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4. La escena en la escuela (más allá de los avatares que viene sufriendo desde las
profundas alteraciones del funcionamiento social capitalista y la decadencia de la
operatoria instituyente de los estados nación) se verifica en los últimos tiempos más
por la rutina asentada en un espacio físico poblado de cuerpos que “representan”,
aunque de modo sinuoso y agrietado, un papel social (alumnx, docente, directivo…)
que por la eficacia simbólica de producción de un modo de hacer lazo. En términos de
eficacia simbólica, podríamos confirmar los aportes de Lewkowicz [5]en tanto estar en
la escuela no habla de habitar los efectos subjetivos de una escena dada por la
construcción de un común. No obstante, pareciera que mientras haya escenario,
guion, disposición de elementos a la vista, actores y “público”, habría escena, o al
menos simulacro. Beckett lo expone claramente en Quad [6]. Cuatro personajes siguen
las líneas de un cuadrado, y a pesar de su desafección aparente, arman una escena. El
cuadrado, las coordenadas espaciales que ordenan la ruta, los actores que simulan
seres autómatas e intercambiables y el hueco inquietante del centro establecen un
enlace narrativo.
5. Pensémoslo así: soy profesora, voy a dar clase, entro a un edificio (no a cualquiera) me
dirijo a un aula, ingreso, apoyo mis cosas en un escritorio, observo…hay gente
(alumnxs) sentados en sus mesas, o parados o desperdigados, pero allí están mis
supuestos o efectivos destinatarios. La disposición no arbitraria de los elementos
opera como punto de anclaje (pizarrón, bancos, escritorio, personas a la espera
eventual de su docente, profesorxs dirigiéndose a un auditorio, aún supuesto)
constatando que estamos en la escuela. Mucho ruido, imposible dar clase, o todo lo
contrario, o un poco y un poco. Me canso, solicito atención, la encuentro, a
veces…Pasan cosas, algunas imposibles de filiar a un dispositivo pedagógico. De unas u
otras maneras, las perturbaciones, inquietudes, desafíos y tentativas son provocadas
por un cuerpo afectado por otros cuerpos. Están ahí, pero “ausentes”, están ahí, y no
pesco cómo, están ahí, y algo nos junta o insiste en procurar una forma. El estar ahí
funciona como indicio de existencias que me desbordan, me exceden, y al mismo
tiempo confirman que hay algo más que una mónada autoabastecida. Estar ahí no
procede meramente de un dato visual (aunque también) sino de los estados anímicos,
energéticos que circulan entre la cercanía de los cuerpos. Es el campo proxémico,
interacción espacial entre componentes no únicamente verbales, el que ha marcado el
suelo de los intercambios humanos. Advertimos que los flujos de inquietud, aun de
perturbación, inescindibles de los contactos cuerpo a cuerpo, se pierden en la
virtualidad. Aquí reaccionamos a los avatares de la conectividad, pero cierto flujo
afectante se pierde, cámaras y micrófonos mediante. No obstante, los chats operan en
paralelo y en simultáneo albergando charlas emojis, comentarios, cuchicheos que
pasan por debajo del evento central pero a la vista de cualquiera.
8. Esta hipótesis no socava los restos de funcionamiento escolar o social en los que
podemos advertir escenas en circulación. No pretendemos alcanzar ningún
pensamiento homogeneizante de prácticas sociales, sólo dar cuenta de una de las
tantas mutaciones donde las presencias sensibles ya no operan únicamente mediante
un lenguaje gestado en una forma de ser humano, sino que procede también de las
máquinas que se nos adosan alterando la corporeidad. Entramos en conexión
(supeditada a las operaciones deducibles de la programación automatizada) más con
las variaciones que habilita el dispositivo que conuna cadena significante que implica
vincularidades con otrxs hablantes. El ojo se detiene en el ícono del micrófono, a su
tiempo en la pantalla mientras la mano hace click para constatar participantes o/y,
chatear. La mirada se dirige a vista del hablante o de galería, de repente la imagen se
congela, un cartelito avisa “señal inestable”. Si el micrófono está abierto y un ladrido o
interferencia sonora es captado por la máquina, ésta nos recuerda que estamos
silenciadx…y vuelta a empezar el circuito. En la lógica algorítmica cualquier intrusión
sonora es traducida como alerta de silencio del usuario. La máquina no lee si hay o no
decisión o ánimo de silencio, la máquina sólo reacciona a la interrupción de un
mecanismo programado. Asimismo, la serie de operaciones a las que nos vemos
compelidos demanda una energía que no se emparenta con la intensidad energética
de la experiencia. Digamos que habría dos planos de atención en disputa: uno
automatizado y otro (eventualmente) “distraído”que exige una inversión libidinal
interferida por el plus de energía que solicita la conectividad. ¿De qué se trata, o qué
tipo de consecuencias y preguntas nos plantea un tiempo en el que lo humano pierde
sus atributos privativos como especie para devenir cuerpos mixturizados a partir de la
entrada de la inteligencia artificial? Ahuyentemos tanto vientos apocalípticos como
apologéticos. Quizás debamos encontrar otros cuerpos aún ausentes y que seguirán
ausentes en la medida en que la transmisión sea tan básica (¿cómo hacer pasar gustos,
alteraciones químicas, olores?) y los esquemas de representación tan torpemente
audiovisuales. Ignoramos cómo sería y si acaso nos llevaría a una vida más interesante,
pero tal vez, y eventualmente en contraposición y en combinatorias con otras
inteligencias, podamos pensar en alguna diferente a la nuestra.
9. Admitamos que la escena o los modos vinculantes, tal como los conocimos, ya no
configuran el epicentro de la experiencia humana. Como lo señala Donna Haraway, las
máquinas – ya de fin de siglo xx – han convertido en algo ambiguo la diferencia entre
lo natural y lo artificial, entre el cuerpo y la mente. Aún no han alcanzado el máximo
grado de sofisticación, y sin embargo están inquietantemente vivas, y nosotrxs,
sorprendidxs. Nos extendemos en un párrafo elocuente del Manifiesto Cyborg[7]: “Las
máquinas modernas son la quintaesencia de los aparatos microelectrónicos: están en
todas partes, pero son invisibles. La maquinaria moderna es un advenedizo dios
irreverente que se burla de la ubicuidad y de la espiritualidad del Padre. El chip de
silicio es una superficie para escribir, está diseñado a una escala molecular sólo
perturbada por el ruido atómico, la interferencia final de las partituras nucleares. La
escritura, el poder y la tecnología son viejos compañeros de viaje en las historias
occidentales del origen de la civilización, pero la miniaturización ha cambiado nuestra
experiencia del mecanismo. La miniaturización se ha convertido en algo relacionado
con el poder: lo pequeño es más peligroso que maravilloso, como sucede con los
misiles. Nuestras mejores máquinas están hechas de rayos de sol, son ligeras y limpias,
porque no son más que señales, ondas electromagnéticas…”
10. ¿Podrá ser que el valor de lo pequeño, desde una de las perspectivas posibles, más
ligada a los efectos politizantes emancipatorios que a los usos dominantes, contamine
la sensibilidad humana, tan adepta a las jerarquías no sólo entre especies y cosas sino
al interior de su propio universo?
11. Volvamos al terreno escolar tomado por las tecnologías en circunstancias pandémicas.
De pronto, maestrxs y alumnxs resultan indistinguibles para el dispositivo. El espacio
institucional con su resaca clasificadora es socavado por un maleable aparato
electrónico. Cada cual, sin diferencia, está habilitado a permanecer o evaporarse, a
escuchar sin ser visto, a observar en las sombras, a evitar que se filtre sonido alguno, a
centralizar al hablante o a realizar un paneo de los asistentes en vista de galería sin
que alguno se percate. Y por primera vez nadie podría pegar un alarido que nos
reenvié a representaciones de emociones hostiles, reactivas o violentas. Cualquier
onda sonora por encima de lo programado genera interferencias auditivas exentas de
resonancias emotivas. Ningún grito operaría en el terreno disciplinario, y no por
intención del que lo profiera, sino porque el algoritmo descarta toda traducción
significante.
15. Por último, volvemos a la escuela modalidad presencial o mixta. Conjurado el temblor
por la dominancia de la conectividad, abrazamos la ilusión de una “vuelta a la
normalidad”. Pero imaginemos que los habitantes de la “escuela virtual” (en especial
pibxs, aunque no sólo) se sienten intrusos en el espacio físico. Acostumbradxs a
maniobras pequeñas y livianas, miran con desconcierto una pesada maquinaria puesta
al servicio de cada comportamiento esperado. Rituales diversos, horas atendiendo a
un centro, ojos vigilantes, gritos, proximidades perturbadoras, ejército de personas
circulando, papeles y cuadernos como recursos privilegiados. De pronto sacan de sus
mochilas un pequeñísimo dispositivo y al activarlo sus presencias se vuelven volátiles y
ligeras. Las palabras emitidas ya no caen como pesadas piedras que trazan rutas a
seguir, sino que tocan páginas de libros, films y ecos de voces inubicables que
revolotean en círculo haciendo proliferar extrañas elocuciones a las que se suman
cosas y humanos. No todxs, sólo los que cuentan con el dispositivo que acople con el
ritmo del burbujeo ambiente. ¿Ciencia ficción o virus inmune a las vacunas?
Silvia Duschatzky