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El Gato

Dos puntos fosforescentes acechaban desde la parte


superior del techo; ante ellos, la superficie de éste se
extendía a la débil luz de las estrellas, cubierta de hojas y
papeles aplastados y podridos por lluvia; el animal
descansaba muellemente, sin moverse; sus ojos no se
apartaban del rincón opuesto del techo, aquel donde varios
maderos viejos y carcomidos estaban apilados.

De pronto, los músculos del gato se pusieron en tensión, se


convirtieron en firmes elásticos, prestos al salto; sus ojos se
clavaron en un hueco entre dos maderos, la cabeza del ratón
estaba allí, asomaba, moviéndose ligeramente de un lado a
otro, como esperando a ver qué sucedía; la paciencia del
gato iba dando sus frutos, al fin salía el escurridizo ratón, se
decidía a abandonar su cueva en busca de alimento; allí
estaba, ya salía.

- Y, dime, querida, ¿cómo te fue en ese juego de canasta?


La voz resonó bastante fuerte; ella y un torrente de luz
amarillenta brotaron de improviso desde la abierta ventana
del segundo piso de la casa del lado; casi simultáneamente,
el ratón retrocedió de un solo brinco los pocos pasos que
había avanzado, introduciéndose de nuevo en su refugio.
Los músculos del gato se aflojaron mientras sus ojos
miraban hacia la ventana y sus orejas se movían
ligeramente.

- Oh, ya sabes como son esas reuniones, Ernesto; la canasta,


unos cuantos cócteles y…chismes, muchos chismes.

- Si, sobre todo los chismes, querida; no podían faltar en


una reunión…de mujeres.
Un rectángulo de claridad se extendía sobre el techo; más
allá, el gato estaba sentado de nuevo, cómodamente, los
músculos relajados; sus ojos se entornaban al mirar por
sobre el rectángulo hacia el rincón oscuro de los maderos.

- ¿Estaba la esposa de Alberto, querida?


La voz llegó esta vez algo más distante, profunda.
- No, no estaba Isabel.

Un fuerte gorgoteo se escuchó al mismo tiempo que la voz,


alejada y profunda; el gato volvió la vista hacia la ventana y
pestaño varias veces.

¿Fue en casa de Julián el juego?


- Eh! no, no fue en casa de Julián.
Una suave brisa soplaba desde el Norte; los ojos del gato
brillaban en la oscuridad; ya se acostumbraría pronto a las
voces y a la luz, ya saldría de nuevo de la seguridad de la
cueva.
- Y entonces, ¿dónde fue el juego, María?
La voz del hombre se escuchaba ahora más fuerte y clara,
aunque en realidad había bajado un poco el tono.

- En casa de Amalia.


Una sombra se alargó casi hasta el techo de la casa vecina al
recortarse la figura del hombre contra la ventana; el gato
miró la sombra, luego la figura, y se movió sobre sus
acolchadas patas traseras, con suavidad, impaciente.
- Creí que me habías dicho que iban donde Julián.
- Si… íbamos a casa de Julián; pero luego se decidió ir
donde Amalia.
- Ah!
La sombra alargada se deslizó sobre el techo y se fundió en
el oscuro resto de su superficie.
- Menos mal que no fueron donde Julián.
- Por qué lo dices?
- Es que estuve a punto de ir allá al salir de la reunión?
La espalda del gato se encorvó, mientras sus orejas se
movían hacia los lados; un leve crujido había surgido del
rincón de los maderos.
-¿Hubiera sido un viaje tonto si lo hubiera hecho, no es así
querida?
La voz de la mujer llegó al techo algo apagada a su vez,
insegura.
-Sí, claro Ernesto, claro.
- Así es, querida, así es; hubiera sido un viaje tonto; porque
tú no estabas donde Julián. ¡Verdad!

El lomo del gato estaba completamente arqueado, los


músculos de sus patas tirantes como resortes, sus ojos
clavados en el rincón oscuro de los maderos, donde de
nuevo asomaba la nariz olisqueante del ratón, moviéndose
nerviosamente de un lado a otro.

No, ¿cómo iba a esta ahí? si estaba jugando en casa de


Amalia.
El cuerpo del gato se levantó un poco sobre sus patas,
lentamente.
- Pues yo, como no estaba seguro del lugar donde jugaban,
querida, decidí llamar a casa de Amalia para informarme.

El felino se movió sinuosamente hacia delante, dos, tres


pasos; el ratón había avanzado, en una nerviosa carrerita,
un buen trecho sobre la superficie del techo.

- Este…sabes, Ernesto, no quería decírtelo, pero no fuimos a


jugar, fuimos a un bar y bebimos unos tragos. Una tontería,
no debí hacerlo, por eso, por eso no quería decírtelo.

-Sí, una tontería y sin embargo tu carro estaba en la


marquesina de Julián.
Las patas delanteras del gato se encogieron mientras su
rabo se arqueaba; el ratón olisqueaba una vetusta semilla de
mango, punteando el suelo con sus tímidas patas.
- Pero Ernesto, no estarás creyendo que yo…
- No querida, no estoy creyendo nada malo de ti; estoy
seguro, completamente seguro.
El elástico cuerpo se movió hacia atrás, sin despegar las
patas del suelo cubierto de hojas y papeles podridos.
- No, Ernesto, no; no es como tú crees, estás equivocado,
¿Qué vas hacer, Ernesto, qué?
Una mancha atravesó velozmente el alargado rectángulo de
la luz.
- No, no por favor.
El cuerpecillo del ratón se estremecía espasmódicamente, al
resonar el agudo alarido, el gato levanto la cabeza; sus
pupilas brillaron al reflejar la luz de la ventana.

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