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CONSIGNAS:

1. Lectura "El sí de las niñas " de Leandro Fernández de Moratín.

2. Lectura de Arnold Hauser(1969),cáp 2 y 4 en HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA Y EL


ARTE ,tomo II. Artes Gráficas Benzal, Madrid.

3. El Neoclasicismo en la Literatura española: ejemplificar, con citas de la obra de Moratín los


rasgos que caracterizaron a la corriente literaria anteriormente mencionada.

4. Explicar el título de la obra.

5. Comentar lo referente a la "realidad representada" y el autor.

RESPUESTAS:

1. Actividad realizada.

2. Actividad realizada.

3. El siglo XVIII ha sido llamado el Siglo de las Luces, de la Ilustración y del Iluminismo, por
oposición a las épocas anteriores, consideradas periodos de oscuridad y barbarie. Esto es
inexacto, porque el pensamiento del siglo XVIII posee como base los hallazgos filosóficos y
científicos de los siglos anteriores. Así, a fines del XVII y fines del XVIII estaban dadas las
condiciones para el Siglo de las Luces: afirmación de la burguesía, crecimiento del capitalismo,
poder de la monarquía en el continente mientras en Inglaterra tomaba cuerpo el régimen
parlamentario; el pensamiento científico estaba regido por las ideas de Galileo, Descartes y
Newton que, junto con el racionalismo y el empirismo, habían reemplazado a Aristóteles por las
matemáticas y la experiencia. Exaltación de la razón, desarrollo del espíritu crítico,
anticlericalismo, gran desarrollo científico, fe en el progreso y búsqueda de la felicidad terrenal,
son las ideas que van a dominar a los hombres de la Ilustración. Voltaire, Montesquieu, Rousseau,
Diderot, hombres de la Enciclopedia y de la Ilustración, extendieron sus ideas progresistas desde
Francia a todo el continente.
Es especialmente la Enciclopedia (“Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios”),
publicada entre 1751 y 1772, el vehículo de difusión de las nuevas ideas. España recibe estas
influencias y las propaga con la creación de Academias, Sociedades y salones. El pensamiento de
hombres de ideas renovadoras, como Jovellanos, Feijóo, Aranda, etc., considerados “afrancesados”
por sus compatriotas, muestra el cambio radical que se opera en la sociedad europea del siglo XVIII y
que prepara el estallido de la Revolución Francesa en 1789.
La nivelación cultural se expresa en Inglaterra del modo más sorprendente en la formación de un
nuevo y regular público lector, lo que significa un círculo relativamente amplio que compra y lee libros
de manera regular y asegura de este modo a un cierto número de escritores una forma de vida
independiente de obligaciones personales. La existencia de este público está condicionada sobre todo
por la aparición de la burguesía acomodada, que rompe las prerrogativas culturales de la aristocracia y
manifiesta por la literatura un vivo interés, constantemente creciente. Los nuevos fomentadores de la
cultura no muestran ninguna personalidad individual que sea lo suficientemente rica y ambiciosa para
poder actuar de mecenas, pero son lo bastante numerosos para garantizar al mantenimiento de los
escritores la necesaria venta de libros.
El único género de libros que en el siglo XVII y principios del XVIII tenía un público más amplio era la
literatura de edificación religiosa; la literatura de diversión profana formaba sólo una parte insignificante
de la producción. El clero protestante desempeñó un importante papel en la difusión de la literatura
profana y en la educación del nuevo público lector.
El patronazgo es la forma puramente aristocrática de relación entre escritor y público.
El papel mediador del editor entre el autor y el público comienza con la emancipación del gusto
burgués de los dictados de la aristocracia y es él mismo un síntoma de esta emancipación. Con él se
desarrolla por primera vez una vida literaria en el sentido moderno, caracterizada por la aparición
regular de libros, periódicos y revistas, y, sobre todo, por la aparición del técnico literario, el crítico, que
representa el patrón general de valores y la opinión pública en el mundo literario.
El neoclasicismo en la Literatura española, consiste en la creación de obras de teatro que se ciñen a
las famosas reglas de las tres unidades.
El Renacimiento y el Neoclasicismo se basaron, para establecer tales reglas dramáticas, en la Poética,
de Aristóteles, que es la primera obra conocida de crítica literaria, y en la Epístola a los Pisones, de
Horacio; “y se impusieron no por amor al teatro antiguo, sino por temor a la anarquía y por el deseo
predominante en la época del neoclasicismo de lograr un orden social y político”.
Las tres unidades:
a) La unidad de acción: el argumento de la obra debía tener un solo nudo y un solo desenlace, sin
desviarse de una línea única, sin argumentos secundarios que confundieran e hicieran olvidar el
principal;
b) La unidad de tiempo: la acción debía ser sucesiva y continuada -tal como sucede en la realidad-;
como máximo podía durar un día; el ideal era que durara algunas horas, dando así a la obra
realidad y verosimilitud, con lo cual la lección moral sería más eficaz;
c) La unidad de lugar: la acción de la obra debía desarrollarse en el mismo sitio, teniendo en algunos
casos una sola decoración para todos los actos.
La normativa neoclásica es manejada por Moratín con pericia y naturalidad. Las tres unidades se dan
en El sí de manera fluida y sin forzar las situaciones.
Desde el comienzo, la unidad de lugar está fijada; la elección de una posada se debe a que es un
lugar que permite el encuentro de numerosos personajes, en este caso en Alcalá de Hinares, lugar
cercano a Madrid y sitio obligado de detención de los carruajes que recorrían el camino entre Madrid y
Zaragoza. También en la acotación escénica se fija la unidad de tiempo: “la acción comienza a las
siete de la tarde y acaba a las cinco de la mañana siguiente”; no hay aclaración de fecha, pero se
supone que la época es contemporánea a la del autor. Esta limitación de la duración a unas pocas
horas no se convierte en un obstáculo para la acción, sino que la concentra sin quitarle verosimilitud y
dinamismo.
La unidad de acción se cumple a lo largo de la obra; no hay elemento de la trama que moleste el
desarrollo de la historia principal para guiarla felizmente a su desenlace.
También en el Discurso preliminar a sus Comedias, Moratín expone las bases del nuevo teatro:
“...la comedia podría definirse así: Imitación en diálogo (escrito en prosa o verso) de un suceso
ocurrido en un lugar y en pocas horas entre personas particulares, por medio del cual, y de la oportuna
expresión de afectos y caracteres, resultan puestos en ridículo los vicios y errores comunes en la
sociedad, y recomendada por consiguiente la verdad y la virtud.”
Se encuentra en estas palabras el intento de ceñir a la comedia en normas de verosimilitud (aunque no
copia), para hacer creer al espectador cuando allí se presenta (de ahí el uso del diálogo y la sencillez
en el verso y la prosa), sin amontonamiento de episodios en tiempos y lugares distintos, buscando en
la clase media a los personajes y argumentos que expresen mejor los principios buscados y la
enseñanza consiguiente.
CITA:
“Ello también ha sido extraña determinación la de estarse usted dos días enteros sin salir de la
posada. Cansa el leer, cansa el dormir… y, sobre todo, cansa la mugre del cuarto, las sillas
desvencijadas, las estampas del hijo pródigo, el ruido de campanillas y cascabeles, y la conversación
ronca de carromateros y patanes, que no permiten un instante de quietud.”
(Acto I. Escena I. Pág. 35)
CITA:
“¡Mandar, hija mía!... En estas materias tan delicadas los padres que tienen juicio no mandan.
Insinúan, proponen, aconsejan; eso sí, todo eso sí; ¡pero mandar!… ¿Y quién ha de evitar después las
resultas funestas de lo que mandaron?… Pues, ¿cuántas veces vemos matrimonios infelices, uniones
monstruosas, verificadas solamente porque un padre tonto se metió a mandar lo que no debiera?…
¿Cuántas veces una desdichada mujer halla anticipada la muerte en el encierro de un claustro, porque
su madre o su tío se empeñaron en regalar a Dios lo que Dios no quería? ¡Eh! No, señor; eso no va
bien… Mire usted, doña Paquita, yo no soy de aquellos hombres que se disimulan los defectos. Yo sé
que ni mi figura ni mi edad son para enamorar perdidamente a nadie; pero tampoco he creído
imposible que una muchacha de juicio y bien criada llegase a quererme con aquel amor tranquilo y
constante que tanto se parece a la amistad, y es el único que puede hacer los matrimonios felices.
Para conseguirlo no he ido a buscar ninguna hija de familia de estas que viven en una decente
libertad… Decente, que yo no culpo lo que no se opone al ejercicio de la virtud. Pero ¿cuál sería entre
todas ellas la que no estuviese ya prevenida en favor de otro amante más apetecible que yo? Y en
Madrid, figúrese usted en un Madrid… Lleno de estas ideas me pareció que tal vez hallaría en usted
todo cuanto deseaba.”

(Acto II. Escena V. Pág.65)

4. Con respecto al título “El sí de las niñas”, hace referencia a que la expresión Sí, emitida en este
caso por Doña Francisca está relacionada con la acción de complacer a su madre, la sumisión al
autoritarismo impuesta por su progenitora, cumplir los sueños frustrados de Doña Inés. Para no
obtener represalia, enojos, malestares decide decir sí sin cuestionar y dejar sus intereses, deseos,
anhelos en un tercer plano al borde de jamás cumplirlos y morir con una vida frustrada. En este
accionar se ve reflejada la crítica que Moratín hace a la sociedad del momento.
Esto se ve reflejado en la opinión emitida por Don Diego: “Él y su hija de usted estaban locos de amor,
mientras que usted y las tías fundaban castillos en el aire, y me llenaban la cabeza de ilusiones, que
han desaparecido como un sueño… Esto resulta del abuso de autoridad, de la opresión que la
juventud padece; éstas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar
en el sí de las niñas… Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba… ¡Ay de aquellos
que lo saben tarde!”
(Acto III, Escena XIII, Página 114)
5. Con respecto a la realidad representada y el autor, El sí de las niñas es lo que se llamaría en
psicología una sublimación de un episodio de la vida del autor. Se sabe que estuvo de novio,
siendo ya maduro, con doña Francisca Muñoz, muchísimo má joven que él, y que después de
varios años de relación con ella, esta rompió el compromiso para casarse con un joven militar. Sin
embargo, Moratín nunca dejó de ser el fiel amigo de “Pacita” (así la llamaba a veces, remedando
la mala ortografía de la jovencita), la auxilió espiritual y económicamente, y ella fue la depositaria
de sus enseres cuando él huyó a Francia.
Toda la ternura que Moratín debe haber sentido por la Paquita real, y la comprensión que le permitió
sobreponerse al casamiento de ella con el joven Valverde y conservar su amistad a lo largo de los
años, hasta su muerte, se traslucen en El sí, en las actitudes de don Diego.
Se cree que doña Irene tiene mucho en común con la madre de la Paquita real. El resto es pintura de
seres, de lugares, de costumbres típicas de la España de su época, que se ofrecían a su fino espíritu
de observación, y es también un nuevo ángulo desde el que ve su tema favorito: la educación de la
mujer, y como corolario del mismo la injusticia del casamiento con un viejo impuesto a una jovencita.
Por otra parte, Ramón Fernández, a quien cita Eric Bentley, “la intriga creadora no es simplemente una
fiel transcripción de probabilidades. Debe su acabado, su impacto, y su interés, a su significado”.
Estas condiciones se dan en El sí de las niñas, pues no hay que olvidar que una obra de teatro no es
mera transcripción de la realidad, sino un producto del intelecto.
BIBLIOGRAFÍA:
● Arnold Hauser(1969),cáp 2 y 4 en HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA Y EL ARTE ,tomo
II. Artes Gráficas Benzal, Madrid.
● “El sí de las niñas” de Leandro Fernández de Moratín, Ediciones Colihue SRL, 1º ed. 12ºreimp.
- Buenos Aires: 2006.
● El sí de las niñas de Leandro Fernández de Moratín, Editorial Kapeluz, Estudio preliminar.

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