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Pero antes de ser condenada a muerte, muchas cosas sucedieron,
empezando por su nacimiento…
Azul no llegó sola. ¿Su madre tuvo mellizas? Más. ¿Trillizas? Más.
¡Cuántas! Azul llegó junto a 2173 hermanas. Mirándolas desde el techo de
la cámara de cría, destacaba un punto azul entre tantísimas motitas negras.
Si las parteras hubiesen podido ver en colores, habrían gritado: ¡Milagro!
Y Azul, destinada a ser una obrera, seguro que habría sido educada para
reina.
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El primer día de clases, en el colegio de obreras, Azul perdió el primer
pedacito de su sonrisa. Ella quería saber qué había fuera del hormiguero
y la profesora solo hablaba de galerías, de cámaras para almacenar
el alimento, de excavaciones, de qué hacer con el material extraído
y de un sinfín de tareas que permitían aumentar las dimensiones
del reino por debajo de la superficie.
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Al sonar la campana, las alumnas salieron del aula sin mirar atrás, sin darse
cuenta de que Azul permanecía sentada con los ojos apuntando al techo.
La profesora se le acercó.
—¿Te ocurre algo, pequeña?
—Sí. No. Sí.
—Uy, sí que estás mal. Dudar es casi como pensar. Anda de inmediato a ver
a la doctora.
—No necesito ir. Lo que quiero es saber…
—¿Mal? ¡Estás fatal! Una hormiga siempre debe hacer lo que se le dice.
Y para evitar que la profesora se desmayase del disgusto, Azul no tuvo más
remedio que obedecer.
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La doctora le recetó una frase por la mañana y otra por la noche, en dosis
de cien repeticiones.
Al levantarse: “Para nuestro reino enriquecer, cualquier orden hay que
obedecer. Para nuestro reino enriquecer…”.
Al acostarse: “Para nuestro estilo de vida conservar, debemos aprender
y nunca pensar. Para nuestro estilo de vida conservar…”.
Azul siguió el tratamiento durante los ocho días indicados. Sin embargo,
solo se curó de la boca para afuera. Mientras la doctora la felicitaba por
su mejora, Azul pensaba: “Para no repetir esta receta jamás, tendré que
actuar sin que sospechen las demás”.
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Nadie sospechaba nada. Azul trabajaba con la boca siempre cerrada,
centrada en sus pensamientos.
Le gustaba recordar el día que pasó cerca de la puerta del hormiguero:
“Qué luz tan brillante. Tan intensa. Tan distinta de la de las luciérnagas.
Los muros se veían con absoluta claridad, con tonos diversos”.
De repente, en medio de sus pensamientos, se le coló una pregunta:
“Esa luz ¿pintará las cosas del exterior con un color distinto de los grises
de aquí dentro?”.
Necesitaba información.
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¿A quién preguntar?
“A alguien que se ocupe de traer cosas de fuera: ¡una porteadora!”.
¿Cuándo?
“¡Aprovecharé la pausa del refrigerio!”.
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Y al día siguiente, en lugar de comer, volvió a la galería principal, pero
tampoco se tropezó nadie. “Paciencia”.
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Mientras ayudaba a levantarse a la porteadora, conversaron.
—Seguro que afuera nunca te caes porque se verá todo más claro, ¿no?
—Es muy claro, sí, pero es más difícil tropezarse aquí. Es rarísimo encontrar
una piedra suelta en esta galería.
—Ya lo sé, tuve que tra…
Cerró la boca a tiempo, antes de revelar que la había traído ella.
—¿Qué es tra?
—Trabajar. Tuve que trabajar muchísimo para saber que esta galería hay
que mantenerla impecable.
—Es cierto. Debe estar impecable. Así que lleva esa piedra al montículo
de la entrada.
Azul no se lo podía creer. ¡¡Le habían dado la orden de salir!!
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Y su suerte aumentó.
En el instante en que iba a coger la piedra, la jefa general de las obreras
ordenó detener cualquier actividad. A continuación, anunció:
—Una de nuestras exploradoras ha encontrado, al pie del viejo sauce,
una colmena abandonada. Necesitamos que todas participen en la tarea
de transportar la miel hasta el hormiguero. Otros insectos pueden
enterarse de su existencia y llevársela toda. ¡Patas a la obra!
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Azul avanzó hasta la salida del hormiguero con un único pensamiento:
“¿Cómo estarán pintadas las cosas?”. Una vez fuera, sus ojos quedaron
cautivados por las formas, olvidándose de su fascinación por el color
durante un buen rato.
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Cuando la hilera de hormigas marchaba de camino al sauce, un pájaro
carpintero voló hacia ellas para comérselas. ¡Huyeron despavoridas! Azul,
de casualidad, subió por el tallo de un lirio azul.
—¿¡Dónde está la que trepó al lirio!? —vociferó el pájaro.
Azul, del susto, estaba inmóvil sobre la flor, que era de su mismo color:
por eso él no conseguía encontrarla.
—Perdón —dijo Azul sin pensar, disculpándose por haber expulsado
un gas.
—Ajá, ahí estás —advirtió el pájaro—. ¿Una hormiga azul? ¡Qué raro!
Espero que tu sabor sea tan rico como el de tus compañeras negras.
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Las supervivientes regresaron al hormiguero y ninguna volvió a ir a por
la miel, porque el pájaro carpintero había comenzado a construir su nido
en el viejo sauce. Sin embargo, a todas se les asignó una ocupación
enseguida. El trabajo era la cura preventiva para cualquier mal individual
o colectivo. En este caso, el de pensar en lo sucedido.
Azul ya no tenía remedio. Su cabeza estaba repleta de preguntas:
“¿Qué habrá querido decir el pájaro? ¿Mi color es distinto? ¿Qué es
eso de azul?…”.
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Al llegar la noche, Azul se quedó dormida antes de poner la cabeza sobre
la almohada, dejando la imaginación completamente libre. ¿¡Libre para
qué!? ¡Soñó con lo mismo que había vivido ese día!
—Sí. Era lo mismo, ¡pero en colores!
Supo cómo era el rojo, el amarillo y todos los demás, incluido el azul.
—¡Fue súper-híper-maravilloso!
La sirena para iniciar la jornada sonó. Azul despertó y el blanco y negro
recobró el control de su visión. Sin embargo, su imaginación seguía tan
libre como en el sueño. Coloreaba las imágenes apenas entraban por
sus ojos, en el instante en que se proyectaban en su cerebro. ¡Había
vencido la lógica de la materia!
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¡Cuánto deseaba salir para experimentar con su nueva capacidad!
¡¡Era un deseo incontrolable!! A Azul dejó de importarle que sospechasen
de su conducta. Decidida, buscó a la jefa de recolección.
—Me gustaría ayudar a traer alimentos por las noches, cuando haya
terminado mi tarea diaria.
A la jefa le gustó la idea de que Azul trabajase el doble, pero no que
mostrase iniciativa.
—Corre a ver a la doctora.
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Corrió, pero no a ver a la doctora, sino al exterior. Y habría seguido
alejándose del hormiguero si no hubiese oído unos sonidos desafinados.
Una cigarra intentaba tocar la guitarra.
—Hola, mi nombre es Poema. ¿El tuyo?
—Las hormigas no tenemos nombre. Pero, si quieres, puedes llamarme…
mmm… Llámame… ¡Azul!
Se hicieron amigas. Azul le contó su historia y Poema le aconsejó:
—Sería bueno que les contases a tus compañeras que los colores existen.
Yo, si viese en blanco y negro, te lo agradecería.
—No lo sé. No tengo ninguna prueba material.
—¿Me lo dices a mí? Practico doce horas al día y aún no he sacado una
melodía que lo demuestre, pero sigo. ¡Mira!, gracias a eso te he conocido.
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Después de reflexionar, Azul abrazó a la cigarra y partió. Ayudaría a que
sus compañeras apreciasen la belleza. “¡Qué tontería trabajar para
agrandar el reino con la cantidad de cosas hermosas que hay fuera!
Las mañanas son suficientes para excavar y recolectar comida. Podríamos
dedicar las tardes a conocer la naturaleza y a jugar con la imaginación”.
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La puerta del calabozo se abrió. Entró la reina, sola.
—Dicen que te gusta pensar —dijo afectuosamente, mientras se
acomodaba la corona—. ¿Tienes muchas ideas?
—Ideas, ideas… no. Curiosidad. ¡Por eso he descubierto que existen los
colores! Somos nosotras las que vemos en blanco y negro —afirmó Azul.
—¿Y qué crees que sucedería si todas lo supieran?
—¡Apreciarían más la belleza y se interesarían por…!
—Por cosas que no son el trabajo —interrumpió la reina, completando
la frase.
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Azul no sentía miedo. Estaba triste e intrigada.
Triste por no poder contarles a las otras hormigas que existían muchísimos
colores y que era posible verlos con la imaginación.
Intrigada por lo que le aguardaba al día siguiente: “¿Soñaré durante toda
la eternidad en colores o en blanco y negro?”.
Poco antes de la salida del sol, las cinco hormigas soldado llevaron a Azul
hasta el pie del viejo sauce, donde la ataron y abandonaron para que
el pájaro carpintero se la comiese.
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Con el primer rayo de sol, el pájaro asomó la cabeza desde su nido y vio a
Azul, lista para ser su desayuno. Abrió sus alas para desperezarse y se lanzó
en picado hacia ella. Pero… ¡¡Qué!! ¿También otro depredador quería
comerse a la hormiga? Volaba tan rápido que era casi imposible ver que
se trataba de…
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… ¿una cigarra?
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Lejos del peligro, del hormiguero, de la rutina; lejos de todo lo que conocía,
Azul preguntó: “¿Y ahora qué haré?”.
La cigarra la miró sonriente, cogió la guitarra nueva y le cantó:
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FIN
En la siguiente página podrás escuchar la canción que le canta Poema a Azul: https://www.youtube.com/watch?v=0duZepIU0_U
Azul, por más que su cuerpo cambie, mantiene la convicción de hacer realidad su sueño:
Que las obreras, la realeza y las hormigas soldado sean capaces de apreciar lo que hay más allá del blanco y negro.
Azul