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DIVISIÓN DE CIENCIAS SOCIALES

Y HUMANIDADES

DEPARTAMENTO DE ESTUDIOS
DE CULTURA Y SOCIEDAD

“LA FUENTE EMBRIAGADORA”. VIOLENCIA Y FEMINIDAD EN


LAS PULQUERÍAS DE LA CIUDAD DE SAN LUIS POTOSÍ
(1876-1898)

TESIS QUE PARA OBTENER EL GRADO DE MAESTRO EN HISTORIA


(INVESTIGACIÓN HISTÓRICA)
PRESENTA:
GERARDO VELA DE LA ROSA

DIRIGIDO POR:
DRA. PATRICIA CAMPOS RODRÍGUEZ

GUANAJUATO, GTO. AGOSTO DE 2011


2

[…] esta bebida sí es marginada, pero es marginada por los funcionarios de


gobierno ¡prepotentes! ¡vanidosos! ¡y engreídos! ¡que abusan del poder!

[…] los que acuden a mí son trabajadores, que trabajan de sol a sol para poderse
tomar un litro de pulque.

Yo soy uno más de ellos.

María Adelina Vázquez,


vendedora de pulque
3

Agradecimientos
Para que el presente trabajo pudiera llegar a su fin, se requirió del apoyo y de la
confianza de numerosas personas que creyeron en mí y en un proyecto al que le
he dedicado los últimos años de mi formación profesional. En primer lugar quiero
mencionar a la Dra. Patricia Campos Rodríguez, profesora-investigadora del
Departamento de Estudios de Cultura y Sociedad (DECUS) de la División de
Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guanajuato, quien mostró
un gran interés en una remota versión de este proyecto cuando ingresé al
programa de maestría. Le agradezco todo el apoyo brindado tanto en el ámbito
académico como en el personal y por las largas horas que dedicó a la revisión de
las fuentes y de las múltiples versiones que fueron construyendo el texto actual.
En el mismo tenor, agradezco a la Dra. María Áurea Toxqui Garay de la Bradley
University, quien formó parte de mi comité de sinodales, por haber mostrado,
desde hace algunos años, interés igualmente en el tema de mi tesis, y que como
especialista que es en el mismo, contribuyó a fortalecer ideas que quedaban muy
vagas. Asimismo le agradezco su amistad a pesar de la distancia. Otro profesor
que desde el comienzo de mis estudios de posgrado estuvo muy al tanto de mi
investigación es el Dr. Felipe Macías Gloria, también profesor-investigador del
DECUS. A él le agradezco las invitaciones hechas a los seminarios
multidisciplinarios e interinstitucionales que coordina, en los cuales tuve
oportunidad de exponer e intercambiar ideas con el resto de los participantes,
logrando así una experiencia por demás enriquecedora para mi formación. De la
misma forma hago extensivo mi más sincero agradecimiento al Dr. Armando
Sandoval Pierres, igualmente profesor-investigador del DECUS por aceptar la
invitación para participar dentro del comité de sinodales y leer este trabajo.
Finalmente, en este espacio quiero agradecer al Dr. Javier Corona Fernández,
director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de
Guanajuato, por concederme parte de su tiempo y acceder a las peticiones que le
hice en la última etapa de este proceso. De manera “extra-oficial”, una persona
con quien estoy muy agradecido por brindarme un espacio dentro de su agenda
académica y leer una de las últimas versiones del borrador de tesis, haciéndome
4

asimismo interesantes observaciones es la Dra. Leonor Ludlow del Instituto de


Investigaciones Históricas de la UNAM. Así, estoy en deuda con todos ellos por
sus valiosas sugerencias y, parafraseando a más de un autor, quiero dejar claro
que todos los errores e imprecisiones que aquí se hallaren son únicamente
responsabilidad mía.
Ahora bien, entre el ámbito profesional y el personal quiero hacer un
especial reconocimiento a la Dra. Flor de María Salazar Mendoza de la
Universidad Autónoma de San Luis Potosí, por su apoyo, amistad y confianza
incondicionales a lo largo de los últimos seis años, así como por haberme
impulsado a continuar con mis estudios.
Muchas otras personas contribuyeron también para que este trabajo llegara
a buen fin, entre ellos quiero mencionar a los Sres. Josué y Ángeles del Archivo
Histórico del Estado de San Luis Potosí, por desempeñar con verdadera
amabilidad su labor en dicha institución. Asimismo agradezco a Nona del Centro
de Documentación Histórica Lic. Rafael Montejano y Aguiñaga por su entusiasta
apoyo en la consulta de fuentes hemerográficas.
Más que valiosa fue la ayuda que me dieron ex compañeros y amigos de
profesión al proporcionarme referencias documentales y bibliográficas: Rudy
Argénis, Alejandro López, Gloria del Rocío Montalvo, Alma Rosa Ortiz y Juan
Carlos Méndez Martínez, quien fue la clave para lograr entrevistar a la señora
María Adelina Vázquez, dueña de la pulquería de “La Morena”. A ella le agradezco
haber accedido a compartir sus recuerdos y experiencia como vendedora de
pulque.
No podían quedar fuera mis compañeros de estudio, con quienes compartí
aula durante dos años, especialmente José de Jesús Romero Salazar, Ernesto
Camarillo Ramírez y Luis Fernando Díaz Sánchez, quienes son un ejemplo de que
la amistad no está reñida con la distancia ni con las diferencias de edad ni
ideológicas. Siempre recordaré aquellas horas de charlas y discusiones amenas
en más de un bar y cafés guanajuatenses.
Asimismo, agradezco a todos mis amigos en San Luis Potosí,
especialmente a aquellos que hacen más llevaderos los momentos difíciles: Juan
5

Aurelio Ramírez, Jorge Alberto Muñoz Ledo, Omar Santoyo y Abelardo Morales.
Mención especial merecen quienes confiaron en mí y me brindaron su apoyo
económico cuando la situación lo ameritó: Jorge Portales, Mariana Sánchez y
Cinthia Buendía. Vaya este agradecimiento también a mis amigos Armando Elías
Salas y Alejandra Martínez por darme alojo en su casa de la ciudad de México
cuando fue necesario.
En el ámbito más personal quiero agradecer y dedicar este esfuerzo a tres
personas esenciales en mi vida. Mi novia, Natalia de Gortari Ludlow, por todo su
amor, estar siempre a mi lado y ser el complemento que me hace ser una persona
más equilibrada. Mi abuela, Rosalva Quiroz Martínez, a cuyo cariño y respaldo se
lo debo todo. A mi madre, Nadina de la Rosa Quiroz, quien con su ejemplo me
enseñó que el corazón más noble y frágil puede convertirse en el arma más fuerte
cuando se anhela algo tan grande como la vida misma.
6

Introducción
El interés del presente trabajo de tesis es analizar dos aspectos de las pulquerías
establecidas en la ciudad de San Luis Potosí hacia el último tercio del siglo XIX:
los actos de violencia perpetrados entre los clientes en esos espacios destinados
a la sociabilidad1 y la vida cotidiana de las pulqueras, es decir de aquellas mujeres
que se dedicaron a la venta del pulque, ya fuera como propietarias de los
establecimientos o como encargadas.
Los objetivos que se siguieron a lo largo de la investigación fueron rescatar,
de los documentos, las voces de los actores sociales anónimos—en su mayoría
pertenecientes a los estratos menos favorecidos de la sociedad—que fueron
procesados criminalmente por haber cometido algún acto de violencia iniciado al
interior de una pulquería, a las víctimas y testigos, que con sus testimonios ayudan
a reconstruir no sólo el ambiente que se percibía en los expendios de pulque, sino
el contexto en que se vivía en un periodo marcado por contrastes sociales y
contradicciones latentes entre el discurso de quienes ostentaban el poder, los
observadores de la época—como los periodistas por ejemplo—y la realidad, que
no concordaba del todo con la noción de orden2 y progreso tan anhelada a lo largo
de esos años.
Precisamente, en el mismo orden de ideas otro objetivo ha sido demostrar,
a través de las pulquerías, cómo el modelo político, económico y social que las
élites y grupos de poder pretendieron echar a andar para consolidar al país como
una “nación moderna”, no se extendió entre todas las clases sociales,3 pues en las

1
El tipo de sociabilidad observada en las pulquerías, tomando en cuenta la categorización de Jordi
Canal i Morell, puede encontrarse dentro de la “sociabilidad informal [que] contempla la vida
asociativa”, formando parte de éstas, entre otros espacios, “los cafés y las tabernas, la vida familiar
y las plazas […]”, Canal i Morell, Jordi, “El concepto de sociabilidad en la historiografía
contemporánea (Francia, Italia y España)” en Siglo XIX, segunda época, no. 13, enero-junio 1993,
p. 6.
2
De acuerdo con Fernando Escalante Gonzalbo, “El orden es la raíz del desventurado vicio de la
obediencia y, más importante todavía, de las formas de la obediencia. Y hablar de orden es hablar
de normas, de valores, la estructura de la moral pública se explica como orden político”, por tanto,
desde esta definición es que se utilizará aquí el concepto de orden. Véase Escalante Gonzalbo,
Fernando, Ciudadanos imaginarios. Memorial de los afanes y desventuras de la virtud y apología
del vicio triunfante en la República Mexicana—Tratado de moral pública—, 7ª reimpresión, México,
El Colegio de México, 2009, p. 48.
3
Como clase se ha tomado la definición del estudioso del porfiriato William D. Raat en la que
establece como tal a “un grupo o grupos de gente considerada como una unidad de acuerdo a sus
7

pulquerías, que eran lugares de convivencia social frecuentados por la gente


pobre, se puede observar que el orden y la paz no fueron aspectos que las
caracterizaran debido a los numerosos casos de riñas y homicidios registrados; y
al ser aquellos espacios representativos de las clases populares, entonces se
puede decir que dichos aspectos tampoco permearon entre ellas. En cuanto al
progreso, tomando en cuenta que éste representaba la modernidad, también
puede afirmarse que no se experimentó entre el sector social que aquí se estudia,
ya que las características de las pulquerías hacia esos años correspondían a las
mismas que las determinaron desde hacía más de tres siglos, por lo tanto en ellas
el paso del tiempo no fue notorio. Por último, de acuerdo con el aspecto
económico, la concurrencia de las pulquerías tampoco fue favorecida en este
sentido, pues seguían siendo los pobres los que las abarrotaban y para continuar
bebiendo después de haber agotado el poco capital con que contaban, empeñar
prendas u objetos que portaran se convirtió en una práctica muy recurrida.
Asimismo, las contradicciones observadas en ese periodo histórico,
también pueden comprobarse tras analizar la cotidianidad de las pulqueras,
quienes a través de negociaciones con la autoridad lograban que sus
establecimientos continuaran operando de acuerdo a las condiciones que más les
favorecieran y, a cambio, el Ayuntamiento se beneficiaba con la derrama
económica extraída de los impuestos que supuestamente era destinada a obras
públicas, pero como se verá esto no sucedía en la realidad, pues incluso el cobro
de impuestos a las pulquerías, oficialmente, iba en contra de lo establecido en las
leyes del estado durante varios de los años que abarca el estudio.
Esto mismo explica por qué en lugar de ser clausuradas o reguladas con
mayor severidad, las pulquerías potosinas proliferaron y operaron casi con entera
libertad a pesar de “atentar” contra el orden que pretendía imponer la élite
porfiriana, máxime si se toma en cuenta que desde el virreinato las autoridades
tanto civiles como religiosas mostraron cierta preocupación por reglamentar dichos
espacios, y en su discurso aseguraban que tanto la bebida que en ellos se

funciones económicas, ocupación, estilo de vida y nivel social”, Raat, William D., “Ideas and
Society in Don Porfirio‟s Mexico” en The Americas, vol. 30, no. 1, julio de 1973, p. 32.
8

expendía así como los mismos establecimientos eran causa de desórdenes de


diversas magnitudes, que iban desde escándalos en la vía pública, actos de
carácter sexual, riñas y hasta homicidios. En otras palabras, Anne Staples lo ha
referido de la siguiente manera: “cada grupo social tenía su propio código de
comportamiento, reforzado por la iglesia y el estado que trataron valerosamente
de imponer en cada uno, mínimo, un denominador común de decencia y
respetabilidad”.4
La relevancia de un trabajo de esta índole se justifica porque la
historiografía potosina adolece de trabajos de historia social o cultural que
presenten la vida diaria de los habitantes de la ciudad, menos si éstos
pertenecieron a la clase menesterosa, pues se ha puesto mayor énfasis en la
tradicional historia política y un considerable acercamiento a la historia económica,
estudiando a los grupos de poder o al sector empresarial; asimismo dicha
historiografía se ha interesado por abordar concretamente a personajes
“relevantes”, pero ha desatendido al pueblo, a las mayorías, al grueso de la
población, sin tomar en cuenta, como escribiera Lucien Febvre, que “El hombre
aislado es una abstracción. La realidad es el hombre en grupo”. 5 Por tanto esa es
precisamente la intención de esta investigación, presentar al hombre en grupo.
Aunque aquí se analiza a un determinado grupo social—el de los pobres—,
también se muestra la interrelación entre éste y el grupo que ostentó el poder,
pues el segundo determinó a la vez que censuró las pautas de conducta de aquél.
Otro aspecto que justifica la investigación es que la mayoría de los estudios
que se han realizado sobre el pulque o las pulquerías se han enfocado a la ciudad
de México y, salvo los autores que aclaran que su estudio se concentra en dicho
espacio, otorgan generalidades para el resto del país que muchas veces no
pueden ser aplicables en cada región. Es así que en este sentido, el presente
trabajo puede proporcionar nuevas interpretaciones en torno a la producción,

4
Staples, Anne, “Policía y Buen Gobierno: Municipal Efforts to Regulate Public Behavior, 1821-
1857” en William H. Beezley, Cheryl English Martin y William E. French (eds.), Rituals of Rule,
Rituals of Resistance. Public Celebrations and Popular Culture in Mexico, EUA, Scholarly
Resources Inc., 2ª impresión, 1997, p. 116.
5
Febvre, Lucien, Combates por la historia, 5ª reimpresión (México), México, Editorial Ariel, 1983, p.
32.
9

venta y consumo de pulque desde la particularidad que representa estudiar esto


en una región que no se caracterizó precisamente por su producción pulquera.
El espacio geográfico al que se circunscribe el trabajo es la ciudad de San
Luis Potosí, lo cual resulta especialmente interesante si se toma en cuenta que ni
en el estado ni en los alrededores de la ciudad hubo una producción de pulque
como la que se desarrolló en el altiplano central del país que abarcaba los estados
de Hidalgo, México, Puebla y Tlaxcala, que fue donde proliferaron también las
haciendas pulqueras, cuyo producto estuvo destinado principalmente a la ciudad
de México. Sin embargo, es notoria la demanda y consumo de pulque en la capital
potosina si se observa la cantidad de pulquerías que se establecieron y más aún si
se le da seguimiento al incremento de establecimientos tan sólo a lo largo del siglo
XIX. Como ejemplo baste mencionar que Manuel Muro señalaba que en 1843
existían registradas 15 pulquerías6 y que en cambio para 1896, dicho registro
aumentó a 83 establecimientos,7 eso sin tomar en cuenta aquellos que no
estuvieron registrados y operaban de manera irregular, que seguramente debieron
conformar una suma considerable.
El aumento en el número de pulquerías en la ciudad de San Luis Potosí
coincidió con el que se verificó en otros centros urbanos consumidores de pulque,
principalmente la ciudad de México. Para la capital del país dicho fenómeno se
explica con la aparición del ferrocarril, que transportó la bebida desde las
haciendas pulqueras hasta la ciudad en menos tiempo y llegando más lejos,
introduciendo además un mayor volumen de pulque. Sin embargo, esto es más
complejo de explicar en el caso potosino por diferentes razones. No hubo
haciendas pulqueras desde donde se transportara el producto, por tanto, tampoco
se verificó una sobreproducción, pues la elaboración del pulque continuó
haciéndose de manera doméstica, es decir, muchas de las pulquerías contaban
con sus propias magueyeras de las cuales extraían su propia miel para abastecer

6
Muro, Manuel, Historia de San Luis Potosí, edición facsimilar, tomo II, San Luis Potosí, Sociedad
Potosina de Estudios Históricos, 1973, p. 317.
7
“Administración principal de rentas” en El Estandarte, año XII, no. 1685, marzo 27 de 1890. Dicha
cantidad disminuyó al año siguiente a 65, “Administración principal de rentas” en El Estandarte,
año XII, no. 1901, enero 9 de 1897, lo cual puede explicarse por el alza en el gravamen impuesto a
las pulquerías en ese lapso. Al respecto véase el segundo capítulo de este mismo trabajo.
10

su establecimiento. Quienes no contaban con magueyes para raspar, compraban


el aguamiel con los poseedores o lo suministraban en la Plaza de los
Aguamieleros, localizada en el barrio de Santiago del Río, el cual colinda con el
barrio de Tlaxcala o también conocido como Tlaxcalilla, donde floreció la mayor
producción y consumo de pulque, así como la proliferación de pulquerías en la
ciudad. Esto se explica porque a la llegada de los españoles al actual territorio
potosino, fue allí donde se asentaron sus aliados tlaxcaltecas y lo que ahora es el
barrio de Tlaxcala se fundó entonces como pueblo de indios. Por tanto, fueron
ellos quienes introdujeron el hábito de beber pulque y explotar los magueyes para
la extracción de la bebida.
Sobre este tema, la historiadora María Áurea Toxqui Garay, ofrece otra
explicación. Que el Visitador General Bernardo de Gálvez, quien posteriormente
sería virrey (1785-86), introdujo el pulque entre los indígenas del norte de la Nueva
España, argumentando que con esto los forzarían a reconocer su subyugación
ante la corona española. Sin embargo, como sugiere la autora, el principal interés
recaía en el aumento al cobro de impuestos a través de dicha bebida. 8 Aunque
esta hipótesis tiene sentido, corresponde a un periodo tardío, pues existe
evidencia de consumo de pulque en una época más temprana,9 sin embargo no se
descarta el factor fiscal que proporciona el dato, coincidente con las reformas
borbónicas y el interés monetario de éstas.
La delimitación espacial está ligada al periodo político que abarca este
estudio, ya que en San Luis Potosí se llevaron a cabo las mismas políticas de
orden y progreso, y el mismo sistema administrativo implementados a nivel
nacional. Por tanto, lo que sucedía de manera local, puede entenderse como una
muestra de lo que estaba aconteciendo a una escala mayor.
La temporalidad que comprende la investigación responde a dos razones.
La primera—que determinó a la segunda—es que inicialmente se pretendía

8
Toxqui Garay, María Áurea, “„El Recreo de los Amigos.‟ Mexico City‟s Pulquerías During the
Liberal Republic”, tesis doctoral, EUA The University of Arizona, 2008, pp. 173-174.
9
Como ejemplo, un expediente de más de un siglo antes de lo expuesto es el proceso criminal
contra Juan de Valcázar indio, por producir y vender pulque en su casa a indios, negros y mulatos,
en la cual le fueron encontradas tinas de miel prieta para la producción de pulque y “otros
brebajes”. Véase Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí (en adelante AHESLP), Alcaldía
Mayor, 1634.1, exp. 3, Causa criminal contra Juan de Valcázar indio, enero 7 de 1634.
11

abarcar todo el periodo conocido como porfiriato (1876-1911), no obstante, la


principal fuente que nutre el trabajo, el fondo del Supremo Tribunal de Justicia
resguardado en el Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí, se interrumpe
en 1900, suponiéndose que el resto del fondo se ubica en el Archivo Judicial del
Estado, sin embargo el descuido y desorden en que se encuentran los
documentos antiguos—como consecuencia del poco interés que los usuarios y
personal de dicho repositorio documental muestran hacia ellos—complica el
rastreo de los mismos.
Debido a esta circunstancia, la delimitación temporal tuvo que ser sometida
a un reajuste y por tanto se hizo una revaloración del periodo desde la perspectiva
local, coincidiendo muchas veces con lo que acontecía en el ámbito nacional. De
tal suerte que el trabajo se acotó al periodo 1876-1898 obedeciendo a diversos
factores que concuerdan con las contradicciones que ya han sido mencionadas. El
estudio parte en 1876, año en que Porfirio Díaz se levantó en armas contra el
gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada encabezando el Plan de Tuxtepec
proclamado el 10 de enero por el general Fidencio Hernández y modificado por el
propio Díaz en Palo Alto.
Para el caso potosino, la historiadora Luz Carregha Lamadrid hace énfasis
en que a pesar de que “la historiografía potosina ha reconocido a Carlos Díez
Gutiérrez como el propagador de la revuelta tuxtepecana en el estado de San Luis
Potosí”, en realidad fue el doctor Ignacio Martínez “quien además de proclamar el
Plan de Tuxtepec en la entidad obtuvo la mayoría de los éxitos militares en
territorio potosino”,10 mientras que por su parte, “la participación de Díez Gutiérrez
en dicho movimiento careció de importancia, por lo menos en las acciones
militares que encabezó en el estado”.11 No obstante la anterior aclaración, “el 16
de abril de 1876 el entonces coronel Carlos Díez Guitérrez recibió de Porfirio Díaz
el nombramiento de gobernador provisional y comandante del estado de San Luis
Potosí”.12

10
Carregha Lamadrid, Luz, 1876. La revuelta de Tuxtepec en el estado de San Luis Potosí,
México, El Colegio de San Luis/Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí, 2007, p. 62.
11
Ibid., p. 63.
12
Ibídem.
12

Así, es a partir de los hechos mencionados en que parte la temporalidad de


este trabajo, siguiendo el largo periodo en que fungió como gobernador del estado
Carlos Díez Gutiérrez hasta que un ataque de uremia le privó de la vida el 21 de
agosto de 1898.13 Durante ese lapso, su mandato se vio interrumpido únicamente
durante el periodo 1880-1884 en que dicho cargo recayó en la figura de Pedro
Díez Gutiérrez,14 que fue el mismo en que el general Díaz cedió el poder al
general Manuel González, mientras aquél ocupaba el puesto de ministro de
fomento a la vez que Carlos Díez Gutiérrez—durante la gubernatura de Pedro—
era ministro de gobernación. La ocupación de cargos tan importantes entre figuras
clave del periodo tanto a nivel nacional como local habla de las relaciones de
compadrazgo entre los allegados al general Porfirio Díaz.
Ahora bien, durante los 22 años que comprende el periodo de estudio,
efectivamente, la ciudad de San Luis Potosí vio materializarse diversas obras de
infraestructura representativas de la “modernización” por la que atravesaba el país
en general. Entre las más sobresalientes cabe mencionar la extensión de las vías
del ferrocarril a lo largo y ancho del estado, la monumental edificación de la nueva
penitenciaría que concluyó en 1890, o la erección—no menos fastuosa—del teatro
de la Paz que fue inaugurado en 1894.15 Asimismo se dio seguimiento a los
trabajos de construcción de la presa de San José, sobre la que existe un amplio
estudio realizado por Hortensia Camacho Altamirano pero que, no obstante es un
ejemplo de lo señalado líneas arriba respecto a la historiografía potosina. Es un
trabajo que sólo contempla a los empresarios e ingenieros—es decir a las élites—
que estuvieron a cargo de la obra que se llevó a cabo durante más de 30 años, sin
tomar en cuenta a los trabajadores anónimos que destinaron la mano de obra para

13
Velázquez, Primo Feliciano, Historia de San Luis Potosí, vol. III, 3ª edición, México, El Colegio de
San Luis/UASLP, 2004, p. 233.
14
Es importante subrayar que la mayoría de los estudiosos del periodo han relacionado a los Díez
Gutiérrez como hermanos, sin embargo el historiador Nereo Rodríguez Barragán apuntó que el
parentesco que los unía era el de primos. Véase Rodríguez Barragán, Nereo, Biografías potosinas,
introducción bibliográfica y notas de Rafael Montejano y Aguiñaga, San Luis Potosí, S. L. P.,
Academia de Historia Potosina, 1976, p. 117 y Salazar Mendoza, Flor de María, La Junta patriótica
potosina. Un espacio político de los liberales (1873-1882), México, Editorial Ponciano
Arriaga/Gobierno del Estado de San Luis Potosí, 1999, p. 201.
15
Velázquez, Primo Feliciano, Op. Cit., pp. 183-194.
13

consolidar dicha empresa,16 sobre quienes vale la pena mencionar—dentro del


contexto de la presente investigación—, además de que la mayoría eran vecinos
del entonces rancho de Morales, que cada sábado consumían una “inmensa
cantidad de pulque” que a su vez los exponía a toda clase de “excesos, pleitos
heridas y muertes”, siendo insuficiente el contingente de policía en la zona que
previniera semejantes escándalos.17
Si bien dichas obras materiales sugieren que el proyecto modernizador se
estaba desarrollando satisfactoriamente, el plano social resultaba contrastante. En
1895 la ciudad contaba con 69,008 habitantes, distribuidos en 11,195 casas,18
cuando una estadística previa había señalado que en el decenio de 1876 a 1885,
el estado de San Luis Potosí era habitado por 460,322 personas y que en dicho
lapso fueron castigados 4,536 crímenes, siendo considerados así 9,8 criminales
por cada 10,000 habitantes.19 A tales cifras habría que añadir la sequía y la
hambruna por la falta de maíz padecidas en 1892, seguidas por el tifo, que se
agudizó durante el mes de marzo de 1893,20 siendo los principales afectados los
grupos de escasos recursos.
Tales contrastes fueron congruentes con las contradicciones en el ámbito
político, pues a lo largo del periodo son evidentes los actos de corrupción, la forma
laxa de proceder de la autoridad y sobornos a que fueron sometidos los pequeños
empresarios como los dueños de pulquerías por ejemplo. Todas estas acciones se
expondrán conforme se desarrolle el texto, con lo cual quedará explicada de mejor

16
Camacho Altamirano, Hortensia, Empresarios e ingenieros en la ciudad de San Luis Potosí: la
construcción de la presa de San José 1869-1903, México, Editorial Ponciano Arriaga/Gobierno del
Estado de San Luis Potosí, 2001. Cabe mencionar que en otro estudio dedicado a la ciudad de
San Luis Potosí durante el porfiriato, la referida autora recae en otorgar generalizaciones desde el
discurso de la élite, pues en un apartado de dicho trabajo enfocado en las bebidas, menciona al
agua, la leche y la cerveza como “líquidos que se bebían [¿entre el grueso de la población?] con
bastante regularidad”, cuando en realidad los pobres no tenían acceso a dichos productos y vieron
sustituidas las propiedades de los mismos con el pulque—al cual no menciona—como por ejemplo,
la propiedad hidratante del agua purificada, el carácter alimenticio de la leche y el efecto
embriagador de la cerveza. Véase Camacho Altamirano, Hortensia, “La ciudad de San Luis Potosí
en el porfiriato” en Flor de María Salazar Mendoza y Carlos Rubén Ruiz Medrano (coordinadores),
Capítulos de la historia de San Luis Potosí siglos XVI al XX, México, Gobierno del Estado de San
Luis Potosí/Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí/UASLP, 2009, pp. 241-243.
17
“Gran expendio de pulque” en El Estandarte, año XII, no. 1710, abril 28 de 1896.
18
“Censo de San Luis Potosí en 1895” en El Estandarte, año XI, no. 1579, noviembre 13 de 1895.
19
“Estadística” en El Estandarte, año X, no. 1125, abril 19 de 1894.
20
Velázquez, Primo Feliciano, Op. Cit., pp. 194-196.
14

manera la delimitación temporal, redondeándose ésta si se toma en cuenta que


tras la muerte de Carlos Díez Gutiérrez, su sucesor, Blas Escontría establecería
medidas más rígidas y represivas para combatir la embriaguez y demás “vicios” de
los sectores populares, a quienes se creía más propensos a caer en semejantes
males sociales, según las ideas evolucionistas difundidas por el grupo conocido
como los científicos21 que hacia esos años comenzaba a tomar mayor fuerza e
influencia en los ámbitos tanto intelectual como político, a través de la difusión de
la ideología positivista o “científica” que—como ha señalado el historiador Paul
Garner—defendía “la aplicación del método científico no sólo para el análisis de
las condiciones sociales, económicas y políticas, sino también para la formulación
de políticas que podrían remediar las deficiencias y de ese modo, asegurar el
progreso material y científico”.22 Sin embargo, justo en la transición de ambos
gobiernos es donde se acota la presente investigación, debido a la limitante antes
señalada en la documentación correspondiente a las administraciones sucesivas
al gobierno de Díez Gutiérrez.
En cuanto al marco teórico, este trabajo bien podría insertarse dentro de la
historia social y cultural, por ser el principal objeto de estudio un determinado
grupo social con sus particulares prácticas culturales—propias de las pulquerías—
que contribuyeron en el devenir histórico y conformación de una sociedad que,
aunque al tratarse de actores anónimos y de actividades tan cotidianas como el
beber, conversar e incluso reñir o proferir insultos, han pasado desapercibidos.
21
Quienes pertenecían al grupo de los científicos eran consideradas personas “ilustradas” y “el ser
ilustrado en lo social y lo político dentro de un mundo moderno idealizado”, en palabras de Mauricio
Tenorio Trillo, significaba “comprometerse con una intrincada combinación de preocupaciones
sanitarias, antropológicas, criminológicas, industriales, sansimonianas y educativas respecto de las
clases bajas, o al menos anunciar que se tenían dichas preocupaciones”. Tenorio Trillo, Mauricio,
Artilugio de la nación moderna. México en las exposiciones universales, 1880-1930, México, Fondo
de Cultura Económica, 1998, p. 42. No obstante, William H. Beezley, siguiendo la tesis de
Jaqueline A. Rice, señala que “al no poder ser precisamente identificado un grupo determinado de
[científicos] positivistas en México”, él prefiere llamarle persuasión a dicho plan de progreso, pues
tal término representaba el “sentido de compartir las mismas actividades y actitudes de la
burguesía internacional”. Véase Beezley, William H., Judas at the Jockey Club and Other Episodes
of Porfirian Mexico, EUA, University of Nebraska Press, 1987, pp. 13-14 y 134-135.
22
Garner, Paul, Porfirio Díaz. Del héroe al dictador, una biografía política, México, Planeta, 2003,
p. 78. Sobre el positivismo, los intelectuales, los científicos y la óptica que desde esa postura se
tenía respecto a los indígenas y los pobres durante el porfiriato véase también Raat, William D.,
“Los intelectuales, el positivismo y la cuestión indígena” en Historia Mexicana, vol. XX, no. 3, enero-
marzo de 1971, pp. 412-427 y Powell, T. G., “Mexican Intellectuals and the Indian Question, 1876-
1911”, en The Hispanic American Historical Review, vol. 48, no. 1, febrero de 1968, pp. 19-36.
15

No obstante, debido a los sujetos de estudio y el tipo de comportamiento


analizado, he preferido retomar un concepto aparentemente no muy difundido que
apareció en una serie de artículos publicados en los primeros números de la
revista Secuencia editada por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis
Mora, titulados Fragmentos de historia popular. En el primero de dichos trabajos,
Eva Salgado Andrade explica con claridad que “Lo popular abarca tantos campos
como manifestaciones culturales existen” y que, por tanto el concepto de historia
popular “engloba nuestro pasado común, construido a partir de los cimientos del
pueblo, de los artífices anónimos del cambio”. En este sentido hay que subrayar
dos aspectos de la propuesta que hace la autora que se amoldan perfectamente a
mi objeto de estudio. El primero es en el que señala que “El rescate de la historia
popular permitirá conocer no sólo los grandes hechos que todos registran, sino
también pequeños fenómenos ignorados por la mayoría de los autores” y el
segundo se refiere a que dicha propuesta “permite escuchar a algunos de los
anónimos de la historia, así como conocer sus pequeñas, a la vez que grandes,
aportaciones”.23
La propuesta es una reacción ante la historia convencional o tradicional,
cuyo interés redunda casi exclusivamente en la historia política o en la del “orden
establecido”. La alternativa que ofrece la historia popular está nutrida
intelectualmente por autores como Jean Chesneaux, quien, por ejemplo, además
de proponer el pasado como rechazo—en tanto que medio del poder para imponer
versiones oficialistas de la historia—y como recurso—a la vez que herramienta
que da voz al pueblo—ha argumentado lo siguiente:

A la versión oficial del pasado, conforme con los intereses del poder y, por lo tanto,
mutilada, censurada, deformada, las masas oponen una imagen más sólida, una
imagen conforme con sus aspiraciones y que refleja la riqueza real de su pasado.24

La cita anterior sintetiza claramente lo que pretende la presente tesis: una


identificación de la masas con su pasado, sin importar lo hostil y virulento del

23
Salgado Andrade, Eva, “Fragmentos de historia popular I” en Secuencia, no. 2, mayo-agosto de
1985, p. 183.
24
Chesneaux, Jean, ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la historia y de los
historiadores, 11ª edición, México, Siglo XXI Editores, 1990, p. 40. Las cursivas son del original.
16

aspecto de la historia que aquí se estudia, el cual es, sin embargo, más real y
palpable que cualquier acontecimiento sobresaliente; con lo cual no quiero decir
que un suceso de gran magnitud carezca de importancia pero sí con el que
difícilmente un individuo del común de la población pudiera identificarse, como una
batalla o la toma de alguna ciudad por mencionar algunos ejemplos muy
elementales. Para cerrar, en la misma línea y en otro texto de la mencionada serie
de artículos, Salgado añade que, respecto a la difusión de la historia popular, “Es
muy común que algunos intentos de difusión cultural preocupados por ofrecer a su
público fragmentos de las „altas esferas del conocimiento‟, caigan en el extremo de
volverse incomprensibles y elitistas”,25 lo cual indica que las masas quedarían
descartadas del acceso a cierto tipo de historias, simplemente por no identificarse
con acontecimientos del pasado que las excluyen.
Ahora bien, para dar pertinencia al por qué retomar una propuesta tan poco
difundida como la de historia popular, resta ahondar en la explicación de otro
concepto íntimamente ligado a la propuesta en cuestión: cultura popular. De
acuerdo con los historiadores William H. Beezley y Linda A. Curcio-Nagy, en
general, el término cultura popular se refiere al “conjunto de imágenes, prácticas e
interacciones distintivas de una comunidad y que frecuentemente sirven como
sinónimo de identidad nacional”,26 lo cual empata claramente con la cultura del
pulque y puede otorgar a la pulquería la categoría de un todo en el que se
engloban imágenes, prácticas e interacciones distintivas de la comunidad que
“acoge” dicho espacio de sociabilidad.
Beezley y Curcio-Nagy añaden que dentro de la cultura popular se identifica
a un “conjunto de prácticas de comportamiento permanentes, de carácter ordinario
y reconocimiento de aceptación general, sus raíces en conocimiento común y
cuyas formas de expresión frecuentemente son de forma no escrita”.27 Con lo cual
se refieren a que ciertas prácticas identificadas en una determinada comunidad—

25
Salgado Andrade, Eva, “Fragmentos de historia popular III”, en Secuencia, no. 4, enero-abril de
1986, p. 157.
26
Beezley, William H. y Linda A. Curcio-Nagy, “Introduction” en William H. Beezley y Linda A.
Curcio-Nagy (editores), Latin American Popular Culture. An Introduction, EUA, Scholarly Resources
Inc., 2000, p. xi.
27
Ibídem.
17

en este caso la que alberga la pulquería—son aceptadas de manera común e


intrínseca sin que tengan que transmitirse por medio de la escritura o que queden
“estipuladas” en un papel que garantice su seguimiento al paso de los años. Esto
es evidente en las pulquerías, donde las mismas prácticas culturales que el
investigador observa en los antiguos registros documentales puede comprobarlas
y percibirlas en la actualidad con tan sólo introducirse en uno de esos
establecimientos al azar.
Finalmente, otros aspectos señalados por los autores referidos que dan
constancia del por qué un trabajo de esta naturaleza puede insertarse dentro de la
propuesta de historia popular, en tanto que los sucesos que aquí se estudian son
parte de la cultura popular, por tratarse de “placeres de la vida cotidiana” como el
hecho de beber, entendido como un “escape de la monotonía”. Asimismo, los
autores también advierten que “más allá de su carácter local, aceptación general y
humor, por consiguiente, la cultura popular transgrede los límites sociales,
religiosos y políticos”.28 Lo señalado se constata con los casos de actos de
violencia que sustentan la mayor parte de la investigación, sin embargo—y no se
trata de justificar ningún hecho violento—existe una explicación para entender
ciertas conductas transgresoras del orden establecido: “Sus expresiones
transgresivas, hacen algunas veces un poco atrevida y arriesgada a la cultura
popular, concediéndole al pueblo la deliciosa emoción de romper las reglas y
superponerse ante la autoridad”.29
La corriente historiográfica que ha motivado la investigación sobre un tema
como el que aquí se expone es básicamente la historia cultural estadounidense y
la influencia que ha ejercido en algunos autores mexicanos, que respecto a
América Latina en general y en lo particular a México, se ha dedicado al estudio
de la cultura popular y de los bajos fondos, destacando temas como la
criminalidad, la prostitución, el alcoholismo, la higiene, la comida o las formas de
comportamiento en general de los grupos subalternos,30 entre otros temas.

28
Ibid., pp. xi-xii.
29
Ibid., p. xii.
30
Una definición simple a la vez que consistente del término “subalterno” ha sido tomada de
Ranajit Guha, para quien significa “de rango inferior” y que en la historiografía colonial de la India lo
18

Algunos de los autores más representativos—o influyentes en mis lecturas—son


William H. Beezley, Robert M. Buffington, Pablo Piccato, Elisa Speckman, María
Áurea Toxqui Garay, James Alex Garza, Michael Johns, Jorge A. Trujillo, Vanesa
E. Teitelbaum, Antonio Padilla Arroyo, William B. Taylor y Mauricio Tenorio Trillo.
De la misma manera, otros autores indispensables para una reconstrucción
histórica como la que se ofrece, pero más identificados con la historia de las
mentalidades son Juan Pedro Viqueira Albán, Sonia Corcuera de Mancera, Teresa
Lozano Armendares, Sergio Ortega Noriega y Solange Alberro. No menos
importante, pero con un enfoque más económico—al menos en lo referente a su
principal obra sobre el pulque—es José Jesús Hernández Palomo. Finalmente,
otros autores cuya aportación a los estudios de bebidas alcohólicas se hacen
patentes a lo largo del trabajo son Manuel Payno, Pablo Lacoste, John E. Kicza y
Michael C. Scardaville. Asimismo, otras corrientes historiográficas que han
complementado la lectura de los autores señalados y que pueden considerarse
como antecedentes de las corrientes señaladas como más influyentes para este
estudio, son la escuela francesa de los Annales y la historia cultural británica que
estudia al proletariado y la lucha de clases.
Respecto a la metodología seguida en la investigación, está sustentada
principalmente en el rastreo y análisis de fuentes primarias como documentos que
incluso podrían considerarse como inéditos y prácticamente nada trabajados como
en el caso de los pertenecientes al fondo del Supremo Tribunal de Justicia del que
ya se ha hecho mención en líneas anteriores. Otros fondos documentales también
resguardados en el Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí de los que se
extrajo información sustancial fueron el del Ayuntamiento, Secretaría General de
Gobierno, la Colección de Leyes y Decretos y, en menor medida, los fondos de la
Alcaldía Mayor de San Luis Potosí y del Registro Público de la Propiedad. A la par
del fondo del Supremo Tribunal de Justicia, otra fuente fundamental para la
reconstrucción de los hechos estudiados ha sido el periódico El Estandarte,

utilizan “como denominación de ese atributo general de subordinación, dentro de la sociedad


surasiática”, que no por esto deja de ser aplicable al caso mexicano y es expresado en “términos
de clase, casta, edad, género, ocupación, o bajo cualquier otra forma”, Guha, Ranajit, “Prefacio al
número inicial de la revista Subaltern Studies” en Contrahistorias, año 7, no. 13, septiembre 2009-
enero 2010, p. 75.
19

resguardado en el Centro de Documentación Histórica Lic. Rafael Montejano y


Aguiñaga.
La información obtenida de las fuentes mencionadas está respaldada por
una revisión bibliográfica de la historiografía especializada en el tema, así como en
el periodo de estudio en los niveles nacional y local. Otra herramienta
metodológica empleada como recurso, aunque evidentemente estuvo lejos de ser
desarrollada con el debido rigor, fue la historia oral, que sirvió para realizar una
entrevista de la que se desprende la información comprendida en el epílogo. Cabe
señalar que una sola entrevista representa apenas un somero acercamiento a la
historia oral como metodología, pero que, no obstante, la información que de allí
se obtuvo ejemplifica claramente las permanencias existentes en el comercio del
pulque como un medio con el que la mujer mexicana y concretamente la potosina
se ha ganado la vida a través de los siglos.
Finalmente, el cuerpo del trabajo lo constituyen cuatro capítulos y un
epílogo, de los cuales el primero brinda un panorama histórico general en torno al
pulque y las pulquerías a lo largo de más de tres centurias pero con énfasis en el
último tercio del siglo XIX. En este mismo capítulo se desglosa la historiografía
sobre dichos temas, revisando la obra de los principales autores que los han
trabajado a la vez que en algunos momentos se hacen paralelismos o
comparaciones con las fuentes documentales que sustentan el caso potosino. Los
temas que aborda el capítulo son la transformación en los hábitos de consumo del
pulque desde el México antiguo hasta el periodo prerrevolucionario; la “evolución”
de las pulquerías con el transcurrir de los años, desde pequeños puestos al aire
libre hasta establecimientos perfectamente conformados con características que
les dieron una identidad propia y por último se hace una explicación de la “cultura
pulquera” en San Luis Potosí.
En el segundo capítulo también se hace un recorrido histórico a través de
las diversas reglamentaciones a las que estuvieron sujetas las pulquerías y el
sistema fiscal al que fueron sometidas. Aunque se toman antecedentes históricos
nacionales, el hincapié se hace en la ciudad de San Luis Potosí del siglo XIX.
Algunas de las aportaciones importantes del capítulo son el interés que
20

despertaba en las autoridades la derrama económica arrojada por el consumo de


pulque y el cobro de impuestos a las pulquerías, lo cual repercutió en constantes
prácticas de corrupción por parte de quienes ostentaron el poder. Esto se expone
en los diversos temas que abarca el capítulo como son las estrategias empleadas
por la autoridad para “prevenir” el relajamiento de las costumbres al interior de los
expendios de pulque, tanto durante el virreinato como en el San Luis
decimonónico y por último se hacen patentes los abusos y la corrupción de las
autoridades potosinas respaldándose en el cobro de impuestos.
Los dos últimos capítulos son los que pueden considerarse como nodales,
pues en ellos se concentra casi la totalidad de los resultados de investigación. El
primero de éstos que es el tercer capítulo, analiza el fenómeno de la violencia en
las pulquerías, respondiendo a preguntas como qué era lo que la propiciaba o qué
tan cierto era, de acuerdo con el discurso de la época, que el pulque fuera el
principal elemento que provocaba actos violentos y que las llamadas clases bajas
fueran por naturaleza propensas a delinquir y a los vicios. Esto se ve desde los
variados estudios de caso seleccionados del total de los registros, pero para
entender esas formas de comportamiento el capítulo inicia con una explicación de
conceptos sobre criminalidad y embriaguez desde la óptica del periodo de estudio,
seguida de una exposición de la clasificación de lo criminal construida desde el
imaginario de las élites y, finalmente, antes de dar lugar a los mencionados
estudios de caso, se hace una revisión de la prensa de la época, concretamente
del periódico El Estandarte, visto como sector moralizante31 y difusor de las ideas
en boga en torno al alcoholismo y la embriaguez, así como censor de esos “males
sociales”.
El cuarto capítulo comprende un acercamiento hacia los estudios con
perspectiva de género en el que se detalla la vida cotidiana de las mujeres
dedicadas al comercio de pulque conocidas como pulqueras, ya fuera como
propietarias o simplemente como encargadas. Entre los temas que abarca el

31
En este sentido se retoma el concepto de moralidad empleado por Fernando Escalante: “la
moralidad es la forma social de los intereses. Así entendida, la moralidad es una construcción
colectiva, cuya consistencia hace evidente en el largo plazo”. Escalante Gonzalbo, Fernando, Op.
Cit., p. 50.
21

capítulo, primero se ofrece una extensa introducción en la que se explica la


estrecha relación entre la feminidad y el pulque desde la cosmovisión indígena, de
la cual muchos de sus elementos perduraron aún durante el virreinato. Dentro del
periodo de estudio, se analiza la capacidad de las pulqueras para negociar con la
autoridad y las estrategias a las que recurrían para que sus demandas fueran
atendidas. En el ámbito de lo privado, la vida de las vendedoras de pulque es
estudiada en distintos aspectos. Entre ellos está el económico que da fe de sus
ingresos y gastos para satisfacer sus necesidades diarias y las de sus familias; los
peligros a los que estuvieron expuestas dada la naturaleza de su ocupación y el
papel que jugaban dentro de la comunidad principalmente como protectoras de los
miembros de su mismo sexo. Asimismo se abre un espacio para otro tipo de
mujeres frecuentes en las pulquerías: las que acudían a ellas a beber,
acompañando a sus parejas o a buscarlas motivadas por los celos y que al ver—o
muchas veces simplemente creer, trastornadas por el alcohol—que éstos eran
justificados, protagonizaron verdaderas escenas de escándalo.
En el entendido de que cualquier estudio histórico debería responder a una
problemática con repercusión en el presente a la vez que una motivación desde el
presente, y con el ánimo de cumplir este objetivo, a manera de epílogo se incluye
el resultado de una entrevista realizada a una pulquera en la actualidad, heredera
de una tradición ancestral y forma de subsistencia que ejemplifica las
permanencias dentro de una actividad económica que ha estado presente a lo
largo de la historia de México y que se resiste a desaparecer a pesar de los
obstáculos que se presentan en contra suya. Aunque antes se ha admitido que se
trata de una sola historia de vida y no de una exhaustiva investigación desde la
tradición oral, aún tratándose de un caso aislado, éste complementa
perfectamente el último capítulo de la tesis.
22

1. De pulque y pulquerías
La intención del presente capítulo es ofrecer una reseña del papel que, a través de
la historia de México, desempeñó el pulque como bebida, sino nacional, al menos
sí de las clases populares y de determinadas regiones, así como del auge y la
relevancia que tuvieron las pulquerías, tanto como lugares en que se expendía
dicha bebida, así como centros de reunión y sociabilidad de ese sector de la
población, desde que se instalaron los primeros establecimientos de su tipo en la
modalidad de puestos al aire libre hacia la segunda mitad del siglo XVI hasta su
época de “esplendor” a finales del XIX.
Cabe señalar que los datos que se proporcionan en el capítulo son muy
generales y han sido retomados de la historiografía que se ha producido sobre el
tema en otras regiones del país, principalmente de la ciudad de México.
Primero se expondrá cómo se fueron transformando los usos del pulque,
desde el México antiguo, siendo una bebida de un carácter particularmente ritual y
medicinal, hasta que, con la llegada de los españoles, dicha utilidad fue
modificándose para convertirse en un lucrativo producto bajo el control de la
corona española y cuyo uso, por parte de los indígenas, se convirtió en un abuso
gracias a la masiva producción y al perder su uso ceremonial.
Posteriormente, se dará un repaso a la manera en que las pulquerías
fueron evolucionando con el transcurrir del tiempo, no sólo en su estructura física,
sino también en lo que éstas representaban tanto para el pueblo como para las
autoridades y los encargados de preservar la moral y el orden; para el primero, el
lugar de convivencia por excelencia; para los segundos, “templo de lucifer”,32 pero
a su vez, una nada despreciable fuente de ingresos, tanto para el Tesoro Real,
durante el virreinato, como para la Hacienda Pública decimonónica.

32
Vásquez Meléndez, Miguel Ángel, “Las pulquerías en la vida diaria de los habitantes de la ciudad
de México”, en Pilar Gonzalbo Aizpuru (coord.), Historia de la vida cotidiana en México. El siglo
XVIII: entre tradición y cambio, tomo III, México, El Colegio de México, Fondo de Cultura
Económica, 2005, p. 86.
23

1.1. Usos y abusos del pulque


El pulque,33 bebida embriagante elaborada con la fermentación de la miel—o
mejor conocida como aguamiel34—que mana del maguey, durante muchos años
fue considerado la “bebida religiosa, cultural y popular del altiplano de México”.35
No obstante, debido a la gran variedad de magueyes, no todos producían pulque y
menos de buena calidad. De acuerdo con la historiadora Teresa Lozano
Armendares, la zona magueyera y en la que se producía el mejor pulque, era la
región “conocida con el nombre general de los Llanos de Apan, que se localiza
entre los actuales estados de México, Hidalgo, Puebla y Tlaxcala”.36
Manuel Payno, observó que existían diversas clases de pulque: pulque fino,
pulque dulce, pulque fuerte, pulque ordinario y tlachique.37 Sin embargo, dividió y
explicó éstas en tres grupos únicamente: el pulque fino, que llamó legítimo, era
“producto del maguey manso, fino y cultivado en los Llanos de Apan, y elaborado
con un buen xinachtli38 con aseo, con esmero e inteligencia, y conducido a México
sin mezclarle en el camino agua, ni ningún otro ingrediente”.39 En cambio, el
pulque ordinario era el que se producía de magueyes de menor calidad, o

33
El origen de la palabra pulque quizá se encuentre en el vocablo poliuqui, cuyo significado es
“corrompido”, el cual los indios utilizaban para referirse a la fermentación de la bebida. Véase
Corcuera de Mancera, Sonia, Entre gula y templanza. Un aspecto de la historia mexicana, 3ª
reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 61; Vargas, Luis Alberto, Paris Aguilar,
Guadalupe Esquivel, Montserrat Gispert, Armando Gómez, Hugo Rodríguez, Cristina Suárez y
Carmen Wacher, “Bebidas de la tradición” en Medina Mora, Ma. Elena, Beber de tierra generosa:
historia de las bebidas alcohólicas en México, Vol. 1, México, Fundación de Investigaciones
Sociales, A.C., 1998, pp. 186-187; Rendón Garcini, Ricardo, Dos haciendas pulqueras en
Tlaxcala, 1857-1884, México, Gobierno del Estado de TLaxcala/Universidad Iberoamericana, 1990,
p. 125. Es probable que, como ocurriera con muchas voces nahuas, tras la conquista española, el
vocablo poliuqui se transformara en pulque; otra versión de la palabra pulque, un poco más
cuestionada por los autores citados, se encuentra en Clavijero, Francisco Javier, Historia antigua
de México, 3ª edición, México, Porrúa, 1971, p. 267.
34
Savia o jugo del maguey recién castrado y picado y que, al fermentarse, se convierte en pulque.
Para los indígenas, neutli; Martínez Álvarez, José Antonio, Testimonios sobre el maguey y el
pulque, Guanajuato, Ediciones la Rana, 2001, p. 497.
35
Corcuera de Mancera, Sonia, “Pulque y evangelización. El caso de fray Manuel Pérez (1713)” en
Janet Long (coord.), Conquista y comida. Consecuencias del encuentro de dos mundos, 3ª edición,
México, UNAM/Instituto de Investigaciones Históricas, 2003, p. 411.
36
Lozano Armendares, Teresa, “Mezcales, pulques y chinguiritos” en Janet Long (coord.), Ibid., p.
423.
37
Payno, Manuel, Memoria sobre el maguey mexicano y sus diversos productos, Obras completas,
XVII, México, CONACULTA, 2006, p. 107; este mismo autor describe, detalladamente, la manera
en que era producido el pulque, Ibid., pp. 102-104.
38
Cantidad de pulque fino fresco, pero bien fermentado, que se adquiere en otra hacienda, ibid., p.
104.
39
Ibid., p. 107.
24

“elaborado con poco esmero”.40 Por último, Payno enlistó el tlachique, bebida de la
que decía que, “sin dejarse de notar algo de alcohol [2°-4° GL], y de ser gustosa y
dulce, es poco fermentada; produce somnolencia, dolor de cabeza y a veces
irritaciones en la piel a los que no están habituados a ella”.41
Ahora bien, el pulque ha estado presente en la vida de los habitantes del
territorio mexicano desde el México antiguo, cuando era utilizado de manera ritual
o con usos medicinales.
Desde época muy temprana, los efectos del pulque estuvieron
estrechamente ligados a las creencias religiosas de los habitantes del México
antiguo; dicha bebida desempeñó un papel muy importante en ese tipo de
ceremonias y “en especial de los dioses más importantes, asociadas al calendario
agrícola, lluvias y cosechas, así también en ciclos vitales como nacimientos,
casamientos y funerales”;42 en esas celebraciones quienes lo ingerían eran “los
sacerdotes, los ancianos, los guerreros y las mujeres grávidas”, 43 no obstante,
José Jesús Hernández Palomo, señala que en la fiesta del “dios del fuego que
tuesta para comer”, hombres, mujeres, niños, niñas, viejos y mozos, no sólo
bebían pulque, sino que se emborrachaban con la misma bebida.44
Las propiedades medicinales que se le otorgaron al pulque fueron muy
variadas y el uso que se le dio a la bebida, como remedio para aliviar una gran
cantidad de malestares, perduró desde la época prehispánica hasta finales del
siglo XIX. He aquí algunos de los beneficios curativos que la “farmacopea
campesina”—como la señaló Payno—le concedió al pulque. Las fricciones de
pulque mezclado con espinosilla,45 curaban las “calenturas intermitentes”; las

40
Ibídem.
41
Ibid., p. 109.
42
Hernández Palomo, José Jesús, “El pulque: usos indígenas y abusos criollos” en María del
Carmen Borrego Plá, Antonio Gutiérrez Escudero y María Luisa Laviana Cuetos (coords.), El vino
de Jerez y otras bebidas espirituosas en la Historia de España y América, Jerez de la Frontera,
2004, p. 9; el mismo autor ofrece, en el citado estudio, las diversas versiones sobre las que, en
torno al uso del pulque, escribieron los cronistas durante el contacto de las culturas europea e
indígena.
43
Rendón Garcini, Ricardo, Op .Cit., p. 127.
44
Hernández Palomo, José Jesús, Op. Cit., p. 10.
45
Nombre que se le da al cuachile, planta polemoniácea característica del interior del país, Lozano
Armendares, Teresa, Op. Cit., p. 426.
25

tisanas46 formadas de pulque con espinosilla, curaban los “fríos” adquiridos en las
tierras calientes de las costas; el pulque “reseca y purifica la sangre, templa y
refriega el hígado, tempera y limpia el brazo”, disuelve todas las “hinchazones”,
desbarata y hace arrojar frecuentemente por la orina, las “flemas y materias que
dañan la vejiga; su uso continuo, hace arrojar en menudas arenas, los “cálculos”;
servía como estimulante, pues provoca el apetito, además de causar abundante y
apacible sueño; si se tomaba en ayunas, se creía que mejoraba el color de la tez y
caliente servía de purgante; para el dolor de cabeza provocado por el sol, servía
como un remedio infalible, “untarse las sienes y la frente con pulque”. Asimismo,
los asientos o residuos que dejaba el pulque en las vasijas, servían para quitar las
“pecas, barros y verrugas de la cara”.47 Incluso en pleno porfiriato, el Periódico
Oficial del Estado de San Luis Potosí, recomendaba el “uso racional y saludable”
de la bebida, no sin dejar de advertir los “gravísimos males que acarreará ya dicho
líquido alterado o abusándose de él tomando grandes cantidades”.48
En cambio, si previo a la llegada de los españoles, al pulque se le daba otro
uso que no fuera ritual o como curativo, es decir si algún miembro de la
comunidad que no fuera sacerdote o anciano—que eran considerados los más
sabios y les era permisible emborracharse—se embriagaba sin motivo alguno, era
sometido a severos castigos:

La pena que daban a los borrachos y aun los que comenzaban a sentir el calor del
vino, cantando o dando voces, era que los trasquilaban afrentosamente en la plaza
y luego les iban a derribar la casa; dando a entender que quien tal hacía no era
digno de tener casa en el pueblo, ni contarse entre los vecinos, sino que pues se
hacía bestia, perdiendo la razón y juicio, viviese en el campo como bestia, y eran
privados de todo oficio honroso de la república.49

46
Bebida medicinal que resulta del cocimiento ligero de una o varias hierbas y otros ingredientes
en agua, Ibídem.
47
Payno, Manuel, Op. Cit., p. 111; Hipólito Villarroel también menciona el uso del pulque de
manera medicinal, siempre y cuando se le beba con la “moderación y templanza que es debida a
todo racional…”, Villarroel, Hipólito, Enfermedades políticas que padece la capital de esta Nueva
España en casi todos los cuerpos de que se compone y remedios que se le deben aplicar para su
curación si se requiere que sea útil al rey y al público, estudio introductorio de Beatriz Ruiz Gaytán,
México, CONACULTA, 1994, P. 197.
48
“El pulque” en Periódico Oficial del Gobierno del Estado de San Luis Potosí, tomo XII, no. 839,
febrero 2 de 1887. Las cursivas son del original.
49
Citado por Hernández Palomo, José Jesús, Op. Cit., p. 10.
26

Sin embargo, en contraposición a esta imagen de que el pulque se utilizaba


únicamente como remedio para ciertos malestares o que el abuso de la bebida era
permitido solamente en ocasiones especiales, al momento de la llegada de los
españoles, fray Toribio de Benavente o Motolinía dejó como testimonio una
versión en la que se presenta un consumo más relajado y cotidiano del pulque:
“porque en todos los hombres y mujeres adultos era cosa general embeodarse”.50
Finalmente, el mejor testimonio que ha perdurado de la importancia que tuvieron,
tanto el pulque como el maguey, entre los antiguos mexicanos, ha quedado
registrado en los códices indígenas que dan cuenta de ello.51
A partir de la implantación del gobierno virreinal, el carácter ritual que
anteriormente se le había otorgado a la ingestión del pulque, se fue deteriorando y
su consumo fue cada vez mayor e indiscriminado.52 Sin embargo, la corona,
inmediatamente implementó algunas disposiciones en cuanto a su consumo,
“tanto para moderar paternalistamente el alcoholismo entre los indígenas, como
para cuidar los intereses del erario público”,53 o como bien lo ha señalado el
historiador José Jesús Hernández Palomo:

Lo que había sido un cultivo, un consumo, y un comercio exclusivo de los indios


[…], pasó a ser de forma progresiva un cultivo predominante en las grandes
haciendas, un consumo de enormes proporciones en las ciudades, y un comercio
en manos de criollos y españoles.54

50
Benavente o Motolinía, Fray Toribio de, Historia de los indios de la Nueva España, México,
Porrúa, 1969, p. 82 y 197-198; el mismo autor, ofrece también datos de cómo se empleaba el
pulque como medicina. También Hernández Palomo hace una referencia al pulque como parte de
la “DIETA [Sic.] normal de la clase plebeya”, Hernández Palomo, José Jesús, Op. Cit., p. 11. Para
entender la ambigüedad entre la normatividad rígida de los indígenas hacia el abuso de la bebida y
la saturación en el disfrute del pulque durante los días de fiesta entre ellos mismos, véase
Corcuera de Mancera Sonia, “Normas morales sobre la embriaguez” en Vida cotidiana y cultura en
el México Virreinal. Antología, México, INAH, 2000, PP. 91-93.
51
Sobre las diferentes representaciones del pulque y del maguey que se encuentran en los códices
indígenas, véase Gonçalves de Lima, Oswaldo, El maguey y el pulque en los códices mexicanos,
México, Fondo de Cultura Económica, 1956.
52
La misma “desacralización” que padeció el pulque tras la llegada de los españoles, fue verificada
en otros productos de consumo ritual indígenas como el chocolate y el tabaco, Alberro, Solange,
Del gachupín al criollo. O de cómo los españoles de México dejaron de serlo, 3ª reimpresión,
México, El Colegio de México, 2006, pp. 76-78.
53
Rendón Garcini, Ricardo, Op. Cit., p. 128.
54
Hernández Palomo, José Jesús, La renta del pulque en Nueva España 1663-1810, Sevilla,
Escuela de estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1979, p. 21.
27

Durante el periodo virreinal, los sectores populares que habitaban el centro


del país, acostumbraban beber pulque diariamente “como parte de su cultura
alimenticia”. Según Felipe Arturo Ávila Espinosa, “se bebía pulque con la comida,
a veces desde el almuerzo, sin embriagarse. Además, se practicaba el
alcoholismo social, con su carácter ritual y de integración comunitaria de manera
regular”.55
Durante esa misma época se pudo observar el incremento de la
embriaguez a partir del aumento de la producción de pulque, lo que es un
indicador del carácter que fue adquiriendo la bebida. El aumento de la producción
obedeció a los intereses de la corona, como lo ha establecido el historiador
William B. Taylor:

El comercio de bebidas alcohólicas fue alentado decididamente por el gobierno


colonial y por los concejales en el siglo XVIII, puesto que los impuestos sobre las
bebidas alcohólicas y especialmente sobre el pulque habían venido a ser una muy
importante fuente de ingresos para la realización de obras públicas.56

Pero lo más alarmante de todo, tras la masiva producción de pulque


alentada por los españoles y de lo que lamentablemente el pueblo indígena ya no
pudo echar marcha atrás, fue de los efectos enajenantes del pulque, que en
palabras de Solange Alberro, “reforzados con la adición de sustancias
alucinógenas o estupefacientes, lo convierten en el refugio y la evasión
universales de todos los desarraigados y sobrevivientes huérfanos de patria,
cultura, dioses, de pasado y de porvenir”.57

55
Ávila Espinosa, Felipe Arturo, “El alcoholismo en la ciudad de México a fines del porfiriato y
durante la revolución” en Alicia Meyer, El historiador frente a la historia. Religión y vida cotidiana,
México, UNAM/Instituto de Investigaciones Históricas, 2008, p. 82.
56
Taylor, William B., Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas,
México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 61.
57
Alberro, Solange, “Bebidas alcohólicas y sociedad colonial en México: un intento de
interpretación” en Revista Mexicana de Sociología, vol. 51, no. 2, Visiones de México (abril-junio,
1989), p. 354. Un estudio interesante, aunque breve, sobre la transformación del consumo del
pulque y otras bebidas embriagantes entre los indígenas desde el México antiguo hasta la
revolución mexicana es el de Rojas González, Francisco, “Estudio Histórico-Etnográfico del
Alcoholismo entre los Indios de México” en Revista Mexicana de Sociología, vol. 4, no. 2, pp. 111-
125.
28

Es interesante observar, como se verá más adelante, lo importante que fue


para las arcas de los ayuntamientos, tanto virreinales como decimonónicas, la
producción y el comercio del pulque.
No obstante el alza en la producción, comercio y consumo de pulque que
se propagó a partir de la instauración del gobierno virreinal, cabe señalar que hubo
ciertas restricciones que tuvieron que acatar los indígenas en torno a la producción
y al consumo de la bebida. Una de estas fue que únicamente se autorizaba vender
pulque blanco o puro, es decir, aquél que no había sido mezclado con ningún otro
tipo de sustancia o hierba. Además de la cal, una de las sustancias más comunes
y considerada como nociva fue el ocpactli,58 hierba con la cual “fermentaba mucho
el aguamiel; pero la bebida era muy embriagante y dañosa”,59 también conocida
como cuapatle, cuya utilidad era conservar al pulque blanco con fortaleza. 60
En cuanto al precio del pulque al menudeo, durante el virreinato era muy
accesible su adquisición para los indígenas. En las pulquerías se podía comprar la
bebida a medio real los tres cuartillos;61 si se toma en cuenta que los salarios más
bajos eran los que percibían los indígenas y estos oscilaban entre los dos y los
tres reales diarios,62 se puede inferir entonces que “por una cuarta parte del salario
más bajo en la ciudad [de México] el trabajador estaba en condiciones de ingerir
poco menos de litro y medio de pulque fino”.63 José Jesús Hernández Palomo,
añade que “los precios de venta del pulque se caracterizaron por su rigidez”,
postura que comparto, pues se han localizado, en los documentos
correspondientes a San Luis Potosí, costos similares hacia la segunda mitad del
siglo XIX. Además, el mismo autor advierte que “estos precios fueron siempre

58
Corteza de la Acacia angustissima; Corcuera de Mancera, Sonia, El fraile, el indio y el pulque.
Evangelización y embriaguez en la Nueva España (1523-1548), México, Fondo de Cultura
Económica, 1991, p. 122; la misma autora refiere que “la primera legislación relativa al pulque que
se conoce data de 1529” e interfiere directamente con el uso de dicha raíz, Ibid., p. 121.
59
Payno, Manuel, Op. Cit., p. 104. Ocpatl, medicina o adobo de vino; Benavente o Motolinía, Fray
Toribio de, Op. Cit., 197.
60
Lozano Armendares, El chinguirito vindicado. El contrabando de aguardiente de caña y la política
colonial, 2ª edición, México, UNAM/Instituto de Investigaciones Históricas, 2005, p. 20; véase
también Taylor, William B., Op. Cit., p. 89.
61
Un cuartillo equivalía, aproximadamente, a medio litro.
62
Un real era la octava parte de un peso.
63
Soberón Mora, Arturo, “Elíxir milenario: el pulque” en Ma. Elena Medina Mora, Op. Cit., pp. 33-
36.
29

inferiores en el resto del territorio virreinal, y también se mantuvieron sin grandes


variaciones”.64 No obstante, Juan Pedro Viqueira Albán, afirma que aunque en
1806 el precio autorizado era el que se ha señalado por tres cuartillos del pulque
fino o cuatro por el ordinario, “muchos vendedores llegaban a dar por esa cantidad
tan sólo un cuartillo y medio del mediano”,65 es decir del ordinario. En cambio,
hacia 1863, Manuel Payno, escribió que en la ciudad de México, el pulque se
vendía a un cuarto de real la botella y que representaba “un capital de 1 600 000
pesos anuales, que salen de la gente más pobre que es la que más generalmente
consume el pulque”.66
Finalmente, Moisés González Navarro, agrega que, entre 1900 y 1910,
dentro del presupuesto de una familia de la clase popular, cuyos ingresos
ascendían a los 30 pesos mensuales, cinco pesos eran destinados al pulque, lo
cual equivalía al 17 % de sus gastos. De la lista que el autor ofrece, dicha bebida
ocupa el mismo porcentaje que la renta de la casa; ambos son los porcentajes
más altos de la lista.67
Ahora bien, resta hacer mención de los grandes espacios en los que se
hacía la producción masiva del pulque: las haciendas. Las haciendas pulqueras,
en los Llanos de Apan, surgieron durante la primera mitad del siglo XVIII y a
mediados de dicha centuria, “empezaron a convertirse en centros de producción
fundamentalmente pulquera, y con un mercado más amplio, en el que la ciudad de
México representó el más importante consumidor”.68 En palabras de Payno, esas
haciendas fueron “acaso las fincas más valiosas y más apreciables” y, según
refiere, en doscientos años éstas fueron variando.69 Cabe aclarar, en este punto y

64
Hernández Palomo, José Jesús, Op. Cit., 1979, pp. 316-317.
65
Viqueira Albán, Juan Pedro, ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la
ciudad de México durante el siglo de las luces, 3ª reimpresión, México, Fondo de Cultura
Económica, 2005, pp. 170-171.
66
Payno, Manuel, Op. Cit., p. 106; desafortunadamente el autor no especifica cuánto contenía una
botella.
67
González Navarro, Moisés, Sociedad y cultura en el porfiriato, México, CONACULTA, 1994, p.
149.
68
Rendón Garcini, Ricardo, Op. Cit., p. 130; véase del mismo autor, Rendón Garcini, Ricardo,
“Aportación al estudio de las relaciones económico-morales entre hacendados y trabajadores. El
caso de dos haciendas pulqueras en Tlaxcala” en Herbert J. Níkel (ed.), Paternalismo y economía
moral en las haciendas mexicanas del porfiriato, México, UIA, 1989, pp. 69-91.
69
Payno, Manuel, OP. Cit., pp. 93 y 96.
30

para los fines del presente estudio, que en las inmediaciones a la ciudad de San
Luis Potosí y en el estado en general, no existieron haciendas pulqueras. El
pulque no fue una bebida que se produjera en grandes cantidades como sucedió
en las regiones que ya han sido señaladas, dicho producto se comercializó a una
escala realmente inferior. En cambio, la zona magueyera del estado de San Luis
Potosí, se ha caracterizado por su producción de mezcal, misma que se ha
considerado entre las mayores del país.
Las haciendas pulqueras no diferían de las demás, contaban con las
mismas instalaciones permanentes, sin embargo había un elemento que las
diferenciaba de las otras, ya que contaban con una oficina que llevaba el nombre
de tinacal, y era a éste lugar al que “los tlachiqueros70 entregaban el aguamiel y se
fermentaba, almacenaba y entregaba el pulque para su comercialización”. 71 A su
vez, las haciendas pulqueras eran unidades económicas con una finalidad
específica: “una parte de su producción la destinaban al mercado y, otra, al
autoabasto”.72 El transporte de la hacienda hacia los centros urbanos se realizaba
de la siguiente manera:

El pulque se envasaba en recipientes de cuero u odres que se transportaban a


lomo de mula durante la noche. Los arrieros arribaban de madrugada a la garita o
aduana, pagaban los derechos reales y posteriormente hacían entrega del líquido
en la pulquería contratada por el hacendado.73

La intención de viajar durante la noche consistía en que, de esta manera,


los arrieros descargaran el producto en las pulquerías entre las ocho y las nueve
de la mañana, que era la hora en que comenzaba su consumo, aunque en los
documentos se pueden encontrar datos que desde muy temprano, como a las

70
Empleado de una hacienda o trabajador independiente que se dedica a extraer dos veces al día,
al amanecer y al atardecer, el aguamiel de los magueyes en explotación, para llevarlo al tinacal o a
su casa para ser procesado como pulque; Maguey, Artes de México, No. 51, 2000, p. 79.
71
Leal, Juan Felipe y Mario Huacuja Routree, Economía y sistema de haciendas en México. La
hacienda pulquera en el cambio. Siglos XVIII, XIX y XX, México, Ediciones Era, 1982, p. 96. Las
cursivas son mías.
72
Ibid., p. 97.
73
Soberón Mora, Arturo, Op. Cit., p. 40.
31

siete de la mañana, ya había consumidores de pulque, que antes de comenzar su


jornada laboral, acudían a la pulquería por un cuartillo.74
Tanto la producción como el comercio se incrementaron en el momento en
que el transporte de la bebida experimentó un cambio radical a partir de la
extensión de ramales férreos por todo el país, especialmente los que atravesaban
la región de mayor producción pulquera.
Lo anterior aconteció a partir de la década de 1870 y fue durante el auge
ferrocarrilero que el comercio del pulque se vio beneficiado, debido a que con ese
medio de transporte, la bebida pudo llegar más lejos y en menos tiempo, sin
echarse a perder, incluso en la ciudad de México se introdujo “un volumen mucho
mayor de pulque el mismo día que se extraía de los magueyes y se pudo extender
la vida útil de la bebida”.75 Esto mismo, también propiciaría un incremento en el
consumo, ya que durante la primera mitad del siglo XIX, tanto el consumo como la
industria del pulque, sufrieron una etapa de estancamiento, resurgiendo así
durante el periodo 1868-1884,76 al alcanzar su momento de mayor esplendor, de
allí hasta el estallido de la Revolución Mexicana, trayendo entre sus
consecuencias, como lo ha manifestado el autor guanajuatense José Antonio
Martínez Álvarez, que “la industria del pulque se despeñó por una decadencia de
la que ya no se repondría, con diversos factores que agravaron su atonía”,77 lo
cual habla de que entre el porfiriato y los posteriores gobiernos revolucionarios
hubo más continuidades que rupturas, pues el interés por erradicar el alcoholismo
existió aún antes del nacimiento del Estado Nacional, es decir desde el periodo
virreinal, manifestándose con mayor ahínco durante la presidencia de Díaz y
concretándose con el movimiento revolucionario.

74
Sobre los estímulos y obstáculos de beber pulque antes o durante las horas de trabajo véase
Vásquez Meléndez, Miguel Ángel, Op. Cit., pp. 90-92.
75
Ávila Espinosa, Arturo, Op. Cit., p. 84. Sobre el impacto del ferrocarril en el pulque véase
también Rendón Garcini, Ricardo, Op. Cit., 1990, p. 41 y Leal, Juan Felipe y Mario Huacuja
Routree, Op. Cit., pp. 84-96.
76
Rendón Garcini, Ricardo, Op. Cit., 1990, pp. 147 y 156-157.
77
Martínez Álvarez, José Antonio, Op. Cit., p. 116.
32

1.2. Pulquerías en la historia de México. Entre transformaciones y


permanencias
Como se mencionó en el apartado anterior, las pulquerías, lugares destinados al
expendio al menudeo del pulque se establecieron durante los primeros años del
gobierno virreinal cuando el consumo incrementó a partir del aumento en la
producción del mismo y, como consecuencia, la proliferación de establecimientos
destinados a su comercio, los cuales, desde su estructura más simple llevaron el
nombre de pulquerías.
En sus inicios, los espacios destinados a la venta del pulque, que ya eran
conocidos como pulquerías, no fueron otra cosa más que puestos al aire libre,
únicamente cerrados por uno de sus cuatro lados, cubiertos por un techo de
tejamanil. Dentro del rudimentario puesto, se encontraban las tinas que contenían
el pulque, cubiertos por unas tablas de madera.78 La intención de que las
pulquerías se hallaran descubiertas por tres de sus lados, era porque así lo
establecían las ordenanzas expedidas para su regulación con el fin de que
estuvieran a la vista y de esa manera prevenir desórdenes. Sin embargo, las
pulquerías, poco a poco se fueron acondicionando, tanto en dimensiones como en
sus interiores, de a cuerdo a los intereses de sus propietarios, hasta convertirse en
espacios cerrados que, según algunos autores, eran capaces de albergar sin
mayor problema hasta 500 individuos.79
Una de las principales características de las pulquerías y que ha sido poco
tomada en cuenta por quienes han estudiado el tema, fue que eran atendidas por
mujeres, en un principio por disposición de las autoridades virreinales y,
posteriormente, como una tradición que perduró hasta finales del siglo XIX. No
obstante, este tema se abordará con mayor detalle en el cuarto capítulo.
Muchos de los componentes que dieron vida a las pulquerías fueron
prohibidos, tanto por el gobierno virreinal como por los gobiernos decimonónicos.
Entre las prohibiciones expedidas desde las ordenanzas de 1671 y, a su vez,
atractivos de las pulquerías, se encontraba la congregación de hombres y mujeres

78
Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., p. 170.
79
Soberón Mora, Arturo, Op. Cit., pp. 37-38.
33

que permanecían por más tiempo del necesario para beber.80 El atractivo de esa
práctica se debía a que al encontrarse en la pulquería los amigos, mientras
tomaban su bebida, se extendían platicando, lo que los animaba a continuar
bebiendo y era mal visto por las autoridades, tanto clerical, como la
correspondiente a la corona, pues les preocupaban los “efectos de la risa y del
gozo de los asistentes”,81 ya que para ellos tales actitudes representaban
embriaguez, lo cual creían podría trascender en actos de violencia e incluso de
repercusión en contra del orden social y de la moral, más aún si la convivencia era
entre personas de diferente sexo. Sin embargo, de acuerdo con Sonia Corcuera,
“estas manifestaciones externas y espontáneas [de risa y gozo] no siempre eran
sinónimo de embriaguez”.82
Asimismo, estaba prohibida la venta de alimentos y, sin embargo, fueron
características las chimoleras83 o vendedoras de enchiladas y fritangas que se
establecían en los alrededores de las pulquerías y entraban o enviaban sus
productos para que la concurrencia acompañara su bebida con los variados
platillos que eran sazonados con picante.84 Cabe señalar que el pulque se
consumía con ese tipo de alimentos no sólo por lo bien que se acompañaban, sino
porque esa bebida constituía parte de la dieta diaria de las familias de las clases
populares, por tanto, el pulque era ingerido a la hora del almuerzo o la comida, “no
sólo en los expendios públicos de bebida y de la gente que por su trabajo comía
fuera de su casa, sino también en las casas particulares”.85
Otro de los principales atractivos de las pulquerías y que propiciaba, no sólo
la permanencia de los bebedores, sino también las riñas, fue la presencia de
músicos acompañados de arpas y guitarras, a cuyos sones bailaban las chinas y
los galanes, las primeras ataviadas con “enaguas cortas de lana o seda rojas,
salpicadas de lentejuela, camisas escotadas que dejaban descubierto todo su
80
Corcuera de Mancera, Sonia, Del amor al temor. Borrachez, catequesis y control en la Nueva
España (1555-1771), México, Fondo de Cultura Económica, 1994. p. 215.
81
Ibidem.
82
Ibidem.
83
Toxqui Garay, María Áurea, “„El Recreo de los Amigos.‟ Mexico City‟s Pulquerías During the
Liberal Rpublic”, tesis doctoral, EUA, The University of Arizona, 2008, pp. 249-260.
84
Soberón Mora, Arturo, Op. Cit., pp. 38-39; Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., pp. 171-172;
Payno, Manuel, Op. Cit., p. 136.
85
Ávila Espinosa, Felipe Arturo, Op. Cit., p. 85.
34

seno y sus rebozos de algodón y seda, manejados con aire y gracia”,86 mientras
que sus acompañantes vestían calzonera bordada y sombrero ancho. 87 Al afirmar
que la presencia de músicos y baile propiciaba riñas, es por los celos que se
producían al ser rechazado un hombre que invitaba a una mujer a bailar y ésta, en
cambio, prefería bailar con otro más de los asistentes. Sin importar que hubiese
algún laso de amistad entre los hombres, el sentirse “despreciado” uno de ellos
por la dama, afectaba su honor y era razón suficiente para comenzar una riña que,
muchas veces, costó la vida de alguno de los implicados.
Un elemento más que también fue motivo, tanto de alegrías como de
conflictos que, en no pocas ocasiones culminaron en heridas e incluso muertes,
fueron los juegos de azar, como los naipes, principalmente el rentoy, o la rayuela,
que era practicada con pesos o tejos de plomo.88 Los pleitos a consecuencia del
juego se producían cuando uno de los jugadores perdía la partida y, al no aceptar
su derrota, los ánimos se encendían, más aún si se había bebido mucho pulque.89
Sin embargo, más allá de los actos de violencia en que culminaban las partidas de
naipes o de otros juegos de azar, la historiadora Vanesa E. Teitelbaum, ha
propuesto un factor interesante sobre por qué eran tan comunes los juegos en las
pulquerías y que, a su vez, dicho factor justificaba la permanencia de la
concurrencia en esos establecimientos. Éste era la situación económica de
quienes asistían a las pulquerías. Como ya se ha mencionado, la gente que a ellas
acudía, era la de los estratos populares y cuya economía era precaria; entonces
concurrían no solo a beber, sino con la intención de multiplicar la cantidad de
dinero con que contaban al apostarlo, o como lo ha establecido la misma autora,
con “la esperanza de que una partida exitosa pagara los gastos de la
supervivencia cotidiana”,90 lo cual denotó también “una forma de vida basada en el

86
Payno, Manuel, Op. cit., p. 136; Toxqui Garay ofrece una imagen mucho más completa del
atuendo de las chinas, Toxqui Garay, María Áurea, Op. Cit., pp. 263-266; sobre el papel de la china
poblana como estereotipo de la feminidad mexicana entre los siglos XIX y XX, véase Pérez Monfort
Ricardo, Expresiones populares y estereotipos culturales en México. Siglos XIX y XX, México,
CIESAS, 2007, pp. 119-146.
87
Ibidem.
88
Ibidem.
89
Sobre este punto se profundizará en el Capítulo Tres y se expondrán algunos ejemplos.
90
Teitelbaum, Vanesa, “la persecución de vagos en pulquerías y casas de juego en la ciudad de
México de mediados del siglo XIX” en Historias, num. 63, México, INAH, enero-abril 2006, p. 97.
35

juego”,91 y que de la misma manera alentaba el ocio, la vagancia y la inasistencia


al trabajo.
Estos aspectos, sólo fueron algunas de las características de las pulquerías
que, a pesar de estar prohibidas, permanecieron desde sus inicios hasta las
postrimerías del siglo XIX. Ahora bien, a continuación se expondrán otros
elementos que fueron distintivos de esos espacios, que les proporcionaron toda
una cultura propia que, en determinados momentos de la historia y como reflejo de
la situación política o social por la que atravesara el país, también fueron
restringidos.
Uno de esos componentes, que particularmente fueron restringidos en más
de una ocasión por atentar contra la moral, fue la convivencia entre hombres y
mujeres dentro del mismo espacio. Como una forma de control, durante el siglo
XVII, en la ciudad de México se permitió que se establecieran 36 pulquerías, 24
para hombres y 12 para mujeres, pues en las ordenanzas de 1671, claramente se
especificaba “que no halla concurso de hombres y mujeres juntos para beber en
los puestos”, no obstante, dicha disposición nunca se atendió, por lo que el 26 de
julio del mismo año, se expidió un decreto en el que se permitía la concurrencia de
ambos sexos,92 debido a que se observó que tal división trajo consigo mayores
inconvenientes.
No obstante la flexibilidad, por parte de las autoridades, de permitir la libre
convivencia entre hombres y mujeres al interior de las pulquerías y que, al
desobedecer la prohibición que éstas fueran espacios cerrados, así como la
permanencia de la clientela, los propietarios incurrieron en otra falta. Al darse
cuenta de que los bebedores pasaban mucho tiempo dentro de los
establecimientos, los dueños acondicionaron una especie de baños comunes, que
eran denominados corralones en los que, sin distinción de sexo, la concurrencia
entraba allí a satisfacer sus necesidades fisiológicas. 93 La construcción de los

91
Ibidem.
92
Corcuera de Mancera, Sonia, Op. Cit., 1994, p. 213.
93
“Informe sobre pulquerías y tabernas el año de 1784. Se publica la cédula 21 de octubre de 1775
expedida por el Rey Carlos III, imponiendo sanciones a los que abusasen del pulque, y el decreto
de 18 de marzo de 1778 en que ordena la autoridad real se practiquen los arbitrios para la
36

corralones “contribuía al mejoramiento de la limpieza de las calles aledañas a los


expendios de pulque”,94 pues de esa manera los bebedores ya no hacían sus
necesidades en la vía pública, sin embargo, los usuarios inmediatamente
encontraron cómo satisfacer, al interior de los mismos, otro tipo de “necesidades”,
que incluso favorecieron la promiscuidad, amistades ilícitas y prostitución.95
Otra característica más, fueron los recipientes en que se servía la bebida,
aunque se pueden observar cambios entre esos artefactos, desde la época
virreinal hasta el siglo XIX, éstos siempre fueron de uso exclusivo en las
pulquerías. La “evolución” que experimentaron los utensilios en que se bebía,
fueron desde el material con que se fabricaban, su forma, capacidad y hasta los
nombres.
Los recipientes comunes para la venta al menudeo del pulque, durante el
virreinato, fueron los cajetes, que eran una especie de tazones de barro con poca
profundidad y cuya capacidad podía contener tres cuartillos.96 Aunque se puede
encontrar noticia de tales artefactos hasta las últimas décadas del XIX, según el
Informe de pulquerías y tabernas de 1784, para la ciudad de México, se estableció
en su artículo sexto que el pulque “se suministre indispensablemente en chacuales
de guaje”97 que, por ser de un material más suave y duradero, similar al cuero, no
eran peligrosos, ya que al romperse los cajetes, con sus trozos afilados, los
bebedores se causaban daño en caso de riña, en cambio con los chacuales, al ser
más resistentes, no se rompían y era más difícil que se provocasen heridas graves
al golpearse con tales recipientes.
Años más adelante, en las postrimerías del siglo XIX, cuando la “cultura del
pulque” tuvo su mayor auge, fueron más variados los recipientes en que se

realización de tal fin” en Boletín del Archivo General de la Nación, tomo XVIII, num. 2, abril-junio de
1947, p. 224.
94
Vásquez Meléndez, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 82.
95
Ibid., pp. 81-82.
96
Martínez Álvarez, José Antonio, Op. Cit., p. 499. En el argot pulquero también es conocida como
cajete la “cavidad que se abre en el corazón del maguey al hacer la “picazón” y donde se deposita
el aguamiel que escurre de la planta durante el periodo de su explotación”, Maguey, Op. Cit., p. 74.
97
“Informe sobre pulquerías y tabernas el año de 1874. En el que explica que de ejecutarse los
medios propuestos en dicho informe, no resultará daño alguno a la Real Hacienda, cocheros,
tratantes ni consumidores de pulque y demás caldos. Concluye” en Boletín del Archivo General de
la Nación, tomo XVIII, num. 3, julio-septiembre de 1947, p. 366.
37

expedía la bebida, cuyos nombres eran otorgados de acuerdo a las formas que
representaban. Entre las medidas más comunes en que se servía, se encontraban
los tornillos, cacarizas, catrinas, camiones o macetas y jícaras entre otras, cuyas
medidas variaban desde un litro, para el caso de las tres primeras, dos y medio las
macetas y las jícaras las había de diferente medida, desde un cuarto hasta un
litro.98 Cabe resaltar que todas eran fabricadas en vidrio verde, que en la ciudad
de México, se mandaban hacer en la calle de Carretones,99 a excepción de las
jícaras, que continuaban siendo de barro y que tales medidas siguieron vigentes
hasta mediados del siglo XX.
No obstante, para el caso de San Luis Potosí, en los documentos se ha
encontrado que el recipiente en que se expedía el pulque, llevaba el nombre de
apaste, que, al parecer también era de barro, salvo que éste portaba asas.
Asimismo, otro tipo de artefacto en que se bebía el pulque, también de barro, eran
los tecomates.
Por último, dos de las singularidades de las pulquerías que causaron
alguna clase de molestia a las autoridades, principalmente decimonónicas, fueron
los nombres y la colorida decoración de los establecimientos.
En cuanto a los nombres de las pulquerías, que desde 1724 fue obligatorio
que todas contaran con uno, que sería colocado en una tarjeta en la fachada
principal,100 me limitaré a señalar algunos correspondientes a las de la ciudad de
San Luis Potosí, ya que para el caso de la ciudad de México han sido muchos los
autores que los han citado y huelga decir que eran por demás llamativos. Entre los
más destacables que se han hallado por la creatividad que tuvieron sus
propietarios al ponérselos estaban: “La Barca”, “El Bacín”, “La Rinconada”, “El
Arco Colorado”, “El Silencio”, “Los Perros Prietos”, “El Pedo”, “La Reina Xóchitl” o
su contraparte, “La Competidora de Xóchitl”; “Antiguo Aren”, “La Cuna”, “Mielero”,

98
Para una idea más completa de dichas medidas, además de mostrarse ilustradas, véase
Jiménez, Armando, Lugares de gozo, retozo, ahogo y desahogo en la ciudad de México, 1ª
reimpresión, México, Editorial Océano, 2000, p. 61.
99
Ibid., p. 60.
100
Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., p. 171.
38

“El Teposán”,101 una de las que contó con mayor clientela debido a su céntrica
ubicación; “El Arco Azul”, “La Unión de los Artesanos”, “Las Mil Vagas”, se puede
inferir que los nombres de estas dos últimas respondieron al tipo de clientela que a
ellas acudía respectivamente; “La América en Triunfo”, “Los Enanos”, “La Fuente
Embriagadora”, “El Año Nuevo”, célebre por los múltiples conflictos que allí se
efectuaron; igualmente peligrosas o más, fueron “El Cazador” y “La Reforma”; “El
alicante” y “El Cariño”, cuyo nombre se originó a partir del apodo con el que su
primera dueña era conocida: La Cariñosa,102 por poseer ciertos atributos que le
llevaron a merecer dicho alias; o la de “El Peñasco” ubicada en la segunda calle
de la Aduana, en donde a todas horas del día se ejercía la prostitución.103
Respecto a la decoración de los establecimientos, Manuel Payno escribió
con aire de nostalgia que en el fondo de ellos, se encontraban las tinas o cubas
donde se depositaba el pulque para su venta, pintadas de diversos colores, “cada
una con un nombre a cual más alarmante: La vencedora, La Terrible, La
Matasiete, La Valiente, La Llorona, La Madrugadora, etcétera”,104 dependiendo del
grado de alcohol que contuviera el pulque depositado en ellas, el nivel de
fermentación o la semilla105 con que se haya fermentado.
Como parte de la decoración, la mayoría de las pulquerías contaban con
“pinturas alusivas”,106 con “colores chillones”107 en las que se representaban
imágenes idílicas de dichos establecimientos o de los magueyales, etc., hasta que
la Sociedad Mexicana de temperancia, considerando lo ofensivo e impúdico, tanto
de los nombres como de la decoración de las pulquerías, en 1905 solicitó “que

101
Esta pulquería se estableció en San Luis Potosí en 1868, pero hay evidencia de otra con el
mismo nombre en la ciudad de México durante el siglo XVIII, de la cual se conserva un dibujo de
su rudimentaria estructura, véase Vásquez Meléndez Miguel Ángel, Op. Cit., pp. 73 y 80;”Informe
sobre pulquerías y tabernas…”, Op. Cit., abril-junio de 1947, p. 205.
102
Montejano y Aguiñaga, Rafael, Calles y callejones del viejo San Luis. Tradiciones, leyendas y
sucedidos, 2ª edición aumentada, San Luis Potosí, UASLP, 1997, pp. 12-21.
103
“Malísimo” en El Estandarte, año X, no. 1146, 16 de mayo de 1894.
104
Payno, Manuel, Op. Cit., p. 135.
105
También pie o xinaxtli. Porción de aguamiel de la más alta calidad y pureza, que sirve para
iniciar el proceso de elaboración del pulque, Martínez Álvarez, José Antonio, Op. Cit., p. 516.
106
Soberón Mora, Arturo, Op. Cit., p. 39.
107
Piccato, Pablo, “‟No es posible cerrar los ojos‟. El discurso sobre la criminalidad y el alcoholismo
hacia el fin del porfiriato” en Ricardo Pérez Monfort (coord.), Hábitos, normas y escándalo. Prensa,
criminalidad y drogas durante el porfiriato tardío, México, CIESAS/Plaza y Valdés Editores, 1997, p.
93.
39

supriman los rótulos absurdos y los adornos, pinturas y títulos ridículos y vistosos
en las pulquerías ya existentes, y se les señale con número”.108 Baste el siguiente
ejemplo para entender cómo eran percibidas, por la gente en general y los
observadores de la época en lo particular, las pinturas que decoraban aquellos
establecimientos. En una nota periodística de 1896 se leía la queja de algunas
personas “acerca de un cuadro bastante realista, que hay pintado en la fachada de
una pulquería llamada „La Embriagadora‟, situada en la 4ª calle de Allende”, ante
lo que el responsable de la nota proponía que “al cuadro se le diera un color
menos subido, para que no llamara la atención de los transeúntes”.109
A pesar del ambiente festivo que, en Los bandidos de Río Frío, retrató
Payno, inspirado en una pulquería real: la de Los Pelos, para dar vida a un
capítulo de su célebre novela,110 en la realidad el discurso en torno a dichos
establecimientos, fue muy diferente, principalmente negativo.
Desde el virreinato, aunque la pulquería era considerada un lugar festivo o
conciliatorio, también tenía un lado sombrío ya que allí “el bebedor se abandona
en un proceso autodestructivo”.111 Continuando con un discurso dual, Sonia
Corcuera, explica que la pulquería representaba tanto gloria como infierno, por un
lado porque “era sitio de inmunidad y parranda”, pero por otro, “conducía al
borracho hacia su propia perdición”.112 Sin embargo, la misma autora revela un
rasgo bastante interesante del carácter fraternal de las pulquerías en una época y
en una sociedad en la que las barreras sociales estaban claramente delimitadas,
al afirmar que en esos establecimientos “la concurrencia se sentía segura y la
presencia de unos daba confianza a los otros”, 113 y aún más cuando señala que

108
Citado por Ibid., p. 94. Para una idea más amplia de las fachadas y decoración de algunas
pulquerías de la ciudad de México, en imágenes, hasta el siglo XX, véase Jiménez, Armando, Op.
Cit., pp. 16-73 y Korenbrot, Israel, El gran Tinacal. El maguey, el pulque y la pulquería, México,
CONACULTA/Dirección General de culturas Populares, 1991.
109
“Cuadro realista” en El Estandarte, año XII, no. 1821, septiembre 24 de 1896.
110
Payno, Manuel, Los bandidos de Río Frío, 25ª edición, México, Editorial Porrúa, 2006, pp. 116-
127; para alguna referencia de la pulquería de Los Pelos, véase Payno, Manuel, Memoria..., pp.
134 y 136.
111
Corcuera de Mancera, Sonia, Op. Cit., 1994p. 210.
112
Ibid., p. 211.
113
Ibid., p. 215.
40

“allí se juntan y conviven los indios con todos los miembros de la República, con
todas las razas y castas”.114
Sin embargo, para las autoridades, la convivencia entre tal variedad de
individuos, resultaba alarmante, pues durante el siglo XVIII, además de considerar
a los expendios de pulque como “permanentes centros de vicio, de desórdenes,
de crímenes y de pecados”, por la simple congregación de “grupos tan numerosos
de gente del pueblo, temían que en ellas pudiesen fraguarse acciones
subversivas”.115
Pero si hubo un observador durante el periodo virreinal tardío que arremetió
de manera virulenta contra las pulquerías, ese fue Hipólito de Villarroel, quien en
una descripción de la gente que acudía a ellas dijo que dichas tabernas:

[…] se ven pobladas a todas horas del día de infinito pueblo, siendo cada una de
ellas un asqueroso muladar de inmundicias y una zahúrda de puercos, todos
mezclados y confundidos, privados de razón y de juicio, con el aspecto más propio
de brutos que de racionales […]116

Siendo todavía más mordaz en sus impresiones sobre las pulquerías, el


mismo autor añadió:

Ellas son los teatros donde se transforman hombres y mujeres en las más
abominables furias infernales, saliendo de sus bocas las más refinadas
obscenidades, las más soeces palabras y las producciones más disolutas, torpes,
picantes y provocativas, que no era dable que profiriesen los hombres más
libertinos, si no estuviesen perturbados por los humos de tan fétida y asquerosa
bebida.117

Semejante discurso permaneció hasta mediados del siglo XIX, proyectando


a las pulquerías como espacios de desorden y amenaza social. Un factor
importante que reforzó dicha imagen negativa fue la prensa, al denunciar las
“escenas de vicio y desorden moral que irradiaban estos establecimientos”,118
como lo confirman diversos testimonios que, en las fuentes hemerográficas, ha

114
Ibid., p. 216.
115
Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., p. 172.
116
Villarroel, Hipólito, Op. Cit., p. 198.
117
Ibid., p. 199.
118
Teitelbaum, Vanesa, Op. Cit., p. 86.
41

rescatado el investigador Pablo Piccato para el periodo del porfiriato, sobre lo que
se ahondará en el tercer capítulo, no obstante, considero pertinente señalar ahora
algunos de esos testimonios.
Según el referido autor, “el repudio hacia el pulque se extendía hacia su
producción, transporte y consumo, y lo separaba de los espacios definidos como
decentes”,119 asimismo, una vez ya en la pulquería, “los bebedores de pulque
constituían la imagen más vergonzosa del vicio no sólo por su desprecio de lo
estético, sino porque despertaban el miedo de los grupos educados a la
decadencia nacional”.120 En la misma línea, me permitiré citar una referencia que
Piccato rescató de un periódico de 1906: “al abrir las pulquerías se siente una
peste atroz que despiden los asientos de este asqueroso licor, los orines y…otras
yerbas que se hallan en rededor, que producen náuseas que rasgan el
esternón”.121
Ese tipo de impresiones perduraron hasta después del estallido de la
Revolución, viendo la industria pulquera en el presidente Francisco I. Madero a
uno de sus principales enemigos, cuando el dos de enero de 1912 hizo abierta su
“declaración de guerra al pulque para lograr el mejoramiento general de nuestras
clases populares y acabar con uno de los más poderosos monopolios [y] aumentar
los impuestos con que está gravada esta bebida, en un treinta y tres y un tercio
por ciento”.122 Pues a pesar de que el mandatario estaba convencido de la
importancia económica que ese producto nacional dejaba, no reparó en afirmar
que “aunque la venta del pulque proporciona pingües ganancias a los que lo
producen, no por eso se debe considerar su producto como una riqueza nacional,
pues por el contrario, es una de las causas de nuestra decadencia”.123
Impresiones, posturas y discursos, aunque con cierto fundamento, muchas
veces fueron producto de la exageración y los intereses políticos y sociales, que

119
Piccato, Pablo, Op. Cit., p. 93.
120
Ibid., p. 94.
121
Citado por Ibid., p. 93.
122
Martínez Álvarez, José Antonio, Op. Cit., pp. 116-117.
123
Taracena, Alfonso, Francisco I. Madero. Biografía, 2ª edición, México, Porrúa, 1973, p. 69. Las
cursivas son mías.
42

prevalecieron aún ya encontrándose en completa decadencia la “cultura del


pulque” y las pulquerías.

1.3. La “Cultura pulquera” en San Luis Potosí


Antes de concluir con este capítulo, es necesario dejar claro que aunque hubo
muchas semejanzas en cuanto a las prácticas sociales y aspectos culturales que
se desarrollaron entre las pulquerías potosinas y las de la ciudad de México. Hay
que entender a la de San Luis Potosí como una “cultura pulquera” aparte, pues
diferentes aspectos determinaron esto. En primer lugar, el territorio. Tanto la
capital del estado como éste en general, como ya se mencionó desde el primer
apartado, no cuenta con las características de la principal zona de maguey
pulquero en el país. En cambio en San Luis Potosí—en la región árida—han
proliferado variedades de maguey principalmente mezcalero: Agave Esperrima
Jacobi, Amarilidáceas (maguey de cerro, bruto o cenizo); Agave Weberi Cela,
Amarilidáceas (maguey de mezcal) y Agave Salmiana Otto Ex Salm SSP
Crassispina (Trel) Gentry (maguey verde o mezcalero). De estos el que interesa
por ser “grande, bulbífero y liso (sin espinas laterales o dientes), pulquero e
ixtlero”124 es la variedad Weberi Cela, porque, por sus características, es del que
se extrae el pulque.
Continuando con el aspecto espacial de la “cultura pulquera” potosina, la
principal zona en la ciudad donde se desarrolló ésta es la correspondiente a los
barrios de Tlaxcala y de Santiago del Río, apenas divididos por un río125—que en
un principio se llamó “Río de San Luis y posteriormente cambió su nombre por el
de “Río Santiago, por el cual se le conoce hasta nuestros días—y al norte de los
cuales se encuentra el Saucito, hacia la salida a los actuales municipios de
Mexquitic de Carmona y Ahualulco. Es decir toda esa zona fue, y la
correspondiente a los dos municipios mencionados es todavía en la actualidad, la

124
Aguirre Rivera, Juan Rogelio, Hilario Charcas Salazar y José Luis Flores Flores, El maguey
mezcalero potosino, San Luis Potosí, COPOCYT/Gobierno del Estado de San Luis Potosí-Instituto
de Investigación de Zonas Desérticas/UASLP, 2001, p. 28. Las cursivas son mías.
125
Villaseñor y Sánchez, Joseph Antonio de, Theatro americano. Descripción general de los
Reynos y Provincias de la Nueva España y sus Jurisdicciones, prólogo de María del Carmen
Velázquez, México, Trillas, 1992, p. 324.
43

principal zona magueyera cercana a la ciudad, siendo incluso durante los primeros
años del poblamiento de la zona, conocidos de manera conjunta ambas
poblaciones de Tlaxcala y Santiago del Río como “Nuestra Señora de los
Remedios”.126
Una posible hipótesis sobre por qué se estableció allí el cultivo de
magueyes, además de las condiciones del terreno, es porque al ser fundado el
barrio de Tlaxcala como un pueblo de indios tlaxcaltecas una vez establecidos en
este territorio los primeros españoles, seguramente trajeron consigo las técnicas
de cultivo de la planta del maguey, la explotación de éste en sus diversas
modalidades entre las que se incluía, obviamente, la elaboración del pulque, como
se hacía en su lugar de origen, mismas que propagaron entre sus vecinos
guachichiles del barrio/pueblo de indios de Santiago.
Asimismo, el territorio pudo haber marcado las pautas respecto al consumo
de pulque en la zona referida, pues el hecho de hallarse los dos barrios divididos
por un río es un indicador de que había agua suficiente—aún cuando el río fuera
de temporal—para satisfacer las necesidades de los pobladores. Esto lo constata
el hecho de que allí se conformaran las poblaciones en cuestión. Así entonces, el
pulque no fue un sustituto del agua, sino un “producto profano” que en esta región
había perdido su carácter ritual y siendo su consumo indiscriminado, no propiciado
por los españoles como en el centro del virreinato sino por los propios grupos
marginados, es decir los indígenas, como lo refiere una descripción de finales del
siglo XVI señalando que la embriaguez era “cosa entre ellos ordinaria y usada”.127
Una vez establecido el cultivo del maguey entre los barrios de Tlaxcala y
Santiago del Río, los documentos arrojan evidencia de la manera en que la vida
cotidiana de sus habitantes giraba en torno a la explotación de la planta,
producción—aunque a pequeña escala—y consumo de pulque, pues muchas de
las pulquerías registradas se encontraban en ambos barrios, principalmente en el

126
Sego, Eugene B., Aliados y adversarios: Los colonos tlaxcaltecas en la frontera septentrional de
Nueva España, San Luis Potosí, El Colegio de San Luis/Gobierno del Estado de Tlaxcala, 1998, p.
161.
127
Velázquez, Primo Feliciano, Historia de San Luis Potosí, vol. I, 3ª edición, San Luis Potosí, El
Colegio de San Luis/UASLP, 2004, p. 501; Behar, Ruth, Las visiones de una bruja guachichil en
1599. Hacia una perspectiva indígena sobre la conquista de San Luis Potosí, 2ª edición, México, El
Colegio de San Luis, 1997, p. 32.
44

de Santiago o bien, varios de los dueños o dependientes de pulquerías en otros


barrios más al centro de la ciudad eran originarios de alguno de aquellos dos. Otro
elemento importante, fue el hecho de que en Santiago del Río existió una plazuela
llamada de “Los Aguamieleros”.128 Lo que indica que, como en el estado no hubo
haciendas pulqueras, la extracción de aguamiel era a una escala mucho más
pequeña si se le compara con la región pulquera del país, por lo tanto, el producto
obtenido de los magueyes era adquirido en esa plaza por los pulqueros, quienes,
una vez comprada la miel, producían ellos mismos el pulque en sus casas, que a
la vez contaban con un espacio acondicionado para el expendio de la bebida.
Las pulquerías potosinas también aparecen registradas en los documentos
como casas, así como en la ciudad de México de la misma manera eran
conocidas como casillas.129 Quizá el hecho de que los establecimientos dedicados
a la venta y consumo de pulque también hayan sido conocidos bajo el nombre de
casas, pudo obedecer a que la pulquería se encontraba en la misma casa del
dueño, la cual no era sólo el hogar de éste y su familia, sino que allí vivían también
los dependientes, quienes se dirigían, en el caso de las pulqueras, a ellas como
“amas”, con lo cual quedaba establecida la condición de estratos entre esos
individuos; también era una forma de dirigirse con deferencia y respeto hacia ellas,
por el hecho de proporcionarles empleo y un techo bajo el cual dormir. Para
demostrar igualmente su respeto, los demás habitantes del vecindario o del barrio
se referían hacia quien poseía una pulquería como “don” o “doña”; tal y como lo
hacían con los demás propietarios de cualquier otro establecimiento comercial,
pues el ser dueño de un giro mercantil o comercial era motivo suficiente para que
el resto de la comunidad mostrara respeto y de esta forma, pues, se marcaban las
jerarquías sociales.

128
Vela de la Rosa, Gerardo, “Pulquerías: espacios de subsistencia y violencia hacia finales del
siglo XIX en la ciudad de San Luis Potosí” en Flor de María Salazar Mendoza (coord.), 12 Ensayos
sobre política y sociedad potosina durante la Independencia y la Revolución, San Luis Potosí,
Congreso del Estado de San Luis Potosí/UASLP/Gobierno del Estado de San Luis Potosí, 2009, p.
87; Vela de la Rosa Gerardo, “Geografía de las pulquerías en la ciudad de San Luis Potosí, 1876-
1884”, en Felipe Macías Gloria y Patricia Campos Rodríguez (coordinadores), El sujeto cultural y
los estudios multidisciplinarios. Prácticas sociales y discursivas, Guanajuato, Universidad de
Guanajuato/Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2010, pp. 106-107.
129
Toxqui Garay, María Áurea, Op. Cit., p. 15.
45

Hubo pulquerías mejor establecidas en cuanto a su estructura física,


gracias a los ingresos que percibían, eran las que contaban con uno o más
dependientes. Asimismo, éstas también tenían sus propias magueyeras, de donde
extraían la miel con la que producían el pulque destinado a la venta, es decir, no
tenían que ir a la “Plazuela de los Aguamieleros” para abastecerse.
Muchas pulquerías estaban acondicionadas, además, con el despacho para
la bebida, un patio que era donde regularmente se concentraba la clientela y los
músicos contratados por el dueño, el tinacal, donde se almacenaba el pulque;
corralones, también conocidos como comunes, eran los baños, y las más grandes
ostentaban dos departamentos: uno para el expendio de pulque y otro para el de
vino, por lo regular conocido como vino chorrera, que era el nombre con que de
manera coloquial se le llamaba al mezcal en algunas zonas de San Luis Potosí y
Guanajuato,130 y al parecer era tan consumido entre las clases populares como el
pulque y se vendía principalmente en las tiendas de abarrotes.
Por lo general el patio contaba con un pozo para abastecerse de agua, a la
usanza de la época en la ciudad en casi todas las casas, lo cual implicaba serios
riesgos, como le sucedió a un individuo llamado Martín Cabriales, quien acudió
acompañado de su pequeño hijo a una pulquería situada en la décima calle de
Independencia, donde tras haber bebido varios vasos de pulque se dirigió al patio
de la misma donde se encontraba un pozo abierto al que, llevando al niño en
brazos, cayeron ambos, resultando Cabriales con algunas fracturas y heridas
mientras que a su hijo se le rompió el cráneo. La prensa pronosticó la muerte del
niño y la recuperación de su padre; sin embargo éste falleció la noche de aquél
mismo día.131
No obstante estas características, también hubo pulquerías que distaban de
ser como las que se acaban de mencionar, sino que simplemente eran puestos
ambulantes, desmontables, que se instalaban en las plazas públicas. Cuando se
situaban en dichos espacios eran mejor identificados como jueguitos, nombre con
que:

130
Rojas González, Francisco, Op. Cit., p. 120.
131
“Desgracia” en El Estandarte, año XI, no. 1473, julio 2 de 1895; “Infeliz” en El Estandarte, año
XI, no. 1474, julio 3 de 1895.
46

[…] se conocían no sólo las pulquerías, tabernas, expendios de fruta, etc., que
durante el año andaban de una a otra plazuela, con pretexto de las fiestas
religiosas, sino, principalmente, las loterías, ruletas y juegos de baraja, que
siempre acompañaban a los puestos.132

Otro elemento, quizá el más importante, que distinguió a las pulquerías


potosinas, fue la presencia femenina, ya fuera como dueñas o dependientes del
giro. Aunque en los registros documentales aparece una considerable cantidad de
varones al frente de las pulquerías, es más común encontrar mujeres dedicadas a
esa actividad; pero sobre este tema se profundizará detalladamente en el último
capítulo.
Finalmente, existe el testimonio de una carta redactada en 1892 por el
dueño de la pulquería “La Reforma”, localizada en la segunda calle de Guanajuato
del barrio de La Merced, que evidencia que, efectivamente, había ciertas
características que hacían diferentes a las pulquerías potosinas de las de la
ciudad de México, pues se refiere a su establecimiento como “nuevo, por cierto en
esta ciudad, al menos en la forma y tratamiento que he podido imprimirle por el
estilo de los de la ciudad de México”.133 Sin embargo, a pesar de que en la misma
carta, el señor Facundo Romero, dueño de la pulquería, mencionaba también que
su deber era “mantener la moralidad y el orden” en su taberna, pocos años más
tarde los vecinos de “La Reforma” se quejaban de que diariamente, a las diez de
la mañana, “cuando es mayor el tránsito por la referida calle”, sacan “las
substancias fecales de los borrachitos que concurren a ese establecimiento”,
siendo lo peor que semejantes deshechos eran sacados en barriles justo frente a
“las mismísimas narices del gendarme del punto”, lo cual es también un claro
ejemplo de los lazos de corrupción que pudieron unir a los pulqueros con la
autoridad.134

132
“Voto de censura” en El Estandarte, año I, no. 75, octubre 11 de 1885.
133
AHESLP, STJ (en adelante Supremo Tribunal de Justicia) (legajo sin clasificar), exp. sin
numerar, noviembre 16 de 1892, ff. 5 fte.-6 fte..
134
“A quien corresponda” en El Estandarte, año XI, no. 1399, marzo 26 de 1895; “Ya lo dijimos” en
El Estandarte, año XI, no. 1416, abril 19 de 1895; “Cero y van…” en El Estandarte, año XI, no.
1443, mayo 22 de 1895. En el capítulo Tres se profundizará sobre la red de corrupción en la que
estaba involucrado el dueño de la pulquería de La Reforma.
47

Como se ha mostrado, el pulque, más allá de ser un producto de consumo, fue un


elemento que se mantuvo presente en la vida cotidiana, en la cultura y en la
identidad de los habitantes del—actual—territorio nacional desde antes de la
llegada de los españoles hasta las primeras décadas del siglo XX, que fueron las
que presenciaron su decadencia.
El pulque fue un elemento importante dentro del ceremonial religioso de los
pobladores indígenas del Valle de México siglos antes del arribo de los españoles.
Fue una bebida que, precisamente por su carácter ritual, fue respetada por los
grupos indígenas que la consumían, sancionando severamente a quienes la
profanaban o ingerían en exceso en alguna fecha que no estuviera señalada como
especial o que simplemente no pertenecieran a la clase sacerdotal, que eran
quienes tenían permitido su consumo indiscriminado.
La restricción y la moderación en el consumo del pulque sufrieron cambios
drásticos tras la llegada de los españoles y la instauración del gobierno virreinal.
Los nuevos habitantes, procedentes del viejo continente, vieron en la bebida,
considerada como sagrada por los habitantes del “nuevo” territorio, un lucrativo
producto que durante los siglos posteriores sería una rica fuente de ingresos, de la
cual el tesoro real recibiría una de las principales contribuciones.
Lo que en un principio fue una bebida elaborada para el autoconsumo,
durante los primeros años del virreinato se transformó en una producción en
manos de los españoles, quienes con la incorporación de la hacienda como
elemento característico de su supremacía como grandes productores agrícolas,
crearon también las haciendas propiamente pulqueras, de las cuales saldría una
producción masiva destinada al consumo principalmente indígena y de las
castas—aunque en menor medida—, cuyos únicos beneficiarios serían los
españoles.
De esta manera y a partir de la necesidad de un espacio en el cual vender
el pulque al menudeo, se establecieron los primeros puestos conocidos como
pulquerías, que aunque en un principio fueron incipientes jacalones, la creciente
48

demanda de la bebida propició que éstos modificaran su estructura y aumentaran


la capacidad para albergar a la concurrencia.
Así pues, las pulquerías se fueron consolidando como parte de la identidad
y cotidianidad de las clases menos favorecidas, quienes encontraron en dichos
espacios un lugar al cual recurrir para encontrarse con los amigos, bailar, comer,
distraerse con los juegos de azar, los cuales, como ya se vio, representaron
también una fuente de ingresos para los jugadores; también fueron un lugar de
encuentro para personas de ambos sexos, que terminaron en amoríos, relaciones
ilícitas o riñas entre los hombres que se disputaban a una misma mujer.
Mientras dichas prácticas se convertían en distintivas de las pulquerías,
éstas iban adquiriendo características culturales propias, como los nombres con
que eran conocidas, las pinturas que las ornamentaban o los recipientes en que se
servía la bebida que allí se expendía.
En las postrimerías del siglo XIX, periodo en el que la industria pulquera
tuvo su mayor auge, paradójicamente vio también la decadencia de la misma,
debido a los elementos culturales que rodeaban a la bebida y a las pulquerías, ya
que estos chocaban con el “buen gusto” y afrancesamiento proliferante en las
clases dominantes y que estas, a su vez, pretendían imponer en el resto de los
habitantes. De tal suerte, el pulque fue sustituido por las bebidas importadas que
obtuvieron un considerable recibimiento, teniendo como principal rival a la
cerveza. Asimismo, las pulquerías se vieron reemplazadas por otros espacios
como las cantinas o bares en los que se vendían las bebidas importadas que poco
a poco adquirieron popularidad.
Finalmente, también quedó demostrado que, aunque las prácticas sociales
y culturales en las pulquerías potosinas fueron muy similares a las de la capital de
la República Mexicana, la “cultura pulquera” en San Luis Potosí contó, en general,
con características propias reflejadas tanto en el volumen de producción de la
bebida, las características físicas de las pulquerías, la forma en que se distribuía el
pulque en las tabernas y la constante presencia femenina como propietaria o
dependiente de esos establecimientos.
49

2. Reglamentación de pulquerías ¿Por el bienestar social o conveniencia


económica?
Este capítulo presenta un repaso de las distintas disposiciones impuestas para
establecer el control al interior de las pulquerías y del consumo del pulque desde
el periodo virreinal en la ciudad de México, así como para la ciudad de San Luis
Potosí desde finales del siglo XVIII hasta la última década decimonónica. De la
misma manera se expondrá de qué forma la producción y la venta de pulque
estuvieron bajo el poder de la autoridad virreinal con el fin de incrementar las
arcas reales, hasta centrarnos nuevamente en el San Luis porfirista y ver cómo las
arcas—esta vez—del ayuntamiento se beneficiaron con el cobro del impuesto al
derecho de patente. Es importante tomar en cuenta este tipo de disposiciones
tanto de control social como fiscal para poder entender el ambiente social del que
se hablará en los dos capítulos siguientes.
Como era de suponerse, al ser el pulque un producto de consumo tan
arraigado en la sociedad, principalmente entre las clases populares, desde el
periodo virreinal y al ser las pulquerías espacios de sociabilidad con un gran aforo
de consumidores pero, aun más, por ser consideradas por las autoridades como
centros de vicio, perdición, relajamiento de las costumbres, violencia y
peligrosidad, desde muy temprana época tanto la bebida como los propios
expendios estuvieron sujetos a un control tanto por parte de la autoridad virreinal
como de la eclesiástica, aunque ésta más bien previniendo a la población a través
de un discurso moralizador. Sin embargo, al observar el alto consumo de pulque y
las largas horas que los clientes pasaban en las pulquerías, a pesar de que esto
pudiese ocasionar lamentables incidentes, la misma corona promovió la
producción de la bebida pues previó que el consumo de ésta le redituaría elevados
ingresos al tesoro real. Tanto la promoción del orden en las pulquerías como la
recaudación de impuestos fueron una constante hasta las postrimerías del siglo
XIX, ya en el México independiente y bajo el gobierno liberal.
50

2.1. Previniendo el relajamiento de las costumbres en las pulquerías. Siglos


XVI al XVIII
Sonia Corcuera de Mancera ha señalado que durante buena parte del siglo XVI
los indígenas producían, compraban y vendían el pulque con plena libertad, sin
embargo, la misma autora manifiesta que desde fecha muy temprana se puede
encontrar la primera legislación sobre la bebida, en la que, en concordancia entre
la corona y la iglesia, no se pretendió perseguir el uso de la misma, sino el abuso.
Dicho reglamento data del 24 de agosto de 1529.135 Desde esa fecha la segunda
real cédula sobre el pulque corresponde al año de 1545 con fecha 24 de enero. En
ella se disponía que “ni los indios ni los españoles hagan ni vendan pública ni
secretamente vinos de la tierra [pulque] fortalecidos con raíces”, 136 pero en esta
cédula no sólo se hacía referencia a la fabricación del pulque, sino también a la
prohibición de la venta de vinos españoles a los indígenas,137 lo cual demuestra
una estrecha relación entre los indígenas y los españoles desde las primeras
décadas del dominio ibérico, así como una aculturación por parte de los primeros,
teniendo acceso a los “caldos de Castilla” para consumirlos. Pero lo más
interesante de la legislación en cuestión fue que entre sus disposiciones se
solicitaba que “las ordenanzas buenas y justas convenía se guardasen para la
granjería de la cerveza”,138 lo cual nos habla no sólo de la introducción de la
cerveza desde recién iniciado el periodo virreinal,139 sino—y más importante aún—
de lo ambiguos que podían resultar los intereses del gobierno español, pues por
una parte pretendía controlar la producción y venta del pulque y del vino de
España, pero por otra fomentaba el lucro de la cerveza, que finalmente era
también una bebida alcohólica, es decir, no había un decidido interés por prohibir
el consumo de bebidas alcohólicas ni de prevenir la embriaguez.

135
Corcuera de Mancera, Sonia, “Normas morales sobre la embriaguez” en Vida cotidiana y cultura
en el México Virreinal. Antología, México, INAH, 2000, p. 101.
136
Ibídem.
137
Vásquez Meléndez, Miguel Ángel y Arturo Soberón Mora, “El consumo de pulque en la ciudad
de México (1750-1800)”, tesis de licenciatura, México, D. F., UNAM/Facultad de Filosofía y Letras,
1992, p. 53.
138
Citado en Ibídem.
139
Según Solange Alberro, la cerveza se introdujo en Nueva España en 1530, Alberro, Solange,
“Bebidas alcohólicas y sociedad colonial en México: un intento de interpretación” en Revista
Mexicana de Sociología, vol. 51, no. 2, Visiones de México (abril-junio, 1989), p. 351.
51

Tuvo que transcurrir más de medio siglo hasta que el virrey Luis de Velasco
promulgó las primeras ordenanzas relativas a la producción y venta del pulque en
1608.140 En síntesis, lo más destacado de esas primeras ordenanzas fue que la
bebida se comercializaba libremente, sin que se cobrara ningún impuesto oficial y
que la venta era exclusivamente indígena,141 siendo lo más interesante que recaía
en manos de mujeres indígenas,142 pero este último punto se retomará y
profundizará en el cuarto capítulo.
Posterior a las de 1608 se emitieron otras ordenanzas en 1671 que
constaban de ocho capítulos, las cuales serían, según Juan Pedro Viqueira, las
que habrían de servir para todas las reglamentaciones subsecuentes durante el
virreinato, no obstante cabe añadir que el modelo continuaría aún en las
postrimerías del siglo XIX y, como se verá, operaron de igual manera en la capital
potosina. De acuerdo con el referido autor, las innovaciones, con respecto a las
disposiciones que anteriormente se habían formulado, comenzaban a partir del
cuarto capítulo, expresando lo siguiente:

Que los puestos de pulque estén apartados de las paredes y casas y no tengan
más que las cubiertas, y un lado resguardado del sol y aire competentes,
quedando todo lo demás descubierto, de modo que pueda verse y registrarse
desde fuera. [El quinto capítulo ordenaba que] no haya concurso de hombres y
mujeres juntos para beber en las puertas ni coman de asiento en ellos, ni se
congreguen muchos ni se detengan después de haber bebido, ni haya arpas,
guitarras, ni otros instrumentos, bailes ni músicos.
En el sexto capítulo se señalaba que las pulquerías debían cerrar a la puesta del
sol.
El séptimo prohibía la venta a crédito y el octavo especificaba los castigos que se
aplicarían a los que fueran hallados en estado de ebriedad por las calles.143

140
Corcuera de Mancera, Sonia, Op. Cit., 2000, p. 102; Viqueira Albán, Juan Pedro, ¿Relajados o
reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el siglo de las luces,
3ª reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, pp. 172-173 y 190; Hernández
Palomo, José Jesús, La renta del pulque en Nueva España 1663-1810, Sevilla, Escuela de
estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1979, p. 35; Sánchez Santiró, Ernest, “La fiscalidad del
pulque (1763-1835): cambios y continuidades” en Ernest Sánchez Santiró (coord.), Cruda realidad.
Producción, consumo y fiscalidad de las bebidas alcohólicas en México y América Latina, siglos
XVII-XX, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2007, p. 72.
141
Corcuera de Mancera, Sonia, Op. Cit., 2000, p. 102.
142
Hernández Palomo, José Jesús, Op. Cit., 1979, p. 35; Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., p.
190.
143
Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., pp. 190-191.
52

Para los intereses de este estudio es importante tener presentes los


capítulos cinco, seis y siete de los que se acaban de citar, pues no es de extrañar
por qué se puso especial atención en esos aspectos, siendo evidente que
resultaron un problema constante; que el sobrepasar esos límites impuestos trajo
consigo sangrientas consecuencias, aunque hay que matizar, como se verá más
adelante en los ejemplos, que no fueron la principal causa de riñas o incluso
homicidios, pero que sí permanecieron presentes con el transcurrir de los años, tal
y como señaló Ricardo Rendón Garcini, que “la mayoría de las leyes y decretos
sobre el pulque promulgados durante la época virreinal continuaron vigentes hasta
gran parte del siglo XIX”.144
Tales disposiciones no previeron y—al parecer—tampoco se tomaron en
cuenta, un par de siglos más tarde, las consecuencias que consigo conllevaron: la
prohibición de que las pulquerías fueran locales cerrados, distracciones como la
música y el baile, la presencia en sus cercanías de puestos de comida; que los
clientes permanecieran bebiendo o que no hubiera asientos y tuvieran que ingerir
la bebida de pie, desembocaron en un consumo acelerado de pulque, lo que
significó un nivel de embriaguez más rápido y elevado.145
Finalmente, la última legislación importante emitida durante el periodo
virreinal fue la que se observa en el Informe sobre pulquerías y tabernas del año
1784. Al decir que es una legislación importante es porque se trata de un extenso
documento que ofrece información detallada sobre el ambiente en las pulquerías
de finales del siglo XVIII y de la gente que las frecuentaba, así como del entorno
social que rodeaba dichos espacios. Además de ser los lineamientos allí emitidos
los que perdurarían en las legislaciones posteriores, es un documento que ha
servido como base para muchos de los estudiosos del tema desde las distintas
perspectivas en que se ha abordado, principalmente para aquellos que han
basado sus investigaciones en la ciudad de México.
Aunque el Informe se concentra en las pulquerías de la ciudad de México,
es necesario tomarlo en cuenta para entender que muy probablemente sirvió de

144
Rendón Garcini, Ricardo, Dos haciendas pulqueras en Tlaxcala, 1857-1884, México, Gobierno
del Estado de Tlaxcala/Universidad Iberoamericana, 1990, p. 128.
145
Ibid., p. 210.
53

modelo para los reglamentos potosinos decimonónicos a partir de las primeras


ordenanzas emitidas para esta ciudad al finalizar el siglo XVIII. Con respecto a las
reglamentaciones anteriores, aquel Informe hacía énfasis en seis puntos
específicos a los cuales se consideraba como “sustancialmente nuevos”. De estos,
los relevantes para los intereses del presente estudio son los puntos Segundo,
Tercero, Cuarto y Sexto, que seguramente pudieron operar en San Luis Potosí,
pues los otros tienen que ver con las características de la traza urbana de la
ciudad de México, por tal razón han sido omitidos aquí.
Ahora bien, en el Segundo punto se especificaba que cada pulquería debía
ser reducida a una sola pieza de catorce varas de largo y nueve de ancho como
máximo; el Tercero demandaba que no debía quedar ningún pulque
“trasnochado”, es decir que no se vendiera del sobrante del día anterior,
principalmente porque el hecho de venderlo agrio o de varios días atrás implicaba
mezclarlo o “confeccionarlo” con “ingredientes nocivos” para garantizar su venta y
no se le quedara al pulquero, sin importarle a éste que repercutiera en la salud de
los consumidores. Los puntos Cuarto y Sexto hablaban respectivamente de que se
vendiera a partir de las ocho de la mañana y los días obligatorios de misa hasta la
una de la tarde, pues con estos horarios se impedía que faltaran a sus labores las
cuales comenzaban a las seis de la mañana o, los domingos, a la iglesia, siendo la
una de la tarde cuando finalizaba la misa y finalmente, el último punto disponía
que se sirviera en chacuales de guaje, los cuales eran de “una materia tan suave y
duradera que parecen de cuero muy sutil, no causando daño alguno vacíos,
llenos, ni hechos pedazos, y de todos tres modos se causan con los cajetes de
barro” que eran empleados como armas en las riñas provocándose graves
lesiones o incluso la muerte entre los concurrentes. Una razón más por la que se
decía era conveniente para los pulqueros suministrar la bebida en dichos
chacuales era porque con esa disposición se ahorrarían dos o tres pesos diarios
que regularmente costaban los cajetes de barro rotos en cada pulquería. 146

146
“Informe sobre pulquerías y tabernas el año 1784. En el que explica que de ejecutarse los
medios propuestos en dicho informe, no resultará daño alguno a la Real Hacienda, cocheros,
tratantes ni consumidores de pulque y demás caldos. Concluye”, en Boletín del Archivo General de
la Nación, tomo XVIII, no. 3, 1947, pp. 363-366.
54

Otro aspecto a considerar a parte de los ya mencionados es en el que se


habla acerca del pulque fiado o de aquél que se adquiría a través del empeño de
alguna prenda. Respecto a esto, los redactores del Informe exponían que la
bebida se expendía fiada por medio de las cuberas, las cuales permitían subsistir
a los bebedores proporcionándoles todo el pulque que les solicitaran a pesar de
verlos ya ebrios y “pervertido el uso de la razón”, además de consentir y patrocinar
los mayores escándalos y torpezas en la vía pública, recibiendo a cambio de la
bebida prendas y alhajas que seguramente eran obtenidas de manera ilícita o
robadas.147 El hecho de proporcionar de manera fiada la bebida o aceptar alguna
prenda a cambio para que el bebedor satisficiera sus ganas de beber fue un
aspecto de la cotidianidad en las pulquerías que mantuvo muy al tanto a los
observadores todavía al finalizar el siglo XIX debido a que se trataba de una
práctica que obstaculizaba el combate a la embriaguez.

2.2. Manteniendo el orden en las pulquerías potosinas decimonónicas


La primera legislación correspondiente a la ciudad de San Luis Potosí sobre la
cual se rigieron el resto de los reglamentos sobre pulquerías se encuentra
comprendida en las primeras ordenanzas emitidas en el año 1796, cuya finalidad
era dividir la ciudad en cuarteles con el objeto asegurar mayor eficacia en el
resguardo del orden en la ciudad y en las que lo referente a la reglamentación de
pulquerías aparece en los artículos 16º y 31º, los cuales cito de manera íntegra a
continuación, pues son una clara muestra de cómo eran percibidas las clases
populares por la élite y la autoridad, su comportamiento y el medio en el que se
desenvolvían en la ciudad al finalizar el siglo XVIII:

Art. 16º. Como el delinqüente regularmente huye de la luz, es necesario que los
Alcaldes de Quartel menor no aflojen en el trabajo de rondas de noche en sus
respectivos Quarteles, y que los Jueces mayores vigilen con las suyas si cumplen
tan importante obligación, poniendo la mayor exactitud y teson, no solo en evitar
los delitos, sino lo que da motivo á ellos, como son las músicas en las calles, la
embriaguez y los juegos; á cuyo fin, si hallaren que en las Vinaterías, Pulquerías,
Mesones, Trucos, Fondas y otros lugares públicos, en el día, y especialmente en

147
Ibid., p. 369. Las cuberas eran mujeres indígenas que vendían pulque en las plazas públicas,
sobre quienes se hablará con mayor detenimiento en el cuarto capítulo.
55

las noches, hay desórdenes, o no se observan los Bandos promulgados por el


Superior Gobierno, Real Sala del Crimen y este Gobierno para extirpar los abusos,
y si se les denunciaren casas de bebidas prohibidas, ó de juegos de suerte y de
envite, procederán contra los transgresores y contra los que encontraren con
armas prohibidas, ó anduvieren en horas extraordinarias de la noche, si fueren
sospechosos de vagos y mal entretenidos, haciéndolos asegurar ínterin se
averigua su oficio, estado y costumbres.148

Como se observa, en el artículo citado lo que se pretendía era prevenir los


desórdenes que perturbaran el orden público, por lo que, entre otro tipo de
establecimientos, debía ponerse especial atención a las pulquerías, lugares en los
que se tocaba música y efectuaban juegos de suerte, lo que para las autoridades
era motivo de desórdenes y delitos de sangre. En el otro artículo que se
mencionan las pulquerías se lee lo siguiente:

Art. 31º. Notificarán á los hombres sanos que no tengan oficio ú ocupación, que
dentro de un breve término elijan alguna de las muchas que hay y no es necesario
aprenderlas, ó se acomoden á servir con Amo conocido; apercibiéndoles que, de
no hacerlo, se les tratará como á holgazanes, hombres perniciosos en la
República, y se remitirán á servir a S. M. en los Presidios: por cuyos medios y el
de perseguir con rigor la embriaguez y los juegos, exhortando con freqüencia á las
gentes de la ínfima plebe á que hagan buen uso de lo que ganan, se evitará la
desnudez vergonzosa y la de sus mugeres é hijos, y se quitará de la vista el
horroroso espectáculo de tantos hombres y mugeres cubiertos de inmundicia, y
convertidos por la bebida en vivientes troncos, especialmente en las
inmediaciones de las Pulquerías, Tabernas y Graseros, y en los días mas
solemnes, que deben santificarse.149

En este artículo, al igual que en el anterior, una de las preocupaciones


prevalecientes es el problema de la embriaguez y los daños morales que ésta
conlleva. El énfasis no está enfocado tanto en los espacios que la propician como
son las pulquerías por ejemplo, pero sí son éstas, en cambio, estrechamente
relacionadas con esa degradación moral de los individuos.
De esta manera, juntando lo expuesto en ambos artículos, puede percibirse
que, para las autoridades, las pulquerías obstaculizaban en cierta medida los
intentos por construir ciudadanos, lo cual se creía iba a lograrse a partir del
148
Ordenanza de la división de la muy noble ciudad de San Luis Potosí en Quarteles. Creación de
los alcaldes de ellos, y reglas de su gobierno. Dada y mandada observar por el exmo. Señor
Marqués de Branciforte, edición facsimilar, estudio introductorio de José Francisco Pedraza
Montes, San Luis Potosí, Honorable Ayuntamiento de San Luis Potosí, 2001, ff. 178 vta.-179 fte.
149
Ibid., ff. 181 vta.-182 fte.
56

fomento de la educación, el trabajo, la higiene y el ahorro entre otras prácticas,


que difícilmente podían considerarse como cualidades de quienes acudían a las
pulquerías. La misma intención de construir de homogeneizar a la sociedad desde
el concepto de ciudadanos, perduró desde el virreinato, como bien puede
observarse, hasta las postrimerías del siglo XIX.
Años más tarde, en reunión de cabildo con fecha 17 de agosto de 1821, se
acordó que el presidente del ayuntamiento publicara un bando en el que se
dispusiera, con el fin de prevenir los desórdenes en los arrabales de la ciudad, que
se cerraran a las diez de la noche tanto billares y vinaterías mayores y menores
como pulquerías y coloncherías,150 considerando que con tal prevención la zona
que se vería más beneficiada de la ciudad sería la que comprendían los
ayuntamientos de Tlaxcalilla, Santiago y La Trinidad:

[…] donde por las pulquerías que abundan se notan diariamente y á todas horas
reuniones de gentes ociosas, atraídas no solo por la bebida, sino por las músicas
que ahí se acostumbran, de lo cuál resultan muchos males á este vecindario, por
su inmediación para que se sirvan disponer se cele sobre estos escándalos,
haciendo se termine el expendio de bebidas á las oraciones de la noche, y se
eviten las músicas y bailes que hacen muy peligrosa la reunión; por lo que en
mucha parte se evitarán desordenes que por lo regular se encuentran en esta
ciudad, por cuya causa no parecerá á dichos Ayuntamientos extraordinaria esta
solicitud, pues para el caso se refuta para aquellos pueblos.151

Este fragmento del documento resulta de suma importancia por dos


razones: la primera porque se reitera el elemento de la música como un atractivo
festivo que hace “peligrosa la reunión” en las pulquerías. La segunda razón y de
mayor relevancia es que se hace mención de los ayuntamientos—posteriormente
barrios—de Santiago y Tlaxcala o Tlaxcalilla como lugares en los que abundan las
pulquerías, lo cual refuerza la idea expuesta en el capítulo anterior acerca de que
la zona donde se localizan dichos barrios podría considerarse como aquella en la
que se desarrolló la “cultura pulquera” en la ciudad.

150
Establecimientos dedicados a la venta del colonche, bebida alcohólica elaborada con el jugo
fermentado de la tuna cardona, muy popular en el altiplano potosino y en el norte de la ciudad de
San Luis Potosí. Seguramente esos expendios únicamente operaban durante la temporada de
cosecha de la tuna, es decir entre los meses de agosto y septiembre.
151
AHESLP, Ayto., Libro de Cabildo (sin clasificar), agosto 17 de 1821.
57

Finalmente, puede parecer contradictorio que en una misma


reglamentación se solicite que se cierren las pulquerías estableciéndose dos
horarios distintos: las diez de la noche y las “oraciones de la noche”.152 Sin
embargo, esto es porque el horario que se refiere a las diez de la noche como
hora límite para que permanezcan abiertos billares, vinaterías y pulquerías, se
emitió para los establecimientos que se hallaban en el centro de la ciudad, el
segundo horario estaba destinado a que lo obedecieran las pulquerías localizadas
a las afueras, como lo eran los barrios citados. No obstante, el documento no
especifica que se cierren a las “oraciones de la noche”, sino únicamente que “se
termine el expendio de bebidas” a esa hora.
El historiador potosino Manuel Muro proporciona otro dato interesante que
evidencia cierta preocupación en la ciudad por regular las pulquerías en aquel año
de transición entre el virreinato y el México independiente. Aunque no proporciona
una fecha específica, se puede inferir que se trata de una disposición oficial
efectuada entre el 2 de febrero de 1821 y el 24 de febrero de 1822 en la que se
solicitaba a los alcaldes que establecieran rondas que procuraran el orden y la
seguridad de los vecinos:

[…] llamándoles la atención sobre los escándalos y riñas que de día y de noche
había en las pulquerías situadas en los mismos barrios, y muy principalmente
durante la temporada en que en los mismos expendios de pulque se vendía licor
extraído de la tuna cardona llamado colonche. Les ordenó que vigilaran con
eficacia esos establecimientos, cuidando que no los frecuentaran hijos de familia,
jóvenes del sexo femenino de estado honesto, mujeres casadas á escondidas de
sus maridos, ni hombres trabajadores, casados y con hijos en los días de la
semana dedicados al trabajo. Les previno por último que en los días festivos y á la
hora en que las pulquerías estuvieran más concurridas, mandaran hacer un
registro de todos los individuos que allí hubiere recogiéndoles las armas que
portaran, las que al siguiente día se les devolverían siempre que esas armas
fueran los instrumentos de su trabajo.153

152
De acuerdo con Pilar Gonzalbo Aizpuru, el horario de la oración de la noche era entre las seis y
las ocho de la noche, Gonzalbo Aizpuru, Pilar, “La vida social urbana en el México colonial” en
González S. y Enriqueta Vila Vilar (comp.), Grafías del imaginario. Representaciones culturales en
España y América (siglos XVI-XVIII), México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 602.
153
Muro, Manuel, Historia de San Luis Potosí, edición facsimilar, tomo 1, San Luis Potosí,
Sociedad Potosina de Estudios Históricos, 1973, p. 319.
58

Tanto los datos proporcionados por Muro como los de la disposición citada
antes de dicho autor, revelan cierta movilización en un momento decisivo para la
naciente nación con la que se pretendía construir una sociedad cuya característica
fuera el orden y la moral social de la que, para sus legisladores, evidentemente
había adolecido la población en el antiguo sistema. Sin embargo, estos intentos se
llevaron a cabo adoptando como modelo las reglamentaciones de aquél periodo
que trataba de borrarse de la memoria.
Así, con el transcurrir del tiempo, los bandos se iban publicando, lo que
demuestra que el interés por normar las pulquerías continuaba latente, así como
también la inadvertencia por parte de vendedores como de consumidores de
pulque hacia lo dispuesto por la autoridad. No se innovaba en lo que se disponía
en dichos reglamentos, eran reiterativos, lo cual también habla de un profundo
arraigo de las costumbres consideradas como prohibidas al interior de las
pulquerías.
Así lo demuestra un bando con fecha cuatro de junio de 1828, en que
obedeciendo lo ordenado por el gobernador del estado, Ildefonso Díaz de León, el
prefecto del departamento de la capital mandó, en siete puntos, que en las
pulquerías debía haber un mostrador en la puerta y si esto no pudiera ser posible,
se sirvieran los dueños de los establecimientos de una tabla con objeto de
“estorvar que los que beban pulque entren á dentro [sic.]”; que los ayuntamientos
de las villas suburbias [Sic.] cuidarían, bajo su responsabilidad, de las reuniones
en pulquerías y que al igual que en las del interior de la ciudad no se tocara
ninguna clase de instrumento musical; que no se vendiera en las pulquerías vino
mezcal, aguardiente o cualquiera otra bebida fuerte; como se acercaba la
temporada del colonche, se prohibía que éste se fermentara con yerbas y su venta
estaría sujeta a los mismos deberes y prohibiciones que el pulque; todas esas
casas debían cerrar a las ocho de la noche y que, salvo licencia expresa de los
alcaldes, se permitirían bailes con motivo de bodas, “sacadas á misa ú otras de
estas funciones que acostumbran [sic.]”, asistiendo, por disposición del
ayuntamiento, un regidor que hiciera guardar el orden, señalando previamente
quienes concedían las licencias, las horas hasta que se podía extender la reunión
59

y que a quienes infringiesen todas o alguna de las prevenciones mencionadas se


les cerraría su establecimiento.154
En este bando continuaban presentes aspectos en que desde un par de
siglos atrás se habían centrado los emisores de las distintas legislaciones sobre el
pulque, como el hecho de prohibir las reuniones al interior de los establecimientos,
obstruyendo la entrada con un mostrador o al menos con una tabla, que no se
tocara música y el horario en que habrían de cerrar. Pero de la misma manera
seguía vigente un discurso ambivalente como la prohibición de la venta de otras
bebidas como el mezcal o el aguardiente y la autorización—regulada—para el
expendio del colonche y pulque.
Hasta cierto punto, esto puede resultar un razonamiento un tanto complejo
de analizar, porque si lo que se pretendía era “moralizar las costumbres” con la
prevención de la embriaguez y el control de escándalos y desórdenes provocados
por el consumo excesivo de alcohol ¿por qué únicamente regular y no prohibir por
completo el comercio de bebidas alcohólicas si se creía que éstas eran la causa
de los males sociales? Porque lo que interesaba no era que el pueblo dejara de
beber, sino la convivencia. Fue el hecho de que la gente de los barrios populares
se reuniera a convivir y esto, más que preocupar, atemorizaba a las clases
acomodadas, a donde finalmente pertenecían las autoridades. Temían que su
tranquilidad pudiera ser desestabilizada al desinhibirse el pueblo bajo los excesos
del alcohol y así amotinarse en contra de las élites en el poder, tal y como sucedió
muchos años antes en la ciudad de México durante el motín de 1692 por la
escasez del maíz.155 Ese temor se debía, como bien lo ha señalado Pilar
Gonzalbo, a que al congregarse individuos de la misma, calidad, oficio u origen,
fácilmente eludían las normas impuestas por los diversos reglamentos, en este

154
AHESLP, Secretaría General de Gobierno (en adelante SGG), 1828.32, junio 1º de 1828, 1 f.;
AHESLP, SGG, 1828.6, exp. 1, junio 4 de 1828, 1 f.
155
Sobre los acontecimientos del motín de1692, muy relacionados con el consumo de pulque en su
momento, pueden verse los trabajos ya citados de Sonia Corcuera, José Jesús Hernández Palomo
y Juan Pedro Viqueira, así como el de Feijoo, Rosa, “El tumulto de 1692” en Historia Mexicana, vol.
XIV, no. 4, abril-junio de 1965, pp. 656-679, todos ellos basados en la narración de Carlos de
Sigüenza y Góngora, testigo de los hechos. Sobre el relato de dicho autor véase el estudio literario
de Orizaga Doguim, Daniel, “Carlos de Sigüenza y Góngora: figuras del letrado en Alboroto y motín
de los indios de México”, tesis de maestría, EUA, The University of Texas at El Paso, 2009. En la
actualidad se han publicado estudios recientes sobre ese tema.
60

caso los de bebidas, lo que llevaba a que el hábito de la transgresión permitiera a


“jóvenes y adultos ocupar su tiempo libre en actividades permitidas o reprobadas,
y convertía las calles y los espacios públicos en escenario de peleas, cortejos y
desahogo de pasiones y rencores”.156
Por tanto, las autoridades optaron por permitir y regular el consumo de
bebidas con bajo contenido alcohólico, como el pulque o el colonche, sancionando
así a quienes comerciaran con bebidas de mayor contenido alcohólico. De
cualquier forma dichas bebidas, que por su costo más elevado eran menos
accesibles para la gente del pueblo, razón por la cual éste estaba conforme,
mientras no se sancionara el consumo de bebidas más arraigadas entre su gente
como el pulque.
Durante los gobiernos liberales, de acuerdo con Áurea Toxqui, entre 1856 y
1878 en la ciudad de México y en San Luis Potosí según lo demuestran las
fuentes, el tipo de obligaciones a que se tenían que atener los clientes en las
pulquerías no variaron mucho de lo que fueron durante el virreinato, las cuales
ordenaban que no permanecieran más tiempo del necesario para beber el pulque,
no emborracharse, no pelear o provocar disturbios, además de que el hecho de
reñir con armas sería castigado severamente; no comprar pulque antes de las seis
de la mañana o después de las seis de la tarde, no empeñar prendas, ni estar
detrás de la barra del establecimiento, así como tampoco bailar, apostar o
consumir alimentos ni sobornar a los agentes policiales.157
Al parecer tales disposiciones se reiteraban o volvían a hacerse presentes
para todas las pulquerías cuando en uno de esos establecimientos ocurría algún
acontecimiento sangriento grave o que eran constantes los disturbios o delitos de
sangre en un mismo establecimiento como se vio en un caso ocurrido en 1868 en
la pulquería de “El Cariño”, la cual fue clausurada porque, en sus inmediaciones,
el 17 de octubre del año anterior un individuo llamado Nicolás Vargas fue
asesinado por otro que respondía al nombre de Marcelino Villegas. El hecho de
que el homicidio haya ocurrido cerca de “El Cariño” y que por esa razón le hayan

156
Gonzalbo Aizpuru, Pilar, Op. Cit., p. 605.
157
Toxqui Garay, María Áurea, “„El Recreo de los Amigos.‟ Mexico City‟s Pulquerías During the
Liberal Republic”, tesis doctoral, EUA The University of Arizona, 2008, p. 150.
61

cerrado el establecimiento a su dueña, Josefa Estrada, le pareció una injusticia,


por tanto la señora se quejó ante el gobernador por la decisión tomada desde el
ayuntamiento de la villa de Tequisquiapam donde se localizaba su pulquería.
Hasta aquí, el conflicto no tenía la mayor trascendencia: una pulquería clausurada
por relacionársele con un homicidio cometido próximo al establecimiento, pero el
caso adquiere mayor interés cuando, por petición del gobernador, el presidente del
ayuntamiento, Apolinio López, le envió a aquél un informe en el que acusaba a la
señora Estrada de “persona nociva y desafecta al actual sistema de gobierno,
tanto, dice, que en su casa dio abrigo y ocultó a algunos de los llamados
imperialistas”.
Ante tal acusación, el gobernador hizo caso de lo informado por el
presidente y procedió a la clausura de la pulquería, pues como era de esperarse,
al tener nexos con gente del imperio francés, Josefa Estrada fue considerada
como traidora a la patria y eso pesaba más que el caso inicial por el que se
procedió al cierre del establecimiento. Sin embargo, para justificar la dueña de “El
Cariño” que lo dicho por el señor Aplonio López fueron infamias, se refirió a él
como “su enemigo personal” por tener con ella un pleito pendiente.
Evidentemente, lo que comenzó como un incidente más de tantos que
ocurrían en esos establecimientos, sacó a la luz aspectos más interesantes que
dan fe de lo complejo que es entender a la pulquería más allá de un simple
espacio de sociabilidad, sino también de poder, sobre lo que resultan las
preguntas ¿Por qué habría de tener enemistad o un pleito pendiente con una
pulquera la máxima autoridad de la villa donde se encontraba el establecimiento?
¿Cómo y por qué se involucra una mujer, aparentemente del común del pueblo,
con los invasores franceses y aun les proporciona refugio en su pulquería? Todo
esto evidencia que probablemente “El Cariño” no tuvo ninguna relación con la
muerte de Nicolás Vargas, pero que fue pretexto suficiente para que el presidente
de la villa de Tequisquiapam arreglara viejas rencillas que tenía con la señora
Estrada, demostrándose además durante el proceso el poder de convocar gente
de ambas partes, pues tanto Josefa Estrada como Apolonio López solicitaron
62

firmas de los vecinos para apoyar a cada uno de los implicados, resultando muy
cerrada la colecta de las signaturas.
Finalmente, tratándose de una nueva administración gubernamental cuando
se solicitó la reapertura de “El Cariño”, las autoridades fueron condescendientes
con la señora Estrada aceptando su solicitud, no sin antes advertirle tanto a ella
como a los dueños de las demás pulquerías de la ciudad lo siguiente:

1ª. Es libre la Sra. Josefa Estrada para que vuelva á abrir su establecimiento de
pulquería conocido por “El Cariño”.
2ª. Ordénese á la dicha Sra. y á los demás que tienen igual profesión usen
mostradores corridos que no permitan a los consumidores entrar al interior.
3ª. Prohíbanse los bailes y músicas en esta clase de establecimientos.
4ª. Exíjase la inmediata responsabilidad á los dueños de pulquerías, de las
desgracias que se sucedieren o se ocasionaren en sus establecimientos.158

Como se puede apreciar, las disposiciones reiterativas en cuanto a la


normatividad impuesta fueron la segunda y la tercera, resultando novedosa, pero
no por eso menos obvia, la cuarta, en la que se exigía a los pulqueros avisar
cualquier incidente que ocurriese en sus establecimientos.
Al volverse cada vez más comunes los delitos ocurridos en las pulquerías,
en 1872 Prisciliano Castro en representación del Supremo Tribunal de Justicia
envió un comunicado dirigido tanto al gobernador del estado como al jefe político
de la capital, exponiéndoles que al revisar los procesos remitidos por los jueces
inferiores “ha notado que los delitos de heridas y homicidio que se cometen casi
diariamente en esta Capital, son ocasionados en su mayor parte por las reuniones
y juegos que se permiten en el interior de las pulquerías, con notable infracción de
los bandos de policía”, recordándole a dichas autoridades que su deber no sólo se
limitaba a castigar los delitos cometidos, sino que además se extendía a
prevenirlos, por lo que solicitaba que el gobernador “se sirva dictar las
providencias que estime convenientes, a fin de que se eviten en lo posible los

158
AHESLP, Ayto. 1868.8, exp. 50, junio 4 de 1868. Las cursivas son mías. Manuel Muro describe
un fragmento del episodio concerniente a la relación del ejército francés y “El Cariño”, Muro,
Manuel, Op. Cit., tomo III, p. 431.
63

males de que se trata”.159 Ambas autoridades dieron respuesta de haber recibido


el comunicado y anunciaron que harían todo lo necesario por que se cumplieran
las disposiciones para prevenir los desórdenes en las pulquerías.
Un par de años más tarde, el munícipe Manuel Madaber propuso que se
pusiera “remedio en lo posible de los escándalos y abusos que se cometen en las
pulquerías”, exponiendo en su propuesta lo siguiente:

Nombre una comisión compuesta de tres regidores para que a la mayor posible
brevedad acerque al Jefe Político de la Capital con el fin de excitarlo para que en
objeción de la moralidad y buena policía de la Ciudad, dicte con oportunidad
medidas eficaces que corten de raíz los abusos que diariamente se cometen en
las pulquerías.160

Nuevamente, el problema que preocupaba a los encargados de preservar el


orden era velar precisamente porque éste se mantuviera; las legislaciones, como
se ha visto, no combatían el consumo y venta de bebidas alcohólicas, las
permitían siendo su principal interés preservar la moral que se veía afectada en
espacios como las pulquerías.
Sin embargo, en San Luis Potosí, una práctica que estuvo latente en la mira
de la prensa durante la época porfiriana fue la relación entre el juego y la
embriaguez. Como se ha mostrado hasta aquí, los juegos de azar 161 al interior de
las pulquerías fueron una constante preocupación para las autoridades desde el
periodo virreinal y como ha constado fue una actividad que resultó inevitable aun
al finalizar el siglo XIX debido a que estaba íntimamente arraigada a la convivencia
en las pulquerías, representado incluso una forma de vida y un medio de
subsistencia para los clientes de los expendios.
El ataque contra el juego era emitido desde el periódico conservador y de
oposición al régimen del gobernador del estado Carlos Díez Gutiérrez, El

159
AHESLP, SGG, 1872.2, exp. sin clasificar, Expediente del Tribunal de Justicia para que se
vigilen las pulquerías de la capital en donde se cometen diariamente delitos de heridas y
homicidios, noviembre 15 de 1872, f. 2 fte. y vta.
160
AHESLP, Ayto., 1874.11, exp. 17, Pulquerías. Sobre que se corrijan los abusos que en ellas se
cometen, marzo 3 de 1874, f. 1 fte.
161
Para profundizar sobre los juegos de azar durante el virreinato, véase Lozano Armendares,
Teresa, “Los juegos de azar. ¿una pasión novohispana? Legislación sobre juegos prohibidos en
Nueva España siglos XVIII” en Estudios de historia novohispana, no. 11, 1991, p. 155-181.
64

Estandarte, cuyo responsable era el licenciado Primo Feliciano Velázquez. El


discurso por parte del medio informativo en contra del juego iba desde proponer la
“persecución y castigo de los jugadores de suerte o de azar”, hasta quejarse
amargamente de la “inmoralidad del juego y de la trascendencia de sus fatales
consecuencias”, aceptando incluso que “no hay grandes esperanzas de que sea
perseguido el juego durante la administración actual”; firmes en su postura, los
redactores del periódico fueron tajantes al afirmar: “Erróneas nos parecen las
acepciones con que muchas veces se defiende lo más inmundo que puede existir,
como son los vicios”, y sin perder la esperanza recordaron que “el deber del
gobierno está en combatir el desarrollo de la maldad”.162
Pero dentro de toda esa campaña en contra el juego, los vicios y la
inmoralidad por parte de El Estandarte hubo una nota bastante reveladora en la
que en un tono sarcástico sugerían que un medio de salvar la “terrible crisis por
que atraviesa el Ayuntamiento” era una caja de fierro que había en la jefatura
política a la que entraban “muchos centenares de pesos que podríamos llamar el
producto del crimen o del vicio”. Sostenían que en esa caja entraba el producto del
disimulo, que era el término empleado para referirse al soborno, el equivalente el
día de hoy a la mordida, o lo que era lo mismo: la tolerancia al juego; entrando
además en dicha caja las multas impuestas a los ebrios consuetudinarios u
ocasionales, así como también las “pensiones impuestas a las prostitutas” y
finalizaban afirmando con aire de profetas que “si se decretara que todos los
fondos dichos deben ingresar a las arcas municipales, sería una ayuda de
muchísima consideración para el R. Cuerpo”.163
Entre otros motivos, el fin de combatir el “vicio” del juego, era porque los
jugadores “se dedican también al repugnante vicio de la embriaguez”, y un
ejemplo de eso se podía encontrar en la 5ª calle de Pañúñuri, donde frente a una
tienda llamada “La Escondida” “a todas horas del día se verán grupos de
muchachos jugando a la pica”, siendo lo más alarmante que cerca de allí estaba la
pulquería de “El Pinacate” y “otra cuyo nombre no recordamos”, en las cuales,

162
“El juego” en El Estandarte, año I, no. 58, agosto 13 de 1885; “El juego” en El Estandarte, año I,
no. 60, agosto 20 de 1885.
163
“Otro Recurso” en El Estandarte, año II, no. 111, febrero 14 de 1886.
65

según decían, a dichos muchachos “de cuando en cuando se les verá apurar
sendos apastes de pulque” y finalizaban lamentando que “al fin lo que al principio
era un inocente juego, se convierte en medio a propósito para favorecer el vicio de
la embriaguez”.164
Esa sucesión de vicios, conduciendo uno a otro cada vez más nocivo, bien
la ejemplificaron Joaquín Miranda y Juan Cortés, quienes en lugar de trabajar
solían pasar su tiempo embriagándose con pulque y jugando a la rayuela, hasta
que en una ocasión “en una tirada hizo Cortés un cuatro que no le pareció perfecto
a Miranda y por esa sencilla razón brillaron los puñales hasta que cayó en tierra el
autor del malhablado cuatro”.165 Este caso tan sólo es una pequeña muestra de
los muchos en los que una simple partida de juego bajo los efectos del pulque fue
motivo suficiente para que los contrincantes se hicieran de palabras antes de
pasar a los golpes y culminando muchas veces su riña con la muerte de uno de
los implicados, pero sobre esto se profundizará en el siguiente capítulo.
Hacia 1890, las disposiciones emitidas casi veinte años atrás, al parecer,
habían sido olvidadas o seguramente ignoradas tanto por los clientes como por los
propietarios de las pulquerías, pues en una nota con fecha de cuatro de octubre
de ese mismo año, el periódico El Estandarte se quejaba de que “en varios puntos
de la ciudad se encuentran las pulquerías, y en ellas se pasan el día y aun la
semana los obreros juntamente con los vagos”, no solamente bebiendo sino
también jugando a “la rayuela, la pítima y a los naipes” y se hacía las siguientes
preguntas: “¿Por qué la Jefatura no prohíbe la permanencia de los concurrentes?
¿Por qué no ordena que se expenda el pulque sin permitir la entrada al interior del
despacho como hoy se hace?”, es decir, cuestionaba a la autoridad por la falta de
las mismas normas que se estuvieron repitiendo desde el virreinato, lo que
reafirma que los considerados “malos hábitos” estaban irremediablemente
arraigados en las pulquerías y no había bando que pudiera ya erradicarlos, ni
siquiera evitarlos. El periódico concluía agregando que “tales disposiciones no

164
“El juego” en El Estandarte, año VIII, no. 752, diciembre 4 de 1892. Las cursivas son del
original.
165
“Riña y heridas” en El Estandarte, año V, no. 482, octubre 10 de 1889. Las cursivas son del
original
66

implicarán un abuso, porque bien pueden tener el mostrador junto a las puertas,
para que no haya espacio en que estén los adictos a Baco” y consideraba
conveniente también “que la Jefatura prohíba las penas pecuniarias, dejando sólo
las corporales y aplicándolas progresivamente a los infractores”, es decir que en
lugar de cobrar multas se obligase a los infractores a trabajar en alguna de las
diversas obras que estaban bajo el cargo del gobierno, subrayando que “las penas
pecuniarias no dan resultado bueno para moralizar, porque sabiéndose que por
medio de una multa se salvan”.166
Atendiendo a las quejas por los desórdenes que se producían, en 1895 el
jefe político ordenó que las pulquerías de los barrios cerraran a las seis de la tarde
y las localizadas en el centro de la ciudad a las siete.167 Tal diferencia de horarios
se debía a que era más fácil mantener el control en los establecimientos más
céntricos, pues había mayor vigilancia por parte de los gendarmes en ese punto.
No obstante, aún durante los veintiún años que duró la administración del
gobernador Carlos Díez Gutiérrez, incluidos los cuatro años en que estuvo fuera
de tal cargo ocupándolo su hermano Pedro (1880-1884), los mismos problemas se
mantuvieron latentes en las pulquerías e incluso durante los primeros meses del
gobierno del señor Blas Escontría continuaban siendo una verdadera
preocupación para los observadores de la época, quienes le habían otorgado la
confianza de que corregiría los vicios impregnados en la clase menesterosa
potosina, pues inmediatamente iniciado su cargo suprimió los “bailes
escandalosos”, así como “los llamados puestecitos en las fiestas públicas
especiales para los obreros y demás gente de condición humilde”, representando
esto un “remedio a los males frecuentes que ocasionaban a ésta, bajo los
diferentes aspectos que ofrecía su inclinación a la vagancia y al vicio”; y finalmente
suprimió el juego. Entonces ¿por qué no confiar en que el nuevo gobernador
también erradicaría el vicio de la embriaguez propiciada en las pulquerías?

166
“Deberes de las autoridades.—Los jueguitos.—Sus concurrentes.—El actual jefe político.—El ex
jefe político Montero.—Los obreros.—Las tabernas.—La necesaria prohibición y el remedio” en El
Estandarte, año VI, no. 136, octubre 4 de 1890.
167
“Providencias de policía” en El Estandarte, año XI, no. 1582, noviembre 16 de 1895.
67

Precisamente por esa misma esperanza que se tenía en el señor Escontría, los
observadores no repararon en solicitar:

[…] lo necesario que fuera que cantinas y pulquerías quedaran sometidas a una
vigilancia estricta, a efecto de impedir la estancia permanente en ellas de no pocos
miembros de la clase obrera y a veces hasta de la mujer e hijos de éstos, que no
pueden menos de contagiarse, si es que no lo están lo que sería raro, con el
ejemplo que reciben.168
Sin embargo, pasarían varios años para que se tomaran al fin medidas
drásticas para combatir la embriaguez, atacando de raíz lo que suponían era el
origen de tan arraigada enfermedad social: las pulquerías. Entonces, no fue hasta
el 12 de febrero de 1907 cuando “se puso en ejecución la disposición de policía
que manda clausurar las cantinas y pulquerías de los barrios”,169 no obstante,
indagar sobre cómo y por cuánto tiempo operó tal disposición en la ciudad, rebasa
los límites temporales de este estudio, pero es muy probable que no haya operado
por mucho tiempo, pues existe evidencia hemerográfica y documental que
muestra la actividad de pulquerías en los años inmediatos.

2.3. El derecho de patente y el arte de la corrupción


Así como desde el virreinato preservar el orden al interior de las pulquerías
preocupó a las autoridades, también desde entonces cobró considerable interés la
cuestión fiscal en torno a aquellas tabernas. No transcurrió mucho tiempo para
que aparecieran las primeras legislaciones que asignarían impuestos a esos
establecimientos. Fue en la década de 1660 cuando el virrey duque de
Alburquerque dio al ayuntamiento de la ciudad de México la autorización para que
cobrara un impuesto por el pulque introducido en la ciudad y de esta manera en
1668 se creó el “estanco del pulque”.170 Según José Jesús Hernández Palomo,
tanto en la ciudad de México como en las demás ciudades donde se estableció la
renta del pulque, éste se estipuló en 12 reales la carga o un real por arroba.171

168
“La clase obrera y el pauperismo” en El Estandarte, año XIV, no. 2408, octubre 8 de 1898. Las
cursivas son del original.
169
“Clausura de cantinas” en El Estandarte, año XXIII, no. 4824, febrero 13 de 1907.
170
Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., p. 173; Sánchez Santiró, Ernest, Op. Cit., p. 72.
171
Hernández Palomo, José Jesús, Op. Cit., 1979, p. 62.
68

Desde esa época, la administración del asiento del pulque recayó en


particulares, pero la corona al ver la gran demanda que había de la bebida por
parte de los grupos indígenas y las castas, dicha administración volvió a depender
del gobierno español en 1763, lo cual también fue motivado por la aplicación de
las reformas borbónicas.172
Un cambio significativo respecto a la renta del pulque, se observa en el
decreto de cinco de octubre de 1821, en el que apareció reducida la tasa a la
mitad de lo que estaba estipulada, es decir, a medio real la arroba de pulque o
seis granos la carga. Esa decisión fue ratificada por el congreso en 1822. Sin
embargo, el 14 de agosto de ese mismo año, por acuerdo del Congreso
Constituyente, el pulque fino fue gravado con 9.3 granos la arroba y el de
segunda, también conocido como tlachique, con 5.3 granos la arroba.173
Así la situación, en materia de gravar la bebida, el panorama en San Luis
Potosí durante el siglo XIX fue muy similar y el 11 de noviembre de 1824—recién
instalada la primera Constitución Política Nacional—se expidió un decreto titulado
Sobre alcabala impuesta al pulque, en el que se leía que “tanto el pulque blanco
de maguey, como el colorado de tuna, se sujeten al pago de alcabala á razón de
un doce por ciento”. Dicho impuesto iba a ser cobrado por las respectivas aduanas
de cada pueblo o lugar.174 A los pocos años de haberse elaborado aquél decreto,
según el historiador potosino Sergio Alejandro Cañedo Gamboa, en 1827 “en el
presupuesto de la tesorería general del Estado, se consideraba un ingreso de 200
pesos por concepto de los “pulques blancos” [es decir los “puros” o “finos”] y 500
por las pulquerías”.175 Quizá esa movilización por el cobro de impuestos durante
los primeros años de vida independiente en México obedeció a la necesidad por
reorganizar y estabilizar el naciente país o para saldar los gastos que la guerra por

172
Rendón Garcini, Ricardo, Op. Cit., 1990, p. 128.
173
Sánchez Santiró, Ernest, Op. Cit., pp. 80 y 83.
174
AHESLP, Colección de Leyes y Decretos (en adelante CLD), Decreto no. 13, noviembre 11 de
1824. El mismo decreto se encuentra citado en Cañedo Gamboa, Sergio Alejandro, “El congreso
potosino y la ardua tarea de organizar un estado, 1824-1848” en Sergio Alejandro Cañedo Gamboa
Et. Al., Cien años de vida legislativa. El congreso del Estado de San Luis Potosí 1824-1924,
México, El Colegio de San Luis, A. C./H. Congreso del Estado, 2000, p. 58, aunque el autor señala
el decreto con el número 16.
175
Cañedo Gamboa, Sergio Alejandro, Ibídem.
69

la independencia había dejado a su paso y qué mejor que hacerlo gravando uno
de los productos de mayor consumo entre el pueblo.
Como en el citado decreto número 13 de 1824 no se especifica el aumento
del cobro del doce por ciento sobre qué tasa, se puede suponer que el impuesto
osciló alrededor de la cifra señalada en 1822. De esta manera, en 1848—a
escasos dos meses de firmarse los tratados de paz entre los gobiernos de México
y Estados Unidos, tras las pretensiones de invasión por parte del segundo país—
hubo un incremento en el valor del pulque introducido a las capitales de los
departamentos del estado, exigiéndose así 12 granos por arroba al fino y nueve
granos por arroba al gordo o tlachique. Además, en la misma disposición se
señalaba que “en los demás lugares se exigirá indistintamente, á toda clase de
vendedores un doce y medio por ciento sobre el valor del pulque fino, y un seis y
cuarto del ordinario”.176
Durante el imperio de Maximiliano de Habsburgo, en 1865, creyendo
preciso el emperador “aumentar algunos impuestos para cubrir los gastos del
tesoro real” y considerando que “el pulque, que antes pagaba hasta dos reales de
alcabala, solo adeuda hoy diez centavos donde más”, se decretó un aumento a
ese producto, no sin dejar de advertir que “no tendrá influencia sensible sobre el
precio pagado por el consumidor que no abuse de esta bebida” y por tanto, en
dicho decreto se exigía “por derecho de alcabala [el impuesto a los productos de la
tierra], en todas las poblaciones del imperio, á la introducción del pulque fino, diez
y seis centavos por arroba” y que “en los lugares en que no sea posible ejecutar el
cobro de la manera indicada, se hará por medio de igualas o relaciones juradas
sobre las ventas o consumo”.177 San Luis Potosí, al no ser un lugar en el que se
introdujeran grandes cantidades de pulque como en las poblaciones a donde se
transportaba desde las haciendas pulqueras, seguramente el cobro se tasó
conforme al producto vendido y consumido.

176
“Art. 41. Derecho sobre el pulque” en Periódico Oficial La Época, tomo III, no. 220, abril 15 de
1848; AHESLP, SGG (Impresos), 1844 (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, marzo 29 de 1844,
1 f.
177
“Derechos al pulque” en Periódico Oficial La Restauración, tomo 1, no. 18, abril 23 de 1865.
70

Para cumplir con lo dispuesto en el decreto anterior, la oficina encargada de


recaudar la alcabala impuesta se valió de dos comisionados para cobrar las
cuotas asignadas, también conocidos como “cobradores de pulquerías”. 178 Los
responsables de efectuar el cobro a los contribuyentes fueron Esteban Rivera y
José María González, quienes en el mes de junio del mismo año de 1865, apenas
a un par de meses de haberse creado el puesto del empleo que ostentaban, se
acercaron al administrador principal de rentas del departamento para informarle
que:

[…] los causantes del espresado [sic.] derecho residentes de las villas subirbias
[Sic.] de esta Capital resisten el pago manifestado; que los jueces de paz o
presidentes de los respectivos Ayuntamientos, les han dicho que la Aduana no
tiene que hacer el cobro mencionado impuesto y que ellos deben recoger los
pagos para enterarles después […179]

Bajo el argumento de que “la recaudación de estos productos no se


interrumpa por tan extraña intervención”, el mismo administrador de rentas
solicitaba al jefe político que ordenara a los funcionarios mencionados “no sólo
que se abstengan de oponerse al cobro de que se trata, sino que cuando sea
preciso concilien a los listados comisionados para que se practique en los
términos regulares”.180 Esta situación es un claro ejemplo de la falta de
comunicación y coordinación entre las autoridades de las diversas instancias. Es
un caso particular en el que es fácil apreciar cómo una disposición emitida por la
máxima autoridad, es decir, el emperador, era pasada por alto por los funcionarios
de menor rango: los jueces de paz y los presidentes de los ayuntamientos o
barrios.
A pesar de haberse creado el cargo del cobrador de pulquerías durante el
segundo imperio, los documentos muestran que tal puesto continuó vigente hasta

178
Finalmente el “cobrador de pulquerías” no era más que un cobrador de impuestos cobrando un
producto específico. Sobre el cobrador de impuestos en la historia de México, Luis Aboites Aguilar
y Luis Jáuregui, señalan que “en México se ha estudiado poco”, véase Aboites Aguilar, Luis y Luis
Jáuregui, “Introducción” en Aboites Aguilar, Luis y Luis Jáuregui (coords.), Penuria sin fin. Historia
de los impuestos en México siglos XVIII-XX, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María
Luis Mora, 2005, p. 11.
179
AHESLP, Ayto. 1865.10, exp. 34, junio 24 de 1865, 2 ff.
180
Ibídem.
71

1886 y, como se verá en el cuarto capítulo, dicho personaje no era muy apreciado
por las pulqueras, quienes en más de una ocasión se quejaron de la manera en
que desempeñaba su trabajo. El sueldo mensual de ese empleado del
ayuntamiento en 1879 era de doce pesos, es decir que en el presupuesto de
egresos de los meses de febrero a diciembre de ese año estaba contemplado
pagársele $ 132.00. En 1883 su sueldo ascendió a $ 240.00 anuales y así se
mantuvo hasta 1886. La categoría que ocupaba su puesto en la oficina de la
tesorería municipal era el doceavo de entre quince, ganando quien poseía el
puesto más alto, es decir el tesorero municipal, $ 1, 200.00 anuales y el mozo de
oficios, con el salario más bajo, $ 96.00 al año.181
Hasta aquí, todo lo expuesto sirve de antecedente para hablar a
continuación acerca de un proceder con ciertas irregularidades por parte del
ayuntamiento a lo largo de la década de 1880: el cobro al derecho de patente. Las
patentes eran un impuesto de tipo indirecto, es decir, éste correspondía al
gravamen a la propiedad y estaba destinado a las actividades profesionales, y
giros industriales y mercantiles, perteneciendo a los últimos las pulquerías.182
Según María José Rhi Sausi Garavito, las patentes nunca dejaron de cobrarse
durante el siglo XIX.
Respecto a las pulquerías, la afirmación anterior la confirma una solicitud
hecha el cuatro de enero de 1868 por la señora María Florencia López, quien
recientemente había abierto la pulquería “El Teposán” en la décima manzana del
antiguo cuartel 2º, en la plazuela de San Juan de Dios, y a cuyo establecimiento
se le había asignado la patente número 167, pero como no podía cubrir la cuota
impuesta pidió que “se me considere en el mínimo grado [de la asignación] por ser
mi único andamio con que cuento para atender y cubrir los gastos de una

181
AHESLP, Ayto. 1879.6, exp. 36, Presupuesto de egresos para los meses de febrero a diciembre
del corriente año, enero 29 de 1879; 1882.7, exp. sin numerar, Presupuesto de Egresos del
Municipio de la Capital para el año de 1883, diciembre 2 de 1882; 1885.6, exp. 37, Presupuesto de
ingresos y egresos del Ayuntamiento para 1886, diciembre 3 de 1885.
182
Rhi Sausi Garavito, María José, “„¿Cómo aventurarse a perder lo que existe?‟. Una reflexión
sobre el voluntarismo fiscal mexicano del siglo XIX” en Aboites Aguilar, Luis y Luis Jáuregui
(coords.), Op. Cit., p. 126.
72

numerosa familia a quien sostengo y mi anciana madre en su edad avanzada”. 183


Esta es la evidencia más antigua que tengo registrada del cobro de patente a una
pulquería.
Dentro del periodo que comprende este estudio, la patente a pagar por las
pulquerías estaba especificada en la Ley de Hacienda del Estado para 1878 en el
Capítulo Segundo, Artículo 11, incluidas dentro de los “almacenes, tiendas de
mayor y menor, expendios de bebidas embriagantes y demás giros y
establecimientos industriales de todas clases”, manifestando que “pagarán desde
el primero de marzo próximo una contribución mensual que les asignarán los
respectivos ayuntamientos, entre el máximun de veinte pesos y, mínimum de
veinticinco centavos”, añadiéndose en el Artículo 12 que todos los giros y
establecimientos de los que hablaba el artículo anterior, pagarían durante el primer
bimestre del año la misma cuota asignada el año anterior. Asimismo se
especificaba en dicha ley que “el presidente de cada municipalidad,
inmediatamente después de publicada esta ley, mandará levantar padrones de
todos los giros y establecimientos industriales de su respectiva comprensión”, una
vez hecho eso, cada presidente municipal estaría asociado de dos munícipes de la
misma corporación y asignarían las cuotas correspondientes; por último, el
ayuntamiento nombraría un jurado de vecinos, “que no baje de tres ni exceda de
siete, para que haga la revisión de aquellas cuotas con las cuales no se
conformen los contribuyentes á quienes se les concederá el término de cuatro días
para que reclamen, contados desde la fecha en que se publiquen las listas”. 184
En la misma ley de hacienda, pero correspondiente a 1878, la “cuotización”
[Sic.] aumentó al doble: de ser 25 centavos el mínimun a pagar el año anterior,
para 1878 aumentó a 50 centavos, dejando que los ayuntamientos juzgaran lo
conveniente para asignar el máximun.185 No obstante, en ese año aparece la
primera irregularidad concerniente a la asignación de impuestos, pues el 20 de
febrero del mismo, el gobernador Díez Gutiérrez firmó un Reglamento en el que se

183
AHESLP, Ayto. 1868.6, exp. 22, Florencia López manifiesta haber abierto establecimiento de
pulquería en el Cuartel 2º, Manzana 10ª, Plazuela San Juan de Dios y pide se le asigne en la
patente el mínimo de la cuota, enero 4 de 1868, 2 ff.
184
AHESLP, CLD, Ley de Hacienda del Estado para 1877, enero 14 de 1877.
185
AHESLP, CLD, Ley de Hacienda para 1878, enero 30 de 1878.
73

especificaba que, respecto al pago de la patente, “los giros y establecimientos no


deben reportar ya ese gravamen según la ley de ingresos del año actual” y en la
parte donde se señalaba cuáles eran los giros comerciales aparecían las
pulquerías,186 es decir, éstas no tenían que pagar la patente y sin embargo, en la
misma fecha y dentro de la misma ley se publicó un modelo de lista a la cual había
que apegarse para señalar la cuota que pagarían los giros mercantiles o los
establecimientos industriales, señalándose incluso lo siguiente:

A los contribuyentes que presentaron su manifestación en tiempo oportuno y no


estén conformes con la cuota que se les haya asignado según la presente lista, se
les advierte que tienen el plazo de cuatro días para ocurrir a reclamar ante el
Jurado revisor de la Cabecera.187

Para fortuna de esta investigación el tipo de establecimiento utilizado para


ejemplificar el modelo de la lista fue una pulquería. A continuación se reproduce el
modelo de la lista elaborado por el jurado calificador:

Cuadro 1. [Modelo de] Lista de las cuotizaciones hechas por el Jurado Calificador á los Giros
Mercantiles y Establecimientos Industriales de esta Municipalidad.
Cuota
Ubicación del Nombre del Giro asignada
Número de la Nombre del
Giro o o Clase por el Pesos Centavos
manifestación dueño
Establecimiento Establecimiento Jurado
Calificador
Calle de San Los Dioses se Miguel 188
17 Pulquería Ocho Pesos 8 0
Juan Van Serrano

Finalmente lo que confirma que el cobro se efectuó son los testimonios de


algunas propietarias de pulquerías que se quejaron de la patente con que fueron
asignados sus establecimientos, siendo en total siete,189 es decir cinco menos de
las quejas que el ayuntamiento recibió por el mismo concepto en 1877,190 sin

186
AHESLP, CLD, Ley de Hacienda, febrero 20 de 1878.
187
Ibídem.
188
Ibídem.
189
AHESLP, Ayto., 1878.3, exps. 14 y 25, marzo 5, 6, 7; abril 7; mayo 8 y 24 de 1878.
190
AHESLP, Ayto., 1877.5, marzo 27 y mayo 2 de 1877; 1877.10, exp. 19, abril 10, 11, 20; junio
26; julio 3; agosto 4; septiembre 4, 11 y octubre 2 de 1877.
74

embargo en ese año sí quedó clara la cuota que habrían de pagar. Sobre esas
solicitudes y las que a continuación se enunciarán en este apartado, se
profundizará en el cuarto capítulo, pues son una fuente interesante no sólo para
entender la economía de las pulquerías, sino también parte de la cotidianidad de
sus dueñas, quienes protagonizan dicho capítulo.
Entre los años de 1879 y 1881, no hubo cambios en la cuota de patente
sobre pulquerías, sin embargo sí hubo quejas por parte de las pulqueras,
principalmente en 1881, recibiéndose únicamente tres solicitudes pidiendo la
rebaja de la asignación impuesta.191
Hasta aquí todo funcionaba con cierta normalidad, claro, dentro de lo
confuso y contradictorio que pudieran parecer las asignaciones, pero es a partir de
1882 cuando las irregularidades son más notorias e incluso éstas dejan entrever
que en los años sucesivos la corrupción o, utilizando el concepto de la época, el
disimulo fue una práctica constante.
En el artículo 193, fracción V, de la Ley de Hacienda para 1882 queda
señalado de manera clara que “no pagarán derecho de patente: las fábricas de
pulque y de cal, los lavaderos, lecherías y pulquerías” 192, y sin embargo, en ese
año el ayuntamiento recibió trece ocursos que pedían la rebaja de la cuota de
patente,193 mismos que confirman que las propias autoridades municipales
pasaron por alto las disposiciones del gobierno estatal y, además de cobrar la
patente de manera ilícita, la aumentaron, pues en los años en que hubo mayor
demanda para que se rebajara el monto de la asignación ésta había aumentado
considerablemente.
La misma disposición de no cobrar la patente a las pulquerías continuó
publicándose en la ley de hacienda respectiva hasta 1889 y a pesar de esto, existe
evidencia de que se estuvo cobrando, pues en ese lapso—1883-1889—hubo
varias personas que se quejaron de la cuota que se les asignó.194

191
AHESLP, Ayto., 1881.5, marzo 26, junio 28 y agosto 5 de 1881.
192
AHESLP, CLD, Ley de Hacienda para 1882, noviembre 19 de 1881.
193
AHESLP, Ayto., 1882.7, febrero 8; marzo 1º, 2, 3, 4, 6, 20 y 28 de 1882.
194
AHESLP, Ayto., 1884.6, febrero 12 de 1884; 1886.8, junio 22 de 1885; 1886.8, julio 7 de 1886;
1887.6, enero 10 de 1887; 1888.5, agosto 30 de 1888; 1889.2, enero 14 de 1889 y SGG, 1889.2,
enero 25 de 1889.
75

Como era de esperarse, quienes se encargaron de abrir la polémica en


torno a tan irregular forma de proceder fueron los redactores de El Estandarte. En
1888 se publicó en dicho periódico un extenso artículo titulado “El derecho de
patente”, en el que se trataba el tema de la patente de manera general, pero en lo
concerniente a las pulquerías se quejaban de que la ley de Hacienda del estado

[…] declara exceptuadas de tal impuesto a las fábricas de pulque y a las


pulquerías, cuando es notorio que fábricas hay que tienen repartidas por la ciudad
tres, seis y hasta más expendios; y abundan en nuestro mercado y por los barrios
pulquerías que son foco de inmoralidad y destrucción; como si la ley hubiera
querido poner el vicio de la embriaguez hasta el alcance de los más infelices, y
fomentar la mala inclinación de nuestro pueblo a las bebidas alcohólicas.195

Este fragmento de la nota es un indicador de que los críticos del gobierno, a


pesar de estar aparentemente al tanto de las acciones de las instituciones, nunca
se enteraron de que la oficina recaudadora de impuestos estuvo cobrando la
patente a las pulquerías aún cuando oficialmente ese cobro era improcedente. Los
redactores del periódico, si hubieran sabido que dicho cobro se estuvo efectuando
de una forma evidentemente corrupta, seguramente se habrían escandalizado y
publicado un artículo mucho más incisivo. De cualquier forma esto sirvió para que
dos años más tarde el gobierno reasignara—oficialmente—el cobro del derecho de
patente a las pulquerías y una vez restablecido éste, esas tabernas quedaron
asignadas como sigue: las de primera clase pagarían ocho pesos mensuales, las
de segunda, seis; las de tercera y cuarta, cuatro y dos pesos respectivamente; y
por último, las de quinta pagarían únicamente un peso al mes. 196 No considerando
suficiente esa disposición, en mayo de 1890, las autoridades también gravaron
con el mismo impuesto a los puestos ambulantes de pulque, justificándolo de la
siguiente manera:

Con motivo del impuesto de patente a las pulquerías, muchas se han cerrado, y en
cambio hay expendios ambulantes de este artículo, en tan grande cantidad, que
no es posible ni calcularlo; porque no hay calle, plaza ni paseo por donde no se

195
“El derecho de Patente” en El Estandarte, año IV, no. 335, mayo 6 de 1888.
196
AHESLP, CLD, Ley de ingresos y presupuesto de egresos para el año de 1890, San Luis
Potosí, Tipografía de la Escuela Industrial Militar, 1890, pp. 50-51, 54 y 66.
76

encuentre, ya en la puerta de una tienda, en un zaguán en la calle, en los paseos y


en todas partes.197

Añadiendo además que al estar operando sin ningún gravamen esos


puestos, y como resultado del cobro impuesto a los establecimientos fijos, muchos
se quitaron o simplemente no pagaron y por esto fueron clausurados.
Al recibir esa comunicación por parte de la Secretaría de Gobernación, la
Comisión de Plazas y Mercados del Ayuntamiento respondió que, efectivamente,
el Municipio estaba cobrando la cuota fijada a los puestos de pulque en las tarifas
aprobadas por el ejecutivo del estado, pero que sin embargo ese cobro no
remediaba “el abuso que los pulqueros cometen defraudando a la Hacienda
Pública” y por tanto solicitaban que se autorizara al ayuntamiento “para que grave
los puestos de pulque amovibles, con una cuota mayor”.198
No obstante, no fue sino hasta 1896 que se publicó una lista en la que
aparece la asignación respectiva hecha a cada dueño o dueña de las pulquerías
registradas en la ciudad, lamentablemente, como se verá a continuación, en la
lista únicamente aparece el nombre del dueño sin el de la pulquería a la que
representa, además, cabe aclarar que la cifra que aparece a un lado del nombre
del propietario es la cuota diaria—en centavos—a pagar:

197
AHESLP, Ayto., 1890.5, exp. 3, Derecho de patente: previene el Gobierno se haga efectivo este
cobro a los puestos ambulantes de pulque, mayo 18 de 1890, ff. 1 fte. y vta.
198
Ibid., f. 2 fte.
77

José María Romero $.75 Paula Blanco $.4


Facundo Romero $.60 Simona Zapata $.4
Tomás Ibarra $.40 Plácida Rodríguez $.4
Francisca de la Cruz $.35 Facunda Pastrano $.4
Antonio Escobedo $.25 Genoveva Jara $.4
Gabriel Basurto $.18 Cleta Sánchez $.4
Ana Rivera $.18 Magdalena Carrizales $.4
Manuela Monjarás $.12 Santos Hernández $.4
Facundo Romero $.12 Feliciana Pérez $.4
Marciala Montiel $.12 Reyes Blanco $.4
Anacleta Pardo $.12 Rita Niño $.4
Concepción Ramírez $.12 Luz Hernández $.4
Julián Rocha $.9 Patricia Oviedo $.4
Luisa Carrizales $.9 Rosalía Pardo $.3
Dominga Martínez $.8 Agustina Vásquez $.3
Mariana Rivera $.8 Jesús Muñiz $.3
Sostenes Niño $.6 Angela Carrizales $.3
Florencio Ibarra $.6 Anselma Aguilar $.3
Marciano Reyes $.6 Estéfana Rodríguez $.3
Ascensión de la Cruz $.6 Francisca Ramos $.3
Dionisia Rivera $.6 Felícitas Ramos $.3
Hilaria Salazar $.6 Máxima Gallardo $.3
Tomasa Rodríguez $.6 Paula Parra $.3
Filomena López $.6 Felícitas Tavera $.3
Macaria González $.6 Fernanda Morales $.3
Abundia Alva $.6 Gabina Macías $.3
Refugio Martínez $.6 Ricarda Carrizales $.3
Adelaida Ibrra $.6 Narcisa Escalante $.3
Rosa Contreras $.6 Feliciana Hernández $.3
Petra Alvarez $.6 Román Salas $.3
Marciala Rodríguez $.6 Cristina Ruiz $.3
Bonifacia Pardo $.6 Carmen Reyes $.3
Juliana Jara $.6 Agapita Candia $.3
Guadalupe Fernández $.6 Petra Piña $.3
Ursula Alvarez $.6 Reyes Esquivel $.3
Luisa Ibarra $.6 Gertrudis Sierra $.3199
Mucia Ojeda $.6
Concepción Aldana $.6
Dionisia Rutiaga $.6
Teodora Estrada $.5
Romualda Ruiz $.4
Marta Pérez $.4
Aurelio Mejía $.4
199
Angela Miranda $.4 “Administración principal de rentas” en El
Margarita Pérez $.4 Estandarte, año XII, no. 1685, marzo 27 de
1896. Cabe señalar que la lista está
Lorenzo Ibarra $.4 ordenada de mayor a menor asignación de
Manuela de la Cruz $.4 los establecimientos.
78

Como se puede observar, las cifras con que mayoritariamente fueron


gravadas las pulquerías oscilaron entre los tres y los seis centavos diarios, lo que
indica que la categoría predominante en los establecimientos existentes en ese
año estuvo alrededor de la última, pues las pulquerías que pagaban tres centavos
diarios, al mes eran cerca de 90 y las que pagaban seis, mensualmente la cuota
equivalía a un peso con 80 centavos, es decir estaban un poco más por debajo de
la última y la quinta categoría respectivamente.
Así, en diciembre de 1896 se publicó que para el siguiente año, la tarifa a
que tenían que apegarse los pulqueros sería de un peso la cuota máxima y tres
centavos la mínima a pagar diariamente.200 A continuación se reproduce otra lista,
similar a la antes mostrada, en la que, además de ser útil para ver de qué manera
se vieron afectados los establecimientos con la reforma al gravamen entre 1896 y
1897, se puede observar que se redujo—aunque no de manera sustantiva—el
número de tabernas, tal y como lo comunicó en 1890 la Secretaría de Gobierno.

200
“Ley de ingresos para el año de 1897” en El Estandarte, año XII, no. 1883, diciembre 16 de
1896.
79

Abundia Alba $0.05 Ramón Acosta $0.18


Adelaida Ibarra $0.06 Ramón Zambrano $0.10
Anastasia Domínguez $0.05 Rosalío Pardo $0.03
Ana Rivera $0.15 Serapio Beltrán $0.06
Anselma Aguilar $0.06 Sabina Ibarra $0.05
Anacleta Pardo $0.08 Sebastián Hernández $0.06
Angela Miranda $0.03 Simón Polo $0.35
Braulio Romero $0.50 Simona Zapata $0.06
Blasa Esparza $0.04 Teodora Estrada $0.05
Concepción Aldana $0.04 Tomasa Martínez $0.06
Cleta Sánchez $0.04 Trinidad Quiles $0.06
Carmen Rocha $0.05 Trinidad Rocha $0.08
Concepción Ramírez $0.08 Vicenta Rodríguez $0.08
Diega Jacoba $0.03 Vicenta Goicochea (vino) $0.12201
Dominga Martínez $0.03
Eulalio Salazar $0.06
Esequiel Chávez $0.08
Estéfana López $0.06
Facundo Romero (Reforma) $0.50
Facundo Romero (Guerra) $0.35
Felícitas Tavera $0.06
Facundo Romero (América) $0.60
Genoveva Jara $0.03
Gertrudis Sierra $0.03
Ireneo Muñoz $0.03
Isaac Badillo $0.04
Juan Alvarez $0.12
Julia Moreno $0.04
José Ma. Romero $0.75
Luisa Estrada $0.06
Leonarda Rivera $0.06
Luz Hernández $0.06
Leona Rivera $0.03
Manuela Monjarás $0.12
Mucia Ojeda $0.10
Mariana Rivera $0.08
Martiniana de León $0.03
Martina Pardo $0.03 201
Marta Pérez $0.04 “Administración principal de rentas” en El
Estandarte, año XII, no. 1901, enero 9 de
Merced Mendoza $0.18
1897. Como puede observarse, esta lista, a
Macaria González $0.08 diferencia de la anterior, sigue un orden
Marciala Montiel $0.08 alfabético, aunque no estricto, y aunque en
Marciala Montiel $0.12 ambas se repite el nombre de Facundo
Nicanora Rivera $0.05 Romero, en la presente sí se especifican
Narcisa Escalante $0.03 cada una de sus pulquerías, cosa que no
Petra Alvarez $0.07 pasa con las de Marciala Montiel, quizá
Patricia Oviedo $0.04 porque sus establecimientos no tenían
Plácida Rodríguez $0.05 nombre y eran conocidos por el de su dueña;
Pedro Puente $0.03 asimismo, en el último nombre de la lista
Petra Rodríguez $0.04 aparece entre paréntesis la palabra “vino”,
refiriéndose quizá a que allí además de
Plutarco Galindo $0.08 pulque, se vendía vino.
80

Al año siguiente, la tarifa fijada para 1897 se incrementó dos pesos más, es
decir, la cuota máxima fue de tres pesos, mientras que la mínima se mantuvo en
tres centavos,202 sin embargo es difícil observar si este gravamen afectó a algunos
pulqueros orillándolos a cerrar sus establecimientos por el alza en el impuesto,
pues en ese año ya no se publicó una lista como las anteriores.
Para cerrar con el tema referente a las patentes y tener una idea de las
inconsistencias—por demás dudosas, dicho sea de paso—a que estuvieron
sujetos los contribuyentes en general a la hora de efectuar su pago
correspondiente, cabe hacer mención que en 1897 el gobierno remató a favor de
un señor llamado Ladislao Ramírez por ochocientos pesos mensuales, los
productos de la patente impuesta a los giros y establecimientos que pagaban una
cuota diaria por derecho de patente. Hasta aquí no hay nada de extraño, pero lo
preocupante era que dicho personaje era empleado de la Aduana y miembro del
Jurado Calificador y lo que alarmaba a la prensa era que “cualquier
establecimiento nuevo que se abra en lo sucesivo, o antiguo que no esté conforme
con la cuota asignada ha de ser calificado por el mismo encargado de cobrarla,
interesado naturalmente en que se pague la mayor cantidad posible” y a dicho
sector le parecía “una inmoralidad por parte del gobierno esta clase de contratos
celebrados con los mismos empleados de rentas tratándose de productos de
impuestos, y más aún siendo el contratista el mismo que en su calidad de Jurado
fija el monto del impuesto que se ha de pagar”. 203 Al día siguiente de haberse
publicado esta observación por parte de la prensa, el propio señor Ladislao
Ramírez acudió a la redacción de El Estandarte a aclarar ciertos puntos. Entre
estos, destacaba que “por ese trabajo se le abona el 16 % de lo que recauda, a fin
de que de ahí pueda pagar a los agentes o cobradores secundarios”, quienes “por
la dificultad de cobrar pequeñas cantidades en lugares distantes y por el tiempo
que en ello emplean, sólo quedan medianamente remunerados”. 204 A pesar de
esta explicación, no dejaba de parecer extraño lo “redondo” de dicho cargo.

202
AHESLP, CLD, Ley de ingresos para el año de 1898, San Luis Potosí, Tip. de la Escuela I.
Militar dirigida por Aurelio B. Cortés, 1897, pp. 22 y 26.
203
“La patente diaria” en El Estandarte, año XIII, no. 1926, febrero 11 de 1897.
204
“La recaudación de patente” en El Estandarte, año XIII, no. 1927.
81

En este capítulo se mostró lo importante que fueron las pulquerías en la vida diaria
del pueblo mexicano y en concreto de los habitantes de la ciudad de San Luis
Potosí desde los inicios del virreinato hasta finalizar el siglo XIX. Esto lo constata
la preocupación latente que hubo durante esos siglos por preservar el orden en su
interior, sin que se recurriera a clausurarlas. Pudo responder a dos razones: la
primera, que la prohibición definitiva de las pulquerías provocara el descontento
del pueblo y esto repercutiera seriamente no sólo en el bienestar social, sino
también en la estabilidad política y económica; la segunda razón, y nada
desdeñable por cierto, fue la derrama económica que generaron esos
establecimientos, por lo cual no convenía a las autoridades, tanto virreinales como
las correspondientes al México independiente, clausurar dichos giros.
Con lo anterior queda aclarada la importancia económica que representaron
las pulquerías, aspecto al que se dedicó casi la mitad de este capítulo y en el que
se profundizó durante el periodo de estudio.
Finalmente, si se observa bien en las fechas en que se recurrió a la
reglamentación de pulquerías o, principalmente, a gravar la bebida y los expendios
de la misma durante el siglo XIX, se comprobará que esto ocurría en periodos de
inestabilidad política o económica, por no decir periodos de crisis para el país.
Esos periodos fueron la década de 1820, cuando el naciente país estaba
atravesando por, quizá, el cambio de régimen más importante por el que ha
pasado; 1848, después de que México perdió más de la mitad de su territorio y
firmó los tratados de paz con los Estados Unidos; mediados de la década de 1860,
en plena intervención francesa o periodo mejor conocido como segundo imperio;
finales de la década de 1870, que fue el inicio del régimen que tomaría el poder
durante los próximos 30 años y que se había propuesto establecer el orden y la
paz social de que había carecido el país durante todo ese siglo y así alcanzar el
progreso; y finalmente, la última década de esa centuria, cuando dicho régimen,
conocido como porfiriato y ya bien consolidado éste, comenzó a su vez su etapa
de autoritarismo y clientelismo que caracterizarían el resto del periodo, siendo
82

además para San Luis Potosí una década difícil en la que el desempleo y la
mortandad a causa del hambre y las epidemias fueron una constante.
83

3. Pulquerías, criminalidad y violencia en la ciudad de San Luis Potosí


Como se mostró en el capítulo anterior, las pulquerías fueron espacios de
sociabilidad frecuentados principalmente por la gente del pueblo, que estuvieron
sujetos a numerosas reglamentaciones, desde sus inicios en el siglo XVI, debido
al temor que infundía en los grupos de élite el hecho de que hubiera
congregaciones de gente perteneciente a las clases populares,205 pues se les
creía intelectual y moralmente inferiores, que actuaban obedeciendo a sus
pasiones y no a la razón, promiscuos y degenerados, así como proclives a la
embriaguez y por tanto con tendencias criminales.
Lo anterior no estuvo muy alejado de la realidad si se toma en cuenta que
la mayor parte de las veces los clientes de las pulquerías bebían hasta perder la
razón a consecuencia de los efectos de la bebida y por tal motivo actuaban
siguiendo sus impulsos, ya fuera para buscar con quien tener relaciones sexuales
o pelear por malos entendidos provocados por un gesto o una palabra, quizá no
mal intencionados, pero que provocaban la ira de quien se sentía aludido, máxime
si estaba alcoholizado.
Para poder entender esas acciones provocadas por la pasión más que por
la razón, en este capítulo se analizarán los actos de violencia también
considerados como delictivos al interior de las pulquerías. Más que tratar de
explorar dentro del aparato judicial o institucional que normaba la conducta de los
individuos, se estudiarán esos comportamientos desde una perspectiva social y
cultural, es decir, indagar dentro el contexto social de cada uno de los
“protagonistas” del capítulo y entender las prácticas culturales al interior de las
pulquerías para poder ofrecer una explicación sobre el motivo que provocaba—
más allá de la bebida—enfrentamientos que muchas veces cobraron la vida de
alguno de los implicados. Para esto, primero se hará una breve revisión de
algunos de los principales conceptos que contiene el capítulo y posteriormente se
abordará a los observadores de la época, quienes en su mayoría pertenecían a las
clases media y alta, congruentes con el discurso predominante en la época que
consideraban como seres inferiores a la gente del pueblo, y la opinión que
205
Di Tella, Torcuato S., “Las clases peligrosas a comienzos del siglo XIX en México” en Desarrollo
Económico, vol. 12, no. 48, enero-marzo, 1973, p. 781.
84

plasmaron sobre la violencia y la embriaguez no favoreció en mucho a aquellas


personas que frecuentaban las pulquerías, hasta llegar a los estudios de caso de
riñas que provocaron lesiones, heridas y la muerte de mucha gente en esos
lugares de convivencia durante los primeros 20 años del porfiriato.

3.1. Algunos conceptos en torno al alcoholismo y la criminalidad


Han sido muchos los autores que han trabajado el tema de la criminalidad
principalmente y en relación a éste, sus estudios los han llevado a indagar acerca
del alcoholismo, pues entre los siglos XVI y aún durante las primeras décadas del
XX ambos problemas estuvieron íntimamente vinculados, ya fuera por los
legisladores, médicos o, en épocas más recientes, los periodistas. Dicha relación
no ha sido exclusiva de México, como lo ha observado el historiador Michael C.
Scardaville para países europeos por ejemplo,206 ni de la ciudad de México, que
es donde se ha concentrado la mayor parte de los trabajos publicados, siendo
demostrado esto con investigaciones recientes correspondientes a otras ciudades
mexicanas.207
A continuación se presentan algunas precisiones sobre los conceptos que
más se utilizarán en este capítulo. Las definiciones de términos tales como “delito”
o “embriaguez”, entre otros, han sido extraídos de dos fuentes procedentes del
siglo XIX, una de ellas es el Diccionario razonado de legislación civil, penal,
comercial y forense del español Joaquín Escriche, cuyas citas y notas contenidas
en la edición mexicana corrieron por parte del licenciado Juan Rodríguez de San
Miguel.208 Aunque esa edición data de 1837, muchos de los conceptos allí
definidos fueron utilizados durante los procesos judiciales del periodo de estudio,

206
Scardaville, Michael C., “Alcohol Abuse and Tavern Reform in Late Colonial Mexico City” en The
Hispanic American Historical Review, vol. 60, no. 4, noviembre de 1980, pp. 643 y 671.
207
Algunos ejemplos interesantes son, para la ciudad de Puebla, Peña Espinosa, Jesús Joel,
“Consumo de embriagantes en la Puebla del siglo XVIII” en Relaciones, año/vol. XXV, no. 098,
2004, pp. 237-276; y para el estado de Jalisco véase Anderson, Rodney D., “Las clases peligrosas:
crimen y castigo en Jalisco, 1894-1910” en Relaciones, año/vol. VII, no. 28, 1986, pp. 5-32.
208
Escriche, Joaquín, Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial y forense. Con
citas del derecho, notas y adiciones por el licenciado Juan Rodríguez de San Miguel, edición y
estudio introductorio por María del Refugio González, 1ª reimpresión, México, UNAM/Instituto de
Investigaciones Jurídicas, 1996.
85

aún cuando éste corresponde a la etapa liberal y la esencia del diccionario de


Escriche es marcadamente conservadora.
La segunda de estas fuentes es el Código Penal de 1871,209 que entró en
vigor al año siguiente de su publicación.210 Dicho código es considerado como el
primer código penal mexicano posterior al virreinato 211 y quien encabezó la
redacción de la obra, por mandato de Benito Juárez, fue Antonio Martínez de
Castro. En San Luis Potosí se adoptó dicho código, por decreto del gobernador
Pascual M. Hernández, el tres de diciembre de 1872, estipulándose que entraría
en vigor hasta el tres de abril de 1873.212 Como dato, cabe señalar que la edición
oficial del código penal para el estado de San Luis Potosí se mandó hacer en la
ciudad de México bajo el cuidado del señor José María Aguilar y tuvo un costo de
$385.00.213
Ahora bien, como uno de los términos que más conciernen a este estudio
es la embriaguez, hay que tomar en cuenta que la misma era entendida como “La
turbacion de las facultades intelectuales, causada por la abundancia del vino ú
otro licor”, y si una persona no acostumbrada a beber lo hacía hasta
emborracharse y en tal estado cometía un delito, tenía a su favor una
circunstancia atenuante, porque su embriaguez era “un delirio, una locura
pasagera [Sic.] é involuntaria, que le priva del juicio y de la razón, y por
consiguiente de la libertad necesaria para delinquir”.214 Debido a esto, muchos
delincuentes alegaron ante el juez haber cometido su delito en estado de
embriaguez, aunque fuera fingida. Pero este hecho y más cuando se trataba de
ebrios consuetudinarios que habían delinquido, la circunstancia atenuante pasaba
a ser agravante más bien. Por tanto, en el título octavo referente a los delitos

209
Hernández López, Aarón, Código Penal de 1871 (código de Martínez de Castro), México,
Editorial Porrúa, 2000.
210
Speckman Guerra, Elisa, Crimen y castigo. Legislación Penal, interpretaciones de la
criminalidad y administración de justicia (Ciudad de México, 1872-1910), México, El Colegio de
México/UNAM, 2002, p. 14.
211
Buffington, Robert M., Criminales y ciudadanos en el México moderno, México, Siglo XXI
editores, 2001, p. 53.
212
AHESLP, SGG, 1872.34, exp. sin clasificar, Adopta los códigos penal y de procedimientos,
diciembre 3 de 1872, 2 ff.
213
AHESLP, SGG, 1873.14, exp. sin clasificar, Pago a D. José Ma. Aguilar de $385 por impresión
del Código Penal, marzo 31 de 1873, 3 ff.
214
Escriche, Joaquín, Op. Cit., p. 227.
86

contra el orden público, capítulo XII que condena la embriaguez habitual, dice que
si ésta, causa grave escándalo, será castigada con arresto de dos a seis meses y
una multa de diez a cien pesos y si antes de ese delito, el delincuente hubiese
cometido otro más grave hallándose en estado de ebriedad, la pena a sufrir era de
cinco a once meses de arresto y multa de 15 a 150 pesos.215
Entiéndase por delito, según el artículo 4º del libro primero del código penal,
“la infracción voluntaria de una ley penal, haciendo lo que ella prohíbe ó dejando
de hacer lo que manda”, de aquí se derivaban dos tipos de delitos: intencionales y
de culpa. Los primeros comprendían “los cometidos con conocimiento de que el
hecho ó la omisión en que consiste son punibles”.216 Mientras tanto, había cinco
tipos de delitos considerados de culpa, de los cuales para los intereses del
presente trabajo atañe únicamente el cuarto y refiere lo siguiente: “Cuando el reo
infringe una ley penal hallándose en estado de embriaguez completa, si tiene
hábito de embriagarse, ó ha cometido anteriormente alguna infracción punible en
estado de embriaguez”.217
Por otra parte, existe un concepto más que es necesario tomar en cuenta:
crimen. Este era un hecho prohibido por la ley que ofendía directamente al interés
público y cometido con dolo. Sin embargo, crimen y delito se tomaban en el mismo
sentido, pero, como señalaba Joaquín Escriche:

[…] usamos sin embargo con mas frecuencia la palabra crímen [Sic.] para
significar los hechos atroces que causan grave daño á la república directa ó
indirectamente, y la palabra delito para denotar los hechos menos graves que
ofenden directamente á un individuo sin causar un gran perjuicio á la sociedad.218

Una vez hecha esta diferenciación, el crimen era castigado con penas
“aflictivas o infamantes”, mientras que el delito con penas correccionales. Aclarado
esto, el término que aquí se empleará es el de delito y los delitos que se
analizarán son los de homicidio, lesiones, heridas y riña, pero para utilizar la

215
Hernández López, Aarón, Op. Cit., P. 246.
216
Ibid., p. 31.
217
Ibid., p. 33.
218
Escriche, Joaquín, Op. Cit., p. 166.
87

clasificación del código penal, se englobarán los dos últimos dentro de la categoría
de “golpes y otras violencias físicas simples”.
Eran considerados como simples, los golpes y violencias físicas que no
causaran lesión alguna y éstos sólo se castigarían cuando fueran inferidos con
intención de ofender a la persona que los recibiera.219 Era castigado con una multa
de diez a 300 pesos, o con arresto de uno a cuatro meses, o con ambas penas,
según la circunstancias del ofensor y del ofendido, a juicio del juez, aquél que
“públicamente y fuera de riña diere á otro una bofetada, una puñada ó un latigazo
en la cara”,220 y quien azotara a otra persona por injuriarlo, su castigo sería de una
multa de cien a mil pesos y dos años de prisión.221 Por otra parte, aquellos golpes
que no causaron afrenta, se castigaban con apercibimiento o con multa de primera
clase, si eran leves o se los dieron recíprocamente los contendientes.222 Para
poder proceder contra el autor de golpes o violencia, era necesaria la queja por
parte del ofendido; a menos que el delito se hubiera cometido en una reunión o en
un lugar público,223 entendiéndose como estos, efectivamente, a las pulquerías.
Finalmente, “los golpes dados y las violencias hechas en el ejercicio del derecho
de castigar, no son punibles”,224 lo cual resultó ser una práctica alarmante, pues
los gendarmes, es decir los agentes encargados de resguardar el orden, no pocas
veces abusaron de ese derecho.
En cuanto a las lesiones, no sólo comprendían las heridas, escoriaciones,
contusiones, fracturas, dislocaciones o quemaduras, sino también toda alteración
en la salud y cualquier otro daño que dejara huella material en el cuerpo humano,
claro, siempre y cuando esos efectos hayan sido producidos por una causa
externa. Si una lesión era causal o ejecutada con derecho, no se castigaba. Como
causales eran calificadas las lesiones resultantes de un hecho u omisión, sin
intención ni culpa de su autor.225

219
Hernández López, Aarón, Op. Cit., artículo 501, p. 154.
220
Ibid., artículo 502, pp. 154-155.
221
Ibid., artículo 503, p. 155.
222
Ibídem., artículo 504.
223
Ibid., artículo 509, p. 156.
224
Ibídem., artículo 510.
225
Ibídem., artículos 511, 512 y 513.
88

Los dos grandes grupos en que se dividían las lesiones eran las simples:
cuando el reo no obrara con premeditación, ventaja, alevosía, ni a traición; 226 y las
calificadas: cuando eran efectuadas con premeditación, ventaja, alevosía o a
traición.227 El tipo de lesiones cometidas por lo regular en las pulquerías estaban
normadas en el artículo 527 del código penal y éstas comprendían aquellas que
no pusieron ni pudieron poner en peligro la vida del ofendido. Por tanto, se
castigaban con las penas siguientes:

Con arresto de ocho días á dos meses y multa de 20 á 100 pesos, con aquel solo,
ó sólo con ésta, á juicio del juez; cuando no impidan trabajar más de quince días al
ofendido, ni le causen una enfermedad que dure más de ese tiempo:
Con la pena de dos meses de arresto á dos años de prisión, cuando el
impedimento ó la enfermedad pasen de quince días, y sean temporales:
Con tres años de prisión, cuando pierda el oído el ofendido, ó se le debilite para
siempre la vista, algún miembro, un órgano ó alguna de las facultades mentales:
Cuando resulte una enfermedad segura ó probablemente incurable, impotencia, la
inutilización completa ó la pérdida de un miembro, ó de un órgano, ó cuando el
ofendido quede lisiado para siempre ó deforme en parte visible; el término medio
de la pena será de cuatro, cinco ó seis años, á juicio del juez, según la importancia
del perjuicio que resienta el ofendido.
Si la lisiadura ó deformidad fueren en la cara, se tendrá esta circunstancia como
agravante de primera, segunda, tercera ó cuarta clase á juicio del juez;
Con seis años de prisión, cuando resulte imposibilidad perpetua de trabajar,
enajenación mental, ó la pérdida de la vista ó del habla.228

El homicidio, al igual que las lesiones, estaba considerado en las mismas


dos categorías: simple y calificado. Asimismo hay que tener en cuenta que era
considerado homicida aquél que privara de la vida a otro, sea cual fuere el motivo
del que se valiera y todo homicidio, a excepción del causal, era punible cuando se
ejecutaba sin derecho. Como homicidio causal se entendía el que resultaba de un
hecho u omisión, que causara la muerte sin intención ni culpa del homicida.229
La temporalidad de las diferentes condenas hay que entenderla atendiendo
a la afirmación de Michel Foucault de que ésta representaba utilidad,
considerando que “la pena transforma, modifica, establece signos, dispone
obstáculos” y por tanto, como señala el mismo autor, “una pena que no tuviera

226
Ibid., artículo 525, p. 159.
227
Ibid., artículo 536, p. 161.
228
Ibid., artículo 527, pp. 159-160.
229
Ibid., artículo 540, 541 y 542, p. 162.
89

término sería contradictoria” pues su función es corregir y que de esta manera el


delincuente manifieste dicha corrección ante la sociedad una vez concluida su
condena. En cuanto a los “incorregibles”, la propuesta era eliminarlos. 230
Para el periodo de estudio, tanto prevenir como corregir la embriaguez y la
delincuencia fueron una constante. En este tenor, Moisés González Navarro ha
afirmado que para los sociólogos de la época el aguardiente y el pulque eran las
causas inmediatas del crimen, afirmación que se comprobaba señalando el hecho
de que el 85 por ciento de los detenidos en la cárcel de la ciudad de México
estaban ebrios al cometer el delito. Otra prueba más, apuntada por el mismo autor
era que mientras los expendios de bebidas alcohólicas estaban cerrados, reinaba
una “paz octaviana” y que lo mismo pasaba durante los días lluviosos y fríos,
cuando los parroquianos no frecuentaban cantinas y pulquerías.231 Esta relación
entre el factor climatológico y el descenso del crimen a consecuencia de la
escasez de pulque durante el invierno está documentada en una nota de El
Estandarte titulada, precisamente así, “La escasez del pulque”, la cual cierra
afirmando que “Coincide con la escasez del pulque el descenso que ha tenido la
criminalidad. En las comisarías los escándalos y las riñas han bajado en más de
50 por 100”.232
La descalificación del pulque y su relación con la criminalidad, ha sido
documentada por González Navarro. El autor deja constancia de la agudeza con
que era censurado el alcohol, considerándolo “la causa inmediata del crimen”,
pero, sin embargo, “la raíz última de la delincuencia era el carácter de los
mexicanos, predispuestos a la comisión de delitos de sangre”,233 afirmación que
resulta un tanto racista, no obstante ser el discurso prevaleciente en la época.
Además de su condición racial, la causa del vicio, para los observadores,

230
Foucault, Michel, Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión, 34ª edición, México, Siglo XXI
Editores, 2005, p. 111.
231
González Navarro, Moisés, Historia Moderna de México. El Porfiriato. La vida social, tomo IV,
México, Editorial Hermes, 4ª edición, 1985, p. 416. Véase también “El Progreso”, en El Estandarte,
año VI, no. 9, abril 19 de 1890, en donde se decía, con motivo de la época de progreso pretendida
para el país, que “El vicio de la embriaguez hace tantos y tan rápidos progresos cada día, que la
mayor parte de los delitos que castigan las autoridades judiciales, no reconocen otro origen que el
estado de embriaguez en que los perpetran sus autores”.
232
“La escasez del pulque” en El Estandarte, año XI, no. 1351, enero 25 de 1895.
233
González Navarro, Moisés, Op. Cit., p. 420.
90

respondía a una causa genética, pues se afirmaba que desde la infancia se


enseñaba a los niños a ser agresivos, “a ver en la embriaguez un vicio honorable y
a burlarse de las autoridades”.234 En el mismo tenor, se afirmaba que “el mexicano
era capaz de matar por un vaso de pulque, o un taco de carnitas”.235
Declaraciones como la anterior daban validez a la frase de Francisco Bulnes
acerca de que, entres las clases bajas y media, el pulque era más amado que la
familia, más que la vida, más que la patria y más que los placeres lícitos e
ilícitos.236
Investigaciones de autores como Pablo Piccato han demostrado que el
alcoholismo y la criminalidad “confluían en el temor a la decadencia nacional”, que
“se encontraban en el borroso límite entre los problemas sociales y las patologías
de los individuos”.237
Fueron las clases altas quienes se encargaron de construir todo ese
discurso en torno al vicio y la proclividad a delinquir del pueblo. Los grupos
dominantes—en palabras de Felipe Ávila—“crearon y generalizaron el estigma de
las clases subalternas y etnias dominadas como bebedores compulsivos” y
concluyeron, de manera unilateral y mecánica que “el alcoholismo era el factor
principal que explicaba sus conductas violentas y criminales”. 238 Sobre esto,
Michael Johns añade que “beber pulque significaba embriagarse, y la ebriedad era
la calamidad social que más preocupaba a las clases altas”239 y aunque, como ha
señalado también Pablo Piccato, “la élite porfiriana creía que la división de clases
correspondía a ciertos patrones de comportamiento, seguía siéndoles imposible
definir el alcoholismo y la criminalidad como características exclusivas de las

234
Ibid., p. 421. Esta apreciación es compartida también por Pablo Piccato, quien observa que “los
muchachos veían a sus parientes bebiendo y pelando, y era lógico que salieran a la calle a probar
un vaso de pulque, y a imitar la violencia y la sensualidad”; véase Piccato, Pablo, “La construcción
de una perspectiva científica: miradas porfirianas a la criminalidad” en Historia Mexicana, vol.
XLVII, no. 1, julio-septiembre de 1997 (a), p. 161.
235
González Navarro, Moisés, Op. Cit., p. 451.
236
Citado en Johns, Michael, The City of Mexico in the Age of Díaz, E. U. A., The University of
Texas Press, 1997, p. 50.
237
Piccato, Pablo, Op. Cit., p. 80.
238
Ávila Espinosa, Felipe Arturo, “El alcoholismo en la ciudad de México a fines del porfiriato y
durante la revolución” en Alicia Meyer (coord.), El historiador frente a la historia. Religión y vida
cotidiana, México, UNAM/Instituto de Investigaciones Históricas, 2008, p. 66.
239
Johns, Michael, Op. Cit., p. 52.
91

clases bajas”,240 lo cual queda confirmado por los mismos observadores de la


época.
Una prueba de ello es la nota publicada en El Estandarte en la que se habla
de los “borrachos” de los altos estratos, censurándoles que “por gozar en las
sociedad, mediante su buena posición, de prestigio y consideraciones, consiguen
con su mal ejemplo, dar más impulso a la embriaguez, cuando esa posición, ese
prestigio y esas consideraciones de que gozan debieran convertirlas para reprimir
a sus semejantes”.241 En este fragmento es interesante notar cómo el discurso se
dirige a otorgarle a las clases altas una categoría paternalista sobre los pobres;
recordándoles que en sus manos está “corregirlos”, sin importar que sea
reprimiéndolos.
En otra edición del periódico, El Estandarte era más crítico en cuanto a la
conducta de los ricos bajo los efectos del alcohol y en una nota titulada “Las riñas
de los decentes y las de los „pelados‟” argumentaba que “son más caballerosas,
más leales, las riñas en los figones que las pendencias en los restaurants. En los
figones el lépero, comúnmente hablando, no pelea. Los contendientes salen a la
calle y allí se hieren o se matan”, además de que “los caballeros no usan cuchillo
ni navaja, porque esas les parecen armas de mala ley” y finalmente, resultando lo
más revelador de esta declaración, “la pistola es arma de peor ley que la daga o el
cuchillo, porque, en la mayoría de los casos, sirve para herir o matar los testigos,
por fuerza, de la riña”. Es decir que el arma de fuego “engrandece” a quien la
porta, otorgándole el valor de amenazar o incluso eliminar a cualquier testigo que
pueda delatar el delito que se haya cometido; concluyendo quien redactó la nota
con lo siguiente: “preferible es, y con mucho, la hidalguía rústica de nuestros
léperos, no sólo porque su falta de educación social les obliga a menos
miramientos, sino porque, en realidad, son más caballerosas las pendencias de
éstos”.242

240
Piccato, Pablo, ““El Paso de Venus por el disco del sol”: Criminality and Alcoholism in the Late
Porfiriato” en Mexican Studies/Estudios Mexicanos, vol. 11, no. 2, verano de 1995, p. 229.
241
“La embriaguez” en El Estandarte, año II, no. 125, abril 8 de 1886.
242
“Las riñas de los decentes y las de los pelados” en El Estandarte, año IX, no. 982, octubre 5 de
1893.
92

Sirva de ejemplo una riña entre personas de la “alta” sociedad potosina que
confirma la nota anterior. El hecho tuvo lugar la tarde del 28 de marzo de 1888 en
el selecto club social “La Lonja”, en donde se encontraba el industrial Pedro
Gordoa de 30 años de edad hablando con el farmacéutico Jesús María Villaseñor,
mayor de edad, entre otras personas “distinguidas” de la sociedad potosina como
Bartolo Romano, Gerardo Meade y Manuel López Estrada, hasta que Villaseñor
hizo mención de una máquina de helados que acaba de adquirir Gordoa, por lo
cual éste tomó con malas intenciones el comentario y comenzaron a discutir hasta
llegar a los golpes y Jesús María Villaseñor a hacer uso de una pistola con la que
hirió a su contrincante. Es factible que la discusión haya sido producto de un mal
entendido entre los implicados con motivo del alcohol injerido, pues el ofendido
aseguró en su declaración haber bebido, entre las once de la mañana y las tres de
la tarde, dos copas de coñac, un coctail y cuatro copas de tequila. Otro motivo que
pudo ocasionar que se encendieran los ánimos, sin hacer a un lado el presunto
estado etílico en que se encontraban los protagonistas del escándalo, fueron los
insultos que según Gordoa, Villaseñor le dirigió como acusarlo de pendejo y a su
vez éste le expresó que era más hombre que su agresor.243 De inclinarnos por
esta declaración, la conclusión sería que la riña se suscitó al intentar defender su
“honor” ambos hombres, lo que era una forma muy común de actuar en la época y
entre personas de cualquier estrato social.
Un observador de la época, Julio Guerrero, explicó hacia 1901 varios
factores que originaban la afición a las bebidas alcohólicas entre los mexicanos,
fuera cual fuere su condición social. Algunas de estas explicaciones eran “la
necesidad de dar tonicidad al espíritu deprimido por los pensamientos sombríos de
la miseria y la de dar alegría a las reuniones frecuentes que reclama la civilidad
mexicana”; que por la ausencia de trabajo se acudía a las pulquerías o cantinas
“para confiar al dependiente o amigo las miserias de la vida o las dificultades

243
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra D. Jesús M. Villaseñor
por riña y heridas, marzo 28 de 1888, 116 ff.; véase también sobre el mismo asunto Cabrera y
Piña, Matilde y María Buerón Rivera de Barcena, La Lonja de San Luis Potosí. Un siglo de
tradición, sin pie de imprenta, sin fecha de publicación, P. 160
93

financieras”; los artesanos que suspendían sus labores cada hora o media hora
para ir a la pulquería, así como los empleados que visitaban las cantinas.
El autor dejaba claro que el alcohol no respetaba clase social y hacía
énfasis en que las consecuencias que traía consigo el abuso de la bebida
afectaban incluso a los grupos acomodados, como por ejemplo, “los días de fiesta
y las verbenas son peligrosas por las riñas, lesiones y homicidios que ocasiona la
bebida hasta en miembros de las clases superiores”,244 tal y como se vio en el
relato de “La Lonja”.
Por su parte, Francisco Bulnes, uno de los críticos más contundentes del
régimen porfirista, publicó en 1909 un estudio científico sobre el pulque en el que
exaltaba la calidad de dicha bebida comparándola con otras bebidas fermentadas
procedentes de Europa. En ese estudio señalaba que en México la clase popular
sólo consumía aguardiente o pulque o ambas cosas y que, en apariencia, el
pulque, especialmente, excitaba al crimen. Sin embargo, en defensa de la bebida
nacional, el autor afirmaba que “en nuestra clase popular, lo que más incita al
crimen son las mujeres, y la bebida fermentada, el pulque, lo único que hace es
avivar la pasión brutal, oriental, feroz, salvaje de nuestros hombres del pueblo por
las mujeres”.245
Bulnes, para reforzar sus afirmaciones, recurrió a un texto elaborado por un
profesor de apellido Segura, quien sostenía que si la tendencia al delito y la
comisión del crimen, la riña y el pleito a mano armada residían en las clases
inferiores de la época era porque “aun no desaparecen las influencias atávicas y
los efectos de nuestra vida revolucionaria anterior; y estos instintos se descubren
en toda su desnudez y con más intensidad, cuando el cerebro es invadido por el
alcohol” y que por tanto “a la embriaguez en general, y no al pulque en particular,
se debe atribuir la comisión de los delitos de sangre”.246 A lo anterior, Bulnes
añadió que las causas de la criminalidad en México se debían a factores mucho
más complejos, destacando cinco de ellos como principales.

244
Guerrero, Julio, La génesis del crimen en México. Estudio de psiquiatría social, 1ª edición 1901,
México, CONACULTA, 1996, p. 127.
245
Bulnes, Francisco, El pulque. Estudio científico, México, Antigua Imprenta de Murguía, 1909, p.
143.
246
Ibid., p. 145.
94

Como primera causa señaló dos agentes de represión existentes en toda


sociedad humana: el grado de civilización de un pueblo y el ejercicio de las leyes
penales, de las que afirmaba que “en México, los legisladores modernos nunca
pensaron en legislar para el pueblo mexicano, sino en acomodar á ese pueblo á la
legislación de los pueblos más civilizados del mundo”; la segunda causa que
estableció fue que tanto las clases populares como las superiores siempre se
mostraban “escandalosamente protectoras” de los criminales, ya fuera por
indiferencia, por repugnancia a cooperar con las autoridades para esclarecer los
crímenes o por miedo a denunciar a los delincuentes o a su falsa compasión para
dar testimonios desfavorables a los criminales; en tercer lugar mencionaba la
conducta de los jurados, de quienes decía hacían apología de los criminales
acusando a la sociedad en general como “único delincuente por falta de cariño,
respeto y dulzura para los malvados”; la cuarta causa la adjudicaba al desprestigio
y la falta de aplicación de la pena de muerte en México y, finalmente, la quinta
causa estaba ligada a lo que consideraba la condición triste y carente de amor de
los mexicanos, afirmando que “un pueblo vicioso, ignorante y melancólico tiene
que ir á dar con el alcohol al delirio melancólico desenvuelto en escenas de
ferocidad” y finalizaba señalando que “en una raza debilitada por la pereza y los
vicios, el alcohol tiene que recoger muchos laureles…..fúnebres”.247
Con este tipo de declaraciones, Bulnes dejaba clara su postura respecto a
la raza mexicana, percibiéndola como débil y propensa al ocio y a los vicios,
principalmente al de la embriaguez. Pero ¿por qué defendía, pues, al pulque,
bebida originaria del territorio mexicano, de gran consumo entre su pueblo y la
veía como superior ante las bebidas tanto fermentadas como destiladas de origen
europeo, a cuyos habitantes, el grupo de “científicos” al que él pertenecía, veían
como gente física, mental y moralmente superior e industriosa? Porque él, junto a
otros prominentes porfiristas, formó en 1909—coincidiendo con el año de
publicación de su Estudio científico sobre el pulque—la Compañía Expendedora
de Pulques, con la que pretendían tomar el control sobre todas las pulquerías de
la ciudad de México, aumentar el precio de la bebida y evitar que esta fuera diluida

247
Ibid., pp. 146-149.
95

con cualquier clase de sustancias, además de actuar en contra de los propietarios


que se oponían a vender sus establecimientos, ofreciendo el pulque a precios más
accesibles y colocando las pulquerías en lugares estratégicos.248
Es probable que de no ser motivado por los intereses económicos que
representaba la producción de pulque y lo que conllevaba el tener el control del
mismo a través de una asociación como la Compañía Expendedora de Pulques, la
apreciación de Bulnes hubiese diferido sustantivamente por tratarse de un
producto de consumo entre el sector más marginado de la población, incluso
otorgándole categorías peyorativas como con las que se clasificaba a dicho grupo
social.

3.2. Clasificando una sociedad peligrosa


¿Quiénes conformaban las llamadas “clases peligrosas”? ¿A qué estrato social
pertenecían los delincuentes que abarrotaban las pulquerías y cuál era su
ocupación? ¿Bajo qué calificativos eran señalados los clientes de las tabernas que
fueron procesados judicialmente por la comisión de algún delito? En este breve
apartado se dará respuesta a estas preguntas que serán útiles para tener una
mejor comprensión de los estudios de caso que se analizarán más adelante, así
como para entender el comportamiento de una sociedad con marcadas diferencias
entre los estratos que la conformaban. A saber: éstos eran la clase de escasos
recursos económicos, la alta y una naciente clase media.
Por lo que respecta a este trabajo, los “actores sociales” que
protagonizaron los escándalos en las pulquerías pertenecían a la clase popular o
económicamente menos favorecida. Ellos, al igual que el resto de la sociedad,
necesitaban espacios para la convivencia y sociabilidad; espacios en los que
pudieran platicar y desahogarse con los amigos; en fin, despejar la mente de su

248
Garza, James Alex, El lado oscuro del porfiriato. Sexo, crímenes y vicios en la Ciudad de
México, México, Aguilar, 2008, p. 60. Véase también Leal, Juan Felipe y Mario Huacuja Routree,
Economía y sistema de haciendas en México. La hacienda pulquera en el cambio. Siglos XVIII, XIX
y XX, México, Ediciones Era, 1982, p. 78-133, donde los autores ofrecen una lista de los socios de
la Compañía Expendedora de Pulques, en la que no aparece el nombre de Francisco Bulnes, sin
embargo, sí lo relacionan directamente con dicha sociedad, afirmando que el Estudio citado que
Bulnes elaboró, fue hecho bajo pedido de la misma, p. 126.
96

rutina diaria y al ser el pulque la bebida más accesible para sus bolsillos,
entonces, el lugar idóneo para acudir fueron las pulquerías.
Esas tabernas fueron frecuentadas principalmente por jornaleros, albañiles,
zapateros, panaderos, carniceros, herreros, hortelanos, curtidores, obrajeros,
cerilleros, reboceros, carpinteros, músicos—quienes ejecutaban allí sus
instrumentos y amenizaban el ambiente, además de ganarse unas monedas que
servían para costearse la bebida—etc., es decir, los asistentes eran en su mayoría
individuos que se ganaban la vida en oficios manuales. En este punto, es
pertinente aclarar que si bien el artesano era aquél que desempeñaba labores
manuales en los centros urbanos, para los casos que aquí se analizarán,
“artesano” era sinónimo de “trabajador”, a su vez que éste era sinónimo de
“jornalero”, a pesar de que dicho término comúnmente sea empleado para
designar a quien labora en el campo. Por ejemplo, de acuerdo con la
documentación revisada, “jornalero” podía ser tanto un labrador como un
dependiente en una pulquería o incluso un gendarme.
Asimismo, existen casos registrados en los que los establecimientos
también eran frecuentados por comerciantes e incluso personajes dedicados a
resguardar el orden público, tales como policías o soldados, quienes obraban de
manera contraria a lo que su cargo les encomendaba.
A este grupo de personas habría que añadirle los vagos. Según Antonio
Padilla, hacia la segunda mitad del siglo XIX éstos fueron clasificados en tres
categorías:

Los necesarios, “aquellos que no trabajan por falta absoluta de trabajo”; 2) los
voluntarios, “que no trabajan porque no quieren, sin que por esto cometan
acciones que dañen a la sociedad o perjudiquen a terceros, y 3) los perniciosos,
los que no sólo no trabajan, sino que cometen acciones que ofenden a la moral o
perjudican a la sociedad”.249

Es al tercer grupo al que pertenecía el tipo de vagos que aquí interesa,


pues éstos eran “asiduos parroquianos de lupanares, pulquerías, vinaterías,

249
Padilla, Antonio, “Pobres y criminales. Beneficencia y reforma penitenciaria en el siglo XIX en
México” en Secuencia, no. 27, septiembre-diciembre de 1993, p. 59. Las cursivas son mías.
97

billares y tabernas, embriagándose u ocupados en fraguar delitos”. 250 Durante la


República Restaurada (1867-1876), todas las categorías de individuos
mencionados, entres otras más, estaban englobadas en una sola, conocida como
“ceros sociales”. Las personas que compartían dicho calificativo, no
necesariamente tenían que ser delincuentes, sin embargo sí eran considerados
como tales por el simple hecho de ser pobres, sin importar edad, sexo o raza:
nacer pobre era nacer criminal y por tanto ser considerado como “cero social”. A
partir del porfiriato los pobres fueron clasificados en “pobres dignos o clases
desprotegidas” y “pobres indignos o clases andrajosas”. Al primer grupo
pertenecían aquellos individuos pacíficos, sin tendencias al crimen y fácilmente
controlables; el segundo lo conformaban las clases “difícilmente manipulables,
sucias y harapientas, viciosas y propensas a las riñas y a los escándalos”. 251
No obstante, dos de los calificativos más comunes—y peyorativos—
empleados para designar a las clases menesterosas fueron los de lépero y pelado.
La diferencia entre ambos consistía en la condición moral baja del primero y
únicamente la condición social humilde del segundo.252 A pesar de esto, el pelado
también era visto como holgazán, ignorante, asiduo a la taberna, golpeador de
gendarmes y de mujeres, además de no frecuentar el taller ni la escuela.253
Jorge A. Trujillo, citando a Salvador Quevedo y Zubieta, detalla que la
vestimenta de esos personajes “no se compone más que de calzones y camisa,
prendas que se acompañan a veces con la frazada, abrigo de lana en el que el
lépero se envuelve como en un plaid. El guarache es su ordinario, el zapato es su
lujo; su sombrero puede ser de zoyate y aún de fieltro”.254 Esta descripción es
idéntica a las que se desprenden de los registros documentales potosinos, en las
que la mayor parte de los implicados en las riñas vestían calzón y camisa de

250
Ibídem.
251
Trujillo Bretón, Jorge Alberto, “Léperos, pelados, ceros sociales y gente de trueno en el Jalisco
porfiriano” en Jorge A. Trujillo y Juan Quintar (comps.) Pobres, marginados y peligrosos, México,
Universidad de Guadalajara/Universidad del Comahue, 2003, p. 210.
252
Citado en Ibid., p. 212.
253
Ibid., p. 214.
254
Ibídem.
98

manta, sombrero de palma, jorongo o frazada y guaraches, aunque muchas veces


andaban descalzos. Para las mujeres la prenda atesorada era el rebozo. 255
Cabe añadir que en febrero de 1888 se llevó a cabo una reunión en la
capital potosina para introducir el uso de los pantalones entre la gente del
“pueblo”. Para echar a andar tal acuerdo se nombró una junta directiva en la que
el presidente del ayuntamiento comisionó a Antonio Delgado Rentería, Teófilo
Porras y Jesús Ortiz, quienes solicitarían ante el gobernador del estado que
tomara providencias similares en otras poblaciones.256
Según los informes de la época, la determinación del jefe político,
licenciado Medina, de prohibir el uso del calzón blanco tuvo éxito al poco tiempo,
pues para mayo de 1890, se decía que “apenas puede encontrarse un individuo
del pueblo que no lleve pantalón”.257 Tal afirmación habría que tomarla con
cautela, pues en los juicios criminales revisados hasta 1898, aún aparece que la
mayoría de los procesados, “gente del pueblo”, vestían el calzón de manta o
blanco, como prefería llamársele. Esto puede comprobarse con el hecho de que
en 1897, la jefatura política mandó echar leva de los individuos que anduvieran en
la calle sin usar pantalones. Incluso se informó en el periódico que el 23 de julio
del mismo año hubo un número extraordinario de detenidos por no vestir dicha
prenda, mismos que un par de días más tarde recobraron su libertad tras haber
pagado su respectiva multa.258
Un ejemplo del carácter represivo de la autoridad en contra de la gente
humilde, por el hecho de no encajar dentro de su modelo de progreso y que la

255
Una interesante descripción sobre el uso del rebozo la proporciona Julio Guerrero, citando un
texto de José T. Cuéllar bajo el seudónimo de Facundo; en Guerrero Julio, Op. Cit., pp. 136-137.
256
“El uso del calzón blanco” en El Estandarte, año IV, no. 315, febrero 23 de 1888; véase también
“El uso del calzón blanco” en El Estandarte, año IV, no. 321, marzo 15 de 1886, en donde se habla
de las estrictas medidas tomadas por el ayuntamiento de Charcas contra quienes continuaran
usando el calzón blanco, imponiéndoles una multa de dos pesos “por primera vez y en caso de
reincidencia sufrirá arresto menor”. Para una noción más detallada sobre este tema y otras
medidas llevadas a cabo “en aras del progreso” durante la época véase Coronado Guel, Luis
Edgardo, “Ideas de modernidad, progreso y sociedad en la prensa potosina del cambio de siglo: la
ciudad utópica antes de la Revolución” en Flor de María Salazar Mendoza (coord.), Op. Cit., pp. 96-
97. La exigencia del uso del pantalón y del sombrero de fieltro, en contraposición del de palma, a
partir de 1888, fue una disposición federal sostenida en su afán de que, “en la apariencia por lo
menos tuvieran un aire europeo”, véase Beezley, William H., “El estilo porfiriano: deportes y
diversiones de fin de siglo” en Historia Mexicana, vol. XXXIII, no. 2, octubre-diciembre 1983, p. 276.
257
“Jefatura política” en El Estandarte, año VI, no. 26, mayo 14 de 1890.
258
“Por los pantalones” en El Estandarte, año XIII, no. 2054, julio 25 de 1897.
99

prensa lo celebró “con plácemes”, fue que la misma jefatura política, al tiempo que
prohibía el calzón de manta, lo hizo también en las corridas de toros, negando que
se lidiara el último toro que era llamado de la plebe,259 lo cual es una clara muestra
de que su propósito por ser un pueblo “avanzado” tenía que cumplirse aunque
fuera solamente en la apariencia.
Regresando al tema de las características que compartía la “gente del
pueblo” y de la forma en que eran calificados por los grupos de élite, vale la pena
retomar a Julio Guerrero, quien revelaba de los léperos lo siguiente:

[…] viven en las calles y duermen en los dormitorios públicos, hacinados en los
portales, en los quicios de las puertas, en los escombros de casas en
construcción, en algún mesón si pueden pagar por el piso tres o cuatro centavos
cada noche, o arrimados en la casa de algún compadre o amigo. Son mendigos
traperos de los basureros públicos, papeleros, seberas, hilacheras, fregonas,
etcétera. […] Están cubiertos de andrajos, se rascan sin interrupción y en las
greñas de sus cabezas se acumula el polvo y lodo de todos los barrios de la
ciudad. No se lavan sino cuando les llueve y sus pies descalzos y agrietados se
encallecen y toman el color de la tierra. Por lo general no llegan a la vejez, sino a
una decrepitud precoz, agotados por la sífilis, la miseria, el pulque y el mezcal.260

Aunque esta extensa cita puede parecer exagerada en su contenido, sea


real o ficción, lo interesante es cómo la gente con un mayor grado de educación
percibía a quienes carecían de ésta. Este tipo de observaciones, además de
proporcionar información sobre la cotidianidad de los grupos menesterosos,
brindan un aspecto interesante de la mentalidad de las clases altas, de cómo todo
aquello que es ajeno a ellos es peligroso, nocivo, decadente, como el caso del
pulque por ejemplo, que era la bebida predilecta entre los pobres. Por tanto,
considero apropiado añadir la siguiente cita tomada del mismo autor para
completar el cuadro:

Los hombres y mujeres de esta clase han perdido el pudor de la manera más
absoluta, su lenguaje es tabernario, viven en promiscuidad sexual, se embriagan
cotidianamente, frecuentan las pulquerías de los últimos barrios, riñen y son los
promotores principales de los escándalos, forman el antiguo leperaje de México;
de su seno se reclutan los rateros y son encubridores oficiosos de crímenes muy
importantes. Insensibles al sufrimiento moral, el físico les lastima poco, y poco
gozan con el placer. Las enfermedades venéreas y el aborto hacen a las mujeres
259
Ibídem.
260
Guerrero, Julio, Op. Cit., p. 132. Las cursivas son del original.
100

de este grupo refractarias a la maternidad; la paternidad es imposible por la


promiscuidad en que viven, y extinguidos estos dos gérmenes naturales del
altruismo, son indiferentes a los sentimientos ajenos y egoístas de una manera
animal.261

Finalmente, en la reflexión arriba citada se puede apreciar cómo para los


observadores de la época, los individuos al nacer dentro del grupo considerado de
los léperos, ya estaban condenados a “padecer” las características propias de su
estrato, a adquirir los vicios y actitudes negativas que supuestamente los
caracterizaban. Esta gente, al ser vista como “miembros inútiles o nocivos a la
sociedad”, no podían aspirar a ingresar a trabajar a ninguna casa como sirvientes,
pues únicamente eran admitidos con el papel de conocimiento o, lo que era lo
mismo, una referencia por escrito de una persona honorable.262
La realidad de la clase menesterosa potosina, no estaba muy alejada de lo
expuesto por Guerrero, por ejemplo, en una nota de El Estandarte se leía que en
la calle de Mier y Terán, frente a la pulquería del “Arco Azul” había una vecindad
llamada “Del Refugio”, que tenía “por viviendas los macheros del mesón viejo del
mismo nombre y por inodoros los mismos macheros y el patio de semejantes
viviendas. Allí entre la inmundicia viven treinta o cuarenta personas aspirando un
aire que no soportarían ni las narices de un munícipe”.263
En esa época la descripción anterior no era ninguna novedad, pues cinco
años antes—en 1892—ya se había hecho pública una queja de que en la misma
pulquería del “Arco Azul” se reunía gente no muy aseada y hacían allí “sus
necesidades” y que a causa de “la acumulación de materias fecales, que no
despiden aroma agradable y cuyos miasmas envenenan la atmósfera, en la
actualidad es muy fácil atrapar el tifo”, los vecinos de la manzana donde se
encontraba el “foco de infección” solicitaron “encarecidamente” a la Inspección de
Salubridad “que pronto y radicalmente haga desaparecer ese constante peligro,

261
Ibid., pp. 132-133. Las cursivas son mías.
262
Ibid., p. 139.
263
“Cuestión de higiene” en El Estandarte, año XIII, no. 1932, febrero 19 de 1897. Las cursivas son
mías.
101

con que están amagados los vecinos del „Arco Azul‟, que para ellos puede ser
„Arco Negro‟”.264
Una clase un poco por encima de la antes descrita, que se acercaba más
bien a la clase media, aunque no en un sentido estricto, y que también tomaba
pulque en la comida, pero que reprobaba la embriaguez, “cuando menos en
teoría”—como afirmaba Guerrero—era la compuesta por artesanos, escribientes,
gendarmes, oficiales y extranjeros.265 Óptica como la de Julio Guerrero era la que
imperaba en el discurso de los observadores y críticos de la época, principalmente
dentro de la prensa.

3.3. La prensa porfiriana como sector moralizante


En consonancia con lo que acontecía en el resto del país, en San Luis Potosí, un
medio para “moralizar” a la población fue la prensa y, de manera más concreta,
aquella de tendencia católica o conservadora, como fue el caso del ya citado
periódico El Estandarte. A pesar de que dicho periódico era de oposición al
régimen—al menos a nivel local, pues su director, Primo Feliciano Velázquez,
recuerda dicho periodo nacional como de bonanza, al referir que “los que
alcanzamos aquel periodo de 1877 a 1910, compadecemos a cuantos han vivido
en los tormentosos años que siguieron”266—se le puede considerar dentro de lo
que James Alex Garza ha denominado “las voces „morales‟ no oficiales del
régimen”,267 por reflejar cierta concordancia con lo que disponía la autoridad para
proyectar una imagen de pueblo “civilizado”.
El periódico servía como medio eficaz para expresar opiniones en torno al
diario acontecer y a los problemas sociales que aquejaban a la población, tales
como el alcoholismo, la delincuencia, la pobreza o la falta de instrucción pública,
entre otras cosas. Asimismo, dichas opiniones eran vertidas en el medio impreso
por redactores o colaboradores; el espacio era ofrecido para que pensadores o

264
“A la Inspección de Salubridad” en El Estandarte, año VIII, no. 747, noviembre 25 de 1892.
265
Ibid., p. 140.
266
Velázquez, Primo Feliciano, Historia de San Luis Potosí, vol. III, 3ª edición, México, El Colegio
de San Luis/UASLP, 2004, p. 169.
267
Garza, James Alex, Op. Cit., p. 21.
102

médicos allí dieran a conocer sus ideas o éstas eran retomadas por el periódico y
se incluían, obviamente, otorgando el debido crédito de dónde o de quién fueron
extraídas.
A pesar de que las principales críticas en contra de las conductas y vicios
de la gente pobre iba dirigida desde El Estandarte y, dicho medio a su vez
responsabilizaba de esos males al gobierno en turno, el periódico oficial del
gobierno del estado de San Luis Potosí, también mostró cierta preocupación hacia
lo que representaba la embriaguez como transgresora del bienestar social. En
este punto vale la pena detenerse para entender qué significaba el término
“bienestar social” y tomar en cuenta desde qué punto de vista era percibido éste,
pues si lo consideramos desde la perspectiva del grupo en el poder—como el
periódico oficial—está claro que la embriaguez de los marginados iba a
representar una transgresión al “bienestar social”; empero si lo analizamos desde
la óptica de “los de abajo”, el hábito de beber de dicho grupo, de ninguna manera
iba a ser visto como una transgresión, sobretodo si tal práctica era llevada a cabo
como un escape o desahogo de una cotidianidad marcada por la miseria.
Así, en sus líneas, el periódico afirmaba que “las causas de agresión por
embriaguez llegaron el año anterior [es decir, en 1881] en la misma a la cifra de 7,
000” y de esta manera solicitaba a la autoridad correspondiente que:

[…] si se prohibiese terminantemente tomar bebida alguna sobre los mostradores


de pulquerías, abarrotes y cantinas y los casos de inobservancia se incluyeran en
los de escándalo público, vendría a formarse una nueva jurisprudencia que sin
alterar en nada la establecida, todo lo llegaría a evitar, pues ya no quedaría ningún
abuso impune.268

Por su parte, El Estandarte hacía una crítica más aguda en sus páginas,
afirmando que:

[…] a nadie se oculta que de las pulquerías y cantinas salen los homicidas y
heridores, los adúlteros, y allí mismo nacen las disensiones domésticas, el mal
ejemplo para los hijos, su falta de educación, su inmoralidad, y la preocupación

268
“La embriaguez y modo de reprimirla” en Periódico Oficial La Unión Democrática, tomo VII, no.
471, marzo 31 de 1882.
103

para que sigan el mismo camino que sus padres, sembrado de crímenes y de
miseria.269

Esto en lo correspondiente a los establecimientos que vendían bebidas


alcohólicas, ahora bien, en lo concerniente al encargado o dueño del
establecimiento a quien hacían “cómplice” de la culpa de los vicios de los
artesanos—quienes según las élites eran los más propensos a la embriaguez—,
en la misma nota del referido periódico se leía lo siguiente:

[…] a los dueños de cantinas o pulquerías que vendan licor a un hombre que está
ya ebrio, debe castigársele severamente; qué mayor severidad debe observarse
con los que ministren licor sobre prendas de cualquiera clase, prohibiéndoles
expresamente hacerlo: que respecto de las prendas ya empeñadas, deben
tomarse las medidas necesarias a fin de que no se rematen o vendan en tiempo
tan perentorio, obligando a los dueños de cantinas a que garanticen de alguna
manera la conservación y existencia en su poder de lo empeñado.270

En esta parte de la nota hay dos aspectos a analizar. El primero es sobre la


categoría paternalista que se le otorga al cantinero o pulquero, señalándolo como
un sujeto con mayor juicio moral y, tal vez, intelectual que el ebrio que acudía a su
establecimiento a beber. Tal categoría pudo responder a que por el hecho de
poseer un giro comercial, el cantinero/pulquero era visto como un agente
productivo y ello le concedía un mayor rango en la escala social e intelectual y
moral incluso y por tanto estaba obligado a moderar el consumo de alcohol de sus
clientes.
El segundo punto es el que hace énfasis en que la mejor forma de
“castigar” alguna clase de abuso por parte del vendedor de alcohol sería
prohibiéndoles recibir cualquier tipo de objeto en empeño para que el cliente
continuara bebiendo, y es que la práctica del empeño era una de las más
recurridas por los bebedores para seguir ingiriendo alcohol. Sin embargo, como
explica Vanesa E. Teitelbaum, lo que preocupaba a las autoridades era conocer el
origen de los objetos empeñados, es decir, evitar que estos hubiesen sido
robados. Finalmente, la autora proporciona la clave para entender los reglamentos

269
“Una cuestión social” en El Estandarte, año II, no. 123, abril 1º de 1886.
270
Ibídem.
104

que prohibían realizar empeños en locales como las pulquerías: “el afán por
controlar a la población y combatir la delincuencia, y el propósito de incrementar
las ganancias [del Monte de Piedad, que era la institución destinada a tal
efecto].271”
Por otra parte, el discurso médico respecto del alcoholismo tuvo gran eco
dentro de las páginas de la prensa. Frecuentemente se publicaban notas o
artículos escritos de manera expresa por los mismos especialistas para las
ediciones de los periódicos o se tomaban extractos o textos íntegros publicados en
otros periódicos del país o del extranjero. Tales publicaciones además de hablar
de los estragos que producía la ebriedad tanto en el individuo como a la sociedad,
también trataban de “novedosos” métodos para “curar” o prevenir del alcoholismo,
si es que este mal aún no se padecía.
Entre quienes se dieron a dicha tarea hubo charlatanes y médicos
experimentados que intentaron hacer frente al problema con seriedad, así como
otros que tuvieron profunda confianza en que su producto “curaría” absolutamente
a todos los borrachos y que en pocos años la ebriedad ya no sería más un
problema.
Uno de los “remedios” que se quisieron adoptar de Europa, aplicado en
Francia e Inglaterra, para erradicar el gusto por el alcohol era un suero que se
obtenía de la leche de mantequilla y que quitaba “el deseo de tomar toda clase de
líquidos, lo cual ha sido un verdadero hallazgo, para combatir victoriosamente la
embriaguez”, además de devolver con cierta “facilidad a la temperancia a multitud
de seres perdidos para la sociedad por el repugnante vicio de la embriaguez”. 272
Otra de las propiedades de esa medicina era que también “curaba” la diabetes.
Hubo también intentos más serios como el establecimiento de una
“Sociedad de temperancia”.273 Sobre el último punto vale la pena hacer un breve
paréntesis para inferir que la intención de establecer una Sociedad de temperancia

271
Teitelbaum, Vanesa E., “Sectores populares y „delitos leves‟ en la ciudad de México a mediados
del siglo XIX”, en Historia Mexicana, vol. LV, no. 4, abril-junio de 2006, pp. 1258-1259.
272
“Contra la diabetis [Sic.] y la embriaguez” en Periódico Oficial del Gobierno del Estado de San
Luis Potosí, tomo XI, No. 767, abril 17 de 1886.
273
“Sociedad de temperancia” en Periódico oficial del Gobierno del Estado de San Luis Potosí,
tomo XI, no. 820, noviembre 20 de 1886.
105

en la entidad tuviera su origen en el hecho de que el 25 de febrero de 1886 el


obispo Keener, representante de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur establecida
en los Estados Unidos, organizó y presidió la Primera Conferencia Anual que
abarcó los estados del centro de México, incluido entre ellos San Luis Potosí.274 La
finalidad de dicha conferencia—a grandes rasgos, entre otras por el mismo estilo
que se estaban organizando hacia esa época—era promover la templanza,
erradicar la embriaguez e inculcar en el pueblo “principios morales y religiosos”. 275
Otro tipo de actividades que se estuvieron difundiendo dentro de las campañas
antialcohólicas promovidas por el Estado fueron los deportes. Un sector
importante que apoyó parte de dicho programa fue la élite y la floreciente clase
media.276
De regreso al tema de la función de la prensa como medio para combatir el
alcoholismo, se hacía explícito el mal moral causado por la embriaguez en notas
escritas por médicos extranjeros como el doctor Villiam de Londres, quien decía
del alcohólico que “no se siente nada por el mal del prójimo, se extingue todo amor
y simpatía; hasta el efecto natural de los hijos se va perdiendo gradualmente, y al
fin quedan borrados los sentimientos morales y religiosos” y sentenciaba
afirmando que “la víctima miserable del fatal hábito de la embriaguez, cae al fin en
un estado de fatuidad, y muere como un bruto”.277
Hubo alguien que respondía al nombre de José Balvontín, quien había
adoptado y puesto en práctica un método para combatir el alcoholismo, cuyo
respaldo era haber curado a “veinte y tantas” personas en un periodo de más de
cinco meses, “sin que ninguna de ellas haya vuelto a probar el licor”, afirmando
además que, al contrario, huían de las cantinas y “se resisten resueltamente a las

274
Alvarado López, Xeitl Ulises, “Lucha metodista por la templanza en Estados Unidos y México,
1873-1892” en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, no. 40, julio-diciembre
de 2010, p. 71.
275
Ibid., p. 63.
276 rd
Maclachlan, Colin M. and William H. Beezley, El Gran Pueblo. A History of Greater Mexico (3
Edition), EUA, Pearson Prentice Hall, 2004, p. 143. Para profundizar en el tema de los deportes
durante el porfiriato y cómo estos formaron parte de la persuasión porfiriana desde el concepto
trabajado por William H. Beezley, véase Beezley, William H., Judas at the Jockey Club an Other
Episodes of Porfirian Mexico, EUA, University of Nebraska Press, 1987, pp.13-66.
277
“Efectos de la embriaguez” en El Estandarte, año IV, no. 323, marzo 22 de 1888.
106

invitaciones de sus antiguos compañeros”.278 Otro médico aseguraba que los


ebrios consuetudinarios podían curarse comiendo manzanas en todas las
comidas, ya que ese fruto, absorbido en gran cantidad—según decía—hacía
desaparecer “la viva inclinación del alcohólico a la bebida”, obteniéndose en el
paciente una “gradual repugnancia por el venenoso licor”.279
Poitogallorf, un doctor y publicista ruso aseguraba que administrar
estricnina en inyecciones subcutáneas representaba un remedio infalible e
inmediato para curar a los borrachos de “su funesta pasión”.280 También publicó El
Estandarte un extenso artículo escrito por el doctor H. J. Kellog, un destacado
médico con trascendencia internacional, que hablaba de los males físicos, morales
y sociales que provocaba la embriaguez.281
Sin embargo, uno de los personajes más frecuentes en las páginas de El
Estandarte, quien al parecer, tenía una cercana amistad con su director y éste
además le proporcionaba amplios espacios en su publicación, fue el doctor
potosino—pero conocido allende las fronteras de su estado natal—Alejo
Monsiváis. A partir de 1886, el doctor Alejo Monsiváis propuso ante el
ayuntamiento de la capital potosina un par de iniciativas para combatir el
alcoholismo entre la población. Estas consistían en seguir un tratamiento de
“polvos antidipsomaniacos” que provocaban “una repugnancia invencible a la
bebida embriagante con la cual está mezclada”282 y la otra era un proyecto algo
más ambicioso: establecer en la ciudad casas de temperancia para corregir el
vicio de la embriaguez. Cabe señalar que el tratamiento a seguir en dichas casas
era el de los polvos antes mencionados y para echar a andar el proyecto, el doctor
Monsiváis solicitaba que el gobierno municipal contribuyera con las fincas donde
se establecerían las casas de temperancia.283

278
“Remedio contra la embriaguez” en El Estandarte, año V, no. 419, febrero 24 de 1889.
279
“Contra la ebriedad” en El Estandarte, año XIII, no. 1996, mayo 12 de 1897.
280
“La curación de la borrachera” en El Estandarte, año XIII, no. 2136, noviembre 4 de 1897.
281
“El vicio de la embriaguez por el Dr. J. H. Kellog” en El Estandarte, año XIII, no. 2118, octubre
13 de 1897.
282
“Contra la embriaguez” en El Estandarte, año II, no. 142, junio 10 de 1886; “Contra la
embriaguez” en Periódico Oficial del Gobierno del Estado de San Luis Potosí, tomo XI, no. 790,
julio 21 de 1886.
283
AHESLP, ayto., 1886.8, exp. 82, Dr. Monsiváis acompaña un proyecto para establecer en esta
ciudad casas de temperancia con el fin de corregir la embriaguez, julio 13 de 1886, 5 ff.
107

Aunque el proyecto tuvo buena acogida entre las autoridades y la prensa


potosinas, no faltó quien se opusiera al mismo desde la capital del país. Ante un
ataque lanzado por un periódico capitalino, que acusaba al tratamiento del doctor
Monsiváis de que algunas personas que habían sido sometidas a éste, padecieron
posteriormente algunas enfermedades y otras murieron, en una contundente
respuesta, en defensa del impulsor de los “polvos antidipsomaniacos”, El
Estandarte expuso:

Hemos investigado el origen de tales especies y hemos encontrado, ya algunos


cantineros que, temerosos de perder su lucrativa especulación se esfuerzan en
introducir alarmas; ya un grupo de beodos, que no quieren salir del fango en que
cual cerdos, se sienten agradablemente sumergidos; ya personas, cuya posición
debía ponerlas a cubierto de rastreras pasiones, por las que se dejan llevar de una
manera lamentable.284

Además de esto, la dirección de El Estandarte amplió sus muestras de


apoyo hacia el doctor Alejo Monsiváis, cuando su proyecto fue nuevamente
denostado; esta vez por un periódico de Guadalajara. Eso fue en el número 1461
de Juan Panadero. En esa ocasión, El Estandarte concedió un extenso espacio
para que el doctor Monsiváis hiciera las declaraciones necesarias en su favor.285
Sin embargo, al parecer fueron más las muestras de afecto dirigidas al
doctor Monsiváis, pues estas llegaron desde Guanajuato, Durango y Puebla,
cuyos respectivos gobiernos manifestaron su apoyo tanto al proyecto de las casas
de temperancia como al de los polvos.286
Así, pasaron varios años sin más noticias acerca del doctor Alejo
Monsiváis, hasta que en 1896 publicó algunos de los resultados obtenidos en
1881 en un total de 376 casos287 y posteriormente, en noviembre de 1897, el
doctor Monsiváis solicitó a los editores de El Estandarte, se sirvieran publicar la
copia de una Estadística de la Embriaguez que el mismo doctor había enviado al

284
“Vulgaridades” en El Estandarte, año II, no. 159, agosto 8 de 1886.
285
Véase “Contra la embriaguez. El específico del Dr. Monsiváis” en El Estandarte, año II, no. 166,
septiembre 2 de 1886; no. 167, septiembre 5 de 1886 y no. 168, septiembre 9 de 1886.
286
“El Sr. Dr. Alejo Monsiváis” en El Estandarte, año II, no 183, octubre 31 de 1886; “La
embriaguez” en El Estandarte, año II, no. 197, diciembre 19 de 1886; “La embriaguez” en El
Estandarte, año III, no. 221, marzo 13 de 1887.
287
“Estudios sobre la embriaguez y modo de corregirla” en El Estandarte, año XII, no. 1774, julio 24
de 1886.
108

Ministerio de Gobernación, comprendida del 23 de marzo al 22 de septiembre de


dicho año, en la que demostraba los siguientes datos: se atendieron 250
pacientes, de los cuales 17 padecían el vicio de la embriaguez desde hacía un
año, 86 entre dos y cinco, 62 de cinco a diez y 77 de 10 a 20 años o más; de
éstos, 90 eran considerados ebrios consuetudinarios, 114 bebían de un día a tres
por semana y 38 de tres a seis o más días; 150 tomaban pulque y mezcal, 60
solamente tomaban pulque y 23 únicamente mezcal; 97 tomaban de uno a cinco
litros de pulque por ingesta y 120 de cinco a diez litros o más; de los que ingerían
mezcal, 165 consumían de 1/8 de litro a un litro, y ocho de un litro a dos o más; 29
pacientes necesitaron de uno a diez papeles con los “polvos antidipsomaniacos”,
66 requirieron de 10 a 20 y 147 de 20 a 30 o más papeles; 22 fueron reincidentes,
181 habían sido consignados por el gobernador y 69 se presentaron por su propia
voluntad o como insolventes.288 En estos datos es evidente el alto consumo de
pulque que había entre la población potosina.
Otro tipo de discurso recurrente en los periódicos, era aquél que
relacionaba al alcoholismo con la criminalidad. La prensa porfiriana, congruente
con el pensamiento “científico” predominante durante la época, simpatizaba con
los postulados de prominentes autores que vincularon la embriaguez con la
criminalidad, afirmando incluso que “el pulque ejercía sobre el sistema cerebro-
espinal una reacción diferente a la que producían las demás bebidas alcohólicas”
y que además, “generaba irritabilidad y que esto determinaba que el ebrio iniciara
riñas por motivos tan insignificantes como una mirada, una sonrisa, y muchas
veces, aun verdaderas alucinaciones de la vista y el oído”.289
Hay que señalar que dicho discurso estaba dirigido fundamentalmente
contra las clases desposeídas de la sociedad, quienes, como se ha establecido,
para los observadores eran los más propensos al vicio y por consecuencia a
delinquir.
Sin embargo, también es necesario aclarar, como lo ha sostenido Robert M.
Buffington, que la criminología porfiriana carecía de completo orden y que en sus

288
“Estadística de la embriaguez” en El Estandarte, año XIII, no. 2148, noviembre 18 de 1897.
289
Speckman Guerra, Elisa, Op. Cit., 87.
109

interpretaciones “combinaron análisis aparentemente científicos con caducos


remilgos moralistas y meros tanteos; en ellas no hicieron más que repetir los
prejuicios de clase, raza y género de las élites”.290
En efecto, la doctrina que propagaban los intelectuales de la época era la
del darwinismo social, el cual partía de que “los fenómenos sociales eran el
producto de factores hereditarios que se transmitían biológicamente, y que
establecían diferencias insalvables entre los individuos de diversa raza y condición
social”.291
Así como dicha corriente tuvo su auge en México durante el último tercio
del siglo XIX, a la par se adoptan también los estudios sistemáticos de la
criminalidad desde la perspectiva de la escuela positivista italiana impulsada por
Cesare Lombroso,292 quien subrayaba las anomalías fisiológicas de individuos
criminales.293 Sin embargo, tales afirmaciones propuestas por Lombroso fueron
rechazadas en el Congreso de Antropología Criminal celebrado en Bruselas,
Bélgica, afirmando que “la cuestión de si existe un tipo criminal, anatómicamente
considerado, ha sido combatida, estando todos los oradores de acuerdo en que no
existe, y en que Lombroso al sostenerlo no sabe lo que dice”.
Los responsables de tal polémica fueron los doctores Magnar, de París y
Ladame de Ginebra, quienes aseveraron que “el individuo obsesionado es un ser
lúcido que tiene conciencia de su estado” y que “no es responsable de los
crímenes o delitos que pueda cometer bajo la influencia de esas obsesiones
mórbidas”, concluyendo con que “la obsesión no es irresistible más que cuando
obra sobre seres degenerados o desequilibrados”,294 lo cual no estaría del todo
opuesto a las teorías de Lombroso, tomando en cuenta que éste se refería a

290
Buffington, Robert M., Criminales y ciudadanos en el México moderno, México, Siglo XXI
editores, 2001, p. 62.
291
Urias Horcasitas, Beatriz, “El determinismo biológico en México: del darwinismo social a la
sociología criminal” en Revista Mexicana de Sociología, vol. 58, no. 4, octubre-diciembre de 1996,
p. 100. Un interesante estudio de caso sobre cómo fueron empleadas durante el porfiriato doctrinas
como el darwinismo social y otras más, vigentes en la época, véase Cruz Barrera, Nydia E.,
“Indígenas y criminalidad en el porfiriato. El caso de Puebla” en Ciencias, no. 60-61, octubre marzo
2000-2001, pp. 50-56.
292
Ibid., p. 105.
293
Buffington, Robert M., Op. Cit., p. 97.
294
“Locos criminales” en El Estandarte, año VIII, no. 716, septiembre 30 de 1892.
110

anomalías físicas, mientras que las anomalías a que se referían sus detractores
eran mentales.
Bajo esta óptica era común encontrar extensas notas periodísticas dentro
de las que se leían reflexiones contra los sectores populares, de entre los que era
notorio, según señalaban, “el numeroso concurso que llena las pulquerías y
cantinas, y lo que la criminalidad aumenta por causa del vicio de la embriaguez”;
los autores de declaraciones como esta no vacilaban en asegurar que “un veinte
por ciento de los criminales que llenan nuestras cárceles, lo son por delitos en que
no entran los efectos perniciosos de ese vicio funesto, y que los ochenta restantes
le pagan ese terrible contingente”, y sugerían como único remedio que tanto
cantinas como pulquerías estuvieran sometidas a una estricta vigilancia “a efecto
de impedir la estancia permanente en ellas de no pocos miembros de la clase
obrera y a veces hasta de la mujer e hijos de éstos, que no pueden menos de
contagiarse, si es que no lo están lo que sería raro, con el ejemplo que reciben”.295
Es evidente en la nota señalada cómo se hace referencia al “contagio” de los
malos hábitos entre los sectores populares o lo que era lo mismo, a la “herencia”,
postura sostenida también por Cesare Lombroso.296
Al relacionar el crimen con las pulquerías, no era de extrañar que en 1895,
en una nota periodística se sostuviera que “coincide con la escasez del pulque el
descenso que ha tenido la criminalidad” y que los escándalos y las riñas habían
bajado en un 50 por ciento en las comisarías.297 En la misma tónica hubo muchos
encabezados de noticias sobre riñas, lesiones y hasta homicidios en los que se
emplearon palabras o frases relacionadas con el pulque para señalar el vínculo
entre dicha bebida y la criminalidad. Mucho tuvo que ver quizá en esos conflictos
la bebida nacional, pero pudo tratarse más bien de una campaña cuyo propósito
era satanizar al vino extraído del maguey.
Algunos de dichos encabezados acusaban directamente al pulque de las
desgracias de los habitantes, tales como uno que únicamente se titulaba “El
pulque”, refiriéndose a que como consecuencia de dicha bebida Sixto Sandoval se

295
“La clase obrera y el pauperismo” en El Estandarte, año XIV, no. 2408, octubre 8 de 1898.
296
Buffington, Robert M., Op. Cit., p. 97.
297
“La escasez del pulque” en El Estandarte, año XI, no. 1351, enero 25 de 1895.
111

298
cayó en un hoyo y se rompió la cabeza; en “Por el pulque” se leía que Juan
González y Nicolás Zúñiga, en lugar de haber ido al trabajo fueron a una pulquería
y como resultado, el primero causó una herida al segundo.299
En otra nota, bajo el rebuscadísimo título—nuevamente—de “El pulque”, se
hablaba de que “como resultado de las libaciones del blanco licor que
frecuentemente hace nuestro pueblo, casi no hay día en que no se registren
pendencias y algún individuo saque su correspondiente puñalada”;300 en un par de
notas tituladas “Efectos del tlamapa301”, se daba fe, en una de ellas, que Pánfilo
Medina y Anselmo García se habían embriagado en una pulquería y sin más razón
se dieron de puñaladas,302 en la otra, publicada unos meses antes, se leía que en
una pulquería situada en la primera calle del Peñasco, Andrés Ruiz y Alberto
Rosales, ebrios, riñeron resultando muerto el segundo con varios machetazos;303
bajo el encabezado de “El neutle304” se dio noticia de que “Víctor y Catarino
Rodríguez [probablemente hermanos] habían libado grandes vasos de pulque y
aconsejados por el licor […] se acometieron navaja en mano recibiendo Catarino
graves heridas”;305 sobre la riña en la que un individuo resultó muerto y otro
herido, verificada en la pulquería “El Cazador” ubicada en la sexta calle de Hidalgo
se publicó una nota titulada “Esas pulquerías”.306
Finalmente, aún cuando por alguna razón no hubo gran contingente de
detenidos por la autoridad, no se podía dejar de lado a las pulquerías, como lo
verificó una nota que decía: “Parece que con la riña de la pulquería de la Reforma
y alguna otra pequeñez, pasaron los días sin novedad, que se sepa”, 307 esto en
referencia a otra nota publicada en la misma edición de El Estandarte que hablaba

298
“El pulque” en El Estandarte, año VI, no. 91, agosto 6 de 1890.
299
“Por el pulque” en El Estandarte, año VI, no. 70, julio 11 de 1890.
300
“El pulque” en El Estandarte, año XI, no. 1479, julio 9 de 1895.
301
Tlamapa: Forma coloquial, entre otras tantas, de referirse al pulque.
302
“Efectos del tlamapa” en El Estandarte, año V, no. 486, octubre 20 de 1889.
303
“Efectos del tlamapa” en El Estandarte, año V, no. 446, junio 2 de 1889.
304
Neutle: También neutli. El aguamiel, que es la base del necutli o pulque. Ciertas capas de la
población lo confunden con éste. Martínez Álvarez, José Antonio, Op. Cit., p. 510.
305
“El Neutle” en El Estandarte, año V, no. 436, abril 28 de 1889.
306
“Esas pulquerías” en El Estandarte, año XIII, no. 2034, julio 2 de 1897.
307
“Cosa rara” en El Estandarte, año XII, no. 1642, enero 31 de 1896.
112

de una “singular batalla” sostenida entre Pascual Pérez y Primitivo Méndez en la


mencionada pulquería de “La Reforma”.308
Para cerrar este apartado, es pertinente citar algunos extractos de una
extensa nota sobre la criminalidad en San Luis Potosí publicada en El Estandarte,
de la cual se puede obtener una idea de cómo eran vistos los sectores populares
por parte de las élites de la época y, con sus debidas reservas, la cotidianidad de
los desposeídos como ya se ha venido evidenciando. En primer lugar se
destacaba que “en la conciencia de todos está que la comisión de la mayor parte
de los delitos de sangre, tiene su campo en las esferas más bajas de la sociedad,
entre el ambiente repugnante de la pulquería, el garito y el burdel” y que “a fin de
que se registren en la historia del crimen […] no hay ni puede hacerse una
comparación con la criminalidad de las clases bajas y aquellas en que se tienen
nociones de la individualidad y de los derechos del hombre”. En la nota se
observaba incluso la alimentación de los indígenas, señalando lo siguiente:

El indígena se alimenta con maíz, chile y algunas frutas; bebe cuando puede y
cuanto puede: en algunos distritos de la Mesa Central el pulque en cierto límite
ayuda a su nutrición, y que frecuentemente aniquila por la embriaguez todas sus
energías morales; y en otros distritos, diversos aguardientes extraídos del maguey.
Con esta alimentación puede el indio ser un buen sufridor, que es por donde el
hombre se acerca más al animal doméstico; pero jamás un iniciador, es decir, un
agente activo de civilización.309

Tocando el tema del pulque, el autor señalaba que éste así como los
demás aguardientes extraídos del maguey y los cirios para los santos tenían
“encadenado al indígena y aun al mestizo rural a un estado de inferioridad
desesperante […] procura satisfacer sus placeres con varias jícaras de pulque […]
para después entregarse a los delitos más salvajes”. 310
Los extractos de la nota citada, son por demás reveladores de cómo el
obrero y más aún el indígena era visto como un ser inferior y que la culpa de su
atraso en la escala de la civilización se debía a sus costumbres y hábitos
alimenticios ancestrales, entre ellos el consumo de pulque. Se veía también como

308
“Riña” en Ibídem.
309
“La criminalidad en San Luis Potosí y los medios para combatirla” en El Estandarte, año XIV, no.
2452, diciembre 6 de 1898. Las cursivas son del original.
310
Ibídem.
113

causa de la criminalidad, la propensión a la embriaguez a la que estaba sometida


la gente perteneciente a la clase menesterosa. En fin, no deja de notarse a lo largo
del texto la postura paternalista—tan en boga en la época—de quien lo redactó,
proponiendo como solución atender a la infancia proletaria y educarla, así como
combatir el vicio de la embriaguez.
Sin embargo, a pesar de lo expuesto, al parecer durante esos años, las
ciudades de San Luis Potosí, Guadalajara y Puebla no tenían mucho de qué
preocuparse, en materia de criminalidad, como la ciudad de México. Esto lo
copiaba El Estandarte de una nota correspondiente a un periódico español que
señalaba lo anterior, afirmando que en la ciudad de México hacía falta la
educación moral y religiosa, mientras que aún cuando en las tres ciudades
mencionadas, la escuela del Estado era atea, “la enseñanza religiosa en el templo
y en el hogar, es un freno que contiene las pasiones desenfrenadas en el
individuo”.
Otro ejemplo proporcionado por la singular nota era que cuando en la
ciudad de México el pueblo no podía ver la virtud ejemplar de las familias
religiosas, en las otras tres ciudades, “las mejores familias” por sí mismas acudían
a socorrer la desgracia y a remediar los sufrimientos, “no como ángeles de
consuelo, sino como beatificas creaciones de la verdad católica y de las prácticas
religiosas”.311 Semejante nota, además de servir para tranquilizar la conciencia de
la sociedad potosina, es una muestra del carácter conservador que ha
caracterizado a dicha sociedad hasta nuestros días y que así era vista incluso en
el extranjero.

3.4. Pobres, ebrios y delincuentes: historias de violencia en pulquerías


Las historias que a continuación se presentan en este apartado han sido extraídas
de los casos—registrados en el rico acervo documental del Supremo Tribunal de
Justicia resguardado en el Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí—más
representativos de las causas que motivaron acciones delictivas o violentas
teniendo como telón de fondo algunas de las pulquerías de la capital potosina. Al
311
“La criminalidad en Méjico” en El Estandarte, año XI, no. 1375, febrero 26 de 1895.
114

hablar de “las causas”, me refiero a aquellas acciones verbales, físicas o


gesticulares que desencadenaron actos violentos considerados como delitos.
Muchos de esos encuentros impulsivos no fueron sino producto de malos
entendidos o equivocaciones entre simples desconocidos, incluso entre buenos
amigos o compadres, de los cuales uno terminó en prisión y la parte contraria,
cuando no resultó atendiéndose sus heridas en el hospital civil, vio cesar su vida
como consecuencia de un rato de compartir tragos de pulque y encontrarse
trastornado por los humos del alcohol. Las principales causas de riñas acontecidas
en las tabernas fueron por juegos, invitación/solicitud de un individuo a otro u otros
de un poco de pulque, insultos y por otros motivos diversos, de algunos de los
cuales no se supo su origen al no declararlo los implicados por el alto grado etílico
en que se encontraban y que simplemente fueron tan excepcionales que no entran
dentro de las clasificaciones mencionadas ni puede creárseles una categoría
aparte, aunque estos casos conforman el grueso de los que se analizarán.
Otra causa frecuente, fueron las agresiones contra mujeres, ya sea por
alguien del mismo sexo o de un hombre hacia una mujer cuyo impulso haya
obedecido a cuestiones amorosas, sin embargo, esto se abordará en el siguiente
capítulo en el que se analiza la presencia femenina en las pulquerías.

a) Juegos.
En este inciso se hará una revisión a los casos en que la riña se originó a causa
del juego, prevaleciendo en las pulquerías potosinas el de la rayuela, sin embargo,
también se han incluido aquí otras acciones como las bromas que se gastaron
entre sí los bebedores y por tal motivo se disgustaron y entraron en conflicto.
El primero de los hechos que se describirán, se registró la mañana del 13
de noviembre de 1885 en la pulquería del “Pinacate”, en donde Andrés Rangel y
Aniceto Hernández sostuvieron un encuentro violento tras una serie de partidos de
rayuela en el que quien perdía invitaba medio real de pulque a su vencedor.
Después de haber ganado Rangel el último partido, su contrincante salió del
establecimiento, por lo cual el primero creyó que no quería saldar la apuesta y al
alcanzarlo en la calle, Hernández lo atacó hiriéndolo debajo de la tetilla izquierda.
115

Sin embargo, Aniceto Hernández en su declaración sostuvo que si salió de la


pulquería fue para conseguir medio real que le faltaba para recuperar un jorongo
que le había empeñado a Aniceto Hernández y que éste cuando lo alcanzó le
atestó un par de golpes, no sin antes haberle gritado que “no fuera rajón”.312
El domingo 17 de enero de 1886, cerca de las cinco y media de la tarde,
José Sacramento López le pidió prestados cuatro pesos de cobre para jugar a la
rayuela al pulquero Gregorio Ramos, quien tenía su establecimiento cerca de otra
pulquería propiedad de una señora llamada Marciala Montiel. Pasadas varias
horas jugando a la rayuela, como a las ocho de la noche, López se enojó con
Felipe Barbosa, alias “El Zorro” porque éste le ganó una cuartilla de pulque. De tal
suerte, José Sacramento invitó a su adversario a pelear a la calle, accediendo “El
Zorro” y como a dos o tres cuadras de donde se encontraban, ahora frente a la
pulquería de una señora que respondía al nombre de Luisa, se pelearon a
pedradas, de las que López resultó herido y días más tarde perdió la mayor parte
de su pierna, por lo cual, además de “por su pobreza”, manifestó no perdonar a su
agresor, pidiendo que se le castigara, porque sin motivo le causó un mal grave; sin
embargo, el acusado quedó absuelto un par de meses más tarde.
En este caso resulta bastante relevante el hecho de que en un espacio de
dos a tres cuadras se encontraran, por lo menos, tres pulquerías, lo cual habla de
una considerable demanda de pulque en la ciudad, a pesar de que en la región no
se produjo la bebida en grandes cantidades. Cabe añadir que el día del
acontecimiento, desde las tres de la tarde, Felipe Barbosa comenzó a tomar
pulque que le vendieron unas señoras que se sentaban con tal efecto frente a la
plaza de toros, una hora más tarde tomó medio real de la misma bebida en la
pulquería de Francisca de la Cruz que se encontraba en la calle de las
Manzanillas, barrio de San Miguelito y posteriormente se trasladó al referido
establecimiento de Gregorio Ramos.313

312
AHESLP, STJ (legajo sin numerar), exp. 1, Criminal seguido de oficio por heridas mutuas contra
Andrés Rangel y Aniceto Hernández, noviembre 13 de 1885, 45 ff.
313
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar) exp. sin numerar, Criminal seguido de oficio por heridas a
José Sacramento López por Felipe Barbosa, enero 18 de 1886, 33 ff.
116

No todas las riñas provocadas por el juego terminaron en heridas, unas


menos graves que otras, como se ha visto hasta este momento, sino que también
tuvieron desenlaces más lamentables como la muerte de una de las partes como
cuando Bibiano Martínez llegó mal herido a su casa, y al preguntarle su esposa
que quién lo había golpeado, el lacerado hombre se limitó a contestar que le
pegaron en la pulquería de “La Corte”, propiedad de María Epitacia Ramírez y que
en el mismo establecimiento dejó su frazada; después de una hora falleció. Más
tarde la viuda supo que el homicida de su esposo fue Benito Alvarado.
Según las distintas declaraciones, eran las ocho de la mañana del 20 de
marzo de 1887, cuando Bibiano Martínez invitó a Benito Alvarado a jugar a la
rayuela, negándose el segundo porque Martínez le debía tres tlacos que le había
ganado la noche anterior en el mismo juego. En la calle, éste intentó pegarle con
una tranca a Alvarado, quien en una de las tantas veces que intentó desviar los
golpes, consiguió aventársela a su agresor, impactándola contra su cabeza, con lo
que momentos más tarde perdería la vida.314
El caso que a continuación se mostrará es un ejemplo de que, además de
los juegos de azar, hubo otros atractivos en las pulquerías como la música y el
baile. Prácticas que a simple vista parecerían inofensivas pero que, no obstante,
estuvieron ligadas a actos de violencia, como el hecho que se desarrolló la tarde
del ocho de julio de 1888 en la pulquería de Ángela Miranda, localizada en la calle
de la Rinconada del barrio de Santiago del Río, cuando después de haber estado
jugando a la rayuela con unos pesos falsos, un albañil de nombre Dionisio
Coronado y los hermanos Luis y Eligio Ledesma, llegó un arpero y comenzó a
tocar algo de música, a su vez los concurrentes comenzaron a bailar, originándose
una riña entre Eligio Ledesma y Dionisio Coronado, cuyos hechos se ilustran
claramente en la declaración del músico:

[…] serían las cinco [de la tarde] cuando tocaba un jarabe, el cual salieron a bailar
varios de los que allí había, de los que ignora sus nombres y que entre ellos
andaban dos más ebrios [Dionisio y Eligio] que los otros, los que bailando se
daban de golpes con unos palitos que traían, cuyos palitos los quitó la pulquera

314
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Benito Alvarado por
homicidio, marzo 20 de 1887, 32 ff.
117

para que no se fueran a enojar, pero que se seguían golpeando con los pies, todo
en calidad de juego, pero que al fin se enojaron y se dieron de bofetadas, en cuyos
golpes uno de ellos, hoyoso de viruelas, resultó herido de la cara, pues que al otro
no le puso cuidado si resultó también herido y como juntos se salieron para la
calle, ya no supo si después se volvieron a pelear.315

A propósito del músico que expuso el testimonio citado, éste caso muestra
que, si bien, no estaba prohibido tocar música hacia esa fecha en las pulquerías
de la capital potosina, tampoco era una forma de entretenimiento que los
pulqueros pudiesen ostentar como lo confirma la respuesta de la señora Ángela
Miranda, cuando se le preguntó que si era cierto que “en la tarde en que tuvo lugar
el acontecimiento había baile en su pulquería”, a lo que ella, deslindándose de
toda responsabilidad, dijo: “como llegó allí un arpero, estuvo tocando a instancia
de los demás concurrentes”. Con esta respuesta, la pulquera acepta que había
música en su establecimiento, pero que no se trataba de un baile que ella hubiera
motivado. Por su parte, Dionisio Coronado cumplió dos meses de arresto por las
heridas inferidas a Eligio Ledesma.316
Otro hecho en el que estuvo presente el juego de rayuela en una riña de
pulquería, pero que, al parecer no fue esa la causa del pleito, es el que se llevó a
cabo alrededor de las dos y media de la tarde en la pulquería de Petra Marfil, entre
Nicolás Colunga y Florencio Muñoz, cuando por un disgusto durante el partido,
decidieron salir a pelear a los Charcos de Santa Ana en el barrio de San Miguelito,
donde Nicolás hirió a su contrincante con un cuchillo, sin embargo, el agresor
afirmaba que Florencio Muñoz lo empezó a insultar y que el declarante recogió
una hoja de lata del suelo, con la cual lo hirió y no con un cuchillo. Como sea que
haya sido, al parecer el resentimiento entre los pleitistas pudo haber tenido su
origen un día antes, si se toma en cuenta que Colunga manifestó que “el día
anterior habían tenido un disgusto por las borracheras”. Cabe señalar que en
1882, Nicolás Colunga estuvo preso tres semanas también por el delito de
heridas, las cuales cometió contra Secundino Castillo en la pulquería de “Los

315
Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí, Supremo Tribunal de Justicia (en adelante
AHESLP, STJ) (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Dionisio Coronado por
heridas, julio 9 de 1888, f. 10 frente y vuelta.
316
Ibídem.
118

Potreros” por un mal entendido que tuvieron después de que Colunga le convido
un poco de pulque a Castillo. A pesar de los antecedentes, la resolución del juez,
en el proceso de 1888, fue absolutoria a favor del agresor, dejándolo en completa
libertad.317
Un acontecimiento en el que tuvieron lugar, tanto la rayuela como las
bromas, fue el sucedido durante el medio día del 22 de mayo de 1894 en la
pulquería de “La Reforma” en el barrio de San Miguelito, donde se encontraba
José Castro jugando a la rayuela con otros amigos cuando llegaron Silvestre
Sierra y su primo Pascual Romero, quienes “se llevaban” con Castro y con tal
confianza, empezaron a “chancearse” con él, arrebatándole el gabán, que
empeñaron en 12 centavos de pulque, dándole después un golpe en la cabeza al
mismo Castro, quien colmado, aventó dos tejas que traía en la mano contra la
cara de Silvestre Sierra, con las que le causó una herida sobre el párpado del ojo
derecho, de la cual fue absuelto José Castro.318
En la pulquería “La América en Triunfo” ocurrió otro lamentable incidente
que le costó la vida a un individuo por encontrarse en el lugar y momento menos
oportunos. Eran las ocho de la mañana del 22 de octubre de 1896 cuando Calixto
Vázquez y Miguel Acevedo llegaron a la taberna mencionada y después de
tomarse una copa, fueron al patio a hacer sus necesidades fisiológicas, donde se
encontraron con Dionisio Carrión, quien estaba ebrio e invitó a jugar a la rayuela a
Calixto Vázquez, quien rechazó la invitación, razón por la cual Carrión se disgustó
e intentó agredir con un cuchillo a Vázquez, tras lo cual Miguel Acevedo,
compadre de éste, se dirigió al despacho del establecimiento a quejarse con
Facundo Romero, dueño de la pulquería.
Según otro testigo que estaba por entrar al escusado de “La América en
Triunfo”, los compadres enfrentaron a su agresor también con cuchillos y
distrayéndose Carrión con Valentín Hernández, quien igualmente pasaría por
donde se efectuaba la riña, le dijo “también a ti” y después de dirigirle una serie de

317
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas contra Nicolás
Colunga, julio 16 de 1888, 39 ff.
318
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Causa criminal contra José Castro por el
delito de heridas, mayo 22 de 1894, 28 ff.
119

insultos, se le echó encima con el cuchillo. Al ver la agresión contra Hernández—


según el testimonio del testigo mencionado—los compadres lanzaron sus armas a
la azotea e inmediatamente el agresor se dio a la fuga, siendo perseguido por el
testigo, quien respondía al nombre de Tereso Meléndez, y dio aviso al gendarme
de la esquina para que detuviera a Dionisio Carrión.
El dos de noviembre del mismo año, se comunicó que el día anterior,
Valentín Hernández falleció a los 35 años de edad a causa de una peritonitis
ocasionada por la herida que recibió en el epigastro. Por su parte, Carrión fue
condenado a sufrir la pena de 20 años de prisión extraordinaria por el delito de
homicidio calificado y casi 14 años más tarde, el 14 de junio de 1910 exactamente,
solicitó su libertad preparatoria.319
Los casos expuestos son apenas una muestra de cómo los juegos de azar,
como la rayuela en particular, o las bromas estuvieron vinculados a actos de
violencia originados dentro de las pulquerías, aunque dichas prácticas no hayan
sido el principal motivo de los conflictos, sí fueron una causa efervescente, junto a
la embriaguez, de hechos violentos. Por la misma razón es fácil comprender—de
acuerdo con lo expuesto en el capítulo anterior—por qué se prohibieron
constantemente, a lo largo de tres siglos, los juegos y la música al interior de los
expendios de pulque.

b) Invitación/solicitud de pulque u otra bebida alcohólica.


Otra causa constante de riñas en las pulquerías fue cuando un individuo invitó o
solicitó pulque a alguno de los clientes del establecimiento. Los motivos de
disgusto más comunes eran porque la persona invitada se sintiera ofendida ante
tal gesto por parte de otro sujeto, ya fuera conocido o desconocido; porque un
cliente se molestara al solicitársele la bebida o dinero para comprarla y,
principalmente cuando le era negada la bebida o la invitación de la misma a algún
parroquiano.

319
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Causa número seguida contra Dionisio
Carrión por el delito de homicidio, octubre 22 de 1896, 54 ff.
120

El primer caso de esta categoría fue un homicidio cuyo origen tuvo lugar el
29 de septiembre de 1884, cuando Isidoro Hernández y Encarnación Rodríguez
acarreaban arena y decidieron detenerse en la pulquería de Margarita Pérez, muy
cerca de otra conocida como “El Alicante”, ambas en Santiago del Río, donde se
encontraron con Demetrio Olivar, Tomás Yáñez y Trinidad González, ofreciéndole
el primero de ellos a Isidoro Hernández que tomara pulque o que se lo diera, por lo
que ambos se incomodaron y, enseguida, los acompañantes de Olivar se le
echaron encima a Hernández, arrojándole piedras, con las que le causaron
algunas lesiones ligeras, y Demetrio Olivar, por su parte, intentó agredirlo con un
puñal hasta que se entrelazaron en una lucha cuerpo a cuerpo en la que
Hernández logró desarmar a su atacante y al intentar defenderse con la misma
arma, lo hirió, provocando la muerte de Demetrio Olivar al día siguiente. Como
Isidoro Hernández actuó en defensa propia, “repeliendo una agresión actual,
inminente, violenta y sin derecho”, el cuatro de julio del año siguiente, fue absuelto
de todo cargo criminal y quedó en absoluta libertad.320
Tres meses y 10 días después de que Hernández recuperó su libertad, es
decir, el martes 14 de octubre de 1885, como a las cinco y media de la tarde llegó
Inés de los Reyes, a la pulquería de “El Pinacate”, propiedad de la joven Anita
Rivera, de 20 años de edad,321 a empeñarle una frazada en una cuartilla, con la
que compró un poco de pulque, cuando se presentó Bernabé Alvarado pidiéndole
de la misma bebida a de los Reyes quien, además de negársela, le cobró medio
real que una vez le prestó para que desempeñara una frazada. Por tales motivos,
Alvarado se disgustó y siguió a Inés hacia afuera del establecimiento donde le
propinó un golpe que provocó que de los Reyes sacara una cuchilla con la que le
causó varias heridas a su agresor. Inés de los Reyes fue condenado a sufrir cinco
meses y dos días de reclusión en el “departamento de distinguidos” de la

320
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. 25, Causa instruida contra Isidoro Hernández por
homicidio, julio 4 de 1885, 3 ff.
321
Es dudosa la edad de la pulquera, pues en un testimonio de otra riña ocurrida en su pulquería,
también porque un individuo se negó a aceptar pulque del que le convidaba otro cliente en 1887,
afirmó tener 25 años de edad, lo cual es ilógico si en el presente caso, es decir un par de años
antes, contaba con 20. Véase AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal en
averiguación de las heridas que recibió Remigio Carrizales. Reos Felipe Segura, mayo 1º de 1887,
22 ff.
121

penitenciaría, el cual, a falta de un centro de corrección penal para los menores de


edad, les era destinado para evitar “los prejuicios que resentirían por la
comunicación con los demás presos de mayor gravedad”. Sin embargo, cabe
señalar que dos mese antes del acontecimiento, Inés de los Reyes estuvo preso
porque descalabró a un individuo, y a los dos días de recobrar su libertad por
aquél delito, regresó a la penitenciaría por faltas de respeto.322
El 23 de noviembre de 1886, pocos minutos después de las ocho de la
mañana, en medio de la calle 11 de 5 de Mayo, se encontraba envuelto en una
frazada el cadáver de un individuo de complexión regular, moreno, de
aproximadamente 30 años de edad, ojos negros, nariz recta, boca regular, quien
vestía camisa, calzones de manta corriente, sombrero de palma y que en vida
había respondido al nombre de Ambrosio Guerrero, cuyo trágico fin se produjo
cuando le pidió un tlaco para tomar pulque a Inés Calderón en la pulquería del
“Año Nuevo”, quien se lo negó por no traer más dinero, provocando la ira de
Guerrero, mismo que le infirió una herida con un cuchillo en la boca a Calderón,
motivo por el cual, María Francisca de la Cruz, dueña del “Año Nuevo”, echó a la
calle a Inés Calderón con el fin de evitar un agravio mayor. Tras un cuarto de hora,
la pulquera le pidió a su criada, Cirila López—quien en esos momentos se
encontraba fregando el piso del establecimiento que a su vez le servía de hogar—
que se asomara a la calle para verificar que no estuviera Calderón y dejar salir a
Guerrero, obedeciendo lo solicitado por su ama, la joven aseguró no haber visto a
Inés en las calles cercanas a la pulquería.
Una vez fuera de la taberna, Inés Calderón fue seguido por Ambrosio
Guerrero, injuriándolo e instándolo a que se fuera para el llano, momentos en que
le cortaba el jorongo con un cuchillo. Entonces, indignado Calderón, a su vez,
sacó un cuchillo y sin saber dónde lo heriría, su oponente cayó al suelo, donde
más tarde, a instancia del juez 4º menor, licenciado Edmundo Castro, el personal
del juzgado se trasladaría a practicar las diligencias necesarias para abrir el caso.

322
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal en averiguación de las heridas
que recibió Bernabé Alvarado, octubre 14 de 1885, 40 ff.
122

Al igual que en el proceso contra Isidoro Hernández, como el acusado actuó en


defensa propia, fue absuelto de todo cargo en su contra.323
Según la declaración de María Isabel Arias, hija de Ricarda Carrizales,
quien poseía una pulquería en el barrio de Tlaxcala, alrededor de las cuatro de la
tarde del 11 de noviembre de 1887, llegó tambaleándose Teodoro Nieto, muy
ebrio “al grado de no tener conciencia de sus actos” y gastó en compañía de
varios amigos tres reales de pulque. Mientras la pulquera entregaba una cuartilla
de dicha bebida a un cliente que se encontraba en la puerta, Francisco Pantoja,
aprovechó para robar un poco de pulque del apaste en que servía la hija de
Ricarda Carrizales, dándose cuenta del proceder de Pantoja, le reclamó y como
éste no supo que responder, culpó a Teodoro Nieto, asegurando que además de
haber robado él el pulque, se lo ofreció a Pantoja, lo cual escuchó Nieto y
enfurecido, condujo a Pantoja a la calle donde le dio un par de golpes con la astilla
de un palo después de que Pantoja—según Nieto—le lanzó una pedrada contra el
pecho.324
En el mismo año de 1887, pero el 26 de diciembre, ocurrió otro hecho en el
mismo tenor, que además resulta interesante por la protección maternal que en él
se puede apreciar. Timoteo Candelario estaba en la pulquería de “Los Changos”
localizada en la calle de la Alfalfa del barrio de San Sebastián en la salida a
Pozos, propiedad de Policarpa García, en compañía de varios amigos, cuando
Francisco Hernández, hijo de una curandera conocida como doña Guadalupe que
vivía en el Montecillo, se les acercó invitándolos a que lo acompañaran a tomar
chorrera y como nadie contestó, Candelario aceptó la invitación, “creyendo ésta de
buena fe” y salieron juntos, cuando al pasar frente a una cantina, Timoteo le dijo a
Francisco que allí vendían chorrera, a lo que el segundo respondió que fueran
más adelante, conduciéndolo hacia una calle sin gente, donde intentó agredirlo
con una cuchilla de zapatero y como Candelario andaba muy ebrio, se cayó,
oportunidad que su agresor no desaprovechó para herirlo en la cara. Francisco

323
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal seguido de oficio contra Inés
Calderón por homicidio, noviembre 23 de 1886, 36 ff.
324
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas contra Juan
Hernández o Teodoro Nieto, noviembre 12 de 1887, 36 ff.
123

Hernández fue aprehendido por el manzanero Timoteo Méndez, quien en su


testimonio negó haber aprehendido al delincuente sino hasta el día siguiente,
cuando éste pasaba en un burro en compañía de su madre, quien dijo que ella
respondía por su hijo, “que lo dejara ir, que iba a ver a su esposa que se estaba
muriendo de parto”. Esa fue una justificación suficiente para el manzanero y que
por lo mismo accedió a aprehender a la curandera y al malhechor le concedió
retirarse. Como el inspector de policía del barrio, Juan Valdez, reprobó lo
dispuesto por Timoteo Méndez, mandó aprehender al que decía iría a ver a su
esposa, lo cual no se logró hasta el 10 de marzo de 1888. Un año y medio antes
de los hechos relatados, Francisco Hernández estuvo preso durante once meses
por heridas. Como puede apreciarse, es muy significativo el papel que juega la
madre del agresor, sacrificándose ella con tal de que su hijo no fuera aprehendido,
a pesar de contar con antecedentes penales y cómo para el gendarme basta
aprehender a alguien, sin importar que se tratase del culpable o no.325 En suma,
este caso es un ejemplo fehaciente de lo apuntado por James Garza: “En los
bajos fondos parecía que la única persona en quien podías confiar era tu
madre”.326
Al salir de la pulquería de “El Cazador”, el 25 de junio de 1891, José María
Esparza fue interceptado por Antonio Puente, quien lo esperaba afuera del
establecimiento para pegarle con una piedra por el simple hecho de que
momentos antes no le quiso invitar una copa. Al escuchar el escándalo el
encargado de la pulquería, Juan Romero, salió del local y al ver lo ocurrido, detuvo
al agresor y llamó a un gendarme para que lo aprehendiera. En todas sus
declaraciones, Antonio Puente aseguró no recordar absolutamente nada de los
hechos por los que se le procesó por encontrarse en completo estado de ebriedad.
Tanto el ofendido, como el pulquero y el gendarme, aceptaron que Puente sí se
encontraba en estado de ebriedad pero no al grado de estar “perdido de sus
sentidos”, por lo que este caso como los demás en los que el culpable apeló
encontrarse en completo estado de ebriedad son un claro ejemplo del

325
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Francisco Hernández o Galván por
heridas a Timoteo Candelario, diciembre 26 de 1887, 12 ff.
326
Garza, James Alex, Op. Cit., p. 158.
124

conocimiento que tenían de que la embriaguez constituía una atenuante al ser


procesados y que, aunque no estuvieran ebrios realmente, fue un recurso con el
que se amparaban para cumplir una condena menor. En su caso, Puente fue
condenado a sufrir tres meses y 17 días de arresto.327
La mayoría de los casos expuestos han sido protagonizados por gente
joven, incluso menores de edad algunos de ellos, sin embargo el que a
continuación se presentará es particularmente interesante, porque muestra cómo
en plena adolescencia se podía contar con un verdadero historial criminal y ser
todo un delincuente en potencia, producto de un carácter sumamente agresivo.
El cuatro de marzo, sábado de gloria, de 1897, estuvieron bebiendo en la
reconocida pulquería “La Fuente Embriagadora”, Santos Flores de apenas 16
años de edad y Mateo Alfaro, alias “La Ardilla”, desde las nueve de la mañana
hasta las tres de la tarde, hora en que se acercaron a pedirle pulque a Heriberto
Rodríguez, quien se encontraba en el mismo expendio desde el medio día. Como
no se los dio, le tiraron el que bebía y al reclamarles Rodríguez, “La Ardilla” quiso
pagárselo, impidiéndoselo Flores, razón por la cual comenzaron a pelear, sacando
Santos Flores un cuchillo de zapatero con el que hirió a Heriberto Rodríguez,
quien intentó huir, seguido de su agresor, no obstante éste fue detenido por el
dueño de “La Fuente Embriagadora” y lo entregó a un gendarme que ya había
detenido también al herido y lo dejó encargado con otro individuo mientras se
encargaba del precoz delincuente.
Santos Flores fue condenado por el delito de heridas calificadas a sufrir un
año dos meses y veinte días de prisión, sin embargo la primera vez que estuvo
preso fue a los 13 años de edad por el delito de homicidio, quedando en libertad el
11 de junio de 1894 y regresar a prisión el siete de agosto del mismo año por el
delito de homicidio nuevamente; tras quedar en libertad en enero de 1895, fue
remitido por tercera vez a la penitenciaría el 23 de mayo de dicho año, aunque en
esa ocasión por heridas; mientras estuvo preso, el 17 de julio riñó con el
sentenciado Eulogio Pérez a quien le infirió una herida en el brazo izquierdo, por lo

327
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Antonio Puente por
heridas a José Ma. Esparza, junio 25 de 1891, 31 ff.
125

que fue declarado preso una vez más por el delito de heridas y obtuvo su libertad
el 18 de septiembre del referido año.328 Es asombroso ver cómo en un lapso tan
corto, una persona a tan corta edad, contaba en su haber con dos homicidios,
además de ser “visitante” habitual de los juzgados y de la penitenciaría. Este caso,
quizá sea un buen ejemplo nada alejado de la realidad de los desposeídos
descrita por los observadores de la época sobre la que afirmaban que todas
aquellas criaturas que nacían y crecían en la miseria, dentro de un ambiente hostil,
rodeados de vicios y crímenes, estaban destinadas desde su más “tierna infancia”
a repetir aquellos patrones de conducta negativos con que habían tenido una
estrecha relación.
Para cerrar con este inciso resta hablar de otro caso cuyo desenlace costó
la vida de uno de los implicados. Magdalena Barbosa reconoció a su hijo en uno
de los dos cuerpos que yacían en el patio de la pulquería de “El Cazador”. El
cadáver correspondía a un individuo de color trigueño pálido, de mediana estatura
y de aproximadamente 18 o 19 años de edad, lampiño y de cejas y cabello negro
que vestía camisa blanca delgada, pantalón negro, guaraches y sombrero de bigo.
Tras confirmar que era su hijo, Catarino Urbina, Barbosa declaró que ella misma lo
dejó en “El Cazador” a las cinco y cuarto de la tarde de aquél 28 de junio de 1897
en compañía de Ricardo Rangel y al salir de la pulquería vio entrar a un individuo
conocido como Ángel, “El Frutero”, de quien era el otro cuerpo localizado al fondo
del patio del establecimiento y quien únicamente estaba herido por una cortada en
uno de los costados.
Magdalena Barbosa supo por una niña de la vecindad de la Colmena,
donde vivían ella y su hijo, que éste estaba muerto e inmediatamente se trasladó
al lugar de los hechos. De la misma manera, pero por noticia de una rebocera,
Jacinta Rodríguez, amasia del entonces occiso se dirigió a la pulquería tan luego
como se enteró de lo ocurrido.
El pleito se originó cuando Catarino Urbina, acompañado del referido
Ricardo Rangel y de dos mujeres, se acercó a Ángel Peña “El Frutero”, quien

328
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas. Acusado: Santos
Flores. Ofendido: Herinberto Rodríguez, marzo 4 de 1897, 32 ff.
126

también era conocido con el apodo de “El Ciego”—por encontrarse tuerto de un


ojo—a pedirle pulque y como “El Ciego” se negara a convidarle, ocultando el
apaste que contenía la bebida debajo de las piernas diciéndole que no era suyo,
Urbina se enojó e intentó tomar el pulque por la fuerza, sacando un cuchillo con el
que intentó herir a Peña, quien al levantarse de la pila en que se encontraba
sentado se tropezó, cayendo sobre él Urbina—ambos estaban ebrios—y lo hirió
del brazo derecho. Mientras se defendía Peña, herido, logró quitarle el cuchillo a
su contrincante, con el cual “le aventó un piquete”, sin saber dónde le pegaría y al
atender a la sangre que salía de su propia herida se desmayó, para que instantes
más tarde Urbina falleciera a consecuencia de la lesión. El delito de Peña fue
considerado como “homicidio simple en riña cometido por el agredido” y por tal, se
le impuso la pena de seis años de prisión. Asimismo, años atrás había estado
preso durante un mes por un robo que—según declaró—no cometió y en otra
ocasión estuvo preso tres días por pleito con su familia.329
En las dos categorías que hasta aquí se han expuesto, se pueden detectar
distintas características que son recurrentes en los diversos casos, las cuales se
confirmarán con los incisos restantes. Entre esas particularidades se encuentra
que: la mayoría de los lesionados, y principalmente los difuntos, fueron quienes
provocaron las riñas; muchos de los acusados alegaron encontrarse en completo
estado de ebriedad con el fin de aminorar sus respectivas condenas; de la misma
manera, tanto ofendidos como agresores negaban recordar lo sucedido por el alto
estado de ebriedad en que se encontraban. De los agresores se entiende dicho
recurso por ser la embriaguez una atenuante, pero de los ofendidos, se pueden
inferir un par de razones: 1) que quizá, por salvaguardar su orgullo y cobrar
venganza por su propia mano después, prefirieron decir no recordar los hechos.
Como prueba de ello, cabe tomar en cuenta una afirmación de El Estandarte, en la
que refiere que “entre la gente de nuestro pueblo se considera deshonrado el
hombre que lesionado por otro, dice quién fue su agresor”,330 y 2) lo que pudo ser

329
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por homicidio perpetuado en el
que se llama Catarino Urbina, junio 28 de 1897, 48 ff.
330
“Los valientes” en El Estandarte, año VI, no. 101, agosto 20 de 1890.
127

más probable, consientes de haber sido ellos quienes comenzaron las riñas,
manifestaron no recordar lo acontecido ni quién fue su agresor.

c) Insultos e injurias.
El tercer motivo de riña en una pulquería, entre los más frecuentes, fue el que
resultó de los insultos o injurias, de manera justificada o no, aunque las más de las
veces las ofensas verbales no tuvieron justificación alguna, sino que obedecieron
al estado de ebriedad de quien las profirió.
En el primero de estos casos pueden observase varios elementos
comunes, ya mencionados, de la forma en que, sin razón, se iniciaron muchos
sucesos violentos. Mientras Atanacio López jugaba a la rayuela con Zeferino
Medina en la pulquería de Anselmo Morales, otro cliente, Francisco González, se
le acercó al primero y sin ningún motivo le dijo “vaya usted a la…” y en lo que
López reaccionaba ante el insulto, su agresor le tiró un machetazo, del que el
ofendido quiso defenderse con el brazo izquierdo, en el que recibió una herida que
le atravesó la piel, le rompió los tendones y las arterias de la articulación. Al haber
escuchado el golpe, el pulquero Anselmo Morales, cuando se disponía a comer,
se levantó a detener a González, le quitó el machete y lo entregó al inspector de
policía. Por este delito, a diferencia de otros expuestos de dimensiones similares,
la autoridad fue más severa, pues el acusado fue condenado a sufrir la pena de
cinco años, seis meses de prisión ordinaria, por lo que el 22 de enero de 1886, es
decir a casi un año de iniciado el proceso—ocurrido el 25 de febrero de 1885—,
Francisco González solicitó su libertad preparatoria, que le fue concedida hasta el
22 de noviembre de 1887, porque se observó que “durante el tiempo de su prisión
[su conducta] ha sido buena, ocupándose en tejer sombreros de palma y en los
quehaceres de la obra de la Penitenciaría en construcción”.331
La última parte del caso resulta muy interesante, ya que deja ver en qué
labores se ocupaban los presos durante su prisión para poder ser reintegrados en
la sociedad, ganarse algo de dinero—aunque en el testimonio esto no aparezca,

331
AHESLP, STJ (legajo sin numerar), exp. sin clasificar, Criminal por heridas a Atanacio López.
Reo Francisco González, febrero 24 de 1885, 60 ff.
128

así sucedía—y aprender algún nuevo oficio cuando no desempeñaban allí dentro
el que ejercieran antes de ser recluidos.
El siguiente caso, además de mostrar cómo la vida podía ponerse en juego
por simples ofensas absurdas, es un buen ejemplo de lo importante que era
salvaguardar el honor. Esto ocurrió la noche del 19 de mayo—jueves de la
asunción—de 1887 cuando los compadres Mariano Espinosa y Genaro Flores
pasaban en completo estado de ebriedad por la pulquería de “La Corte”, de donde
salía Eligio Martínez, a quien le gritaron “oye chaparro”, provocando que Martínez
se indignara y respondiera con un insulto contra Espinosa, quien a su vez insultó a
su contrario. Dejando a un lado los insultos, Eligio Martínez agredió en la frente a
Mariano Espinosa con un machete, mientras Marciala Montiel, hija de la dueña de
“La Corte” cerraba la puerta de la pulquería para que los contrincantes no se
metieran.
Sin embargo, lo más interesante del caso es cuando en una parte de la
ampliación de su declaración, Mariano Espinosa sostuvo que tanto él como su
contrincante “habían concertado, en lo particular, que cada uno diría que no sabía
quién era su ofensor”, pero que como su familia se resistió a tal convenio, se vio
obligado a declarar. Sin embargo, semejante revelación, confirma la idea de que
era preferible callar antes que “manchar” el orgullo declarando quién fue el
agresor, tal como lo señalaba el citado artículo de El Estandarte titulado “Los
Valientes”; en este caso, conviniendo incluso ambas partes en callar. El desenlace
del proceso judicial fue que a las partes involucradas se les dio por compurgadas
con el tiempo sufrido en prisión, es decir lo que duró el proceso que se extendió
del 19 de mayo al ocho de agosto de 1887.332
Finalmente, un elemento más a destacar, para entender el contexto en el
que se desarrollaban hechos como el que se acaba de exponer, es la mención al
jueves de la asunción. Éste es un aspecto interesante porque muestra la
importancia que tenían las festividades religiosas como un referente dentro de los
testimonios, quizá como una manera de justificar por qué se encontraba ebrio el

332
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal en averiguación de las heridas
que se infirieron Mariano Espinosa y Eligio Martínez, mayo 19 de 1887, 70 ff.
129

declarante en el momento del suceso: por ser una conmemoración importante,


propia para celebrarse bebiendo, como ocurría con la mayoría de las festividades,
tanto religiosas como cívicas.
Siguiendo en la misma tónica, otra fecha conmemorativa dentro del
calendario religioso, tomada como pretexto para celebrar bebiendo y ¿por qué no?
riñendo si así lo ameritaba algún motivo como el ser injuriado, fue el jueves de
corpus—primero de junio—del año 1888. Eran las dos de la tarde, cuando Cecilio
y Felipe Ibarra llegaron a la pulquería de Carmen Estrada o Reyes a tomar un
tlaco de pulque y al entrar al establecimiento, un sujeto llamado Pascual Martínez
al ver a Cecilio Ibarra dijo “aquí está el que mata perros”, a lo que éste le contestó
que no fuera mentiroso, mientras Martínez le aventó en la cara el apaste del que
bebía pulque que le había servido la joven criada de la pulquería, María Juana
García.
Una vez cometida la agresión, Pascual Martínez intentó fugarse evitándolo
el acompañante de Cecilio, Felipe Ibarra, quien lo entregó a un manzanero. A
pesar de que todos los testigos declararon en contra de Martínez y éste también
aceptara haber atacado a Cecilio Ibarra, el acusado quedó en absoluta libertad.333
Para cerrar el inciso, el último caso a exponer no sólo muestra cuán fácil
puede verse vulnerada una amistad cuando se está ebrio y de allí se procede a los
insultos y finalmente a los golpes y heridas, sino también cómo el alcohol puede
ser un estimulante desinhibidor y que al estar bajo sus efectos, salen a relucir
viejas rencillas.
La tarde del martes 21 de abril de 1896, en la pulquería de “La Reforma”
Fructuoso Jaso se le acercó al hasta entonces su amigo Nabor Jiménez y
comenzó a insultarlo además de incitarlo a salir a pelear, por el simple hecho de
que—según la declaración de Jaso—días antes Nabor le vendió a su madre un
gallo y unas gallinas que después fueron robadas. Como por el incidente Jiménez

333
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Contra Pascual Martínez por heridas,
junio 1º de 1888, 25 ff.
130

estuvo detenido en La Cochera, Jaso insistía en que éste trataba de “perjudicarlo


mintiendo”.334

d) Causas diversas.
El último de los incisos y el más extenso es en el que no pudieron clasificarse los
casos por haberse desarrollado cada uno de manera muy particular. En éste, al
igual que en los anteriores, podrá observarse que mientras se estuviera bajo los
efectos del alcohol, cualquier motivo era suficiente para derramar sangre y cobrar
la vida de alguno de los involucrados en las riñas que fácilmente podían
presenciarse en cualquier pulquería de la capital potosina.
El primero de los casos que se expondrán, es de suma importancia, pues
deja entrever la mentalidad de la época en torno a la homosexualidad. El jueves
primero de julio de 1886, alrededor de las siete de la noche, Francisco Medina
llegó a la pulquería de “El Teposán”, atendida por Anastasio Piña. Según la
versión de éste, los hechos sucedieron de la siguiente manera:

Llegó un desconocido, a quien le decían Galván [Francisco Medina], pidiéndole


pulque fiado sobre un platillo de panadero, y como sólo le fiara hasta un real del
citado líquido, pues no podía valer más, y aquél quería que le prestara más del
referido lienzo, lo que no verificó por no poderlo hacer, se disgustó el desconocido
y le aventó por la cara con un apaste, causándole las heridas que presenta.335

Mientras tanto, la versión del acusado es la siguiente:

Que no es cierto que él haya herido ni golpeado a Anastacio Piña como expone,
porque no le quiso fiar más que un real de pulque sobre un platillo de panadero
que traía el exponente; pues que si lo hirió fue porque el día a que se refiere Piña,
estaba tomando pulque en el Teposán, cuando se le acercó el antedicho y lo
pellizcó, requebrándolo e incitándolo, tomándole de un brazo para pellizcarlo de
nuevo, y como estaba ebrio el exponente, no se lleva con el antedicho y le pareció
insoportable que aquél individuo lo pellizcara delante de los concurrentes; ciego de
cólera, le aventó por la cara con un apaste en que tenía pulque, causándole las
heridas que constan en la fe judicial; que no tenía resentimiento anterior con el
agredido.336

334
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Nabor Jiménez por el
delito de heridas causadas a Fructuoso Jaso, abril 21 de 1896, 33 ff.
335
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Francisco Hernández por
heridas a José Tereso Medina y a Anastacio Piña, octubre 18 de 1885, 74 ff. Las cursivas son
mías.
336
Ibídem.
131

Como deja establecido el testimonio, los factores que provocaron la violenta


reacción del acusado fueron básicamente la ebriedad que padecía en ese
momento Hernández y el haber sido ridiculizado por el agredido, pellizcándolo
frente a los clientes que se encontraban en la pulquería. No obstante, la versión
difiere un poco del testimonio que posteriormente habría dado en su defensa el
acusado. Sin embargo, antes de exponer el segundo testimonio con que se
defendió Hernández citaré otro fragmento del documento en el que un testigo
aporta nuevos elementos de lo sucedido, mismos que en el segundo testimonio
del acusado serían admitidos por éste:

Que el 1º de julio del año pasado, como a la oración de la noche, llegó el


exponente a la pulquería “El Teposán” en el barrio del Montecillo y en ella se
encontró a Francisco Hernández y Leocadeo Cabrera, que también tomaban o
habían tomado antes; que poco después llegó Nemecio Guanajuato y pidió a
Anastacio Piña cuartilla de pulque que le fue servida y se retiró con ella, momento
en que se levantó Hernández y le dijo a Piña “[¿]dónde está el pulque que dejé en
el mostrador[?]”, refiriéndose al que había comprado y llevado Guanajuato; y como
Piña le contestara que se lo había llevado éste, Hernández repuso que entonces le
fiara cuartilla a él; que Piña le dijo a Hernández que no podía fiar y éste replicó que
nada le pedía, por lo que, aquél, a su vez, le dijo que tampoco le pedía, motivo por
el cual Hernández tomó un apaste de pulque y de un golpe se lo rompió en la cara
a Piña; que no notó que Hernández estuviera ebrio, Piña estaba desarmado y sólo
presenciaron el hecho el que habla y Leocadeo Cabrera, pues no había más
personas en la pulquería en ese acto.337

Aquí los nuevos elementos son la llegada de Nemecio Guanajuato a la


pulquería a comprar pulque para llevárselo y que lo que motivó el enojo de
Hernández fue la contestación del encargado de la pulquería. Sin embargo, el
testimonio de Hernández durante el careo con uno de los testigos, resulta ser más
interesante y delicado, en perjuicio del agredido:

Usando de la palabra, Francisco Hernández repitió que porque Piña lo pellizcaba y


requería de amores, fue por lo que lo hirió y que su careado presenció esto;
Leocadeo Cabrera [el testigo] repuso: que no vio que piña pellizcara a Hernández,
ni escuchó si las palabras que mediaron entre los dos serían de amores,
observando solamente que Hernández con un apaste de pulque dio, de repente, a
Piña un golpe en la cara.338

337
Ibídem.
338
Ibídem.
132

En la última declaración el aspecto destacable es cuando Francisco


Hernández manifestó que Anastasio Piña, además de pellizcarlo, “requería de
amores”. Esto podría interpretarse como un intento de justificar sus actos, quizá
inventando lo que afirmó para atenuar la acusación que se le imputaba, pues
como se verá, el que el despachador de pulque “requiriera de amores” de una
persona de su mismo sexo era un acto lo suficientemente censurable, como para
haberlo pasado por alto en su primera declaración y recordarlo hasta esta última.
Sin embargo, el factor más relevante del proceso y que nos ayuda a tener
cierta idea de la forma en que era percibida la homosexualidad hacia aquellos
años es parte del discurso presentado por el defensor del acusado:

Respecto a las heridas inferidas a Anastacio Piña, hay que tomar en consideración
que si éste pellizcó a mi defenso y le dijo algunas palabras amorosas, no debió
permanecer indiferente, porque a ningún hombre le agrada que otro lo trate así,
por más que el que así trate tenga esa mala costumbre. Hay ciertos actos, ciertas
palabras que indignan tanto, no precisamente por lo que sean en sí, sino por la
persona que interviene, que no es posible sufrirlo. Mi defenso, pues, oyendo que
otro le profesó palabras de amor, debió sentirse indignado y por manifestar su
desprecio, se vio obligado a ofender a aquél maleñado que con sus palabras
ocupaba un feo lugar entre los hombres.339

Obviamente, era de esperarse una respuesta de este tipo por parte del
defensor, pues esa era su labor, sin embargo no dejan de parecer fascinantes,
dentro del discurso, los calificativos, los prejuicios—viéndolo desde nuestro
presente—y el descrédito hacia un hombre atraído por otro de su mismo sexo, así
como la convicción con la que justifica los actos de su defendido.
El veredicto final del juez fue que “absolvió al acusado Francisco
Hernández del cargo que se le imputaba, quien quedará, por lo mismo, en libertad
completa, cancelándose la caución que haya otorgado”. Ante este resultado, cabe
añadir que meses antes, Francisco Hernández había sido procesado por los
delitos de robo y heridas cometidos en compañía de su esposa Gabina Miranda
contra José Tereso Medina en la pulquería de “La Corte”.340

339
Ibídem.
340
Ibídem.
133

Continuando con el mismo caso, considerándolo excepcional por ser el


único localizado en el que se aborda el tema de la homosexualidad, Robert M.
Buffington, ha referido lo siguiente:

[…] la desviación sexual indicaba criminalidad, la que a su vez constituía una


amenaza para el desarrollo político, económico y social de la nación. La
homosexualidad en particular atentaba contra la existencia misma del país, pues
inducía la consumación de uniones infértiles en una época obsesionada por la
fecundidad nacional y la “lucha por la vida” mundial.341

Si se toma en cuenta dicha explicación, puede comprenderse un poco la


razón por la cual el acusado quedó libre de toda culpa: porque en el caso
expuesto quien representaba una “amenaza para la sociedad” era el individuo con
supuestas tendencias homosexuales, quien con sus actos atentaba en contra del
devenir de la nación obstaculizando incluso su desarrollo demográfico, sin
embargo habría que profundizar más en estudios de este tipo para obtener otras
interpretaciones al respecto.
La siguiente averiguación inició con la detención de Jerónima Moreno,
dueña de la pulquería de “El Arco Colorado”, ubicada en la calle de Bolívar del
barrio de San Miguelito por “encubrimiento del delito” al declarar que “nada sabe,
ni le consta haber visto algo del acontecimiento”.
En un segundo intento por tomarle su declaración a la pulquera, expuso
que como a las cinco de la tarde del 18 de octubre de 1887, estando en su
establecimiento tomando pulque Marcelino Duque, Gregorio Ibarra, Margarito
Colunga y el hijo de una persona llamada Guadalupe Morales,

[…] se oyó en la calle voces como que reñían y a la vez una carrera, pues que una
niña, hija suya, estaba en la puerta de la pulquería, entró diciéndole que allí venía
una bola de gente, por lo que […] pretendía cerrar la puerta, en cuyo acto salieron
los cuatro que allí se encontraban tomando.342

Una vez fuera de la pulquería, Marcelino Duque, se encontró con cuatro


individuos—que eran los que se escuchaban correr—armados con puñales y de
entre ellos, la señora Moreno reconoció a Darío Olmedo quien inmediatamente
341
Buffington, Robert M., Op. Cit., p. 192.
342
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Darío Olvera y Margarito
Colunga por homicidio y heridas, octubre 18 de 1887, 58 ff.
134

atacó a Duque con un cuchillo grande, provocándole una herida que en el acto lo
hizo caer al suelo perdiendo el sentido. Enseguida los malhechores se echaron a
correr, mientras eran perseguidos por Gregorio Ibarra, quien también iba herido, a
la vez que gritaba “hijo de un tal, si te alcanzo te mato”, quizá en venganza de la
agresión en contra de Marcelino Duque.
Según la descripción de los hechos, Olmedo hirió a Marcelino Duque
porque mientras éste reñía con Andrés Oliveros, Gregorio Ibarra le propinó un
golpe con un palo; razón por la cual, al primero que tuvo enfrente para desquitar
su ira, fue Duque. Pero, no obstante, habiendo intentado vengar, Ibarra a Duque,
el primero fue encontrado muerto en el punto conocido como “La Ladrillera”, en el
mismo barrio, por una herida provocada en el pecho con el mismo cuchillo con que
antes Olmedo hubiera herido a Duque. A pesar de la declaración de los hechos, a
menos de un mes del suceso, Darío Olmedo quedó exento de toda
responsabilidad del homicidio y las heridas por que se le procesó.343
Otro factor que, aunado a la ingestión de alcohol en altas cantidades, era
un serio detonador de violencia en las pulquerías, fueron los líos amorosos, tales
como celos, engaño a la pareja o simples sospechas de ser engañado por el
cónyuge, entre otros ejemplos. En este contexto se desarrolló una riña, cuyo
escenario fue una pulquería y el elemento que externó de manera violenta las
sospechas de ser engañado fue el elevado estado de embriaguez del agresor, tras
todo un día de haber estado bebiendo en diferentes establecimientos.
Eran entre las nueve y diez de la noche del 27 de junio de 1888 y en la
pulquería de “El Descanso”, situada en el barrio de Tlaxcala, propiedad de
Gerarda Medina se encontraban bebiendo una cuartilla de pulque los consuegros
Doroteo Sierra y Toribio Ramos, cuando llegó la esposa de Sierra, Narcisa
Cásares, quien había salido de su casa para comprar una vela y con la esperanza
de hallar a su marido, al cual encontró al pasar frente a “El Descanso” y escuchó
su voz.
Narcisa continuó su camino y al regreso de comprar la vela, entró a la
pulquería para llevarse a Doroteo, quien ya estaba bastante ebrio, pues había

343
Ibídem.
135

estado bebiendo desde la mañana con la amasia de su consuegro en otra


pulquería—según Sierra, dicha mujer “diariamente anda en las cantinas y
pulquerías, pero que nada ofendió a la honra de ella”—y como esto lo supo Toribio
Ramos, aguardó hasta estar fuera de la taberna. Una vez en la calle, Sierra insultó
a Ramos y lo atacó con un cuchillo, despertando así su ira, la cual lo orilló a
responder de la misma manera, de tal suerte que sacó igualmente su cuchillo e
hirió a Sierra debajo de la tetilla izquierda.344
Un dato interesante es que en el proceso anterior el acusado aceptó haber
herido a su contrario, lo cual no sucedía con mucha frecuencia. Ahora bien, otra
manera de actuar, aún menos común, era entregarse por su propia voluntad ante
la autoridad, tal y como sucedió en una riña acontecida un año después del caso
que se acaba de exponer.
María Inés Juárez había levantado un puesto de pulque debajo de un
Mezquite en el Camino Real que atravesaba la Tercera Fracción del barrio de
Tlaxcala, en donde al medio día del seis de junio de 1889 se encontraban
discutiendo Lázaro García y Prudenciano Ramírez, cuando inmediatamente cinco
de los concurrentes que allí se encontraban tomaron parte en el pleito y formaron
una “bola”, lo cual presenció Ascensión García quien, considerándose amigo de
todos los involucrados en la trifulca, acudió enseguida a separarlos, cuando al
intentar detener a Lázaro García, éste le propinó un golpe en el carrillo izquierdo
con un tepetate que traía en la mano.
Según la declaración de Lázaro García, éste había estado bebiendo vino el
día cinco de junio desde muy temprano, por lo cual se había quedado dormido en
el puesto de la señora Juárez y al día siguiente, mientras había una riña—según
dice—entre los concurrentes, éste se despertó porque sintió que uno de ellos le
echó un apaste de pulque en los pies y que “no recuerda qué es lo que motivaría
la riña con Ascensión García”, por lo que hasta después de un día “tuvo noticia
que el Inspector de Tlaxcala lo había mandado llamar, por lo que fue a verlo y éste
le impuso que le había dado un golpe a Ascensión García, dándole una orden o

344
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Toribio Ramos por
heridas, junio 27 de 1888, 34 ff.
136

boleta para presentarse a la comandancia de policía”, lo cual obedeció y acudió


hasta allí “sin que nadie lo condujera”. Todos los testigos afirmaron en sus
declaraciones que, al parecer, el golpe que Lázaro infirió a Ascensión no fue
intencional o, que al menos, no iba dirigido contra el segundo, pues también era
cierto que levantó el pedazo de tepetate de “varios que había allí tirados, donde
habían limpiado una acequia”. Ante esto, cerca de dos meses y medio después,
es decir, el 21 de agosto de 1889, el juez 1º de lo criminal absolvió a Lázaro
García y ordenó que se le pusiera en libertad bajo fianza.345
En los dos últimos casos expuestos, el hecho de aceptar la responsabilidad
de los hechos contra su oponente o el entregarse ante la autoridad, pueden
entenderse como un recurso atenuante del castigo a recibir y asimismo acelerar el
proceso para quedar en libertad. Por otra parte, esa forma de actuar, puede
interpretarse de la siguiente manera. En ambos casos existía un lazo que unía a
los contrincantes: en el primero el ser consuegros y en el segundo la amistad, lo
cual pudo ser un factor determinante para que el agresor se sintiera culpable y
aceptara su responsabilidad, resignándose a cumplir con la condena que le fuera
a ser impuesta.
El grueso de los casos presentados, además del interés que representa su
naturaleza para los fines de este estudio, deja entrever aspectos detallados de la
vida cotidiana de las clases populares, hacia lo cual se ha procedido de manera
intencionada. Es decir, en este trabajo se pretendió mostrar cómo los procesos
judiciales pueden ser una ventana hacia el diario acontecer del pasado, en este
caso en lo referente a las pulquerías. Esta apreciación la retomo de una reflexión
de William B. Taylor, en la que manifiesta que “los expedientes de juicios engloban
muchos datos de interés social que, a primera vista, tienen poco que ver con el
delito individual en cuestión”346 es decir que son una rica fuente de información
para el historiador social o cultural. Sergio Ortega Noriega ha profundizado en esta
idea y ha añadido que en tales documentos se pueden distinguir dos tipos de

345
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Lázaro García por heridas a Ascensión
García, junio 6 de 1889, 27 ff.
346
Taylor, William B., “Algunos temas de la historia social de México en las actas de juicios
criminales” en Relaciones, vol. III, no. 11, 1982, p. 91.
137

datos: “aquellos que se relacionan con el hecho judicial y aquellos que no se


relacionan directamente con éste”. Los primeros son los solicitados por el juez
como parte del proceso y los segundos corresponden a la información otorgada
“por el compareciente por su propia iniciativa” y tal información—añade—“que no
guarda relación directa con el fin judiciario del documento y que es dicha
espontáneamente, es la que mejor sirve para el estudio de la cultura de los grupos
sociales”.347 Siguiendo esta lógica es que los ejemplos presentados han sido
expuestos detalladamente, para ver más allá del origen del documento, es decir
rescatar el discurso no intencionado que se guarda en su trasfondo.
En este sentido, la revisión del siguiente expediente no es la excepción,
sino al contrario, es un claro ejemplo de cómo un estudio de caso en particular
permite ver más allá del acto delictivo por el cual se abrió el proceso. Dicho caso
arroja información acerca de las distintas funciones que pudieron tener las
pulquerías, siendo espacios incluso para que allí se celebraran eventos sociales
como bodas, tal y como a continuación se expondrá.
El cuatro de septiembre de 1892 se dio aviso al juez 3º menor, licenciado
José Paz Libana, de que en la pulquería de “El Pinacate”, situada en el Camino
Real de Pinos del barrio de Santiago, cuya dueña era Ángela Ramírez, se
encontraba herido de un balazo en la cabeza el pintor Trinidad Ojeda, quien a la
llegada del personal del juzgado no pudo declarar por “estar privado del uso del
habla” y cuya muerte, consecuencia de las heridas, se registró el 10 de septiembre
del mismo año, declarándose que el occiso era de estatura baja, robusto, moreno,
de cabello negro, barba escasa, con una cicatriz en el pómulo izquierdo y al
momento de su muerte vestía calzoncillos de manta corriente, camiseta de junta
blanca y calzaba guaraches.
El difunto era primo de la dueña de la pulquería, en la que el día del
acontecimiento se celebraba la boda entre Magdalena Moreno y el jornalero
Estaban Ramírez, hermano de la pulquera, quien con motivo de los preparativos
del enlace nupcial y anfitriona de la celebración, solicitó a Ángela de la Luz que le

347
Ortega Noriega, Sergio, “Los documentos judiciales novohispanos como fuentes para la historia
de la vida cotidiana” en Alicia Mayer (coord.), Op. Cit., p. 38.
138

ayudara a moler desde el día anterior, así como el mismo día del evento, cerca de
las dos de la tarde, invitó a su amiga Gerónima Moreno, que en esos momentos
transitaba por “El Pinacate”, a que “pasara para darle un taco y como luego se
ofreció poner la mesa para la concurrencia, se sentó a ella con Magdalena Moreno
[…] y otras personas que no conoce de nombre”.
Mientras los comensales estaban en la sala de la casa, en una habitación
contigua, por no haber suficiente espacio, se hallaban Trinidad Ojeda y Esteban
Ramírez, así como Isidro Esparza, Justo Blanco y el esposo de la pulquera, Pablo
Castillo. Según las descripciones proporcionadas en los testimonios de las
diversas declaraciones, a esa hora aún no habían bebido mucho y en una de las
múltiples veces en que Pablo Castillo entró y salió de la habitación, dijo “de todos
los que están aquí, no hay uno que sea tan hablador como éste”, sin que ninguno
de los presentes supiera a quien se refería y por lo mismo nadie se sintió aludido.
Enseguida, Castillo tomó una carabina que se encontraba dentro de unos
escombros de mecates viejos y ollas en un rincón de la misma pieza con la que
apuntó y disparó un tiro a Trinidad Ojeda, procediendo inmediatamente a
levantarlo el propio Pablo Castillo, mientras Isidro Esparza le decía “hombre Don
Pablo, qué comprometida nos ha dado”, respondiéndole Castillo que “había sido
por jugarrería [Sic.], pero ya me fregué”.
Como el resto de los invitados se asustaron al escuchar el disparo, los que
presenciaron el acto homicida, inmediatamente emprendieron la huída, incluso
Estaban Ramírez—quien era el novio—, por temor a ser señalados como
responsables o cómplices. Mientras todos estaban escandalizados, Atanacio
Castillo—otro de los concurrentes—tomó un machete de la cocina para catear la
casa y detener al malhechor.
En los últimos casos presentados, se vio cómo los culpables procedieron de
distintas formas para atenuar el castigo a cumplir, aceptando su responsabilidad.
En este ocurrió algo similar. Pablo Castillo redactó y envió una carta dirigida al
juez 3º menor de lo criminal, en la que aceptaba su culpa mostrándose arrepentido
de su acción y exponía: “no tuve la absolutamente voluntad, ni intención de
cometer tal acto”; que “este fue accidental” y, lo más interesante, que “fue al
139

ejecutar un hecho lícito, en cuyo caso quedaré excluido de responsabilidad


criminal”. No obstante, el acusado fue condenado a la pena capital, a lo que su
abogado apeló y el caso fue llevado a una segunda revisión en la cual se confirmó
la condena establecida, sin embargo, por decreto número 65 de 20 de julio de
1893, expedido por el gobernador del estado Carlos Díez Gutiérrez, el reo quedó
indultado.348
En cuanto a la pena capital, Elisa Especkman ha subrayado que ésta
estuvo muy restringida durante el periodo estudiado, pues se creía que el
delincuente “podía cambiar y nada mejor para ello que la prisión, que lo educaba y
lo capacitaba en el trabajo”,349 y además—continúa—“Porfirio Díaz solía conceder
el indulto a buena parte de los condenados y, con eso, al igual que el monarca de
antiguo régimen, hacía gala tanto de su poder como de su paternalismo y
benevolencia”.350 En esta última afirmación cabe hacer una comparación entre el
general Díaz y el gobernador del estado Díez Gutiérrez, quien es el que concedió
el indulto, con lo cual se puede hacer una analogía entre el gobierno federal y el
estatal en la que ambos pretendían exaltar su poder aun sobre lo establecido en
las leyes.
Desde la última nota a pie de página del primer capítulo se anticipó que en
el presente se profundizaría sobre una probable red de corrupción en la que
estaba involucrado un destacado comerciante de pulque—quizá el más—en la
ciudad de San Luis Potosí. El personaje en cuestión era Facundo Romero y era
propietario de tres de las pulquerías más importantes—y conflictivas, dicho sea de
paso—de la ciudad: “El Cazador”, “La Reforma” y “La América en Triunfo”,
además de haber recibido en hipoteca la pulquería de “El Teposán”, también una
de las más importantes de la época, por la suma de 740 pesos.351

348
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Homicidio. Acusado: Pablo Castillo.
Ofendido occiso: Trinidad Ojeda, septiembre 4 de 1892, 78 ff.
349
Speckman Guerra, Elisa, “Los jueces, el honor y la muerte. Un análisis de la justicia (ciudad de
México, 1871-1931)” en Historia Mexicana, vol. LV, no. 4, abril-junio 2006, p. 1444.
350
Ibid., p. 1445.
351
AHESLP, Registro Público de la Propiedad y el Comercio (en adelante RPPC), Protocolo del
Notario Antonio de P. Nieto (A. P. N.-XXV 1887), Hipoteca de una casa situada en la Plazuela de
San Juan de Dios en esta Ciudad otorgada por Doña Florencia López a favor de Don Facundo
Romero por la suma de $740, no. 138, 3, f. 196 frente y vuelta. Lo concerniente a dicha pulquería
será revisado extensamente en el siguiente capítulo.
140

En el mismo año del último caso expuesto, de los establecimientos


mencionados como propiedad de Facundo Romero, el que sirvió de telón de fondo
para la comisión de un acto de violencia de cuya averiguación se rescatan
elementos reveladores de relaciones de compadrazgo con pinceladas de
corrupción entre un pulquero y la autoridad, fue “La Reforma”, pulquería de la que
en diferentes páginas se han mostrado las irregularidades con que operaba y los
delitos de sangre que allí se cometieron.
Así, el domingo 12 de noviembre de 1892, Hilario Canela, en compañía de
Bonifacio Alvarado, fue a “La Reforma” a buscar a un individuo que le debía
dinero, probablemente se trataba de Teófilo Zavala ya que éste, una vez en la
pulquería, le ofreció una copa de pulque, para lo que tenía que empeñar un
jorongo, lo cual no permitió Canela y pagó el centavo que valía la copa. Al
observar dicha acción, Facundo Romero se indignó y le demandó con sarcasmo a
Zavala que “cuando saliera a pasear „dejara a las mujeres en la casa‟”, alegando
Canela, ante tal indirecta, que “no era la mujer de Teófilo”, motivo que encolerizó a
Romero y tomó un machete con el que le provocó severas heridas a Hilario
Canela.
Cinco días más tarde el defensor de Canela solicitó lo siguiente:

[…] suficientemente comprobado el cuerpo del delito y habiendo designado a su


injusto agresor Facundo Romero, quien dispuso de haberlo ofendido lo mandó
preso, durando en la “Cochera” desde el domingo hasta el miércoles, procede,
desde luego, se libre orden de aprehensión contra el mismo y se le reduzca a
prisión a efecto de que se le imponga la pena que señala la ley, protestando contra
todos los gastos, daños y perjuicios, así como también le hará efectiva la
responsabilidad civil que resulta del delito.

Dicha demanda fue elevada ante el licenciado Eulalio L. López, juez 3º


menor, mismo que se deslindó del pedimento, manifestando que “teniendo
amistad íntima con el acusado, por lo que se conceptúa no tener la debida
imparcialidad para juzgar el delito de que se le acusa, se excusa de conocer en
este asunto”. Semejante respuesta del juez es una muestra valiosa de la falta de
imparcialidad con la que seguramente procedieron en más de una ocasión,
atendiendo primero a sus relaciones personales que al cumplimiento de la justicia.
141

No siendo suficiente lo anterior, casualmente, los testigos presenciales del


acontecimiento fueron seis individuos, los cuales eran amigos del dueño de la
pulquería, además del dependiente de la misma, quienes fueron sometidos a un
interrogatorio formulado ni más ni menos que por el propio Facundo Romero, con
lo cual, fueron nulas las evidencias a favor de Hilario Canela, quien aún seguía en
prisión el 30 de noviembre del año siguiente, tras haber solicitado su libertad bajo
fianza el 13 de enero de 1893. Por el tiempo que el acusado duró preso, es
probable que se hayan atendido los cargos demandados por Romero en contra de
Canela, tales como haber golpeado a su dependiente y las injurias contra su
establecimiento.352
Para cerrar este apartado, considero pertinente aclarar—como se señaló al
principio del mismo—que los casos expuestos a lo largo de los cuatro incisos
presentados, tan sólo son una muestra de los que, a mi parecer, fueron los
procesos más representativos de riñas originadas en pulquerías. Dicha muestra ha
sido extraída del total de un registro de 125 delitos cometidos en aquellos
establecimientos a lo largo del periodo estudiado, de éstos el 79 por ciento fueron
por riñas (gráfico 1); del total de delitos, el 94 por ciento lo cometieron hombres
(gráfico 2), de los cuales 41 eran solteros, 38 de ellos casados, 5 viudos y uno
separado, mientras que del cuatro por ciento femenino, cuatro eran solteras y una
viuda (gráfico 3).

352
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Acusación contra Hilario Canela y
Facundo Romero por golpes e injurias, noviembre 16 de 1892, 17 ff. Años más tarde, en una nota
periodística se leía sobre Facundo Romero lo siguiente: “”[…] dueño de una de las mejores
pulquerías de la ciudad, hirió ayer por quítame esas pagas, a un individuo que responde al nombre
de Antonio Farías”, con lo cual puede comprobarse que dicho individuo continuó haciendo alarde
de su impunidad, relaciones clientelistas políticas y agresiones contra sus propios clientes. Véase
“Por heridas” en El Estandarte, año XII, no. 1697, abril 12 de 1896.
142
143

En cuanto a las edades de los procesados, sólo se obtuvo el dato de 84 de


ellos y en general—considerando a hombres y mujeres—el rango de edad
mayoritario que tenían los delincuentes al ser enjuiciados, osciló entre los 20 y 25
años, en segundo lugar se encuentran quienes tenían entre 26 y 30, y en tercero,
aquellos que al ser detenidos contaban entre 15 y 19 años (gráfico 4).
144

Respecto al oficio que desempeñaban, se puede observar que todos los


procesados se dedicaban a alguna actividad física o manual, siendo la mayoría
jornaleros. Del total de los registros se obtuvo el dato de la labor que
desempeñaban 86 delincuentes y de éstos, 32 eran jornaleros, 12 zapateros y
cinco albañiles, siendo estos los tres grupos mayoritarios (gráfico 5). La clase de
empleo a la que se dedicaban los procesados, también puede verse representada
por el tipo de “arma” empleada al cometer una agresión, pues en la mayoría de los
casos fueron utilizadas sus propias herramientas de trabajo, tales como cuchillos
que eran útiles para los zapateros, o cualquier objeto que tuvieran a su alcance
como piedras o huesos de algún animal muerto en la calle (gráfico 6).
Lamentablemente los casos registrados no informan de la condición étnica
o racial de los implicados, sin embargo sí dan fe de la pigmentación de su piel,
siendo la mayoría individuos de tez morena y, en un porcentaje más bajo,
trigueña, lo cual permite inferir que pudo tratarse de indígenas y mestizos. Ello,
aunque concuerda de algún modo con el discurso evolucionista de la época, ya
señalado algunas páginas antes, no quiere decir que, efectivamente, siguiendo
tales preceptos, indígenas y mestizos fueran los más propensos a delinquir, sino
más bien que, al tratarse éste trabajo de un estudio sobre la violencia
concretamente en las pulquerías es lógico que fueran individuos pertenecientes a
dichos grupos étnicos quienes protagonizaran el grueso de lo casos, pues fueron
ellos quienes mayoritariamente consumían pulque por ser la bebida más a su
alcance.
Así pues, puede establecerse entonces que la fórmula pulque/indígena-
mestizo no necesariamente tenía que detonar en violencia, sino más bien que el
resultado de que los casos que aquí se analizaron fueran cometidos
principalmente por gente de tez morena o trigueña responde a que el espacio
estudiado fueron las pulquerías y quienes las abarrotaban eran indígenas y
mestizos, es decir aquellos grupos de personas que tradicionalmente bebían
pulque.
145
146

3.5. De “Las gracias de un gendarme” al abuso de autoridad


Finalmente, resta preguntarse ¿a dónde eran remitidos inmediatamente los reos al
momento de ser detenidos? ¿cómo eran trasladados una vez en manos de los
gendarmes hacia su siguiente destino? ¿cómo era la conducta de éstos últimos? y
si ¿ellos también se embriagaban en su horario de servicio? Responder tales
preguntas resulta útil para entender si el sistema de justicia operaba de acuerdo al
precepto de “orden y progreso”, con el cual se pretendía estar a la altura de los
147

pueblos “civilizados”. Hacer un acercamiento a lo anterior es la intención de este


último apartado en el que, como se verá, dicho sistema estuvo lejos de alcanzar el
modelo de modernidad anhelado.
Este aspecto de la aplicación del orden y justicia en los centros urbanos ha
sido abordado por diversos autores, entre quienes Elisa Speckman Guerra ha
señalado que aunque al cuerpo policíaco porfiriano se le encargó “un amplio
abanico de funciones”, tales como:

[…] vigilar a ebrios y prostitutas, impedir riñas y separar a los contrincantes,


aprehender a los individuos sospechosos de haber cometido delitos y conducirlos
ante las autoridades competentes, trasladarse al sitio donde se había cometido un
delito y hacer la investigación necesaria.353

Sin embargo, la misma autora subraya que “el porfiriato no gozó de una
policía profesional” y que “los gendarmes no estuvieron a la altura de las
expectativas de sus superiores, que periódicamente los daban de baja por
ausentismo, abandono del puesto, cobardía, ineptitud, inutilidad o ebriedad”.354
Por su parte, Michael Johns, hace la apreciación de que los oficiales de
policía “eventualmente tenían mejor entrenamiento, uniformes elegantes y porras y
pistolas en lugar de machetes”, pero, coincidiendo con Speckamn Guerra, “la
bebida, insubordinación y la falta de atención a sus deberes nunca cesó de ser el
mayor de los problemas” de dicho cuerpo, enfatizando además que la imagen
típica que la población tenía de ellos era la del “policía corrupto y bebedor de
pulque”.355
En la misma tónica que los autores citados, Arturo Ávila, ha añadido que
entre los cuerpos de policía ocurrió también una fuerte corrupción, “que se
dedicaban a agarrar in fraganti a ebrios y dueños de pulquerías y cantinas—por
escandalizar, por reñir, por vender fuera de horario—, a quienes extorsionaban
para no consignarlos así como muchas situaciones de influyentismo y favores”.356
Al respecto, Speckman Guerra ha demostrado los dos patrones de

353
Speckman Guerra, Op. Cit., 2002, p. 115.
354
Ibídem.
355
Johns, Michael, Op. Cit., p. 71.
356
Ávila Espinosa, Felipe Arturo, Op. Cit., p. 86. Las cursivas son del original.
148

comportamiento más comunes entre quienes se dedicaban a resguardar el orden


y hacer cumplir la ley de la siguiente manera:

Los gendarmes o los empleados de tribunales podían ser responsables de abuso


de autoridad (si actuaban de forma arbitraria o ejercían violencia innecesaria) o
víctimas de ultrajes contra la autoridad (si eran objeto de agresiones físicas o de
palabra).357

En consonancia con esto, Ávila Espinosa añade que el hecho de que los
gendarmes fueran agredidos—en este caso—por los ebrios que intentaban
aprehender, pudo tener como explicación “una reacción airada, defensiva por
parte de los bebedores ante los malos modos y la actitud ofensiva y abusiva con la
que los policías pretendían detenerlos, así como por los odios, rencores y
animadversión que tenía la gente contra la policía”.358
Respecto al rechazo hacia los oficiales de policía por parte de la
ciudadanía, Áurea Toxqui lo ha explicado señalando que los primeros eran “la
representación pública del gobierno en la vida diaria de las clases populares” y
que, por lo tanto, “si el gobierno trataba de regular o constreñir sus prácticas
tradicionales, ellos utilizaban el humor o la mofa para confrontarlos y retarlos”. 359
La autora añade, además, que las llamadas clases bajas reaccionaban de
diversas maneras ante los reglamentos; resistían y negociaban de acuerdo a sus
propios intereses y que en muchos casos continuaron con sus prácticas no sólo
por placer, sino también como una forma de vida y, lo más interesante, que la
presencia de pulquerías en la vida diaria no podía ser fácil de eliminar,
especialmente cuando representaba “una arena donde las dinámicas del
vecindario, interacción social y asuntos del humor eran reguladas” y por tanto “su
existencia demostraba el logro y las fallas del programa del liberalismo”.360
En este sentido, la realidad potosina no estuvo nada alejada de las
interpretaciones de los autores referidos, como a continuación se verá. El abuso
de autoridad, la impunidad y la falta de disciplina con que operaban los gendarmes

357
Speckman Guerra, Elisa, Op. Cit., 2002, p. 273.
358
Ávila Espinosa, Felipe Arturo, Op. Cit., p. 95. Las cursivas son mías.
359
Toxqui Garay, María Áurea, Op. Cit., 229.
360
Ibid, pp. 229-230.
149

fueron una constante y un fuerte contraste con el modelo de progreso que el


gobierno potosino quiso adoptar del aparato político porfirista.361
A lo largo de casi todo el periodo estudiado, el lugar al que eran remitidos
los delincuentes o agresores una vez en manos de las fuerzas de seguridad fue la
detención comúnmente denominada como La Cochera, también señalada en
numerosas referencias hemerográficas como Chirona, localizada en el barrio de
San Sebastián a donde durante la administración de Carlos Díez Gutiérrez en que
fue jefe político de la capital Antonio Montero, se escogió una calle para remitir a
los reos bautizada por los vecinos como Calle de la Amargura, por la cual se
apreciaba el espectáculo descrito por un redactor de El Estandarte de la siguiente
manera: “Cada policía o sereno caminaba solamente una cuadra y entregaba al
que ocupaba el punto siguiente el preso o presos que conducía” y así “se veía
pasar un cordón de presos en grupos de a dos, de a tres o de a cuatro”, por donde
“iban algunos ebrios, otros que habían tomado una copa y muchos que no habían
probado el vino”. Los mismos vecinos vieron desaparecer tan ceremoniosa y
singular forma de consignar a su destino a los malhechores hacia su último
destino hasta el año de 1898 en que Montero se separó de su cargo tras la muerte
del gobernador Díez Gutiérrez.362
En el mismo año, para los contraventores de la ley, La Cochera perdió
popularidad, pues la jefatura política tomó la decisión de cambiar—en parte—la
detención de los ebrios y escandalosos a la zona del Venadito—que hoy se
encontraría sobre Eje Vial, entre las calles de Insurgentes y Emiliano Zapata—
“donde la población es más densa y el tráfico inmenso por encontrarse cerca la
arteria principal del comercio”. Supuestamente se trataba de un buen local limpio,
espacioso e higiénico, cuyas ventajas eran que se ahorraba un gran trayecto para
la conducción de los delincuentes y que éstos no sufrían “las asquerosidades del

361
Una similitud entre lo que a continuación se mostrará en este apartado y las prácticas de los
gendarmes en la ciudad México, con el fin de entender dicha problemática desde una perspectiva
más amplia, se encuentra en el interesante trabajo de Santoni, Pedro, “La policía de la Ciudad de
México durante el Porfiriato: los primeros años (1876-1884)” en Historia Mexicana, vol. 33, no. 1,
julio-septiembre 1983, pp. 97-129.
362
“Calle de la Amargura” en El Estandarte, año XIV, no. 2376, septiembre 3 de 1898.
150

fétido sótano llamado cochera”. Sin embrago la antigua detención seguiría


funcionando para otros barrios mientras terminara de acondicionarse la nueva.363
Hasta aquí se ha expuesto un aspecto de la forma en que eran trasladados
los delincuentes a la llamada Cochera, una versión con cierto aire romántico, en
tanto que dicho traslado fue percibido por los vecinos de la calle por donde
transitaban agentes de policía y delincuentes como parte de la cotidianidad de su
comunidad. Una segunda idea sobre la consignación de los reos hasta el local de
la detención, es aquella en la que los “representantes del orden” hicieron uso de la
fuerza y la violencia. Nuevamente, quien llamaría la atención a la autoridad
respecto al comportamiento del cuerpo de policía sería la prensa. Entre las
situaciones que denunciaron alarmados los redactores de El Estandarte se
encuentran la forma en que los ebrios y escandalosos fueron remitidos por dicho
cuerpo y la propensión a la embriaguez que externaban los elementos del mismo,
que son los aspectos que interesan para este estudio.
En cuanto a las primeras situaciones, algunos ejemplos indican que los
gendarmes solían llevar a algunos individuos que se encontraban en “perfecto
estado de embriaguez” casi arrastrando y “en la posición más a propósito para que
estos infelices sean víctimas de una congestión cerebral”. A este respecto, la
prensa sugirió que a las personas que se encontraran en tal estado se les
condujera de una manera más conveniente y, en lugar de a La Cochera, al
Hospital Civil y que allí se les suministrara algún remedio para evitarles una
muerte probable.364
Mientras se tratara de conducir a gente en estado de ebriedad, no existía, ni
siquiera, distinción de sexos. Por ejemplo, era común ver a los “guardianes del
orden público” llevar mujeres ebrias sujetadas de manos y pies “descubriéndolas
hasta enseñar lo que al pudor repugna, seguidos en ocasiones de no pocos
curiosos”.365 La violencia de los gendarmes se exacerbaba cuando éstos se
hallaban en estado de ebriedad, como el caso que “indignadas de tanta barbarie”

363
“Detención de policía en el Venadito” en El Estandarte, año XIV, no. 2426, noviembre 5 de
1898.
364
“Los ebrios” en El Estandarte, año VI, no. 132, septiembre 28 de 1890.
365
“La policía” en El Estandarte, año VII, no. 297, mayo 14 de 1891.
151

presenciaron muchas personas cuando el policía número 75, “ebrio y cruel en


extremo, golpeó sin compasión y brutalmente a un pobre hombre que en verdad
estaba menos borracho que el referido gendarme”.366
Con motivo de ese tipo de situaciones, El Estandarte no hizo esperar una
nota plagada de sarcasmo en la que “anunciaba” un nuevo aparato “cómodo y
excelente para que sin garrotazos ni empellones” la policía condujera a la
detención a los ebrios. Dicho aparato no era más que una silla de ruedas en la que
“al pasajero se le sienta en ella fácilmente, reclinándole la cabeza en un soporte
de madera, […] unas fuertes cintas o correas sujetan la caja del cuerpo del
pasajero sin lastimarlo, y los brazos descansan sobre los de la silla” y por si a caso
fuera necesario el uso de la fuerza para la conducción, “tanto los dichos brazos
como las patas del vehículo están provistos de correas análogas a las que sujetan
la caja del cuerpo”.367 Aunque el contenido de la nota era ficción, es un buen
ejemplo de los medios empleados por la prensa, como el humor negro, para
exponer un problema social como fue la violencia policial.
Sin embargo, la “invención” de un aparato o vehículo para transportar a los
reos no era una exageración, ni estuvo alejado de la realidad. Al igual que en los
casos mencionados de individuos que eran arrastrados o de las mujeres que eran
alzadas de pies y manos, en 1896 en las páginas de El Estandarte se leía una
amarga queja sobre lo “infame” que resultaba “la manera de conducir [a] los ebrios
a la Cochera, por falta de un vehículo a propósito para el caso”. Con motivo de
que un sábado por la noche, cuatro gendarmes llevaban a un hombre inconsciente
por su alto estado de ebriedad cargándolo, dos de los brazos y dos de los pies,
“dejando que la cabeza casi arrastrara en el suelo, lo cual lo expuso a morir
congestionado, pues llevaba la cara completamente amoratada”. Por tanto, desde
el periódico se clamaba porque “se mande construir un carro a propósito para la
conducción de los ebrios”, lo cual—según los redactores—a pesar de no ser la
primera vez que se externaba dicha solicitud, “jamás se ha hecho caso, y no se
dirá que por falta de dinero, pues la famosa Cochera lo produce en abundancia” y

366
“Abuso de un gendarme” en El Estandarte, año VIII, no. 674, julio 26 de 1892.
367
“Para los ebrios” en El Estandarte, año XI, no. 1457, junio 8 de 1895. Las cursivas son del
original.
152

con esto último se referían a las multas y, principalmente, a aquella corrupta


práctica del disimulo que se efectuaba desde dicha “oficina”.368
Estos han sido algunos ejemplos referentes a lo que se enfrentaban los
ebrios mientras eran remitidos a la detención. Ahora bien, respecto a la otra
situación que, desde el punto de vista de los observadores, se veía como
reprobable, era la propensión a la embriaguez de los elementos de la policía. A
continuación se verán algunos ejemplos.
En este sentido, no siempre eran los ebrios quienes fueron trasladados
arrastrados o alzados. Esto también ocurría con los gendarmes en estado de
ebriedad y—como se leía en El Estandarte—“esto tampoco es raro”, pues era
frecuente ver escenas como en la que “dos mujeres conducían a un gendarme en
completo estado de embriaguez”.369
Otro ejemplo del abuso del alcohol por parte del cuerpo de policía ocurrió el
seis de abril de 1894 en la Plaza de Colón, donde a la vista de todos los
transeúntes se encontraba un gendarme ebrio, libando “enormes apastes de
pulque”, hasta que fue sorprendido por un comandante de apellido Macías, quien
“le echó una felpa de padre y muy señor mío” y ante la cual—al alcoholizado
gendarme—ni siquiera le valió apelar encontrarse enfermo, mostrando inclusive
como prueba de ello un pañuelo atado a la cabeza.370
Bajo el encabezado de “Gracias de un gendarme”, El Estandarte hizo
públicas ciertas características del gendarme número 38 quien era el encargado
de cuidar el Jardín de San Francisco y en lugar de ocuparse de dicha labor, se
entretenía jugando con los amigos que se encontrara, hallándosele una vez,
incluso, libando copas con un soldado en la pulquería de “El Peñasco” durante su
horario de servicio. Mientras esto sucedía, por el rumbo bajo su resguardo se
observaba a los niños que salían del Colegio Americano tirarse pedradas, con el
riesgo de pegarle a alguien o herirse ellos mismos; a los cocheros del sitio jugando

368
“Es una infamia” en El Estandarte, año XII, no. 1798, agosto 25 de 1896. Las cursivas son del
original.
369
“La policía” en El Estandarte, año VII, no. 297, mayo 14 de 1891.
370
“Gendarme ebrio” en El Estandarte, año X, no. 1121, abril 8 de 1894.
153

en las bancas obstaculizando el paso y “grupos de tres o cuatro muchachos


ociosos, jugando también en medio de la calle, y ni quien les diga nada”.371
Si el uso de la violencia para hacer “respetar” la ley y la afección a las
bebidas embriagantes alarmaba a la prensa que se encargaba de cuestionar al
gobierno ¿qué sucedía cuando ambos componentes se mezclaban? A
continuación se verán un par de casos tomados de los expedientes criminales en
los que se ve cómo al estar bajo los efectos del pulque, la violencia de los
gendarmes adquiría matices distintos como exaltar su prepotencia por ejemplo.
En el primero de estos casos, a diferencia del último que se expuso donde
se veía convivir a un gendarme con un soldado, se hacen evidentes las rencillas
que pudieron existir entre elementos de ambas corporaciones, la de policía y la
militar. Eran las cinco y media de la tarde del tres de enero de 1890 cuando el
gendarme diurno número 13 del barrio de San Sebastián, Romualdo Vela de 25
años y soltero llegó en estado de ebriedad a una pulquería localizada en El
Rebote—en la actual calle de Alcalde—propiedad de Gertrudis Álvarez de 20 años
de edad, donde se encontraban Epigmenio Goné, casado, de 25 años y sargento
1º del 26 batallón, y Alejandro de Saint Charles, soltero, de 23 años de edad,
también sargento 1º, pero del 20 batallón y originario de Tampico con residencia
en San Luis Potosí.
Según las declaraciones de los distintos implicados y testigos, los militares
al igual que el gendarme se encontraban ebrios, pues en dicha pulquería habían
estado bebiendo cerveza y el hecho que aquí interesa tuvo inicio cuando
enseguida de dirigirse los soldados a un corral en el interior del establecimiento
que servía como baño, Romualdo Vela se dispuso a seguirlos insultando
diciéndoles que “los soldados federales eran pendejos y otros insultos
personales”, así como que “los federales no le servían para nada”. Percatándose
de ello la pulquera Gertrudis Álvarez, quien “temiendo […] que fueran a formar
escándalo, salió a la puerta y le dijo a Vela que se aplacara, que nada le hacían
los soldados, pues que ellos estaban en paz”; pero como el gendarme andaba
muy ebrio le contestó que “ahora verán estos hijos de un tal cómo me la pagan” e

371
“Gracias de un gendarme” en El Estandarte, año XI, no. 1461, junio 18 de 1895.
154

inmediatamente con un silbato llamó a otro policía llamado Pedro Rebolledo al que
apodaban “El Tlacuache” para que le ayudara a aprehender a los soldados,
quienes mientras estaban encerrados en una de las habitaciones de la taberna
exigiendo que se les mostrara la orden de aprehensión, Vela le exclamaba a su
compañero que “ahora se la pagarían tales soldaditos, que verían cómo se
respetaban a los policías”. En ese momento lograron introducirse a donde se
hallaban los militares y golpeando Vela en la cabeza a uno de ellos con una
pistola, ambos se trabaron en una riña y mientras forcejeaban, al mismo tiempo en
que “El Tlacuache” golpeaba con su porra a Saint Charles, el arma de Romualdo
Vela descargó tres disparos de los cuales uno atravesó la pierna izquierda del
mismo Romualdo, mientras que su contrincante, Epigmenio Goné resultó con
cuatro heridas en la cabeza: “una en la región frontal, otra en el parietal izquierdo,
otra en el occipucio y otra en el decipital” así como una herida de un centímetro en
la primera falange del dedo meñique de la mano derecha, provocada por el
forcejeo con Vela mientras intentaba desarmarlo.
Según la dueña de la pulquería, tan luego como pudieron, los sargentos
salieron corriendo del establecimiento y detrás de ellos los gendarmes, quienes no
dudaron en disparar sus armas contra los que huían hasta que finalmente fueron
detenidos los cuatro y remitidos a la detención correspondiente según la
corporación a la que servían. Por tal incidente Romualdo Vela fue condenado a 30
días de prisión, los cuales cumplió e inmediatamente quedó en completa libertad.
Un elemento a destacar en este caso, además de lo ilustrativo que resulta
para entender la falta de disciplina de los agentes de seguridad, es el discurso de
Romualdo Vela vertido hacia los soldados, el cual hace patente una
animadversión latente en contra de los militares. Diversos factores pudieron influir
para que semejante rencor o rechazo tuviera lugar, entre ellos quizá un celo por
las diferencias entre la forma de capacitar o equipar a los unos de los otros. En
esta tónica, puede ser útil y muy revelador poner atención a las diferencias
existentes en las prendas que unos y otros vestían mientras “cumplían” con sus
deberes, las cuales muestran un marcado contraste entre sí. Ambos sargentos—
por ejemplo—vestían el uniforme militar, compuesto por pantalón y saco de dril
155

ruso con las insignias de sargento 1º y calzaban botines; mientras que el


gendarme Romualdo Vela vestía camisa colorada de percal, pantalón de
cordoncillo blanco, sombrero de palma, se cubría con una frazada blanca y
calzaba guaraches, es decir, con ese atuendo y ebrio en una pulquería, bien podía
pasar desapercibido entre la “gente del pueblo”.372
En la información obtenida de los periódicos pareciera que la prensa trataba
de ridiculizar al cuerpo de policía, no obstante en la realidad esto resultó ser una
característica de dicho cuerpo, como lo manifiestan los datos extraídos del
expediente en el que un gendarme llamado Genaro Puebla, casado, de 29 años
de edad y vecino del barrio de Tequisquiapam solicitaba en mayo de 1894 su
libertad preparatoria por haber cometido el delito de heridas.
Un año y casi tres meses antes, es decir el 31 de enero de 1893, Genaro
Puebla, desempeñando sus labores como gendarme, estaba cuidando a unos
presos que hacían la limpieza cerca de la casa de matanza de “La Purísima” y
desentendiéndose de ellos se dirigió a una pulquería en donde tras haberse
embriagado, “anduvo escandalizando hasta el grado de ponerse a amenazar a los
concurrentes con la pistola que portaba” hasta que salió del establecimiento y
cerca de la pulquería se encontró con un individuo llamado Román Cervantes con
quien tuvo un disgusto “ocasionado sin duda por la embriaguez”, del cual—según
Puebla—Román le causó una herida en la nariz con una piedra e inmediatamente
intentó fugarse, por lo cual Genaro Puebla le disparó algunos tiros sin lograr
derribarlo, cuando el que huía fue detenido por otro gendarme que respondía al
nombre de Narciso Corpus y mientras éste lo conducía a la detención, los halló
Genaro Puebla y, nuevamente, descargó su arma contra su supuesto agresor
quien en esos momentos se encontraba caído en el suelo, hiriéndolo en la pierna
derecha.

372
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Romualdo Vela por
heridas, enero 4 de 1890, 53 ff. Lo referente a la vestimenta de los gendarmes potosinos es un
buen ejemplo del atraso en el proyecto modernizador de la ciudad de San Luis Potosí con respecto
a la capital de la República Mexicana, pues en esa ciudad los gendarmes fueron uniformados hacia
1879 y en San Luis Potosí—como se ve—en 1890 aun seguían sin uniforme, sin embargo, en lo
tocante al armamento, los gendarmes potosinos ya usaban pistolas al igual que sus homólogos
defeños desde 1879. Véase Santoni, Pedro, Op. Cit., p. 115.
156

En una primera revisión del caso, Puebla fue condenado a un año, cinco
meses y 23 de días de prisión ordinaria porque “desempeñaba un cargo público en
el momento de delinquir y que había tenido buenas costumbres anteriores”, pero
como se trataba del “delito especial de abuso de autoridad”, la pena definitiva que
tuvo que cumplir fue la de dos años, ocho meses y diez días, contándose desde el
31 de enero de 1893.
Puebla hizo su primera solicitud de libertad preparatoria el 26 de mayo de
1894 y la repitió el 13 de junio del mismo año y tras el proceso correspondiente, el
día 16 del mismo mes, Alberto Tacha, presidente de la Junta de Vigilancia de
Cárceles, respondió que “el reo de heridas, Genaro Puebla, ha observado buena
conducta, contrayendo hábitos de moralidad y subordinación, durante el tiempo
que lleva de reclusión en aquél establecimiento [la penitenciaría]” y así, el 17 de
julio siguiente se le concedió al gendarme Genaro Puebla la libertad preparatoria
que solicitaba.373

En este capítulo se pudo observar cómo las élites y la prensa concretamente


crearon imágenes arquetípicas en torno a las clases populares, estableciéndose
incluso una clasificación de acuerdo a sus características tanto físicas y estéticas
como ocupacionales que estuvo presente a lo largo del siglo XIX, especialmente a
partir de la segunda mitad de dicha centuria.
Tales arquetipos sirvieron para que la prensa, a través de artículos y notas
destinadas a moralizar las costumbres de la “gente del pueblo”, creara un
imaginario en el que se entrelazaban los habitantes de los sectores menesterosos
con la embriaguez, la violencia y la delincuencia. Ante esto, los periódicos
fungieron también como escaparate de toda clase de remedios para combatir la
embriaguez—que era vista como una de las principales causas de la
criminalidad—patentizados tanto por médicos prominentes como por charlatanes
que utilizaban artículos caseros con los que aseguraban que los ebrios

373
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Genaro Puebla solicita libertad
preparatoria, abril 18 de 1894, 15 ff.
157

consuetudinarios, al ingerirlos, aborrecerían inmediatamente las bebidas


alcohólicas.
Asimismo se demostró cómo las pulquerías fueron escenarios o incluso
verdaderos campos de batalla de numerosos altercados entre la gente que las
frecuentaba. Sin embargo, ni los establecimientos, ni la bebida que en ellos se
expendía fueron la causa determinante para que se iniciaran riñas como las que
se describieron, sino esto más bien obedeció a otro tipo de factores, tales como el
orgullo, la precariedad económica, los sentimientos, rencores o viejas rencillas que
afloraban al encontrarse los individuos bajo los efectos del alcohol, siendo así el
pulque un elemento externo que al entrar en contacto con personas abatidas por
las causas expuestas, exaltaba sus pasiones haciéndolas actuar a través de
verdaderos arrebatos de ira.
Además se vio la manera en que ejercían su poder las fuerzas policiales,
ante lo cual los rencores y el odio hacia el sistema que había hecho de los
sectores populares arquetipos colmados de vicios, defectos y patrones de
comportamiento incorregibles, se volcaba hacia aquellos personajes, vistos como
los “representantes” del gobierno y la justicia, una justicia desde la cual no se
sentían representados. De la misma manera, se hizo evidente que los propios
gendarmes pertenecían a la clase social que ellos mismos reprimían haciendo uso
de la fuerza y el poder que les “otorgaba” el ser representantes de la ley. Dicha
conducta pudo obedecer a una especie de desahogo ante su realidad
menesterosa que canalizaron a través de la violencia contra sus semejantes una
vez que se sintieron superiores a ellos en la escala social o al menos de autoridad.
158

4. “Las Mil Vagas” o el lado femenino de las pulquerías


En este último capítulo se observará el papel que jugaron las mujeres como
agentes económicos a través del pago al impuesto del derecho de patente que
destinaban a la Tesorería Municipal por permitirles que sus tabernas operaran y la
manera en que ellas negociaron con las autoridades para acordar una cuota que
beneficiara a ambas partes. En este punto habrá que tomar en cuenta
constantemente el segundo capítulo ya que lo que aquí se mostrará vendría a ser
la praxis de lo que en aquél se vio en el discurso. Asimismo se dará un vistazo a la
vida cotidiana de dichas mujeres, es decir, se hará una revisión sobre cómo vivían,
a cuánto ascendían sus gastos personales y los de sus familias, el papel que
jugaban en su comunidad e, incluso—como se rescata de un expediente—, se
tendrá un acercamiento a su vida amorosa. Como parte de su cotidianidad—y
según lo antecedido en el capítulo anterior—estaban los peligros que día a día
enfrentaron. Aquí también se verá cómo actuaban y repelían los riesgos que la
naturaleza de su oficio les deparaba. Finalmente, el último aspecto que se
mostrará será el de las clientas de las pulquerías que protagonizaron escándalos y
riñas al encontrarse en estado de ebriedad y que fueron originados principalmente
por celos y amores mal correspondidos. En suma, sirva éste capítulo como un
ejercicio de acercamiento hacia lo que alguna vez Silvia Marina Arrom consideró
como una de las tres problemáticas de la Historia de la mujer: tratar de
“reincorporar a la mujer en la historia al documentar las actividades cotidianas de
mujeres „comunes‟”.374
El pulque y la feminidad han compartido una estrecha relación que puede
rastrearse en el antiguo pasado Mexicano, cuando dicha bebida era consumida de
manera ritual y las deidades que la representaban poseían características
femeninas. Incluso en el mismo relato del “descubrimiento del pulque” puede
observarse tal relación, como lo ha documentado Oswaldo Gonçalves de Lima
sobre la tradición tolteca, de la que explica que “bajo el reinado de Tecpancaltzin
(990-1042 d. c.), un noble tolteca de nombre Papantzin descubrió la manera de
obtener el aguamiel y sus derivados regalando al monarca, en compañía de su
374
Arrom, Silvia Marina, “Historia de la mujer y de la familia latinoamericanas” en Historia
Mexicana, vol. XLII, no. 2, octubre-diciembre, 1992, p. 382.
159

hija—la bella Xóchitl—, un jarro de miel prieta de maguey”.375 En este breve


pasaje aparece el primer elemento femenino vinculado al “origen” del pulque:
Xóchitl; continuando con el relato y adquiriendo mayor protagonismo dicha joven,
Gonçalves de Lima añade que “Tepancaltzin se enamoró rápidamente de la
doncella y la hizo suya. De sus amores nació un hijo que llamó Meconetzin.”376
En cuanto a la tradición mexica, el mismo autor ha referido que la historia
del descubrimiento del aguamiel y del pulque era presentada como un “interesante
enredo mitológico” en el que sobresalía Mayáhuel, “personaje singular, quien en
un principio fue humano, „divinizado más tarde, pero que, una vez divinizado, fue
abstraído hasta llegar a constituir un símbolo, el del maguey precisamente‟”. Sobre
este personaje, vale la pena subrayar la siguiente cita retomada de Gonçalves de
Lima para entender esa estrecha conexión entre el pulque y la feminidad desde
una época muy temprana:

Mayáhuel, la mujer que se volvió diosa, la primera, según la Historia de Sahagún,


que supo agujerear los magueyes y sacar el aguamiel, aparece en la leyenda
como perteneciente a los anahuacmixteca, “los que descubrieron las buenas
plantas del maguey” (Sahagún). Pero quien encontró los vástagos y las raíces de
las hierbas con las cuales se hace el octli [vino, pulque] se llamaba Patécatl, el
descubridor del ocpatli, la medicina del pulque.377

En este pasaje es aun más evidente y revelador el papel fundamental de la


mujer con relación al pulque y los magueyes. Otro reconocido historiador que ha
hecho una interesante exposición de la presencia femenina en torno a la “cultura
pulquera” entre el México antiguo y el virreinato, es William B. Taylor, en su ya
referido estudio Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales
mexicanas. Respecto a la diosa Mayáhuel, este autor refiere que representaba
“una estrecha asociación entre el pulque, la fertilidad y la agricultura en las

375
Gonçalves de Lima, Oswaldo, El maguey y el pulque en los códices mexicanos, México, Fondo
de Cultura Económica, 1956, p. 27.
376
Meconetzin, metl, maguey; cónetl, „muchacho‟; tzin, sufijo reverencial”; Ibídem. Un autor que
profundiza en el estudio de este mismo relato, del cual se presume refiere la historia “más antigua
del origen del pulque” y quien la narró por vez primera fue Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, es Rafael
Olea Franco; véase Olea Franco, Rafael, “De una singular leche alabastrina: el pulque en la
literatura mexicana del siglo XIX” en Literatura Mexicana, XXI.2, 2010, pp. 205-208.
377
Íbidem.
160

religiones prehispánicas del centro de México”,378 con lo cual—añadiendo a lo ya


señalado por Gonçalves de Lima—se le relacionaba con Tláloc, dios de la lluvia y
“punto focal de la religión campesina” y por tanto, recaía sobre ella una mayor
importancia dentro de la cosmovisión antigua.379
De acuerdo con este autor, una vez consolidado el proceso de conquista
por parte de los españoles, sugiere que la asociación del pulque con la divinidad
femenina “se repite en la época colonial con la Virgen de Guadalupe, que fue
proclamada la madre del maguey, y con la Virgen de los Remedios, cuya imagen
encontró un cacique cristiano dibujada en una penca de maguey”.380
Ahora bien, lo presentado hasta este momento puede servir para tomar
como antecedente cómo desde una época muy temprana, el pulque estuvo ligado
a la feminidad desde el punto de vista de la mitología antigua y del imaginario
religioso de los habitantes indígenas del centro de México. Tal creencia se vio
materializada a lo largo del periodo virreinal, extendiéndose aún hasta el último
tercio del siglo XIX manifestándose en una activa participación femenina al frente
de la comercialización de pulque, ya fuera como dueñas o encargadas de
pulquerías o puestos ambulantes destinados a la venta de dicha bebida, como se
ha podido apreciar en los diversos caso expuestos en los capítulos previos.
Cabe mencionar que tal característica no fue exclusiva de México—
tomándose en este estudio la ciudad de San Luis Potosí como el punto central del
análisis—sino que lo mismo puede observarse en países latinoamericanos desde
el periodo virreinal hasta las postrimerías del siglo XIX, como en Argentina, Chile,
Bolivia o Colombia,381 por citar tan sólo algunos ejemplos. Mientras tanto, para el
caso mexicano, los orígenes de esa característica en las pulquerías se remontan

378
Taylor, William B., Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas,
México, Fondo de Cultura Económica, 1987, pp. 53-54.
379
Ibid., p. 54.
380
Ibídem.
381
Algunos ejemplos al respecto se encuentran en González Bernaldo, Pilar, “Las pulperías de
Buenos Aires: historia de una expresión de sociabilidad popular” en Siglo XIX, segunda época, No.
13, enero-junio 1993; Lacoste, Pablo, “Wine and Women: Grape Growers and Pulperas in
Mendoza, 1561-1852” en Hispanic American Historical Review, vol. 88, No. 3, agosto 2008;
Hames, Gina, “Maize-Beer, Gossip, and Slander: Female Tavern Propietors and Urban, Ethnic
Cultural Elaboration in Bolivia, 1870-1930” en Journal of Social History, vol. 37, No. 2, invierno,
2003 y Pacheco, Margarita Rosa, “El pueblo soberano. Sociabilidad y cultura política popular en
Cali (1848-1854)”, en Siglo XIX, segunda época, No. 13, enero-junio 1993.
161

al año de 1608, cuando el virrey Luis de Velasco ordenó que, tanto las pulquerías
como la venta del pulque, debieran estar en manos de las indias, como lo indica la
siguiente cita:

1.- El nombramiento por cada 100 indios, de “una india anciana de buena
conciencia que les venda el dicho pulque blanco”. Y serán “las más pobres y de
mejor opinión que hubiere”.
2.- La elección estará en manos de “las justicias de S. M. de las dichas partes y
pueblos con intervención de los guardianes vicarios y doctrinantes”, pudiendo
nombrar o quitar estas licencias cuando quisieran.
3.- La vendedora no podrá ser criada de españoles o funcionarios en general, ni
tener “compañía” con ellos en lo referente al pulque.
4.- La venta queda prohibida los domingos y días de fiesta hasta después del
mediodía, y totalmente ciertos días de Cuaresma, asimismo no se admite como
medio de compra prendas u otros objetos.382

Posteriormente, en 1784, se expidió en la ciudad de México el ya referido


Informe sobre pulquerías y tabernas en el que se observa que, aún para esos
años, las pulquerías continuaron siendo atendidas por una mujer a partir de que
así lo señalaba una Ordenanza Real emitida más de ochenta años antes del
citado informe.383 Sobre este asunto, John E. Kicza, añade que “por ley, todos los
empleados de las pulquerías debían ser mujeres; sin embargo, de hecho, a causa
del tipo de labor requerida y del ambiente general en estos establecimientos,
pocas mujeres trabajaban en ellos”.384 Además de vender la bebida en las
pulquerías, el mismo autor señala que éste “era traído a la ciudad y vendido en
grandes recipientes por indias apiñadas en la fuente de la plaza principal”.385
También hubo pulquerías que se establecieron en las inmediaciones de las obras
en construcción a donde, a través de una mujer empleada de dichos

382
Hernández Palomo, José Jesús, La renta del pulque en Nueva España 1663-1810, Sevilla,
Escuela de estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1979 p. 35. Cabe hacer la aclaración que
estas ordenanzas fueron emitidas para la ciudad de México.
383
, “Informe sobre pulquerías y tabernas el año de 1784” en Boletín del Archivo General de la
Nación, Tomo XVIII, Núm. 2, abril-junio 1947, pp. 208-209.
384
Kicza, John E., Empresarios coloniales. Familias y negocios en la ciudad de México durante los
borbones, Fondo de Cultura Económica, México 1986, citado en Martínez Álvarez, José Antonio,
Testimonios sobre el maguey y el pulque, Guanajuato, Ediciones la Rana, 2001, pp. 271 y 273.
385
Kicza, John E., “The Pulque Trade of Late Colonial Mexico City” en The Americas, vol. 37, No.
2, octubre 1980, p. 199.
162

establecimientos, conocida como “cubera”, era llevado el pulque para expenderse


allí entre los trabajadores.386
Hacia esos mismos años existe evidencia de que en San Luis Potosí el
hecho de que las mujeres se encargaran de la venta del pulque fue una práctica
frecuente, como lo demuestra un bando de 1794 en el que se lee que “es
anticuada costumbre el que las vendedoras de pulques lo hayan verificado en sus
casas, en las plazas y en las orillas de los caminos reales”, por lo que se procedió
a prohibírseles que se instalaran en esos puntos, trasladándolas a todas a la
plazuela de los Mazcorros con el fin de que ya no vendieran en las esquinas y
“calles de la ciudad” y así, posteriormente se les autorizó la venta de la bebida en
sus casas y caminos extramuros.387
Los ejemplos anteriores demuestran que la presencia femenina como
vendedora de pulque fue producto de reglamentaciones virreinales; sin embargo,
durante el siglo XIX no se encuentran disposiciones que así lo señalen, y aún así
puede observarse la permanencia de dicha presencia, a pesar de que a partir de
la segunda mitad de aquella centuria, ésta no se encuentra con la misma
frecuencia que durante el virreinato y la primera mitad del siglo XIX,388 al menos
para el caso de la ciudad de México—el principal centro urbano consumidor de
pulque—como lo ha señalado Áurea Toxqui; pues para el caso potosino es
abundante la documentación en la que se encuentran registros de mujeres al
frente de pulquerías aún al iniciar el siglo XX. No obstante, el célebre escritor del
siglo XIX, Manuel Payno, nos legó una viva descripción de las vendedoras de
pulque en la ciudad de México aún a mediados del siglo XIX:

La encargada del expendio del pulque, era regularmente una mujer a veces bonita,
con una camisa blanca, limpia y bordada de seda, que dejaba lucir una garganta
muy adornada de coral y de perlas, y un pecho donde pendían multitud de rosarios
con cruces, relicarios grandes y pequeños, de oro y plata. […] La dama del pulque

386
Vásquez Meléndez, Miguel Ángel y Arturo Soberón Mora, “El consumo de pulque en la ciudad
de México (1750-1800)”, tesis de licenciatura, México, UNAM, 1992, p. 74.
387
AHESLP, Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1794.2, 12 AB, abril 12 de 1794, 4 ff.
388
Toxqui Garay, María Áurea, “„El Recreo de los Amigos.‟ Mexico City‟s Pulquerías During the
Liberal Republic”, tesis doctoral, EUA The University of Arizona, 2008, p. 262.
163

no era tampoco de las que se desmayaban y sufrían ataques de nervios. Cuando


la ocasión lo reclamaba, sabía mostrar energía y aun hacer uso de su puñal.389

Quedémonos con la última parte del retrato, ya que es la que más se


asemeja a las protagonistas de este trabajo, las pulqueras potosinas.
Así, para el ámbito potosino, se pueden hacer diferentes tipos de
interpretaciones a este respecto: 1) que quizá desde mediados del siglo XIX, se
hayan adoptado modelos de la legislación estadounidense, como el hecho de
conceder licencias a las mujeres para la venta de bebidas alcohólicas; 390 2) otra
posible respuesta se encuentra en que, como ha establecido la referida autora
Toxqui, “en algunos casos, los hombres usaron el nombre y el género de sus
parejas para obtener la licencia, reforzando con esas acciones roles y relaciones
de género entre el Estado y los ciudadanos”.391 Habría que tratarlo con cautela en
el caso potosino, ya que a pesar de que muchas pulqueras estaban casadas, la
mayor parte de las que han sido registradas eran viudas o solteras, o al menos
eso argumentaban en sus testimonios, seguramente para que se les concediera
continuar con su negocio; y, finalmente, 3) tomando como modelo lo expuesto por
el investigador Pablo Lacoste para el caso de la provincia de Mendoza, Argentina,
en donde demuestra que “las mujeres cultivaban los viñedos, producían vino en
bodegas y lo vendían en pulperías”. El autor compara la industria vitivinícola, en
dicha provincia, con la industria textil, de las que afirma que “ambas ofrecían a las
mujeres la posibilidad de trabajar desde el hogar; las mujeres podían atender sus
viñedos, producir vino y vender textiles sin alejarse del hogar”.392

389
Payno, Manuel, Memoria sobre el maguey mexicano y sus diversos productos, Obras
completas, XVII, México, CONACULTA, 2006, p. 135.
390
Arnaud-Duc, Nicole, “Las contradicciones del derecho” en Georges Duby y Michelle Perrot (dir.),
Historia de las mujeres. El siglo XIX. La ruptura política y los nuevos modelos sociales, tomo 7,
Madrid, Taurus, 1993, p. 97. Sobre un caso similar al que aquí se expone y del que se puede hacer
una inferencia parecida, corresponde a Colombia, sobre el cual Margarita Rosa Pacheco ha
expuesto que “La destilación del aguardiente y el expendio del mismo, en los estanquillos y en las
pulperías, fue una labor casi exclusivamente femenina”, Pacheco, Margarita Rosa, Op. Cit., p. 125.
391
Toxqui Garay, María Áurea, Op. Cit., p. 249.
392
Lacoste, Pablo, Op. Cit., p. 390; las pulperías fueron tiendas que vendían diversos productos de
consumo, así como bebidas alcohólicas, que se extendieron por los países de América del Sur,
desde México, y en las cuales los clientes aprovechaban para beber y sociabilizar y que en
Argentina fueron el equivalente a las pulquerías mexicanas; sobre dichos establecimientos en San
Luis Potosí véase Cañedo Gamboa, Sergio A., “Abasto y comercio antes y después de la
164

Ahora bien ¿Cómo puede sujetarse tal modelo a San Luis Potosí? De la
siguiente forma: tomando en cuenta que el territorio potosino no es zona
productora de pulque ni existieron haciendas pulqueras como en la región del
Altiplano Central mexicano y que, sin embargo, sí hubo un considerable consumo
de pulque, la manera en que éste se producía en la capital potosina era al
menudeo, es decir, quien vendía la bebida, extraía el aguamiel de sus propios
magueyes que tenía en pequeñas magueyeras dentro de su casa, donde también
se localizaba la pulquería y finalmente era vendido el líquido embriagante. De esta
manera, la producción y venta del pulque era una actividad “apropiada” para las
mujeres, pues en su misma casa podían mantener los magueyes, extraer la miel—
o aguamiel—, elaborar el pulque, venderlo y despachar en la pulquería sin
desatender las labores domésticas o crianza de los hijos, que eran estas últimas
las actividades que en la época y desde siglos atrás se creían “propias” de las
mujeres, más aún si se toma en cuenta que para el periodo en cuestión “la
incorporación de la mujer al trabajo fabril despertó un gran miedo por su moral y la
de sus familias”,393 por lo mismo, dichas actividades, en tanto que forma de
subsistencia, no eran mal vistas.
Así, en este estudio además de analizar cómo fungieron las mujeres
potosinas del último tercio del siglo XIX como agentes socioeconómicos a través
del despacho de pulquerías, ya fuera como dueñas o encargadas, también se hará
la revisión de algunos casos también protagonizados por mujeres, pero como
clientas y que, como se vio en el capítulo anterior, de la misma manera que su
contraparte masculina, al encontrarse bajo los efectos del alcohol, descargaron
sus impulsos de forma violenta.
Como se ha demostrado a lo largo de este trabajo, la postura de la
autoridad respecto a las pulquerías fue ambivalente. Por una parte, en el discurso
rechazaban esas tabernas por los excesos que—según decían—en ellas se
cometían; pero por otra parte, en la práctica mostraban una flexibilidad

Independencia. Pulperías y tiendas de menudeo en la ciudad de San Luis Potosí” en Flor de María
Salazar Mendoza (coord.), Op. Cit., pp. 25-35.
393
Boritch, Helen y John Hagan, “A Century of Crime in Toronto: Gender, Class and Paterns of
Social Control 1859 to 1955” en Criminology, 28 (4), pp. 567-599, citado en Speckman Guerra,
Elisa, Op. Cit., 2002, p. 39.
165

contradictoria al otorgar permisos para que operaran dichos establecimientos. Tal


accesibilidad o flexibilidad se debió a la derrama económica que las pulquerías
generaron a la Tesorería Municipal a partir de las cuotas de patente que
diariamente pagaban, como quedó señalado en el segundo capítulo. Por tal
motivo, durante las administraciones de los gobernadores porfiristas, en lugar de
decretar reglamentos que regularan el orden al interior de esos establecimientos—
como se había estado haciendo desde el Virreinato hasta la primera mitad del
siglo XIX—, se concretaron a establecer el cobro de impuestos que sus
propietarias habrían de cubrir diariamente.

4.1. Pulqueras negociando con la autoridad


En este apartado se expondrá la capacidad que poseían las mujeres dedicadas a
la venta del pulque para dirigirse a las autoridades a solicitar que la cuota
asignada a su pulquería les fuera rebajada y cómo alcanzaron su objetivo. Para
cumplirlo recurrieron a diversas acciones que pueden considerarse como
estratégicas, por ejemplo, constantemente argumentaban ser madres solteras con
una numerosa familia bajo su cuidado económico; viudas y sin ninguna otra fuente
de ingresos que la venta de pulque; de edad avanzada y pobres. 394 La mayoría no
sabían leer ni escribir, pero sin embargo parecían estar bien asesoradas para que
el resultado de su proceder les fuese favorable; hubo algunas que—a pesar de ser
analfabetas—incluso tenían ciertas nociones de lo que dictaban las leyes y
apoyadas en esos conocimientos hacían valer su derecho a la rebaja de la cuota
que por derecho de patente les era asignada. En suma, bajo este tipo de
argumentos—mismos que a continuación se desglosarán—, la mayor parte de las
pulqueras que se acercaron a la autoridad correspondiente a hacerle alguna
solicitud, que prácticamente todas se reducían a que se les rebajara la cuota
asignada a sus establecimientos, salvo algunas contadas excepciones en las que

394
Este mismo discurso también ha sido expuesto por Barbosa Cruz, Mario, “La persistencia de
una tradición: consumo de pulque en la ciudad de México, 1900-1920” en Ernest Sánchez Santiró
(coord.), Cruda realidad. Producción, consumo y fiscalidad de las bebidas alcohólicas en México y
América Latina, siglos XVII-XX, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora,
2007, p. 230.
166

la solicitud fue la destitución del cobrador de pulquerías, consiguieron ser


escuchadas y sus demandas atendidas.
Aún antes de que se estableciera el régimen porfirista—pero cuando éste
ya estaba tomando forma—se han registrado algunos casos interesantes, como el
de la señora Antonia Carrizal, dueña de la pulquería de “La Unión”, que es de
suma relevancia tanto para entender el escenario político-social en general, así
como la situación económica de dicha señora en lo particular. El 14 de marzo de
1876, Antonia Carrizal emitió un escrito ante el Ayuntamiento de la capital
solicitando que se le rebajara la cuota que tenía asignada de cuatro pesos
mensuales a la de uno, advirtiendo que de no concedérsele dicha solicitud se
vería “precisada” a cerrar su establecimiento.
De este caso, lo más revelador son los motivos con los que la señora
Carrizales justificó su proceder. En primer lugar—siguiendo el orden expuesto por
la solicitante—se encuentran “las ventas que diariamente hago son muy en
pequeño, pues éstas no son suficiente á [Sic.] cubrir los gastos diarios como estoy
dispuesta a probarlo si necesario fuere”; en segundo lugar declaraba que “como
de la leva y voces alarmantes de revolución, no vienen consumidores a mi
establecimiento pues es una rareza que se reúnan dos y por gastadores los más
son de a 1/8 de real”; y como tercer y último punto lamentaba que “mi capital que
tengo en giro á lo más asciende a veinte reales”.395
De lo expuesto se pueden rescatar dos aspectos relevantes. Uno es la
situación económica por la que atravesaba Antonia Carrizal, como se observa en
los puntos primero y tercero, y el segundo—a mi juicio el más interesante—es el
que se lee en el segundo punto, allí se hace alusión a una revolución y que por
ese motivo carece de clientes en su pulquería. Tal declaración deja ver que la
Revuelta de Tuxtepec proclamada en el plan homónimo por Fidencio Hernández y
encabezada por Porfirio Díaz, estaba en boca de los diversos estratos de la
población en San Luis Potosí. Esto lo confirma la declaración de otra pulquera que
respondía al nombre de María Fernanda Ibarra, quien en abril de 1877 se quejaba
de que, a través del cobrador de pulquerías, supo que su taberna había sido

395
AHESLP, Ayto. 1876.7, Hacienda, exp. 1, marzo 14 de 1876.
167

gravada con la tarifa de tres reales diarios pidiendo que se le considerara con un
“pago moderado” que pudiera cubrir “atendiendo á las garantías que nos ha
prometido el nuevo sistema que nos rige según lo tiene prometido en el Plan de
Tuxtepec y su Reforma de Palo Blanco”.396
Así, una vez instalados en el poder los tuxtepecadores397 pero sin aún
haber sido nombrado Díaz presidente constitucional, en marzo del año siguiente,
María Magdalena Carrizales, del barrio de Santiago del Río, cuya pulquería era
conocida por el nombre de la misma dueña, notó que en la Lista de asignaciones
publicada por el Ayuntamiento con fecha del 22 de marzo de 1877, su
establecimiento aparecía asignado como de primera clase y por tanto la cuota que
tenía que cubrir por el derecho de patente era de tres reales diarios, cuando a lo
sumo había sido “cuotizada” [Sic.] tiempo atrás en dos reales. Ante semejante
sorpresa, recurrió a los jurados de la Junta Revisora de Asignaciones
argumentando lo siguiente:

[…] no poder pagar una cuota tan grave de tres reales diarios que se me han
impuesto porque daría por resultado que aunque quisiera hacerlo con grandes
sacrificios de trabajar hasta la rendición de mis esfuerzos, pero que en la suma
escasez, las muy pocas ventas que se hacen, como también el pequeño giro de
que se trata […]398

Hasta aquí, la señora Carrizales dejó clara su situación económica. Ahora


bien, del mismo modo proporciona datos valiosos sobre las características de su
pulquería, siendo la primera y, que como se apreciará en casos posteriores, una
constante entre quienes comerciaban con el pulque, la manera en que adquiría la
materia prima de su giro: el aguamiel. Describiéndolo así Magdalena Carrizales:
“[…] el entrego [Sic.] de miel que no es de mi propiedad, sino que tengo la
necesidad de comprarla”. La segunda característica es la ubicación de su

396
AHESLP, Ayto. 1877.10, Hacienda, exp. 3, abril 11 de 1877.
397
Según Luis González, “por haberse hecho de las riendas de la república los abanderados del
Plan de Tuxtepec, Cosío Villegas les puso a Díaz y a sus compañeros el apodo de
„tuxtepecadores‟”, y el propio González designaba como “generación tuxtepecadora” al “conjunto
de próceres mexicanos, al centenar de notables con que se cobijó la presidencia imperial de
Porfirio Díaz”. Véase González y González, Luis, La ronda de las generaciones, Obras Completas
tomo VI, México, Clío/El Colegio Nacional, 1997, p. 33.
398
AHESLP, Ayto. 1881.5, Hacienda, marzo 27 de 1877-junio 28 de 1881.
168

despacho de pulque “pues además estando tan distante mi casa del centro de la
ciudad, tengo la grave necesidad de pagar la renta de casa, para acercarme
donde pueda en algo vender”.
Ante tales súplicas, la resolución del jurado fue rebajarle la cuota asignada
a la tercera parte, es decir quedó establecida en un real diario. Sin embargo, en
mayo de 1881 volvió a quejarse, esta vez ante el propio gobernador del estado,
porque le habían aumentado el cobro del derecho de patente a dos reales diarios
“sin que tenga razón de ser tal aumento”. Entonces el Ayuntamiento resolvió—no
sin antes habiendo señalado que “apareciendo que este [establecimiento] en la
actualidad tiene sus ventas muy bajas, tal vez por la decadencia en que se hallan
todos los ramos de esta ciudad”—que “la Comisión Dictaminadora cree de justicia
acceder á las solicitudes de la señora Carrizales, rebajándole la cuota á un real
diario como pagaba en el año de 1878”.399
1877 resultó ser un año rico en información de esta índole. Entre los
registros destaca por ejemplo la solicitud de la dueña de la pulquería de “La
Florida” situada en el barrio de Santiago, María de Jesús Montiel, quien al parecer
tenía cierto conocimiento de lo que indicaban las leyes, en este caso la de
Hacienda, vigente para ese año. En su petición explicaba que hasta entonces
había estado pagando medio real diario a pesar de que sus ventas no pasaban de
los seis reales al día y que el 19 de abril de aquel año, el cobrador le indicó “tener
orden expresa de que el pago debía de ser doble”, el cual efectuó “sin réplicas,
reservándome hacer mi representación ante quien fuese conveniente”. En la
misma carta exponía que el capital invertido en su establecimiento era apenas de
20 reales y por tanto, atendiendo al derecho que le concedía el artículo 385 de la
expresada Ley de Hacienda, se acercó al Jurado Calificador a requerirle que se le
eximiera de tal pago. Otro recurso interesante empleado en esta solicitud—de la
que lamentablemente no se sabe cómo procedió la autoridad—es un anexo en el
que varios de los vecinos de “La Florida” firmaron apoyando a la señora Montiel y
confirmando lo expuesto por ella respecto a los veinte reales de inversión y

399
Ibídem.
169

añadiendo que les constaba el “muy poco consumo y ventas que tiene la citada
casa”.400
Al mes siguiente, el Ayuntamiento recibió una carta emitida por Anastacia
Hernández y María Reyes Ruiz en la que imploraban que el pago por ser
expendedoras “en pequeño” de pulque no excediera de los seis centavos y un
cuarto, en los siguientes términos:

[…] comparecemos y decimos que siendo unas mujeres viudas y con una
numerosa familia, y no obteniendo los elementos precisos para buscar la
subsistencia, hemos tomado el arbitrio de vender pulque, pues cuya vendimia la
tenemos puesta cuando nuestras circunstancias nos lo han permitido, y no
tampoco porque tengamos establecimientos de cantinas sino que por nuestra
misma necesidad ésta nos ha obligado á obtener el giro á que nos referimos
eventual, por nuestra situación en que nos encontramos, por lo cual careciendo de
los recursos necesarios y no pudiendo pagar más sobre derechos de
contribuciones que se nos han impuesto, y como nuestra venta no es para que se
haga nuestro expendio.401

Lo expuesto en la citada carta arroja diferentes aspectos reveladores


acerca de la vida de dichas mujeres y de lo referente a la venta del pulque. El
primer punto es manifestar inmediatamente ser viudas y con una numerosa
familia, lo cual puede entenderse como un recurso para convencer a la autoridad
para que atendiera su petición. Un segundo aspecto es que—según el sentido en
que está redactada la carta—la venta de pulque era, si no la única, al menos sí la
última alternativa de subsistencia para aquellas mujeres que se quedaban sin
ningún otro sustento; y por último, que—al parecer—su expendio, además de no
estar en un establecimiento fijo, lo trabajaban según las exigencias de sus
necesidades.
Finalmente, ante el “miserable capital que tienen, lo corto de su giro y el ser
ambas viudas y cargadas de familia”, la Comisión Cuotizadora [Sic.] accedió a la
súplica de las señoras Hernández y Reyes Ruiz, principalmente porque la
segunda de ellas, “se ha visto obligada en estos días á suspender su giro por no
serle posible cubrir la cuota que se le asigna”.402

400
AHESLP, Ayto. 1877.10, Hacienda, exp. 19, abril 20 de 1877.
401
AHESLP, Ayto. 1877.5, Hacienda, mayo 2 de 1877.
402
Ibídem.
170

Un par de mujeres que de manera conjunta solicitaron que se les rebajara


la cuota a la mitad del real diario que pagaban, fueron Rosa Martínez y Juliana
Morales, porque la situación que su establecimiento guardaba—en palabras de las
peticionarias—era “bien crítica por haber cesado la venta de este artículo”,403
razón que aunada a las que hasta este momento se han expuesto hace ver que
entre esos años, efectivamente, hubo una caída en el consumo de pulque, pues
en los testimonios se repite dicha situación.
Otro año rico en datos extraídos de los “ocursos” que las pulqueras hacían
llegar a las autoridades para que atendieran a sus demandas fue 1882, sin
embargo lo más interesante de dicha información es que es la evidencia de los
actos de corrupción que se anticiparon y explicaron en el segundo capítulo, ya que
si se recuerda, en aquel año se especificó claramente que “no pagarán derecho de
patente: las fábricas de pulque y de cal, los lavaderos, lecherías y pulquerías” 404 y
a pesar de eso, como ya se había mencionado, fueron 13 las solicitudes que el
ayuntamiento recibió para que les rebajara el pago asignado. De estas sirvan
como ejemplo los siguientes casos.
Juliana Estrada, dueña de “Las Mil Vagas”, pedía que el real que pagaba
por la patente de su pulquería se le redujera a medio porque el consumo que en
ella se registraba era “enteramente escaso” y a eso le agregaba la renta que
pagaba por el local donde se encontraba establecida.405 Por su parte la dueña de
“La Milpa”, María Dorotea Manzanares, se quejaba, en la misma fecha que la
anterior, de que su pulquería había sido gravada con la cuota de un real diario, el
cual no podía cubrir por “ser mujer viuda con bastante familia y además de no
producirme el expresado establecimiento lo necesario para mi manutención, me
encuentro en circunstancias demasiado críticas”.406 Casi con las mismas palabras
que Manzanares, María Francisca de la Cruz, propietaria de “El Año Nuevo”,
manifestó que sobre ella recaía la “subsistencia de mi numerosa familia […], ser
muy críticas las circunstancias en que me encuentro; así como también son muy

403
AHESLP, Ayto. 1878.3, exp. 14, Hacienda, mayo 24 de 1878.
404
AHESLP, CLD, Ley de Hacienda para 1882, noviembre 19 de 1881.
405
AHESLP, Ayto. 1882.7, Hacienda, marzo 6 de 1882.
406
AHESLP, Ayto. 1882.7, Hacienda, marzo 6 de 1882.
171

pequeños los productos que mi expresado establecimiento me produce”, e imploró


que, “con fundamento de la fracción 5 del artículo 193 de la misma ley [de
Hacienda]”, se le rebajara la contribución impuesta de 25 centavos de patente
diaria.407
De los casos expuestos, los de Juliana Estrada y María Dorotea
Maldonado, se encontraban concentrados en un comunicado general emitido tanto
a ellas como a otras pulqueras, en el que según la consideración de la autoridad,
se atendieron las solicitudes de manera favorable o fueron rechazadas, como fue
esta última la resolución expresada hacia las dueñas de “Las Mil Vagas” y “La
Milpa” respectivamente.408
Mientras tanto, María Francisca de la Cruz, a quien no se atendió en el
comunicado expresado—y que como se vio, tenía cierto conocimiento de lo que
marcaba la ley—, en 1886, estando convaleciente por una “larga enfermedad que
padeció” y por lo cual su pulquería se “desacreditó […] de una manera
extraordinaria”, manifestó no poder pagar la patente diaria de dos reales ya que
las ínfimas ventas no cubrían ni “los gastos precisos”, por lo que en enero de dicho
año traspasó la taberna a una señora llamada Leandra Álvarez, quien también
experimentó la falta de ventas y por lo tanto devolvió el negocio a la señora de la
Cruz el 26 de junio del mismo año, quien a su vez suplicó a la Corporación se le
cobrara la patente de un real únicamente, manifestando que su “única profesión
como mujer es vender pulque” y que en eso iba a “trabajar de nuevo”.409
Antes de entrar a la última parte del presente apartado valdría la pena
retroceder unos cuantos años en el tiempo y recordar la pulquería de “El
Teposán”, cuya dueña, María Florencia López, en 1868 pedía que se le
considerara con el “mínimo grado” por la patente de su establecimiento. Con el
seguimiento dado a esa taberna—como a continuación se verá—pueden
entenderse dos aspectos muy interesantes: la relación entre las pulqueras y la
autoridad, por una parte y por otra, la vida cotidiana de aquellas señoras, con lo
cual se anticipa parte de lo que se expondrá en el siguiente apartado.

407
AHESLP, Ayto., 1882.7, Hacienda, marzo 20 de 1882.
408
AHESLP, Ayto. 1882.7, Hacienda, marzo 21 de 1882.
409
AHESLP, Ayto. 1886.8, Hacienda, julio 7 de 1886.
172

En 1877, tras casi diez años de efectuarse la primera solicitud mencionada,


la señora López pidió que se le redujera el gravamen a su pulquería, asignada
como de primera con la patente de tres reales diarios, lo que equivalía a 12 pesos
mensuales. Explicó la imposibilidad de cubrir dicha tarifa argumentando que su
establecimiento no tenía un capital fijo “de donde pudiera soportar dicha
contribución municipal” y que el pulque expendido era fiado y a crédito y que por
consiguiente, estaba “siempre con la esperanza de lo poco que puedo utilizar”. La
respuesta de la comisión encargada de dictaminar sobre las solicitudes de los
contribuyentes fue negativa para ella y enfatizó que seguiría pagando la misma
cuota que se le asignó.410
Un mes más tarde y en vista de la respuesta emitida por la comisión
dictaminadora, María Florencia López insistió en que su pulquería no era “un
establecimiento en grande, sino […] donde se vende poco y no da para pagar los
tres reales diarios” y con estos fundamentos suplicaba que la contribución fuera
mensual y “modificada”, tomando en cuenta “los tiempos tan abatidos, que ni los
efectos de primera necesidad tienen expendios como debían tenerlos”. 411
De esa segunda petición se desconoce cual haya sido la resolución de los
recaudadores, pero en 1881—a pesar de carecerse del dato exacto—es una
certeza que la citada dueña volvió a recurrir a la oficina recaudadora a solicitar
nuevamente que se le rebajara el cobro asignado, pues en ese año recibió una
notificación de dicha instancia, negándole la rebaja de los 25 centavos impuestos,
argumentándosele lo siguiente:

[La Corporación del Ayuntamiento] ha encontrado que no solamente no debe


acceder a lo que su dueña pretende, sino que debería aumentársele la cuota
referida por las razones siguientes: el lugar o posición que dicha pulquería tiene,
es tan céntrico y tan bien colocado, que deja a todos los giros de su especie muy
atrás del que éste guarda. Además por estar frente a la Aduana, casi nunca carece
de marchantes, pues bien sabido es que los cargadores y comerciantes son los
más afectos a esta bebida.412

410
AHESLP, Ayto. 1877.10, exp. 19, Hacienda, julio 3 de 1877.
411
Ibídem.
412
AHESLP, Ayto. 1881.5, Hacienda, diciembre 1º de 1881.
173

A pesar de tan contundente respuesta—y por cierto bastante ilustradora en


cuanto a las condiciones de “El Teposán”—María Florencia López no perdió la
esperanza de que sus demandas fueran atendidas y en 1882 corrió con mejor
suerte. En primer lugar, en el lapso de un año la cuota asignada a su taberna se
incrementó inusitadamente, pues de 12 centavos aumentó a 25 y así hasta
alcanzar los 50 centavos. Ante tal situación, el doctor Alberto López Hermosa, jefe
político de la capital potosina hacia esos años, accedió finalmente a los
requerimientos de la quejosa y le contestó directamente lo siguiente respecto a su
pulquería:

[“El Teposán”] se encuentra establecido como ninguno de los de este género, sin
embargo, de las circunstancias críticas por que atraviesa dicha Sra. que en la
citada pulquería se observa desde su nueva reparación mucho orden y estricta
moralidad no dando lugar a ninguna queja y que porque se ha exigido este orden
que la sociedad reclama y la moral, se ha venido disminuyendo el número de los
consumidores y con ello del giro de la Sra. López.413

En este testimonio resulta muy revelador el seguimiento que el propio jefe


político daba concretamente a una pulquería, admitiendo él mismo que si sabía
todo lo concerniente a dicho establecimiento no sólo era por lo que le informaba el
inspector general del Cuartel 45, sino también por “constarme evidentemente”.414
Otro tipo de documentación demuestra que los años venideros no fueron
tan favorecedores para la propietaria de “El Teposán”, ya que en 1887, cuando
contaba con 67 años de edad tuvo la necesidad de hipotecar su pulquería por la
suma de 740 pesos a favor de Facundo Romero,415 prominente comerciante que
con tan sólo 33 años de edad poseía, al menos, tres de las pulquerías más
reconocidas de la ciudad, como se señaló en los capítulos anteriores: “El
Cazador”, “La Reforma” y “La América en Triunfo”. Así, teniendo que cubrir el
monto de la hipoteca, la señora López se vio obligada a vender la propiedad—que
en 1847 le hubiera comprado a Germana Saldaña—en 780 pesos a Josefa

413
AHESLP, Ayto. 1882.7, Hacienda, marzo 3 de 1882.
414
Ibídem.
415
AHESLP, Registro Público de la Propiedad y el Comercio (en adelante RPPC), Protocolo del
Notario Antonio de P. Nieto (A. P. N.-XXV 1887), Hipoteca de una casa situada en la Plazuela de
San Juan de Dios en esta ciudad otorgada por Doña Florencia López a favor de Don Facundo
Romero por la suma de $740, no. 138, 3, f. 196 vta.-198 fte.
174

Gordoa, esposa de Macedonio Gómez, quien poseía una casa que lindaba justo
en la parte poniente de donde entonces se ubicara “El Teposán”.416 Con esto
parecería que las intenciones del matrimonio Gómez-Gordoa eran las de extender
su finca juntándola con el terreno ocupado por la pulquería. Sin embargo el
devenir de “El Teposán” puede rastrearse hasta el año 1896, cuando Darío C.
González adquirió la propiedad de manos del señor Macedonio Gómez por la
cantidad de tres mil pesos, más no se sabe si en ese lapso la finca siguió
operando como pulquería.417 Es asombrosa la manera en que con el transcurrir de
los años se multiplicó el valor de la propiedad donde alguna vez estuviera “El
Teposán”, pulquería que, por lo menos, durante dos décadas fuera el sustento de
María Florencia López y su familia.
Antes de finalizar este apartado sólo resta hablar acerca de un segundo tipo
de solicitud que emitían las pulqueras: el cambio o destitución del cobrador de
pulquerías. Aunque hasta este momento no he localizado información abundante
sobre este asunto en particular, el caso que a continuación se presentará ilustra
claramente una postura por parte de las pulqueras que quizá fue más común de lo
que pudiésemos imaginar. Asimismo, el referido caso sirve de ejemplo para
apreciar el lado flexible de la autoridad, siendo condescendiente con las quejosas.
En una carta enviada el cuatro de septiembre de 1877 por las señoras
Fernanda Puebla, Ermenegilda Salas, Merced Estrada y Juliana del mismo
apellido, comunicaban a la autoridad correspondiente que les era “bastante
molesto el estilo imperioso del encargado que cobra la pensión del pulque” porque
no había día—según afirmaban—que “no nos cause vejaciones porque no damos
el real con puntualidad”, justificándose sobre esto diciendo que por aquellos días
atravesaban por “tiempo muerto por las frutas que produce la naturaleza en el
campo” y autodefiniéndose como comerciantes “poquiteras” de pulque, dicho
fenómeno provocaba que sus ventas disminuyeran considerablemente, al grado

416
AHESLP, RPPC, Protocolo del notario Antonio de P. Nieto (A. P. N.-XXVI 1888), Venta de casa
conocida por “Pulquería del Teposan” ubicada en la Plazuela de San Juan de Dios otorgada por
Doña Florencia López a favor de Doña Josefa G. de Gómez en la suma de $780, no. 255, ff. 396
vta.-397 vta.
417
AHESLP, RPPC, Protocolo del notario LCI Jesús H. Soto (J. H. S.-XI 1895), Venta otorgada por
el Sr. Macedonio Gómez á favor del Sr. Darío C. González. Se dio testimonio, no. 85, ff. 228 fte.-
230 fte.
175

de que “muchas veces—decían—no realizamos del día los dos reales para el
pago de miel, renta de casa y pensión”, pero lo que según ellas era lo peor de su
situación fue “el estilo tan grosero con que nos trata el encargado, infringiendo con
este hecho la Constitución de 1857 en que les encarga a las autoridades corrijan
estos abusos para que el erario no sufra lo que hasta hoy se experimenta”. En
esta última declaración resulta interesante no sólo el hecho de que estas señoras,
al igual que otras, referidas líneas arriba, conocían también las leyes, sino lo que
aún 20 años después de dictada la Constitución de 1857, significaba hasta para
las clases más humildes el modelo liberal y la forma en que consideraban que si
se seguía a pie juntillas, beneficiaría a todos los ciudadanos.
Ante esto, la comisión respectiva, anunció que en cuanto a las faltas
cometidas por los recaudadores no había tenido ninguna queja hasta entonces
pero que, no obstante, “se les prevendría—a los cobradores—que se condujeran
de la manera debida y no cometieran abusos de ninguna clase”.418
¿A qué pudieron deberse posturas, aparentemente, tan benévolas por parte
de las autoridades? Una posible respuesta, y bastante convincente, dicho sea de
paso, la podemos obtener de Jesús Joel Peña Espinosa quien sugiere que como,
desde la época virreinal, mucha gente pobre vivía de la producción y venta de
bebidas alcohólicas, “la transgresión tolerada de la ley por parte del ayuntamiento
se entiende no sólo en razones de intereses económicos, sino también de una
necesaria tolerancia a cambio de evitar muestras de inconformidad”, 419 explicación
que se adecúa perfectamente al caso potosino del último tercio del siglo XIX.

4.2. Un día en la vida cotidiana de las pulqueras


El mismo tipo de fuente utilizada en el apartado previo, es decir las peticiones—u
ocursos—de las contribuyentes, es de gran utilidad para recrear ciertos aspectos
de la vida cotidiana de las vendedoras de pulque, principalmente aquellos que se
refieren a sus ingresos y cuáles eran los gastos que tenían que hacer para cubrir

418
AHESLP, Ayto. 1877.10, exp. 19, Hacienda, octubre 2 de 1877.
419
Peña Espinosa, Jesús Joel, “Consumo de embriagantes en la Puebla del siglo XVIII” en
Relaciones, primavera, año/vol. XXV, no. 098, p. 250; en el trabajo citado se encuentran datos
interesantes sobre las pulqueras poblanas, véanse las pp. 251-252, 265-266 y 270-273.
176

sus necesidades, con lo cual podremos tener cierta idea de cómo era su vida
personal.
En los testimonios, las pulqueras dejan entrever que se trataba de mujeres
de escasos recursos económicos sin otro medio de subsistencia y no reparaban
en detallar lo menesterosa que era su vida o, al menos sus respectivas pulquerías,
como por ejemplo la de María Estefana López, quien se quejaba de las malas
ventas en su establecimiento por encontrarse “casi a extramuros de la ciudad”, es
decir en la calle del Camino del Peñasco,420 hoy Avenida Moctezuma, entre los
barrios de Santiago y Tlaxcala. María Jesús Muñiz, por ejemplo, declaraba que se
había dedicado a vender “un poco de pulque” por ser “una mujer demasiadamente
[Sic.] pobre y no teniendo otros elementos ni recursos para atender a las precisas
necesidades á fin de mantener una numerosa familia que tengo”. 421 Otro
testimonio en este mismo sentido, pero que además muestra la situación general
de la población menos favorecida económicamente, es en el que María Fernanda
Puebla declaraba lo siguiente:

[…] en atención á la pobreza que actualmente reina y mucho más en la clase


menesterosa que hace el consumo de nuestro giro que es el del pulque, el cual no
me proporciona medios para auxiliar siquiera a nuestras pobres familias, así como
tampoco el gasto preciso de renta de casa.422

Otra pulquera que, al igual que las anteriores, dijo estar “cargada de familia”
fue Guadalupe Hernández de Arismendi, dueña en 1878 de “El Arco Colorado”,
quien a su vez decía que en dicha pulquería la mayoría de las veces percibía la
cantidad de dos reales al día, misma que el Ayuntamiento le exigía como cuota de
patente diaria y por tal motivo se quejaba de que en numerosas ocasiones había
“preferido dejar de hacer los gastos precisos de mi casa por tal de pagar con
religiosidad [hasta ese momento] el real diario para no deber nada a la agencia”.423
En otro documento, Hernández de Arismendi ahondaba en lo precario de su
situación, manifestando que el capital invertido en “El Arco Colorado” no solo era
suyo, sino que una parte era prestada; que el capital total del establecimiento no

420
AHESLP, Ayto. 1877.10, exp. 19, Hacienda, junio 26 de 1877.
421
Ibid., septiembre 11 de 1877.
422
AHESLP, Ayto. 1878.3, exp. 25, Hacienda, marzo 6 de 1878.
423
Ibid., marzo 7 de 1878.
177

llegaba ni a los 50 pesos; que como consecuencia del bajo ingreso generado en
su pulquería, muchas veces se había visto obligada a recurrir a los montes de
piedad y por si eso fuera poco, también tenía que pagar la contribución para la
construcción del ferrocarril.424 Años más tarde, en 1881, otro problema aquejó a
Hernández de Arismendi. El hecho de que María Fernanda Puebla estableciera
una pulquería muy cerca de “El Arco Colorado” y que como sus clientes prefirieron
concurrir a la de la señora Puebla, las ventas decayeron considerablemente. De
ser cierto, al menos queda constancia de que, en contraste con la anterior cita de
Fernanda Puebla, en algún momento la situación económica de ésta pudo verse
más favorecida.425
Es momento de recordar una pulquería mencionada páginas atrás: “El
Cariño”. En 1882 María Francisca Candia informó haber rentado desde hacía
algunos años dicha taberna “a efecto de buscar los medios para subsistir a mis
necesidades por no tener quien me auxilie, sino solamente la voluntad de Dios”;
que aunque estaba convencida de los pocos ingresos que ese tipo de giros
generaban, se formó “la ilusión de que quizá pudiera vivir con más desahogo” y
por tal motivo se dedicó a “buscar el efecto de mieles”, es decir a conseguir el
aguamiel que diariamente produciría la bebida que le permitiría sostenerse. Sin
embargo, la situación de la señora Candia no sería como ella esperaba, siendo
intermitentes los días en que gozaba de ventas más o menos buenas para apenas
alcanzar a cubrir el pago de alimentos, renta de casa—incluida en la pulquería—,
criados y comprar ollas y apastes, entre otros “útiles”. Para satisfacer estas
necesidades tenía que esperar—en palabras de ella—“a que llegue el día domingo
que es cuando hay algún consumo del pulque rezagado”, y de la misma manera
que su homóloga, María Guadalupe Hernández de Arismendi, lamentaba que
cada vez se redujeran más las ventas en “El Cariño” por el hecho de haberse
establecido en sus inmediaciones varias pulquerías “del mejor crédito y mejor

424
AHESLP, Ayto. 1878.3, exp. 14, Hacienda, abril 7 de 1878.
425
AHESLP, Ayto. 1881.5, Hacienda, agosto 5 de 1881. En un documento de 1882 emitido por la
misma Guadalupe Hernández de Arismendi que, en lo sustancial, es muy parecido a lo que se
acaba de referir, aparece con el apellido Herrera y sin el de Arismendi; véase AHESLP, Ayto.
1882.7, Hacienda, marzo 2 de 1882.
178

consumo”.426 Retomando la referencia del pulque rezagado, como dato


interesante, vale la pena mencionar a Severina Pitones, vecina del rancho de
Morales, quien en 1896 vendía “pulque de la miel que se rezaga, no porque sea
pulquería en forma”, refiriéndose a su casa, que era en donde vendía.427
Al parecer en 1882 hubo un incremento en el establecimiento de
pulquerías, pues la apreciación hecha por la señora Candia la confirma un
testimonio de la dueña de “El Arco Azul”, la viuda Agapita Fabera, quien se
quejaba de que en ese año su situación no era como de la que gozó cinco años
atrás, cuando su pulquería era “una de las que más expendía; pero entonces no
había tantas pulquerías”. Otro elemento interesante que se rescata de la
declaración de Fabera es en el que declaraba que “no soy dueña de magueyales
como lo son la señora Estrada y otras que son muy bien conocidas en
Santiago”,428 por lo tanto diariamente compraba seis cargas de miel a 50 centavos,
lo que sumaba un total de tres pesos de inversión, de cuyo rédito tenía que
pagarle a una criada que le ayudaba. Continuando con su relación de gastos
decía: “saco lo muy limitado para los alimentos de la familia, alumbrado, para
vestirme yo y la familia” y que eventualmente obtenía ganancias suficientes para
“comprar apastes, yerba para fermentar el pulque, contribución federal de la casa
y por consiguiente los 50 centavos que por cuota he de dar diario”, pero que por
las circunstancias que en aquél entonces se encontraba, había sido necesario
empeñar algunas prendas de su propiedad para solventar los gastos
mencionados.429
Aquí, y como se puede constatar con otros de los casos expuestos antes,
un obstáculo en la economía de las pulqueras potosinas era el hecho de no contar
con magueyes que raspar para extraer la materia prima del producto que
comerciaban, pues de poseer magueyales, no tendrían la necesidad de comprar la
miel y así ellas mismas producirían la propia.

426
AHESLP, Ayto. 1882.7, Hacienda, febrero 28 de 1882.
427
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Úrsulo Espiricueta por
lesiones, junio 4 de 1896, 45 ff.
428
Ibid., marzo 1º de 1882. Las cursivas son mías.
429
Ibid. Marzo 28 de 1882.
179

Otra pulquera viuda confirma lo que se acaba de decir acerca de los


magueyales o magueyeras y de la proliferación de pulquerías en 1882. Se trata de
María Magdalena Carrizales, propietaria de “El Tejaban”, quien dejó el siguiente
testimonio: “Soy una mujer sola y con tres hijos que están bajo mi potestad y
miserables auspicios; no tengo magueyeras propias de dónde sacar la miel para el
pulque y por tanto es necesario no sólo tomar aquél efecto al crédito”; así,
continuaba diciendo que “todos saben que los establecimientos de mi género
están multiplicados a tal grado que bien puede asegurarse que existen hoy tres o
cuatro veces más de los que antes existían”, y como consecuencia, aseguraba
que “si las utilidades eran como de uno, hoy son como de un tercio o un cuarto”.430
La cotidianidad de las pulqueras y sus preocupaciones no sólo se redujeron
a sus problemas económicos, sino que también tuvieron que aprender a
sobrellavar otro tipo de situaciones como sortear el peligro al que estaban
expuestas conviviendo diariamente con individuos que al estar ebrios se
violentaban y no conocían límites a la hora de “hacerse justicia” por su propia
mano. Hubo conflictos en que las pulqueras estuvieron involucradas directamente,
pero las más de las veces presenciaron cómo se acometían entre dos o más
individuos o cómo un hombre agredía a una mujer, pero nunca fueron simples
espectadoras, tuvieron que involucrarse en las riñas al menos para separar a los
querellantes y poner orden en sus establecimientos.
En el primero de los ejemplos que a continuación se expondrán, ocurrido el
viernes 29 de diciembre de 1876, María Luisa Estrada, propietaria de una
pulquería localizada por la calle de La Cruz Verde—en la actualidad 1º de Mayo—
fue víctima de Esteban Contreras, quien la culpaba de ser la responsable de haber
perdido su empleo de policía cuando dicha señora pidió auxilio para que lo
detuvieran un día en el que él estaba escandalizando en la pulquería. Según la
señora Estrada, Contreras llegó a su establecimiento y pidió un cuartillo de pulque
sin pagarlo, mismo que bebió adentro de la pulquería; antes de irse pidió otro
cuartillo y se retiró sin pagar nada de lo que consumió. La hermana de la pulquera
lo alcanzó en la calle para cobrarle, respondiéndole—según Estrada—con

430
Ibid. Marzo 1º de 1882. Las cursivas son mías.
180

palabras groseras que su esposa pagara “el medio a las pulqueras hijas de la
tiznada”. Al escucharlo Luisa Estrada, salió inmediatamente a la calle a buscar a
un policía, no corriendo con suerte y, al contrario, se encontró con su ofensor en
compañía de su esposa. Cuando Contreras advirtió la presencia de la señora
Estrada, sacó su pistola e intentó dispararle, siendo detenido por su esposa para
fortuna de Luisa.431
Otra pulquera que también se vio agredida a causa del estado de ebriedad
en que se encontraba un cliente, fue María Epitacia Ramírez, quien mientras se
encontraba la tarde del 29 de enero de 1888 despachando en su pulquería
conocida como “La Corte”, llegó Marciala Campos a sacar un delantal que había
empeñado en dicha taberna y enseguida se apareció en el mismo lugar el albañil
Simón Salazar quien, en palabras de uno de los clientes, iba “algo trompeta”.
Momentos después Clemente Ramírez, el testigo, solicitó otra cuartilla de pulque,
que intentó tomar detrás del mostrador, a lo que—admirado Salazar—le preguntó
en tono sarcástico que si él era el despachador, respondiéndole molesto Ramírez
que sí, que “era el puto lencho”. Entonces, indignado Simón Salazar trató de
agredirlo con una botella, motivo por el cual Epitacia lo echó fuera. Esto demuestra
el valor de la pulquera para controlar los disturbios en su pulquería, pero allí no
acabó todo, a continuación se mostrará hasta dónde llegaba lo riesgoso de su
oficio.
Tras haber sido echado de “La Corte”, Simón Salazar volvió armado con
una piedra y al intentar introducirse de nuevo a la taberna, lo detuvieron en la
entrada la pulquera y Marciala Campos, a quienes agredió, causándoles varios
rasguños e, incluso, le “hizo perder o le tomó unas arracadas” a Epitacia Ramírez.
Por tales agresiones, Salazar estuvo preso 15 días.432
Otro caso de una pulquera, que aún siendo ajena a un conflicto se vio
inmersa en él fue el que protagonizó su sobrina Concepción Ramírez.
Encontrándose en la pulquería de su tía nombrada “La Cuna”, la tarde del 9 de

431
AHESLP, STJ (enero de 1877, Civil/Criminal), exp. 11, Criminal instruido contra Esteban
Contreras por delito frustrado y amagos, seguido por Doña María Luisa Estrada, enero 2 de 1877,
39 ff.
432
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Simón Salazar por
lesiones a Epitacia Ramírez, enero 30 de 1888, 12 ff.
181

abril de 1888 llegó Mauricio Castro con quien antes había tenido un romance y
vivido con él hasta que le dijo que ya no la quería y la echó de la casa. Sin
embargo aquella tarde el joven jornalero trató de convencerla de que se volvieran
a unir, hasta que consiguió llevársela con él. Una vez en la calle, los halló la
señora Serapia Esparza, dueña de “La Cuna” y tía de la muchacha, quien, tras ser
explicada de la decisión de su sobrina acerca de regresar a vivir con Castro, se
opuso hasta que Concepción no le regresara unas enaguas que le había prestado,
motivo suficiente para que Mauricio Castro se encolerizara, sacara un cuchillo y
amagara a la pulquera. Entonces Concepción Ramírez corrió, siendo seguida por
el agresor, quien la hirió en la espalda con su arma y sin importarle que ésta se
haya roto, descalabró a la joven con el mango del cuchillo que le había quedado
en la mano.433
Existe otro tipo de evidencia que da fe de la valentía con que las pulqueras
afrontaron el peligro con tal de imponer el orden en sus tabernas. Citaré un par de
ejemplos. El primero ocurrió en la pulquería de “El Año Nuevo”, cuando Mateo
Morales había estado riñendo afuera del establecimiento con Germán Rodríguez e
intentó introducirse, lo cual fue impedido por la pulquera Francisca de la Cruz y su
criada, Victoriana Hernández, diciéndole que “se fuera de ahí […] que no
comprometiera la casa”.434 En el segundo caso no bastaron las palabras de la
propietaria de la pulquería, sino que ésta tuvo que llegar al contacto físico con uno
de los escandalosos. Era el 24 de octubre de 1893 cuando en una pulquería
localizada en el barrio de Tlaxcala, propiedad de Antonia Salas, dos de los
clientes, Manuel Morales y Reyes Rodríguez, platicaban con la pulquera, llegó
Andrés Saucedo, quien al pasar cerca de Morales, lo “testereó”, provocando que
el segundo se molestara, lo atacara verbalmente y, sin más, Saucedo sacó su
cuchillo y agredió a Morales. Al presenciar aquél incidente, la pulquera se
apresuró a desarmar al agresor forcejeando con él, hasta que se hirió con su

433
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas contra Mauricio
Castro, abril 9 de 1888, 32 ff.
434
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas contra Germán
Rodríguez, marzo 1891, 28 ff.
182

propia arma en un dedo; no obstante, aquella fue la única manera en que el


agresor soltó el arma.435
Otra ocasión en que una pulquera arriesgó su integridad por defender lo
que era suyo, fue en la que Manuela Blanco, dueña de una pulquería en el barrio
de Tequisquiapam, al ver que Juan Ramírez—que había estado bebiendo en la
taberna—trató de robar el dinero de las ventas contenido en un cajón, corrió a
impedirlo y al no conseguirlo “por la buena” hirió en la mano al ladrón. En esa
situación a la pulquera no la favoreció la suerte, pues por la herida cometida fue
enviada a prisión.436
Estos han sido algunos ejemplos de cómo las vendedoras de pulque se
vieron inmersas de manera directa o indirecta en conflictos de diversa índole. Sin
embargo existe el registro de un caso en el que la pulquera fue la causante de una
riña, sin ni siquiera estar presente. No obstante más allá del hecho violento, el
caso que enseguida se expondrá, ilustra muy bien un tipo de situación que
difícilmente podemos encontrar en los distintos tipos de documentación que
contiene información—muchas veces fragmentada—de aquellas mujeres que se
dedicaron al comercio del pulque. A saber: su vida sentimental o amorosa.
Eran las seis de la tarde del 14 de septiembre de 1890, cuando Apolinar
Vázquez estaba en la pulquería de Eduviges Cruz tomando una cuartilla de pulque
mientras escuchaba a un músico tocar “unos jarabes” con un arpa. En esos
momentos llegó Martín Hernández y compró la misma cantidad del blanco licor
llevándoselo para la calle. Al entrar de nuevo al establecimiento convidó a
Vázquez de su pulque y éste accedió. Martín Hernández le confesó a Apolinar
Vázquez que “pretendía a la pulquera Abundia Cruz”, preguntándole enseguida
que si él “ya no la pretendía”, a lo que Vázquez le contestó que “aún tenía amores
con Abundia”. Aparentemente el rival de amores quedó satisfecho con la
respuesta y se marchó de la taberna. Al salir Vázquez como a las siete, se percató
que Hernández se encontraba afuera, sentado—al parecer—esperándolo y

435
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal en averiguación de la herida que
recibió Manuel Morales, octubre 24 de 1893, 11 ff.
436
“Por amigo de lo ajeno” en El Estandarte, año XII, no. 1824, octubre 20 de 1896.
183

entonces Martín le dijo que “quería tomar cuestión […] por la citada Abundia”, a lo
que Apolinar accedió y se batieron a golpes.
Por su parte, la joven pulquera, “manzana de la discordia”, al ser
cuestionada por tales hechos, respondió sin ningún empacho que “ignora el motivo
por que la andarán tomando en boca tanto Martín como Apolinar Vázquez” y que
“ni a uno ni a otro le da lugar; pues con ninguno tiene relaciones amorosas, ni
menos de otra naturaleza”, dejando claro, incluso, que Martín Hernández era su
primo hermano y en cuanto a Apolinar Vázquez, manifestó que “si bien es cierto
que lo conoce, también lo es que éste nunca la ha requerido de amores”. 437
En el grueso de los casos hasta aquí presentados hemos visto el coraje con
que las mujeres defendían lo que era suyo sin importarles los riesgos que
pudiesen correr, es decir trataron de salvaguardar tanto el orden en sus pulquerías
como su propia persona, tal y como se vio en el primer caso, donde la víctima fue
María Luisa Estrada o en el último en el que la joven pulquera pretendida por dos
varones que se disputaban su amor, quizá por no inmiscuirse en ninguna clase de
problemas manifestó no estar enterada de las intenciones de sus enamorados.
Ante esto, sólo restan un par de preguntas ¿fueron siempre las mujeres las
víctimas, las golpeadas, las maltratadas, las injuriadas? ¿fue la embriaguez un
fenómeno o un mal propio de los varones y que únicamente ellos se violentaban al
estar bajo los efectos del alcohol?

4.3. “Pulque y mujeres dan más pesares que placeres”.438 Violencia femenil
en las pulquerías
En este último apartado, las protagonistas no serán las dueñas de pulquerías
propiamente, sino aquellas mujeres que se encontraron en esos
establecimientos—pues como ha afirmado Elisa Speckman Guerra: “Era habitual
y al parecer aceptado que la mujer acudiera a las pulquerías”439—y que al estar
bajo los efectos del alcohol propiciaron alguna clase de escándalo. No obstante,

437
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas contra Martín
Hernández, septiembre 14 de 1890, 21 ff.
438
Adecuación del refrán popular Vino y mujeres dan más pesares que placeres.
439
Speckman Guerra, Elisa, “Las flores del mal. Mujeres criminales en el porfiriato” en Historia
Mexicana, vol. XLVII, no. 1, julio-septiembre, 1997, p. 211.
184

se mostrará la “participación” de las pulqueras en otra faceta que su oficio y su


sexo les exigía: la solidaridad hacia su propio género, es decir, veremos cómo
mientras una mujer era golpeada ante sus ojos aunque ella misma haya
provocado el disgusto—lo que bajo ninguna circunstancia justifica que fuera
maltratada—la pulquera siempre se puso de su lado y en su declaración dejó
patente la lealtad hacia su congénere.
El primero de estos casos es muy ilustrativo y vale la pena remitirse a los
diálogos que, aunque están cargados de un vocabulario soez, ayudan a recrear la
dramática situación. Vicenta Tovar estaba el cuatro de mayo de 1886 en una
pulquería del barrio de Tequisquiapam conocida como “La Jota” que pertenecía a
Felipa Hinojosa. Mientras que Nicolás Vázquez insistía en sacar del
establecimiento a Vicenta, la pulquera le recomendaba que no se fuera con él y
como en esos momentos pasara por el lugar Aurelio Nieto, le dijo a Vázquez “no te
andes peleando con una puta; yo te vengo y trozo a esa infeliz”. Según Tovar,
“tuvo relaciones ilícitas con Nicolás Vázquez solo una vez” y por lo mismo aquél
día en “La Jota” la presionaba diciéndole “hora sí, jija de la tisnada [Sic.], te vas a
pasear conmigo”, a lo que Vicenta se negaba porque—según decía—la mujer de
Vázquez la andaba buscando con una pistola, razón por la cual su antiguo amante
la amenazó con “romperle el alma”. Una vez afuera de la taberna y en presencia
de Aurelio Nieto, éste le decía a Vázquez “le hubieras rompido [Sic.] el hocico; a
estas putas habladoras eso se les hace”—entonces Vázquez le respondió—
“tísnala [Sic.], yo respondo” y sin pensarlo dos veces, Nieto le gritó a Tovar: “oye
Vicenta, eres una hija de la tisnada [Sic.], ven acá”, y cuando la mujer se acercó,
recibió un golpe por parte de Nieto, a quien—llena de coraje—sujetó del cuello de
la camisa, razón suficiente para que el abusivo hombre la hiriera en los brazos con
una navaja.
Las rencillas entre Vicenta y Vázquez han quedado expuestas, pero ¿por
qué Aurelio Nieto tenía tanto coraje contra la misma mujer? Según Nieto, aquél día
quien comenzó las injurias—contra él, directamente—fue Tovar, porque como seis
o siete años atrás—de acuerdo con su declaración—, siendo jefe de manzana la
puso en prisión por haber herido a un joven, habiendo quedado en libertad hacía
185

apenas un año y por lo cual, según Nieto, le guardaba rencor. Por su parte, la
pulquera, en sus declaraciones siempre mostró su apoyo hacia la mujer agredida,
manifestando incluso, respecto a Nieto, que “por qué era tan infame, que le pegara
a una mujer”.440 En este ejemplo ha quedado demostrada la solidaridad entre las
mujeres, dentro de un contexto evidentemente hostil hacia ellas, no sólo por cómo
percibía la pulquera la actitud del agresor, sino desde el principio, cuando quiso
prevenir a la ofendida del peligro que correría si se iba con Nicolás Vázquez.
Días más tarde, a las siete y media de la mañana del 13 de mayo, Cipriano
Cerda, “un poco ebrio”, se encontró con Teodora Ayala a quien le cobró medio real
que le debía, indicándole ésta que en ese momento no traía dinero pero que si la
esperaba se lo pagaría de regreso a su casa. Mientras tanto, Ayala entró a la
pulquería de “Los Perros Prietos”, hasta donde la siguió el hombre ebrio
insistiéndole en que al menos le consiguiera licor allí mismo, percatándose de ello
una mujer inválida que se encontraba en el establecimiento, llamó la atención de
Cerda manifestándole que “no fuera molesto”; que ya la señora Ayala le había
ofrecido pagarle en su casa y que no “la anduviera avergonzando delante de la
gente”. Encolerizado por la intromisión de dicha mujer, Cipriano Cerda se le
acercó, le contestó que a ella “nada le importaba” y le propinó una bofetada, por lo
que la dueña de la pulquería, María Luz Hernández, echó de su local a Cerda;
pasado un momento regresó y al intentar pegarle de nuevo a la inválida, ésta lo
golpeó en la cara con un palo que usaba como muleta. Al conflictivo cobrador no
le quedó otra salida que ir a quejarse con un policía, quien detuvo tanto a Cipriano
Cerda como a Micaela Ramírez, su agresora.441
En este ejemplo es aún más clara la protección y solidaridad entre las
mujeres de una determinada comunidad, representando la pulquería el punto de
encuentro, pues como se vio, la mujer inválida intercedió por la que era acosada
por el borracho y a su vez, la pulquera previno que causara un daño mayor a la
inválida echándolo de su taberna.

440
AHESLP, STJ (legajo sion clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas seguida de oficio
contra Aurelio Nieto, mayo 5 de 1886, 42 ff.
441
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal en averiguación de la herida que
recibió Cipriano Cerda, mayo 14 de 1886, 27 ff.
186

El siguiente acontecimiento corresponde a un proceso judicial contra una


mujer a la que se le acusaba de haber asesinado a la amiga con quien solía
embriagarse casi a diario y que por no podérsele comprobar responsabilidad
alguna, quedó en completa libertad. El caso recrea la vida de un par de mujeres
que, hallándose en una situación evidentemente marginal, se refugiaban en el
alcohol, sin limitaciones y sin prever consecuencias hasta que una de ellas
condujo su vida hacia un desenlace fatal.
Se trata de María Nicanor Blanco, originaria de San Luis Potosí y María
Victoriana Hernández, procedente Mazatlán, Sinaloa, que vivían en la ciudad de
Aguascalientes y con motivo de dirigirse a la feria de San Juan de los Lagos,
acordaron hacer una escala en la capital potosina para visitar a la madre de
Nicanor Blanco. Según la progenitora de ésta, durante su estancia en la ciudad de
San Luis Potosí, “ambas salían todos los días a tomar después de que hacían el
pequeño trabajo de la cocina y en la embriaguez luego tenían sus pequeños
disgustos”. A este respecto, Victoriana Hernández reconocía que “tomaban con
frecuencia porque estaban acostumbradas a ello, aunque nunca peleaban”. Así, el
tres de enero de 1887, en la casa de la madre de Nicanor Blanco bebieron media
botella de vino chorrera desde las nueve de la mañana y de allí se fueron a la
pulquería de “La Barranca”, sin saber cuánto pulque consumieron ni la hora en
que se retiraron. Según la pulquera Romualda Ruiz, no era cierto que hubieran
estado bebiendo en su taberna, que incluso una vez que se marchó el par de
amigas, salió a la calle a recoger la vasija que allí dejaron tirada conteniendo aún
el pulque que compraron.
Victoriana declaró que andando por la Calle del Ojo de Agua en el barrio de
Santiago, donde se encontraba un pozo, ambas se sentaron en el bocal del mismo
y después de un rato, Blanco se cayó al pozo, sin que su compañera pudiera
evitarlo por su alto estado de ebriedad. Ante tal situación lo que creyó más
conveniente fue ir a dar aviso a Felipa Almendares, madre de Nicanor y al
regresar ambas mujeres al lugar del trágico suceso, encontraron ahogada a María
Nicanor Blanco. Felipa Almendares acusó a María Victoriana Hernández de ser la
responsable de la muerte de su hija, porque—según ella—Hernández “había
187

tenido un choque ella con Nicanor y que andando en la riña se había resbalado y
caído en el pozo”.
Por su parte, Victoriana Huerta tuvo una apreciación más interesante del
por qué se cayó su amiga al pozo, insinuando que pudo tratarse de un suicidio. De
acuerdo con su testimonio, manifestó que “la finada nunca le dijo, ni ella llegó a
comprender que se encontrara fastidiada de la vida, pues en todo obraba como
desde el primer día en que la conoció, estando de completa conformidad con la
que declara”.442 Esta es la apreciación de una mujer que se encontraba en las
mismas circunstancias de aquella que suponía se suicidó por no estar satisfecha
con su vida. Por tanto, puede inferirse que en algún momento María Victoriana
Hernández se halla sentido en la misma situación emocional y le haya pasado por
la mente lo que ella creía había motivado a su amiga a acabar con su vida.
Los amoríos, las desilusiones sentimentales o los reencuentros con el
pasado desde este sentido, fueron muy comunes en los pleitos bajo los efectos del
alcohol en que estuvieron involucradas mujeres, ya fueran ellas las agresoras, las
agredidas o ambas. A continuación se presentarán algunos ejemplos que dan fe
de esto. En el primero de los casos, una mujer, al parecer en estado de ebriedad,
fue herida por su antiguo cónyuge, quien tras ser procesado, quedó en absoluta
libertad, porque actuó “excitado” por “las expresiones injuriosas que [la mujer] le
profirió”.
Ahora bien, los hechos tuvieron lugar el martes 20 de abril de 1887 cuando,
“como a la oración de la noche”, Eligio López iba saliendo de la pulquería de
Fernanda o Marciala y en ese momento se encontró con “su mujer” Pascuala
Hernández, de quien estaba separado desde hacía siete años y que en ese
tiempo estaba en “relaciones ilícitas con un soldado”, además de ser “placera y
muy comadrera de los policías y serenos”. Al ver Eligio a Pascuala, quiso tomarla
del brazo y, porque quizá lo haya querido hacer por la fuerza, la mujer lo insultó
gritándole “aquí vas cabrón desgraciado, hijo de un demonio… ¿cómo no vas a
testerear a tu chingada madre” y, como según López, “tales palabras que son

442
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas contra Ma.
Victoriana Hernández, enero 3 de 1887, 25 ff.
188

suficientes para hacer enojar a cualquiera”, encolerizado, sacó un machete que


portaba y con él le causó un par de heridas en la cabeza.443
En este acontecimiento es probable que el agresor no haya sido castigado
por la autoridad, atendiendo a la justificación expuesta por el acusado sobre la
conducta de la mujer, quien de acuerdo a las normas de comportamiento
establecidas en la época, trasgredía los límites morales a que su sexo debía
obedecer.444
Los celos entre mujeres también fueron un motivo muy poderoso que,
aunado a la ingesta de alcohol, desembocaron en auténticas escenas de violencia.
Una muestra es la que se registró la noche del 22 de julio de 1889 en la pulquería
que Luz Hernández tenía en el barrio de Santiago. Allí se encontraba Alejandra
García acompañada de otras dos mujeres y un joven. Según los distintos
testimonios, mientras el grupo se encontraba bebiendo, pasó por la taberna
Andrea Vázquez a quien, según ésta y las declaraciones de la pulquera y su
marido Gregorio Romero, le gritaron cabrona, deteniéndose entonces Vázquez
para reclamarles la injuria, fue sorprendida por las mujeres y el varón que se le
arrojaron encima, jalándola de los cabellos y rompiéndole un apaste de pulque en
la cabeza, hasta que el esposo de la pulquera la defendió y echó a la calle a los
agresores.
En su testimonio, Alejandra García, presunta responsable de los hechos
manifestó que Andrea Vázquez jaló de los cabellos a su hija Remedios Meza y por
defenderla, agredió a Andrea; que dicha mujer le tiene celos a Alejandra porque el
padre de su hija es el marido de Andrea Vázquez.445 De ser cierto esto, es más
factible que quien estuviera celosa fuera Alejandra García, pues finalmente el
padre de su hija no estaba con ellas sino con su rival, Andrea Vázquez. Por tanto,

443
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Eligio López por heridas,
abril 20 de 1887, 21 ff.
444
Lillian Briseño Senosiain señala como los más graves de los actos inmorales que pudiesen
cometer las mujeres de la época, “la ebriedad, la prostitución y las relaciones maritales irregulares,
como el concubinato y el amasiato”. Briseño Senosiain, Lillian, “La moral en acción. Teoría y
práctica durante el porfiriato” en Historia Mexicana, vol. LV, no. 2, octubre-diciembre de 2005, pp.
432-433, véase también 443-444.
445
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por lesiones a Andrea Vázquez.
Reo Alejandra García, julio 22 de 1889, 7 ff.
189

es probable que la agresión la haya desencadenado García al insultar a Vázquez


y no ésta al jalar de los cabellos a la hija de la primera.
Otro lío por celos, en este caso evidentemente injustificados, lo
protagonizaron Marcelina Rodríguez y Ramón Martínez en una “pulquería
ambulante” propiedad de Arcadia Leija. Entre las dos y tres de la tarde del
miércoles primero de septiembre de 1898 Ramón Martínez entró a la pulquería de
Leija tras haber vendido una lajas; dispuesto a apurar su vaso de pulque, llegó
Marcelina Rodríguez ebria y como en el mismo expendio se encontraba también
una mujer llamada Hilaria, Marcelina creyó que estaba con Ramón, con quien
“tiene relaciones y aún familia”, e impulsada por los celos—y la embriaguez—
comenzó a injuriar a Martínez, quien consiente del estado en que se hallaba su
ofensora ignoraba las palabras, indignando aún más esto a la alcoholizada mujer,
le lanzó el apaste del que bebía pulque, tomó de la camisa a Ramón,
rompiéndosela así como el sombrero de palma y lo jaló de los cabellos;
exacerbando esto a Ramón, quien trataba de quitarse de encima a Marcelina,
hasta que lo consiguió después de varias mordidas que le hizo en las mejillas a la
mujer, mientras que la pulquera le pedía a Marcelina que se retirara del lugar,
siendo todo esto observado por Hilaria, la supuesta mujer que desató los celos de
Marcelina Rodríguez.446
En este caso es posible que la pulquera le haya pedido a Marcelina que se
retirara para evitar un desenlace fatal, sin embargo lo más probable es que su
principal temor, a la hora de intentar imponer el orden, obedeciera a que de
suceder allí una tragedia su expendio sería clausurado. A pesar de que en el
proceso se comprobó que Marcelina provocó el escándalo y ser agredida, a
diferencia de otros casos expuestos, Ramón fue sentenciado a cumplir 45 días de
arresto.
Escenas de celos como las que se han descrito eran frecuentes, e incluso
algunas “batallas” originadas al combinar el alcohol con la pasión, fueron
documentadas en los periódicos, como por ejemplo la que se desarrolló en la

446
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal. Heridas a Marcelina Rodríguez.
Acusado Ramón Martínez, septiembre 1º de 1898, 14 ff.
190

pulquería de “La América”, en donde Carlota Mallorca hirió con una navaja a
Carmen Arias porque el marido de una de ellas había “galanteado a la otra”.447
La confusión provocada por la ebriedad llevó a algunas mujeres a actuar de
manera irracional no sólo en cuestiones sentimentales, sino hasta por los motivos
más simples y sin justificación. Como prueba de ello, se exponen un par de casos.
El primero de estos ejemplos es interesante porque en él se puede ver a la
pulquería como un lugar de encuentro para los habitantes de una comunidad sin
importar sexo o edad, donde era común encontrar conviviendo allí no sólo a
hombres, regularmente ebrios, que eran quienes conformaban el grueso de la
concurrencia, sino también a mujeres y niños, a los cuales las formas de
comportamiento que allí se observaban les eran familiares e incluso reaccionaban
ante ellas con indiferencia.
Después de haber ido al mercado a comprarle algo que su hijo le pedía,
María Buenrostro llegó acompañada de su pequeño a la pulquería de “El
Cazador”, en donde recibió—según dijo—“un golpecito, sintiendo como
coscorrón”, por parte de otra mujer que allí estaba, llamada Paula Domínguez, y
que aunque sintió que le escurrió algo de sangre, hizo caso omiso hasta que su
hijo le dijo que le salía sangre de la nariz, percatándose de ello tanto el dueño
como el dependiente de la pulquería, diciéndole el segundo que “le habían pegado
injustamente” y la detuvo hasta que llegara el gendarme al que mandaron llamar y
éste la condujo junto con su ofensora a la casa de Las Recogidas.
En su defensa, la supuesta agresora afirmó que cuando María llegó al
establecimiento le pidió un cigarro, negándoselo inicialmente Paula para luego
decirle “toma, aquí está el cigarro para que no me estés molestando” y María a su
vez le arrebató la cajetilla. A continuación las mujeres comenzaron a pelear y
según Paula Domínguez, María sacó una hoja de panadero con la que le hizo
varias roturas al rebozo de su oponente; que en ese momento llegó un individuo a
prestarle un cuchillo a Domínguez y le dijo—siguiendo con el relato de ésta—
“toma, no te dejes”, y como se negara a tomar el cuchillo, el mismo hombre le hizo
las heridas con el arma a María Buenrostro. Domínguez aseguró que dicho

447
“Soldadescas” en El Estandarte, año XI, no. 1453, junio 4 de 1895.
191

individuo era “un querido de María”.448 Por tratarse de versiones tan disímiles no
procedió cargo alguno contra ninguna de las dos mujeres, por no poderse
comprobar la culpa de ninguna, y como los pulqueros lo único que vieron fue a
María Buenrostro herida no pudieron atestiguar nada y por ello sólo se limitaron a
detener a las dos mujeres. Cabe señalar que cuatro años antes, Paula Domínguez
había estado involucrada en una riña a mano armada contra una mujer llamada
Clemente Carreón, en la que ambas resultaron heridas.449
El siguiente caso, más que haber sido producto de una confusión, fue una
acusación injusta por parte de una mujer que buscaba con quien vengarse por
haber sido herida, encontrando como víctima a otra mujer llamada María Medina.
Como a las dos de la tarde del 16 de junio de 1898, Medina estaba en la pulquería
de “La Fuente Embriagadora” cuando llegó María Jesús Arellano y le pidió un poco
de pulque, el cual le fue negado y por tanto, Arellano se enojó y llamó a un
gendarme acusando a Medina de haberle provocado una herida, misma que ya
llevaba cuando llegó a “La Fuente Embriagadora”. Una vez presa en Las
Recogidas, otra prisionera, que respondía al nombre de Bibiana Colunga, le
comentó que ella sabía quien había herido a su acusadora: que fue una mujer
llamada Nicolasa. Asimismo—en palabras de María Medina—“muchas mujeres
que han sabido de esto y han venido a dar presas” le decían que no era justo que
estuviera sufriendo sin haber cometido ningún delito. Se sabe que, efectivamente,
no fue Medina la responsable de la herida inferida a Arellano, pues al día siguiente
del acontecimiento y estando María Medina en Las Recogidas, dijo el pulquero
Joaquín Romero, haber escuchado “que platicaban en la pulquería unos hombres,
como tres, y decían que andaba en la calle la mujer que había mordido a la otra”,
con lo que se confirmaba que la culpable estaba en libertad.450
Aquí nuevamente vuelve a notarse la solidaridad entre las mujeres y la
velocidad con que corrían las noticias, siendo la pulquería el lugar de
comunicación e intercambio entre los vecinos.

448
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal. Heridas a María Buenrostro.
Acusada Paula Domínguez, agosto 30 de 1898, 13 ff.
449
“Bravas hembras” en El Estandarte, año X, no. 1181, junio 27 de 1894.
450
AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal. Heridas a Jesús Arellano.
Acusada María Medina, junio 16 de 1898, 24 ff.
192

A pesar de la solidaridad subrayada entre mujeres, hubo casos en que


cuando se encontraban perturbadas por los humos del alcohol, no distinguieron
incluso entre la amistad que las unía, como les sucedió a Margarita Hernández y
Petra Juárez, quienes eran buenas amigas y tomando en cuenta esto, en una
ocasión Hernández le pidió prestado un saco a Juárez y días más tarde,
encontrándose ambas en una pulquería, Petra recordó que su amiga no le había
devuelto la prenda, pidiéndosela entonces con insultos que desembocaron en una
disputa. Advertido de ello, un gendarme las aprehendió y mientras las remitía a la
casa de Las Recogidas, en el trayecto Petra volvió a insultar a Margarita e,
incluso, le rompió las enaguas; indignada Margarita, tomó una piedra y se la lanzó,
hiriendo en la cabeza a su, hasta entonces, amiga.451

Ha quedado demostrado que la comercialización de bebidas embriagantes—en


este caso el pulque—en manos de mujeres estuvo presente en distintos países del
continente americano, casi desde el momento del contacto con los españoles y
que este aspecto ha parecido despertar poco interés dentro de la historiografía, al
menos, mexicana y que, sin embargo, podría proporcionar nuevas interpretaciones
en los estudios de historia económica, social y cultural.
Por otra parte, también se ha establecido como una explicación de la
permanencia femenina en la propiedad de pulquerías en la capital potosina hacia
las postrimerías del siglo XIX, el hecho de que esos establecimientos permitieron a
las mujeres ser agentes productivos dentro de la sociedad, sin despegarse así de
las “responsabilidades” que la misma sociedad, manteniendo estereotipos
virreinales, había designado como “propias” de las mujeres y, sobre todo, sin que
esto fuera mal visto ante los ojos de los vecinos, sino al contrario, les
proporcionaba un mayor estatus por el simple hecho de ser propietarias de un
establecimiento comercial.
Asimismo se hicieron patentes las estrategias empleadas por las pulqueras
para no verse perjudicadas por lo que las autoridades les imponían haciendo gala
de la manera tan irregular en que operaban. Muchas de esas mujeres aún sin

451
“Tribunales del estado” en El Estandarte, año XI, no. 1520, agosto 29 de 1895.
193

saber leer ni escribir tuvieron la iniciativa de por lo menos asesorarse de lo que


marcaban las leyes para así defender lo poco que tenían.
Finalmente, también se demostró cómo entre los sectores populares hubo
mujeres que transgredieron las normas de comportamiento y de moral impuestas
hacia su género, recurriendo a prácticas que no eran aceptadas por aquellos que
quisieron implantar el “progreso” en esa sociedad tan bifurcada y las presenciaron
con ojos atónitos, tales como embriagarse, emplear en su vocabulario palabras
altisonantes y no pensarlo dos veces a la hora de vociferarlas contra quien
juzgaran que lo merecía e incluso utilizar la fuerza física, si así lo demandaban las
circunstancias, para defender su dignidad cuando se sintieron vulneradas por el
sexo opuesto.
194

Conclusiones
El pulque fue una bebida cuyo origen y producción se remontan muchos años
antes de la llegada de los españoles al territorio que hoy ocupa la República
Mexicana, y su consumo estuvo normado para hacerse de manera estrictamente
ritual por lo que, quienes abusaban en su ingesta, eran severamente sancionados.
No obstante, fue una vez que se asentaron los españoles cuando la producción y
consumo de la bebida se incrementaron. Se trataba de una bebida tan arraigada
entre los indígenas, que los españoles al percatarse de ello inmediatamente la
utilizaron como medio para manipular y sojuzgar a los habitantes de aquellas
tierras, fue de esta manera que el alcoholismo comenzó a cobrar terreno entre los
antiguos mexicanos dejando una huella indeleble que aún persiste hoy en día
como uno de los grandes problemas sociales del pueblo mexicano.
De la misma manera fue que aparecieron las primeras pulquerías, en un
principio como puestos al aire libre destinados únicamente a la comercialización y
distribución de pulque “para llevar”, pero que, sin embargo, no tardaron en adquirir
popularidad al convertirse en auténticos centros de sociabilidad en los que los
concurrentes pasaban varias horas al día bebiendo y conviviendo entre charlas,
degustación de platillos y la ilusión de que la suerte estaría de su lado en cada
partida de los típicos juegos de azar que allí tenían lugar.
Lo malo de ese cuadro de fraternidad fue que aquellas largas horas de
esparcimiento y ocio fueron las mismas que la concurrencia ocupó en beber
transformándose aquello en un verdadero problema social que propiciaría durante
más de tres siglos una transgresión al orden y la moral que las autoridades en
distintos periodos históricos y políticos se empecinaron en establecer. Por su
parte, la postura de la autoridad, a lo largo del tiempo, puede definirse como laxa,
pues aunque en el discurso y la constante emisión de reglamentos que disponían
se guardase el orden en las pulquerías, en la vida diaria se evidenciaba una
realidad muy diferente que distaba de ser lo que aparentemente anhelaban los
altos mandos.
Lo anterior se explica a partir del provecho económico que representaba la
comercialización del pulque. Al ser un producto tan consumido por las mayorías,
195

se despertó un desmedido interés por gravar la producción, introducción en los


centros urbanos, venta y a los mismos establecimientos destinados al expendio de
la bebida. El gravamen a dicho producto se verificó en diferentes momentos
históricos; durante el siglo XIX principalmente en periodos de crisis o de
considerables cambios políticos o sociales como al establecerse la primera
república federal, al perderse buena parte del territorio nacional, durante la
intervención francesa o al instaurarse el régimen porfirista. La asignación de
impuestos derivada de la derrama económica que arrojaba la venta de pulque,
trajo consigo una oleada de corrupción por parte de las autoridades. Esto quedó
ejemplificado en el ámbito local a través del cobro al impuesto a una práctica que
popularmente se conoció como disimulo, que entre otros “ramos” como la
prostitución o los ebrios detenidos, asignó un impuesto durante cerca de 10 años
por derecho de patente a los propietarios de pulquerías cuando legalmente no
estaba establecido dicho impuesto.
El aspecto negativo de las pulquerías no sólo recayó en la ambición de los
munícipes, sino también en el comportamiento de quienes las frecuentaban,
protagonizando riñas, trifulcas entre todos los asistentes, escándalos verbales en
los que sobresalían los insultos, pero lo más grave fue cuando las pulquerías
fueron escenarios donde se presenció el último momento de la vida de muchos de
aquellos que por un simple malentendido, un gesto, una palabra ofensiva o algún
arrebato de celos, hicieron uso de la violencia para hacer respetar su honor. Esas
actitudes o formas de comportamiento colérico se explican desde el contexto
social de los protagonistas. Un entorno hostil marcado por la pobreza, el
desempleo y la ignorancia, siendo éstos factores determinantes de una
inseguridad personal y baja autoestima que infundieron el miedo y la desconfianza
hacia los demás miembros de la comunidad, sin importar incluso los lazos de
parentesco que les unieran. En este sentido el abuso en el consumo de pulque
jugó un papel fundamental. No fue éste el elemento principal que desató la ira de
los sujetos en cuestión, pero sí el factor deshinibidor que exaltó los ánimos,
concediendo la seguridad suficiente para agredir al oponente.
196

Ambos aspectos negativos, tanto el abuso en el cobro de impuestos como


la violencia afectaron a las dueñas de las pulquerías, quienes en cuanto al primer
asunto tuvieron que fraguar estrategias para negociar con la autoridad y
materializar sus peticiones que permitirían desarrollar su oficio de la forma que
más las favoreciera. Respecto a la violencia, ésta estuvo latente día tras día y
también aprendieron a lidiar con ello. No repararon a la hora de solicitar, “por la
buena”, a los escandalosos que se retiraran para que no “comprometieran” su
establecimiento; pero cuando las palabras no fueron suficientes, tampoco
titubearon para echar por la fuerza a la calle a los pleitistas necios. En el mejor de
los casos, acudieron a los agentes de policía para que se encargaran de dicha
tarea, sin embargo, como también se mostró, en no pocas ocasiones dichos
“representantes del orden” lamentablemente actuaron de forma completamente
contraria a su deber.
Siguiendo con la ocupación de las pulqueras, lo complicado y riesgoso que
frecuentemente resultaba estar al frente de una pulquería, explica por qué era
vista dicha labor como el último recurso para satisfacer las necesidades
económicas de mujeres mayoritariamente pobres, sin el apoyo de un cónyuge—en
el caso de las viudas o solteras—con quien compartir la absorción de los gastos
del hogar. Sin embargo, el hecho de ganarse la vida aunque fuera de esa forma,
ofrece una nueva interpretación sobre el papel que desempeñó la mujer en el
ámbito público, es decir como agente económico necesario para el desarrollo de la
comunidad a la que pertenecía, en una época en la que las oportunidades
laborales no abundaban y menos para las mujeres, ya que el hecho de que ellas
se insertaran dentro del terreno laboral implicaba una transgresión a las
imposiciones sociales que les fueron asignadas. Pero, a pesar de esto, el
desarrollarse como sujetos productivos al frente de una pulquería, las eximió de
semejante estigma, pues al hallarse su fuente de ingresos en su casa, no se
alejaron de ésta y, por consiguiente, no desatendieron a sus familias ni sus
deberes, manteniéndose así en el lugar que la sociedad les había impuesto en el
ámbito privado: el hogar.
197

Epílogo. La resistencia de una tradición: “La Morena”


Para que un trabajo de corte histórico como el que se ha desarrollado tenga
pertinencia y repercusión en el presente es necesario que surja de una
problemática actual, la cual responde a la difícil permanencia que se observa
actualmente en el consumo de pulque y en el carácter de las pulquerías como
lugares de encuentro para la convivencia. No obstante, y sin restar importancia a
los dos aspectos señalados, un elemento que debe considerarse digno de
subrayar, principalmente por la falta de atención que se le ha concedido, es la
presencia femenina detrás del mostrador de una pulquería.
Lo que a continuación se expondrá ha quedado fuera del cuerpo del
trabajo, a manera de epílogo como bien se indica, por corresponder a una
temporalidad distinta y no presentar un trabajo de investigación riguroso como el
que se desarrolló a lo largo del texto pero que sin embargo, es ilustrativo porque
refleja desde la actualidad un aspecto de la cultura popular mexicana que ha
estado presente a lo largo de varios siglos y que, por tanto, permite cerrar con
coherencia el tema estudiado.
El material del que aquí se hace uso se desprende de una entrevista
realizada el nueve de agosto de 2010 con la señora María Adelina Vázquez,
propietaria de la pulquería “La Morena”, de ubicación relativamente céntrica sobre
la Avenida Constitución en la ciudad de San Luis Potosí. Empero, antes de
adentrarnos en el testimonio de dicha informante, es necesario explicar los dos
conceptos que dan título a este epílogo: resistencia y tradición.
Al término resistencia lo entenderemos como un ritual desde la propuesta
de William H. Beezley, Cheryl English Martin y William E. French, quienes para el
estudio de la cultura popular identifican dos tipos de rituales: aquellos que surgen
desde los grupos en el poder que sirven para normar y tienden a convertirse en
prácticas repetitivas y, por otro lado, aquellas prácticas igualmente repetitivas pero
cuyo origen se encuentra entre los sectores populares, que aparecen como una
198

especie de reacción ante las imposiciones a las que han sido sujetos y que por
tanto son vistos como una resistencia.452
Así, el concepto tradición ha sido estudiado en el clásico trabajo del
historiador británico Eric Hobsbawm, La invención de la tradición, en el que apunta
que existen “tradiciones” aparentemente antiguas cuando en realidad son
recientes en su origen y a veces inventadas; señala que el término “tradición
inventada” abarca “tanto las „tradiciones‟ realmente inventadas, construidas y
formalmente instituidas, como aquellas que emergen de un modo difícil de
investigar durante un período breve y mesurable, quizás durante unos pocos años,
y se establecen con gran rapidez”.453 En este sentido, como se comprobará en la
historia de vida que a continuación se presentará, ciertas prácticas dentro de las
pulquerías emergieron en un determinado tiempo y lograron establecerse
rápidamente, manteniéndose aún hasta nuestros días. Reforzando la relación
entre el concepto de Hobsbawm con las prácticas características de las
pulquerías, es necesario tomar en cuenta lo siguiente:

La „tradición inventada‟ implica un grupo de prácticas, normalmente gobernadas


por reglas aceptadas abierta o tácitamente y de naturaleza simbólica o ritual, que
buscan inculcar determinados valores o normas de comportamiento por medio de
su repetición, lo cual implica automáticamente continuidad con el pasado.454

De esta manera, elementos como el hecho de que las pulquerías fueran, en


su mayoría, propiedad de mujeres; que la violencia haya estado a la orden del día;
que comúnmente fueran establecimientos frecuentados por las clases pobres y
que representantes de la autoridad quisieran ejercer abuso de poder en dichos
espacios, son tan sólo algunos ejemplos, que hacen ver tales aspectos como
tradiciones inventadas. Por tanto, el tipo de tradiciones a las que aquí se hace
referencia pertenecen a las que Hobsbawm ha señalado como aquellas que
452
Para profundizar en esta explicación y comprender de manera amplia la connotación de
términos como resistencia y ritual, vistos desde la perspectiva en que aquí son empleados, véase
Beezley, William H., Cheryl English Martin y William E. French, “Introduction: Constructing Consent,
Inciting Conflict” en William H. Beezley, Cheryl English Martin y William E. French (eds.), Rituals of
Rule, Rituals of Resistance. Public Celebrations and Popular Culture in Mexico, EUA, Scholarly
Resources Inc., 1994, pp. xiii-xxxii.
453
Hobsbawm, Eric, “Introducción: La invención de la tradición” en E. J. Hobsbawm y Terence
Ranger (eds.), La invención de la tradición, Barcelona, Editorial Crítica, 2002, p. 7.
454
Ibid., p. 8
199

“establecen o simbolizan cohesión social o pertenencia al grupo, ya sean


comunidades reales o artificiales”.455 Así, la pulquería viene a representar una
comunidad que brinda un sentido de pertenencia a un determinado grupo.
Ahora bien, al tiempo de la entrevista, María Adelina Vázquez contaba con
56 años de edad, divorciada y madre de siete hijos. El rostro y la voz de María
Adelina reflejan un carácter recio, forjado tras largos años de dedicarse a la venta
de pulque y, al igual que sus homólogas del último tercio del siglo XIX, estar
expuesta a las desventuras que muchas veces conlleva una ocupación como la de
ella, tales como lidiar con clientes que al embriagarse se tornan agresivos, así
como con representantes de la autoridad—algunas veces farsantes—que abusan
del cargo que ostentan.
María Adelina cuenta que empezó a dedicarse a la venta del pulque cuando
nació su primer hijo, Ricardo,456 orillada por la necesidad, haciéndolo “de lleno”
desde 1973, según recuerda. Aunque aclara que si recurrió a dicha forma de
ganarse la vida fue porque “ya sabía más o menos” acerca del negocio y añade
que “porque mi gente se había dedicado a eso—dije—bueno pues entonces si
ellos pudieron, pues a lo mejor yo también—y es así como me fui adentrando en
esto”.
En el mismo sentido, lamenta que otro de los factores que la motivaron a
vender pulque, fue la falta de preparación escolar, lo cual, aunado al aspecto
económico, hace recordar a los testimonios de las pulqueras decimonónicas,
quienes manifestaban dedicarse a ello por no tener otra alternativa para salir
adelante ante su situación económica y ser analfabetas, aunque en el caso de
Vázquez, sus estudios se vieron truncados durante la educación primaria. Sin
embargo, es evidente que la principal razón por la cual tomó como medio de
subsistencia la comercialización del pulque es porque conocía bien el oficio, ya
que sus antepasados “se dedicaron a esto, plantar el maguey, a quebrarlo, a
rasparlo” y subraya que al ser sus familiares gente humilde, ese fue su medio de

455
Ibid., p. 16.
456
Por esos días Ricardo le ayudaba en la pulquería a su madre por encontrarse incapacitado en
su actual empleo como operario de transporte colectivo a raíz de un accidente que sufrió.
200

vida: “quebrar el maguey, rasparlo, trabajarlo; unos lo quebraban, lo raspaban y


otra familia se dedicaba a venderlo y así, así ha venido”.
Al cuestionársele si siempre ha estado establecida en el punto donde
actualmente se localiza su pulquería, responde que no y hace un recuento de
cómo comenzó en el negocio, de los distintos lugares de la ciudad donde ha
vendido pulque, primero de manera ambulante y posteriormente asentándose en
un local en forma como el que posee en la actualidad. Recuerda que empezó en
un puesto entre las calles de Coronel Ontañón y 12 de Octubre, trasladándose
luego a los Siete Campos—donde hoy se encuentran las oficinas de la Secretaría
de Educación Pública—, sitio de que dice “era puro monte”, y en 1975 puso su
pequeño expendio a la intemperie frente al Panteón Españita, zona que recuerda
hallarse muy despoblada en aquella época; entre 1975 y 1976, cambió
nuevamente su puesto, estableciéndose de esa forma por última vez entre las
calles de 16 de Septiembre y Manuel Altamirano, hasta que finalmente encontró el
local donde se localiza hoy en día, el cual rentó en un inicio y al cabo de cuatro o
cinco años tuvo oportunidad de comprarlo.
Cabe señalar que a lo largo de esa época en que careció de un lugar fijo,
María Adelina estuvo acompañada de su esposo, acumulando anécdotas tales
como que durante el tiempo en que estuvieron frente al Panteón Españita les
apodaban “Los Chómpiros” y que en los Siete Campos, su esposo únicamente iba
a dejarla, le ayudaba a montar el puesto y al finalizar la venta de pulque la recogía.
Otro episodio de aquellos años que recuerda es que en la calle de Manuel
Altamirano, le conocían con el sobrenombre de “La Hija de la Güera”, porque su
madre gozaba de gran popularidad y fue ella quien le heredó el oficio. De la misma
manera, cuenta que una vez establecida en su local actual, la gente del rumbo
comenzó a llamarle “La Morena”, y por esa razón fue que nombró así a su
establecimiento. Como dato adicional, la pulquería de “La Morena” está en una
finca de 300 metros cuadrados y en sus inicios, la extensión del terreno era un
gran corral ocupado en su totalidad por la pulquería. Después de algunos años
dividió el terreno para construir su casa y dejó la mitad del mismo para la
pulquería.
201

Uno de los aspectos destacables del testimonio de María Adelina Vázquez


es que desciende de una familia dedicada a la producción y comercialización del
pulque, teniendo las mujeres una destacada participación en dichas faenas. En
primer lugar recuerda que desde que empezó a “tener uso de razón” sus abuelos
ya se dedicaban a “esto” y que su abuela—quien falleció a los 105 años de edad—
era propietaria de tierras con “mucho maguey”; que dichos magueyes los tenía en
un rancho llamado “El cerrito”, camino a Zacatecas, donde aún en la actualidad es
la principal zona magueyera—o lo que queda de ello—en la entidad. En su
testimonio explica que cada uno de los hijos de su abuela tenía asignada una
tarea específica en torno al “negocio” del pulque, unos sacaban la miel mientras
otros trabajaban la tierra, por ejemplo. Así, la labor que correspondía a su madre
era la de venderlo junto con una de sus tías. Al igual que la entrevistada, su madre
y tía vendieron el producto en distintas zonas de la ciudad, tales como la Garita de
Jalisco, por la Caja del Agua, por El Pariancito o cerca de Jerónimo Mascorro
también. Según sus recuerdos, data aproximadamente de 1950. Al hecho de que
las mujeres de su familia desempeñaran dicha actividad lo atribuye a la falta de
preparación escolar. Señala que en la comunidad de donde son originarios, como
máximo, los estudios llegaban hasta el tercer grado de primaria, y que al no contar
con recursos suficientes para continuar estudiando, vivían del peculio natural que
su región les ofrecía: el maguey y sus productos.
Es de esa misma zona de donde comenta que trae el pulque para venderlo
en “La Morena”, es decir de varios ranchos del Municipio de Mexquitic de
Carmona—cercano a la capital potosina—, específicamente de los conocidos
como Monte Oscuro, del Cerrito, Jaral, del Rodeo o de donde encuentre, pues
lamenta que en la actualidad los magueyes escasean. Añade que esta actividad la
lleva a cabo diariamente; que cada día calcula cuánto producto adquirirá para su
expendio, pues no tiene la seguridad de qué día de la semana es el de mayor
venta, por lo que, cuando le sobra, al día siguiente, además de comprar pulque
para revenderlo—en este caso la cantidad que adquiera es menor—también lleva
miel prieta para mezclar el producto rezagado con ésta y quede nuevamente en
buen estado para su venta.
202

Pasando a otro tema de la entrevista, un aspecto ilustrativo de cómo ciertas


prácticas que, como hemos visto, fueron una constante en el pasado, han
permanecido aún en la actualidad es el que se refiere a los problemas con que
María Adelina tiene que lidiar día con día, los cuales pueden dividirse en dos: 1) el
abuso de poder por parte la autoridad y 2) los escándalos de los clientes ebrios.
En cuanto a los abusos de las autoridades que ha tenido que sortear,
recuerda que aproximadamente seis años atrás, un “jefe de inspección general” le
pidió que se reubicara, por lo que sostuvo una querella con dicho individuo, en la
que su discurso es muy revelador respecto a cómo se asume ella como vendedora
de una bebida marginada; sobre cómo percibe a quienes la consumen y el
concepto que tiene de quienes la censuran:

[…] entonces yo le pedía que me explicara por qué me iba a reubicar—Que


porque era una pulquería—Digo—¿y que tiene que sea una pulquería? No—le
respondía el inspector—. Es que no deben estar las pulquerías céntricas—
entonces yo le dije ¿Por qué?, ¿porque vendo un líquido que la gente que gana
demasiado poco, muy a penas le alcanza para comprarse un litro de pulque?, ¿por
eso?, ¿por eso tengo que retirarme? ¿Porque es una bebida, la más económica?,
¿por eso tengo que retirarme? ¿Porque no estoy en el mero Centro? ¿Porque no
todos tienen la suerte de tener un trabajo como usted, que gana montones de
dinero para irse a un bar de lujo y gastarse en las bebidas más finas que usted
pueda?, ¿por eso quiere usted que me retire? ¿Porque los que acuden a mí son
trabajadores que trabajan de sol a sol para poderse tomar un litro de pulque?, ¿es
por eso? Yo pienso que tienen los mismos derechos. Aunque usted gane
montones de dinero, el que gane un peso matándose todo el día tiene el mismo
derecho que usted. Y no me voy a ir hasta que usted me de una razón justa por la
que yo tenga que retirarme.

Y así se sostuvo, solicitando y esperando una explicación razonable sobre


por qué habría de retirar su establecimiento de donde se hallaba. Añade además
que, aunque a lo largo de su experiencia como vendedora de pulque se ha visto
inmersa en varias dificultades de esta índole, aquél fue el conflicto más grave que
ha tenido que afrontar. Sin embargo, todavía en fechas recientes, es decir cerca
de cuatro meses antes—cuenta que—se presentó un supuesto “inspector federal”
amenazándola con clausurarle su establecimiento, quien finalmente resultó ser un
impostor.
203

Por otra parte, respecto a los escándalos cometidos por un sector de su


clientela, afirma que durante la época que puede considerar como “dorada”—en
tanto que gozó de mejores ventas—asimismo fue la que recuerda como más
conflictiva. Aún resuena en su memoria que hace 20 años “esto era para salir
corriendo”; que se enfrentaban “bandas con bandas y se hacía una guerra campal
aquí y „ora sí [Sic.] que era algo tremendo. Era mucha venta de pulque. Sí, ¿para
qué le digo que no? Se vendía mucho, era cansado esto, pero también eran
muchos problemas”. En este sentido, menciona que otros de los problemas de
aquella época se originaban porque a su establecimiento acudía gente a satisfacer
otro tipo de “vicios” como por ejemplo fumar mariguana. Esos fueron años en que
ella se encontraba sola al frente de su establecimiento, pues su esposo, aunque
también se dedicaba a la venta del pulque, salía a venderlo a las calles, sobre lo
que—añade—“no era suficiente lo que él arrimaba [Sic.]” económicamente.
Siendo justa, relacionando el peligro que parte de su clientela representaba
con lo antes dicho sobre la autoridad, reconoce que ésta atendió su solicitud
cuando clamó que se le apoyara con vigilancia. Comenta que “venían tres veces al
día los judiciales, venían a hacer revisión, revisaban [a] la gente”; a quienes les
encontraban “lo que no deberían de traer” se los llevaban detenidos y de esa
forma en el vecindario se fueron enterando que la pulquería estaba bien vigilada y
poco a poco desistió la concurrencia non grata. Así, al cuestionarle si hubo, en
algún momento dado, algo que la hiciera renunciar a su oficio y dedicarse a otro
tipo de labor, responde que sí, efectivamente esas circunstancias en más de una
ocasión le hicieron que quisiera cerrar su local, pero al reflexionar, pensaba en sus
hijos y en su interior se decía “prefiero el riesgo y que mis hijos tengan que comer,
porque… y ¿qué voy a hacer?, ¿me voy a morir junto con ellos de hambre?
Entonces mejor me voy a arriesgarle y sigo trabajando”.
Para concluir con lo relativo a los peligros que ha tenido que sobrellevar y, a
manera de ejemplo de lo riesgoso de su trabajo, señala su cabeza queriendo
mostrar algunas cicatrices provocadas por un “jarrazo” que en una de tantas riñas
le infirieron. Por hechos como ese, María Adelina desea que su familia no se
204

dedique a lo mismo que ella; preferiría que sus hijos y nietos estudiaran 457 y “se
ganaran la vida de otra manera más tranquila, sin estos sobresaltos”. Vale la pena
mencionar que su salud es delicada a pesar de mostrarse fuerte. Su enfermedad
la atribuye a los “sustos” que ha tenido a lo largo de su experiencia como
pulquera.
Aunque la informante ha declarado que considera su oficio como riesgoso y
se manifiesta renuente ante el hecho de que su descendencia en algún momento
siguiera sus pasos, guarda cierto cariño hacia la ocupación que la ha sostenido
prácticamente toda su vida y expresa con aire romántico los aspectos positivos de
la bebida que vende.
María Adelina Vázquez está consciente del carácter histórico del pulque y
subraya principalmente que es una bebida de origen completamente natural y los
beneficios que ello representa. Sin embargo, lamenta que el consumo de la misma
haya ido decayendo al pasar el tiempo y señala varios factores, tanto sociales y
culturales como ambientales, que considera han propiciado dicha decadencia.
Cree, en primer lugar, que las bebidas que consumen las nuevas generaciones
son las que han desbancado al pulque, pues esas al contener una mayor
graduación alcohólica, satisfacen los efectos que la juventud desea para “sentirse
de diferentes maneras y así les gusta”. Opina que el pulque lo bebe “gente de
antes, gente que ya se está acabando, gente que ya no hay; que la gente de antes
pos [Sic.] sí corría por su pulquito porque sabía lo que estaba tomando”.
Otro problema que encuentra es la escasez de magueyes que existe en la
actualidad, propiciándose así una pronta extinción de la planta. Cuenta que en
tiempos pasados había una gran cantidad de magueyes, incomparable a lo que
podemos ver en la actualidad, pero responsabiliza de tal fenómeno a los mismos
propietarios de magueyeras, quienes no se han interesado en cultivar la planta, en
reforestar sus plantíos, sino solamente en extraer la miel y no replantarlos. Sin
culpar del todo a los dueños de las magueyeras, señala que las transformaciones
en el clima experimentadas en años recientes también han contribuido a que la

457
Cabe señalar que los hijos de María Adelina han cursado la preparatoria y otros inclusive
cuentan con estudios técnicos o profesionales.
205

planta escasee. Al respecto, comenta que los terrenos poco propicios para el
cultivo del maguey y los años de sequía padecidos en la región son factores
fundamentales para que las plantas no se desarrollen con la misma plenitud que
en otras épocas y de la misma manera tampoco produzcan la misma cantidad ni
calidad de miel de antaño.
Uno más de los temas abordados, y con el cual quisiera cerrar, fue que si
en la entidad existe alguna relación entre los vendedores de pulque que aún
perduran o si al menos se conocen entre sí. Advierte que no hay ningún tipo de
unidad entre los pulqueros de la ciudad y reconoce que si esta existiera sería
beneficioso para todos ellos. Al hecho de que no haya relación alguna entre los
vendedores de pulque lo atribuye a una suerte de egoísmo, en el que cada
individuo ve por sus propios intereses y esto sería el principal obstáculo para que
pudieran unirse y “hacer valer nuestros derechos, para que nos dejen trabajar
como debe de ser”. En su caso particular, justifica su desinterés por conformar una
especie de organismo para vincular a los pulqueros locales, por el hecho de ser
mujer, que “si son hombres los que vendan por ahí o los que trabajen esto por ahí,
pos [Sic.] casi no tenemos roce”, además se considera poco sociable; asimismo
admite que únicamente se dedica a lo suyo, lo cual—según dice—“cuenta mucho,
pero eso no tiene nada que ver con que hubiera una unión, porque yo estaría
consciente en que tendría yo que estar al tanto”. Así, aunque está de acuerdo en
que una asociación que representara a los propietarios de pulquerías los
beneficiaría en diversos aspectos, no se muestra muy convencida de ser parte
activa de la misma en el supuesto caso de que llegara a concretarse.

Las partes que constituyen la historia de vida presentada, son el resultado de un


proceso histórico que bien puede ser visto como estructura en el sentido
braudeliano del concepto de la larga duración, ya que son elementos estables que
han trascendido varias generaciones.458 Si desconociéramos la fecha en que fue

458
Para Fernand Braudel, “ciertas estructuras están dotadas de tan larga vida que se convierten en
elementos estables de una infinidad de generaciones: obstruyen la historia, la entorpecen y, por
tanto, determinan su transcurrir”. Braudel, Fernand, La historia y las ciencias sociales, 3ª
reimpresión, México, Alianza Editorial, 1994, p. 70.
206

realizada la entrevista, bien podríamos afirmar que se trata del testimonio de una
de las pulqueras protagonistas del último capítulo del trabajo y es esto
precisamente lo que le otorga una mayor riqueza a los datos aportados por el
relato expuesto, pues hablan de permanencias, de prácticas sociales y culturales e
incluso de alternativas para sobrevivir que siempre han estado presentes aunque
no las advirtamos o no les prestemos la debida atención. El ejercicio de cotejar un
testimonio del presente con el pasado es un claro ejemplo de la utilidad de la
historia: una herramienta que nos ayuda a apreciar con otro enfoque aspectos de
nuestra sociedad y de nuestra cotidianidad a los que no les concedemos la menor
importancia, pero que en realidad han requerido de un largo proceso en
resistencia que los ha hecho formar parte de nuestro presente y que por ello
debemos tomar conciencia y sensibilizarnos para que así perduren y poder
convivir con una parte de nuestra historia, de nuestra cultura popular, que
finalmente es uno de los elementos que dan vida a nuestra identidad como pueblo
y como nación.
207

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219

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Orales
Entrevista a María Adelina Vázquez, 9 de agosto de 2010.
220

Contenido

Agradecimientos ................................................................................................................ 3
Introducción ........................................................................................................................ 6
1.De pulque y pulquerías ............................................................................................... 22
1.1. Usos y abusos del pulque......................................................................................... 23
1.2. Pulquerías en la historia de México. Entre transformaciones y permanencias 32
1.3. La “Cultura pulquera” en San Luis Potosí .............................................................. 42
2. Reglamentación de pulquerías ¿Por el bienestar social o conveniencia
económica? ....................................................................................................................... 49
2.1. Previniendo el relajamiento de las costumbres en las pulquerías. Siglos XVI al
XVIII ..................................................................................................................................... 50
2.2. Manteniendo el orden en las pulquerías potosinas decimonónicas .................. 54
2.3. El derecho de patente y el arte de la corrupción .................................................. 67
3. Pulquerías, criminalidad y violencia en la ciudad de San Luis Potosí ......... 83
3.1. Algunos conceptos en torno al alcoholismo y la criminalidad............................. 84
3.2. Clasificando una sociedad peligrosa ...................................................................... 95
3.3. La prensa porfiriana como sector moralizante .................................................... 101
3.4. Pobres, ebrios y delincuentes: historias de violencia en pulquerías ............... 113
3.5. De “Las gracias de un gendarme” al abuso de autoridad ................................. 146
4. “Las Mil Vagas” o el lado femenino de las pulquerías ................................... 158
4.1. Pulqueras negociando con la autoridad ............................................................... 165
4.2. Un día en la vida cotidiana de las pulqueras ....................................................... 175
4.3. “Pulque y mujeres dan más pesares que placeres”. Violencia femenil en las
pulquerías ......................................................................................................................... 183
Conclusiones .................................................................................................................. 194
Epílogo. La resistencia de una tradición: “La Morena” ...................................... 197
Fuentes ............................................................................................................................. 207
Bibliografía ........................................................................................................................ 207
221

Índice de cuadros y gráficos Página


Cuadro 1. [Modelo de] lista de las cuotizaciones hechas por el Jurado
Calificador a los Giros Mercantiles y Establecimientos Industriales
de esta Municipalidad 73
Gráfico 1. Porcentaje de delitos cometidos en pulquerías 142
Gráfico 2. Porcentaje del género de los delincuentes 142
Gráfico 3. Comparación del estado civil de los delincuentes según su
género 143
Gráfico 4. Rango de edades de los delincuentes en general (hombres y
mujeres) 143
Gráfico 5. Oficios de los delincuentes (hombres) 145
Gráfico 6. Instrumentos empleados como armas en la comisión de delitos 146

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