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TRATADO DEL BAUTISMO (Paciano)

El Tratado sobre el Bautismo nos muestra el sentido del nacimiento dado en este sacramento y
cómo esto se va operando en la persona, es decir, cómo lo va renovando. Deja claramente
establecido que su guía será la Escritura. La motivación que tiene para escribir este tratado es el
“cuidado de las almas”.

El hombre antes del Bautismo está en un estado de muerte, la causa de esta realidad es el
“pecado de Adán” (Gn 3,19) que afectó a todos sus descendientes. Fuimos presa del pecado y
víctimas de la muerte (Lc 15,16), sufriendo la instigación de los espíritus del mal.

II. El pecado de Adán se hizo parte de la naturaleza humana, llegando a establecer un dominio
arrastrando a la muerte eterna. La concupiscencia fue dominando al hombre, de donde se
desprendían los vicios. La ley fue una ayuda para reconocer el pecado, pero aun sabiendo, seguía
incurriendo.

III. La gracia es la que libera al hombre de la muerte. La gracia es “la remisión del pecado, un don”.
Cristo al venir a este mundo y asumir la naturaleza humana, ha sido el primero en liberarse de esta
esclavitud del pecado, él ha sido puro e inocente. Cristo siendo inocente emprendió la defensa de
los pecadores. El pecado de Adán es llamado pecado de la desobediencia. La presencia de Cristo
hace actuar rápidamente al promotor del pecado de desobediencia que engañó a los antepasados,
pues estaba a punto de ser vencido. Se presenta a Jesús para un combate espiritual a través de las
tentaciones, proponiendo a Jesús el honor, protección y dominio. Jesús vence y confunde a
satanás en todas las tentaciones por virtud del cielo.

IV. El diablo no se rindió, siguió actuando en la furia de los escribas y fariseos que atacan a Jesús
hasta darle la muerte en la cruz, para que el tormento y el dolor le obligaran a cometer alguna
injusticia. Cristo resistió la prueba y no pecó. La victoria de Cristo consiste en sufrir la condena sin
culpa, Cristo condenó el pecado en su propia carne. Pasando por la muerte ha resucitado
restableciendo la inmortalidad.

V. El pecado de Adán se transmitió a todos los descendientes (Rm 5,12). Cristo fue vencedor del
pecado, por tanto, la ventaja o gracia otorgada a la humanidad es que la justificación de Cristo
abarca a todo el linaje humano. Por Cristo reina la justicia para todos.

VI. descendemos de Cristo, por sus méritos nos salvamos. Cristo con su encarnación sacó el poder
del pecado. Esto lo entiende como una boda, donde Cristo es cabeza de la Iglesia, y la Iglesia es
cuerpo de Cristo, entonces hay unión de Cristo con la Iglesia, así somos engendrados por Cristo y
por tanto salvados y redimidos por él.

Cristo nos engendra en la Iglesia por el ministerio del sacerdote. El espíritu engendra un hombre
nuevo formado en el seno de la Iglesia y recogido en el alumbramiento del Bautismo. Juega un
papel fundamental la fe, sin ella no hay conciencia de este misterio. Es preciso creer que podemos
nacer del Espíritu (Hch 8,37). Se trata de recibir a Cristo para ser engendrados y ser hijo suyo. Esto
se cumple en el Bautismo y la Confirmación.

En el Bautismo se lavan nuestros pecados y en la confirmación nos inunda la gracia del Espíritu
Santo. Estos beneficios se reciben en virtud de los actos y palabras de los obispos. El hombre

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renace y se renueva por Cristo. Como Cristo que ha vencido a la muerte, por el Bautismo somos
llamados a caminar por sendas nuevas, dejando los errores de la vida pasada, la adoración de los
ídolos, impurezas, excesos y vicios de la carne; en Cristo hay que abrazar nuevas virtudes: fe,
pureza, inocencia, castidad. Obrando según las virtudes permanecemos en Cristo. Tenemos un
Dios de vivos, no de muertos.

VII. El hombre que confía en este mundo es digno de lastima. Lo propio del hombre es lo que
Cristo ofreció por obra del Espíritu, la vida eterna, con la única condición de volver a caer en el
pecado. El pecado ocasiona la muerte, la virtud la evita. Llama novicios de la fe (a los recién
bautizados) a sentirse libres por la victoria de Cristo. Cristo nos ha redimido concediéndonos el
perdón de los pecados. Ahora liberados de nuestras cadenas por el sacramento del Bautismo,
renunciamos al demonio y a sus ángeles. Cristo nos dio la libertad.

Una sola vez se nos bautiza y por tanto una sola vez se alcanza la libertad. Exhorta a conservar con
tenacidad la gracia recibida, para nuestra felicidad. Grandes son los premios para los que
permanecen en fidelidad, para alcanzar esos premios es imprescindible la práctica de la justica y
los deseos del Espíritu.

TRATADO SOBRE LA PENITENCIA.

Se dirige a todos en general, no solo a los penitentes. Un aspecto muy presente en este tratado es
el reflejo de una experiencia personal. Siente el temor de que sus amonestaciones, enseñe a pecar
más que a reprimir el pecado. Manifiesta que se han degenerado las costumbres de la gente que
cuanto más se les prohíbe a pecar, se sienten más bien incitados a hacerlo. El apóstata o excluido
de la iglesia suele ofenderse, se indigna.

II. Como pastor es consciente de la responsabilidad de reprender en la caridad. Los catecúmenos


deben velar por no caer, y los fieles por no reincidir, y los penitentes trabajar para conseguir el
arrepentimiento. Tres puntos serán analizados: una clasificación de los pecados, los que comulgan
manchados por el pecado, los que ignoran y rechazan los remedios de la penitencia, los que se
satisface con la penitencia, y los castigos para quienes no hacen penitencia o la desprecian.

III. Clasificación de los pecados. En la antigua ley de Moisés todos estaban envueltos en la misma
desgracia. La sangre de Cristo libró de estas sujeciones y de los vicios carnales, él nos ha redimido
de la servidumbre de la ley ha emancipado por la libertad de la fe. Ahora estamos sometidos a
muy pocos preceptos fáciles de observar y de guardar.

IV. Luego de la pasión del Señor, los apóstoles deciden no imponer obligaciones, más solo
abstenerse de carne sacrificada a los ídolos, homicidio y fornicación (Hch 15,28-29). Son los
pecados bajo pena capital que se remedian compensándolos con obras buenas. El pasado se
corrige mediante la realización de sus actos contrarios. En cambio, los tres pecados mencionados
son considerados crímenes que no solo manchan el alma, sino que pueden causarle la muerte;
pues qué podría hacer el que desprecia a Dios, el que asesina, el que profana el templo de Dios
por la fornicación; por ello causan la muerte. Respecto a la intercesión en favor del pecador, se
puede interceder por el que cometió pecado capital, más no por un pecado que causa la muerte.

V. Exhorta a “no profanar el Templo” que somos nosotros. Muchos han caído en el homicidio, la
idolatría y el adulterio. No solo es pecador el que comete estas atrocidades sino también el que lo

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aconseja y posibilita estos pecados de muerte. Pues estuvo en sus manos evitar esa situación, pero
nadie los instruyó, ni instruyó, enmudeció la Iglesia. El que después del Bautismo cometa estos
delitos no verá la cara de Dios. es un lenguaje duro, en cuanto que la advertencia a su debido
tiempo pudo evitar una situación de pecado.

VI. esta realidad plantearía la cuestión sobre el Dios misericordioso. La cuestión es la humildad
para ser digno de perdón. Pero los pecadores son presuntuosos, rechazan la penitencia, no se
ruborizan de pecar, desafían la paciencia divina. Dios ve nuestras acciones, espera y tolera y da
tiempo para el arrepentimiento, concede a Cristo una dilación para no apresurar la pérdida de los
pecadores por él redimidos. Dios espera porque quiere que los redimidos por Cristo no se pierdan.

VII. Los inmundos que se acercan a la mesa de Dios. Los que comulgan en situación de pecado,
comen y beben su propia condenación por no discernir debidamente el cuerpo del Señor. El Señor
nos amonesta para no ser condenados. Exhorta al pecador a estremecerse en lo más profundo
ante la condenación que le amenaza. Si alguien no teme a los males futuros, tiemble ante la
inminencia de la enfermedad o la muerte. Es un crimen acercarse indignamente al altar, cuando el
remedio está al alcance.

VIII. Al pecador le pide tener compasión del pueblo y de los sacerdotes, pues por causa del
pecador se puede corromper y sufrir la comunidad. Es como imponerse a sí mismo las manos al
pretender engañar o confundir al sacerdote. Los enfermos sensatos no temen a los médicos. Por la
vergüenza el pecador no debe dejar de comprar la vida eterna; que no les asuste las miradas de
sus hermanos. nadie se regocija del padecimiento de uno de sus miembros, más bien experimenta
el mismo dolor y colabora para remediarlo. Al que no oculta sus pecados, la Iglesia de Cristo le
ayuda a conseguir la absolución.

IX. Los que ignoran el remedio. Los que habiendo confesado ignoran en que consiste la esencia de
la penitencia y el remedio de sus heridas, son como enfermos que sabiendo sus dolencias y la
medicina la ignoran. Es un mal que aqueja a muchos, que amontonan nuevos pecados sobre
delitos antiguos. En su calidad de pastor llama a la conversión, a revestir el alma con el ayuno
como David. Pide reiteradamente resistir y él nos curará.

X. Pronuncia expresiones fuertes como el ser entregado a satanás para que alma sea atormentada.
Pues no hacían penitencia, se presentan hartados en banquetes, usar túnica grosera, habitar
palacios de mármol; obrando así solo confían en sí mismos. Es necesario hacer un cambio en
nuestra vida, pero más bien andan acumulando, negociando, comprando, robando, buscando el
lucro y el deleite siempre con doblez de acciones sin dar ni perdonar. Hasta habla de prácticas
habituales que se han perdido como llorar en la Iglesia, ayuno, oración, arrodillarse. Hay que
implorar la intercesión de la Iglesia antes de perecer, solicitar mediación de las viudas y los
sacerdotes.

XI. Algunos se ciñen con el cilicio, se humillan con ceniza, practican ayunos sin haber cometido
pecados graves. Hay que seguir ese ejemplo (hasta las cabras reconocen sus remedios),
expulsemos al demonio con la penitencia y la confesión. Remediar la ceguera del alma con la
mortificación.

Fruto de practicar o no la penitencia. Hay pecadores que no se someten a la penitencia, caen bajo
la amenaza del Espíritu, serán juzgados por no dar fe a la verdad y complacerse en la injusticia. No

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ignoren la bondad de Dios, no seguir la dureza del corazón. Invita a huir del error, condenando los
deleites. Porque el fin del tiempo se acerca y tendrán un castigo eterno. Pensando en ese fuego
del infierno, no deben retroceder en la penitencia.

XII. En el infierno no hay confesión ni se puede imponer penitencia, porque el tiempo de hacerla
ya ha pasado. Entonces se trata de apresurarse en este camino, para no padecer del fuego que no
se extingue. Suplica no dejar la penitencia, y lanzarse a los remedios que otorgan la salvación. Dios
perdona en la medida en que no se escatima esfuerzo en la penitencia. Dios no quiere la muerte
del pecador, más bien nos revestirá. Siempre perdona al arrepentido, incluso va en busca de los
más pequeños y humildes. Siempre hay que implorar la misericordia.

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