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noble le gusta aliarse con la reacción política, como si la democracia en tanto que
tal (la categoría cuantitativa de la masa) fuera la causa de lo vulgar y no la
opresión permanente en medio de la democracia. Hay que mantenerse fiel a lo
noble en el arte, que al mismo tiempo tiene que reflejar su propia culpabilidad, su
complicidad con el privilegio. Su refugio ya sólo es la firmeza y la resistencia del
dar forma. Lo noble se convierte en lo malo, en lo vulgar, mediante su
autoposición, pues hasta hoy no hay nada noble. Mientras que, desde el verso de
Hölderlin90, ya nada santo vale para el uso, lo noble se nutre de una contradicción,
como podía notar el joven que Ida con simpatía un periódico socialista y al mismo
tiempo sentía repugnancia hacia su lenguaje y su mentalidad, el fondo subalterno
de la ideología de una cultura para todos. En todo caso, aquello por lo que ese
periódico tomaba partido no era el potencial de un pueblo liberado, sino el pueblo
como complemento de la sociedad de clases, el universo estético de votantes con
el que hay que contar.
90 Cfr. Friedrich HÖLDERLIN, «Eins hab ich die Muse gefragt», en op. cit., vol. 2, p. 230.