Está en la página 1de 1

“Es imposible estar en paz contigo mismo si sigues en guerra con tus padres; y no puedes estar en paz con

tus padres si sigues en guerra contigo mismo.”


(Irene Orce)
Hacernos mayores y convertirnos en adultos pasa por madurar y pasar página. Y esto implica abandonar
cualquier postura victimista, dejando de culpar a nuestros padres por la persona en la que nos hemos
convertido. Y empezar, de una vez por todas, a asumir nuestra parte de responsabilidad,
comprometiéndonos con sanar a nuestro niño o niña interior.
Perdonar a nuestros padres implica comprender que nadie ni nada tiene el poder de hacernos daño
emocionalmente sin nuestro consentimiento. Principalmente porque nuestro sufrimiento no tiene que ver
con lo que pasa, sino con lo que interpretamos acerca de esos mismos hechos. Así, perdonar a papá y a
mamá pasa por perdonarnos a nosotros mismos primero, comprendiendo que fue del todo imposible que lo
pudiéramos haber hecho mejor.
Solo de este modo podemos solucionar nuestro auténtico problema: la identificación infantil con el ego. Este
mecanismo de supervivencia emocional que desarrollamos para protegernos cuando vivíamos
inconscientemente. No en vano, como adultos ya no lo necesitamos, pues nos damos cuenta de que
podemos amarnos a nosotros mismos, abrazando al niño (o niña) que sigue habitando en nuestro interior.
Quienes nos hemos atrevido a emprender este doloroso proceso de aprendizaje, sanación y transformación
solemos llegar a una misma conclusión: que lo que nos ha sucedido a lo largo de la vida no fue lo que
queríamos, pero sí lo que necesitábamos para crecer, madurar y evolucionar. Es decir, que incluso el modo
en el que fuimos tratados por nuestros padres durante nuestra infancia, podemos aprovecharlo para
conocernos y descubrir la forma de estar verdaderamente en paz con nosotros mismos. De hecho, esta
resiliencia es lo que nos convierte en personas adultas.
En el preciso momento en que conquistamos nuestro bienestar emocional, de pronto nos resulta mucho
más sencillo soltar el hacha de guerra y empezar, por fin, a estar en paz con nuestros padres. Como dijo
Milton Erickson, “nunca es tarde para tener una infancia feliz”.

También podría gustarte