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DESANTES-GUANTER, José María.

Derecho a la información: materiales para un sistema


de la comunicación. Valencia: Fundación COSO, 2004; 250 pp.

1. Autonomía universitaria
Pero lo más grave es que privan a la Institución académica, a pesar de que en la denominación
de las propias leyes se afirme lo contrario, de una de sus características esenciales: la
autonomía. Sin autonomía, al Universidad, cada Universidad, tiene las alas recortadas, con lo
que no puede remontar el vuelo, se mueve a ras de tierra desde donde falta la visión de
conjunto para autoanalizar sus propios problemas y adoptar los remedios congruentes con su
naturaleza que escapan a los poderes públicos porque la Universidad, cada Universidad, tiene
su fin es sí misma; y sólo así, desde esa inmanencia teleológica, puede trascender eficazmente
a favor de la sociedad. (p. 20).

2. La universidad es comunicación de saberes


La Universidad no es perecedera porque, funcionalmente, en su quididad, es comunicación
permanente. Y comunicación nada menos que saberes. Que la comunicación es natural al
hombre no necesita demostración; como no la necesita la evidencia de que es natural su afán
incesante de saber, de conocer las cosas. Y, como nada es causa sui, de averiguar sus causas
en profundidad. (p. 21).

3. Libertad académica
La Universidad está formada por los universitarios: no se concibe sin ellos. Pero es también la
persona la causa final de la Universidad: toda la vida académica está atraída por la atención a
educar a un elemento personal, a formar personalidades. En primer lugar, para que sigan la
tradición investigadora y docente que perpetúa a la Universidad; y, a mayor abundamiento,
aunque la Universidad no es una escuela profesional, para que sus graduados sean los mejores
profesionales que actúan en la sociedad. Y, al recapacitar, encontramos que lo propio y
característico de la persona, después de la vida, es la libertad. La libertad académica es
atributo esencial de los dos estamentos que constituyen estrictamente la población
universitaria. (p. 22).

4. Transmisión del saber


Saberes que, porque en gran medida pasan de profesor a alumno, no son patrimonio de cada
generación, sino de la estirpe universitaria. Comunicar ciencia no es una donación, entre otras
razones porque no sólo no empobrece sino que enriquece, tanto al receptor cuanto al
transmisor. En materia de sabiduría no puede hablarse de dar, sino de darse. Y este darse es el
origen de la tradición. Desde el primer instante de la creación de una Universidad, empieza el
universitario a forjar la tradición académica o érase, como se dice en algunas Universidades
con solera de siglos. (p. 28).

5. Organización universitaria y orden interno


Esta constante tensión entre las fuentes y la teleología fundamenta, en su equilibrio dinámico,
la razón de ser de la organización de la enseñanza. Organización que es susceptible de análisis
y de síntesis de sus elementos, que son tanto personales como reales. Estos últimos dispuestos
para servirse de ellos a favor de la Universidad que sirve, a su vez, a una comunidad de
personas y, lo que es equivalente, a una comunicación entre personas. El orden interior
necesita una atmósfera en la que respirar, que es el orden exterior; pero al mismo tiempo, es el
que genera este orden externo. De modo análogo, el ambiente universitario es formativo para
los que en él conviven; pero este ambiente lo crean y lo mantienen los propios universitarios.
(p. 28).

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6. Organización estética
Sin una comunidad suficientemente estable y serena para pode decir, y escuchar lo que se dice
con altura y sin prejuicios, no puede haber una comunicación o puesta en común, que conecta
las inteligencias en una doble dirección, a pesar de que es el profesor el que enseña: el buen
docente aprende tanto, al menos, de sus alumnos cuanto de sus maestros. Gabriela Mistral
daba muestras magistrales de su sutil espíritu docente cuando pedía perdón a Dios por
atreverse a enseñar. (p. 30).

7. Crítica
La crítica auténtica sólo es posible en un ambiente de paz. Y la paz, según la feliz expresión
del gran universitario pacífico, a pesar de la hostigación que sufrió, que fue Fray Luis de
León, es “una orden sosegada”. (p. 30).

8. Libertad y creatividad
El genio de cada cual que, como ha dicho Bergson, e suna larga paciencia, se debe encauzar,
pero no mutilar. Sin libertad no hay creatividad y, por tanto, no hay “creación científica” que
se debe traducir como “hallazgo científico de lo creado”. El Ordo disciplinae sería un cauce
seco sin la libertas disciplinae que produce el murmullo alegre y refrescante del agua de la
comunicación de saberes, discurriendo siempre felizmente renovada. Para repetir una y otra
vez lo mismo no hace falta un profesor, basta con una cinta magnética o con un disco duro.
En la investigación científica, el que se para muere para la Universidad: se corrompe como el
agua encharcada. El programa puede ser el mismo, pero nunca lo será su contenido. (p. 32).

9. Libertad y organización
En la ciencia y en la comunicación de la ciencia entra en juego el mundo de la libertad o,
mejor dicho, de las libertades de los hombres que escapan a la organización porque, en todo
momento, pueden cariarla, vulnerarla, contestarla o romperla. (p. 38).

10. Insuficiencia del manual


Esta variabilidad del programa deja en nebulosa la eficacia docente del libro de texto,
documento que se limita a desarrollarlo. El libro de texto es cómodo para el docente y, sobre
todo, para el alumno que puede desentenderse de las explicaciones del Profesor. Pero petrifica
el desarrollo de la materia y, en consecuencia, la formulación del propio programa. Incluso
siendo el programa el mismo, su desarrollo ha de variar por fuerza de un curso a otro en
función de los nuevos hallazgos propios del Profesor o ajenos, de la experiencia positiva y
negativa que proporcionan los resultados del curso anterior, de las circunstancias que han
rodeado a la ciencia en cuestión. (p. 43).

11. Lo nuevo y lo clásico


Este esfuerzo de los científicos por estudiar lo nuevo es lógico y plausible ya que cumple una
obligación inexcusable del intelectual: averiguar las causas de los fenómenos cuando estos se
produzcan. Tiene, sin embargo, un riesgo. Si la atención se polariza hacia lo reciente y va
intentando exclusivamente elaborar su causación inmediata, existe el peligro de que se olvide
y, por tanto, se desligue de las ideas matrices de su ciencia respectiva, que tienen una validez
constante y que, de un modo directo o indirecto, han permitido la cadena de innovaciones que
desfilan ante la observación de una realidad actual y progresiva. Tal cesura puede llevar a
desviaciones poco deseables que, por lo menos, requerirán el esfuerzo de un replanteamiento
que enlace con sus orígenes epistemológicos a los que, por tener clase, se les puede llamar
clásicos. (p. 49).

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12. El teatro como comunicación de ideas
El teatro, a través de una anécdota ficticia, de un mal llamado argumento, muchas veces
entretenido y divertido, cumple la función propia e inmediata de la comunicación ideológica:
intenta persuadir con ideas, simulando unos hechos. No es concebible el teatro documental,
como ocurrirá después con el cine. El teatro tiene esa fuerza tremenda de la idea que, a plazo
más o menos largo, mueve la voluntad de los espectadores hasta el punto de que los puede
convertir en propagadores de la idea original. Si actualmente se ha podido decir que la
información de hechos se está convirtiendo lamentablemente en una fabulación, en el teatro,
por el contrario, la fábula se convierte en un mensaje de fondo cuyos efectos pueden ser, a la
larga, más sensacionales que los de la noticia. Lo que nos indica la delicadeza con que hay
que tratarlo. (p. 51).

13. Sociologismo comunicativo


De otro modo, se han encerrado en una especie de círculos de dimensiones limitadas en el que
la única salida que encuentran, en vez de tratar de la comunicación misma y de su naturaleza,
estriba en medir los efectos que produce a través de técnicas sociológicas. En lugar de
estudiar causalmente la comunicación valiéndose de los conceptos que les ofrece, ya
elaborados, la Filosofía, se deslizan por la pendiente del método fácil y positivista de los
efectos a través de la encuesta. Y así cierran el paso a los frentes valorativos de le Ética y el
Derecho. Se olvida que para teorizar acerca de la comunicación es necesario conocer a fondo
su fenomenología, no para tratarla como mera técnica, que está demostrando su caducidad día
a día, sino como objeto de generalización causal. Si no se conoce la realidad y su esencia, mal
no se puede teorizar sobre ella y peor se le puede valorar. Los métodos sociológicos tienen sus
propios fines, pero entre ellos no está el fundamentar la comunicación como tal. La
consecuencia ha sido inevitable: la comunicación se valora como buena si tiene audiencia; y
mala sino la tiene. Se ha perdido el fundamento teleológico de la comunicación para rebajarla
a un producto crematístico u ocultamente propagandístico, lo que va contra la esencia de la
propaganda recta o propiamente dicha. (p. 56).

14. Ética: más allá de los manuales


Lo que quiere decir que la perfección que implica la información hay que comenzar a
conseguirla en las aulas de la Universidad, Alma mater o madre nutriente que nos da el
alimento intelectual suficiente y digerible para que el graduado pueda resolver los problemas
complejos que se encierran en la información y que no son “de manual”, sino que se suscitan
de modo imprevisible a los largo de la vida profesional. Un buen graduado universitario es
aquel que ha conseguido el hábito, afín a la prudencia, de la solercia o virtud de resolver por
sí solo las situaciones inusitadas e imprevistas que la compleja realidad le plantee. Y la
compleja realidad informativa es pródiga en estos planteamientos. (p. 58).

15. Información: poner en forma


Pero, yendo al sentido originario, in-formare hay que traducirlo por poner en forma. Esta
significación primaria, por etimología, nos da un concepto operativo de información como
acto de poner en forma intelectualmente la realidad, previamente conocida, de acuerdo con el
lenguaje del medio a través del cual va a ser comunicada. Una misma idea de propaganda
electoral, por ejemplo, no se difunde de igual modo por un cartel que por un mensaje
televisado, por un discurso que por un reclamo en la prensa. Este poner en forma, como ha
quedado dicho, es un hacer, un agible, una de las vertientes de las operaciones humanas. Lo
agible tiene sus propias normas técnicas y deontológicas, entre ellas que el fin no justifica los
medios. El conseguir comunicar algo, aunque fuera verdadero e interesante, utilizando

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artimañas técnicamente improcedentes o éticamente incorrectas, actuaciones incoherentes con
el sentido moral común o profesional, hiere indefectiblemente a la operación informativa. (p.
59).

16. El informador y el público


Por el momento, basta destacar que el informador es el que, por deber, satisface el derecho a
la información y de difusión, todos los sujetos están jurídicamente en plan de igualdad. No se
diferencian por el derecho a investigar y difundir, sino por el deber de investigar la realidad y
difundirla tal como es, convertida en palabra o en cualquier forma de expresión. Los que
tienen ese deber –y los derechos profesionales se les otorgan precisamente para que puedan
cumplir con ese deber- son los profesionales de la información. (p. 60).

17. Libertad de expresión


La libertad de expresión se afianza como el modo libre de ejercitar el derecho a la
información. Estamos ante un caso concreto de lo que ha llamado “función adjetiva de los
nombres”: la libertad tiene aquí la función de determinar –función adjetiva- el ejercicio del
derecho. Entender de esta manera la libertad, no es menospreciarla, sino considerarla tan
natural, tan ilimitable y tan intangible como el derecho al que sirve, adjetivamente, de base
ineludible de actuación. El reconocimiento de un derecho negando la libertad de ejercitarlo es
una aberración jurídica en cuanto lo es del sentido común. El derecho es lo sustantivo; la
libertad lo adjetivo, adverbial o modal. Por eso hay que referirse al derecho, aunque teniendo
en cuenta que todo derecho natural ha de ser ejercitado libremente. (p. 62).

18. La objetividad está al inicio del conocer


La objetividad es la no subjetividad en la aprehensión de la realidad. Una vez conocida
objetivamente, la realidad pasa al patrimonio intelectual del informador quien puede ponderar
subjetivamente su valor, su importancia, su actualidad, etcétera, para darle el tratamiento
adecuado. Hasta que llega el momento de trasladarla a palabras, momento en que, de nuevo,
opera la objetividad en este caso en forma subjetiva de sinceridad. Hay que transmitir
sinceramente lo que objetivamente se ha conocido. (p. 65).

19. La noticia es importante, no sólo la opinión


La no creencia en la verdad, en el conocimiento objetivo y en la sinceridad lleva a sustituir la
noticia, neta y clara, por la opinión, variable por axioma. El ocultamiento de la verdad,
aunque no se puede calificar de engaño, es tan malo como la misma mentira porque nos sitúa
en el punto cero de la información, lo que constituye injusticia. La sustitución de la noticia
por el juicio con el pretexto de que todo el mundo tiene derecho a la opinión, sofisma que
además se apoya en que esto significa tener derecho a la democracia, supone un relativismo
nihilista porque significa lo mismo que afirmar que todo el mundo tiene derecho a la
ignorancia de “lo que pasa”: a no conocer el mundo y, sin conocerlo, poder opinar libremente
acerca de él. La realización del hombre, de la que tanto se habla, consiste en dominar la
realidad, lo que exige conocerla. Al ocultarla, estamos en la antesala del totalitarismo
informativo. (p. 67).

20. La información no tiene límites


De este modo, la información, en contra de lo que se afirma por los no expertos, influidos por
el citado párrafo 4o de la Ley de 1966, no tiene ni puede tener límites externos impuestos por
fuerzas públicas o privadas que forman parte de la comunidad porque sería –y es- destruir la
comunidad misma en la que viven y, quizá, de la que viven. Otra cosa es que la información
sea objeto de un derecho natural que no sólo ha de compaginarse con otros, sino que ha de

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contribuir a que se hagan efectivos, a la vez, todos los demás derechos innatos: la
concordancia jurídica, reflejada en la coherencia del ordenamiento, asegura la realización
completa del hombre y la convivencia –no la simple conllevancia- en la comunidad. El
hombre es el ser comunicable por excelencia y no tiene sentido el que se le reconozcan unos
derechos cuyo efecto sea incomunicable y aislarle. (p.75).

21. El “medio” de la prudencia no es matemático


La prudencia, como cualquier otro hábito, consiste en el medio. Pero no es un medio
matemático obtenido como la suma de los extremos divididos por dos. En el caso de la
prudencia los extremos son el temor y la audacia. El justo medio es la valentía que se eleva
por encima de los extremos, sino que es una cumbre que permite arrostrar los riesgos
calculados –no olvidemos la condición intelectual de la prudencia- y responder de los fracasos
y de los éxitos, dada su condición de virtud moral. (p. 78).

22. Derecho a la información: ius nativum


Una reflexión detenida acerca de la dualidad libertad-derecho en la información, nos
demostraría, en cierto modo, lo contrario. El derecho a la información es un ius nativum que
se deduce de la naturaleza a la vez personal y comunitaria del hombre. También es un derecho
natural la libertad. Pero, referida a la información, dado su alcance comunitario, es el derecho,
y no la libertad, la idea sustantiva sin que, como derecho, que también es, pueda prescindir de
la libertad para hacerse efectivo. (p. 85).

23. Principio de generalidad de los mensajes


A diferencia del sujeto y del medio, que se rigen por el principio de universalidad, el principio
ordenador del estudio jurídico global de los mensajes es el principio de generalidad –no todo
lo comunicable es ética y jurídicamente comunicando-. El principio de generalidad engloba
un doble sentido: todos los mensajes tienen como constitutivo esencial la verdad; y cada
mensaje puede admitir exclusiones a su difusión. Porque lo general implica lo excepcional, lo
especial y lo individual. Cada especie de mensajes tiene como constitutivo una especie de
verdad que delimita su régimen; y la facultad sobre el mensaje puede hacer que, en ocasiones,
se sobreponga el carácter individual al comunitario o general. (p. 87).

24. Universalidad del derecho a la información


Más en concreto, el derecho a la información y, por tanto, su ejercicio libre, no corresponde
en exclusiva a los informadores, profesionales o no, ni a las empresas informativas, sino a
“toda persona”, como reza el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos
de la ONU en sus dos palabras iniciales, por no referirse a otros textos supranacionales del
mismo tenor, incluso a las personas agrupadas, natural o convencionalmente, en una
institución no personificada, como la familia o los grupos parlamentarios. (p. 91).

25. Límites del artículo 11 de la Declaración


El mayor defecto o peligro del artículo ha sido, empero, poco subrayado. En la discusión
asamblearia del texto hubo acuerdo respecto de la primera proclamación: la libre expresión es
un derecho. No así respecto a la segunda, con lo que el retoque introducido en ella la dislocó
de la primera. La libertad de comunicar sin censura previa asustó a los mismos
revolucionarios, habituados al régimen censorio, quienes añadieron la responsabilidad por el
abuso de la libertad, pero “en los casos determinados por la Ley”.
Con esta remisión, dejaron abierto el portillo de las limitaciones: en último término, el ámbito
de la libertad se deja en manos del poder que puede llegar a negarla. No tardó en ocurrir:

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Chenier y Lavoisier fueron guillotinados en aras de esta libertad falseada; Condorcet prefirió
suicidarse en la mazmorra.
En definitiva, el artículo 11 que influyó en todas las Constituciones decimonónicas españolas,
concedía una libertad a nivel constitucional que, también a nivel constitucional, se reservaba
el limitarla. (p. 97).

26. Libertad y personalidad


Los derechos se ejercen vitalmente: su ejercicio es la suprema prueba de una vida plena. Los
derechos se ejercen libremente, y la falta de libertad en su ejercicio supone su negación o su
limitación externa. La libertad es como la infraestructura de todos los demás derechos
humanos: como aquello que, igual que la vida, todos tienen de común. La libertad, porque es
un derecho estructuralmente ligado a la personalidad, referida a los otros derechos
fundamentales, no es otra cosa que el modo de ejercitar tales derechos para que este ejercicio
sea eficaz. En nuestro caso, si no soy libre para ejercitar el derecho a la información, no lo
estoy realizando. Estaré, como mucho, difundiendo una apariencia de información que, en el
orden de las cosas, está totalmente vacía. Más claramente: estaré, en todo o en parte,
desinformado. (p. 99).

27. Los derechos humanos son ilimitables: los derechos ceden


Desde esta noción, la libertad es tan ilimitable como el derecho al que sirve de base. Los
derechos humanos se legitiman por sí mismos, como naturales, de tal manera no pueden ser
limitados. La limitación es algo que procede de fuera: las diversas acepciones que da el
vocablo del Diccionario de la Lengua, que es el Diccionario de todas las Academias de la
Lengua castellana, coinciden en esta nota común. Los derechos fundamentales tienen su
propia estructura en función de su naturaleza o razón de ser. Lo que sea contrario a esta
naturaleza es antijurídico. No se puede hablar, por ejemplo, de derecho a la noticia falsa
porque la falsedad priva a la noticia de su naturaleza y, por tanto, de ser objeto del derecho a
la información.
Otra cosa es que los derechos fundamentales han de coordinarse con los demás derechos
también fundamentales, y sólo con ellos, lo que produce excepciones –y no limitaciones, sino
sinergias- en su ejercicio. La distinción no es meramente terminológica. La excepción no
viene de fuera, sino que es la consecuencia de la generalidad de difusión de los mensajes
conforme a la naturaleza o realidad de los mismos. La información cede, por ejemplo,
aparentemente ante la intimidad porque el primero es un derecho relacional y, por tanto,
periférico de la personalidad, en tanto que la intimidad forma parte de la personalidad misma.
Pero, si paramos mientes, todos los mensajes nacen en el interior del hombre. Incluso los que
recogen la realidad del mundo exterior han de ser conocidos o subjetivados antes de
comunicados. La información así no cede: se contrae, dad la flexibilidad del derecho, a favor
de la misma información. El derecho a la información cede, también aparentemente, ante el
derecho a la paz, porque la falta de paz es, ni más ni menos, la incomunicación. Estas
excepciones afectan en igual medida a la libertad. Pero esta afección se funda en la sustancia
del mismo derecho; de ninguna manera en un poder externo que limite lo ilimitable. (p. 100).

28. Libertad vs derecho


El párrafo 4 del artículo 20
Pero las redacciones de la Constitución, al llegar a su párrafo 4, se olvidaron de su propio
acierto y elaboraron un texto incongruente con el 1. Dejaron de hablar de “derechos” y se
refirieron a “libertades”, haciendo retroceder en 190 años el progreso jurídico. (p. 101).

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29. Verdad e información
El informador, por ejemplo, no debe mentir. Esta proposición que se encuentra en todos los
Códigos de deontología informativa no implica, como a veces se ha sostenido, una limitación
de la libertad de informar, sino la consecuencia de que el modo libre no puede utilizarse en
contra del derecho a la información a cuyo ejercicio sirve de base. La misma Constitución
hemos visto que exige, en el derecho a la noticia, que el hecho o realidad sean verdaderos tal
como se transmiten. La violencia, la pornografía o el terrorismo, como otro ejemplo, no
constituyen verdaderos mensajes porque van contra el constitutivo esencial de la
comunicación ideológica, que es la verdad operativa o bien y, por tanto, contra el derecho a la
información. (p. 104).

30. El derecho a la información como derecho natural


Frente a ella, se alza una concepción iusnaturalista, fundamentada en un derecho innato que
sólo puede ser reconocido –no concedido- porque es anterior a la norma positiva y superior a
ella. La libertad informativa es así la manera de ejercitar el derecho a la información o de
hacer efectivo el derecho libremente. Unida moralmente al derecho, adquiere la consistencia
natural de éste: no es limitable por poderes externos, ni siquiera por el poder público que no
ha podido más que reconocer, no conceder, el derecho a la información e incorporarlo
legalmente al ordenamiento jurídico, porque legítimamente ya lo estaba incluso sin ese
reconocimiento. Tal derecho a la información tiene su propia estructura interna que la ley ha
de respetar; y ha de coordinarse con los demás derechos humanos o naturales sobre los que en
unos casos sufrirá una elisión o excepción, que afectará también a la libertad en el sentido
moral. (p. 105).

31. El derecho a la vida y los otros derechos


En términos rigurosos, el único derecho primario, es totalmente evidente, es el derecho a la
vida. Sin vida de la persona no se puede hablar de derechos. Del derecho a la vida y de la
consideración de que no se trata de una vida cualquiera, sino precisamente de la vida humana,
se van deduciendo o derivando otros derechos, comenzando pro los que afectan no sólo la
existencia, sino a la misma esencia del ser del hombre: la libertad, la dignidad, la intimidad y
los derechos intelectuales, entre ellos el derecho a comunicarse y a vivir en comunidad, que
los griegos llamaron con la misma palabra, koinoonia, y los autores escolásticos, partiendo de
un punto de vista jurídico supieron fundir en un solo derecho: el ius societatis et
communicationis, lo que presupone el derecho más esencialmente comunitario, que es el
derecho a la paz. (p. 109).

32. Técnica y derecho ordenar


La técnica no culmina su función si se reduce a ser un mero medio perdido en el proceloso
mar de la historia, sino que ha de responder a su atracción por un fin. Es inverosímil la idea de
que un poder transformador del mundo sea un poder ciego, sin destino visible. Si la técnica
ordena la naturaleza es para algo: exactamente como el Derecho cuando intenta ordenar el
todo social, en el que está incluida la técnica. De este modo, técnica y Derecho coinciden en
su vocación teleológica, en su fin. Y si el Derecho objetivo es justo cuando realiza los
derechos subjetivos, entre ellos el derecho a la información, la técnica cumplirá su cometido
ancilar de servicio en tanto en cuanto permita la más completa efectividad de que el hombre
pueda investigar, difundir y recibir información. En otras palabras, realizar cada una y la
totalidad de las facultades informativas. (p. 112).

33. La facultad de disponer


FBR: La facultad de disposición es esencial en el derecho a la propiedad

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La facultad de disponer no caracteriza al derecho de propiedad, puesto que es común a todos
los derechos, excepto a los conocidos como personalísimos, irrenunciables e intransmisibles.
Y esto es así porque la facultad de disponer no forma parte de la naturaleza intrínseca de
ningún derecho, dado que es externa a él, del mismo modo que el motor está axiomáticamente
fuera de la máquina que mueve. Otra cosa es que, si el derecho de propiedad es el más radical
y absoluto de los catalogados por la ley y la doctrina, la facultad de disposición opere en él
más a radice que en otros derechos menos considerados legalmente. La facultad de
disposición no sólo comprende la facultad de enajenar a título oneroso o gratuito, sino
también, según puede verse en la legislación comparada y en retazos de la nuestra, la de
gravar, transformar, autolimitar el derecho, utilizarlo como garantía patrimonial e, incluso,
destruir la cosa objeto del dominio. La facultad de disposición tiene como contrapunto la de
no disponer. Por eso, en relación con la propiedad, se declara paladinamente en el
ordenamiento la facultad de reivindicar, la de ser indemnizado por daños y, en último
extremo, la indemnización congrua por la expropiación forzosa cuando existe una causa de
utilidad pública. (p. 123).

34. Facultad de disposición


En estas empresas existe también, relacionada con las facultades anteriores, la facultad de
disposición que puede extenderse a la empresa misma; a las participaciones accionariales; o
intereses jurídicos de otro tipo; o al medio. Como se ha dicho, la facultad de disposición es
común a todos los derechos excepto a los personalísimos. Por otra parte, la facultad de
disposición o transmisión de empresas o medios tiene las mismas limitaciones que hemos
visto que tiene la facultad de creación. A veces estas limitaciones se incrementan
estatutariamente para evitar la dispersión o la concentración del poder económico sobre la
empresa informativa: o de poder informativo si se entienden correctamente las facultades que
van a desarrollarse a continuación. (p. 142).

35. Principios editoriales


Una de las importantes y trascendentales facultades de la empresa informativa es,
precisamente, orientar las tendencias ideológicas del medio. En otras palabras, establecer los
principios editoriales. A lo largo de la vida del medio, todos los mensajes que difunda
deberán ajustarse a dichos principios. Lo que significa una triple sujeción: a) del público que
voluntariamente lo recibe; b) de los informadores que libremente se contratan en la empresa
que difunde el medio y, por supuesto, de los colaboradores que contribuyen a él
esporádicamente; y c) de la propia empresa que los ha determinado. En efecto, el empresario
que libremente los ha establecido, es el primer vinculado a ellos mientras públicamente no los
modifique. Porque una de las condiciones primarias de los principios es la de su publicidad.
Por supuesto, el empresario originario o el derivativo tiene también la facultad de cambiarlos,
haciéndolo constar públicamente. (p. 143).

36. La institución
La institución es toda figura estable que incluye al individuo sin caer en el colectivismo; es
decir, que no supedita el individuo a la colectividad. Se establece como una estructura dentro
de la sociedad para unificar, por participación, acciones individuales sin privar a la persona de
su protagonismo. Lo uno no se opone a lo múltiple, sino a la división; y lo múltiple se
compone de unidades. Las Instituciones son formaciones básicas en que se desenvuelve la
vida común y que determinan la composición jurídica de la realidad social: ayudan a la
conservación del tejido comunitario humano garantizando el fundamento de una convivencia
de las personas no sólo potencial, sino actual. (p. 174).

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37. Derecho a la información de la institución
Concebida así la Institución y analizados someramente sus elementos se facilita el
comprender que tenga derecho a la información, tanto interna cuanto externa. La legitimación
de las Instituciones, a imagen y semejanza de la de las personas individuales, para hacer
efectivo el derecho a la información, resuelve de plano uno de los problemas planteados en el
desarrollo del proceso informativo: el del elemento subjetivo. La universalidad del sujeto
llena, con la Institución, todas sus posibilidades de extensión personal y social. Otra cosa será
que el sujeto, individual o institucional, actúe solamente en virtud del derecho; o que lo
ejercite en aras del deber de informar, que puede concretarse en obligaciones dentro de la
Institución. Lo que ha de quedar sentado es que el principio de universalidad del sujeto del
derecho a la información, que afecta a toda persona física, se completa porque atañe también a
la idea y el hecho de Institución. (p. 182).

38. Agere y facere del quehacer informativo


La rectitud de la información está compuesta por la rectitud de todos los actos que llevan de lo
real a lo comunicable: el agere que llaman los filósofos, que produce el facere o mensaje. La
información ha de ser “co-rrecta”: es decir, ha de ser recto tanto el agere cuanto el facere, las
operaciones informativas y el mensaje resultante. En su conjunto está patente la realización de
la justicia que etimológicamente significa también verdad. (p. 196).

39. Virtud de la objetividad


Que el cognoscente no quiebre la adecuación es una actitud positiva que, por repetición, se
convierte en virtud. En esa virtud o hábito consiste la objetividad. Por tanto, la objetividad
tiene su puesto precisamente en la primera de las operaciones de la actividad comunicativa: la
de conocer la realidad. Esta singular y concreta localización resuelve por sí misma muchas de
las objeciones teóricas o prácticas que se oponen a la objetividad y que pueden sintetizarse en
una: considerar que la información consiste en la apreciación que al cognoscente le merece lo
conocido, no en lo conocido mismo. Pero lo conocido, que es lo más próximo a la realidad,
punto de partida de toda comunicación fáctica, para ser debidamente apreciado ha de reflejar
previamente esta realidad con la mayor exactitud posible. (p. 199).

40. Las virtudes se forjan


Las virtudes humanas son, por axioma, tendenciales o asintóticas y la objetividad no es una
excepción. Será objetivo aquel que se esfuerza por serlo y que, por este esfuerzo, lo consiga
progresivamente, aun contando con fallos puntuales en su afán por lograrlo. La objetividad,
como la justicia, consiste en una lucha, que no siempre termina en victoria, pero que
constantemente anhela. (p. 200).

41. Hechos y la etapa de conocimiento


Aparte de que la encuesta es un medio sociológico de obtención de datos que no son válidos
científicamente para las ciencias valorativas, dado precisamente el positivismo del argumento,
la objetividad exigida al comunicador no es una tendencia filosófica, y menos todavía,
sociológica o política, sino sencillamente una actitud exigible y mantenida, que llega a ser
una virtud aplicable tan sólo –hay que repetirlo una vez más- a la comunicación de hechos y a
la primera fase o fases de conocimiento de la realidad. (p. 201).

42. Derechos naturales e innatos


En todos los párrafos anteriores se ha hablado de derechos humanos porque con tal apelativo
aparecen en la Declaración Universal de 1948. los textos constitucionales los suelen llamar
derechos fundamentales. Sea cual sea su denominación positiva, su verdadera esencia es la de

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ser derechos innatos o naturales, porque son necesarios para la realización existencial del
hombre conforme a su naturaleza y a su fin. Por esta razón, según consta en los textos
positivos más acertados, no son derechos que se “conceden”, sino derechos que se
“reconocen”, lo que ratifica que son derechos anteriores y superiores al texto legal de que se
trate. Esta confirmación, que puede parecer superficial, es de gran trascendencia teórica y
práctica. Los derechos naturales están por encima de la ley y la ley debe interpretarse y
aplicarse conforme a su naturaleza jurídica, coincidente con la real por lo que tienen un
contenido esencial no desvirtuable y que legitima su función en el Ordenamiento al servicio
del hombre y de la comunidad. (p. 209).

43. Unidad de la persona


La primera es que, al sentido común, le repugna el que dos derechos naturales inseparables
del hombre puedan oponerse dentro de él. La persona es una como núcleo de atribución y
titularidad de los derechos. No se puede concebir que esa unidad se rompa porque le
correspondan dos derechos que nacerían ya en conflicto. Si este rechazo se produce en el
plano del sentido común, resulta intolerable en el nivel del Derecho, que no es un campo de
batalla. Los conflictos personales y sociales tienen que ver con el Derecho en cuanto que es
dentro del Ordenamiento como se resuelven. El punto de vista jurídico debe ser el de la
armonía, la coordinación, el orden, que son el resultado de un Ordenamiento propiamente
dicho; es decir, justo. (p. 211).

44. Elasticidad
La segunda realidad se refiere a una característica típica de los derechos subjetivos, que se
conoce como su elasticidad. En determinados momentos de la vida jurídica los derechos
pueden contraerse, sin desaparecer, y recobran su dimensión efectiva cuando cesa la causa
determinante de la contracción. Esta pausa excepcional en la eficacia del derecho se produce
cuando, por ella, el derecho constreñido cobra una mayor fuerza en el momento del cese de su
constricción. Nunca puede desaparecer un derecho subjetivo natural porque haya otro
derecho, por natural que sea, que impida que se realice el eventualmente contraído. El derecho
se retrae eventualmente en provecho de su más plena eficacia en el futuro, más o menos
próximo. (p. 212).

45. Intimidad. Vida privada: reservada, secreta.


FBR: El problema esta más bien cuando doy mi consentimiento para revelar mi intimidad.
La vida privada, que si puede ser compartida por varias personas y, por tanto, es predicable de
la familia, incluso del matrimonio en la mayoría de los aspectos, es, a la vez, reservada y
secreta y debe ser respetada por la información. Pero sólo en tanto en cuanto no tenga
repercusión en la vida pública. Por ponernos en una situación extrema, se puede afirmar sin
ambages que la corrupción privada se convierte, antes o después, en corrupción pública o
viceversa. La tendencia, no exenta de intención interesada, de separar la moral pública de la
privada, es una falacia: el hombre es uno y los principios morales y, en consecuencia,
jurídicos son aplicables indistintamente a las dos dimensiones de su existencia. La máxima
romana publica publice tractanda sunt, privata private, sigue estando vigente en el mundo de
la información. Lo público debe ser objeto de información, lo privado sólo en cuanto
trasciende a la vida pública. Lo íntimo, aunque esté protegido por la esfera de lo privado, es
de otra naturaleza y no puede reducirse a su régimen: no debe ser invadible nunca. Y esta
invulnerabilidad constituye la clave para asegurar, a mayor o menos plazo, la información.
Intimidad e información, lejos de excluirse, se complementan. Los examinaremos más
extensamente. (p. 215).

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46. Dignidad y honor son diferentes
Otro de los derechos inalienables e inviolables de la persona es la dignidad, fundada en que el
hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. La dignidad es también un derecho de la
persona, que se ha confundido con el honor, que es el que menciona las leyes. El derecho a la
dignidad es absoluto. El derecho al honor depende de la conducta del hombre que lo reclama.
Es titular del derecho a la dignidad toda persona, por el hecho de serlo, desde el héroe al
malvado. Aquí se hincan derechos a veces mal comprendidos por los legos en Derecho, como
la presunción de inocencia, el derecho a la defensa incluso del confeso, el respeto a la persona
del condenado, etcétera. Dignidad y personalidad van indisolublemente unidos. La injuria es,
por eso, condenable en todo caso, pero mucho más cuando se difunde a través de un medio de
comunicación social. (p. 215).

46.b. El honor
El honor, como secuela de la dignidad, se presume también para toda persona. Cuando no ha
comenzado a actuar, se le concede un crédito de honorabilidad que puede conservar y
acrecentar o dilapidar. En el primer caso tiene derecho al respeto. En el segundo ha
consumido él mismo el crédito que se le concedió y, por tanto, se desacredita, no ha satisfecho
el crédito y ha perdido el honor al que tenía derecho originariamente. Nunca puede perder la
dignidad sustancial. La proporción entre el el honor conservado y la fama u honor que le
confiere la sociedad o la información es la honra. La desproporción, la deshonra (pp. 215-
216).

46.c.La imagen
El derecho a la propia imagen tiene tres manifestaciones principales. Una de ellas es el
derecho a su protección. Otra, el derecho a su disposición. La tercera, el deber de prestarla
(p.216)

47. Derecho de autor


Esta conclusión que ha invalidado todas las abundantes teorías acerca del derecho de autor,
principalmente la que lo considera “propiedad” intelectual, no ha podido obtenerse hasta que
se ha desarrollado suficientemente la teoría del derecho a la información y de los derechos y
facultades subyacentes en que se manifiesta. Por el momento, podemos deducir que derecho
de autor y derecho a la información no pueden oponerse porque son el mismo derecho,
matizado por su titularidad creadora en el primer caso. (p. 217).

48. Verdad
Los que creen que la guerra es contraria a la naturaleza del hombre, sin ignorar que existe
siempre el riesgo de guerra, aunque sea simplemente dialéctica , ven la información como una
forma de sembrar el bien, que es la verdad operativa. Toda la información es verdad o es
desinformación. La verdad lógica para la noticia, la verdad operativa para la comunicación de
ideas, la verdad criteriológica para la comunicación de juicios. La información, propiamente
dicha, debe ser siembra de paz porque es difusión de la verdad y, bien entendido, ella misma
es un bien pacífico. (p. 219).

49. Contracción del derecho


Ni puede hablarse de limitación en el supuesto del mensaje informativo, ni tampoco en el
derecho al mismo. Lo importante en el proceso informativo es preservar el derecho a la
información que es el derecho a la verdad en la comunicación. Lo que significa el derecho a
recibir comunicación verdadera y el derecho y deber de comunicar información verdadera,
contrayéndose excepcionalmente en aras de otro derecho natural. La contracción no es más

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que el instrumento jurídico para cumplir plenamente el deber de informar. Deber complejo,
difícil, arriesgado. Pero, por eso mismo, deber apasionante en la proporción en que exista
conciencia de que, cumplido, expresándose como regla general y autoexcluyéndose como
excepción, se contribuye a construir la comunidad entendida como conjunto de personas que
se perfeccionan con una información que unifica todos los derechos necesarios para la vida
más plena posible del hombre. (p. 220).

50. Los derechos fundamentales no se limitaran


En nuestro caso, si consultamos el Diccionario de la Lengua Española vemos que las palabras
“límite” y “limitación” en sus diversas acepciones, suponen siempre una acción que viene de
fuera de lo limitado. En consecuencia, no puede haber limitaciones recíprocas entre elementos
que son internos, como son los derechos naturales con respecto al hombre que ostenta su
titularidad. La persona es una unidad de atribución, los derechos naturales se radican en ella
para contribuir de consuno a su perfeccionamiento. Por tanto, no pueden estar devorándose
unos a otros, sino que cada uno de ellos se ha de apoyar en todos los demás para ser efectivo.
Fijémonos, por ejemplo, en el supuesto más claro: el derecho a la vida. No puede decirse que
el derecho a la vida “limita2 al derecho a la información. Si la información ataca a la vida está
atacándose a sí misma, puesto que sin vida no hay comunicación posible. El respeto del
derecho a la vida es básico para la efectividad del derecho a la información. (p. 224).

51. Elasticidad de la información e intimidad


Lo que ocurre es que los derechos tienen una propiedad, característica o principio que
conocemos como elasticidad, en virtud de la cual, se comprimen tácticamente en un periodo
determinado para poder realizarse mejor en el momento de su expansión que es el de su
eficacia. El derecho a la información se contrae ante su fuente, la intimidad, para que de la
fuente mane más libremente la información. (p. 225).

52. Crítica del balancing


Esta concepción nos evita estar al albur del “balanceo”, idea importada de un sistema jurídico,
como el anglosajón, diferente al nuestro. Con este u otro nombre, se ha inducido al
pensamiento jurídico español a afirmar que es necesario ponderar caso por caso qué derecho
prevalece sobre el otro cuando se piensa que hay una colisión entre ellos. Este error nos ha
llevado a que se pueda decir, como se ha dicho, que hay varias etapas en la Jurisprudencia del
Tribunal Constitucional: unas en que se otorga prevalencia al derecho a la información; otras
en que se considera que prepondera cualquier otro derecho natural que se opina, con error,
que se le opone. Lo que va claramente en contra de la seguridad jurídica; es decir, de la
justicia. En la llamada jurisprudencia de principios no es necesario el “balanceo”: hay siempre
una guía clara y homogénea que no evita la ponderación singular del caso, pero la hace
homogénea por aplicación del principio, evitando el peligro de que se base en presupuestos
generalmente políticos, como es decir que la información es necesaria para la democracia. La
afirmación es verdadera; pero no puede fundamentar la elisión de un derecho innato. (p. 225).

53. Reserva y secreto


Cierto que propio de la intimidad es la reserva y no el secreto por lo que es necesario separar
sus nociones. El secreto, incluso en su origen etimológico, implica el deber de callar algo
externo al sujeto que se conoce por oficio. Los ejemplos son abundantes porque afectan a
muchas profesiones. En la vida profesional, los derechos se conceden como instrumentos
jurídicos para poder cumplir los deberes. Por eso se habla indistintamente del derecho y de
deber profesional de secreto. Este sentido tiene en el artículo 24 de la Constitución, en
general; y en el 20, 1,d) referido al profesional informativo. La reserva, en cambio, supone

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guardar para sí algo que es del sujeto, que no es conocido por nadie ajeno al sujeto y que se
tiene el derecho de que no se conozca porque no sólo es lo que no interesa a los demás, sino lo
que no interesa que interese a los demás. Aquí no hay vinculación profesional y, en
consecuencia, no tiene por qué entrar necesariamente la idea del deber. La reserva es
predominantemente un derecho. (p. 227).

53.b. Intimidad y sustracción del conocimiento


El profesor Iglesias Cubría se centra más en la reserva, potencial o actual: “Intimo es lo
reservado de cada persona que no es lícito a los demás invadir, ni siquiera con una toma de
conocimiento. Forma parte de mi intimidad todo lo que yo puedo lícitamente sustraer al
conocimiento de otras personas”. Es interesante esto último, pues la intimidad no se defrauda
por la información, sino que se destruye por el mero hecho de entrar en ella, de conocerla por
otro (p. 228).

53.c. Esferas de la intimidad


La más reducida es la intimidad, la intermedia es la vida privada y la externa la vida pública
(p. 230).

54. La intimidad, fuente de la que mana la comunicación


La intimidad se convierte, precisamente desde esta perspectiva, en la base estructural de la
comunicación humana, al menos al nivel de medios y modos de comunicación individual.
Medios y modos que son, por otra parte, el núcleo central de la comunicación colectiva. Esto
no quiere decir, naturalmente, que toda comunicación haya de ser de lo íntimo, pero sí que lo
íntimo ha ensanchado las posibilidades de expresión, de comunicación, de recepción y de
comprensiones humanas. En último término lo que permite la puesta en común que supone la
comunicación es la interioridad, algo exclusivo de cada hombre pero que tienen todos los
hombres. (p. 231).

55. La intimidad es comunicable


Precisamente el que la intimidad sea comunicable lleva consigo el que sea escrutable, cada
vez con mayores facilidades por los modernos medios técnicos, que exista la posibilidad de
conocerla por los demás y comunicarla por ellos, lo que nos deja el problema de la reserva
íntima en carne viva. Si lo íntimo no fuese escrutable, comunicable y revelable no existiría
problema de coordinación con el derecho a la información porque estaría privado de la
cualidad de objeto de la información u objeto del mensaje. La cuestión consiste en la
existencia de un objeto potencial de la información, pero reservable: jurídicamente
excepcionable a que se informe acerca de él: una confirmación del principio de generalidad.
(p. 232).

56. Maduración de la intimidad


No es extraño que se haya caracterizado la intimidad como la vida interior del hombre; y que
el nacimiento de la intimidad, en que consiste la adolescencia, se haya advertido en el
momento en que el mundo interior irrumpe con todo su vigor en la vida y el hombre adquiere
conciencia de que existe algo muy encerrado en el fondo de su ser personal. El niño ve antes
que nada el mundo externo. Va teniendo intimidad; pero no es consciente de ella. Por tanto, es
inútil pretender que tenga sentido de su titularidad y, menos aún, que pueda defenderla.
Paulatinamente, el ser humano va adquiriendo consciencia de su riqueza interior y de que es
capaz de contribuir a crearla. Este es el momento que coincide con la adolescencia. Dios ha
creado al hombre a su imagen y ha matizado con ellos las posibilidades de creación interior de
éste, dándole una capacidad mayor o menor de respuesta, con unas o con otras cualidades.

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Pero siempre la intimidad tendrá unos rasgos comunes: su sentido de interioridad; la
advertencia de que existe en su interior; y su contenido, opuesto a lo externo y a lo puramente
representativo. (p. 237).

57. Lo íntimo es lo auténtico


La intimidad es así la zona en la que no es posible la más mínima representación,
dramatización o teatralidad. Por eso las invasiones de la intimidad y su publicación no
solamente constituyen una lesión de la personalidad, sino también suelen constituir un ataque
a la verdad en su fase interpretativa porque la intimidad nunca es susceptible de conocimiento
externo a fondo, si bien la propia naturaleza de la intimidad hace imposible el contraste a
todos, excepto al propio interesado. Es decir, llegamos a poder concretar una cualidad
importante de la intimidad: es aquella parte del espíritu del hombre en la que es imposible la
insinceridad, en la que solamente se es lo que se es, genuino desnudo de toda apariencia. (p.
238).

58. El caso Paquirri


En Sentencia importante la de 2 de diciembre de 1988, tanto por los personajes que en ella
aparecen: se trata del “caso Paquirri” y de la demanda interpuesta por su viuda para que se
prohibiese la difusión comercial de una cinta de video que recogía la cogida en el coso, la
conducción a la enfermería y los sucesos ocurridos en ella hasta la muerte del torero. La cinta,
antes de comercializarse, había sido ya proyectada en un programa de televisión, lo que se
alegó por los demandados, que se oponían también a la indemnización reclamada. Pero la
Sentencia es importante, principalmente, por la doctrina dentada que se puede esquematizar
así.
La intimidad “por su repercusión moral” legitima a los familiares de la persona a la que se la
ha atacado para reclamar su defensa. Constituyen intimidad las heridas sufridas, la situación y
reacción del herido, aunque fuese de ejemplar entereza; y la manifestación de su estado
anímico que se revela en las imágenes de sus ademanes y de su rostro, que causaron en muy
breve plazo la muerte del afectado. Nada hay más íntimo que la muerte, en cuyo trance el que
agoniza se queda solo. En consecuencia, dado que la persona fallecida no puede reclamar, está
legitimada familia, no porque se trate de intimidad familiar, sino por el sufrimiento que su
publicidad reporta a las personas que la componen. Y el sufrimiento sí que es algo íntimo de
cada uno.
La enfermería no es un lugar abierto al público, independientemente de que, de hecho se
introdujesen personas ajenas al servicio a las que, por otra parte, el médico mandó desalojar,
lo que interrumpió el rodaje del documental. Las escenas rodadas en la enfermería de la plaza
no forman parte del espectáculo taurino ni del ejercicio de la profesión de notoriedad pública,
como es la de un torero, una vez que abandona el coso, pues ello “supondría convertir en
instrumento de diversión y entretenimiento algo tan personal como los padecimientos y la
misma muerte de un individuo”. (p. 240).

59. Noción de intimidad


Según esto, la intimidad sería aquella zona espiritual del hombre que considera inespecífica,
distinta a cualquier otra, independientemente de que lo sea; y, por tanto, exclusivamente suya
que tan sólo él puede libremente revelar. (p. 243).

60. Información e intimidad


No hay, por tanto, exclusión, ni divergencia entre el derecho a la información y el derecho a la
intimidad. Hay una convergencia de dos derechos que, en aras de la congruencia del
ordenamiento, han de conciliarse mediante la comprensión eventual de uno de ellos para

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ceder el espacio al otro. La elasticidad de los derechos permite esta comprensión y opera la
recuperación de sus dimensiones y de su fuerza, aumentadas en la medida en que no sea
necesaria al derecho concurrente. Comoquiera que el derecho ala intimidad está junto al
núcleo de la personalidad y el derecho a la información es un derecho relacional, periférico en
la esfera de la persona, es el derecho a la información en que ha de comprimirse en beneficio
del derecho a la intimidad, porque redundará, a la corta o a la larga, en beneficio del derecho
mismo a la información. Cuando legítimamente el derecho a la intimidad deja de serlo en la
parte que ha renunciado a él su titular –no porque se le haya invadido por otro, sea o no el
emisor-, el derecho a la información recupera su normal dimensión comunitaria, densificando
el contenido de los mensajes que pone en forma. (p. 245).

61. Defensa de la intimidad, incluso en contra de su titular


Todavía una puntualización. En algunos casos el informador tiene el deber de hacer respetar
el derecho a la intimidad, incluso en el supuesto de renuncia tácita de tal derecho por parte del
sujeto titular. Porque el derecho a la intimidad lleva también consigo el deber de velar por la
propia intimidad, el deber de no convertirse en personaje a fuerza de estar siempre presente
como objeto de la información como muestra de egolatría, vanidad; exhibicionismo o
excentricidad desmesurada. Es desgraciadamente frecuente la venta de exclusivas cobre
asuntos íntimos, que engloban la falta de pudor por el vendedor y la falta de criterio
informativo o el afán de sensacionalismo por el comprador y difusor de una materia no
difundible en principio. Hay bienes espirituales que no se pueden materializar convirtiéndolos
en basura comercial. La defensa del bien ajeno, como la intimidad, o como sería la vida,
incluso contra la voluntad de su titular, no sólo es legítima, sino que su difusión puede
constituir un deber en determinadas circunstancias. (p. 245).

Piura, 16. I. 06

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