos meses de embarazo, cuando escuché al doctor
explicándome que tenía un melanoma maligno, la forma más mortal del
cáncer de piel. Tendrían que hacerme una biopsia de la pared de mi
abdomen inflamado.
Una vez que escuchas un diagnóstico de cáncer, no puedes ignorarlo.
Incluso con el tratamiento más eficaz, cambia la manera en que cuentas tus
días. Se me dio una oportunidad que no se le da a muchas personas de
veintisiete años: la oportunidad de contar cada uno de mis días como
valiosos. Cualquier ilusión que hubiera podido tener de que esta vida
duraría para siempre fue eliminada. Tuve una nueva perspectiva que
muchos no logran comprender hasta que el proceso de envejecimiento
empieza a mostrarnos nuestra fragilidad como humanos. No tuve que
esperar a tener arrugas o a que me hicieran un reemplazo de cadera. Mi
Padre eterno me enseñó cuando era joven a vivir según el llamamiento
sagrado de “vivir bien este día”.
La experiencia me marcó. Quizás te puedas identificar conmigo. A
diferencia de mi cuñada y de miles de mi generación que se tatúan sus
credos en su cuerpo, no me haré un tatuaje —no porque los desapruebe,
sino porque ya estoy bastante marcada. Tengo una cicatriz que no parece
seguir ningún patrón. Pero a mis ojos, más claras que cualquier tatuaje, veo
las palabras: “Si el Señor quiere, viviremos…” (Stg 4:15).
Vivimos de manera diferente cuando vemos el futuro como un lugar al
que iremos “si el Señor quiere”. Dios no nos debe los setenta u ochenta
años de los que habló Moisés en el Salmo 90. Cada año que nos da es un
regalo inmerecido que recibimos por gracia. Doy gracias a Dios no solo por
los años en que me ha preservado, sino por los años que ha ordenado para
mí, pues son perfectos en número y solo Él los conoce.
¿Cuán consciente eres de que tus días están contados? ¿Cuán dispuesta
estás a pedirle al Señor que te enseñe esta preciosa verdad? En las líneas
finales del Salmo 90, Moisés hace una última petición a Dios. No pide una
sino dos veces que nuestros setenta u ochenta años tengan un impacto
duradero.
Que el favor del Señor nuestro Dios
esté sobre nosotros.
Confirma en nosotros la obra de nuestras manos;
sí, confirma la obra de nuestras manos (v 17).

Aquí se afirma una asombrosa verdad: Dios usa nuestros esfuerzos


temporales y limitados para producir resultados eternos. Así lo dio a
entender Jesús cuando nos llamó a acumular tesoros en el cielo y no en la
tierra. Cuando invertimos nuestro tiempo en lo que tiene relevancia eterna,
acumulamos tesoros en el cielo. De este lado del cielo, las únicas
inversiones con relevancia eterna son las personas. “Vivir bien este día” se
refiere a dar más prioridad a las relaciones que a lo material. No podemos
llevarnos nuestras pertenencias a la tumba, pero podemos alimentar al
hambriento y vestir al necesitado de tal manera que tenga un resultado
eterno. Por la gracia del Señor podemos dar vida con nuestras vidas. Este es
el llamado del misionero, del empresario y de la madre de niños pequeños:
emplea tu tiempo para impactar a las personas para la eternidad.
Mucho después de que se hayan convertido en polvo esas amadas
generaciones que debaten alrededor de la mesa acerca de los tatuajes, y
mucho después de que tu generación desaparezca como la hierba, el Dios de
todas las generaciones perdurará. Gracias sean dadas al Dios para quien “un
día es como mil años, y mil años como un día” (2P 3:8), al Dios que es por
los siglos de los siglos. Gracias a Dios por el límite del tiempo, al cual
estamos sujetos sin que Él lo esté. Dios eterno, confirma la obra de nuestras
manos.
VERSÍCULOS PARA MEDITAR
Salmo 90
Mateo 6:25-34
Apocalipsis 1:8
Eclesiastés 3:1-15
Santiago 4:13-16

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

1. ¿En qué formas has sido tentada a vivir en el pasado o en el futuro en


lugar de en el presente?

2. ¿Cuál es la tentación más grande para ti: la pereza o el estar siempre


ocupada?

3. Tomando en cuenta las inversiones eternas que hemos de hacer, ¿cuáles


de tus relaciones necesitan mayor atención en estos momentos? Haz una
lista con sus nombres. Según tu respuesta, ¿cuáles usos específicos de tu
tiempo deberías incrementar? ¿Cuál deberías reducir o eliminar por
completo?

4. ¿Cuán consciente eres de que tus días están contados? ¿Cómo afecta
esto la manera en que adoras a Dios? ¿Cómo afecta la manera en que
amas y sirves a los demás?

ORACIÓN
Escribe una oración al Señor confesándole tu deseo de vivir en un lugar
distinto al presente. Pídele que te ayude a contar tus días, a ver cada uno de
ellos como algo muy preciado. Agradécele por las bendiciones que te ha
dado doy. Alábalo porque Él es Dios por los siglos de los siglos.
6

Inmutable

Un Dios que nunca cambia

Tú no cambias, Tu compasión nunca falla,


Tal como has sido, siempre serás.
Thomas Chisholm 7

Mi familia suele pasar las vacaciones en la casa de mis padres en Santa Fe,
Nuevo México. Esta ciudad está situada entre picos montañosos, de los
cuales el más alto e imponente es el Santa Fe Baldy. Allí se establecieron
los indios Pueblo al menos desde 1050, pero es probable que no fueran los
primeros en habitar la zona. En ocasiones, cuando despierto y miro hacia la
montaña, pienso en cómo ese mismo horizonte ha estado presente desde
hace siglos. Todas esas depresiones y salientes que ya casi me sé de
memoria son las mismas que vieron esos primeros colonizadores. Puede
que las estaciones alteren la parte anterior de la montaña por el follaje, la
nieve o los diferentes ángulos de luz solar, pero detrás de estos ajustes
cosméticos sigue estando esa gran roca; su invariable silueta permanece a
través del tiempo. Es el ancla del paisaje. Es el punto de referencia
inalterable que buscan nuestros ojos para determinar la dirección que
conduce a casa.
La Escritura habla de un Dios que no cambia. Al igual que el pico más
alto en el horizonte, Dios permanece inamovible; es el Ancla del paisaje de
la existencia humana de generación en generación, mientras que todo lo que
lo rodea va y viene, florece y se marchita, crece y decrece. La Roca de
nuestra salvación permanece. Puede que un día el sol y las sombras de las
situaciones humanas revelen ciertos aspectos de Su carácter, y otras
distintas al día siguiente, pero Su carácter no cambia. Sus planes se
mantienen constantes. Sus promesas permanecen firmes. En un mundo que
cambia constantemente, Él es el punto de referencia inalterable al que
nuestros ojos deben mirar para determinar la dirección que conduce a casa.
“¿Quién es Dios, si no el Señor? ¿Quién es la roca, si no nuestro Dios?”
(Sal 18:31). Solamente en los Salmos encontramos más de veinte
referencias a Dios como nuestra Roca, y varias más tanto en el Antiguo
como en el Nuevo Testamento. Jesús habló del hombre sabio que construyó
sobre la roca y no en la arena movediza (Mt 7:24-27). A través del profeta
Malaquías, Dios declaró: “Yo, el Señor, no cambio. Por eso ustedes,
descendientes de Jacob, no han sido exterminados” (Mal 3:6). El autor de la
Carta a los hebreos se regocijaba porque “Jesucristo es el mismo ayer y
hoy y por los siglos” (Heb 13:8). Santiago celebró la bondad del Dios que
“no cambia como los astros ni se mueve como las sombras” (Stg 1:17). Él
es inmutable, y eso no solo quiere decir que no cambia, sino que es incapaz
de cambiar de cualquier forma.
EL CONSUELO DE LA INMUTABILIDAD
A la luz de esto, considera lo consolador que es estar conectada de forma
personal con un Dios que no cambia. Desde el Antiguo hasta el Nuevo
Testamento, Él es el mismo. Ninguno de Sus atributos puede aumentar o
disminuir porque cada uno de ellos es inalterablemente infinito. Su
fidelidad no puede aumentar ni disminuir. Nuestras acciones, buenas o
malas, ni le añaden ni le quitan a Su gloria. Él no puede ser más santo ni
menos fiel. Él es todo esto al máximo, para siempre. El Dios que era es el
Dios que es. El Dios que es es el Dios que ha de venir. El Dios que ha de
venir es el Dios que era .
Como Él es inmutable, podemos depender de la verdad inmutable de la
Escritura. Lo que declaró pecado siempre será pecado. Lo que declaró
bueno será siempre bueno. Todo lo que prometió hacer debe suceder. El
mismo evangelio está estrechamente relacionado con la noción de la
inmutabilidad de Dios. Nosotras necesitamos que siga siendo el mismo:
nuestra gran esperanza de salvación se fundamenta en que siga siendo
exactamente quien dice ser, en que haga exactamente lo que ha dicho que
hará. Mientras perdure Su infinita invariabilidad, no cambiará de parecer en
cuanto a Su amor por nosotras. No podemos cometer un pecado futuro que
cambie Su veredicto, pues este se emitió teniendo en cuenta todos nuestros
pecados: pasados, presentes y futuros. A quien Dios declara justo será
siempre justo. Nada que pudiéramos hacer puede quitarnos el sello de la
redención que Él nos prometió. Nada ni nadie puede separarnos del amor
inquebrantable, inalterable de este gran Dios, la Roca sobre la cual está
edificada la casa de nuestra fe.
CRIATURAS QUE CAMBIAN
A diferencia de nuestro Dios inmutable, tú y yo, Sus criaturas,
experimentamos cambios constantes en todas las esferas de nuestras vidas.
Nuestros cuerpos físicos crecen y cambian, maduran y se debilitan. Los
hoyuelos y los rollitos de la infancia se convierten en las arrugas y las
cataratas de la vejez. Nuestra belleza física aparece y desaparece. Nuestro
intelecto se expande y se contrae. Nuestros afectos aumentan y disminuyen,
así como nuestros temores y aversiones. Nuestras circunstancias cambian, y
también nuestras lealtades. Gritamos: “¡Crucifícalo!”, mientras aún
resuenan los ecos de nuestro: “¡Hosanna!”. Nuestro sentido de la moda,
nuestras opiniones políticas, nuestra condición económica y nuestras
percepciones sobre los demás cambian de un año a otro, y algunas veces de
un momento a otro.
A los que se aferran al consuelo que ofrece la certeza se les recuerda que
lo único que podemos saber con certeza es que habrá cambios. Eso no es
muy consolador. Pero tampoco es del todo cierto. Lo que sí podemos
afirmar con certeza es que Dios no cambia.
Pero como nada de lo que percibimos con nuestros sentidos escapa al
cambio, comprender Su invariabilidad infinita puede ser difícil para
nosotras. Nos parece mucho más fácil tratar de buscar seguridad en una
persona o en una cosa que podamos tocar y que al menos parezca que no
cambia. Quizás nos aferramos a una amistad que ha resistido la prueba del
tiempo. Ese tipo de relación puede parecernos inalterable, pero si la
consideramos con detenimiento notaremos que ha madurado y se ha
profundizado. Quizás nos reconforte un lugar de vacaciones que parece
seguir intacto cada vez que lo visitamos. Pero si lo examinamos con detalle,
también notaremos ciertos cambios.
La casa de mis abuelos en Pittsburg era uno de esos lugares donde te daba
la impresión de que el tiempo no pasaba. Ni un solo objeto se movía de su
lugar. Cada visita prometía monotonía —te recibía el mismo olor y te
sentabas en la misma mesa para comer las mismas comidas en los mismos
platos. Después de la cena, los mismos juegos de mesa. Las mismas veladas
en el patio para ver las luciérnagas. Nos bañábamos en la misma bañera
rosada y dormíamos en la misma cama antigua. Un pedacito de cielo en la
tierra.
En mi última visita a Pittsburg conduje hasta allí. Mis abuelos ya no
estaban, pero quería ver la casa y recordar. Cuando llegué, no había nada
que ver sino el bosque. Un vecino había comprado la casa y la había
derribado para ampliar su solar. Me molestó lo mucho que me molestó el
cambio. ¿Cómo pudieron destruir ese pedacito de cielo?

EN QUÉ SE FUNDAMENTA NUESTRA ESPERANZA

INMUTABLE
La tristeza o la frustración que sentimos por los cambios en las cosas que
creíamos inmutables resalta nuestra tendencia a atribuir a las personas, a las
posesiones o a las circunstancias lo que solo es aplicable para Dios.
Queremos que lo terrenal sea celestial. Me digo a mí misma que mi amor
por la rutina y mi aversión al cambio son un anhelo por el Dios que no
cambia, pero si soy honesta, son pura idolatría. En realidad, le estoy
diciendo a las cosas temporales y cambiantes: “Necesito que sean Dios. Por
favor, no cambien”.
Sin embargo, la peor parte no es que le pida al mundo a mi alrededor que
no cambie (o que al menos lo aparente). La peor parte es que, cuando soy
confrontada con mi pecado, mi defensa inmediata es: “Simplemente soy así.
No puedo cambiar”.
No puedo cambiar. Soy inmutable.
Mentira. Mentira del mismísimo infierno. Sea que lo diga por mi
desesperanza o para desafiar, esta declaración es una mentira. Solo hay una
persona que no cambia, y esa persona es Dios. Pero cuando me toca
arrepentirme de mi pecado, respondo a la pregunta: “¿Quién es
inmutable?”, diciendo: “YO SOY”.
Así como la seguridad de mi salvación descansa en la verdad de que Dios
no puede cambiar, mi esperanza de ser santificada descansa en la verdad de
que yo sí puedo cambiar.
¿Qué mayor negación del evangelio de la gracia que afirmar que este es
capaz de cambiar el corazón de todo pecador excepto el mío? ¿Qué mayor
egolatría? Sin duda, antes de conocer a Cristo experimentamos la
desesperanza de nuestra condición sin Él y sin Su gracia. Sabíamos que no
podíamos mejorar de no ser por un milagro. No obstante, una vez el milagro
de la gracia es aplicado a nuestros corazones, el cambio es posible. El
Inmutable disipa para siempre el mito de la inmutabilidad humana,
cambiando un corazón de piedra por uno de carne, cambiando los deseos
que solo buscaban glorificar a nuestro yo por aquellos que buscan
glorificarlo a Él.
DERRIBANDO EL MITO DE LA INMUTABILIDAD HUMANA
Es posible que la manera en que discutimos con los demás sea la
demostración más clara de nuestro compromiso con el mito de la
inmutabilidad humana.

“Nunca me escuchas cuando te hablo”.


“Siempre dejas tus medias en el suelo”.
“Nunca estás lista a tiempo para la escuela”.
“Siempre cenamos carne desmechada”.

Esta última me la dijo un niño que aborrecía la carne desmechada. Te


aseguro que no siempre cenamos esta carne. ¿La hacemos a menudo? Sí.
Me declaré culpable de esto ante la personita malagradecida que no tiene
que planificar el menú ni preparar la cena en casa. ¿Siempre la cenamos?
No. Pero nos encanta usar la palabra siempre cuando queremos reforzar un
argumento débil. ¿Por qué siempre hay alguien que se queja cuando sirvo
carne desmechada?
Cuando aplicamos el término siempre o nunca a otras personas, estamos
diciendo una falsedad. No es cierto que las personas hacen cualquier cosa
siempre o nunca . No somos tan constantes. Puede que hagamos algo a
menudo , con bastante regularidad , muchas veces o habitualmente , pero
no siempre o nunca . Estos términos no se aplican a nosotros —ni para bien
ni para mal— porque somos criaturas finitas y cambiantes. Solo se aplican a
Dios.
Por eso ya no me dan ganas de reír cuando se lee 1 Corintios 13 en las
bodas (y parece que se lee en todas, independientemente de que la pareja
sea cristiana o no). Solía bromear conmigo misma mientras la pareja
escuchaba esa hermosa definición del amor.

El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni


jactancioso, ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se
enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad,
sino que se regocija con la verdad (vv 4-6).

Buena suerte con eso, chicos. Es probable que el novio ya tenga la


costumbre de dejar su toalla en el suelo del baño, y que la mantenga. Es
posible que a la novia le moleste y que eso la lleve a llamarle la atención
con regularidad. No son muchos los matrimonios que demuestran
constantemente ese amor descrito en 1 Corintios 13. Pero debemos saber
que por más fieles que tratemos de ser a este mandato, no desaparecerán las
luchas. Y aquí viene el gran final: “Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo
espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue…” (vv 7-8).
Amén. Pero sabemos que nuestros matrimonios suelen estar
caracterizados por un amor tan inferior al que se describe en estos
versículos que parece casi inapropiado leerlos durante la ceremonia.
A menos que no estén describiendo el amor humano.
Mi escepticismo interno en las bodas fue destruido cuando comprendí
que 1 Corintios 13 describe un amor de siempres y nuncas : la clase de
amor que solo puede atribuirse a un Dios inmutable. No es una descripción
del amor humano, sino del amor que anhela nuestro corazón humano: el
perfecto amor de Dios. Solo Dios puede afirmar con completa veracidad
que Su amor siempre protege, siempre confía, siempre espera, siempre
persevera. Solo Dios puede declarar firmemente que Su amor nunca se
extingue. ¿Qué mejor pasaje para leer en una boda que el que describe la
clase de amor que nunca recibiremos plenamente de alguien que no sea
nuestro Padre celestial? ¿Cuánto más dispuestas estaríamos a sustituir el
lenguaje de los siempres y nuncas por el lenguaje de la gracia y el perdón si
entendiéramos que no podemos pedir a otro ser humano que sea nuestro
Dios?
La idolatría se apodera de nosotras cuando nos aferramos a una relación
humana, una circunstancia o una posesión; esperamos que nunca nos falte,
que siempre permanezca. La idolatría se apodera de nosotras cuando
creemos que una relación o una circunstancia difícil nunca cambiará,
siempre será irremediable, dolorosa o triste. Pero aquí está la verdad que
necesitamos para derribar esos ídolos:

Todas tus circunstancias cambiarán


—excepto la circunstancia de tu perdón.
Todas tus posesiones pasarán
—excepto la perla de tu salvación.
Todas tus relaciones vacilarán
—excepto la que tienes con tu Padre celestial.

Mientras escribo, concluye una semana llena de titulares históricos:


asuntos relacionados con la raza, el género, la sexualidad, la religión y la
política. Líderes han caído, leyes han sido revocadas, ciudadanos se han
rebelado, el terrorismo ha causado estragos en tres continentes, y las redes
sociales quieren convencerme de que esta vez es grave, que el cielo
realmente se está cayendo. Recuerdo otras semanas como esta, la ansiedad
y el temor que me han causado. Pero esta semana ha sido distinta para mí, y
no es casualidad. Es posible navegar en medio de la furia de las naciones si
tan solo mantenemos nuestra mirada fija en el Señor, nuestro Dios, sentado
en Su trono. Ese punto fijo ha sido mi meditación durante esta semana para
poder escribir este libro, y me ha sorprendido la forma en que me ha llevado
a mantenerme serena ante el cambio y la agitación. La inmutabilidad de mi
Dios ha llegado a ser sumamente práctica y valiosa para mí.
No hay roca sino la Roca de nuestra salvación. Ningún corazón humano
es tan duro que no pueda ser quebrantado, ni siquiera el tuyo. Abandona la
idolatría de tus siempres y tus nuncas . Esas palabras solo aplican a Dios.
Pídele que te sustente a través de los cambios de esta vida. Pídele que
cambie lo que has creído que está más allá del poder de Su gracia para
transformar. Nuestro Dios inmutable es nuestra Roca. Cuando todo a
nuestro alrededor sea arena movediza, podemos clamar a Él: “Desde los
confines de la tierra te invoco, pues mi corazón desfallece; llévame a una
Roca donde esté yo a salvo” (Sal 61:2).

VERSÍCULOS PARA MEDITAR


Salmo 18:31
Mateo 7:24-27
Hebreos 13:8
Malaquías 3:6
1 Corintios 13:4-8
Santiago 1:17
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

1. ¿Cómo te tranquiliza saber que Dios no cambia? ¿Cómo podría ser una
advertencia para ti?

2. ¿A qué relación humana, posesión o circunstancia te aferras en busca de


estabilidad en vez de aferrarte a nuestro Dios inmutable? ¿Qué tan
confiable te ha parecido esa “roca sustituta”?

3. ¿Qué tan propensa eres a utilizar las palabras siempre y nunca en una
discusión? ¿Qué podría estar diciendo esa tendencia sobre la condición
de tu fe?

4. ¿Cuáles siempres y nuncas has creído erróneamente que son verdad


sobre ti misma? ¿Sobre otra persona? ¿Sobre alguna circunstancia o
relación?

ORACIÓN
Escribe una oración al Señor confesándole algo sobre ti misma que hayas
creído es inalterable. Pídele que te muestre las áreas donde te has
endurecido y que te dé la gracia para aprender a cambiar. Agradécele por el
gran regalo de la mutabilidad humana. Alábalo porque Él, el Señor, no
cambia.
7

Omnipresente

Un Dios que está en todas partes

Rodeado constantemente por Tu poder;


guardado fielmente por Tu mano;
dormido, despierto, en casa o donde sea,
siempre estoy en Tu presencia.
Isaac Watts

En el suroeste de los Estados Unidos hay una atracción turística que es


visitada por miles de personas cada año. Está a seis horas del aeropuerto
más cercano y a cincuenta y tres km del pueblo más cercano, así que está
literalmente en medio de la nada. No tiene formaciones rocosas majestuosas
ni secuoyas. Tampoco tiene vistas espectaculares del desierto. Llegas a un
lugar bastante ordinario para ver un pequeño disco de bronce de unos ocho
centímetros de diámetro que marca el punto donde convergen las fronteras
de cuatro estados diferentes: Arizona, Utah, Colorado y Nuevo México. Los
turistas posan para las fotografías con los pies en dos estados y las manos
en los otros dos, sus caras mostrando el placer de poder jactarse de estar en
cuatro lugares a la vez.
La felicidad en las caras de los que se retratan en el Four Corners
Monument [Monumento de las Cuatro Esquinas] revela que somos
conscientes de un límite muy específico: Como seres que habitan un cuerpo
humano, solo podemos estar en un lugar a la vez. Podemos movernos de un
lugar a otro, pero no podemos ocupar dos espacios al mismo tiempo, mucho
menos cuatro. Pero las personas hacen fila para tomarse una fotografía en
un lugar que parece ser la excepción, al menos en teoría. Sabemos que solo
podemos estar en un lugar a la vez, pero nos fascina pensar que quizás
pudiéramos sobrepasar ese límite.
Un cuerpo es una colección de límites. Nuestra altura determina el límite
de lo que podemos ver cuando estamos de pie entre una multitud. Nuestra
masa determina el límite de la cantidad de agua que desplazaremos cuando
entremos en una piscina. La genética —o más bien, Dios— determina la
longitud de nuestros brazos y la talla de nuestros zapatos. Al atar nuestros
espíritus a un cuerpo, Dios ha determinado que estaremos presentes donde
estemos presentes, y en ninguna otra parte. Sin embargo, Dios, quien es
espíritu, es capaz de estar plenamente presente en todas partes. Esta es la
idea que obtenemos al unir el prefijo omni con la palabra presencia . Dios
es omnipresente, así que Su presencia no tiene límites. No tiene un cuerpo
físico que lo limite a un lugar en particular.
En Juan 4 encontramos la conversación que Jesús sostuvo con una mujer
samaritana, y allí vemos resaltada una de las diferencias entre Dios y el
hombre. La mujer le dijo a Jesús: “Nuestros antepasados adoraron en este
monte, pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde debemos adorar
está en Jerusalén” (v 20). Ella le estaba pidiendo a Jesús que le aclarara
dónde es que realmente habita Dios. Jesús le respondió que “Dios es
espíritu; y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (v 24).
Dios, quien no tiene un cuerpo, no está sujeto a un lugar. Él está en todas
partes, y por eso puede ser adorado en cualquier lugar. Jesús hizo eco de los
pensamientos de Su antepasado, el rey Salomón, en la dedicación del
templo: “Pero ¿será posible, Dios mío, que Tú habites en la tierra? Si los
cielos, por altos que sean, no pueden contenerte, ¡mucho menos este templo
que he construido!” (1R 8:27).
Dios no está limitado a un lugar. No solo es grande, sino que es
incontenible, capaz de estar presente en todo lugar.

INMANENTE Y TRASCENDENTE
¿Piensas que eres genial porque puedes contorsionar tu cuerpo de modo que
tocas cuatro estados al mismo tiempo? Dios está presente en todo lugar,
todo el tiempo. No solo eso, sino que está plenamente presente en todo
lugar. 8 No es que una pequeña parte de Él ocupe cada lugar que habita, sino
que la totalidad de Dios está presente en todo lugar, todo el tiempo.
Pero hay algo aún más asombroso: la totalidad de Dios está plenamente
presente en todas partes y todo el tiempo: pasado, presente y futuro. Los
teólogos llaman esto inmanencia . Dicho con palabras sencillas, no hay
lugar ni tiempo donde Dios no esté.
El verano después de mi segundo año en la universidad fui a Francia a
tomar unos cursos. Parte de los requerimientos de las clases era llevar una
especie de diario, lo cual hice con gusto porque quería recordar cada detalle
del viaje. Escribí sobre la Torre Eiffel, el Valle del Loira, el anfiteatro
llamado Las Arenas de Arlés. Han pasado ya varias décadas, así que
necesito recurrir a ese diario para recordar los detalles de mi viaje. Dios, a
diferencia de mí, no necesita llevar un diario de viajes. Dios ni siquiera
viaja. No necesita recordar la Torre Eiffel ni que alguien se la describa, pues
Él está allí —plenamente presente. Y está plenamente presente donde te
encuentres en este preciso momento. Está plenamente presente en mundos
más allá de lo que el telescopio espacial Hubble puede ver, y en mundos
mucho más pequeños de lo que el mejor microscopio electrónico es capaz
de revelar.
Sin embargo, Él es diferente a Su creación. Los teólogos lo llaman
trascendencia . Dios está plenamente presente en Su creación, pero Él no es
Su creación. Los panteístas afirman que toda la creación es parte de Dios,
pequeñas partes de la Deidad. El cristiano cree que “en Él vivimos, nos
movemos y existimos” (Hch 17:28), pero nosotras somos nosotras, y Él es
Él. Si nosotras y el resto de la creación fuéramos pequeñas partes de la
Deidad, también seríamos dignos de adoración, y la Biblia estaría
completamente equivocada al condenarnos por esa adoración. El Dios de la
Biblia está en todas las cosas y alrededor de ellas, pero Él es diferente a
ellas.
Aunque Dios está plenamente presente en todas partes, no siempre somos
conscientes de ello. Hay ocasiones en las que Él nos muestra claramente Su
presencia, y hay otras en las que no. Ya sea que nos percatemos o no de Su
presencia, “Él no está lejos de ninguno de nosotros” (Hch 17:27). Aunque
Él está plenamente presente, puede que solo percibamos un aspecto
específico de Su naturaleza en un momento dado. Es posible que en un
servicio de adoración seamos mucho más conscientes de la presencia de Su
amor. En un tiempo de meditación en Su ley podríamos percibir más
claramente la presencia de Su santidad. Dios está plenamente presente hasta
en el infierno, aunque sus ocupantes solo perciban Su ira. Para el creyente,
la eternidad será un lugar donde experimentaremos la presencia de Dios al
máximo de nuestra capacidad. En esta vida lo hemos conocido de manera
limitada, pero allí le conoceremos como Enmanuel, Dios con nosotros .

CODICIANDO LA AUSENCIA DE LÍMITES


Las personas, a diferencia de Dios, solo pueden estar en un lugar a la vez.
Durante la mayor parte de la historia, esto limitó la capacidad del hombre
para aprender y adquirir conocimiento, comunicar ideas, formar y mantener
relaciones, dar y recibir amor, y proteger a sus seres queridos. El hombre
nacía dentro de una familia y de una comunidad, y se quedaba allí toda su
vida. Su conocimiento del mundo estaba limitado al conocimiento colectivo
de su comunidad inmediata. Si lograba algún descubrimiento filosófico,
puede que este descubrimiento nunca saliera de esa localidad. Sus contactos
y transacciones comerciales requerían de una interacción personal. Su
círculo de relaciones estaba limitado a aquellos con quienes compartía
proximidad física. Si los miembros de la familia dejaban la aldea y se
trasladaban a otra, su capacidad para protegerlos o incluso de mantener la
relación prácticamente desaparecía.
Sin embargo, piensa en cuánto se ha desafiado esta restricción en los
últimos doscientos años, y sobre todo en las últimas décadas. Los avances
en el transporte y en la tecnología facilitan la difusión de conocimientos e
ideas en formas que nuestros antepasados nunca habrían podido imaginarse.
El aprendizaje en línea ha eliminado la barrera de la distancia en la
educación. Cuando mi hijo mostró un interés temprano por la física, vio
conferencias de un profesor aclamado de MIT (Massachusetts Institute of
Technology ) en su computadora, una oportunidad que habría sido
económica y logísticamente imposible hace veinte años. Cualquiera con un
blog o una cuenta en las redes sociales puede publicar sus ideas para todo el
que le interese. Los negocios pueden llevarse a cabo electrónicamente sin
limitaciones geográficas. Formar y mantener relaciones ya no tiene que
ocurrir en persona —ocurre con la misma facilidad con que entramos a
Facebook o a LinkedIn. Y si nuestros seres queridos viven lejos de
nosotros, tenemos FaceTime o Skype para mantenernos cerca. Si necesitan
nuestra ayuda y protección, podemos contactarlos en segundos a través de
un mensaje o de una llamada.
Muchos de nuestros avances tecnológicos tienen el propósito de
ayudarnos a seguir eliminando esas barreras humanas que no nos permiten
estar en varios lugares a la vez. Anhelamos ver nuevos productos con más
velocidad de transmisión, preguntándonos cuáles serán esos avances que
nos liberarán aún más de la tiranía de nuestros cuerpos físicos. Pero hay
alguien que no necesita de ninguno de estos productos.
A diferencia de nosotras, Dios no tiene límites en Su capacidad de poseer
conocimiento. Como Dios es omnipresente, es capaz de ser omnisciente
(algo que estudiaremos más a fondo en el siguiente capítulo). Como está
plenamente presente en todo lugar, no tiene límites en Su comunicación con
Sus criaturas. Puede comunicarse según Su voluntad con cualquiera o con
todos si quisiera —sin la necesidad de hacer una transmisión global en vivo.
Él es perfectamente capaz de mantener un número infinito de relaciones —
sin Facebook ni Twitter. Puede proteger perfectamente a quienes ama.
Puede dar y recibir amor sin límites. Para Él, no existen las barreras de la
distancia física; los límites geográficos no impiden Su influencia ni Su
gobierno.
Lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿Somos idólatras al querer rechazar los
límites físicos de nuestros cuerpos?

AFECTOS DIVIDIDOS
Pensemos en las muchas veces que hemos querido estar en dos lugares a la
vez. Mis cuatro hijos tienen poca diferencia de edades, así que al final del
año escolar, mi esposo y yo nos encontramos repartidos entre ceremonias de
entrega de premios, conciertos y partidos que se juntan. Pero no basta con
dividirnos; nos enviamos mensajes con información actualizada de lo que
esté sucediendo en el evento donde nos encontremos. Seguro tú también has
hecho ajustes similares en tu familia, en el trabajo e incluso en la iglesia.
Como el internet nos permite trabajar a distancia, nuestras salas de estar se
convierten en dos lugares a la vez: un lugar de trabajo y un lugar familiar.
Asistimos a una iglesia y escuchamos sermones de otra iglesia por internet.
Si salimos a un viaje de negocios, nos comunicamos con nuestros hijos por
Skype o FaceTime para poder sentir que aún estamos en casa. Mientras los
niños están en la piscina aprovechamos unos minutos para hacer un par de
compras desde nuestro teléfono o tableta. Lo llamamos multitasking o
eficiencia, y pudiera serlo. Pero es importante que nos detengamos de vez
en cuando para evaluar nuestras expectativas.
No importa cuánto avance la tecnología, nunca podremos estar
plenamente presentes en todo lugar. Es inevitable que nuestra atención esté
dividida. Cuando envío un mensaje detallado a mi esposo del evento en el
que estoy y a la vez estoy leyendo su reporte, ninguno de los dos está
plenamente presente donde está. Cuando permito que el trabajo invada
ciertos espacios en mi hogar, dejo de estar plenamente presente en mi sala
de estar como madre o esposa. Cuando paso demasiado tiempo
interactuando con mis amistades en Facebook, estoy dejando de compartir
cara a cara con los demás —como debe ser. Cuando me digo a mí misma
que hablar por FaceTime es como si hubiera estado allí, estoy en problemas.
No hay sustituto para la interacción humana que experimentamos en
persona.
Piensa en lo común que es escuchar historias sobre mensajes de texto o
correos electrónicos que fueron malinterpretados por el receptor. La
mayoría de las veces se trata de alguien que trató de decir desde lejos lo que
debió haber conversado personalmente. Incluso los autores del Nuevo
Testamento reconocieron la importancia de estar presente cuando se trata de
conversaciones importantes: “Aunque tengo muchas cosas que decirles, no
he querido hacerlo por escrito, pues espero visitarlos y hablar
personalmente con ustedes para que nuestra alegría sea completa” (2Jn 12).
Nuestras mayores alegrías ocurren cuando estamos cara a cara con los
demás, en el mismo espacio físico. Cuando de verdad nos importa la
profundidad de la comunicación, hacemos todo el esfuerzo para que no
haya malentendidos. No hay tal cosa como la omnipresencia humana.
Nuestras tecnologías la imitan, pero usarlas no es lo mismo que estar
presente. No sustituyen la interacción cara a cara. No son pecaminosas en sí
mismas, pero pueden llegar a serlo para nosotras cuando comenzamos a
creer que usarlas equivale a estar allí . Son cosas buenas hasta que les
pedimos que nos hagan como Dios.
Querer estar en dos lugares no es un anhelo reciente en los humanos. Es
parte de la condición humana, en particular de los padres. Dicen que tener
un hijo es como escoger que tu corazón salga de tu cuerpo para siempre.
Cuando amamos profundamente a las personas y nos separamos de ellas, ya
sea de forma temporal o permanente, es natural que deseemos estar en dos
lugares a la vez. El apóstol Pablo expresó esto en su Carta a los filipenses :
“Me siento presionado por dos posibilidades: deseo partir y estar con
Cristo, que es muchísimo mejor, pero por el bien de ustedes es preferible
que yo permanezca en este mundo” (Fil 1:23-24). Si nuestro anhelo refleja
un sentir correcto y una perspectiva adecuada, estamos honrando a Dios con
ese deseo.
Pablo expresó su deseo de “estar con Cristo”, aunque sin duda sabía y
creía en la promesa de Jesús de que siempre estaría con nosotros. Pablo ya
quería disfrutar de la presencia de Cristo sin las limitaciones de su cuerpo
humano. Y este es el desafío para los creyentes mientras estemos de este
lado de la eternidad: no podemos confiar en nuestra percepción de la
cercanía de Dios. Lo sintamos o no, Dios está cerca. Nuestra consciencia de
esta verdad afectará directamente nuestra manera de vivir.

VIGILANCIA Y SEGURIDAD
Por un lado, el conocimiento de la omnipresencia de Dios debería llevarnos
a estar vigilantes en cuanto al pecado. Al igual que el niño que abre la lata
de galletas porque piensa que su mamá está lejos de la cocina, cuando
olvidamos que Dios está plenamente presente en todo lugar, nos
convertimos en nuestra propia ley. Nos decimos a nosotras mismas que
nadie nos ve, que no nos atraparán, que no habrá consecuencias por el
pecado que nadie presenció. Pero nada de lo que hacemos queda sin
testigos: “¿Soy acaso Dios solo de cerca? ¿No soy Dios también de lejos?
—afirma el Señor—. ¿Podrá el hombre hallar un escondite donde Yo no
pueda encontrarlo? —afirma el Señor—. ¿Acaso no soy Yo el que llena los
cielos y la tierra? —afirma el Señor—” (Jer 23:23-24).
En estos tiempos nuestro mundo está lleno de cámaras. Nos están
filmando casi en todas partes. Cuando Ray Rice, jugador de la NFL (la Liga
Nacional de Fútbol de los Estados Unidos), golpeó a su esposa y la dejó
inconsciente en el ascensor de un hotel en el 2014, creyó que nadie lo había
visto. Sin embargo, la presencia de una cámara de seguridad permitió que
millones de espectadores vieran sus acciones desde que el video cayó en
manos de la prensa. El testimonio de un testigo presencial ha sido una
poderosa herramienta legal desde que existen las leyes, pero los testimonios
no siempre son confiables. Sin embargo, las cámaras de vigilancia no
mienten. Nos enseñan una lección sobre la omnipresencia. Los gobiernos
deben decidir los límites apropiados para la vida privada de un ciudadano,
pero no existen leyes de privacidad entre el Creador y Sus criaturas. Y el
testimonio de un Dios omnipresente es más confiable que cualquier cámara.
Debido a esto, todo pecado que cometemos es ante todo un pecado contra
Dios. David reconoció esto en su confesión en el Salmo 51:4:

Contra Ti he pecado, solo contra Ti,


y he hecho lo que es malo ante Tus ojos;
por eso, Tu sentencia es justa,
y Tu juicio, irreprochable.

John Piper afirmó: “El pecado, por definición, es un fenómeno vertical”. 9


Jesús también señaló esta verdad en la manera en que elaboró la confesión
del hijo pródigo. Observa el orden de las palabras del hijo: “… Papá, he
pecado contra el cielo y contra ti” (Lc 15:18). Si el pecado fuera solo un
asunto de ofender a otras personas, si la confesión fuera solo un asunto de
buscar el perdón humano, la gracia no sería asombrosa. Es la gracia divina,
dada gratuitamente por un Dios que es testigo de todo lo malo que hemos
hecho contra Él , la que nos enseña que nuestros corazones deben temer y
temblar en justa reverencia.
El hecho de que Él sea testigo de todas nuestras debilidades y pecados,
tanto privados como públicos, debería movernos a permanecer vigilantes.
Debería llevarnos a la confesión y al arrepentimiento. El hecho de que Él
sea testigo de nuestros pensamientos antes de que se conviertan en
acciones, y de nuestras palabras antes de que salgan de nuestros labios,
debería llevarnos a pensar y a hablar con cuidado. El hecho de que Él lo vea
todo y aun así esté dispuesto a perdonarnos debería despertar en nosotros la
más profunda gratitud y un deseo de ser la misma persona en público y en
privado —una persona que piensa, actúa y habla como alguien que teme al
Señor. La omnipresencia de Dios no es compatible con el ateísmo práctico
(profesar que existe un Dios omnipresente y vivir como si no lo fuera).
Dios ve. Dios está presente. No hay nada oculto para Él. Y esto no solo
debe estimularnos a ser vigilantes, sino que también nos da seguridad —la
más bendita certeza que el corazón humano podría experimentar.
Cuando nuestros corazones nos engañan con la mentira de que Dios está
lejos, cuando empezamos a pensar que no ve nuestras aflicciones o que
nuestros pecados son razones suficientes para descalificarnos, podemos
aferrarnos a la certeza del Salmo 23: “Aunque pase por el valle de sombra
de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo…” (v 4
NBLH). El “estás conmigo” de Dios no depende de que seamos dignas,
sino de Su voluntad, y Su voluntad es que Sus hijos escogidos nunca estén
solos.
Hay un concepto llamado “el ministerio de la presencia”. Aquellos que
han sufrido alguna pérdida trágica pueden contarte sobre él. Ocurre cuando
las personas que te aman vienen y se sientan contigo en medio de tu
tragedia. Cuando no hay palabras que nos consuelen, cuando ningún caldo
mejora la acidez en tu estómago, cuando no hay arreglo floral que pueda
esconder tu desesperación, ellas se sientan junto a ti y te ofrecen la
seguridad silenciosa de la proximidad, el regalo de la cercanía. Ellas han
venido y no se irán. Tu enorme y espantosa aflicción no las llena de terror
ni de repugnancia. Aun cuando las rechaces y hasta les supliques que se
vayan, se rehusarán por el bien de tu alma.
Hay un concepto llamado “el ministerio de la presencia”, y Dios lo lleva
a cabo a la perfección.
“El Señor mismo marchará al frente de ti y estará conmigo; nunca te
dejará ni te abandonará. No temas ni te desanimes” (Dt 31:8). Cuando
llegue la tragedia, ya sea que estemos luchando contra el pecado o en medio
de una aflicción, nunca afrontaremos a estos enemigos solas. Su Espíritu
mora en nosotras. El Señor nos rodea y vive en nosotras. ¿Hay mayor
seguridad que esta?
Su innegable presencia no es solo un consuelo en la aflicción o en la
angustia, también es un consuelo en la rutina de cada día y en las
circunstancias alegres. No necesita saludarte por la mañana y preguntarte:
“¿Cómo dormiste?”, ni por la noche decirte: “¿Cómo estuvo tu día?”. Él ha
estado contigo todo el tiempo. Nunca tiene que ponerse al día con tus
últimas novedades o logros. Mis hijos ya empezaron a mudarse de nuestro
hogar para ir a la universidad, y puedo sentir ese fuerte deseo de estar con
los cuatro a dondequiera que vayan. Se siente tan extraño saber que están
aprendiendo nuevas ideas y experimentando la vida sin que yo sea testigo
presencial de todo. Sé que este cambio es natural, pero la separación sigue
siendo una pérdida. La naturaleza de nuestra comunión ha sido alterada. En
cambio, la naturaleza de nuestra comunión con nuestro Padre celestial no se
ve afectada por ninguna separación. Podemos conocer Su presencia durante
esta vida, y podemos ser cada vez más conscientes de ella, pero la
conoceremos con mucha más claridad en la eternidad. ¡Señor, apresura ese
día!

DERRIBANDO EL MITO DE LA OMNIPRESENCIA HUMANA


En Génesis 28 se narra cuando Jacob huía de la casa de su juventud para
escapar del hermano al que había engañado. Su vida hasta entonces se había
caracterizado por el orgullo, la arrogancia y el engaño. Al acostarse para
dormir tuvo una visión del cielo, y vio ángeles que ascendían y descendían.
Cuando se despertó, exclamó: “En realidad, el Señor está en este lugar, y yo
no me había dado cuenta” (v 16). Ciertamente, su vida había demostrado
una falta de reconocimiento de la omnipresencia de Dios. Al igual que
Jacob, tú y yo debemos vivir como aquellas que reconocen que el Señor
realmente está presente. Debemos vivir confiadas en que sea cual sea el
lugar donde nos encontremos, oscuro o luminoso, cerca o lejos,
atemorizante o seguro, Él está allí.
No, no podemos estar en más de un lugar a la vez. Cuando tratamos de
ser omnipresentes, lo único que podremos garantizar es que nuestra
atención, nuestros intereses, nuestros afectos, nuestras lealtades y nuestros
esfuerzos estarán divididos. Es mejor confiar en que los límites de estos
cuerpos son buenos, porque nos fueron dados por un Dios que es bueno. Es
mejor maravillarnos al pensar que no importa donde estemos, Su Espíritu
nos rodea y nos llena. Si somos conscientes de que Él es testigo de todo lo
que pensamos, hablamos y hacemos, aprenderemos a vivir con prudencia.
Si somos conscientes de que Él ve a Sus hijos a través de los lentes de la
gracia, aprenderemos a confesar nuestro pecado en lugar de encubrirlo. Si
somos conscientes de que no podemos huir de Su presencia, correremos
hacia Él. Aprenderemos a deleitarnos en Su cercanía. Cuando confiamos en
que Él está plenamente presente en todas partes, finalmente somos libres
para estar plenamente presentes donde sea que Él nos haya colocado —cara
a cara con aquellos que amamos, buscando el rostro de Dios.

VERSÍCULOS PARA MEDITAR


1 Reyes 8:27
Isaías 66:1
Hechos 17:27-28
Salmo 139:7-10
Jeremías 23:23-24

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

1. ¿Con cuál de las formas en que tratamos de imitar la omnipresencia te


identificas más? ¿Cuál de tus relaciones principales requiere que estés
más presente de lo que has estado hasta ahora?

2. ¿Dirías que sentirte distante de Dios siempre indica que algo anda “mal”
en tu relación con Él? ¿Qué factores podrían impedir que te sientas cerca
de Dios aunque sepas que lo estás?

3. Al considerar la omnipresencia de Dios, ¿ha cambiado tu perspectiva


sobre tus pecados secretos? ¿De qué manera? ¿Cómo afecta la actitud
que debes tener al confesar?

4. ¿Cómo te consuela personalmente la realidad de la omnipresencia de


Dios? ¿Cómo aumenta tu asombro ante la gracia divina?

ORACIÓN
Escribe una oración al Señor confesándole tu deseo de estar en más de un
lugar a la vez. Pídele que te ayude a vivir como una persona que sabe que
Dios es testigo de cada momento de su vida. Agradécele por darte la
seguridad de que Él ve tus pensamientos, tus palabras y tus obras a través
de los lentes de la gracia. Alábalo porque no existe lugar alguno donde Él
no esté.
8

Omnisciente

Un Dios cuyo conocimiento es infinito

Él sabe, sí, Él sabe,


entonces ¿por qué no confiar en Él,
y contar tus alegrías y tus aflicciones
al Salvador de los hombres?
Georgia C. Elliott

Toda escuela primaria tiene su cuota de personajes pintorescos, y la mía no


era la excepción. La chica más insoportable en mi clase de primer grado
tenía coletas, rodillas huesudas y una gran falta de dominio propio cuando
se trataba de contestar preguntas. Se inclinaba hacia adelante y agitaba su
brazo para ser la primera en captar la atención de la maestra. Si la señora
Walker, nuestra maestra, llamaba a otro estudiante, la señorita Coletas se
estiraba tanto como pudiera desde su asiento y movía sus dedos con
desesperación, susurrando: “Yo, yo, yo, yo…”, asumiendo que ese otro
estudiante no sabría la respuesta. Cuando finalmente se le daba el turno para
hablar, soltaba su respuesta a toda velocidad y su cara pasaba de reflejar
desesperación a mostrar triunfo y alivio —aunque a veces era difícil de
interpretar debido a la ausencia de sus ocho dientes delanteros.
Era una sabelotodo que siempre quería pasarse de lista. Esa era yo.
Un día la señora Walker me llevó a un lado y me dijo: “Qué bien se siente
dar la respuesta correcta a una pregunta, ¿verdad?”.
Sí, realmente se sentía maravillosamente bien.
“Dejemos que algunos de los otros niños tengan la oportunidad de
sentirse así al dar la respuesta correcta. ¿De acuerdo?”.
Bueno, señora Walker, no sé si pueda mantener mi ego gigante dentro de
esos parámetros. Pero la entiendo.
Casi todas tuvimos momentos como estos durante nuestra infancia. La
arrogancia de la juventud nos persigue hasta los comienzos de la edad
adulta, cuando las realidades de la vida empiezan su trabajo correctivo de
enseñarnos los límites de nuestro conocimiento. Mark Twain lo dijo bien:
“Cuando tenía catorce años mi padre era tan ignorante que apenas podía
soportar tenerlo cerca. Pero a los veintiún años me sorprendí de lo mucho
que el viejo había aprendido en siete años”. Envejecer significa crecer en
conocimiento, pero también significa crecer en nuestra percepción de lo
poco que realmente sabemos de todo lo que hay por conocer. Lo cual es un
montón. La señorita Coletas se encuentra ahora en la mediana edad, una
etapa en la que esperaba comenzar a tener una sensación de seguridad como
resultado de las experiencias y la educación que ha acumulado. En cambio,
cada vez es más consciente de lo poco que ha aprendido y de lo mucho que
aún no conoce. No solo eso, sino que ha empezado a olvidar.
EL DIOS QUE NO APRENDE
¿Quién es la persona más inteligente que has conocido? No la que más se
pase de lista, sino la más hábil intelectualmente hablando. En mi caso, fue
mi abuelo. Aparte de ser un fiel hombre de fe, fue un ingeniero nuclear
antes de que el campo existiera oficialmente. Acumuló patentes y
reconocimientos bien merecidos a lo largo de una carrera que se extendió
casi hasta sus noventa años. Murió a los noventa y tres, todavía con una
mente activa. En su funeral, sus estudiantes lo describieron afectuosamente
como alguien tan brillante que sin duda sabía más ciencia de la que ellos
eran capaces de aprender en todas sus vidas. Pero mi abuelo, el intelectual
más hábil que he conocido, es apenas una sombra del Dios a quien adoraba.
Dios no solo sabe mucho, sino que es omnisciente —Su conocimiento es
infinito. Conoce todas las cosas, no porque las haya aprendido, sino porque
es el origen de todo. Dios no aprende. Aprender implica cambiar y, como
ya hemos visto, Él es inmutable. Aprender implica mover los límites del
conocimiento, y Su conocimiento no tiene límites. Eso de que
“aprendemos algo nuevo cada día” no se aplica a Dios. Jamás ha aprendido
algo nuevo. Al no estar limitado por el tiempo, Dios conoce todas las cosas
pasadas, presentes y futuras, y todo lo que existe fuera del tiempo. Y nunca
olvida porque está plenamente presente en todo lugar. Hemos dicho que Su
conocimiento de Sí mismo y de nosotras es perfecto, pero esto es solo una
pequeña parte de todo lo que conoce. A. W. Tozer nos ofrece este intento
de capturar las profundidades del conocimiento de Dios:

Sin esfuerzo alguno, Dios conoce toda materia, toda mente, todo
espíritu, todo ser, toda criatura, toda pluralidad, toda ley, toda relación,
toda causa, todo pensamiento, todo misterio, todo enigma, todo
sentimiento, todo deseo, todo secreto, todo trono y dominio, toda
personalidad, todo lo visible y lo invisible en el cielo y en la tierra, el
movimiento, el espacio, el tiempo, la vida, la muerte, el bien, el mal, el
cielo y el infierno.
Puesto que Dios conoce todo a la perfección, no conoce ninguna cosa más que otra, sino que
conoce todo igualmente bien. Nunca descubre cosa alguna. Nunca se sorprende ni se asombra.
No necesita buscar información ni hacer preguntas (excepto cuando quiere que los hombres
reconozcan algo para su propio bien). 10

El aprendizaje es un concepto ajeno para Dios, pero es algo fundamental


para el ser humano. Incluso inicia antes de que nazcamos —el vientre de
nuestra madre fue nuestro primer salón de clases. Es donde nuestros cinco
sentidos comenzaron a procesar los estímulos. 11
Y nunca paramos de
aprender. La frase “Uno nunca está demasiado viejo para aprender” se
aplicaba a mi abuelo, y mi oración es que se aplique a mí también. Desde
la cuna hasta la tumba, aprender es esencial para el ser humano. Y no solo
eso, sino que es un derecho humano. Las Naciones Unidas ven la
educación como “un derecho fundamental y esencial para el ejercicio de
todos los demás derechos humanos”. 12
Cuando los gobiernos quieren
negarle a alguien el pleno ejercicio de su humanidad, suelen empezar con
la educación. Ha habido mujeres, personas pobres e incluso etnias
completas a quienes se les ha impedido recibir educación por temas de
control o de marginalización. Ser humano es aprender. Negar el
aprendizaje humano es adjudicarse el papel de Dios —más bien, de una
versión malévola de Él. Solo un Dios bueno puede establecer los límites
del entendimiento humano en lugares que son correctos y buenos.
PONIENDO A PRUEBA LOS LÍMITES DE NUESTRO

APRENDIZAJE
Dios ha dejado el universo abierto para que lo exploremos. Somos libres
para descubrir lo que podamos según nuestras habilidades intelectuales, en
los tiempos y los lugares que Él ha ordenado para nosotras. Aunque no
podemos afirmar que Dios ha limitado la cantidad de conocimiento que el
ser humano puede explorar, podemos decir sin lugar a dudas que sí ha
limitado la cantidad de conocimiento que un humano puede consumir y
usar. Estos límites son cada vez más evidentes para los que vivimos en esta
época digital. Treinta años después de los inicios del internet, ¡se estima que
lo usa el 39% de la población mundial (2.7 billones de personas)! 13 Y la
cantidad de información que generamos es impresionante. Cada minuto se
envían 204 millones de correos electrónicos, se publican 3,472 imágenes en
Pinterest, se hacen más de 4 millones de búsquedas en Google, y los
usuarios de Facebook comparten 2.5 millones de publicaciones. 14
Estamos poniendo a prueba los límites de nuestro consumo en una
manera que no fue posible para las generaciones anteriores. El internet
ofrece un bufé libre a todos, tanto al que realmente busca respuestas como
al que simplemente está aburrido. Y nos servimos del bufé como si nuestros
cerebros tuvieran espacio para toda esa información (y como si la
necesitáramos). Como ocurre con todos los bufés, por más maravillosas que
sean su accesibilidad y variedad, el consumo imprudente puede causarnos
problemas de salud. Hay una diferencia entre el aprendizaje saludable y la
glotonería informativa: una refleja nuestra naturaleza humana, y la otra es
un deseo insaciable por la ausencia de límites.
Nuestro deseo insaciable por la información es una clara señal de que
codiciamos la omnisciencia divina. Queremos estar al tanto de todos los
hechos, pero como seres finitos no tenemos esa capacidad. Por tanto, el
consumo desmesurado de información no nos da la paz mental que estamos
buscando, sino que aumenta nuestra ansiedad. Los psicólogos han acuñado
un término que describe lo que sucede cuando ignoramos los límites de
nuestros cerebros: sobrecarga de información . Los estudios muestran que
la sobrecarga de información causa irritabilidad, enojo, letargo, apatía e
insomnio. Puede causar estrés cardiovascular, problemas digestivos, dolores
de cabeza, dolor estomacal, dolor muscular, afectar la visión y elevar la
presión arterial. Afecta nuestra capacidad cognitiva y, por tanto, nuestra
productividad al disminuir nuestra capacidad para prestar atención y nuestra
habilidad para concentrarnos. 15
Contrario a lo que pensaríamos, la sobrecarga de información también
reduce nuestra capacidad para tomar decisiones. Si bien la recopilación de
datos puede ayudarnos a tomar decisiones, con tantos datos opuestos o
contradictorios que sopesar, nos enredamos. Sufrimos de “parálisis por
análisis”, pues siempre tememos que haya alguna otra información que
invalide la decisión que hayamos tomado. Incapaces de sopesar la lista
aparentemente interminable de ventajas y desventajas en cada situación, no
podemos decidirnos. No hacemos nada. 16
La sobrecarga de información también tiene otro efecto devastador: mata
la empatía. Un estudio llevado a cabo por la Universidad del Sur de
California reveló que la exposición rápida a titulares o historias de desastres
o tragedias puede adormecer nuestro sentido de la moralidad y promover la
indiferencia. Manuel Castells, sociólogo de la misma universidad, dice: “En
una cultura mediática donde la violencia y el sufrimiento se convierten en
un espectáculo interminable, sea ficción o ‘infotenimiento’, la indiferencia a
la idea del sufrimiento humano se va asentando gradualmente”. 17
Dios nos ayude si como creyentes ignoramos los límites adecuados para
nuestras mentes. Dios nos ayude si la iglesia sucumbe a la inacción y la
indiferencia ante el sufrimiento humano. Debemos respetar los límites que
Dios ha establecido en cuanto a la cantidad de información que podemos
procesar y a la cantidad de tiempo que toma procesarla para que nos lleve a
actuar y a ser empáticos.

NO ES UNA NUEVA ADICCIÓN


Es cierto que la información se ha vuelto más asequible en nuestros días
(está literalmente al alcance de la mano), pero ese deseo enfermizo por
tenerla no es nada nuevo. Los humanos siempre han pensado que la
solución a nuestra ansiedad es más conocimiento. Adán y Eva, por ejemplo,
buscaron un conocimiento para el que no habían sido diseñados. El autor de
Eclesiastés, quien escribió tres mil años antes de que hubiera internet o
iPhone, concluyó sus reflexiones sobre la futilidad de la vida humana con
esta observación: “… ten presente que el hacer muchos libros es algo
interminable y que el mucho leer causa fatiga” (Ec 12:12). No hay nada
nuevo bajo el sol (1:9). Al igual que toda persona antes de nosotras,
pensamos que el árbol del conocimiento del bien y del mal debería ser
nuestro, que todo conocimiento debería pertenecernos; sospechamos que
Dios nos está ocultando algo y queremos saber qué es, porque queremos ser
como Él.
Aunque nos tome tiempo reconocer que nuestro deseo es una locura, los
mercadólogos no tienen problema alguno en afirmar lo evidente. Hace unos
años, la campaña para impulsar el teléfono inteligente Motorola Droid lo
presentaba como el teléfono que “todo lo sabe, todo lo ve”. Pero la campaña
publicitaria de Apple es aún más directa, aunque más sutil. Hay una razón
por la que los productos de Apple (iPod, iTunes, iMac, iPhone) empiezan
con la misma letra. Algunos pensarían que la letra i es de “información”,
pero no es así. Los productos de Apple no le dan mucha importancia a la
información. Ellos le dan importancia al I [que significa yo en inglés]. 18
Respondiendo a la magnífica pregunta retórica de Moisés: “¿Quién como
Tú entre los dioses, oh Señor?” (Éx 15:11 NBLH), Apple —al igual que el
resto de la humanidad desde el Edén— ha respondido alegre y
despreocupadamente: “iAm [yoSoy]”.
Pero el problema no son los mercadólogos. Tampoco lo son las
tecnologías que venden ni la información que nos facilitan. ¿Quién es el
problema? Yo soy el problema. Yo y mi deseo de no tener límites ni
restricciones. Si tan solo fuéramos capaces de discernir nuestras
motivaciones tan claramente como lo hacen Apple y el autor de Eclesiastés.
Pero el bufé de información nos llama, nos atrae hacia un eterno banquete
de hechos y nimiedades. Quedamos tan embelesadas que no tenemos la
claridad mental necesaria para mirar nuestros aparatos y preguntarnos:
“¿Acaso no es pura mentira lo que tengo en mi mano derecha?” (Is 44:20
RVC).
Nos creemos la mentira. Creemos que si tenemos acceso a información
ilimitada tendremos más tranquilidad. Sin embargo, ¿podemos decir que
nuestra glotonería informática ha logrado aliviar nuestras ansiedades o
aumentar nuestra seguridad? Tener acceso inmediato al internet para saber
las mejores rutas, quién protagonizó alguna película, dónde se encuentra el
café más cercano o la temperatura promedio en Zurich nos da una sensación
de control… por un momento. Pero cuando nos desconectamos
descubrimos que nuestras ansiedades acechan justo bajo la superficie.

NO NOS INCUMBE
Esa ansiedad por no saber también se ve en nuestro deseo por conocer el
futuro. Al igual que un lector impaciente que salta a la última página de una
novela de suspenso para liberar la tensión, nosotras queremos echar un
vistazo a lo que sigue. No es de sorprender que la práctica de la adivinación
se remonte a los inicios de la historia del hombre y que aún nos persiga. El
no creyente lo hace con el horóscopo, la lectura de las manos y las cartas
del tarot. El creyente hace algo similar pero lo disfraza de religión: le pide a
Dios una señal extrabíblica, reclama una promesa bíblica fuera de contexto
o le asigna un significado a ciertos sueños o “palabras proféticas”.
La Biblia narra ejemplos en los cuales Dios dio a conocer el futuro a
determinadas personas para un propósito específico, pero estos ejemplos no
pueden tomarse como normativos. Nos decimos a nosotras mismas que si
conociéramos el futuro, usaríamos ese conocimiento para bien, pero ¿qué
tan probable es eso? Es mucho más probable que lo usemos para avivar las
llamas de nuestra autonomía y para promover nuestros propios intereses.
Quisiéramos afirmar que el conocimiento del mañana eliminará nuestras
ansiedades, pero al decirlo estamos asumiendo que el mañana traerá
alegrías, o que saber lo que nos depara implica que lo enfrentaremos mejor.
Si nos dijeran lo que nos depara el mañana, podemos estar seguras de que
no solo obtendríamos respuestas, sino que surgirían aún más preguntas.
Dios puede encargarse del futuro sin nuestra ayuda. No nos incumbe.
Pero el futuro no es el único lugar donde buscamos conocimiento que no
nos toca saber. A menudo mostramos un interés malsano por los asuntos de
otras personas. La Biblia lo llama “entrometerse”. El hecho de que Pedro lo
haya puesto en una lista de pecados que incluyen el robo y el asesinato (1P
4:15) debe decirnos algo. Es una forma de agredir la vida de otra persona
hecha a la imagen de Dios. Los entrometidos creen que tienen derecho a
conocer sobre las situaciones de otras personas. Aunque sin duda
defenderían ferozmente su propio derecho a la privacidad, no extienden la
misma gracia a los demás. Si la información es pública, lo ven como algo
lícito. Son los consumidores del periodismo sensacionalista, los
susurradores de chismes, los custodios de los detalles secretos de las vidas
de otras personas. Son la razón por la cual tenemos contraseñas en nuestros
teléfonos y computadoras.
La intromisión puede ser difícil de ver porque a menudo se disfraza como
interés genuino. Como madre me he dado cuenta de que el deseo de
inmiscuirme en la vida de mis hijos va creciendo a medida que ellos crecen.
Entre más se acercan a la edad adulta, menos puedo (y debo) involucrarme
en sus conversaciones y asuntos privados. Pero ha sido un desafío pasar de
conocer cada uno de sus movimientos y palabras a tener que respetar esa
distancia por su edad. Sí, podría leer cada mensaje y correo en sus
teléfonos. Sí, podría vigilar todas sus relaciones en internet y controlar
todos sus movimientos por GPS. Hay temporadas y circunstancias en las
cuales estas medidas podrían ser un medio de protección y bendición, pero
conforme mis hijos maduran, debo ir dejándolos cada vez más bajo el
cuidado de Dios, confiando en que Aquel que es omnisciente los protegerá.
Todas tenemos relaciones en las que sentimos ese impulso a controlar —un
cónyuge, una amiga propensa a las crisis, incluso alguien que admiramos o
envidiamos. Pero cuando nos entrometemos, multiplicamos sus problemas
y los nuestros.

SOLTAR Y CONFIAR
En vez de depositar todas tus ansiedades en el internet, que no se preocupa
por nadie, deposítalas en Dios, pues Él tiene cuidado de ti (1P 5:7). En vez
de obsesionarte con el futuro, aprende a contentarte con lo que Dios te ha
revelado en el presente. En vez de entrometerte, enfócate en tus propios
asuntos. Dejemos que sea Dios quien maneje todo conocimiento. Él es el
único capaz, y además lo hará con sabiduría perfecta. Lo que eliminará
todas nuestras ansiedades es el conocimiento de Dios, y para conocerle
mejor tenemos que pasar menos tiempo buscando curiosidades en internet y
más tiempo buscando tesoros en la Escritura. Dejemos el futuro en las
manos de Dios, pues Él ya está allí. Ocupémonos en nuestros asuntos y
dejemos de entrometernos. Nuestro consuelo no viene de tener todo el
conocimiento, sino de confiar en Aquel que sí lo tiene.
Cuando confías en que Dios es omnisciente, reconoces y descansas en
cuatro hermosas verdades:

1. No puedes ser más lista que Dios . No puedes enseñarle ninguna lección
de ningún tipo. Él conoce todas las cosas. No puedes eludir Su lógica ni
proponer una mejor alternativa a Su plan. Y no hace falta que lo hagas,
pues Él conoce todos los posibles resultados y consecuencias. Sus
caminos son los mejores. Son dignos de confianza y seguros. “El camino
de Dios es perfecto; la palabra del Señor es intachable. Escudo es Dios a
los que en Él se refugian” (Sal 18:30).

2. No puedes negociar con Dios . Dado que Él sabe exactamente cómo


procederías en cada escenario posible, no puedes convencerlo de que
actúe en cierta manera al presentarle una oferta de obediencia o
recompensa condicionadas. Ningún argumento le ofrecerá una nueva
perspectiva. Y como ya vimos, no tienes nada que Él necesite: Él no
necesita tu obediencia, y ya es dueño de todo lo que tienes. No tienes
que negociar con Él. Ya ha prometido hacer y permitir solo lo que sea
mejor para ti. Ha sellado ese pacto con la sangre de Cristo, derramada
por ti. “Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los
ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni
lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá
apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro
Señor” (Ro 8:38-39).

3. No puedes engañar a Dios . Toda actuación, por “buena” que sea, es


evidente para Él. Para Dios, todas somos malas actrices. Ninguna está
nominada para el Oscar. Tendemos a querer mostrarnos como alguien
que no somos. Sea que nos guste actuar como conquistadoras victoriosas
o como víctimas cobardes, Dios conoce lo que somos en realidad. No
tenemos que engañar a Dios, pues la cruz ya eliminó eficazmente nuestra
necesidad de exagerar nuestras fortalezas o debilidades. “Señor, Tú me
examinas, Tú me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto;
aun a la distancia me lees el pensamiento. Mis trajines y descansos los
conoces; todos mis caminos te son familiares” (Sal 139:1-3).

4. No puedes contar con que Él olvide . Tampoco deberías querer que


olvide. Si Dios conoce todas las cosas, entonces no puede olvidar. A
menudo creemos erróneamente que necesitamos un Dios olvidadizo
cuando se trata del historial de nuestros pecados. Saber que Dios no
olvida puede alarmarnos. Si Él no puede olvidar nuestros pecados,
¿cómo puede perdonarnos totalmente? Pero no necesitas que Dios
olvide. Necesitas que sea un Dios que nunca olvide ni una sola cosa. La
Biblia promete que Dios nunca más se acordará de nuestros pecados, lo
cual es una forma figurada de afirmar que no los toma en cuenta. La
incapacidad de Dios para olvidar es para nuestro bien. Significa que
podemos confiar en Su pacto. Nunca olvidará Sus promesas. Nunca nos
olvidará. “¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho, y dejar de amar
al hijo que ha dado a luz? Aun cuando ella lo olvidara, ¡Yo no lo
olvidaré! Grabada te llevo en las palmas de Mis manos” (Is 49:15-16).

DERRIBANDO EL MITO DE LA OMNISCIENCIA HUMANA


Como Dios conoce todas las cosas, nosotras no tenemos que conocerlas.
Nuestras vidas están llenas de preguntas que esperan respuestas, pero no es
el caso de nuestro Dios omnisciente. Él no padece de ansiedad por no saber
algo. No tiene razón para preocuparse, pues todo es seguro para Él. Vivimos
en la oscuridad del conocimiento parcial e incompleto, pero para Él la
oscuridad es como la luz. No hay nada que Sus ojos no vean, nada que Él
pueda olvidar. Somos libres para dedicarnos a aprender de maneras
saludables, a tratar de ampliar nuestro entendimiento con humildad, de tal
manera que seamos transformadas no en sabelotodos, sino en siervas.
Cuando estés ante el bufé informativo, pregúntate: ¿El tiempo y la
atención que le dedico a esto me hará más parecida a Cristo? ¿Me hará
servir mejor a Dios y a otros? ¿Estoy alimentando mi intelecto de manera
que me permita amar al Señor mi Dios con toda mi mente, o de manera que
me provoque una sobrecarga de información? ¿Lo que estoy aprendiendo
me lleva a adorarme a mí misma o a admirar las “maravillas del perfecto en
conocimiento” (Job 37:16 NBLH)?
Y cuando enfrentes la incertidumbre, y la respuesta a cada pregunta sea
un exasperado “Dios sabe”, deja la exasperación a un lado y refúgiate en la
seguridad. Dios sabe .
Casi al final del libro de los Salmos está el Salmo 131. En este breve
canto, David nos muestra cómo se ve un corazón que está en paz delante de
Dios, libre de la ansiedad causada por no saber todas las cosas.

Señor, mi corazón no es soberbio, ni mis ojos altivos;


no ando tras las grandezas,
ni en cosas demasiado difíciles para mí.
Sino que he calmado y acallado mi alma;
como un niño destetado en el regazo de su madre.
como un niño destetado está mi alma dentro de mí.
Espera, oh Israel, en el Señor,
desde ahora y para siempre.
Cuán diferentes serían mis días si me saliera de la fila del bufé de
información inagotable y en cambio me repitiera: “No ando tras las
grandezas, ni en cosas demasiado difíciles para mí… Espera en el Señor”.
Cuán diferente sería mi capacidad para aprender lo esencial si mi alma
estuviera calmada y acallada en lugar de estar distraída con un montón de
artículos y videos que prometen cambiar mi vida. Cuán diferente sería mi
capacidad de percibir a Dios si cambiara mi desorden mental, mi
adivinación y mi intromisión por una mente ordenada. Nuestra capacidad
mental es limitada. Los que temen al Señor honran los límites que Él ha
colocado sobre sus mentes, dejando todas esas cosas que no pueden ni
deberían conocer en manos de Aquel que conoce todo a la perfección. “Lo
secreto le pertenece al Señor nuestro Dios, pero lo revelado nos pertenece a
nosotros y a nuestros hijos para siempre, para que obedezcamos todas las
palabras de esta ley” (Dt 29:29).
Al liberarte del mito de la omnisciencia humana, descubrirás que somos
libres para ocuparnos de nuestros asuntos. El asunto de cada creyente es
esforzarse por entender lo que Dios ha revelado. Lo que ha revelado es
suficiente para la salvación, necesario para la piedad, y sumamente digno de
meditación. Es verdadero, noble, correcto, puro, precioso, admirable,
excelente y digno de alabanza. Se convierte en el filtro a través del cual
aprendemos a escoger con sabiduría qué conocimiento adicional es bueno
para nuestras almas. Y al escoger bien, nuestras mentes estarán ocupadas
amando a Dios como deben.
Medita en estas cosas.
VERSÍCULOS PARA MEDITAR
Job 37:16
Salmo 139:1-4
Salmo 94:9-11
Isaías 40:27-28

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

1. ¿Qué tipo de conocimiento codicias más? ¿Cómo puedes discernir si tu


codicia por este conocimiento es sana o enfermiza?

2. ¿Cómo puede ser de bendición el tener tanta información a nuestra


disposición? ¿Cómo podrías hacer un mejor uso de la misma para
glorificar a Dios y promover el cumplimiento de Su voluntad en la
tierra?

3. ¿Qué límites necesitas establecer con relación al consumo de


información? ¿Dónde eres más imprudente en tus patrones de consumo?

4. ¿Cómo te consuela la realidad de la omnisciencia de Dios? ¿Cómo


aumenta tu asombro ante la gracia divina?

ORACIÓN
Escribe una oración al Señor confesándole tu deseo de saber más de lo que
necesitas. Pídele que te ayude a cultivar una mente bien ordenada que
conozca sus límites y le confíe a Él lo desconocido. Agradécele por la
seguridad de que Él conoce todo sobre ti, y aun así Su amor por ti no
cambia. Alábalo porque conoce todo a la perfección.
9

Omnipotente

Un Dios con poder infinito

Altísimo, omnipotente, buen Señor,


a Ti sea la alabanza por los siglos,
y bendiciones sin medida.
San Francisco de Asís

Le tengo fobia a los tornados. Desde que escucho las sirenas de alerta, aun
cuando el cielo despejado indique que debe ser solo un simulacro, me lleno
de pánico y corro hacia el cuarto interior más cercano. Hace unos años
sonaron las sirenas mientras estaba en el trabajo. Trabajo en el edificio de
nuestra iglesia, donde antes había un supermercado, y mi oficina está en el
segundo piso. Pálida y con mi bolso bien agarrado, salí corriendo hacia los
baños del primer piso y choqué con una compañera de trabajo que
deambulaba en dirección opuesta.
— ¡Quizás estemos a punto de reunirnos con Jesús! —dijo con serenidad.
En serio. Algunas veces trabajar en una iglesia es casi demasiado. No
logré responder con amabilidad.
— ¡Pues ve a reunirte con Él! —grité. ¡Yo estaré en el baño de las
mujeres amarrada a la tubería con la correa de mi bolso!

Porque la tubería es todo lo que quedará. Eso lo sé. Recuerdo aquel


supermercado que estaba en la autopista Jacksboro como si fuera ayer.
Después de un tornado, lo único que quedó fue una losa con unos tubos
donde antes estaban los baños. La mañana del martes 10 de abril de 1979
empezó como un día cualquiera en mi pueblo natal de Wichita Falls, Texas.
Poco después del mediodía los cielos se habían oscurecido, y todos
estábamos pegados a la pequeña televisión esperando ver por dónde
podrían pasar los tornados. Leíamos la lista familiar de los condados del
norte de Texas: Foard… Hardeman… Wilbarger… Wichita. Del oeste al
este. Había que buscar refugio. Ese día pasaron trece tornados por nuestra
área, y una nube embudo de intensidad F4 19 y que tenía 2.5 km de ancho
destruyó mi pueblo natal, dejando un surco de 13 km de longitud.
Estuve a cuatro cuadras de la destrucción, lo suficientemente lejos como
para ser librada, lo suficientemente cerca como para escuchar el estruendo
de lo que sonaba como un tren de carga, y ver cómo los escombros eran
recogidos por el viento y lanzados por todas partes. En los días posteriores,
lloramos a los muertos y nos maravillamos ante la vida. La Cruz Roja nos
vacunó contra el tétano y ayudamos a nuestros amigos a buscar sus álbumes
de fotografías y sus mascotas en medio del caos. Reflexionamos acerca de
las cosas que realmente importan en la vida, y de las pocas respuestas que
teníamos a tantas preguntas respecto a esta tragedia. Aprendimos sobre el
poder y sobre la impotencia.

SOLO UNA MUESTRA


Esa es la razón por la que me la paso nerviosa durante la temporada de
tornados, y por la que siempre me ha gustado esa historia en los Evangelios
en la que Jesús se despertó de una siesta durante una tormenta y ordenó a la
naturaleza que se calmara. Mostrando momentáneamente Su naturaleza
divina, habló y produjo orden donde antes había caos. Sus discípulos,
asombrados, preguntaron con razón: “¿Qué clase de hombre es este, que
hasta los vientos y las olas le obedecen?” (Mt 8:27).
La clase de hombre que es plenamente Dios. Infinitamente poderoso.
Omnipotente. El mismo que produjo orden en el caos que hubo durante la
fundación del mundo.
Para nosotras es difícil entender lo que implica el poder sin límites.
Asediado por la tragedia, Job se maravilló ante la fuerza F4 de Dios, y
concluyó que esta mostraba solo los más mínimos vestigios del poder
divino:

¡Y esto es solo una muestra de Sus obras,


un murmullo que logramos escuchar!
¿Quién podrá comprender Su trueno poderoso? (Job 26:14).

Realmente, ¿quién podrá?


En Apocalipsis 19:6, la multitud en las bodas del Cordero aclama a Dios
como omnipotente: “¡Aleluya! Ya ha comenzado a reinar el Señor, nuestro
Dios todopoderoso”. Dios no solo es poderoso, Él es todopoderoso,
ilimitado en poder, infinitamente poderoso. Sabemos que Él es creador y
sustentador de todas las cosas, así que también sabemos que le pertenece
todo el poder. Como sabemos que Él no cambia, entendemos que Su poder
no puede disminuir ni aumentar. Si es cierto que “el conocimiento es
poder”, ¿cuán poderoso es Aquel que tiene todo el conocimiento? Como
Dios no está sujeto a las limitaciones del tiempo ni del espacio, puede
ejercer Su poder donde sea y cuando sea.
Aunque no siempre lo percibimos, el poder de Dios siempre está activo y
es absolutamente inagotable. A diferencia de nosotras, Él no necesita hacer
una pausa para recuperar Sus fuerzas. No necesita dormir ni descansar
porque “no se cansa ni se fatiga” (Is 40:28). Nunca ha necesitado tomar una
siesta el domingo por la tarde, ni se ha quedado dormido mientras lee algún
libro favorito. Los seis días de la Creación no consumieron ni un ápice de
Su poder, pero, en Su compasión, estableció un patrón de descanso en el
séptimo día para el beneficio de Sus criaturas, cuyo poder sí es limitado.

PADRE FUERTE
En casa los niños no tardaron en darse cuenta de que era mejor ir donde su
papá si tenían alguna emergencia durante la noche. Mi problema es que o
no me despierto o salgo volando de la cama, completamente asustada y
confundida. Así que si tenían dolor de barriga o habían tenido alguna
pesadilla, iban directo al lado de la cama de Jeff. Pero aun ese
extraordinario padre de mis hijos necesitaba dormir. Tenían que despertarlo.
Sin embargo, a nuestro Padre celestial nunca hay que despertarlo. Sus ojos
nunca se cierran para dormir. Sus pensamientos nunca divagan por la fatiga.
Sus brazos nunca están demasiado cansados para sostener y proteger.
Nuestro Padre celestial es fuerte, siempre lo ha sido, y siempre lo será.
Esa típica frase infantil de “mi papá puede darle una paliza al tuyo”
revela que desde pequeños somos conscientes de que tener un padre fuerte
es algo envidiable. Y ese es precisamente el Padre que tenemos. No solo
eso, sino que el intenso deseo que tiene un padre terrenal de proteger a sus
pequeños en su debilidad es un reflejo del deseo de nuestro Padre celestial
de protegernos en la nuestra. El fuerte protege al débil, y bienaventurados
aquellos que entienden a qué categoría pertenecen. Dios nos da una
cantidad limitada de fuerza, así como nos da otros dones. Podemos usar esa
fuerza para hacer el bien o para hacer el mal. Los que la usan para bien la
emplean para vencer su pecado y para proteger al débil, pero en la historia
del mundo vemos un sinnúmero de ejemplos de personas que han usado el
poder para hacer el mal.
Quizás el hombre fuerte más conocido de la Biblia es Sansón, cuya
historia se registró en Jueces 13 – 16. Apartado desde su nacimiento para
ser un libertador de Israel, se suponía que debía usar su don divino de la
fuerza para hacer la guerra contra los enemigos de Israel, los filisteos. En
cambio, la usó para ganar su favor, sus posesiones y un número
considerable de sus mujeres. Y la usó para su propio plan de venganza. En
pocas palabras, Sansón usó la fuerza que Dios le había dado para imitar a
los filisteos en vez de derrotarlos . Creyó que su fuerza era el resultado de
su obediencia de no cortarse el pelo. Pero estaba equivocado. Era, simple y
llanamente, un don por la pura gracia de Dios. Sansón terminó ciego y solo,
bebiendo de la copa de la impotencia. En una última hazaña milagrosa, usó
su fuerza restablecida para colapsar un templo sobre sus captores filisteos.
El narrador registró con escalofriante firmeza que Sansón mató más
filisteos en su muerte que en su vida. En otras palabras, el poderoso Sansón
fue más útil para Dios en la hora de su muerte que en toda su vida.
Al igual que Sansón, cuando pensamos que alguna fortaleza especial es
producto de nuestra obediencia a Dios, usaremos esa fortaleza para
servirnos a nosotras mismas, no para servir a Dios y a otros. Toda fortaleza,
ya sea física, emocional o intelectual, puede usarse para servir a otros o para
la autoexaltación. Nuestra habilidad para persuadir puede usarse para
motivar o para manipular. La fuerza física puede usarse para proteger o para
maltratar. Ser sumamente inteligente puede usarse para el bien común o
para controlar. Cualquiera que sea el poder que poseamos, tenemos que
decidir si vamos a usarlo para el beneficio de otros o para el nuestro. El
poder da placer. ¿Nos vemos como administradoras del poder que se nos ha
confiado, o nos vemos como dueñas de este? O lo usamos para la honra de
Dios, o lo acaparamos y amplificamos en un intento de imitar la
omnipotencia.
Es difícil resumir todas las formas en que los humanos tratamos de imitar
la omnipotencia. Desde la Caída, cada una de nosotras es una mediadora de
poder, siempre buscando maneras de usar y amplificar el poder para
nuestros propios fines. Como no podemos abarcarlo todo, consideraremos
cuatro de las fuentes más comunes de poder y las implicaciones de usarlas
para glorificarnos a nosotras mismas o para glorificar a Dios. Para
identificar estas cuatro fuentes de poder, solo hay que mirar las portadas de
las revistas que tenemos al lado mientras hacemos fila para pagar en el
supermercado. Según sus fieles reportes, nuestra cultura otorga poder a los
fuertes, a los que poseen belleza física, a los ricos y a los que tienen
carisma.

REVISTA SPORTS ILLUSTRATED: LA FUERZA FÍSICA COMO

PODER
Nos encanta glorificar a quienes consideramos fuertes físicamente. Andan
con sus anillos de campeonato, presumen de medallas olímpicas,
promueven bebidas deportivas. Pagamos más para verlos más de cerca
mientras exhiben su dominio. Pero a menudo cruzamos la línea y llegamos
a idolatrar la fuerza física. Lo vemos en la manera en que rendimos culto a
nuestros cuerpos, pero lo vemos con mayor claridad en la manera en que
marginamos a aquellos que no poseen fuerza física: los ancianos, los
discapacitados, los bebés que aún no han nacido. Lo vemos en la manera en
que la violencia doméstica y el crimen violento persiguen a las mujeres y
los niños. La fuerza física que le rinde culto al yo se degrada y se usa para
amenazar y agredir. En cambio, cuando usamos nuestra fuerza física para
glorificar a Dios, protegemos al débil con cada onza de energía que
podamos emplear.
Las mujeres, en particular, tenemos una ventaja única e importante con
respecto al poder físico. Nuestra biología, hecha por la mano de Dios, hace
que seamos relativamente débiles físicamente comparadas con los hombres.
Esto se aplica especialmente cuando estamos embarazadas. Una mujer en
estas condiciones experimenta un período biológicamente impuesto de
debilidad, y su fuerza es restaurada cuando da a luz. Asumiendo que
estemos en buena salud, las mujeres estamos en el punto medio entre los
más fuertes (los hombres) y los más débiles (los niños) biológicamente
hablando. Nos sentimos obligadas a cuidar y proteger al débil porque
entendemos tanto el don como la responsabilidad de la fuerza física en una
manera que no podemos dar por sentado. Pero todos nosotros, hombres y
mujeres, independientemente de cuánto peso podamos levantar o de cuán
lejos podamos correr, somos llamados a amar a Dios con toda nuestra
fuerza física. Todos los creyentes deben ocuparse de la verdadera religión
de atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones. Pudiéramos
parafrasear estas palabras de Santiago diciendo que nuestro deber es
básicamente “cuidar del débil y del vulnerable” (ver Stg 1:27).

REVISTA GLAMOUR: LA BELLEZA COMO PODER


Nuestra cultura (y casi todas las demás) le da poder a los que poseen belleza
física. Hay un episodio de Seinfeld 20 en el que Jerry sale con una hermosa
mujer rubia llamada Nikki, y él usa su atractivo para obtener un trato
preferencial dondequiera que la lleva. En cierto momento, Jerry quiere ver
hasta dónde puede salirse con la suya, así que decide exceder el límite de
velocidad y alardear de su hazaña delante del policía que lo detiene, seguro
de que Nikki evitará que sea multado. Y así fue, por supuesto. Nos reímos
ante esta situación porque sabemos que es verdad. Las personas hermosas
viven una existencia privilegiada en la que el poder no se gana ni se obtiene
mediante coacción, sino que simplemente se les da. Sabiendo esto, estamos
dispuestas a gastar grandes cantidades de dinero y de tiempo para alcanzar
o mantener el atractivo físico. La industria de la belleza nos alimenta con la
mentira tentadora de que si arreglamos el exterior, el interior se arreglará.
Los productos y los servicios prometen que nos sentiremos mejor si lucimos
mejor, lo cual no es completamente falso. Pero para el creyente, cómo nos
sentimos y cómo lucimos no ocupan un lugar prioritario en la lista de
factores que nos ayudan a servir a Dios y a los demás como deberíamos.
La belleza externa le da privilegios al que la posee, y eso hace que el
envejecimiento sea difícil para estas personas, pues es una renuncia
obligatoria al poder. Por más cirugía plástica que tu cuerpo aguante, no
estarás en la portada de Vanity Fair a los ochenta y cinco años. A diferencia
de lo que afirma la industria de la belleza, la verdadera belleza inicia con el
cambio interno, no con el cambio externo. ¿Te contentarás con cultivar la
clase de belleza que no puede resistir el paso del tiempo? O ¿cultivarás la
clase de belleza que apunta hacia los propósitos eternos: la belleza
imperecedera de un espíritu suave y apacible? La verdadera belleza
permanece. No se extingue en el que la posee, sino que dirige a otros hacia
su origen.
Nuestra percepción del atractivo físico de una persona va cambiando a
medida que vamos conociéndola. Algunas personas se hacen más bellas al
conocerlas mejor, pero hay otras cuyos caracteres son tan difíciles que no
hay belleza física que compense. Nuestros esfuerzos por obtener belleza
externa o belleza interna revelan dónde está nuestro tesoro. Pero la forma en
que tratamos a los demás también dice algo sobre nosotros. Aunque la
cultura le conceda privilegios a los que poseen belleza física, a la iglesia se
le ha encomendado mostrar un trato preferencial a todos los que estén bajo
nuestra influencia. Somos llamados a ver y a valorar no solo a los que
tienen una apariencia “normal”, sino a aquellos cuya apariencia física
espanta a los demás: el pobre, el inválido, el cojo, el ciego. La belleza
interna tiene ojos para ver a los desafortunados, y verlos como hermosos
cuando otros no los ven así.

REVISTA FORBES: LA RIQUEZA COMO PODER


Los ricos reciben nuestra admiración y nuestra envidia. Nada abre
oportunidades como el dinero. Quizás no seamos Donald Trump ni Bill
Gates, pero todas tenemos alguna experiencia del poder que da el dinero, ya
sea porque lo hemos tenido o porque nos ha faltado. La riqueza consigue
mejores asientos en el juego de hockey, una mejor mesa en el restaurante,
una mejor alimentación, una mejor educación, mejor atención médica y
mejores vestidos. La riqueza estratifica la sociedad. Cualquiera que haya
logrado ascender en la escala económica puede identificarse, con cierta
vergüenza, con la opinión reiterada de la escritora Beatrice Kaufmann: “He
sido pobre y he sido rica. Ser rica es mejor”. 21 Hay más verdad en esto de lo
que quisiéramos admitir.
Ser pobre es ser impotente. Sabemos esto intuitivamente. Pero en una
cultura donde se exaltan las historias de personas que lograron el éxito
financiero gracias a su propio esfuerzo, podemos llegar a ver nuestra
riqueza y poder personal como posesiones merecidas que solo pueden ser
disfrutadas y usadas por nosotras y para nosotras. Como no somos Bill
Gates, no sentimos una gran responsabilidad de compartir la riqueza que
tenemos —dejemos eso a los multimillonarios, nosotras tenemos cuentas
que pagar. Es precisamente por el hecho de que la riqueza nos da poder que
la Biblia se esmera en darnos un correcto entendimiento de cómo esta debe
verse y usarse. Contiene claras advertencias contra la codicia, la arrogancia
y la autosuficiencia que acompañan a la riqueza, así como claras
amonestaciones para que la usemos para cuidar de los pobres.
Independientemente de cuánto dinero se nos haya dado para administrar,
para la mujer cristiana, la pregunta siempre debe ser: “¿Soy yo quien
controla al dinero o el dinero me controla a mí?”. Una creyente que no
puede dar con liberalidad a aquellos que tienen necesidad revela que ha
perdido el control de su papel como administradora de la riqueza que se le
ha confiado. Los que recibimos más que nuestro pan de cada día debemos
fijarnos en los que todavía están esperando recibir el suyo. Tenemos que
usar el poder de nuestros bienes para elevar la condición de los que no
tienen poder económico. Lo hacemos con gozo porque sabemos que no
tenemos nada que no hayamos recibido de nuestro Padre que está en los
cielos.

REVISTA PEOPLE: EL CARISMA COMO PODER


También otorgamos poder a los que tienen personalidades carismáticas. Nos
atrapan con su capacidad de persuasión, su humor o su habilidad para
proyectar una visión. Saben cómo cautivar a un público o escribir un libro.
Forman redes relacionales que usan para promover sus causas. Pueden ser
aquellos que buscan la gloria política o que buscan los púlpitos. Son los
gerentes generales, los entrenadores de los equipos nacionales, los actores
de cine, los gurús de la autoayuda, los conductores de programas de
televisión y los presentadores de noticias. Han descubierto la tentadora
verdad de que las ideas y las palabras tienen poder tanto para destruir como
para crear. Pero ellos no solo aparecen en las portadas de las revistas. En la
vida diaria, son los que se destacan en el grupo de madres, en la asociación
de padres, en la fiesta o en cualquier otro grupo que bendigan con su
presencia.
Si tienes el don de una personalidad magnética, sabes cuán fácilmente
puedes cambiar de la motivación a la manipulación. La persona carismática
puede amar tanto el sonido de su propia voz que pasa fácilmente de
comunicar la verdad a querer complacer o controlar a la gente, tomando el
lugar del sol en un sistema solar lleno de admiradores. La mayoría no
tenemos el carisma de un candidato presidencial o de un predicador, pero
conocemos algo acerca del poder de la personalidad. Los creyentes que son
sumamente agradables y que tienen un don para hablar enfrentan el desafío
de atraer a otros hacia sí mismos y no hacia Cristo. Los demás tenemos que
cuidarnos de no rendirle culto a la personalidad. El deseo de estar en el
séquito de alguien que nos parece influyente indica un deseo de poder
colateral.
Sin embargo, no basta con cuidarnos de no adorar a personas con
carisma. También debemos acordarnos de escuchar y dar voz a las
necesidades de los que están marginados socialmente. ¿Por quién
podríamos hablar? ¿Cómo podríamos movilizar a otros para que hagan lo
mismo? Usa el don de la comunicación o del encanto para arrojar luz sobre
su situación o su causa. ¿Qué tema sobre derechos humanos necesita de tu
voz o influencia? ¿Cuál causa ambiental podrías apoyar como
administradora de la creación? Nuestras palabras tienen poder para dar vida
y para dar muerte (Pr 18:21). Aquellos que reconocen este poder delegado
lo usarán como fuente de vida para los que no pueden hablar por sí mismos.
JESÚS Y EL PODER
La fuerza física, la belleza, la riqueza y el carisma son solo algunas de las
fuentes más evidentes de poder que perseguimos. Sospechamos que
aquellos que las poseen son recipientes del favor divino, y que aquellos que
carecen de ellas son objeto de la desaprobación divina. Debería llamarnos la
atención que Jesús no sorprendió ni venció a nadie con Su fuerza física
durante Su ministerio terrenal. En la Escritura no encontramos ninguna
descripción de su aspecto, aparte de que “no había en Él belleza ni majestad
alguna; Su aspecto no era atractivo y nada en Su apariencia lo hacía
deseable” (Is 53:2). No era rico, ni usó el dinero para obtener privilegios. Y
aunque Su ministerio y mensaje convencieron a muchos, cuando enfrentó a
Sus acusadores escogió el silencio y no las palabras persuasivas.
Jesús fue rechazado por los judíos en gran parte porque no usó Su poder
como ellos esperaban. Él sabía que todo el poder pertenecía a Su Padre, y
aun así anduvo con humildad entre nosotros, demostrando Su divino poder
solo cuando servía al propósito mayor de Su ministerio. Jesús demostró
confianza perfecta en la fuerza de Su Padre, y con Su ejemplo nos mostró
que esa fuerza la entendemos más claramente en medio de nuestra
debilidad.
Pero también hizo milagros. ¿Cómo debe haber sido ver a Jesús calmar la
tormenta? Oramos para poder ver milagros como ese. Nos decimos: “Si
pudiera presenciar un milagro como ese, se irían todas mis dudas. Si
pudiera ver el poder de Dios que calmó la tormenta o que levantó a Lázaro,
sería fácil creer”. Anhelamos la espectacularidad de todo esto, la seguridad
que ofrece. Al igual que los judíos en los días de Jesús, queremos que el
Mesías use el poder según nuestras expectativas.
No es malo pedir un milagro. Yo he pedido unos cuantos. Pero debemos
recordar que Jesús demostró Su poder sobre el reino físico para mostrarnos
Su poder sobre el reino espiritual. Cada milagro visible que realizó durante
Su ministerio terrenal fue solo un susurro. Solo una muestra. De la misma
manera en que Sus parábolas susurraban acerca de un mensaje que iba más
allá de cosechas y regresos a casa, así Sus milagros susurraban acerca de
una transformación más profunda que el apaciguamiento de una tormenta o
la sanación de un enfermo. Todos apuntaban hacia el milagro más
asombroso de todos: la demostración de Su poder para transformar un
corazón de piedra en uno de carne.

DERRIBANDO EL MITO DE LA OMNIPOTENCIA HUMANA


El milagro de que nuestros corazones pudieran convertirse en una morada
más adecuada que un tabernáculo o un templo para el Espíritu del Señor es
algo que no podemos comprender. Nos aturde pensar que seres tan
depravados pudieran albergar el Espíritu de un Dios que es absolutamente
puro. El Dios omnipotente coloca Su Espíritu en nosotras y obra con gran
poder por medio de nosotras para llevar a cabo Sus propósitos. Pablo oró
para que los santos vivieran en la fortaleza de este poder:

Le pido que, por medio del Espíritu y con el poder que procede de Sus
gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo de su ser, para
que por fe Cristo habite en sus corazones. Y pido que, arraigados y
cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos los santos, cuán
ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en fin, que conozcan
ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la
plenitud de Dios.

Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos


imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros, ¡a Él
sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por
los siglos de los siglos! Amén (Ef 3:16-21).

Su poder está obrando en nuestro interior. Está ayudándonos a vencer el


pecado y a comprender la magnitud de Su amor por nosotras. El poder de
Dios en la naturaleza nos deja atónitas. Pero ¿nos asombramos
adecuadamente por la verdad más profunda a la que apuntan? Algunas
veces necesito que mis ojos se vuelvan a abrir ante la mayor demostración
del poder de Dios que jamás he presenciado: la transformación de mi
corazón en Su morada. Su poder brilla en mi debilidad, cambiando mis
propósitos egoístas en un deseo de servir con humildad. Puede que Sansón
no haya entendido quién era la verdadera fuente de su fuerza y el propósito
para el cual se le dio, pero nosotras podemos considerar su ejemplo y actuar
como personas que reconocen el poder infinito de nuestro Dios.
El poder infinito de Dios sería absolutamente aterrador si no estuviera
acompañado por Su bondad infinita. Dios no es un dictador malvado. El
que tiene todo el poder es bueno en Su misma esencia. Por eso podemos
confiar en que Él puede y quiere hacer que todo obre para nuestro bien.
Todos los días presenciamos los efectos devastadores del mal uso del poder,
y de los estragos causados por el poder de los desastres naturales y de la
enfermedad en un mundo caído. Pero pronto viene el día en que Jesús abrirá
los cielos con poder y dirá por última vez: “¡Silencio! ¡A callar!” (Mr 4:39
RVC). Mientras llega ese día, que el Señor nos ayude a ser fuertes en Él,
armadas y preparadas para usar cada onza de la fuerza que Dios nos ha
dado para hacer el bien.

VERSÍCULOS PARA MEDITAR


Salmo 147:5
Romanos 1:20
Hebreos 1:3
Jeremías 32:17,21
Efesios 1:18-20

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

1. De los cuatro tipos de poder que se trataron (fuerza física, belleza,


riqueza y carisma), ¿con cuál has tenido experiencia? ¿De cuáles te
gustaría tener más?

2. ¿Alguna vez has sentido impotencia? ¿Te enseñó algo acerca de la


humildad? ¿Cómo podría esa experiencia motivarte a actuar a favor de
otros con el poder que el Señor te ha dado?

3. ¿En qué momentos eres más tentada a usar el poder en formas dañinas y
peligrosas? ¿Sobre quién o en qué circunstancias eres más propensa a
querer ejercer el poder que solo le corresponde a Dios?
4. ¿Cómo te consuela la realidad de la omnipotencia de Dios ? ¿Cómo
afecta tu entendimiento del milagro de la salvación?

ORACIÓN
Escribe una oración al Señor confesándole cómo has usado el poder para tu
propio beneficio. Pídele que te ayude a vivir como alguien que reconoce
que todo poder es dado por Dios con el fin de ser usado para Su gloria.
Agradécele por el don del Espíritu Santo, la fuente de poder en la vida del
creyente. Alábalo por la verdad aleccionadora de Su omnipotencia.
10

Soberano

Un Dios que gobierna sobre todo

Creador, Señor soberano


del cielo y de la tierra,
del mar y de todo cuanto en ellos hay,
Tu providencia confirma Tu palabra,
y responde a Tus decretos.
Isaac Watts

He esperado hasta el final para hablar sobre la soberanía. Aunque me


hubiera encantado empezar con este atributo, es en el final donde debe
estar. Los mejores cuentacuentos de mi infancia sabían que era una buena
práctica esperar hasta las escenas finales para revelar quién era el soberano
legítimo. Estoy pensando en Las crónicas de Narnia , por supuesto. Y El
señor de los anillos . Y La bella durmiente . Y La espada en la piedra . E
incluso La guerra de las galaxias , si cuentas a la princesa Leia. Estas
historias reconocen desde el principio los derechos de los héroes al trono,
pero esperan hasta las últimas páginas para mostrarnos toda su majestad y
autoridad, cuando finalmente son coronados.
Habiéndonos tomado el tiempo para descubrir las perfecciones
multifacéticas de nuestro Dios, ya por fin estamos listas para verlo
coronado y reinando, de una manera en que tal vez no hubiéramos podido al
inicio de este estudio. Estamos listas para meditar en Su soberanía. La idea
del gobierno infinito de Dios no solo es difícil de comprender, sino que nos
cuesta confiar en ese gobierno, a menos que hayamos dedicado tiempo a
considerar los demás aspectos de Su naturaleza. No puedo presentarte a un
Dios de autoridad infinita sin primero mostrarte Su omnipotencia. La
omnipotencia de Dios nos asegura que no hay límites en Su capacidad para
actuar, pero la soberanía de Dios nos asegura que no hay límites en Su
autoridad para actuar. Así también Su omnisciencia, omnipresencia,
eternidad e inmutabilidad no solo lo distinguen como alguien capaz de
gobernar, sino que nos muestran que está plenamente calificado para
hacerlo. Cada atributo que hemos considerado hasta aquí nos ha llevado
hacia esta inevitable conclusión: el lugar más lógico y justo para Dios
habitar es un trono.
Con razón la Biblia lo presenta en ese lugar con tanta frecuencia. Su
trono es descrito como un lugar de adoración y celebración, pero también
de asombro y temblor. Un lugar de justa reverencia. El temor del Señor es
el principio de la sabiduría. Los sabios ven y celebran a Dios no solo como
un Padre digno de adoración, sino como al Rey a quien deben su total
lealtad.
Oran como Jesús les enseñó a orar: “… venga Tu Reino, hágase Tu
voluntad…” (Mt 6:10).
EN LOS LABIOS DE LOS PEQUEÑOS
Cuando mi hijo Matt era pequeño, le enseñamos la Oración del Señor, un
hermoso modelo de oración que muestra sumisión a la autoridad divina.
Cada noche, Matt, con tres años en ese entonces, inclinaba su cabeza y la
repetía —dentro de sus posibilidades fonéticas— con sinceridad. Sonaba
más o menos así:

Pade nuesto que tas en el cielo,


santificado sea mi nombe,
venga mi deino, hágase mi voluntad
en la tieda como el cielo.

No sabía si era la oración más graciosa de la historia, o la más honesta.


Matt pronunciaba en voz alta el deseo que la mayoría solo repetimos en
silencio en nuestros corazones: venga mi reino, hágase mi voluntad.
Queremos gobernar. Queremos nuestro reino, nuestro poder, nuestra gloria.
Queremos el mismo trono de Dios.
Pero nosotras no reunimos las condiciones para gobernar. Solo Dios las
tiene. Y tampoco tenemos ningún derecho de hacerlo. Solo Dios lo tiene.
Pero ¿de dónde viene este derecho? Los soberanos terrenales gobiernan por
derecho de nacimiento, pero ¿qué pasa con Dios? ¿Qué le da a Él el derecho
de esperar y demandar nuestra lealtad?
Le debemos nuestra lealtad a Dios por una simple razón. No es por la
culpa que sintamos por haber pecado contra Él, ni tampoco es por la
gratitud que sintamos por haber recibido la salvación. Le debemos nuestra
obediencia porque Él nos hizo. Él tiene autoridad sobre nosotras porque es
nuestro Autor . Es su derecho natural como nuestro Creador. El alfarero
moldea el barro, y el barro no cuestiona su diseño ni su propósito. Pero no
tenemos que cuestionar a nuestro Alfarero, pues Él es bueno y sabe lo que
está haciendo.
A los norteamericanos nos molesta la idea de someternos a un gobernante
sin cuestionar sus acciones. Somos tan “democráticos” que entendemos que
deberíamos poder votar en todas las decisiones, tanto individuales como
colectivas. Con solo dar un vistazo a la historia humana confirmamos que la
sumisión incondicional a una autoridad terrenal no siempre es segura. Es
una postura que invita al abuso. En manos de hombres pecadores, la
autoridad puede ser usada indebidamente —y usualmente lo es. Las
personas con autoridad absoluta exigen sumisión a mandatos que les den
gloria, independientemente del daño que le causen a quienes gobiernan.
Sin embargo, en el caso de un Soberano que es infinitamente bueno,
nuestra sumisión incondicional no solo es deseable, sino que es el único
curso racional a seguir. Dios nunca exige sumisión a un mandato que nos
puede dañar. Ninguno de Sus mandatos es dañino. Al ordenar lo que le da
gloria, ordena lo que en última instancia nos hace bien. Él solo puede usar
Su autoridad para el bien.

ECHANDO SUERTES, DESEANDO EL CONTROL


Cualquier discusión sobre la soberanía de Dios me hace pensar en Bunco.
Bunco es un juego de azar con pocas reglas que emplea un sistema de
premios en vez de uno de apuestas. Solo necesitas una habilidad para
participar: saber arrojar un par de dados. Para ganar puntos tienes que
arrojar los dados y obtener ciertas combinaciones. Mientras más
combinaciones logres, más puntos tendrás. El que tenga más puntos pasa a
la codiciada mesa de los ganadores, donde los premios luego se distribuyen
entre los afortunados.
La primera vez que participé en un juego de Bunco en nuestro vecindario,
aprendí una lección sobre la naturaleza humana. A pesar de que estábamos
participando en un juego de azar, la mujer que organizó el grupo estuvo en
la mesa de los ganadores toda la noche, ganando partido tras partido. Ni la
segunda copa de vino pudo mitigar su lado competitivo. Mi cerebrito
bíblico no dejaba de pensar: “Si ‘las suertes se echan sobre la mesa, pero el
veredicto proviene del Señor’ (Pro 16:33), definitivamente esta mujer goza
del favor de Dios”. Estaba sorprendida ante este desafío a las leyes de la
probabilidad. Al final de la velada se lo comenté a la amiga que me había
invitado.

— Siempre gana —me comentó sonriendo.


— ¿Cómo es eso posible? —pregunté.
— Hace trampa. Se ofrece para llevar la cuenta, pero se pone más puntos
de los que gana. Todos le tenemos miedo, así que simplemente la
dejamos ganar.

Sin tomar en cuenta a los tramposos, las probabilidades de ganar Bunco


son del 50%. Pero cuando hablamos de las probabilidades de que en un
grupo determinado haya alguien que siempre esté queriendo controlar,
sospecho que son un poco más elevadas. Empieza en el patio de juegos y
continúa hasta llegar a la sala de reuniones y a los niveles más altos del
gobierno. Siempre hay alguien que está luchando por el control. Siempre
hay alguien que quiere ascender al trono, llegar al lugar más alto. En el
capítulo anterior discutimos los efectos del poder sobre los humanos. Ahora
consideremos los efectos de su pariente cercano, la autoridad. Mientras que
el poder es el medio para efectuar cambios, la autoridad es el derecho a
hacerlo, bajo las condiciones que elija la persona que tiene esa autoridad.
La autoridad humana —la de los gobiernos y líderes— es delegada,
otorgada temporalmente por el Dios que tiene toda autoridad. En el Antiguo
Testamento, Dios otorgó autoridad tanto a Israel como a sus enemigos para
lograr Sus propósitos. En el Nuevo Testamento, Jesús le señaló a Poncio
Pilato durante Su juicio: “No tendrías ningún poder sobre Mí si no se te
hubiera dado de arriba” (Jn 19:11). Romanos 13:1 nos dice que nos
sometamos a las autoridades terrenales: “Todos deben someterse a las
autoridades públicas, pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así
que las que existen fueron establecidas por Él”. Ya sea que los gobernantes
terrenales ejerzan su autoridad para bien o para mal, a fin de cuentas es
Dios quien está en control. El control es la esencia de lo que debemos
entender cuando hablamos de la soberanía de Dios.
La pregunta que debemos contestar respecto a la soberanía es esta:
¿Cuánto control ejerce Dios?
La Biblia dice clara y repetidamente que Dios controla todas las cosas.
Como observaba R. C. Sproul: “Si hubiera una sola molécula andando
suelta en este universo, totalmente libre de la soberanía de Dios, entonces
no tendríamos ninguna garantía de que se cumpla una sola promesa de
Dios”. 22 No hay límites sobre lo que controla. En este sentido, Él hace lo
que desea. Es completamente libre para actuar conforme a lo que decreta.
No requiere permiso de nadie. Como no necesita nada de nadie, conoce
todo, está presente en todo lugar y tiene todo el poder, no existe nadie que
pueda superar o desafiar Sus planes. Su infinitud en cada área muestra Su
soberanía sobre todas las cosas. “Nada puede estorbarlo, obligarlo o
detenerlo. Puede hacer lo que le plazca siempre, en todo lugar,
eternamente”. 23
O como dijo Job: “Yo sé bien que Tú lo puedes todo, que no es posible
frustrar ninguno de Tus planes” (Job 42:2).

RECONOCE LA PARADOJA, ACTÚA DE MANERA PRÁCTICA


Como Dios controla todo, puede hacer que todas las cosas obren para
nuestro bien, aun aquellas que otros pretendan para mal. Los teólogos
hablan de Su voluntad activa y Su voluntad pasiva. Él obra activamente a
través de nuestra obediencia, pero también puede obrar pasivamente a
través de la desobediencia, como en el caso de los hermanos de José. José
reconoció que aquello que hicieron sus hermanos para causarle mal, Dios lo
usó para lograr Sus buenos propósitos.
Aunque Dios controla todo, aquellos que hacen el mal siguen siendo
responsables de sus decisiones pecaminosas. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo
podemos ser responsables de nuestras decisiones si Dios es soberano? La
soberanía divina y la responsabilidad humana son verdades paralelas que
debemos sostener simultáneamente. La Biblia afirma reiteradamente la
soberanía absoluta de Dios y el libre albedrío del hombre. El mismo Jesús
que afirmó: “Nadie puede venir a Mí si no lo atrae el Padre que me envió”,
también dijo: “Vengan a Mí todos ustedes que están cansados y agobiados,
y Yo les daré descanso” (Jn class="calibre7">6:44; Mt 11:28). Dios nos
llama a salvación. Nosotras respondemos a Su llamado por nuestra propia
voluntad. Si no tuviéramos libre albedrío, entonces Dios sería injusto al
castigar el pecado.
Cómo pueden coexistir nuestro libre albedrío y la soberanía de Dios es un
misterio. Nuestros límites humanos nos impiden entender plenamente cómo
dos puntos aparentemente contradictorios pueden ser verdad. Es bueno
meditar en este asunto, pero si permitimos que nos distraiga de una
pregunta de mayor importancia, hemos perdido el enfoque. Lo que
deberíamos preguntarnos es: “¿Cuán comprometidas estamos con el mito de
nuestra propia soberanía?
Para responder con honestidad, considera las cuatro áreas en que
luchamos por el control.

1. NUESTROS CUERPOS
La forma en que manejamos nuestros cuerpos dice mucho sobre nuestra
necesidad de controlar. Ocuparnos de nuestros cuerpos es un asunto de
mayordomía. No nos pertenecen. Nos han sido dados para que los
mantengamos en salud. Pero cuando cruzamos la línea hacia un control
enfermizo, pasamos de la mayordomía a la idolatría. Esto puede
manifestarse de diferentes formas: preocupación obsesiva con la dieta o el
ejercicio, trastornos alimenticios, temor excesivo ante la enfermedad o los
gérmenes, hipocondría, temor a envejecer o simplemente vanidad.
¿Cómo podemos saber si hemos pasado del cuidado al control excesivo?
Sin duda, por la forma en que afecta nuestro tiempo, pero también nuestras
palabras y nuestras billeteras. Cuando nos esforzamos por tener un control
enfermizo sobre nuestros cuerpos, hablamos sobre ellos constantemente.
Nuestros métodos, expectativas y resultados siempre surgen en nuestras
conversaciones y nuestras redes sociales. Racionalizamos el costo
económico de cualquier suplemento, procedimiento médico, crema
rejuvenecedora, licuadora o membresía de gimnasio con tal de lograr
nuestra meta.
Nuestra necesidad de controlar también termina afectando nuestras
relaciones. Juzgamos a aquellos que no siguen nuestros regímenes estrictos,
menospreciándolos por su “indisciplina” en cuanto a su salud o por su
“descuido” en cuanto a su apariencia. Preferimos invertir el tiempo y los
recursos que tengamos en nosotras mismas y no en otras personas.

2. NUESTRAS POSESIONES
Lo mismo sucede con nuestras posesiones. Nuestro llamado es a
administrarlas bien, no a hacer con ellas lo que queramos. No es malo tener
cosas, pero sí es malo adorarlas. Nuestro deseo de controlar excesivamente
nos lleva a obsesionarnos con adquirir, multiplicar o mantener lo que
tenemos. Esto es lo que está detrás de la acumulación de ciertos artículos,
de las compras compulsivas, del miedo a usar lo que poseemos porque
podría dañarse o sufrir desgaste, del cuidado obsesivo de alguna propiedad,
del control excesivo de las finanzas y de la incapacidad de prestar o regalar
bienes a otros.
¿Te enfurece encontrar un rasguño en tu automóvil? ¿Te enorgullece que
ese automóvil sea mantenido con toda meticulosidad? La manera en que
reaccionamos al daño o a la pérdida de las posesiones revela si tenemos
problemas de control en esta área. ¿Te parece racional acumular deudas
para mantener cierto estilo de vida? Algo no anda bien con tu percepción de
tus posesiones.

3. NUESTRAS RELACIONES
Todas nuestras relaciones humanas son ordenadas por Dios; son
oportunidades para mostrar amor preferencial por otras personas hechas a
Su imagen. Los conflictos en las relaciones suelen ser por un asunto de
control. Ese deseo enfermizo de controlar en una relación puede
manifestarse como intimidación o manipulación (verbal, emocional o
física), que son los sellos distintivos del abuso. Sabemos cómo lucen los
extremos —los vemos cada día en las noticias, o tristemente los conocemos
de primera mano. La mayoría de nosotras no caemos en la categoría de
“agresoras”, pero eso no significa que no somos controladoras de alguna
forma u otra.
Hay formas de controlar que son más sutiles, como la incapacidad de
admitir que nos pasa algo, la necesidad de tener la última palabra, la
necesidad de tener ventaja sobre otros, y la resistencia a hacer las cosas de
una forma diferente a la nuestra. Ya sea que actuemos de esta manera con
un niño, un esposo, una amiga o un(a) colega, estamos queriendo controlar.
Lo más común es que caigamos en conductas controladoras hacia
aquellos que Dios ha puesto bajo nuestra autoridad. Los padres, los líderes
en las iglesias y los dirigentes empresariales que tienen un deseo excesivo
por el control terminan siendo líderes autoritarios, dando más importancia a
las reglas que a las relaciones. Ser una autoridad significa establecer límites
que preserven la relación, no que la hagan más difícil.
Una amiga me dijo una vez que cuando sus hijos se acusaban en medio
de una pelea (una evidente lucha por el control), ella preguntaba: “¿Quién
está siendo el más amable?”. ¡Qué pregunta más reveladora para cualquier
conflicto relacional! El amor preferencial por otros exige que aplastemos
nuestro deseo de controlarlos. ¿Permites que tus cambios de humor lleven a
otros a andar con cuidado para no ofenderte o enojarte? ¿Esperas que otros
puedan leer tu mente cuando han herido tus sentimientos? ¿Hay un mensaje
oculto en tus palabras? Escoge la amabilidad en vez del control, y verás
cómo mejoran tus relaciones.

4. NUESTRAS CIRCUNSTANCIAS O ENTORNOS


La vida es incierta. Dios conoce el futuro, pero nosotras no, y la mayoría de
nosotras no manejamos muy bien la incertidumbre. Las que quieren
controlar las circunstancias tratan de hacer provisión para todo imprevisto
que pudiera surgir. Tienen por costumbre planificar demasiado, y convierten
las tareas más simples en grandes proyectos. Mientras menos control crean
que tengan, mayor será su tendencia a controlar. Son las que se la pasan
dando órdenes, las que ofrecen “ayuda” no solicitada para proyectos o
situaciones que no tienen que ver directamente con ellas, las que son
estrictamente puntuales aun cuando nadie las está esperando, y las que
luchan contra un deseo abrumador de ser la persona a cargo del control
remoto. Saben cuál es la mejor manera de llenar el lavaplatos, y lo
reordenan disimuladamente cuando piensan que nadie está viendo.
Hurgan en la basura después de que la fiesta se ha terminado —sin
importar la hora ni la cantidad de basura— para sacar todo lo que sea
reciclable. De todos modos, no serán capaces de dormir hasta que se haya
hecho. Desarrollan rituales y rutinas de los cuales depende su tranquilidad.
Hay reglas para todo, desde el orden en que debe comerse la comida en el
plato hasta la manera en que debe ordenarse el cajón de las medias. Si ves
un espejo torcido en la pared, ¿puedes pasarle por delante sin acomodarlo?
Si no puedes, quizás la próxima vez que lo hagas debas tomarte un
momento para reflexionar. Yo tuve que hacerlo para encontrar estos
ejemplos. No me identifico con todos, pero sí con muchos. Nadie me
acusaría de ser compulsivamente puntual, pero muchos saben que soy una
farisea con el reciclaje y una legalista con el lavaplatos. No tienes que
padecer del trastorno obsesivo-compulsivo para tener problemas de control
en cuanto a tus circunstancias o entornos. Solo tienes que ser una humana
limitada.

DERRIBANDO EL MITO DE LA SOBERANÍA HUMANA


Cuando intentamos controlar, estamos declarando que somos nosotras
quienes deberíamos gobernar el universo, y no un Dios infinitamente
bueno, omnisciente, omnipotente y soberano. Nuestros problemas de
control surgen siempre que empezamos a preguntarnos: “¿Qué pasa si…?”.
Nuestra incapacidad para responder a esta pregunta con toda certeza nos
causa ansiedad —ansiedad porque no sabemos si vendrá nuestro reino, y si
se hará nuestra voluntad. Mi esposo siempre alivia mi ansiedad al
recordarme una pregunta importante: ¿Cuál es tu mayor temor? Expresar
mis temores sobre las circunstancias, las relaciones, las posesiones o mi
cuerpo me ayuda a dejarlos a los pies de mi Padre que está en los cielos.
Cuando mi boca habla acerca de lo que abunda en mi corazón, cuando
expongo los temores que me asedian y renuncio a mi necesidad de
controlar, estoy confesándole mi pecado al Señor. Es un reconocimiento de
que el Reino es Suyo.

Tuyos son, Señor,


la grandeza y el poder,
la gloria, la victoria y la majestad.
Tuyo es todo cuanto hay
en el cielo y en la tierra.
Tuyo también es el Reino,
y Tú estás por encima de todo.
De Ti proceden la riqueza y el honor;
Tú lo gobiernas todo.
En Tus manos están la fuerza y el poder,
y eres Tú quien engrandece y fortalece a todos (1Cr 29:11-12).

Así le dijo el rey David al Rey de los cielos. Eso mismo digo yo.
¿Sobre qué tengo el control? Unas pocas cosas importantes. Mis
pensamientos, los cuales puedo llevar cautivos por el poder del Espíritu
Santo. Y si puedo controlar mis pensamientos, entonces puedo controlar mi
actitud —hacia mi cuerpo, mis posesiones, mis relaciones y mis
circunstancias. Si puedo controlar mis pensamientos y mi actitud, también
puedo controlar mis palabras y mis acciones. Los redimidos
obedientemente someten todo pensamiento, palabra y obra a su Soberano
celestial, le confían toda incertidumbre al “que hace todas las cosas
conforme al designio de Su voluntad” (Ef 1:11). Se apartan del trono, y
reconocen que no califican en absoluto para ocuparlo.
¿Hasta cuándo vas a competir con tu Creador? ¿Hasta cuándo buscarás el
lugar más alto? Jesucristo fue al lugar más bajo para que tú y yo
pudiéramos tener comunión con Él. Por eso, Dios lo ha exaltado a lo sumo.
Por eso, tú debes humillarte. ¿Qué es más hermosamente humillante que
renunciar al control?
Los mejores cuentacuentos de mi infancia tenían la fórmula ganadora.
Toda buena historia hace eco de la mejor historia de todas. La Biblia narra
la historia de un Rey cuyo derecho al trono se reconoce desde el principio,
pero cuya majestad y autoridad solo llegan a comprenderse en su totalidad
en sus páginas finales, cuando lo vemos finalmente coronado y reinando.
Sus fieles palabras desde el trono son estas: “¡Yo hago nuevas todas las
cosas!” (Ap 21:5).
“Nuestro Dios está en los cielos; Él hace lo que le place” (Sal 115:3,
NBLH). Y todo lo que le place es para nuestro bien.

VERSÍCULOS PARA MEDITAR


Job 23:13
Salmo 115:3
Daniel 4:35
Salmo 33:11
Isaías 14:24
Romanos 9:14-21

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

1. De los cuatro tipos de control que se trataron (cuerpo, posesiones,


relaciones, circunstancias), ¿cuál es el que más deseas? ¿Cuál no es un
problema para ti?

2. ¿A quién ha colocado Dios bajo tu autoridad? ¿A quién te llama Dios a


someterte? ¿Cómo puede la sumisión a la autoridad ayudarte a ser una
mejor autoridad y viceversa?

3. ¿En qué área sientes que tienes menos control? ¿Qué pensamientos te
hacen temer? Confiesa tus temores a Dios y pídele que te libre de la
ansiedad.

4. ¿Cómo te consuela la realidad de la soberanía de Dios ? ¿Cómo afecta


tu entendimiento del milagro de la salvación?

ORACIÓN
Escribe una oración al Señor confesándole las formas en que has caído en
un control enfermizo. Pídele que te ayude a confiar en Él y a someterte a Su
autoridad en pensamiento, palabra y obra. Dale gracias porque Él hace
nuevas todas las cosas. Alábalo por la verdad aleccionadora de Su
soberanía.
CONCLUSIÓN

Asombroso y maravilloso
Te daré gracias,
porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho…

Salmo 139:14

Si me hubieras dicho hace cinco años que un día escribiría un libro para
mujeres cristianas y que terminaría con una cita del Salmo 139, lo más
probable es que te hubiera respondido con alguna especie de insulto. Diría
que no hay una oración en la Biblia que sea más usada por mujeres bien
intencionadas para describir a otras mujeres. En cuanto al asunto que nos
ocupa, pienso que esta declaración merece una segunda mirada —por lo
que dice sobre las mujeres, pero particularmente por lo que dice sobre Dios.
Hace poco asistí a una conferencia de mujeres junto con otras tres
conferencistas. En cada sesión, cada conferencista pasó tiempo en el
versículo 14 del Salmo 139, y nos instó a vernos en la manera en que Dios
nos ve, asombrosa y maravillosamente hechas. Podría haber sido cualquier
conferencia de mujeres, y cualquier conferencista. Las mujeres en
Occidente tenemos que luchar cada día contra esa sensación abrumadora de
no ser suficientes. Las mujeres cristianas lo hacemos con la ayuda del
Salmo 139:14. Le pedimos que nos consuele cuando nuestra imagen
corporal va decayendo, o cuando simplemente no creemos que somos
inteligentes, valiosas o capaces. Le pedimos que nos anime cuando nuestros
límites nos desalientan. Pero dada la frecuencia con que se sigue ofreciendo
como remedio, diría que el mensaje no está calando.
¿A qué se debe?
Creo que se debe a que hemos diagnosticado mal nuestro problema
principal. No es que nos falte autoestima, no es que nos falte propósito en la
vida. Lo que nos falta es asombro.

MIRA HACIA ARRIBA


En una visita reciente a San Francisco, California, mi esposo y yo tuvimos
la oportunidad de hacer senderismo en Muir Woods. 24
Mientras
caminábamos por sus senderos, nos detuvimos y quedamos boquiabiertos al
contemplar secuoyas de 75 m que han permanecido desde la firma de la
Carta Magna (1215). La majestad y vejez de estos árboles imponentes nos
recordaron lo pequeños que somos, que nacimos apenas ayer. Muir Woods
es un lugar sobrecogedor. Pero no necesariamente para todos. Todavía
recuerdo a un niño de ocho años que jugaba un videojuego mientras sus
padres disfrutaban de la vista. No estoy juzgando a sus padres —he ido de
vacaciones con mis hijos— pero la ironía de la imagen fue contundente.
Los estudios demuestran que cuando las personas experimentan asombro
—sobrecogimiento ante las secuoyas, un arcoíris, un Rembrandt o una
composición de Vivaldi— nos volvemos menos individualistas, menos
enfocadas en nosotras mismas, menos materialistas y más conectadas con
los que nos rodean. 25
Al maravillarnos ante algo mayor que nosotras
mismas, somos más capaces de alcanzar a otros. Al principio esto parece
ilógico, pero cuando lo examinamos más de cerca nos damos cuenta de que
suena muy parecido al gran mandamiento: Ama a Dios con todo tu corazón,
con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente (maravíllate ante
Alguien mayor que tú)… Ama a tu prójimo (alcanza a otros). El asombro
nos ayuda a preocuparnos menos por nosotras mismas porque nos ayuda a
mirar primero a Dios, y luego a los demás. También nos ayuda a tener una
perspectiva correcta de nosotras mismas: entendemos tanto nuestra
insignificancia dentro de la creación como nuestra importancia para el
Creador. Pero al igual que el niño con el iPad a los pies de una secuoya de
800 años, es posible que pasemos por alto la majestad aunque esté justo
delante nuestro.
Así solemos hacerlo con el Salmo 139:14. Es fácil escucharlo como un
versículo para mujeres cuando una mujer lo está compartiendo con otras
mujeres, pero la cosa cambia cuando consideramos quién lo escribió. ¿Te
imaginas al rey David escribiéndolo para aumentar su autoestima? No, el
Salmo 139:14 no fue escrito para ayudarnos a sentirnos importantes. Para
darnos cuenta de esto solo tenemos que considerar todo el salmo. Sin duda,
el enfoque del Salmo 139 (NBLH) no somos nosotras. Es Dios.

Oh Señor, Tú me has escudriñado y conocido.


Tú conoces mi sentarme y mi levantarme;
Desde lejos comprendes mis pensamientos.
Tú escudriñas mi senda y mi descanso,
Y conoces bien todos mis caminos.
Aun antes de que haya palabra en mi boca,
Oh Señor, Tú ya la sabes toda.
Por detrás y por delante me has cercado,
Y Tu mano pusiste sobre mí.
Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí;
Es muy elevado, no lo puedo alcanzar.

Él examina, conoce y lee nuestros pensamientos —omnisciente.


Él nos envuelve por completo —eterno.
Él trasciende la comprensión humana —incomprensible.

¿Adónde me iré de Tu Espíritu,


O adónde huiré de Tu presencia?
Si subo a los cielos, allí estás Tú;
Si en el Seol preparo mi lecho, allí Tú estás.
Si tomo las alas del alba,
Y si habito en lo más remoto del mar,
Aun allí me guiará Tu mano, Y me tomará Tu diestra.
Si digo: “Ciertamente las tinieblas me envolverán,
Y la luz a mi alrededor será noche”;
Ni aun las tinieblas son oscuras para Ti,
Y la noche brilla como el día.
Las tinieblas y la luz son iguales para Ti.

Él está cerca y está lejos, en lo más alto y en lo más bajo —omnipresente.


Su mano derecha sustenta —autosuficiente.

Porque Tú formaste mis entrañas;


Me hiciste en el seno de mi madre.
Te daré gracias, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho;
Maravillosas son Tus obras, Y mi alma lo sabe muy bien.
No estaba oculto de Ti mi cuerpo,
Cuando en secreto fui formado,
Y entretejido en las profundidades de la tierra.
Tus ojos vieron mi embrión,
Y en Tu libro se escribieron todos
Los días que me fueron dados,
Cuando no existía ni uno solo de ellos.

Él crea la vida —autoexistente.


Él hace obras maravillosas —omnipotente.
Él ordena cada día —soberano.

¡Cuán preciosos también son para mí, oh Dios, Tus pensamientos!


¡Cuán inmensa es la suma de ellos!
Si los contara, serían más que la arena;
Al despertar aún estoy contigo.
Él es inmensurable —infinito.
Él se mantiene firme y constante —inmutable.
Omnisciente, eterno, incomprensible, omnipresente, autosuficiente,
autoexistente, omnipotente, soberano, infinito, inmutable. No, el Salmo 139
no es un salmo sobre mí. Es un salmo sobre mi Creador, quien es
verdaderamente asombroso y maravilloso.
El propósito del salmo es llenarnos de asombro.
RESPONDIENDO AL ASOMBRO
Sin embargo, David no se quedó boquiabierto. Su asombro produjo una
respuesta. Llegamos a la parte del Salmo 139 que rara vez se trata en las
conferencias de mujeres. No son versículos que grabarías en una taza de
café o en una camiseta, pues nos hacen temblar:

¡Oh Dios, si Tú hicieras morir al impío!


Por tanto, apártense de mí, hombres sanguinarios.
Porque hablan contra Ti perversamente,
Y Tus enemigos toman Tu nombre en vano.
¿No odio a los que Te aborrecen, Señor?
¿Y no me repugnan los que se levantan contra Ti?
Los aborrezco con el más profundo odio;
Se han convertido en mis enemigos.

Al principio, nuestros oídos no saben cómo interpretar estos sentimientos


sanguinarios de David hacia sus enemigos. ¿No se supone que el asombro
ante Dios debe llevarnos a amar a otros? En la época de David la batalla
todavía era contra carne y sangre, pero en nuestra época somos llamadas a
amar a nuestros enemigos físicos y a declararle la guerra a nuestros
enemigos espirituales: el mundo, la carne y el diablo. Nuestra respuesta a la
revelación asombrosa del carácter de Dios debería ser odiar el pecado con
odio absoluto, con cada fibra de nuestro ser, y pedirle su total destrucción.
Pero observa cuál es el pecado que más angustia a David a la luz de la
gloria de Dios:
Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón;
Pruébame y conoce mis inquietudes.
Y ve si hay en mí camino malo,
Y guíame en el camino eterno.

Examíname. Ponme a prueba. Expón mi maldad. Guíame. El asombro


produce humildad, confesión y sumisión.

RECORRIENDO EL CAMINO
Durante estos diez capítulos hemos estado tratando de dar los primeros
pasos para aceptar nuestros límites a la luz de nuestro Dios infinito. Si al
considerar estas diez características únicas de Dios has empezado a
experimentar asombro, deja que tu respuesta sea como la de David. ¿Qué
mejor adoración podemos ofrecer que nuestra disposición a ver y confesar
nuestro pecado, para así transitar por el camino de la sabiduría?
El Salmo 139 exalta los atributos de Dios, y también lo hace el resto de la
Escritura. Léela con una nueva perspectiva, con hambre por una visión
majestuosa de quién es Él. Es un camino lleno de asombro y de sabiduría,
rodeado por esas secuoyas imponentes de la majestad de Dios que nos
maravillan y nos llenan del temor del Señor. Contempla a tu Creador
asombroso y maravilloso. Levanta tus ojos. No dejes pasar esa vista.
El temor del Señor es el principio de la sabiduría . Estás al inicio del
camino —apenas has comenzado. Que Dios te conceda asombro en cada
vista. Que Dios te conceda sabiduría con cada paso que des.
Notas de texto
1. Frederick M Lehman, “The Love of God” [“Oh, amor de Dios”], 1917.
2. A. W. Tozer, The Knowledge of the Holy: The Attributes of God, Their
Meaning in the Christian Life [El conocimiento del Dios santo: Los
atributos de Dios , su significado en la vida cristiana ] (Nueva York:
Harper & Row, 1961), 44.
3. Nota del traductor. James LeBron es un jugador profesional de
basquetbol estadounidense. Se le considera uno de los más grandes
jugadores de la Asociación nacional de basquetbol o NBA (por sus siglas
en inglés).
4. Nota del traductor. Se trata de un programa de televisión que presenta
dueños de antigüedades, las que son valoradas por expertos. Se
transmitió primeramente en el Reino Unido. La serie ha generado otras
versiones en distintos países que incluyen Estados Unidos y Canadá.
5. Nota del traductor. No se ha usado el mismo eslogan en todos los países
hispanohablantes. El que aparece aquí es conocido en México. Por
ejemplo, en España se ha usado: “…Energizer la pila alcalina que más
dura y dura y dura”.
6. “O for a Thousand Tongues to Sing” [“Oh, que tuviera lenguas mil”],
1739.
7. Thomas Chisholm, “Great is Thy Faithfulness” [“Grande es tu
fidelidad”, traducción literal de la versión original] 1923.).
8. Nota del traductor: Twister es un juego de habilidad física. Se juega
sobre una lámina de plástico que se extiende sobre el piso. Tiene seis
filas de círculos de colores. Una ruleta determina donde cada jugador ha
de colocar los pies y las manos.
9. John Piper, “How Could David Say to God—After Sleeping with
Uriah’s Wife and Then Killing Him—‘Against You and You Only Have I
Sinned’?” [“Cómo pudo David decirle a Dios —después de acostarse
con la esposa de Urías y luego matarlo— ‘contra Ti he pecado, solo
contra Ti’?”] DesiringGod.org, 4 de noviembre, 2008,
http://www.desiringgod.org/interview/how-could-david-say-to-god-after-
sleeping-with-uriahs-wife-and-then-killing-him-against-you-and-you-
only-have-i-sinned .
10. A. W. Tozer, The Knowledge of the Holy: The Attributes of God, Their
Meaning in the Christian Life (Nueva York: Harper & Row, 1961), 87.
11. Laura Flynn McCarthy, “What Babies Learn in the Womb: They are
Doing and Thinking a Lot More Than We Used to Believe” [“Lo que los
bebés aprenden en el vientre: Están haciendo y pensandomucho más de
lo que solíamos pensar], Parenting.com, consultado el 21 de julio de
2015, disponible en
http://www.newsmaster.be/flow/dw/ciel/2011/aout11/infooverloadbrief.p
df/ .
12. “The Right to Education” [“El derecho a la educación], UNESCO.org,
consultado el 24 de agosto de 2015, disponible en
http://www.unesco.org/new/en/right2education .
13. Susan Gunelius, “The Data Explosion in 2014 Minute by Minute—
Infographic” [La explosión de data en el 2014 minuto por minuto —
Infografía], ACI.info, 12 de julio de 2014, disponible en
http://aci.info/2014/07/12/the-data-explosion-in-2014-minute-by-minute-
infographic/ .
14. Ibíd.
15. Joseph Ruff, “Information Overload: Causes, Symptoms and Solutions”
[“Sobrecarga de información: Causas, síntomas y soluciones”], Learning
Innovations Laboratories, Harvard Graduate School of Education,
diciembre 2002, disponible en
http://www.newsmaster.be/flow/dw/ciel/2011/aout11/infooverloadbrief.p
df .
16. Margarita Tartakovsky, “Overcoming Information Overload”
[“Sobreponiéndonos a la sobrecarga de información”], Psych-
Central.com, 21 de enero de 2013, disponible en
http://psychcentral.com/blog/archives/2013/01/21/overcoming-
information-overload/ .
17. “Scientists Warn of Twitter Dangers” [“Científicos advierten sobre los
peligros del twitter], CNN.com, 4 de abril de 2009, disponible en
http://www.cnn.com/2009/TECH/ptech/0414/twitter.study/index.html?
_s=PM:TECH .
18. En inglés tiene sentido el uso de la letra i , pues esta puede referirse a la
primera persona singular “yo”.
19. Nota del traductor: F4 según la Escala de Fujita y se basa en la
destrucción que ocasiona. Un tornado de intensidad F4 es devastador y
puede lanzar fácilmente locomotoras y camiones de 40 toneladas por los
aires. Tiene una velocidad de 320-420 km/h (207-260 mph).
20. Nota del traductor: serie televisiva de comedia en Estados Unidos entre
1989 y 1998.
21. Citado en The Washington Post , 12 de mayo de 1937.
22. R. C. Sproul, Chosen By God: Knowing God´s Perfect Plan for His
Glory and His Children [Escogidos por Dios: Conociendo el plan
perfecto de Dios para Su gloria y Sus hijos] (Carol Stream, IL: Tyndale,
1986), 26-27.
23. A. W. Tozer, The Knowledge of the Holy: The Attributes of God, Their
Meaning in the Christian Life (Nueva York: Harper & Row, 1961), 170-
71.
24. Nota del traductor: Parque nacional de 295 hectáreas (3 km2 ) al norte de
California. A 12 km de San Francisco.
25. Paul Piff y Dacher Keltner, “Why Do We Experience Awe?” [“Por qué
experimentamos asombro”], The New York Times, 2 de mayo de 2015,
disponible en http://www.nytimes.com/2015/05/24/opinion/sunday/why-
do-we-experience-awe.html?smid-tw-share&_r=1.

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