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22 MAR 2021 PÁGINA 1

El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019


Páginas iniciales

EL TRABAJO SOCIAL EN LA ERA DIGITAL


Primera Edición

(Autor)

Joaquín Castillo de Mesa

Primera edición, 2019

Esta publicación ha sido financiada con fondos de la acción 42 - Fomento de las Redes Docentes
de Excelencia, en el marco del I Plan Propio Integral de Docencia de la Universidad de Málaga
del año 2018.

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22 MAR 2021 PÁGINA SM-1
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Contenido

Co n ten id o
Consejo Social Work

Prólogo

Módulo I. La ruptura de la narrativa social en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)

Módulo II. Consecuencias de la digitalización para el medio urbano (JOAQUÍN CASTILLO DE


MESA)

Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)

Módulo IV. Desigualdad, brecha digital y competencias digitales (JOAQUÍN CASTILLO DE


MESA)

Módulo V. Los servicios sociales en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)

Referencias bibliográficas

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22 MAR 2021 PÁGINA I
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Consejo Social Work

Consejo Social Work.

SOCIAL WORK SERIES ARANZADI

Editor:

ANTONIO LÓPEZ PELÁEZ, PROFESOR,

Department of Social Work, Faculty of Law, UNED (España)

INTERNATIONAL EDITORIAL BOARD

ANDRÉS ARIAS ASTRAY FRANCISCO GORJON GÓMEZ

(Departamento de Trabajo Social, (Facultad de Derecho y


Universidad Complutense de Criminología, Universidad
Madrid, España) Autónoma de Nuevo León,
Monterrey, México)

MARTHA LETICIA CABELLO GARZA JEFFREY L. LONGHOFER

(Facultad de Trabajo Social y (School of Social Work, Rutgers


Desarrollo Humano, Universidad University, The State University of
Autónoma de Nuevo León, New Jersey, USA)
Monterrey, México)

JOAQUÍN CASTILLO DE MESA CHAIME MARCUELLO SERVÓS

(Departamento de Psicología (Departamento de Psicología y


Social, Trabajo Social, Sociología, área de Trabajo Social y
Antropología Social y Estudios de Servicios Sociales, Universidad de
Asia Oriental, área de Trabajo Zaragoza, España)
Social, Universidad de Málaga,
España)

MARÍA DEL PILAR CHARRO BAENA ENRIQUE PASTOR SELLER

(Derecho Privado y Derecho del (Facultad de Trabajo Social,


Trabajo y la Seguridad Social, Universidad de Murcia, España)
Universidad Rey Juan Carlos,
Madrid, España)

BRID FEATHERSTONE ESTHER RAYA DÍEZ

(University of Hudders#eld, (Departamento de Derecho, área de


Queensgate, Hudders#eld, UK) Trabajo Social y Servicios Sociales,
Universidad de la Rioja, España)

YOLANDA DE LA FUNTE ROBLES KARLA ANNETT CYNTHIA SÁENZ LÓPEZ


(Departamento de Psicología, área (Facultad de Contaduría Pública y
de Trabajo Social y Servicios Administración, Universidad
Sociales, Universidad de Jaén, Autónoma de Nuevo León,
España) Monterrey, México)

ROBERTA TERESA DI ROSA SAGRARIO SEGADO SÁNCHEZ-CABEZUDO

(Università degli Studi di Palermo, (Departamento de Trabajo Social,


Italia) Facultad de Derecho, UNED,
Madrid, España)
HECTOR LUIS DÍAZ SILVIA VÁZQUEZ GONZÁLEZ

(School of Social Work, Western (Unidad Académica de Trabajo


Michigan University, Kamalazoo, Social y Ciencias para el Desarrollo
USA) Humano, Universidad Autónoma de
Tamaulipas, Victoria, México)

JORGE FERREIRA

(Instituto Universitário de Lisboa,


ISCTE-IUL, Portugal)

JERRY FLOERSCH MIEKO YOSHIHAMA

(School of Social Work, Rutgers (School of Social Work, University


University, The State University of of Michigan, Ann Arbor, USA)
New Jersey, USA)

NEIL GILBERT YUNHUA XIANG

(School of Social Welfare, UC (Center for Social Security Studies,


Berkeley, USA) Wuhan, China)

EMILIO JOSÉ GÓMEZ CIRIANO DARJA ZAVIRŠEK

(Departamento de Derecho del (Faculty of Social Work, University


Trabajo y Trabajo Social, of Ljubljana, Slovenia)
Universidad de Castilla-La
Mancha, Cuenca, España)

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22 MAR 2021 PÁGINA II
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Prólogo

Prólogo.

...

Mi intención a la hora de escribir este libro es que pueda ser de utilidad para el Trabajo Social, para
que los trabajadores sociales amplíen sus parámetros existenciales de reflexión y de referencia,
contribuyendo en lo posible, desde ese espacio que se crea cuando empujamos los límites del
conocimiento, a acelerar el progreso de la profesión, siendo conscientes de cuál es nuestro rol en la
actual sociedad cambiante y confusa.

Es desde una vida profesional vivida en el ejercicio continuo del Trabajo Social, y en la aproximación
sincera a estas premisas, que pretendo plantear el panorama que se nos presenta como trabajadores
sociales en la era digital. Para así, poder transitar de forma cabal y serena a la nueva realidad que nos
aguarda, con la garantía total de no tener que pagar ningún peaje por no haber dejado ir todo lo
obsoleto, lo anquilosado, para darle la bienvenida a lo nuevo, a lo distinto.

La evolución consciente requiere de un esfuerzo personal. El abandono de prácticas tradicionales y la


búsqueda de los mejores medios que aborden las necesidades sociales no debe asustar ya que,
identificar problemas, detectar necesidades y e imaginar oportunidades de solución ha sido, desde
siempre, un rasgo distintivo de los profesionales del Trabajo Social. No debemos vacilar en tratar de
acelerar dicho proceso. Y hacerlo juntos, ya que el trabajo es social, es de todos, un reto que debe
culminarse en sus distintas aristas. Desde la educacional, desarrollando programas mejor adaptados a
la realidad actual y desde lo profesional, probando soluciones, adoptando innovaciones, poniendo en
el centro a los usuarios, en la búsqueda de su aportación continua, de sus demandas, de sus
requerimientos y necesidades. Es un desafío importante, pero no hay que cejar en el empeño.

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-1.1
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo I. La ruptura de la narrativa social en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE
MESA)
I. El empleo en la era digital: sharing y empleos gig

Módulo I

La ruptura de la narrativa social en la era digital


JOAQUÍN CASTILLO DE MESA

Sumario:

I. El empleo en la era digital: sharing y empleos gig


II. Consecuencias sociales y demográficas que afrontar desde el Trabajo Social
1. El incremento de la precariedad y la autoexplotación
2. La emancipación tardía
3. El declive de la natalidad
4. Otras formas de convivencia
5. La incorporación laboral de la mujer y la ausencia de conciliación
6. La longevidad y el envejecimiento activo
7. Alternativas de solución para un nuevo modelo de organización social

La sociedad está cambiando de una forma tan rápida que resulta cada día más difícil
comprender lo que está pasando. Nunca habíamos vivido de una manera tan acelerada. Harari
(2018) afirma que “A lo largo de la historia los humanos no sabíamos con exactitud qué iba a
pasar en 20 o 30 años, pero podíamos adivinar lo básico. Antes, si vivías en la Edad Media en
Castilla, en dos décadas pasaban muchas cosas (quizás la unión con Aragón, la invasión árabe...),
pero el día a día de la gente seguía siendo más o menos el mismo. Ahora no tenemos ni idea de
cómo será el mercado de trabajo y las relaciones familiares en un futuro próximo. Esto crea una
confusión enorme”. Temas contemporáneos como el trabajo, las nuevas formas de convivencia,
la familia, la educación y la inmigración, así como temas más abstractos como la justicia, la
libertad, la guerra y la religión están cambiando a un ritmo frenético. El futuro es tan incierto
que las personas, especialmente los jóvenes, buscando certezas, se centran en las historias que
conocen y que les ofrecen la promesa de una verdad invariable.  Como causa o como
consecuencia de estos cambios, las necesidades y las prioridades de la ciudadanía están
cambiando.

Al mismo tiempo el progreso de la ciencia y la tecnología aumenta cada vez más. Encontramos
diferentes tipos de datos relacionados con el estilo de vida de las personas que predicen un
cambio de orden social. Estos cambios se reflejan en diferentes patrones de comportamiento en
relación a etapas vitales de la vida de las personas. La fertilidad, la composición del hogar, el
proceso de emancipación, la inclusión laboral, el envejecimiento y la esperanza de vida están
cambiando rápidamente en nuestra sociedad. De manera paralela, las diversas instituciones de
socialización (como la familia, la educación, el mercado de trabajo, los medios de comunicación,
internet...) están modificando la forma en que nos relacionamos. En otras palabras, el modelo a
seguir que la generación anterior ha transmitido a sus hijos está obsoleto. Nuestros padres
intentaron decirnos cómo organizar nuestras vidas construyendo narrativas en base a lo vivido.
Esta narración intergeneracional, de forma muy general, es seguramente aquello que todos
hemos escuchado, o visto como modelo, antes:

“Primero, nuestros padres nos dicen que debemos estudiar tanto como sea posible para obtener
una buena posición en el mercado laboral. Después nos dicen que tenemos que encontrar una
estabilidad, esforzarnos para conseguir un trabajo estable, etc. Y, por supuesto, cuando encuentres
este tipo de trabajo podrás conseguir una casa, en propiedad o en alquiler. Quizás ese puede ser el
momento para tener una relación estable, tal vez incluso casarse y tener hijos. En líneas generales,
estas etapas vitales se suelen querer llevar a cabo, de acuerdo a la propia edad biológica, cuando se
tienen entre 20 y 30 años. Si todo va tal cual lo previsto, después de trabajar durante más de 35
años, normalmente después de los 65 años, podrás jubilarte y si has trabajado suficientemente
duro anteriormente, tendrás una buena recompensa en forma de una pensión digna que te
permitirá vivir bien el resto de tu vida".

Nuestros abuelos y padres construyeron y transmitieron este relato en base a sus propias
experiencias. Con toda la buena intención trataron de guiarnos a través de esta narrativa social.
Pero tal vez estos patrones sean imposibles de seguir hoy día, lo cual puede estar generando
mucha frustración hoy en día. ¿Es esta narrativa social alcanzable para los jóvenes? ¿Podemos
seguir contando el mismo relato a nuestros jóvenes en el seno de las familias y en las escuelas?
Quizás es el momento de repensar nuestro actual orden social, para considerar si determinados
patrones deben ser "actualizados" o si el modelo social directamente se ha quedado obsoleto,
para poder adaptar la intervención desde el Trabajo Social.

I. EL EMPLEO EN LA ERA DIGITAL: SHARING Y EMPLEOS GIG

A fines del siglo XIX y durante el siglo XX se produjeron importantes cambios demográficos y
sociales. La sociedad industrializada trajo una migración masiva desde los entornos rurales a las
ciudades urbanas y se dieron diferentes cambios en el estilo de vida de las personas. Si
queremos entender nuestro modelo de organización social, tenemos que darnos cuenta que el
principal fenómeno revolucionario en la sociedad industrializada del pasado fue el contrato
social, con el salario como la principal forma de asegurar e intercambiar recursos. Como Castel
(1997) planteaba, el orden social en la Sociedad Industrial se construyó y organizó sobre la base
de la división del trabajo, del empleo y el salario.

Hubo una amplia oferta de trabajo en esa etapa histórica. Por lo tanto, había muchas
posibilidades de empleo para las personas. El mercado de trabajo era una institución de
socialización muy importante. Las fábricas estaban ubicadas en las ciudades, donde la gente
pasaba mucho tiempo trabajando juntas. Esta relación fue el factor clave para la organización
sindical, desde la que se pudo vertebrar la lucha por los derechos sociales. Las luchas por las
mejoras sociales se basaban en la solidaridad, ya que las personas establecían lazos a partir del
tiempo que se compartía en el mismo lugar de trabajo. Y la clave era que había unos roles
sociales bien identificados, los poseedores de los medios productivos y la fuerza laboral. Y a
partir de las diferencias en los niveles de acceso a mayor o menor riqueza se estableció una
categorización que permitía construir un relato creíble. Este relato contenía una esperanza que
movía a las personas y que las hacía creer en la utopía de un futuro mejor. Este modelo fue muy
exitoso durante el siglo pasado. El siglo XX fue llamado el siglo de la "redistribución de la
riqueza" y fue el siglo en el que más se redujo la desigualdad de ingresos. Las generaciones en el
siglo XX tuvieron la oportunidad de trabajar, de tener un salario estable en una empresa donde
podían ser ascendidos y obtener una mejor posición. Entonces, la movilidad social funcionaba.
Nuestros abuelos y padres podían obtener una mejor posición en la misma empresa donde
habían trabajado durante muchos años. Entonces, cuando se lograba esta situación económica
estable era posible comprar una casa, adquirir un automóvil, otrora símbolo del éxito. El coste
de vida era más bajo y el poder adquisitivo era más alto que el actual, suficiente para cubrir
necesidades básicas e incluso secundarias. Por supuesto, por otro lado, también había pobreza y
dificultades y necesidad de protegerse frente a ello. Por esto se creó el Estado de Bienestar
actual. El eje en el que se fundamentaba la cuestión social era el salario y la capacidad de
distribución de recursos mediante el mercado de trabajo. Sin embargo, a lo largo de los siglos XX
y XXI el mercado de trabajo ha cambiado a un ritmo vertiginoso. En la actualidad el mercado
laboral forma parte de una economía globalizada y, por lo tanto, un mercado laboral global.
Toda empresa busca formas de reducir costos y evitar posibles gastos. Los derechos sociales
aumentan el costo de la mano de obra, lo que hace que las empresas se deslocalicen allá donde
el costo sea menor. Las empresas se localizan en diferentes lugares para ahorrar dinero.
Además, la digitalización ha menguado la capacidad de crear empleos de forma masiva y está
disminuyendo cada vez más en las sociedades occidentales. Hace años, Rifkin (1995), con su
teoría del “fin del trabajo", predijo que en el futuro no habría trabajos para todos y que solo los
trabajadores más cualificados lo tendrían en base a esa ventaja competitiva. El desplazamiento
tecnológico está en marcha. No se trata de ser tecnológicamente deterministas. Schumpeter
(1942) nos alentó al optimismo popularizando el principio de la destrucción creativa que
enunció años antes el sociólogo Sombart. Y efectivamente, el trabajo no se destruye, se
transforma, pero la cuestión es en qué cuantía y, sobre todo, de qué manera, con qué calidad.

Para saber hasta qué punto puede afectar al empleo actual, Frey y Osborne
(2018),  investigadores de la Universidad de Oxford, han identificado a aquellos trabajos con
mayor posibilidad de desaparición. Un buen punto de partida ha sido identificar a aquellos
trabajos que no son tan fácilmente replicables por las máquinas. La tesis que ha guiado su
trabajo es que los menos amenazados serán aquellos que no se basen en la palabra anatema
“rutina”. Frente a ello, apuestan por la originalidad y la inteligencia social, las dos facultades
humanas más difíciles de automatizar. De ahí que las profesiones menos amenazadas por la
digitalización sean aquellas que demandan una combinación de estas habilidades. En base a
estas premisas han elaborado una relación de empleos que se van a perder y otros que puedan
sobrevivir a esta oleada de destrucción de empleo. Parten de la evidencia de cómo algunos
puestos de trabajo, como los cajeros de supermercados o los obreros de las cadenas de montaje,
ya han visto como con la automatización dejaban de ser demandados. El desarrollo de la
robótica y la inteligencia artificial cada vez amenaza más profesiones, incluyendo muchas de las
típicamente consideradas "de cuello blanco".  Como explican Frey y Osborne (2017) en su
informe original "El futuro del empleo", la mayoría de empleos en los que abundan las tareas
generalistas que requieren inteligencia social  tienen bajo riesgo. Y lo mismo ocurre con la
mayoría de ocupaciones en el sector social y en salud, en la educación, los relacionados con el
arte y con los medios de comunicación. El sector social y el sector salud, con ocupaciones como
trabajadores sociales, doctores, cirujanos, nutricionistas, dentistas, pediatras y psicólogos,
dominan la lista de aquellas con un factor de riesgo menor al 1%. Esto parece lógico en un
contexto en el que los avances tecnológicos también están extendiendo la esperanza de vida. En
el avance del progreso científico, los empleos que aporten altos niveles de valor y de inteligencia
creativa, y de conocimiento no serán amenazados.

En contraposición, anticipan estos investigadores de la Universidad de Oxford que la mayor


parte de las personas que trabajan en transporte y logística serán remplazados por la tecnología.
Y lo mismo pasará con los empleados dedicados a trabajos de apoyo administrativo y la mano de
obra productiva del sector manufacturero. Y plantean que determinadas profesionales
clasificadas como de riesgo "medio", como jueces y magistrados, economistas, historiadores,
pilotos y asesores financieros pueden extinguirse en 2025.

Uno de los cambios fundamentales que ha afectado a las relaciones laborales es la emergencia
del sharing, sustituyéndose determinadas cadenas de intermediación por una intermediación
digital (Hamari, Sjöklint y Ukkonen 2016). El autoservicio es una fuerza imparable que nació en
los sectores del supermercado y la gasolinera, siguió con el comercio electrónico y ahora está
afectando a sectores tales como el turismo, el transporte y las comunicaciones. Se han
difuminado los papeles de productor y consumidor de la economía distribuida. Es en este punto
donde aparece con fuerza el concepto de propiedad. El poseedor de un bien, el que sea, puede
sacarle partido. Si es un vehículo puede ejercer de taxista, si es poseedor de un inmueble puede
ejercer de hotelero. Hasta se pueden llegar a fabricar objetos en casa con impresoras 3D. Nada
de todo esto ocurrió porque sí. Esto ha sido el ocaso de miles de puestos de trabajo, pero también
la invención de muchos otros puestos de trabajo.

Sin embargo, el debate está en la calidad de este empleo alternativo, ya que parte de estas
nuevas alternativas de empleo muestran un avance de la precariedad laboral. Un claro ejemplo
de esto es cómo se está sustituyendo el empleo mecánico o manual por los empleos gig, definidos
como aquellos empleos que se han generado a partir de que las personas que usan aplicaciones
online puedan desempeñar un trabajo, tanto a nivel local como a distancia. Este tipo de empleo
se ha expandido a nivel mundial a un ritmo creciente. Se estima que 70 millones de trabajadores
en todo el mundo están registrados en plataformas laborales online tipo Deliveroo.com o
Glovo.com. Si bien la discusión política a menudo se centra en el trabajo gig local como los
servicios de entrega de alimentos, Wood, Graham, Lehdonvirta y Hjorth (2019) sugieren que
cada vez más personas con empleos de “cuello blanco” se conectan vía online para desarrollar
funciones remotas, como servicios de programación y de traducción. Si bien la flexibilidad y la
autonomía del trabajo remoto puede beneficiar a algunos trabajadores, una nueva investigación
del Oxford Internet Institute de la Universidad de Oxford ha demostrado que puede implicar
consecuencias para el bienestar de las personas. La investigación se llevó a cabo con más de 700
trabajadores de una plataforma laboral online en el sudeste de Asia y el África subsahariana.
Los hallazgos son consistentes con las experiencias de los trabajadores que trabajan a distancia
en muchos contextos nacionales. Como afirman Wood et al. (2019) hay evidencia de que la
autonomía de trabajar en empresas vinculadas a la economía gig implica, a menudo, pagar el
precio de largas jornadas de trabajo y el sufrimiento de horarios irregulares y antisociales, lo
que puede llevar a la privación del sueño y al agotamiento. Si bien el trabajo denominado gig
tiene lugar en todo el mundo, los empleadores tienden a ser de países occidentales ricos, lo que
agrava el problema para los trabajadores en países de bajos ingresos que tienen que compensar
las diferencias horarias.

La competencia en plataformas laborales online está mediada por algoritmos y sistemas de


calificación. Los trabajadores con las calificaciones más altas de los clientes tienden a tener una
posición más alta en los resultados de búsqueda de la plataforma y en virtud a la mejor
calificación reciben más cantidad de trabajo. Están sometidos a los sistemas de evaluación de las
plataformas digitales. La naturaleza competitiva de las plataformas online lleva a un trabajo de
alta intensidad, que requiere que los trabajadores completen la mayor cantidad de empleos gigs
posibles y tan rápido como puedan, satisfaciendo las demandas de múltiples clientes, sin
importar cuán irrazonables sean. Más de la mitad de los trabajadores que tomaron parte en
dicho estudio dijeron que están obligados a trabajar a velocidades muy altas, y el 22%
reportaron dolor como resultado de su trabajo. Estas consecuencias suelen ser especialmente
relatadas por trabajadores poco cualificados, que deben completar un número muy elevado de
servicios gig para ganarse la vida decentemente. Como hay un exceso de oferta de trabajadores
poco cualificados y no hay poder de negociación colectiva, el salario sigue siendo bajo.
Completar tantos trabajos como les sea posible es la única forma que tienen de alcanzar un
salario decente.

Pero no todos los nuevos tipos de empleos son precarios y generan disfunciones. Se está
produciendo un desplazamiento de los ingresos y del empleo. En cuanto a los ingresos se trata
de una oportunidad para que este nuevo modelo, basado en la denominada economía
distribuida (que no colaborativa), pueda contribuir a reducir la brecha de desigualdad
acrecentada con la crisis recién pasada. Empleos que surgen a partir de la aparición de
aplicaciones que concentran la intermediación vía digital. Desplaza a determinados puestos de
trabajo y al mismo tiempo crea nuevas formas de empleo, basados en rentabilizar un bien
propio. En el sector del transporte venía funcionando desde hacía tiempo. No resultaba extraño
ver un autónomo con un camión de transportes, autobús o furgoneta que trabajaba para un
tercero. Es decir, en virtud de la posesión, en este caso de un vehículo, se llevaba y traía
mercancías de distinta índole. Se trabajaba de forma autónoma, desarrollando servicios
externalizados por otras empresas. Incluso en el sector del taxi se daba. Había quien compraba
una licencia y en virtud de esta posesión contrataba a alguien que condujera el taxi. La
diferencia se ha producido cuando se ha trasladado esta fórmula del sharing a determinados
segmentos muy monopolizados y concentrados. El sector del taxi era un ejemplo de ello. Los
taxistas tenían un monopolio del transporte de viajeros. A partir de la disrupción de empresas
intermediadoras como Uber, Cabify, etc., que mediante aplicaciones webs han innovado y
mejorado el servicio de recogida de viajeros se ha producido un desplazamiento de demanda
desde los taxis hacía este nuevo segmento de vehículos de turismo con conductor (VTC). Los
usuarios de estos servicios han visto mejorada su experiencia de usuario. Ahora estos usuarios
pueden pedir un transporte mediante una app en la que ven por donde viene ese vehículo,
recogiéndoseles en el lugar justo. Además, se les ofrece servicios gratuitos novedosos (bebida,
etc.) y pueden compartir trayecto con otros usuarios reduciendo así el coste del servicio. De
forma paralela, en el sector del turismo, ha emergido un nuevo segmento, el de las viviendas
vacacionales o viviendas con fines turísticos (VFT). Anteriormente los hoteles, acompañados por
los apartamentos turísticos, tenían el monopolio del sector. A partir de la aparición de
aplicaciones web como Airbnb, Homeaway, Homelidays, Tripadvisor, etc., ha irrumpido una
fórmula de sharing mediante la cual un propietario puede alquilar su vivienda por periodos
cortos con una alta rotación (Zervas, Proserpio y Byers, 2017). Los clientes de estas viviendas
vacacionales pueden conseguir, por incluso menor precio que la estancia en un hotel, un
inmueble completo con mayor número de dependencias, y, por tanto, con mayor capacidad, con
servicios (cocina, etc.) de los que no dispone en un hotel. Además, se pueden compartir los costes
entre muchos viajeros. Tanto si alquilan una vivienda de forma común como si alquilan una
habitación en una casa en la que vive el dueño de una vivienda, denominado anfitrión. Este
modelo, frente al modelo de concentración de plusvalías de los hoteles, propone un mayor
reparto de los ingresos fijados al territorio. Especialmente para países como España, en el que la
tenencia de viviendas es parte de la cultura. Los españoles siempre han tenido una cultura
tendente a invertir en viviendas como la mejor manera de asegurar la inversión. De hecho,
según el barómetro mensual del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) (2019) un 81,8% de
los españoles  es partidario de  comprar una vivienda propia, un  66%  considera que siempre
es  mejor comprar que alquilar  un piso y un  59,7%  considera que la compra de un piso es
la  mejor forma de ahorrar  para el futuro. Por esto, era común que las familias de clase media
optaran por tener dos viviendas. Una residencial y otra vacacional. Actualmente el porcentaje de
tenencia de viviendas supera el 80%, duplicando al promedio de los países de la UE. Ahora, esto
se está convirtiendo en una oportunidad para estas familias ya que proporciona una
oportunidad de rentabilizar mejor un bien disponible. De esta manera, en las fechas libres
también pueden usarlo. También para aquellos que con ahorros quieren invertir en un
inmueble para alquilarlo y así rentabilizarlo.

Como la mayoría de las personas que disponen de estos inmuebles no dispone de tiempo o de
competencias digitales se delega la gestión de estos servicios en agencias intermediadoras. Esto
ha generado el desarrollo de todo un tejido productivo en el sector servicios ligado al turismo
(agencias intermediadoras, empresas de mantenimiento y servicios, limpiadoras, etc.). Esto
proporciona muchos empleos de los que comen muchas familias. Según datos de Airbnb (2019)
cerca del 70% de los anfitriones oferta una sola vivienda vacacional. En contraste, la plataforma
de datos InsideAirbnb (2018), una plataforma web independiente que ofrece herramientas y
datos no comerciales que permiten explorar cómo Airbnb realmente se está utilizando en las
ciudades de todo el mundo, muestra que en ciudades como Madrid, Barcelona o Málaga son más
del 50% de propietarios los que tienen más de un anuncio vacacional. Frente al discurso de
Airbnb que señala que mayoritariamente no se trata de empresas de inversión ni fondos buitres
los que poseen las viviendas sino de empresas creadas para dar servicios, aparecen este tipo de
activismo digital que muestran datos alternativos que alertan del impacto del alquiler
vacacional en las ciudades. En la misma línea, la Comisión Nacional del Mercado de Valores
(2018) en España se pronunció mediante un informe a favor de los modelos Airbnb apuntando
que era una oportunidad para desarrollar una mayor flexibilidad y adaptabilidad en el caso de
que la demanda coyunturalmente se pudiera contraer. Este tipo de vivienda vacacional evitaba
que ante la mayor demanda se construyeran más hoteles en detrimento de viviendas, lo que
permite que cuando la demanda se pueda reducir estas viviendas se puedan adaptar a
residencias de larga duración. También señala que da lugar a la innovación creándose nuevos
modelos de negocios en los distintos territorios, y, por ende, empleos. De hecho, en ciudades con
alta afluencia turística, 1 de cada 5 empleos son para el sector turismo según el Barómetro del
Empleo Turístico del Instituto Nacional de Estadística (INE) de España en 2018. Efectivamente,
este nuevo segmento de negocio está generando resistencias entre los agentes que venían
operando en los segmentos que monopolizaban estos sectores de la economía que se ven
afectados por la pérdida de clientela. Por ejemplo, los hoteles y apartamentos turísticos pierden
clientes a favor de estas viviendas vacacionales. Es el mismo caso de Uber y de los taxis, pero en
este caso con la dicotomía Airbnb y de los hoteles y apartamentos turísticos.

En definitiva, un nuevo orden económico, con serias consecuencias sociales, se ha instalado


entre nosotros. Las sinergias que se derivan del desarrollo del Big Data, de la inteligencia
artificial y de la robótica han generado un universo nuevo: el de la digitalización, que
condiciona los hábitos humanos y determina la cantidad y la calidad del empleo. Más que el
desplazamiento de humanos por máquinas, se trata de la emergencia de estas nuevas
tecnologías en combinación con otras ramas del conocimiento, que dan lugar a nuevos servicios,
procesos y productos y a diferentes hábitos que asolan al empleo como medio universal de
generar un proyecto vital.

Este proceso de digitalización está conllevando la pérdida progresiva de empleos, que se


transforman, en menor cuantía, en nuevos empleos. Las empresas paradigmáticas de la era
digital como Facebook, Google, Amazon, etc., no necesitan de una mano de obra masiva para
generar enormes plusvalías. Mientras la riqueza se concentra en pocas manos, se observa el
aumento de la brecha de desigualdad entre ricos y pobres y una ruptura de las clases medias
(Gómez-Jacinto, 2017).

Se está destruyendo empleo de forma masiva que no se está transformando a la misma


velocidad, porque las máquinas desempeñan determinadas tareas, especialmente las manuales,
mejor que los humanos. ¿Qué se hará con la gente que trabajaba allí? Es cierto que estos
desplazamientos siempre se han dado cuando surgían nuevas tecnologías, pero por primera vez
no se vislumbran alternativas viables, al menos en términos cuantitativos. Los cambios son tan
rápidos, se producen a una velocidad tan vertiginosa, y en un periodo tan breve, que no da
tiempo a encontrar alternativas. Y eso puede provocar una enorme inestabilidad social. Si se
alcanza un punto crítico de personas desempleadas o con rentas muy bajas es de imaginar que
pueda haber conflictos sociales, como los que ya se están dando en Francia con los movimientos
de los llamados chalecos amarillos o las manifestaciones continuadas, las reivindicaciones y
revueltas de los trabajadores en Hong Kong a favor de la libertad y la democracia. La
insatisfacción de las personas alcanza un nivel global y va más allá del efecto económico. En
muchos países ya está empezando a haber desestabilización social, con el surgimiento de
partidos que no comparten los ideales democráticos (Voorheis, McCarty y Shor, 2015).

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-1.2
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo I. La ruptura de la narrativa social en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE
MESA)
II. Consecuencias sociales y demográficas que afrontar desde el Trabajo Social
1. El incremento de la precariedad y la autoexplotación

II. CONSECUENCIAS SOCIALES Y DEMOGRÁFICAS QUE AFRONTAR DESDE EL


TRABAJO SOCIAL

1. EL INCREMENTO DE LA PRECARIEDAD Y LA AUTOEXPLOTACIÓN

Aunque en la penúltima Cumbre de Davos (2018) se lanzó un mensaje más optimista sobre la
cuestión del empleo a través del informe DAVOS 2018, apuntando a la recuperación de la
economía como palanca para la mejora del empleo, en el reciente informe sobre salarios de la
Organización Internacional del Trabajo (2019) ha puesto el acento en la situación del empleo,
señalando que en plena etapa expansiva de la economía el salario a nivel mundial ha registrado
su nivel más bajo desde 2008, año en el que comenzó la crisis.

La discusión ya no es cuantitativa, que también, sino más bien cualitativa. La pregunta es si con
el tipo de empleo que está reemplazando al anterior se pueden garantizar proyectos vitales. Se
trata de la calidad del empleo que se está generando. El incremento de precariedad ha llegado
hasta el punto de llegar a hablarse del fenómeno de “los trabajadores pobres”. El informe
“Perspectivas de empleo”, publicado en julio de 2018 por la Organización para la Cooperación y
Desarrollo Económico (OCDE), avisó que, aunque el empleo había crecido considerablemente en
España, se había producido un estancamiento en los sueldos y un aumento de la temporalidad,
siendo España el país en el que se más se estaba incrementando el fenómeno de los
“trabajadores pobres”. Precisamente la falta de estabilidad en el empleo no está permitiendo a
las personas desfavorecidas poder evolucionar. Además, aparecen nuevos perfiles que caen en
situaciones de exclusión. El informe sobre la pobreza publicado por European AntiPoverty
Network (EAPN) en 2018 muestra que en España una parte importante de la población pobre
está constituida por personas españolas, adultas, con nivel educativo medio o alto y, además, con
trabajo. El perfil de las personas en riesgo de pobreza en España que dibuja la EAPN en los dos
últimos informes, publicados en 2017 y 2018, es el siguiente: Mujer joven, educada, con hijos y
de nacionalidad española. El informe anual que la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la
Exclusión Social desmonta tópicos sobre un fenómeno que afecta ya al 26,6% de la población y
que ha mejorado en los últimos años, aunque se ha agravado en su vertiente más extrema y en
los colectivos más vulnerables. El estudio de EAPN, realizado a partir de los datos oficiales del
Instituto Nacional de Estadística (INE) y Eurostat, señala que sólo una de cada cinco personas en
riesgo de pobreza es extranjera; el 40% tiene menos de 29 años, y el 70% ha cursado estudios de
Secundaria o de educación superior. Por tanto, hay 1,7 millones de personas en la pobreza con
titulación superior. El mercado laboral ha dejado de servir de sostén redistribuidor de la
riqueza, ya que el 30% de las personas que está en esta situación tiene un empleo.

Además, se señala la feminización de la pobreza. Por primera vez desde 2011, las tasas de
pobreza de las mujeres superan a las de los hombres. Son 6,4 millones de mujeres (el 27%) en
riesgo de pobreza y exclusión social frente a 5,9 millones de hombres contabilizados en 2017.

Más allá del incremento de la pobreza, el impacto de la sociedad digital ha tenido unos efectos
perversos en el mercado laboral, en el modelo de organización social y en el comportamiento de
los propios individuos que lo conforman. Han (2012) afirma que en el mundo actual hemos
pasado de ser sujetos disciplinarios a sujeto de rendimiento. Haciendo una interpretación de la
teoría de Han, Morro (2017) explica que “hemos pasado de sujetos disciplinarios, típicos de las
sociedades industriales en las que los actores se regían básicamente por el deber, a convertirnos en
sujetos de rendimiento. Estos sujetos de rendimiento, que serían los actores sociales actuales
contemporáneos, actúan en base no ya al ‘deber’, sino al ‘poder hacer’. El condicionamiento
elemental, lo que subyace a este tipo de sujetos, serían básicamente las TIC (Tecnología de
Información y Comunicación), básicamente internet, los móviles... que están al alcance de
cualquiera”.

Basta con pensar en los muros de Facebook o Twitter, en cuyas redes uno siempre aparece
hiperactivo, haciendo cosas, cumpliendo y aprovechando todos los tiempos. Esto ha supuesto
que las tecnologías de la información y de la comunicación hayan roto las fronteras que había
entre el trabajo y el ocio, catalizando las distintas facetas de la vida, proponiendo una
convergencia incluso más amplia. Antes el obrero salía de la fábrica, fichaba y se marchaba a su
casa. Las tecnologías han difuminado por completo los límites. Ahora es difícil desconectar ya
que cuando se sale del trabajo, se lleva el móvil encima, y en cualquier momento le pueden
contactar, le pueden mandar un correo, estar el fin de semana contestando mensajes, etc.

En este mundo actual de sujetos de rendimiento se nos ha vendido la idea de que todos podemos
llegar a ser emprendedores, en tanto en cuanto todos tenemos acceso a lo que vendría a ser el
gran capital de nuestra época, la información. Las ideas clásicas de explotación del sujeto
disciplinario se han desplazado, ya no hay un tercero que explote. A día de hoy, el sujeto de
rendimiento se autoexplota al tener a su alcance de forma inmediata lo que vendría a ser el gran
valor de nuestra época, la información. Ya no necesita a nadie para ser explotado, sino que él
mismo ya se autoexplota. Las personas son instrumentalizadas, dejando de ser sujetos de ellos
mismos. Cada cual se convierte en un "emprendedor de sí mismo" e intenta "optimizarse". Y si
no logra un éxito decente, se culpa a sí mismo y se avergüenza, generándose consecuencias que
afectan a  la salud mental, con enfermedades paradigmáticas de la sociedad digital, como
son estrés, ansiedad, depresión o trastornos del sueño, y en la salud física.

Frente a esto hay ya autores como Harari (2018) que invitan a desconectar, y habla de cómo
ciertas personas ya se están rebelando, no teniendo un teléfono móvil inteligente. Es un gesto
que tiene a su vez que ver con cierto estatus social. Otros plantean que es simplemente una
postura, que hoy día no tiene sentido, de querer evidenciar este estatus en base a la distinción.

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Módulo I. La ruptura de la narrativa social en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE
MESA)
II. Consecuencias sociales y demográficas que afrontar desde el Trabajo Social
2. La emancipación tardía

2. LA EMANCIPACIÓN TARDÍA

El grupo de países mediterráneos se ha identificado por una transición específica a la edad


adulta (Esping-Andersen, 1990). En el sur de Europa, las vías de transición se caracterizan por la
postergación del abandono del hogar paterno (Billari, 2004). España con 29,1 años de promedio
ocupa los primeros lugares de la lista de tardía emancipación de los jóvenes, en sintonía con
países como Malta (31,1 años), Eslovaquia (30,9), Italia (30,1) y Grecia (29,4), muy por encima de
la edad promedio para emanciparse en Europa, que es a los 26,1 años (Eurostat, 2016). También
hay una diferencia según el género, ya que las mujeres de la UE abandonan el hogar parental
dos años antes que los hombres en promedio.

La emancipación temprana solo se puede dar si se tiene seguridad para salir del hogar familiar,
ya sea de forma subvencionada por el Estado –como en los países del norte de Europa– o
autofinanciada por tener un trabajo estable, bien pagado y vivienda asequible.

Aunque hay razones culturales también son económicas. La dificultad para encontrar un trabajo
decente, sumado al progresivo incremento de precios de compra y alquiler de vivienda, está
retrasando el proceso de emancipación de los jóvenes. Los jóvenes postergan esta decisión y
esperan mejores condiciones. Esto necesariamente determina todas las siguientes etapas vitales
mencionadas dentro de la narrativa social previamente mencionada.

Por supuesto, este cambio produce diferentes tendencias con respecto a la edad promedio en la
que uno puede establecer un proyecto de convivencia. De forma paralela los valores y las
prioridades están cambiando. La importancia que se le ha dado al trabajo como medio de
movilidad social puede hacer anteponer proyectos profesionales antes que familiares.

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II. Consecuencias sociales y demográficas que afrontar desde el Trabajo Social
3. El declive de la natalidad

3. EL DECLIVE DE LA NATALIDAD

Resulta preocupante la progresiva caída del número de hijos en el conjunto de la Unión


Europea. En los estados miembros europeos, las tasas de fecundidad han disminuido desde
mediados de la década de 1960 hasta el cambio de siglo. Por ejemplo, en 2017 en Europa, esta
tasa fue aproximadamente de 1,6 hijos por familia cuando hace 20 años la tasa era de 2 o más
hijos por familia (Eurostat, 2018). En España, la tasa ha caído hasta 1,34 (Eurostat, 2018). Incluso
podemos observar que las personas deciden tener hijos cada vez más tarde en la vida. Esto
constituye un predictor importante. Si observamos la edad para ser padres, podemos ver que en
Europa la gente está retrasando cada vez más esta decisión. En Europa, en promedio, las
personas no tienen hijos hasta llegado los 29 años. De nuevo, en el sur de Europa aún se da con
mayor incidencia este fenómeno de desplazamiento de la edad de tener hijos. España junto con
Italia tienen una tasa promedio de casi 32 años como edad de tener hijos. Aunque para una gran
mayoría de parejas tener hijos sigue siendo parte del proyecto vital, conforme a la narrativa
social en la que han sido educadas, las mujeres posponen cada vez más su maternidad o se
reduce el número de hijos. ¿Por qué ocurre esto? Se sustituye el afecto y el deseo por el cálculo.
La gente echa cuentas antes de tener hijos: la casa que no tenemos, la precariedad del trabajo,
etc. De ahí que la decisión se posponga conllevando a que el número de hijos se reduzca. Por
supuesto, el mercado de trabajo no está funcionando como eje redistribuidor de recursos
estables en el que apoyar los proyectos vitales y/o familiares, y este podría ser un factor decisivo.
Si no se puede conseguir un trabajo estable es una actitud responsable desde un punto de vista
de planificación familiar no tener hijos. Pero no solo se trata de la estabilidad del empleo, si
observamos este fenómeno en Suiza y EE. UU. así como en muchos otros países con tasas de
desempleo menores al 5%, la tasa de natalidad también está disminuyendo. Por lo tanto, quizás
las hipótesis de individuación de Bauman (2001) pueden ser correctas. No es solo una razón
económica. Parece que las prioridades de los ciudadanos están cambiando. Incluso podría ser
una opción cultural también. Como afirma Beck (2006), las decisiones individuales son cada vez
más importantes que el compromiso colectivo. En cualquier caso, los jóvenes de países con tasas
altas de desempleo y de precariedad enfrentan un dilema porque si deciden arriesgarse y tener
hijos sin ingresos estables es probable que caigan en la pobreza. Porque cuantos más hijos,
mayor es la posibilidad de pobreza y exclusión.

En los años de la crisis y de la posterior recuperación económica ha habido una redistribución


de la vulnerabilidad. La desigualdad se ha incrementado, pero el elemento más relevante es que
han cambiado los perfiles de la desigualdad. Hay colectivos que antes no eran los más
vulnerables y que ahora lo son. Y al revés. Y toda esta tendencia ha ido en detrimento de los
jóvenes.  Este rejuvenecimiento de la pobreza hace que los riesgos de exclusión y carencia
material se concentren cada vez más en los segmentos de menor edad. Los hogares que más se
empobrecen son los que incluyen jóvenes (afectados por la precariedad laboral) y niños. En
España la tasa de pobreza ha pasado del 26,2% en el 2008 al 35,5% en el 2017, a pesar del cambio
a un ciclo expansivo de la economía.

La versión más dura de estos datos se concentra en las familias con niños. La tasa infantil de
riesgo de pobreza en España se acerca al 35%, muy por encima de la media del 27,4% en la UE.
Esta tasa es extraordinariamente alta y ha crecido de forma dramática a lo largo de la crisis.
Pero incluso la decisión de no tener hijos tiene un perjuicio mayor si cabe. Si se analiza desde
una perspectiva relacional, si no se tienen hijos, las posibilidades de sufrir problemas de soledad
serán mayores. Ya que la institución social más fuerte y primaria es la familia. La disminución
del número de miembros de la familia puede crear incertidumbre en los padres criados en
familias numerosas ante la previsible soledad a la que se enfrentarán sus hijos. Aunque este
cambio, en todo caso, no va a ser radical. Será en la próxima generación cuando este cambio
podría hacerse visible, si este patrón demográfico continúa. De momento, la actual generación
continuará teniendo una red de apoyo, con una proporción de adultos relativamente alta. Será
en la próxima generación cuando será frecuente que haya un mayor número de hijos únicos,
con cierta carencia de lazos fuertes. En este cambio demográfico relativamente reciente surgen
retos individuales y sociales. Las personas tienden a buscar formas distintas de relación social.
En otros países, los hermanos tienen una relación similar a la de los vecinos y las relaciones
filiales son instrumentales. ¿Cómo será en el futuro? Seguramente se llegará a formas familiares
con vínculos no tradicionales ni directos en lo sanguíneo, debido a la necesidad de reconstruir
las relaciones de las nuevas familias. Es entonces cuando quizás otras redes, como las amistades
más íntimas, los grupos de apoyo familiar o los vecinos empiecen a cobrar más fuerza.

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II. Consecuencias sociales y demográficas que afrontar desde el Trabajo Social
4. Otras formas de convivencia

4. OTRAS FORMAS DE CONVIVENCIA

La reordenación social que implican los cambios en los núcleos familiares produce, a su vez, una
nueva manera de relacionarnos. Surgen variadas formas de familia. Frente a la tradicional
familia formadas por dos cónyuges de distinto sexo, aparecen otros modelos de vínculos
afectivos que pueden ser igual de sólidos que en las familias clásicas.

El hecho, es que durante los últimos 50 años se ha podido observar que en los distintos países las
tasas de matrimonios están disminuyendo mientras que las tasas de divorcios están
aumentando. Desde 1965, la tasa bruta de matrimonios en la UE-28 ha disminuido en casi un
50% en términos relativos (de 7,8 por 1000 personas en 1965 a 4,3 en 2015). Al mismo tiempo, la
tasa bruta de divorcio se ha más que duplicado, aumentando de 0,8 por 1000 personas en 1965 a
1,9 en 2015.

En España, aproximadamente el 60% de los matrimonios se divorcian (INE, 2017). Un total de


102.341 parejas se divorciaron, separaron u obtuvieron la nulidad civil en 2017 según datos del
Instituto Nacional de Estadística (INE). Los divorcios representaron el 95,7 por ciento del total,
las separaciones el 4,2 por ciento y las nulidades el 0,1 por ciento restante. Por tipo de
resolución, 65.799 casos se resolvieron por sentencia y 36.542 por decreto o escritura pública.

En concreto, el número de divorcios aumentó un 1,2 por ciento respecto al año anterior,
consolidando una tendencia positiva que dura más de 20 años. La duración media de los
matrimonios hasta la fecha de la resolución fue de 16,6 años. Los matrimonios disueltos por
divorcio tuvieron una duración media de 16,4 años.

El 32,8% de los divorcios se produjeron después de 20 años de matrimonio o más, y el 21%, entre
cinco y nueve años. En el caso de las separaciones, el 53 por ciento de los matrimonios tuvo una
duración de 20 o más años, y el 13,4 por ciento, entre 10 y 14 años.

El mayor número de divorcios entre cónyuges de diferente sexo tuvo lugar en la franja de edad
entre los 40 y 49 años, tanto en hombres como en mujeres. En las separaciones, la de los
hombres estuvo entre 50 y 59 años, y la de las mujeres entre 40 y 49 años. La edad media de las
mujeres fue de 45 años mientras que la de los hombres fue 47,4 años (INE, 2017).

Como consecuencia, una de cada seis familias se transforma en dos familias monoparentales, en
la que cada padre y cada madre, con sus hijos, ya sea en régimen de custodia compartida o de
visita regulada conforman nuevas unidades de convivencia.

El 56,7% de los matrimonios separados o divorciados en 2017 tenían hijos. Según datos de
Eurostat (2018), el 46% tenían solo hijos menores de edad mientras el 5,4%, solo hijos mayores
de edad dependientes económicamente, y el 5,3%, hijos menores de edad y mayores
dependientes económicamente. Además, el 26,3% tenía un solo hijo.

En el 57% de los casos de divorcio y separación de cónyuges de diferente sexo se asignó una
pensión alimenticia. En el 71%, el pago de la pensión alimenticia correspondió al padre (72,7 por
ciento en 2016), en el 4,5% a la madre (4,8 por ciento en el año anterior) y en el 24,5%, a ambos
cónyuges (22,5% en 2016).

La custodia de los hijos menores fue otorgada a la madre en el 65% de los casos. En el 4,4% de
los procesos la custodia la obtuvo el padre y en el 30,2% de los casos fue compartida, una
tendencia positiva que se viene produciendo desde 2015.

Un  estudio de Save The Children  (2018) señala que  una de cada diez madres solteras  está en
situación de pobreza. Los hogares monoparentales están representados en un 80% por mujeres,
y la tasa de pobreza en los niños que viven en hogares formados por madres solas es de un
54%,12,5 puntos más que el conjunto de la población infantil y el doble que el total de la
población.

Según un informe de EAPN (2018), desde la recuperación de la crisis, en España se ha producido


una "recuperación asimétrica" en la que las mujeres están saliendo más perjudicadas. Uno de
cada dos personas que viven en hogares monoparentales está en riesgo de pobreza o exclusión
social y se da la circunstancia de que el 83% de estos hogares está a cargo de una mujer. Además,
las personas con hijos tienen mayor vulnerabilidad que los que no los tienen. La clave es que a
la mujer le resulta más difícil encontrar trabajo (la tasa de paro es del 19% frente al 15% de los
hombres) y, cuando lo encuentra, "tiene peores condiciones" (el salario por hora es
un 11% inferior en la jornada completa y un 15% más bajo en la jornada partida.

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II. Consecuencias sociales y demográficas que afrontar desde el Trabajo Social
5. La incorporación laboral de la mujer y la ausencia de conciliación

5. LA INCORPORACIÓN LABORAL DE LA MUJER Y LA AUSENCIA DE CONCILIACIÓN

En los últimos treinta años la incorporación de la mujer al mercado de trabajo ha sido masiva.
Las mujeres han buscado emanciparse del yugo de una sociedad patriarcal que las hacía
depender en exceso de la figura masculina. El trabajo como medio de realización personal ha
supuesto que las mujeres se incorporaran al mercado de trabajo. Gilbert (2017) discute acerca de
lo que él denomina el “mito de la independencia: de compañero al jefe”, afirmando que como
consecuencia se ha desplazado la dependencia del cónyuge por la dependencia del empleador,
planteando sus dudas acerca del beneficio para el conjunto de la familia ya que, mientras que
las mujeres se incorporaban progresivamente al mercado de trabajo, las tareas de las que
venían ocupándose, es decir, la educación, crianza de los hijos y cuidado del hogar, dejaron de
tener quien se ocupara ellas, teniendo que ser repartidas en el mejor de los casos. Con lo que, si
comparamos de forma objetiva, anteriormente en un núcleo de convivencia con dos miembros
adultos con hijos, un miembro de la unidad de convivencia conseguía un salario con el que
podía cubrir las necesidades del hogar mientras que el otro miembro de la unidad de
convivencia se ocupaba de las labores del hogar, así como de la educación y crianza de los hijos.

En efecto, el mercado de trabajo aprovechó la legítima reivindicación feminista para,


progresivamente, capitalizar la rentabilidad del mayor número de unidades de fuerza laboral
por menor precio. Mientras que la mujer se iba incorporando al mercado de trabajo, las
condiciones de poder adquisitivo iban descendiendo más y más. Desde la masiva incorporación
de la mujer al mercado de trabajo, se puede observar como hoy trabajan dos miembros de la
unidad familiar por incluso menos salario de lo que ganaba solo un miembro anteriormente.
¿Quién ganó con esto? Según Gilbert (2017) el mercado de trabajo, por supuesto, que capitalizó
de forma rentable la incorporación laboral de la mujer, consiguiendo capitalizar dos miembros
por el precio de uno. Pero incluso, hoy por hoy, el mercado de trabajo no se conforma. Quiere
más, busca el tres por uno. ya que en países con modelos familistas como los que hay en el sur
de Europa (Esping-Andersen, 1993; Ferrera, 2003), incluso está llegando a incorporar a los
abuelos para que realicen estas tareas de forma gratuita mientras los padres trabajan. ¿Qué
hicieron los actores sociales con respecto a la negociación de la incorporación de la mujer? Las
instituciones sociales, qué duda cabe, apoyaron la legítima incorporación de la mujer al mercado
de trabajo, pero sin plantear ni asumir los costes de la pérdida de un miembro de la unidad de
convivencia que se ocupaba de las labores fundamentales de educación, crianza y cuidado del
hogar, las cuales iban a quedar descuidadas. Era fácil sumarse a la causa legítima y justa de la
incorporación de la mujer sin asumir la responsabilidad de generar las condiciones e
infraestructuras sociales que sostuvieran la transición a este modelo. Tampoco se regularon las
condiciones para mantener el poder adquisitivo de los trabajadores, que ha ido decreciendo
progresivamente, ni la fiscalidad positiva para fomentar el modelo de familia.

Mientras la brecha salarial es otro de los problemas que subyace, aunque la brecha no es solo
salarial, también es de precariedad, ya que las mujeres han asumido en mayor cuantía el empleo
temporal. Esta feminización de la pobreza denigra al conjunto de trabajadoras y trabajadores y
tiene consecuencias colectivas. Como señala Nuño Gómez (2013), la mayor precariedad laboral
de las mujeres se sustenta en la división sexual del trabajo, que no es ajena al hecho de que en
nuestra sociedad siga perviviendo el denominado como el ‘mito del varón sustentador’ Mientras
que a ellas les asigna roles tradicionales de cuidado de la familia y el hogar y, por supuesto, al
desarrollo de políticas neoliberales que dan la espalda al género. Todas estas circunstancias
generan consecuencias que afectan a  las posibilidades de reproducción e incluso a la salud
mental de las mujeres, que acusan enfermedades paradigmáticas de la sociedad digital, como
son estrés, ansiedad, depresión o trastornos del sueño, que se reflejan en la salud física.

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6. La longevidad y el envejecimiento activo

6. LA LONGEVIDAD Y EL ENVEJECIMIENTO ACTIVO

Conectando el declive de los matrimonios y el declive de la tasa de natalidad con el


envejecimiento, podemos ver un aumento en este último dentro de los países de la OCDE.
España está cerca de la cima en este sentido. A medida que el envejecimiento de la población de
España vaya en aumento y se mire desde un enfoque de sostenibilidad, para el año 2050, en
España, como en muchos otros países de la OCDE, tendremos una persona jubilada por cada
trabajador. La relación será de uno a uno. Obviamente, esto no es viable ya que crea una
tremenda carga dentro del Estado de Bienestar, especialmente para las generaciones más
jóvenes que están y continuarán soportando el peso del coste de esta población que está
envejeciendo (Gilbert, 1998). Desde un enfoque de sostenibilidad el modelo de redistribución
social del Estado de Bienestar podría volverse inviable si la tasa de natalidad y todos los demás
indicadores que regían la estabilidad del mercado de trabajo continúan cayendo. En 2010 había
3 trabajadores que contribuían al apoyo de una persona jubilada, para 2015 esto había
cambiado, había 1.6 trabajadores que contribuían con el apoyo de una persona jubilada.

La esperanza de vida al nacer ha aumentado rápidamente durante el siglo pasado debido a una
serie de factores, como la reducción de la mortalidad infantil, el aumento del nivel de vida, la
mejora de los estilos de vida y una mejor educación, así como los avances en la atención médica
y la medicina. A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, la gente solía vivir, en promedio,
hasta los 45 años. Actualmente, solemos vivir hasta 80 o más en promedio. Nadie podría
imaginar que para 2015 la esperanza de vida en Alemania o Suecia o Japón habría aumentado
de 45 a más de 80 años. De acuerdo con esto, Vaupel (2010) postula que estamos ganando la
batalla contra la muerte. Él demuestra que desde el siglo XIX hasta ahora hemos ido ganando a
la edad promedio de la muerte 2,5 años por década, lo que equivale a 3 meses al año o 6 horas al
día. Esta es una revolución de longevidad. Además, las predicciones indican que la mayoría de
los niños nacidos a partir del año 2000 alcanzarán la edad de cien años.

La mayor longevidad ha provocado que hayan aumentado las personas mayores de 65 años en
situación de pobreza y exclusión social o en riesgo de sufrirlo. Una de las cuestiones clave que se
tiene que afrontar ante la mayor longevidad es la diferencia en la cuantía de las pensiones según
género. La tasa At Risk of Poverty and Exclusion (AROPE) se ha triplicado entre las mujeres
mayores mientras que sólo se ha incrementado un  5,5%  entre los hombres. Las pensiones no
ayudan a sacar de la pobreza a las viudas. Hay un 30% de estas prestaciones cuyo importe está
por debajo del umbral de la pobreza.

Sin embargo, el aumento de la esperanza de vida puede ser el mejor antídoto al envejecimiento,
puesto que provoca el efecto de que las personas con mayor edad parezcan cada vez más
jóvenes debiendo repensarse los límites de la edad a la que se considera una persona mayor,
evitando poner el límite radical en la edad de 65 años. Se trata de buscar fórmulas flexibles para
mantenerse activos más tiempo, permitiendo una mejor transición entre la vida activa y la
inactiva.
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7. Alternativas de solución para un nuevo modelo de organización social

7. ALTERNATIVAS DE SOLUCIÓN PARA UN NUEVO MODELO DE ORGANIZACIÓN SOCIAL

Todos los cambios analizados deberían servir para reajustar todo el modelo de organización
social y plantear modelos que se adapten a la nueva realidad o que incluso tengan la capacidad
de modificarla. No solo existen diagnósticos sobre la realidad también hay propuestas de
solución. Vaupel (2011) plantea que no tiene sentido lo que él denomina la actual sociedad
esquizofrénica, en la que se concentran todas las actividades nucleares de la vida (emanciparse,
pagar la hipoteca o alquilar, reproducirse, conseguir un trabajo estable, conciliar, cuidar a los
hijos, cuidar a los mayores, formarse a lo largo de la vida para mantener un trabajo o conseguir
uno nuevo, etc.) en una franja aproximada que comprende desde los 25 a los 50 años (quizás 35-
60 años en España), al menos en las sociedades occidentales. Luego, a partir de los 50, cuando se
relaja la actividad (la hipoteca está ya pagada, el trabajo ya es estable, los hijos ya son más
independientes, los mayores ya murieron, etc.), encontrar un largo periodo de tiempo de vida
redundante, más de 30 años, que comprenden desde los 50 años hasta los 86 años de promedio
de vida en España. Vaupel (2011) apuesta por un modelo de reparto de empleo en el que las
personas pueden alargar su vida laboral hasta un promedio de 70 años (no todos, por ejemplo,
los que tengan trabajos manuales no) y como contrapartida estas personas durante la franja de
25-50 años cuenten con un promedio de jornada de trabajo de 20 horas semanales. Señala que
debido a esta medida se podrían incrementar las tasas de actividad hasta casi el 90% de la
población activa. Esto implicaría que fuera viable económicamente esta medida, ya que se
acabaría con el coste del desempleo y al mismo tiempo se incrementaría enormemente los
ingresos vía fiscalidad. Esto supondría contar con un gran capital económico para poder invertir
en un Estado de Bienestar potente que compensara la pérdida de capital por menor número de
horas en el trabajo, con ayudas sociales que costearan vivienda, conciliación etc.

No solo ha surgido esta alternativa. Auspiciado por instituciones como la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico, hay países que están desarrollando y probando la renta
universal básica como fórmula alternativa al desplazamiento digital del empleo. La Renta
Universal Básica tiene muchos admiradores y defensores en todo el espectro político. Lo que no
hay duda es que esta medida podría diluir la ética laboral al hacer que sea más fácil y más
común para las personas optar por salir del mercado de trabajo. Tener tiempo para volver a
formarse no necesariamente en el algo relacionado con el mercado de trabajo, cuidar a sus
familiares o tener más tiempo libre. Los límites entre trabajo y no trabajo podrían diluirse y la
concepción de lo que significa trabajo podría reformularse, evitando que aquella persona que no
tenga un trabajo remunerado no deba sentir vergüenza y sus efectos perjudiciales.

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-2.1
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo II. Consecuencias de la digitalización para el medio urbano (JOAQUÍN CASTILLO
DE MESA)

Módulo II

Consecuencias de la digitalización para el medio


urbano
JOAQUÍN CASTILLO DE MESA

Sumario:

I. El impacto de la transformación digital en el medio urbano


II. La progresiva pérdida de la trama urbana y del tejido social
III. La intermediación digital y la gentrificación
IV. La superdiversidad y la creciente segregación social
V. La principal epidemia del siglo XXI, la soledad
VI. Como retejer el tejido social en el medio urbano desde el Trabajo Social

I. EL IMPACTO DE LA TRANSFORMACIÓN DIGITAL EN EL MEDIO URBANO

Actualmente, el 55% de las personas en el mundo vive en ciudades. Según un informe de


Naciones Unidas se estima que esta proporción aumentará hasta cerca de un 70% en 2050
(Naciones Unidas, 2018), por lo que el desarrollo sostenible dependerá cada vez más de que se
gestione de forma apropiada el crecimiento urbano, especialmente en los países de ingresos
medios y bajos que son los que liderarán el proceso.

La exponencial tendencia de concentración de las personas en las grandes urbes interpela


directamente al Trabajo Social y a su incidencia en el medio urbano. El Trabajo Social siempre
ha tenido una vinculación fundamental con el territorio, por ser el lugar en el que surgen y se
resuelven los problemas y las desigualdades. De hecho, la revolución industrial y las masivas
migraciones del campo a la ciudad hizo surgir el Trabajo Social (Castel, 1997). Hasta ese
momento el arraigo territorial de la familia expandida y del vecindario de los entornos rurales,
los cuáles se han ido vaciando progresivamente, había sostenido las situaciones de exclusión
social. Sin embargo, el desarraigo territorial en las ciudades hizo necesario articular fórmulas de
solidaridad y ayuda que atendieran la marginalidad y la exclusión. En ese sentido, la historia
sitúa el comienzo del Trabajo Social en plena revolución industrial, momento de importante
transformación de la sociedad (Addams, 1910). En este contexto de las ciudades, la formalización
de una ayuda y solidaridad caótica era necesaria para detectar necesidades y problemas
sociales, intentando aprovechar los recursos disponibles y transformar estas necesidades en
oportunidades. Los medios urbanos eran contextos de desigualdades y carencias, pero también
de oportunidades, y el Trabajo Social más proactivo participó del diseño y planificación del
medio urbano.

La planificación urbana ha cambiado considerablemente. Cuando, como consecuencia de la


industrialización y el desarrollo masivo rural-urbano en los siglos XIX y XX, las ciudades se han
expandido más allá de sus perímetros competenciales y administrativos. En el siglo pasado los
ingenieros planificaron la expansión urbana mediante el diseño de redes de calles urbanas, la
construcción de redes eléctricas, el suministro de agua. Y redes de alcantarillado. Sin esas
enormes inversiones físicas, las ciudades no habrían podido acomodar al creciente número de
nuevos ciudadanos y hogares. Detrás de los planes de expansión de la ciudad había tecnócratas
que imaginaban su diseño mientras que los ciudadanos eran solo usuarios de los servicios
públicos e idearon los planes de expansión de las ciudades.

La nueva era centrada en el desarrollo de infraestructuras tecnológicas está evolucionando y los


nuevos planificadores urbanos, expertos en tecnologías de la información y la comunicación,
diseñan e implementan las nuevas redes de comunicación que cambiarán la vida urbana.

A principios del siglo XXI, se ha conceptualizado de distintas formas, la ciudad ecológica, la


ciudad sostenible, la ciudad compacta, la ciudad creativa, la slow city, la ciudad resiliente y en
las últimas décadas el concepto de la ciudad inteligente. El paradigma de ciudad inteligente
incorporó la dimensión de las tecnologías al desarrollo urbano y, con este paradigma,
revolucionó la agenda urbana. Las poderosas corporaciones globales de TIC luchan por
posicionarse en las ciudades con el desarrollo digital. Un ejemplo es la inminente revolución
digital, a la que nos dirigimos a corto plazo, con la incorporación de la tecnología 5G, que
aumentará la inmediatez y disminuirá la latencia, es decir el tiempo que tardan los datos en ir y
volver. Esta mejora tecnológica provocará cambios inimaginables como la cirugía remota, la
conducción autónoma, etc. Para el Trabajo Social podría significar cambios importantes también
que veremos en epígrafes posteriores.

En plena ola de transformación digital, las ciudades analizan qué modelo de desarrollo seguir,
en qué se especializan, qué pueden fomentar y apoyar.

Algunas ciudades intentan replicar modelos de éxito, como el de Silicon Valley, buscando que las
empresas se asienten y colaboren con otros actores, en colaboración estrecha con universidades
locales para aprovechar la ciencia y la tecnología que se desarrollan en sus laboratorios. En las
últimas décadas, como consecuencia de este cambio tecnológico, de la globalización y la
proliferación de valores globales, ha ido erosionándose la identidad local, creándose un espacio
para las identidades globales orientadas a los desarrolladores y a los consumidores.

Las ciudades tratan de posicionarse, en competencia unas con las otras. El desarrollo de nuevos
paradigmas urbanos persigue replicar espacios de referencia de otras ciudades, configurándose
como ciudades franquicias (Smith, 2005; Broncano 2018). Los centros urbanos se convierten en
lugares provistos de una autenticidad representada (MacCannell, 1973). Se intentan parecer a
otras ciudades con modelos de éxito pero que terminan transformándose en parques temáticos o
centros comerciales, desprovistos de autenticidad e identidad.

Intentando atraer inversiones reconfiguran espacios desde paradigmas urbanos que alientan
paisajes urbanos de ensueño, llenos de ilusiones sobre los mejores mundos urbanos. Como
ejemplo, el Distrito 22@, también conocido como  22@Barcelona  o simplemente  22@, el cuál
surge en el año  2000  como iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona para transformar 200
hectáreas de suelo industrial del barrio de Poblenou en un distrito productivo e innovador con
espacios modernos para la concentración estratégica de actividades intensivas en
conocimiento. Para alcanzar este objetivo, se crea un nuevo modelo de ciudad compacta, donde
las empresas más innovadoras pudieran convivir con universidades, centros de investigación,
de formación y de transferencia de tecnología, así como viviendas, equipamientos y zonas
verdes. La ejecución de diversos proyectos estratégicos facilita el asentamiento y crecimiento de
las empresas, la creatividad, el networking, la atracción y retención de talento y el acceso a la
innovación y la tecnología, entre otros. Desde el año  2001  ya se han ubicado más de 4.500
nuevas empresas, sin embargo, surgen voces que plantean que el modelo del 22@ ha sido un
claro fracaso ya que en 2019 todavía no se ha ocupado todo el espacio previsto, siendo un claro
referente que confirma que las ciudades tienen unas capacidades muy reducidas para
determinar qué tipo de actividad se asienta en su territorio (Mansilla y Milano, 2019).

Las estrategias de promoción económica  están condicionadas por la relación que las ciudades
están estableciendo con los oligopolios. Estos son solo los primeros síntomas de un fenómeno
que acaba de arrancar. El despliegue de estas grandes tecnológicas en las ciudades donde operan
no es casual, ni improvisado.  Los entornos urbanos son los  escenarios idóneos para probar
nuevas tecnologías. Estas empresas tienen su propia agenda y se implantan con la idea de
probar innovaciones e instalando sedes con proyección global. En este contexto las ciudades
compiten en la atracción de empresas multinacionales que se asienten y generen empleo.
Recientemente grandes empresas tecnológicas como Amazon han elegido una ciudad para
instalar sedes desde los que implementar nuevos desarrollos, con una creación estimada de más
50.000 empleos. En la pelea por conseguir dicha inversión han estado luchándolas ciudades de
Nueva York y de Washington, para que se asentaran estas sedes. Finalmente se han asentado en
Washington. Ahora queda conocer las consecuencias para la población. En primer lugar, porque
este empleo es un tipo de empleo que requiere un tipo de empleado con alto nivel de
conocimiento. Esto va a desplazar a los ciudadanos locales que no alcancen estas exigencias en
cuanto a capacidades y conocimiento y va a condicionar su morfología y trama urbana. Los
gobiernos locales tratan de paliar los efectos de este aterrizaje tecnológico. Negocian con estos
oligopolios las condiciones para que se instalen en las ciudades y utilicen sus espacios para
probar estas nuevas tecnologías. En este contexto tratan de no perder soberanía digital frente a
los intereses de estas corporaciones, y abriendo debates sobre  los peligros de una ciudad
demasiado inteligente, que cuenta cada vez con más críticos que cuestionan el concepto
exclusivamente tecnológico de las ciudades inteligentes. Hay cada vez más voces que plantean la
necesidad de imaginar la ciudad como un ecosistema diverso e incontrolable del que debemos
estar aprendiendo continuamente, lo cual choca con la visión de una ciudad inteligente como un
sistema cada vez más automatizado y controlado.

Se trata de darle un sentido humano a lo tecnológico. Es decir, poner al servicio de lo humano la


tecnología, apareciendo la necesidad de que los trabajadores sociales estén más presentes que
nunca en estos procesos.

La prioridad del diseño de ciudad debe aprovechar la tecnología y el capital humano para
adaptarse a la complejidad, la imprevisibilidad y el flujo constante que se produce. Parece obvio
que focalizar la visión de futuro de las ciudades alrededor de la eficiencia no es suficiente. De
hecho, cada vez existen más dudas respecto a que el concepto “inteligente” debe estar solamente
vinculado a las innovaciones tecnológicas. Un ejemplo es Peterborough, ciudad premiada con el
Smart City Award 2015. Esta localidad inglesa puso en marcha el Proyecto Peterborough DNA
con el objetivo de avanzar hacia el concepto “smart city” pero poniendo a las personas en el
centro de la propuesta. No perseguían introducir nuevas tecnologías, sino descubrir cuáles eran
las demandas y las soluciones propuestas por los ciudadanos. Esto se ha traducido en distintas
iniciativas muy concretas para convertir a Peterborough en una ciudad inteligente. Las
iniciativas de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba no son fuerzas opuestas, sino que, por el
contrario, pueden tener un efecto sinérgico en la capacidad de innovación de la ciudad. Se trata
de un cambio de planteamiento que pretende aprovechar las virtudes de la tecnología para
resolver los problemas sociales. Imaginar a la ciudad como un ecosistema diverso e
incontrolable del que debemos estar aprendiendo constantemente.

Ya no solo se debe requerir que existan unas condiciones ambientales basadas en el patrimonio
físico, sino también que se tenga en cuenta el capital social. Como afirma Florida (2017), que
exista un desarrollo contemplado desde una forma de tolerancia activa basada en la confianza
social. Por ello, para que se pueda hablar de verdaderos ciudades inteligentes (smart cities) o de
lo que ahora vienen a llamar las ciudades sabias (wise cities) se debe mirar a las actuaciones de
las organizaciones y a los propios gobiernos, más allá de gestión de las infraestructuras, las
tecnologías y la urbanización, para concebir estos espacios también desde la inteligencia social,
es decir, tener en cuenta la manera de ordenar y gestionar no solo los tangibles, sino también los
intangibles, para poder alcanzar mayor capital social.
En un momento de replanteamiento profundo sobre la ciudad inteligente, los actores del Trabajo
Social deben buscar un modelo compartido y consensuado, con una estrategia y un objetivo de
mínimos para la ciudadanía en este contexto tecnológico para poder afrontar todos los
problemas que ya forman parte del presente y futuro de la agenda urbana. Parece evidente que,
sin la complicidad de la ciudadanía, el desarrollo de la tecnología en las ciudades no será
posible. Se necesitan procesos de diagnóstico participativos que otorguen a los ciudadanos un
rol activo para involucrarlos en un proceso compartido y así evitar las resistencias. Las grandes
áreas urbanas no son espacios para probar tecnología, sino para mejorar la vida de las personas.
El verdadero reto es el empoderamiento efectivo de la ciudadanía. El futuro de las ciudades no
reside solo en su capacidad de integrar la tecnología, sino también en su voluntad de fomentar e
incrementar las interacciones sociales y el protagonismo ciudadano. Un planteamiento de
tecnología cívica que persiga la mejora de la gobernanza, con ciudadanos implicados y
capacitados. El Trabajo Social debe participar en el proceso de convertir la tecnología en un
medio para la mejora de la vida de las personas.

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El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo II. Consecuencias de la digitalización para el medio urbano (JOAQUÍN CASTILLO
DE MESA)
II. La progresiva pérdida de la trama urbana y del tejido social

II. LA PROGRESIVA PÉRDIDA DE LA TRAMA URBANA Y DEL TEJIDO SOCIAL

Los conceptos de lugar y espacio se han utilizado durante mucho tiempo en la geografía social y
cultural, sin embargo, el lugar es más que la ubicación geográfica, por lo que en tiempos
recientes ha ganado fuerza en el trabajo social. A medida que surgen problemas sociales en las
intersecciones de los contextos locales, nacionales y globales, el concepto de lugar ha ganado
importancia por su mirada crítica, muy interesante para el trabajo social.

El lugar puede entenderse como un fenómeno discursivo y material de conexión social (y de


desconexión) y diversidad (Liepins, 2000). El lugar habla de relaciones cambiantes de
pertenencia, identidad y apego (Jack, 2008) entre humanos y no humanos, con los entornos
construidos y con los espacios naturales (Tilley, 2006), que se representan en historias.

Por su parte, espacio y espacialidad son conceptos más amorfos que lugar. Vivimos y operamos
en espacios como hogares, vecindarios, calles, lugares de trabajo, ciudades, regiones y países, y
con demasiada frecuencia damos esto por sentado (Turunen, 2017). El espacio se entiende
socialmente producido, y con significados divergentes. De forma pragmática, el espacio se
refiere a ubicaciones dentro del lugar, como jardines en una ciudad o habitaciones en una casa.
Determinadas geoespacialidades que se extienden por los lugares. Somos espacios y producimos
espacios, cada vez que creamos una familia o una comunidad. Y a la inversa, se destruye cada
vez que destejemos los lazos creados.

Actualmente vivimos en tiempos de movilidad creciente, desplazamiento, dislocación y también


de nuevas tecnologías, que cambian los paisajes, los lugares de convivencia que dan forma a la
pertenencia y la exclusión.

Los lugares pueden ser lugares públicos como las bibliotecas de barrio, los centros de servicios
sociales comunitarios, los mercados municipales, los parques. Los lugares semipúblicos son las
cafeterías, la farmacia, el quiosco, etc.

En estos barrios, especialmente en los centros de las ciudades, los comercios tradicionales de
proximidad, las librerías de barrio y las asociaciones de vecinos están desapareciendo. Al mismo
tiempo los restaurantes y cafeterías con estéticas locales de siempre y con comidas tradicionales
del lugar van dando paso a restaurantes con aires de modernidad que ofertan comidas
internacionales, perdiéndose la identidad de los lugares.

Además, actividades como ir a conversar a un parque o comprar en un comercio de proximidad


están siendo sustituidas por la conversación en redes sociales online o por la compra online.

El deterioro de estas conexiones sociales, que nos contaban historias cotidianas que
conformaban la identidad de los lugares, provoca una degradación de los espacios intermedios,
aquellos que vertebran la convivencia social. Lugares en los que solías relacionarte e
interaccionar con otros, perdiéndose el conocimiento social del lugar.

Existe un fenómeno global de pérdida de tejido social en las ciudades. Cuando se destruyen estos
lazos, cambia también la identidad de los lugares y con ellos las historias que daban contenido y
sentido a la trama urbana.

Aquellas cafeterías emblemáticas a la que siempre fuiste en tu ciudad o barrio ahora son
cadenas de comida rápida o franquicias. Aquellas pequeñas tiendas en la que el tendero te
preguntaba por la salud de un familiar conocido mientras que reconocías a sus hijos volviendo
del colegio. Esas tiendas, en las que incluso podían fiarte en momentos de dificultad, han
mutado en una cadena de supermercados. Aquellos restaurantes con platos típicos del lugar, a
menudo con menús con precios módicos, que han dado paso a una plétora de restaurantes que
son tan modernos que apenas se distinguen las diferencias. Esas boutiques de barrio, en la que
la dueña conocía la talla y gusto de los miembros de la familia, que se han convertido en
franquicias internacionales que puedes encontrar en cualquier calle céntrica de cualquier
ciudad. Todo parece haber mejorado, pero en realidad todo se parece a otras calles,
restaurantes, cafeterías y tiendas, el mismo café con sabor a vainilla, las mismas vestimentas
que has visto en otras ciudades. Todos hacemos lo mismo y nos movemos igual. Mientras tanto
los turistas creen reconocer el modo de vida de los locales.

Estos procesos nos hablan de relaciones cambiantes entre humanos y no humanos, entre lo
construido y lo natural. A medida que cambiaban determinados referentes identitarios, que
desaparece una cafetería emblemática o mercería de barrio, también cambian las relaciones, y
poco a poco vamos cambiando nosotros mismos, las historias que nos representan. Ya no hay ese
trato cercano con aquel camarero, dependiente o peluquero que nos contaba, que nos
escuchaba, para ser sustituido por un comercio franquicia que nos ofrece productos
estandarizados bajo el argumento de precios más bajos. Desaparece ese acto social mediante el
cual interactuábamos. Cuando la señora que iba a la carnicería contaba cómo estaban sus nietos
y el carnicero le contaba qué tal lo pasaron el fin de semana con sus hijos, lo que no nos
estábamos dando cuenta es que se estaba creando lazos, y recreando el tejido social del barrio.
Cuando ahora vas a un comercio franquicia en el que todos los dependientes van vestidos
iguales y te dedican un pequeño espacio de tiempo, en el que la amabilidad y sonrisa forman
parte de una entrenada estrategia de marca. Ya no es un acto social, es solo un acto mercantil. A
través de la pérdida de estos actos sociales se va destruyendo el tejido social, y las posibilidades
de apoyo social mutuo.

Un barrio no es una acumulación de viviendas, de tiendas, de restaurantes, etc. sin embargo, el


barrio es una estructura compleja y normativa, que infieren una serie de comportamientos
sociales, en la que sabemos cómo debemos comportarnos, cómo y dónde puedes hablar, etc.
Cuando se estandariza y uniformiza la conducta perdemos y degradamos toda la trama sutil de
relaciones. Si no lo tenemos estamos perdiendo toda la trama urbana, que de forma metafórica
representa la piel de un organismo vivo (Broncano, 2018). Como ejemplo, los barrios
dormitorios, un lugar al que se va a dormir después de largas jornadas de trabajo, dónde no es
habitual encontrar vecinos y en cuyo entorno lo único que se puede hacer es ir a visitar un
centro comercial. En estos lugares se pueden observar que durante el día están vacíos de vida.
Es bastante tarde cuando se pueden observar luces encendidas en las cocinas, preparándose la
comida del día siguiente, a menudo para llevar en un tupper y comer en el lugar de trabajo. Este
es el nuevo hogar, vacío de emociones y de matices.

Sin embargo, hay ejemplos de políticas urbanas que están mejorado la vida de los ciudadanos.
En Europa hay una tendencia de peatonalización de los espacios urbanos en detrimento de las
carreteras para vehículos. Estas políticas mejoran la articulación de la vida social. Aunque hay
cierto debate en que estas intervenciones suelen estar orientadas más en el centro de las
ciudades y menos en los barrios periféricos, atribuyéndolo a que se suelen pensar más en la
población como potenciales clientes que como ciudadanos. Aun así, cada vez se dotan de nuevas
centralidades y de elementos (como bancos, etc.) que proponen dar vida a estos espacios.

Otro claro ejemplo lo podemos encontrar en el proceso de transformación de la ciudad de


Medellín mediante el llamado urbanismo social (Echeverri y Orsini, 2011), en el que la mejora de
las infraestructuras urbanas, como el metrocable ha vehiculado la conexión de barrios
periféricos y otrora desconectados de la trama urbana y con problemas de corrupción, altos
índices de criminalidad y segregación social. Se han generado nuevas centralidades que, a su
vez, ha mejorado el nivel de participación comunitaria en los asuntos públicos.

En paralelo al fenómeno de la pérdida de tejido social, otras conexiones sociales emergen, las
vinculadas al universo online, que a su vez reflejan dinámicas de la realidad offline. La realidad
offline y la online son vasos comunicantes y complementarios de una misma realidad (Dunbar
et al., 2015), que se retroalimentan para bien y para mal, formando un continuum en el que se
redefinen problemas y oportunidades (Del Fresno, 2011). Este tipo de espacio online es
socialmente construido y propicia la formación de comunidades online, lo cual se ha
interpretado como la culminación de un proceso histórico de disociación entre localidad y
sociabilidad en la formación de comunidad. Las redes sociales online se convierten en formas de
comunidades especializadas, es decir, formas de sociabilidad construidas en espacios online en
torno a intereses específicos. Son comunidades diferentes de las comunidades offline pero no
necesariamente menos intensas o menos efectivas a la hora de unir o movilizar. Nuevos y
selectivos modelos de relaciones sociales complementan a formas de interacción humana, antes
limitadas territorialmente.

En este proceso la tecnología configura una nueva geografía urbana, creándose nuevas
geografías digitales, lugares y espacios digitales. Las personas ya no solo viven e interaccionan
en sus distritos postales sino también en sus distritos digitales, viviendo no solo en espacios
físicos sino en comunidades digitales (Gutiérrez Rubí, 2018), condicionando la morfología y
trama urbana. Desaparecen los espacios intermedios, como los comercios de proximidad, pero al
mismo tiempo aparecen relaciones que se establecen mediante las redes sociales online o
mediante transacciones en los comercios de compra online, tipo Amazon. Se desplaza
interacción, que ya no es con la dependienta sino con el transportista que te lleva los productos.
En esta transición, la relación es mucho menos intensa, ya que se realiza desde cada vivienda
particular, sin posibilidad de más interacciones.

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El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo II. Consecuencias de la digitalización para el medio urbano (JOAQUÍN CASTILLO
DE MESA)
III. La intermediación digital y la gentrificación

III. LA INTERMEDIACIÓN DIGITAL Y LA GENTRIFICACIÓN

Desde el punto de vista social, hay personas que se ven afectadas por un fenómeno relacionado
con estos procesos de pérdida de identidad, la denominada gentrificación. Desde la etapa
industrial se ha producido una migración masiva desde los entornos rurales a los espacios
urbanos. Las ciudades han registrado un crecimiento continuado desde entonces, como espacio
de convivencia. La concentración ha dado lugar a ciudades superpobladas, con una alta
densidad poblacional. En el núcleo de estas ciudades se concentra la actividad económica y
social. La extensión de estos territorios ha ido creciendo cada vez y ha ido desplazando a las
personas con menos recursos hacia la periferia. Esto ha venido a llamarse gentrificación. Si bien
este fenómeno no es nuevo, en la última década se ha acrecentado su intensidad.

En estos contextos los precios de alquiler y compra de vivienda se incrementan


exponencialmente (García-López, Jofre-Monseny, Martínez Mazza y Segú, 2019), y los vecinos
son expulsados al extrarradio. En él tienen que elegir en su tiempo libre entre ir a pasear a los
centros comerciales que se crearon en torno a las grandes vías de circunvalación o a los nuevos
que son los barrios en sí, los barrios más emblemáticos de su ciudad.

Las viviendas vacacionales han venido a coadyuvar el desplazamiento de los precios al alza a
según qué vivienda y en qué zona esté situada. La economía de mercado supone estos efectos.
Aunque no es nuevo, pasaba antes de la aparición del turismo vacacional. Ya en los setenta
autores como MacCannell (1973) hablaba del efecto del turismo masivo en los destinos. Con el
concepto de autenticidad representada retrataba como los destinos, especialmente sus centros
neurálgicos, estaban perdiendo su identidad cultural para pasar a convertirse en parques
temáticos muy similares. Se perdían comercios emblemáticos para instalarse una franquicia que
se podía encontrar en cualquier parte. A veces, los lugares emblemáticos a modo de
representación del pasado. El Estado es interpelado directamente para intervenir preservando
el derecho a la vivienda. Hay distintos planteamientos de distintas ciudades a lo largo y ancho
del mundo. Desde Nueva York o Berlín que han planteado la prohibición ante el incremento de
precios. Sin embargo, surgen dudas sobre si el planteamiento adecuado es prohibir las viviendas
vacacionales o de si más bien se trata de regular y ordenar su convivencia con otros usos. Pensar
cuál es el número de viviendas vacacionales adecuadas en determinadas zonas para encontrar
el equilibrio. No obstante, hay que preguntarse si no fuera por estas viviendas vacacionales
¿cómo se hubiera dado cabida a los turistas que hoy día llegan? ¿Con hoteles? Los hoteles son
negocios en los que se concentra la plusvalía en monopolios u oligopolios económicos que en la
mayoría de ocasiones son empresas o grupos de empresas extranjeras que se llevan ese
beneficio fuera. Por el contrario, el modelo de negocio basado en las viviendas vacacionales fija
las plusvalías al territorio, de forma distribuida, para las familias locales. Y además genera un
tejido productivo local que provee empleos locales. En el caso de que no hubieran existido estas
viviendas vacacionales el modelo para dar respuesta a este incremento de demanda turística se
hubieran construido nuevos hoteles, los cuáles no suelen preservar el patrimonio local y no son
adaptables y flexibles a una menor demanda. Es decir, si en un momento dado ya no vienen
tantos turistas, los hoteles son muy difícilmente adaptables a viviendas, lo que se podría traducir
en edificios deteriorados. Sin embargo, desde el modelo de las viviendas vacacionales, que está
contribuyendo a mejorar edificios y viviendas antes descuidadas, se podría fácilmente adaptar
como viviendas convencionales ante la hipotética falta de demanda.

Desde un enfoque social es un tema complejo que hay que tratar desde varios frentes. Por una
parte, una de las soluciones es incentivar el alquiler del enorme stock de viviendas vacías antes
de ponerse a construir viviendas sociales. Este parque de viviendas infrautilizado puede ser
utilizado para alquiler temporal, y así garantizar una posible rotación de las familias que allí se
hospeden. Estos usos deberían vincular a determinadas circunstancias de necesidad y
condiciones (mejora de la empleabilidad, buen uso y cuidado de la vivienda, etc.) y se evitaría
así que se convirtiera en un factor desincentivador para aquél que se lo trabaja y tiene que
pagar su hipoteca o un alquiler a precio de mercado. Por otra parte, si el Estado quiere que las
viviendas privadas se pongan a disposición del alquiler convencional de larga temporada que se
ponga las pilas para incentivarlo. Por ejemplo, que el propietario tenga garantías que el
inmueble va a ser cuidado, que tenga garantías de poder darle un uso distinto cuando lo quiera,
que se pueda incentivar fiscalmente a los propietarios para que pongan su vivienda a
disposición de un alquiler de larga temporada (ahorro de IBI, incentivos fiscales indirectos, etc.).
En definitiva, que le sea rentable y le interese.

Cualquier análisis sobre el acceso a la vivienda o el modelo turístico ya no se puede desvincular


de la adopción de plataformas digitales. Airbnb y otras plataformas digitales han irrumpido en
el mercado de alquiler vacacional modificando los hábitos transaccionales, otorgando mayor
confianza fruto de las verificaciones a través de las interacciones entre anfitriones y huéspedes.
Como consecuencia, ha irrumpido un modelo de negocio que permite a las personas con más de
una vivienda poder rentabilizar estos bienes. Al albor de este modelo de negocio, se ha generado
un segmento de servicios relacionados con el alquiler (agencias intermediadoras, etc.) y
empresas innovadoras que proponen nuevos servicios.

Como efectos positivos se ha generado empleo, se han rehabilitado los entornos, los edificios y
los espacios habitacionales de las viviendas alquiladas, se ha generado un modelo de economía
distribuida (que no colaborativa) en el que se reparten más las plusvalías y se fijan al territorio.
Además, ha generado un mayor movimiento de personas extranjeras en lugares locales, lo que
les da una mayor diversidad cultural a los entornos locales, y al mismo tiempo se arraigan
costumbres locales a través de su comercialización, que inciden en la puesta en valor de la
identidad. En España, ha supuesto un beneficio superlativo para las familias de clase media, por
ser un país con una cultura de tenencia de vivienda, con un 84% de viviendas en propiedad, que
duplica a los países de la Unión Europea, cuyo promedio de tenencia de viviendas es de un 42%
(Eurostat, 2018). Esta socialización de las plusvalías no siempre es entendida como una
oportunidad. Ya que, por el contrario, inevitablemente este nuevo modelo de negocio ha traído
lo que Richard Florida (2017) denomina la Nueva Crisis Urbana, es decir, el declive de los
vecindarios de clase media, la gentrificación de las zonas centrales de las ciudades y la
remodelación de las regiones metropolitanas, que se convierten en lugares rodeados de ventajas
frente a zonas de desventaja.

Por otra parte, para ayudar a solucionar el encarecimiento del alquiler de la vivienda y ante la
falta de terrenos para construir en el entorno cercano de las ciudades, aparecen nuevas
fórmulas de movilidad urbana que plantean expandir los perímetros de las ciudades pero que
requieren de alta inversión en infraestructura. El tránsito hacia el tren de alta velocidad para
desplazamientos intermedios podría hacer más para mejorar la asequibilidad de la vivienda que
cualquier otra cosa, al permitir que más trabajadores viajen desde áreas periféricas (Florida,
2019), permitiendo permiten vivir más barato cerca de las ciudades.

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El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo II. Consecuencias de la digitalización para el medio urbano (JOAQUÍN CASTILLO
DE MESA)
IV. La superdiversidad y la creciente segregación social

IV. LA SUPERDIVERSIDAD Y LA CRECIENTE SEGREGACIÓN SOCIAL

La agenda política urbana empieza a estar condicionada por palabras como gentrificación, así
como por otros términos que ponen en tensión las narrativas de las ciudades, como el de
superdiversidad o segregación social y espacial.

La diversidad socioestructural en las ciudades del mundo está progresivamente incrementando


debido principalmente al impacto de las migraciones.

Aunque la etnicidad o el país de origen proveen una idea engañosa de la diversidad


contemporánea. En las últimas décadas en ciudades como Londres se está dando el fenómeno de
la diversificación de la diversidad (Martiniello, 2017) por otras variables que también entran en
juego y que afectan a dónde, cómo y con quién vive la gente. En palabras de Vertovec (2006),
estas variables son el estatus diferencial de según qué tipo de inmigración y sus consecuencias
en cuanto a derechos y oportunidades, experiencias divergentes en el mercado de trabajo,
perfiles de edad y género, pautas de distribución espacial y respuestas de residentes locales y
proveedores de servicios. La interrelación de todas estas variables da como consecuencia a la
denominada superdiversidad (Vertovec, 2006). Cuanta más personas migrando desde más
lugares distintos, nuevos espacios de interacción y de pautas de diversidad, de segregación o de
concentración residencial étnica. Son minorías que construyen círculos sociales en estructuras
sociales desiguales y localizaciones sociales (Harzig y Juteau, 2003), conformando un escenario
de complejidad cultural en el que se dan confluencia de modos de cultura distintas, lenguajes,
experiencias históricas diferentes que proponen un rango de puntos de vista amplio. La
heterogeneidad de las personas que se asientan en las ciudades, interaccionando en distintos
entornos de socialización como el sistema educativo, el mercado de trabajo, internet, etc.
conforma un espectro de multiculturalidad que saber gestionar. Aparecen nuevas formas de
racismo en función a la aparición de los nuevos inmigrantes, aquellos que proceden de etnias
que no son las típicas. Además, este racismo trae nuevas conceptualizaciones en torno a la raza
(brown, etc.). Además, surgen nuevas formas de segregación espacial, en los que algunas etnias
se dispersan más mientras otras se concentran. En función a la dispersión emerge una
tolerancia social, reduciéndose los prejuicios y proliferando el respeto. Esta interacción
cosmopolita propone oportunidades para la innovación. Ya decía Florida (2002) en su
investigación sobre qué territorios eran más tendentes a innovar que aquellos en los que
confluyeran indicadores de cosmopolitismo (mayor número de personas de orientación
homosexual, de diferentes orígenes y con tendencia a la producción y consumo de cultura).

El asentamiento de inmigrantes en las ciudades ha solido funcionar como una red desde la que
se establecen canales para la proliferación de la migración, ya sea legal o ilegal. Una de las
novedades que incorpora la conectividad digital de las redes online es que se establezcan nuevos
puentes hacia los destinos. Los inmigrantes construyen sus redes, ya sea online u offline, sobre la
base de sus intereses, valores, afinidades y proyectos. Las comunidades, en la tradición
sociológica, están basadas en compartir valores y organización social. No obstante, las
comunidades se construyen de acuerdo a las elecciones y estrategias de los actores sociales, ya
sean individuos, familias o grupos sociales. Y de ahí que también esto ocurra en el universo de
Internet, donde las redes online se convierten en formas de comunidades especializadas, es
decir, formas de sociabilidad construidas en torno a intereses específicos en un espacio virtual
común. Las redes online, cuando se estabilizan en la práctica, pueden construir comunidades, es
decir, comunidades virtuales, diferentes de las comunidades físicas, pero no necesariamente
menos intensas o menos efectivas a la hora de unir o movilizar.

Cada individuo pertenece a múltiples identidades y redes (Wellman, 2001). Los individuos
pertenecen a varias de estas redes a la vez y tienden a diseñar sus propias carteras de
sociabilidad invirtiendo diferencialmente, en diversos momentos, en una variedad de redes de
fácil entrada y bajos costes de oportunidad. Las personas usan estas nuevas tecnologías de
comunicación para formar nuevas conexiones sociales y mantener las existentes, así como para
poder construir conocimiento a través de las interrelaciones entre los perceptores y los
actuantes. Sin embargo, se ha llegado a un punto en el que la mayoría de las relaciones
formadas en el ciberespacio continúan en el espacio offline y viceversa, orientándose hacía
nuevas formas de comunidad caracterizadas por la mezcla de interacciones online y offline
(Müller, 1999; Rheingold, 1993). Además, la pertenencia a estas comunidades online pueden
facilitar la comunicación, siendo un reflejo de la existencia de capital social. “A mayor número de
diferentes grupos con estatus tiene acceso ego, mayor la diversidad de información y el apoyo
social que tiene” (Burt, 1983:178). Las comunidades online promueven el discurso abierto y
democrático (Sproull y Kiesler, 1992), permite múltiples perspectivas (Kapor, 1993) y moviliza la
acción colectiva (Tarrow, 1998), también de los inmigrantes.

El Trabajo Social debe adaptarse a esta nueva realidad, especialmente para adaptar las
estrategias de potenciación comunitaria. No hay por qué esperar a que los inmigrantes lleguen,
es posible realizar un trabajo comunitario online que potencie el acceso a información y reduzca
el tiempo de adaptación de los inmigrantes para cuando lleguen.

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-2.5
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo II. Consecuencias de la digitalización para el medio urbano (JOAQUÍN CASTILLO
DE MESA)
V. La principal epidemia del siglo XXI, la soledad

V. LA PRINCIPAL EPIDEMIA DEL SIGLO XXI, LA SOLEDAD

Escribía Bécquer que "la soledad es muy hermosa cuando se tiene alguien a quien decírselo". El
alcance del sentimiento de soledad es asombroso. Un informe reciente predice que la soledad
alcanzará proporciones epidémicas para 2030 a menos que se tomen medidas (Cottam, 2015;
Linehan et al., 2014; Worland, 2015). Distintas circunstancias pueden hacer que cualquier
persona, no solo los mayores, se desconecte de aquellos que antes tenía en su círculo. En el caso
de las personas vulnerables con las que trabajamos desde el Trabajo Social, aún más.

Cualquiera puede padecer soledad crónica: un adolescente que tiene dificultades para transitar
de una etapa educativa a otra; una persona con un proyecto migratorio y que le cuesta adaptarse
al nuevo lugar, una persona que está demasiado ocupado intentando trabajar de forma
simultánea para llegar a un salario digno y no tiene tiempo para mantener buenas relaciones
con sus familiares y amigos; una persona mayor que ha sobrevivido a su cónyuge y cuya mala
salud le dificulta ir a visitar a nadie. Cacioppo y Patrick (2008) indican que más de un tercio de la
población de los países occidentales se siente sola habitualmente o con frecuencia. Una epidemia
de soledad que es más dañina que la obesidad y tan perjudicial como fumar 15 cigarrillos diarios
(Holt-Lunstad, Smith, Baker, Harris y Stephenson, 2015). Estar socialmente conectado no solo
influye para el bienestar psicológico y emocional, sino que también tiene una influencia
significativa y positiva sobre el bienestar físico (Uchino, 2006) y la longevidad general (Holt-
Lunstad et al., 2010; House, Landis y Umberson, 1988; Shor, Roelfs y Yogev, 2013). La soledad
también se ha descrito como la insatisfacción con la discrepancia entre las relaciones sociales
deseadas y las reales (Peplau y Perlman, 1982). Las personas que carecen de contacto humano a
menudo se sienten solas (Yildirim y Kocabiyik, 2010); sin embargo, el aislamiento social y la
soledad a menudo no se correlacionan significativamente (Coyle y Dugan, 2012; Perissinotto y
Covinsky, 2014).

Los trabajadores sociales podemos detectar este tipo de situación, ya que estas personas pueden
mostrar cierta hostilidad y presentar síntomas de depresión y de angustia. Además, suelen
proyectar ese sentimiento negativo de soledad hacia los demás. Suelen tener estilos de vida
sedentarios. Y no suelen realizar ejercicio físico, ya que la persona se muestra agotada puesto
que no descansa bien.

En cuanto a las fases, en un principio, la persona con este sentimiento de soledad puede intentar
entablar relación con otras, sin embargo, con el tiempo, la soledad puede fomentar el
retraimiento, porque parece una alternativa mejor la vergüenza o el miedo al rechazo. Cuando
la soledad se vuelve crónica, las personas tienden a resignarse. Pueden tener familia, amigos o
un gran número de seguidores en las redes sociales online, pero no se sienten verdaderamente
en sintonía con nadie.

La soledad en la sociedad digital es tan dolorosa o más como la que surge en la vida offline. Un
mal gesto recibido que, en las redes online, casi todo el mundo ha sentido en algún momento.
Experiencias relacionadas con la pequeña frustración de verse eliminado o bloqueado por
alguien cercano en las redes, o de cómo al mantener una conversación online de repente se
pueda quedar excluido. La película  Her,  de Spike Jonze, representa mediante el personaje de
Theodore un icono del aislamiento y de dependencia a tecnología y datos propios del siglo XXI al
mostrar un hombre que termina enamorándose del sistema operativo de su teléfono por estar
tan frustrado con las relaciones humanas y desconectado de la vida.

Coyle y Dugan (2012) demostraron que la soledad y el asilamiento tienen influencia negativa
sobre la salud física y mental. El motivo es que, cuando el cerebro capta su entorno social como
algo vacío, hostil y poco seguro, permanece constantemente en alerta. Y estas respuestas del
cerebro solitario, que pueden servir para la supervivencia inmediata, no son positivas si se
mantienen en el tiempo. Cuando estamos acelerando constantemente nuestros motores, dejamos
nuestro cuerpo exhausto, reducimos nuestra protección contra los virus y la inflamación, y
aumentamos el riesgo y la gravedad de las infecciones víricas y de muchas otras enfermedades
crónicas.

En contraposición, mantener relaciones sociales tiene el potencial de encontrar el calor y el


aliento de los otros, de la autoafirmación, el sentido de pertenencia (Hughes, Waite, Hawkley y
Cacioppo, 2004). Las relaciones sociales de un individuo pueden proporcionar consecuencias
positivas (por ejemplo, felicidad, satisfacción con la vida).

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-2.6
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo II. Consecuencias de la digitalización para el medio urbano (JOAQUÍN CASTILLO
DE MESA)
VI. Como retejer el tejido social en el medio urbano desde el Trabajo Social

VI. COMO RETEJER EL TEJIDO SOCIAL EN EL MEDIO URBANO DESDE EL


TRABAJO SOCIAL

Ya no hay vuelta atrás en el proceso de digitalización, sin embargo, es el momento del Trabajo
Social. El momento de plantear cómo retejemos esas tramas urbanas y ese tejido social perdido,
proponiendo nuevas fórmulas y espacios en los que las relaciones sean reconocibles y
duraderas. La característica fundamental del Trabajo Social es la de facilitar y articular
relaciones desde la que poder generar capital social que posibilite superar las dificultades de
manera permanente. Para facilitar relaciones es necesario pensar en nuevos espacios
intermedios dentro de las ciudades. La pertenencia al lugar no deja de ser importante en la
manera de conectarnos, también en el espacio online.

El Trabajo Social como disciplina opera en y entre distintas esferas (Bryant y Livholts, 2017). El
espacio incluye geografías muy reconocibles del movimiento diario de las personas, que pueden
ser local, regional o global, incluyendo también geografías digitales e institucionales que son
muy palpables (Low y Smith, 2006). El trabajo social como disciplina ha de estar bien
posicionado para analizar el lugar y el espacio, para comprender qué papel desempeñan
mediadores de las relaciones sociales. A su vez, las respuestas políticas a los efectos de los
cambios en el vecindario requieren intervenciones basadas en el lugar (Atkinson y Kintrea,
2004).

Existen varios puntos de partida posibles para la consideración de lo local en relación con la
atención a determinados colectivos con diversidad (Milligan y Wiles, 2010), con la creación de
nuevas centralidades relacionadas con la juventud y migración, con envejecimiento y con la
justicia espacial y la sexualidad (Jeyasingham, 2014) que apuntan a exploraciones de
contingencias de pertenencia y cuestiones de justicia social. En tiempos de falta de recursos, se
requiere que los actores locales piensen estratégicamente de manera diferente e innovadora
sobre cómo prestan los servicios. Las respuestas competenciales del Trabajo Social deben
revisarse. Actualmente la configuración del Trabajo Social en torno al territorio, y a la
zonificación y a los mapas de Trabajo Social como fórmula de organización debe estar en
debate. Los perímetros de los territorios, que establecen competencias, están viéndose
superados por la complejidad de la sociedad de hoy. Hay que repensar nuevas estrategias para
maximizar la capacidad de los medios y mecanismos convivenciales, como la gobernanza local,
los presupuestos comunitarios, la tecnología.

Y desarrollar innovaciones en métodos y formas de presentar datos. Por ejemplo, métodos que
se centran en la creación de espacios tales como señalizaciones, exposiciones, carteles públicos e
historias digitales para involucrar a las comunidades en la remodelación del espacio y el lugar.
Además, la inclusión de análisis de múltiples modalidades de recopilación de datos que reducen
o prolongan las relaciones espaciales.

Incrementar la atención sobre el espacio y el lugar, elaborando narrativas enredadas que se


basan, por ejemplo, en la mezcla de emociones, mapas e historias. Con respuestas políticas a los
efectos del vecindario que planteen intervenciones basadas en el lugar (Atkinson y Kintrea
2004). Más allá de los espacios, la interacción social de las personas, no la tecnología, es la clave
del futuro de las ciudades. Pero al mismo tiempo el Trabajo Social tiene que aprovechar los
medios a su alcance, también los tecnológicos, para desarrollar estrategias digitales adecuadas
que ayuden a retejer el tejido social, dando respuesta a los retos que plantea la era de la
conectividad.

Recientemente se publicó un estudio denominado “Informe Living Conditions”, sobre


“condiciones de vida en la Unión Europea” (Eurostat, 2018). Por una parte, se realizaron dos
preguntas sobre apoyo social: una relacionada con “tener a quien pedir ayuda” y otra con “tener
a alguien con quién debatir asuntos personales”.

En cuanto a la primera de las cuestiones: “tener a quién pedir ayuda”, se definió la “habilidad
para pedir ayuda” como la habilidad de una persona de ser capaz de pedir ayuda. Esta se midió
según la posibilidad que tenía la persona consultada de pedir cualquier clase de ayuda, moral,
material o financiera a la familia, a los amigos e incluso a los vecinos, considerando a los
familiares y a los amigos en su sentido más amplio. En cuanto a la segunda de las preguntas:
“tener a alguien con quién debatir asuntos personales”, se definió “la habilidad para discutir
asuntos personales” como la habilidad de un individuo para ser capaz de discutir asuntos
personales según la presencia de al menos una persona con la que la persona consultada pueda
discutir asuntos personales (lo necesite o no). La persona puede ser un miembro de la unidad de
convivencia, un familiar, un amigo o un conocido.

Los resultados evidenciaron que el 5,9% de la población de la UE-28 afirman no tener ningún
pariente, amigo o vecino al que puedan pedir ayuda. Los hombres, las personas mayores, las
personas con bajo nivel educativo, las personas con bajos ingresos y las personas que viven en
áreas urbanas cuentan con más probabilidades de no tener a alguien a quien pedir ayuda.
Alrededor del 6,0% de la población adulta de la UE-28 no tiene a alguien con quien debatir sobre
asuntos personales. Nuevamente, los hombres, las personas mayores, las personas con bajo nivel
educativo, las personas con bajos ingresos y las personas que viven en áreas urbanas tenían más
probabilidades de no tener a alguien con quien discutir asuntos personales. Además, según
Bhattacharya et al. (2016), con la edad se reduce nuestro círculo de contactos. Estos
investigadores analizaron las llamadas que hacían desde sus teléfonos móviles quienes
participaron en el estudio y concluyeron que nuestros círculos de amistades alcanzan su
máximo sobre los 25 años. Desde ahí se inicia una caída en picado, especialmente en el caso de
los hombres, que mantienen menos amigos conforme se adentran en la treintena. El problema
no es solo que perdamos contactos, sino que además no los reponemos.

En 2019 se ha publicado una nueva edición del Informe sobre la Felicidad en el mundo (ver en:
http://worldhappiness.report/), una encuesta histórica sobre el estado de la felicidad global que
clasifica a 156 países por lo felices que se sienten sus ciudadanos. Este año los expertos se han
centrado en la comunidad, considerando las formas en que las comunidades y sus miembros se
relacionan entre sí como las principales fuerzas que influyen en la felicidad. Y es aquí donde la
evidencia (Capítulo 4 del informe), ha mostrado el poder de la generosidad y el comportamiento
prosocial para crear comunidades incluyendo los beneficios e influencia en el bienestar cuando
se ofrece tiempo y apoyo social, especialmente a personas con las que el individuo se siente
conectado. De nuevo aparece la importancia de la estructura y contenido relacional de los
vínculos interpersonales.

Las relaciones son clave para conseguir oportunidades. Desde este punto de vista relacional
¿qué deberíamos los trabajadores sociales hacer para construir capital social para las personas
desfavorecidas? Aquí, también, la investigación es instructiva. Para empezar, para que estas
personas consigan hacer crecer su círculo social no debe descartarse al simplemente conocido,
ya que interactuar con personas con las que uno mantiene lazos sociales débiles implica una
influencia significativa en el bienestar (Sandstrom y Dunn, 2014).

Más allá de esto, construir amistades más profundas puede ser en gran parte una cuestión de
invertir tiempo. Hall (2018) ha puesto en evidencia que se necesitan aproximadamente 50 horas
de socialización para pasar de ser un amigo conocido a ser otro casual. Otras 40 horas
adicionales para convertirse en un amigo "real" y un total de 200 horas para convertirse en un
amigo cercano. Otra opción que puede ser especialmente gratificante es revitalizar los lazos
sociales latentes. Los amigos reconectados pueden volver a capturar rápidamente gran parte de
la confianza que tuvieron anteriormente, siempre y cuando se ofrezca una pizca de novedad
extraída de todo lo que se ha estado haciendo mientras tanto (Levin, Walter y Murnighan, 2011).
Y si todo lo demás falla, podrías comenzar confiando al azar en personas que no conoces tan
bien, con la esperanza de que pueda surgir algo.

Otra de las estrategias a poder desarrollar para tejer lazos entre los ciudadanos es la
participación activa en actividades culturales y sociales, ya que se estima que está
estrechamente vinculada con calidad de vida individual, con suma importancia en el capital
social.

Según los datos del informe Living Conditions (2018) el promedio de la población de la UE-28
mayores de 16 años que participó en estas actividades ciudadanas fue de 11.9%. Los adultos que
trabajan (25-64 años), las personas con mayor nivel educativo, las personas con mayores
ingresos y las personas que viven en las ciudades tendieron a participar más que el promedio de
la ciudadanía activa.

Otra de las fórmulas interesantes para que las personas socialicen es la implicación en las causas
sociales, el activismo social. En la UE existe un mayor nivel de participación femenina. La
población de entre 35-64 años de la UE-28 destacó en participación en actividades sociales. En
términos generales, la proporción de ciudadanos activos aumentó en función del mayor nivel
educativo. El promedio de ciudadanos activos tiene unos niveles de ingresos más altos.

El activismo social, según la composición del hogar y el grado de urbanización, revela que un
alto promedio (17,1%) de la población de 16 y más años que es activa socialmente vive soltera en
hogares de las ciudades de la UE-28. Las personas que viven en hogares compuestos de dos
adultos con hijos dependientes estuvieron generalmente menos inclinados a ser ciudadanos
activos.

También el voluntariado, ya sea formal o informal, es otra de las estrategias. Aproximadamente


el 20% de la población de 16 y más años de la UE-28 participó en actividades voluntarias
formales e informales. Los hombres, las personas de 65-74 años, las personas con un alto nivel
educativo, las personas con mayores ingresos y las personas que viven en áreas rurales
tendieron a participar más en voluntariado formal. Mientras que las mujeres y las personas que
vivían en las ciudades participaron con más frecuencia en voluntariado informal.

Las tasas de participación más altas en actividades voluntarias formales e informales en cada
uno de los Estados miembros de la UE fueron registradas sistemáticamente entre las personas
con mayor nivel educativo.

Alrededor de un 22% de los adultos de la UE-28 declararon que no tenían suficiente tiempo libre
para participar en ocupaciones de voluntariado formal.

En los países con mayor nivel de ingresos y educación (Luxemburgo, Alemania, los Países Bajos,
Austria, Dinamarca, Suecia, Suiza y Noruega) se participó más activamente en voluntariado
mientras que en los países del sur y este de la UE se participó menos activamente en actividades
de voluntariado.

Hay distintas iniciativas a lo largo del mundo que son conscientes del problema de socialización
y tienen clara esta estrategia para fomentarla, como medida para mejorar la vida de las
personas. Sin ánimo de ser exhaustivo, a continuación, presento algunas significativas.

Por su visión muy contemporánea trabaja la organización Migrateful (ver:


https://www.migrateful.org), que propone un espacio de interacción a migrantes, refugiados y
solicitantes de asilo a través de la cocina. Su objetivo es mejorar su bienestar, ayudar en el
aprendizaje de inglés e incrementar su confianza y las posibilidades de sociabilización mientras
aprenden un nuevo idioma y consiguen permiso para poder trabajar e intentan hacer del Reino
Unido su casa. Desde iniciativas como Migrateful se busca el empoderamiento de los migrantes a
través del aprovechamiento sus habilidades y que el empleo digno se convierta en una
herramienta de inclusión social.

La búsqueda de soluciones a lo largo del mundo nos lleva a una iniciativa desarrollada en San
Francisco, en la que un grupo de personas están sentándose regularmente en la esquina de una
calle, disponiendo enfrente de cada uno de ellos sillas vacías para que los desconocidos que lo
necesiten paren a hablar.

Algunas iniciativas utilizan aplicaciones tecnológicas para intentar conectar personas. Otra
iniciativa desarrollada por una aplicación tecnológica propone una iniciativa que ofrece abrazos
y tocarse unos a otros sin intenciones sexuales, buscando un contacto físico que, aunque parezca
exagerado hay personas que no tienen.

Otra de las iniciativas es una aplicación tecnológica, denominada “The People Walker”, (ver en:
https://www.peoplewalker.com/) en la que paseantes cobran entre siete y veintiún dólares por
acompañar a caminar a otra persona.

No podía dejar de comentar algo sobre la plataforma Tinder, una plataforma digital que trata de
conectar personas con la intención de establecer relaciones amorosas o sexuales bajo los
designios de un algoritmo que decide cuándo y con quién te citarás. Duportail (2017) explica que
Tinder, en su intento de mejorar las relaciones amorosas y sexuales representa una nueva forma
de capitalismo sexual en la era digital.  Esta plataforma para conseguir sus objetivos utiliza un
algoritmo que tiene que satisfacer las expectativas de una buena parte de sus clientes, por lo que
se centra en lo que de verdad importa: el sexo. Botnen, Bendixen, Grøntvedt y Kennair (2018)
señalan que, generalmente, el hombre va directo al sexo, si bien es verdad que los logros no son
mayores que cuando lo buscan en la calle. Son tiempos de inmediatez, de rapidez y menos
compromiso. Además, como afirma Duportail (2017) lo hace según los prejuicios sexistas y
discriminatorios de quienes idearon el sistema.

En conclusión, los trabajadores sociales deberían orientar a los usuarios a participar en


actividades formales de voluntariado para mejorar su capital social. Es decir, invirtiendo el
tiempo de forma diferente, participando más en actividades sociales (voluntariado y activismo
social).

Por otra parte, se deduce que la mayoría de las personas excluidas o pobres (con menos ingresos
y menos educación) suelen carecer de trabajo y por tanto pueden tener más tiempo libre. Se
trata de orientarles a que participen estratégicamente en actividades de voluntariado. Esto a
priori pudiera parecer contraproducente puesto que son personas que no tienen medios y tienen
que dedicar tiempo a buscar ese trabajo. Sin embargo, está constatado que la mayor vía de
encontrar trabajo son los contactos (más de un 80% lo encuentran a través de los contactos) (CIS,
2015). Participando en actividades sociales, ya sea online u offline, podrían conocer a personas
con mayor nivel de ingresos, de educación que puedan proveerles de información clave y de
oportunidades para la mejora de sus vidas. El factor emotividad puede ayudar a que se
sensibilicen con ellos (es decir, ver a personas que tienen necesidades intentando ayudar a los
demás). Esto debería ser una estrategia a desarrollar y promover desde el trabajo social y los
servicios sociales.

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-3.1
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
I. Redes Sociales online, un universo paralelo de socialización que atender

Módulo III

Redes sociales online y Trabajo Social


JOAQUÍN CASTILLO DE MESA

Sumario:

I. Redes Sociales online, un universo paralelo de socialización que atender


II. Conectividad social en las redes sociales online
III. Apoyo social en las redes sociales online
IV. Resiliencia en redes sociales online
V. La emoción y la afectividad, claves del uso de las redes online
VI. El enjambre digital: homofilia, cámaras eco y polarización afectiva
VII. Sometidos a la conformidad y al reconocimiento de los “likes”
VIII. Cyberbulling, grooming y cybersexting en las redes sociales online
IX. Aplicaciones prácticas de las redes sociales online a la investigación y la intervención social
1. Activismo digital en las redes online
2. El uso de las redes sociales online ante situaciones de emergencia social
3. Coaliciones organizacionales en redes sociales online
4. Comunidades de práctica de Trabajo Social en las redes sociales online
5. Trabajo Social con grupos en las redes sociales online
6. Trabajo Social educativo mediante grupos online
7. Estrategias para la intervención digital

I. REDES SOCIALES ONLINE, UN UNIVERSO PARALELO DE SOCIALIZACIÓN


QUE ATENDER

Aunque la capacidad de las redes sociales para ejercer este beneficio sigue siendo incierto (Allen,
Ryan, Gray, McInerney y Waters, 2014) puesto que sigue existiendo debate entre los beneficios y
los perjuicios del uso de las redes sociales online, ya hay suficiente evidencia científica que
afirma que las redes sociales online permiten generar lazos entre las personas, potenciar
comunidades, solucionar el aislamiento, favorecer la resiliencia digital y llegar a todos las
personas con movilidad reducida como nunca antes. En este sentido, para alcanzar capital social
resulta fundamental el uso de las redes sociales online.
El rasgo diferenciador del Trabajo Social con respecto a otras disciplinas sociales es el análisis de
los contextos sociales de cada caso (Soydan, 2003). Esto enfoque relacional (Cottam, 2015)
permite analizar no solo las circunstancias personales que han conducido a una situación de
dificultad, sino que, fundamentalmente, trata de evaluar el entorno que rodea a la persona como
posible origen de externalidades negativas y positivas. Es en este entorno donde se puede
encontrar una solución estructural y duradera a problemas sociales sobrevenidos. Nuestra
familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo, los conocidos, son el mundo social en
el que nos apoyamos. Si el entorno social del individuo es frágil, puede dar lugar a cierto
aislamiento y existen mayores posibilidades de padecer alguna situación de exclusión social y de
pobreza (Woolcock y Narayan, 2000). Las redes sociales tienen una gran importancia a la hora
de proporcionar bienestar emocional, social y material, siendo el soporte fundamental para
complementar el bienestar generado por el que el Estado debe velar (Requena, 2000). Addams
(1902), precursora del Trabajo Social, fue una visionaria al otorgar gran importancia a la mejora
de las relaciones sociales entre los individuos para la superación de sus adversidades. Desde este
enfoque el concepto de capital social cobra relevancia para el Trabajo Social. Bourdieu (1986)
define capital social como los recursos (actuales o potenciales) que están incrustados en nuestras
redes sociales y que pueden ser accesibles y movilizables cuando se necesiten. Mientras los
trabajadores sociales continúan reconociendo la centralidad de la relación en la práctica del
trabajo social, ahora están tratando de construir y mediar las relaciones con los usuarios en un
contexto mediado por la tecnología. El documento sugiere que los diferentes modos de
comunicación electrónica no son simplemente complementos para la sociedad, sino que están
alterando la textura social de la sociedad, incluidas las formas en que las personas se relacionan
e interactúan con los demás. La base de relación del trabajo social no es inmune a la explosión
de las redes sociales online y la comunicación electrónica que está ocurriendo en la sociedad en
general y, por lo tanto, se debe prestar atención al impacto de estas nuevas tecnologías en la
forma en que el trabajo social interviene. En el sentido de que es un medio para facilitar lazos
entre personas, las redes online suponen un instrumento para el Trabajo Social, proporcionando
una oportunidad para la investigación y la intervención social y comunitaria (Byrne y Kirwan,
2019).

El informe “Living Conditions” 2018 ha medido la frecuencia con que las personas en la Unión
Europea suelen estar en contacto con familiares y parientes o con amigos mediante cualquier
forma de contacto por distintos medios digitales (teléfono, SMS, Internet, correo electrónico,
Skype, Facebook, FaceTime, redes sociales). La información que se presentó estuvo basada en
“mantener una conversación", excluyéndose otras formas de interacción, como compartir y ver
información en las redes sociales. Los resultados muestran que aproximadamente la mitad
(50,5%) de la población adulta de la UE-28 se había comunicado a través de las redes sociales
durante los 12 meses anteriores, de los cuáles un 26,2% mantenían una comunicación a diario a
través de las redes sociales online. Aunque parezcan relativamente bajos estos datos se pueden
explicar en gran medida por la diferencia de uso a partir de la edad de los encuestados: casi dos
tercios (66,4%) de los adultos jóvenes (16-24 años) usaban las redes sociales a diario mientras
que solo utilizaban las redes online a diario para estar en contacto el 6,8% de la población de 65
a 74 años y el 2.2% de la población de 75 años. En la UE-28, además de los adultos jóvenes, las
mujeres, las personas con un alto nivel educativo o de ingresos y las personas que viven en las
ciudades tenían más probabilidades de comunicarse a diario a través de las redes sociales
online.

Esto indica que hay margen de maniobra, especialmente con la población más mayor para poder
rentabilizar el uso de estos medios digitales. Aunque en la actualidad el discurso distópico que
incide en los riesgos y peligros (sobreexposición, grooming, cyberbullying, phising, cybersexting,
etc.) prepondera hay también importantes evidencias que señalan que mediante las redes
sociales online se produce un aumento el bienestar mental, especialmente entre los jóvenes
(Best, Manktelow y Taylor, 2014) o la evitación de conductas extremas de suicidio (Dyson et al.,
2006). Entre los distintos beneficios, el principal está asociado con el mayor alcance de capital
social (Castillo de Mesa et al., 2019).

Se ha demostrado que la participación en las redes sociales online reduce la soledad, y como
consecuencia la mortalidad. Las amistades y otros vínculos sociales offline se han asociado
repetidamente con la longevidad humana, sin embargo, las interacciones online pueden tener
diferentes propiedades. Se han analizado a 12 millones de perfiles de redes sociales en
comparación con los registros vitales del Departamento de Salud Pública de California y se
utilizaron modelos estadísticos longitudinales para evaluar si el uso de las redes sociales se
asociaba con una vida más larga. Los resultados muestran que la recepción de solicitudes para
conectarse como amigos online está asociada con una menor mortalidad, pero iniciar amistades
no lo es. Además, los comportamientos online que indican actividad social cara a cara (como
publicar fotos, etc.) están asociados con una reducción de la mortalidad, pero los
comportamientos exclusivamente online (como el envío de mensajes) tienen una relación no
lineal, donde el uso moderado está asociado con la menor mortalidad Estos resultados sugieren
que la integración social online está vinculada a un menor riesgo de una amplia variedad de
problemas de salud críticos. Aunque este es un estudio asociativo, puede ser un paso importante
en la comprensión de cómo, a escala global, las redes sociales en línea podrían adaptarse para
mejorar la salud social y física de las poblaciones modernas.

Esto invita a poder desarrollar de forma complementaria la intervención social con una
orientación estratégica desde estos medios. Desde la intervención social están siendo usadas
como fuente de apoyo para los jóvenes, especialmente entre aquellos que experimentan soledad
(Pittman y Reich, 2016) o pasan por momentos de crisis (Trevithick, 2008).

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El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
II. Conectividad social en las redes sociales online

II. CONECTIVIDAD SOCIAL EN LAS REDES SOCIALES ONLINE

La progresiva minoración de las distancias en las redes sociales online (Edunov et al., 2016)
convierte a estos medios en instrumentos muy interesantes desde los que poder acceder y
compartir información y conocimiento de manera estratégica. El beneficio de la conectividad en
las redes sociales online no sólo es poder acceder en pocos saltos a otros y compartir
información sino también mantener la escucha activa sobre lo que ocurre con los contactos
(Bakshy, Rosenn, Marlow y Adamic, 2012). Al representar la mera conectividad un canal de
comunicación pasiva (Burke y Kraut, 2013) que da acceso a información, recursos y
conocimiento de los contactos, más allá que se interaccione o no, resulta importante estar bien
conectado. Siendo además la puerta de acceso a la comunicación activa. La elección de personas
y organizaciones con las que estar conectados determina el ancho de banda social (Stutzman et
al., 2012), es decir la cantidad y la calidad de información a las que se podrá acceder, se
interaccione o no. Ya no se trata de la cantidad de contactos con los que se establece un lazo y a
los que se puede alcanzar con la información que se comparte sino, más bien, de la calidad de la
información a la que se accede en función a los contactos que se establecen. Para aprovechar
esta conectividad, cercanía y cohesión es necesario desplegar estrategias de movilización de
capital social (Lin, 2001) desde la que construir redes de apoyo especializadas a partir de las
cuales se pueda compartir información y conocimiento.

Formar y mantener relaciones es uno de los motivos más importante para la comunicación en
las redes sociales online (Donath y Boyd, 2004; Steinfield, Ellison, y Lampe, 2008). El éxito de las
redes online está basado en la facilidad con la que permite a los individuos satisfacer el deseo
básico de conectar y seguir a los otros miembros de su red y de mantener lazos sociales, incluso
en redes que son geográficamente dispersas (Ellison, Steinfield y Lampe, 2007; Joinson, 2008;
Lampe, Elisson y Steinfield, 2006). Su uso puede ayudar a incrementar el capital social y a
satisfacer las necesidades de relaciones sociales (Dunbar, 1998). La influencia del capital social
se refiere a las oportunidades proporcionadas por las relaciones mantenidas en estas redes
online (Steinfield, Ellison y Lampe, 2008).

Las redes online y offline muestran un alto grado de superposición entre sí (Subrahmanyam,
Reich, Waechter y Espinoza, 2008). De hecho, las mismas capas de relación que se encuentran en
las redes sociales offline suelen estar presentes en las plataformas online, estando definidas por
las mismas frecuencias de interacción que se definen en el mundo offline (Dunbar et al., 2015).
Por lo que las redes sociales online complementan, en lugar de suplantar, las relaciones sociales
offline (Wellman et al., 2001; Haythornthwaite 2002). Nuestra red social activa de amigos y
conocidos es definida como todos los vínculos individuales con una frecuencia de contacto de
más de un año y una relación personal genuina, alcanzando aproximadamente los 150 contactos
(Hill y Dunbar, 2003). Esta teoría es extrapolable al contexto de las redes sociales online, con la
diferencia de que en este contexto online este tipo de vínculos se amplifica hasta un promedio
de más de 300 (Ellison et al., 2007; Wellman et al., 2001). Oh, Ozkaya y LaRose (2014) afirman que
un mayor número de amigos de Facebook mejora el efecto positivo y la satisfacción social, sin
embargo, está emergiendo cierto consenso de que el impacto de la comunicación online en el
bienestar depende de los objetivos de la persona, la naturaleza del intercambio de comunicación
y la cercanía de los nodos de comunicación (Burke y Kraut, 2013).
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22 MAR 2021 PÁGINA RB-3.3
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
III. Apoyo social en las redes sociales online

III. APOYO SOCIAL EN LAS REDES SOCIALES ONLINE

Las personas usan frecuentemente las redes sociales online para buscar y obtener apoyo social
(Ellison et al., 2011). El apoyo social online se ha asociado con la reducción de la soledad (Lee,
Noh y Koo, 2013) y la mejora de la satisfacción social (Trepte, Dienlin y Reinecke, 2016). La
interacción en las redes sociales online es considerada como un tipo de apoyo. Según Burke y
Kraut (2016) existen tres tipos de interacciones en las redes online: 1) comunicación dirigida y
redactada que consiste en un texto original escrito para una persona específica, como una
publicación en el muro o un comentario; (2) comunicación de "un solo clic", que proporciona
retroalimentación dirigida de bajo esfuerzo como los "me gusta" o “favorito”; y (3) comunicación
redactada para la difusión, como una actualización de estado, una publicación de blog o un
tweet dirigido a una amplia audiencia. Estos tipos de comunicación también tienen un valor
simbólico que puede ayudar a mantener relaciones independientemente del contenido
intercambiado. Los comentarios que las personas realizan en las redes online para responderse
entre sí tienen más importancia simbólica que la comunicación de “un click”, como los "me
gusta" que denotan un menor esfuerzo.

La naturaleza del apoyo brindado por las redes sociales online puede variar según la intensidad
de las relaciones. Se ha demostrado que la intensidad del uso de las redes sociales facilita el
apoyo emocional (Greenhow y Robelia, 2009) y apoyo social percibido (Kim y Lee, 2011). La
intensidad de uso (Ellison et al., 2007) y el apoyo social no se refleja de igual forma. Un usuario
tipo de Facebook se comunicará directamente con un grupo nuclear de lazos fuertes
compartiendo información mediante comentarios, mensajes directos o likes mientras que, al
mismo tiempo, seguirá a una mayoría de lazos débiles de forma pasiva, observando sus
novedades (Burke, Marlow y Lento, 2010). Por este motivo no es sorprendente que los vínculos
débiles dominen en estos contextos en el volumen general de contactos. Estas relaciones más
débiles pueden ser una fuente de apoyo para información y consejos más diversos, tendiendo a
proporcionar un capital social de puente (Ellison et al., 2007) y un apoyo social frecuente a
través de los "Me gusta" de Facebook (Rozzell et al., 2014). Frente a ello, el apoyo social
provenientes de los lazos fuertes brindaban más apoyo emocional, un tipo de capital social de
enlace que probablemente sea más favorable (Krämer et al., 2014).

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El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
IV. Resiliencia en redes sociales online

IV. RESILIENCIA EN REDES SOCIALES ONLINE

Aunque resulta complicado establecer una definición única de resiliencia, podemos referirnos a
ella como la capacidad de recuperarse y sobreponerse a las adversidades permitiendo una
adaptación exitosa que facilita el desarrollo de competencia social, académica y vocacional
(Rirkin y Hoopman, 1991). Se construye a partir de la interacción continua con el entorno donde
se desarrollan y socializan las personas (Vanistendael y Lecomte, 2002), ocupando en los últimos
años un papel crucial en las relaciones personales los entornos online. Por ello, así como la
ingeniería se ha interesado desde hace tiempo por el estudio de las conexiones entre el concepto
de resiliencia y las tecnologías (Ulieru, 2007) también desde el Trabajo Social, aunque de forma
muy incipiente, comienza a ser objeto de análisis el desarrollo de la resiliencia a través de las
relaciones e interacciones online que las personas mantienen (Mark, Alani y Semaan, 2009). En
este sentido, la resiliencia en los entornos online puede ser un indicador significativo de
adaptación exitosa (Masten y Tellegen, 2012) con gran aplicación para la intervención social. Por
un lado, como capacidad de adaptación adecuada a las transformaciones sociales de la actual
Sociedad de la Información y del Conocimiento y, por otro, como un medio desde el que
posibilitar que las personas y sus familias puedan afrontar situaciones de adversidad.

Connor y Davidson (2003) consideran que la resiliencia es una capacidad protectora que se
presenta en las personas como estado, más que como rasgo, siendo por tanto modificable. Su
promoción a través de las redes y entornos digitales, sobre todo en colectivos en situación de
riesgo de exclusión digital, es una alternativa más para dar respuesta a sus necesidades. Weller y
Anderson (2013) en su aplicación del concepto de resiliencia a educación, argumentan que la
resiliencia desarrolla compromiso, educación, empoderamiento y valentía cuando la tecnología
ofrece alcance, usabilidad, accesibilidad y feedback, desarrollándose procesos de educación
superior resilientes.

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Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
V. La emoción y la afectividad, claves del uso de las redes online

V. LA EMOCIÓN Y LA AFECTIVIDAD, CLAVES DEL USO DE LAS REDES ONLINE

Una de las características fundamentales de la sociedad digital es el crecimiento de la afectividad


(Han, 2014). En un contexto de crisis de valores y de desencantamiento postmoderno con los
grandes relatos y sistemas de pensamiento, la supremacía de la emoción se ha elevado en
detrimento de la razón. Esta afectividad ha crecido precisamente a través de las tecnologías de la
información y las comunicaciones pues, como señala Panger (2017), “la comunicación digital
hace posible un transporte inmediato del afecto” caracterizándose por ser por excelencia el
“medio del afecto”. Este sentimentalismo es, ciertamente, un producto de este capitalismo tardío
que, dentro del acomodado primer mundo, ha hecho de las emociones un nuevo mercado de
consumo (realities, telebasura de prensa rosa, de caridad o de ostentación, pasteleo en redes
sociales, ...). La forma, ciertamente, de provocar y estimular estas emociones pasa por el
intercambio de información.

El papel de la emoción en las redes sociales es enormemente importante. Panger (2017) señala
que "no hay un tema más central que la emoción en las redes sociales". La emoción es la
indignación y la esperanza que alimenta los movimientos sociales de las redes sociales, desde la
Primavera Árabe hasta el #metoo, y es la hostilidad que silenciaron a las mujeres en Gamergate.
Panger (2017) afirma que “la emoción es la tristeza que se propaga a través de las redes sociales
tras la muerte de una celebridad o tras otro tiroteo masivo. La emoción es la vida feliz que nos
preocupa retratar a nuestros amigos, los momentos de satisfacción que no podemos esperar para
contarle al mundo, y la envidia de recibir lo más destacado de la vida de nuestros amigos mientras
seguimos con nuestra vida cotidiana".

Señaló que su descubrimiento de que la gente se relaja en Facebook y Twitter va en contra de la


teoría prevaleciente del "contagio emocional", lo que implica que, si las actualizaciones de
estado se terminan, las personas que naveguen por esas actualizaciones también se sentirán de
esa manera, vacías.

"Entonces, o bien el contagio emocional es incorrecto, o simplemente no existe de forma


suficientemente potente como para superar los factores situacionales que pueden estar
asociados con navegar en las redes sociales, como recostarse en la cama o esperar el tren",
afirma Panger (2018). Se ha demostrado la evidencia de que las personas tienden a expresar más
enojo y disgusto en Twitter y Facebook de lo que experimentan en la vida cotidiana, dijo Panger.
Esta evidencia la respalda la teoría de que las personas pueden verse menos restringidas en la
forma en que se expresan en entornos online, al menos hasta cierto punto. En general la imagen
que se muestra es bastante matizada, ya que los usuarios de las redes sociales parecen estar más
inhibidos y desinhibidos, de diferentes maneras, de cómo se expresan por internet. En
definitiva, Panger (2018) concluye que “las redes sociales no son una representación terriblemente
deformada de nosotros y no están haciendo cosas extremas a nuestras emociones".

Los efectos son más sutiles. La tranquilidad y la amabilidad básica de la vida diaria se refleja en
la forma en que la gente twittea en Twitter o publica en Facebook.

Sin embargo, las publicaciones de Facebook tienden a ser más positivas que la vida emocional
en general, y las publicaciones con fotos de nosotros mismos son de las más positivas. También
hay una "ligera inclinación" hacia la emoción negativa cuando las personas navegan en las redes
sociales. Se difunde la envidia, una fuente potencial de resentimiento y comportamiento
antisocial.

Garcia, Kappas, Küster y Schweitzer (2016) estudiaron los cambios en los estados emocionales
inducidos por la lectura y la participación en debates online, probando empíricamente un
modelo computacional de interacción emocional online, tendentes al conflicto. En ocasiones la
sensación de verse navegando por Internet, en bucle, incrementa esa sensación. Sin embargo,
contrariamente a la sabiduría convencional, hay investigaciones que demuestran que las
personas tienden a relajarse en lugar de fustigarse mientras navegan en Facebook y Twitter
(Panger, 2018). Aunque en un principio, la mayoría de la gente no asociaría la palabra 'calma'
con las redes sociales online, uno de los hallazgos más sólidos es que la gente tiende a relajarse,
sentirse más relajada, adormilada y aburrida cuando navegan por las redes sociales, tanto por
Facebook, Instagram como Twitter.

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-3.6
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Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
VI. El enjambre digital: homofilia, cámaras eco y polarización afectiva

VI. EL ENJAMBRE DIGITAL: HOMOFILIA, CÁMARAS ECO Y POLARIZACIÓN


AFECTIVA

El capitalismo tardío y global que vivimos en la actualidad se ha servido de las tecnologías de la


información y de las comunicaciones para horizontalizar las comunicaciones. En la actualidad
todos podemos participar de la aldea global de comunicaciones y generar opiniones, siendo muy
fácil opinar con más ruido, con más voz que incluso aquellas personas legitimadas por su
trabajo o trayectoria en la materia que sea. Hay una saturación de información, nos
bombardean permanentemente y este exceso nos narcotiza, viviendo en la vorágine de ese ruido
permanente. El denominado enjambre digital es la metáfora que utiliza Han (2014) para
describir este fenómeno. Han utiliza este símil del enjambre para caracterizar ese ruido, ese
zumbido, que se genera entre todos. Simula a su vez la idea de que parece que todo vale ya que,
en lugar de censurar o acallar lo que no nos interesa, lo cual era históricamente la pauta del
poder político jerarquizado, ahora cualquier información se da por válida, dando lugar a la
sobreinformación. Es decir, en lugar de censurar y acallar, se trata de que hablen todos y que
hablen bien alto, para hacer más y más ruido y así taparnos los unos a los otros. En este universo
online, en el que todos hablan a la vez y bien alto hay un exceso de ruido que da lugar a la
“infoxicación e infosaturación” (Dias, 2014, p. 8). Esto conduce a la paradoja de que en el
momento histórico de mayor capacidad de acceso a información y conocimiento es cada vez más
difícil filtrar y gestionar la constante y masiva corriente de información que llega a través de
internet y de las redes sociales online.

El nivel de conectividad social en las redes sociales online está directamente relacionado a
acceso a contenidos con el que se tenga. El número de contactos en el universo de las redes
sociales online determina el denominado ancho de banda, que se define como la cantidad de
información capaz de acceder en función de la conectividad social de la que se disponga
(Stutzman et al., 2012). El beneficio de la conectividad social en las redes sociales online no sólo
es poder compartir información sino también mantener la escucha activa sobre lo que ocurre
con los contactos (Bakshy et al., 2012). La conectividad en las redes sociales online implica
relación, ya que como mínimo se establece un canal de comunicación pasiva que da acceso a la
información que compartan los contactos, más allá que se interaccione o no (Burke y Kraut,
2013).

Sin embargo, la tendencia a la homofilia, la cual forma parte de la naturaleza humana, y que
constituye un principio organizador de nuestra conectividad, también en las redes sociales
online. Tendemos a rodearnos de otros que comparten nuestras mismas perspectivas y
opiniones sobre el mundo y esto puede amplificar la mentalidad tribal y degradar la calidad, la
seguridad y la diversidad de los contenidos online (Gillani et al., 2018). Esto se ve agravado por
la jerarquización de contenidos que plantean los algoritmos implementados en internet y en las
redes sociales online. Los usuarios cuando buscan información en los exploradores web y en las
propias redes sociales online dejan una huella digital que los algoritmos analizan y en función
de los cuáles muestran contenidos afines a las conductas de búsqueda. Siendo conscientes de
ello o no, las personas adoptan filtros con sus propias conductas y se ven envueltas en burbujas
filtro o cámaras eco (Pariser, 2011). Un concepto popularizado por Pariser (2011), quien
afirmaba que “la democracia solo funciona si los ciudadanos somos capaces de pensar más allá
de nuestro propio interés. Pero para hacerlo, necesitamos una visión compartida del mundo en
el que convivimos. La burbuja de filtros nos empuja en la dirección opuesta: crea la impresión
de que nuestro propio interés es todo lo que existe”.

Estar inmersos en estas burbujas supone que cuando se busca información en la red es habitual
encontrar información y conocimiento monolítico que refuerza las propias creencias y
condiciona la capacidad prerreflexiva de los usuarios (Han, 2014). En 2014, Roy puso en marcha
su laboratorio en el MIT (Massachusetts) para estudiar cómo las redes sociales podrían utilizar
para quebrar con las discusiones partidistas que normalmente dividen a la gente. Desde 2013 a
2017, había ya ejercido como científico principal en Twitter. En aquel periplo su misión consistió
en recopilar y analizar las conversaciones de la red social. Cuando puso en marcha el Media Lab
en el MIT, Twitter le otorgó acceso total a su "firehose" (el conjunto de todos los tweets
producidos en tiempo real) y le concedió más de 8.500 millones de euros para ayudarle a
organizar toda esta información sobre los intereses, preferencias y actividades, y encontrar las
formas de usarla en beneficio público.

Recientemente, en el transcurso de una investigación desarrollada por Gillani et al. (2018) en el


MediaLab del MIT, una señora comentó: "Me enteré de lo que ponían en las redes online mis
vecinos en Facebook. Sus puntos de vista son tan extremos y tan inaceptables para mí que ya no
encuentro ningún sentido en relacionarme con ellos”. Se trata de personas que se ven con
regularidad en sus pequeñas ciudades. Antes solían aceptar sus discrepancias. Pero  algo debe
estar funcionado muy mal si la división y la balcanización aparecen a un nivel tan local, de
manera que, aunque tengamos acceso el uno al otro, el reino digital silencia nuestro discurso y
nos aísla físicamente (Gillani et al. (2018). El problema más preocupante no es el uso ilegal de los
datos de internet, sino que todos nosotros, de manera bastante voluntaria, nos hemos movido
hacia rincones virtuales muy partidistas, debido en gran parte a las redes sociales y a las
empresas de internet que determinan lo que vemos mediante el control de lo que ya hemos visto
en el pasado, para darnos más de lo mismo. En ese proceso, las opiniones opuestas se filtran,
dejando a la vista un contenido que refuerza lo que ya creemos, ilustrando así la ya famosa
burbuja filtro.

Sunstein (2002) destacó cómo las "cámaras de eco" en los entornos online, donde personas con
opiniones políticas similares se reúnen para debatir temas particulares, pueden permitir que las
opiniones que se refuerzan mutuamente cambien las perspectivas individuales hacia los polos
de mayor extremidad.

Varios estudios empíricos han tratado de comprender mejor cómo las plataformas de redes
sociales online pueden exacerbar la polarización. Yardi y Boyd (2010) mostraron cómo las
respuestas entre usuarios de Twitter con ideas afines ocurren con mayor frecuencia que entre
usuarios que difieren en sus puntos de vista políticos, y que discutir un tema altamente
politizado tiende a fortalecer la identidad del grupo. Estas inercias, entre otras, han contribuido
a un aumento en los niveles de polarización afectiva, es decir, las emociones negativas fuertes
que los miembros de un partido en particular sienten por los de otro (Iyengar, Sood, Lelkes,
2012). Esta polarización afectiva es particularmente preocupante para la calidad y la naturaleza
del discurso cívico, ya que a menudo se basa en lealtades tribales, mientras que los grupos
piensan que eluden la discusión y el debate racional sobre los temas que se extienden más allá
de la política y afectan directamente la calidad de vida.

En una etapa incipiente de internet, previamente a la aparición de las redes sociales online,
Putnam (2001) comparó las relaciones físicas, cara a cara, con las relaciones a través de internet.
Entre las diferencias delimitaba una como fundamental. Aludía al concepto de
ciberbalcanización para explicar que los entornos online en los que se interactúa son muy
homogéneos.

¿Lo que está pasando realmente? Al analizar la cuestión en profundidad, resulta que las cosas
no son tan simples.

Putnam (2001) ya alertaba de la ciberbalcanización que existía en internet, indicando que esto
daría lugar a una "era de enclaves y nichos". En 2005 se realizó un experimento en el que 60
estadounidenses de dos ciudades tradicionalmente conservadora y liberal que estaban
separadas por unos 160 kilómetros se reunieron en pequeños grupos para debatir sobre tres
temas controvertidos (discriminación positiva, matrimonio homosexual y tratado internacional
sobre el calentamiento global). En casi todos los casos, los voluntarios demostraron posturas más
extremas después de hablar con otros de ideas similares. Sunstein (2018) concluyó que Internet
hace extremadamente fácil replicar el experimento de Colorado  online ya que existe un riesgo
general de que aquellos que se congregan, ya sea en internet o en cualquier otro lugar,
terminen confiados y equivocados, simplemente porque no han sido suficientemente expuestos
a contraargumentos. Incluso pueden considerar a sus conciudadanos como opositores o
adversarios en algún tipo de 'guerra'.

Pero ¿acaso son las redes sociales las culpables de eso? Boxell, Gentzkow y Shapiro, (2017)
analizaron la polarización política en EE. UU. y descubrieron que estaba aumentando mucho
más rápido entre los grupos demográficos con menos posibilidades de usar las redes sociales e
internet. Boxell et al. (2017) afirmaron que “la gente de 65 años se polariza más rápido que un
grupo de menor edad, algo contrario de lo que cabría esperar si las redes sociales e internet fueran
la causa”.

Además, la mayoría de las personas no están tan atrapadas en cámaras de eco como algunos nos
quieren hacer creer (Dubois y Blank, 2018). Estos autores señalaron que existen cinco formas
diferentes de definir una cámara de eco, que independientemente de la que se use, los
resultados son muy consistentes: la cámara de eco no existe. Según estos investigadores la gente
lee muchos medios, de media hasta cinco fuentes de medios diferentes, tres offline y dos online.
En estos medios encuentran diversas opiniones, también con las que no están de acuerdo, y
cambian su postura en función de lo que descubren en los medios.

Incluso Pariser (2011), que bautizó a la burbuja de filtros, coincide en que internet no tiene toda
la culpa. Si acaso, ya existía antes de Internet, con medios como la televisión (Blank, 2018). Los
datos de la organización de investigación Pew Research respaldan la idea de que la polarización
no proviene solo de internet. España es el país donde más encuestados se encuentran con
noticias falsas de manera semanal.

Llevamos tiempo asistiendo a la problemática de las Fake news o noticias falsas en los medios. El
Eurobarómetro "Noticias falsas y Desinformación online" de la Comisión Europea muestra datos
que son preocupantes.

La encuesta, realizada en febrero de 2019 a más de 26.000 ciudadanos de la Unión Europea,


muestra que el 53% de los encuestados en España encuentra noticias falsas todos o casi todos los
días y un 25% al menos una vez a la semana. Además, casi 8 de cada 10 españoles afirman
relacionarse con este tipo de informaciones al menos una vez a la semana, siendo el país de la
UE donde más encuestados dicen encontrarse con noticias falsas. En el otro extremo de la
balanza se encuentra Finlandia donde "solo" la mitad de los encuestados se topa con noticias
falsas al menos una vez a la semana. Este estudio también revela que España es el país donde los
encuestados se sienten menos seguros de ser capaces de identificar estas noticias falsas, con una
opinión pública bastante divida en este sentido (el 55% se sienten seguros frente al 42% que no
lo están). En contraposición, los países dónde más confían en identificar estas noticias son
Dinamarca e Irlanda. 

En todos los países analizados los encuestados con un mayor nivel de educación declaran
encontrarse con noticias falsas con mayor frecuencia, estando a la vez más capacitados (según
su propia declaración) para poder identificarlas.

En España, casi 9 de cada 10 encuestados (88%) perciben que las noticias falsas es un problema.
Los encuestados de países como Italia, Bulgaria o Malta muestran la misma preocupación. En
esta línea, la misma proporción de españoles cree que la existencia de este tipo de informaciones
es un problema para la democracia en general.

En este sentido, a nivel europeo, los encuestados que mayor uso hacen de las redes sociales
online y los encuestados con mayores niveles de educación tienden a esperar más de los
diferentes actores sociales en relación con este asunto.

Sin embargo, para contrarrestar las fakes news en la Unión Europea se ha aprobado la irrisoria
cifra de 800.000 euros para crear un grupo de trabajo, denominado al East StratCom Task Force,
que se encargará de informar y analizar las tendencias de desinformación, explicar y corregir
las narrativas de desinformación y aumentar la conciencia sobre la desinformación en las redes
sociales. En principio, la escasa inversión demuestra que es un problema que no está entre las
prioridades de la agenda.

Un ejemplo paradigmático que afecta de lleno al Trabajo Social y que puede ilustrar esta
fundamentación teórica es la percepción de la migración en la sociedad. Cambiar las narrativas,
poner el foco en zonas de sombra del proceso migratorio más allá de la valla o el Mediterráneo,
tanto las causas en los países de origen como lo que ocurre después de la llegada a Europa,
combatir los bulos, recuperar el control de la imagen frente a la manipulación. Contar las
migraciones en un momento de especial auge del discurso xenófobo en Europa plantea
numerosos retos y los trabajadores sociales deben asumir el reto y explorar nuevos caminos. Los
relatos que explican las migraciones como un bien público generan un impacto positivo tanto en
los países de origen como en las sociedades de llegada. Estos relatos se apoyan en la historia y en
la evidencia científica. Sin embargo, preponderan la visión de que perciben la inmigración como
una amenaza.

A nivel internacional, otro ejemplo de lucha contra las fake news, se ha desarrollado en el MIT,
donde los miembros del laboratorio del MediaLab presentaron un proyecto llamado FlipFeed
(Lynch, 2017), que mostraba a los usuarios de Twitter a otras personas con diferentes opiniones
políticas. El objetivo era cambiar lo que siente la gente hacia las personas del bando contrario.
Uno de los experimentos pedía a los participantes que, cada vez que se encontraran con una
opinión contraria, imaginaran que este punto de vista procedía de un amigo. Al final los
participantes de este grupo parecían más propensos a expresar que les gustaría hablar con esa
persona en el futuro, y que entendían por qué tenía una opinión contraria.

Los resultados fueron congruentes con otra observación hecha por Pariser (2011), quien observó
que algunas de las mejores discusiones políticas  online  ocurren en foros deportivos, donde las
personas ya están unidas por una afinidad común, el amor común hacia un equipo de fútbol.
Existe una conexión emocional antes de que la política incluso entre en la discusión. En primer
lugar, son seguidores del mismo equipo y, en segundo lugar, de derechas o de izquierdas. Desde
el Trabajo Social, habría que encontrar estos componentes emocionales comunes a la hora de
desarrollar intervenciones comunitarias que permitan superar y aceptar otras diferencias
posteriores.

Después de las elecciones de 2016, los miembros del MIT Media lab, diseñaron una herramienta
llamada  Gobo que permite a la gente ajustar sus propias burbujas de filtro  a través de unos
controles para los filtros de contenido. Por ejemplo, el control de "política" abarca desde "mi
perspectiva" hasta "muchas perspectivas". Si se elige el último extremo, el usuario recibirá
información de medios de comunicación que probablemente no vería normalmente. Facebook,
sin embargo, ha mostrado poco interés en adoptar Gobo.

Otro ejemplo de desarrollo para conectar a los desconectados es Social Mirror, una aplicación
web que ayuda a los usuarios de Twitter a explorar interactivamente las partes políticamente
activas de su red social. El empeoramiento de la polarización política en los últimos años ha
exacerbado las cámaras de eco ideológicas, lo que a su vez ha impulsado aún más la
polarización al ampliar el conocimiento y las brechas de empatía entre grupos dispares.
Esperamos que las herramientas digitales como Social Mirror puedan ayudar a inspirar la
autorreflexión y, en última instancia, la humildad intelectual al ofrecer a las personas una nueva
visión de sus ecosistemas de redes sociales y ayudarlos a formar nuevas conexiones de red.

Si nos fijamos en los diversos proyectos del MIT Media Lab, lo que realmente están tratando de
hacer es  emplear la tecnología para que nos involucremos con el contenido ajeno a nuestras
burbujas políticas.

El acceso a la información que en la actual sociedad es considerada un bien de primera


necesidad (Van Dijk, 2006). La confusión e incertidumbre que ya está generando este escenario
afecta fundamentalmente a las personas más vulnerables, las menos formadas, aquellas con
menor acceso y alcance de información.

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-3.7
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
VII. Sometidos a la conformidad y al reconocimiento de los “likes”

VII. SOMETIDOS A LA CONFORMIDAD Y AL RECONOCIMIENTO DE LOS


“LIKES”

“El idiota es el hereje moderno, herejía significa elección, el herético es aquel que dispone de una
elección libre y tiene el valor para desviarse de la ortodoxia, con valentía se libera de la coacción,
de la conformidad. El idiota como hereje es una figura de la resistencia contra la violencia del
consenso. Salva la magia del marginado, frente a la creciente coacción a la conformidad. Hoy, más
que nunca, sería más urgente que nunca azuzar la conciencia herética”.

Morro (2017) rescata el panóptico de Bentham para ilustrar la sensación de vigilancia mutua que
nos trasladan las redes. Este panóptico se trataba de una estructura carcelaria diseñada a finales
del siglo XVIII, en la cual un carcelero era capaz de controlar un montón de celdas donde había
prisioneros que no sabían si les estaban vigilando o no, para retratar nuestra realidad. Ese
panóptico, que era una estructura física, arquitectónica, lo asimila a la estructura de la sociedad
digital actual, consumando lo que hoy día sería el panóptico digital, en el sentido de que todos
nos estamos observando a todos en las redes online. Esta sensación de sentirnos observados
propone la idea de que siempre hay que mostrar esa cara amable y eficaz, de dar la sensación de
estar siempre haciendo muchas cosas.

Han (2014) plantea que estamos sometidos por la necesidad de conformidad, consenso y
reconocimiento de las redes online. Especialmente en Facebook e Instagram siempre se intenta
dar una imagen positiva, siempre se ofrece la mejor versión. Es una apariencia que se intenta
recrear en la red social correspondiente, que busca la respuesta que pueda dar la gente, en
forma de reconocimiento. Esta valoración antes no las ofrecían las personas de nuestro círculo
más cercano, sin embargo, mediante las redes sociales online miles de personas que apenas
conocemos pueden valorarnos y darnos reconocimiento. Aunque Facebook ha generado otras
alternativas al “me gusta” clásico,

lo que prepondera es la posible aceptación de lo que vendes. Morro (2017) afirma que “es como
el dinero, uno no usa el antidinero, o lo compras o te callas, entonces siempre tendrás esa visión
positiva de añadir, de aceptar, de aplaudir lo que nos dan, de manera que parece que no hay
espacio para la negatividad, para lo que no sale en las redes sociales, en esa fachada un poco
pública”.

En una sociedad donde todo es políticamente correcto, nuestra vida erótica ya no está
determinada por nuestro propio movimiento interior o conocimiento de nosotros mismos, sino
que viene a suponer una construcción desde el logos. La actual se asemeja cada vez más, no hay
asimetría y exterioridad del otro. Es la desaparición de lo singular, de la individualidad.

El  “me gusta”  se ha convertido en símbolo de aceptación social, popularidad y éxito. Una
recompensa que crea adicción, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Las fotos con
amigos y los selfies se han convertido en lo más popular (Hu, Manikonda y Kambhampati, 2014).
Una fotografía de una comida pasada por el filtro Valencia.  Una foto en la playa y
un  boomerang  (efecto visual de Instagram) de la salida del sábado noche para que anime la
historia. El día a día  tamizado por un filtro de Instagram. Una vida reproducida en forma de
contenidos digitales, puntuados a golpe de  like, como reflejo de una sociedad que lleva
permanentemente el móvil en la mano y está obsesionada con las calificaciones digitales (Ver
https://usolovedelatecnologia.com/dictadura-del-like/). Se puntúa una comida, un restaurante,
una tienda y especialmente aquellas fotos con caras de personas (Bakhshi, Shamma y Gilbert,
2014). Y quienes más estrellas, corazones o likes tienen, entran a formar parte de la nueva élite
social.

No estamos tan lejos de la distopía futura del primer episodio de la tercera temporada de la
popular serie Black Mirror, titulado Nosedive (Caída en picado). Este capítulo está basado en una
sociedad en la que todo se mide y puntúa a través del smartphone, y quien alcanza
gratificaciones de cinco estrellas se convierte en una  celebrity  y obtiene beneficios adicionales
como invitaciones a eventos VIP o descuentos en alquileres de viviendas. Pero en esta ficción
distópica, no hay espacio para quien tenga un mal momento, no se muestre feliz o muestre lo
que realmente piensa ya que esto le penalizará en rating social, perdiendo estrellas y
complicándole la progresión social. Cuando Netflix lo estreno en 2017 se mostraba como algo
improbable. Sin embargo, esta sátira de una sociedad hiperconectada en la que las personas se
sobreexponen continuamente recuerda bastante al uso que hacen los jóvenes y adolescentes de
Instagram.

Aunque las imágenes cada vez ganan más relevancia en las interacciones, aún la interacción
online se basa principalmente en la comunicación textual. Este tipo de interacción, generados en
chats en tiempo real, se ha demostrado que crea interacción emocional interpersonal (Garas,
Garcia, Skowron y Schweitzer, 2012). Además, controlar la interacción de las redes sociales por
su contenido emocional crea pequeñas señales lingüísticas en la expresión emocional escrita
(Kramer, Guillory, Hancock, 2014). Las interacciones escritas en entornos online tienen el poder
de provocar emociones en los usuarios de las redes online (Kappas, 2011). Controlar la
interacción de las redes sociales por su contenido emocional crea pequeñas señales lingüísticas
en la expresión emocional escrita (Kramer, Guillory, Hancock, 2014).

El  like  o  me gusta  se ha convertido en  el símbolo convencional  de aceptación social, de


popularidad y de éxito. Cada día se dan millones de  likes  en Facebook y se suben millones
de fotos y vídeos. En búsqueda del like, Stein (2018) afirman que “los jóvenes se han convertido
en expertos en manipular la imagen que transmiten (...); cuanto más atractivo parezca su perfil,
con independencia de que lo que se cuenta en él sea verdad, más personas lo leen y envían una
solicitud de amistad. Se trata de que a uno lo reconozcan y de tener seguidores que los adoran”.
Añade Stein (2018) sobre las consecuencias de esta dependencia al escaparate digital: “Les
genera ansiedad e inseguridad, ya que son conscientes de que están siendo constantemente
examinados y juzgados por los demás”.

Precisamente esa es la contrapartida de la dictadura del like, porque esta nueva moneda social
del siglo XXI se ha convertido en la medida de la popularidad, de aceptación dentro del grupo y
un fin en sí misma  porque todo vale para conseguir un  me gusta. Continuamente se necesitan
más seguidores, más retuits y más likes, un sistema de recompensas virtuales que, además, crea
adicción  al activar la dopamina en sus cerebros (Sherman, Greenfield, Hernandez y Dapretto,
2018). La felicidad se empieza a medir con esos parámetros, aun a riesgo de vivir en una pose
constante (el llamado postureo) y en un mundo prefabricado (Madrid, 2018).

En este contexto, los jóvenes aparecen como la población más vulnerable puesto que están en
una etapa en la que aún están forjando su carácter, su autoestima y su identidad. Esta búsqueda
de gratificación constante en forma de like puede derivar en una adicción a este reconocimiento
en las redes sociales (Lee y Ma, 2012). Además, como han demostrado Sherman et al. (2018) tiene
un efecto evidente en la salud de los jóvenes, ya que al ver fotografías con muchos  likes
muestran una mayor actividad en las regiones neuronales implicadas en el procedimiento de
recompensas, la cognición social, la imitación y la atención. Incluso mayor aun cuando visionan
sus propias fotos y con aquellas identificadas ‘de riesgo’, es decir, imágenes relacionadas con el
consumo de alcohol, tabaco  o de determinadas actitudes eróticas o sexuales., Sherman et al.
(2018) han evidenciado que al observar estas imágenes la actividad en las regiones cerebrales
que frenan y ponen en alerta a los adolescentes se desactivan, disminuyendo la capacidad de
control.
La adicción al reconocimiento del like se ha apoderado de nuestra sociedad, especialmente en las
generaciones más jóvenes. Esta adicción al estímulo satisfactorio inmediato puede provocar en
los jóvenes y adolescentes sobreestimulación, problemas de identidad y de autoestima,
especialmente cuando no se consiga esa gratificación positiva que puede derivar en problemas
por buscar deliberadamente una imagen de sí mismos que encuentre esa valoración.

Los jóvenes son particularmente propensos a usar las redes sociales online para forjar lazos
sociales y buscar información sobre otros (Tufekci, 2008). Este proceso de mantener relaciones y
buscar información es una forma de "grooming social" (Dunbar, 1996; Tufekci, 2008). En
entornos de redes sociales, el grooming social se caracteriza por los comportamientos de
observación y verificación de los perfiles online de los amigos, y los mensajes y comentarios que
se dejan sobre ellos (Utz y Beukeboom, 2011).

En este sentido, se están dando cada vez más casos en los que los jóvenes para aumentar la
reputación online se implican en situaciones peligrosas que en ocasiones acaba de forma
dramática.

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-3.8
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
VIII. Cyberbulling, grooming y cybersexting en las redes sociales online

VIII. CYBERBULLING, GROOMING Y CYBERSEXTING EN LAS REDES SOCIALES


ONLINE

Fruto de esta deriva de la vida digital están surgiendo distintas conductas desviadas, que en
ocasiones se manifiestan como formas de violencia online que por su regularidad se han ido
conceptualizando.

Diferentes autores de diferentes países han proporcionado varias definiciones de ciberacoso,


con características similares. Un fenómeno sobre la agresión que ocurre a través de dispositivos
tecnológicos modernos, y específicamente teléfonos móviles o internet (Slonje y Smith, 2008).

Tokunaga (2010, p. 278) lo define como “el acoso cibernético es cualquier comportamiento
realizado a través de medios electrónicos o digitales por individuos o grupos que comunican
repetidamente mensajes hostiles o agresivos. Infligir daño o molestias a los demás". Esta
definición tiene características similares a la definición de bullying tradicional (Olweus, 1993),
que se da con respecto a la intención de dañar y el desequilibrio de poder.

Uno de los comportamientos relacionados con el ciberacoso es el dejar comentarios, imágenes o


videos dañinos, que además pueden permanecer en los medios online durante bastante tiempo,
y puede ser vista por numerosas personas, lo que prolonga la exposición a posibles daños
(Slonje, Smith y Frisén, 2013).

Otro de los fenómenos emergentes es la sobreexposición de los medios de la imagen corporal


entre los jóvenes, lo que se denomina Grooming o ciberabuso.

Son acciones que desarrollan los pederastas para ganarse la confianza de menores y conseguir
imágenes sexuales a cambio. Los pederastas se aprovechan que cada vez más los jóvenes
exponen su cuerpo en las redes sociales online como una manera de atraer reconocimiento
social. Las personas tienden a publicar, y a veces mejoran, imágenes atractivas de sí mismas en
sus perfiles de redes sociales (Manago et al., 2008), ver estas imágenes "idealizadas" podría
contribuir a las preocupaciones de la imagen corporal.

Otro producto de la digitalización es el denominado como Cybersexting o sexting, conducta


asociada a compartir fotos o mensajes sexualmente sugerentes a través de teléfonos celulares y
otros medios móviles (Chalfen, 2009). Este comportamiento que se promulga a través de la
tecnología ha despertado una preocupación sustancial sobre su legalidad y seguridad (Katzman,
2010).

Por último, se han conceptualizado el “sharenting” como la manera de compartir excesiva


información sobre las vidas de los menores por parte de los padres en las redes sociales online.

El Trabajo Social tiene que actuar en esta nueva realidad mediante la educación en valores,
mediante continuos debates e intentando incluso formar a la familia, ofreciéndoles pautas para
hacer que los jóvenes sean conscientes y aprendan a reconocer determinadas pautas de
comportamientos de dependencia digital.
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Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
IX. Aplicaciones prácticas de las redes sociales online a la investigación y la intervención social
1. Activismo digital en las redes online

IX. APLICACIONES PRÁCTICAS DE LAS REDES SOCIALES ONLINE A LA


INVESTIGACIÓN Y LA INTERVENCIÓN SOCIAL

A continuación, analizamos brevemente algunos de las aplicaciones concretas de las redes


sociales online a la intervención social.

1. ACTIVISMO DIGITAL EN LAS REDES ONLINE

Las emociones colectivas se definen como estados de una comunidad en la que un gran número
de personas comparten uno o más estados emocionales (Kappas, 2016) Aunque existen
diferencias entre la interacción offline y online son evidentes, las emociones colectivas también
pueden surgir en las comunidades online (Schweitzer y Garcia, 2010; von Scheve y Ismer, 2013).
Un asunto que recibe cada vez mayor atención en la literatura (von Scheve y Salmela, 2014), ya
que las emociones colectivas se pueden encontrar con mayor frecuencia en las comunidades
online, incluyendo las disputas espontáneas en foros políticos (Chmiel et al., 2011), la difusión de
memes de Internet (Guadagno, Rempala, Murphy, Okdie, 2013) y en los movimientos políticos
(Alvarez, Garcia, Moreno y Schweitzer, 2015).

La interacción emocional conduce a la aparición de estados emocionales colectivos que no se


pueden simplificar a la conducta observada cuando los individuos reaccionan de forma aislada
a eventos emocionalmente relevantes (Kappas, 2016). Esta brecha micro y macro requiere
modelos que puedan explicar la aparición de emociones colectivas a partir de la interacción
social (Kuester y Kappas, 2013). Un ejemplo paradigmático es el modelo de Schelling (1971), un
modelo que muestra cómo la segregación social emerge de prejuicios individuales débiles (Ball,
2007).

Un ejemplo de ello es mostrado en la reciente crisis humanitaria del #OpenArms. En el análisis


que estamos actualmente realizando de la crisis humanitaria se han detectado comunidades y
analizado ingentes cantidades de datos mediante distintos algoritmos y técnicas que ilustran las
emociones que ha despertado en la población las distintas posibilidades en torno al fenómeno
migratorio, los conflictos que genera y cómo las emociones colectivas son identificables.

Otro ejemplo es el análisis del movimiento #metoo (Castillo de Mesa, Marcuello, Servós y López
Peláez, 2019), que muestra un fenómeno social de dimensiones globales como nunca antes. La
sororidad de mujeres es una alianza de mujeres que se ha reproducido fuertemente en el
espacio digital, generando una sororidad digital global que ha alentado la participación, de tal
manera que la desinhibición en línea se ha expandido. Un tipo de desinhibición que a veces la
conversación desciende a las emociones más irracionales y primitivas que provocan la
indignación y la reivindicación de los derechos, el estatus y las responsabilidades de las mujeres
de hoy en día. Los perfiles personales en línea se utilizan para reivindicar y posicionarse sin
temor e incluso con una visión de retorno reputacional.
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Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
IX. Aplicaciones prácticas de las redes sociales online a la investigación y la intervención social
2. El uso de las redes sociales online ante situaciones de emergencia social

2. EL USO DE LAS REDES SOCIALES ONLINE ANTE SITUACIONES DE EMERGENCIA SOCIAL

Los trabajadores sociales son fundamentales ante una situación de emergencia social. Por una
parte, son facilitadores de construcción de vínculos formales e informales de los ciudadanos que
permitan aliviar cualquier desastre y gestión del mismo. Por otra parte, ponen a disposición de
los usuarios los recursos disponibles en coordinación con los demás actores del territorio. En la
actual sociedad digital, en la que la información fluye como nunca antes, la labor de curación y
divulgación de información es clave, ya que debe ser actualizada constantemente para asistir e
identificar a las víctimas, aplicando los protocolos establecidos para dichas situaciones de
emergencia.

Las redes sociales online ante estos casos de emergencia actúan como una alternativa de
comunicación y de cooperación, que puede acortar tiempos, movilizar recursos y mejorar la
respuesta ante los desastres. A través de las redes online se suele solicitar ayuda, se informa de
la situación, se intenta localizar personas desaparecidas, se muestran imágenes de lo sucedido
en tiempo real, alcanzando una expansión inimaginable. Se utilizan como fuente de alerta
temprana gracias a su sencillo manejo, su inmediatez y su alcance mundial. Ante determinadas
crisis se han investigado de manera sistemática el tipo de información y recursos
intercambiados, evidenciándose la prevalencia media de diferentes tipos de información útil, de
apoyo emocional, de donaciones y voluntariado, de precaución y asesoramiento y de
infraestructura y servicios públicos.

Castillo de Mesa y López Peláez (2019) han profundizado en el análisis del papel de las redes
sociales online en casos de emergencia social, tanto en ataques terroristas (#Strasbourg),
desastres naturales (#Brumadinho) como en crisis humanitarias (#OpenArms).

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Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
IX. Aplicaciones prácticas de las redes sociales online a la investigación y la intervención social
3. Coaliciones organizacionales en redes sociales online

3. COALICIONES ORGANIZACIONALES EN REDES SOCIALES ONLINE

La efectividad de las redes interorganizacionales surge a través de la formalización de


coaliciones u otras formas de alianzas interinstitucionales en las comunidades locales (Bess,
Speer y Perkins, 2012). En la actual era digital estas coaliciones pueden proyectarse en fórmulas
de colaboración en las redes sociales online, generando sinergias entre organizaciones que
puedan revertir en mayor acceso a información y conocimiento.

Las coaliciones unen fuerzas, movilizan el apoyo público, facilitan la coordinación, evitan la
duplicación de servicios y aumentan la efectividad de la intervención (Butterfoss, 2007). Estas
redes interorganizacionales son una forma eficiente de operacionalizar la estructura de la
colaboración entre organizaciones comunitarias (Maya-Jariego y Holgado, 2015). Los beneficios
de participar en la coalición para Butterfoss et al. (1993) son “el aumento de la red, el
intercambio de información, el acceso a los recursos, el disfrute personal, el reconocimiento y
mejora de las cualificaciones” (Bess, Speer, y Perkins, 2012, p. 528). Un caso paradigmático en el
Trabajo Social son las organizaciones de Trabajo Social en el ámbito europeo y nacional. Las
asociaciones de cada nación europea que son miembros de la Federación Internacional de
Trabajo Social tienen presencia en las redes sociales online, conectándose e interaccionando
entre ellas. También en cada ámbito nacional, los distintos Colegios profesionales de Trabajo
Social, así como sus entes de coordinación, cuentan con perfiles mediante los que se comunican
en las redes. Castillo de Mesa (2019) ha analizado las conexiones e interacciones entre estas
entidades relacionadas con el Trabajo Social. Se identifican los perfiles en Facebook y Twitter de
organizaciones internacionales y nacionales de Trabajo Social (Federaciones internacionales de
Trabajo Social, Colegios Profesionales de Trabajo Social, organizaciones relacionadas con la
práctica de Trabajo Social, profesionales del Trabajo Social). Posteriormente se pueden generar
“listas” de organizaciones en los perfiles personales online de manera que, sin tener por qué
conectar con todas estas instituciones se puede tener alcance de la información que van
publicando, reduciendo la denominada brecha digital de uso estratégico de las redes online
(Blank, 2013) y generando empoderamiento digital.

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Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
IX. Aplicaciones prácticas de las redes sociales online a la investigación y la intervención social
4. Comunidades de práctica de Trabajo Social en las redes sociales online

4. COMUNIDADES DE PRÁCTICA DE TRABAJO SOCIAL EN LAS REDES SOCIALES ONLINE

Los trabajadores sociales trabajan con una materia prima fundamental, la información
(Izquierdo, Garro, y Pemán, 2013). En la actual sociedad hiperconectada en la que es difícil
discernir la fiabilidad de la información es necesario para los trabajadores sociales unir fuerzas,
también en los medios digitales, para buscar una mayor eficiencia y efectividad en sus
intervenciones. Conectarse entre sí, los profesionales y las organizaciones, en las redes online,
comprometiéndose en comunidades de práctica interorganizacionales, desde la que compartir
información más allá de sus propias organizaciones, puede permitir superar las capas de
fragmentación burocrática.

El Trabajo Social no necesita buscar herramientas internas ad hoc, que incidan en la


problemática del cierre y del conocimiento monolítico, sino que hay que trascender y saber
hacer uso de los medios de socialización disponibles para poder hacer frente a las tareas
cotidianas relacionadas con la información.

Los trabajadores sociales deben ser digitalmente competentes, aprendiendo continuamente


sobre los cambios en la tecnología utilizada, para proporcionar nuevos servicios. Las
competencias digitales dependerán del tipo de tecnología y de cómo se usa, y pueden incluir
saber cómo comunicarse de manera efectiva mientras utilizan la tecnología para proporcionar
servicios de trabajo social.

Cuando los trabajadores sociales utilizan la tecnología para proporcionar información al


público, deben tomar medidas razonables para garantizar la precisión y validez de la
información que difunden. Los trabajadores sociales deben publicar información de fuentes
fiables, asegurando la precisión y adecuación de contenidos. Deben revisar periódicamente la
información publicada por ellos mismos o por otras partes en entornos online para asegurarse
de que la información se muestre con precisión.

La tecnología también se puede utilizar para facilitar la comunicación entre los profesionales,
proporcionar información a los clientes y facilitar diversas intervenciones.

La tecnología puede mejorar enormemente la capacidad de los trabajadores sociales para


intervenir a través de comunidades de práctica.

La mayor conectividad en las redes online posibilita que personas y organizaciones estrechen
lazos en estas redes dando lugar a comunidades de práctica en torno a afinidades e intereses
comunes (Wenger, 2006). Wenger et al. (2002, p. 4) definieron las comunidades de practica como
“grupos de personas que comparten una inquietud, un conjunto de problemas o una pasión por un
tema, y que profundizan su conocimiento y experiencia en esta área mediante la interacción
continua”. Según Wenger (1998), una comunidad de práctica se define a sí misma por sus
miembros, por el compromiso mutuo que les une y por el repertorio de recursos que comparten
a lo largo del tiempo.

Las comunidades de práctica se estructuran en torno al dominio, la comunidad y práctica


(Wenger, 1998). El dominio representa un terreno común donde los participantes comparten sus
ideas y conocimientos, desarrollándose una comprensión compartida, un significado y una
relevancia estratégica (Wenger et al., 2002). Dentro de una comunidad de práctica, los miembros
del grupo comparten y desarrollan prácticas, aprenden de sus interacciones con los miembros
del grupo y obtienen oportunidades para desarrollarse personal, profesional y / o
intelectualmente (Lave y Wenger, 1991). La comunidad es un grupo de personas que aprenden e
interactúan juntas, construyendo relaciones que resultan en un sentimiento de pertenencia y
compromiso mutuo (Wenger, 1998). Son comunidades conformadas a través del diálogo y la
conversación, dando sentido selectivo a las experiencias pasadas y presentes. Finalmente, la
práctica es el conocimiento específico que la comunidad desarrolla, comparte y mantiene
(Wenger et al., 2002). Cuando estos tres elementos funcionan bien juntos, hacen de una
comunidad de práctica una "estructura de conocimiento, una estructura social que puede
asumir la responsabilidad de desarrollar y compartir el conocimiento" (p. 29). Wenger y sus
colegas han sugerido que las redes sociales online a menudo se pueden identificar como
comunidades de práctica (Wenger, 2006). Las conexiones técnicas establecen lazos latentes en
las redes sociales, los cuáles siendo técnicamente posibles aún no han sido activados
(Haythornthwaite, 2002).

Con respecto a la construcción de relaciones en las redes sociales online, existen dos tipos de
comunidades en línea: explícitas e implícitas (Arora, Ge, Sachdeva y Schoenebeck, 2012). Las
comunidades online explícitas son aquellas a las que los usuarios se adhieren voluntariamente,
como participar en un grupo de LinkedIn. Por el contrario, las comunidades online implícitas
son aquellas a las que pertenecen los usuarios en función de su conectividad en las redes
sociales online y a las que, en ocasiones, los usuarios pertenecen sin siquiera tener conciencia de
ello. La pertenencia a estas comunidades online genera un tipo de capital social que no sustituye
al offline sino que lo complementa (Wellman et al., 2001; Arampatzi, Burger y Novik, 2018).
Cuantas más conexiones establezcan los usuarios con entidades humanas y no humanas, más
capital social acumularán (Ellison et al., 2007).

En estos contextos, los trabajadores sociales pueden utilizar las redes sociales online para
comprometer, organizar, movilizar y empoderar a miembros. Tratar de buscar coaliciones
online para intercambiar información y desarrollar el aprendizaje con otros trabajadores
sociales, siempre asegurándose de que el contenido de sus comunicaciones sea honesto, preciso,
respetuoso, ya que esa información puede tener un impacto en su organización, se haya
publicado o no para fines laborales o personales.

Las redes sociales online permiten la extensión de las capacidades profesionales de los
trabajadores sociales, cambiando la forma de poder interactuar y colaborar entre los
profesionales y de generar conocimiento. Las herramientas son más que algo para facilitar una
tarea ya que cambian la forma de pensar, de abordar una tarea (y de hecho la naturaleza de la
tarea en sí), y pueden cosechar cambios sociales más amplios e inimaginables.

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-3.13
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Módulo III. Redes sociales online y Trabajo Social (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
IX. Aplicaciones prácticas de las redes sociales online a la investigación y la intervención social
5. Trabajo Social con grupos en las redes sociales online

5. TRABAJO SOCIAL CON GRUPOS EN LAS REDES SOCIALES ONLINE

Se ha comprobado cómo los grupos de Facebook, cuando se orientan estratégicamente pueden


potenciar la conectividad social entre sus miembros. Son herramientas de socialización
propicias para mejorar las habilidades digitales estratégicas de mejora de la conectividad.

Desde el punto de vista de la cohesión, los grupos de Facebook, cuando son estructuras cercanas
y con alto nivel de transitividad permiten que la información fluya mucho mejor. A su vez, se
convierten en importantes herramientas para provocar una mayor apertura y una mejora del
acceso a la información, debido a que el alcance de mayor conectividad posibilita una mayor
capacidad de alcance de información. Esto fomenta una mayor diversidad de las redes y poder
salir de los círculos cerrados habituales, que dan lugar las cámaras eco. Desde el enfoque
estratégico se puede observar cómo la centralidad de intermediación permite acceder a mayor
información e incluso llegar a controlarla (Burt, 2005).

Además, si esta conectividad es dirigida estratégicamente hacia un logro puede potenciar la


identidad digital y la mejora de la posición social. Ambas variables son construidas en relación
con los otros. En este sentido, la conectividad social propone un tipo de capital social generador
de oportunidades. Esto supone superar desarrollar habilidades en el segundo nivel de brecha
digital, la denominada brecha digital de uso (Van Dijk, 2005). Fomentar habilidades estratégicas
de conectividad desde la disciplina de Trabajo Social educacional es fundamental, ya que
permite a los estudiantes poder entender cómo se pueden utilizar estas herramientas para la
propia intervención social en los procesos de inclusión digital. Especialmente porque los nuevos
usos y motivaciones para usar las redes sociales online están relacionadas con el fin
fundamental del Trabajo Social, la potenciación de relaciones (Cottam, 2015).

Por lo que respecta a la relación de la conectividad con resiliencia, en la figura 3 se muestra la


tendencia observada. La conectividad social es un buen predictor del incremento de la
resiliencia, pero su efecto es verdaderamente significativo cuando los egresados de trabajo social
tienen un mayor índice de habilidades digitales proporcionadas por el grado. En mayor o menor
medida ese es el efecto observado para todas las variables.

Desde la perspectiva del trabajo social con grupos, uno de los objetivos es reforzar la capacidad
de vínculo entre los usuarios, generando relaciones en el contexto de intervención que
permitieran ir más allá en la consecución de objetivos (Shaffer y Galinsky, 1989), lo cual se puede
llevar a cabo en las redes online, catalizando de forma inversa la secuencia online-offline.

La identificación con el grupo genera una mayor autoestima a estas personas, especialmente a
las personas que llevan mucho tiempo en situaciones de dificultad (Castillo de Mesa y López
Peláez, 2019), a las menos cualificadas y a las de mayor edad. Lo cierto es que el efecto en las
personas puede ser muy palpable, con un cambio en el aspecto físico en muchos casos. Personas
que pueden tener aspecto desaliñado, pueden empezar a cuidar su imagen, a vestirse mejor y
cuidar más la higiene personal. Los grupos fomentan la comprensión de que uno no está solo en
su sufrimiento al universalizar los problemas que enfrentan los miembros (Shaffer y Galinsky,
1989; Northen, 1987). La mejora en la autoestima de los miembros incrementa en la
socialización de los problemas, al comprobar que no son los únicos que tenían determinado
problema (Northen 1987).

Al mismo tiempo se puede observar la mejora continua en el aprendizaje del uso de las redes
sociales online, así como de otras fuentes de internet. Aprenden a expresar comentarios útiles, a
dar apoyo, a compartir el tiempo de manera responsable y a explorar diferencias y puntos en
común, tanto en los contextos online como offline. Los participantes se sienten más confiados
tras haber aprendido a usar mejor estos servicios, seguros en sus posibilidades y conscientes de
las oportunidades y desventajas.

Como consecuencia del éxito de las dinámicas grupales online, los usuarios suelen demandar
más talleres e incluso poder disponer de espacio y de ordenadores. Los teóricos reconocen que
el sentido mutuo de identificación que los miembros del grupo reciben en grupos fomenta un
sentido de pertenencia (Northen, 1987).

El análisis de las redes de interacción puede dar una información muy importante a los
trabajadores sociales sobre el impacto que tiene una intervención grupal y comunitaria en las
redes sociales online. Se puede apreciar quien interactúa y participa más y quien ocupa una
posición estratégica de liderazgo. También quien se inhibe más y a quien hay que reforzar.

Al mismo tiempo, la utilización de las dinámicas grupales a través de Facebook tiene un efecto
positivo en el reforzamiento de la conectividad social y la interacción online, con consecuencias
prácticas en la vida personal de cada usuario. Los usuarios pueden reconstruir sus lazos a partir
de una herramienta que ya utilizaban, Facebook.

Las relaciones que se establecen en el grupo online creado en Facebook se pueden desarrollar
posteriormente en el universo offline, dando lugar a un continuum entre las relaciones online y
offline (Del Fresno, Daly y Segado, 2016).

Son capaces de aprender a compartir la información, y generar un fuerte vínculo, lo que les
puede llevar a organizarse como asociación, buscando colectivamente nuevos recursos. En este
sentido, el incremento de la ayuda mutua online, y el fortalecimiento de la sociabilidad online,
tiene como consecuencia directa un reforzamiento de su capacidad de autoorganización, siendo
capaces de mantener en el tiempo los vínculos creados, y trabajar conjuntamente para lograr
objetivos establecidos por ellos mismos.

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IX. Aplicaciones prácticas de las redes sociales online a la investigación y la intervención social
6. Trabajo Social educativo mediante grupos online

6. TRABAJO SOCIAL EDUCATIVO MEDIANTE GRUPOS ONLINE

Si el nivel de penetración de redes sociales online es muy alto en todos los sectores de la
sociedad, lo es aún más entre los jóvenes (Duggan y Smith, 2013). Los jóvenes han crecido con
estas tecnologías sociales hasta el punto de que se les ha llamado "nativos digitales" (Prensky,
2001). Sin embargo, los jóvenes no son un grupo monolítico con talento universal para usar estos
medios digitales. Por el contrario, su implicación con la tecnología digital es muy diverso
(Selwyn, 2009). Al tratarse de un fenómeno emergente, los jóvenes han adoptado y usado las
redes sociales online de forma espontánea, para mantener relaciones con sus actuales amigos
(Wang y Edwards, 2016) y para crear nuevas relaciones (Levine y Stekel, 2016). Sin embargo,
existen ciertas carencias de pedagogía, también desde el Trabajo Social, desde la que concienciar
sobre los efectos que puede implicar según qué tipo de uso. Recientes investigaciones han
demostrado que los grupos de Facebook son una herramienta eficaz para apoyar el aprendizaje
(Manca y Ranieri, 2016), en el sentido de que promueven el aprendizaje activo, la colaboración
(Meishar-Tal, Kurtz, y Pieterse, 2012) y la conectividad social (Barczyk y Duncan, 2013). Las
herramientas de redes sociales se consideran adecuadas para apoyar un proceso de creación de
conocimiento distribuido y en red a través de la conexión y la promoción de redes e interacción
social (Dron y Anderson, 2014; Siemens y Weller, 2011).

Teniendo en cuenta el contexto académico, algunos autores (por ejemplo, Brown y Adler, 2008)
han subrayado que la adopción de estos medios genera o requiere un cambio radical del
paradigma pedagógico con consecuencias "revolucionarias" para las instituciones académicas, o,
al menos, para considerar por los docentes. Otros autores, como por ejemplo Junco (2014), han
señalado cómo un mayor uso de estos medios sociales en la educación superior universitaria
puede llevar a reconectar a las instituciones académicas con las nuevas generaciones de
estudiantes. Este tipo de comunidades de aprendizaje hacen que los estudiantes de educación
superior estén más comprometidos y que persistan en sus estudios (Junco, 2012).

Hay cada vez más investigadores y educadores que están usando las redes sociales online para
los procesos académicos de enseñanza-aprendizaje (Bosch, 2009). Especialmente por su
potencial para compartir información y para desarrollar comunidades de apoyo y aprendizaje
(Hurt, Moss, Bradley et al., 2012).

La literatura académica ha alcanzado cierto consenso en torno a que el impacto de la


comunicación online en el bienestar depende de los objetivos de la persona, de la naturaleza del
intercambio de la comunicación y de la cercanía con otros nodos (Burke y Kraut, 2013). Desde
este enfoque, que atiende a la importancia del uso, del “para qué”, se plantea que la brecha
digital radica en la diferencia del tipo uso que los ciudadanos hagan en función de las
habilidades digitales con las que cuenten (Deursen y Dijk, 2009).

Castillo de Mesa y Gómez Jacinto (2019) desarrollaron un estudio exploratorio en el que


demostraron cómo los grupos de Facebook, cuando se orientan estratégicamente, pueden
potenciar la conectividad social entre sus miembros. Son herramientas de socialización
propicias para mejorar las habilidades digitales estratégicas de mejora de la conectividad. Si esta
conectividad es dirigida estratégicamente hacia un logro puede potenciar la identidad digital, la
mejora de la posición social y la capacidad de resiliencia. Fomentar habilidades estratégicas de
conectividad desde la disciplina de Trabajo Social educacional es fundamental, ya que permite a
los estudiantes poder entender cómo se pueden utilizar estas herramientas para la propia
intervención social en los procesos de inclusión digital.

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7. Estrategias para la intervención digital

7. ESTRATEGIAS PARA LA INTERVENCIÓN DIGITAL

Se identifican cuatro variables fundamentales desde las que poder intervenir en los procesos de
inclusión digital: la conectividad digital, el acceso a información y conocimiento, la participación
digital y la identidad digital.

La mayor conectividad digital debe ser aprovechada por el Trabajo Social para abordar dos de
las principales epidemias de esta era: la soledad y el aislamiento. Conectar a los desconectados
es fundamental para que las personas más desfavorecidas puedan acceder a oportunidades. Es
posible utilizar las redes sociales online como un instrumento que permita generar lazos entre
las personas, potenciar comunidades. Conectar digitalmente a los usuarios entre sí, con los
propios trabajadores sociales y con el resto de la sociedad permite que se dé la secuencia inversa
a la clásica, la secuencia online-offline. Es decir, una vez que se conocen entre sí en el universo
online pueden llegar a conocerse en el offline, sirviendo las redes online como vasos
comunicantes que catalizan las relaciones entre ambos universos, offline y online. Para
aprovechar esta conectividad es necesario desplegar estrategias de movilización de capital social
(Lin, 2001) desde las que poder construir redes de apoyo especializadas. Las estrategias de
intervención en red (Valente, 2012) proponen nuevas oportunidades para el Trabajo Social,
también en el universo online. Los trabajadores sociales deben implicarse en proveer a sus
usuarios de estrategias de conectividad y participación.

Castillo de Mesa y López-Peláez (2019) proponen las siguientes estrategias en el ámbito del
Trabajo Social de grupo en las redes digitales:

- Compartir información útil en las redes sociales online potenciando la autoestima,


reforzando los vínculos, aumentando el capital social y potenciando la tolerancia a la
diversidad.

- Detectar comunidades para intervenir en la propia red, potenciando determinados


segmentos y alentando otros.

- Cooperar estratégicamente a través de una red social online (Facebook en este caso)
fortaleciendo la capacidad asociativa y la autoorganización de los trabajadores sociales y
de las organizaciones.

- Identificar liderazgos permite organizar y potenciar la ayuda mutua y el reconocimiento,


generando dinámicas grupales más horizontales y compartidas, pudiendo alterar la red
con la adición o eliminación de ciertas relaciones (Valente, 2012).

- La dinámica grupal online permite estimular la creación de grupos y asociaciones, desde


una perspectiva no directiva, en función de las aspiraciones y objetivos de los usuarios.

- Aprovechar estrategias de inducción que promuevan la interacción entre pares para


mejorar el efecto multiplicador de las redes naturales.

Por otra parte, los trabajadores sociales deben ser capaces de analizar las redes personales de
sus usuarios, no solo las online, detectando externalidades positivas y también negativas que
den explicación y solución a los problemas que presentan. Se trata de poder intervenir en las
redes online, siendo capaces de generar lazos que formen comunidades de apoyo mutuo para
estas personas desfavorecidas, que les proponga un nuevo escenario de sociabilidad y, por ende,
de oportunidades. Por supuesto, siempre atendiendo a criterios éticos adecuados (Reamer, 2013),
pero sin complejos. Si la policía investiga las redes online de las personas para mejorar nuestra
seguridad, siendo comprensible, los trabajadores sociales tenemos que reivindicar que también
tenemos que hacerlo para mejorar la vida de nuestros usuarios. Desde el Trabajo Social ya se
viene haciendo de forma offline, por tanto, no hay que escandalizarse si se hace en entornos
online también, siempre que se haga con consentimiento informado, confidencialidad y
protección a los datos personales. Para ello Reamer (2013) plantea hacerlo desde un perfil online
neutral, que evita intromisiones personales mutuas.

A pesar de la mayor cohesión y de las posibilidades de conectividad en esta era (Watts, 2003), es
conocido que uno de los principales problemas en la actualidad es la soledad, especialmente
incidente a medida que las personas se van haciendo más mayores. Se conoce que cuanto mayor
es la edad de las personas, es más probable que no se conecten y participen de forma digital.

(Robles, Antino, De Marco, y Lobera, 2016). A estas personas, en la medida de lo posible, cabe
formarlas para que puedan participar en el universo online, para que cuando lleguen a ser más
mayores y más dependientes puedan usar estas herramientas como instrumentos mediadores
de la creciente soledad.

Pero no solo hay que tener en cuenta el envejecimiento, también el incremento de los procesos
de individualización (Zabludovsky, 2013) está afectando a las sociedades occidentales. Por eso el
Trabajo Social no debe permitirse el lujo de no intervenir en los nuevos espacios de sociabilidad
online. Es posible articular comunidades online en torno a determinadas afinidades. Por
ejemplo, hay experiencias de buenas prácticas de intervención en red, en el espacio digital, en
torno al problema social del desempleo (Castillo de Mesa, 2018). Existe evidencia de que las
personas que pierden su empleo, a medida que pasa el tiempo, también pierden el nivel de
sociabilidad y se aíslan. Ya no acuden diariamente a un lugar que compartir con otros, el del
trabajo. Al principio, suele vivirse como una liberación de obligaciones, pero está constatado
que, progresivamente, también por no tener recursos económicos suficientes, estas personas
desempleadas se van recluyendo y aislando cada vez más en sus hogares. Esto conduce a un
problema de aislamiento que produce desánimo y que además incide negativamente en la
capacidad de encontrar trabajo, ya que está comprobado que la principal forma de encontrar
trabajo es a través de los contactos, del capital social (Centro de Investigaciones Sociológicas,
2016). Desde este enfoque, cabe intervenir desde el Trabajo Social con estas personas
desfavorecidas, formando comunidades online de afinidades e intereses comunes desde la que
puedan promover un modelo de búsqueda de empleo basado en el apoyo mutuo (Castillo de
Mesa, 2018) y en el intercambio colaborativo de información y conocimiento.

El acceso e intercambio de información y conocimiento está muy relacionado con la manera en


que uno aparece imbricado en escenarios de intercambio, como pueden ser las redes sociales
online. El beneficio de la conectividad en las redes sociales online no sólo es poder acceder en
pocos saltos a otros y compartir información sino también mantener la escucha activa sobre lo
que ocurre con los contactos (Baksh et al., 2012). Al representar la mera conectividad un canal
de comunicación pasiva (Burke y Kraut, 2013) que da acceso a información, recursos y
conocimiento de los contactos, más allá de que exista interacción o no, resulta importante que
las personas estén conectadas. Pero no de cualquier forma, la elección de personas y
organizaciones con las que estar conectados determina el ancho de banda social (Stutzman et al.,
2012), determinando la cantidad y la calidad de información a la que se puede acceder. Ya no se
trata de la cantidad de contactos con los que se establece un lazo y a los que se puede alcanzar
con la información que se comparte sino, más bien, de la calidad de la información a la que se
accede en función de los contactos que se establecen. Los trabajadores sociales deben
convertirse en facilitadores de pautas estratégicas para la conectividad que promuevan el
conocimiento sobre cómo y con quién conectar para alcanzar mayor información de calidad. El
reto para los trabajadores es llegar a convertirse en radares y curadores de información que
promuevan los procesos de participación digital que potencian el empoderamiento de los
ciudadanos (Shirsky, 2008).

Pero además de las oportunidades, también existen efectos perniciosos del uso de las redes
online. Esto tiene que ver con la brecha digital de uso, con el “para qué” se usa. Tiene una clara
afectación a la identidad digital de los usuarios de estos servicios, que no son conscientes del
riesgo de usar estos servicios sin prudencia. En este sentido, los trabajadores sociales tienen la
responsabilidad de advertir y sensibilizar a las personas más desfavorecidas del riesgo que
conlleva el uso que hacen de las redes. Asimismo, hay que concienciar del alto nivel de
convergencia que ofrecen las redes y, por tanto, de cómo las distintas facetas de la vida se
mezclan en estos servicios. También hay que avisar de los posibles efectos perjudiciales
derivados de compartir información sensible.

Las instituciones internacionales más importantes en el ámbito del Trabajo Social, como la
National Association Social Work, la Asociation of Social Work Boards, el Council Social Work
Education y (2017), y la Clinical Social Work Association están animando a los trabajadores
sociales a utilizar los medios tecnológicos, siempre con arreglo a criterios éticos, para encontrar
soluciones a los problemas sociales y para empoderar a la ciudadanía a través del acceso a la
información y a la mejora de sus relaciones.

Según Reamer (2013), y según los propios preceptos de estas instituciones, para utilizar estos
medios sociales con arreglo a criterios éticos cabe poder usar un perfil neutral, creado ad hoc,
utilizado para estos fines que evite intromisiones mutuas entre trabajadores sociales y usuarios.
También en el caso de llevar algún tipo de acción comunitaria es preceptivo informar
activamente del uso por el que se llevan a cabo determinadas acciones, como la participación en
grupos online, la videograbación, etc. Según el artículo 1 de la Ley 3/2018, de 5 de diciembre, de
Protección de Datos Personales y garantía de los derechos digitales, y de conformidad con lo
dispuesto en el artículo 4.11 del Reglamento (UE) 2016/679, se entiende por consentimiento del
afectado toda manifestación de voluntad libre, específica, informada e inequívoca por la que
este acepta, ya sea mediante una declaración o una clara acción afirmativa, el tratamiento de
datos personales que le conciernen.

La información que emane de este grupo en Facebook se tratará con arreglo a los criterios
éticos. En la extracción y tratamiento de datos en Facebook, para cumplir rigurosamente con los
criterios éticos, se evitará la comunicación e interacción personal con los observados y se
mantendrá en todo momento la confidencialidad y el anonimato de los participantes en la
exposición de resultados (Kosinski et al., 2015).

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-4.1
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo IV. Desigualdad, brecha digital y competencias digitales (JOAQUÍN CASTILLO DE
MESA)
I. Perspectivas sobre brecha y desigualdad digital

Módulo IV

Desigualdad, brecha digital y competencias digitales


JOAQUÍN CASTILLO DE MESA

Sumario:

I. Perspectivas sobre brecha y desigualdad digital


1. Brecha digital y desigualdad digital
2. Desigualdad y brecha digital de acceso
3. Brecha digital de uso y participación
4. Desigualdad y brecha digital de género
II. Competencias y habilidades digitales para el Trabajo Social
III. Educación online, masiva y abierta para el Trabajo Social digital

I. PERSPECTIVAS SOBRE BRECHA Y DESIGUALDAD DIGITAL

1. BRECHA DIGITAL Y DESIGUALDAD DIGITAL

La información se ha convertido en un bien primario (Van Dijk, 2006). El acceso a información


determina la posición social de las personas. Aquellas que disponen de una mejor información
son capaces no solo de acceder sino también movilizar esta información, obteniendo
oportunidades. Por el contrario, aquellas personas que no se orientan hacia estos logros, son
aquellos que usan la tecnología solo para el entretenimiento, y que pasan más tiempo usándolas
(Correa, 2016), con conductas espontáneas e improvisadas, y en ocasiones perjudiciales, ante la
constante adopción de nuevas tecnologías.

Para el Trabajo Social es fundamental detectar las necesidades de las personas más
desfavorecidas a partir de la transformación digital de la sociedad para poder convertir estas
necesidades en oportunidades para los ciudadanos. En primer lugar, es necesario analizar y
entender los retos que nos plantea un fenómeno que, como otros anteriores, genera visiones
utópicas y distópicas. Superado el escepticismo y la resistencia inicial se ha alcanzado cierto
consenso de que internet y los servicios generados en su seno han configurado un universo
complementario de socialización, espejo social de la realidad offline, que cuenta con ventajas e
inconvenientes (Castillo de Mesa, 2017).
Una de las desventajas que se ha reproducido en internet ha sido la desigualdad digital. A
medida que la transformación digital ha ido evolucionando estas desventajas también se han
redefinido.

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Módulo IV. Desigualdad, brecha digital y competencias digitales (JOAQUÍN CASTILLO DE
MESA)
I. Perspectivas sobre brecha y desigualdad digital
2. Desigualdad y brecha digital de acceso

2. DESIGUALDAD Y BRECHA DIGITAL DE ACCESO

En la década de los noventa del siglo XX surgió el concepto de brecha digital para referirse a “la
distancia entre aquellas personas que tienen y no tienen acceso a Internet” (Dijk, 2006, p. 221). Esta
concepción de brecha digital valoraba la capacidad de acceder o no a dispositivos con conexión
a la red. Aunque esta orientación al acceso fue prevalente en aquella etapa, Van Dijk (2006)
apuntaba que era una cuestión de tiempo el desplazamiento hacía otro enfoque puesto que esta
idea de brecha digital planteaba una división dicotómica, entre los que tienen o no tienen
acceso, demasiado limitada. Por tanto, no tardó en aparecer un segundo enfoque de la brecha
digital que trata de entender el “por qué” se usa, subrayando como determinante el reflejo de
determinadas variables sociales. Algunos autores plantearon diferencias en el uso por motivos
raciales (Hoffman et al., 2001), de género (Bimber, 2000) o definidas a partir del nivel educativo
(Bonfadelli, 2002).

En la actual fase de consolidación de internet, dado que progresivamente un número mayor


trámites solo puede realizarse a través de medios electrónicos, el apoyo a los usuarios de los
servicios sociales en su relación electrónica con la Administración debe formar parte de las
tareas que llevan a cabo los trabajadores sociales.

El acceso debe ser contemplado desde el punto de vista del diseño de servicios (Stickdorn,
Schneider, Andrews y Lawrence, 2011). La tecnología debe estar al servicio de las personas. El
diseño para todos es una filosofía que impregna el diseño de políticas digitales en el contexto de
la estrategia digital de la Unión Europea, que intenta que la tecnología esté a disposición de
todos y sea usable por todas las personas independientemente de sus capacidades, edad,
situación económica, educación, localización geográfica, cultura o lenguaje. El diseño de
servicios para la inclusión digital trata de comprender la experiencia de usuario y las
necesidades de cada individuo dentro de una comunidad para diseñar soluciones digitales
inclusivas y disruptivas (Brown y Wyatt, 2010). El Trabajo Social debe buscar la inclusión digital,
la usabilidad y la accesibilidad universal, enfatizando esta última en las personas con
discapacidades-personas con impedimentos auditivos, cognitivos, neurológicos, físicos,
discursivos y visuales.

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Módulo IV. Desigualdad, brecha digital y competencias digitales (JOAQUÍN CASTILLO DE
MESA)
I. Perspectivas sobre brecha y desigualdad digital
3. Brecha digital de uso y participación

3. BRECHA DIGITAL DE USO Y PARTICIPACIÓN

Más recientemente emerge un tercer enfoque de la conceptualización de la brecha digital que


atiende a la importancia del uso, del “para qué”. Van Dijk (2006) considera que Internet es una
herramienta que permite realizar actividades que generan un conjunto de ventajas
competitivas. El efecto desigualitario del uso distinto de Internet se produce cuando ayuda a
unos ciudadanos a empoderarse y a otros no (Van Dijk, 2006). Por ejemplo, las personas que
cuentan con suficientes capacidades digitales pueden usar las tecnologías para pedir una cita
online al médico, para hacer una transferencia bancaria desde el móvil o para inscribirse de
forma inmediata a las ofertas de empleo que se publican. Por el contrario, estar en el lado
desfavorecido de la brecha digital significa no poder usar muchas de estas ventajas, e incluso
verse perjudicados. Por ejemplo, aquellas personas que, por carecer de las capacidades digitales
suficientes, se ven obligadas a pedir cita presencialmente, soportando largas lista de espera para
resolver un sencillo trámite administrativo. Si no verse excluidas, como por ejemplo cuando se
intenta encontrar trabajo repartiendo currículum en mano, tocando a la puerta de las empresas,
siendo invitados, sin otra opción, a enviarlo por correo electrónico. Estas personas, que no están
pudiendo beneficiarse de las ventajas digitales, viven desconectadas, excluidas de la
conversación global, en las antípodas de las cuentas Premium de Amazon, por falta no solo de
acceso a la tecnología, sino especialmente por falta de educación digital.

La desigualdad digital radica, entonces, en la diferencia entre los ciudadanos que hacen uso de
este tipo de servicios y herramientas de Internet y aquellos ciudadanos que no cuentan con
recursos para hacer uso de ellos (DiMaggio y Hargittai, 2001), evidenciándose la importancia de
un conjunto de variables relacionadas con las capacidades para manejar Internet: las
habilidades digitales (Deursen y Dijk, 2009). La disposición o no de habilidades digitales
condiciona la accesibilidad a recursos, siendo la tecnología la que empodera a aquellos con
capacidad para tomar ventaja de ellos y deja atrás a los que no saben hacer uso de estos recursos
(Van Dijk, 2006).

La exclusión social digital no se produce únicamente porque unos ciudadanos y no otros tienen
acceso a internet, así como a sus usos beneficiosos, sino principalmente porque unos más que
otros pueden transformar estos recursos en ventajas gracias a sus capacidades o habilidades
digitales (Robles Morales et al., 2016).

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El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo IV. Desigualdad, brecha digital y competencias digitales (JOAQUÍN CASTILLO DE
MESA)
I. Perspectivas sobre brecha y desigualdad digital
4. Desigualdad y brecha digital de género

4. DESIGUALDAD Y BRECHA DIGITAL DE GÉNERO

Constatar la brecha digital de género en los entornos digitales es un reto aún por investigar. Sin
embargo, ya existen determinados estudios que apuntan a esta variable de género como factor
diferenciador. No es de extrañar, si como apuntan Dunbar et al. (2015), las redes sociales son un
reflejo de la realidad offline.

Un estudio con datos de millones de usuarios de Facebook, con una muestra de personas
procedentes de más de 200 países, demuestra que en aquellas naciones donde hay más usuarias,
la desigualdad es menor. Los países donde las usuarias de la red social son más activas tienen
mayor igualdad económica. Allí donde hay más mujeres que hombres en Facebook, tiende a
haber mayor igualdad de género.

Aunque el trabajo no establece una relación causal entre ambos datos, sí que refleja que una
mayor actividad femenina en Facebook está relacionada con una reducción de la brecha
económica. La investigación, realizada por un grupo de científicos españoles especializados en
redes complejas, se apoya en la ratio de hombres y mujeres que usan Facebook. En el momento
de iniciarla, en el verano de 2015, dispusieron de dos datos básicos: los algo más de 1.400
millones de usuarios que tenía entonces la red social y su actividad diaria en la red. Como espejo
donde reflejar sus datos, usaron una serie de  estadísticas oficiales sobre población  y los
informes anuales sobre brecha de género que publica el Foro Económico Mundial.

Observando que la desigualdad de género en el uso de Facebook reflejaba muy bien el estado de
la desigualdad en otros aspectos de la sociedad. Garcia, Kappas, Küster y Schweitzer (2016) han
elaborado una métrica que han denominado brecha de género en Facebook (FGD, por las siglas
Facebook Gender Divide) que les ha permitido crear una especie de mapa mundial de la brecha
de género en la red social.
Fuente: http://dgarcia.eu/FacebookGenderDivide.html

En ese  mapa de Facebook, se muestra que, en general, los países árabes y otros de mayoría
musulmana, como los del norte de África, y varios estados del sur de Asia muestran la mayor
distancia entre hombres y mujeres. De entre ellos, Afganistán es el que mayor brecha de género
tiene en la red social. En el extremo contrario aparecen países como Finlandia, Noruega y el
resto de países nórdicos. Cerca, otras naciones de Europa. España y EE. UU. tienen casi el mismo
nivel de brecha de género en Facebook. Garcia, Kappas, Küster y Schweitzer (2016) afirman que
los datos del Banco Mundial muestran que en España hay una población de 16,31 millones de
mujeres y de 16,77 millones de hombres entre 13 y 65 años mientras que en Facebook hay 7,35
millones de mujeres activas y 5,78 millones de hombres activos en esa franja de edad. Por eso la
ratio de actividad es de aproximadamente el 45% para las mujeres y el 34% para los hombres.

El estudio desvela que los valores de la ratio de brecha de género en Facebook (FGD) presentan
una correlación con distintas caras de la desigualdad. La conexión más fuerte parece ser con el
grado de educación. Donde hay mayor igualdad en la educación, el coeficiente de brecha de
género en Facebook (FGD) es más bajo. Noruega, Finlandia o Islandia vuelven a ser aquí los
países con índices más equitativos. Los países africanos aparecen en el otro extremo. Aunque en
menor medida, la brecha sanitaria o la salarial también están conectadas con esta métrica.
Garcia, Kappas, Küster y Schweitzer (2016) encontraron también un fenómeno sorprendente.
Todo parece indicar que el provecho de ser activo en Facebook es mayor para las mujeres que
para los hombres. La ratio de actividad en la red social aparece relacionada con una menor
desigualdad económica. Los investigadores no saben el porqué de este efecto, pero apuntan una
posibilidad: "Creemos que las mujeres podrían acceder mejor al mercado de trabajo a través de
Facebook.

En esta investigación se señala que las personas suelen encontrar empleo a través de sus
contactos débiles en Facebook. Es así como los definía Granovetter (1973) en función a su menor
intensidad de relación y, por tanto, la mayor capacidad de transmitir información no
redundante. Puede que las mujeres sufran barreras externas en el mercado de trabajo que se
alivian al tener acceso al capital social de Facebook".

En suma, se ha constatado que, a mayor educación, mayor presencia y actividad en Facebook.


También se ha demostrado que, a más mujeres en Facebook, menor desigualdad de género. A
mayor actividad de las usuarias mujeres en Facebook, menor desigualdad. El provecho de ser
activo en Facebook es mayor para las mujeres que para los hombres ya que las mujeres podrían
acceder mejor al mercado de trabajo a través de Facebook. Según Garcia, Kappas, Küster y
Schweitzer (2016), distintos trabajos que citan en su investigación muestran que la gente
encuentra empleo a través de sus contactos débiles en Facebook. Apuntan que puede que las
mujeres sufran barreras externas en el mercado de trabajo que se alivian al tener acceso al
capital social de Facebook.

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El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo IV. Desigualdad, brecha digital y competencias digitales (JOAQUÍN CASTILLO DE
MESA)
II. Competencias y habilidades digitales para el Trabajo Social

II. COMPETENCIAS Y HABILIDADES DIGITALES PARA EL TRABAJO SOCIAL

Tener una población y una fuerza de trabajo digitalmente preparada es crucial para avanzar en
competitividad y así construir una sociedad digitalmente inclusiva. Actualmente, sin embargo,
un 44% de ciudadanos europeos no tienen habilidades digitales básicas y el 37% de los
trabajadores presenta carencias en habilidades digitales (Comisión Europea, 2016), a pesar del
exponencial incremento de la necesidad de estas habilidades en todos los trabajos. Hay
necesidad de modernizar nuestra educación y sistemas de formación para poder preparar a los
jóvenes suficientemente para una sociedad digital.

El Trabajo Social tiene que asumir el cambio tecnológico como una oportunidad profesional,
redefiniendo sus metodologías y promoviendo el bienestar de la población en sociedades de
nativos digitales. Es una oportunidad profesional, y es una exigencia ética: no es posible apoyar
y fortalecer las trayectorias vitales de los ciudadanos si no tenemos en cuenta que las
vulnerabilidades que les afectan están vinculadas con la tecnología de cada momento histórico.
Para lograrlo, hay que estar bien posicionado en el ámbito de la innovación tecnológica
(incoporando metodologías, contenidos y competencias en la formación de los trabajadores
sociales), en los procesos de planificación y decision estratégica, e incoporar metodologías de
diseño que detecten las vulnerabilidades existentes, mediante estrategias de intervención social
adecuadas.

La falta de criterio en el uso puede dar lugar a desventajas, especialmente entre aquellos con
menor nivel de capacitación. Por lo tanto, la disposición o no de habilidades digitales condiciona
la accesibilidad a recursos, empoderando a aquellos con capacidades para explotar las
potencialidades y dejando atrás a los que no saben hacer uso de estas ventajas (Dijk, 2006).

Las habilidades digitales se conciben como “la capacidad para responder de manera pragmática
e intuitiva a los desafíos y oportunidades de una manera que explote el potencial de Internet"
(DiMaggio et al., 2004, p. 378). También como “la capacidad del usuario para localizar contenido
en la web de manera efectiva y eficiente" (Hargittai, 2005, p. 372).

Las habilidades digitales se analizan y conceptualizan desde distintos niveles. Uno de los niveles
se fija en el nivel de habilidades operacionales (Steyaert, 2002). Es decir, en aquellas habilidades
que operan en el manejo de aplicaciones y dispositivos relacionados con la interacción. Van Dijk
(2005) las define como aquellas habilidades utilizadas para operar con ordenadores –ahora
también con smartphones– y con las redes de hardware y software asociadas. Otra de las
vertientes, más allá del uso de servicios y aplicaciones, se fija en la capacidad para filtrar
información (Marchionini y White, 2007). Esto corresponde al nivel informacional de las
habilidades digitales, que tiene que ver con saber buscar información usando estas aplicaciones
y servicios de la red. Ya apuntaba Van Dijk (1999) a la importancia de las habilidades para
buscar, seleccionar, procesar y aplicar información en un entorno una sobreabundancia de
fuentes.

Las habilidades digitales para la búsqueda de información tienen que ver con la acción por la
que los usuarios intentan satisfacer sus necesidades de información (Jenkins, 2006).
Para solucionar estos importantes sesgos de información se requieren habilidades digitales de
nivel estratégico. Por una parte, aquellas habilidades digitales que tienen que ver con la
capacidad de utilizar la información de forma estratégica, es decir, con orientación a un logro.
Por otro lado, se requieren habilidades digitales de conectividad, es decir, aquellas que crean
relaciones estratégicas, redundando en la mejora del acceso a información y, por ende, de la
posición social.

Por último, las habilidades digitales formales aluden a la capacidad para gestionar la profusa de
cantidad medios al alcance, también denominada hipermedia (Lee, Cheng, Rai y Depickere,
2005).

Los graduados de Trabajo Social y la propia disciplina no pueden ser ajenos a la afectación de
este fenómeno, especialmente a lo que tiene que ver con el incremento de la socialización en las
redes online. Fundamentalmente porque el Trabajo Social comparte objetivo fundamental con
las redes sociales online, construir relaciones. Addams (1902), precursora del Trabajo Social, fue
una visionaria al otorgar gran importancia a la mejora de las relaciones sociales entre los
individuos para la superación de sus adversidades. Es por este motivo que, desde distintas
instituciones referentes del Trabajo Social, como el Council Social Work Education y National
Association Social Work (2017), están animando a los trabajadores sociales a utilizar los medios
tecnológicos para encontrar soluciones a los problemas sociales y para empoderar a la
ciudadanía a través del acceso a la información y a la mejora de sus relaciones.

El concepto de habilidades digitales se analiza y conceptualiza desde distintos niveles. Uno de los
niveles se fija en el nivel de habilidades instrumentales (Steyaert, 2002). Es decir, en aquellas
habilidades que operan en el manejo de aplicaciones, servicios y dispositivos relacionados con la
interacción. Van Dijk (2005) define habilidades digitales instrumentales como aquellas utilizadas
para operar con ordenadores –ahora también con smartphones– y con las redes de hardware y
software asociadas. Complementariamente se alude a la habilidad para usar la cantidad profusa
de medios al alcance, también denominada hipermedia (Lee et al., 2005). Se ha pasado de
utilizar estos entornos media de forma lineal, es decir, de adelante a atrás y viceversa, a
entornos en los que continuamente se cruzan y agregan elementos. Esta forma de usar internet
y las redes se denomina cross-referencing (Kwan, 2001). Sin un sentido de ubicación, distancia y
dirección los usuarios tienden a desorientarse (Kwan, 2001).

Otra de las vertientes, más allá del uso de servicios y aplicaciones, se fija en la capacidad para
filtrar información (Marchionini y White, 2007). Esto corresponde al nivel informacional de las
habilidades digitales, que tiene que ver con saber buscar información usando estas aplicaciones
y servicios de la red. Ya apuntaba Van Dijk (1999) a la importancia de las habilidades para
buscar, seleccionar, procesar y aplicar información en un entorno una sobreabundancia de
fuentes. Se anticipaba a los problemas presentes de “infoxicación e infosaturación” (Dias, 2014).
Es decir, problemas derivados de la dificultad para gestionar la constante y masiva corriente de
información y noticias que llegan a través de internet. Las habilidades digitales para la
búsqueda de información tienen que ver con la acción por la que los usuarios intentan satisfacer
sus necesidades de información (Jenkins, 2006).

En la actualidad, cuando se busca información en la red es habitual encontrar información que


refuerza las propias creencias. Los medios digitales sugieren contenidos y acciones a partir de
comportamientos anteriores y de la huella digital derivada del uso de exploradores web
(Nikolov, Oliveira, Flammini, y Menczer, 2015). Por consiguiente, los usuarios adoptan filtros con
sus propias conductas, siendo conscientes de ello o no.

En el universo de las redes sociales online también sucede lo mismo. Los usuarios reciben
información de aquellas personas que han decidido seguir mientras que se excluye y se pierde la
información y opinión de aquellas personas a las que no se sigue (Nikolov et al., 2015).
Tendemos a rodearnos de otros que comparten nuestras mismas perspectivas y opiniones sobre
el mundo y esto puede amplificar la mentalidad tribal y degradar la calidad, la seguridad y la
diversidad de los contenidos online (Gillani et al., 2018). Esto conduce a tener una visión
constreñida del mundo, estrecho conjunto de puntos de vista que conforman “burbujas filtro” o
“cámaras de eco” (Pariser, 2011), que evitan la relación con ideas diferentes a las propias,
produciéndose una confirmación de sesgo (Nickerson, 1998), que resulta en opiniones menos
informadas y caldo de cultivo para la desinformación. Estar inmersos en estas burbujas resulta
en la redundancia de contenidos y relaciones y supone que cuando se busca información en la
red es habitual encontrar información y conocimiento monolítico que refuerza las propias
creencias, condicionando la capacidad prerreflexiva de los usuarios (Han, 2014).

Para solucionar estos importantes sesgos de información se requieren habilidades digitales de


nivel estratégico. Por una parte, aquellas habilidades digitales que tienen que ver con la
capacidad de utilizar la información, de forma estratégica, para un propósito propio. Por otro,
las habilidades digitales de conectividad, es decir, aquellas que se construyen en relación con los
otros, y que pueden redundar en la mejora del acceso de información y de la posición social.

Al tratarse de un fenómeno emergente, los usuarios han adoptado y usado estos servicios de
forma espontánea, existiendo ciertas carencias de pedagogía y de conciencia sobre los efectos
que puede implicar según qué tipo de uso. Desde esta ausencia de reflexividad se están
desarrollando diferentes tipos de comportamientos de conectividad social, en algunos casos
desviados. La falta de criterio en el uso puede dar lugar a desventajas, especialmente entre
aquellos con menor nivel de capacitación. Por lo tanto, la disposición o no de habilidades
digitales condiciona la accesibilidad a recursos, empoderando a aquellos con capacidades para
explotar las potencialidades y dejando atrás a los que no saben hacer uso de estas ventajas (Van
Dijk, 2006).

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-4.6
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo IV. Desigualdad, brecha digital y competencias digitales (JOAQUÍN CASTILLO DE
MESA)
III. Educación online, masiva y abierta para el Trabajo Social digital

III. EDUCACIÓN ONLINE, MASIVA Y ABIERTA PARA EL TRABAJO SOCIAL


DIGITAL

Para que los ciudadanos alcancen competencias digitales suficientes y así puedan acceder y usar
los distintos servicios digitales se están desarrollando iniciativas de formación en los distintos
territorios. El despliegue de una red territorial de telecentros promueve la capacitación digital
de la sociedad. También se está tratando que cada vez más haya profesionales que lideren la
automatización de las tareas rutinarias y la creación de nuevos tipos de empleos. Lo que supone
contar con profesionales con formación TIC en todos los sectores. Diferentes profesiones como
medicina, ingeniería, enfermería, arte, etc., están requiriendo niveles de competencias. Trabajo
Social no puede mirar para otra parte. No solo debe adaptarse a la nueva realidad, sino que debe
liderarla para ser el motor que arrastre de todos aquellos que tengan más dificultades.

Por otra parte, también está cambiando la forma en la que aprendemos. El establecimiento de
comunidades online posibilita experiencias de aprendizaje personalizado, apoyadas por las
competencias de resolución de problemas, colaboración y creatividad, y, sobre todo, por hacer
esta enseñanza divertida. La educación abierta es identificada como una de las más importantes
herramientas en la sociedad actual. Propone que todos tengan derecho a aprender de forma
gratuita. La tecnología está ayudando a hacer el proceso de enseñanza-aprendizaje más abierto
e inclusivo mediante la disposición de entornos de educación online, los cuáles juegan un rol
destacado en la minoración de las distancias que anima a los estudiantes a aprender nuevas
habilidades a las que no podrían acceder de otra manera.

Las plataformas de educación a distancias, como MOOC (Massive Open Online Course) o
Coursera, entre otras plataformas, se están convirtiendo en una fórmula abierta para acceder a
cursos muy especializados con profesores de las universidades más prestigiosas de todo el
mundo, sobre materias emergentes. Por último, han aparecido un formato llamados NOOC, que
remite al concepto: Nanocursos Abiertos Masivos y Online y que es una evolución de los
populares MOOC, que durante los últimos años han sido protagonistas de muchas de las acciones
formativas de la mayor parte de las plataformas online en Internet. Los NOOC articulan su
duración en horas, no en días como la mayor parte de los MOOC. Un ejemplo sería el MOOC
desarrollado en colaboración con la plataforma Miriadax por la Universidad de Málaga y por la
Universidad de Lisboa (2017) sobre competencias digitales para profesionales. También Google
Actívate está desarrollando una importante labor en este sentido. Hay universidades que no se
han posicionado formalmente el fomento de este tipo de acciones formativas por parte de sus
docentes.

Por otro lado, mediante los servicios de redes sociales online se pueden crear comunidades de
aprendizajes, que por sus características de conectividad y la interacción resultan muy
interesantes. Los docentes pueden incorporar este tipo de herramientas online en su labor. Sin
embargo, es un tema complejo porque  en espacios como Facebook la línea entre la esfera
profesional y la personal se difumina. Y en la mayoría de los casos supone además depender de
empresas cuyo modelo de negocio se basa al fin y al cabo en explotar comercialmente datos
personales. Esto puede plantear problemas éticos complejos, ya que cualquier actividad está
condicionada por los términos y condiciones de estos servicios, lo cual tiene importantes
implicaciones, por ejemplo, en términos de protección de datos o propiedad intelectual.
Teniendo en cuenta esto, lo fundamental es proporcionar formación tanto al profesorado como a
los estudiantes para que sepan utilizar sin dejar de hacer un uso responsable de estas
plataformas, siendo conscientes de las posibles consecuencias de sus acciones. Por ejemplo, ser
conscientes de qué permisos le estás dando a Facebook para usar los contenidos que compartes
a través de su plataforma. Para superar estas limitaciones hay universidades que han decidido
poner en marcha sus propias redes sociales, que ofrecen oportunidades de interacción
diferentes a las de  los campus virtuales, en los que la comunicación se estructura en torno a
grados y asignaturas. Por ejemplo, hay varias universidades que están tratando de desarrollar
sus propias redes sociales. Elgg es un sistema de código abierto para montar tu propia red social.
Una de las experiencias más interesantes en este sentido, aunque basada en otro software, es
el  Academic Commons de la City University of New York (CUNY), diseñada para fomentar la
comunicación y colaboración entre docentes, personal no académico y estudiantes de esta
universidad, pero también para compartir contenidos con un público más amplio a través de
blogs, grupos temáticos, perfiles personales, foros de discusión y wikis. Mediante esta
plataforma han sabido conectar con las necesidades de su comunidad  y ofrecer una serie de
servicios que son relevantes para sus miembros.

La estrategia de inclusión digital debe ir de la mano de todas nuevas herramientas, que


posibiliten la creación de una fuerza laboral digitalmente competente que eleve los límites de las
capacidades tradicionales, aumentando las habilidades de las personas, no sustituyéndolas. Tal
vez aquí resida la mayor urgencia para construir hojas de ruta capaces de despejar resistencias
e incertidumbres frente a esta transformación digital. La automatización del empleo asciende
progresivamente a lo largo del mundo e interpela directamente a los actores sociales a afrontar
estos desafíos desde un criterio humanista.

Algunas políticas que han sido aplicadas a nivel experimental han mostrado ser prometedoras.
Es momento de aplicar el método científico a las políticas públicas. Hay muchas iniciativas de
todo el mundo que van destinadas a mejorar la adquisición de conocimientos de la población.
Esto no quiere decir que todas sean aplicables en todos lados. Es necesario analizar cada una y
estudiar en qué contextos se podrían implementar. Después, hacer pequeños proyectos piloto,
comprobar sus resultados y, en función de ellos, aumentar la escala para que llegue al mayor
número posible de población.

Empezando por mejorar las habilidades cognitivas de los niños. Hay una enorme brecha entre
las de las familias pobres y las de mayor poder adquisitivo y la evidencia dice que es algo
relativamente sencillo de paliar. El programa piloto desarrollado por Mitra y Rana (2001) y
llevado a cabo en los barrios bajos de Nueva Delhi (India) mostró la capacidad de intervenir
frente a la brecha digital de acceso. El objetivo de este experimento –financiado por el gobierno
indio, instituciones locales y el Banco Mundial– fue evaluar el papel que pueden desempeñar los
ordenadores en la educación de los millones de analfabetos del enorme país asiático. La idea fue
muy sencilla, se instaló un ordenador en la pared de su oficina, cercana a un barrio bajo del sur
de Nueva Delhi, y se observó lo que pasaba. Los niños del barrio se mostraron intrigados por los
íconos en el ordenador y, sin ningún tipo de ayuda, aprendieron gradualmente a utilizar el
ordenador y acceder a la internet. A los pocos días, los niños –que además de no haber utilizado
nunca un ordenador, no tenían conocimientos del inglés– ya navegaban por internet sin gran
dificultad, sabían cortar, copiar y pegar, así como crear carpetas y mover artículos. La gran
rapidez con que los niños analfabetos que viven en la calle pueden aprender por si mismos a
utilizar ordenadores e internet.

También en Perú se desarrolló una experiencia piloto entregando vídeos para mostrarlos en
clase explicando a los niños que la inteligencia no es algo estático, que el cerebro es un músculo
que se puede desarrollar con entrenamiento. A esto se añadieron unas actividades para que los
alumnos se implicasen. Se tratan de medidas con muy bajo coste que ofrecen mejoras muy
significativas. Esto no quiere decir que no haya que implementar otras medidas de calado, como
reducir el número de alumnos en las aulas, pero está bien contemplar también otras
intervenciones muy rentables.
Para ello es necesario una actualización urgente de la formación del profesorado. La adaptación
a nuevos escenarios a lo largo de la trayectoria académica y laboral es fundamental para que los
profesores sigan estando al día hasta su jubilación. Las competencias concretas que serán
necesarias a 20 o 30 años no están claras. Las estimaciones del Foro Económico Mundial (2017)
auguran que el 65% de los jóvenes de hoy trabajarán en empleos que hoy no existen. Lo que está
claro es que si no tienen las herramientas para adquirir estas destrezas su desarrollo y el de sus
países se resentirá.

Casi tres cuartos del impacto de la automatización en el empleo se producirán dentro del mismo
puesto de trabajo, reduciendo el tiempo dedicado a tareas repetitivas para darle más espacio a la
interacción social y a la creatividad. Los nuevos trabajadores digitales necesitarán reentrenarse,
absorber nuevos conocimientos durante sus carreras y atender a la creciente importancia de las
habilidades blandas como la capacidad para resolver conflictos o para trabajar en equipo.

© 2019 [Thomson Reuters (Legal) Limited / Joaquín Castillo de Mesa]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
22 MAR 2021 PÁGINA RB-5.1
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo V. Los servicios sociales en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
I. Desafío digital (2020-2030) para el Trabajo Social

Módulo V

Los servicios sociales en la era digital


JOAQUÍN CASTILLO DE MESA

Sumario:

I. Desafío digital (2020-2030) para el Trabajo Social


II. Agenda Digital y Trabajo Social, un marco estratégico desde el que participar
III. El dataísmo y el trabajo social
IV. Open Government Data
V. Del e-Government al e-Social Work
VI. La tecnogobernanza y el Trabajo Social
VII. Algoritmos e inteligencia artificial socialmente inclusivos
VIII. Machine Learning aplicado al Trabajo Social
IX. Blockchain aplicado al Trabajo Social

I. DESAFÍO DIGITAL (2020-2030) PARA EL TRABAJO SOCIAL

El Trabajo Social, como disciplina científica y como profesión de ayuda, desde sus orígenes ha
estado relacionado con la transformación tecnológica y organizacional. En sus inicios,
afrontando la vulnerabilidad asociada a los procesos de industrialización, las migraciones (en
Chicago en las primeras décadas del siglo XX), y estableciendo como prioridad incorporar los
avances tecnológicos en los procesos de acompañamiento y ayuda a las personas. Por ejemplo,
con la incorporación de los grupos telefónicos para, mediante la conversación telefónica,
desarrollar dinámicas de grupo con personas que no podían desplazarse o tenían problemas
relacionados con la interacción cara a cara. Hoy en día el Big Data, las redes sociales online, el
Internet de las cosas o la automatización, también se han convertido en un ámbito de reflexión e
intervención para el Trabajo Social, demandando una actualización constante en el ámbito
profesional, un rediseño de los sistemas de servicios sociales, y una ampliación de los
contenidos, competencias y habilidades que se transmiten en las universidades.

El Trabajo Social tiene ante sí el reto de adaptarse a la transformación digital. Desde diferentes
perspectivas teóricas, en los últimos años se han abordado los grandes retos que afronta el
Trabajo Social. Recientemente, instituciones referentes del Trabajo Social, como la National
Association Social Work, el Council Social Work Education y la Association od Social Work
Boards y la Clinical Social Work Association (2017), (NASW, CSWE, ASWB y CSWA, 2017 en
adelante) están animando a los trabajadores sociales a utilizar los medios tecnológicos para
encontrar soluciones a los problemas sociales y para empoderar a la ciudadanía a través del
acceso a la información y a la mejora de sus relaciones. Por su parte, la American Academy of
Social Work and Social Welfare ha seleccionado 12 grandes desafíos que afrontaremos en los
próximos años. Estos desafíos representan una agenda social dinámica, enfocada en mejorar el
bienestar individual y familiar, fortalecer el tejido social y ayudar a crear una sociedad más
justa (Brown et al., 2016). En todos ellos, desde el aislamiento social hasta la respuesta al cambio
climático, la tecnología juega un papel fundamental (como generadora de posibilidades, y
también como nuevo entorno en el que se generan desigualdades). Por otra parte, el Council on
Social Work Education (en adelante CSEW), desde la perspectiva de análisis de la formación que
reciben los trabajadores sociales en las universidades, ha publicado un reciente informe sobre el
futuro del Trabajo Social, planteando cuatro escenarios en los que la tecnología juega un papel
muy relevante, tanto para la intervención social, como para el liderazgo y la formación (CSEW,
2018). En nuestro caso, a lo largo de los últimos años hemos desarrollado una línea de
investigación en el ámbito del Trabajo Social y la tecnología (en un amplio espectro, desde el e-
Social Work hasta la metodología prospectiva o los nuevos sistemas de ayuda automatizada a
personas dependientes) (López Peláez, Pérez García y Aguilar-Tablada, 2017; López Peláez y
Díaz, 2015; López Peláez, 2014) o mediante el desarrollo de estrategias de intervención social
mediante las redes sociales online (Castillo de Mesa, 2017).

El uso de tecnología por parte de los trabajadores sociales está proliferando. La tecnología ha
transformado la naturaleza de la práctica del trabajo social y en gran medida la capacidad de los
trabajadores sociales para ayudar a las personas con necesidades se ha ampliado. Los
trabajadores sociales contemporáneos pueden proporcionar servicios a usuarios/clientes
mediante asesoramiento online y/o telefónico, videoconferencia, basada en intervenciones con
web autoguiada, redes sociales online, móviles y aplicaciones, tutoriales automatizados, correo
electrónico, mensajes de texto, y una gran cantidad de otros servicios.

El uso de la tecnología por parte de los trabajadores sociales ha creado nuevas formas de
interactuar con los usuarios/clientes, elevando preguntas fundamentalmente nuevas sobre el
significado de esta relación.

Además, los trabajadores sociales utilizan diversas formas de tecnología para acceder, reunir y
de otra manera gestionar información sobre clientes. Los trabajadores sociales mantienen
registros electrónicos encriptados, almacenan información confidencial en sus teléfonos
inteligentes y en la "nube", y tienen la capacidad de buscar información sobre clientes que usan
internet y sus aplicaciones.

El uso de la tecnología de los trabajadores sociales comprende desde formas creativas para
abordar temas de justicia social, organizar comunidades, administrar organizaciones hasta
implementación de políticas sociales. Los trabajadores sociales también exploran y desarrollan
nuevas tecnologías para la práctica y difusión con colegas.

La tecnología también ha influido en el trabajo social, educación y amplió su alcance. Hoy los
estudiantes pueden tomar cursos online, ver conferencias pregrabadas publicadas en Internet o
sitios del curso, participar en trabajo social online practicando simulaciones, interactuar con
compañeros inscritos en un curso desde múltiples ubicaciones en todo el mundo y escucha
podcasts. Los trabajadores sociales han ampliado las opciones para satisfacer sus requisitos de
educación continua al inscribirse en seminarios web en línea en vivo y en conferencias.

La permanente revolución tecnológica en la que estamos inmersos redefine nuestra profesión, el


Trabajo Social, en una triple dimensión: redefine el contexto social en el que intervenimos,
redefine nuestras propias herramientas de trabajo, las competencias y habilidades que
necesitamos para abordar los procesos de exclusión social y las trayectorias vulnerables de
nuestros conciudadanos. El Trabajo Social como profesión y como disciplina científica no puede
quedarse al margen de la transformación digital de la sociedad (Castillo de Mesa y López Peláez,
2019).
Aunque a veces prevalece la visión distópica sobre los efectos de la adopción de tecnologías,
aventurando un futuro apocalíptico, no hay que olvidar que los avances sociales también han
estado fundamentados en la incorporación de tecnología. La lavadora nos liberó de tiempo de
tareas mecánicas, para poder dedicar ese tiempo a otro tipo de tareas. Sin duda, no siempre se
diseña tecnología con fines positivos, pero en ese caso, y ahora más que nunca, el Trabajo Social
más proactivo debe estar atento a los efectos perjudiciales para las personas más vulnerables.

La tecnología no deja de ser un medio y se utiliza para distintos fines, positivos y negativos. Lo
que era visto como una oportunidad empieza a verse en cierta manera como perjudicial y
negativo. Como toda innovación puede ser utilizada para fines perversos, pero también para
fines constructivos. Las tecnologías, como productos nuestros, reproducen, aceleran y potencian
conflictos y consensos sociales que están ya incorporados en su diseño (Castillo de Mesa y López
Peláez, 2018). A la vez, como señala el dilema de Collindridge (Liebert y Schmidt, 2010), una vez
que alcanzan un estado de madurez, las tecnologías generan un efecto difícil de reconducir, no
son fácilmente modificables, y suelen tener efectos inesperados, que van más allá de los
inicialmente tomados en consideración por sus diseñadores. Como nosotros mismos, la
tecnología nos constriñe y posibilita, admite diversas orientaciones, y genera ventajas e
inconvenientes.

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-5.2
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo V. Los servicios sociales en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
II. Agenda Digital y Trabajo Social, un marco estratégico desde el que participar

II. AGENDA DIGITAL Y TRABAJO SOCIAL, UN MARCO ESTRATÉGICO DESDE


EL QUE PARTICIPAR

Cuando analizamos a nivel estratégico cómo afronta el Trabajo Social la transformación digital
podemos observar en el plano internacional que instituciones como la NASW, CSWE, ASWB y
CSWA (2017) señalan cómo la tecnología está “cambiando la naturaleza de las prácticas del
profesional de la intervención social” (NASW, CSWE, ASWB y CSWA, 2017). Se alienta a que la
“intervención social de nuestros días debe atender la nueva realidad digital” (NASW, CSWE,
ASWB y CSWA, 2017).

En el plano de las políticas, la Agenda Digital de la Unión Europea propuesta por la Comisión
Europea (Europa, 2010) hace alusión a la inclusión digital, especialmente orientando la atención
a las carencias en la alfabetización digital, a la necesidad de capacitación digital y a la pérdida de
oportunidades que puede suponer no afrontar este reto. Esta estrategia planteaba la realidad de
que las personas cada vez se conectan más a la red y entre sí, constatándose la confianza de la
sociedad en la tecnología. Se ponía énfasis en las necesidades digitales que surgen por las
diferencias en el acceso, especialmente por las carencias de conectividad en los ámbitos rurales,
y por la falta de competencias digitales de los ciudadanos. Se atiende a la accesibilidad, a la
asistencia a personas con discapacidades, al empoderamiento a través de educación digital y a la
inclusión social a través de una mayor participación digital de las personas desfavorecidas en la
sociedad. En el traslado de estas líneas de la Agenda Digital al ámbito estratégico de servicios
sociales se puede observar que el Plan para la Inclusión Social 2013-2016 contempló por primera
vez un eje denominado Sociedad de la Información, que presta atención al acceso y a las
competencias digitales.

Las acciones que se plantean en el marco de estos ejes estratégicos están concebidas para que los
ciudadanos puedan acceder y participar en la sociedad, adquiriendo competencias digitales
necesarias para su adaptación a la realidad digital. Para medir la evolución de estas políticas
digitales se ha establecido un índice que mide la evolución en digitalización, el Índice de la
Economía y la Sociedad Digitales (DESI). Los indicadores para medir estos avances en
digitalización atienden a 5 variables: conectividad, capital humano, uso de servicios de internet,
integración de tecnología digital y servicios públicos digitales. En los resultados generales hasta
ahora, España ocupa el puesto número 10 de los 28 Estados miembros de la UE en el Índice DESI
de 2018. Los resultados de España son buenos en acceso, gracias a la amplia disponibilidad de
redes de banda ancha fija y móvil rápidas y ultrarrápidas y al aumento de su implantación. En
cuanto a capital humano, se ha mejorado, pero aún aparece ligeramente por debajo de la media,
principalmente porque una quinta parte de los ciudadanos españoles aún no están conectados y
cerca de la mitad de sus ciudadanos siguen careciendo de las competencias digitales básicas
(ONTSI, 2017). En cuanto al mercado de trabajo, a pesar del aumento de la demanda la oferta de
especialistas en las TIC se sigue estando por debajo de la media de la UE. En el capítulo de
empresas, la mayoría de empresas españolas recurren a las redes sociales, las facturas
electrónicas, los servicios en la nube y el comercio electrónico. Además, España figura en
posiciones más altas en el ámbito de la administración electrónica. En el plano de inclusión
digital, a pesar de que un número cada vez mayor de españoles utiliza internet, los niveles de
competencias digitales básicas y avanzadas siguen siendo inferiores a la media de la UE.
Únicamente el 55% de las personas entre 16 y 74 años tienen capacidades digitales básicas (57 %
en la UE). En septiembre de 2017 el Gobierno de España a través del Ministerio de Energía,
Turismo y Agenda Digital puso en marcha una consulta pública para el desarrollo de una nueva
estrategia nacional (provisionalmente denominada “Estrategia para una España inteligente”). Es
una versión actualizada de la anterior Agenda digital, con objetivos y ámbitos políticos más
ambiciosos, de acuerdo con las propuestas y objetivos para 2025 de la Estrategia Digital Europea.
Con este fin, el Gobierno ha creado un grupo de alto nivel que se ocupa de la transformación
digital, en el que están representados los principales ministerios. En cuanto al pilar 5 de la
estrategia, Ciudadanía y Empleo Digital, que tiene que ver con las habilidades y competencias
digitales de la población, se identificaron diez retos en materia de mejora de las habilidades y las
competencias digitales. De entre ellos destaca la alfabetización e inclusión digital, que ha sido
considerada como el principal objetivo a abordar, siendo el reciclaje profesional hacia el nuevo
entorno digital, la formación digital dirigida a los trabajadores, y el desarrollo del talento y el
emprendimiento digital, otros desafíos percibidos como muy relevantes.

En el plano estratégico, las entidades relacionadas con el Trabajo Social tienen que intentar estar
presente en los procesos de consulta y de toma de decisiones de la futura Agenda Digital, para
dar voz a las personas más desfavorecidas. Una consulta en la que han participado más de 98
instituciones, la mayoría de ellas empresas transnacionales e instituciones públicas que desde
un modelo de partenariado público-privado ya había participado anteriormente en el desarrollo
de proyectos. Entre las instituciones que podemos encontrar hay gran variedad de actores como
Google, Cisco, Telefónica, Agencia de Empleo de Madrid, UGT, etc., que han aportado sus distintas
visiones para la nueva estrategia. En esta consulta sobre la Agenda Digital, en el eje de servicios
públicos 4.0, han participado también distintos colegios profesionales como el Colegio de
Geógrafos, el de Ingenieros de Caminos Canales y Puertos, el de Politólogos y Sociólogos de
Madrid o el de Ingenieros de Telecomunicaciones. Se ha realizado un análisis de las propuestas y
resulta llamativo que sean empresas como Telefónica las que proponen la constitución de un
Observatorio de la Brecha Digital que elabore los indicadores de referencia para la medición de
los diferentes tipos de brecha y proponga los objetivos a lograr anualmente. O que sea Vodafone
quien señale como prioridad la alfabetización e inclusión digital de toda la ciudadanía. Estas
empresas cuentan ya con divisiones de negocio en el ámbito social, y están señalando como
especialmente prioritario los Servicios Sociales para el desarrollo de open goverment, e-
goverment y servicios públicos 4.0.

Trabajo Social y sus organizaciones deben participar de estos procesos de consulta y toma de
decisiones para aportar no solo la mirada con la sensibilidad especial hacía aquellas personas
desfavorecidas de la sociedad sino también con contenidos relacionados con la innovación y la
investigación. Los trabajadores sociales cuentan con la ventaja de estar en primera línea de
atención de los problemas y necesidades sociales. Este les convierte en sensores de información
con capacidad para anticipar problemas sociales, pudiendo transformar las necesidades en
soluciones. No hay que perder esta orientación hacia las personas y la innovación.

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El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo V. Los servicios sociales en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
III. El dataísmo y el trabajo social

III. EL DATAÍSMO Y EL TRABAJO SOCIAL

El dataísmo, más conocido como big data, consiste en un aforismo que transmite la idea de que
vivimos en un mundo en el que estamos continuamente expuestos a datos. No existe apenas
mediación, vivimos en un mundo inmediato, no hay ese lugar de refugio como ha habido
siempre en todas las épocas de la humanidad.

Han (2014) eleva el dataísmo a una suerte de metafísica de nuestros días por su capacidad de
descubrir información que está en el subconsciente, de la que no somos ni siquiera conscientes.
Las personas interaccionan constantemente en internet, con entidades humanas y no humanas,
dejando huella de su comportamiento en forma de datos. Toda interacción en la red, es decir, las
opiniones, evaluaciones, encuestas contestadas, fotos compartidas en redes sociales, como por
ejemplo en Twitter o Facebook, son datos proporcionados de manera voluntaria a la red. Estos
datos, a través de su procesamiento, mediante técnicas de análisis de lenguaje natural o a través
de la aplicación de determinados algoritmos de búsqueda de términos, pueden averiguar con
cierta fiabilidad cuales son los intereses, las emociones de las personas, qué temas son los que
importan. A partir de ahí se van construyendo modelos de probabilidad mediante inteligencia
artificial que adivinan comportamientos. Por ejemplo, durante las elecciones, si se está hablando
de temas como el racismo, o de mujeres, es fácil poder buscar esa información y observar si
realmente esos temas están formando parte del discurso y opinión en la sociedad, averiguando
mediante técnicas de análisis semántico del lenguaje si realmente tiene importancia y si se le da
valor a según qué temas, personalizando mensajes según convenga (Floridi, 2018).

También es posible tener mucha información sobre alguien, por ejemplo, a través de Google se
puede saber cuáles pueden ser los usos, motivaciones, costumbres e incluso conversaciones en el
móvil o el ordenador, siendo posible personalizar un mensaje ajustado a todos estos parámetros.
Hoy en día, solo con tener un smartphone, ya se le esté dando un uso activo o no, a partir de
determinadas aplicaciones y de la aceptación de sus condiciones de uso, es posible que lo que
podamos estar hablando sea analizado para, en virtud a determinadas palabras clave poder
ofrecerles servicios o productos. Ya no resulta extraño estar hablando de según qué tema y que,
de forma espontánea, aparezcan anuncios o sugerencias sobre productos y servicios
relacionados con dicha conversación.

En el contexto digital observamos comportamientos poco prudentes y en ocasiones violento.


Han (2014) afirma que, en esta sociedad demasiado transparente, positiva, ruidosa e incluso
pornográfica, con una cultura de límites difusos, la violencia es sistémica e inmanente. Con ello
alude a los comportamientos espontáneos, desde los que se adoptan innovaciones tecnológicas
sin calibrar mucho las consecuencias de su uso. De cómo las personas se expresan compartiendo
contenido y datos con cierta incontinencia. Se pasa mucho tiempo usando diversas formas de
tecnología para el entretenimiento. Se vuelcan fotos personales, familiares de manera
espontánea. A veces, sin saber dónde irán a parar estos datos. Esa manera de proveer datos de
manera “voluntaria” y masiva proporciona la posibilidad de que los datos puedan ser
explotados y analizados. Harari (2018) hace una reflexión al respecto: “En el pasado, delimitar la
propiedad de la tierra fue fácil: se ponía una valla y se escribía en un papel el nombre del dueño.
Cuando surgió la industria moderna, hubo que regular la propiedad de las máquinas, y se
consiguió. Pero ¿los datos? Están en todas partes y en ninguna. Se puede tener una copia del
historial médico, pero eso no significa que se sea el propietario de esos datos, porque puede haber
millones de copias de ellos. Necesitamos un sistema diferente. ¿Cuál? No se sabe”.

Lo que fundamentalmente ha cambiado, por una parte, es que antes no se tenía acceso a la
cantidad masiva de datos que hoy proporcionan los propios usuarios de forma voluntaria en los
servicios y aplicaciones generados en internet. La participación masiva, frecuente y voluntaria
de más de un cuarto de la población mundial en redes sociales como Facebook ha marcado un
punto de inflexión en la manera de relacionarnos. La mayor cercanía y conectividad que
proporcionan estas redes facilita la interacción, la cuál puede ser medida y relacionada, siendo
posible depurar y definir mucho más las predicciones, obteniendo más parámetros a tener en
cuenta a la hora de tomar decisiones. A partir de nuestros comportamientos diarios con los
smartphones se generan datos continuamente, en cada transacción, con cosas y personas, y a
una velocidad cada vez mayor. Surgen interrogantes e incertidumbre en torno a esta realidad:
¿dónde se almacenan estos datos? ¿somos propietarios de estos datos? ¿Son las personas más
vulnerables conscientes del rol que tienen en este escenario?

En este escenario de incertidumbre, los más pesimistas plantean que el Big Data se ha
convertido en un instrumento psicopolítico que permite intervenir en la psique y condicionarla
a un nivel prerreflexivo (Han, 2014). La posibilidad de adquirir un conocimiento integral de la
dinámica inherente a la sociedad de la comunicación puede convertirlo en un conocimiento de
dominación. Sin embargo, no hay que olvidar que esta capacidad de control e influencia ya era
ejercida, sin esta herramienta, hace años, aunque quizás de forma menos sofisticada. Empresas
como Zara, Toyota, entre otras, ya venían utilizando grandes cantidades de datos generados a
partir del comportamiento de sus clientes en sus negocios, para optimizar sus fines económicos.
Y también, que no solo hay perjuicios, que también hay otras áreas en las que se utiliza el Big
Data que ayuda a progresar a la ciencia en el descubrimiento de nuevas enfermedades, en la
detección de desastres naturales, la mejor reacción ante una emergencia social tras un atentado
terrorista, etc. El dataísmo también tiene funciones de protección civil y son bastante útiles. Por
ejemplo, el Big Data sirve también para establecer programas de protección civil, gestión de
desastres naturales y esto salva vida.

El Trabajo Social de hoy no contempla entre sus planteamientos la utilización del Big Data, pero
no debe tardar mucho en incorporarla. Los profesionales del trabajo social alimentan enormes
bases de datos con cantidades masivas de datos personales de las personas que atienden. Hasta
ahora la preocupación principal, o única, es cumplir con los sistemas de información, rellenando
la información necesaria, con la premisa fundamental de la protección de estos datos
personales. Pero ¿y sí pensamos que hacer con este arsenal de información? Estas cantidades
masivas de datos conforma un potencial para la investigación aplicada que puede ser utilizado
para la detección de regularidades en los comportamientos. Por supuesto que hay que ser muy
celoso con la privacidad y la confidencialidad de estos datos. ¿Pero es que acaso no lo son las
empresas como Zara, Facebook, Google o Amazon cuando usan nuestros datos en tiempo real
para diseñar y prototipar soluciones? ¿Para cuándo poder rentabilizar este gran esfuerzo de los
trabajadores sociales sistematizando información?

En el contexto de la provisión de servicios sociales, desde mediados de la década de 1980, la


ideología del management ganó prominencia y moldeó no solo el mercado global sino también
la prestación de servicios desde el trabajo social (Clarke y Newman, 1997; Evans, 2004; 2016;
Jones, 2001; Tregeagle y Darcy, 2008; Tsui, Cheung y Gellis, 2004). Los trabajadores sociales
asumen puestos de trabajo con responsabilidades específicas y tienen el deber de rendir cuenta
sobre lo que hacen: describir, justificar y explicar sus acciones en función de las normas y de los
principios y valores acordados públicamente y de forma transparente (Walker, 2002).

Es por ello que desde los servicios sociales se implementan sistemas de información, como
métodos más formales y estandarizados (Ponnert y Svensson, 2016). Estos sistemas de
información, capaces de estandarizar la práctica de trabajo social, proporcionan una estructura
uniforme de campos de texto predeterminados y casillas de verificación para recopilar datos
sobre lo que se está haciendo (Baines, 2010; Burton y van den Broek, 2008). Los datos
recopilados por estos sistemas de información se perciben como racionales y objetivos, donde la
posibilidad de error es limitada (Broadhurts et al., 2010). Asimismo, estos sistemas facilitan la
interoperabilidad con otros servicios, no solo compartiendo información sino también
identificando riesgos con otros servicios (Broadhurst, Grover y Jamieson, 2009). La utilización de
sistemas de información en el Trabajo Social siempre, han encontrado su justificación en la
medición del rendimiento y la necesidad de mostrar los resultados alcanzados, demostrando así
lo que se está haciendo con dinero público (Kirkpatrick, Ackroyd y Walker, 2005) desde el
enfoque de la eficiencia (Clarke y Newman, 1997; Evans, 2016). Sin embargo, con el paso del
tiempo, “los actores relacionados con el Trabajo Social se han dado cuenta de que esta
orientación a rendir cuentas supone algo más que una mejor supervisión de los riesgos
organizacionales” (Pollack, 2009, p. 841), sobre todo porque esta orientación a la eficiencia y la
responsabilidad ha transformado el trabajo social en una ocupación técnica más racional,
inhibiendo así el mayor desarrollo de la relación con el usuario, que se considera fundamental
para el trabajo social (Harlow, 2003). Privilegia la cognición, la racionalidad y la previsibilidad y
presta menos atención a las dimensiones emocionales, irracionales e impredecibles (Ruch, 2011).
El enfoque gerencialista no ha hecho más que incidir en el desplazamiento del papel esencial y
central de la relación con el usuario en la práctica del trabajo social (Munro, 2011, p. 86), dando
lugar a situaciones paradójicas, ya que “la vigilancia, control y justificación” se ha dirigido
fundamentalmente al cumplimiento para con la documentación burocrática relacionada con el
trabajo y no a las complejidades de la práctica real con las personas (Munro, 2004, p. 1093). En
este sentido, Lypsky (1990) afirmaba que el nivel de los directores y gerentes de servicios
sociales han estado principalmente comprometidos con la implementación de esta política
administrativa. Mientras, los trabajadores sociales en sus interacciones diarias con los usuarios
intentan adaptarse, doblegar e incluso ignorar esta rigidez administrativa (Lypsky, 1990). Como
resultado, en ocasiones, los trabajadores sociales, para desarrollar las acciones más adecuadas
tienen que esconderse y desarrollar estrategias encubiertas, ya que a sus gerentes los que les
interesa es que cumplan con la responsabilidad administrativa burocrática (Evans, 2010, Lypsky,
1980).

Según Brodkin (2008), trabajadores sociales que desempeñan su labor a pie de calle, para las
organizaciones de servicios sociales, exigen un enfoque reflexivo y de responsabilidad recíproca,
ya que las actuales medidas orientadas a la rendición de cuentas a menudo son demasiado
rígidas para capturar la complejidad y la ambigüedad de la práctica del trabajo social. En este
contexto, existen diferentes perspectivas sobre lo que es un trabajo social efectivo, y qué tipo de
información justifica y explica las prácticas efectivas.

Lo que sí parece claro es que los trabajadores sociales ocupan demasiado tiempo, más del 80%
del tiempo (Cottam, 2015) con el desempeño de tareas burocráticas por y para el sistema (Úriz,
Ballestero y Viscarret, 2013), insertando información en los sistemas provistos, adjuntando
documentación a los expedientes, etc. Mientras, los ciudadanos cada vez más informados,
perciben que los servicios no responden a sus necesidades de información, quedando los
profesionales deslegitimados (Castillo de Mesa, 2019).

Se trata de dar el siguiente paso y basándonos en las premisas de la transparencia y de la


participación digital de la ciudadanía poder diseñar y desarrollar sistemas de información
inteligentes que sean capaces de emancipar a los trabajadores sociales de la carga burocrática
de estar continuamente trabajando para un sistema que demanda datos para luego solo poder
usarlos para justificar lo que se hizo. Con ontologías intuitivas que permitan al ciudadano
relacionarse y comprender el contexto digital de forma accesible (Lazar, Goldstein y Taylor,
2015).

Diseñar con la premisa de la accesibilidad todos los servicios digitales que se dispongan. La
tecnología debe estar al servicio de las personas. El diseño para todos es una filosofía que
impregna el diseño de políticas digitales, que intenta que la tecnología esté a disposición de
todos y sea usable por todas las personas independientemente de sus capacidades, edad,
situación económica, educación, localización geográfica, cultura o lenguaje. Busca la inclusión
digital, la usabilidad y la accesibilidad universal, enfatizando esta última en las personas con
discapacidades – personas con impedimentos auditivos, cognitivos, neurológicos, físicos,
discursivos y visuales.
De una parte, la ventaja es que los ciudadanos, potenciales usuarios de servicios sociales, están
cada vez más capacitados digitalmente para poder participar e incorporar de forma autónoma
los datos en estos sistemas, sin necesidad de que los trabajadores se encarguen de esta tarea. De
otra parte, hay aplicaciones desarrolladas que ya permiten la lectura y escaneo de los datos de
los documentos oficiales de los ciudadanos e incluso mediante otros modos más sofisticados
como la lectura de la huella, del iris o de reconocimiento facial. Es una realidad, no se trata de
un futuro distópico.

Hay que renunciar explícitamente, por responsabilidad con los principios de la profesión de
Trabajo Social, a estar ocupados fundamentalmente con esta carga burocrática. Los trabajadores
sociales, y las organizaciones que los representan, deben reivindicar con firmeza la
emancipación de esta burocracia. Hay otras perspectivas que conciben tareas como elaborar un
informe social como fundamentales e interesantes para la profesión de Trabajo Social,
argumentando que dota de contenido y de responsabilidad a la profesión frente a otras
profesiones que no pueden hacer esto. Sin embargo, si la orientación de la profesión de Trabajo
Social como manera de reivindicarse y de perpetuarse frente a otras profesiones es la de
elaborar informes cabe la posibilidad de que estemos mucho más cerca de lo que creemos de la
desaparición del Trabajo Social. El Trabajo Social es una profesión fundada en la capacidad para
superar y remover obstáculos desde un enfoque relacional, es decir, facilitando y construyendo
relaciones y capital social para las personas desfavorecidas (Addams, 1902), para superar de
forma permanente y estructural los problemas y dificultades sociales. Se trata de ser fieles a los
principios de la profesión. Es cierto, que hubo cierto momento en los que se orientó la profesión
de Trabajo Social a una mayor sistematización, racionalidad y control de las tareas y procesos,
con las rutinas, con la burocracia en definitiva. Richmond (1917), en un momento en el que la
profesión estaba irrumpiendo e inspirada en otras profesionales como la medicina, insistió
mucho en operacionalizar y estandarizar las tareas y funciones de los trabajadores. Beveridge
(1942), en paralelo, que fue el arquitecto del Estado de Bienestar proporcionó un sistema
organizacional desde que prestar los servicios sociales, perfectamente ordenado y
burocratizado. Esto fue un éxito puesto que logró acometer grandes retos como la
universalización de la educación o la superación de epidemias, grandes males de la época, puso
también la semilla de lo que hoy encorseta y coarta la actuación de los trabajadores sociales.
Ambos, Richmond y Beveridge, fueron coetáneos y pioneros en su momento, pero hay que
entender que la sociedad digital de hoy no es la sociedad industrial de entonces. Hay que
superar estas visiones, hoy ya obsoletas, del Trabajo Social para emprender nuevas soluciones
que se adapten a la nueva realidad, basándonos en las premisas relacionales de precursoras
como Addams (1910) y buscar sistemas que transformen de forma más ágil los datos en
información, desde la síntesis, en conocimiento para poder intervenir con más posibilidades de
éxito. En dotar a la profesión de mayor transparencia. El análisis de las cantidades masivas de
datos posibilita la detección de pautas de comportamientos que a simple vista no son visibles. La
potencia radica en la posibilidad de cruzar y agregar distintos tipos de datos mediante métodos
de Inteligencia Artificial. Hay que matizar, no obstante, que esto no significa que el Big Data
explique las cosas por sí mismo (Boyd y Crawford, 2012). Hay que encontrar contextos que
puedan darle explicación. El Trabajo Social dispone de los contextos en los que interviene. No
hay que desaprovechar ni los datos ni el contexto.

Por otra parte, las organizaciones que desarrollan servicios sociales ya sean de ONG o entidades
públicas, que sean capaces de acceder a datos, convertirlos mediante la sistematización en
información, y a través de su análisis y síntesis en conocimiento, como estadio previo a la
innovación, serán las denominadas organizaciones inteligentes, que sean capaces de integrar
eficazmente la percepción, la creación de conocimiento y la toma de decisiones (Choo y Díaz,
1999). Para ello, se han establecido directrices desde el programa Horizonte 2020 de la Unión
Europea, que ya incorpora en uno de sus retos específicos, denominado “Sociedades inclusivas,
innovadores y reflexivas”, que ya apunta a fenómenos como la brecha digital, del que
hablaremos más adelante. Entre sus distintos programas se han lanzado diferentes
convocatorias para que los servicios sociales aborden esta nueva realidad, desde el
planteamiento que la adopción de innovación puede debilitar la inclusión social. El Trabajo
Social debe asumir el reto planteado, percibiendo los nuevos fenómenos que plantean desafíos
para la inclusión de las personas más desfavorecidas.

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-5.4
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo V. Los servicios sociales en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
IV. Open Government Data

IV. OPEN GOVERNMENT DATA

Gobierno abierto, un concepto que deriva del Open Government de la administración


anglosajona, está relacionado directamente con la libertad de acceso por parte del ciudadano a
la información que tiene el gobierno. Se caracteriza por la reivindicación del derecho a acceso a
información que poseen las administraciones que tienen los ciudadanos.

La Administración Pública dispone de información que acumula en sus sistemas de información


y bases de datos. Los organismos públicos se encuentran entre los mayores creadores y
recolectores de datos en muchos dominios diferentes (Janssen, 2011). Esta información es de
todos, ya que todos somos Administración Pública. Esa información puede ser muy valiosa para
otros que sepan qué hacer con ella, aquellos que puedan ponerla en valor. Por ejemplo, aquellos
capaces de idear aplicaciones informáticas, basadas en información contenida en las bases de
datos públicas, que muestren información a los ciudadanos de una forma accesible y útil.

El gobierno abierto, más allá de la tecnificación de procesos del e-government, alude


fundamentalmente al cambio de valores, ya que plantea repensar administraciones y gobiernos,
sus procedimientos y sus dogmas, con abandonar las ontologías y tautologías administrativas
(Kraemer y King, 2006), propiciando la democracia participativa, es decir, que el ciudadano pase
de tomar un papel pasivo a otro más activo. La filosofía de los datos abiertos está relacionada
con un cambio de cultura, que pone en el centro a los ciudadanos, como verdaderos
beneficiarios de los datos, con culturas organizativas que huyen de modelos jerárquicos y
plantean modelos de trabajo en red, orientado a proyectos y resultados. En este contexto, las
administraciones deben entender su papel integrador, desde el que se establezca una relación
con la ciudadanía mucho más horizontal y permanente. Esta apertura a la ciudadanía propone
un cambio de cultura organizacional de las administraciones, desde el que se entienda al
ciudadano como un colaborador y no como un administrado. La apertura de datos puede
reforzar las estructuras existentes en lugar de perjudicarlas, permitiéndole aprovechar al
máximo los nuevos desarrollos (Fountain, 2001; West, 2004). Puede ayudar a involucrar a la
ciudadanía en el análisis de grandes cantidades de conjuntos de datos (Surowiecki, 2004),
proporcionando a los responsables políticos los datos necesarios para abordar problemas
complejos (Arzberger et al., 2004). Al publicar datos, se crea una nueva situación en la que el
público puede usar y publicar datos, se crea una nueva situación en la que el público puede usar
y crear información a través de redes de colaboración (Chun, Shulman, Sandoval y Hovy, 2010).
Este movimiento sigue la filosofía de datos abiertos (Bizer, Heathm Ayers y Raimond, 2007)
sugiriendo que los datos estén disponibles gratuitamente para todos, sin restricciones. Se basa
en la publicación de datos abiertos, fácilmente disponibles y en formato accesible, de manera
que permita su reutilización (Alonso et al., 2009).

Desde el Trabajo Social se pueden buscar muchas maneras de reutilizar estos datos. Por ejemplo,
ya se está utilizando la información sobre gasto en luz y agua para poder detectar cualquier
posible incidente de personas mayores, especialmente de aquellas que vivan solas. De manera
que, cuando haya una ausencia levemente prolongada del gasto en estos suministros, salte una
alerta a los trabajadores sociales para que se pongan en contacto con esta persona y
comprueben que todo está en orden.

Otro ejemplo es el “map of crimen” de Berkeley (California), que muestra un mapa de los
crímenes sucedidos en la ciudad, informando de la incidencia en determinadas calles a
determinadas horas y poniendo en alerta a las personas para que eviten esos lugares en
determinadas franjas horarias. Esto también pone en alerta a los gobernantes para que se
intente mejorar la luminosidad y la vigilancia policial en determinados lugares. Es necesario
comprender que todos estos procesos deben estar permanente en fase beta, permitiendo el
testeo continuo. Se trata de reinventar y reorganizar todo nuestro sistema, desde una necesaria
profunda y radical evolución que pase del axioma de control de información a compartir
información. Evidentemente hay que superar las barreras que suponen preocupaciones por la
privacidad, confidencialidad y responsabilidad (Chui et al., 2014) y otras barreras adicionales
que surgen de problemas con la procedencia, gestión, validez, integridad, calidad de los datos y
los metadatos y de la interoperabilidad técnica y semántica (Dawes y Helbig, 2010).

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El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo V. Los servicios sociales en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
V. Del e-Government al e-Social Work

V. DEL E-GOVERNMENT AL E-SOCIAL WORK

El e-government se refiere al uso de la tecnología por parte del gobierno, en particular las
aplicaciones de Internet basadas en la web para mejorar el acceso y la provisión de información
y servicios desde los gobiernos a los ciudadanos, empresas colaboradoras, empleados, otras
agencias y entidades gubernamentales. Tiene el potencial de ayudar a construir mejores
relaciones entre el gobierno y el público al hacer que la interacción con los ciudadanos sea más
fluida, fácil y eficiente. De hecho, las agencias gubernamentales informan que utilizan el
comercio electrónico para mejorar las operaciones y entregar información y servicios de forma
más rápida, más barata y a grupos más amplios de clientes. Cuando hablamos de e-government
nos referimos a la aplicación de las TIC y sus herramientas a los procedimientos administrativos
preexistentes, es decir, no estamos hablando de cambios en los valores o procedimientos, sino de
pura tecnología. Se tecnifican distintos procesos y servicios, haciéndoles la vida más fácil a la
ciudadanía.

Según Layne y Lee (2001) existen distintas fases del e-government. En la primera fase, los
gobiernos empezaron a estar presentes en internet, donde a modo de catálogo se presentaba
información en la web sobre distintos servicios. En una segunda fase, los gobiernos empiezan a
conectar los sistemas internos con interfaces online que permitan a los ciudadanos realizar
transacciones y trámites. La demanda de coordinación de los ciudadanos empujó al e-
government a la tercera fase, aquella en la que se empiezan a integrar distintas áreas de
gobierno entre sí, compartiendo información. De esta manera se intenta facilitar al ciudadano
todos sus trámites. Esta integración puede ser horizontal o vertical. La integración horizontal se
refiere a que las distintas áreas y departamentos de un mismo nivel de gobierno pueda
compartir información, respondiendo ante el ciudadano de manera coordinada. Por poner un
ejemplo relacionado con el Trabajo Social, en esta fase de integración horizontal se supone que
el área de servicios sociales de un determinado ayuntamiento debería compartir base de datos e
información con las áreas de servicios de empleo, de servicios de salud, de servicios educativos.
La integración vertical se refiere a como distintos niveles territoriales y competenciales
comparten base de datos e información entre sí. Es decir, cómo el nivel local se integra con el
nivel regional y con el nivel estatal.

Las prioridades del e-Goverment pasan por modernizar las administraciones públicas con el
diseño, desarrollo y prestación de servicios digitales clave, para facilitar la interacción digital
entre administraciones y ciudadanos mediante servicios públicos de alta calidad y posibilitar la
movilidad de ciudadanos a través de las fronteras (Hsieh, Rai y Keil, 2008).Para facilitar estos
servicios digitales podemos observar desde hace tiempo el desarrollo del certificado o firma
digital, que facilita la consulta y tramitación de distintos procedimientos sin tener que acudir
presencialmente. Para ello es necesario capacitar a la población destinataria. Un ejemplo de
buenas prácticas en este sentido es el proyecto Tramitación Electrónica para mayores
empoderados –TEME– (Bermúdez 2018), que consistió en capacitar a los mayores en la e-
administración y en empoderar a la población mayor en el uso de las Nuevas Tecnologías. Se
capacitó a los mayores en el uso del certificado en cualquier Administración y al mismo tiempo
se incentivó a la población malagueña a utilizar la carpeta ciudadana del portal de la sede
electrónica del Ayuntamiento de Málaga. (https://sede.malaga.eu). Para ello se utilizó el potencial
de las nuevas generaciones (Alumnos de Institutos de Ciclo de Informática del último curso) a los
cuales se les amplia la formación en la tramitación electrónica para que puedan ofrecer una
respuesta integral, respecto a la utilización del certificado digital y sedes electrónicas, a toda la
población malagueña mayores de 25 años, pero preferiblemente a los mayores. El proyecto se
basó en el aprendizaje-servicio ApS, pedagogía que combina el currículo académico con el
servicio comunitario busca reducir la brecha digital de los mayores y reforzar las relaciones
intergeneracionales.

Por otro lado, a nivel de servicios, el Trabajo Social debe aprovechar estas ventajas
desarrollando soluciones que descarguen de carga burocrática a sus profesionales, los cuales,
deben participar en el proceso de diseño y prototipado de soluciones. No hay que verlo como
una amenaza, al contrario. De esa manera podrán dedicar más tiempo a lo que realmente
importa, las personas. Un ejemplo de interoperabilidad es la creación de la tarjeta social única,
una tarjeta mediante la cual el ciudadano puede acceder a distintos servicios, pudiendo los
distintos profesionales involucrados (médico, trabajador social, educador, orientador, profesor,
etc.), en los distintos segmentos de atención al ciudadano, acceder a la historia de este
ciudadano. No es sencillo, ya que se plantean distintos dilemas éticos, en torno a qué y cuánta
información debe poder ver cada uno de los profesionales.

En un segundo nivel, hay una creciente evidencia de que el desarrollo del e-government puede
generar nuevas formas de desigualdad y exclusión social (Hsieh, Rai y Keil, 2008). Gran parte de
la investigación previa sobre la desigualdad digital se ha centrado en las tasas de adopción, o el
alcance del acceso a las TIC, entre los grupos aventajados y los más vulnerables (De Haan 2004;
DiMaggio et al. 2004). Una preocupación importante se refiere al "fallo del usuario": la
posibilidad de que los clientes simplemente no utilicen su sistema (Gauld, Goldfinch y
Horsburgh, 2010). Hay grupos vulnerables de ciudadanos que no utilizan estos servicios e-
government porque tienen dificultades para resolver los problemas de navegación en los sitios
web de Internet, incluso cuando saben cómo usar Internet (Kvasny y Keil, 2006).

Esto brinda oportunidades para construir, investigar y aplicar nuevas reflexiones en el trabajo
social online, es decir, el trabajo social desarrollado utilizando las TIC dentro de las sociedades
mediadas por software (Aramburu y Marcuello-Servós, 2018). Como tal, e-Social Work se puede
definir como un campo del trabajo social donde las personas, las comunidades y los grupos
tienen necesidades y es posible desarrollar programas de intervención, llevar a cabo proyectos
de investigación y diseñar políticas públicas (López-Peláez y Díaz, 2015, pp. 44-45). El trabajo
social se está transformando y desarrollando nuevas estrategias de intervención digital (Del
Fresno García, 2015),

López Peláez y Marcuello-Servós (2018) sugieren abordar tres áreas clave: enfoques teóricos del
trabajo social online; experiencias de intervención basadas en el e-social social; herramientas y
competencias digitales en los servicios sociales desde el paradigma del e-social work. Apuntan a
que para ello habría que: (i) analizar las principales características del e-social work; (ii)
examinar la base teórica de la convergencia de tecnologías y cuestiones sociales desde un
enfoque interdisciplinario; (iii) difundir investigaciones relevantes en el campo del trabajo social
online para proporcionar una comprensión más profunda de este nuevo enfoque.

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El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo V. Los servicios sociales en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
VI. La tecnogobernanza y el Trabajo Social

VI. LA TECNOGOBERNANZA Y EL TRABAJO SOCIAL

En un mundo globalizado conviene comprender y responder a lo que está sucediendo, también


desde las premisas del Trabajo Social. Aunque quizás estas innovaciones nos parezcan ajenas,
las tendencias innovadoras suelen surgir de forma espontánea y tienden a ser adoptadas por
efecto contagio (Hatfield y Cacioppo, 1994; Weisbuch y Ambady, 2008). La difusión es el proceso
a través del cual una innovación es comunicada mediante ciertos canales a lo largo del tiempo
entre los miembros de un sistema social (Rogers, 1983). La difusión de innovación siempre se ha
considerado como un proceso social. La difusión de una innovación es un proceso por el cual
unos pocos miembros de un sistema social adoptan inicialmente una innovación hasta que todos
o la mayoría de los miembros adoptan la nueva idea (Ryan y Gross, 1943; Valente, 1996). La idea
de no querer quedarse atrás se impone como argumento para adoptar determinadas fórmulas,
aunque no hayan sido fielmente testadas.

En esta oleada del dataísmo y de la inteligencia artificial, los distintos gobiernos y las distintas
organizaciones están intentando incorporar datos para su toma de decisiones. Algunas naciones
pretenden posicionarse como líderes mundiales en Big Data e Inteligencia Artificial antes del
año 2030. No obstante, para conseguirlo requieren de la colaboración internacional, ya que los
científicos que desarrollan la inteligencia artificial necesitan de la colaboración de
investigadores de todo el mundo.

A partir de cualquiera de los enfoques, si pensamos en los datos, es fácil adivinar que a priori se
podría evitar las distorsiones, al permitir que el Gobierno recopile información casi en tiempo
real y directamente, sin mediación. Sin embargo, se teme que, por el contrario, se pueda
convertir en una herramienta para censurar y ejercer un control total.

Usar la tecnología en red como herramienta de gestión pública es una poderosa herramienta
para reunir información e incorporarla a su toma de decisiones. En teoría, la gobernanza basada
en datos podría ayudar a solucionar problemas. El concepto de gobernanza es escurridizo. “Es
frecuentemente utilizado tanto por los científicos sociales como por los desarrolladores sin una
definición consensuada y aceptada por todos” (Pierre and Peters, 2000 p. 7). La literatura
distingue dos tipos de significados. El primero se refiere a un proceso de adaptación de los
gobiernos a sus entornos externos, en el que los actores públicos y privados se alían y
comprometen en la intención de regular los conflictos relacionales de la sociedad. El segundo
tiene que ver con la capacidad de gobernar las instituciones gestionando y coordinando las
relaciones con los actores e intereses privados y no gubernamentales (Pierre, 2000).

Hay dos grandes agendas de debate sobre la gobernanza (Sørensen y Torfing, 2005). La primera
se preocupa por la eficacia y eficiencia de las redes de gobernanza y su capacidad para abordar
problemas colectivos inciertos y complejos. Esta vertiente aboga por elegir topologías adecuadas,
ascendiendo desde la segmentación del modelo burocrático hacia la configuración reticular de la
“network governance”. Este concepto, que inicialmente se usa en el ámbito económico, se usa
para referirse a otra forma distinta de coordinación que contrasta con las jerarquías y con la
burocracia (Powell, 1990). Desde este enfoque, el concepto de red se convierte en el nuevo
paradigma para la arquitectura de la complejidad (Börtzel, 1998). La gobernanza “tiene que ver
con saber cómo gestionar redes” (Rhodes, 1997 p. 52), que reconozcan la complejidad,
la heterogeneidad y la multiplicidad de los elementos que participan en los distintos procesos de
decisión en torno a un asunto-territorio determinado. En estas redes permeables el rol de los
distintos niveles de gobiernos se desplaza desde la distribución autoritaria desde arriba hacia
abajo a un rol de facilitador o activador, basado en la mayor participación (Blanco y Gomá, 2002)
y en la yuxtaposición de distintas posiciones, a menudo nunca antes confrontadas (Nonaka y
Takeuchi, 1999), que hacen surgir soluciones disruptivas que puedan satisfacer las nuevas
expectativas (Sennet, 2009). La segunda agenda de debate, prominente en los últimos años, hace
referencia a la calidad democrática de las redes. Hay autores que, desde este punto de vista,
plantean que la propia gobernanza en red puede plantear riesgos en términos de
representatividad, especialmente por el peso desproporcionado que se tiende a otorgar a los
actores institucionales y empresariales en detrimento de los actores comunitarios (Swyngedouw,
2005). Esto puede resultar una amenaza (Davies, 2007). Frente a estos planteamientos hay otros
autores que la consideran como una oportunidad para una profundización democrática
(Sørensen y Torfing, 2005).

A día de hoy, ya existen modelos de tecnogobernanza basados en datos e inteligencia artificial


que poder analizar. Un claro ejemplo de este tipo de apuesta es la tecnogobernanza desarrollada
en Estonia, que se ha convertido en el país más digitalizado de la Unión Europea. La transición
hacia esta realidad no ha sido fácil. Estonia era un país que estaba a años luz del resto de los
países de la Unión Europea. En 1991 se separó de la Unión Soviética y los sistemas político, social
y económico estaban por construir. La apuesta hacía la diferenciación digital surgió de la propia
necesidad. En plena crisis económica construir todo un aparato burocrático para su
administración era inviable económicamente. La participación de escritores, científicos, poetas e
ingenieros en la creación de una administración digital fue clave. En un principio, durante la
implantación, surgieron dificultades técnicas, por ejemplo, personas que tenían duplicados sus
registros digitales. También sufrieron ciberataques que intentaron hackear su sistema (Landler
y Markoff, 2007) pero finalmente la apuesta ha consistido en la digitalización de la
administración de todos los asuntos de su población, así como del ejercicio de su democracia.

Por su parte, China, una nación de más de 1.400 millones de personas, está desarrollando
experimentos en los que combina vigilancia, inteligencia artificial y  Big Data con el fin
de supervisar el comportamiento de sus ciudadanos, aspirando a convertirse en una gobernanza
basada en datos,  como alternativa viable a las disfuncionalidades de las democracias. Sin
embargo, están surgiendo dudas acerca de la viabilidad de este tipo de proyectos por diferentes
motivos. La administración y la democracia digital está demostrando tener ciertas
vulnerabilidades. Quizás confiar demasiado en la tecnología y en los datos pueda conllevar sus
propios riesgos. Por ejemplo, en los últimos tiempos, hemos asistido a algunos problemas
derivados del uso ilegal de datos para influir en la votación relacionada con el Brexit o, a través
de Cambridge Analytica, para influir en las elecciones de Estados Unidos.

Más que nunca, desde el Trabajo Social, conviene incorporar el enfoque humanitario a la
tecnología, contemplendo de manera transversal e integral la ética en el diseño y la aplicación
de la tecnología a determinados contextos.

Para desarrollar la tecnogobernanza en red, las posibilidades tecnológicas proponen soluciones


de interoperabilidad, es decir, que los sistemas de información y gestión puedan ser
compartidos e integrados de forma vertical y horizontal, permitiendo la trazabilidad de los
datos. Supone que si un ciudadano provee sus datos en cualquier servicio sectorial (salud, social,
empleo, etc.) o en nivel competencial o territorial distintos, el trabajador social pueda acceder a
su historial de forma compartida. Están desarrollándose avances en esta línea, en la e-
governance (Coe, Paquet y Roy, 2001).

En este contexto están surgiendo interesantes aplicaciones que se utilizan para la mejora de la
eficacia y eficiencia de los servicios para la ciudadanía. Hay muchos ejemplos paradigmáticos.
Se están introduciendo sensores de movimiento que permiten enviar información sobre la
presencia o ausencia de ciudadanos en un determinado lugar para así poder modular la
intensidad de las luces necesarias, con el correspondiente ahorro. También se han
implementado sensores que permiten poder controlar el movimiento de vehículos para
gestionar mejor el tráfico, pudiendo regular los semáforos para una mejor fluencia e incluso la
gestión de los aparcamientos. Por su parte, los monitores de calidad del aire que envían datos a
las autoridades centrales pueden evitar tener que depender de los funcionarios locales, que
podrían tener la tentación de colaborar con las industrias contaminantes. Pero muchos aspectos
de una buena gobernanza son muy complejos y complicados como para poder ser monitorizados
de esa forma. La obtención de datos, aunque de una manera más sofisticada, sigue dependiendo
de las personas que diseñan y de las encargadas de controlarlos o medirlos. Pensemos en las
cámaras que con software de reconocimiento facial identifican a los peatones imprudentes en
algunas ciudades y los avergüenzan al proyectar sus rostros en vallas publicitarias. Cabe
preguntarse si el software de reconocimiento facial diseñado con patrones locales es capaz de
reconocer adecuadamente a los miembros de otros grupos minoritarios.

El progreso de la Inteligencia Artificial ha conseguido que se desarrollen iniciativas en las que


colaboran de forma estratégica empresas y gobiernos en la recolección de datos sobre personas.
La iniciativa de mayor alcance es el denominado “sistema de crédito social” desarrollado en
China. Este sistema, que algunos prefieren llamarlo sistemas de "confianza" o "reputación",
basado en la recolección de datos de sus ciudadanos, ha construido un sistema de incentivos y
castigos capaces de influir en el comportamiento. El gobierno chino destaca que es un sistema
que procura la transparencia en los asuntos gubernamentales, sinceridad comercial y la
credibilidad judicial. Por ejemplo, se requiere el DNI para cualquier maniobra, como comprar
un billete de tren. Esto facilita la identificación de personas que puedan alterar el orden que
cometan alguna vulneración de la ley. Si las personas tienen un comportamiento desviado, como
no haber pagado multas o haber cumplido sus sentencias, se publican los nombres de las
personas, quedando expuestas ante los demás.  Las personas que figuran en estas listas no
pueden acceder a financiación en un banco o reservar vuelos. Por su parte, las empresas
nacionales de transporte de China se han sumado y han creado sus propias listas negras para
castigar a los pasajeros por comportamientos negativos, como bloquear las puertas de los trenes.
A estos 'infractores' se les prohíbe comprar billetes durante seis meses o un año. A principios de
este año, se presentó una serie de listas negras para prohibir que las empresas "deshonestas"
reciban contratos gubernamentales futuros o concesiones de terrenos. Algunos gobiernos locales
han empezado a probar sus "puntuaciones" de crédito social, aunque no está claro si formarán
parte del plan nacional.  Se critica que la principal herramienta del sistema de confianza es la
estigmatización mediante la publicación de estos datos. También se critica que haya algoritmos
que consideren determinados indicios, como visitar una mezquita o poseer demasiados libros,
como comportamientos sospechosos. Hay distintos blogueros y activistas digitales que están
denunciando que están siendo silenciados o encarcelados  de forma sistemática en China. Para
los gobiernos puede ser una tentación poder aprovechar los datos para ejercer una mayor
dominación y control.

Pero China no es el único país que intenta controlar sus ciudadanos. En  EE. UU., por ejemplo,
una mala calificación de solvencia puede impedir un préstamo hipotecario, mientras que una
condena por delito grave suspende o anula el derecho al voto, por ejemplo.

En el caso del Trabajo Social, hay un ejemplo significativo, las personas que han seguido un
proceso de rehabilitación de drogas son vigiladas por otro sistema de supervisión diferente. En
teoría, las bases de datos de consumidores de drogas deberían borrar los nombres después de
cinco o siete años, pero se han dado muchos casos en los que no ha sido así. Esto puede
estigmatizar para siempre a personas que coyunturalmente tuvieron un problema y atravesaron
una etapa difícil en un momento dado pero que ya la han superado. En el sistema educativo, la
reciente noticia de que  una estudiante había sido rechazada por una universidad
estadounidense debido a que su padre figuraba en una lista negra de crédito desató la ira en las
redes sociales online.  La decisión de la universidad no había sido oficialmente autorizada ni
ordenada por el Gobierno.  Más bien, en su entusiasmo por apoyar las nuevas normativas, los
responsables universitarios se dejaron llevar y simplemente las aplicaron como una conclusión
lógica. La opacidad del sistema provoca que resulte muy difícil evaluar la efectividad de este
tipo de experimentos.

Ante toda esta manera de usar los datos y la inteligencia artificial en su aplicación a los servicios
públicos, los ciudadanos están empezando a estar recelosos y a rechazar ciertos tipos de
vigilancia. Se ha despertado una creciente oleada que demanda mayor privacidad por parte de
los usuarios de internet. Parece que la idea que se transmite es que Internet no es la libertad
para todos que se suponía que debía ser. Gracias al Big Data, la inteligencia artificial y el
aprendizaje automatizado, por primera vez en la historia empieza a ser posible conocer a una
persona mejor que ella misma, hackear a seres humanos, decidir por ellos. Además, se empieza
a tener el conocimiento biológico necesario para entender qué está pasando en el interior de la
persona, en su cerebro. Tenemos cada vez una mayor comprensión de la biología. Los datos
biométricos se han convertido en el gran reto. No se trata solo de los datos que dejas cuando
haces clic en la web, lo que dices o adónde vas, sino de los datos que dicen qué pasa en el
interior de tu cuerpo. Como la gente que utiliza aplicaciones que reúnen información constante
sobre la tensión arterial y las pulsaciones. Ahora un Gobierno puede seguir esos datos y, con el
suficiente desarrollo informático, se puede llegar a un punto en que se entienda mejor a las
personas que ellas mismas. Con esa información, puede fácilmente manipular y controlar de la
forma más efectiva que se ha visto nunca.

Harari (2018), plantea que el mayor problema político, legal y filosófico de nuestra época es
cómo regular la propiedad de los datos. Gracias a la inteligencia artificial y el aprendizaje
automatizado, por primera vez en la historia empieza a ser posible conocer a una persona mejor
que ella misma, hackear a seres humanos, decidir por ellos.

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-5.7
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo V. Los servicios sociales en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
VII. Algoritmos e inteligencia artificial socialmente inclusivos

VII. ALGORITMOS E INTELIGENCIA ARTIFICIAL SOCIALMENTE INCLUSIVOS

Los algoritmos, concepto muy familiar para los matemáticos durante siglos, se ha incorporado al
vocabulario vernáculo de la población. A medida que hemos sido conscientes de la manera de
funcionar de las tecnologías, se ha ido adoptando de forma popular. Sin embargo, este concepto
surgió hace milenios, cuando Euclides ideó un algoritmo para factorizar números primos en
tiempos clásicos. El término deriva del árabe medieval y se utilizó desde sus inicios,
simplemente, como procedimientos computacionales bien especificados que podrían probarse
en un número finito de pasos con un resultado correcto y que sirven para resolver problemas
específicos (Knuth,1968).

Ya en el siglo XX, las disciplinas predecesoras que surgieron de las matemáticas adoptaron el
concepto. No obstante, como señala recientemente Dourish, "los límites del término algoritmo
están determinados por compromisos sociales más que por limitaciones tecnológicas o
materiales" (2016: 3).

Durante la segunda década del siglo XXI, los estudiosos del derecho, los expertos en políticas
públicas y los científicos sociales se han apropiado del término "algoritmo" para significar algo
diferente, mucho más amplio y más amorfo (Seaver, 2017). El término se ha convertido en una
abreviatura de lo que anteriormente los científicos sociales llamaban "sistemas socio-técnicos
complejos", que se implementan en un nivel muy amplio en grandes corporaciones o gobiernos.

Quizás de manera confusa, también se usa con frecuencia para cubrir una gran cantidad de
algoritmos de toma de decisiones que forman parte de varios servicios orientados al
usuario/cliente: por ejemplo, varios tipos de motores de personalización y recomendación ahora
están bien establecidos y que cada vez son más ubicuos a las noticias, a las redes sociales y a la
posibilidad de compras. Más recientemente, estamos viendo otros servicios, como una gran
cantidad de servicios de traducción de lenguaje computacional, de transcripción del habla, de
reconocimiento facial, con sistemas de clasificación y etiquetado de fotos y desarrollos similares.
Por lo general, estos sistemas incorporan y organizan una gran cantidad de algoritmos que
cambian y evolucionan de manera constante y asincrónica.

La inteligencia artificial se ha convertido en un instrumento que, en virtud de su capacidad de


analizar y cruzar datos masivos puede ser capaz de predecir y adivinar comportamientos, de
conocer qué es lo que va a ocurrir, en la medida de las probabilidades. En algunos países de la
Unión Europea que utilizan Inteligencia Artificial ya es posible el diagnóstico precoz de
enfermedades a partir de reconocimiento de imágenes con un 96% de precisión. En el caso del
Trabajo Social, la inteligencia artificial tiene margen de desarrollo aún, pero ya es posible
vislumbrar que puede servir para mejorar los servicios para las personas. La inteligencia
artificial para el bienestar puede ser inclusiva socialmente, tener un impacto en la vida de los
ciudadanos al mejorar la calidad de los servicios sociales. Puede dar lugar a que se desarrollen
servicios públicos de manera más eficiente, con capacidad de resolver expedientes en menos
tiempo, que liberen a los trabajadores sociales de tareas rutinarias y burocráticas. Pueden surgir
así servicios públicos que operen como redes neuronales, que utilicen datos en tiempo real y
midan el impacto de sus políticas de modo más preciso y construyendo desde una mayor
transparencia y una mejor distribución de los recursos, también. Como ejemplo de un caso
paradigmático, en España se ha desarrollado un sistema que mediante inteligencia artificial ha
logrado automatizar la detección de denuncias falsas a partir de las palabras más usadas por los
denunciantes. El resultado es un sistema llamado Veripol, un modelo analiza las combinaciones
de palabras más comunes cuando se miente ante un policía (Quijano-Sánchez, Liberatore,
Camacho-Collados y Camacho-Collados, 2018). Este sistema analiza y calcula las combinaciones
de palabras más comunes cuando se miente ante un policía. El modelo usa el procesamiento de
lenguaje natural y la inteligencia artificial para descubrir las palabras que nos delatan y la
probabilidad de falsedad de una denuncia. o la implementación de algoritmos que permiten la
detección de denuncias falsas con un 90% de probabilidad. El modelo usa el procesamiento de
lenguaje natural y la inteligencia artificial para descubrir las palabras que nos delatan y la
probabilidad de falsedad de una denuncia. Las palabras delatoras surgieron del análisis de los
textos de 1.122 denuncias de 2015: 534 verdaderas y 588 falsas. Las denuncias estudiadas son
solo de casos de robo con violencia en la calle o tirones. Para evitar cualquier error, los
investigadores seleccionaron casos ya cerrados: porque había habido una detención o porque
los denunciantes habían admitido su mentira.

Actualmente se han presentado proyectos a distintas convocatorias de la Unión Europea,


inspirados en el modelo de Veripol, para aplicar este tipo de inteligencia artificial a la
identificación y detección de casos de maltrato y de violencia en el marco de los servicios
sociales. También para la mejora de la transparencia y gobernanza digital. En los próximos años
veremos los progresos.

Desde el Trabajo Social debemos trabajar para que la inteligencia artificial sea socialmente
inclusiva, tenga un impacto en el bienestar de la vida de los ciudadanos al mejorar el acceso y la
calidad de los servicios públicos, también los sociales. Ya está ocurriendo en países que utilizan
Inteligencia Artificial con un 96% de precisión en el diagnóstico de enfermedades a partir de
reconocimiento de imágenes, en cirugía robótica, en educación personalizada, en una justicia
más eficiente, con capacidad de resolver expedientes en apenas 20 segundos. Pueden surgir así
mejores gobiernos, que operen como redes neuronales, midiendo el impacto de sus políticas de
modo más preciso y construyendo desde una mayor transparencia y una mejor distribución de
los dividendos digitales.

En esta tarea, no deben descuidarse los riesgos éticos, que ya fueron advertidos por más de
12.000 científicos y expertos mundiales en cinco manifiestos que llaman la atención sobre los
peligros (privacidad, seguridad nacional, manipulación), los cuáles sentaron las bases para que
la Inteligencia artificial no acentuara las desigualdades. Se trata de que los algoritmos puedan
resultar escrutables en su diseño, y no constituirse en cajas negras que reproducen prejuicios de
los diseñadores.

De la mano de alianzas público-privadas, de la comunidad científica y de la sociedad civil, el


Trabajo Social necesita incorporarse a la conversación sobre la gobernanza global de la
inteligencia artificial. El desafío es posible, por supuesto, a partir de un humanismo tecnológico
que ponga a las personas como núcleo central de los esfuerzos. Se requiere construir algoritmos
no solo con capacidades de predicción, sino con elementos de previsibilidad: crear un contrato
social digital para la inclusión. Porque una integración inteligente es mucho más que una mera
combinación de algoritmos.

Un ejemplo paradigmático es el algoritmo “Robin Hood”. Este algoritmo funciona tal que así.
Imagine que se dirige a hacer recados en todos sus lugares habituales, y la "aplicación de
equidad" de su teléfono tiene una mejor idea. Siri, por ejemplo, podría informar de forma
socialmente responsable: "Compre sus productos alimenticios en una de estas otras tiendas, las
cuales tienen comportamientos socialmente inclusivos, y que están tan cerca como su tienda
habitual". O bien: "Hay tres cafeterías con planes de inclusión para discapacitados a 2 millas". O
que nos ofrezcan sugerencias de compra cuando utilizamos Google Maps, especialmente cuando
nuestros teléfonos inteligentes transmiten nuestras coordenadas de GPS. Es decir, lo que ya está
ocurriendo con Facebook y Twitter, con sus anuncios dirigidos, pero con una orientación
socialmente responsable. Con la siguiente idea: ¿y si, en lugar de simplemente aumentar las
plusvalías comerciales, esas sugerencias provenientes de su smartphone estuvieran diseñadas
para atender problemas sociales como la desigualdad? Louail, Lenormand, Arias y Ramasco
(2017), un grupo de investigadores franceses y españoles, parece que pueden haber resuelto un
rompecabezas previo que nos lleva a ese punto. En el artículo "Crowdsourcing the Robin Hood
Effect in Cities", publicado en junio en la revista Applied Network Science, los investigadores
describen un algoritmo informático que han creado, el cual intenta "reconectar" la compleja red
de transacciones comerciales y viajes de compras en las que las personas participan cada día. El
objetivo es redirigir más dinero a los barrios más pobres para que las diferencias de riqueza
entre las partes ricas y pobres de una ciudad se igualen. El estudio utilizó datos de 150.000
personas y 95.000 negocios en Barcelona y Madrid, y el patrón mostrado entre transacciones en
el territorio y dinero gastado reveló que algunos vecindarios eran hasta cinco veces más ricos
que otros. Pero los investigadores se sorprendieron aún más al descubrir que sí tan solo el 5 por
ciento de las transacciones comerciales cambiaran, de modo que el capital fluyera desde los
barrios más ricos a los más pobres, la desigualdad de ingresos en esas ciudades se reduciría
drásticamente, hasta un 80 por ciento. Estos investigadores se sorprendieron tanto que
volvieron a verificar el algoritmo, ya que al principio no estaban seguros de que el código
estuviera funcionando bien.

La investigación comenzó como un intento de usar un modelo en la planificación del transporte


que encontrara la forma más eficiente en que las personas puedan llegar a trabajar, lo cual
derivó al desarrollo de soluciones en el área de la reducción de la desigualdad. También tiene
aplicaciones potenciales para combatir el "efecto vecindario", una tendencia autorreforzante
que describe cómo la riqueza relativa del vecindario de una persona afecta su propia riqueza, lo
que a su vez acelera las propias tendencias del vecindario hacia la riqueza o la pobreza.

La reconfiguración de los viajes de compras para cruzar esos límites del vecindario puede
disminuir la segregación que experimentan los vecindarios urbanos. Hasta ahora es solo un
algoritmo. No obstante, apuntan a que es solo un algoritmo, y habrá que ver en qué medida se
puede desarrollar. Y si es así, qué se necesitará para actuar en la vida real y cómo se podrá
motivar a las personas para que cambien su destino de viaje para ir de compras en función a la
información. El aumento del llamado "Big Data", plantea preguntas interesantes sobre cómo los
científicos sociales y los activistas sociales que luchan contra la pobreza abordan su trabajo en
este nuevo escenario.

Por su parte, Elwood, Goodchild y Sui (2012) estudian la intersección de los sistemas de
información geográfica y la tecnología con justicia social y desigualdad. Elwood y Leszczynski
(2013) afirman que cada vez más se están viendo este tipo de prácticas que tratan de llegar a que
los comportamientos de personas individuales, usando dispositivos tecnológicos como
smartphones, están aportando información relevante desde la que tratar de lograr hacer algo
diferente. Es posible guiar y cambiar el comportamiento individual, no solo para buscar una
influencia económica, sino también para promover el cambio social, tanto a nivel de base como
de políticas de empuje promulgadas por los gobiernos. Por supuesto, estas pequeñas acciones no
abordan las causas estructurales de la pobreza. Sin embargo, es importante diferenciar entre las
cuestiones de desigualdad y las de empobrecimiento. Con estos cambios se puede cambiar el
grado de desigualdad en una sociedad sin haber actuado para cambiar los grandes procesos de
empobrecimiento.

Louail, Lenormand, Arias y Ramasco (2017) están de acuerdo en este punto. Si revertir la
desigualdad fuera el objetivo, incluso un algoritmo incluido en una aplicación de teléfono
inteligente requeriría otras medidas, como decisiones de política o incentivos del gobierno local
para alentar la participación. Sin embargo, la solución no pasa por ser una aplicación. Cabe
considerar que desde el Trabajo Social se puedan imaginar algunos incentivos para ayudar, para
motivar a la gente a involucrarse en este tipo de iniciativas colectivas. En definitiva, las posibles
herramientas para mitigar las desigualdades son necesarias, pero no son suficientes para
resolver todo. Lo que proponen es que se pueda articular o complementar con más iniciativas
ascendentes de este tipo. Louail et al. (2017) ven esto como un primer paso importante hacia el
uso de grandes cantidades de datos para abordar los problemas sociales. Se trata de un primer
paso, pero hay próximos pasos que dar. Esto es una oportunidad para incorporar otras
dimensiones a la investigación. El Big Data va a seguir creciendo, pero hay aspectos
significativos del conocimiento humano, como la experiencia humana, como las expresiones de
la vida social en las ciudades que va a ser difícil que podamos capturar y transformar en datos.
Se trata de articular espacios para que profesionales con experiencia en ciencias de datos
puedan interactuar con profesionales que conocen y estudian políticas de desarrollo urbano,
personas que piensan y analizan las políticas de vivienda, personas que piensan en enfoques
existentes para el desarrollo en áreas periféricas y con necesidades de transformación de las
ciudades. Este es el momento para que equipos de investigación formados por campos
interdisciplinares y complejos puedan hacerse preguntas desde puntos de vista diferentes y así
se consiga una visión más holística y disruptiva.

En esta misma línea, Fei Fang (2018), profesora adjunta de la Universidad Carnegie Mellon (EE.
UU.) está centrada en usar la inteligencia artificial (IA) para resolver este tipo de desafíos
sociales. Su proyecto más reciente se trata de una iniciativa que ha empleado la inteligencia
artificial para reducir el número de personas sin vivienda, e incluso prevenir suicidios. Aunque
los problemas son diferentes, la solución común radica en combinar aprendizaje automático con
la teoría de juegos, afirmó. Cada desafío se conceptualiza como un juego de suma cero para dos
jugadores contra dos adversarios, donde es muy importante asignar al azar los patrones, por lo
que resulta más difícil para los atacantes encontrar los puntos más débiles.

Fei Fang (2018) destaca que sus colegas del sector están adoptando enfoques similares para
detectar tomar medidas contra los  préstamos abusivos  o predecir el  rendimiento de los
cultivos para ayudar a prevenir el hambre.

La investigadora señala que existe un gran potencial para desarrollar la inteligencia artificial
por el bien de toda la sociedad.

La tecnología no deja de ser un medio y se utiliza para distintos fines, algunos también positivos.
La inteligencia artificial puede servir para mejorar la vida de las personas.

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-5.8
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo V. Los servicios sociales en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
VIII. Machine Learning aplicado al Trabajo Social

VIII. MACHINE LEARNING APLICADO AL TRABAJO SOCIAL

Los sistemas de Machine Learning o de aprendizaje automático son sistemas entrenados en base
a una colección de datos a partir de los cuales el sistema crea un algoritmo, típicamente
incomprensible para los humanos y más comúnmente incorporado en algún tipo de red
neuronal, que imita de forma aproximada el comportamiento deseado aprendido en el
entrenamiento anterior, aplicándolo a los nuevos datos. Estos algoritmos han tenido un gran
éxito en áreas de asesoramiento o recomendación, transcripción y clasificación, reconocimiento
de imágenes, normalmente relacionados con servicios. Básicamente, estos sistemas de Machine
Learning reconocen patrones y utilizan esta capacidad para clasificar la entrada de datos de
varias maneras. Estos mecanismos son definitivamente parte de esta "Era de los Algoritmos"
(Lynch, 2017). También reflejan sesgos y limitaciones implícitas en los datos con los que
entrenan y en los procesos que conducen a los resultados que se utilizaron para etiquetar los
datos de capacitación.

Estos sistemas de Machine Learning se pueden usar para proveer ayudas, para registrar y
clasificar información burocrática, liberando de la carga más pesada a los trabajadores sociales,
dejándoles tiempo para poder dedicar a las personas y a la potenciación comunitaria.

No obstante, si en algún caso se utilizaran datos que registran los trabajadores sociales en los
sistemas de información y estos conllevan algún tipo de discriminación contra algún grupo de
usuarios, en función del género, raza, etnia, etc., por ejemplo en posibles decisiones sobre
ayudas económicas o incentivos de contratación para determinados grupos de usuarios, el
sistema basado en Machine Learning reflejará fielmente los sesgos incorporados por los
trabajadores sociales, probablemente correlacionará el género con el éxito o el fracaso
implícitamente. El sistema de aprendizaje automático aprenderá esta correlación y la reflejará,
de ahí que esencialmente codifique el sesgo de la práctica (Osoba, 2017). Tales sesgos no son
culpa del sistema de ML sino de los datos utilizados para entrenarlo, o de las personas que no
pudieron entender las limitaciones de sus datos de entrenamiento. Esto, que puede ser un
inconveniente, puede ser también una oportunidad para detectar estas situaciones, evitando así
cierta arbitrariedad (que no discrecionalidad) en la actuación de los trabajadores sociales.

Una de las claves de la inteligencia artificial avanzada está en el aprendizaje. Es cada vez más
habitual que se diseñen máquinas que aprendan por sí solas. La dificultad para pre-programar
reglas y protocolos que se adapten a las infinitas combinaciones de datos de entrada y
situaciones que aparecen en el mundo real, requiere que las máquinas sean capaces de auto-
programarse.

En otras palabras, queremos máquinas que aprendan de su propia experiencia. La disciplina


del  Aprendizaje Automático (Machine Learning) se ocupa de este reto y gracias a la tormenta
perfecta en la que nos acabamos de adentrar todos los gigantes de Internet han entrado de lleno
en el mundo del aprendizaje automático, ofreciendo servicios en la nube para construir
aplicaciones que aprenden a partir de los datos que explotan.

Hoy en día el aprendizaje automático está más que nunca al alcance de cualquier programador.
Entender los algoritmos de aprendizaje es fácil si nos fijamos en cómo aprendemos nosotros
mismos desde niños. El aprendizaje por refuerzo engloba un grupo de técnicas de aprendizaje
automático que a menudo usamos en los sistemas artificiales. En estos sistemas, las conductas
que se premian tienden a aumentar su probabilidad de ocurrencia, mientras que las conductas
que se castigan tienden a desaparecer.

Este tipo de enfoques se denominan aprendizaje supervisado, pues requiere de la intervención


de los humanos para indicar qué está bien y qué está mal. En muchas otras aplicaciones de la
computación cognitiva los humanos, aparte del refuerzo, también proporcionan parte de la
semántica necesaria para que los algoritmos aprendan. Por ejemplo, en el caso de un software
que debe aprender a diferenciar los diferentes tipos de documentos que recibe un trabajador
social en su centro de trabajo, son los profesionales los que inicialmente han de etiquetar un
conjunto significativo de ejemplos para que posteriormente la máquina pueda aprender.

Es decir, los trabajadores sociales son lo que inicialmente saben realmente si un documento es
una solicitud de cita, una petición de ayuda, una reclamación, una solicitud de registro en una
base de datos, etc. Una vez que los algoritmos cuenten con un conjunto de entrenamiento
proporcionado por los trabajadores sociales, entonces serán capaces de generalizar y empezar a
clasificar documentos de forma automática sin intervención humana.

En la actualidad son estas restricciones o limitaciones de entrenamiento de los algoritmos las


que en buena medida limitan su potencia, pues se requieren buenos conjuntos de datos de
entrenamiento (a menudo, etiquetados de forma manual por humanos) para que los algoritmos
aprendan de forma efectiva. En el ámbito de la visión artificial, para que los algoritmos
aprendan a detectar objetos en las imágenes de forma automática han de entrenarse
previamente con un buen conjunto de imágenes etiquetadas.

El futuro del aprendizaje automático pasa por un giro hacia el aprendizaje no supervisado. En
este paradigma los algoritmos son capaces de aprender sin intervención humana previa,
sacando ellos mismos las conclusiones acerca de la semántica embebida en los datos. Ya existen
desarrollos que se centran completamente en enfoques de aprendizaje automático no
supervisado, como cuya plataforma cognitiva es capaz de procesar millones de documentos no
estructurados y construir de forma autónoma representaciones estructuradas.  El futuro del
aprendizaje automático pasa por dar un giro hacia el aprendizaje no supervisado. En este
paradigma los algoritmos son capaces de aprender sin intervención humana previa, sin que los
trabajadores sociales tengan que supervisar, sacando ellos mismos las conclusiones acerca de la
semántica incrustada en los datos.

La disciplina del aprendizaje automático está en plena ebullición gracias a su aplicación en el


mundo del Big Data y el Internet de las cosas (IoT). No dejan de aparecer avances y mejoras de
los algoritmos más tradicionales, desde los conjuntos de clasificadores (ensemble learning) hasta
el Deep Learning, que como afirman LeCun, Bengio y Hinton (2015) está muy de actualidad por
su capacidad de acercarse cada vez más a la potencia perceptiva humana.  En el  enfoque  Deep
Learning se usan estructuras lógicas que se asemejan a la organización del sistema nervioso de
los humanos, contando con capas de unidades de procesos (neuronas artificiales) que se
especializan en detectar determinadas características existentes en los objetos percibidos.

Veremos como el aprendizaje y el lenguaje empiezan a integrarse con más funciones


psicológicas como la memoria semántica, el razonamiento, la atención, la motivación y la
emoción, de forma que los sistemas artificiales vayan acercándose más y más al nivel humano
de inteligencia, o quizás las máquinas puedan alcanzar niveles superiores a los humanos.

Un ejemplo de aplicación es el proyecto desarrollado por Hidalgo (2018) que, con la colaboración
de la Universidad de Málaga y el Observatorio Municipal para la Inclusión Social del
Ayuntamiento de Málaga, aplicó Machine Learning al sistema de información de usuarios de
Servicios Sociales (SIUSS). En la aplicación realizada se seleccionó una serie de problemas a
predecir para cada nueva intervención que realizan los trabajadores sociales y que son
registradas en SIUSS. Estos problemas fueron: las evaluaciones realizadas por los trabajadores
sociales, los recursos idóneos y aplicados en cada intervención y la existencia, o no, de maltrato
dentro de la unidad familiar. Se trabajó con un conjunto de datos de más de 100.000 registros y
más de 60 características para cada uno de los diferentes problemas que se abordaron y se
utilizaron 3 modelos predictivos diferentes con distintas combinaciones de parámetros para
obtener el mejor resultado posible. Tras evaluar la calidad de las predicciones obtenidas, se
pudo componer un conjunto de datos que conformaron modelos y parámetros que ofrecían una
buena solución para cada problema planteado. Hidalgo (2018) señala que la realización de
proyectos de este tipo demuestra que es posible aplicar Inteligencia Artificial y Big Data en el
ámbito de los servicios sociales, obteniendo buenos resultados y haciendo un uso ético de los
datos y que ayudan a construir aplicaciones que tratan de mejorar las condiciones de vida de la
población. A partir de este proyecto se pueden realizar muchas más.

acciones, incorporando nuevos problemas a predecir, añadiendo nuevas fuentes de datos


mediante la utilización de la Inteligencia Artificial para análisis semántico o análisis de
sentimientos que nos permitirían enriquecer nuestro conjunto de datos y así mejorar las
predicciones obtenidas.

En muchos dominios, como los servicios sociales, la disponibilidad de posibles recursos para la
intervención puede ser muy limitado. Un modelo de experimentación de aplicación de Machine
Learning para la mejor asignación de recursos se desarrolló en el contexto de la provisión de
servicios para personas sin hogar en un área metropolitana importante (Kube, Das y Fowler,
2018). Se usaron datos del sistema de información de personas sin hogar para conocer qué
familias estaban experimentando episodios repetidos de falta de vivienda para en base a los
resultados pronosticados poder mejorar la asignación a un número fijo de camas en diferentes
tipos de recursos para personas sin hogar. Se predijo con mejor éxito la proporción de familias
con una mayor probabilidad de reingreso en estos servicios, ganándose en eficiencia.

Otro de los ejemplos, desarrollado por Instagram, es la aplicación de la IA al problema del


cyberbullying. Como ya se sabe, las redes sociales son el ecosistema habitual de los adolescentes
e Instagram es una de redes preferidas por los más jóvenes. En esta plataforma se están
vigilando acciones y actitudes contra los menores. Para ello, los desarrolladores de Instagram
han hecho uso de la inteligencia artificial y el Machine Learning para conseguir el mejor aliado
para acabar con las malas prácticas y los abusos en la aplicación. Gracias al Machine Learning,
las herramientas de Instagram ahora pueden detectar de forma proactiva el bullying mediante
el análisis de las fotos publicadas, así como en las capturas de pantalla realizadas de las mismas,
para poder enviárselas a los encargados de revisarlas. Junto con esta iniciativa, Instagram ha
extendido hasta los vídeos emitidos en directo el filtro de comentarios para frenar el
cyberbullying, que introdujo en mayo de 2019.

Hasta ahora, los comentarios ofensivos se vetaban en las secciones de “Buscar”, “Perfil” y en el
“feed” de publicaciones. La última característica es el efecto de cámara kindness, en un intento
de promover la amabilidad y la positividad entre los usuarios de la red social. Si se utiliza en
modo selfie, el fondo de la pantalla se llenará de corazones y aparecerá un mensaje que anima a
extender la amabilidad con otro usuario. En caso de aplicar el efecto kindness con la cámara
principal, aparecerá en el fondo una superposición con mensajes amables en distintos idiomas.

En el marco de los proyectos Retos dentro del programa Horizon de la UE ya existen


convocatorias e incluso desarrollos que se centran completamente en enfoques de aprendizaje
automático no supervisado.

Hay un proyecto diseñado por distintas universidades españolas, en fase beta, cuyo objetivo es
conseguir automatizar la detección de casos de maltrato a víctimas de violencia, de maltrato a
menores, de maltrato a mayores o de radicalización de inmigrantes a partir de las palabras más
usadas por los usuarios de servicios sociales al relatar estos casos a los trabajadores sociales.
Este grupo de investigadores e ingenieros informáticos están desarrollando el modelo. El
resultado busca un modelo que analice las combinaciones de palabras más comunes cuando se
relata un caso de maltrato. Este sistema analiza y calcula las combinaciones de palabras más
comunes cuando se está contando una situación de riesgo ante los trabajadores sociales. El
modelo usa el procesamiento de lenguaje natural y la inteligencia artificial para descubrir las
palabras que lo delatan y la probabilidad de riesgo. Este modelo se apoya en la repetición
recurrente de comportamientos y pautas semánticas (por ejemplo, con recurrencia de términos)
que evidencian la posibilidad de ocurrencia. Por ejemplo, en los casos de maltrato a ancianos o
de violencia de género, las personas que sufren estas situaciones tienden a utilizar de forma
recurrente determinadas expresiones que ponen en alerta a los trabajadores sociales, que
cuando detectan indicios ponen en marcha protocolos estrictos a seguir. No olvidemos que, en
estos casos delicados de violencia o maltrato, las víctimas sienten miedo a poder contarlo. Quizás
en una primera fase los algoritmos puedan detectar indicios, identificando la alerta sobre la
posibilidad de ocurrencia de casos de estas características, para que los trabajadores sociales
pudieran comprobarlo de todo nuestro sistema democrático.

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22 MAR 2021 PÁGINA RB-5.9
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
Módulo V. Los servicios sociales en la era digital (JOAQUÍN CASTILLO DE MESA)
IX. Blockchain aplicado al Trabajo Social

IX. BLOCKCHAIN APLICADO AL TRABAJO SOCIAL

Un avance tecnológico más, que puede ayudar a superar la carga burocrática que supone la
gestión de los servicios sociales ha sido el Blockchain. Este sistema es un registro público
tecnológico distribuido sobre una red que graba transacciones (mensajes enviados desde un
nodo de una red a otro) ejecutado entre participantes de la red. Cada transacción es verificada
por los nodos de la red según un mecanismo de consenso mayoritario antes de ser añadido a
blockchain (Gatteschi, Lamberti, Demartini, Pranteda y Santamaría, 2018). La información
grabada no puede ser cambiada o borrada y la historia de cada transacción puede volver a ser
creada en cualquier momento. Los adoptantes precoces lo consideran una tecnología disruptora
que podría cambiar muchas actividades cotidianas y procesos de negocios de distinto dominio.

Desde la unidad del World Food Program (WFP), para posibilitar la movilidad de personas entre
fronteras se están probando distintas soluciones experimentales con blockchain que atienda el
problema que tienen los refugiados que, cuando proceden de países arrasados por conflictos
bélicos, no cuentan con documentación para acreditar su identidad (Kshetri y Voas, 2018). Esto
está dificultando la posibilidad de proporcionar una cuenta bancaria mediante la cual pudieran
cobrar alguna prestación social que pueda apoyar sus procesos de inserción e integración social.
Se están experimentando soluciones a través de blockchain y lectores de iris, para poder
verificar la identidad de estas personas, eliminando a los bancos como intermediarios.

Un grupo de programadores de Málaga ha empleado la tecnología "blockchain" o de cadena de


bloques para desarrollar un sistema que dota de mayor transparencia la financiación de las
oenegés y da fiabilidad a los donantes, a raíz de la crisis sufrida por la organización Oxfam
Intermón. El sistema, ya desarrollado y probado en Málaga fue presentado el pasado 28 de
febrero a la organización de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). Se trata de una
"smart wallet" o cartera inteligente cuyo acceso está protegido por dos claves, una en posesión
del donante y otra del profesional que está sobre el terreno resolviendo el problema
humanitario en cuestión, y son necesarios ambos permisos para transferir el dinero. Las
donaciones están sujetas a condiciones que justifican que el objetivo de la donación se ha
cumplido, de forma que, si el objetivo es liberar a una persona de adicciones, el dinero no se
libera hasta que no envía sus análisis limpios de drogas. Si el objetivo es obtener asilo por parte
de un refugiado, el dinero se envía a la cartera que se encuentra en el campo de refugiados, pero
no se libera hasta que el profesional no envía el documento que acredita la obtención del asilo.
De esta forma, se eliminan las incertidumbres de los donantes, que saben que llega el dinero y
no se cobra hasta que no se consigue el objetivo y se incentiva tanto a los profesionales como a
las personas a las que se les presta ayuda, han explicado. Se trata de una innovación tecnológica
que será ofrecida gratuitamente con licencia Creative Commons a todas las oenegés o
instituciones que quieran lograr la transparencia en la ayuda al desarrollo o por catástrofes
humanitarias.

La aplicación, denominada Ethereum, ya se ha puesto en marcha en Málaga con un caso


particular: el de Esther, una mujer que tiene dos hijos con su todavía esposo, que permanece en
prisión condenado por malos tratos. La situación padecida por esta malagueña le hizo caer en la
dependencia de los somníferos y llegó a necesitar más de veinte sedantes al día, que terminó
mezclando con alcohol, perdió la custodia de sus dos hijos y terminó durmiendo en la calle.
Esther ha logrado recuperarse gracias a la ayuda de la Casa de la Buena Vida, el centro solidario
de recuperación de las adicciones ubicado en la barriada malagueña de Palma-Palmilla. Ella ya
ha obtenido el primer dinero procedente de una donación mediante este sistema y no ha podido
ingresarlo hasta presentar las analíticas de sangre que demuestran que, como ella asegura, "está
limpia". Esta aplicación fue una de las desarrolladas a partir del congreso de programadores
informáticos, el I Hackathon Crypto Marbella, celebrado el pasado diciembre en el centro de
negocios Our Space con el objetivo de resolver problemas actuales. En este encuentro, se
constituyó la comisión de desarrolladores e investigadores de "blockchain" en la que se propuso
participar al concurso convocado por Unicef para implementar la tecnología de cadena de
bloques en el rescate de niños en los campamentos de refugiados.

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22 MAR 2021 PÁGINA III
El Trabajo Social en la era digital. 1ª ed, septiembre 2019
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