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Una vez dijo Pablo Picasso, que los tres mayores descubrimientos del mundo
occidental de la postguerra eran Brigitte Bardot, el jazz moderno y el vodka.
Aún así, alguno de estos descubrimientos permaneció ignorado para los Estados
Unidos durante bastante tiempo.
Hasta mediados de los años cincuenta, las ventas de vodka eran tan modestas
que se declaraban al fisco en una partida de licores varios.
Por más que lo intentó, Smirnoff no lograba que los norteamericanos bebiesen
vodka en cantidades apreciables., hasta que inventaron el combinado Moscow
Mule y se subieron a remolque de una moda.
En el siglo XIV, Iván el Terrible estableció las posadas del zar, establecimientos
públicos de bebidas donde el populacho podía tomarla sola o perfumada con
hierbas, frutas o bayas (la pertsovka, bebida favorita de Stalin según cuentan,
es una infusión de guindillas en vodka).
Pero en 1917 terminó la era del imperio ruso, y con eso, Vladimir Smirnoff se
llevó a Francia el secreto de la elaboración de su vodka, cuyos derechos vendió
por 2.500 dólares a Rudolph Kunett en Estados Unidos, cuya familia había
vendido grano a los Smirnoff en Rusia.
En este instante, entra en el juego John G. Martin, dueño dela Heublein, Inc.,
que intentaba sobrevivir a la Depresión con sólo las ventas de su salsa A-1, un
artículo de lujo relativamente hablando.
Martin aceptó, concediéndole a Kunett una pequeña comisión sobre las ventas
de Smirnoff, y le nombró jefe de publicidad.
Todo el mundo catalogó esta decisión como una locura, hasta que Martin recibió
de su representante en Carolina del Sur, De Smith, un pedido de 500 cajas, caso
digno de estudio, ya que hasta entonces, Smith protestaba cada vez que Martin
intentaba colocarle un pedido de 25 cajas.
Tomó un sorbo y se encontró con que no sabía a nada, lo que le dejó atónito, y
al mismo tiempo con un calorcillo confortable en el estómago, motivo por el
cual decidió que valía la pena tratar de aprovechar las cualidades del destilado
aunque no se pareciese al whisky.
Wooten encargó unas etiquetas que decían “Whisky Blanco Smirnoff´s Sin olor.
Sin sabor”.
Martin tenía una hipótesis diferente: “Cuando me presenté allí descubrí que la
gente bebía Smirnoff con leche, Smirnoff con Coca-Cola, Smirnoff con cualquier
cosa.
El efecto fue que los bebedores empezaron a considerar el vodka como una
bebida suave.
Como premio añadido, y por haber sido inventado en un local de moda entre la
gente del cine, el Moscow Mule fue consumido con avidez por los profesionales
de la prensa del corazón de Hollywood, que le dieron mucha publicidad.
Martin emprendió una peregrinación por los bares de Beverly Hills, donde fue
dejando botellas de Smirnoff gratis y explicando a los camareros cómo se
elaboraba el combinado Moscow Mule.
Ningún camarero se oponía a que Martin pusiera el vaso largo de Moscow Mule
en sus manos y la botella de Smirnoff sobre el mostrador, bien visible.
Con toda esta agitación, el camarero no se daba cuenta de que Martin siempre
disparaba dos fotos, una para él y otra para el camarero del bar siguiente, para
que viese a qué se dedicaba su competidor.
Cuando Martin terminó con su recorrido por Beverly Hills, los empleados de los
establecimientos estaban convencidos de que la Smirnoff se haría popular, y
empezaron a encargar fuertes lotes de él.
Todos los anuncios publicitarios bajo el lema “te deja sin aliento”, hacían
alusión a combinados, y sobre todo, al “destornillador”, que llegó a ser el más
popular en los Estados Unidos.
Hoy en día, los norteamericanos pueden elegir entre más de 500 marcas
nacionales o importadas.
Vale hoy en día 2.000 millones de dólares y vende más de 6 millones de cajas
al año sólo en los Estados Unidos.
El incidente del whisky Smirnoff le enseñó a John Martin que el vodka debía
disfrazarse o subirse a remolque de otros líquidos para entrar en el paladar
estadounidense.