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Cien años sin ley para las comunidades

indígenas de México

En México los pueblos indígenas y sus descendientes directos son sometidos


permanentemente a un proceso de despojo y extinción. Las políticas acciones y omisiones
del Estado contribuyen de manera determinante para ello.

En el terreno agrario el Estado mexicano no reconoce como verdadera propiedad la tierra


de pueblos y comunidades indígenas y de sus descendientes directos, en cambio los
identifica como ejidos y comunidades, esto es un régimen de “propiedad social”, que es la
forma jurídica mediante la cual el Estado mexicano ha venido realizando la desposesión de
sus territorios.

Las reformas constitucionales en materia agraria de 1992 han generado la posibilidad de


que los ejidatarios sean dueños “verdaderos”, ahora sí, de un pedazo de tierra de lo que
anteriormente fue su territorio ancestral y de paso han abierto la posibilidad de que la
propiedad de pueblos y comunidades indígenas, esto es, el régimen de comunidad agraria,
se convierta en ejido, con lo que a su vez –según las mismas reformas de 1992– podrá
fraccionarse y los actuales “poseedores” o comuneros, podrán tener un titulo parcelario
con el que “podrán vender s tierra si así lo desean”.

Esta nueva “libertad” que el Estado mexicano “ha otorgado” graciosamente a los pueblos
indígenas y sus descendientes directos, no es otra cosa que crear las condiciones para
llevar al mercado, a precios de hambre, más de un millón de hectáreas, más del 70 % del
territorio nacional, y con esto lograr la desposesión de sus tierras y territorios para su
incorporación a diversas ramas de producción capitalista.

Otras políticas del Estado mexicano aceleran –y complementan– este proceso de despojo.
Una de ellas es mantener las relaciones depredadoras de la agricultura del maíz y otros
productos agrícolas básicos dentro del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y
Canadá, con lo que el Estado mexicano confirman la sentencia de muerte contra la
producción agrícola de pueblos y comunidades indígenas ya que estas ratifican el libre
paso del maíz de Estados Unidos de América, que ha venido destruyendo la economía de 2
millones de familias campesinas de origen indígena.

Mantener la desvalorización de los salarios de los trabajadores, que ha llegado a menos de


la tercera parte del poder adquisitivo que tuvo en 19761, ha llevado a que aún con la

1
Cálculo de VDCO a partir de datos del Índice Nacional de Precios al Consumidor del Banco de México, con
año base 2010. En 1976 el salario mínimo diario se situó en 96.70 viejos pesos, el precio de la gasolina fue de
3 pesos. Con ese salario se podían comprar 32.23 litros de gasolina. Hasta el informe de gobierno de ese
migración del campo a las ciudades, que ha seguido a la descapitalización del campo
debido al intercambio asimétrico entre los productores rurales y la llamada economía de
libre mercado, los salarios obtenidos en los centros urbanos sean insuficientes para revivir
la economía de las comunidades y pueblos indígenas lo que los ha forzado a una
migración más profunda [y destructora de sus relaciones sociales y culturales originales,
como pueblo y comunidad] hacia los Estados Unidos y otros países.

A esto hay que agregar la política de convivencia territorial del Estado mexicano con los
grupos armados de la delincuencia organizada y la aquiescencia de este hacia los grupos
paramilitares al servicio de grandes corporaciones mineras, caciques locales,
organizaciones político-corporativas, que han asentado su dominación en bastos espacios
de los territorios indígenas.

Una forma mas de despojo son la Reforma Energética y la Ley Minera2 que permiten la
afectación de los territorios indígenas y de sus descendientes, dando preferencia la
explotación con fines de lucro de sus recursos naturales, por encima de sus derechos de
propiedad.

En sus resultados las políticas y omisiones del Estado mexicano se concatenan para
desposeer a los pueblos indígenas –y sus descendientes– de sus territorios ancestrales, lo
cual no solo expresa un giro de un supuesto “Estado benefactor” a un “Estado neoliberal”,
sino que es la continuación por otros medios de la política de despojo a los pueblos
indígenas originada con la conquista de México.

Nos encontramos con un cuadro completo de políticas de Estado, acciones y omisiones


gubernamentales que bajo la bayoneta calada del hambre y la violencia criminal han
hecho que millones de comuneros o ejidatarios abandonen sus tierras y territorios.

La misma existencia de los ejidos –y el concepto mismo de propiedad social de la tierra–


no es sino la expresión de la política de despojo contra los pueblos indígenas que el Estado
mexicano “pos revolucionario”, aplicó en el marco de una correlación de fuerzas
resultante de la Revolución de 1910. Mientras pueblos y comunidades, con las armas en la
mano, reclamaban la restitución y reconocimiento de sus tierras, aguas y territorios, el
moderno Estado pos revolucionario, muy poco dispuesto a entregar en ese entonces mas
del 80% del territorio nacional a los pueblos indígenas, optó por “dotar” a grupos de
individuos porciones de tierra en un “nuevo” régimen de “propiedad” llamado ejido, en
lugar de reconocer la propiedad de los pueblos.

año, el salario mínimo equivalía a 7.74 dólares estadounidenses. En 2017 el salario mínimo es de 80.04
pesos, con el se pueden comprar hoy aproximadamente 4.38 litros de gasolina Premium al oriente de la
ciudad de México. (Precios 6 de diciembre 2017) y 4.18 dólares en Banamex.
2
El Artículo 6 de la Ley Minera, párrafo adicionado en agosto del 2014 dice que “La exploración, explotación
y beneficio de los minerales o sustancias a que se refiere esta Ley son de utilidad pública, serán preferentes
sobre cualquier otro uso o aprovechamiento del terreno...”
En realidad, el nuevo Estado nunca reconoció como verdadera propiedad la llamada
“propiedad social”, sino como forma de propiedad condicional, que mantuvo siempre al
gobierno como el verdadero dueño de la tierra, como un bien público que el gobierno
podía quitar al campesino, retirándole su condición de ejidatario o comunero.

Bajo este régimen formalmente no se despoja a ejidatarios o comuneros de su propiedad,


sino “sólo de sus derechos agrarios”, pues nunca se le reconoció su propiedad individual ni
colectiva y el mismo ejido podría ser disuelto y por tanto despojado de su “propiedad” ya
que no eran dueños sino simples poseedores.

Junto con esto, a la propiedad comunal se le dejó además sin leyes y reglamentos
precisos. En la actualidad las comunidades agrarias se encuentran en una indefinición
jurídica que ha dado como resultados a que, con toda impunidad, los recursos y la tierra
de las comunidades sean usufructuados, explotados, cercenados, vendidos, ocupados o
destruidos, por el gobierno, por grandes empresas capitalistas, terratenientes y caciques
locales, por grupos políticos y corporativos, por grupos del crimen organizado e incluso
por miembros de la comunidad que con apoyo gubernamental, de sicarios, o literalmente
por sus pistolas, explotan a titulo personal los recursos que pertenecen a toda la
comunidad, con la mirada puesta en la acumulación de grandes capitales.

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