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EL REGRESO AL DESIERTO

Por Bernard Marie Koltés


PERSONAJES
MATHILDE SERPENOISE
ADRIEN, su hermano industrial
MATHIEU, hijo de Adrien
FATIMA, hija de Mathilde
EDOUARD, hijo de Mathilde
MARIE ROZERIEULLES, primera mujer de Adrien (fallecida)
MARTHE, hermana de Marie, segunda esposa de Adrien
MAAME QUEULEU, domestica permanente
AZIZ, domestico
EL GRAN PARACAIDISTA NEGRO
SAIFI, dueño del café
PLANTIERES, prefecto de policía
BORNY, abogado
SABLON, prefecto del departamento

ESCENA 1: SOBH (EL ALBA)


Muro que rodea el jardín. Al frente, la puerta de entrada abierta. Temprano en la
mañana
MAAME QUEULEU: Azis, entra, apúrate. Hoy hay mucho trabajo, porque Mathilde, la
hermana del señor, regresa de Argelia con sus hijos. Hay que prepararlo todo y yo
sola no puedo.
AZIZ: Ya voy, Maame Queuleu. Es que me pareció oír ruidos de pasos y voces. Y a
esta hora, en esta calle, es muy extraño.
MAAME QUEULEU: Las calles son peligrosas. Entra rápido. No me gusta dejar esta
puerta abierta
AZIZ: (Todo parece indicar que va a ser un día inmundo
Entra Mathilde
MATHILDE: ¿Y porque va a ser un día inmundo?
AZIZ: Porque, si la hermana es igual de imbécil que el hermano, esto promete
MATHILDE: La hermana no es igual de imbécil que el hermano
AZIZ: ¿y tú como lo sabes?
MATHILDE: Porque la hermana soy yo)**
Entran Fátima y Edouard con las maletas
MAAME QUEULEU: Entra, Aziz, no te quedes ahí en la puerta (a Mathilde) ¿Quién es
usted?
MATHILDE: Déjeme pasar, Maame Queuleu, soy yo, Mathilde.
ESCENA 2
Hall de entrada, gran escalera
MATHILDE: quien es esa anciana que baja por las escaleras?
M. QUEULEU: es Marthe
MATHILDE: ¿Quién?
M. QUEULEU: Marthe, la hermana de Marie
MATHILDE: ¿Qué está haciendo aquí, a esta hora y con esa ropa?
M. QUEULEU: Mathilde, es la mujer de Adrien, tenga piedad de ella.
Aparece Adrien en lo alto de la escalera
ADRIEN: Mathilde, hermana, otra vez en nuestra hermosa ciudad ¿has venido con
buenas intenciones? Porque ahora que la edad nos ha calmado un poco, podríamos
tratar de no pelear. Yo decidí no pelear más durante estos quince años de tu ausencia
y sería muy duro tener una recaída.
MATHILDE: Adrien, hermano, mis intenciones son buenas y si la edad te ha calmado,
las cosas serán más simples durante el tiempo que pienso pasar aquí y entre tu rabia
y mi calma todo debería estar muy bien.
ADRIEN: Has querido huir de la guerra y naturalmente has venido a la casa donde
están tus raíces. Has hecho bien. La guerra terminara pronto y pronto podrás regresar
a Argelia
MATHILDE: ¿Mis raíces? Yo no soy una ensalada; tengo pies y no están hechos para
hundirse en el suelo. ¿La guerra? Yo no le estoy huyendo a ninguna guerra. Por el
contrario la vengo a traer a esta ciudad donde tengo viejas cuentas por arreglar. Así
que, luego de quince años, los recuerdos han regresado y el rencor.
ADRIEN: ¿Enemigos, hermana? El alejamiento debió haber fortalecido tu imaginación
que nunca ha sido débil. Si viniste a contemplar la parte de tu herencia y luego
regresar, muy bien, contémplala, admira como embellezco esta casa y cuando la
hayas mirado con atención, nos prepararemos para tu regreso.
MATHILDE: Pero si yo no he venido para devolverme, Adrien, hermanito. He venido a
esta casa, sencillamente, porque me pertenece. Y embellecida o acabada, siempre me
ha pertenecido.
ADRIEN: Te pertenece, mi querida Mathilde. Te pague un alquiler y
considerablemente le he puesto precio a esta covacha. Pero te pertenece, de acuerdo.
No comiences a enfadarme. Recomencemos nuestro buen día, porque todo esto
comenzó muy mal.
MATHILDE: recomencemos, mi viejo Adrien, recomencemos.
ADRIEN: no creas, Mathilde, hermana, que yo te dejare vagabundear por corredores
tocándolo todo como el ama de casa. Si la casa es tuya, su prosperidad es mía. Tú me
has dejado la fábrica por impotencia y tú has tomado la casa por pereza. Pero esta
casa la abandonaste para huir yo no sé a dónde y no sé a qué. Y ahora este lugar
tiene sus costumbres sin ti, no hay que tratarla bruscamente, porque yo voy a
protegerla si pretendes saquearla.
MATHILDE: ¿Por qué querría saquear mi casa si yo quiero habitarla? Supongo, por su
prosperidad, que has engordado tu fabrica y has hecho de los banqueros tus mejores
amigos. Si tú fueras pobre, te hubiera pedido que hicieras tus maletas. Pero como eres
rico, no voy a cazarte. Voy a acostumbrarme a ti. Sin embargo espero que la cama
donde me acueste sea la mía y que la mesa donde coma sea mi mesa. En fin, es hora
de que entre, porque a esta casa le hacen falta mujeres.
ADRIEN: no, mi querida Mathilde, no le hacen falta. Esta es una casa de hombres y
las mujeres que por aquí pasan no serán más que invitadas y olvidadas. ¿Nuestro
padre la ha construido y quien guarda el recuerdo de su mujer? Yo mismo la he
seguido llevando y ¿quién guarda el recuerdo de tu existencia? Mantente en tu propia
casa como una invitada. Porque si tú crees reencontrar tu cama como un viejo mueble
familiar, no es seguro que tu cama te reconozca.
MATHILDE: yo sé que después de quince años y diez años de más de acostarme en
otros lugares, me acostare en mi cama y mi cama me reconocerá al instante. Y si no
me reconoce, voy a sacudirla hasta que lo haga.
ADRIEN: yo lo sabía; tú vienes aquí a hacer daño, te vengas de tus desgracias, corres
detrás de las desgracias por el placer del rencor.
MATHILDE: Adrien, te estas enojando. Si tú nunca me has hecho daño, ¿Por qué voy
a vengarme de ti?
Se acerca a Mathilde, entran Marthe y Maame Queuleu
MARTHE: ¿Quién es esa señora?
M. QUEULEU: Es Mathilde
MARTHE: ¡Virgen santa, Como ha crecido!
ADRIEN: se me han olvidado los nombres de tus hijos
MATHILDE: Edouard, el hombre. Y Fátima, la mujer.
ADRIEN: ¿Fátima? Estas loca, le voy a tener que cambiar ese nombre, no quiero que
se burlen de mí.
MATHILDE: no vamos a cambiar nada. Un nombre no se inventa, se recoge frente a la
cuna, se toma del aire que se respira. Si ella hubiera nacido en Hong-Kong, la habría
llamado Tsouei Tai y si la hubiese tenido en Amecameca, su nombre seria Iztaccihuatl
¿Quién me lo hubiera impedido? No se puede, de ningún modo, que un niño nazca y
ponerle un sello de exportación desde un principio.
ADRIEN: al menos delante de los amigos, llamémosla Caroline.
MATHILDE: Fátima, ven a saludar a tu tío. Edouard, acércate.
MARTHE: ¡Cómo han crecido! ¿Saben leer? ¿Han leído la Biblia? Esta pequeña está
bien grande. ¿Reza sus oraciones a Nuestra Señora de la Salette? ¿Conocen a Mama
Rosa, la santa?
MATHILDE: Adrien, Adrien ¿es cierto que te has casado con esto?
ADRIEN: si, en efecto, con ella me he casado
MATHILDE: te mantienes como un simio. Casarte con ella, después de haberte
casado con la hermana. Pobre Marie. Todo lo que era bello y dulce en Marie, es
decadente en ella.
ADRIEN: tenerla a ella frente a mis ojos, me impide tener remordimientos por la otra.
MATHILDE: ella bebe ¿verdad? Se le ve en la cara.
ADRIEN: no lo sé, no delante mío, en todo caso.
MATHILDE: eres más imbécil que un gorila, prefieres las reproducciones baratas, la
fuera. No, yo nunca la mirare como tu mujer. Marie está muerta. Tú no tienes más
mujeres.
ADRIEN: y tú no tienes más maridos como yo mujeres ¿de dónde salen estos dos? No
lo sabes ni tu misma. Buenos días Mathilde, hermana mía.
MATHILDE: Buenos días, Adrien.
ADRIEN: Maame Queuleu, Aziz, ¡preparen los cuartos! Mathilde se acostara en su
cuarto con su hija y su hijo con el mío, en el suyo.
ESCENA 3: EL SECRETO EN EL ARMARIO
La habitación de Mathilde. Una cama, un armario. Mathilde está en la cama. Entra
Fátima
FATIMA: Mamá me encontré a alguien en el jardín. Alguien a quien no me atrevo a
decirle el nombre, porque alguien me lo ha prohibido. Ven conmigo mamá, alguien ha
desaparecido desde que apareció en el cielo la primera luz del alba, pero estoy segura
que aun ha pisadas en la hierba y queda sobre el tronco del árbol un hilo de su
vestido, porque ese alguien se apoyó ahí. Mamá, esta casa está llena de secretos y yo
la detesto.
MATHILDE: No. No me voy a mover. Me he demorado horas tratando de calentar
estas sábanas y no me voy a mover hasta el desayuno. Ya me hablaras después del
café.
FATIMA: no. Yo no puedo dormir. Esta casa es mala y yo me siento mal aquí.
MATHILDE: ¡la hubieras conocido en tiempos de Marie! Ven. Metete bajo las sábanas
y te cuento como era de buena Marie, mi amiga, que mantenía esta casa tan
agradable y caliente. Yo te voy a contar todo esto hasta que te duermas.
FATIMA: Tu no piensas si no en dormir en acordarte de historias.
MATHILDE: ¿Cómo así que no pienso sino en dormir? Apenas si había logrado
conciliar el sueño.
FATIMA: mamá, mamá, te digo que me encontré a alguien. Ven, si no, no me creerás,
yo quiero que tú me creas. Levántate.
MATHILDE: Fátima, di tu secreto, dilo, te hincha la cara. Dímelo o vas a explotar.
FATIMA: un secreto no debe ser dicho.
Te ordeno que me lo digas. Yo conozco esos secretos, esos encuentros en el jardín de
noche. Y nueve meses después, no son un secreto sino un escándalo. Dime ¿Quién
es ese hombre? ¿Qué te ha hecho?
FATIMA: yo no he dicho que sea un hombre
MATHILDE: ¿han hablado? ¿Es una aparición a la que se le puede hablar?
FATIMA: yo no he hablado, porque tenía mucho miedo
MATHILDE: ¿Y era una aparición tan muda como tú?
FATIMA: no, ella me ha hablado.
MATHILDE: Dime su nombre
FATIMA: Jamás.
MATHILDE: Entonces ve a decirlo en el armario. Yo no quiero saberlo, pero te vas a
enfermar si te lo guardas (Fátima entra en el armario. luego sale) ¿ya?
FATIMA: No es un secreto muy largo
MATHILDE: De todas maneras ya no estás tan roja, ¿porque armar tanta historia por
un secreto tan pequeño?
FATIMA: He dicho que no era largo, no he dicho que sea pequeño
MATHILDE: Me pongo algo y voy contigo, ¿pero crees que vas a poder continuar
viviendo como una salvaje aquí? Escuche un nombre
FATIMA: No he dicho nada, tú sueñas mamá, tú te burlas de mí, tú no me crees
MATHILDE: Si, te creo. Ven a mi lado Fátima, metámonos bajo las sabanas. Marie.
FATIMA: ¿Qué? ¿Por qué dices eso?
MATHILDE: Marie es el nombre que escuche.
ESCENA 4: MATHIEU SE ALISTA
En el jardín
ADRIEN: (saliendo frente a Mathieu) ¿A dónde vas? Es temprano. ¿A dónde vas con
esa cara de conspirador?
MATHIEU: Voy a salir
ADRIEN: ¿Sales, Mathieu hijo mío? ¿A dónde sales?
MATHIEU: Salgo de la casa, salgo del jardín, salgo completamente
ADRIEN: ¿Te falta algo? Aziz lo ira a buscar por ti
MATHIEU: Me hace falta salir. Y eso no lo puede hacer Aziz por mí.
ADRIEN: Aziz puede hacerlo todo en tu lugar, salvo ser mi hijo. Y yo quisiera saber
porque mi hijo tiene ese aire de conspirador tan temprano en la mañana.
MATHIEU: ¿No es normal que a mi edad yo pueda salir de esta casa sin que se trate
de un complot?
ADRIEN: No. No es normal. ¿Quieres ir a la fábrica? ¿Quieres ir a la iglesia? Si no ¿a
dónde podrías ir?
MATHIEU: Quiero ir a la ciudad.
ADRIEN: Pero si estas en la ciudad, Mathieu, hijo mío. Tú no puedes estar más en la
ciudad que estando en nuestra casa.
MATHIEU: Quiero tomar aire
ADRIEN: De acuerdo, recuéstate en el jardín. No hay un aire más puro que el que se
respira aquí.
MATHIEU: Me quiero ir
ADRIEN: Muy bien, vete, vete. Pero en los límites del jardín. O dime que es lo que
tienes en la cabeza.
MATHIEU: Tengo en la cabeza que quiero dejar esta casa, dejar este pueblo, dejar
este país y meterme al ejército. Quiero hacer mi servicio militar. Irme para Argelia a
estar en la guerra.
ADRIEN: ¿Quién te ha dicho que hay guerra en Argelia? ¿Quién te ha dicho que
Argelia existe? Tú nunca has salido de aquí
MATHIEU: No. Yo nunca he salido de aquí. Y Edouard se burla de mí porque yo no
conozco el mundo.
ADRIEN: El mundo está aquí hijo mío. Tú lo conoces perfectamente bien. Mira mis
pies Mathieu: Aquí está el centro del mundo. Más allá es el borde del mundo. Si tú vas
más allá, te caes.
MATHIEU: Yo quiero viajar.
ADRIEN: Viajar de tu cuarto al salón, del salón al granero, del granero al jardín.
Mathieu, hijo mío.
MATHIEU: Quiero hacer mi servicio militar
ADRIEN: No te van a recibir. Tienes los pies planos
MATHIEU: Yo no tengo los pies planos
ADRIEN: ¿Quién te ha dicho que no los tienes? Yo tengo los pies planos. Ósea que tú
los tienes también.
MATHIEU: Así tenga los pies planos, yo quiero ser militar, lanzarme en paracaídas en
Argelia. Quiero ser paracaidista, papa, quiero tener el pelo bien corto, el uniforme de
camuflaje, el cuchillo amarrado a una pierna, el arma en la cintura, quiero ser
admirado por los niños, quiero que los muchachos me miren con envidia, quiero que
las mujeres me coqueteen, quiero que el enemigo me tenga miedo. Quiero ser un
héroe, arriesgar mi vida, escapar de atentados, ser herido, sufrir sin quejarme,
sangrar.
ADRIEN: Vas a ser un héroe, aquí, bajo mi mirada. ¿No soy yo un héroe desde la
llegada de tu tía? ¿No lo he sido al criarte y prepararte una herencia como lo he
hecho?
MATHIEU: Yo no quiero heredar. Quiero morir diciendo bellas frases
ADRIEN: ¿Cuales, por ejemplo?
MATHIEU: No sé todavía.
ADRIEN: Tú no sabes nada. Más allá de este muro esta la selva. Y no la debes
atravesar sin la protección de tu padre.
MATHIEU: Yo no quiero más la protección de mi padre. Yo no quiero que me
cacheteen más. Quiero camaradas con quienes beber y golpearme. Quiero enemigos
para matar y vencer. Quiero ir a Argelia.
ADRIEN: Tus enemigos están en tu propia casa. Tu camarada es tu padre. Si tú
quieres beber, bebe. Y yo no te voy a cachetear más. De todas formas, Argelia no
existe y tú vas a quedar como un imbécil.
MATHIEU: Edouard me ha hablado de Argelia
ADRIEN: Edouard es un mitómano y te desordena la cabeza
MATHIEU: Tú mismo. Yo te he oído hablar de la guerra
ADRIEN: Ya termino. Se ganó. Todo está calmado en el interior, cada cual regresa a
su trabajo.
MATHIEU: Quiero ir a París. No quiero vivir más en provincia; siempre vemos las
mismas personas y nunca pasa nada.
ADRIEN: ¿Nada? ¿Tu llamas a esto nada? ¿Tu tía y tus primos llegan y tú piensas
que es nada? Mathieu, hijo mío, la provincia francesa es el único lugar del mundo
donde se está bien. O entonces hay que tener la cabeza enferma, preferir la miseria a
la opulencia, el hambre y la sed a sentirse saciado, el peligro y el miedo antes que la
seguridad. De todas formas ¿Qué es lo que tú hablas de viajar? No hablas ninguna
lengua y no te has molestado por aprender el latín.
MATHIEU: Voy a aprender lenguas extranjeras
ADRIEN: Un buen francés no aprende lenguas extranjeras. Él se contenta con la suya
que es ampliamente suficiente, bella para escuchar. El mundo entero envidia nuestra
lengua
MATHIEU: Y yo envidio al mundo entero
ADRIEN: Quita ese aire sospechoso de tu cara, Mathieu (lo cachetea) aún falta otro
poco (lo cachetea por segunda vez) al fin reencuentro a mi hijo.
MATHIEU: Eso no lo impide, yo seré militar
ADRIEN: ¿Qué dices?
MATHIEU: ¿Es verdad que tengo los pies planos?
ADRIEN: Pero claro, te lo dije. ¿Es eso entonces lo que te preocupa? Se puede vivir
con ellos, Mathieu, hijo mío. No hay que tener los zapatos puestos todo el tiempo, para
no sufrir. Pero si no, tú eres un hombre ordinario, Mathieu. Completamente ordinario.
MATHIEU: Yo hubiera querido ser extraordinario
ADRIEN: Es idiota. Cada vez hay más gente extraordinaria. Hasta el punto que va a
ser extraordinario ser una persona ordinaria. Ahora, espera un poco. Tú no tienes
nada que hacer por esto. Nada
Salen

ESCENA 5
Corredor: puerta entreabierta por la cual salen Adrien y después algunos hombres,
separadamente. Luego Plantieres que se queda solo en el corredor: entra Edouard
que detiene a Plantieres. Entra Mathilde, con tijeras en la mano.
PLANTIERES: ¿Quién es usted? ¿Para qué me quiere?
MATHILDE: yo soy Mathilde y voy a cortarle el pelo y saldrá de aquí con el cráneo liso
como el de las mujeres que se han acostado con el enemigo y conocerá el placer que
hay al salir a la calle con la desnudez de la cabeza, que es la peor de las desnudeces.
Conocerá la insoportable lentitud de la recuperación del cabello. Se observara en el
espejo por la mañana y vera a aun extranjero repugnante, entonces descubrirá cuan
duro es vestir un cráneo. Odiara a los paseantes en la calle, los encontrara a todos
bellos, con el bello desorden de sus cabelleras. Y durante largos meses, toda su vida
entera, sus pensamientos, sus sueños, sus deseos, estarán todos fijos sobre esta
cosa idiota que es la ausencia de cabellos. Tirara sobre las primeras pelusas para
hacerlas venir más rápido. Y vera que esto no ira más rápido, que las jornadas son
largas para llevar un cráneo obsceno y preferirá que le hubiesen cortado las pelotas.
PLANTIERES: ¿Qué es este bicho que me detiene y me brutaliza? Yo soy un hombre
honorable, yo no salgo de mi casa sino para ir donde mis amigos, y a la prefectura, y a
la iglesia ¿es que incluso la casa de un amigo ya no es un lugar seguro? ¿Qué tiene
usted contra mi cabello? ¿Qué le ha hecho? Muy pronto seré viejo y ellos se caerán
solos. Quiero que se caigan solos, no quiero que nadie los toque.
MATHILDE: el mío tampoco, yo no quisiera que lo tocasen, usted ha hecho que me
escupan con sus mentiras, usted me ha acusado de traición, así usted se haya
olvidado, yo no lo he hecho
PLANTIERES: ¿pero de qué habla y quien cree que soy yo? Yo no la conozco ¿se ha
metido usted por la ventana con esta bicho que me lastima la espalda y los brazos?
¿Se trata acaso de ladrones? En ese caso, sepa que yo no soy el propietario de esta
casa, que yo no puedo hacer nada. ¿Es una criada? En ese caso, sepa que ya perdió
su puesto. Pero, realmente, yo creo que es la vieja loca de la familia que siempre
esconden en el granero ¿Cómo ha salido de su cuarto? ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Esta loca
me está atacando!
MATHILDE: yo no soy una vieja y jamás he sido una criada. Soy Mathilde y esta casa
es mía. Quince años lo han engordado, le han colocado anteojos, le han puesto
anillos, pero podrían haber pasado cien años desde que me condeno al exilio y hoy
cuando va a ser castigado por esto y yo lo hubiera reconocido.
PLANTIERES: usted no sabe ni siquiera mi nombre.
MATHILDE: ¿Qué me importa su nombre? Es su pelo el que me importa
PLANTIERES: yo voy a decirle, tengo como siete hermanos, los cuales todos se me
parecen y cientos de primos que podrían ser confundidos conmigo, porque en mi
familia nos hemos casado entre nosotros, hasta el punto que las mamas no saben
quién es quién. ¿Reconoce esta mejilla? ¿Y esta pequeña cicatriz bajo la oreja?
Míreme bien, se equivoca, no soy yo al que quiere.
Mathilde le rasura el cabello
MATHILDE: es usted. Lo hemos reconocido.
Mathilde y Edouard salen
PLANTIERES: ¡Adrien socorro! (entra Adrien) señor Serpenoise, llega muy tarde.
Usted no es más mi amigo, usted no será recibido nunca más en la prefectura, no
tendrá más derecho a mis favores ¿se atreve a sonreír? Si, esa odiosa mueca sobre
su rostro ¡no me mire! Por elegancia mírese los pies. Señor Serpenoise ¿cree usted
que sus pies descalzos son menos ridículos que mi cabeza? ¿Qué significan esos
modales? Al menos póngase unas medias, unas pantuflas ¡y usted se atreve a sonreír!
Usted tiene una familia de locos. Una hermana histérica, un hijo bobo y casi
mongólico, un sobrino y una sobrina enfermos, depresivos, epilépticos. Usted ha
mostrado su verdadero rostro ¡y ha sido en su casa donde hemos organizado estas
reuniones peligrosas, en la casa de un loco y de un traidor! Yo voy a prevenir a todo el
mundo. Usted será excluido de la oficina de acción social. Pagará por esto
Serpenoise, usted es un traidor
ADRIEN: cálmese, Plantieres. Yo no he sonreído. Fue una mueca de vergüenza
porque mi familia me pesa. Yo no soy responsable de mi hermana. Yo hice, con su
ayuda, todo lo posible para alejarla de aquí. Pero yo no puedo matarla, le ruego que
me disculpe por este terrible accidente.
PLANTIERES: tú me has traicionado, Adrien. Fuiste tú quien me pidió que la acusara
de complacencias con el enemigo. Y yo cedi, por pura locura y eso debió ser un
secreto entre los dos.
ADRIEN: yo no he hablado. Lo juro por mi hijo, al que amo. Solo lo sabíamos tú, yo y
Marie.
PLANTIERES: Marie está muerta.
ADRIEN: si, Marie está muerta. Plantieres vénguese. Usted es prefecto de policía,
reúnase con el abogado Borny y con Sablon, el prefecto del departamento. La hija de
Mathilde está loca. Ella cree ver apariciones en el jardín, por la noche. Seamos
testigos de su locura y ambos seremos vengados.
Salen
ESCENA 6 ZOHR (HACIA MEDIO DIA)
En la sala. Entran Maame Queuleu y Mathilde.
MAAME QUEULEU: Vamos Mathilde, reconcilies con su hermano, porque esta casa
se está convirtiendo en un infierno. ¿Y por qué, dios mío, por qué? Porque al señor no
le gusta la forma en la que usted se viste y a usted no le gusta su costumbre de andar
descalzo. ¿Son acaso aun niños? ¿No saben acaso que crecer es encontrar ese
término medio para cada cosa, abandonar la testarudez, y alegrase de todo lo que se
pueda conseguir? Crezca, que ya es hora. Los alegatos producen perversas arrugas.
¿O es que usted quiere versa llena de arrugas producidas por algo de lo cual se va a
olvidar después? Voy a ayudarle a encontrar el justo medio. Yo me conozco. El señor
se levanta a las seis y usted a las diez. Entonces levántense ambos a las ocho. Usted
odia el cerdo y él el asado: yo les hare ternero asado. La vida sería tan simple si uno
quisiera.
MATHILDE: Yo no quiero reconciliarme porque yo no estoy disgustada
MAAME QUEULEU: Cállese. Oigo los gritos de su hermano ¿Qué es lo que le ha
hecho? Una sola rabia como las de ustedes me dejaría enferma y aplastada. Pero sus
rabias pareciera como si los revitalizase. Dedíquele los esfuerzos a otra cosa, hija mía.
Borde, cosa, dedíquese a la decoración. Y que el señor se ocupe de la fábrica, porque
se está yendo a pique desde que usted llego ¿quieren arruinarse? Respóndame,
porque me da miedo su silencio.
MATHILDE: ¿Bordar, Maame Queuleu? ¿Tengo cabeza como para bordar?
MAAME QUEULEU: Tenga piedad de nosotros, Mathilde, tenga piedad.
Entra Marthe
MARTHE: Ya lo calme, Dios del cielo. Yo conozco una invocación particular a la cual
el demonio le tiene un santo horror. Se la lance a la cara y este no hizo nada. Ahora mi
Adrien esta dulce y fatigado. Pues hasta el diablo se fatiga.
MATHILDE: Esta mujer ya se tomó el primero, tan temprano en la mañana
MARTHE: Mi pequeña Mathilde. Hay que ser gentil con mi Adrien. Es un niño y esta
maleducado. Pero el la ama tanto y usted lo merece de verdad.
MATHILDE: Maame Queuleu ¿Podría quitarme de encima a esta mujer?
MARTHE: (A Maame Queuleu) tráenos algo de tomar, para celebrar la reconciliación
de estos dos ángeles.
Entra Adrien
MAAME QUEULEU: Adrien, su hermana esta lista para darle un beso
ADRIEN: La besare más tarde
MAAME QUEULEU: ¿Por qué no ya mismo?
ADRIEN: Tengo que decir dos cosas. Ella me enfrenta con mis amigos, y después no
quieren volver aquí.
MATHILDE: Todo me molesta en ellos, todo me molesta en Adrien. El ruido de sus
pasos en el corredor, el tono con el que dice: hijo mío; sus reuniones secretas donde
las mujeres no son admitidas. Me cierran la puerta durante horas en mi propia casa.
Se conspira a mi lado.
ADRIEN: Se cuenta en la ciudad que ella se pasea desnuda por el balcón
MAAME QUEULEU: ¡vamos!, ¿Mathilde desnuda en el balcón?
ADRIEN: Si, no se cuenta eso ni de mi ni de usted Maame Queuleu. Desde joven esta
niña ha pecado. Ella no se va a convertir milagrosamente ahora en una dama.
MARTHE: Un milagro siempre es posible
MATHILDE: ¿Pecar, Maame Queuleu? ¿Y el hijo de él? ¿No es un enorme pecado?
Porque, pregúntele Maame Queuleu que necesidad tenia de casarse y de tener un
hijo.
ADRIEN: Pregúntele, Maame Queuleu, porque ella tiene dos.
MATHILDE: Dígale que yo no los he hecho. Me los han hecho.
ADRIEN: Su hijo frecuenta los cafés árabes de los bajos fondos de la ciudad. Todo el
mundo lo sabe. Yo no quiero que su hijo arrastre al mío a los bajos fondos y seguro
ella va a terminar denunciando a mi hijo ante las autoridades. Ella es capaz porque
quiere la fábrica. Pero la fábrica ¡jamás! ¡Jamás!
MAAME QUEULEU: ¿Se quiere callar? Mathilde, usted es la mayor. Bese a su
hermano. Haga eso por mí
MATHILDE: Ya mismo lo beso, Maame Queuleu. Pero ¿usted sabe que él me ha
golpeado? Apenas esta mañana ¿debo tolerar eso?
MARTHE: Era cuando el diablo lo habitaba
MAAME QUEULEU: (A Adrien) ¿Es cierto que usted la ha golpeado?
ADRIEN: Yo no me acuerdo, pero si lo hice, es porque tenía una razón y muy seria. Yo
no golpeo así porque si
MAAME QUULEU: Es todo. Entonces reconcíliense. Adrien, usted me lo ha prometido.
ADRIEN: Ya mismo, pero ¿sabe usted, Maame Queuleu, que ayer ella ha golpeado a
mi mujer?
MARTHE: Ella no me ha golpeado, ella me ha castigado porque yo soy mala. Fue por
mi bien y yo estoy feliz.
MATHILDE: La muy idiota.
ADRIEN: (A Mathilde) ¿Qué dijiste? (se acerca a Mathilde)
MAAME QUULEU: Esta bien. Desfigúrense, golpéense, sáquense los ojos. Aziz, traiga
el cuchillo y tráigase otro para la justa medida pero cállense o de lo contrario les voy a
cortar yo misma la lengua desde la raíz para no escuchar más sus voces. Porque
ustedes no se pelean si no con palabras inútiles, que le hacen daño a todo el mundo,
menos a ustedes. Pero háganlo en silencio, que no se sientan las heridas, ni en
nuestros cuerpos, ni en nuestras cabezas. Porque sus voces son cada vez más
chillonas, atraviesan los muros, hacen derramar la leche en la cocina ¡vivan las
noches, cuando ustedes se callan! Por mi parte, yo me voy.
MATHILDE: (A Adrien) he dicho, la muy idiota. Esta súper borracha, se va a vomitar
sobre mi alfombra.
Adrien la golpea
MAAME QUULEU: ¡Aziz! (Mathilde golpea a Adrien) ¡Edouard! ¡Aziz! ¡Socorro! (entra
Aziz) Aziz, sepáralos ¡Apúrate!
AZIZ: No me pagan por apurarme. Si lo hago, me lo reprochan. Y si no lo hago, me lo
reprocharan también. Tendré los reproches pero no el cansancio.
MAAME QUULEU: ¡Aziz, míralos!
AZIZ: Los veo, Maame Queuleu, los veo. ¿Pero qué importa que los viejos se peleen?
La rabia los llena de tal forma que no tienen lugar para verme. Que se golpeen. Y
cuando se calmen, Aziz recogerá todos los pedazos.
Entra Edouard
MAAME QUULEU: Edouard, te suplico, me voy a enloquecer
Edouard retiene a su madre y Aziz retiene a Adrien
ADRIEN: ¿tú crees pobre loca que puedes desafiar al mundo? ¿Quién piensas que
eres para criticar las costumbres de los otros? No eres si no una mujer sin fortuna, una
madre soltera, una pecadora. Y hasta hace muy poco tiempo, habrías sido barrida de
la sociedad, te habrían escupido en la cara, y te encerrarían en un cuarto secreto,
como si no existieras ¿Qué vienes ahora a reivindicar? Si, nuestro padre te obligo a
comer de rodillas durante un año a causa de tu pecado y hoy, todavía, es de rodillas
que deberías comer aun en nuestra mesa, de rodillas me deberías hablar, de rodillas
delante de mi mujer, delante de Maame Queuleu, delante de tus hijos. ¿Por quién te
tomas? ¿Por quién nos tomas que quieres maldecirnos y desafiarnos sin cesar?
MATHILDE: Muy bien. Si, te desafío, Adrien. Y a tu hijo y a lo que te sirve de mujer.
Los desafío a todos en esa casa. Desafío esta ciudad y cada una de sus casas y cada
una de sus calles. Desafío el rio que la atraviesa, los muertos en la tierra, los muertos
mezclados con la tierra y los hijos en los vientres de sus madres. Y si lo hago es
porque sé que soy más sólida que todos ustedes, Adrien.
Aziz arrastra a Adrien, Edouard arrastra a Mathilde. Pero estos se escapan y vuelven
otra vez.
MATHILDE: Porque sin duda la fábrica no me pertenece, pero es porque no la he
querido, porque una fábrica fracasa más rápido que una casa en ruinas. Pero esta
casa es mía y he decidido que te vayas de aquí mañana. Tomaras tus maletas, tu hijo
y el resto; sobre todo el resto y te iras a vivir a tus oficinas donde las paredes se
agrietan. ¡Mañana estaré en mi casa!
ADRIEN: ¿Cuáles grietas? ¿Cuáles ruinas? ¿Crees que tengo necesidad de esta
casa? No. Me ha gustado vivir aquí, solo por el recuerdo de nuestro padre.
MATHILDE: ¿nuestro padre? El recuerdo de nuestro padre lo tire al tarro de la basura
hace mucho tiempo.
ADRIEN: No te metas con él, Mathilde. No lo ensucies, hazme el favor.
MATHILDE: No. No voy a ensuciarlo. Él ya se ensucio solo hace mucho tiempo.
ADRIEN: Voy a matarla
EDOUARD: (Arrastrando a Mathilde) quieta mamá, ven conmigo
AZIZ: (Arrastrando a Adrien) señora, señor, está muy brava. Nadie hablaría así de su
padre si supiera lo que dice.
Todos salen. Mathilde y Adrien se escapan y comienzan de nuevo
ADRIEN: (Detenido por Aziz) esto lo vas a pagar ¡lo vas a pagar!
MATHILDE: Yo tengo con que pagar ¡pero no voy a pagar nada!
AZIZ: Señor, me duele el brazo de tanto retenerlo ¿será que debo golpearlo? (arrastra
a Adrien)
ADRIEN: Voy a matarla
Adrien y Aziz salen
EDOUARD: Mamá, si hay que hacerlo, te obligo a salir
MATHILDE: Mañana lo echo
Edouard y Mathilde salen
MAAME QUELEU: Marthe, mi pobre niña, que desgracia. Ellos se amaban tanto
cuando eran pequeños.
MARTHE: Dame algo de tomar, estoy cansada. Josephine, te lo ruego, tráeme una
botella de porto.
MAAME QUELEU: Todavía es muy temprano, hija mía.
MARTHE: Ah, Josephine, mi buena amiga. Si tú no estuvieras aquí, el mundo se
derrumbaría. Sácame de este infierno, te lo suplico. Tú eres una santa. Cuando
estemos muertas las dos, cuando tu estés en el cielo y yo en el infierno a causa de
todo el mal que he hecho, tírame una cuerda, llévame hasta donde estas, porque si tu
no lo haces, ¿Quién lo hará? Mi hermana Marie tampoco va a mirarme, todos los otros
tienen demasiadas desgracias como para acordarse de mí. Y Aziz, el generoso Aziz,
estará en el limbo, porque él no es bautizado. No quiero ser olvidada en el infierno por
toda la eternidad, como estoy olvidada durante mi corta vida. Prométeme que me
llevaras contigo Josephine.
MAAME QUELEU: Mi pobre Marthe. Yo no sé si el cielo existe
MARTHE: ¿Qué dices?
MAAME QUEULEU: Si existiese, tendríamos al menos un eco aquí, una pequeña
impresión, la sombra del cielo sobre la tierra, un pequeño reflejo. Pero no hay nada,
solo pedazos del infierno.
MARTHE: Vamos a buscar algo de tomar.
ESCENA 7
Muy lejos, lasciva canción de paracaidistas marchando al paso.
ADRIEN: (Al público): Mathilde me dices que yo no soy para nada un hombre. Que soy
un simio. Puede ser, como todo el mundo, a mitad de camino entre el mono y el
hombre. De pronto yo soy un poco más simio que ella y quizás Mathilde es un poco
más humana que yo. Seguramente ella es más astuta. Pero yo golpeo más fuerte.
Como un viejo simio acuclillado al pie de un humano que lo contempla. Yo me siento
bien en mi piel de simio. No tengo ganas de jugar al humano, no quiero comenzar
ahora. De otra parte, yo no sé cómo hacerlo, me he encontrado muy pocos.
Cuando nació mi hijo, yo levante grandes muros alrededor de la casa. No quería que
ese hijo de simio viese el bosque y los insectos y los animales salvajes y las trampas
de los cazadores. No me pongo los zapatos sino para acompañarlo en sus salidas y
protegerlo en la selva. Los simios más felices son aquellos criados en jaulas, con un
buen guardián, y que mueren creyendo que el mundo se parece a su jaula. Mejor para
ellos. He aquí un simio salvado. Mi mandril, al menos, yo lo protegeré.
Escondidos, los simios aman contemplara los hombres y, tiernos, los hombres no
dejan de echarles ojeadas a los simios. Porque ellos son de la misma familia, en
etapas diferentes. Y ni el uno ni el otro sabe quién esté en ventaja sobre el otro. Nadie
sabe quién le da algo a quien. Sin duda es porque el simio se da indefinidamente
hacia el hombre y el hombre indefinidamente hacia el simio. Sea como sea, el hombre
tiene ante todo necesidad de mirar al simio, antes que a los otros hombres. Y el simio
de mirar a los hombres, antes que a los otros simios. Entonces, ellos se contemplan,
se celan, se disputan, se arañan y golpean. Pero ellos no se abandonan nunca, ni
siquiera en espíritu, y no dejan de mirarse.
Cuando Buda visitó a los simios, se sentó en medio de ellos, en la tarde, y les dijo:
Simios, compórtense como debe ser, compórtense como humanos y no como simios y
entonces, una mañana, van a despertarse convertidos en humanos. Ellos ensayaron
comportarse como creían que se comportaba un humano. Pero los simios son
demasiado buenos y demasiado bestias. Entonces, todas las tardes esperan, se
acuestan con la dulce y tranquila sonrisa de la esperanza. Y todas las mañanas lloran.
Yo soy un simio agresivo y brutal. Y no creo en los cuentos de Buda. No quiero
esperar la tarde, porque yo no quiero llorar en la mañana.
ESCENA 8 ICHA (LA NOCHE)
El jardín, la noche. Entran Fátima y Mathieu.
FATIMA: Mathieu, no me toques. No olvides que somos primos y uno no se debe
tocar, como tú me tocas, cuando se es de la misma familia.
MATHIEU: Nosotros no somos de la misma familia, la familia no existe sino por la
herencia. Así que si me dan ganas de tocarte, yo no veo donde está el obstáculo.
Nosotros no venimos de la misma mujer. ¿Cuántas generaciones habrá que superar
para que los lazos de la familia sean cortados?
FATIMA: El mundo está lleno de mujeres, ¿Por qué tengo ser yo a la que asedias todo
el tiempo? Te siento demasiado mi primo como para tener ganas y de todas maneras
a mí no me gusta que nadie me toque.
MATHIEU: ¿Te parece que son muchas las mujeres?
FATIMA: Más de la mitad del mundo y es a mí a la que vienes a fastidiar
MATHIEU: Escucha: se necesitan al menos dos palabras para decir la palabra mujer.
¿Por qué definir a Maame Queuleu y a ti con la misma palabra cuando no hay ningún
parecido entre ustedes? A ti, que estas cubierta como si estuviéramos en invierno, a ti,
yo te veo de otra forma, en la imaginación y en la realidad. Y yo tengo ganas de
mirarte como jamás he mirado a una mujer.
FATIMA: ¿Tienes treinta años y no has mirado jamás a una mujer?
MATHIEU: Todavía no tengo treinta años y he mirado muchas mujeres en mi vida,
empezando por Maame Queuleu, pero desde hace un tiempo no tengo mujeres para
mirar
FATIMA: Entonces sal, ve a los barrios bajos, allá hay muchas mujeres que se les
paga para que se dejen mirar y tocar.
MATHIEU: Pero si yo salgo Fátima, yo salgo todo el tiempo, pero hace mucho que no
salgo porque no tengo el tiempo ni la plata suficiente.
FATIMA: Pues yo, no tengo ganas de hacerte ganar tiempo ni de economizar tu
dinero. Mathieu, allá viene mi mamá y si te ve conmigo te aseguro que te va a ser
pasar un buen susto.
MATHIEU: ¡Que venga, no me importa! Un buen golpe en la cara le cerrara el pico
Entra Mathilde
MATHILDE: Fátima, te buscaba. Pero verte con tu primo me tranquiliza. Porque
Mathieu es un muchacho inteligente, reflexivo y esta pequeña salvaje necesita de
sabiduría. Mathieu, vamos a caminar por el jardín y a conversar un poco.
MATHIEU: Me gustaría mucho tía, porque usted me parece una persona muy
agradable. Pero le decía a Fátima que aunque el clima nos invite a no hacer nada, hay
que hacer el esfuerzo, en bien del estudio.
MATHILDE: Mathieu, mete esa idea en la cabeza de mis dos hijos. Vete. (Sale
Mathieu) Fátima, yo no quiero que tú te quedes en este jardín en la noche. Yo misma
lo hice en otra época y esto dio como resultado a tu hermano y yo ni siquiera le vi la
cara al que me hizo aquel regalo. Fátima, hay militares que saltan el muro y asechan a
una mujer que queda confundida para luego encontrarse con un regalo que nunca ha
querido ¿Fátima, estás sola?
FATIMA: Estoy sola, pero espero a alguien. Y no precisamente a un militar. No hay
necesidad de que te quedes.
MATHILDE: Fátima, déjame verla, porque desde hace quince años que murió, no me
he cansado de extrañarla.
FATIMA: Mira, mamá, detrás del nogal ¿no ves esa luz? ¿No ves el pedazo de un
vestido blanco? ¿No sientes un gran frio?
MATHILDE: El frio si, un frio terrible
FATIMA: Es Marie, escóndete, ella tiene miedo
MATHILDE: ¿Por qué va a tener miedo, si soy su mejor amiga?
FATIMA: Ella va a creer que la he traicionado, vete
MATHILDE: Marie, soy yo. ¿Será que la vieja Mathilde te da miedo? Perdóname por
mi vejez. Tú has muerto a tiempo ¿esta aun aquí?
FATIMA: Ella está aquí y te mira
MATHILDE: Déjame tranquila Marie ¿Por qué las cosas no nos salen de la cabeza
cuando les pedimos que salgan? Es como si te mirara con tu figura de santurrona, que
me ha seguido todo el tiempo, sobre todo cuando yo estaba en la mierda. ¿Qué
pretendías siempre a mi lado, siempre entre Adrien y yo, siempre a lado de Adrien?
¿Qué buscabas pegándote a nosotros todo el tiempo? ¿Qué buscabas en mi cabeza,
en Argelia, cuando tú nunca saliste de tu casa, salvo para casarte con ese gorila que
codiciabas desde siempre? después nunca saliste de tu casa y te escondiste de la
vida, hasta que te escapaste para no ensuciarte de la mierda de la vida (a Fátima)
¿ella está todavía aquí?
FATIMA: Ahí está. Y llora
MATHILDE: Muy bien. Que llore. Que los muertos sirvan al menos para eso, para
llorar y tener vergüenza frente a nosotros. Ella está tranquila, nadie la molesta y ahora
ella mata el tiempo molestando a los demás ¿Por qué será que los muertos se
convierten, solo por haber muerto; en virtuosos y respetables? Estoy segura que ella
no era tan gentil sino en mis recuerdos.
FATIMA: Se va mama, desaparece de nuevo detrás del árbol, le has hecho sentir
miedo
(Fátima sale)
MATHILDE: ¡Que se vaya a cantar canticos con los ángeles y nos deje en la mierda,
solos, sin casa, sin techo, sin patria!... ¿qué patria tengo yo? ¿Dónde está la tierra
sobre la cual me puedo acostar? En Argelia, soy una extranjera y sueño con Francia.
En Francia, soy una extranjera sueño con Argelia ¿será que la patria es el lugar
donde no se está? No Marie, si tú pudieras morir por segunda vez, yo desearía tu
muerte. Revuélcate en el cielo o en el infierno, pero mantente revolcada. Libérame de
ti.
Sale
ESCENA 9
Corredor. Borny sale de una puerta entreabierta. Después Plantieres.
PLANTIERES: Si usted se va es porque huye, Borny
BORNY: Yo no me voy, Plantieres, se me olvido algo en el carro
PLANTIERES: ¿Qué cosa necesita usted que este en su carro?
Mi cartera, se me quedo mi cartera en el carro
PLANTIERES: ¿Y es por buscar su cartera en el carro que usted ha aprovechado un
momento de inatención nuestra para escaparse a la inglesa?
BORNY: ¿Cómo así que a la inglesa? No, por lo general, yo amarro mis anteojos a un
cordón alrededor del cuello y se me perdió el cordón. Yo no escucho nada sin mis
anteojos y esta discusión es demasiado importante.
PLANTIERES: ¿Y ahora son sus anteojos los que va a buscar?
BORNY: Usted me insulta Plantieres, usted duda de mí, estoy herido. Vengo a decir
que su idea es excelente y que la apruebo.
PLANTIERES: Su idea dice usted, que significa ese “su” ¿usted se excluye de ese
“su”?
BORNY: Para nada, y cuando sea la hora yo aplaudiré con mis dos manos
PLANTIERES: ¿Y dónde va a aplaudir? ¿En la oscuridad de su cuarto? ¿Con la
puerta bien cerrada? ¿Con su canario como único testigo?
BORNY: Plantieres, voy a golpearlo
PLANTIERES: Golpéeme
BORNY: Voy a hacerlo, se lo juro
PLANTIERES: Hágalo y no jure mas
Por la puerta salen: Adrien, Sablon. Después otros hombres.
ADRIEN: ¡Que escandalo!
BORNY: Plantieres, me insulta
PLANTIERES: Borny estaba huyendo
BORNY: El miente
PLANTIERES: Él se desinfla
SABLON: Señores, no quiero oír hablar de discordias en nuestra organización
PLANTIERES: A la hora de la decisión, señor prefecto, Borny ha olvidado, de repente,
sus anteojos en el carro
ADRIEN: Sus anteojos ¿usted lleva anteojos, Borny?
BORNY: (A Sablon) señor prefecto, usted sabe muy bien que yo no me echo para
atrás en el momento de la acción. Pero esta vez, yo no quiero verme mezclado.
Directamente, quiero decir. En el espíritu, ustedes saben muy bien que estoy con
todos.
PLANTIERES: ¿Qué tiene que ver el espíritu en esto? De lo que se trata es de volar el
café Saifi
BORNY: ¿Han visto bien a ese pícaro a quien encargaron esa tarea? Él va a volar el
café Saifi así haya gente adentro. No quiero tener la conciencia manchada de sangre.
¿Dónde quedaron los tiempos en que los anarquistas preferían volar con su bomba
antes que arriesgarse a herir a un niño?
SABLON: Cállense, entremos al cuarto
PLANTIERES: Usted también Borny
BORNY: Plantieres, le juro que voy a golpearlo
PLANTIERES: Siga jurando, eso hace menos daño que un golpe
SABLON: Borny, cállese
BORNY: ¿Por qué siempre yo?
ADRIEN: ¡silencio!
Entran en la pieza. Adrien cierra la puerta
ESCENA 10
El muro exterior; la noche. Mathieu y Edouard.
MATHIEU: ¡Qué mundo maravilloso y como esta de bien hecho! Incluso este muro
tiene la apariencia de haber sido construido para que yo tuviera el placer de saltarlo.
Mira, Edouard: la noche cae ¿y ahora tú me dices que hay lugares donde se ven
mujeres y ellas se dejan tocar? Yo que vivo aquí desde hace veinticinco años, no lo
sabía. Y tú, tú ya has descubierto todo eso. Mi buen Edouard, tú no eres fuerte de
músculos pero eres musculoso de la cabeza. Sin embargo no me digas que el mundo
está mal hecho. Esta tan bien hecho que al calor de la bestia corresponde el calor del
aire, que el calor del aire empuja a desvestirse y que entonces, la bestia,
completamente desnuda esta lista para hacer su trabajo. ¡Corramos Edouard!
EDOUARD: Incluso el pueblo más pequeño tiene su burdel, imbécil. Pero hay que
esperar a Aziz para que nos lleve a la calle del Cairo, donde están los mejores. Pero
es cierto, que aunque tienes grandes músculos, tienes un cerebro chiquitico. Al menos
no tienes tan mala cara, tienes aire de buena salud.
MATHIEU: La salud, Edouard, eso es cierto, yo la tengo. Mira como salto el muro. ¿De
qué sirve tener un gran cerebro, si se es frágil? Mira estos músculos, yo creo que a las
mujeres les van a encantar. Tu mi pobre Edouard ¿Cómo quieres seducir a las
mujeres con esos brazos raquíticos y ese cuello de garza? Edouard, ¡yo me ocupare
de tu entrenamiento! Y con paciencia, podremos doblar el volumen de este cuerpecito
de serpiente
EDOUARD: Yo no quiero doblar nada. Tengo suficiente con lo que tengo. Estas
células que tú entretienes a cambio de tanto esfuerzo, partirán mañana con el agua y
el jabón. Y al cabo de siete años, nada de lo que tienes ahora se quedara contigo.
MATHIEU: Siete años es mucho tiempo. Y mis horas de entrenamiento me habrán
servido al menos para gustarles a las mujeres. Porque voy a gustarles. Eso es seguro.
Corramos Edouard.
EDOUARD: Aziz todavía no está aquí
MATHIEU: Aziz me aburre, incluso cuando va a divertirse es tan triste, que si no me
hubiera dicho lo contrario, hubiese creído que no le gustan las mujeres. ¿Por qué él va
a los burdeles como a los trabajos forzados?
EDOUARD: Cuando hayas ido cierto número de veces, tú mismo iras cada vez menos
rápido y cada vez menos contento
MATHIEU: Mientras eso pasa, vamos al trabajo forzado, al trabajo, al trabajo,
quitémonos ese peso. Me encanta este género de penas y quiero sufrirlas ¡Al trabajo!
¡Al trabajo!
Entra Aziz
AZIZ: Parecen simios encima de ese muro. Silencio, no quiero problemas con sus
familias
MATHIEU: Mi buen Aziz, si amas a las mujeres ¿porque te pones así?
AZIZ: Yo no he dicho que ame a las mujeres. He dicho que tiro con ellas
MATHIEU: De todas maneras, vamos para allá, Aziz. Y el mundo es perfecto.
AZIZ: Vengan, veo la luz de un cuarto de la casa, que se acaba de encender
MATHIEU: Es el cuarto de Maame Queuleu. A la vieja le hace falta su juventud y no
haberla aprovechado.
AZIZ: Yo los llevo a la calle del Cairo y después los dejo porque hoy no quiero mujeres
EDOUARD: Acompáñenos Aziz, no me quiero quedar solo con este imbécil
AZIZ: Apúrense, otra luz se ha encendido. Yo no soy de la familia y me pueden echar
si me sorprenden corrompiéndolos
MATHIEU: Es tu madre, Edouard. Yo creo que ella va a ver si estás en tu cama, con tu
perro de peluche. Edouard, corre, tu mamita se va a asomar por la ventana
EDOUARD: Y allá arriba, esa otra que se acaba de encender ¿es la del cuarto de
quién?
MATHIEU: Es el cuarto de mi papá, volémonos.
Salen
ESCENA 11
Terraza, Adrien. Surge el gran paracaidista negro
PARACAIDISTA: Todo el mundo duerme en esta casa, coronel
ADRIEN: No me llame coronel ¿Quién es usted?
PARACAIDISTA: Este pueblo me parecía dormido, burgués ¿esta desierto?
ADRIEN: ¿Cómo ha entrado?
PARACAIDISTA: Por el cielo, evidentemente. El ejército está aquí, burgués. No aquel
que repta el pavimento, no aquel que conversa en las oficinas. Estoy hablando de
aquel que vigila entre la tierra y el cielo, para que ustedes puedan dormir tranquilos,
protegidos ¿tú crees acaso que tu fortuna te protege? Todo esto volara en pedazos de
un solo disparo que te meteré entre los ojos
ADRIEN: Usted ha bebido, militar. Voy a hablar con sus oficiales.
PARACAIDISTA: Habla, burgués, habla. Pero respétame
ADRIEN: Yo lo respeto, muchacho. Pero ¿Por qué me agrede? ¿No ha venido usted
para brindarnos la seguridad?
PARACAIDISTA: Hay que brindar primero el problema, si se quiere obtener la
seguridad
ADRIEN: Entonces bienvenido, yo soy un pequeño burgués y respeto al ejercito
PARACAIDISTA: Respétalo, sí. Es el que te enriquece
ADRIEN: Y yo soy el que te paga, militar.
PARACAIDISTA: Ni para comprar cigarrillos. Y sin embargo, soy yo el que te permite
engordar y hacer política.
ADRIEN: Está muy excitado mi muchacho
PARACAIDISTA: Excitado, si
ADRIEN: Entonces, bienvenida sea tu excitación. Pero no se olvide que este es un
pueblo tranquilo, sean sabios, sean tranquilos y la ciudad los va a amar. Regrese
ahora a su cuartel
PARACAIDISTA: ¿Dónde están las mujeres?
ADRIEN: ¿Perdón?
PARACAIDISTA: Las mujeres, hembritas, pollas, cabras, vacas, conejas, gatas, gatas
¿Dónde las escondieron? Yo las siento
ADRIEN: ¡Calma, muchacho, calma!
PARACAIDISTA: Nada de calma, donde están las mujeres
ADRIEN: Aquí no hay sino damas
PARACAIDISTA: No se moleste, papá. Yo las convertiré en mujeres
ADRIEN: ¿No amas este país? ¿Eres un salvaje que ha venido a robarla o un militar
para cuidarla?
PARACAIDISTA: Yo amo esta tierra, burgués, pero yo no amo a las gentes que la
pueblan ¿a quién debo defender y a quien debo atacar? No sabiendo entonces donde
está el enemigo, voy a tirar sobre todo lo que se mueva. Me hacen falta los viejos
tiempos, tengo la nostalgia de la dulzura de las lámparas de petróleo, del esplendor de
los barcos de vela, a época de largas tardes donde, en sus dominios, cada uno en su
lugar se balanceaba en la mecedora, o se acuclillaba debajo de los magos. Cada uno
en su lugar, tranquilo en su lugar y su lugar estaba en él. Amo Francia, porque en esta
tierra yo monte guardia en sus fronteras, con el arma en la mano, el oído acechante y
la mirada hacia el extranjero. Y ahora se me dice que me debo acostar sobre mi
nostalgia y que este tiempo cambio. Se me dice que las fronteras se mueven como la
cresta de las olas. Se me dice que una nación existe y después no existe, que un
hombre encuentra su lugar y después lo pierde. No se sabe ya que es lo que hay que
cuidar. No se sabe ya quién es el extranjero. No se sabe ya quién da las órdenes. Se
me dice que es la historia la que controla al hombre, pero el tiempo de la vida de un
hombre es infinitamente corto. Y la historia, gran vaca adormecida, cuando termina de
rumiar, patea con impaciencia. La función mía es la de ir a la guerra. Y mi único
reposo será la muerte.
Desparece
ADRIEN: Dios mío ¿por dónde ha entrado?
ESCENA 12 MAGHRIB (LA TARDE) AL BORDE DE LA CAMA
Cuarto de Mathilde. Mathilde y Fátima en la cama.
MATHILDE: Fátima ¿duermes? Escucho los pasos de tu tío en el corredor. Viene a
hacerme daño, se atreverá a hacer, en la noche, sin testigos, lo que no ha sido capaz
de hacer en el día. Muévete, que el vea bien que estas aquí. Y si el entra, abre bien
los ojos, que el entienda que estas despierta. Y si él no te ve, levántate y gesticula.
Todo el mundo cree que estás loca. Tú crees que yo divago, yo no divago. Esta ciudad
está llena de gentes que mueren asfixiadas o por el golpe del sádico que entra por la
ventana. Y tu tío conoce suficientemente de médicos y de oficiales de policías para no
arriesgar nada. Nadie sabrá nada. Terminada, Mathilde. Como Marie. Terminadas. A
esta hora la ciudad entera ronca con los ojos cerrados, salvo los asesinos, salvos sus
víctimas. Tú no duermes. Yo reconozco la respiración del que duerme. Fátima, si
quieres decepcionarte de los hombres, míralos y escúchalos dormir, ¿de qué sirve que
se vistan como burgueses en el día, si la mitad de sus vidas la pasan echados como
cerdos en el charco? Mas vacíos de espíritu que un tronco de árbol sobre un rio. Y, al
despertar, ellos pierden el recuerdo. Esta hora de la noche produce miedo. Ellos tienen
razón de encerrarse para dormir. Todo hombre debería llevar, cada día, la vergüenza
de su noche anterior, yo no cierro mi puerta, porque yo no duermo. Debería cerrarla.
Pero yo escucho a tu tío que deambula frente a la puerta. Fátima, si el entra, vístete
bruscamente y pregúntale como murió ella. La sorpresa, quizás, hará salir la verdad de
su boca. Antes que él entre escóndete bajo la cama, tírales los pies bien fuerte, hasta
que se caiga. Fátima. Estoy segura que tú duermes. Porque tengo miedo.
Entra Adrien
ADRIEN: Mathilde, ¿duermes? Mejor. Mathieu se va para el ejército y lo traerán hecho
pedazos con todos los honores. Entonces, no tendré un heredero. Pero te prevengo
vieja: la fábrica no será para ti, de entrada, casi voy al cementerio para ponerme una
bala en la cabeza, como nuestro abuelo lo hizo cuando su hijo se fue para ejército.
Pero yo renuncie a la idea porque, para comenzar, mi padre no lo hizo por mí. Y por
último, tú habrías heredado la fábrica, y esto, mi vieja, yo no lo quiero. Mathieu está
muerto, o en todo caso es como si ya lo estuviera, el futuro cadáver de mi hijo no me
interesa. Me declaro heredero universal y nadie tocara mi herencia. Hay que respetar
las tradiciones. Las mujeres de nuestras familias mueren jóvenes, sin que se sepa
exactamente por qué. Es una buena época para ti, seguramente te colgaras a un árbol
del jardín como lo hizo nuestra tía Armelle, o más bien vas a terminar asfixiada, bajo tu
almohada, como se usa con las mujeres fastidiosas. Ninguno de estos casos ha hecho
historia. Las autoridades son complacientes aquí. Es una vieja tradición de la ciudad.
Yo, sin embargo creo que mis amigos me huyen. Tú has regado la mierda desde tu
regreso. No se puede vivir en un pueblo como este sin amigos. Friegas demasiado
Mathilde, tú ya eres como un cántaro astillado. No se puede atropellar demasiado los
pueblitos tranquilos. Tú has viajado demasiado, mi vieja. Los viajes alteran el espíritu,
deforman la mirada. Te crees muy fuerte y ya estas resquebrajada. Si la piedra cae
sobre el cántaro, lastima por el cántaro. Si el cántaro cae sobre la piedra, lastima por
el cántaro y el cántaro eres tú, Mathilde. ¿Tienes prisa por conocer la vida eterna? Es
cuando duermes que te prefiero. Cierras el pico, escuchas sabiamente lo que digo,
como una hermana debe escuchar cuando su hermano habla. Así seremos hermanos
ejemplares. Mientras esto sucede, duerme, Mathilde, tu sueño te protege.
Sale
FATIMA: Dios mío, mamá, si Edouard fuera así conmigo, te juro que le daría uno bien
bueno para que me dejara tranquila. ¿Qué tienes tú para dejarte fregar por los
hombres? La mujer es el cinturón del pantalón del hombre, si ella se va, el queda el
cueros, tu hermano quedaría en cueros si lo dejaras ¿Por qué no quieres dejarlo?
¿Qué ganas aquí fuera de desinteresarte por tus hijos? El pobre Edouard tiene su
cabeza a punto de flaquear, el no camina derecho y tú no te das cuenta ¿no te
importa? Mamá, yo quiero regresar a Argelia, no entiendo para nada a la gente de
aquí, no me gusta esta casa, no me gusta el jardín, ni la calle, ni ninguna de las casas,
ni ninguna de las calles. Hace frio en la noche, hace frio en el día. El frio me produce
más miedo que la guerra ¿Por qué te quieres quedar si vives haciendo mala cara con
tu hermano todo el día? En Argelia, tú no te enojabas con nadie, yo te amaba más en
Argelia que en Francia, tú eras más fuerte y nos amabas. ¿Por qué nos quedamos
aquí para congelarnos cuando allá estábamos tan bien? Yo por mi parte, nací allá,
quiero regresar allá, no quiero sufrir más en un país extranjero. Tú duermes ¿verdad
mamá?
ESCENA 13 YO NO QUIERO IR ALLA
En las cocinas
MATHIEU: Aziz, ayúdame
AZIZ: Es lo que hago, trabajo para tu padre y para ti
MATHIEU: No hablo de esa ayuda
AZIZ: ¿De qué otra forma podría ayudarte?
MATHIEU: Me quieren enviar al ejército. Recibí mis papeles
AZIZ: Todo el mundo va al ejército, tú naces, tomas teta, creces, fumas escondido, te
dejas golpear por tu padre, vas al ejército, trabajas, te casas, tienes hijos, golpeas a
tus hijos, envejeces y mueres lleno de sabiduría. Todas las vidas son así
MATHIEU: Pero ellos van a enviarme a Argelia, ¿Cómo quieres que me case, que
tenga hijos, que me vuelva viejo, si voy a morir tan pronto?
AZIZ: Es el precio que pagas por los privilegios de los que gozas
MATHIEU: ¿Cómo es el ejército, Aziz?
AZIZ: No es peor que esto, mi viejo. Uno se levanta y se acuesta temprano, se hace
deporte, se hacen amigos, no se tiene problemas de dinero. No se piensa en nada. Se
está muy bien.
MATHIEU: Yo no debería hacer mi servicio. Tengo los pies planos
AZIZ: ¿Tú tienes los pies planos?
MATHIEU: Mi padre los tiene. Ósea que yo también. Es obligatorio
AZIZ: Si se te dijo que debes hacer tu servicio, o es que no tienes los pies planos, o
los que tienen los pies planos hacen el servicio como los demás. Es obligatorio
MATHIEU: ¿Es larga una guerra?
AZIZ: Yo creo, muy larga
MATHIEU: ¿Cuánto tiempo?
AZIZ: Una vez ha comenzado, nadie sabe cuándo va a terminar
MATHIEU: ¿Y herido, Aziz? ¿Si regreso invalido?
AZIZ: No todo el mundo es herido en la guerra. Seguro vas a regresar lleno de salud
MATHIEU: ¿Cómo es Argelia?
AZIZ: Ya se me olvido
MATHIEU: Has un esfuerzo
AZIZ: Incluso con esfuerzo, se me olvido
MATHIEU: ¿Por qué solo piensas en la plata, Aziz? Tú no haces si no trabajar
AZIZ: Porque necesito plata, y como tu padre me paga mal, no puedo dejar de trabajar
MATHIEU: Voy a decirle que te pague mejor. Y la guerra ¿Cómo es Aziz?
AZIZ: No lo sé y no quiero saberlo
MATHIEU: Yo tampoco. No quiero saberlo
AZIZ: Mathieu, esta noche iremos a Saifi y te olvidaras de tu tristeza
MATHIEU: No quiero olvidarme de mi tristeza. Y la muerte, ¿Cómo es?
AZIZ: ¿Cómo quieres que lo sepa? No más necesidad de plata, no más trabajos, no
más sufrimientos. Supongo que no debe ser tan malo
MATHIEU: Yo no quiero morir
AZIZ: Serás un héroe, los franceses se consideran cuarenta y cinco millones de
héroes ¿Por qué vas a ser tú la excepción? Tú no eres menos imbécil que otro
francés.
MATHIEU: No quiero sufrir
AZIZ: Límpiate la cara. Ahí está Maame Queuleu. Va a creer que estas llorando
MATHIEU: Pero si lloro, Aziz. Estoy llorando
Entra Maame Queuleu
M. QUEULEU: ¿Estas llorando, Mathieu?
MATHIEU: Deje de burlarse, Maame Queuleu. ¡Yo nunca he llorado en mi vida y no
será hoy que voy a comenzar! (sale)
M. QUEULEU: Me encanta, Aziz, cuando la tristeza reina en esta casa. Mathilde se
pelea con el señor en el salón, Mathieu llora, Fátima gime y se queja del frio, Edouard
está hundido en sus libros, todo está en calma. La casa nos pertenece.
ESCENA 14
Campana de la última misa, a lo lejos
MATHILDE: (Al público) Yo no hablo nunca en la noche, por la buena que la noche es
mentirosa. La agitación exterior no es sino la marca de la tranquilidad del alma, la
calma de las casas es traidora, porque disimula la violencia de los espíritus. Es por
eso que no hablo en las noches, por la buena razón que yo misma soy una mentirosa,
siempre lo he sido y tengo la intención de seguir siéndolo. Hay de verdad, tantas letras
en un sí o en un no, que se puede indiferentemente utilizar el uno o el otro. Ahora,
entre la noche y yo, todo va mal, porque dos mentiras se anulan y, mentira contra
mentira, la verdad comienza a mostrar la temible punta de su oreja. Le tengo horror a l
verdad. Es por eso que no hablo en las noches. Yo trato, en todo caso, porque
también es cierto que soy un poco habladora.
La verdad tara de nuestras vidas, son los hijos. Se conciben sin pedir la opinión de
nadie y, acto seguido están aquí, los hijos te joden toda la vida. Ellos esperan
tranquilamente gozar de alegría, la que hemos trabajado toda nuestra vida y de la cual
ellos quisieran también que no hubiera tiempo de gozarla. Habría que suprimir la
herencia. Eso es lo que pudre a las pequeñas ciudades de provincia. Habría que
cambiar todo el sistema de reproducción: las mujeres deberían parir piedras. Una
piedra no molesta nadie, se le recibe delicadamente, se le deja en un rincón del jardín,
se le olvida. Las piedras deberían parir árboles, los árboles parirían un pájaro, el
pájaro un estanque. De los estanques saldrían los lobos, y las lobas parirían y
amamantarían a los bebés humanos. Yo no estoy hecha para ser una mujer. Si yo
hubiera sido el hermano de sangre de Adrien, nos golpearíamos la espalda, daríamos
vueltas en los bares y haríamos competencias de brazos, nos contaríamos historias en
las noches y de vez en cuando nos aplastaríamos las pelotas a coñazos. Pero yo
tampoco estoy hecha para ser un hombre, mucho menos quizás. Son demasiado
imbéciles. Fátima tiene razón. Salvo que ella no tiene del todo la razón. Los hombres
entre ellos saben ser amigos, cuando se aman se aman bien, no se ponen zancadilla.
Entre otras, es porque son imbéciles que no se ponen zancadilla. No piensan en eso.
A ellos les falta uno o dos pisos en relación a nosotras. Porque las mujeres, cuando
son amigas, felices se ponen zancadilla. Se aman, y como se aman, todo el mal que
puedan hacerse se lo hacen. Es a causa de los pisos en sus cabezas.
No digan nunca a nadie que necesitan de él, o que se aburren de él, o que lo aman,
porque entonces el piensa inmediatamente que es una razón suficiente como para
creer que ha llegado, para pretender que lleva el pantalón, para imaginarse que tiene
las riendas, para coger aires de perverso. No hay que decir nunca nada a nadie, nada
de nada, salvo en la cólera, porque allí se dice cualquier cosa. Pero, mientras no se
esté en cólera, como ahora, y a menos que se sea un maldito hablador, es mejor
quedarse callado.
Sea lo que sea, Adrien se irá conmigo, eso está en mi cabeza. Yo lo quería, yo lo
tenía, llegué sin él, me iré con él. Pero silencio, no más mentiras. Mathilde, la noche te
traiciona.
ESCENA 15
En el café Saifi
SAIFI: Aziz apúrate, llévate a tus amigos. Diles que me paguen y yo cierro la tienda
AZIZ: No es la hora, Saifi. ¿Por qué estás tan apurado?
SAIFI: Voy a cerrar. Pague y se van.
AZIZ: Páguenle
MATHIEU: Este huevón no piensa si no en la plata
AZIZ: *¿Qué te molesta, Saifi?
SAIFI: +Debo cerrar, ya te dije. (En francés) huevones, páguenme, apúrense. (En
árabe) Aziz, no salgas a la calle en este momento. Hay bandas de fascistas
AZIZ: Páguenle
MATHIEU: El mundo está mal hecho, todos los placeres hay que pagarlos, estoy
saturado de placeres
EDOUARD: Es la tristeza después de tirar
MATHIEU: ¿Por qué las mujeres se lanzan sobre ti, Edouard? Tú eres raquítico, feo.
Las mujeres son imbéciles. Nunca voy a entenderlas
EDOUARD: Ya vas a entender, vas a entender
SAIFI: Hay alguien que no es el del barrio, al que he visto caminar alrededor de mi
tienda, antier, ayer y hoy
EDOUARD: Seguro iba donde las putas
SAIFI: No. Él no ha ido a ver a las putas
MATHIEU: Esta paseando por el barrio, Saifi.
SAIFI: Este barrio no es para pasear (en árabe) Aziz, Aziz, no salgas más de tu casa.
Diles que me paguen y sé que se vayan.
MATHIEU: Dejen de decir huevonadas en árabe
SAIFI: Páguenme
MATHIEU: ¿Por qué me pides a mí eso, Saifi? Somos tres aquí: el pequeño raquítico,
el árabe y yo. ¿Porque siempre me pides a mí que pague?
AZIZ: Yo no soy el árabe
SAIFI: *Cállate, Aziz
EDOUARD: Yo tampoco. Yo no voy a pagar
AZIZ: Fui yo el que los traje
EDOUARD: Y fui yo el que te saco de tu casa, Mathieu. Si no estarías todavía en
faldas de tu madrasta
SAIFI: Lárguense, lárguese y no me paguen
MATHIEU: ¿Si tú no eres un árabe, entonces que eres? ¿Un francés? ¿Un criado?
¿Cómo debo llamarte?
AZIZ: Un huevón, yo soy un huevón. Aziz, no se acuerdan del nombre de uno sino
para pedir plata. Me paso el tiempo haciéndome el huevón en una casa que no es la
mía, lavando un piso que no es el mío. Y con la plata que gano, pago impuestos a
Francia para que haga la guerra en el frente, pago los impuestos en el frente para que
le haga la guerra a Francia ¿y quién defiende a Aziz en todo esto? Nadie. ¿Quién le
hace la guerra a Aziz? Todo el mundo.
SAIFI: No hables así, Aziz.
En el frente dicen que yo soy árabe, mi patrón dice que yo soy un criado, el servicio
militar dice que yo soy francés, y yo, yo digo que soy un huevón. Porque no me
interesan ni los árabes ni los franceses ni los patrones ni los criados. No me interesa
Argelia como no me interesa Francia. Yo no estoy a favor ni en contra de nadie. Y si
se me dice que estoy en contra cuando no estoy a favor, muy bien, estoy contra todo.
Soy un verdadero huevón
MATHIEU: Esta borracho
EDOUARD: Es el ramadán que lo altera
SAIFI: *Eres argelino, Aziz. Es todo.
AZIZ: *Yo no sé nada, Saifi, yo no sé nada
EDOUARD: Larguémonos.
ESCENA 16 JARDIN
Entran Adrien, Plantieres y Borny
ADRIEN: Borny, no haga tanto ruido
BORNY: Es Plantieres, que me hace trastabillar
PLANTIERES: Tengo miedo de que ustedes se desvanezcan en la oscuridad
BORNY: Plantieres, voy a… voy a….
PLANTIERES: ¡Hágalo!
ADRIEN: Silencio. ¿Pero… a donde se fue Sablon?
BORNY: ¿si ve, Plantieres? Es Sablon el que ha huido. Ah usted se me pega como
garrapata, y durante ese tiempo, Sablon desaparece. Ah Plantieres, usted es muy fino
ADRIEN: Cállese, ahí está la hija
Se esconden en los matorrales. Entra Fátima seguida por Mathilde
MATHILDE: Déjate de estupideces, Fátima. No creas que te he creído un solo
instante. ¿Acaso crees que la gente se aparece todavía en nuestra época? Eso está
bien para los campesinos histéricos de antaño, pero hoy es grotesco. Tu tío no espera
sino la menor demostración de tu locura para hacerte daño
FATIMA: ¿Si ves el frio, la luz detrás del nogal? Marie
Explosión del café Saifi a lo lejos
PLANTIERES: Es el café Saifi
BORNY: Estamos comprometidos
PLANTIERES: Cállate, Borny
Aparece Marie
ADRIEN: Miren a la loca, miren a la loca
FATIMA: Marie, muéstrate a los otros porque no me creen
MARIE: ¿Y porque voy a mostrarme a los otros, pequeña tonta? Los conozco muy
bien, Borny, Plantieres, esos cuasi notables. Esos hijos de bestias. Esa banda de
criados disfrazados de burgueses. ¿No crees que ya tuve mi dosis con esos nuevos
ricos?
FATIMA: A mamá, al menos a ella
MARIE: Ni lo pienses, es una idiota
FATIMA: A mi tío entonces, para que no me hagas daño
MARIE: Él te lo va a hacer, el me lo hizo, él te lo hará. La riqueza no cambia a un
hombre. Este Adrien, que se esconde tras los matorrales detrás de ti salió del barro y
aún tiene los pies enlodados. ¿Qué crees que era su abuelo?, minero, tonta, minero
de fondo. Negro de la mañana a la noche. Desagradable hasta en el lecho conyugal.
¿Y su padre? Minero también. Y no por el hecho de haberse enriquecido, ha dejado de
seguir embarrado. Vergüenza sobre mí que me mezcle con esa familia. No me lo
perdonare jamás. Nosotros éramos la verdadera burguesía de esta ciudad. Nadie tiene
las manos sucias entre los Rozerieulles. Pero todos estos hombres, tras los
matorrales, pudren la tierra mal habida y la nueva riqueza. Y tú no vales más que ellos
PLANTIERES: Y bien. No pasa nada
ADRIEN: La muchacha. Miren a la muchacha cómo se comporta
MARIE: Di a tu madre de mi parte que es una idiota. Tomo la parte más pequeña de la
herencia, tomo esta casa ridícula antes que la fábrica. Porque ella era plebeya pero al
menos hubiera podido ser rica. Ahora no es nadie. Tengo vergüenza de ella. Yo, al
menos, habría guardado la dignidad de mi clase, incluso en la riqueza, la habría
guardado.
FATIMA: Señora, señora ¿Por qué está usted muerta?
PLANTIERES: La muchacha está loca, no cabe duda. ¿Pero dónde está Sablon para
constatarlo?
MARIE: Sabes, pequeña ¿Cómo ha sufrido mi dignidad con tu tío? La primera vez que
me llevo donde sus padres, su madre había preparado yo no sé qué postre en mi
honor, un postre de obrero, con manzanas del jardín y no sé qué harina barata. Pero
yo estaba dispuesta a todo. A hacer de cuenta que me gustaba. ¿Pero sabes que hizo
ella? Todavía guardo la vergüenza. Eso no me deja descansar en paz
FATIMA: ¿Por qué esta entonces muerta?
MARIE: Su infame postre, ella me lo ha servido, no lo vas a adivinar jamás: me lo
servido a mí en papel periódico. Yo no estaba pidiendo porcelanas ni cristales, yo
sabía dónde estaba. Pero ¡papel periódico! Eso no se lo perdonare, no se lo perdonare
jamás
MATHILDE: (A Fátima) deja de hacer cara de éxtasis ¿Qué libro estás leyendo ahora
para tener ese aire afectado?
Entra Sablon sosteniendo a Mathieu y a Edouard
SABLON: Serpenoise, Serpenoise, miren lo que encontré bajo la luz de los faros.
Sangrando, borrachos. Venían del café Saifi, que acaba de explotar.
Adrien se acerca a Mathieu y lo cachetea
MATHIEU: ¿Y por qué me tengo que dejar que dejar pegar, cuando estoy sangrando
por todas partes?
ADRIEN: (Que lo cachetea por segunda vez) y aquí va segunda que anula la primera.
Es una ley del evangelio
FATIMA: Marie. ¿Por qué estas muerta? Mamá quiere saberlo
MARIE: Me voy, ¿crees que solo tengo esto por hacer? (desaparece)
Entra Marthe
MARTHE: ¡Una aparición! ¡Parece que hubo una aparición aquí!
MATHILDE: Esta mujer todavía esta borrachísima
ADRIEN: Y bien, Sablon ¿has visto a la loca?
MATHILDE: Mi hija sufre una depresión nerviosa. Este pueblo podrido le haría dar una
depresión nerviosa a una montaña.
MARTHE: No, no es una aparición. Estoy segura. Pero solo la inocencia tiene ojos
para verla. Mama Rosa, Mama Rosa hay una santa en mi jardín
Edouard y Fátima salen
SABLON: En cuanto a tu criado, Adrien
ADRIEN: ¿Si?
SABLON: Esta muerto
ADRIEN: Pobre Aziz
SABLON: ¿Pero que hacia tu hijo en el café Saifi?
PLANTIERES: ¡Ah, si hubiéramos sabido, mi pobre Adrien!
ADRIEN: Pero yo lo sabía, mis pobres amigos, yo lo sabía.

ESCENA 17 DE LA RELATIVIDAD BIEN RESTRINGIDA


EDOUARD: (Al Público). Si estamos de acuerdo en darle crédito a los antiguos sabios;
si ellos no están equivocados más allá de lo que es razonable; si se comprende una
parte de la teoría de los nuevos sabios que son mucho más complicadas; en fin, si yo
creo que las conclusiones de los sabios son exactas, o casi exactas, que ellas
contienen algo de verdad, llego a la siguiente conclusión: si la tierra es
verdaderamente redonda, si su circunferencia es efectivamente de cuarenta mil
setenta y cuatro kilómetros, y si ella gira sobre sí misma en veinticuatro horas y
cincuenta y seis minutos como se pretende, entonces yo me desplazo en este
momento de occidente a oriente a la velocidad de mil seiscientos sesenta y casi doce
kilómetros por hora. Pero yo estoy, parece, bien amarrado al piso. Ahora se pretende,
ellos pretenden y yo pretendo creerles, que la tierra cumple una revolución alrededor
del sol de trescientos sesenta y cinco días coma veinticinco; su recorrido es de
novecientos cuarenta millones cuatrocientos sesenta y nueve mil trescientos setenta
kilómetros. Yo me desplazaría entonces en este momento y sin esfuerzo, a la
velocidad de dos millones quinientos setenta y seis mil quinientos treinta y cuatro
kilómetros por hora. Tengo la tendencia a creer. Nada me lo prueba, sino mi fe
inquebrantable en los antiguos, incluso si yo no los entiendo, pero tengo fe en ellos, y
en los modernos también. Así, a menos que haya olvidado alguna regla, que una ley
se me haya escapado, que una página se haya quedado pegada sin que me diera
cuenta, si yo saltara en el aire y solo me mantuviera durante dos segundos, yo debería
encontrarme, al volver a caer, a mil cuatrocientos kilómetros de aquí en el espacio. La
tierra se alejaría de mi a una velocidad loca. No hay razón para que esto no funcione,
los cálculos son justos, los sabios tienen razón. La única cosa que me preocupa, es
que nadie, que yo sepa, ha tenido la idea de vivir la experiencia de antes que yo. Pero
sin duda los otros están demasiado atados a la tierra, sin duda los habitantes de este
planeta se amarran a su planeta con sus manos, con las uñas de sus pies, con sus
dientes, para no abandonarlo y que él no los abandone. Ellos creen que la alianza con
su planeta es irremediable, como las sanguijuelas creen sin duda que es la piel la que
las retiene, cuando en realidad, si ellas dejaran sus zarpas, todo se separaría y
revolotearía en el espacio cada una por su cuenta. Yo, por mi parte, la encuentro un
poco blanda, un poco lenta, sin energía. Pero, en fin, ya es el comienzo; con dulzura
suelto las amarras. Espero no dar mal ejemplo. Sería desastroso que el planeta
quedara vacío y más desastroso aún que el espacio se poblara. En todo caso, yo
ensayo. No tengo nada, nada que perder. Dos segundos en el aire y todo irá bien.
Creo que esto va a funcionar. Espero no haber olvidado alguna ley. Voy a saberlo
ahora.
ESCENA 18 AL-‘ID AC-CAGHIR* FIN DEL RAMADAN
MATHILDE: ¿Te estas poniendo los zapatos, Adrien?
ADRIEN: Me enredaste con todo el mundo, no tengo más amigos, mi hijo está muerto
o casi, no tengo nada más que hacer en este pueblo
MATHILDE: Es bueno disgustarse con los amigos; cada siete años hay que hacerlo.
Pero ¿A dónde vas?
ADRIEN: A Argelia
MATHILDE: ¿A Argelia? Estás loco
ADRIEN: Tú has ido allá. ¿A dónde quieres que yo vaya? No conozco a nadie fuera de
aquí. Nunca he salido. Incluso mi servicio militar, lo hice en la esquina, por culpa de
mis pies planos
MATHILDE: Existe Andorra, Mónaco, Ginebra, los únicos lugares donde vale la pena
vivir. Se está entre ricos, las guerras nunca llegan allá. Los niños son cuidados por
enfermeras, se está entre gente estéril. Nadie molesta a nadie. ¿Por qué todo el
mundo quiere ser joven? Es idiota
ADRIEN: Es que todo esto se vuelve muy querido. La fábrica no va mejor. Tú me
debes indemnizaciones Mathilde. Págame por todo lo que he hecho en esta casa y me
largo a Tahití
MATHILDE: No tienes si no para ir a Argelia
Entra Maame Queuleu
MAAME QUEULEU: Señora, señora, su hija Fátima se ha puesto mal, se cayó al suelo
como un árbol arrancado por el tifón. Ella gime, no se deja tocar.
ADRIEN: Ábrale el cuello de la camisa, retírele esos vestidos ridículos. Cualquiera se
enfermaría con esa ropa en pleno verano
MAAME QUEULEU: No se deja señor, ella dice tener frio
MATHILDE: Oblíguela
Maame Queuleu sale
ADRIEN: ¿Te aburrías en Argelia, Mathilde?
MATHILDE: Sí, me aburría
ADRIEN: ¿Por mí?
MATHILDE: Me aburría, Adrien
ADRIEN: Yo también me aburría
MATHILDE: Pero tú te quedaste aquí ¿Por qué ibas a aburrirte? Tú tenías a tu hijo
ADRIEN: ¿Y eso que cambia? Yo me aburría aquí con mi hijo
Entra Maame Queuleu
MAAME QUEULEU: Señora, señora, ¡que desgracia! Su hija está embarazada y va a
parir ¿Qué debo hacer?
MATHILDE: Muy bien atiéndala, usted sabe hacer muy bien esas cosas ¿no?
Maame Queuleu sale
ADRIEN: Fíjate, con esa carita, tu Fátima resulto bien hábil
MATHILDE: No se necesita ser hábil, Adrien
ADRIEN: De eso tú sabes algo, mi querida hermana
MATHILDE: Cállate. Yo sé cómo me las arreglo. Adrien, tú no te puedes ir. La pobre
Marthe no puede arreglárselas sola y además yo creo que ella te ama
ADRIEN: Maame Queuleu se ocupara de ella, no me voy a pasar la vida cuidando
una borracha
MATHILDE: ¡Pobre Marthe! Los hombres son unos miserables
ADRIEN: Y mientras tanto, tu hija ¿Cómo se llama ella ahora? ¿Caroline? Es la que va
a heredar esta casa. Es una pequeña astuta
MATHILDE: Las mujeres soportan mejor las penas. Es todo
ADRIEN: Las penas de otros, si, ellas disfrutan con las penas de otros, como tu
hermosa, Mathilde, hermana
MATHILDE: De todas formas, ella no heredara nada. Vendo esta maldita barraca y me
largo
ADRIEN: ¿y a dónde vas a ir, Mathilde, hermana?
MATHILDE: ¿Y eso en que te afecta, Adrien, hermano? Dime, Adrien…
ADRIEN: ¿Si?
MATHILDE: ¿Soy tan bella como tú dices? ¿Digamos, un poquito bella?
ADRIEN: Lo eres Mathilde
Entra Maame Queuleu
MATHILDE: ¿Qué desgracia viene ahora a contarnos, Maame Queuleu? Tiene una
cara como para hacer caer las hojas de los arboles
MAAME QUEULEU: Ah, señora, señor
ADRIEN: ¿Qué? ¿No sale? ¿No ha podido? ¿Voy a tener que llamar un doctor?
MAAME QUEULEU: Inútil. Todo está bien. Al contrario
ADRIEN: ¿Y entonces?
MATHILDE: ¿Se murió?
MAAME QUEULEU: Oh, no señora, muy al contrario
MATHILDE: ¿Cómo así que muy al contrario? ¿Él está vivo entonces?
MAAME QUEULEU: Están vivos señora, son dos. Y justos antes de desmayarse, ella
los ha bautizado con dos nombres extraños
ADRIEN: ¿Qué nombres?
MAAME QUEULEU: Remo, yo creo. Y Rómulo, el segundo
MATHILDE: Adrien, me estas molestando. No es si no que yo decida vender y
largarme para que tu hagas lo mismo. No quiero verte imitarme en todo
ADRIEN: Perdón, Mathilde. Yo organice mis cosas, mientras que tus maletas no están
hechas. ¿Imitarte? ¿Yo? No estoy loco. Nunca aprobé tu manera de vivir. Siempre he
estado del lado de las buenas costumbres. Siempre he estado del lado de papá.
MATHILDE: Del lado de papá, sí. Contra mí. Tú lo aprobabas, tú me mirabas comer de
rodillas, burlándote.
ADRIEN: Yo no me burlaba, Mathilde. Te lo juro. Era una expresión de sufrimiento
MATHILDE: Y ahora que nuestro padre ha muerto, soy yo a la que quieres imitar
ADRIEN: Quiero vender y partir
MATHILDE: Yo también. No veo porque renunciar a la idea
ADRIEN: Y bien, Maame Queuleu ¿usted escucha detrás de las puertas? Hable o
lárguese
MAAME QUEULEU: Es que…
MATHILDE: ¿Están mal hechos? ¿Están pegados?
Oh, no señora. Muy al contrario
MATHILDE: ¿Bien hechos entonces?
MAAME QUEULEU: Magníficos, oh señora, grandes, fuertes, esplendidos
MATHILDE: ¿Entonces de que se queja?
MAAME QUEULEU: Yo no me quejo señora, yo no me quejo. Es usted la que se queja
ADRIEN: Hable, Maame Queule o la cacheteo
MAAME QUEULEU: Es que… señor… ellos son…
MATHILDE: ¿Si?
ADRIEN: ¿Y bien?
MAAME QUEULEU: Ellos son… son…
ADRIEN: Suéltelo por Dios
MAAME QUEULEU: Negros, señor. Ellos son negros y tienen el pelo crespo
Maame Queuleu sale llorando
MATHILDE: Adrien, en nombre de Dios ¡Apúrate! Te tomas horas amarrándote los
zapatos
ADRIEN: ¿Y tus maletas, Mathilde?
MATHILDE: Están listas, mi viejo. Nunca las desarregle
ADRIEN: Ya voy, pero ¿Por qué estás tan apurada?
MATHILDE: Porque no quiero ver crecer a los hijos de mi hija. Son dos que van a
desordenar este pueblo y lo harán bien rápido
ADRIEN: Yo creí que tu habías venido a desordenarlo, Mathilde
MATHILDE: Muy tarde para mí, mi viejo. Yo me contentare con joderte a ti
ADRIEN: No comiences, Mathilde, no comiences
MATHILDE: ¿Tú llamas a esto comenzar, Adrien?
Salen

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