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Carolina Coronado es una de las figuras más interesantes del siglo XIX. Su personalidad
y su éxito como escritora la convierten en el centro de atención del mundo intelectual y
social de su tiempo. Será una mujer que se involucre y comprometa con la realidad
social y política en la que vive. Nació en una familia acomodada (el padre era secretario
de la Diputación de Badajoz) e ilustrada de ideología liberal, progresista. Estos
antecedentes progresistas de su familia (su padre sufrió prisión por sus ideas y su abuelo
halló la muerte por ellas, víctimas ambos de la reacción absolutista) forjan en la
escritora un carácter que la lleva a criticar literariamente la realidad de su tiempo y a
intervenir activamente en ella en la medida de lo posible.
La vida de Carolina Coronado coincide históricamente con el último tramo del reinado
de Fernando VII y conoce el choque de intereses que acaba provocando la Primera
Guerra Carlista (1833-1840), en la que Carolina tomó partido por Isabel frente a las
pretensiones de su tío Carlos. Este posicionamiento le valió a la escritora el afecto y el
apoyo de la soberana, que ella utilizó, en unos tiempos críticos donde se luchaba por la
plena derogación del Antiguo Régimen, para hacer valer su protección sobre rebeldes y
sublevados, cuyas penas de muerte lograba, con sus influencias, conmutar. Disfrutó
durante un intenso tramo de su vida de influencia en la corte y en los círculos
diplomáticos, de la que se valió para defender sus principios.
Simpatiza con la Gloriosa (la revolución del 68) y milita en contra de la esclavitud
siendo miembro de la Sociedad abolicionista de Madrid junto con Concepción Arenal.
Son varios los poemas dedicados a este tema (“Oda a Lincoln”) tomando posición a
favor de la libertad de los esclavos y en contra de los intereses de los aristócratas y
latifundistas españoles con posesiones en América. Es la época de las guerras entre el
norte y el sur de EEUU. Su marido, Justo Horacio Perry, secretario de la Embajada de
EEUU en España, era amigo y partidario de Lincoln y ambos interceden para pacificar
los vínculos entre España y EEUU durante las guerras del 98. Carolina interviene en
asuntos de estado y en tareas diplomáticas. Desde muy joven, revela sus preocupaciones
sociales y políticas en artículos periodísticos, especialmente en la década del cuarenta.
A lo largo de su vida, proclama su amor a la libertad y respeto a las creencias de los
demás (contrae matrimonio con un anglicano). Su credo católico va forjando en ella un
carácter humanitario, tolerante y cordial, desde el que analiza con actitud crítica y
reflexiva los vicios de su época.
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Con la formación tradicional de las mujeres de la época: costura, labores, algo de
música y de pintura, logró que le enseñaran a leer y a escribir. Leyó a los clásicos y la
Historia crítica de España. Luego, fue autodidacta en materias que le apasionaron,
como la Literatura, la Historia y la Geografía. Aunque su madre reprimía la natural
inclinación de Carolina por el estudio, ella memorizaba los poemarios que le prestaban,
para seguir disfrutándolos cuando los devolviera.
En una carta de 1909 escribe: “Mis estudios fueron todos ligeros, porque nada estudié
sino las ciencias del pespunte y el bordado y del encaje extremeño, que, sin duda, es
tan enredoso como el Código latino, donde no hay un punto que no ofrezca un enredo”
(Gómez de la Serna, 63 ).
Otros aspectos singulares de su biografía tienen que ver con una mitología no del todo
corroborada: su capacidad visionaria para predecir acontecimientos futuros (el episodio
de la muerte de su hija, Gómez de la Serna,138), la historia de Alberto, el misterioso
amado juvenil de Carolina muerto en el mar (de quien se supone fue una ficción
literaria). También hizo voto secreto de castidad siendo una niña en la catedral de
Sevilla y se negó, durante largos años, a enterrar a su marido al que llamaba “el
silencioso” (Gómez de la Serna, 154), que permaneció embalsamado en la capilla de la
quinta portuguesa donde Carolina pasó sus últimos años (Palacio de La Mitra). La etapa
portuguesa fue una etapa oscura en que la poeta sufre las consecuencias de la muerte de
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su segunda hija, la quiebra económica, el olvido social y el desequilibrio psicológico
que la convierten en un personaje verdaderamente excéntrico.
Su obra:
Escribió también 15 novelas, varias obras de teatro y algunos ensayos (Los genios
gemelos: Safo y Santa Teresa, texto que genera gran escándalo). Su correspondencia
también es de suma importancia. En una carta rotulada como “Contestación a Madame
Amelie Richard” (Coronado, 1944: 215-218), de forma vigorosa defiende la literatura
“nacional” frente a la francesa, y tributa un homenaje a Santa Teresa a la que considera,
con Safo, una de las principales poetas del mundo. Coronado se muestra en su carta
como una polemista hábil, a la vez que pone de manifiesto la existencia de un talento
femenino susceptible de manifestarse, incluso, en condiciones adversas para su
desarrollo.
Ámbitos de sociabilidad:
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Admirada por la corte y la intelectualidad, instituyó a su llegada a Madrid, un cenáculo
literario y musical en su casa (la reina Isabel II obligó al marqués de Salamanca a que
vendiera a Carolina un trozo de su finca y allí se construyó una quinta con jardín y
bosque en lo que hoy es el Barrio de Salamanca, ubicado cerca de la Puerta de Alcalá
por calle Lagasca y Villanueva que en 1872 obtuvo el nombre de Carolina Coronado. Se
llamó La Quinta de la Reina), al que acudían intelectuales, artistas y políticos atraídos
por el seductor ambiente que su presencia y la de su esposo, despertaban. Allí se
celebraban tertulias literarias pero también servía de refugio a perseguidos políticos.
Sólo por tratarse de una mujer escritora, cabe señalar la singular relevancia que el
aspecto físico adquiría en la crítica masculina de la época.
Resulta interesante advertir esta insistente alusión al aspecto físico de la autora -algo
completamente ausente en el caso de los escritores varones de la época, de quienes no se
conservan tantos retratos-, la referencia indiscutida a su belleza. Por ejemplo, un
artículo de Nicolás Díaz Pérez, titulado “Las Mujeres Hermosas del Siglo XIX”,
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En carta a Carmen de Burgos, Gómez de la Serna dice: “Mi tía, Carolina Coronado -tan cargante, tan
deliciosa, tan clerical, tan insoportable, tan inefable- a la que dedicaré pronto un libro titulado así en el
que contaré pequeñeces enternecedoras, ridículas, ñoñas y admirables...” (266). Utrera, Federico,
Memorias de Colombine. La primera periodista. HMR: Madrid, 1998.
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incluye a Carolina Coronado y afirma: “Era la Coronado a la sazón una niña, alta,
robusta, de talle esbelto y flexible, como una palmera, de cara hermosa, de ojos
grandes y de mirada dulce. Su boca pequeña, sus trenzados y ondulados bucles, su
cabeza erguida, sus maneras elegantes y su trato culto le abrieron todas las puertas,
desde el Palacio de la Plaza de Oriente hasta las del Liceo de Madrid. Cuando se la
veía cruzar por las calles las gentes se paraban a contemplar aquella mujer escultural,
que más parecía obra del cincel del Belvedere, que un ser humano.Y es que la
Coronado reunía a su talento, a su discreción, la gracia de las extremeñas, que como
las hijas de Almendralejo parecen que guardan aún los encantos de las matronas
romanas que seguían a los capitanes de las legiones Augustales, fundadores de las
Colonias Lusitanas y de los Municipios que bordaban las márgenes del Guadiana (...)
Su aparición en París se hizo sentir por miles de admiradores que como Sué, Dumas,
Lamartine, la proclamaron reina de la hermosura”.
Bibliografía:
-CORONADO, Carolina (1999). Obra en prosa. Tomo III. Ensayos, Artículos y Cartas.
Apéndices. Editora Regional de Extremadura. Serie Rescate.
-GÓMEZ DE LA SERNA, Ramón (1942). Mi tía Carolina Coronado. Bs.As.: Emecé.
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ANEXO:
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Retratos de Carolina Coronado:
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Retrato de Carolina Coronado en el periódico La Risa.