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Cien años de la conversión de G. K.

Chesterton

Se aproxima el centenario de la conversión al catolicismo de Chesterton (1874-1936), el 30 de julio


de 1922. Voy con tiempo y lo hago de la mano de una biografía suya escrita por Dale Ahlquist,
“Knight of de Holy Ghost. A short history of G. K. Chesterton” (Ignatius Press, 2018). Le tomó años
dar el paso del bautismo. En su primera juventud estuvo muy desorientado y dio tumbos de un
lado a otro, sumergiéndose en oscuridades de las que salió por puro agradecimiento de la vida.
Tuvo una primera conversión a la Iglesia anglicana y, aunque, su sintonía con el catolicismo saltaba
a la vista, sus biógrafos suelen señalar que el bautismo se retrasa en atención a su querida esposa
Frances, devota anglicana. Ella significó muchísimo para él y no quería dar un giro tan pronunciado
a su vida familiar.
La conversión de Gilbert fue muy sonada, tanto como lo fue la de John Henry Newman en
el siglo XIX. El Vicario anglicano de Beaconsfield, donde residía Gilbert, dijo que se alegraba de su
conversión, pues “Gilbert siempre había sido un muy mal anglicano” y conste que Chesterton no
abandona su anterior fe despotricando de ella, muy por el contrario, solía decir que su paso al
catolicismo lo hizo movido por las realidades nuevas que había descubierto en su largo peregrinar.
Lejos de él la diatriba o la amargura. Le bastaba, por ejemplo, la belleza de la Virgen María, para
cultivar su devoción a Ella.
“El día de su conversión fue agridulce. Frances estaba feliz por Gilbert, pues sabía que era
lo que él quería. Él estaba feliz porque ciertamente deseaba la plena comunión con la Iglesia, que
representaba una clara convergencia filosófica, teológica y social de sus propias ideas, la plenitud
de su pensamiento. Pero ambos tenían lágrimas en sus ojos. Gilbert trató de confortar a Frances,
pero él sabía, aún más que ella, que una cierta separación había llegado entre ellos”. Esta tensión
se torna en alegría completa, unos años después, cuando en 1926, Frances se convierte, también,
al catolicismo. Y, efectivamente, sin Frances, Gilbert no hubiese llegado a ser el Chesterton que
conocemos. Cuando la conoce, no solo encuentra a la mujer de su vida, sino que también
descubre su fe. “Y descubre aquello que completará su perfil: su vocación. Supo que quería ser un
escritor”.
En la década anterior a su conversión, Chesterton llega a ser un reconocido poeta,
novelista, periodista, crítico literario y social, filósofo, apologeta cristiano, escritor de cuentos de
misterio y exitoso dramaturgo. Y como señala Ahlquist, si “San Francisco fue un poeta cuya entera
vida fue un poema, lo mismo puede decirse de Chesterton; aunque es más exacto decir que
Chesterton fue un niño cuya vida fue un teatro de juguete. Interpretó el rol de San Jorge
enfrentando dragones y rescatando princesas. Su lanza fue una pluma”. Todo un caballero de
inmensa figura y talante jovial en los tiempos que le tocaron vivir.
Libros, relatos, conferencias, debates, viajes ocuparon su vida; junto a él, siempre su
querida Frances. Su muerte acaece en 1936 con gran dolor para su familia y amigos. Monseñor
Ronald Knox -quien atribuía su propia conversión gracias a la lectura de Chesterton- desde el
púlpito ensalzó su figura. Imaginaba a Chesterton escoltado en el Cielo por San Francisco de Asís y
Santo Tomás de Aquino, los dos santos sobre los que escribió. “Conmigo, Francisco diría, él amó al
pobre”. “Conmigo, Tomás diría, él amó la verdad”. Agrego, con Chesterton podemos saborear la
alegría de vivir.

Francisco Bobadilla Rodríguez


Lima, 17 de febrero de 2022.

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