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En 2020, con la llegada de la COVID-19 a mediados de marzo en México, fue necesaria una
modificación en la vida de las sociedades. Todos los ámbitos de la vida humana se vieron
traspasados por el momento de obligado aislamiento y demás medidas de salubridad que resultaron
en el cierre de espacios públicos no esenciales, entre ellos los lugares destinados al culto religioso.
Los templos y sus actividades cerraron sus puertas por al menos seis meses, mismos en los que
transcurrió, para la iglesia cristiana católica, la Semana Mayor, mejor conocida como Pascua o
Semana Santa.
Esta situación obligo a los fieles católicos a alejarse de los espacios sagrados, de los símbolos
litúrgicos y de su comunidad; llevó los ritos a casa, al lugar más privado e íntimo en la vida humana
y, en el caso de las familias, redujo las comunidades que compartían la experiencia pascual al
núcleo familiar. ¿Cuáles fueron los sentimientos y mociones que esto despertó en los fieles? ¿Hubo
formas de contrarrestar este cambio en las celebraciones? ¿Se ha puesto en peligro la celebración de
la semana mayor con esta modalidad en casa? En el presente capítulo respondemos a estas y otras
preguntas que surgen sobre esta vivencia de los ritos de la Semana Santa, cómo los fieles la
percibieron y los contrarrestamos con lo que Byun Chul-Han explica sobre los rituales en su obra
del 2019 La desaparición de los rituales.
Conclusiones
En 2020 la Semana Santa fue un evento totalmente diferente para los fieles católicos. En cuanto la
iglesia decidió celebrar a puerta cerrada y sin asamblea las misas más importantes de su tradición,
se dudó de la eficacia de las transmisiones, si los fieles asistirían con la misma devoción que tenían
celebrando presencialmente. De entrada, podemos decir que, ante situaciones extraordinarias, los
fieles prefieren la adecuación de los rituales antes que la cancelación de ellos. En México, a parte de
las celebraciones que se transmitían desde el Vaticano, cada arquidiócesis hizo su transmisión
televisiva; a esto se suman las transmisiones en vivo por YouTube y Facebook que diversas
parroquias y capillas hicieron y en las cuales se presentaban los miembros de la comunidad con los
medios para hacerlo, negándose a la pérdida de fechas tan especiales para la fe.
Por otro lado, podemos resaltar que la casa puede ser un templo y la familia una comunidad a
pequeña escala, sin embargo, aunque la familia basta como asamblea, podemos poner en duda si la
casa, especialmente la sala, ser el lugar más adecuado para realizar el ritual religioso de forma que
podamos entregarnos a él fuera del tiempo-espacio de la vida común. Así mismo pudimos observar
en las reflexiones de los entrevistados que existía un sentimiento de ausencia que evitaba poder
conectarse con el significado del ritual. Más que sentirse liberados de las formas y cercanos al ritual
habiéndolo realizado el hogar, se podían sentir abrumados por la ausencia de diversos factores que
contenían la celebración tradicionalmente, mismos factores que se vieron ignorados ante la
imposibilidad de realizarlos debido a la no interacción entre la comunidad y el presbítero. Y
distraídos por los dientes oportunidades que la casa y sus constituyentes ofrecen a la persona y que
la llevan de regreso a la esfera de la vida común.
Los puntos anteriores muestran que existe una resistencia a la perdida de los rituales, pero también
que estos, sin sus símbolos, lugares, participantes y tiempos tradicionales se pueden ver traspasados
por la rutina. Aun cuando existe la conciencia aprendida en el catecismo de que esta forma
extraordinaria de celebrar es tan válida como las tradicionales, el significado personal de cada fiel
es menor.
Bibliografía