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La serie armónica
Una onda de un sonido posee tres características: la frecuencia de sus pulsos recurrentes
(medida en ciclos por segundo), su amplitud o fuerza y la rapidez de su atenuación. La
frecuencia, amplitud y atenuación de los componentes de la mayoría de sonidos
ambientales (como una puerta cerrando de golpe, un escopetazo o un estornudo) ocurren
de forma caótica.
Por otro lado, existe un especial conjunto de sonidos compuestos por ondas cuyas
frecuencias se ordenan o alinean matemáticamente. En este conjunto, el primer
componente—la frecuencia “fundamental”—es el predominante y es el de frecuencia
menor. El segundo componente consiste de una onda cuya repetición es de doble
frecuencia; el tercero es el triple de la fundamental; el cuarto es cuatro veces esa, y así
hasta alcanzar frecuencias imperceptibles al oído humano. Cada miembro de esta serie
audible es un “tono parcial” o un “armónico”.
A esta secuencia de sonidos ordenados se le conoce como la serie armónica.
Percibimos los componentes de esta serie como sonidos musicales. Su onda fundamental-
la más prominente- provee la altura relativa de la nota. La serie de armónicos
acompañantes le otorgan su timbre o carácter, según la contribución relativa y rapidez de
atenuación de cada unidad en la serie. De tal suerte, aunque una flauta y una trompeta
produzcan una nota con la misma onda fundamental, la serie de armónicos de cada cual
diferirá en cuanto a su intensidad y rapidez de atenuación de cada miembro de su serie y la
misma nota sonará distinta en cada instrumento.
Los sonidos de series de componentes que suenan al azar—como el escopeteo de un
automóvil—usualmente provocan nuestra alarma. Por el contrario, los sonidos cuyos
componentes quedan ordenados en serie armónica, como el canto de un ave, el silbido del
viento o el tañido de una cuerda, nos producen deleite y queremos repetir la experiencia.
La atracción por este tipo de sonido que reconocemos como sonidos musicales es
distintivamente humana.
La cuerda estirada
Hay magia en la vibración de una cuerda musical. El misterio de una sencilla fibra elástica
capaz de producir sonidos ordenados en serie, explica, en gran parte, el que en época
remota la cuerda de un instrumento musical gozara de la estatura de objeto místico.
La práctica histórica que rodea los instrumentos de cuerda nos ha legado cuerdas de
gran diversidad de materiales: de tiras de cuero, tendones y tripa de animales; de seda y
fibras vegetales; las de fibras de polímeros sintéticos como el nylon, y las de alambres
metálicos de acero, cobre y bronce. Las cuerdas de distintos materiales difieren no sólo por
la tensión que imponen al instrumento sino también por su timbre particular. Todas
poseen las tres cualidades que le permiten a una fibra o filamento actuar como cuerda
musical: elasticidad, fortaleza y uniformidad. El grado de perfección musical de una cuerda
se mide por su capacidad de producir frecuencias componentes que se aproximen a la serie
armónica perfecta y ello depende de la proporción de esos tres atributos. De ahí que la
historia de la elaboración de cuerdas musicales se exprese en la búsqueda continua de
fibras cordales de mayor elasticidad, mayor fortaleza y más uniformidad.
Consideraciones acústicas
El artesano conoce la relación entre las medidas de un instrumento y su acústica y la
importancia en el diferencial en rigidez entre la tapa y fondo. En palabras de Antonio
Rodríguez:
El cuatro [se hace de hondo] tres y tres cuartos, tres y media, no mas de'so. Lo pueden hacer de
más, pero ahí se va la bordonúa, porque la bordonúa casi llega a cinco pulgadas.
Pero depende como quiere el sonido. Mientras más profundidad le das, más profundo
el sonido. Se puede comparar con el agua. Tu te tiras en un charquito más llanito y te es más
difícil. Y te metes en uno más hondo quedas más... flotando. O sea, hay mas flexibilidad del lleno
de la nota, un poquito más... no tanto, porque se puede quedar sin salir la nota. Tan profundo
puede ser que sea vago. [Por más brillante que quiera el instrumento] menos hondo. Si lo
quiere más alborotoso, menos hondo.
Pero ambos extremos son malos, porque tiene que haber una relación... no me lo has
preguntado, pero te voy a decir... entre la tapa y el fondo. Entre la tapa y el fondo tiene que
haber un acercamiento, una afinidad. Por simpatía, tiene que haber simpatía. Yo lo logro por
las vibraciones. O sea que la tapa tiene que ser medio tono más bajo, más flexible, que el fondo.
Porque si la tapa vence al fondo, hay desbalance. Pelean las notas, hay guerra, no solamente
acá peleamos los hombres uno con los otros... donde no hay igualdad, no hay armonía. Eso es
un pensamiento mío. Eso es una cosa preciosa; es un sistema muy lindo. Esas notas entran por
el puente, se amplifican, salen. Pero si no hay balance en el instrumento, pelean antes de salir.
Yo lo que busco es medio tono [al golpear la tapa y el fondo]. Puede ser igual, o medio
tono. Nunca que la tapa venza al fondo….Es el grado de flexibilidad que estamos hablando, no
la nota [precisa]. Si tu das algo aquí [sobre la tapa], por el oído, si tiene buen oído, el artesano
sabe si esto esta más... más fuerte que cuando das abajo. Y si está más fuerte, no es bueno.xxxvi
El reconocido artesano Julio Negrón:
Precisamente todos los cuatros primitivos se hicieron de dos pulgadas y dos y media de hondo.
Actualmente se trabaja hasta tres y media. Hay quien mete cuatro. Yo actualmente estoy tres,
tres y cuarto, y dos y media. Ese mismo tiene dos y tres cuartos, y saca un hermoso sonido. Pero
hay aquellos, "no, no, no, chico mientras más hondo mas suena." Sí, tiene razón, suena más,
pero ¿cómo suena? Entonces después cuando lo oyes que burronea, mucho bajo, mucho bajo, y
cuando buscas las primas no sirven. Cuando los buscas pa' las armónicas, no hay primas: pues
bendito, ¡si estás ahogando la voz!xxxvii
El maestro artesano Jorge Santiago Mendoza explica con claridad la diferencia acústica
entre los cuatros de caja enteriza y los hecho de piezas. Resume las observaciones de otros
lutieres que concurren en que la masa y rigidez de la caja y brazo enterizos resultan en un
coro de sonidos más sencillos y por ello, más penetrantes y concisos que los de una caja de
laminas finas dobladas o arqueadas, como en la guitarra, que resultan en un coro mucho
más complejo y difuso:
Sí [puedo distinguir el sonido entre el cuatro enterizo y el cuatro de piezas]. El cuatro en piezas
produce muchos armónicos. Y eso ayuda a la música, hasta que llegan a cuatro o cinco
armónicos. Si hay más armónicos, hay disonancia. Y el cuatro enterizo tiene tanta madera,
pues se roba los armónicos, los amortigua de una manera y a los músicos le gusta que eso pase.
La diferencia es esa. Por tradición, ellos quieren eso.xxxviii
Ahuecando el tablón
Un relato de Vicente Valentín de cómo abordó su primer cuatro, puede insinuarnos la
experiencia de los proto-artesanos criollos, armados de pasión pero desprovistos de
conocimiento y útiles adecuados.
...pues’ me interesé y dije que algún día iba hacer un cuatro, y conseguí un pedazo de madera
de jagüey para hacer mi primer cuatro y lo hice con herramientas rústicas de carpintero. Fui
donde un señor que tenia un cuatro y yo dije “présteme su cuatro, porque así yo puedo hacer
un cuatro”.
Y el me dijo, “no, yo no te puedo prestar el cuatro porque cuando copian la silueta de
un cuatro que uno tiene tocando pierde el sonido, si hacen otro por él”. Eso yo ahora entiendo
que eso es un tabú; y le dije “caramba, si yo tengo el interés de hacer un cuatro”, y le dije “por
lo menos déjeme tomar las medidas”. Yo cogí un cartón y hice un pequeño planito, verdad. Lo
traje y empecé a cortarlo con el hacha. Luego hice un tablón, y ya que tengo el tablón hecho,
necesitaba la figura del cuatro como era. Cuando voy a su casa de nuevo le dije “bueno
Narváez, présteme otra vez el cuatro para tomar unas medidas” y me dice: “mira muchacho
para hacer un cuatro usted coge la olla de cocinar y coge el caldero, pones el caldero aquí
detrás y pones la olla mas adelante. Como la olla es mas pequeña que el caldero entonces dejas
dos pulgadas y allí tú vas hacer las orejas de los bolsillos”.
Y yo dije “caramba”! Pero bueno, cuando vine a aquí a casa, cogí el caldero y la olla. La
puse encima. Le puse una distancia que me diera diez en total. Muchacho, parece que la olla
tenía las orejas fuera de centro o el caldero--el asunto es que orientando las orejas, me salía un
chispito viroteado. Pero que funcionó bastante bien. Después con el serrucho le corté los lados.
Lo ahueque con un berbiquí, a mano. Y con mi formón de construir, yo lo terminé de ahuecar.
Pasé trabajo en ese tiempo, pues imagínate, no había sinfín, no había maquinas, no había
nada. Yo era un carpintero rústico. El asunto fue que logré mi cuatro.xxxix
Por el folclorista Orlando Laureano supimos de una ingeniosa técnica de ahuecamiento que
el artesano de instrumentos Aurelio Cruz de Morovis le compartió y que éste recibió de su
maestro Pepín Colón, quien, a su vez, lo había recibido de sus ancestros. Contaba cómo el
tablón se carbonizaba lentamente hasta alcanzar las dimensiones deseadas, tras lo que el
material quemado se removía con una raspa. Laureano comparó “esta técnica de quemar y
ahuecar los cuerpos de instrumentos con la construcción de balsas y canoas hechas por los
indios taínos”.
El maestro artesano Juan Reyes nos describió su método para ahuecar, valiéndose
de herramientas modernas.
Se va replanando, pa’ entonces ir marcando y sacar todo lo de adentro. Marco el cuatro y lo
sigo ahuecando, y después se le corta por encima para que quede la medida. Pa’ ahuecar tengo
formones, tengo barrenitas de a pulgada, dependiendo. Pa’ lo primero uso barrena, ¿ves?
Después lo otro le hago terminación con formones pequeños de un cuarto, de medio. Uso
taladro con barrenas de dos pulgadas, de una, dependiendo, de una y media. Después que se
saca todo primera y después se le hago terminación con el formón. Le hago las terminaciones,
sí. [Después corto el diseño] con la caladora, que le dicen aquí [E]l brazo… le pico una parte
con la sierra y todo lo demás se va dando con cuchillito amolao, ¿ves? se le va dando la forma.xl
Pablo Torres Rivera, artesano de tiples, abunda en cuanto las herramientas para trabajar el
tablón.
Cojo el pedazo de madera, lo labro bien labrado por los dos lados, lo nivelo bien, ¿entiende?
con una escuadrita y una pieza que yo tengo ahí, de nivelarlo. Entonces, después que está bien
a nivel, pues entonces lo marco, le hago los dibujos, como va, y entonces lo preparo y después
empiezo a ahuecar. Con un formón hecho acá. Porque casi nunca uso formones de los que se
compran en las ferreterías. Yo lo hago de un canto de machete. Lo preparo bien fino, bien fino,
bien fino pa' hacerlo bien… con un pedazo de machete. Con un pedazo de ferrillo esos finos que
vienen. Pues yo le corto un canto, del rabo. Lo preparo bien; lo preparo a forma de formón y
después lo arreglo bien arreglado y con eso yo hago la caja. Hago la terminación con lija y una
cuchilla bien fina.xli
De todos los artesanos que visitamos, Eugenio Méndez tenía el taller más completo en
cuanto a herramientas eléctricas y equipo moderno.
Uso un taladro con barrena de una pulgada, o una y media o dos. Pa' sacarle to’ lo de adentro.
Lo acabo por dentro con rolos de metal y rolos de lija. Como el cuatro es enterizo, tiene un
espesor en la borda de como de tres dieciséis. Hay artesanos que no tienen esa experiencia que
lo ponen más grueso, a un cuarto o más. El fondo lo pongo al mismo grueso, de tres dieciséis,
mas o menos. Después que lo ahueco, lo limpio bien por dentro, lo corto por fuera, lo lijo. El
brazo lo marco, y después lo corto. Con un adapter que uso con el taladro, es un shaft... es como
un cable con una espiga. Después ahí yo le conecto un rolo de metal, que es como un guayito,
que va a una velocidad y va desgastando la madera y entonces le voy dando forma. Uno le da
la vuelta que uno quiere. La pala de arriba es todo entero, todo. Después que termino el cuatro,
a lo ultimo, le adorno la pala arriba con un router, hago la ranura de donde van las clavijas. Lo
lijo bien por dentro y por fuera. Después que lo lijo se pone la tapa.xlii
Tras confeccionar el casco básico del instrumento, el artesano pasa a elaborar la
tabla o tapa armónica del cuatro. Pero antes debió saber qué pegamento serviría para
ligarlos.
Los pegamentos
Los pegamentos son, básicamente, sustancias que tienen la capacidad de cambiar del
estado liquido al sólido y en eso estriba su gran utilidad. El procedimiento usual es untarlo
entre dos superficies cuando está líquido o meloso y esperar que la evaporación o alguna
reacción química lo solidifique. Si las superficies son porosas, la sustancia pegajosa
compenetra y se incrusta en los tejidos y al endurecer quedan adheridas las dos superficies.
Algunos pegamentos más complejos, como las colas sintéticas modernas, disuelven y se
mezclan con los adherentes naturales que ligan entre sí las fibras de la madera para lograr
el efecto de la soldadura de metales. El proceso es más complejo cuando se trata de
superficies no porosas, pero éste no es el caso de las maderas.
Las antiguas colas vegetales de seguro fueron los pegamentos usados por los
primeros artesanos de instrumentos jíbaros. Se trataba de almidones derivados,
comúnmente, del trigo, el arroz, las papas o el maíz y yuca y otros farináceos nativos. Las
colas vegetales eran baratas y se podían almacenar de forma licuada por largo tiempo.
Cuajaban por medio de la lenta vaporización natural, por lo cada ensamblaje debía
mantenerse prensado de un día para otro. Sus desventajas eran la poca resistencia ante la
humedad, su fragilidad, las manchas que dejaban en algunas maderas y su susceptibilidad
al ataque de microorganismos.
La cola animal era otro pegamento de uso por artesanos de instrumentos de
décadas atrás y algunos pocos todavía la emplean. Algunos tipos provenían de la piel y
huesos de vacas, caballos y ovejas, por lo que se les conocía como cola de cuero y cola de
hueso. También se utilizaba la proteína de otros tejidos animales como tendones. En la
antigüedad predominaron los adhesivos de huesos de pez. Antes eran los propios artesanos
los que preparaban las colas de animal, tarea maloliente y desagradable que fueron
abandonando cuando aparecieron las colas comerciales, en polvo y en pelotitas secas o
gelatinosas. Se calentaban antes de untar y al enfriar y perder humedad, la resina
endurecida sellaba las piezas.
La cola animal se conseguía también en escamitas que se remojaban en agua hasta
disolverlas y se calentaban con más agua en una pequeña olla. La madera tenía que
calentarse también, o se corría el riesgo de que la madera fría enfriará el pegamento antes
de que se produjera la compenetración y se lograra el sellado. Las principales desventajas
de los adhesivos de animal eran su pobre resistencia a la humedad, susceptibilidad a los
hongos, su incómodo manejo, la necesidad de calentarlos y su mayor costo. La mayor
ventaja era la resistencia de las juntas o uniones, aunque éstas se deshacían al exponérseles
a la humedad alta. Esta cualidad permitía desensamblar los instrumentos para repararlos,
aplicando agua tibia acidificada con unas gotas de vinagre.
La caseína era otro pegamento muy popular. Originalmente se formulaba de la
proteína que se obtenía de la leche cuajada. Su endurecimiento resultaba de la evaporación
del agua que contenía. Entre sus ventajas estaban su bajo costo, fácil manejo, su utilidad
como relleno o empaste y la resistencia a la humedad moderada. Entre sus defectos se
contaban su tendencia a manchar la madera, la rápida coagulación y el riesgo a embotar
cuchillos empleados en la elaboración de las piezas encoladas. Además, las maderas de alta
densidad no quedaban bien encoladas.
Los avances en la elaboración de la caseína y en la química de los polímeros, luego
de la Segunda Guerra Mundial, dieron paso a la invención y proliferación de los adhesivos
sintéticos de uso general hoy día. Los dos tipos más comunes son el acetato polivinílico
(conocido como la pega blanca Elmer´s, cuya emblemática vaca revela su origen en la
caseína láctea) y su derivado, la resina alifática (las pegas amarillas, como las de la marca
Titebond). Ambos se pueden usar directamente del envase en variadas temperaturas y son
resistentes a la humedad y los ácidos, por lo que se convirtieron rápidamente en los
adhesivos estándares, tanto en las fábricas de instrumentos como en los pequeños talleres
artesanales. Aunque no igual de generalizados, como parte de las técnicas moderna del
oficio, los violeros utilizan otros adhesivos de resina como la pasta epóxica, que debe
mezclarse con un catalizador, y la “súper pega”, basada en el acrilato cianúrico que cuaja
casi al instante.
El espichao
Como los pegamentos antiguos no eran confiables, las tapas se aseguraban contra la
tensión cordal de una manera ingeniosa. Vicente Valentín llamaba a este procedimiento el
“espichao”:
(Aseguraban) la tapa con el proceso de espichao. El espichao era la puntilla esa que hacían de
madera… El espichao es, que ellos hacían el hueco en la caja y entonces, al montar la tapa, la
montaban como se calzaban las suelas de los zapatos en aquellos tiempos, que se le metía una
puntilla, un clavo, pero que ese clavo era de madera. Ese proceso se conoce en aquellos tiempos
por espichao. El proceso de espichao que se usó en términos de zapateria… Pero el primer
proceso en ponerle la tapa al instrumento, se conoce así por espichao, ese es la palabra. Y así
es esta bordonua de Humacao, con la tapa en esa condición. Naturalmente, se ven los clavos de
madera… Si miras bien fijo y le vez en la perisferia arriba en la tapa, nota que tiene como
muchos puntitos. Eso es la forma de acoplar la tapa. Para los clavos se usaba una madera
dura. También se usaban las espinas de la palma de corozo que era duro y a la vez decoraba.
Ese es el tipo que se usaba.
A veces el borde del perímetro del casco enterizo no proveía suficiente superficie o área de
adhesión para asegurar la tapa adecuadamente con el pegamento. Germán Velázquez
aporta que para obtener mayor superficie para encolar la tapas, los bordes del casco se
ampliaban con raíces aéreas del árbol de cupey que se adherían al el perímetro interior del
casco.
La boca
Rodríguez Vera observa que para hacer la boca de la tapa se buscaba el centro vertical de la
tapa y se colocaba una higuera redonda cortada a la mitad o con una dita de las de comer.
Un pedazo de metal caliente o cortante servía para marcar un círculo y desprenderlo, luego
de repetidas incisiones. Hoy día se hace con un cuchillo conectado a un compás o con una
fresadora o router eléctrico.
El brazo o mástil
Caja y brazo solían ser una sola pieza en los cuatros tallados. Mas si el trozo de madera no
alcanzaba, el brazo y la caja elaborados por separado se unían con una junta de espiga y
mortaja o con tornillos.
Al extremo del brazo está la pala o cabecera con las clavijas para ajustar la tensión
de las cuerdas. Rodríguez Vera explica que:
Para los rotos de la clavija se introducía una lima caliente o un broquero que era una especie
de taladro con los que le hacían los boquetes a las hojas de los machetes. Este instrumento,
preparado por el propio artesano, giraba para cada lado produciendo a fuerza de la fricción
pasar de un lado a otro.liii
Un detalle que distingue a los cuatros modernos es su clavijero acanalado.liv Aunque
se encuentran algunos ejemplos de cuatros de diez cuerdas con clavijeros acanalados a
fines del siglo 19, la mayoría de las imágenes de cuatros de diez cuerdas de las primeras
décadas del siglo 20 nos muestran cuatros de encordadura moderna pero con clavijeros
sólidos y tarugos o clavijas verticales. En el hemisferio americano, la gran mayoría de los
instrumentos de cuerdas metálicas pulsadas con plectro retienen el clavijero sólido, desde
la guitarra folk norteamericana al tiple colombiano.
Hay razones prácticas que justifican cada forma de clavijero. Es más fácil atar tiesas
cuerdas de metal sobre una superficie plana expuesta que manipularlas dentro de un
estrecho canal. Por otro lado, las cuerdas de cuero o nylon son más fláccidas y el proceso de
atarlas dentro de un canal no representa desafío. Pero la costumbre de crearle un clavijero
acanalado a nuestro cuatro de cuerdas metálicas es traviesa. La costumbre obliga al músico
a la incómoda y peligrosa labor de atar múltiples cuerdas a los rodillos de clavijas dentro de
canales estrechos. ¿Cuántos músicos no han accidentalmente perforado sus dedos con la
punta aguda de una cuerda de metal al atarla a su cuatro? La tradición no siempre ofrece la
más práctica y razonable solución.
Se puede especular qué fue lo que motivó los artesanos de los primeros cuatros de
diez cuerdas metálicas a adoptar el incómodo clavijero acanalado. Es posible que fuera el
afán de otorgarle al instrumento una más elevada estética de cultura refinada, imitando los
clavijeros y puentes de las guitarras europea. El mismo tipo de sincretismo habrá ocurrido
con la forma misma de nuestro cuatro, al adoptar la silueta del violín y el diapasón
extendido de la mandolina.
Los trastes o notas
Los trastes son pequeños resaltos que van de lado a lado del mástil colocados a trechos del
diapasón para que, al oprimir las cuerdas con los dedos sobre éstos, quede libre la longitud
vibrante correspondiente a las diversas notas. Los trastes se han confeccionado de alambre
de metal, de filamentos de tripa o cuero animal, de material de fibra vegetal como en el
cordel o de barritas de madera. Históricamente, los de metal se han usado con
instrumentos de cuerdas de metal; los de tripa, madera o cordón, en instrumentos con
cuerdas de tripa. Pablo Nassarre ofrece la explicación más sencilla, al describir los trastes
de las bandurrias de finales del siglo 18.lv Lo que apunta Nasarre es que el empleo del
mismo tipo de material en trastes y cuerdas minimiza el desgaste natural de la digitación.
Lleva trastes como la vihuela, aunque con la diferencia que son de metal, pues conviene así,
para que las cuerdas que son del mismo material, no los rocen.
Esta es la explicación más común, no obstante, hay otra de mayor complejidad. Los trastes
de tripa y cordón son fláccidos y flexibles y pueden ponerse amarrados alrededor del
mástil y situarse y ajustarse a gusto. Esto es un dato importante si se considera que, por su
naturaleza orgánica, las cuerdas hechas de tripa o cuero muestran pequeñas variaciones
aleatorias en cuanto al grosor. Esta falta de uniformidad hacía que, al tocarse, la cuerda
produjera intervalos ligeramente imperfectos. Mas al usar trastes amarrados, un músico
podía afinar primero las cuerdas y luego “afinar” o ajustar la separación entre los trastes
para compensar por las imperfecciones resultantes de trastes de calibre desigual.
Joaquin Rivera, hijo, gran músico de Isabela, confirma la “afinación” de los trastes de
tripa.
Habían trastes de tripa que eran la cuerdas de tripa de esas que usaban. Usaban cuerdas de
tripa pero tenían que usar los trastes de tripa o sea que cuando bajara la cuerda no se
partieran.
Pregunta: A veces movían esos trastes, había que afinarlos también, ¿verdad?
Sí. Bendito, había que afinarlos también porque así era un cuatro.
Marcial Rivera León de Cayey, cuatrista y compositor de la primera mitad del siglo 20,
describe los cuatros de su juventud en la década de los 1930 con trastes amarrados y
hechos de tripa al igual que las cuerdas. Se usaba la misma tercera cuerda para los trastes.
…era blanca, de tripa de cabro o de cabra. Era como una cuerda que se usaba para tiple o
cuatro. [Como cuerda] se gastaban ligero porque la pajuela era dura, de chifle de cabro. Como
traste le hacia una ranura en el traste donde daba la cuerda.lvi
El jíbaro se las ingeniaba para confeccionar trastes con los materiales a su alcance. El
profesor Gustavo Batista documentó algunas opciones.
… [e]l cuatro del siglo 19 era un instrumento totalmente diferente que el cuatro que nosotros
conocemos hoy en día ... Tenía entonces unos siete trastes solamente, que lo producían con
curricán.lvii Luego lo sustituyen con palmilla. Le sacan a la palmilla el centro, y lo colocan en
unas grietas. El curricán lo usaban en dos maneras: una era un cordón completo para los siete
trastes… que iban por detrás, que lo iban amarrando, y empataban uno con el otro. ... pero
también los hacían individuales. Había las dos cosas. lviii
Vicente Valentín nos contó sobre el curricán que conseguía para los trastes amarrados.
El curricán se compraba donde quiera, tiendas, ferretería. Venía en una bola y se compraba
por libra. Yo lo compro para cordón de trompo. Se usa para pescar.lix
De acuerdo a Marcial Rivera León (n. 1916-, Cayey), durante su juventud, el curricán
se hacía de una fibra gruesa hecha de intestinos de cabro y era más resistente que el cordel
de ferretería de hoy hecho de fibra vegetal. “Se usaba para trastes o para cuerdas”.
En cuanto a los trastes de metal, nunca fue necesario que fueran movibles o
ajustables. Los trastes de metal se introducen en unas ranuras hechas con una pequeña
sierra en el diapasón del mástil que son dispuestas por medio de una fórmula.lx Las cuerdas
de metal resultan de un proceso controlado: el trefilado de hierro candente. Por eso son
mucho más uniformes a través de su extensión. Esta uniformidad permite que en el
diapasón se marquen los intervalos con suficiente precisión.
A decir de Batista los trastes de metal se generalizan en los instrumentos nativos de
Puerto Rico luego de la electrificación del interior rural de la isla en los 1920 y los 1930,
cuando el alambre de cobre se obtenía fácilmente como desecho de construcción.lxi Este
período corresponde casi en líneas generales con la generalización de cuerdas pareadas de
metal por la Isla. Las entrevistas hechas por Batista a músicos y artesanos como Joaquín
Rivera de Isabela, Julio Negrón de Morovis, Miguel Montañés de Lares y Carmelo Martell de
Utuado, entre otros, confirman que, en ese período, el alambre de cobre comenzó a
reemplazar las fibras orgánicas como el cuero y curricán. Rivera León le corrobora.
Esos trastes de alambre de electricidad fue después de los treinta. Eso fue después que llegó la
electricidad a Puerto Rico. Como en el 1924, en Cayey, se puso una planta de electricidad. La
renovaron en el 1938. Había alambre que sobraba donde quiera. Se hacía una ranura con una
segueta y se aplastaba. Después se usaba una lima. Daba trabajo.lxii
Jaime Alicea también recuerda los trastes de cobre.
Yo sí llegué a ver las notas, los trastes de cobre, que espacharraban el cobre y luego se hacía
como ahora la nota y se aplastaba, el cobre, el alambre de cobre de luz, de esos… (señala hacia
el poste de la luz en la calle).lxiii
Y esto dice Antonio Rodríguez Navarro.
Yo me recuerdo los cuatritos, cuando era muchacho, se hacían los trastes de cables de la luz y
eran sin pintar, y feítos y todo.lxiv
Alicea añade que un anciano artesano que conocía fijaba el alambre sobre una vía detrás de
su casa y esperaba a que pasara el tren. Regresaba para recuperar el alambre que había
sido aplastado parejo por las grandes ruedas metálicas del mismo.
La confección manual de trastes a partir de alambre constaba de martillar un pedazo
de material hasta convertirlo en barritas planas, luego alisar las diminutas prominencias a
lo largo de la orilla inferior con un filo de metal de más dureza, para asegurar el agarre en la
ranura del diapasón. Torres Rivera describe el proceso en tiples y cuatros.
Se coge una varilla de cobre, se pone sobre un hierro que esté bien llano. Con un martillito se le
va, se van aplastando bien, y después se emparejan por los dos lados, que queden bien
derecho.lxv
Efrain Ronda se valía de un proceso similar.
Lo que hice, cogía un alambre eléctrico de un poco más de un dieciséis de grueso. Entonces, con
martillo, lo aplanaba. Con lima, los ponía exactamente iguales. Entonces hice un corte de
serrucho [en la madera] donde me entraba el traste ... entonces, antes de ponerlo yo le daba al
traste, le daba unos con un cuchillo especial que tenia ... le daba. Entonces lo ponía [sobre el
diapasón] y después con un martillito le daba dos golpes así y quedaba el traste que no salía. Si
salía pa’rriba se llevaba la madera. Había que pa' sacarlo, darle para 'tras otra vez. No se salía
más nunca de ahí. Ese cuatro tenía dieciocho trastes. Cuando [su amigo el músico Paco]
Jackson vio el cuatro, "ah, caramba, esto tiene un montón de trastes ahí. ¿y tú usas todos esos?
y le digo, "sí”.
Para entender la perplejidad de Paco Jackson y el subsiguiente alarde de Ronda, hay que
señalar que en ese tiempo era más común ver los instrumentos campestres con sólo siete o
nueve trastes. El mero hecho de portar nada menos que dieciocho trastes parecería en esos
tiempos ascender a la bravuconería.
Queda el testimonio de Ronda que revela el uso de otro tipo de metal para los
trastes en el campo antes de la electrificación de la isla.
Antes de los treinta se usaba el alambre de dulces. Carmelo Flores de Cayey usaba el alambre
de dulces [usado para amarrar en paquetitos los dulces]. Era blandito. Lo machacaban. yo
tenía un cuatro hecho por Carmelo en el 1934 con trastes de dulces. Yo hacía tiples con trastes
de dulces.lxvi
La decoración
Vicente Valentin describió una primitiva técnica decorativa de instrumentos folklóricos por
medio de la abrasión de la madera.
El boquete lo hacían con la punta de un clavo caliente o la punta de una lima. Eso lo hacían
primero. Y con una lima caliente hacían la boquilla. Con una lima cuadrangular de amolar
machetes la calentaban al rojo vivo y entonces en la boquilla le hacían el decorativo.
Quemaban la madera y quedaba con la forma. Se veía bonito. Entonces en la periferia del
instrumento, en vez de una marquetería como tal, le hacían lo mismo con la lima. Lo
quemaban, y quedaba el diseño quemado.
Además de la pirografía,lxix los artesanos isleños aplicaron otra técnica estética a sus
instrumentos: la de la marquetería mosaica. Esta tradición artesanal se remonta a los
violeros españoles de los siglos 15 y 16, quién indudablemente lo habrían adaptado de las
técnicas de artesanos moriscos de tiempos aún más remotos. La marquetería trata del
proceso de chapar o embutir piezas de madera de colores contrastantes enana estructura
formando patrones decorativos o diseños. Pero la marquetería mosaica comprende el
proceso de juntar laminas finas de maderas contrastantes, pegarlas juntas y luego cortarlas,
juntarlas y pegarlas repetidamente hasta crear patrones geométricos repetitivos
extremadamente finos en miniatura. Cuando la técnica se aplica a la práctica instrumental,
se utiliza para decorar los bordes y la boca de los instrumentos—en el último caso este
decorativo se le conoce como roseta. La técnica se ha usado históricamente también en la
ebanistería, y es posible asumir que de esa rama del trabajo en madera, fue la que en
Puerto Rico sirvió de fuente para la marquetería instrumental isleña, debido a nuestra
observación que varios patrones de marquetería instrumental que hemos visto se parecen
a los patrones usados en la ebanistería isleña.
De cualquier manera, es evidente que la técnica ha fascinado a innumerables
artesanos hasta el punto que algunos, como el maestro Rafael Avilés Vázquez, se ha
destacado con su marquetería instrumental a nivel mundial. Pero encontramos a otros
artesanos también dedicados a la magia de la marquetería. En una entrevista de 1996, el
gran músico/artesano Roque Navarro nos contó que:
Pero yo soñaba con esos adornos.... Esos adornos, chiquititos así. Pues yo soñaba, yo le pedí a
Dios que me diera [la destreza para hacer] todas éstas cosas... ésa es una cosa tremenda. Toda
ésta cosa está hecha a mano, ¿vez? Si, eso lo hago yo, a mano, en madera. Y eso es una cosa
tremenda, eso es un trabajo... es luthier el que hace eso. Marquetería estilo morisco. Entonces
yo, en sueños... Papá Dios, digo yo, el Grande, el que siempre está conmigo, me enseñaba a
hacer eso. Me enseñaba los talleres que había, yo veía la gente trabajando en esas cosas. Y yo
veía como colocaban la madera, y ahí yo aprendí a hacer esos adornos.
Antonio Rodríguez Navarro nos ofrece más detalles de la técnica:
[Enseña muestras de marquetería]… eso se buscó de la finca de Corozal, del barrio Padilla.
Este es Guaraguao, y este es Laurel, el más blanquito. Todo así. Y la roseta también. Todo
hecha en estas maderas. Que no se creyó que eso se podía hacer aquí. Distintos colores y todo.
Mi maestro me enseñó como se tiñe la madera. Esta madera yo la sacaba a cepillo. Después la
unía uno a uno.lxx
Jaime Alicea nos explicó como él lo hace:
El que no sepa mira eso, y se cree que es pintado y dibujado y no lo es. No lo es. Al instrumento
se le hace la borda esa, la zanja, para luego incrustarla ahí. La verdad que es un poco
complicado explicar. Pero para que tenga una idea mas o menos...aquí tenemos un sanguich. Un
sanguich compuesto de cien tablitas, mas o menos, negras; cien brown, de los colores que uno
quiera, las va uniendo. Después que las tiene unidas en un sanquich, pues sigue y las saca uno a
la medida que esta aquí mas o menos. Luego le corto rebanadas en ángulo, así. Entonces luego
yo hago una varita, como es como una tablita por detrás, que es este…Que va quedando así. Es
un diseño sencillo, pero es un poco difícil para elaborarlo, Entonces uno puede hacer este
mismo vivo, lo hace doble, y lo pone a cuatro doble, en forma de uve, vez lo bonito que queda,
verdad? Y esto es totalmente sólido, porque fíjate la profundidad que tiene eso, sólido... No es
pintado, ni nada que se parezca.lxxi
El puente
Rodríguez Vera anota que para confeccionar el puente del cuatro, la montura de las cuerdas
sobre la tapa:
..se tallaba en la misma pieza del yagrumo que formaba la tapa. Para perforar el mismo [para
proveer los boquetes dentro de los cuales se fijaban las cuerdas] se utilizaba una pieza de
metal en forma de varilla fina con un cabo que al final de la punta formaba un triángulo, el
cual después de ser calentado en el fuego vivo servía para taladrar el yagrumo con suma
facilidad. También se usó una varilla de sombrilla o paraguas debidamente afilada y que
servía a los mismos propósitos.lxxii
Terminación o acabado
La aplicación de acabado para proteger su superficie ha sido siempre parte de la confección
de un instrumento de madera. Además de darle mejor apariencia al instrumento, el
terminado retarda el intercambio entre la humedad del ambiente y la madera, a la vez que
evita la fijación de manchas. Los violineros aprendieron a aplicar varias capas de barniz
para suavizar, por amortiguamiento, el sonido estridente del violín. Pero nunca se ha
probado con certidumbre si el acabado ofrece ventajas similares a los instrumentos de
plectro—aunque sí se ha opinado por muchos artesanos que el acabado en exceso tiende a
callar o apagar el sonido de éstos.
Los primeros materiales para el acabado de los que se tiene conocimiento incluyen
la cera—usualmente derretida de velas—y las capas fílmicas de proteína animal como el
albumen o clara de huevo. No es demasiado especular que los primeros artesanos jíbaros
se valieran, también, de esos materiales.
Ya para el Renacimiento, los artesanos de mayor refinación se valían de barnices
preparados a partir de una variedad de materiales: el aceite de linaza, la goma arábiga y la
goma laca, entre otros. Vicente Valentín indicó que uno de los acabados que usaba era la
goma laca, a menudo conocida como shellac en inglés, que se obtiene de triturar y disolver
carapachos de insectoslxxiii en alcohol.
Entonces la pintura que usaban era goma laca. Con alcohol. Yo la tengo ahí en el taller, me la
trajo un amigo mío de España ... todavía en España se usa la goma laca. Cogían los granos, eso
viene en granos. Y antes la vendían aquí en las farmacias. Cuando empecé a hacer los cuatros
se vendían en las farmacias. La goma laca se echa por doce horas en alcohol Y lo que emana de
ahí es un barniz. Entonces lo coges y se lo das con un paño. Así era como pintaban los bastones.
Queda pintao tan bonito como con cualquier laca de ahora. Esa pintura, eso queda bonito. Se
pinta con paño. Eso desapareció del mercado van años aquí. Ese proceso de pintura yo lo
conozco.lxxiv
No es raro oír que la goma laca antes se compraba en Puerto Rico en boticas, porque
el material servía para mil y un usos caseros, tanto como industriales. En época reciente,
los artesanos usan preparaciones de laca sintética.
Eugenio Méndez describe cómo preparar el instrumento para el acabado y el
proceso de terminación:
Después que está todo eso preparado, se coge, se lija bien... se da una buena lija, las esquinas y
los bordes del cuatro se le rebajan con la lija para que no queden como un filo, que queden
redonditos. Eso a veces molesta al cuatrista, el filo de la caja... Pues se lija bien lijaíto y se le
limpia bien todo el polvo ese que tiene y entonces se procede a tirar la pintura. En las primeras
manos, yo uso <sanding sealer>. Le doy dos o tres manos de <sanding sealer> hasta que tenga
el poro bien tapao, que no tenga mucha porosidad la madera. Después que está el poro bien
tapao, le mando las últimas manos que son de laca, de <clear lacquer>. Le doy dos manos de
<clear lacquer>. Lo dejo que se seque dos o tres días bien. Entonces se procede a dar una lija de
agua 600 para rebajar el brillo que quedó. Se le mata el brillo. Entonces con rubbing, se pule
con <rubbing> y el brillo se le da con Kit [pasta abrasiva}, eso que se da… que brillan los
carros. Después que se le da mucho <rubbing>, que queda bien brilloso el cuatro, se le pasa el
Kit y queda eso como un cristal.lxxv
La púa o pajuela
Hoy día, las púas o pajuelas usadas para ejecutar los instrumentos folklóricos son hechas de
láminas de una variedad de plásticos de diferentes calibres. Los artesanos y músicos de
otros tiempos empleaban materiales naturales disponibles en su entorno. Pablo Rivera,
artesano de tiples, deja constancia de ello.
Esto le llaman la uña. Antes le llamaban la uña, pero la hacían del chifle [cuerno] del cabro. Y
yo también la hice muchas veces del chifle del toro, de la parte fina. Pues lo cortaba, lo cortaba
así y lo iba ahuecando poco a poco, eso era hasta abajo. Eso da trabajo.lxxvi
Marcial Rivera León nos contó de las pajuelas.
Como [los jíbaros] usaban una uña hecha de chifle de buey o cabro, las cuerdas se
despelucaban. Estas uñas se usaban para tiple, cuatro y guitarra. Pienso que se usaba para
bordonúa también.lxxvii
Las cuerdas
La encordadura es la última fase en la construcción del instrumento. Varios artesanos,
entre ellos Marcial Rivera León, recuerdan que, de común, las cuerdas se podían comprar
en boticas, ferreterías y colmaditos en los pueblos. A juzgar por sus edades, esto debió ser
en las décadas de la guerra y primera posguerra. Antes de esto, con variable dificultad, se
conseguían cuerdas de tripa manufacturadas en Estados Unidos o en España, a costo
módico.
Como vimos en los primeros capítulos, contamos con documentos del siglo 17, de la
aduana del gobierno colonial español, que anotan la importación de cuerdas musicales y su
precio. Se trataba de manufacturas costosas de los gremios especializados de Europa, por lo
que es de concluir que estarían destinadas a las vihuelas y guitarras de ricos colonos, del
clero, mercaderes, jefes militares y oficiales de gobierno. Sin duda que durante siglos el alto
costo de las cuerdas europeas las hicieron inaccesibles para el campesino pobre que se las
tuvo que inventar otra vez.
La dificultad principal en el entorno nativo debió ser identificar fibras de origen
animal o vegetal con suficiente resistencia a la tensión, a la vez que razonable elasticidad y
uniformidad. En su libro Guitarra del pueblo,lxxviii Alexis Morales Cales cita al artesano
Salvador Feliciano de Adjuntas atestiguando sobre el uso de cuerdas hechas de fibras del
magueylxxix en tiples rústicos. De ser cierto, es dable pensar que el jíbaro habría ideado
algún proceso para conferirles cierta uniformidad, fortaleza y elasticidad. Aun así es difícil
creer que produjeran un sonido muy musical.
La historiografía recoge múltiples ejemplos de fibras vegetales empleadas desde los
antiguos egipcios en manufacturas de hilo, cordel, cabuya o soga de distintos calibres y de
suficiente robustez, elasticidad y uniformidad para servir como cuerdas musicales. En su
confección se usaban plantas como el junco, la palmera real, el lino, hierbas, papiro y los
bejucos. Lograr cuerdas con las tres características anteriores no fue posible hasta
desarrollar el proceso de retorcer fibras individuales valiéndose en el siglo 14 por primera
vez de una cigüeña mecánica. El torcer longitudinalmente una fibra hecha de materiales
orgánicos incrementa su uniformidad, promediando las leves discrepancias en grosor. Para
obtener cuerdas musicales, se podía torcer uno, dos, tres o más hilos para obtener distintos
calibres.
Varios maestros cuatristas que entrevistamos recordaban el empleo de cuerdas de
hilo de curricán, omnipresente en la Isla por sus mil y una aplicaciones cotidianas, desde
hilo para trompos, la pesca y envolturas. Mas para poder usarse como cuerdas debió estar
disponibles en distintos calibres, lo que no puede afirmarse pues la técnica de torcer
uniformemente múltiples fibras precisa de conocimientos y equipos especializados. Es
razonable inferir que el jíbaro reuniría el cordel fabricado de distintos tipos, de distintas
fibras, para distintos usos, para conseguir un juego de cuerdas de calibre apropiado para
sus cuatros, tiples, bordonúas y vihuelas campesinas.
Varios músicos ancianos que entrevistamos afirmaron que recuerdan, en su
juventud, haber visto cuerdas “de cuero” y otros cuerdas “de tripa”. La nomenclatura nos
pone en aprieto, pues no podemos afirmar sí sabían de qué parte del animal provenían esas
cuerdas, al igual que notamos que al referirse a cuerdas de origen animal y cuerdas de
metal, las confundían e intercambiaban descuidadamente los términos. Es posible que se
valieran de cuerdas hechas de un pedazo grande de cuero animal cortado en tiras y, luego,
torcidas para incrementar su uniformidad. Pero de cierto serían cuerdas deficientes en
cuanto a resistencia y elasticidad. Efectivamente, Marcial Rivera León afirma la existencia
de fábricas de cuerdas de cuero de buey, las que describe de color castaño amarillento, y de
tripa de pollo de color blanco amarillento. No hemos logrado corroboración de ese
testimonio, pero tomamos en cuenta que en la isla en los siglos 17 y 18 se verificó un
robusto comercio de pieles que suplió las necesidades de aparejos para los ejércitos
europeos durante las prolongadas guerras de la época. Buena parte de este comercio fue de
contrabando, especialmente en el sur y oeste de la isla. No es tan peregrino pensar que
existieran algunos talleres de elaboración de cueros y que parte de sus destrezas fuera la
preparación de cuerdas para instrumentos, inclusive a partir de tripas.
Por su gran elasticidad y robustez, la tripa animal es más práctica y eficaz cuando se
trata de tocar música. A fines del siglo 19, ya se usaba cordel de tripa animal para amarrar
carpetas de archivos y documentos, lo que hace pensar que su precio se habría abaratado.
No obstante, un sonido con afinación aceptable requiere de una cuerda con mayor
uniformidad que produzca intervalos más precisos, lo que requiere más elaboración y
aumentaría su costo. Es posible que algunos artesanos aprendieran a torcer la tripa
uniformemente, mas se trata de una idea que nos lleva al campo de la especulación, por lo
que dejamos a un lado a falta de señales concretas. De lo que si tenemos noticia es del
empleo de técnicas rústicas de manufactura casera. El maestro artesano Modesto Ramos,
nacido en San Germán en 1918, compartió el recuerdo de una técnica agreste de
confeccionar cuerdas de tripa que presenció.lxxx
Podían ser de tripa de oveja, cabrito o chivo. Dependía del animal que tenía el jíbaro. Lavaban
las tripas y las colgaban. Le ponian una pesa en el rabo y en un mes tenían una cuerda. Las
gruesas las dejaban menos tiempo secándose. También usaban menos peso para tener una
cuerda más gruesa. Tenía que darles aire y sol. No duraban mucho, así que el músico siempre
cargaba cuerdas en el bolsillo.
Vimos cómo en las primeras décadas del siglo 20 las cuerdas de tripa se compraban
“baratas” o se adaptaban de cuerdas descartadas por guitarristas más pudientes y
exigentes. Marcial Rivera León cuenta que, en su juventud, un juego de cuerdas para
cuatros se compraba por diez centavos.
Una prima un centavo, segunda un centavo, tercera dos o tres centavos y la cuarta cinco
centavos. Así es que con diez centavos compraba un “set” de cuerdas de cuero o tripa… No
duraban mucho y se ponían sordas cuando se despelucaban con la pajuela.lxxxi
Habría que ver si en las primeras décadas del siglo 20, ese precio era excesivo para un
jíbaro. Ajustado por inflación, 10 centavos equivalen a $1.40 hoy, lo que no nos parece un
lujo. En 1925 el salario por hora de un trabajador agrícola era de 40 centavos de US dólar
por un día de trabajo de 12 horas. Los jíbaros sembraban viandas, arroz y otros productos.
Criaban gallinas, cerdos, vacas y otros animales para su propio sustento, en sus parcelas y
estancias o- por agrego- en las fincas de hacendados, especialmente durante el tiempo
muerto del ciclo agrícola. Las frutas tropicales que crecían silvestres abonaban su dieta.
Las familias campesinas preparaban sus sencilla vestimenta tropical en el hogar y el
calzado no era común. El padre del autor contó que anduvo descalzo hasta la edad de trece
años, cuando su padre le compró su primer par de zapatos. Éste se ganaba un salario de
$8.00 a $9.00 mensuales, a dos pesos semanales por 60 horas de trabajo. Como se ganaba
un poco más de $0.03 por hora, un juego de cuerdas representaba tres horas de trabajo. A
primera vista pareciera que comprar cuerdas para sus instrumentos no sería oneroso para
el trabajador campesino, pero se debe añadir que el trabajo de campo era estacional y
durante el “tiempo muerto” su poder adquisitivo mermaba.
Varios músicos mayores, nos han indicado (y de acuerdo con la propia experiencia
del autor cuando joven corroboramos personalmente) que las únicas cuerdas de metal que
disponían las tienditas del campo y las boticas y farmacias de los pueblos eran cuerdas de
metal importadas de los Estados Unidos. Pero no eran juegos particularmente calibradas
para el largo del diapasón y la afinación particular de los cuatros, sino que eran calibradas
para la más grandes guitarras americanas (conocidos hoy día como “guitarras acústicas”).
Así que durante por lo menos cinco o seis décadas los cuatristas—como también los
tiplistas y bordonúa-vihuelistas) no tenían más remedio que seleccionar entre esos seis
calibres aquellas que más o menos se podrían se adaptaran a las exigencias del largo
diapasonal y las afinaciones particulares de sus instrumentos nativos. Los mayores se
referían a estas cuerdas como cuerdas campana porque los sobrecitos de los mismos
llevaban la imagen de una campana. Y ello porque esas cuerdas las fabricaba la Chicago
Musical String Company de Chicago, estado de Illinois. Su logotipo comercial era una
campana y su marca de fábrica era Bell Brand. Las cuerdas Campana podrían comprarse a
bajo precio y virtualmente en cualquier campo o pueblo de la Isla. Me recuerdo cuando yo
niño en 1952 en un diminutivo friquitín campestre de Rincón ver un señor comprar una
cuerda para un cuatro, dijo, en un sobrecito con una campana azul grabada sobre ella.
De acuerdo, cuando le preguntas a un cuatrista mayor que nombre las cuerdas de su
cuatro, les dirá, “se usa dos primeras, dos segundas, dos terceras (o una tercera y una primera
si afinas el la en octavas), una cuarta y una segunda y una quinta y una tercera”, refiriéndose
en cada caso a la cuerda correspondiente de guitarra acústica. Esta costumbre se ha ido
desvaneciendo ahora que las grandes compañías de cuerdas han descubierto un mercado
para el cuatro y ahora disponen juegos de diez cuerdas para cuatros puertorriqueños.
Desafortunadamente, algunas marcas mantienen los mismos calibres obsoletos, aunque
otros se han preocupados en seleccionar juegos de calibres para el diapasón y afinación
particular del cuatro. Abundaremos mas sobre este tema en el Apéndice.
Las clavijas
Los ejemplares de cordófonos nativos de la primera mitad del siglo 20 que sobreviven en
colecciones privadas, como las de Francisco López Cruz, Teodoro Vidal y otras muestran
tarugos o clavijas de madera de rústica hechura, con las que se ataban y tensaban las
cuerdas al extremo superior del mástil. El violero experto dispone de utensilios sofisticados
para hacer con exactitud la superficie cónica de una clavija de madera, así como para
perforar el hueco dentro del cual se aprieta. Aun con eso, los violinistas reconocen la
dificultad para cambiar la tensión de las cuerdas y afinarlas, con rapidez y corrección. Hay
que imaginar las grandes dificultades que el instrumentista de cuerdas jíbaras enfrentaba
para obtener la afinación razonable de su instrumento. El mayor problema con las clavijas
rústicas era que, por un lado, se soltaban de pronto haciendo perder tensión a la cuerda, y
por otro, se encajaban sin remedio y no se les podía soltar por mucho se tratara. Para evitar
el perjuicio, había que usar cualquier lubricante seco que viniera a la mano. El maestro
cuatrista Nicanor Zayas (1910-2009) describió los múltiples obstáculos que enfrentaban
los músicos jíbaros a causa de cuerdas y clavijas inapropiadas.
Cuando se nos rompía una cuerda había que venir con la lámpara, uno añadiendo y
empatando al oscuro. Había veces que uno no llevaba cuerdas y se partían y tenía que estar
añadiendo en el oscuro. Porque si uno se pasaba de aquí, ya no servían pero no se podía hacer
más na’. Las cuerdas eran de tripa. Eran más blandas. Pa’ los 20 y pico ya lo que había era
cuerdas de acero. Lo de cuerda de tripa era mucho atrás. Era los primeros cuatristas que era
los que usaban las cuatro cuerdas, la mayor parte… Lo que tenían era que poner ceniza [en el
tarugo] para que no resbalara y le tenían que poner ceniza pa’ que se aguantara porque si la
ponían sola, ahí volvía, y se iba pa’ tras y se salía, ¿entiende? Eso me lo contaron. Yo no toqué el
cuatro con eso, me lo contaron los mas viejos.