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La

leyenda de Sarah
James Gow y Arnaud d’Usseau

Personajes:

Adam Harwick
Minerva Pinney

Adam: ¿Qué diablos se supone que estás haciendo?

Minerva: ¡Estoy empacando! ¿Qué no ves? ¡Empaco!

Adam: Bueno, puedes dejar de hacerlo. ¡Detente ya!

Minerva: ¡Déjame en paz!

Adam: ¡Estás siendo ridícula! Es tarde y los hoteles son muy caros.

Minerva: No me voy a ningún hotel, me voy a casa.

Adam: ¡Vaya! A casa con mamá. ¡Minerva Pinney regresa a mamá y a su granja vieja! Me decepcionas,
cariño. Esto empezó como una buena sesión de confesiones, pero ya estás siendo vulgar.

Minerva: ¡No me digas cariño, no quiero volverte a ver y vete de aquí!

Adam: ¡No llores! ¡Por Dios, no llores! Las lágrimas no te llevarán a ningún lado. Te hace ver mediocre.

Minerva: Adam, ¿por qué no pagaste la luz? Te di el dinero.

Adam: ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? ¡Se me olvidó! ¡Se me olvidó completamente!

Minerva: Pero te gastaste el dinero.

Adam: Claro que me gasté el dinero. Si me encuentro diez dólares en mi bolsillo y necesito libros,
compro los libros. ¿Qué tiene de malo eso? Además, lo puedo pagar con mi retribución de impuestos.

Minerva: ¿Cuál retribución? Ya ni puedes obtener un avance de tu publicista. Han impreso tres mil
copias de tu último libro, y dos mil están empolvándose en farmacias.

Adam: No seas tonta. Escribo para la gente; ¿y dónde encuentras a la gente? En las farmacias.

Minerva: Adam Harwick, el gran historiador. “Un labial, una pasta de dientes y una biografía de
cuarenta y nueve centavos de Aaron Burr. ¿Algo más, madame?”

Adam: Debería descuartizarte y ponerte en esa maleta, miembro por miembro. Pero no lo haré. Te
daré otra oportunidad. Cuando acabe mi nuevo libro espero que tengas la decencia para revisar tu
opinión superficial de mi trabajo.

Minerva: Lo siento Adam, no estoy esperando por tu nuevo libro. Que a la velocidad que vas, lo
acabarás en 1973. Ya tuve suficiente. Estoy harta de nueva york, estoy harta de este departamento y
creo que me estoy hartando de ti.

Adam: Oye, Minnie –

Minerva: Qué digo, ya estoy harta de ti. Y si aguantas la verdad, también estoy harta de mantenerte.

Adam: ¡Claro que me has mantenido! Si yo tuviera dinero y tú no, yo te apoyaría. Y no creo que sería
tan quejumbroso y delicado como tú.

Minerva: ¡Quejumbrosa! ¡Nunca me he quejado!

Adam: ¡Minnie, deja de gritar!

Minerva: ¡No estoy gritando!

Adam: Odio pensar que ese tono de voz tan vulgar que estás usando es tu voz natural. (ella lo
cachetea, él jala su cabello). Me golpeaste. Recuérdalo – ¡tú me golpeaste! ¿Debería golpearla yo
también? (amenaza a golpearla). ¡No, nunca! Obviamente debo razonar con ella… Ahora, Minnie,
querida (ella patea su espinilla) ¡Auch!

Minerva: Justo ahora sólo quiero paz y tranquilidad. Algo de paz. Un poco de orden en mi vida, por
Dios.

Adam: ¿Crees que en PinneyField hallarás eso?

Minerva: En PinneyField la gente se comporta como seres humanos. Ellos se casan, tienen hijos, y van a
misa en domingo. Y viven en casas limpias.

Adam: Sí, lo sé; y pagan sus recibos de luz… Pero eso no es realmente por lo que te quieres ir. ¿Por qué
no lo admites? Te duele tu orgullo. Te despidieron de tu trabajo la semana pasada y no lo aguantas.
Gallina.

Minerva: Hay un tren a las nueve y media. Sí lo alcanzo.

Adam: Me sorprendes Minnie. Creí que eras valiente. ¿Qué le pasó a la chica que iba a poner el
negocio del publishing a sus pies? ¿Quién iba a descubrir al siguiente Walt Whitman, al nuevo Mark
Twain?

Minerva: Me llevaré el cortaúñas.

Adam: Claro, digamos que puedes reconocer talento y tu jefe no. ¿Pero llamarlo un “ciego
descerebrado”? ¿Eso se te hizo diplomático?

Minerva: ¡Pero tenía la razón y lo sabes!

Adam: Qué infantil. Incluso tú sabes que cuando tienes la razón es cuando tu jefe te odia más. Le da un
complejo de inferioridad. Te tenía que despedir.

Minerva: Pero él me pagaba para decirle la verdad.

Adam: Ah, la verdad. ¿No has aprendido que nadie quiere saber la verdad al menos que la descubran
por sí mismos…? Tienes que abandonar esa actitud superior. ¿No puedes darte cuenta que ni yo, ni tu
jefe, ni nadie en todo Nueva York le importa que seas descendiente directa de Sarah Pinney? No
importa, tú eres mi chica, Minnie, y te amo. Ahora desempaquemos tus cosas – con calma -.

Minerva: ¡Regresa eso a su lugar!

Adam: - Entonces salgamos a cenar –

Minerva: Sabes mi dirección. No quiero saber de ti, pero si hay algún correo, apreciaría me lo mandes.

Adam: - Creo que tendremos algunos tragos antes de cenar – y después de cenar volveremos aquí y… -

Minerva: Y luego me harás el amor y todo estará bien. No, gracias, definitivamente, no.

Adam: Ah, bebé (la abraza)

Minerva: ¡Suéltame! Dios, el ego sublime del hombre que cree que puede curar la tristeza de cualquier
mujer yendo a la cama con ella.

Adam: Se me ocurre una idea. Supón que nos casemos…

Minerva: ¿Casarnos?

Adam: Claro, no era parte del trato – pero estoy dispuesto – si esto le diera algo de tranquilidad a tu
vida – esa serenidad –

Minerva: ¡Suéltame! ¡Te advierto, lárgate de aquí!

Adam: ¿Largarme? ¡Creí que tu te ibas!

Minerva: ¡Eso hago!

Adam: Y regresarás. No puedes vivir sin mí. Regresarás.

Minerva: No si vivo hasta los ochenta años y muero en paz.

Adam: ¡Oh, sí lo harás! ¡Y me amarás!

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