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Presentación

Es insoportable estar ahí, en medio de todos ellos;


sin embargo, Escobar depende del dinero agusanado de
su familia, de su alimento carnal, del mismísimo cebo que
sudan. Ahí va rebotando como bola sin manija. Pero todo
esto se organiza y fluye con una increíble facilidad, para que
seamos testigos de todo el cromatismo de la desintegración
de una persona, de un personaje que a priori ni siquiera
desea ser persona. Anhelando la muerte de Rimbaud, Esco-
bar va en procura de su propia muerte, de la real (la literal y
la literaria). Y Antonio Caballero nos lleva de la mano sin
empujones, sin tironeos, con un equilibrio sublime entre
el narrador medio de la tercera persona y la propia voz de
su personaje. El resultado es envidiable, pues logra llegar
inmediatamente a su propia y personalísima gramática de
la creación literaria: a su propio lenguaje, es lo que quiero
decir. Algo muy difícil de lograr para muchos escritores
contemporáneos, algo que a veces creo que hasta olvidaron
que es el único deber moral que tienen al sentarse frente a
una página en blanco. La forma acá es perfecta, y la forma
acá es lo único que importa.
Cargado de necesidades y de dolor existencial, con
el débil escudo de la ironía y la burla, Ignacio Escobar se
hunde y nos hunde en el más vasto abismo de la insigni-
ficancia humana, en la derrota de la verdad y la belleza
frente a la ignorancia y las supuestas buenas costumbres,
con una sola y casi imposible posibilidad de salvación, un
consejo, diría yo: «Huye, que sólo el que huye escapa».
La sociedad bogotana, al menos una buena parte de
ella, está retratada acá con crudeza y con maestría. Su

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Presentación

hipocresía, su refugio de la forma, la vergüenza de haber


sido y el dolor de ya no ser, el fingido pudor de alfombra
por la mugre que guarda en su panza y que se empeña en
digerir sin que esto genere escándalos ni olores ofensi-
vos. Ignacio Escobar es un príncipe, un noble desterrado,
insomne y fatal. Un toro malherido que sabe que por más
que los mate a todos a él también van a matarlo, van a que-
brarle las patas, a cortarle las pelotas y a exhibirlas en una
vitrina junto a otras pelotas cortadas de otros toros mata-
dos a lo bestia. Matados y rematados. Pateados después de
muertos porque el respeto ya no existe, ni por los vivos
que viven, ni por los vivos que mueren, ni por los muertos
matados y por matarse, ya que el matador es un ser indigno
de la muerte que ejerce, como lo es el vividor indigno de la
vida que desperdicia. Por ahí, creo yo, te va a llevar Esco-
bar, estimado lector, por ahí y por muchos lugares más
hasta dejarte un claro mensaje, un mensaje que es la pura
expresión de la oscuridad en la cual estamos sumidos los
seres humanos: no hay remedio.

Pablo Ramos

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A Alexandra
Conozco tus hechos y sé que tienes nombre
de vivo, pero estás muerto.

Apocalipsis 3:1

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